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La Nochebuena de la señora Parkins ____________________________ Sarah Orne Jewett

La Nochebuena de la señora Parkins...buena idea ponérselo a mi sombrero negro; el fieltro está deslucido y los adornos de seda negra hacen que parezca aún más andrajoso. —Tiene

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La Nochebuena

de la señora Parkins

____________________________ Sarah Orne Jewett

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PRIMERAPARTE(DICIEMBRE1890)

El sol invernal empezaba a ponerse, peroiluminaba aún con su resplandor la sala de laseñoraLydiaParkins.Hablardeunasemejanzaentre la desnudez de la sala y el mundoexterior ese 21 de diciembre podría parecerdescortés, pero había cierta desnudez einhospitalidadenambosescenarios.

El papel frío y gris que revestía la pared, losdeslucidosyescasosmuebles, la indescriptiblepobrezayfaltadecomodidadesdelasalaeranidénticosa ladesnudezdelavegetaciónya lacrudeza e inclemencia de aquel día deprincipios de invierno, a menos que el solbrillara con un resplandor dorado como lohabía hecho al final de la tarde; entonces,tanto la sala como la larga y helada carreteradelaladeraylaslejanasmontañasdeponienteseveíantotalmentetransformadas.

La señora Parkins se sentabamuy erguida enunadelasseisrespetablessillasdemaderaconasiento de mimbre; estaba arreglando unlúgubre sombrero gris y negro de invierno ytenía el costurero en un extremo de la mesasituadafrenteaella,entre lasventanas,yuna

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filadebobinassobreelalféizarasu izquierda.El único lujo que se permitía era un escabel,unadeesaspequeñasbanquetasquesevenenlosbancosdelasiglesias,conuntrozodetapizen lapartesuperior.LaseñoraParkinseratanbajitaque,denohabersidoasí, lospiesno lehabrían llegado al suelo desde su silla conasiento de mimbre; pero le horrorizaban laspersonasqueapoyanlospiesenlostravesañosde las sillas y desgastan la pintura. Siempreestabaenguardiaparareprimiresadeplorablecostumbre en los jóvenes. De vez en cuandodirigíaunamiradarecelosaa lapequeñaLucy,a laqueteníaenfrenteenotradelassillas.Laniña había visitado a la señora Parkins conanterioridad, y en ese momento hacía talesesfuerzos por portarse bien que se le habíandormido los pies y sentía el cosquilleo desemejantesuplicio.Sepreguntabasisumadrenoestaríacasilistaparairseacasa.

La señora Deems seguía impávida en lamecedora, con el sol dándole de lleno en lacara.Eraunamujermenuda,desenfadada,conunrostroanchocasitanresplandecientecomoel mismo sol invernal. Podría pensarse que

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ambos sostenían un combate con el fin deeclipsarse mutuamente, pero hasta esemomento no era la señora Deems la quepestañeaba y se retiraba de la contienda.Precisamenteenesemomento sepercatódelabatimiento y de las miradas inquietas de lapequeñaLucy,ylaanimóasaliracorretearunratoybuscaralgunanuezbajoelárbolgrandedelaseñoraParkins.

Lapuertasecerró,ylaseñoraParkinscortóelhilo de su labor y dijo que allí no encontraríanueces; quizá le daría algunas a Lucy en unacestacuandosemarcharanacasa.

—¡Oh,dalomismo!Medabapenatenerlaahísentada, en silencio —dijo tranquilamente laseñora Deems—; a los niños les encantacorretearunpoco.

—¿No hará ninguna trastada? —preguntó laanfitriona,temerosa.

—¿Lucy? —rió la madre—. ¡Tendría queconocerlamejor! A vecesme gustaría que nofuera tan callada; ha salido a la familia de supadre,todostancalladosycumplidores,sin lamenor idea de cómo divertirse; en mi casa

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éramos tan alborotadores de niños que mecuestaentenderalosDeems.

—MehabríaencantadotenerunahijacomosuLucy —dijo la señora Parkins con un suspiro.Sosteníasusombrerogrisynegroconlamanoizquierda y lomiraba con censura—. Siemprellevaré luto por el señor Parkins —añadió—,pero tenía este lazo gris oscuro yme parecióbuenaideaponérseloamisombreronegro;elfieltro está deslucido y los adornos de sedanegrahacenqueparezcaaúnmásandrajoso.

—Tiene razón —reconoció con franqueza laseñora Deems—. ¿Por qué no se compra unopara las reuniones, señora Parkins? Lossombrerosde fieltro están abuenprecio estatemporada,ytendráéstederepuesto.

—Tengo uno lo bastante bueno para lasgrandesocasiones—contestólaseñoraParkinssin inmutarse—. Pienso aprovechar éste uninviernomás.

Siguió recomponiendoel lazo gris, y la señoraDeems lamiró conunbrillo en losojos; teníaque decirle algo y no sabía cómo empezar; laseñora Parkins lo sabía tan bien como ella y

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trataba de impedirlo, lo que complicaba aúnmáslasituación.

—¡Bueno! —se atrevió a decir al fin—.Supongo que ya sabe para qué he venido; nopuedo pasarme la tarde aquí sentada. Megustaríapreguntarlesivaacolaborarconalgoparaelregalodelpastor.

La señora Parkins tenía la boca llena dealfileresyselosfuequitandolentamenteantesde contestar. El sol seocultaba trasunanubedenievearasdelhorizonte,ylaseñoraDeemsseguía brillando con luz propia. No hacíamuchocalorenlasalayseechóelchaldelanasobre loshombros,comosi fueraamarcharseacasa.

—No sé si tengo ganas de colaborar hoy,señora Deems —respondió la señora Parkinscon tono resuelto—. No conozco mucho a lafamilia del pastor. Creo que ella ha tomadodemasiadas cosas a su cargo; no me gustamuchoesaseñora.

—Para mí es una de las mujeres másbondadosas y afablesquehemos tenidoenelpueblo —dijo la señora Deems—. El otro día

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comentélocariñosaqueescontodoelmundo.Han tenido dificultades y alguna que otra vezpasan estrecheces, pero ella siempreencuentra la manera de ser muy generosa.Nuncahanparecidocreerquenohiciéramoslobastante por ellos, siendo él el pastor denuestra parroquia. Las familias de algunosclérigos esperan tanto de sus feligreses que,cuanto más haces por ellos, más creen quedebeshacer;peroesonoocurrecon losLane.Siempreestánpensandoquépuedenhacerporlos demás, y lo hacen. A usted nunca le hangustado,noentiendoporqué.

—Noeselmejorpredicadordelmundo—dijolaseñoraParkins.

—Meda igual queno lo sea; las palabras sonpalabras, pero un hombre que vive como elreverendoLaneeselmejorde lospastores—respondiólaseñoraDeems.

—Bueno, no estoy en deuda con ellos —exclamó la anfitriona, alzando la vista—. Nopiensohacerporesafamiliamásde loquehehecho; aunque quizá les mande de vez encuandounasmanzanasoalgoporelestilo.

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—Como quiera —dijo la señora Deems,levantándose apresuradamente con aireirritado—. Ignoraba que no estuvieraencantadadehacerlo,comotodoslosdemás.

—No llevanmucho tiempoenel vecindario, yyolespagomipartedelsalario;nohayporquéexagerar.

—Han tenido gastos extra este otoño, y hansidomuycompasivosyamables;sepreocupanportodosnosotros,yhacíamuchotiempoqueno contábamos con una ayuda como la queprestana laparroquia.Hasidomuyduroparaellostenerqueingresarasuhijoenelhospital.

—Bueno,todoelmundopasamalasépocas,ylas familias de los clérigos tampoco se libran.Losientoporelniño,seloaseguro—añadiólaseñoraParkinscongenerosidad—.Nosevaya,señora Deems; hacía tiempo que no venía averme. Quiero que vea mi sombreroterminado,solotardaréunminuto.

—Tengo que pasar por casa de los Dilby yprontoseharádenoche.Meencantaríaqueseacercaraustedaverme.TengoqueirabuscaraLucyyandarunbuentrecho.

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—Creo que no voy a levantarme paraacompañarla hasta la puerta, tengo el regazolleno de cosas —dijo cortésmente la señoraParkins,yésafuesudespedida.

Lucy estaba brincando al lado de la valladelanteraparaentrarencaloryentretenerse.

—No ha dicho nada de las nueces, ¿verdad,madre? —preguntó la niña; la señora Deemsrióynegóconlacabeza.

Luego bajaron juntas el camino; la manogrande enfundada en un mitón agarraba confuerza la mano pequeña, y las cabezasencapuchadasde vezen cuando se inclinabanla una hacia la otra, como si tuvieran unaconversaciónmuy animada. La señora Parkinslas miró dos o tres veces, con recelo alprincipio, como si pensara quepudieran estarhablandode ella; después, con cierta tristeza.Ella provenía de una familia ahorradora y sehabíacasadoconunhombreahorrador.

—Madre,¿laseñoraParkinsesmuypobre?—preguntólapequeñaLucyentonocompasivo.

LaseñoraDeemssonrió,yleaseguróalaniñaque, a excepción del coronel Drummond, no

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había nadie con tanto dinero como ella;aunquelaseñoraParkinsponíamuchocuidadoen no disfrutar de sus recursos, y en nopermitir que nadie lo hiciera. Lucy reflexionóun rato sobre esta extraña respuesta y luegoempezó a dar saltos y cabriolas por elaccidentado camino, sin soltar la cálidamanodesumadre.

Estoerael21dediciembre,yluneseldíadelasemana. El martes, la señora Parkins planchóun poco, y el miércoles decidió ir a Hayburyparaingresardineroenelbancoyhaceralgunapequeña compra. Las mercancías eran másbaratas en algunos de los grandes almacenesdeHayburyqueen la tiendade la esquinadesu pueblo; contaba con su caballo y siemprepodíaalmorzarencasade suprima.Ciertoesque la prima le lanzaba continuas indirectaspara que les comprara regalos a ella o a sushijos,perolaseñoraParkinspodíasoportarlo,ysiempre descargaba su conciencia invitando alos chicos en la época de la siega y el secadodel heno, aunque su colaboración le salieramás cara por su apetito cada vez mayor y eldeteriorode lavivienda.Lamadre ibaapasar

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eldíaconellosdevezencuando,aunquetodoeltrabajodelacasadependieradeella,yaquehabía enviudado muy joven y no tuvo ayudaalguna hasta que los chicos acabaron elcolegio. A uno le iba bien en la fábrica dezapatos y al otro en una tienda. La señoraParkins se sentíamuy unida a su prima, peropensaba que, si empezaba a dar, siempreesperaríanalgodeella.

Como se ha dicho, el miércoles era el díaseñaladoparalavisita,apesardeque,cuandollegó,resultóserundíarealmenteinvernal,fríoy ventoso, con esporádicas ráfagas de nieve;como la señora Parkins sufría de neuralgia,desistiódesalirhastaeldíasiguiente.Cuandodespertóel juevespor lamañanasealegródeencontrarse con una temperatura cálida y elviento en calma. Sabía lo suficiente del climaparaverlasnubescargadasdenieve,perosolohabía doce kilómetros hasta Haybury; podíasalir temprano y regresar a casa después decomer.Asíque,cuandollegóelmuchachoquecuidaba el caballo y recogía la leña todas lasmañanas, lo apremió y atosigó hasta dejarlocasisinaliento;engancharonelcaballoalcarro

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y,coninusitadaprevisión,envolvieronuntrozodecerdocuradoy locolocaronbajoelasientodel carro; después, con una bufanda sobre elsombrero recién arreglado, un chal sobre lacapadelosdomingosyunosmitonessobrelosguantes de lana, la señoraParkins se alejó ensu carruaje. Todos los vecinos sabían que sedirigía a Haybury para ingresar en el bancoochentaycincodólaresqueloshermanosDilbylehabíanpagadoporelcentenoplantadoyyamedio cosechado. Lo más probable es quellevara bastante más dinero ese día; tenía lamejor granja de aquel yermomunicipio y eraunareputadaadministradora.

Laprimaeraunabuenamujer,afable,muylealalossuyosysiempredispuestaarecibirlaensucasa.Apartedeque,sibien losoídosdeLydiaParkins permanecían sordos a las alusionessobre sus necesidades y deseos actuales, eramás que probable que sus hijos heredaran sugranja y sus ahorros; no era una persona a laque se pudiera hablar con brusquedad o a laque fuera posible menospreciar. Es más,ningúncorazónverdaderamentepiadosopodíadejardecompadecersedelaenjuta,inquietay

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severamujercillaqueactuabacomosisiemprehubiera de estar a la defensiva contra unmundousurpadorymendicante.

Mary Faber, como de costumbre, suplicó a laseñora Parkins que se quedara a pasar lanoche; la vida parecía depararle tan pocosplaceresqueel cambio le sentaríabien.No leocasionaría ningún gasto, excepto el deguardar el caballo en un establo. La señoraFaberinsistiódecorazónyañadióquenadielaestaría esperando en casa. Pero la señoraParkinssenegó,comoerahabitual;temíaqueelsótanosehelara.Nosehabíanreforzadolasparedes ese otoño, como ella quería, pueshabía que pagar a los Dilby un dólar y uncuarto por hacerlo, y no tenía intención dedarlesesegusto.

—¡VálgameDios!¿Porquénoaceptasqueeresrica y dejas de preocuparte por los gastospequeños?—preguntólaprima,armándosedevalor—.Nosécómopuedesser cadavezmásrica y más pobre al mismo tiempo. —Sucarácter bondadoso le impidió reprimir la risamientras hablaba; ni la misma señora Parkinspudo evitar sonreír—. No sabes cuánto

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agradezcotucompañía,yhassidomuyamablealtraeresadeliciosapiezadecerdo.

¡Si hubiera sabido el esfuerzo que su invitadatuvo que hacer para dársela después dellevarla hasta allí! Dos veces había vuelto ameterla debajo del asiento con tenazindecisión,ysoloacabósacándolaportemoraque los chicos pudieran descubrirlacurioseando en el carro y se lo contaran a sumadre. Cuántas veces había tenido en lasmanos algo para regalar y lo había vuelto aguardarmediadocenade veces sin acabar dedecidirse a hacerlo. Su corazón albergaba aúnimpulsos ciegos de generosidad, si bien ellahabía ido adquiriendo habilidades paratranquilizar su conciencia y encontrar excusasparanegarseadar.

Los preparativos navideños en la pequeña yconcurrida población la hicieron sentirseincómoda;sentíacomounreprochelafelicidaddelajovialprimapeseasuescasezderecursospara el gobierno de la casa. El salario de losmuchachoserasumamentebajoelprimeraño,incluso el segundo; pero su madre seenorgullecíadesusensatez,yseguíacosiendo

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y alquilando habitaciones y haciendo todo loque estaba en su mano para ganar dinero.Parecía cansada y prematuramenteavejentada; le dijo a la señora Parkins que legustaría visitarla unos días en la granja elverano siguiente, y que los chicos comieranconunosvecinos.

—Nuncame permití el másmínimo descansohasta que acabaron la escuela; ahora podrétomarme las cosas conmás calma—afirmó labuena mujer, con un tono melancólico pococomúnenella.

La señora Parkins la escuchó con ciertodesasosiego; sabía que regalarle una pequeñacantidad de dinero de tanto en tanto habríasupuestounagranayuda, sibiennuncapodíadecidirse a iniciar lo que prometía ser eldespilfarro de su cuidadosamente atesoradafortuna. Sería también la ruina de losmuchachos si llegaban a pensar que podíanrecurrir a ella en cada emergencia. A la largalosresarciría;nopodíallevarseeldineroalotromundo,yharíadelanecesidadvirtud.

La tarde concluía fría y oscura, y la nieveempezó a caer lentamente antes de que la

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señora Parkins dejara la calle de Haybury.Había vivido demasiado tiempo en el montepara no conocer bien el clima y, por unmomento, mientras el viento le golpeaba lacarayveíaelcieloyelhorizontenubladosporlatormentaqueseavecinaba,pensóenvolveracasadesuprima.Sihubierasidootraépocadelaño,pero¡enNochebuena!Elviejocaballoreunió todas sus fuerzas y apresuró el pasocomo si tuviera el suficiente sentido parapreocuparse por las inclemencias del tiempo;alpoco,el caminodiounviraje yel vientoyano fue tan frío y rápidamente perdieron devista la población, cruzando el llano que seextendíaentreHayburyylascolinasdeHolton.La señora Parkins estaba convencida de quellegaríaacasaalanochecer,yeljamelgohacíaloquepodía.Abundaban losbachesyelhieloen la carretera; el carro traqueteaba ycabeceaba; se estableció una especie decarreraentrelaseñoraParkinsylatormenta,ydurante un tiempopareció innegable que ellaseríalaganadora.

La fuerza creciente del viento no acabó deimponersehastaquehubieronrecorridocasila

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mitaddelosdocekilómetros; lanieve,queenun principio solo se adhería como un ligerovelo al chal-manta de la señora Perkins, ytamizabadeblancolahierbaheladaatravésdela llanura, terminó por acumularse encima deladesgastadapieldebisonteyformóunacapatan profunda sobre el camino que las ruedascomenzaron a atascarse. Era sorprendente elgrosordeloscoposylarapidezconquecaían;de nada le servía intentar protegerse la caraconlabufandablanca,puesalcanzótalespesorconlanievequeapenasledejabaveryparecíaahogarla. Empezó a oscurecer; la nevadaarreciaba, y el caballo, subiendo lassobrecargadas colinas con el viejo carrobloqueado por la nieve, se veía obligado apararunayotravez.Derepente,seleocurrióalaseñoraParkinslaatrozideadequenopodríallegar a casa esa noche, y entonces tuvo quereconocer que no sabía bien dónde seencontraba. Los gruesos copos de nieve lacegaban; se volvió para ver si venía alguien;aunque bien podría encontrarse enmedio delas inmensidades del Ártico. Se sintióparalizada y aturdida e intentó fustigar denuevo al jadeante caballo; la pobre criatura

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intentaba avanzar desesperadamente. Debíande haberse alejado lo suficiente de la llanurapara estar cerca de algunas casas; pero cadavezestabamásoscuroylanievecaíaconmásfuerza mientras recorrían lentamente unkilómetro ymediomás, hasta que les resultóimposible seguir;elanimal sedetuvoenseco,dio una sacudida para librarse delmontón denieve acumulada en el pescuezo y volvió lacabezaparamirarinquisitivamenteasudueña.

La señora Parkins empezó a llorar de frío, demiedo y de tristeza. Había leído relatos sobreterriblesyrepentinastormentaseneloeste,yahí estaba ella en mitad de la noche, sincomida,alaintemperieydesamparada.

—¡Oh!¡Daríamildólaresporestarasalvobajountecho!—gimiólapobremujer—.¡Pobredemí! ¿Por qué habré salido de esa casacaldeada?

Un extraño resplandor la deslumbró, y unavisióndelastiendasdeHayburybrillantementeiluminadas,del trasiegode losalegresclientesy del alborozo y la generosidad contagiosa delaNochebuenaseburlódelatacañamujercitaperdida y sentada allí toda desorientada. Los

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densoscoposdenievequedabanatrapadosenlas pestañas, helaban sus mejillas y sederretían entre los cordones de su sombrerogris, sobre el que se amontonaban formandouna elevada corona que caía en su regazocuando se movía. Si intentaba sacudirse lanieve, ésta se acumulaba en su recargadamanopla y acrecentaba su torpeza. Era unatormenta terrible y pertinaz; a ese ritmo,caballo y conductora quedarían prontosepultados y congelados en la carretera. Loscoposqueseibanacumulandoeranmalévolosy misteriosos; eran enormes y caían conceleridaddelcielo.

—¡Cielo santo! ¡Qué entumecida estoy! —murmuró la señora Parkins—. Y entoncesrecordóqueelcajerodelbancolehabíadichoesamañana que era un día en que todos losdemás sacaban dinero, que ella era la únicaque lo ingresaba. —Daría con gusto hasta elúltimo céntimo a cualquiera que viniera ymeayudara a encontrar cobijo —dijo la pobremujer—. ¡Oh, no sé si he escardado losuficiente para merecer la salvación! —y unasórdidasensacióndevergüenzayfracasodioal

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trasteconcualquieresperanzaquepretendierabrotar en su corazón. ¿Qué había hecho ellapor Dios y por los hombres que ahora leotorgara el derecho a pensar en amor y ensalvación?

Pese a todo parecía como si la ayuda tuvieraque llegar en cualquier momento y como siesta gran emergencia careciese de gravedad.La vida de la señora Parkins había sido tanmonótona, tan carente de emociones ysituaciones trágicas que no podía entender,inclusoenesemomento,queseencontrabaentan grave peligro. Volvió a pedir auxilio contodassusfuerzas,yelcaballorelinchóaúnconmayorenergía.Suúnicaesperanzaeraquelosdos hombres con que se había cruzado unoskilómetros antes recordaran que le habíanaconsejado apresurarse, y volvieran parabuscarla. El pobre y viejo caballo se habíaarrastrado con el carro hasta el borde de lacarretera, al amparo de unos árboles de hojaperenne. La señora Parkins se deslizó bajo lapiel de bisonte hasta el fondo de su frío ydestartaladocarro,ysetapócomopudo.Habíamuchas probabilidades de que la encontraran

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congelada bajo un ventisquero la mañanasiguiente.

¡Porlamañana!¡LamañanadeNavidad!

¿Qué le deparaba el advenimiento de laNavidad, sepultada bajo la nieve en unatormentadediciembre?

¿Algo?Sí,aunqueloignoraba.¡Quépocosabíade lo que esaNochebuena iba a aportar a suvida!

SEGUNDAPARTE(ENERO1891)

LydiaParkinseraunamujermenudaycarentedevigor,pero,amedidaqueentrabaencalorbajo su capa demantas en el fondo del viejocarro,empezóaentraren razón.Debíasalireintentar caminar por la nieve lo más lejosposible;noteníasentidomorircomounconejoen esa horrible tormenta. Sí, y debíadesenganchar al caballo y dejarlo ir; así quebajó con arrojo a la nieve que le llegaba a larodilla, donde ya se había formado unventisquero. Se negaba a admitir que quizáestuviera perdida y pudiera morir de frío esamisma noche. No parecía apropiado para laseñora de Nathan Parkins, que poseía un

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montóndedineroenelBancodeHaybury,unabuena granja bien dividida entre cultivos ybosques,yqueguardabaensucasauncúmulodemantasyedredones, leñasuficienteyropaapropiada para el invierno. El viento quearreciabasincesarlehizonotarlaflacidezyelfrío del húmedo sombrero gris y negro en supobre cabeza, más embotada y pesada quenunca.Perdióunguanteyunmitónenlanievemientras intentaba desenganchar el caballo, yse le entumecieron los dedos desnudos; perose las arregló para liberar al bueno y vetustoanimal, esperando que se las arreglara paraavanzar y que alguien lo reconociera por elcamino y acudiera a socorrerla; el caballo, sinembargo,selimitóadarvueltasymásvueltasalrededor de ella y del carro, trastabillando,gimoteandoyresistiéndoseaqueloespantara.

—¿Quéclasede tormentaesésta?—gruñó laseñora Parkins, caminando por la nieve ytropezando sin querer con su vestido. Eljamelgolasiguiódócilmente,ycuandoelladioungritodébil,ásperoymujeril,elviejoMajorrelinchó y se sacudió la nieve del lomo. LaseñoraParkinssabíaenelfondodesucorazón

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que no podría llegarmuy lejos con un vientosemejante y a través de tales ventisqueros;finalmente sintió flaquear sus fuerzas, sehundióenlanievealbordedelacarreterayelcaballocontinuósolo.Laoscuridaderaterribley el frío le calaba los huesos. Pasados unosminutosse incorporóyreanudólamarcha;enlugar de gritar por haber perdido de vista alcaballo, le pareció más oportuno seguir sushuellas.

De repente, percibió un débil centelleo a suizquierda, y ¡qué dicha fue para sus ojos! Lainfortunada viandante apretó el paso; sinembargo, el viento arreció como si quisieraobligarlaaretroceder.Elcaballofueelprimeroen encontrar refugio; alguien lo había oído ysalió de la casa dandoun portazo que llegó aoídos de la señora Parkins. Intentó gritar denuevo, pero apenas emitió un sonido. La luzparecía aún lejana, aunque en ese momentooyó unas voces y vio otra luz que se movía.Estabatanagotadaquetuvoqueesperaraquevinieran a socorrerla. ¿Quién vivía en laprimera casa a la izquierda después de pasarOakRidge?Nopodíanser losDonnell,porque

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estaban en Haybury y tenían la casa cerrada;debíadeserlacasadelpárroco,yellasehabíaalejadodelacarreteraquellevabaasucasa.Elcaballo,desorientado,habíatomadoelcaminodelaizquierda.

«Bueno—pensólaseñoraParkins—,preferiríaestarencualquierotrositio,peroloúnicoqueme preocupa es encontrar cobijo. Estoyagotadayapuntodedesmayarme».

Laluzdelalinternallegódandosaltosrápidos,como si alguien caminara rápido, y oscilandocomo si estuviera en un barco pesquero quenavegara en un mar proceloso. La señoraParkins empezó a acercarse y gritó a susalvador.

—¡VayaporDios,sieselpastor!—exclamó—.Soy la señoraParkins, o loquequedadeella.Heestadoapuntodemorircongeladanolejosde aquí. Enmi vida había visto una tormentaasí.

Sehundióenlanieveyfueincapazdeponerseen pie. El clérigo era un hombre fuerte; seinclinó y la levantó como si fueraunaniña; lallevó en brazos por el camino con la linterna

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colgada.Eraunamujermenudaypocodadaasentimentalismos, pero había pasadomuchísimo frío y un miedo espantoso y, porfin,estabaasalvo.EracomoelbuenpastordelaBiblia,yLydiaParkinsdejódellorar;peroeracomosihubieraperdidoelhablaysucorazónestuviera a punto de romperse. Parecíainevitable que el pastor la encontrara y lallevasealredil;esdecir,a laparroquia;ellasesentía mareada y extraña otra vez, y susombreroderepuestogrisynegrosedesatóycayóenlanievesinqueloadvirtiera.

CuandolaseñoraParkinsabriólosojosunaluzbrillante la obligó a cerrarlos de inmediato;descubrió acto seguido que se encontraba enelsalóndelacasaparroquialyquelamujerdelclérigo se arrodillaba a su lado con expresiónde inquietud;enelextremoopuestohabíaunárbol de Navidad con bonitos y brillantesadornos y alegres velitas en las ramas. Ellaestabacómodamenteenvueltaenunascálidasmantas,perosesentíamuycansadaydébil.Lamujerdelpastorsonrióencantada:

—Enseguidaseencontrarámejor—exclamó—.¡Cadavezquepiensoqueestabaenmediode

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esta horrible tormenta! ¡No diga nada aún,querida! —añadió cariñosamente—. Voy atraerleunabuenatazadetébiencaliente.¿Seencuentra bien? Olvídese de la tormenta. Mimarido se ha ocupado del caballo. Tenga, lepondréencimamichalrojo,esmásbonitoquelas mantas; su ropa está secándose en lacocina.

Lamujerdelpastorteníaunrostromuydulce,y se quedó unos instantes mirando a suinesperadahuésped;algoenelrostrodelgadoy suplicantedel sofá la conmovió, y se inclinópara dar un beso a la señora Parkins. Resultaque llevaba años sin que nadie la besara, yunas lágrimas rodaron por sus mejillasmientraslaseñoraLanesedabalavuelta.

Lamujer del pastor había pensado amenudoque laseñoraParkins teníaunrostroseveroyharto desagradable; era la feligresa de laparroquiaquemenoslegustaba;sinembargo,mientras encendía el fuego de la cocina,empezó a pensar qué podría encontrar paraponerle en el árbol de Navidad, y por quénunca había advertido la mirada temerosa ytímidadelainfortunadamujer.

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«Es tantristevivircompletamentesolaenesagranja tan enorme», pensó la señora Lane,conscientedelafelicidaddesuhogarydesushijos.

Los tres se acercaron en ese momento y larodearon; John —cojeando— con su carapálida de hombrecito, y Mary y la pequeñaBell,lasniñas,delomássonrientes.

El clérigo volvió del establo, apagó la linternadeunsoploy lacolgó.Envolvieronenmantasalcaballoparaqueentraraencalor,comoasudueña, y le dejaron una buena cena en elpesebre. La casa parroquial estaba habitadaporunafamilia feliz,y laseñoraParkinspodíaoírsusrisastenuesysussusurrosenlacocina.Despuésdetodoeranlasocho,yeraevidenteque los niños ansiaban el comienzo de lacelebración demorada. Las dos niñas sequedaron en la puerta y dirigieron su miradaprimero a la invitada desconocida y luego alárboldeNavidad;pocodespuésfueronconsumadre a preguntar si la señora Parkins teníafuerzas para celebrar la Navidad con ellos oprefería irse a la cama y dormir pararecuperarse.

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La señora Parkins no quería marcharse;empezaba a sentirse bien otra vez y teníamiedodequedarsesola,sinsaberexactamenteporqué.

—Venga conmigo a la habitación —dijo laseñora Lane— y póngase mi bata de doblecapa,esbonitaycálida;seguroquelequedarábien, y así, en caso de que quiera levantarsemás tarde, se encontrará más cómoda queenvueltaenunasmantas.

Aunque aturdida por el pequeño alboroto,sorprendentemente la señora Parkins estabaencantada.Elhechodeestarenaquellugartanseguroyagradabledespuésdelfríoyelpeligrole procurabauna insólita capacidadde goce yempatía. Se sentía joven y feliz, y sepreguntabaquéibaasuceder.Sequedóquietay dejó que la señora Lane cepillara su pelocano,enmarañadoconlahumedaddelanieve,comosifueraunadelasniñas;luegovolvieronal salón. El fuego ardía con intensidad en laestufa Franklin; el verano anterior, el pastorhabía desbrozado un abrupto terreno de laparroquia demostrando una gran energía y,como laseñoraParkinsadvirtióenseguida,allí

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ardían algunas de las raíces de los pinos. Alenterarse del arduo trabajo que el pastorestaba llevandoa cabo,había comentadoquemejor haría dedicando ese tiempo a escribirsus sermones, y lo recordó ahora con unapunzada en el corazón; admitió para susadentros que en algunas ocasiones había sidomezquinaconlosLane,yeraunabuenalecciónpara ella estar a su merced ahora. Desde elrincóndelviejosofá,envueltaenlacálidabata,contemplaba sus caras afables, y una nuevasensación de cordialidad y esperanza se colósigilosamenteensucorazón.

—Tengo tanto calor ahora como frío hace unrato—aseguróalpastor.

El niño cojo y sus dos hermanas pequeñas sesentaron juntos delante del fuego; la señoraLane, en el sofá con la señora Parkins; y elclérigoempezóapasar lashojasdeunaBibliaquehabíaen lamesa.Noparecíaunareuniónenvarada y formal celebrada entre lasupersticiónylareverencia;másbieneracomosi el buen hombre estuviera contando a sufamilia la historia de alguien a quien todosquerían y llevaban en su corazón. Dijo unas

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cuantaspalabrassobreelnacimientodeCristo,yqueaquellanoche«nohubolugarparaellosen la posada». Sí lo había para el soldadoromano, el sacerdote y el recaudador deimpuestos, pero no para Cristo; y habló decómo culpamos a ese posadero y confrecuenciaactuamosdelamismamaneraenlaposadadenuestrocorazón.

—Haysitioparaamigos,placeresyganancias,yno lo hay para Cristo —dijo el pastor contristeza, mientras los niños miraban conseriedadelfuego,tratandodeentender.Luegoescucharonotravez lahistoriade lospastoresy la estrella, y ésta sonó más hermosa quenunca;parecíatotalmentenuevaymaravillosa;y el reverendo rezó, y dio gracias en especialpor la amiga que formaba parte de la familiaesa noche, pues había logrado salvarse de ungranpeligro.Después la familia Lane cantó suhimnodeNavidadjuntoaunviejoórganoquela madre tocaba: Mientras los pastoresvigilabansurebañoporlanoche.

Locantaronacoro,comosiadorasenelhimno,y cuando terminaron y la estancia quedó denuevo en silencio, la señora Parkins oyó el

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viento que soplaba afuera, las grandes ramasdelolmoquesebalanceabanycrujíansobrelapequeña casa, y la nieve que golpeabaafanosamente las ventanas. Notó una raracalidez en su corazón; ya no tenía frío ni sesentíaasustadaosola,nitansiquieraegoísta.

Encendieron las velas del árbol; los pequeñoshacían cabriolas, desbordantes de secretos, ygritaban con gran júbilo, y el árbol refulgíaesplendoroso lleno de alegres adornos denueces recubiertas de papel dorado yplateado,bolsitascosidasconhilosbrillantes,ytoda clase de fruslerías caseras. Sin embargo,cuandoaparecieronlosverdaderosregalos,losregalos fruto de la reflexión, del cariño y deuna profunda abnegación, la parte másluminosadelafamiliaresplandeciódefelicidadyamor.MientraslaseñoraParkinsseguíaenelsofá, uno tras otro le llevaron su ración defruta colgada en el pequeño árbol, hasta quesuregazosecolmó.Unadelasniñaslediounabolsa de caramelos, aunque éstos noabundaban en el árbol; la otra le regaló unmarcapáginas,yelniño,quehabíacultivadounbonito geranio, se acercó cojeando para

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dárselo; la señora Lane le ofreció una bonitacapota que su hermana había confeccionadoparaellaunas semanasantes,pues teníaotraque aún podía usar y no necesitaba dos. Elpastorhabíaencontradoparaellaunlibritodehimnos que un amigo le había regalado en laconferencia de otoño, y, cuando la señoraParkinsloabrió,casualmentesetopóconestaspalabras: «Espacio para negarnos a nosotrosmismos». Sus ojos se llenaron de lágrimas sinsaberporqué.

«Tengo que aprender a no ser mezquina»,pensócasiconrabia.

Era lomenosquepodíahacer, tenerungestoamistoso con esta gente tan amable; ellos lahabían rescatado de la tormenta con tantacalidezycariño;noparecíanhaberseenteradode que jamás les había dirigido una fraseamable desde que llegaran al pueblo; de quesoloellasehabíamantenidoalmargencuandosuqueridohijo,suúnicovarón,luchabacontrauna enfermedad que podría haberlo dejadolisiadodeporvida.Habíaoídodecirqueexistíauna posibilidad de curación si su padre lollevaba a un famoso cirujano de Nueva York.

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Perolosgastosdellargoviajeydelassemanasde tratamiento lo hacían inviable. Los LaneestabanmuyagradecidosdequeestuvieravivoypudierapasarlanochedeNavidadconellos.LaseñoraParkinspodíaverelbrilloenlosojosllenos de lágrimas de su madre cuando lomiraba, y la cariñosamano tendida del padrepara sujetarlo cuando cruzaba la habitacióncojeando.

—Me gustaría que Lucy Deems, mi vecina,estuviera aquí, para ayudar a sus niñas acelebrar la Navidad —dijo la señora Parkins,casisindarsecuenta—.Sumadrelohapasadomuymal;megustaríatraerlaalgúndíacuandoelviajeseamáscómodo.

—Conocemos a Lucy Deems —respondieronalegrementelasniñas.

Luego,laseñoraParkinsrecordóconpesarasuprima y a sus dos hijos, y lamentó que no seencontraran todos en casa del pastor. Parecíahaber entrado en una nueva vida; inclusopensó en su inhóspita casa con rechazo, y seavergonzóen su fuero internode su sótano ysudesvánllenosdecomidaydesudineroenelbancodeHaybury.Allí estabaella con labata

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de la señora Lane, como la mujer más pobredel mundo; esa Nochebuena había llegadocomo unamendiga a la puerta de los Lane, yellos le habían dado cobijo y la obsequiabancon toda clase de regalos; ¿dónde estaban suindependencia y sus riquezas ahora? Era unaextraña y la acogían; lo hacían en nombre deCristo, y éste los bendeciría, pero ¿qué podíadecirella?

—¡Diosmío, quépobre soy!—balbuceó LydiaParkinsporsegundavezesanoche.

No se había desatado una tormenta igual enmuchos años. Pasaron varios días hasta quepudieroncomunicarseunosconotrosalolargode las caminos vecinales bloqueados. Loshombresyelganadoestabanmuertosdefrío;los postes de telégrafos, derribados, y eltranquilo y placentero campo sintió como sihubieraestadoenpoderdeunasfuerzasdelanaturaleza implacables y violentas de las quenuncapodríavolverafiarse.Perosalióelsolyreaparecieron los arrendajos azules y loscuervos; la nieve blanca se derritió y losgranjerosvolvieronairdeacáparaalláporloscaminos. Concluido el aislamiento, una paz y

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buena voluntaddesconocidas semanifestaronentrelosvecinos;sibienlabuenavoluntaddelaseñoraParkinseclipsóalasdelresto.Volvióa Haybury tan pronto como las carreteraspudierontransitarse;llevóasuprimaFaberdevisitaacasay,cuandosefue,ibaconuncarrollenodevíveres.EldíadeAñoNuevohizounavisita a Lucy Deems, le regaló una enormecestarepletadenuecesyledijoquepodíairabuscar más cuando se le acabaran; y, sobretodo, poco después, el pastor anunció undomingo a los feligreses que estaría ausentelos dos domingos siguientes. Una personabondadosa iba a poner a su alcance una granbendición, y con voz vacilante añadió queesperaba que todos rezaran por larecuperacióndelasaluddesuqueridohijo.

LaseñoraParkins,ensubancodelaiglesia,nohabía tenido una expresión tan seria desdeantes de Navidad. Nadie podía decir quésecretos arrepentimientos le habrían costadoesos regalos y otros parecidos; sin embargo,ella sabía que solo una vida honrosa lepermitiría alcanzar la paz de espíritu. Ya nopodíaseguirenelmundomezquinoycerrado

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que ella misma había creado, tenía queaceptarlocomoesysacarelmáximoprovechodesuvida.

Algunos se reían y decían que su tacañeríahabíadesaparecidoconelsustolanochedelatormenta;peroalgunasvecessenosenseñayse nos conduce lentamente a un nivel máselevado de la existencia, inconsciente eirremediablemente,yelpasodecisivo,unavezdado,raravezsedesanda.LaseñoraDeemsnotardóendecirlealegrementeaunavecina:

—Bueno, siempre supe que la señora Parkinsno tenía mala intención, solo que no sabíacómo ayudar al prójimo; era como si le dieramiedo utilizar su dinero, como si creyera queno tenía derecho a gastarlo. Ahora parececonvencida de que tiene toda laresponsabilidad, y fíjate en lo bien que seporta. Está empezando a vivir; ayer no seenteró de nada en la primera oración de lamañana; se la ve radiante y no ha dejado desonreíralhijodelpastordesdequelovioandartan derecho como cualquiera. Y he oído queuno de los hijos de su prima se quedará unatemporadaconella.Secansódetrabajarenla

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fábricadezapatosdeHaybury.Quizádélatallay,coneltiempo,ellaledejellevarlagranja.

—Oh, tampoco debemos esperar demasiadodeella—dijolaotramujer,indulgente—.Estoysegura de que es un cambio maravillososiemprequeestépreparada.Loshábitossonavecesdifícilesdecorregir; lavidaesuna luchacontinua,¿noesasí?

—Sí —respondió la señora Deems, conseriedad—.¡Porallíva laseñoraParkinsensuviejocarro,conmiLucysentadaasulado,tanvivaracha como Nathan! ¿No tiene la señoraParkins una expresión mucho más simpáticaqueantes?Cuántomáshacepor losdemás,ymásseempobrece,másricaparecesentirse.

—No es muy corriente en una mujer de suedadvolversobresuspasos.NospermitecreerqueelCielocuidayayudaa lagente—dijo lavecina.

Y las dos se quedaron mirando con grataadmiraciónalamujerenjutaymenudaquesealejaba por la accidentada carretera. Yamediaba la primavera, pero la señora Parkinsseguía luciendo su mejor sombrero de

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invierno; el viejo y roñoso, adornado con unlazogris, loencontraron lashijasdelpastoralderretirselanieve,yloescondieronconmuchocuidado para el espantapájaros parroquialcuandollegaralasiembradelmaíz.

FIN

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