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Varios autores
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LA REINA DEL MUNDO
REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA DE LA OPININ PBLICA
Aurora Garrido Martn
Lourdes Vinuesa Tejero
Editoras
LA REINA DEL MUNDO: REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA DE LA OPININ PBLICA Edita: Aurora Garrido Martn, Lourdes Vinuesa Tejero
Autores: Vctor Rodrguez, Aurora Garrido, Candido Monzon, Raul Gabas, Alejandro Almazan, Beatriz Maas, Juan Ignacio Rospir, Cesar Garca, Lourdes Vinuesa
I.S.B.N.: 978-84-695-8594-8
Depsito Legal: SA-555-2013
Imprime: Tratamiento Grfico del Documento
Avda. Los Castros s/n, 39005 Santander
Telf: 942 20 11 08
Email: [email protected]
3
NDICE
Presentacin ........................................................................................................................... 5
PRENSA Y DISCURSOS POLTICOS
Vidas paralelas: opinin pblica y prensa en Espaa (1808-1914) .......................................... 9
Vctor Rodrguez Infiesta
El vocero de la opinin: el uso del concepto opinin pblica en el discurso del
Parlamento en la Espaa liberal (1875-1923)......................................................................... 39
Aurora Garrido Martn
RACIONALIDAD E IRRACIONALIDAD
La dialctica entre lo racional y lo irracional en la historia de la opinin pblica. La
Ilustracin y el liberalismo .................................................................................................... 71
Cndido Monzn Arribas
Los afectos y los smbolos en la opinin pblica. .................................................................. 99
Ral Gabs Palls
EL ESTUDIO EMPRICO: ENFOQUES ALTERNATIVOS
Viejas y nuevas formas de estudiar la opinin pblica ....................................................... 127
Alejandro Almazn Llorente
Ms all de los sondeos: hacia un estudio discursivo de la opinin pblica ........................ 147
Beatriz Maas Ramrez
4
IV. EL MBITO ACADMICO
Opinin pblica: narraciones histricas ............................................................................... 175
Juan Ignacio Rospir Zavala
Bases para una perspectiva integrada de la teora de la opinin pblica y las relaciones
pblicas. La contribucin de Walter Lippmann y Jurgen Habermas ................................... 205
Csar Garca
La opinin pblica en el mbito acadmico: investigacin y docencia ............................... 231
Lourdes Vinuesa Tejero
Nota biogrfica de los autores ........................................................................................... 257
5
PRESENTACIN
La soberana de la opinin pblica fue proclamada por las revoluciones liberales
como sustitucin de la tradicional soberana absolutista del Monarca. Se consolidaba,
entonces, un nuevo principio de legitimacin del poder asociado a los gobiernos
representativos, de carcter simblico y abstracto pero con fuerza moral y poltica. La
opinin pblica se convirti en la nueva reina del mundo, una expresin reiterada
exhaustivamente a lo largo del todo el siglo XIX para definir a la opinin pblica1 y,
comnmente, atribuida al cientfico y filsofo francs del siglo XVII Blaise Pascal,
quien en sus Pensamientos inclua el siguiente aserto: [] la opinin es como la reina
del mundo, pero la fuerza es su tirana2. Como seala Fernndez Sarasola, Pascal
anticip, sin pretenderlo, la relacin que establecer el liberalismo entre la opinin
pblica y el Estado, que convirti a la opinin de la sociedad en gua y vigilante del
poder pblico, de la fuerza pblica, para evitar su tirana3.
Es a esta opinin pblica, entronizada metafricamente por el liberalismo como
reina del mundo, a la que est dedicada el trabajo que presentamos. ste constituye
uno de los resultados del proyecto de Plan Nacional de I+D+i, Los momentos
histricos de la opinin pblica: de la Revolucin Francesa a la actualidad (HAR2009-
08461), financiado por el Ministerio de Economa y Competitividad, y est integrado
por nueve aportaciones que conforman una aproximacin plural al estudio del fenmeno
de la opinin pblica. Se trata de una obra sobre su evolucin histrica abordada desde 1 Obviamente, son muchos los trabajos de carcter nacional e internacional en los que aparece referida dicha metfora; pero, como un ejemplo sobre su utilizacin en el mbito iberoamericano, puede verse el captulo titulado Opinin Pblica, en Javier Fernndez Sebastin (Dir.), Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850, Madrid, Fundacin Carolina/Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales/Centro de Estudios Polticos y Constitucionales, 2009, pp. 979-1113. 2 La cita completa dice as: El imperio fundado sobre la opinin y la imaginacin reina durante algn tiempo, y este imperio es dulce y voluntario; el de la fuerza reina siempre. As, la opinin es como la reina del mundo, pero la fuerza es su tirana. Blais Pascal, Pensamientos, Alianza Editorial, Libro de Bolsillo. Humanidades, n 4458, oct. 2004, 311, p. 88. Hay edicin francesa, B. Pascal, Penses, Pars, Garnier-Flammarion, 1976, 311-665, p. 139. 3 Ignacio Fernndez Sarasola, Opinin pblica y libertades de expresin en el constitucionalismo espaol (1726-1845), Historia Constitucional (revista electrnica), n 7, 2006, pp. 160-161. (http://hc.rediris.es/07/index.html)
6
un enfoque de carcter multidisciplinar, en la que se conjugan las perspectivas de
anlisis de la historiografa, la filosofa, la sociologa y las ciencias de la informacin
con el propsito de conocer en profundidad las distintas facetas de la realidad de un
objeto de estudio de naturaleza esencialmente polidrica. La finalidad ltima perseguida
es la de presentar una visin global del fenmeno de la opinin pblica a travs de un
trabajo de amplias dimensiones cronolgicas y temticas que contempla a la opinin
pblica en toda su dimensin.
7
PRENSA Y DISCURSOS POLTICOS
8
9
VIDAS PARALELAS: OPININ PBLICA Y PRENSA
EN ESPAA (1808-1914)
Vctor Rodrguez Infiesta
1. INTRODUCCIN
Con el comienzo de la Guerra de la Independencia, en 1808, adems de ponerse
en marcha otras transformaciones decisivas se abre un tiempo nuevo para el periodismo
espaol. Los primeros balbuceos del liberalismo vienen acompaados por el
surgimiento de numerosos peridicos, amparados por una libertad de imprenta
sobrevenida al calor de los acontecimientos y ms tarde sancionada legalmente. El
marco jurdico en el que se mueve desde entonces la prensa le ser ms o menos
favorable, al hilo de los posteriores vaivenes polticos, pero en todo caso a partir de los
aos cuarenta del siglo XIX pueden darse por concluidos los tiempos de lo que Fuentes
y Fernndez Sebastin denominan la difcil construccin de un rgimen de opinin
pblica1. Y ello no porque las dificultades desaparecieran del horizonte en 1840, sino
porque desde entonces se hace ms evidente que ya no es posible el restablecimiento del
Antiguo Rgimen.
Sobre estos cimientos se desarrolla la prensa espaola a partir de dos modelos
principales, cuyos antecedentes estn ya en los primeros aos del siglo: la prensa
poltica o de partido y el periodismo predominantemente informativo-industrial, que con
el tiempo acabara por ocupar posiciones hegemnicas. Como es lgico, uno de los
principales elementos que condicionan esta evolucin es la capacidad y voluntad de
lectura a lo largo del tiempo. Los datos procedentes de los censos de poblacin, aunque
pueden ser interpretados de distinto modo, muestran como rasgo bsico un lento
ascenso de las tasas de alfabetizacin en el siglo XIX (75,5% de analfabetos sobre la
poblacin total en 1860, 72% en 1877, 68% en 1887 y 63,8% en 1900) para progresar
1Juan Francisco Fuentes y Javier Fernndez Sebastin, Historia del periodismo espaol, Madrid, Sntesis, 1998, pp. 47 ss.
10
ms rpidamente durante la siguiente centuria (considerando ahora a los mayores de 10
aos: 56,2% de analfabetos en 1900, 50,6% en 1910 y 43,3% una dcada ms tarde,
acentundose la tendencia en los siguientes censos)2. La distancia con respecto a los
pases ms avanzados es, en todo caso, muy grande; y lo mismo sucede, al margen de
otros factores diferenciales, respecto a las tiradas de los principales diarios.
De todos modos, tambin aqu el avance es muy importante. Si a principios del
siglo XIX la prensa espaola procede de una pequea minora ilustrada que escribe para
las lites, en las dcadas iniciales del nuevo siglo estamos ya en los inicios de una
prensa que pretende orientarse a las masas, al tiempo que evoluciona igualmente la
infraestructura informativa. Las iniciativas estrictamente personales que estn detrs de
muchos peridicos a principios del ochocientos darn paso ms adelante a figuras como
la del propietario-director, las empresas familiares y las sociedades mercantiles de
distinto tipo, entre las que cabe destacar como un signo de evolucin hacia un modelo
empresarial desarrollado la aparicin de sociedades annimas y ms tarde, en 1906, del
denominado trust de la prensa, la Sociedad Editorial de Espaa.3
Los adelantos tcnicos se incorporaban a este proceso permitiendo las grandes
tiradas e impulsando una modernizacin empresarial que, entre otras cosas, se explica
por la necesidad de importantes inversiones en un mercado cada vez ms competitivo.
La fabricacin rpida y barata de papel, la introduccin de las primeras rotativas ya
avanzada la segunda mitad del siglo XIX, las primeras linotipias en torno a 1900, eran
todos avances tcnicos necesarios que a su vez se levantaban sobre un sustrato de
profundas transformaciones sociales. En efecto, la curva ascendente de las tiradas de la
prensa espaola, hasta llegar a cifras razonables para erigirse con alguna credibilidad
como portavoz de la opinin pblica, slo poda ser posible a partir de otros factores.
Algunos de estos ltimos eran especficos de la historia de la comunicacin social,
como la capacidad para mantener un precio de venta reducido con el apoyo de la
publicidad; otros eran de importancia tan universal como los condicionantes
2 Datos elaborados por Antonio Viao a partir de los distintos censos de poblacin, en: Agustn Escolano, Leer y escribir en Espaa. Doscientos aos de alfabetizacin, en A. Escolano (Dir.), Leer y escribir en Espaa, Madrid, Fundacin Germn Snchez Ruiprez, 1992, pp. 13-44. Naturalmente, las cifras globales aqu sealadas ocultan importantes diferencias internas, con una poblacin femenina en todo momento menos alfabetizada que la masculina, notables disparidades regionales o divergencias en funcin de la pertenencia a un determinado grupo social, a las que se aaden factores de tanto peso como el desarrollo de la urbanizacin, por ms que no siempre puedan traducirse de inmediato en un retroceso del nmero de iletrados. 3 Para una visin ms detallada: Juan Carlos Snchez Illn, La edicin de peridicos y la empresa periodstica, en Jess A. Martnez Martn (Ed.), Historia de la edicin en Espaa (1836-1936), Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 397-414.
11
demogrficos, el avance de la urbanizacin, los esfuerzos educativos de distintas
instituciones o la democratizacin de la sociedad.4
En cuanto a los actores ms visibles de este panorama, los periodistas, hay que
tener en cuenta que todava a principios del siglo XX el periodismo es en Espaa, en la
mayora de los casos, un oficio de remuneracin incierta y escasa, para cuyo ejercicio
no se necesitan ms que algunos conocimientos rudimentarios, y a veces si media una
buena recomendacin- ni siquiera eso. El atractivo principal est en la posibilidad de
usar el oficio como trampoln para lanzarse a la conquista de otros horizontes ms
lucrativos, a menudo en el campo de la poltica. Junto a ello, la necesidad de recurrir al
pluriempleo o de completar ingresos acudiendo a medios poco confesables, desde el
chantaje hasta la venta de favores, explican en buena medida que el mundo periodstico
fuera contemplado con desconfianza por gran parte del pblico. Slo a partir de los aos
diez del siglo XX se dan avances verdaderamente notables, bien que parciales, hacia el
establecimiento de una autntica profesin periodstica. Jean-Michel Desvois resume su
origen en tres puntos: la aparicin de un nuevo tipo de empresas, la actuacin estatal y
la iniciativa de los propios periodistas.5 Con todo, aunque la situacin de algunos
redactores pudiera mejorar hasta ponerse ms o menos al abrigo de las peores
tentaciones, las sospechas de corrupcin seguan pesando sobre los propietarios de los
medios informativos. La propia configuracin de los principales diarios, siguiendo
planteamientos propios de la prensa de negocio, no contribua a hacer creble la
acariciada imagen del peridico como portavoz de la opinin mayoritaria.
De todos modos, no cabe olvidar que el panorama general de la prensa espaola,
y ms si de lo que se trata es de bosquejar el tema de sus relaciones con la opinin
pblica, es mucho ms complejo que lo que puede apuntarse en unos prrafos
introductorios. No hay ms que pensar, para percibirlo, en la indiscutible trascendencia
de una cuestin tan olvidada por la historiografa como es la distribucin de la prensa.
Por ms que se hubieran dado todas las condiciones descritas anteriormente, necesarias
para el despegue de la prensa de masas, sin un sistema de distribucin mnimamente
fiable jams habra sido posible alcanzar grandes tiradas. Y es que el medio de
comunicacin ms eficaz de las lites y los gobiernos, la prensa, descansaba sobre una 4 Vase: Francisco Iglesias, Factores histricos de la consolidacin de la empresa periodstica y las grandes tiradas, en Comunicacin y estudios universitarios (Valencia), n 6, 1996, pp. 25-32. Cfr., en lo relativo a la instalacin de las primeras linotipias en Espaa: Juan Carlos Snchez Illn, Prensa y poltica en la Espaa de la Restauracin. Rafael Gasset y El Imparcial, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 45. 5 El estatus de periodista en Espaa de 1898 a 1936: Nacimiento y consolidacin de una profesin. Comunicacin y Estudios Universitarios (Valencia), n 6, 1996, pp.33-46.
12
red de distribucin que lleg a hacerse bastante intrincada, pero cuyas ramificaciones
ltimas estuvieron siempre en manos de hombres y mujeres de la ms baja condicin
social, vendedores situados a menudo en los aledaos de la marginacin y que sin
embargo, en el caso de actuar unidos, podan convertirse en una fuerza capaz de poner
en serias dificultades a las ms poderosas empresas periodsticas, incluso de dificultar la
comunicacin entre gobernantes y gobernados. Hay que recordar, por ejemplo, que el
vendedor al nmero tomaba decisiones sobre qu noticias y cabeceras vocear; que pona
nfasis en una palabra e interpretaba a su modo un titular cuyo contenido poda haberle
descrito el capataz del peridico porque no saba leer. El vendedor simplificaba y a
veces tergiversaba el contenido de su mercanca, resumiendo en muy pocas palabras una
realidad polidrica, y esta frmula condensada era la que se fijaba en la memoria de
muchas personas que jams tuvieron intencin de leer un diario. Si sobre el voceo
pesaron restricciones legales y prohibiciones en distintos momentos, fue porque se
comprendi desde muy pronto que la influencia de la prensa sobre la opinin pblica
era un proceso ms complejo y con ms protagonistas de lo que pudiera creerse.6
En cualquier caso, no se trata de encajar en los lmites de un artculo todo ello,
sino de aproximarse al tema, o ms exactamente, a ciertos aspectos del mismo. El objeto
central de las pginas que siguen es la funcin que la prensa se atribuye a s misma con
respecto a la opinin pblica y las mutaciones que se producen en el papel que juegan
ambas esferas. Una cuestin suficientemente compleja y rica en cuanto a las fuentes
disponibles como para realizar un primer acercamiento tentativo a partir de distintos
frentes. En primer lugar desde unos textos de naturaleza peculiar por el carcter
programtico de los mismos: los prospectos (impresos en los que se anuncia lo que ser
la cabecera) y los artculos de presentacin de diferentes peridicos en su primer
nmero, con el fin de determinar qu tipo de funcin reivindican, de hacerlo as, y si
existe alguna relacin con el tipo de prensa predominante en distintos momentos. A
continuacin se aborda el tema a partir de las posiciones ideolgicas de cierto nmero
de publicaciones, compendiando sus puntos de vista para mejor entender las diferencias
entre una izquierda que comienza esperndolo todo del futuro y una derecha que,
durante mucho tiempo en Espaa, cuenta con la ventaja del nmero salvo en algunos
6 Aunque queda mucho por investigar al respecto, para una visin parcial de algunos aspectos relacionados con la historia de la distribucin de la prensa espaola puede verse: Valentn Alejandro Martnez Fernndez, Historia de la distribucin de la prensa, A Corua, Diputacin Provincial de A Corua, 2000; Vctor Rodrguez Infiesta, La venta de prensa en Espaa: los inicios del asociacionismo, Estudios sobre el Mensaje Periodstico, n 15, 2009, pp. 443-453.
13
espacios, momentos y sectores sociales concretos. Y por ltimo se ensaya un sucinto
recorrido cronolgico seleccionando distintos momentos histricos que pueden resultar
particularmente elocuentes en futuras investigaciones, adems de analizar un poco ms
en profundidad uno de ellos. En este ltimo caso se trata de aproximarse al uso que
hacen los diarios del trmino que nos ocupa y al modo en que contemplan sus relaciones
con la opinin pblica, ms all de las intenciones manifiestas. Programas fuente
privilegiada-, ideologa y cronologa ejes divisorios casi naturales-, sirven, en
definitiva, como base organizativa de este trabajo, para el que se han consultado en
torno a un millar de artculos periodsticos.
2. PROSPECTOS, PROGRAMAS Y OTROS DOCUMENTOS
Tratando de la opinin pblica afirmaba en 1904 Pedro Dorado Montero-,
parece que no se puede menos de hablar de la prensa. El nombre de la una evoca
inmediata y como indefectiblemente el de la otra, asociadas de una manera estrecha; y
esto era as hasta el punto de que haba quien pretenda, segn el prestigioso
criminalista, identificar abusivamente una y otra.7 En efecto, no pocas veces ms
adelante se vern algunos ejemplos- la prensa espaola pareci perder de vista que tal
identificacin no podra ser nunca total, por ms que los puntos de encuentro fueran
permanentes.
Las publicaciones peridicas recogieron abundantemente escritos en los que se
reflexionaba sobre la opinin pblica, su poder, relacin con los gobiernos u otras
cuestiones, siendo una de las principales fuentes para el estudio de la evolucin histrica
del concepto. Pero al mismo tiempo la prensa dej en sus propias columnas un trazo
visible de lo que entenda que deba ser su papel con respecto a la opinin pblica; trazo
que puede seguirse, adems de por otros medios, como la bibliografa de poca, a travs
de los prospectos y artculos de presentacin de diferentes publicaciones peridicas. Por
supuesto, en esta especie de subgnero periodstico, muchas veces no se alude al
sintagma que nos interesa, o bien se hace un uso del mismo puramente retrico. Con el
tiempo, de hecho, los programas y las presentaciones llegan a convertirse en no pocos
casos en un ejercicio de redaccin estereotipado. Pero aun cuando no se haga ninguna
7 Pedro Dorado, La opinin y la prensa, Nuestro Tiempo (Madrid), Marzo, 1904, pp. 329-351, p. 336.
14
referencia directa al punto de encuentro entre prensa y opinin pblica, el artculo
liminar de un peridico, por su carcter de tal, est siempre relacionado de algn modo
con la imagen que la publicacin desea proyectar de s misma y del lugar que reclama
en la sociedad.
Partiendo de estos documentos y de otros artculos de similar carcter, la prensa
espaola de las dcadas iniciales del siglo XIX pone el acento en su funcin dirigente de
la opinin pblica, unas veces insinundose como gua (Semanario Patritico, El
Mensajero, El Zurriago), otras veces en ocasiones simultneamente- atribuyndose
desde opuestas posiciones polticas la labor de ilustrarla (El Espaol, El Fernandino, El
Mensajero, La Aurora del Comercio), lo que implica discriminar contenidos y, as lo
advierte La Colmena en 1820, evitar artculos que contengan cosas intiles, o
conspiren a extraviar la opinin pblica. Pero dirigir es tambin dar cohesin a los
dirigidos y, en este caso, contribuir a fomentar el espritu pblico (Semanario
Patritico) y, de forma ms precisa fixar la unin vacilante del pueblo espaol, y
reducirlo a la unidad (Correo Poltico y Mercantil de Sevilla), o, desde un absolutismo
respaldado por la reciente toma del poder y apartndose ya de cualquier atisbo de
opinin libremente manifestada, procurar que entre los espaoles no haya ms que un
solo sentimiento, una sola opinin, un solo espritu (El Fernandino).8
Esta funcin dirigente, que no slo reclamaba la prensa9, sigue manifestndose
en los aos posteriores. En 1837 el Observador Pintoresco, en su primer nmero,
afirmaba que un pblico engaado la mayor parte de las veces haba visto cmo
todos [los prospectos] han ofrecido consagrarse, o a difundir las luces, o a dirigir la
opinin pblica o a fomentar las artes. A lo largo del periodo estudiado, de forma
implcita o explcita, numerosas publicaciones mencionan esta posibilidad de guiar a la
opinin, de agitarla, de influir en ella10; aunque las circunstancias sean ya muy distintas
a las del primer liberalismo espaol. Tanto es as que cuando en 1932 nace Luz, un
diario ms adelante integrado en el denominado trust azaista, es posible ya una
8 Prospectos de El Semanario Patritico (1808), El Mensajero (1820), El Espaol (1810); Introito, El Zurriago (n 1, 1821); El Fernandino de Valencia en Madrid (n 1, 14 de junio de 1814); prospecto de La Aurora del Comercio (1822); La Colmena (n 1, 17 de marzo de 1820) y el Correo Poltico y Mercantil de Sevilla (1814). 9 La Sociedad Patritica Constitucional de Murcia, por ejemplo, afirmaba en su reglamento que en una palabra, su empeo [el de estas sociedades] es dirigir la opinin. Cit. Alberto Gil Novales, Las Sociedades Patriticas (1820-1823), Madrid, Editorial Tecnos, 1975, p. 371. 10 Ejemplos en: El Balear, n 1, 1-6-1848; Mejoras necesarias, El Noticiero Balear, n 1, 1-4-1891; Lo que somos, El Pueblo (Mahn), 1-4-1892; Nuestro Programa, La Provincia (Soria), n 1, 3-10-1899; Nuestro Programa, La Voz de Castilla, n 1, 1-1-1910.
15
actitud claramente defensiva con respecto a la opinin pblica. Haba ahora que
defender a la Repblica de los peligros que lleva en s misma, y entre stos de los
errores de la opinin.11
No mejor suerte corri la creencia en el poder de la prensa para aunar
voluntades. Sigui teorizndose en distintos lugares sobre su capacidad para sumar
adeptos y ser base de organizaciones sociales de carcter poltico, como apuntaba la
voz opinin pblica de la Enciclopedia Jurdica Espaola en 1910. Su autor, Gonzalo
del Castillo, aada que la prensa [es] como la quinta esencia de los derechos de
reunirse y asociarse, creando una especie de pensamiento colectivo, expresando la
opinin pblica y cristalizando ideas y procedimientos comunes, capaces de dar vida a
esas entidades morales caracterizadas por la permanencia, y que hemos denominado
asociaciones polticas.12 Por su parte, en 1915, un peridico portavoz del partido
liberal pona en letras de molde lo que debi ser una creencia muy extendida desde
dcadas antes, una vez pasado el entusiasmo inicial por el poder transformador del
periodismo: Gran parte de la prensa espaola, en vez de orientar, de encauzar hacia un
mismo punto de accin las distintas fuerzas pasionales de sus lectores, aviva el
desacuerdo, robustece tendencias que si no fueran peligrosas podramos llamar
ridculas; predicando simpatas que descubren odios predicando odios que amagan
simpatas. Ms adelante el peridico dejaba constancia de lo desgastadas que estaban
ya las primeras y ms ingenuas aproximaciones a la cuestin desde posiciones liberales:
Opinar, opinar!... Matatiempo de pea o casino, perfectamente legal cuando ya se han
cumplido y se llevan al da los deberes de ciudadano, pero grave pecado cuando est
todo por hacer, porque encima de malgastar un tiempo precioso, se desva el espritu de
las gentes.13
En cualquier caso, la funcin de gua haba pasado a un segundo plano mucho
tiempo antes. Desde los aos veinte del siglo XIX comienza a ser frecuente que adems
de guiar, educar, formar o cohesionar a la opinin se propongan, simultneamente, otras
opciones. El prospecto de El Censor, publicado en 1820, sostena que en el nimo de las
personas que patrocinaban el peridico estaba ilustrar y rectificar14, pero tambin,
11 Luz, n 1, 7-1-1932. 12 Gonzalo del Castillo Alonso, Opinin pblica, en VV.AA., Enciclopedia Jurdica Espaola, Barcelona, Francisco Seix, 1910, t. XXIII, pp. 797-803. 13 A todos, La Ribera del Ebro, n 1, 4-7-1915. 14 El deseo de rectificar puede ser entendido como una tarea educadora ms de la prensa, aunque tambin tenga algo de paso previo a la manipulacin de la opinin pblica. En ello hace hincapi,
16
adicionalmente, denunciar al tribunal supremo de la opinin pblica todo abuso que se
hiciere del poder, los vicios en materia de administracin, y las exageraciones de
patriotismo15. Esta labor fiscalizadora, nuevamente retomada por distintos peridicos
en los aos siguientes, tiene tambin sus dificultades y ms all de las declaraciones
altisonantes- puede ser origen de no pocas decepciones. En un arranque de sinceridad,
un diario que naca a la sombra del desastre del 98 solicitaba el apoyo constante de la
opinin pblica para que no se repitiera una situacin habitual: Se comete un abuso
[] y lo primero que se le ocurre al pblico es acudir a la prensa para que proteste. Y,
satisfecha esa necesidad del momento, este mismo pblico, olvida y deja en el mayor
abandono al peridico que fomenta la protesta para corregir el abuso, el atropello o la
falta cometida16. Una vez ms, se impona el realismo, no siendo suficiente ya con la
labor de un periodista heroico constituido en acusador y capaz, con entereza de carcter,
de arrostrar todos los compromisos que surgen de la manifestacin de la verdad17.
Adems, hay que tener en cuenta que representar el papel de fiscal era una tarea
delicada en extremo y que exiga alguna preparacin, como se comprob con motivo del
crimen de la calle Fuencarral, sobre el que se volver ms adelante. Modesto Snchez
Ortiz, un experimentado periodista, se ocup de la cuestin en uno de los primeros y
ms brillantes tratados espaoles de periodstica. Bajo el ttulo El peridico fiscal. El
peridico juez, el que fuera director de La Vanguardia expona los peligros de esta
situacin:
Como intrpretes de la opinin pblica acusamos, y puesto que esa opinin no se
pronuncia all de otro modo, como intrprete suyo fallamos tambin de conformidad
completa hace falta decirlo? con la acusacin. El fiscal intrprete del juez, el juez
fongrafo obligado, fatal, del fiscal todo ello en un proceso en que el acusado no
estuvo presente ni tuvo defensor! Puede darse mayor lgica, mayor garanta de
justicia?... Hablando en serio, puede darse mayor abuso de poder, mayor tirana?18
comentando este mismo documento, Gonzalo Capelln de Miguel, en: La opinin secuestrada: Prensa y opinin pblica en el siglo XIX, Berceo, n 159, 2010, pp. 23-62. 15 En el mismo ao, el prospecto de la Minerva Espaola subrayaba la importancia de que las publicaciones peridicas influyeran de distintos modos en la opinin pblica y tambin que los pueblos libres y deseosos de conservar sus derechos queran seguir paso a paso sus operaciones [las de los gobiernos], algo a lo que coadyuvaba la prensa. 16 El pblico y la prensa, El Regional (Tarragona), n 1, 5-11-1898. 17 Nuestro pensamiento, El Correo de Teruel, n 1, 3-2-1888. 18 Modesto Snchez Ortiz, El periodismo, Madrid, M. Romero Impresor, 1903 (reed. Barcelona, 1990), pp. 71-72.
17
Pero la misin que las publicaciones peridicas se atribuyen ms frecuentemente
en la segunda mitad del siglo XIX y principios del nuevo siglo no es ninguna de las
citadas (guiar, ilustrar, unir, denunciar), de carcter activo e impulsor, sino la de
servir como eco o espejo de la opinin pblica, cometido que podemos denominar de
carcter reflexivo. En 1814, una vez reinstaurado el absolutismo, el prospecto del
Diario Balear anunciaba una seccin titulada Barmetro del espritu pblico para
confusin de los descontentos, que no era otra cosa que un precedente espurio de esta
funcin, a modo de espejo deformador. Se trataba en realidad de sealar los grados de
amor de Fernando VII hacia sus vasallos y el amor, respeto y entusiasmo de stos
hacia su Real persona, es decir de guiar una vez ms el espritu pblico19, contando
con l, pero informndole solamente de aquello que favoreciera la imagen del monarca.
En un contexto y en un sentido muy distinto se expresaba El Censor Poltico y Literario
de Murcia, defendiendo en 1821 la libertad de imprenta como nico eco de la opinin
pblica despus de la abolicin de las sociedades patriticas20. No tarda en surgir un
ttulo harto elocuente: El Eco de la Opinin (1834), y poco tiempo despus un diario de
carcter innovador, El Espaol, que adems de promocionarse como punto de encuentro
de las opiniones, las ideas y los sentimientos del pas, insiste en el inters de un
peridico que sea como el espejo en que se reflejen la fisonoma, el movimiento y la
vida del pueblo espaol.21
Durante la Restauracin son numerossimas las publicaciones que aspiran, en sus
artculos preliminares, a recoger las aspiraciones de la opinin pblica, los ecos de la
opinin, reflejar [sus] tendencias, ser su rgano exacto y todo tipo de variaciones
en torno a la misma idea.22 Muchas cabeceras cultivan esta imagen con distintas
19 Un trmino que, si bien no puede considerarse como sinnimo de opinin pblica, es usado a menudo en esta poca como tal. 20 Prospecto de El Censor Poltico y Literario de Murcia, enero de 1821. En Cdiz, una dcada antes, en el prembulo al Decreto IX de 10 de noviembre de 1810 de las Cortes, se indicaba que la libertad de imprenta era el nico camino para llevar al conocimiento de la opinin pblica. Lo que para las Cortes era nico camino se converta para el peridico, poco tiempo despus de que las sociedades patriticas fueran desarticuladas, en un recurso menos eficaz a la verdad, que las arengas verbales que se hallan a los alcances de la clase ms numerosa []. 21 Prospecto de El Espaol, septiembre de 1835. G. Capelln de Miguel, op. cit, p. 42. 22 La Unin diario democrtico, La Unin, n 1, 27-7-1878; A nuestros lectores, El Thader, n 1, 1-7-1895; Nuestro programa, El Porvenir Segoviano, n 1, 1-4-1899; Prlogo, El Porvenir (Salamanca), n 1, 12-7-1903; A qu venimos?, La Voz de Alicante, n 1, 1-2-1904; Dos palabras, El Diario Orcelitano, n 1, 3-2-1904; Presentacin, Gaceta Poltica, n 1, 1-5-1908; A nuestros amigos, El Eco de Orihuela, n 1, 3-11-1909.
18
expresiones: La Voz, El Clamor, La Opinin;23 pudiendo llegar muy lejos en el deseo
de convencer al lector de lo adecuado del trmino escogido y adentrndose, al mismo
tiempo, en el camino de unos convencionalismos tan generalizados como poco crebles.
Precisamente uno de estos ttulos, El Clamor, sera usado en 1928 por Azorn y Muoz
Seca para llevar a las tablas una farsa en tres actos desarrollada en un ambiente
periodstico dominado por la frivolidad y la falta de escrpulos.24 Pero esto no debe
impedirnos reconocer en los peridicos algn rastro del carcter reflexivo que con tanta
insistencia proclaman, una inclinacin hasta cierto punto ineludible y relacionada con la
tendencia a darle al pblico aquello que desea.25
Un caso interesante del empeo por mostrarse como un simple reflejo de la
opinin es el de El Eco de Salamanca, que se presenta por primera vez a los lectores
mediante un extenso discurso de sabor cientificista en el que fuerza hasta el extremo la
analoga eco-prensa, preconizando que su actuacin futura se sujetar a la identidad
entre uno y otra con la regularidad de una ley inmutable. El cuerpo productor del
sonido de nuestro Eco afirma el peridico- ser la opinin pblica, la superficie
reflectante, la redaccin. La reflexin del sonido se halla sujeta a leyes fatales e
ineludibles, y el eco no puede escapar a ellas. El ngulo de incidencia es igual al de
reflexin, primera ley de la reflexin del sonido [] El Eco, pues, tendr las mismas
tendencias, tomar la misma actitud que la opinin pblica26. Prefiriendo esta vez el
smil del espejo, Fernando Terren Palacin viene a expresar lo mismo bastante tiempo 23 Javier Fernndez Sebastin y Gonzalo Capelln de Miguel, Historia del concepto opinin pblica en Espaa, en G. Capelln de Miguel (Ed.), Opinin pblica. Historia y presente, Madrid, Editorial Trotta, 2008, pp. 21-50, p. 40. 24 Tras el estreno, nada bien acogido por la mayora de los periodistas, Azorn fue expulsado de la Asociacin de la Prensa de Madrid (vase un relato de los hechos en: Vctor Olmos, La casa de los periodistas. Asociacin de la Prensa de Madrid 1895-1950, Madrid, APM, 2006, pp. 287-306). En todo caso, la plasmacin del mundo periodstico desde el ngulo de lo venal se inscriba en una tradicin en la que no faltaron grandes nombres de la novela decimonnica, como Balzac o Maupassant, mientras en Espaa, tanto en el siglo XIX como en las primeras dcadas del nuevo siglo, fue abundantemente cultivada la ficcin periodstica (Bretn de los Herreros, Palacio Valds, Baroja, Luis Torres, Araquistain, Cansinos Assens, Puig i Ferreter, Lpez Pinillos, Ciges Aparicio y otros) ofrecindose a menudo un panorama muy poco halageo de la profesin. 25 Octavio Aguilera, Las ideologas en el periodismo, Madrid, Paraninfo, 1990, p. 122 (referencias a Bernard Berelson y Alfred Sauvy). Del mismo modo, la objetividad, por inalcanzable que resulte en la prctica, cabe ser entendida como lo que Giovanni Bechelloni denomina una tensin permanente hacia la verdad (Miquel Rodrigo Alsina, La construccin de la noticia, Barcelona, Paids, 1996, p, 175). Para una visin mesurada y ms amplia de los medios de comunicacin como espejos de la realidad objetiva o como simples creadores de apariencias puede verse: Antonio Parra Pujante, Periodismo y verdad. Filosofa de la informacin periodstica, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003. 26 El Eco, El Eco de Salamanca, n 1, 1-11-1880. El artculo sigue en la misma lnea en los siguientes prrafos, desarrollando paralelismos entre el peridico y la superficie reflectante o la intensidad del eco, y explicando, por ejemplo, que sta es igual a la que correspondiera al sonido directo a una distancia del cuerpo productor igual a la suma de las dos distancias, contadas desde el obstculo a los puntos de produccin y recepcin.
19
ms tarde, en un libro dedicado a los futuros periodistas, al afirmar que la prensa
recoge las aspiraciones de la opinin, cual un cristal bien azogado reproduce las
imgenes, con minuciosa exactitud.27 Hasta Alfonso XIII, con motivo de la aparicin
de ABC, avala el ya viejo lugar comn declarando que es misin de la prensa reflejar el
estado de la opinin y hacerse eco de sus necesidades sin prejuicios.28
Por supuesto, las pretensiones manifestadas en otros lugares no siempre
resultaron tan ambiciosas, aunque solamente fuera porque lo que se pretenda reflejar
con precisin no era la opinin pblica en su totalidad sino una porcin de la misma,
una opinin concreta, adjetivada; la opinin, por ejemplo, de las personas y
publicaciones ms eminentes y adictas a la causa catlica29. Cuando Antonio Maura,
en una nota de circunstancias para apoyar el nacimiento de un nuevo rgano
conservador en Toledo, alababa el acierto en interpretar unas aspiraciones
conservadoras muy arraigadas en el pas, estaba muy lejos ya del cristal bien azogado
de Terren Palacin. El peridico era intermediario que descifraba; y lo mismo entendan
sus editores cuando prometan pulsar la opinin e inspirarse en ella, pero para
interpretar fielmente el credo del partido30. Era el sino de la prensa poltica, sealado
tambin por el conde de Romanones en una situacin anloga al incidir, saludando a un
nuevo peridico liberal, en la honrosa y abnegada tarea de ser mediadores entre el
partido y la opinin pblica31. Aunque no se expresara tan claramente como en la
prensa carlista, inmersa en una cultura poltica muy diferente y predispuesta a prescindir
del significado poltico de la opinin pblica32, la prensa de los grandes partidos
invalidaba, introduciendo la voz del dirigente entre el peridico y su pblico, las
imgenes ms clsicas del periodismo como simple cauce de la opinin. A fin de
cuentas, autores como Terren Palacin se inscriban en una tradicin de alabanzas a los
beneficios del llamado cuarto poder un tanto trasnochadas por su desmesura33. Ms
27 Fernando Terren Palacin, La carrera de la prensa. De inters especial a la juventud, Madrid, Librera Fernando Fe, s. f. [1922], p. 79. 28 El Rey y la Prensa, ABC, n 1, 1-1-1903. 29 Sanjun Hermanos, El Eco Balear, El Eco Balear, n 1, 2-1-1903. 30 Nuestra Bandera, El Cronista, n 1, 1-3-1910. 31 Carta del Conde de Romanones a Mariano Pastor, inserta en El Liberal Arriacense, n 1, 10-2-1914. 32 La prensa carlista poda omitir toda justificacin relacionada con la opinin pblica; su mejor aval era ser el eco, no de sta, sino de la jerarqua del partido. Por ejemplo, La Tradicin, de Tortosa (A los nuestros, n 1, 17-6-1911) cimentaba su existencia en ser aceptada como norma de vuestra conducta poltico-social, pues que podis estar seguros de que, hacindolo, acatis la voluntad de vuestros jefes, de quienes somos sencillamente porta-voz. 33 Perfecto arquetipo a travs del cual deben purificarse todas las instituciones [] poder de poderes, inmenso y sustantivo [] tribunal inapelable de la opinin, tal era la prensa para el autor del libro (F. Terren Palacin, op. cit, p. 12.).
20
razonables parecan declaraciones como las de La Regin, un diario mallorqun que en
1912, empeado en vivir de la opinin y en buscarla donde estuviera escondida, se
vea obligado simultneamente a vindicar esta opinin injustamente motejada,
maltrecha por la maledicencia, acusada de inepta por sus detractores []34.
Dorado Montero, por su parte, consideraba que no era la opinin pblica la que
se expresaba a travs de la prensa y la condicionaba, sino ms bien a la inversa: La
prensa, antes que espejo reflector, es mquina impulsora, exploradora y directora. Por
sus ojos ven y con su criterio juzgan diariamente miles y miles de individuos, que no
miran ni juzgan con los propios ojos ni con el propio criterio. Repiten, como el eco, lo
que oyen o leen35. En cambio Eugenio Sells, en su discurso de recepcin en la Real
Academia Espaola, se inclinaba por una opcin intermedia que en realidad inclinaba
nuevamente la balanza hacia la funcin de gua. Para el nuevo acadmico la prensa era
un tornavoz de la opinin pblica, pero actuaba como una suerte de condensador de
fuerzas: ni la engendra ni la hace: la toma hecha y la acumula para distribuirla y
dirigirla condensada en movimiento, en luz y en palabras. Del mismo modo que el
timn al barco, que va detrs pero lo gua, era posible seguir a la opinin y
encaminarla al mismo tiempo.36
3. APROXIMACIONES IDEOLGICAS
Fuera como fuera, es evidente que las publicaciones peridicas de todos los pases
han reflejado en mayor o menor medida distintas orientaciones predominantes en torno
a la opinin pblica. Y ello en distintos niveles, desde un uso que podramos denominar
comn e instrumental, prcticamente cotidiano a partir de la segunda mitad del siglo
XIX y en todo caso ajeno a cualquier voluntad de examen atento o de definicin, hasta
diversos grados de teorizacin espordica o los niveles ms avanzados de anlisis, por
lo general en revistas o boletines de cierta calidad.37 Quede para otra ocasin el estudio
periodstico de esto ltimo, que incluye reseas, resmenes de conferencias e incluso la
34 Lo que somos y a qu venimos, La Regin (Palma de Mallorca), n 1, 5-2-1912. 35 Pedro Dorado, La opinin y la prensa, Nuestro Tiempo (Madrid), Marzo, 1904, pp. 329-351, p. 344. 36 Eugenio Sells, Del periodismo en Espaa (2 de junio de 1895), cit. en: Carlos Barrera (Ed.), El periodismo espaol en su historia, Barcelona, Editorial Ariel, 2000, pp. 127-146. 37 Vase, respecto a este ltimo nivel de acercamiento: Gonzalo Capelln de Miguel, El giro cientfico (1870-1910): hacia un nuevo concepto de opinin pblica, Historia Contempornea, n 27, 2003, pp. 719-732.
21
publicacin parcial de la que se supone que fue la primera tesis doctoral sobre la
opinin pblica defendida en Espaa38; y para las pginas siguientes la visin, segn
afinidades doctrinales, que las publicaciones peridicas tienen de sus particulares
relaciones con la opinin pblica.
Respecto a las referencias ms cotidianas en la prensa espaola, no cabe duda de
que las constantes invocaciones a la opinin pblica en escritos y discursos acaban por
hacer del trmino una expresin formularia y multivalente. As se refleja en peridicos
de distinto signo, de manera que mientras en los aos ochenta del siglo XIX El Siglo
Futuro, todava rgano carlista, ironiza sobre el abuso del trmino con todas las
construcciones sintcticas de la gramtica, con todos los mltiples y variados giros del
idioma castellano, El Imparcial, desde unos fundamentos ideolgicos muy distintos,
reconoce que a la opinin pblica se la invoca, se la lleva y se la trae como un recurso
de la retrica aplicada a la poltica, como un tpico, un pretexto, una especie de tela de
la cual es fcil cortar toda clase de vestidos []39. Por supuesto, las alusiones a la
opinin pblica aparecen casi siempre en el campo del debate poltico, aunque no falten
pervivencias del conocido uso del concepto como reputacin.40
En lo que tiene de funciones polticas la opinin pblica, el liberalismo gaditano
consagra su doble labor como gua de los gobiernos y posible reprensor de los mismos.
A partir del Trienio Liberal (1820-1823), sin embargo, se produce una diferenciacin
ms precisa segn lo que Fernndez Sarasola con este objeto concreto y llegando en su
anlisis hasta los aos cuarenta del ochocientos- sintetiza como pensamiento exaltado
progresista por una parte y moderado conservador por otra41. Las diferencias que
interesa destacar estn en que, desde la primera perspectiva, los sujetos que forman la
opinin pblica se definen a partir de la participacin activa en la vida poltica,
identificndose con las ideas avanzadas, en tanto que para las fracciones del liberalismo
situadas ms a la derecha la condicin necesaria es cierto grado de ilustracin (aunque
en ninguno de los dos casos se llegue a adoptar posiciones democrticas). El sector
38 Juan Ignacio Rospir, La opinin pblica en Espaa, en A. Muoz Alonso, C. Monzn, J. I. Rospir, J. L. Dader, Opinin pblica y comunicacin poltica, Madrid, EUDEMA, 1990, pp. 84-145. 39 La opinin pblica, El Siglo Futuro, 12-1-1884; Satisfacciones debidas, El Imparcial, 2-4-1889. 40 Un ejemplo, en su sentido ms negativo (el dicho del murmurador de oficio, la calumnia del bribn, el cuento vil del enredoso []) en: Justo Arteaga Alemparte, La Opinin pblica (una parbola a propsito de una verdad), La Amrica, 8-7-1860. En esta misma revista, de orientacin progresista democrtica, puede verse otro ejemplo elocuente en: Javier de Ramrez, Estudios de costumbres. El monstruo de cien cabezas, La Amrica, 8-4-1861. 41 Ignacio Fernndez Sarasola, Opinin pblica y libertades de expresin en el constitucionalismo espaol (1726-1845), Historia Constitucional, n 7 (2006), pp. 159-186.
22
moderado es tambin ms restrictivo respecto a los cauces de expresin de la opinin
pblica, tanto porque no reconoce la validez de algunos de aquellos (levantamientos
populares, sociedades patriticas) como porque, aun coincidiendo en el lugar central
que ocupa la prensa, se muestra mucho ms prudente con respecto a los lmites de la
libertad de imprenta.42
En trminos generales, no cabe duda de que las publicaciones peridicas afectas
al liberalismo avanzado, a la democracia y al republicanismo ms tarde, tienden a ser
particularmente complacientes con el poder que se le supone a la opinin pblica. Ello
no excluye, como ya queda apuntado, que se denuncie el hbito de usar el trmino
demasiado a la ligera, tendencia que, acentundose con el tiempo, puede percibirse
desde muy pronto43. Tampoco significa que los apoyos sociales con los que inicialmente
cuenta el liberalismo concuerden con aquello que se manifiesta en pblico. Las
posiciones menos inmovilistas actan con la vista puesta en una opinin pblica ideal
(libre de prejuicios y fanatismos) adems de sugerir ocasionalmente, por ejemplo
durante el debate sobre la libertad de imprenta en las Cortes de Cdiz, la esperanza de
que mediante la educacin o la propia libertad el deseo acabe superando a una realidad
que todava est lejos de las nuevas ideas. La fuerza y al mismo tiempo la debilidad y
contradicciones de cierta izquierda estarn, como sucedi desde la Francia
revolucionaria, en actuar para un pueblo nuevo y en buena medida situado en el futuro;
entretanto las inclinaciones reaccionarias de una importantsima parte de la poblacin
podan achacarse a la secular ausencia de un marco propicio a la regeneracin de la
sociedad.44
En todo caso, no es en la prensa polticamente templada donde ms se prodigan
las declaraciones entusisticas al estilo de las que haca un peridico liberal a principios
del Trienio: La opinin es la legisladora del orbe; la que transforma su faz a su arbitrio.
La ereccin o destruccin de los imperios es obra suya; y slo aquel ser subsistente que
consiga afianzarla en su favor45. Se trata de un entusiasmo fundamentado desde un
punto de vista ideolgico y que por aadidura encaja en una fase histrica de valoracin
positiva de la opinin, coincidente en Espaa, a grandes rasgos, con la primera mitad 42 Ibidem. 43 Un ejemplo en: Opinin pblica, Abeja Espaola, 2-11-1812. 44 Para los debates sobre la libertad de imprenta vase: Jos lvarez Junco y Gregorio de la Fuente Monge, El nacimiento del periodismo poltico. La libertad de imprenta en las Cortes de Cdiz (1808-1814), Madrid, Ediciones APM, 2009. Sobre las posiciones jacobinas durante la Revolucin Francesa: Lucien Jaume, Les Jacobins et lopinion publique, en Serge Bernstein y Odile Rudelle (Dirs.) Le modle rpublicain, Paris, PUF, 1992, pp. 57-69. 45 Variedades, La Abeja del Turia, 16-5-1820.
23
del siglo XIX46. Ms adelante cundir en distinta medida el desencanto y arreciarn las
crticas, tan frecuentes que recin concluido el siglo el rechazo a la opinin pblica ha
cristalizado en tpico, en lo que un artculo de fondo de El Imparcial denuncia como
lugares comunes baratos y en general falsos.47
La prensa conservadora, por su parte, no tiene reparos en dar pruebas de una
visin restrictiva del concepto, censitaria incluso. La poca, el rgano ms autorizado
del partido conservador, deja constancia de su postura en noviembre de 1888, en un
artculo de fondo a raz de las manifestaciones populares que se levantan en diferentes
lugares contra Cnovas del Castillo. Ante quienes interpretan los sucesos como el
veredicto de la opinin pblica, el diario decide aceptar el reto en el terreno elegido
por el adversario, oponiendo la opinin de unos cuantos jvenes amigos de la bulla a
una amplia lista de personalidades y apellidos ilustres que protestan contra el proceder
de los anteriores y son considerados como la mejor representacin de distintas
provincias. El longevo Diario de Barcelona, tambin desde el campo conservador, lo
expresaba sin sombra de dudas: No hay persona imparcial que no reconozca que la
opinin pblica est mejor representada por los que agasajaron al Sr. Cnovas que por
los que lo silbaron. Se trataba de lo ms selecto de las clases y de los intereses
sociales: eminencias de la ctedra, del foro, de las artes, de la propiedad rural y de la
urbana, del comercio, de la industria, de la banca; y por ello, la consecuencia parece
lgica: No es pretensin extravagante, por no calificarla de otra manera, el no dar
valor alguno a esta opinin la de mayor autoridad- y drselo todo a masas annimas,
sin arraigo alguno, que se manifestaron en sentido opuesto?48
La desconfianza del sistema canovista en la opinin pblica, adems de beber en
la tradicin doctrinaria, incida en la pluralidad de opiniones que se dan necesariamente,
cuestin esta ltima percibida desde tiempo atrs. En una primera aproximacin,
pudiera parecer que determinadas posturas de la prensa portavoz de la extrema derecha
catlica seran coincidentes con las manifestaciones de La poca o el Diario de
46 J. Fernndez Sebastin y G. Capelln de Miguel, op. cit. 47 Ejemplo necesario, El Imparcial, 21-9-1900. El artculo se refiere a algunas declamaciones que de algn tiempo a esta parte se han puesto de moda, empendose en censurar a la opinin pblica por sus extravos, malas pasiones, tirana, frivolidad, inconsciencia, ceguera, etctera. Pero si tales acusaciones fueran ciertas, habra que actuar de acuerdo con ellas: renunciemos al rgimen representativo, y sobre todo al parlamentario, que es esencialmente un rgimen de opinin. Volvamos a la autoridad absoluta del monarca colocado en alturas a donde la voz de la opinin no llega []. 48 Significacin de las protestas. La poca, 15-11-1888; No tiene rplica, La poca, 27-11-1888 (transcripcin de varios prrafos del diario cataln).
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Barcelona49. Sin embargo, las publicaciones situadas a la derecha y al margen del
sistema liberal ocupaban un espacio inconfundible. Lo primero que llama la atencin al
analizar alguna de las mismas es el gran nmero de artculos consagrados al tema de la
opinin pblica. En el que fue durante aos rgano del carlismo y ms tarde del
integrismo, El Siglo Futuro, los artculos especficos sobre la cuestin son una
constante, superando a todas luces el inters de la prensa avanzada y reconociendo de
este modo la importancia de la crtica a la opinin en un ataque global al liberalismo.50
Ya en 1814, recin concluida la primera etapa de implantacin del liberalismo en
Espaa, El Censor General concentraba en sus pginas la crtica de fondo a lo que
significaba para los filsofos el concepto (arte de engaar y de seducir) con su
volubilidad y quizs pluralidad (si ser esta una opinin pblica que venga al
reemplazo de la anterior?). Todava pareca posible, desde posiciones serviles, olvidar
lo sucedido durante la Guerra de la Independencia incluida la emergencia del
significado poltico del concepto- como quien olvida una fiebre pasajera: ni volver a
mentar su nombre propongo en toda mi vida51. Evidentemente, la derecha de
tendencias absolutistas tuvo que volver muchas veces sobre el tema posteriormente, y lo
hizo a travs de diferentes caminos. Negando, para empezar, que seguir a la opinin
pblica pudiera constituir un principio legtimo para el gobierno de las naciones, ya que
ello significaba, en palabras de Ort y Lara, desligarse de toda norma divina de verdad
y honestidad, y segn El Siglo Futuro- sujetarse a una veleta en da de muchos y
contrarios vientos, a los caprichos de un nio mal criado, los desvaros de un loco
[] 52. En este sentido, se vuelve una y otra vez sobre la condenacin de Jesucristo,
supremo ejemplo de los desatinos de la opinin pblica y del sufragio. No puede
descuidarse la gran capacidad persuasiva que sin duda tuvieron estos argumentos, sobre
todo cuando se les aada una gran carga de emotividad. Un buen ejemplo puede
encontrarse en un semanario de importante difusin ligado a la Compaa de Jess, La
Lectura Dominical, que en el contexto de la Semana Santa, con un fuerte trasfondo
49 Vase, por ejemplo, Orgenes de la revolucin italiana, El Siglo Futuro, 24-8-1886 (artculo tomado de La Ciencia Cristiana). 50 Solamente entre los artculos publicados bajo el ttulo La opinin pblica u otros alusivos, como La reina del mundo, en los que de forma ms o menos directa se aborda el concepto con alguna carga doctrinal, pueden citarse los publicados el 19 de agosto de 1875, 12 de enero de 1884, 27 de abril de 1889, 12 de julio de 1890; y ms adelante, en la misma tnica: 14 de julio de 1922, 7 de noviembre de 1923 y 17 de diciembre de 1932. 51 Opinin pblica, El Censor General, 14-7-1814. 52 El Siglo Futuro, 13-5-1889 (discurso de J. M. Ort y Lara); La opinin pblica?, El Siglo Futuro, 27-4-1889.
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emocional por lo tanto, se zambulle a finales de siglo en los paralelismos entre el
presente y el pasado remoto, con el apoyo de imgenes de notable patetismo sobre la
Pasin53. Ante una fuerza como aquella, arrolladora, ciega e irresponsable al mismo
tiempo, slo poda caber una actitud de temor.54
Ocasionalmente, desde estas posiciones, se profundiza en la cuestin de qu
debe entenderse por opinin pblica, no siendo necesario ms que remitirse al
funcionamiento real del sistema poltico para encontrar respuestas satisfactorias. Esa
seora es responde El Siglo Futuro- en las elecciones, lo que quiere el ministro de la
Gobernacin, en la mayora de los otros casos la opinin de pocos peridicos55;
peridicos, hay que aadir, que se mueven sobre todo por motivos venales. Un opsculo
editado por el Apostolado de la Prensa bajo el ttulo Los malos peridicos aluda a los
diarios que se proclamaban eco de la opinin pblica y defensor de los intereses del
pro comn56 con las siguientes palabras: ste y los que como ste se anuncian, suelen
ser los peores, porque son los ms hipcritas; en el fondo de tan aparatoso ttulo no hay
ms que esto: peridico destinado a dar gusto al pblico sin respeto a lo divino ni a lo
humano, atento a su lucro y esplendor57.
Pero en realidad aquella era una opinin pblica falsamente llamada as, o
bien se trataba de opiniones pblicas artificiales, sostenidas por periodistas sin
escrpulos y ms o menos iniciados en la masonera58. Frente a ella haba otra opinin
pblica a la que a veces trat de definirse con trminos no tan connotados por el
liberalismo (conciencia popular, conciencia pblica); un sentimiento comn que se
haba manifestado heroicamente desde tiempos inmemoriales a favor de la religin y
segua manifestndose en la parte ms sana de la sociedad59. Con ello se entraba slo
53 Ambrosio, El Hosanna de la opinin pblica, La Lectura Dominical, 26-3-1899. 54 Ya en 1783, en el Journal des princes, se deduca el carcter espantoso de la unin de estas caractersticas al afirmar que la opinin pblica es una mezcla monstruosa de prejuicios, errores y supersticiones a cuya fuerza torrencial nada puede resistir (cit. Javier Fernndez Sebastin, Sobre la construccin, apogeo y crisis del paradigma liberal de la opinin pblica: un concepto poltico euroamericano?, Historia Contempornea, n 27, 2003, pp. 539-563, p. 541). 55 La reina del mundo, El Siglo Futuro, 12-7-1890; Fueros Vascongados, El Siglo Futuro, 2-6-1876. 56 El caso ms notable fue el de La Correspondencia de Espaa, que a diario se eriga en eco imparcial de la opinin y de la prensa, lo que a menudo sirvi a otros diarios para referirse al peridico, con irona, usando la citada locucin o bien otras similares que el diario luci en distintos momentos. 57 Los malos peridicos, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1896 (opsculos del Apostolado de la Prensa, ao V, Nmero L, febrero de 1896), p. 12. 58 Orgenes de la revolucin italiana, El Siglo Futuro, 24-8-1886; Iniciacin, El Siglo Futuro, 20-1-1876. 59 El To Tremenda o Los Crticos del Malecn, n 81 (ao 1814); La Conciencia Popular, El ncora (Barcelona), 22 de agosto de 1852; La opinin pblica, El Siglo Futuro, 19-8-1875; Fueros Vascongados, El Siglo Futuro, 2-6-1876; M. G. Elipe, La opinin pblica, El Siglo Futuro, 12-1-1884; Orgenes de la revolucin italiana, El Siglo Futuro, 24-8-1886; La opinin pblica?, El Siglo
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parcialmente en la modernidad del concepto. Ciertamente, se reconoca que la opinin
poda ser fuente de legitimidad, pero el hoy quedaba inmovilizado por el peso del
pasado en un equivalente de lo que Vzquez de Mella denomin sufragio universal de
los siglos.
4. EVOLUCIN Y DISONANCIAS
Por otra parte, las relaciones entre opinin pblica y prensa se transforman a lo
largo del tiempo de forma global y no slo en relacin con sus distintos filtros
ideolgicos. En un recorrido que, por razones de espacio, no puede ser ms que a vista
de pjaro, resulta particularmente interesante el periodo 1808-1814, cuando parece
indiscutible que hay que luchar con la imprenta contra la imprenta60. Surgen por
entonces declaraciones tan entusisticas sobre el poder de la opinin y la necesidad de
reforzarlo por medio de la prensa como la de Quintana, en el ya citado prospecto del
Semanario Patritico; pero tambin las reticencias y las dudas. Quin da facultad a un
periodista para interpretar la opinin pblica? se pregunta, por ejemplo, El Censor
General en el Cdiz de 1811, mientras sale en defensa de la Inquisicin61.
Las dcadas siguientes no dejan de ofrecer un campo de estudio interesante e
incluso algunas polmicas periodsticas, en las que a menudo el desacuerdo principal
est, como refleja en 1857 un diario situado a la derecha, La Espaa, en la manera de
considerar y definir la opinin pblica62. Pero hay indicios de que un cambio
significativo en la interpretacin de las relaciones entre prensa y opinin solamente se
produce desde los inicios del Sexenio Revolucionario (1868-1874). La nueva situacin,
adems de permitir el surgimiento de numerosas cabeceras, hace que algunos peridicos
modifiquen su visin del papel que la prensa debe jugar en la sociedad. De este modo El Futuro, 27-4-1889; Ese, La cuestin escolar. El Gobierno y la opinin, El Siglo Futuro, 3-3-1913. A la evolucin del trmino conciencia pblica hacia otro de relativo xito, conciencia nacional, en oposicin a opinin pblica, se refieren Gonzalo Capelln de Miguel y Aurora Garrido Martn en Los intrpretes de la opinin Uso, abuso y transformacin del concepto opinin pblica en el discurso poltico durante la Restauracin (1875-1902), Ayer, n 80/2010 (4), pp. 83-114. 60 Directrices del Consejo de Regencia en 1811, poca en la que llega a crearse una comisin para dirigir la opinin pblica (Javier Fernndez Sebastin, Opinin pblica, prensa e ideas polticas en los orgenes de la Navarra contempornea, Prncipe de Viana, n 188, 1989, pp. 579-640, p. 608). 61 El Censor General, n 15 (1811). 62 Vanse los artculos en los que polemizan Manuel de la Pea, desde las columnas de La Espaa (26-9-1857 y 4-10-1857) y Nemesio Fernndez Cuesta como colaborador del peridico demcrata-republicano La Discusin (2 y 8-10-1857). G. Capelln de Miguel analiza otras polmicas anteriores en: La opinin secuestrada, pp. 42 ss.
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Imparcial, en un artculo de fondo de noviembre de 1868, defiende que slo bajo el
pasado rgimen [] poda haber lo que se llamaba peridico ministerial, y al
mencionar la necesidad de influir en la opinin se cuida mucho de subrayar que hemos
dicho influir y no dirigir, porque una vez conquistada la libertad existen otros cauces
para su manifestacin63. Se trata de una poca en la que el trmino es invocado con
particular insistencia, coincidiendo con los momentos en los que se producen grandes
confrontaciones de pareceres en la prensa, por ejemplo durante el periodo de bsqueda
de un monarca para el trono espaol; y de unos aos en los que, probablemente ms que
en otras etapas, se entiende que la prensa es intrprete fiel de la opinin.
Con el paso tiempo, en todo caso, el concepto se hace cada vez ms trivial. Una
llamativa muestra de ello puede verse en el decreto que sanciona el golpe de Estado de
enero de 1874: La pblica opinin, sirvindose del brazo providencial del ejrcito, ha
disuelto las ltimas Cortes Constituyentes64. En otro plano muy distinto, las referencias
humorsticas a doa Opinin Pblica y sus relaciones con la prensa confirman la
entrada del trmino, pese a su significado resbaladizo, en los niveles menos rgidos del
discurso periodstico. Una cabecera, por ejemplo, aseguraba en 1845 que un colega se
encontraba con aquella seora en las buhardillas; otro peridico, varias dcadas ms
tarde, era acusado de haberse entrevistado no con doa Opinin Pblica, como
aseguraba, sino con la madrastra del Gobierno; y, ms all de los lmites cronolgicos
fundamentales de este trabajo, al poco tiempo de proclamarse la Segunda Repblica,
doa Opinin, esa seora que siempre tiene fiebre, segn lo que se empean todos en
pulsarla, reciba amablemente (y en pyjama) a un reportero de Gracia y Justicia,
respondiendo a diversas cuestiones sobre la actualidad poltica.65
Si nos ceimos al mbito de la prensa, da la impresin de que al avanzar el siglo
XX se intensifica la tendencia a usar ms que a pensar el trmino. Paradjicamente, el
escepticismo que cunde en muchos ambientes se combina con las posiciones asumidas 63 Ministerialismo, El Imparcial, 9-11-1868. En torno a las mismas fechas se afirmaba desde las columnas de La Iberia (Poltica. Obras son amores, 20-11-1869) que En tiempos funestos que no deben volver la opinin pblica y la de la prensa seguan a los Gobiernos: de ahora en adelante el Gobierno debe seguir a la opinin. 64 Gaceta de Madrid, 9-1-1874. Casi medio siglo ms tarde, el decreto sera recuperado en las pginas de ABC, buscando analogas con el pronunciamiento de Primo de Rivera (La actuacin del Directorio, ABC, 6-12-1923). 65 La Posdata, 23-9-1845; El Imparcial, 29-8-1886; La grave acogida del nuevo ministerio. Uno de nuestros reporteros visita a doa Opinin Pblica, Gracia y Justicia, 17-10-1931. Otros ejemplos de la presencia de doa Opinin Pblica, en estos casos como personaje de relatos cortos, en Carlos Rubio, Chibatn y Chibatonez, Almanaque literario e ilustrado para el ao de 1876; Miguel I, el enrevesao, El Mentidero, 24-11-1917.
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por una parte de la prensa catlica, que comienza a modernizar sus estructuras y llega a
reconocer en el periodismo, globalmente, un reflejo de la opinin66. Ahora bien, para
acercarse a la complejidad de las relaciones entre prensa y opinin pblica, es preferible
retroceder un poco en el tiempo y detenerse en una poca anterior. Los aos ms
cercanos al cambio de siglo representan un momento fundamental en este recorrido. As
es en relacin con las transformaciones estructurales que se producen en la prensa de
gran tirada y tambin en el plano social, cultural y poltico. El nuevo protagonismo de
las masas o la eclosin de la figura del intelectual, resultado de una prolongada
evolucin anterior, aunque claro producto del traumtico fin de siglo67, implican
nuevas miradas sobre la relacin entre ambas esferas. Y otro tanto sucede en el terreno
de los grandes acontecimientos. No cabe duda de que se produce un cambio importante
tras el 98, con su estela regeneracionista y la defensa de la opinin ante todo tipo de
falseamientos, al tiempo que se agudiza la desconfianza en una prensa a la que algunos
acusan de haber contribuido notablemente al desastre. Es ms, por entonces se extiende
la creencia en su poder para alcanzar extraordinarias influencias sobre las mentes y los
comportamientos de las masas68.
Pero algunos de los elementos que aparecen en torno a 1898 pueden percibirse
ya una dcada antes, con motivo de un suceso de enorme repercusin periodstica: el
clebre crimen de la calle de Fuencarral, al que merece la pena dedicarle cierta atencin.
Durante meses, de junio a octubre de 1888, y ms tarde mientras dur el juicio, de
marzo a junio del siguiente ao, se llenaron cientos de pginas con especulaciones sobre
la trgica muerte de Luciana Borcino, recayendo pronto las sospechas en su propio hijo,
66 El peridico que logr convertirse, de la mano de ngel Herrera Oria, en el gran diario de proyeccin nacional al que durante mucho tiempo aspir el catolicismo espaol lo expresaba as en 1924: Con frecuencia se dice que la Prensa es el rgano de la opinin pblica, y la frase es cierta, no excesiva []. Reconocemos que fuera de la opinin representada por los peridicos pueden quedar sectores de opinin, como fuera de las cajas de los Bancos quedan sumas que los particulares no llevan a ellas; pero la mxima parte, la ms cohesiva, la que forma un cuerpo nacional de opinin o riqueza monetaria, est, en uno y otro caso, en la Prensa y en los Bancos (El Debate, 30-12-1924, cit. en: Jos Mara Garca Escudero, El pensamiento de El Debate, Madrid, BAC, 1983, p. 348). 67 Carlos Serrano, Los intelectuales en 1900: ensayo general?, en Serge Salan y Carlos Serrano (Eds.), 1900 en Espaa, Madrid, Espasa Calpe, 1991, pp. 85-106. Javier Fernndez Sebastin (Opinin pblica, en Javier Fernndez Sebastin y Juan Francisco Fuentes (Dirs.), Diccionario poltico y social del siglo XX espaol, Madrid, Alianza Editorial, 2008, pp. 877-894) incide tanto en el 98 y la naciente sociedad de masas como en el carcter triangular de la relacin que se establece entre intelectuales, prensa y opinin. 68 Los peridicos, sostiene Jess Timoteo lvarez (Redentores irredentos. Los diarios madrileos despus del 98, Arbor CLXIX, 666 (Junio 2001), pp. 541-556), seran responsables de lo bueno y de lo malo, del 98 para unos, de la capacidad de recuperacin del espritu para otros.
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Jos Varela.69 Los peridicos madrileos se dividieron en insensatos y sensatos. Los
primeros (cabeceras como El Pas o El Liberal) defendieron que la prensa estaba para
fiscalizarlo todo, incluida la justicia denominada despectivamente histrica (obsoleta,
anquilosada), al tiempo que alimentaron sus pginas con importantes dosis de
sensacionalismo. Los segundos (La poca, La Correspondencia de Espaa y otros)
fueron mucho ms comedidos y respetuosos con los tribunales, aunque no dejaron de
tratar abundantemente el gran tema del momento.
Es de tener en cuenta que, como trasfondo del debate, se percibe el
enfrentamiento entre una concepcin sacralizada de la magistratura, que desconfa de la
opinin pblica y de las posibles injerencias de la prensa, y otra corriente que defiende
la publicidad como mejor garanta ante las decisiones arbitrarias, debiendo la justicia
acomodarse a las exigencias de un rgimen representativo moderno en el que todas las
instituciones han de estar sometidas a la opinin70. En relacin con ello, se produjo una
situacin totalmente indita y que marca un momento de mxima intensidad en cuanto a
la representacin que la prensa hace de s misma como cauce de las aspiraciones del
pblico. Tras una asamblea en la que participaron en torno a treinta representantes y
directores de peridicos, la prensa (en realidad una parte importante de la misma, al
sumarse despus otras publicaciones a la iniciativa) decidi personarse en el caso
ejerciendo la accin popular.71 Para representar a la opinin de forma ms evidente
(para que la accin popular, ejercida por los directores de los peridicos, venga a ser la
accin popular de la opinin pblica72), se decidi financiar la operacin con fondos
donados por el pblico a travs de una suscripcin popular.73 En cierto modo, el tan a
menudo invocado tribunal de la opinin acuda por este medio a un tribunal
convencional.
69 Se trataba de un seorito juerguista que estaba cumpliendo condena, pese a lo cual sala ocasionalmente de prisin segn se afirm- con la complicidad de algunos funcionarios y del propio director de la crcel, Milln Astray. 70 Carlos Petit, La clebre causa del crimen de Fuencarral. Proceso penal y opinin pblica bajo la Restauracin, Anuario de Historia del Derecho Espaol, t. LXXV (2005), pp. 369-411. 71 Una relacin de las publicaciones inicialmente adheridas (que otras cabeceras publicaron con alguna variacin), en La Repblica, 9-8-1888. Diez das ms tarde, segn el mismo diario (19-8-1888), eran ya 43 peridicos madrileos y 69 de otros lugares los que se haban sumado a la iniciativa. 72 La accin popular, Las Dominicales del Libre Pensamiento, 12-8-1888. 73 En el citado ejemplar de Las Dominicales del Libre Pensamiento (12-8-1888) puede verse la importancia que se le concede al hecho de poder considerar a la opinin indudablemente representada en la accin que se lleva a cabo, tanto en los acuerdos tomados como en el documento que establece la suscripcin.
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Naturalmente, la prensa sensata, a la vista del camino que estaban siguiendo sus
adversarios, trat de deslegitimar la capacidad de la iniciativa para representar a la
opinin. La poca, por ejemplo, afirma que todo se reduce al empeo de unos cuantos
periodistas y resalta en otros momentos la necesidad de que la prensa eduque y
discrimine, evitando ser eco de cierta parte de la opinin, rectificando sus posibles
extravos en lugar de ser su reflejo por no exponerse a arrostrar las censuras del vulgo.
El mismo diario le da la vuelta a una de las imgenes ya comentadas, al recordar que a
menudo no es la prensa eco de la opinin sino a la inversa74. Otro peridico sensato, El
Da, no tarda en incidir en el escaso xito de la suscripcin. Se trata de demostrar que la
opinin no est detrs de los insensatos: bastaba con que cada pedazo de opinin
pblica destinara a la suscripcin el valor de un nmero de los peridicos que
compraban para asegurar su xito75. Que el pblico se informara a travs de
determinadas publicaciones, a fin de cuentas, no poda traducirse sin ms en apoyo de la
opinin a aquello que defendan. El propio abogado defensor de Varela, Rojo Arias, fue
demoledor al dirigirse con estas palabras a los insensatos durante el juicio: Qu
representis vosotros en la opinin? Representis, entre 18 millones de espaoles, unas
tres mil pesetas76. Aunque no fuera este el objetivo inmediato, la calidad y peso de la
opinin estaban siendo medidas una vez ms con criterios pecuniarios.
Los caminos explorados por algunos peridicos eran, por otra parte,
extremadamente resbaladizos y podan conducir a lugares no deseados. El crdito de los
directores ms implicados en el asunto sali mal parado; no slo porque los personajes
contra los que lanzaban casi toda su municin Varela y Milln Astray- resultaran
absueltos, sino porque durante algunos momentos del juicio la prensa pareci abandonar
la categora de acusadora para convertirse prcticamente en acusada. Se cuestion, en
efecto, la limpieza de sus objetivos ser reflejo de la opinin- cuando el defensor de
Varela logr que se exhibieran en el juicio los libros de administracin de los diarios
ms incondicionales de la iniciativa, demostrando que como consecuencia de las
circunstancias haban elevado notablemente las tiradas y en el mejor de los casos hasta
triplicado sus ingresos.77
74 La accin popular, La poca, 9-8-1888; La justicia y la prensa, La poca, 10-8-1888; La opinin y la prensa, La poca, 17-8-1888. 75 Pregunta y respuesta, El Da, 5-9-1888. 76 El Imparcial, 23-5-1889. 77 Carlos Petit, La clebre causa del crimen de Fuencarral, p. 398.
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Lo cierto es que incluso los peridicos relativamente cautos trataron de atenuar
desde el principio su responsabilidad en la agitacin que estaba producindose. Para El
Imparcial la prensa era slo un cauce cuyo poder, omnmodo cuando halla a la opinin
pblica preparada, es nulo si encuentra a la misma inerte o desfavorable.78 En otros
casos se llega mucho ms all, hasta fundir en un mismo molde prensa y opinin
pblica trminos sinnimos, llegar a afirmar La Repblica79-, de modo que los
efectos provocados por la primera se diluyeran en el protagonismo de una entidad de
lmites mucho ms imprecisos. La identificacin entre una y otra, aunque no sea en
absoluto una novedad, parece acrecentarse por entonces. El Liberal, diario que se cuenta
entre los ms comprometidos en la batalla contra justicia histrica, destaca en la
realizacin de un conocido ejercicio de ventriloquia: atribuirle su propia voz a la
opinin pblica. Y lo hace con un desparpajo sin igual. La opinin pblica se afirma,
por ejemplo en un artculo de fondo- ha fallado sobre la acusacin de Higinia Balaguer.
La considera absurda; la opinin pblica se mostraba ya recelosa, se expresa otro
da; y un poco ms adelante: la opinin pblica comenzaba a decir para s, muy
alarmada [], antes de especificar las palabras exactas y entrecomilladas de lo dicho
por la opinin.80 El mismo peridico deja muestras por entonces (cuando est
celebrndose un juicio que por momentos se torna desfavorable a los insensatos) del
tipo de relacin que busca establecer en la prctica con la opinin, a la que trata sin
miramientos de t a t con un tono que tiene algo de persuasivo, pero tambin de
pedaggico e imperativo. Hay que mostrar el camino (S; opinin pblica; a ti nos
dirigimos, rogndote vehementemente que leas, que deletrees en la resea del juicio oral
que hoy te damos []), hay que reavivar voluntades (hoy ms que nunca es preciso
que la opinin pblica tenga los ojos muy abiertos [] Nos oye la opinin pblica?Se
ha enterado de que para ella y solamente para ella escribimos?) o sencillamente
mostrar cmo debe actuarse: qu menos puede hacer la opinin pblica que enviarle
su aplauso []?.81 En todos los casos est detrs de estas manifestaciones una visin
instrumental de la opinin, sin duda compartida por muchos periodistas, aunque el
discurso oficial fuera muy distinto. El Liberal no tarda en concluir, en un artculo de
fondo, con una declaracin semejante a las citadas algunas pginas ms atrs: Nuestra
78 Un cauce a la opinin, El Imparcial, 29-7-1888. 79 Madrid 2 de agosto, La Repblica, 3-8-1888. 80 El proceso de la calle de Fuencarral, El Liberal, 26-1889 y 13-4-1889. 81 En el juicio oral III, El proceso de la calle de Fuencarral y El proceso de la calle de Fuencarral Felicitmonos!, El Liberal, 29-3, 7 y 13-4-1889 respectivamente.
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labor modesta, modestsima, no tenemos reparo alguno en confesarlo, se reduce a
reflejar los rayos de luz que la opinin pblica nos enva, como un espejo refleja el rayo
de sol que hiere su tersa superficie.82
Era tambin una forma ms de eximirse de responsabilidades, aunque
paralelamente se llegara mucho ms lejos. Tanto que algunos peridicos protagonizaron
un autntico asalto a determinadas instituciones como parte de su oposicin al Gobierno
y al propio Rgimen. En primer lugar y a diferencia de lo que muchos polticos
seguiran creyendo aos ms tarde83, era necesario proclamar claramente que en Espaa
hay opinin. Lo que algunos interpretaban como su ausencia o muerte era slo
desapego a un modo de ejercer el poder poltico basado en el falseamiento electoral: no
ha de medirse la fuerza de la opinin de nuestro pas por el nmero de electores que
acudan a depositar en las urnas un voto, que probablemente ser falseado, sino por
actos como la participacin de la prensa en el proceso.84 En realidad, segn El
Imparcial, de cuantos rganos tiene hoy la opinin de un pueblo, la prensa era en
Espaa el nico rgano verdaderamente no dependiente de la accin de los
gobiernos85; su nico intrprete autorizado, por lo tanto. Adems, el argumento se
cerraba sobre s mismo, ya que, tal y como se insinuaba en otros diarios, haba una parte
de la prensa deseosa de que la opinin se constituya en tribunal superior a todos los
tribunales. Esta ltima estaba sustituyendo ya de hecho a los poderes personales, a los
poderes ejercidos por castas privilegiadas al frente de instituciones cuya cada estaba
prxima por no responder a las justas exigencias del pblico. Frente a la justicia
convencional, el tribunal de la opinin pblica poda exhibir el argumento del nmero:
no es ya un tribunal compuesto de cinco magistrados el que entiende en el proceso de
la calle de Fuencarral.86 Y por ltimo caba, como hizo El Liberal, emprender una
carrera ms arriesgada cuando en el Parlamento Romero Robledo atac duramente a los
insensatos. En ese momento el peridico no slo arremete contra el poder poltico a
travs de la justicia histrica, ni se limita a aludir vagamente a algunas instituciones,
sino que descalifica al Parlamento negando su capacidad representativa: qu saben del
rumbo que lleva la opinin los polticos ocupados en bogar por los mares
parlamentarios, envueltos en las pasiones que los rodean, y sin ms horizonte que el 82 El proceso de la calle de Fuencarral, El Liberal, 20-4-1889. 83 Vase: Antonio Cases: La opinin pblica espaola, Madrid, 1920 (reed. Santander, 2007). 84 Las Dominicales del Libre Pensamiento, 5-8-1888; Madrid 8 de Agosto, La Repblica, 9-8-1888. 85 Lo que descubre el crimen, El Imparcial, 3-8-1888. 86 Momento crtico, El Liberal, 26-3-1889; Madrid, 2 de Agosto, La Repblica, 3-8-1888; El proceso de la calle de Fuencarral, El Liberal, 20-4-1889.
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triunfo de la faccin a que pertenecen?. Segn el peridico, los polticos ni vean, ni
oan, ni saban nada de la opinin pblica, a quien juzgan extraviada, porque no
marcha detrs de ellos.87
Durante varios meses, entre el asesinato y el final del juicio, una parte sustancial
de la sociedad espaola pareci realmente no tener ojos ms que para aquello que se
mova en torno al celebrrimo suceso. Pero el principal temor de los polticos no
parece que estuviera, pese a lo que se insina en las lneas anteriores, en que un suceso
como aquel mermara la atencin dedicada a los grandes asuntos pblicos o a ellos
mismos. El desprestigio de la magistratura y del poder del Estado eran sin duda motivos
ms que suficientes para alarmarse, aadindose a ello la deriva de algunos peridicos
liberales que, acorralados, llegaban a planteamientos como los expuestos. Y no es que
faltaran en el pasado precedentes de esta tendencia88; lo que hace que este episodio
resulte particularmente transparente es la intensidad y desembarazo con que se
manifiestan unas inclinaciones ya sedimentadas. La vertiente ms peligrosa del binomio
prensa-opinin pblica, tal y como entonces se entendi, estaba precisamente en la
interpretacin abusiva que hacan algunos diarios del segundo trmino, confundindolo
con la prensa misma o excluyendo otros cauces para su manifestacin; cauces no menos
obstruidos que la propia prensa por todo tipo de interferencias. Con ello se pona en
riesgo el equilibrio de aquellos poderes que basaban su prestigio en el respaldo de la
opinin, y la prensa espaola poda escudarse para cualquier campaa, por imprudente
que resultara, en los deseos del pblico.
5. CONCLUSIONES
La teorizacin periodstica en torno a las relaciones entre prensa y opinin haba
recorrido por entonces, bajo distintas formas, un largo camino. A aquellas dcadas en
que los diarios de partido ocupan un lugar preponderante, corresponde en parte un
acercamiento a la cuestin reconociendo el carcter activo de la prensa sobre la opinin.
Y hay cierta honestidad en ello, ya que no se desarrolla necesariamente un discurso
oficial divergente y superpuesto a la prctica cotidiana, como suceder algn tiempo 87 El proceso de la calle de Fuencarral, El Liberal, 20-4-1889. 88 Vase Gonzalo Capelln de Miguel, La opinin secuestrada. Por otra parte, aos ms tarde y en un sentido no muy distinto, Ortega y Gasset denunciaba el hecho de que hoy no posee plena vivacidad ms que un solo poder espiritual -el de la prensa- (Sobre el poder de la prensa, El Sol, 13-11-1930).
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despus. La prensa debe guiar e ilustrar a la opinin pblica, por lo tanto cada opcin
ideolgica despliega abiertamente sus armas persuasivas. Ms adelante, cuando al
avanzar el siglo XIX los peridicos de partido pierdan posiciones, en diferentes casos
tratarn de asumir el nuevo discurso dominante y presentarse con un carcter reflexivo
que no les cuadra demasiado, ya que su objetivo es, a lo sumo, reflejar una opinin ya
encauzada, y en todo caso, continuar guindola.
Las cosas cambian lentamente a medida que la prensa industrial se pone a la
cabeza de los diarios ms vendidos. Desde el momento en que se afirma el mito de la
objetividad periodstica ya no parece muy razonable que la prensa de gran tirada se
atribuya la misin de gua. A fin de cuentas, para guiar es conveniente tener un rumbo a
seguir, y eso es precisamente lo que no quiere reconocerse, bien porque exista una
vinculacin ideolgica no manifiesta o porque la orientacin del peridico est al
alcance del mejor postor. Es necesario legitimarse de otro modo, y as se afianza
progresivamente, mediante el smil del eco o el espejo, el carcter reflexivo de la
prensa; una tendencia que, partiendo de los prospectos y programas manejados, prima
durante la segunda mitad del ochocientos y ms claramente a partir de la Restauracin,
al tiempo que otras opciones pierden peso.
En la posibilidad de presentarse como un simple reflejo de los movimientos de la
opinin pblica estar la fuerza del periodismo y el nuevo origen de su autoridad,
llegando al extremo de confundir interesadamente ambas esferas: prensa y opinin. Si lo
que expresa un peridico es el reflejo fiel de la opinin pblica, ya no es necesario
dirigirla, convirtindose esta ltima en un instrumento para legitimar la voz de la
publicacin. De esta manera, apropindose del poder de la opinin pblica, ciertos
diarios se atreven incluso a llegar, amenazantes, a las puertas de la judicatura o del
Parlamento, a los que descalifican como falsos cauces de la opinin. Sin perder de vista
el deseo, en no pocos casos, de arremeter contra un rgimen poltico cerrado a la
expresin popular, la principal debilidad de estas operaciones est, precisamente, en el
carcter empresarial de unos diarios que estaban haciendo un gran negocio a costa de
campaas como la del referido crimen. En cualquier caso, en todo ello se encuentra el
origen de algunas de las peores derivas del ejercicio profesional del periodismo. Si el
periodista no es ms que un transmisor del producto que vende, todo es posible. Ni el
eco ni el espejo los dos smiles ms usados- pueden responsabilizarse de las imgenes
o de las palabras que reproducen mecnicamente.
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Por otra parte, en un anlisis de algunas posiciones ideolgicas, an se hacen
ms evidentes las divergencias. En la izquierda se encuentran por lo general las posturas
complacientes con el poder que se le atribuye a la opinin pblica, mientras las crticas
ms duras se perciben en las posiciones de la extrema derecha. Es a partir del Trienio
Constitucional cuando se diferencian con mayor claridad los terrenos, de manera que en
el campo liberal la derecha es, entre otras cosas, ms restrictiva en lo tocante a la
opinin pblica y sus manifestaciones. Desde planteamientos que remiten a una visin
censitaria de la sociedad, se considera que los integrantes de la opinin pblica son
solamente los capacitados por una educacin previa, del mismo modo que en la marcha
de la poltica slo deben participar quienes, debido a su posicin social y econmica,
puedan verse afectados por el desarrollo de los asuntos pblicos. En la prctica, como es
bien sabido, todo ello se traducir en la discriminacin de aquellos que no dispusieran
de unas determinadas rentas; y esta visin sigue presente durante mucho tiempo. En
cuanto al carlismo y el integrismo, es ilustrativo del nuevo marco en el que se
desenvuelve la poltica la aceptacin implcita de la opinin pblica como fuente de
legitimidad, aunque se fije una visin esttica de la misma o se defienda desde muy
pronto, frente al poderoso tribunal pilar del liberalismo, la existencia de una verdadera
opinin popular y tradicionalista permanentemente suplantada por su rival.
Adems, hay que tener presente que alguna de las manifestaciones analizadas
permite intuir la existencia de otros dos niveles de acercamient