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La Moral Masonica

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Plancha de Trabajos · Respetable Logia MEDIODÍA nº 66 (GLSE) en los V:.V:. de Sevilla

(España)

LA MORAL MASÓNICA: PROPUESTA PARA UNA ACTUALIDAD CONSTANTE

Con el presente trabajo no se pretende hacer un ensayo sobre Etica y Moral, de cuyas cuestiones casi todo está escrito por autores infinitamente más capacitados. No se trata, por tanto, de establecer un cuerpo de premisas filosóficas ni de alcanzar definiciones ontológicas, sino de ofrecer un punto de vista particular – y por tanto relativo – respecto de un concepto de extraordinaria importancia para el devenir masónico. Para ello, se hace necesario reconocer desde este punto de partida, que siempre consideré una incongruencia que nuestra actual Obediencia reconozca que un francmasón pueda ser ateo o viceversa, y que contemplé que esta posibilidad - establecida programáticamente - buscaba contemporizar con lo intemporal y crear un marchamo de distinción respecto de otras alternativas obedenciales. Desde esta perspectiva, debo señalar que el Ser Moral y el Ser Creyente, han significado, para este burilador, el anverso y el reverso del Francmasón, y que ambas facetas, indisolublemente unidas, eran imprescindibles para afrontar la vía iniciática que nos hemos comprometido a recorrer. De este modo, se puede afirmar que nuestra Obediencia parece reconocer como objetivo de la vía masónica y lugar de confluencia entre Tradición y Modernidad, la consumación del Ser Moral o dicho de otro modo: la

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consecución de la perfecta ciudadanía, pues alcanzar esta meta es una actitud perfectamente compatible para el creyente y para el ateo, configurando dicha meta como un punto de encuentro para cimentar una sociedad ideal donde impere definitivamente la Verdad y la Justicia, creada por individuos educados en los valores de la Masonería. Pero esta interpretación nunca me ha convencido, ya que considero que la Moral es un elemento, una herramienta, una faceta, y no un fin en sí misma, y que las lecciones morales están mejor articuladas en el seno de las religiones o más adecuadamente interpretadas desde innumerables foros de la sociedad civil actual. La Moral debe ser útil, como la cualidad de Creyente, pero el francmasón no tiene porque ser necesariamente el resultado de la adición de los elementos que le contienen, porque el francmasón es un ser libre, al cual sólo le vincula su propio compromiso. Es decir: no pretendo ser un ciudadano políticamente correcto, sino que debo ser políticamente correcto para poder acercarme al abstracto mundo de las verdades intangibles que, en mi caso, se trataría del conocimiento de Dios y, en definitiva, de la esencia que nos vincula a todos los seres de la Creación. No obstante, a pesar de las vacilaciones que siempre me han producido las grandes declaraciones programáticas, en las que habitualmente suelo percibir más intensos matices de oportunidad que de coherencia, debo reconocer un posible error personal de enfoque que se hizo palpable cuando las cuestiones generales se redujeron a cuestiones concretas y particulares, es decir, cuando el programa se difumina y se enfoca al individuo. De este modo, entiendo que es admisible que un ateo sea una persona espiritual, y que la práctica de la virtudes morales no sea para él un instrumento que le acerque a Dios sino, igualmente, a un

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mundo de verdades intangibles que no se encuentre presidido por la divinidad, un mundo tan abstracto como el mío, un ámbito de ingeniería espiritual tan sólido como el que pretendo para mí mismo. Desde esta perspectiva, no sería un objetivo, para ninguno de ambos la consecución de la carta de la perfecta ciudadanía moral, sino que ésta sería un medio imprescindible para alcanzar fines más elevados y, en suma, para reforzar la incesante búsqueda de las esencias que explican y religan a toda la humana condición. Es muy posible que pueda decirse tras lo afirmado, que éste es un punto de vista “andersoniano”, contemporáneo y ajeno a la Tradición, pero quien invoque tales argumentos olvida que el pensamiento universal deber servir, justo para eso: para el universo, y que más allá del chovinista mundo occidental existe una realidad más antigua que nuestro propio pensamiento humanista de raíces hebraicas; más vetusta que la “Etica Nicomaquea” de Aristóteles o que el “Tratado Teológico-Político“ de Spinoza , una evidencia perfectamente articulada y válida para millones de seres humanos, y que conforma un legado de indiscutible grandeza creado en torno al Budismo y a la filosofía Zen. Tal vez las sabias palabras compiladas por el maestro Li Chi (s. IX) en uno de los textos capitales del Budismo Zen, el “Rinzai-roku”, para explicar el “Ku” o vacío, sean más reveladoras que mi propia disertación, al señalar que éste “supone la adquisición y dominio de la lógica de las cosas para inmediatamente liberarse de ellas”; y asimismo, como colofón de dicho dominio del “Ku”, llega a afirmar que “cuando encuentres al Buddha, mátalo”. Por tanto, no se trata de ser “andersoniano” o “tradicionalista”, sino un ciudadano del mundo que

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reclama su derecho a razonar en libertad y asomarse a otras fronteras del pensamiento. Si la condición de francmasón se anuda invariablemente a la condición de creyente, como requisito “sine qua non”, jamás podríamos admitir entre nosotros a un budista o a un iniciado Zen, y los menciono por ser clamorosos ejemplos, pues dudo que a estas alturas nadie tenga el valor de afirmar que dichos individuos carecen de vida espiritual. La Cadena de Unión que nos une al resto de la Humanidad habría de quedar rota y no se podría predicar de la Masonería su carácter universalista. Sagrada es toda labor que ofrezca la oportunidad para el perfeccionamiento propio y el servicio al prójimo. Aún más, en este sentido, creo que es posible afirmar que el punto de vista expuesto es “tradicional”, por “universal”, pues parece claro que la Tradición no es un patrimonio exclusivo de Occidente, y si bien es cierto que la línea recta abarca la distancia más corta entre dos puntos, también es factible afirmar que cuanto más se expanda mi mente, mejor situado estará mi “axis mundi”. Si a Gaspar Hauser le hubieran dado a elegir entre la libertad y un suculento plato de comida, sin duda alguna habría elegido un buen almuerzo. Cuestión diferente, es que se pretendan contemplar las virtudes morales como un catálogo de logros constitucionales de la sociedad moderna, alcanzado y desarrollado a partir de la “Declaración de los Derecho del Ciudadano”, del “Tratado sobre la Tolerancia” de Voltaire, y de los principios que inspiraron la Revolución Francesa de 1789, pues ello supone olvidar sus orígenes místicos o religiosos que, finalmente, han inspirado el articulado moral de las sociedades. En tal sentido, no creo que sea de recibo afirmar que exista un “moral contemporánea”, sino más bien, una

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“interpretación contemporánea” de la Moral que fue creada originalmente, como vía de ascesis y reservada para quienes estaban destinados a tratar con Lo Sagrado, para servir posteriormente como elemento de cohesión y convivencia de las diferentes sociedades humanas. El asceta, el iniciado, ejercitaba los valores morales como herramienta para acceder a un plano místico, a un contacto con lo numinoso, pero estos valores no eran compartidos, inicialmente, por los miembros de las sociedades de las cuales formaba parte. Dichos valores de “unos pocos” se extienden y suavizan con las creencias religiosas que los albergan y, finalmente, se incorporan a los cuerpos legislativos: pero por este orden. Si el francmasón quiere volver a encontrar la “Palabra Perdida”, debe retornar a sus orígenes, asumiendo que los valores morales que inspiran la Orden, están creados con un sentido primigenio que debemos rescatar y, una vez asumidos, acudir a la sociedad mostrando nuestro ejemplo, retomando incesantemente, en suma, el legado vital de los “Maestros Olvidados”. Recordemos en este punto, las palabras que el filósofo y poeta sufí Al-Gazzali (1.058 -1111) vertiera en su obra “La Alquimia de la Felicidad” (Ibya-ul-ulum - Capíts. I y II): “Los auténticos santos saben que aquél que no domina sus apetitos no merece ser llamado hombre, y que el auténtico musulmán es aquel que acepta alegremente los límites que la Ley impone”. “Para mantener esta guerra espiritual, gracias a la cual se puede obtener el conocimiento de uno mismo y de Dios, podemos imaginar el cuerpo como un reino, el alma como un rey, y los distintos sentidos y facultades como su ejército … La más alta facultad del hombre es la razón, que le

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capacita para la contemplación de Dios; si ésta domina en él, a su muerte deja tras de sí todas sus tendencias hacia la pasión y el resentimiento, y resulta capaz de asociarse con los ángeles … Pero cuando la pasión y el resentimiento dominan a la razón, inevitablemente sobreviene la ruina del alma”. Retrocedamos en el tiempo, y recordemos el tercer sermón pronunciado por el Buddha (563- 483 a.C.), llamado el “Discurso sobre el Fuego”, y que la tradición compila en el Mahavagga (1.21): “Todas las cosas, oh Bhikkhus, arden. Y ¿cuáles, oh Bhikkus, son todas esas cosas que arden? El ojo arde, las formas arden, la conciencia ocular arde, arden las impresiones recibidas por el ojo; y cualquier sensación – agradable, desagradable o neutra – se origina en las impresiones recibidas por el ojo, y también arde. Y, ¿con qué arden todas estas cosas? Digo yo que con el fuego de la lujuria, del resentimiento, con el fuego del embeleso; arden con el nacimiento, la vejez y la muerte, la lamentación, la miseria, la pena y la desesperación. Y así con las orejas, la nariz, y en el caso del tacto. La mente también arde, los pensamientos arden; y la conciencia mental y las impresiones recibidas por la mente y las sensaciones que surgen de las impresiones que recibe la mente: esas también arden. Y viendo esto, oh Bhikkhus, el verdadero discípulo siente disgusto por el ojo, por las formas, por la conciencia ocular, por las impresiones recibidas por el ojo y por las sensaciones que de allí surgen; y por el oído, la nariz y la lengua y por el sentido del tacto, y por la mente y por los pensamientos y la conciencia mental, las impresiones y las

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sensaciones. Y así se despoja del deseo, y de allí que se ve liberado, toma conocimiento de que se ha liberado, y sabe que las transformaciones se han acabado, que ha vivido la vida pura, que ha hecho lo que le correspondía hacer y que se ha desprendido para siempre de la mortalidad” Retrocedamos aún más, y observemos los ritos de iniciación chamánica practicados por los Buriatos en el Círculo Polar Artico, según las investigaciones de Changalov y Pozdeneyev, recogidas por Mircea Eliade en su obra “El Chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis” (Capít. IV): “Durante el acto de purificación, el Chamán Maestro declara al iniciado: “Cuando un pobre necesite de ti, pídele poco y toma lo que te dé. Piensa en los pobres, ayúdalos y ruega al Dios que los proteja contra los malos espíritus y sus poderes. Cuando un rico te llame no le pidas mucho por tus servicios. Si un rico y un pobre te llaman a la vez, ve primero a casa del pobre y luego a la del rico”. El aprendiz promete seguir las reglas y repite la plegaria que dijo el Maestro”. Y señala más adelante que “a veces este conjunto de prácticas y de ideas religiosas parece estar en relación con el mito de una época antigua, en que las comunicaciones entre el Cielo y la Tierra eran mucho más fáciles. Desde este punto de vista, la experiencia chamánica equivale a una restauración de ese tiempo mítico primordial y el chamán aparece como un ser privilegiado que recupera, personalmente, la condición dichosa de la humanidad en la aurora de los tiempos”. Entre el primer texto elegido y la experiencia que relata el tercero, puede haber unos dos mil seiscientos años de

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diferencia, y en ambos podemos observar que los valores morales tienen utilidad para alcanzar un fin superior, que puede ser un acceso místico o el “arahatta”; que ese ejercicio moral estaba reservado para los iniciados para: “el verdadero musulmán”, “el verdadero discípulo” o “el aprendiz” y, finalmente, que dichos valores no son un fin en sí mismos. La moral masónica, no tiene otro sentido que el expuesto, y de las muchas definiciones que la Masonería ha recibido a lo largo de su historia, siempre me ha parecido especialmente elocuente la formulada por el gran Albert Pike en su obra “Moral y Dogma”: “La Masonería es la subyugación de lo humano por lo divino en el hombre; el vencimiento de los apetitos y pasiones por la razón y el sentido moral; un continuo esfuerzo, lucha y guerra de lo espiritual contra lo material y sensual. Cuando el luchador logra la victoria y coronado de laureles descansa sobre su escudo, goza del verdadero Santo Imperio”. Salta a la vista el enorme parecido que presenta esta definición, respecto de los textos anteriormente contemplados, y no puede ahora extrañarnos, que unas líneas más arriba se haya aludido a un necesario retorno hacia el sentido original de nuestro oficio, pues parece claro que la moralidad es un portal, y todos sabemos que en el simbolismo masónico la indagación está más allá del portal. La moralidad es un sendero, y quienes lo siguen deben recibir su recompensa más allá de la religión ética, conduciendo sus pasos necesariamente hacia un horizonte espiritual, sea cual fuere pues, sin duda, éste debe ser contemplado con el prisma de la tolerancia y la estimación fraternal que consagra el grado 15º de nuestro rito.

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Las reglas de la conducta son tan absolutas e invariables como las reglas geométricas y, por tanto, su actualidad es constante; pero la moralidad no basta, pues un individuo que sea a la vez moral y mezquino, casto y cruel, justo sin caridad, veraz y avariento, honrado pero opresivo, se convierte en un malhechor del bien. La rectitud es insufrible si le acompaña la tristeza, la pureza carece de sentido sin la piedad, la justicia rígida y estrecha resulta imposible de ser aplicada sin misericordia. La Masonería proclama la libertad de pensamiento, la claridad de entendimiento, el ejercicio de la inteligencia y la amplitud de miras, y nos invita al sano ejercicio de la ponderación y la alegría, de modo que nuestras mentes se embellezcan con los tesoros que descubrimos serenamente alojados a lo largo de nuestro viaje iniciático. De este modo, se nos ofrecen nuevas proporciones y perspectivas, y se nos muestra la insignificancia de tantas cosas que atormentan a nuestros semejantes, dotando a las virtudes de la sencillez y de la humildad del alto valor esencial que en sí contienen, para la construcción del carácter. La propuesta moral masónica bien puede ser contemplada como una recta conducta fundada en la valía moral, iluminada por la verdad, enfervorizada por un gentil espíritu fraternal, enternecida por la belleza, ocupada en el servicio de las mejores causas, alegre al tiempo que reverente y juiciosa, báculo de nuestra búsqueda espiritual. Finalmente, recordemos las acertadas palabras que el Vh.·. John Fort Newton vierte en su obra “La Religión de la Masonería” (Capít. II): “La idea básica de la Masonería es que el orden moral, como el mundo físico es un reino de ley, orden y belleza en el que la obediencia es libertad y estabilidad. Sobre este

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hecho levanta la Masonería su noble y hermoso emblema de la vida humana en todos los aspectos. La Logia simboliza el mundo en que el hombre vive sobre un tablero de noches y días, de alegrías y tristezas, arqueado por el firmamento, y en el centro un altar de promesa y plegaria. De la propia suerte, la iniciación es nuestro nacimiento de las tinieblas de la ignorancia a la luz de la fe moral y espiritual, de un mundo meramente físico a un mundo moralmente humano. En el primer grado aprendemos la moral y la caridad, que siempre han de estar unidas; y si se nos juzga dignos, pasamos después al segundo grado, como si dijéramos de la juventud a la virilidad, con más amplio conocimiento y más graves responsabilidades; y finalmente, si somos íntegros y valerosos, descubrimos en el tercer grado que aunque vivimos en el tiempo somos ciudadanos de la eternidad. El propósito de la Masonería es ayudar a sus hijos a tener más claro el concepto de sus deberes con Dios y con sus semejantes, mediante un sistema de misticismo moral, que promueve el necesario ejercicio de sus facultades espirituales. Le invita a refinar y enaltecer su conducta en la servicial práctica de la fraternidad, dejando que cada cual añada a sus certezas cuantos adornos le parezcan buenos, verdaderos y bellos, teniendo por lema el debido respeto a las creencias, opiniones e ideales de sus semejantes”.

He dicho. G.V.D. -Maestro Masón

En los VV.·. de Sevilla, a 11 de Siwan de 6008 (VL.·.)