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12 se fríe una vez». La novelá es un potaje caliente de hervores casi intestinales y el relato una comida fría de bricolaje vegetal. La novela quita el hambre y el cuento abre el apetito. En la intimidad de este párrafo quiero vol- ver a recordar a Marle. El pan y la cebolla nos han servido para aliñar buenos relatos, pero como es im- posible seguir viviendo del cuento pronto empezaré a guisar una novela. Te prometo, mi vida, que en- tonces compraremos una cocina. F. I. C. San José de la Rinconada, otoño de 2002 La j umelle fatal e No era bonita, pero tenía una sonrisa encan- tadora que al lado de sus ojos almendrados y las cejas pobladas le daban un aspecto fascinante y hechicero. El pelo era lacio y negro y un coqueto cerquillo le surcaba la frente invitando a separar los cabellos con los labios. Yo me había fijado en ella desde el primer momento, pero su juguetona mi- rada me hacía dudar acerca de si ella habría hecho lo mismo conmigo. No soy un hombre atractivo, y si no llego a conversar con las chicas ni siquiera pue- do parecer interesante. Por lo menos fuera del Perú yo tenía las coar- tadas del apátrida, del aprendiz de escritor o simple- mente del latino, las cuales daban buenos resultados dependiendo de la persona, el lugar y las circunstan- cias. Sin embargo, desde mi matrimonio compren- dí que tenía que llevar una vida sedentaria lejos de nuevas alcobas, olores distintos y gemidos extraños. La familia suele reprimir cualquier síntoma de di- sidencia y uno se ve en la tesitura constante de tener que elegir entre el vértigo de la aventura irrespon- sable y la seguridad que brindan las caricias coti- dianas. Yo siempre lo había tenido claro hasta que vi sus finos tobillos y sus dedos largos, artificios tan eficaces a la hora de hacer el amor. Vivir en Sevilla me había disciplinado y en- durecido, pero el talante de la ciudad invitaba a per-

La Jumelle Fatale y El Ritual - Fernando Iwasaki

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vencional se encuentra el escritor hispanoperuano Fernando Iwasaki.El libro de Fernando Iwasaki, Un milagro informal (2003)1, se compone de catorcerelatos y un texto preliminar, a modo de prólogo, que encierra toda una poética del cuento.Con el título “Por qué escribo relatos o para cuándo novela” el narrador peruano demuestrael conocimiento profundo que tiene no sólo de la elaboración del cuento, sino también desus presupuestos teóricos. En la mejor tradición de los manifiestos programáticos queabundaron a comienzos del siglo XX2, parodiados por Horacio Quiroga en su “Decálogodel perfecto cuentista” (1925), Iwasaki habla del cuento pero introduciendo la notaautobiográfica y personal, convirtiendo el texto en un microrrelato donde se habla de Perú y España

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    se fre una vez. La novel es un potaje caliente de hervores casi intestinales y el relato una comida fra de bricolaje vegetal. La novela quita el hambre y el cuento abre el apetito.

    En la intimidad de este prrafo quiero vol-ver a recordar a Marle. El pan y la cebolla nos han servido para aliar buenos relatos, pero como es im-posible seguir viviendo del cuento pronto empezar a guisar una novela. Te prometo, mi vida, que en-tonces compraremos una cocina.

    F. I. C. San Jos de la Rinconada, otoo de 2002

    La j umelle fatal e

    No era bonita, pero tena una sonrisa encan-tadora que al lado de sus ojos almendrados y las cejas pobladas le daban un aspecto fascinante y hechicero. El pelo era lacio y negro y un coqueto cerquillo le surcaba la frente invitando a separar los cabellos con los labios. Yo me haba fijado en ella desde el primer momento, pero su juguetona mi-rada me haca dudar acerca de si ella habra hecho lo mismo conmigo. No soy un hombre atractivo, y si no llego a conversar con las chicas ni siquiera pue-do parecer interesante.

    Por lo menos fuera del Per yo tena las coar-tadas del aptrida, del aprendiz de escritor o simple-mente del latino, las cuales daban buenos resultados dependiendo de la persona, el lugar y las circunstan-cias. Sin embargo, desde mi matrimonio compren-d que tena que llevar una vida sedentaria lejos de nuevas alcobas, olores distintos y gemidos extraos. La familia suele reprimir cualquier sntoma de di-sidencia y uno se ve en la tesitura constante de tener que elegir entre el vrtigo de la aventura irrespon-sable y la seguridad que brindan las caricias coti-dianas. Yo siempre lo haba tenido claro hasta que vi sus finos tobillos y sus dedos largos, artificios tan eficaces a la hora de hacer el amor.

    Vivir en Sevilla me haba disciplinado y en-durecido, pero el talante de la ciudad invitaba a per-

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    derse en sus laberintos nocturnos. Conoca muy bien esas tentaciones desde mis tiempos de estu-diante, cuando a los veintitrs aos aterric por esta parte del mundo para trabajar en mi tesis doctoral. Aqu descubr sorprendentes facetas de mi persona-lidad que haban permanecido soterradas y viv esti-mulantes episodios que siempre me fueron negados en mi propio pas; pero a la vez encontr en Sevilla muchas razones para sentar cabeza y mudar de tem-peramento: una esposa, tres nios, el trabajo, la fa-milia, el barrio y esa inefable sensacin de saber que haba perdido mi intimidad para siempre.

    Yo estaba paralizado mirando cmo des-cenda desde su cuello una cadena dorada que se perda bajo el escote, cuando de pronto un meda-lln metlico dej al descubierto una M de gran-des proporciones. Me preguntaba si sera Macare-na, Maite o Manoli hasta que levant la vista para interrogarme con dulzona coquetera y ronca en-tonacin:

    -Marcos?, t eres Marcos Reyes? -S, s... -atin a contestar como si me

    hubiera sorprendido en falta. -Qu rico cheque -me provoc-. Qu

    vas a hacer con tanta pasta, to?, por qu no me llevas a cenar?

    -Ahorita puedo invitarte un cafecito si te escapas -respond envalentonado.

    -Y o siempre me escapo -sentenci con una sonrisa de complicidad.

    La calle Betis reciba de lleno los rayos del sol y mi risuea compaera se puso unos lentes os-curos que le dieron un sensual toque de misterio. Su nariz era un tanto grande y su cutis se me amo-

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    jaba spero, pero su belleza no poda ser juzgada por unos rasgos aislados y arbitrarios. Ella era un todo coherente de espectaculares resultados, aunque los puristas recalcitrantes pusieran reparos a sus deta-lles ms minsculos. Ya dije que no era bonita, mas era imposible dejar de observarla cuando camina-ba: su cadencia, sus meneos y su gracia eran una suerte de imn que hipnotizaba a los transentes.

    Al conjuro del tinto de verano me dedic un largo y travieso vistazo, calcul bien, prepar la mu-nicin, volvi a sonrer y dispar con precisin:

    -T eres gminis, no? -S -repliqu sin titubear-. Seguro que

    viste la fecha de mi nacimiento en la fotocopia de mi pasaporte, no es as?

    -Qu va! --contest haciendo un disfuer-zo-. Siempre supe que eras gminis. En cuanto te vi me di cuenta. Y o nunca me he liado con un to que no sea gminis. Todos mis rollos han sido con gminis.

    No haba ningn espejo alrededor, as que la cara de cojudo que puse en ese instante tan slo sirvi para endulzar la estrategia felina de mi divi-na acompaante. Me senta un huevn radiante y aerosttico y por eso solt la pregunta ms tetuda que caba formular:

    -Y t ... , qu signo eres? -No lo imaginas? -respondi melosa a la

    vez que agitaba su tinto con la punta del ndice, para chupar lentamente el dedo empapado.

    -No ... , no ... , verdad que no! -tarta-mude.

    -Gminis tambin, pues -sentenci-. Cul otro hay?

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    -Bueno, un montn, creo -aad vaci-lante-. Piscis, aries, libra ... no s. Hay ms, no?

    -Anda ya! T sabes que ellos no son como nosotros -replic mirndome a los ojos-. No-sotros somos especiales, diferentes, nicos. Por qu crees que me fij en ti?

    Esa alusin directa tuvo el efecto de poner-me tieso, mientras un cosquilleo en el coxis ascen-da hasta mi cuello a toda velocidad. Ella debi notar mi inquietud porque no consegua permane-cer sentado en la misma posicin ms de un mi-nuto, pero reun aplomo para disimular y cambiar de tema.

    -Mi esposa es capricornio -dije. -Uy, qu malo, qu malo!-contest fin-

    giendo una expresin afligida-. Seguro que t le pareces un irresponsable, un mentiroso y un mani-tico que lo mismo lo piensa todo cien veces o que est por los cerros de beda soando con las mu-saraas. No es verdad?

    -N 0000, no es para tanto -respond casi sin convencimiento-. Nos llevamos muy bien y es-tamos muy enamorados.

    -Hombre, estara bueno! -exclam-. Ella te debe querer muchsimo y t tambin, pe-ro ella es un signo de tierra y tu elemento en cambio es el aire. Acaso no te pone lmites, te dice que no so-portara compartirte y todo el tiempo se pasa anun-ciando una futura separacin? Las capricornio van a lo seguro, y cuando algo no les da la seguridad que quieren lo dejan.

    Por mi cabeza cruzaron como relmpagos las memorias de algunas discusiones familiares y re-cord, en efecto, el tono admonitorio de ciertas pro-

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    fecas domsticas que siempre me parecieron absur-das. Cuando ests con otra mujer nunca le hables de m, me adverta. Y entonces con un sentimien-to de culpa decid volver a nuestras coincidencias astrales.

    -T naciste en junio o en mayo? -in-quir.

    -El 6 de junio -respondi con socarro-na malicia-. El 6 del 6 del 66.

    Una vez ms me qued clavado en la silla. Yo tambin haba nacido el 6 de junio! Nunca me tragu los cuentos del horscopo y esas huevadas, pero confieso que la mir lentamente en busca de un rasgo comn, de algn destello familiar.

    -V as a pensar que me estoy quedando con-tigo -declar mirando al ro-, pero mi cumplea-os tambin es el 6 de junio. Y o nac el 6 del 6 a las 6 de la maana, slo que en 1961.

    -Pero qu dices, chiquillo -me embruj pasndome la mano por el pelo-. Cmo voy a pensar que me ests mintiendo si yo creo en nues-tro destino? Los gminis nunca mentimos porque para nosotros siempre es verdad lo que decimos. Adems, los dos tenemos el nmero del diablo y por lo tanto licencia para mentir, no crees?

    -Y o soy as como dices? -pregunt. -Por qu te resistes?-sonrea mostrando

    la lengua entre su blanca hilera de dientes-. No te das cuenta que conmigo puedes ser como eres? A ti nadie te atar jams ni te dir lo que tienes que hacer. T puedes ser el to ms responsable del mundo y el ms loco tambin, t puedes ser genial y hasta tmido si te da la gana. T puedes ser mu-chas personas, Marcos. Las que quieras.

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    -No s. Yo n-0 creo en esas cosas. No so-porto que una vaina que no veo rija mi vida como si ya estuviera preestablecida -argument muy ra-cionalmente.

    -Eres un tpico to gminis, sabes? -me dijo rozndome la pierna con la suya-. A ningn gminis le gusta ser prisionero del destino, pero so-mos los ms independientes del zodaco. A una par-te de ti le parece terrible, pero a la otra le encanta y le e . ~ rasctna, no.

    -Mira -repliqu-. Dejmoslo como que creo cuando me dicen cosas buenas y que no creo cuando me salen cosas malas. Te parece?

    -Me pareces -contest carraspeando la voz y enfatizando la S final.

    Recuerdo que conversamos de los libros que yo estaba escribiendo y de sus planes de dedicarse a la pintura. La historia, la literatura y el arte me pa-recieron una excelente combinacin para una pare-ja, pues de sobra conoca los problemas de algunos matrimonios donde ambos pertenecan a la misma profesin: las discrepancias gremiales terminaban trazando una detestable frontera en la cama.

    Cuando nos despedimos quedamos en lla-marnos, en salir a ver alguna exposicin, recorrer li-breras y esas cosas que se dicen para sellar el pacto tcito de querer verse otra vez. Para m el tiempo ha sido siempre lo ms valioso y nunca haba dedicado largos perodos para seducir a otra persona, cuan-do lo ms aconsejable era una fulminante sesin de charla. U na vez dicho lo que haba que decir, los la-bios y las lenguas deban aplicarse a otros quehaceres.

    Sin embargo, en esa ocasin tuve la extraa certeza de que algo no haba salido bien. Y o jams

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    marqu el ritmo de la conversacin, sino que ella me haba conducido dcilmente por su encantado-ra telaraa. Cmo logr engatusarme con esa de-magogia zodiacal en la que ni siquiera crea? Esos recuerdos, al lado de la inexplicable sensacin que me produjo su tacto, me impidieron concentrarme en el trabajo. Y si la llamaba para almorzar? Ya me inventara cualquier cosa para que no sospe-charan nada en casa, pero yo deseaba volver a verla para despejar algunas dudas.

    Con el corazn repartido entre la boca y la bragueta, marqu el nmero de su oficina y repa-r al primer timbrazo en que no saba ni su nom-bre. Colgu. Qu tal huevn! Conversar un ratazo con una chica que me gustaba y no haberle pregun-tado ni cmo se llamaba. Pens que ella deba es-tar cagndose de la risa del peruano gilipollas que algn da llamara preguntando por una chica g-minis a la que le gusta la pintura y tiene un meda-lln con una M. Acaso no era una situacin cojudsima?

    Mientras miraba el telfono me invadieron las dolorosas memorias de mis mltiples papelones amorosos, siempre hablando como un descosido y consolidando una fama de pelotudo de campeona-to: si la chica era cucufata yo le hablaba de Dios, el Deuteronomio y la chucha del gato; cuando era idealista lo intentaba con huachafera, confesndole que quera tener muchos hijitos y citando El prin-cipito porque lo esencial es invisible a los ojos; si la compaera era de izquierda la ideologa aconse-jaba proceder de manera muy terica hasta llegar a la conclusin de que Marx escribi El capital para tirarse a Rosa de Luxemburgo. En fin, que yo haba

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    hablado muchas huevadas a lo largo de treinta aos y que ya era hora de parar el carro. Total, me poda mandar a la mierda por haberme tragado el rollo de los gminis y la carta astral (Y si la llamo?, vol-va a pensar).

    Armado de valor cog otra vez el telfono, dispuesto a encontrar a mi pareja zodiacal. Los pri-meros intentos fueron desalentadores, ya que la te-lefonista no conoca los signos de las chicas que trabajaban en la empresa y en cada llamada me sol-taba un original compendio de invectivas: Suda-ca gilipuertas, cretino subnormal, saboro hijo de puta, y otro que anot para la posteridad (Qu cuadrados los tienes, to!).

    Dispuesto a no darme por vencido decid preguntar por diferentes secretarias que se llama-ran con M. As pude hablar con Mercedes, cua-tro Macarenas, Milagros, Margarita, Maite, tres Martas, Matilde, Martina, Marina, dos Marujas, Micaela, Manoli, Montserrat y una interminable constelacin de Maras. Aunque la mayora se cag en mis muertos y en la leche de mi mam, debo admitir que a ms de una le pareci fascinante que un to viniera desde Lima para buscar a su pareja as-tral (Eres chuliguay, Marcos!, me dijo Mara de los ngeles). No obstante, perd un par de horas an-tes de dar con mi obsesin: Mnica.

    -Hola, perdona la pregunta -dije algo avergonzado-. T eres gminis, te gusta la pin-tura y has tomado un cafelito conmigo enlama-ana? Me llamo Marcos, Marcos Reyes, y soy pe-ruano.

    -Claro -contest la muy gatuna-. Ya de-ca qu pasa contigo, to, que no me llamabas.

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    -No sabes lo que ha sido -exclam sin-tindome excitado-. No poda encontrarte, no sa-ba tu nombre, no saba nada de nada.

    -Bueno, pero ya me pillaste, no? -me provoc.

    -Mira, Mnica -le dije-. Te parece que almorcemos juntos?

    -Ay, Marcos -replic compungida-. He quedado con dos amigas para comer.

    -Entonces cenemos -retruqu impa-ciente.

    -Te voy a contar -respondi en tono de coqueta complicidad-. Y o tengo novio, sabes? l vive en Jerez pero ahora est aqu de visita y ten-go que estar con l. Sabes lo que te digo? Pero en cuanto se vaya yo te llamo y quedamos.

    -No saba que tuvieras novio, Mnica. Perdname por ser tan cargoso -me disculp afrentado.

    -Anda ya! -me interrumpi--. Ya sabes cmo so~os los gminis. l tambin es gminis, pero del 19 de junio, y tiene toda la tontera de los cncer. En cambio nosotros estamos a la mitad del ciclo de Mercurio y somos gminis, gminis tot.

    -S, s, pero, no s ... -balbuce-. Yo en-tonces te llamo otro da, ya?

    -Eres un animalito, Marcos -ronrone--. Y o ya lo saba. Saba que no te ibas a aguantar y que me llamaras hoy mismo. Es tu signo, bichito. T eres gminis y no tienes remedio, pero debes apren-der a saber llevarlo. Yo te voy a ensear, mi arma. Te voy a hacer cositas que hace tiempo estabas bus-cando. Te espero donde t me digas a la hora que t quieras, porque yo nunca me pierdo a un gmi-

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    nis que est caliente y t eres el primero que conoz-co del 6 del 6 a las 6, mi mellizo, mi parte que se lle-na con tu parte.

    Esa vez quedamos para almorzar y termi-namos cenando y desayunando juntos. Desde en-tonces s con exactitud qu es lo que quiero y me siento ms unido que nunca a mi familia, pero tam-bin s que hay algo dentro de m que, irracional e ininteligible, apasionado y femenino, me arrastra a la hora del cafelito y la tostada por los inexorables vericuetos que el puetero destino me ha trazado en la va lctea.

    El ritual

    Abajo mi pap est bien molesto y dice que cuando los agarren l les va a sacar la mierda. Mi mam y Mara Fe estn llorando y tambin dicen que cmo pudo pasar algo as. Parece que se han ro-bado el cad~.ver de Dieguito, que han prosanado su tumba o una cosa por el estilo. A m no me dejan estar abajo porque dicen que soy muy chico, pero yo s un montn de cosas y seguro van a querer que les cuente. Me da miedo estar aqu arriba. La casa huele a muerto, a podrido.

    El Dieguito comenz ponindose todo abu-rrido: le prohiban jugar pelota y paraba metido en la cama. Y a desde esa poca mi mam lloraba mu-cho, pero creo que ahora est llorando ms. A ve-ces se escapaba de su cuarto para jugar conmigo y me prestaba su Lego. Se haba vuelto ms bueno, ya no me pegaba tanto y hasta me contaba secretos. Sabes, Sebastin? -me dijo un da-. Mi mam me ha dicho que me van a llevar donde un doctor amigo del to Luis Carlos y que despus nos vamos a Disneyworld. Nos remos un montn y le ped que me trajera un Dumbo como el que tena el gor-dito Arzaga, pero en verdad me daba pica.

    No era justo: todo era para Dieguito. Los viajes, los juguetes y los libros con dibujos, todo para Dieguito! Hasta los mejores dulces de la Pan-cha eran para Oieguito, el Pie de Limn o los Baba-

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    rois de Chirimoya, todo para l! A m me daba pena ver llorar a una negra tan grandaza como la Pancha. El nio Dieguito se va a morir, nio -deca-. Todas las veces que uno se va a los Estados Unidos se muere. Yo no s qu tanto le hacen a la gente en ese pas, nio; pero a su abuelito se lo llevaron y pum!, se muri; a su tiita Hermia la metieron en el avin y cataplum!, tambin se muri. A m esos gringos no me dan confianza, nio. Seguro que no saben cuidar a los enfermos, mientras que aqu yo les doy su turrn y su mazamorra caliente. Y s, pues, porque la Pancha haca unos dulces bien ricos.

    Cuando Dieguito volvi estaba gordo, todo hinchadote, y pareca un seor porque se le haba cado el pelo como al to Alejo. Nos reamos mu-cho y jugbamos a que Mara Fe era Sister Eleanor y Dieguito el padre Nicholas, porque como estaba pelado lo imitaba igualito. En cambio, no nos pudo contar nada de Disneyworld porque dijo que mi mam se la pas llorando todo el tiempo y tuvieron que quedarse en el hotel, pero s se acord de traer-me mi Dumbo y adems un Winnie Pu. Fue por esa poca, ms o menos, que Dieguito comenz a es-cuptr sangre.

    La verdad es que se haba vuelto un seor completo, siempre serio y sin ganas de jugar. De-ca que se iba a morir y le tena miedo a la oscuridad, y entonces se picaba cuando le tocaba ser el cucu-rucho. Mi mam segua llorando y mi pap se ence-rraba en su despacho. Ah se meta todo el da y slo Ceferino poda entrar para llevarle sus botellas.

    La Pancha segua hacindole postres espe-ciales a Dieguito, pero ahora tambin le daba unos remedios horribles preparados por ella misma. T-

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    mese esto, nio Diego! -le mandaba-. Una ve-cina ma que viene del norte sabe un montn de cosas. Ella lo va a curar, nio. Como can lo va a poner.

    Fue as como empezamos a ir por la casa de la Pancha sin que nos vieran mis paps. Ella tom todas las precauciones y le dio la direccin a Can-delario para que nos llevara en el carro plomo, en el que bamos a Chaclacayo.

    Madame Pacheco era una seora gorda y trompuda. En la entrada de su casa haba un car-telote que deca que haba sido alumna de Mandra-ke y que tena los secretos de las huaringas, las shi-ringas y otras pingas que ya no me acuerdo. Le mir los ojos a Dieguito, le pas un huevo por todo el cuerpo y despus lo rompi en un vaso de agua. A ust le han hecho mucho dao, nio -dijo la vieja mirando la yema medio verde-. Yo voy a ha-cer lo posible, pero el mal ya est muy avanzado. La Pancha tena ra~n: los gringos haban embru-jado a Dieguito.

    Comenzamos a ir muchas veces. Un da lo hicieron sudar mientras Candelario lo cargaba so-bre unas plantas que olan a esos caramelos de men-ta, otra vez la seora lo hizo fumar y le peda que viera en el humo la cara del que lo haba ojeado y un da le provoc un vmito negro que dijo que era casi todo el dao que tena adentro.

    Dieguito empez a faltar al colegio y Can-delario aprovech para llevarlo donde Madame Pa-checo por las maanas. En la noche me contaba lo que le haban hecho y yo no poda creerle: le frota-ban el cuerpo con un gato negro, otro da lo haban baado en una sopa que pareca la crema de ajos de

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    la Jacinta y tambin le obligaron a rezarle a un p-jaro disecado. Yo le preguntaba si se senta mejor y l deca que s, que como can.

    Una noche me cont en secreto que Ma-dame le haba dicho que estaba en la ltima parte del tratamiento y que necesitaba que una persona que lo quisiera mucho hiciera algo por l, que te-na que ser alguien de la familia y que por eso Can-delaria no pudo ayudarlo, pero Madame no quera que le dijera nada a mis paps porque ellos tampo-co podan ser y que por eso me lo deca a m. En-tonces sac un pomo y una gillette, me ense en su brazo una marca que le haban hecho con lapicero y me dijo que me tena que cortar a m en ese sitio, que no me iba a doler y que trajera un algodn con alcohol. Yo quise decirle que el to Luis Carlos te-na unas inyecciones especiales para eso, pero Die-guito no me hizo caso.

    Cuando el pomito estuvo casi lleno, me dio el algodn con alcohol y me dijo que doblara bien fuerte el brazo. Entonces sac unas medallitas y las moj en la sangre con cadena y todo, y me cont que eran de Sarita, una santa de la colonia o algo as. Despus cada uno se puso la suya y me dijo que Ma-dame Pacheco le haba dicho que esas cadenitas no iban a dejar que l se muriera, que no me la quitara nunca porque mi sangre le iba a dar fuerza y que l iba a estar siempre unido a m, algo as como que no me iba a dejar nunca. Y la sangre del pomi-to?, le pregunt, pero l no saba para qu era, que Madame se la haba pedido y que no me poda de-cir ms.

    A los tres das Dieguito se puso psimo y no se levant ni para ir al bao. Mi mam lloraba como

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    loca y mi pap se encerr con muchas botellas en su despacho. Ya ni Ceferino entraba.

    Cuando Dieguito muri yo estaba en clase de Lenguaje y ssterThomas entr para pedirnos que cantemos el Oh, Mary, take my spirit in your hands por el alma de Dieguito. La casa estaba llena de flo-res y a m me pusieron la ropa que tena el da que se cas la ta T er. En cambio, Dieguito estaba en una caja blanca con su ropa de primera comunin. Ya le quedaba chica, pero con las flores no se nota-ba. Me empin hasta arriba y vi que en el cuello tena la medallita. Al cementerio no me dejaron ir.

    Desde hace das que mi mam no para de llorar, sobre todo desde ayer, un mes despus del en-tierro, porque la tumba de Dieguito amaneci pro-sanada. Candelaria y Pancha se asustaron y les han contado todo a mis paps. Ahora los han metido presos, creo. He odo que la polica busca a Mada-me Pacheco y le en el peridico del Ceferino una cosa sobre Dieguito y una misa de negros o algo as. Mi pap sigue tomando y todo el da dice carajo.

    Yo tambin quiero mucho a Dieguito, pero me da miedo y quiero estar abajo con todos. Si la Pancha estuviera aqu le pedira que le subiera Suspiro Limeo o Arroz con Leche, pero la Pancha est en la crcel y l debe tener hambre. Cuando entr por la ventana me asust, todo negro y apes-toso, pero si no fuera por la medallita no lo habra escondido en mi ropero.