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La materia y la energía, lo tangible y lo inmanifestado ... · —Dios mío! No he encontrado nada. He memorizado todas las teorías cercanas, esto no me ayuda en lo absoluto. Más,

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«Todo lo que existe o existió tiene su origen en dos principios;

La materia y la energía, lo tangible y lo inmanifestado. Aquel que empieza a existir, nace por y con un propósito, sea esto de su conocimiento o no.

“Lo que una vez se es, se ha sido y siempre volverá a ser.”» Un montón de flores, cuál frondosos arbustos, conformaban el temporal escondite de Leowel, él, intentaba a toda costa, vigilar cualquier movimiento que se presente en aquel jardín. Estaba a tiempo, su reloj no marcaba más de las seis y cuarto, aún las luces seguían apagadas. En su silencio, Leowel, sacaba de su bolsillo aquella hoja que sustrajo del antiguo compendio de papiros. En esta, se escribía con tinta, sobre encima de un complejo dibujo de círculos y letras.

«Lunaris Caerimonia D` Catalys » —Ceremonia Lunar de los Catalizadores—

—Gracias Viorel… enserio. Murmuró al dar un gran suspiro, era en esa degastada hoja que toda la ceremonia estaba plasmada, ella, uno de los más arcaicos rituales, proveniente, antes del principio de la magia en la Tierra.

«Horas antes…» Leowel subía las escaleras, fue durante todo el desayuno con su madre, muy callado y reservado, Christina lo notaba, pero nunca preguntó. —Recuerda que hoy no has asistido a clases, no hablare contigo ahora, comprendo tu apuro… pero quedara pendiente. Exclamó la mujer sin siquiera verlo, ella escuchaba las pisadas de su hijo golpear con los escalones. Leowel tenía de enemigo al tiempo, por ello, este volvió a su biblioteca y se encerró ante cualquier distracción, he aquí que no hubo libro, documento o compendio que él no leyese. Leowel corria todos los estantes, era el último una pared completamente reservada a la mística. Aquí se hallaban los libros que le regalaba su madre y Viorel, también esos que hace mucho había dejado de comprar; sin embargo, las gavetas estaban cubiertas por varias carpetas, estas que utilizaba Leowel para escribir resúmenes y síntesis de libros ya culminados. Con aquel material, Leowel duró horas de estudio, sin pausa, recordando lo que hace mucho había abandonado.

— ¡Dios mío! No he encontrado nada. He memorizado todas las teorías cercanas, esto no me ayuda en lo absoluto. Más, Leowel caminaba, se dejaba caer sobre la cama, todo su cuarto estaba lleno de papeles, se encontraba demasiado cansado, lo suficiente, como para que sus ojos no puedan leer un párrafo más. Él perdía las esperanzas y se dejaba nublar nuevamente por el escepticismo. —Esto debe tratarse de una mentira… y yo ¡como tonto! Mejor me doy un baño y me acuesto. Habló en voz alta, tanto, como para convencerse a él mismo, más su interior era terco y en minutos de pelea le encerraba. Vuelta tras vuelta, Leowel recorría en círculos, conocía que su madre podría enterarse y negarle su salida; pues, ya estaba castigado ante su descuido. —Porque siempre debo llamar a Viorel, me está molestando qué de todo se entere, ante él me veo un completo ignorante... Pensó antes de tomar su móvil y empezar a marcar. Cada timbre le hacía recordar las ocupaciones correspondientes del castaño, era fácil determinar que estaba en medio de una reunión, pero él siempre le contestaría, nunca hasta ahora, le había negado su apoyo. —Intuía tu llamada. ¿Qué has encontrado Leowel?... ya me imaginaba, escucha no diré que estoy seguro en totalidad, pero tus hipótesis llenan los vacíos que tenía desde temprana edad. Habló Viorel. —Entonces… Dragonell podría ser un mago. Comentó Leowel con duda. —Es peligroso. No vayas si es que no estás preparado; pues, para causar un mal a ti mismo y a quienes te aprecian, mejor quédate en casa. Leowel no evadas mis advertencias, esto no es un juego de niños… La Noche Cósmica es la época más temida por aquellos que ven más allá de la carne, es cuando el Sol se baña de sangre y la luna enseña su lado oscuro. Exclamó Viorel con tono demasiado serio, Leowel quedó callado, tal vez estaba muy dolido por parte de tal subestimación. —Gracias… en verdad me alegra que comprendas y sí Dragonell es un personaje muy misterioso… si… que miedo, pero… eso no me importa, me voy a involucrar porque tengo un fuerte sentimiento por ello… si Viorel, vayamos al grano, hay una ceremonia de por medio, una titulada Catalys, o algo así. Exclamó Leowel apresurado, Viorel sabía que no podía contra la terquedad de su amigo. —¿cuantos días tenemos?. —Es hoy, antes de las siete. Respondió Leowel. Viorel, quién estaba afuera en los pasillos, se dejó caer en el piso, sería una ardua investigación de la cual no podía participar.

—Dragonell necesita de esto al igual que yo, Viorel, sin esa ceremonia no resolveré mi misterio. Rogó Leowel. —Tengo una solución… ve a mi casa, tendrás que hacerlo solo. Ambos jóvenes guardaban sus móviles, estos regresaban a sus respectivas actividades. Viorel, dejando su pensamiento atrás, entró a la reunión con una agradable sonrisa, excusándose con la ronda de profesores ocupados con la organización del cercano evento. Mas, Leowel, tras dar un profundo respiro, bajaba velozmente las escaleras, este se marcharía hacia la casa de Viorel. —¿Quieres que te lleve?, Leowel. Segundos antes de salir, la fémina voz congeló sus pasos, era Christina, quién se acercaba a cerrar la puerta con su mano, era su mirar muy serio, no se creía más mentiras de su hijo. —Déjame ir… en serio no quiero preocuparte mamá. Exclamó Leowel a la vez que tomaba su mano cálidamente, era aquel dulce tono el que convencía a Christina a dejarle marchar hacia el portón, más allá de sus ojos, cuales continuaban con sus pasos, ella se paraba en el umbral, veía a Leowel correr por toda la calle. —No había vuelto a notar aquella mirada… ha pasado tanto tiempo desde que le vi en la cuna. …ahora es de hecho que es él, quién está en vez de Leowel. Temo por su seguridad… Murmuró Christina. En la reunión, el presidente se encontraba con las ideas ausentes, este se centraba en la acción por ocurrir, dudaba en que hubiese sido la mejor solución. Levemente brotaba una sonrisa ocurrida, casi incontenible, era tal como él lo dijo, la mágica Noche había raptado a Leowel.

«Leowel… esto te puede servir… ve a mi casa, dentro de la cuarta habitación de la planta baja, puede estar lo que buscas, pero primero.

Debajo de las ramas de mi enredado árbol están las llaves de una antigua biblioteca, era de mi abuelo. Recuerda, que él me enseñó todo lo que sé; En

fin… Una librería llena de esa clasificación de libros, más hay uno que Te aconsejo ver.»

—Conociendo a Loe, estará camino a mi casa. Pensó el presidente. Y Leowel tomaba impulso, otra vez, saltaba las rejas de los parques, con el fin de cortar camino, llegando así, en pocos minutos frente a la puerta de su amigo. En un pequeño descanso, tras abrir la cerca de la casa, se topó con el viejo árbol de frondosas ramas que sumergían de la corteza y colgaban hasta el piso.

—Aquí estas… Mencionó Leowel, avanzando hacia el verdoso tronco, este introdujo su mano por un pequeño agujero que se formaba en la tierra, ahí una de sus ramas era utilizada como gancho, mismo que tenía el llavero. Con un alegre semblante y una esperanza continua, Leowel se dirigía a abrir la puerta principal comenzando, al cerrarla, la ardua búsqueda. Todas las salas de la planta baja fueron revisadas por el muchacho, ninguna le llevaba hacia la biblioteca descrita. No eran más que dormitorios vacíos, bodegas y entre ellas, su pública biblioteca. Más, sin rendirse, nuevamente regresaba a revisar la cuarta sala. —Viorel es con las instrucciones, como yo soy en la actuación. Exclamó molesto observando el desorden que había armado, no le quedaba más, él jalaba las sillas a lo largo de la sala, su propósito era empezar a ordenar. De repente, una de ellas, dio un sobresalto llamando su atención, este inspeccionaba preocupado que podía ser con lo que tropezó la silla, más solo se encontraba la pesada alfombra y una ligera elevación en esta. Leowel se agachó investigándose de qué se trataba. Pero, fue su asombro al encontrar una cerradura antigua que llevaba a un aparente sótano. —Vaya, no me había percatado, espero se trate de este lugar. Murmuró sin perder la hora, mientras buscaba la llave correcta, la cual una vez puesta, daba paso a levantar la pesada compuerta que mantenía sus pasillos en profunda oscuridad. No era algo que causaba temor en Leowel, este bajó y palpando su camino llegó hasta un fuerte destello, eran unas antorchas que se encendían ante las cercanas pisadas del muchacho. Leowel estaba asombrado ante tal mecanismo, pero no hubo espacio en sus impresiones para lo que estaba a su frente, era la biblioteca tan inmensa y tenía un aspecto algo tétrico, un laboratorio rustico de numerosas perchas, plantas y pócimas que se administraban en extrañas maquinas manuales. Atónito, Leowel se mantenía rodeando con su mirada su alrededor, las ramas de los árboles se incrustaban, descansando en varias partes del piso, cuál era tallado en extrañas letras y dibujos que se unían a las paredes hasta llegar arriba, donde una gran lámpara brillaba con un flamante fuego. Miles de libros se administraban en largas perchas, de diversas y confusas etiquetas, muchos trataban de medicina, astrología, acontecimientos del pasado y del futuro, antropología religiosa, ritos o ceremonias de todo nivel, piscología, entre muchísimas cosas. Leowel caminaba tratando de seguir el mapa mental que tenía en su cabeza, este entró a la cuarta división, allí era un antiguo altar, oculto por telas que

pasaban de extremo a otro. Era el olor a canela y varias lámparas de tenue luz naranja que iluminaban la visión de Leowel.

«…Detrás del altar, busca una caja negra de madera, la única que tiene tallado en su centro, el signo del sol y la luna en pigmento rojo.»

— ¿Pigmento rojo?... ¡esto es sangre!. Exclamó Leowel algo disgustado por el secreto guardado de su amigo, este tomó la rectangular caja y se fue subiendo las escaleras, mismas, que se oscurecían al alejarse. —Se ve tan viejo… ¿Qué tiempo tendrá esto?. Ya sentado sobre el sofá, el muchacho, abría la pesada caja y sacaba con cuidado, unas hojas de papiro que conformaban un gran compendio, apenas podían estar unidas debido a su deplorable estado. Quitando las telas de araña, se disponía a examinar el libro con algo de presura y emoción. Estaba escrito en un latín entendible, por lo que con una sonrisa desafiante se asomaba a revisar en los diversos párrafos, todas las palabras que le podrían enlazar a su respuesta. La enciclopedia tenía millares de hojas, era muy extenso, de raros dibujos y sinnúmero de invocaciones, sacrificios, prácticas y testimonios dichos de tal adoración divina; pues, el nombre de Dios era puesto por todas partes, algo inexplicable para Leowel. «La Magia nacía de Dios; pues Dios es Magia y los

hijos que le alcanzaban con ella, se descubrían a sí mismos como Dioses.» —La magia es un arma de doble filo, es ahí donde se resuelve la ley del libre albedrio. Comentó sin distraerse, aunque interesante estaba la obra, el rostro de Leowel se pintaba de desesperación, pronto era la hora indicada y pronto estaba a terminar el libro sin ninguna respuesta. —Sera… ¿que yo me inventé toda esta historia? …es que ¿por qué pienso que el crio de la Noche, soy yo?. Susurró llenando su cabeza de pesimismo, esa intranquilidad que se adueñaba de sus manos con las cuales continuaban sin siquiera mirar. —Demonios… no puedo creer que teniendo la oportunidad ¡tan cerca!… Leowel clavaba su cabeza en la superficie de las polvosas páginas, apretaba sus puños tratando de ganarle a su impotencia; sin embargo, su seguridad le ayudaba a recuperar su postura, este lentamente mantenía su mirar apenas a unos centímetros del libro, ahí perdiéndose en las borrosas líneas.

«Lunaris Caerimonia D` Catalys»

Y visto esto, los ojos del joven se iluminaron ante la más posible cercanía a su esperada investigación, él leyó detenidamente, metiendo su mirar en cada letra. Lo consiguió, por lo menos estaba seguro que se trataba de aquello. —¡Lo he logrado!. Gritó arrancando descuidadamente la misma hoja, la cual, disculpándose mentalmente con Viorel, se llevó dentro de su bolsillo. Leowel tomó las llaves y corrió apurado al ver de nuevamente la hora. «Hora actual. 6:25 pm» Aún recostado en su escondite, Leowel contemplaba las hermosas flores que tanto Augusto cuidaba, mismas que daban alegría a Cornellia. Este llevaba su pensar a todo lo transcurrido, era de cierto que gran misterio encerraba a Viorel, tan inmenso que no pudo ni notarlo. —¿Sera que Viorel conocía de esto? …no lo creo, conociéndole, se hubiese lanzado él antes que yo. Murmuró a la vez que levantaba aquella hoja, no podía evitar imaginar una y mil formas de aquellos tan misteriosos Catalys. —Puede que en verdad existan… pero, ¿tan poderosos son?. El cielo prontamente oscurecía, Leowel analizaba su situación percatándose que esto no se trataba de un simple juego, era algo muy grave. Y dando vuelta a su cuerpo, llevaba su cara al suave roce del césped. Era que faltaban pocos segundos para las seis y media, aquella hora en la que había deducido que la luminosa lámpara daría la bienvenida a la noche. —Dragonell… un terrible Mago que unido a la fuerza Angelical de los Catalys sería comparable al nivel de las cabezas del Pentaviratum. Susurró. La lámpara comenzaba a encenderse y su corazón se aceleraba presente a la confusión, que tanto se podía conocer él mismo de lo que otros ya saben; sin embargo, un leve movimiento interrumpió los pensamientos de Leowel, era la figura de una mujer, quién había aparecido misteriosamente en medio de todo el jardín. Ella campante caminaba, sin esconderse ni nada, observaba a todos lados, como si buscase a alguien, Leowel intentaba tranquilizarse, una táctica para disminuir su energía con el fin de pasar desapercibido. —Es la Maga, ¿podría ser acaso que mis ojos estén viendo a un Arcano?. Boquiabierta, su pensamiento estaba clavado en tal belleza singular, misma que se cubría de una larga capa oscura que arrastraba por el suelo. —¡Donde estas! …ya es tarde. La mujer dejaba ver su roja cabellera que brillaba ante la luz de la lámpara, cuál era vigilada por sus azules ojos.

No demoró ante su pedido, el abrirse un hueco a su frente, fue por este que bajó, introduciéndose en las entrañas del suelo. Leowel atónito y aún con el temor de ser descubierto, le siguió, bajando tras ella, dejándose caer en la oscuridad profunda, alejándose de la superficie floral, más al bajar, habían escalones de los que parecían ser madera. Era la voz de Dragonell, quién resonaba en la distancia, lo que le obligaba a no detenerse, Leowel avanzaba sin miedo alguno arrimando sus manos a las paredes, ayudándose a no tropezar y fue así, como llegó al aparente final. Donde, no había nada, solo una gran pared de tierra que cubría el paso, no habría manera de seguir hacia adelante. Leowel volvió hacia su única salida, misma en el que fue testigo, de cómo la tierra, se levantaba junto con largas ramas quienes uniéndose, en enlaces, tapaban velozmente toda escapatoria. El muchacho intentó llegar; sin embargo, no pudo, está ya se había cerrado, dejándole solo en el oscuro lugar. Dentro, las tinieblas aumentaban al igual que cierto espasmo, era imposible evitar aquel olor nauseabundo que empezaba a encerrarse, mismo por el cual, Leowel se preguntaba su origen, percatándose al seguirlo que debajo de sus pies, habían cadáveres podridos y desintegrados. —¡No puedo quedarme aquí!. Cerró fuerte sus ojos, apartándose de la imagen vista, temía porque su destino sea de la misma manera. Lentamente levantó sus pies, uno por uno, alejándose, a la vez, que hacia lo posible por mantener la suficiente calma para no nublar sus pensamientos. Subía las escaleras, sintiéndose prisionero en un sector minúsculo, más, este se detuvo, tenía que haber alguna manera, estiró sus manos hacia la terrosa loza, la cual tocó sin dificultad. Leowel quería medir una idea de cuál era el espacio que le rodeaba, así que continuó subiendo las escalinatas a medida que también tocaba el techo. Al llegar al final de la salida, su mano derecha se incrustó en un vacío que formaba un elemento sólido. —Un pasadizo… pensó mientras que su esperanza le animaba a seguir investigando con su tacto, de que se trataba. La ilusión y sensación de sentir la superficie de una aparente escalera al revés, conducía al joven a la acción de dar altos saltos, este concluía que podía aferrarse a la opuesta escalinata y ser conducido a otro lugar, más su sorpresa fue máxima cuando al pasear su mano en uno de los escalones se halló con lo que podría ser la textura de un zapato, misma que al tomarla, alternamente sintió el tacto en su pie.

Leowel conocía teóricamente la hipótesis de las dimensiones y el mundo, pero jamás lo había presenciado tan real, por ello, Leowel dio un gran salto, pensaba en que debía haber un límite, una línea imaginaria que le guiase. Y por ello, suspendido en la nada por leves instantes, Leowel sentía como su cuerpo pasaba la invisible limitación, eso llamado coordenada. Y el muchacho cayó de espaldas al encontrarse flotando de manera invertida, levantándose, algo adolorido, notaba a su alrededor un sendero totalmente diferente al anterior, este tenía ambos caminos contrarios, el que llevaba hacia arriba y el de las entrañas de la tierra. Leowel, sin pensarlo, dio pasos hacia adelante, aún a la distancia se podía escuchar la eufórica charla de la mujer con Dragonell. —¿Me oyes? Mi Señor me habló y su fuego no nos perdonara si llegamos a fallar, es mi mayor preocupación. Aclamó ella a Dragonell. El camino parecía interminable; sin embargo, Leowel avanzaba rápido entre las molestas ramas y cauteloso por la inmensa humedad, solo hasta poder escuchar las fuertes pisadas de su familiar, al igual que su gruesa voz. —Rossana… igual que antes te lo repito, todo nos saldrá bien de acuerdo al viejo plan, necesito de tu paciencia. Respondió con la desinteresada voz, este hombre fue interrumpido nuevamente por ella, su vida, tal como le juró a su Señor, estaba en balanza. —…¿hay de qué preocuparse?. Nadie morirá. Guíate con pasos firmes, no con tus contrarias palabras. Dragonell había hablado, el innato garbo con cuál actuaba, apaciguaba y deleitaba a Rossana, cuanto le apasionaba que las cosas marchen excelentes. Por eso, ella sin más decir, le abrazó y lo besó, continuaba a su lado con una coqueta sonrisa. En cambio, por las calles de la ciudadela, en una de las mansiones, las dos señoritas, ya aburridas de un largo día de estudio, decidían buscar un ameno descanso. —La profesora Dunia nos ha mandado a cantar como pájaros, estoy cansada. Exclamó Cornellia viendo a su amiga, la dueña de la casa, Leena Chassieru, cuál una vez lista, se encaminaban a salir a pasear. —Ya estoy Cornell, mi madre ha salido… por lo que Hugo no nos podrá acompañar, pero ira Gilberto, su hijo. Ojala esto no sea un inconveniente. Le comentaba la castaña a medida que, cerrando la habitación, se dirigían a la sala principal donde el joven muchacho les esperaba para llevarlas al parque botánico.

—Pasaremos primero por Viorel y después por Loe, ¿qué dices? Ellos nos harán compañía… Exclamó Cornellia al sentarse dentro del coche, ella creía que sus amigos habían pasado por tanto trabajo durante estas semanas, que lo mínimo, seria salir a distraerse. Cómo podía negarse, Leena, ante las peticiones de su amiga, basto una feliz mueca, para que aceptase, sabía muy bien que Viorel era un joven amante de la naturaleza por lo que le agradaría ir. —Tú conoces a tu primo, no tengo ningún inconveniente. Susurró Leena, aquella castaña de ojos oliva. Cornellia marcaba a Viorel, cuál no le contestó, aún en sus muchos intentos, más no se rendiría, para ella mejor, le daría una sorpresa. Sin embargo, sus esfuerzos fueron inútiles, Viorel jamás salió de su morada. —Seguro esta con Leowel. Comentó Leena intentando subir el ánimo a la pelinegra que volviendo a sonreír, subió al coche. Empero, la llegada fue en vano, al recibirles Christina, mencionó que su hijo había salido desde temprano, tenía algo importante que hacer, de lo cual no mencionó nada. Cornellia estaba pensativa, pasó y tomó asiento en la sala, no comprendía, ni tenía conocimiento de las cosas que sucedían, pero un mal presentimiento se aferraba a su corazón. Nadie le decía nada y esto la ponía muy tensa; sin embargo, Leena al notar la preocupación de Cornellia, invitó muy animada a Christina para que ella les acompañase. — ¡No puedes negarte! Recuerda que no fuiste a la reunión del Té de mi madre, pasemos la deuda conmigo, ¿sí? Te lo pedimos, por favor. Dijo Leena tomando las manos de Christina, en seguida, su amiga se unió expresándole que debía aprender a relajarse fuera de casa. Ambas se enganchaban del brazo de Christina, esta no tuvo más que aceptar y dejar, al igual que Cornellia, la preocupación de Leowel atrás. —Primo, espero no estés involucrado en grandes problemas. Rogó esta junto a su último pensamiento de inquietud. Mientras tanto, la voz de la seductora Rossana seguía circulando el redondo camino, sonreía orgullosa de sentir como la gloria les abrazaba. Dragonell no decía palabra, no se hallaba entre sus testamentos; pues dentro de su pensar le invadían vacíos, provocados por cabos no atados. Pero, ella continuaba, le disgustaba que pase mucho tiempo callado. —…Hay que aprovechar las oportunidades que nos da el Pentaviratum, nosotros hemos de ganar esta noche, aquella en donde los ojos de los ciegos

son abiertos y la verdad de quién es la luz brota por el aire. Estoy feliz… ya que ayudaremos al crio a descubrir su misterio. Expresó Rossana. —Mi Ross, tanto espere para verte… créeme que yo también estoy feliz, pero he aquí que un presentimiento me asecha. Pensó Dragonell, más al bajar la cabeza y ver su brújula de plata, esta que rotaba inestable, sonrió con un ligero alivio. Y Leowel les seguía de muy cerca, este se ocultaba tras un hilo de luz que instantáneamente nacía a los pasos de los visitantes. Un mecanismo como el del sótano de Viorel. Más, el circular camino había terminado, la luz natural le anunciaba a Leowel que habría tierra firme hacia adelante, pero, la salida se mantenía en la esquina de una amplia cueva, lo que le dificultaba salir a averiguar. El muchacho se sugería a sí mismo, el enorme cuidado que debería de llevar en adelante. Era la entrada a una rustica cueva, la boca del joven se entreabría, admirado, ante el majestuoso altar de plata que se unía con el suelo, ante las ramas y los embudos que llevaban un azuloso líquido, este que se conectaba desde el cáliz hasta arriba, donde un cuerpo se suspendía en el cielo. Era imposible creerlo, una luna se hallaba dentro de una caverna. Ninguna hipótesis llenaba la realidad de Leowel, era un extraño suceso que jamás se imaginó ver. Mas, lento bajaba su mirada, contemplaba pasmado todo el laboratorio alquímico que se sostenía en el área, ollas, hornos, planos y formulas sobraban en el lugar, estas que daban vida a extrañas criaturas; sin embargo, contrastando el feo ambiente, estaba el sagrario, cuya paz, le hizo percatarse de Dragonell, quien vestía sotanas negras y purpuras. —Mi Jerarca que los ancianos le acompañen y los Dioses le escuchen. Exclamó Rossana arrodillándose, ella colocaba en aquellos dedos masculinos, hermosos anillos de valor incalculable, cuales sacó de una caja tras el cáliz. Dragonell caminó hasta el centro de la mesa, tumbó el piso con el báculo que llevaba en su mano izquierda. Esto daba la señal de que la ceremonia estaba por comenzar. —El báculo de Salamandras… Pensó Rossana, tratando de no dejarse llevar por el deseo de tocarlo, este callado era perteneciente a un gran Dios. —Solo los tres Dioses alquimista que crearon a los arcaicos Catalizadores, pueden traerlos o dar la autorización para que lleguen a esta coordenada. Dragonell intuía los pensamientos de Rossana, él levantaba el báculo, como si dividiese la luna en dos. —Mira en que se convierte nuestra unión, somos tú y yo, Ross. Este es el báculo de las Salamandras, perteneciente al gran Noctum, Dios de la sabiduría negra, parte de la triada de “Nocturna”.

Leowel observaba lo acontecido, un ambiente algo colorido rodeaba el altar, este humito que se desplegaba de las maquinas prendidas. Aun cuando muy extraño era todo lo que hacía y se decía, Leowel veía en ellos cierta luz, algo exaltado y celestial, esto que le prendía los ojos, enajenándolo. —Ese altar se ve muy parecido al que en esta hoja tengo. Comentó, veía el arrancado papiro, era solo los sellos debajo del altar los que faltaban. Leowel veía a Rossana sentarse frente al altar, ella cubría el cáliz empezando a orar, sus manos hacían un círculo sobre su vientre, Dragonell le acompañó, era una buena oportunidad para el chico, quién avanzó esconderse bajo una mesa cercana. Desde allí escuchó tres golpes en el piso, este era el bastón cuál trajo con su sonido una ventisca fuerte. Este era el principio de toda la rara ceremonia.

— “Aether, Aer, Ignis, Aqua, Terra. Per Mater Cordis et Pater Sanguis. Invocamos a los regentes de los cinco elementos en el

Nombre de los Dioses creadores.” — Exclamaba Dragonell con reverencia, él se inclinaba y besaba el suelo. Su voz se convertía en una fuerza, eco interminable que se adhería a las paredes y a las ramas que comenzaban a tomar vida, todo ser, era aplastado por el verbo del hombre, causando, al igual en Leowel, una presión sobre sus hombros. Rossana siseaba, danzaba su cuerpo a las frases de Dragonell quién le guiaba a la derecha del sagrario, donde marcaron los puntos cardinales, de estos se formó una cruz que los unía. —Esto representa nuestra unión, la armonía y el amor. Decretó él, junto con la voz de Leowel quienes formaban en su frente una estrella. —Representa al andrógino perfecto. Habló Rossana golpeando con sus manos el piso, era en ese momento que un líquido negro se derramaba por sus piernas siendo absorbida por la tierra la cual se transmutó en una fuente de barro ante el verbo de Dragonell.

—Fons Mare, Fons Male, Fons Vita— Leowel estaba impactado, no quitaba sus ojos del turbio líquido cuyo color era similar a la sangre que se perdía en la profundidad, allí Dragonell se paró y lanzó al aire tres plumas de cóndor.

— Ventus Imber, Ventus Spiritu, Ventus incendium— Dichas estas palabras, se acercó a Rossana a quién agarró de sus manos, sus vistas eran en lo alto y su pensamiento, uno solo. He aquí que sus labios soplaron y todas las velas de la cueva se encendieron. —Flamma Sol, Flamma Female, Flama Astrum—

Así fueron invocados los cuatro elementos del mundo, ellos que creaban una cruz madre, cual gestó en su centro una pequeña circunferencia, era uno de los primeros sellos, representación del Éter y Dios, la unión divina dentro del hombre y la naturaleza. —Esto es increíble… no sé porque aún no muero del asombro. Expresó el joven viendo el candelabro del altar, aquel de siete velas que desprendía luz. Todos contemplaban el fuego, Dragonell fue el primero en avanzar, él tomó una vela, partiendo de la mitad, así mismo hizo Rossana. Ellos dieron pasos uniformes, veintiuno a la derecha y él a la izquierda, ambos derramaban la cera que formaba otro gran circulo, mitad blanco, mitad rojo. Leowel no dejaba de revisar su hoja, pero estaba muy cansado, los sellos y las frases dichas quitaban a los integrantes mucha de su energía. El joven se dejaba acostar e intentando calmarse, meditó por unos minutos.

« “Lunaris Caerimonia D` Catalys”

Arcaica ceremonia originada por la triada de Nocturna. “Los Dioses crearon al hombre y este, evolucionado, tras su auto-realización, como propio a su creador, dieron vida a los Catalizadores, seres semejantes a

ellos, los semi Dioses, las esencias. Era una lágrima de Dios, que dio vida a su corazón…

Seres con el poder de Ángeles y aspecto de humanos, creados para ayudar al soporte energético y espiritual de todos los Seres”.»

El muchacho daba un suspiro, estaba tan cautivado y sensible, sus sentidos a veces volaban de dimensión en dimensión, su imaginación e ideas se unían a sus actos. Y en un abrir y cerrar de ojos, dibujó un triángulo punta arriba, de color azul, este que se posó por encima del de Dragonell, uno punta abajo de color negro. Leowel al verlo, se sorprendió del insospechable poder que tal vez poseía, más entendió que así se representaba el balance de las energías. Todo iba de acuerdo como en el papiro estaba escrito. —Debajo del altar hay un sello, este se llama “el camino de las estrellas” era para aquellos magos antiguos, estos con los que el mundo tomo vida, el único sendero hacia Dios. Murmuró Leowel quién ligeramente se acercaba. Dragonell señalaba una estrella con la fuerza del Báculo, esta se tallaba en el suelo, de cinco puntas pies arriba, justo arriba del segundo circulo, esto trajo consigo otra ola de energía que tumbó y traspasó a Leowel hasta lo más profundo de sí, de donde, una voz familiar pero jamás oída brotó, de donde

una fuerza descomunal salió del joven yendo hacia el altar, allí se posó y una estrella firme creó. La fuerza de las estrellas era tan grande, que desdoblándose se formaron en otros triángulos, estos que se unían a los anteriores, complementándose en estrellas, así en sello tenía dos arriba, dos abajo. —Esta Ceremonia es un pacto alquímico, según lo que leí, para traer a los catalizadores se necesita de la transmutación de espíritu por medio de la materia… del plomo al oro puro. Por ello, la Luna está aquí. Pensó Leowel al ver los sin número de conductos que se unían a ella. La luna iba a quedar como un nuevo recipiente, toda su sangre se estaba perdiendo. —Cuando los Catalys pisen la tierra, la Luna brillara como un Sol. Aclamó Dragonell, su mirar era sostenido en el cáliz, era el destino de la supuesta sangre.

—Ignis Salamandras dejen su inercia viajando al corazón de las infinitas aguas, aquellas que subdividen el mundo. —

Habló Dragonell, quién se paró frente a la fontana y metiendo su báculo, hizo que las salamandras tomasen vida, estas se introducían a lo profundo del oscuro líquido, causando tempestades que creaban hirvientes burbujas, era de allí donde se formaría el paso dimensional. Una lucha de largos minutos donde Rossana ni Leowel sabían que pasaría, fue así hasta que una pequeña grieta sumergió, rompiendo las aguas en dos. Rossana no pudo contener su felicidad, se abalanzó a Dragonell y dándole un beso, le enseñó su obra, seis círculos de blanco resplandeciente surgieron en el sello. —Dos veces tres, la dualidad de la triada… es de cierto que por el amor todo nace, los tres Dioses tienen tres esposas, una cadena, ciclo armónico que se entrega a la humanidad. Exclamó Rossana. De hecho era que la magia abrazaba el alma del joven, este se sentía chiquito ante la inmensidad que podían ver sus ojos, era una pulga delante de la luna que flotaba. ¿Cómo no serlo dentro de la Tierra… y peor en el Cosmos?. Leowel cerraba sus ojos, desviando su mirar de ambos adultos, no faltaría el respeto a la Ceremonia, ni tampoco juzgaría, conocía los propósitos de su tío, este deseaba venganza y el poder del Catalizador. —Los Dioses sabrán porque están a su favor, no me adelantaré, aunque tanto quiera desafiar su sabiduría… ya lo he hecho bastante. Declaró el chico a la vez que volvía al dibujo de la hoja, se percataba de un último círculo, el séptimo. Nada se hablaba de él pero este lo imaginaba.

—El séptimo círculo… es el hijo del hombre, parte Dios, parte humana… la esencia, el Catalizador. Exclamó sin aún voltear su rostro. La silueta de Rossana se entrecruzaba con Dragonell, se contemplaban como a un tesoro anhelado. —Y es aquí… que en presencia de los Dioses, somos una sola carne, tanto debimos pasar. ¡Cuánto te espere y tú me esperaste!. Susurró Rossana al caer sobre su pecho que respiraba rápido, tanta dicha le era para estos sentir su vida palpitar, el verbo de su Padre al hablarles. —El Sol y la Luna se han vuelto a unir, como cuando nació la aurora del sistema Solar. Rossana es aquí, después de décadas y reencarnaciones, que somos uno. Habló Dragonell acariciando su cabello. Grandes burbujas empezaban a flotar sobre todos, eran átomos solares que volaban hasta la luna, tocando su corteza, dándole un brillo incandescente. Era la más exitosa transmutación, el plomo en oro de los alquimistas. —La Luna en Sol. Pensó Leowel al sentir su brillantez, este con su mano temblorosa confirmaba la sabiduría oculta del libro, era cierto y nadie podía mentirle. —…La sangre es el espíritu, es fuego, ella pacta ante Dios; pues, es vida y es Dios. Más ante esta fuente entregaré la cimiente completa de la existencia universal. Gritó Dragonell abriendo sus brazos, sintiendo como la fortaleza le acogía, a la vez que, Rossana lanzaba, de una vasija, un fluido brilloso cuál oro, la mayor ofrenda para Dios, más aun así, Dragonell, con su athame, se cortó y derramó su sangre en el agua, Leowel le siguió, pero aunque no fue cerca de la fuente, su sangre cayo en ella. —Ya ha sido. Murmuró Dragonell cayendo de rodillas, abriendo sus ojos. Y todo iba bien, de acuerdo al plan, empero, Dragonell Jamás espero tal suceso, su valiosa ofrenda no era algo agradada por los Ángeles, contrario, su furia llenaba toda la cueva, no desobedecerían las ordenes que la Noche Cósmica disponía, por ello, si los Catalys debían venir, vendrían. Pero los iluminados castigarían a la pareja por tal sacrilegio. —Ángeles… ¿Qué hacen aquí?. Exclamó Dragonell. —¿Sois Arcanos y no sabéis las leyes?… habéis podido entregar algo aún más puro, esto sirve a lo que sea vuestro crio, ya que lo dejareis morir de hambre. Habló el Divino, lo suficientemente lejos y resplandeciente como para no poderle notar Leowel.

—¿Pero de que nos habla?, lo hemos dado a Dios… ¡nuestro amor!. Gritó Rossana confundida, se arrodillada a la vez que se postraba en tierra. El Ángel nada respondió sobre el dicho de la mujer, pero algo si dijo. “Que sea la voluntad de los altísimos primero, luego vendrá el juicio”. —Y solo quedara uno de ustedes... Terminó el Ángel con su verbo de trompeta, este desaparecía ante los ojos de Dragonell, quién tan confundido volvía a Rossana. —Hemos hecho todo lo que mi Señor nos dijo. Murmuró ella. —No os preocupéis Ross… Habló Dragonell abrazándole, eran sus ojos clavados en Leowel y su escondite, le había encontrado rápidamente. Dragonell no dejaría de lado la ceremonia, pero sí advirtió a Rossana, Leowel estaba cerca y debía tenerlo al margen.

—Deus Pater por tu nombre y voluntad, dame la potestad de trasladar a mi presencia, la fuerza de los Catalizadores. Lo manifiesto y pido en nombre de

Noctum, Logos regente de Nocturna. — Leowel era asustado, levemente ante los verdes ojos de Rossana, retrocedía, paso a paso hasta el límite del sello. Ambos sabían que no podían salir; pues traería la destrucción de la Ceremonia. —Detente niño… Dijo ella casi en silencio y sin moverse; pues conocían todos que no podían hacerlo, al menos Rossana, quien era rodeada de las burbujas ardientes. —Es acaso que los Ángeles han puesto en balanza la vida de mi amado o de Leowel… ¡pero esto es absurdo!. Pensó viendo el adusto rostro del chico, este que le hacía imaginar millón cosas, su ira iba aumentando, misma que crecía ajena a Rossana; pues, era producto de la bestia que dieron a luz, esa llena de odio que se formaba dentro de las entrañas de la tierra. —Mi esposo no puede morir… olvídalo, serás tú el que muera en este instante. Afirmó con fuerte tono. La tierra estaba con la furia de los Ángeles, se notaba en la atmosfera, estos entristecidos sacudían la caverna destruyendo y purificando con el fuego que abría el suelo y corría como lava.

—Piden sangre, una vida por otra vida. Murmuró Dragonell, viéndose toda la Ceremonia por acabada. Él terminó su petición y dando gracias a los Dioses, quedó en silencio. —No entiendo que pasa aquí. Exclamó Leowel viendo la desarmonía del lugar, tanto externo e interno; pues, en su mente, mil chillidos horrendos se asomaban, torturándolo. Estos venían del inframundo como manchas negras que cegaban su corazón inocente, el joven se desubicaba y podía oír dentro de la fontana un gruñido infernal que se levantó glorioso. Tanto temor le dio Leowel que cruzó el sello, fue ahí que todo tuvo su final y la fuente explotó en la cara de la pareja, mismos que volaron a metros. Allí las burbujas cayeron sobre Rossana, quemándola fuertemente, esta solo caminaba ciega y adolorida, sus gritos preocupaban por demás a Dragonell, quién corrió a socorrerla, pero era tarde y estaba muy lejos para evitarlo. La fuente era un enorme hueco sin fin, consumido en la lava y el agua impura donde muy pronto estaría el cuerpo de Rossana. —No Ross…ana ¡Aléjate!... ¡la fuente!. Gritó Dragonell con todas sus fuerzas, pero ella no escuchó y al infinito se abalanzó. Dragonell no podía creer lo que veía, su amada morirá y él no podía salvarla. El equilibro se había destruido, las gotas que conformaban la transformación de la luna, estas que aún seguían subiendo, cayeron hacia la tierra. Incontrolable era la perdida e incontenible sus lágrimas, le había perdido y la Naturaleza junto con los cielos lo habían visto justo, un precio muy alto por su pecado. —¿Quién fue el causante?, ¡mi Ross!… quién te ha herido de esa manera. Bramó Dragonell arañándose, eran sus grises ojos, que de purpura, cambian a rojo. La bestia que gruñía, le poseía pidiendo venganza. Leowel estaba envuelto en una pelea interna, en su mente voces y chillidos incomprensibles se apoderaban de su valor, en esta estaba la imagen de una bestia de tres cabezas que reinaba un mundo de rara gente cubierta de un plasma negro y manchas blancas. El joven no notaba la cercanía de Dragonell. —¡Tú has sido! …no solo dañaste la Ceremonia, sino, que… has acabado con el cuerpo físico de ¡mi Rossana!. Anunció el hombre levantándose contra el chico herido; pues, las ramas le habían azotado y apenas se podía mover. —Eres un crio muy problemático, tú no te das cuenta de las cosas como son en realidad. Levantándolo de la camisa, observó su rostro al cual dio un manotón en la mejilla y un puñete en el estómago.

—¿Me mataras?. Susurró casi sin aliento, al abrir sus ojos. Dragonell contenía su respiración, su misión no era asesinarlo aun cuando la venganza le incitaba y su puño temblaba de impotencia, veía que estaba más muerto que vivo. —No debo… ni…tampoco quiero. Habló con la diplomacia que hacía de Dragonell, su aristocracia, por ende lo tiró contra el piso y dando vuelta, se disponía a luchar contra la bestia maldita, que con odio mandaba a destruir al crio; sin embargo, al calmarse el sentimiento, la voz de Rossana voló por el ambiente, como la brisa, golpeaba la cara del hombre hacia arriba, allí vio, la luna casi en su totalidad pintada de amarillento, poco era lo que faltaba, se decía que cuando esté uniforme, brillará como una explosión, el poderío del sol, este era el único que podía traer al Catalys. Las burbujas de átomos solares habían vuelto a subir, ellas aceptaron el cuerpo lunar de Rossana como ofrenda. Las últimas gotas pintaban la luna, Dragonell no podía ocultar aquella alegría, aun estando totalmente exhausto, corría a ver el báculo del cual se aferró. Eran los cielos abiertos para él y la Noche Cósmica se anunciaba a la puerta del Cosmos. —Ha empezado un nuevo ciclo. Exclamó. El brillante halo dorado que bordeaba la luna, bajaba en seis rayos que alumbraban la cabeza de los dos hombres. —Lo hicimos mi Jerarca. Murmuró Rossana al oído de Dragonell, estas de hecho fueron sus últimas palabras dentro del ritual. La infinita luz creció veloz. Dragonell se levantaba alucinado, no había para él, cosa más importante que aquello que sus ojos veían. Caminaba alrededor del fulgor cegador, repitiéndose mil veces la seguridad de que todo saldría a la perfección, él postró sus piernas a la tierra, cuál se rompía formando grandes agujeros y riscos, besaba de esta, mientras las amenazantes raíces azotaban por los aires. La grieta estaba partiendo la cueva en dos. Dragonell solo sonreía al denotar tanta desgracia, era un proceso indeterminable para su objetivo. Y el laboratorio se desmoronaba, los embudos se rompían sobre Leowel, el cuál pidiendo un auxilio interno, se hallaba plácidamente adormitado. Los rayos del sol iluminaban su frente, pasando esta, hasta llegar a su mente la cual dio a luz a su madre, esta que le miraba con aquella severidad, misma que recibía después de alguna travesura. Tal vez no regresaría a casa esta noche.

Ante la visión, las tinieblas corrían de su lado, recordaba lo necio que había sido durante su vida; sin embargo, ella le abrazaba susurrando a su oído que no todo estaba acabado. —Debes saberlo, has venido por algo, por lo que aún debes vivir…. Leowel abría sus ojos, no entendía que sucedía, pero estaba agradecido con cualquier fuerza divina que le haya regresado a la vida. Este miraba la realeza del Sol, parecía iluminar su camino, enseñándole el rastro que Dragonell había tomado. —No puede… no dejare que lo haga. Se levantó apoyándose de los riscos alrededor, avanzaba arrastrándose hacia el hombre el cuál se hallaba parado frente a un profundo hueco, donde antes se encontraba el sagrario. Este le había oído y sentido. —Que sabes tú sobre el misterio del mal y del bien, siendo un ignorante, ¿te atreves a calificarnos?. Dragonell veía el hueco, y apretaba su bastón. —No necesito saberlo, yo conozco lo asesino y despiadado que eres. Dijo Leowel sin perder el semblante de valentía, su Madre le había dado fuerza. —Eres un valiente sin causa, un arrogante… te sientas a etiquetar sin siquiera darte cuenta, que eres igual. …la Bestia viene de tí y no le entiendes. Recuerda, todos los humanos nacen ignorantes afirmándose que son sabios, nacen ciegos pensando que pueden ver, nacen sordos, convencidos de que pueden escuchar, nacen mudos, asegurándose de que saben hablar y viven cojos, pensando que pueden caminar correctamente a donde, fijos, creen que van por bien. Exclamó Dragonell al darse vuelta, este levantaba el rostro de Leowel con su báculo, golpeando ligero su mejilla. —Son muchos los que piensan como tu… creen que la gloria se la gana con pequeñeces, ahora crees y está solucionado, oras, lees cómo sabiondo y todo esta salvo. Leowel, tú estás perdido. El sol caía sobre los labios de Dragonell, mucho de cierto tenía sus palabras y los Dioses afirmaban su decreto; sin embargo, Leowel se hallaba necio, no quería escucharle, gritaba sin razón, expresando que era una total mentira, siempre seguirá siendo un asesino para él. —…Con la ayuda de un Ángel y de un demonio, el catalizador se levanta. El espíritu y el hombre son el total fundamento. Habló Dragonell, no tenía tiempo que perder, podía ver como un brillo se prendía entre las tinieblas del túnel, estaba seguro que se trataba de los ojos del Catalizador, por lo cual, saltó a su hondura, con su cayado en la mano. Ante aquello, Leowel quedó silencioso, tenía tantas ganas de obtener aquella fortaleza, más no podía moverse, sus ojos estaban a ciegas.

Y entre la bruma, escuchaba los murmullos de Dragonell los cuales afirmaban su propósito, él había obtenido aquel peleado Catalizador. —El bien ha caído. ¿Qué será, sin el Pentaviratum…? …La Noche Cósmica llegó a mi mundo. Susurró Leowel entristecido, escuchaba la suave voz del Catalizador, parecía la de un niño que cantase a Dragonell. —Saba, soy Soe, Catalizador de las esferas de Marte. Expresó. La decepción caía sobre el muchacho, tanto había sufrido. Parecía ser una injusticia por parte de los Grandes, más en esos momentos, su humildad salió de sus entrañas. Afirmaba que por muy malo que tal vez se vea, algo bueno debía de ser, si los Dioses lo permitían. Él cerró sus ojos, sintiendo el ardor del sol, levemente parecía alucinar, la paz le hacía escuchar su nombre, cuál era pronunciado entre la bruma. Leowel seguía el rastro que esta dejaba, avanzaba con sus brazos hacia el lado opuesto donde se encontraba, levemente aquella cándida voz se sentía más cerca, expresaba que abra sus ojos y se encuentre. Leowel siendo obediente a tal voz, lo percató, alguien era a su frente observándole, un brillo de unos ojos inquietantes, cuales hacían palpitar su corazón. Leowel se acercaba al igual que aquel que dejaba ver sus blancas manos con las que apoyaba su andar, este se chocaba con la frente del atónito joven, era un hombre completamente desnudo, de unos veinticinco años. Sus turquesados ojos penetraban los del desconfiado Leowel. El brillo que había divisado se ocultaba en aquella palidez que remplazaba la pupila del Catalizador. — ¿Quién eres tú?. Preguntó el muchacho observando el inusual cabello que aparentaba un violeta grisáceo con mechones bancos. —Soy Noe, Saba. Catalizador protector de las esferas de Mercurio. Dijo este levantándose para estirar la mano del otro, ayudándole a reponerse. Leowel no podía creer, aquel era la tan esperada arma que Dragonell había obtenido, pero Leowel no entendía porque estaba a su frente. Más ante el ruido de las botas de Dragonell, Leowel desvió hacia atrás, allí era él viéndole firme. Y Noe levantó su mano, llamando la atención de Leowel, este le conducía a ver tras la grieta, de donde un pequeño cuerpo salía a brote, su piel era cuál marfil, rubio como el oro y ojos verdes de igual manera que el alto.

—¿Es otro Catalizador?... ¿eso es posible?. Exclamó Leowel arrimándose al risco, observaba como el hermoso niño se acercaba a Dragonell, este había cubierto su desnudez con unas telas que el hombre le había ofrecido. Dragonell sonrió, no prestó atención al semblante del chico, volteó su mirada al Catalizador a cuál, arrodillándose, le cantó una frase.

—Lingua tuum sunt mea... Tibi sunt mea umbra per dies et noctis… Cordis tuum sunt mea…—

El rubio le atendía y más que nada le obedecía, aun cuando su cantico le entristecía, conocía bien que ese era su destino, así era el comportamiento de un hombre en la Tierra, egoísta. Noe visualizaba como los ojos de Soe se apagaban aún más, empero, no se involucraría; pues, sabía las leyes, ambos comprendían que el hombre quería incrementar sus fuerzas, no interesaba lo que pensaría ni necesitaría el niño. Sería un problema para Dragonell que este se opusiera, o cree una vida con la parte humana que residía en el Catalizador. Por ello, ató todo su poder envolviéndolo en su verbo hipnótico para que haga caso, solo a su palabra y propósito. Soe aceptó volviendo su mirada al frente, viendo a Noe, quién se hallaba alado de Leowel. Dragonell daba señal al Catalizador, se marcharía tras el paso del mismo, quién volviendo a Noe le tiro una de sus capas para que cubra su cuerpo. —Gracias… muy amable. Exclamó Noe sin problema alguno. —¿No le va a detener? Él es una persona muy mala. Comentó Leowel al ver la inmovilidad del Catalizador, este volvió hacia él, le preguntaba con una sonrisa, alejada de toda bondad y de toda maldad, a donde quería que le lleve. Leowel, pedía de favor que le lleve a casa, era tanto el desfallecimiento que ni siquiera podía decirle su dirección. Noe asintió, bastaba con ver sus ojos para presentar, en su mente, la vida del joven por completo. Él sabía que calles tomar, donde ir, conocía quién era su madre y como debería hablarle. Y Noe resurgía entre los arbustos del jardín de Dragonell, acostaba el cuerpo de Leowel con el fin de curar sus heridas, más él respiraba de la atmosfera tan pesada en la que se desenvolvía el hombre, este observaba las estrellas, aliviado, más que sea, le habían vuelto a acompañar en su viaje. —He aquí, estoy con los humanos… pero los ellos están con esa criatura infernal, a la que otra vez, la Noche Cósmica acoge. Noe colocaba sus manos a unos centímetros de la piel de Leowel, se concentraba en su latir y absorbiendo, como esporas, le libró de sus graves heridas. —Creo que ahí está mejor. Dijo a Leowel quién aún mantenía sus ojos abiertos, Noe le cargó sobre su hombro.

Este caminaba a lo largo del jardín hasta abrir calmadamente la puerta de la cerca y retirarse a las calles. Leowel miraba a su frente, visualizaba la casa del familiar, parece estar sin nadie dentro, más ante sus ilusorias ideas, el recorrer de una persona por el césped, llamaba su atención, borrosamente podía ver a Viorel sentarse en el prado, observando cómo se retiraba. El reloj de Leowel marcaba las once y más, poco para llegar a media noche. Noe caminaba por las diferentes calles, no se encontraba lejos de la casa. Los carros circulaban de un lugar a otro, entrando y saliendo de sus garajes. Noe se detenía a pensar, un momento en el que vaciaba su cabeza de todos los ruidos cercanos, un trance que duro poco; pues, una luz intensa le prevenía con un chillido estruendo. Noe se encontraba en media calle. — ¡Debe detenerse, lo va y nos va a matar!. Gritaba un joven volteando su rostro hacia el frente, notando la tranquilidad del alto, quién en segundos podría ser atropellado. —¡Deténgase ahora!. Tomó el volante y estiró su pie para aplastar el freno. El automóvil se detuvo apenas a unos centímetros del extraño alto, el cuál fue observado por todos dentro del carro. Christina conducía el auto, esta, preocupada, evadió a Gilbert y se encaminó, velozmente a verlo. El alto seguía observando el carro, no movía un musculo. Esto le trasmitía a las personas de adentro, un ambiente inusual, lleno de zozobra, más no para Christina, quién bajó apresurada hasta el misterioso, él la reconoció al instante. Y levantando la mano, como un saludo, le llamó por su nombre; sin embargo, los ojos de Christina le respondían con desconfianza, no le conocía. —Hola Christina, he traído a Leowel, no os preocupéis, está muy bien, la aventura no nos ha matado. Expresó con amable sonrisa. Christina, sin miedo, acarició el rostro de su hijo, eran ciertas las palabras de Noe, nada tenía, pero muy sucio estaba. — ¿Quién eres tú y de donde traes a Leowel?. Dijo ella muy seria hacia el rostro inexpresivo del alto. Ella le exigía que le diese al joven, deseaba que llegue a su casa, más este se negó dando un paso hacia atrás. Los ojos del alto dejaban vacíos en la mente de Christina.

—Tía Christina está hablando con él, no creo que sea peligroso. Susurró Cornellia a su amiga Leena, quién asustada le tomaba de la mano para que no salga, pero su primo se encontraba en mal estado y eso no la detendría. Tras las advertencias de Gilbert, Cornellia llegó hacia el alto quién la recibió de la misma manera que Christina, Noe, ya sabía de quién se trataba. —Que linda te ves esta noche, Cornellia. Habló Noe. Desde el automóvil, Leena se asomaba junto con su guardián, se preguntaba que pudo haber causado el estado de Leowel. —Soy Noe, acabo de llegar a Rumania. Leowel me recibió, fue grato, pero… no era un lugar seguro donde nos encontramos, escapamos, pero igual, la tierra se desprendió, todo se vino abajo. Respondió el alto con tono convincente, esto dejo boquiabierta a ambas chicas, que sin más y con el debido pedido a Leena, llevaron a Noe a la casa. —¿Dónde vives?. Preguntó Cornellia. —Es la casa de Leowel, mi casa. Dijo mientras miraba a Christina, ella solo asintió, nada quería reprocharle, pronto hablarían sobre ello. Todos estaban dentro del carro, Leowel estaba en las piernas de Christina cuál enfrente tenia a Noe que se encontraba en medio de Leena y Cornellia. El Catalizador se hundía en los ojos de Christina, era de hecho que para él, estos tenían un aire de misterio. —¿Se han divertido?. —¿Por qué lo dice?. Respondió Christina a la defensiva. —Pues, están muy cansadas, ellas lo están. Afirmó Noe al girar y ver a Cornellia adormitada, igual, aparentemente que Leena. —¿Que vienes a hacer aquí?. Preguntó, tratando de ser amable. —Es ahora que dos serpientes vendrán al mundo, una buena otra mala y ellas tomaran carne en la Tierra. Respondió Noe, más, las extrañas palabras, dejaron en asombro a Christina, quién chocaba mirada con él. —Vine porque… Leowel me llamo, me necesita. Terminó el alto, a la vez que sus ojos bajaban hacia el piso, se encontraba algo extrañado ante el semblante de la mujer, por ello, quedó en silencio ante sus demás preguntas. Y la mujer bajaba del carro, abría las puertas de su casa a aquel extraño, cuál de inmediato, como visita, entró en sala principal, esta, luego de acostar a su hijo, bajó a acompañarle, más cuando entró, no le halló sentado, eran los ojos del Catalizador clavado en un gran cuadro que se colgaba arriba de la chimenea.

—Christina… La voz del joven trajo la atención de esta. —Por alguna razón… no puedo leer sus pensamientos. La impresión de la mujer hacia la seriedad de Noe se dio a notar, esta retrocedía algo dudosa, tenía temor de que aquel extraño presente alguna amenaza. —No se asuste… no vengo hacerle daño, no es mi sentir… Nosotros no somos diferentes, vivimos, amamos, anhelamos y también sufrimos, mucho, nuestros creadores nos hicieron a su semejanza en sentir, misericordia y habilidad. Mi mente puede escuchar todo y saber todo con solo ver los ojos del mundo. Noe dejaba caer sus dedos sobre aquella pintura, era esta la que le traía un viejo sentimiento y una leve sonrisa. Más ella parecía no comprenderle y Noe denotaba su disgusto, aún con sus palabras de paz, esta no lo quería cerca. No le daba importancia a sus dichas habilidades, tal vez no le creía. Noe le sonreía, quizás no necesitaba leer sus pensamientos; pues estos se plasmaban en sus ojos. —Christina…. Dijo este haciendo que la otra salga de la habitación, no quería saber nada de aquel. No hasta que le diga quién era, más Noe no le respondería algo que ella sabía muy bien.

Mundo de Yesod

Coordenada Eterica

Reino de Holloween

1247 D.C –Fecha humana.-

La lanza de Longinus había desaparecido y no era con la Logia

Negra que estaba, era por ello, que estos estaban furiosos,

todos sus planes habían perdido su cauce.

«Y así será que cuando la Tierra se encuentre al filo de la

navaja, cerca de ser devorada por el abismo.

Dios mandara a sus Ángeles para dar Temperancia con sus

coros y a los Dioses de los cielos a luchar para salvarla.»

Y así cuenta la historia.

Del absoluto brotó una luz, de infinito resplandor, pureza y

amor. A Él le fue encomendada una misión.

―Ellos son unidad… pero solo uno se hará responsable.

Lucium es la ciencia del bien y el bien también es Luz. Habló

un Arcángel que del Sol provenía.

Fue Lucium, quién había arrancado de las humanos manos la

poderosa Lanza, esta que se depositó en un Templo sagrado

al cuidado de uno de sus fieles discípulos, Aléne Holloween.

La lanza estaría en su Pueblo hasta que esta se termine de

purificar y restaurar, una vez hecho, Aléne debía enterrarla

en la tierra.

―Tanto amor falta al humano… Habló Aléne, quién veía

los abatimientos de la Tierra abrazada por el mal, no les daría

la Lanza, el mundo físico no le comprenderá.

Pero no fue mucho para que la Lanza pidiera ser enterrada,

Aléne, a mitad de noche, salió, obedeciendo al Dios Lucium,

la dejo bajo las entrañas de su Castillo, en la Tierra de Jesod,

una coordenada más alta que la física, que Malchutl.

Y aun así, ellos, seres cercanos a Dios, no le entendieron.

―He de deciros hermanos, vosotros sois para los Ángeles

como la tiniebla de tinieblas, así como para vosotros sois los

humanoides de la hermana Terra. Exclamó Aléne con dolor, a

la vez que observaba asombrado como de la Lanza, una débil

lágrima resbalaba desde su punta, Aléne le contemplaba,

intentando comprender lo que sucedía.

―Lanza, objeto bendito de conciencia propia, corazón

que circula la sangre del Crestos, he entendido. Tú, bajas, tal

como Dios baja a los mundos y dimensiones, disminuyendo su

poder y gracia para no destruir con su inmensidad al hombre,

sino al contrario, protegerle y permitir su alcance. Así la lanza

también lo ha hecho.

La inferioridad del Reino de Holloween había creado en ella,

la imperfección, con el fin de adaptar su fuerza al nivel de ese

mundo.

Y de la Lanza brotó una lágrima, esta se transmutó en una

pequeña y valiosa Daga, mismas que se guardaron durante

décadas dentro del Templo, entre las murallas del Reino de

Holloween en Jesod.

Desde entonces, el lugar germinó en sus frutos y habitantes,

el amor, la fe y la paz cual parecía jamás se desmoronaría.

Continuara…