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la otra puerta Rumores de la Muerte r e v i s t a l i t e r a r i a Año 0, Núm. 0, Octubre de 2011. e d i c i ó n e s p e c i a l

La Otra Puerta - Revista Literaria

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Fanzine literario del Taller de Expresión Oral y Escrita (ahora Teatro II) del Área Artística, 3o. del Nivel Secundario, del Centro Educativo Piaget, A.C.

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la otra puerta

Rumores de la Muerte

r e v i s t a l i t e r a r i a

Año 0, Núm. 0, Octubre de 2011.

e d i c i ó n e s p e c i a l

Editorial La otra puerta, revista literaria, y su edición especial para la fiesta del Hanal Pixán titulada «Rumores de la Muerte», es la concreción de un tra-bajo colectivo en el que los alumnos del Taller de Expresión Oral y Es-crita (ahora Taller de Teatro 2) de Tercer Año de secundaria realizaron poemas y narraciones en los cuales se dan a la tarea de reflexionar sobre la muerte de diferentes formas. Cada texto tiene una visión muy particular sobre el fenómeno de «pasar a mejor vida», «colgar los tenis», «ver crecer los rábanos desde abajo», el «ya bailó con la más fea», «se nos adelantó». Estas miradas, es-tas reflexiones, van desde lo cómico y a la vez cruel que podría resultar la narración de la tragedia de alguien; el amor que sin tenerlo significa perder el aliento de vida; la muerte como algo absurdo cuando es provo-cada por la violencia y el vicio, la tristeza que significa el ser ignorado y olvidado, que es como estar muerto en vida; la muerte como parte natu-ral de la vida, como un proceso, una transición; hasta ver el deceso co-mo un alivio o un honor cuando se muere por una causa digna y, por qué no, también vemos el lado simpático de la muerte. Todos estos textos nos harán reír o ponernos tristes o, simplemente, pensar, y con todas éstas reflexiones sentidas y auténticas estaremos de acuerdo o no; pero siempre será grato e interesante saber cómo ven es-tos nueve jóvenes el proceso de la muerte, al menos por ahora.

Jessica Cortés.

1

Rumores de la muerte

Por: Aranzazú Arámburo Vizcaíno

Ellos dicen dicen, pero no saben. Ellos

dicen dicen que casi no duele. Ellos dicen

dicen que ves una luz que te guía. Ellos

dicen dicen que despiertas del sueño.

Ellos dicen dicen que todo está bien. Pero

tú dime dime, ¿quién ha estado ahí?,

¿quién de nosotros quiere probar lo que

se dice?

2

La Calavera Rockandrolera.

Por: Sebastián A. Ramírez Cervantes.

Un día estaba la Muerte tocando la guitarra tan fuerte, que explotó más de un cohete e hizo un boquete. Las llamas del fuego se extendieron sin dudar, quemando a su paso todo el boulevard. Pelona Pelona ya no eches tu rola, mejor toma Coca-Cola y así te pones más bola Calavera calavera, no te quiero contar de todas las desgracias que pasan por tu crueldad.

3

Lo último que recuerdo antes de morir fue que estaba en una isla tropical has-ta que sentí un fuerte golpe en la cabe-za, creo que fue el parabrisas del auto; verán, yo iba de vacaciones con unos amigos pero me quedé dormido en el asiento del copiloto... eso explicaría el sueño que tuve con la isla tropical... pero lo que no logro explicar es lo si-guiente… Cuando oí un sonido mudo y abrí un poco los ojos vi una luz al frente de mí que se acercaba; como me dio miedo

cerré los ojos, empecé a escuchar voces co-nocidas; pero una fue la que me llamó más la atención; me dijo: «Es tu decisión». Sentí como si una fuerza me jalara hacia abajo… posiblemente la de gravedad... ya que en ese momento dejé de sentir suelo. Curiosamente, el golpe de la caída fue lo que me hizo volver a abrir los ojos, ahí vi la cosa más rara del mundo. Era una cria-tura oscura, con ojos grisaseos, con la apa-riencia de un ciempiés largo, con cola de alacrán... creo que tenía como 8 o 9 len-guas; su mirada era directamente hacia mí.

Anécdota de mi final y reinicio.

Por: Fanny Yesenia Roa Torres.

Dicen que cuando vas a morir tu vida pasa frente a tus ojos… desgraciadamente yo los

tuve cerrados casi todo el tiempo.

4

Desplegó sus alas oscuras y se levantó al vuelo... debo admitir que sus alas era lo único que me gustaba, ya que se asemeja-ban a las de un ángel, sólo que éstas eran negras. Tenía mucho miedo pero algo en mí me decía que si ganaba saldría de ese ex-traño sitio. Pero, ganar ¿qué? ¿Qué tenía que hacer? ¿Volar… Correr? Bueno, soy humano, por ende no podía volar; pero sí correr, así que trate de huir; pero esa criatura me atrapó y casi me devora. Me decía, mientras a-bría, la boca: «¿Crees que puedes huir de mi?, ¡Ah, nadie puede huir de mi!» Observé y cer-ca de mí vi una es-pada, la tomé y le corté una de sus lenguas; la criatura sim-plemente lanzó una sonrisa y usando su cola como hoz trataba de rebanarme en dos, o tal vez tres... bueno, la verdad, nunca le pregunté... la cosa es que la len-gua recién cortada le volvió salir como si nada. No me rendía, seguí luchando por lo que aún no sabía qué era, di todo lo que tenía, y escapaba de lo que me venía. Sin embargo… perdí la batalla, su cola afilada apuntaba hacia mi cuello; luego se detuvo, miró hacia mis ojos y me dijo: «Bien hecho… lo conseguiste». Ya no me parecía fea, al contrario, ahora más bien se ase-mejaba a una humana: -¿Quién eres? -le pregunté. -He recibido varios nombres, Ángel de

la Muerte es uno de tantos. -Entonces… yo, estoy… ¿muerto? -Casi si o tal vez no; perdiste con-tra mí, pero luchaste y eso es digno de apreciar. Ahora es tu decisión. «Ahora es tu decisión». -Mi decisión… entonces tú fuiste quien… -No, yo sólo me encargo de llevar-me almas. Quien te lo dijo es Alguien superior a mí; la opción que te dio es porque aún no te tocaba. Dime,

¿quieres des-cansar o vivir? Una cortina se abrió y ahí vi a mi mejor amigo Jack, estaba hablan-do con un ser

parecido al mío, pero en cuanto me miró me dijo: -¡Hola amigo mío! Siento mucho lo que sucedió, pero el coche se descon-troló... en serio, no quería dañar a alguien. Y he decidido rendirme, no quiero luchar. -Espera; pero, ¿por qué no?... Es que yo… -Tú vas a volver… me alegro, así me iré en paz; por favor, diles a mis pa-dres que estaré en un lugar mejor, me lo acaban de anunciar. Me dio un abrazo y se fue tomado de la mano de aquél ser. Mientras el mío se puso al frente de mí, me su-surró algo en el oído y me empujó a un vacío.

«Nadie puede vencer a la muerte,

pero sí luchar para obtener otra oportunidad»

5

Cuando abrí los ojos, estaba en un hospital. Todos se preguntaban porqué estaba vivo; les pregunté qué había su-cedido, me sentía cansado, débil y ma-reado. Charlotte, mi amiga, me lo con-testó. Al parecer me morí y volví a vi-vir, Jack no corrió la misma suerte. Aún recuerdo lo que me dijo aquél ser: «Nadie puede vencer a la muerte, pero sí luchar para obtener otra oportuni-dad».

6

El amor es nada. (También todo lo demás)

Mi vida siempre fue fría, fría como la na-da. Y como la nada me refiero a nada. Ni siquiera sé qué es vida. Sólo sé que vida es nada, que la muerte es nada. Precisa-mente no sé, no sabemos qué es la vida o la muerte. Sólo creemos en la vida, en una palabra y sentido. Si el sentir es vida, entonces nunca he vivido. Quizá nunca he muerto. Probablemente sólo exista, exista para nada. Quizá he muerto y nunca vivido y no sé qué es el existir. ¿Pero qué no es morir, parte de la vi-da? Si nunca he sentido. Creo que… morí y olvidé sentir y olvidé todo. Sólo estoy muerto, siempre pensando en nada.

Una muerte nacionalista.

Me vestía para salir a caminar un ra-to. Salí por el parque de la esquina y compré un libro en el mercado. Un libro corto, como el tiempo que me quedaba de vida. Y pues así, decidí que el último li-bro que leería sería éste, el que compré. Yo tengo mucha suerte, voy a ser “sacrificado”. Siempre he pensado que el día que muriera, muriera por mi país. El día que sea, el que muera, leeré el último párrafo del libro y caeré al piso con los ojos abiertos orgulloso y fácil. Durante mi vida no he logrado mu-cho, lo único que he podido hacer es amarme, amar a mi país. Por eso muero por amar a mi país. Por amar algo que cuando muera, quien sabe si

podré pensar en ello. Se dice que el sexo reempla-za al amor. - Párrafo último -

«Pues la muerte reemplaza al amor».

Por: Tobías Álvarez Di Desideró.

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Sin título.

Por: Pedro Lamadrid Miguel.

Una vez en un pueblo muy alejado de la ciudad, había una familia. Tenían dos hijas, ellas se llamaban Rocío y Alejandra, tenían 11 y 14 años; su padre se llamaba Carlos y su mamá Karla. En ese pueblo se rumoraba que en las noches había un asesino y mataba a la gente. Una noche, estaban Rocío y Ale caminando a su casa; venían de la tienda y escucharon un grito, corrieron a su casa y les conta-ron a sus papás; pero no les creyeron nada. Hasta que un día estaba Rocío con su novio y des-aparecieron y a la mañana siguiente aparecieron muer-tos en la puerta de su casa.

8

Juan Cualquiera no era nadie especial. Juan Cualquiera creció en una familia de clase media, en un barrio de clase me-dia. Los señores Cualquiera eran unos padres atentos que se preocupaban por Juan y sus hermanos menores, Pedro y Felipe Cualquiera. Sin embargo, no pod-ían cuidarlos de cerca, ya que ambos tra-bajaban todo el día. Juan Cualquiera no creció siendo un héroe. Se graduó con calificaciones decen-tes y obtuvo un trabajo de oficina con un sueldo decente. Pronto se enamoró de Gabriela, compañera suya de trabajo y se casaron después de cinco años de noviaz-go. Tuvieron un hijo y una hija. Juan Cualquiera no envejeció con nin-guna gracia. Antes de los 50 tenía todos los cabellos plateados. Sus hijos lo visita-ban todos los sábados a la hora de la co-mida con los nietos, hijos de su hija. Juan Cualquiera Hijo había decidido no tener niños, decisión que Juan Cualquiera nunca entendió completamente. Juan Cualquiera murió a los 72 años de

La vida, obra y muerte de Juan Cualquiera.

Por: Luis Roberto Vázquez Domínguez.

de edad de un infarto causado por su negligencia ante su hipertensión. Sus hijos se repartieron la herencia sin pro-blemas y Gabriela le sobrevivió por 10 años más. Juan Cualquiera vivió su vida sin lu-char contra ningún gobierno opresivo y sin liderar ninguna revolución cultural. Juan Cualquiera existió, pero el mun-do jamás se dio cuenta.

9

Era un día como algún otro en la an-tigua Venecia del Renacimiento, Alexandra tenía que hacer exactamen-te las mismas cosas de siempre: ayu-dar a su madre, darle de comer a sus hermanas e ir a la casa de la señora Prechento a cuidarla para recibir la paga para mantener a su familia. Al llegar a la casa de la seño-ra, la cuidaba hasta el atarde-cer y solía hacer todos los debe-res; pero la señora estaba muy depri-mida por la pérdida de su esposo y un día decidió nunca más salir de su casa a recorrer las calles de Venecia, quedándose sentada a ver la vida a través de la ventana esperando a la muerte que viniera por ella. Por su parte, Alexandra, ahora que la señora Prechento no saldría, tenía que ir al mercado a hacer las com-pras. Aquella mañana se le había

Incomprendida.

Por: Andrea Gabriela Monroy Borrego.

hecho tarde y llegó corriendo a la casa de la señora; al llegar tuvo que, con la misma prisa, ir al mercado como todos los días, pero fue tal su prisa que tropezó y todas sus compras cayeron al suelo. Llevaba días viendo a un muchacho que siempre estaba en el mercado igual que ella, haciendo las compras, y con su infor-

tunado accidente él la ayudó comenzando así su amistad. El tiempo pasó y sus encuentros se volvieron más frecuentes y lenta-

mente los dos se fueron enamorando mu-tuamente, hasta que un día pasó lo inevita-ble. Ella deseaba decirle a él cuánto lo ama-ba; pero a lo largo de su vida nunca había tenido un amor correspondido y siempre había terminado todo en tragedia, así que «¿por qué intentarlo ahora?» Pero él fue más rápido y la tomó de brazos, la miró a los ojos y le dijo un «te amo». Ella no podía creer lo que pasaba, simplemente supuso que era un sueño; para sellar la autentici-

Ella lo seguía amando y estaba dispuesta a morir

por ese amor.

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dad de sus palabras, Leo la besó. Todo era tan irreal, tan perfecto y, de pronto, su pe-queño instante en su mundo se quebró con el grito de la señora Prechento llamando a Alexandra por su tardanza y ella tuvo que partir y dejar ese estado de completa felici-dad. Al día siguiente se volvieron a reencon-trar, ella ya no estaba segura de que real-mente el día de ayer hubiera sucedido; pero él solo se lo reafirmó tomándola de los bra-zos y susurrándole en el oído un «te amo» que hizo que ella sintiera mariposas por todo su in-terior… volar, volar. Se amaron como nunca, todos los días mutuamente espe-raban con todas las ansias posibles poder volver a verse. Ella simplemente no podía creer lo que sucedía. Y se percató de algo; un día llegó temprano al mercado y quería darle una sorpresa a Leo, pero lo descubrió hablando con Verónica; supuso que era una amiga, no lo interrumpió y se fue; pero siempre que estaba con Leo, él hablaba ocasional-mente de ella… la dichosa Verónica. Alexandra comenzó a sospechar que Leo amaba a Verónica, hasta que sus celos no pudieron más y desató su furia. ALEXANDRA: ¿Acaso amas a Verónica o por qué siempre estás hablando de ella? ¿Me amas? LEO: Sí, te amo. Pero siento algo por Veró-nica. Te amo con todo mi corazón, ella sólo es parte de mi pasado.

ALEXANDRA: ¡Entonces, ¿por qué esta-mos juntos si tú amas a Verónica?! LEO: Te amo a ti, ella es el pasado ¿O preferirías que te mintiera? ALEXANDRA: No puedo lidiar con la verdad… no puedo (tira en llanto). LEO: Mi amor, olvídalo… no importa (pone su mano en la espalda de Alexan-dra).

ALEXANDRA: Claro que sí importa… lo siento, pero no puedo soportar la idea de que

ames a otra. ¿Creí que me amabas? (Aparta la mano de Leo bruscamente). LEO: ¿No soportas la idea? ¡Entonces termina con esto! ALEXANDRA: No puedo… (con tono tímido) te amo demasiado. LEO: Bien, ¡terminamos! ALEXANDRA: ¡Pero, Leo! No puede ser (cae al suelo en llanto). LEO: … (se va y deja a Alexandra sola). El llanto y la tristeza se apoderaron de Alexandra. Sólo podía pensar en Leo, se culpaba por cómo había acabado aque-llo y todas las noches el llanto acudía a ella cuando los recuerdos de Leo la ase-

simplemente morí sola en mi cuarto

sin importarle a nadie

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chavan al dormir, fueron noches en ve-la llorando por él. Aquél amor que co-menzó y terminó repentinamente. El tiempo pasó, la señora Prechento murió; Alexandra se mudó porque su madre empeoró y tuvieron que buscar un nuevo médico que la pudiera curar, así que acudieron a Florencia esperando encontrar allí la cura de lo que ator-mentaba a su madre. Pero después de años de buscar, nunca encontraron na-da; hasta que su madre murió y Alexandra y sus hermanas tuvieron que regresar a Venecia a su antiguo hogar, lo único que les quedaba. Un día Alexandra vio a Leo, él ni se percató porque no podía ni verla: se le destrozaba el co-razón. Leo estaba lleno de furia porque culpaba a Alexandra de cómo habían ter-minado las cosas; pero a la vez la ex-trañaba y la amaba; pero quería que ella viera como ya no significaba nada para él, porque creía que Alexandra ya lo había olvidado. Leo contrató a Verónica para que pretendiera ser su amante, y cumplió su propósito: Alexandra estaba cami-nando por el mercado haciendo las compras de todos los días cuando vio a Leo con ella; él, por despecho, sujetó a Verónica, la tomó en sus brazos y la besó. Alexandra siguió caminando, pero en cuanto se volteó, lágrimas comenza-ron a correr por sus mejillas: su co-

razón estaba roto. Ahora ya no había más dudas para ella, Leo la había olvidado y su corazón ya estaba ocupado por otra. Ya no resistía más, Alexandra sufría de-masiado. Siempre que veía a Leo deseaba decirle cuánto lo amaba, aunque sabía que él ya no la amaba, que él ya la había olvida-do, y lo corroboraba viéndolo besando a Verónica. Por su parte, Leo creía que Alexandra ya lo había olvidado, que él formaba parte de su pasado y que nunca volvería a ser parte del presente de ella. La tortura de ver a Leo todos los días en la ciudad era una idea insoportable; verlo y recordar la sensación que la invadía al abrazarlo y darse cuenta de que ya era par-

te del pasado y que nunca volvería a ser parte del hoy, de que todo había acabado, de que nunca volvería a pasar, el simple hecho de pensar en eso la destrozaba. Leo no podía

verla a los ojos, siempre que la veía se que-braba su corazón; el saber que había perdi-do su amor. Alexandra tomó la decisión, su cuerpo ya no soportaba más el dolor; la sensación desgastante de un vacío en su interior con-sumiendo todo a su alrededor la estaba matando lentamente. Sabía que él ya no la amaba, que todo el amor que sentía por él sería rechazado… no había otra salida. Sus hermanas lo sabían, sabían de la de-sesperación que mataba a Alexandra, no existía manera alguna de convencerla de que no valía la pena sufrir por él; sólo re-

Eso ya no importa ahora cariño,

el dolor ha desaparecido para siempre

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forzaban los recuerdos de Leo en su mente. Ella lo seguía a amando y estaba dispuesta a morir por ese amor. Corrieron a avisarle a Leo lo que sucedía para poder salvar a su hermana. Alexandra tomó la llaga y se cortó las venas cubriendo su cama de sangre, de-sangrándose igual que su corazón se de-sangró por él, y cubriendo su rostro de cas-cadas de lágrimas, las mismas que derramó por él. ALEXANDRA: No recuerdo, no estoy segura qué pasó. Una parte de mí me cuenta de un recuerdo: que Leo entró corriendo a mi habitación, me trató de salvar, me dijo mi-les de «te amos» y me llenó de besos espe-rando que despertara, aunque nunca lo hice; pero, otra parte de mí me dice que simplemente morí sola en mi cuarto sin importarle a nadie… MUERTE: Eso ya no importa ahora cariño, el dolor ha desaparecido para siempre; sólo vámonos, él ya te alcanzará… pronto. (La toma de la mano y se van)

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Francisco y Mario se quedaron un largo tiempo contemplando la fogata sin decirse nada. Ambos se habían perdido cuando vinieron a acampar, ahora ellos dos estaban destinados a ayudarse mutua-mente para sobrevivir y quizás lograr escapar de ese bosque. Realmente nunca fueron amigos, pero los dos sabían que tenían que ayudarse mutuamente si querían so-brevivir. -¿Por qué estás aquí? -preguntó Francisco. -Bueno, verás, mi hermano siempre quiso venir a acampar aquí, así que se me ocurrió que sería una buena idea traerlo a este lugar para su cumplea-ños -respondió. Ambos guardaron silencio por un breve momento. -¿Y dónde está él? -preguntó Fran-cisco. -Murió -dijo Mario. -Ah... ¿de qué murió?

El bosque de la muerte.

Por: José Andrés Machado Soberanis.

-Ya habían pasado dos días desde que nos perdimos. Era de noche, ambos dor-míamos. Pero mi hermano despertó con demasiada sed y decidió ir a tomar un poco de agua del lago; al parecer estaba lleno de bacterias. Al día siguiente vomitaba como loco y tenía mucha calentura. Dos días des-pués murió. La verdad es que yo sí tenía agua esa noche, sólo que la había guardado y no la logró encontrar... -respondió Mario sin despegar su mirada de la fogata. -Jejeje. -¿De qué te ríes -preguntó Mario. -Es que tienes que admitir que esa muer-te es graciosa -contestó. -Jaja, bueno, ya sé... pero, jaja... -los dos individuos estallaron en carcajadas. Después de un minuto lleno de risas, Mario preguntó: -Y, dime, ¿por qué estás aquí? -Siempre he querido venir acá, me pare-cía un lugar bastante interesante así que vine con un guía. -Déjame adivinar: el guía también murió. -Sí -dijo Francisco-. Cuando vinimos, el

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primer día el guía había encontrado una avioneta estrellada en un árbol… más o me-nos por ese lado -apuntó con el dedo al otro lado del lago-. El guía pensó que sería buena idea escalar el árbol para ver si había algo útil en aquella avioneta... pero algo cayó de esa avioneta... dirigiéndose rápida-mente hacia él. -¿Qué era? -Apenas puso un pie... cayó... vi cómo lentamente caía hasta impactar en su cabe-za. Ese objeto... era un vulgar, enorme, relu-

ciente y fláccido pepino encurtido. Le-dio un golpe bastante fuerte en la cabe-za y lo mató. Los dos se quedaron viendo la fogata callados. Las lágrimas empezaron a correr por la cara de Francisco. -Vaya... lo siento -dijo Mario- es algo sumamente triste. Francisco vio por un momento a Ma-rio y ambos se abrazaron y lloraron bajo la luz de la luna.

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La muerte es algo que un día puedes vivir triste y otro más triste. Una no-che mi padre, como cada noche, llegó lleno de alcohol, tomando día a día. Mi madre y yo ya nos ha-bíamos acostumbrado al vicio de mi padre, que día a día acababa con nosotros. Mi pobre madre, todos los días golpeada, su belleza incomparable se había en-tristecido. Mi padre siem-pre le cortó las alas, no quería que creciera más que él. Un lunes como cual-quier lunes, mi papá no pensaba en el malísimo vi-cio que tenía, por eso de-cidí hablar con él. Pero co-mo siempre, inventó que tenía demasiado trabajo, aunque no había ningún peso en casa. Mi madre, harta de los golpes, decidió suicidarse cortándose lentamente las venas

La muerte y el alcohol no se llevan.

Por: Juan Carlos Ramón Gallegos.

cuando yo la observaba desde el pasillo. Yo amaba a mi madre, pero aprendí a vivir sin ella. No me quedé destruido, al contrario, rompí con todas las barreras. Hoy tengo 18

años, mi papá venía a buscarme a la escuela en carro porque nunca me dio uno para mí. Yo veía cómo, briago, todos los días me iba a buscar al colegio. Ha-bían pavimentado la calle y pu-sieron un gran tope en medio. Al ver el gran tope pensé: «ojalá mi papá no venga borracho hoy». Pero fue un mal pensamiento mío, porque desde lejos vi el co-che con el borracho. Al verlo me sentí muy triste; pero mi dolor hacia mi madre siempre fue ma-yor. Lo observé volando con el carro usando el tope como ram-pa... de pronto se estrelló con un árbol gigante. Corrí a buscarlo, pero me sorprendí al ver un

fuerte golpe en su cráneo. Mi padre falle-ció, hoy ya soy una persona grande. Tengo

La muerte es

algo que

un día

puedes

vivir triste

y

otro

más triste.

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hijos, por lo cual no repetiré la misma his-toria con ellos ni con mi esposa. Decidí nunca ingerir alcohol, ya que el alcohol me

destruyó la vida lentamente, aunque no lo haya bebido.

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Índice de ilustraciones:

Portada: José Andrés Machado Soberanis. Página 2: Fanny Yesenia Roa Torres y Aranzazú Arámburo Vizcaíno. Página 3: Sebastián A. Ramírez Cervantes. Página 4: Fanny Yesenia Roa Torres. Páginas 6 y 7: Tobías Álvarez Di Disideró. Página 8: Pedro Lamadrid Miguel. Página 9: Luis Roberto Vázquez Domínguez. Página 13: Andrea Gabriela Monroy Borrego. Página 15: José Andrés Machado Soberanis (archivo personal). Página 17: Juan Carlos Ramón Gallegos.

La otra puerta, revista literaria, año 0, número 0, octubre de 2011,

es una publicación editada por las y los estudiantes del Taller de Expresión

Oral y Escrita (ahora Teatro II) del Área Artística, 3o. de Nivel Secundario,

del Centro Educativo Piaget, A.C.

Centro Educativo

Piaget, A.C.

Octubre de 2011.