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La música de Paul

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Voy a dejar de hablar de mi familia, para contar sobremi amigo Paul.

Al día siguiente de haberlo encontrado en la playa,resolví visitarlo. ¡Tenía que devolverle la caja de música!

No me costó mucho averiguar, entre los pescadores,cuál era su casa.

-La que tiene en el frente dos palmeras enanas llenasde pipas amarillas- me dijo uno.

-¡Hey, Rigo! -me advirtió otro- Cuidado con el hombreese, está medio loco.

Toqué a la puerta y enseguida salió él.

-¿Qué desea? -me preguntó.

-Es que... creo que dejó abandonada esta caja en laplaya. ¿Verdad que es suya?

¡ Qué ganas tenía de que me dijera que no! Pero latomó en sus manos y se le pusieron los ojos llenos deagua, creí que iba a llorar.

-Sí, es mía, gracias -y se la llevó hacia el interior de lacasa, caminando despacio.

Yo suspiré hondo y a la par se me salió un: "¡ay, quélástima!" Porque la verdad es que me dolía que la cajade música tuviera dueño.

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Regresó y me invitó a pasar asu casa. Luego me ofreció unvaso de agua de coco.

-Bébala, está muy fresca -merecomendó-. Acabo de abrirunos cocos de estas palmerasenanas.

Me la bebí de un tirón porquetenía mucha sed.

-¿Cómo se llama usted?-quise saber.

-Paul, que quiere decir Pabloen español.

Él nació en un país que sellama Alemania y llegó a estaplaya de Barco Quebradopara descansar unos meses,pues perdió a su esposa ytambién perdió su salud.

-Y además su caja de música-le dije con una sonrisapequeña.

Me contó que tenía unaenfermedad y que no leapetecía comer nada; sóloquería estar acostado y con

los ojos cerrados. Yoconozco esa enfermedad,se llama "tristeza", pero no

se lo dije.

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Después de conversar un rato, cogió de una mesa unlibro lleno de mapas de colores y me mostró dóndequeda Barco Quebrado, y luego me enseñó su país, queestá como a una cuarta de distancia de donde vivimosnosotros. Bueno... midiendo con su mano grande yhuesuda en el mapa. Pero esa cuarta equivale amuchísimos kilómetros, y hay que cruzar un mar, comomil veces el de Barco Quebrado, donde nadan ballenasenormes y por el que navegan barcos gigantescos, quellevan banderas de diferentes países.

Finalmente el señor Paul se levantó y colocó el librode nuevo sobre la mesa. Caminaba despaciomientras sonaban sus sandalias a medio amarrar:chas, chas, chas.

Encima de otra mesa había una foto de una señora muybonita y otra de una chiquita con el pelo amarillo, igualal color del maíz con que abuela amasa las tortillas.Como yo miré y miré las fotos por mucho rato, él medijo:

-Mi esposa se llamaba Isolde, hace unos meses quemurió. La niña se llama Gretel. Creció y ya es unamujer; ahora vive en Alemania.

Pasó un rato en que ninguno de los dos hablamos.Luego preguntó mi nombre.

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-Me llamo Rodrigo, pero me dicen Rigo, es más fácil,¿verdad? Y mi perro se llama Chori, que viene dechorizo, porque se parece a un chorizo, o a un perrosalchicha, ¿lo ve, que es bien largo? Como le cortaronel rabo, pues también le acorté el nombre... Y miabuela se llama Beatriz, y mis hermanas Inés y Leonor,y tengo una tortuga verde que se llama Juana, usaanteojos de sol con una visera pegada, y viene avisitarme todas las noches, cuando sueño, y ...

-Basta de hablar, Rigo, basta ya. Hasta luego y graciaspor la caja de música.

Me levanté de un salto, pues me pareció que el señorPaul estaba bravo. Salí de la casa y le dije adiós sinmirarlo. Afuera me esperaba Chori, y apenas me vio sepuso a mover el rabo con alegría.

Abuela y mis hermanas querían saber quién era aquelhombre.

-Se llama Paul. Es de un país llamado Alemania, quequeda en el mapa a una cuarta de Barco Quebrado.Siempre usa sandalias flojas, a medio amarrar, y perdióla salud porque se le murió la esposa. Tiene una hijalinda que se llama Gretel. No le gusta que uno hablemucho. Bebe agua de coco y padece de tristeza; no sési tiene dientes porque nunca se ríe.

Abuela me preguntó si le había devuelto la caja demúsica.

-Sí, abuela, pero, ¡qué lástima!... sonaba tan bonito.

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-Eso se llama honradez -dijo ella-. Y aunque ustedescasi no tengan padre y casi no tengan madre, tienenuna abuela muy honrada, sí señor.

-Casi honrada, abuela -le dije-. El otro día casi se robalos huevos que empollaba la gallina de doña Lelo.

Abuela se puso seria y triste. Comenzó a hablar delhambre, de la necesidad, de las cuatro bocas quealimentar.

-Bueno, abuela, no sufra. La verdad es que no se lospudo robar porque doña Lelo llegó antes que usted arecogerlos. Pero todos sabemos que usted es muyhonrada.

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Además de Chori, tengo una amiga que casi nadieconoce: es mi tortuga Juana, que me visita cada vezque sueño. Cuando estoy solo me lleva a pasear porencima de las olas y siento la espuma haciéndomecosquillas en la planta de los pies.

Juana es de un color verde con tonos azules y dorados.Nunca se quita los anteojos de sol, que tienen arosblancos y la visera pegada, iguales a los que yo desearíatener. Cada vez que entra en mi sueño me los ofrece,pero ella los necesita más que yo.

Me gusta montarme en su caparazón y salir a paseardurante las noches de luna. La espuma del mar brillaplateada, como si la luna se derritiera y dejara un granreguero sobre las olas. Cuando el mar está en calmapuedo oír su risa, porque los peces le hacen cosquillas ysuena como el río en el verano, cuando lleva pocaagua. Algunas veces Juana me lleva hasta la Isla deCoral que está frente a Barco Quebrado. Está sembradade árboles de varias clases y tiene muchas palmeras. Elsuelo está cubierto de corales blancos que se quebraronen pedazos quién sabe hace cuánto tiempo.

También hay montones de animales, como culebras yardillas de lomo colorado y cola gris, y monos congosque aúllan mientras brincan de rama en rama. Lasmamás-congos llevan a los bebés en la espalda. A mimamá le costaría mucho si tuviera que llevarme altrabajo sobre su espalda, pero sería lindo.

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Metidos entre las raíces de los árbolesviven los cangrejos, que tienen un par detenazas coloradas con las que cavanunos huecos redondos y profundos,donde duermen. Los pescadores cuandobucean, ven el fondo de la isla rodeadade unos corales rojos que parecenabanicos. En el corazón de esa montañaestá la cueva en que habita el fantasmaJoaquín. Cuando yo le digo a Juana quenos internemos en la montaña, me diceque no con la cabeza.Mi amiga es la más inteligente y la másveloz de todas las tortugas. Me cuentalas historias de los novios que hatenido, y los millones de huevos que hapuesto. ¡Cómo le hubiera gustado aJuana escuchar la caja de música delseñor Paul! A lo mejor le hubieransalido alas doradas de la alegría. Chorile tiene unos grandes celos, porquecuando salimos a pasear él tiene quequedarse. No sabe nadar muy bien ynos da miedo que se pueda resbalar yhasta ahogarse mientras andamos porel mar.Pero ahora debo seguirles contandosobre el susto que me llevé con elseñor Paul.

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Después de que le mojé los labios con agua, el señorPaul se quedó mudo como un difunto.

-¡Abuela, abuela, yo creo que el señor Paul se murió!-llegué diciéndole.

-¡Ave María Purísima, qué cosas dice este muchacho!-exclamó mientras se secaba las manos en el delantal.

Salimos corriendo y por el camino abuela decía:

-Pobre hombre, tan solo... quedarse viudo es unproblema... y los pescadores no lo quieren... dicen quees un cascarrabias... que está loco...

Llegamos. El señor Paul seguía con los ojos cerrados.Mi abuela se acercó a él.

-Todavía respira, aunque parece muy débil.

Fue hasta la cocina, pero no halló nada de comer.

-Higo, espéreme aquí -me ordenó-. Voy a traer unpoco de sopa de pescado que quedó del almuerzo.

Me senté a su lado y le pasé la mano por la cabeza.Primero con miedo a despertarlo, después pensé queasí me acaricia abuela cuando estoy enfermo.

Tenía el pelo muy fino, casi blanco. Su frente eraarrugada y con manchas. Me dio lástima verlo allí, tansolo, sin que nadie lo quisiera... ni un amigo.

Si Juana viniera yo le encargaría una medicina paracurarlo, pero para que venga tengo que estar en micuarto y tener los ojos cerrados, para darle campo alsueño y que ella llegue.

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Cerré los ojos a ver si llegaba Juana, pero la que vinofue mi abuela con la sopa. Entonces miré lo que iba ahacer.

-A ver, señor -le dijo-, tiene que abrir la boca para queyo le dé esta sopa que lo va a poner bien. Abra laboca, sea bueno...

En una mesa pequeña había varios libros; en el suelo,unos zapatos con suela de hule, las sandalias, unalinterna, un bolso azul, y colgando del respaldo de unasilla, pantalones y camisas doblados. Sobre la mesa denoche vi varias cartas con estampillas, y entre ellas seasomaban varios billetes. Menos mal que al menosrecibía cartas. A un lado estaba la caja de música. Latomé y le di vueltas a la llave. Cuando el señor Paulescuchó la música, abrió los ojos.

Abuela aprovechó para insistir:

-Eso, señor Paul, bébala toda.

Claro que la tenía que beber toda. Con abuela no sepuede desperdiciar ni una gota, ni una borona decomida.

Luego me puse a ver los libros, con mucho cuidadopara no romperlos. El primero tenía unas fotoslindísimas de castillos y de lagos, el otro de árboles y decasas blancas. También había bosques como el de la Islade Coral, y montañas y valles con vacas a las que lescolgaban campanas del cuello.

-Abuela.... ¿por qué les cuelgan campanas al cuello alas vacas?

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-Como adorno, será...

-Para que no se pierdan -dijo el señor Paul con vozmuy débil.

-¡Ya habló el señor! -exclamó abuela feliz- Se sientemejor, ¿verdad?

-Con un poco más de fuerzas, gracias.

Nos quedamos acompañándolo durante un rato y me dicuenta de que se sentía contento al vernos cerca.Conversábamos en voz baja abuela y yo, observé que aveces abría un ojo y nos miraba.

Abuela prometió traerle comida todos los días hastaque se pusiera bien. Yo estaba feliz porque así tendríaoportunidad de acompañarlo y de ver sus libros.

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Una noche de estas le conté a Juana lo feliz que estabaporque el señor Paul se sentía mejor. Después leamarré una soga alrededor de su cuello arrugado detortuga, me subí a su caparazón y me llevó a la Isla deCoral. Mi tortuga es tan linda, que aún en la noche lebrillan los colores verdes, azules, y dorados, igual que elmar, que se viste de fiesta en la madrugada porque yava a salir el sol.

-¿No te gustaría jugar con las ardillas? -me preguntó-Aunque es un poco tarde puede ser que alguna notenga sueño y quiera jugar con nosotros.

-Hoy quisiera internarme en la montaña. Meprometiste que un día...

Esta vez no negó con la cabeza. Fuimos hasta unsendero de piedras blancas y brillantes queparpadeaban para mostrarnos el camino. Cuandocaminamos sobre ellas, volaron como estrellaschiquitas, miles de luciérnagas que se alborotaron,como si en ese momento hubieran encendido unafogata de chispas.

-La próxima vez vendremos de día -prometió miamiga-, y te llevaré hasta la cueva del fantasmaJoaquín. También traeremos a Chori, que me reclamacada vez que se queda en la casa.

-¿Y no te daría miedo visitar la cueva? -le preguntéansioso.

-Iría por complacerte, nada más, y no entraría hasta elfondo -respondió.

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Iba a preguntarle cuándo iríamos, pero en esemomento vi que estaba de nuevo sobre mi cama. Metapé la cara con la sábana porque la claridad se metíaen mi cuarto. Di varias vueltas, abracé la almohada yfinalmente salté de la cama.

"Debo traerle madera de la playa a mi abuela, para queencienda el fuego", pensé. "Si no se la consigo, no haydesayuno".

Corrí hacia la playa. El mar siempre me regala palosblancos y lustrosos que el sol se encarga de secar. Perotambién entre la madera me encuentro botellas vacías,vasos plásticos, latas de cerveza y montones de cosasmás. El pobre mar no sabe qué hacer con ellas y lasarroja a la arena una y otra vez para ver si alguien lasrecoge. Pero como es basura, nadie la quiere. Yo,cuando tengo tiempo, recojo lo que puedo y lo tiro enun barril de madera que usan los pescadores para echarlas redes, pero se enojan conmigo cada vez que loencuentran lleno de basura.

-Vamos a tener que comprarle un basurero a Rigo -seburlan y a regañadientes sacan todo y lo amontonan enun hueco. Y yo me voy a la casa con la madera,contento con el regalo que me hizo el mar.

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Papá vino a verme y habló conmigo y con abuela. Mishermanas le pidieron plata para comprar ropa ycuadernos, y conversaron sobre mi escuela.

-Ya tenía que haber empezado con sus clases- lecomentó abuela.

Él pagará un uniforme y mamá el otro y los cuadernos.

-Rigo -me dijo papá antes de irse-, te quiero mucho, yquiero que sigás ayudando a tu abuela. Espero que teportés bien y que te guste la escuela a la que vas a irpronto.

Le pregunté por qué tardaba tanto en visitarnos, y meexplicó lo mismo de siempre: que tenía esposa e hijosen otra playa, que debía trabajar muy duro en la pescael día entero para conseguir la plata para nosotros ypara ellos...

Mamá también viene a visitarnos. Siempre que llegauno, a los pocos días viene el otro.

Mamá nos besó, nos abrazó. Después abrió una bolsa ysacó unos zapatos para mí. Me quedaban un pocograndes, pero ella dijo que eran "crecederos", para quelos usara cuando fuera a la escuela. Además me trajouna camisa a rayas de muchos colores. Inés y Leonortambién estaban felices con sus vestidos nuevos. Se lospusieron inmediatamente y pidieron mi opinión.

-Están muy lindos -les dije-, pero creo que les quedanun poco largos.

Ellas sonrieron.

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y en las piernas, y de las cosas que deseaban hacer másadelante. Poco a poco me quedé dormido, y esa nocheno salí a pasear con mi tortuga. Acurrucado junto amamá, soñé que mi casa era un escondite tibio y llenode luz, y que era una gran caja de música de la quesalían melodías lindas y alegres, y donde mis hermanasy yo vivíamos felices al lado de papá, de mamá y deabuela.Cada vez que mamá regresa a la capital, yo sientocomo si se me soltara algo dentro del pecho. Es el nudode cariño que se afloja, pero luego tengo que sacar másfuerzas para levantarme cada mañana, y traer la leñaque bota el mar para que abuela pueda cocinar. Yo séque es la "tristeza", como la que tiene el señor Paul, quese me quiere meter en el cuerpo a mí también.

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Hoy vine hasta la playa a tomar el sol como un lagarto.La arena húmeda refleja la orilla de la playa, con suspalmeras, almendros y casas blancas. La marea subehasta donde estoy y me envuelve con sus abrazosfrescos y transparentes, regalándome caracolespequeños y conchas de colores. Sube y sube más arribade donde me encuentro y me cubre de agua hasta elpelo. Después baja en pequeños surcos y remolinos quese forman entre la arena, como si fueran nubes detormenta entre el agua, y todo esto se aprecia bienporque el sol casi me da de plano. Entonces me levantoy salto dentro de la espuma fresca del mar y piensoque mi amiga Juana me va a llevar, tal vez hoy, a lacueva del fantasma Joaquín, aunque me dé miedo.

Me gustaría jugar más con mis hermanas, pero siempreestán ocupadas. Inés tiene once años, y abuela dice queseguro un duende la hechizó, porque está flaca y nocrece nada.

-Ya casi la va a alcanzar Rigo -le dice conpreocupación. Y ella sube los hombros para decir queno le importa.

Leonor tiene trece. Mamá piensa llevársela el próximoaño para que le ayude a vender comida. De todasformas Leonor ya va a terminar el sexto grado y noquiere estudiar más.

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Inés está en cuarto grado y es la quele ayuda a abuela a palmear lastortillas. Yo me doy cuenta si las hizoabuela porque son grandes comoplatos. Las de Inés son bienredondas, pero más pequeñas.Abuela las echa al comal y con elcalor se inflan como sapitos blancos,pero cuando doran se desinflan yquedan deliciosas. Yo me podríacomer tres, pero no me dan más quedos.

Cuando ellas tienen tiempo jugamos"quedó" o "escondido", pero siempreestán en la escuela, o tienen quehacer tareas o ayudarle a abuela acocinar y a lavar. A veces Leonor seva a hacer refrescos de frutas alrestaurante. Yo creo que a mihermana le gusta un muchacho quetrabaja ahí. Una vez los vi juntoscaminando por la playa. Tal vez poreso mamá quiere llevársela a lacapital.

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En la tarde fui a visitar al señor Paul. Se sentía bien,con ganas de conversar.

-Rigo -me dijo-, vamos a brindar con agua de coco yte doy permiso para que me digas Paul, de ahora enadelante. Nada de "señor" ni de "don", pues ya somosamigos. Así lo hacemos en Alemania. Se brinda convino cuando una persona mayor autoriza a un jovenpara que le hable de "tú".

-¿Así es la cosa? -sonreí.

-Salud -dijo Paul.

-Salud -dije yo. Y chocamos los vasos-. Mi papá dice:"Salud y pesetas y tiempo para gastarlas".

Paul sonrió:

-Quiero enseñarte dos palabras en alemán: "ya" y"nain". Así se pronuncian, pero se escriben de otramanera. Más adelante, cuando vayas a la escuela; teenseñaré a escribirlas. "Ya" quiere decir "sí", y "nain"quiere decir "no".

-¡Qué fácil! -dije alegre.

Después abrió uno de los libros de estampas deAlemania. Le pregunté por qué los árboles y las casaseran blancos.

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-Es la nieve -me dijo. Y me explicó el frío que hacecuando es invierno en otros países. Uno casi que sepuede congelar como los helados que venden en elrestaurante.

Le pregunté el nombre del lugar donde nació.

-Berlín.

-¿Y también su esposa era de ahí?

-No, Isolde era de otro lugar cerca de las montañas y laconocí aquí, en este país donde estamos, en una visitacomercial que tuve que hacer, pues yo vendoinstrumentos musicales fabricados en Alemania. Noscasamos y fuimos muy felices con nuestra hija Gretel.La muerte de Isolde me hizo tanto daño que perdí misalud.

-Pero ahorita la encuentra, estoy seguro.

-¿Tú crees, Rigo?

-¡Ya! -le contesté en alemán, y Paul sonrió mostrandotodos sus dientes.

Me puse a pensar que yo estaba tan mal como él, conpapá de un lado y mamá del otro... eso es ser casihuérfano. Nos quedamos callados un buen rato. Paultenía montones de cosas en qué pensar, y yo también.

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Mi tortuga Juana llegó tarde porque no me podíadormir. Cuando uno piensa en la escuela, en loszapatos grandes, y en la nieve de otros países, yademás le pica el estómago del hambre, pues... sedesvela.

-¿Estás listo para visitar la montaña? -preguntó miamiga apenas apareció.

Chori estaba a mi lado, y me miró con ojos suplicantes.

-¿Te gustaría ir con nosotros?

Chori no me contestó, pero fue a situarse frente aJuana:

-Nunca me han querido llevar. Tengo que quedarmeaquí aburrido. Y quiero decirles que no tengo ningúnmiedo, pues ya aprendí a nadar bien.

-Bueno... suban sobre mi caparazón los dos. Ya nosvamos.

Primero subió Chori y después yo. Íbamos sobre lasolas, que a esa hora estaban calmas; una sonrisa deluna nos iluminaba. La Isla de Coral se iba acercandoen medio de un gran silencio. Juana nadaba cada vezmás rápido.

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Y volviéndose a los presentes lesdijo:

-¡Oigan, amigos! Rigo estababromeando, sigan con la música.Vinimos a cantar con ustedes.

-¡Canta! -me ordenó Chori,mostrándome los dientes comocuando quiere morder a alguien.

-No debí haberte traído. No sabíaque eras tan mandón.

-Por favor, cantemos -dijo Juanacon dulzura.

Me acordé de la melodía de la cajade música de Paul y empecé atararearla. Inmediatamente la islacon su montaña se transformaroncomo si hubiera salido el sol.

Aparecieron por todo el sueloflores perfumadas y coloresbrillantes, hongos con sussombreros de puntos, líquenesverdes y rojos, como los que diceabuela que salen de la humedad.Cataratas de flores amarillas caíande los árboles, junto con lasorquídeas blancas, rosadas y lilas.A nuestros pies comenzó a correrun riachuelo de aguas frescas quedesembocaba en el mar.

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De pronto apareció delante de nosotros la cueva delfantasma, como una gran boca sin dientes, pero comoparecía de día no me asusté tanto.

-Entremos -le propuse a Juana.

-No, yo no puedo entrar. Te espero afuera.

-Es que... me da un poco de miedo entrar solo.

-No sabía que fueras tan cobarde -dijo Chori en untono burlón y antipático.

-No me obligues a acompañarte -me pidió Juana-.Todo sería más difícil para los dos.

-¡Para los tres! No se olviden que yo estoy aquí -sedefendió Chori.

-Por favor Juana, vamos, ¿no ves que solamente tengoocho años? Es que tengo miedo y curiosidad...

-No le hagas caso, Juana, es un necio cabeza dura.

-No te preocupes, Chori, haremos como él dice-contestó la tortuga con tristeza.

A través de sus anteojos de sol pude notar su mirada deangustia. Pero con su voz tranquila y dulce, me animó:

-Entremos de una vez.

La cueva olía a humedad y caían gotas del techo. Milesde murciélagos salieron de su interior. El piso estabacubierto por un musgo color naranja, en el que crecíanuna pequeñas plantas espinosas. De pronto estalló unaluz en el fondo de la cueva y Chori, con las orejasparadas del susto, casi se cae al suelo.

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Una voz como un trueno resonó a nuestro alrededor:

-¿Con qué derecho has entrado a mis dominios,tortuga Juana? Bien sabes que tú y yo no podemosestar juntos.

Y acto seguido una ola gigantesca se nos vino encima.La ola sonaba a mar furioso, pero tenía la forma de unfantasma. Crecía y crecía para tragarnos a los tres.

-¡Ja, ja! -reía con voz atronadora.

Me bajé del lomo de Juana, agarré a Chori de una patay corrí fuera de la cueva. En ese momento la claridad seapagó y todo se volvió oscuridad. ¡Estaba aterrado!

-Juana se quedó adentro -lloré con una enormeangustia.

En ese momento la Isla de Coral desapareció, puesabuela me comenzó a mover de un lado a otro paraespantarme la pesadilla.

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-No, abuela, no me despierte, tengo que regresar a lacueva.

-¡Qué cueva ni qué ocho cuartos! No has hecho másque gritar y llorar la noche entera. Vas a despertar a tushermanas con ese escándalo. Esas chiquitas quetrabajan tanto y no pueden ni dormir en paz. ¡Québarbaridad!

Un rato después la luz de la mañana comenzó ameterse sin permiso entre las rendijas del rancho. De lapalma que cubría el techo colgaban varios murciélagos,que me miraban con sus cabezas hacia abajo y merecordaban la cueva de Joaquín. En eso apareció miperro.

-¿Qué pasará con Juana, querido Chori?

Él me miró con desgano y se metió debajo de la cama.

Me levanté de mal humor, con ganas de llorar. Mesentía culpable de abandonar a mi querida Juana. Salíde la casa y comencé a caminar sin rumbo. Detrásvenía Chori, igualmente triste.

Me tiré sobre la arena, apoyé mis brazos sobre untronco y lloré sin parar. Me dolía mucho algo dentro demí. De pronto aparecieron a mi lado dos sandalias. Allíestaba mi amigo Paul, alto como una palmera, con sugran sombrero.

-¡Paul! -sollocé, abrazando sus piernas interminables.

-¿Qué pasa, muchacho? -dijo mientras alborotaba mipelo con su enorme mano- ¿Qué son esos ojoscolorados y esas lágrimas? Y tú Chori, deja de mover tu

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pedazo de rabo que se te va acaer. Vamos a casa. Tomaremosun buen desayuno mientras mecuentas qué pasó.

Cogí su mano como cuando vienepapá y caminamos por la playa.

Chori comió como un tiburón,pero yo no tenía hambre. Leayudé a Paul a lavar los platos,como hago con abuela, y luegome senté en una silla.

-Bien, ¿qué es lo que te sucede?-me preguntó Paul.

Se lo conté todo y él se quedó ensilencio durante un rato.Finalmente me aconsejó esperar alas noches siguientes a ver siaparecía Juana. Regresé a casa.

Pero pasó una noche y otra yotra... y abuela insistió en que meiba a enfermar de no dormir.

-Tendré que llevarlo al médico. Asíno puede seguir -se preocupó.

El domingo en la mañana, Paulvino a visitar a abuela.Conversaron mucho rato.Hablaron de mi escuela, de papá,de mamá, y algo más en voz bajaque no pude oír.

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-El señor Paul quiere que usted se vaya con él unasemana. Le va a enseñar otras palabras en alemán yunos libros que tiene guardados sobre montones depaíses -me contó abuela.

-¿Y quién le va a juntar la madera del mar para queusted cocine?

-Por una semana lo pueden hacer Inés y Leonor, esono es gran problema.

-Vamos -me dijo Paul ofreciéndome su mano. Mishermanas me miraron con ojos envidiosos.

Esa noche Paul me dio un vaso de leche con galletas yme dijo que tratara de dormir.

-Antes de una semana tu querida Juana debe aparecer.Yo te voy a ayudar.

-¿Y no le tienes miedo al fantasma Joaquín?

-"Nain" -me contestó-. Es más, como seguro todavía ledebe unas monedas a San Alejo, si Juana aparece ledaré un dinero a una persona pobre en nombre deJoaquín, para que el pobre fantasma pueda descansaren paz.

-¡Qué bueno! -le dije contento- Tal vez eso nos ayude.

-Ahora -me dijo Paul-, quiero enseñarte otra palabraen alemán: "danke", que quiere decir "gracias".

-Es fácil porque se parece a tanque. "Danke, danke,danke" -repetí mientras Paul sonreía.

Le di las buenas noches y me acosté entre aquellassábanas suavecitas, con rayas verdes y blancas.

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Miré a mis pies y vi un montón de nubes de colores quegiraban y se perdían en un mar. Era el mar de BarcoQuebrado y la arena se veía cubierta de neblina.

-Paul, ¿has visto a Juana?

No contestó inmediatamente. Le dio una patada a laneblina antes de responder:

-Tu tortuga Juana está en la cueva, prisionera delfantasma Joaquín.

Tragué saliva.

-¿Y has visto al fantasma?

-"Ya", "ya", es espantoso. Fui a verlo para saber de tuamiga. La vi encadenada. Le rogué que la soltara, ledije que estabas sufriendo por ella, pero me contestóque nada podía hacer. Estaba furioso, rodeado de lucesfulminantes, rayos y truenos.

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Ya han pasado cinco días y Juana no aparece por másque cierro los ojos y pienso en ella con todas misfuerzas.

Paul me enseñó a escribir mi nombre. No Rigo, sinoRodrigo, con siete letras como dice él. También aprendía contar hasta diez, y pronto aprenderé a contar enalemán.

Anoche, en mi sueño, pensé que vendría Juana abuscarme. Estaba muy emocionado, con el corazón queme golpeaba con mucha fuerza, como ocurre siempreque ella aparece, pero entonces el que apareció fuePaul.

-¿Qué haces en mi sueño? -le pregunté.

-¿No te dije que iba a ayudarte? -sonrió.

-Sí, sí -le contesté feliz.

-Ahora voy a llamar a mi barca, que se quedó allá laúltima vez que fui.

Paul dio una palmada y la barca empezó a verse a lolejos, acercándose a toda velocidad hasta llegar hastanosotros. Comprendí que la barca que había visto antesera la de mi amigo.

-¿Has estado muchas veces en la isla? -le pregunté.

-Sí, algunas.

-¿Y por qué dejaste la barca ahí abandonada?

-Porque en ese momento me desperté.

-¿Y dónde estamos ahora?

-En el borde exacto donde empiezan los sueños.

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Salté de la lancha. ¡Tenía que salvar a Juana! A pesardel gran miedo que sentía, debía entrar a la cueva deuna vez por todas. Caminando despacio me acerqué ala boca negra, que estaba en silencio.

Entré poco a poco, metiéndome con cuidado en laoscuridad. De pronto un rugido y una potente luzreflejaron mi sombra agrandada en la pared.Temblando, comencé a buscar por todas partes a miamiga.

-Ay Dios mío, ¿dónde estará mi tortuga? -hablabaen voz alta y me latía el corazón a toda prisa,mientras buscaba con desesperación- ¡Allí está!-grité apenas la vi.

Era un puñito de nada, casi no se veía, y todo por miculpa. Me acerqué a ella.

-¡Mi querida Juana!

Le quité los anteojos y vi sus ojos casi cerrados, comolos de Paul cuando estaba enfermo. Me incliné sobreella y lloré sobre su caparazón.

-Te quiero mucho, perdóname, no debí obligarte aentrar a esta maldita cueva.

Puse el bolso azul en el suelo y comencé a acariciarle lacabeza. No tenía que decirle más palabras, ella sabía demi dolor, de mi arrepentimiento y de mi cariño. Le diun beso en su piel arrugada y fría y noté que poco apoco iba recuperando sus colores.

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Empecé a temblar. No hallaba qué decir.

-Tranquilo -me alentó Paul.

Apretó mi mano y sentí un calor en mis venas. Subimosa la barca y comenzamos a navegar rumbo a la isla. Elbote iba partiendo el agua muy despacio. Yo respiréhondo mientras Paul continuaba su relato:

-Tu amiga duerme con sus anteojos puestos. Es unasuerte que los tenga, porque la luz del fantasma Joaquínes demasiado fuerte para sus ojos. Ella está muy débil,pues se alimenta de tu cariño, Rigo. Está atada con unacadena de corales rojos muy finos.

Esa es la razón por la que no puede llegar hasta tusueño.

El sufrimiento la ha debilitado tanto que sus colores sedestiñen cada día más. El azul, el verde y el dorado desu caparazón se convirtieron en celeste claro, muyclaro, y si llega a ponerse transparente, morirá. En lossueños las cosas no pueden ser transparentes porqueno se ven, y entonces, ¿quién las va a encontrar?,

Llegamos a la isla.

-Lleva este bolso azul -me dijo Paul-. Vas a necesitar loque contiene. Entra a la cueva sin miedo, yo te esperoafuera. Si estás en un apuro muy grande, me llamas yyo acudiré a socorrerte, pero es mejor que actúes solo.Debes tener confianza y fe en que vas a lograr tupropósito. ¿Has oído?

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-Me has hecho mucha falta, Rigo. Pensé que jamás tevolvería a ver.

La abracé de nuevo, contento, pero la alegría durópoco. Después de un gran destello apareció la enormeola con cara de fantasma, que se nos venía encima.

-¡Noooo! -grité al ver su horrible mueca.

-¡Síííí! Soy el fantasma Joaquín, tu pesadilla. Cometisteun gran error al traer aquí a tu amiga.

-¿Por qué? -pregunté con un hilo de voz.

-Porque los sueños hermosos no se pueden mezclarcon las pesadillas, tonto. Y ahora verás lo que te va apasar -dijo con furia tratando de tragarme dentro de suola enorme.

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Miré el lugar donde estaba Juana y sólo quedaba lacadena de corales hecha pedazos. Alcé la cabeza yquedé sorprendido al verla volar con un par de alasdoradas.

-¡Arriba! ¡Súbete ya! -me indicó, mientras planeabacasi al ras del suelo.

Dimos una vuelta alrededor de la enorme cueva, hastaque salimos al exterior. Las hojas vibraban comopequeñas arpas verdes. Las hormigas comenzaron acuchichear y los monos se tiraron desde sus bejucos.Las ardillas arquearon sus colas grises y las serpientesmiraban felices con sus ojillos vivarachos.

Allí, en medio de la montaña, nos esperaba Paul,haciéndonos señales con su sombrero. Yo llevaba lacaja de música en la mano. Me di cuenta de que habíadejado el bolso azul dentro de la cueva, pero Paul medijo que no importaba, que así tendríamos una excusapara volver otro día.

-¿Y cómo regresarás a tu casa, Paul? -le preguntédesde el aire.

-En mi barca, no te preocupes. ¡Feliz vuelo!

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No regresamos de inmediato. Volamos sobre BarcoQuebrado, sobre las casas de los pescadores, pasamosrozando el techo de paja del rancho de abuela y si mishermanas me hubieran visto se habrían caído deespaldas; luego volamos sobre la casa de Paul. Chorifue quien me vio, y se puso a ladrar de tal modo queme despertó.

Yo no quería abrir los ojos para seguir disfrutando delvuelo maravilloso, pero entonces escuché la voz de miamigo:

-Buenos días, Rigo -me dijo con voz alegre.

Chori se subió a mi cama y comenzó a lamerme. Paulme guiñó un ojo y salió del cuarto a preparar desayunopara los tres. Estaba muy contento, pues su hija Gretelle había escrito una carta en la que lo invitaba a visitarAlemania la próxima semana.

-¡La próxima semana! -exclamé con lágrimas en losojos, y corrí a abrazarlo.

Él me envolvió en sus brazos:

-Regresaré pronto, Rigo.

-Es que yo quiero aprender otras palabras en alemán.Además estás muy débil todavía. Y abuela estaría muycontenta si te casas con ella. Y podría hacerte tortillascomo sapitos blancos y ...

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-Basta, Rigo. Ahora voy a hablar yo. No creas que mevoy para siempre. Regresaré a este país que me recibiótan bien y al que quiero mucho. Volveré a BarcoQuebrado después de arreglar unos papeles con elabogado. Y ¿sabes en especial por qué deseo volver?Porque ha sido mi pequeño amigo Rigo el que me haayudado a curarme de mi "tristeza". No podré olvidarnunca tu apoyo y tu linda amistad.

Pero yo seguí con los ojos aguados, porque justocuando alguien se va se me desata el nudo de cariñoque tengo en el corazón.

Abuela invitó a Paul a comer camarones antes de irse yhablaron de mí.

-Yo me hago cargo de pagarle la escuela este primeraño, y luego veremos -dijo Paul-. En este sobre está undinero para usted, doña Beatriz, y para Inés y Leonor,por cuidarme y lavar mi ropa.

Mis hermanas le dieron un beso de agradecimiento, yabuela se sonó la nariz varias veces.

-Rigo, te dejo mis libros hasta que vuelva. Debescuidarlos mucho porque los libros son el tesoro máshermoso.

-¿Y la caja de música?

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Paul sonrió:

-¿Ves la flor blanca que tiene en la tapa? Se llamaEdelweiss. Es una flor que nace en las montañas másaltas de los países que has visto en mis libros, dondehay inviernos con nieve. Cuando un joven le lleva estaflor a su novia, es la prueba de amor más grande quele puede ofrecer, pues para llegar hasta esas alturas,donde casi no crece nada, se corre el peligro deresbalar, caer y hasta perder la vida.

-¡Qué bonito! ...¿y le diste una a tu esposa?

-Sí, cuando era joven subí a las montañas y corté unapara ella. Se puso muy feliz. Y ahora, mi querido Rigo,toma.

-¿Qué cosa...?

-Te entrego la caja de música como muestra deamistad.

-¿Ahora es mía?

-Es tuya. Fue de Gretel. Ella se dormía mientrasescuchaba su melodía. Te la regalo. A tu tortuga leencantará escucharla por las noches. Me voy tranquiloporque veo que ya eres un hombrecito valiente. Ayudaa tu abuela y cuida a tus hermanas.

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