32
César Lévano (Artículos publicados en el diario La República entre el 19 de febrero y el 4 de marzo de 1984) LA VERDAD SOBRE MAMORU SHIMIZU EL CASO MAMORU: El crimen más sangriento del siglo CAPÍTULO I El actor de un crimen que conmovió al Perú La noche de los siete cadáveres El caso de Mamoru Shimizu, el japonés condenado a 25 años de internamiento por el asesinato de siete personas en una sola noche, conmovió a Lima hace 40 años. En los barrios populares, bajo el influjo de la guerra que entonces se libraba contra el Eje RomaBerlínTokio, el nombre de Mamoru se convirtió en sinónimo de japonés. En los círculos políticos se discutió si el crimen tenía móviles militares y si el homicida había actuado solo o era un cómplice de la sociedad secreta del Dragón Negro. La circunstancia de haber cultivado la amistad de Mamoru en el Panóptico la penitenciaría situada en el terreno donde ahora se levantan el hotel Sheraton y el Centro Cívico, permitió al autor de esta serie reconstruir algunos fragmentos que faltaban en el rompecabezas psicológico y social de esa minuciosa matanza. Noche de luna llena. Termina la fiesta de Todos los Santos, empieza el Día de los Fieles Difuntos. Los peces del estanque en medio del jardín japonés de la casona de Tingo María 344, Azcona, parecen asombrados por la claridad del cielo de ese noviembre de 1944 y por el ir y venir de un acezar que agita la noche. Al día siguiente, toda la ciudad fue la que se estremeció. A las seis de la mañana del 3 de noviembre, el cabo Teodosio Vásquez y el guardia Vicente Gil Flores descubrieron tres cadáveres flotando sobre un brazo, del río Maranga. Horas después, otros tres cadáveres aparecieron más allá en el mismo fangoso torrente. En la compuerta de Chacra Ríos se descubrió, al día siguiente, el cuerpo desnudo de la bella japonesa Hanae Shimizu. Los gallinazos le habían devorado la mejilla derecha. Siete personas, entre ellas tres niños, todas de nacionalidad japonesa, habían sido asesinadas y arrojadas al río durante la noche. Todos y cada uno mostraban signos de violencia en la frente. Dos familias íntegras habían sido eliminadas. Las dos vivían en la casona de Tingo María. La víctima principal era Tomoto Shimizu, de 44 años de edad, de religión budista, nacido en Hiroshima y radicado en el Perú desde 1939. Era el director de unas empresas de negocios que se había iniciado en el ramo de carbonería bajo la dirección de un hermano mayor, que en esos momentos estaba en un campo de concentración de los Estados Unidos. Con la venia de Manuel Prado, primer gobierno, muchos nipones influyentes de la colonia en el Perú habían sido deportados a ese país bajo acusación de estar complicados en actividades contrarias al esfuerzo bélico de los aliados antifascistas. Hanae Shimizu, su esposa, de 33 años, también nacida en Hiroshima, era la segunda víctima. Junto con ella habían sido victimados sus tres menores hijos Sukiko, de 11 años; Tokio, de 6, y Yoshika, de 5. También habían caído bajo el furor homicida los esposos Carlos Hiromo Tomayatzu y Nika de Tomayateu, que vivían en la misma casa de Chacra Colorada. Ambos habían adoptado la religión católica. Todos habían sido arrojados desnudos o semidesnudos a la acequia de Tingo María. Las investigaciones demostraron después que la matanza se había cometido en la residencia de los Shimizu, entre la una y las dos de la madrugada, y que el traslado de los siete cadáveres había sido una larga faena facilitada por la espléndida luz de la luna. No había sido el robo el móvil, puesto que ni un solo billete faltaba en la caja fuerte de la residencia, y las relucientes joyas de las damas asesinadas permanecían en sus cofres de sándalo y jade amarillo. Eran los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, y Lima estaba poblada de rumores sobre conjuras bélicas y espionaje. Se había descubierto que el administrador de un hotel cercano al Mercado Central

LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

César Lévano (Artículos publicados en el diario La República entre el 19 de febrero y el 4 de marzo de 1984) LA VERDAD SOBRE MAMORU SHIMIZU EL CASO MAMORU: El crimen más sangriento del siglo CAPÍTULO I El actor de un crimen que conmovió al Perú La noche de los siete cadáveres El caso de Mamoru Shimizu, el japonés condenado a 25 años de internamiento por el asesinato de siete personas en una sola noche, conmovió a Lima hace 40 años. En los barrios populares, bajo el influjo de la guerra que entonces se libraba contra el Eje Roma—Berlín—Tokio, el nombre de Mamoru se convirtió en sinónimo de japonés. En los círculos políticos se discutió si el crimen tenía móviles militares y si el homicida había actuado solo o era un cómplice de la sociedad secreta del Dragón Negro. La circunstancia de haber cultivado la amistad de Mamoru en el Panóptico —la penitenciaría situada en el terreno donde ahora se levantan el hotel Sheraton y el Centro Cívico—, permitió al autor de esta serie reconstruir algunos fragmentos que faltaban en el rompecabezas psicológico y social de esa minuciosa matanza. Noche de luna llena. Termina la fiesta de Todos los Santos, empieza el Día de los Fieles Difuntos. Los peces del estanque en medio del jardín japonés de la casona de Tingo María 344, Azcona, parecen asombrados por la claridad del cielo de ese noviembre de 1944 y por el ir y venir de un acezar que agita la noche. Al día siguiente, toda la ciudad fue la que se estremeció. A las seis de la mañana del 3 de noviembre, el cabo Teodosio Vásquez y el guardia Vicente Gil Flores descubrieron tres cadáveres flotando sobre un brazo, del río Maranga. Horas después, otros tres cadáveres aparecieron más allá en el mismo fangoso torrente. En la compuerta de Chacra Ríos se descubrió, al día siguiente, el cuerpo desnudo de la bella japonesa Hanae Shimizu. Los gallinazos le habían devorado la mejilla derecha. Siete personas, entre ellas tres niños, todas de nacionalidad japonesa, habían sido asesinadas y arrojadas al río durante la noche. Todos y cada uno mostraban signos de violencia en la frente. Dos familias íntegras habían sido eliminadas. Las dos vivían en la casona de Tingo María. La víctima principal era Tomoto Shimizu, de 44 años de edad, de religión budista, nacido en Hiroshima y radicado en el Perú desde 1939. Era el director de unas empresas de negocios que se había iniciado en el ramo de carbonería bajo la dirección de un hermano mayor, que en esos momentos estaba en un campo de concentración de los Estados Unidos. Con la venia de Manuel Prado, primer gobierno, muchos nipones influyentes de la colonia en el Perú habían sido deportados a ese país bajo acusación de estar complicados en actividades contrarias al esfuerzo bélico de los aliados antifascistas. Hanae Shimizu, su esposa, de 33 años, también nacida en Hiroshima, era la segunda víctima. Junto con ella habían sido victimados sus tres menores hijos Sukiko, de 11 años; Tokio, de 6, y Yoshika, de 5. También habían caído bajo el furor homicida los esposos Carlos Hiromo Tomayatzu y Nika de Tomayateu, que vivían en la misma casa de Chacra Colorada. Ambos habían adoptado la religión católica. Todos habían sido arrojados desnudos o semidesnudos a la acequia de Tingo María. Las investigaciones demostraron después que la matanza se había cometido en la residencia de los Shimizu, entre la una y las dos de la madrugada, y que el traslado de los siete cadáveres había sido una larga faena facilitada por la espléndida luz de la luna. No había sido el robo el móvil, puesto que ni un solo billete faltaba en la caja fuerte de la residencia, y las relucientes joyas de las damas asesinadas permanecían en sus cofres de sándalo y jade amarillo. Eran los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, y Lima estaba poblada de rumores sobre conjuras bélicas y espionaje. Se había descubierto que el administrador de un hotel cercano al Mercado Central

Page 2: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

era en realidad un vicealmirante japonés encargado de espiar el movimiento de barcos en el Pacífico Sur. Tres años antes, en mayo de 1940, antes del peor terremoto que haya remecido a nuestra ciudad en este siglo, se había producido el famoso saqueo a los japoneses. Multitudes enloquecidas, en una especie de fiebre del amok, recorrió Lima asaltando pulperías y restaurantes de nipones a los que se achacaba la culpa de la creciente carestía de las subsistencias. La histeria había sido estimulada por la revista "Mundo Gráfico" dirigida por Eugenio Batista, un panfletario de escasa doctrina e inflamado estilo. El hecho es que el homicidio de Azcona abrió paso a nuevas historias y rumores. La prensa diaria recordó la existencia de una sociedad secreta nipona llamada el Dragón Negro, que empleaba el terror en beneficio de los planes expansionistas de Japón y que eliminaba japoneses poco leales al imperio del sol naciente y al emperador. Lima era en 1944 una ciudad que no alcanzaba al millón de habitantes. El barrio rojo quedaba aquicito nomás, en el jirón 20 de Setiembre, más tarde rebautizado Huatica y hoy llamado Renovación como involuntario signo de que esta palabra puede encubrir cualquier género de tráficos y trafas. La droga no era aún el deporte de las multitudes. Los barrios de bronca estaban por venir: precisamente en los días del asesinato, la Sociedad Agrícola San Pablo S.A. anunciaba la venta de terrenos en el fundo 'El Pino', "zona en la que actualmente se están construyendo los mercados mayorista y minorista de Lima". Nada hacía presagiar una violencia tan horrible en nuestra capital. Había que remontarse a la época colonial para encontrar una matanza parecida. A mediados del siglo XVII, doña Leonor Pineda había adquirido el mal nombre de Matasiete y lo había legado a una calle del Rímac, la segunda del jirón Libertad, a 300 metros de la Plaza de Acho. La mencionada señora era esposa de un rico ganadero. Una noche se quedó sola y se percató de que varios maleantes se preparaban para asaltarla. Fue matándolos uno por uno, de un sófero palazo, a medida que introducían la cabeza en su habitación. Siete forajidos entregaron su alma (si es que la tenían) al creador, según reza la conseja. No poseemos prueba de que aquella hecatombe de la Lima virreinal ocurriera realmente. Resulta curioso que también el matasiete de 1944 hubiera acudido a un garrote para ultimar a sus víctimas. No se trataba en esta historia de una vuelta a la tradición. El garrotazo homicida era uno de los métodos con que el fascismo japonés liquidaba en los años 30 a los patriotas chinos que se oponían a la ocupación de su territorio. La guerra de conquista había sepultado para siempre el código caballeresco bushido (camino del guerrero) de los antiguos samurais, que preconizaba las virtudes de lealtad, frugalidad, valor y trato generoso al enemigo caído. ¡Cuánta crueldad había despertado esa guerra de agresión en hombres que a los ojos del mundo encarnaban la sonrisa tranquila y los buenos modales! La información histórica y los documentos gráficos de la época muestran soldados nipones practicando el tiro al blanco con chinos vivos, ensartando prisioneros con las bayonetas, apaleándolos hasta la muerte. "Para ahorrar municiones", precisó Mamoru durante la investigación judicial. ¿Por qué se había aplicado en el Perú el método del garrotazo en la frente? La investigación judicial partió de la hipótesis de que se trataba de un crimen político. Hacia allá encaminó sus investigaciones el joven juez Abraham Guzmán Figueroa. Los primeros indicios parecieron confirmar las sospechas. En un cajón de la residencia de los Shimizu se encontró cartas geográficas para uso militar, propaganda nazi, una bandera del Japón con las insignias del Dragón Negro, un tratado de caballería, fotos de los hermanos Shimizu en uniforme militar, libros en japonés, inglés y castellano sobre historia y ciencias en relación con el arte de la guerra.

Page 3: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Se dijo que Tomoto Shimizu, el jefe de la familia asesinada, era en realidad un alto jefe militar, cuya actividad secreta había sido descubierta por los servicios de inteligencia estadounidenses. No era razón suficiente para matarlo. A las potencias aliadas les hubiera bastado con deportarlo a un campo de concentración en los Estados Unidos, como lo habían hecho con dos de los Shimizu y con muchos otros personajes del mundo de los negocios japoneses en el Perú. Otra posibilidad que se barajó fue que Tomoto Shimizu hubiera pagado con su vida el intento de ponerse al servicio de los contrarios al Japón de ese momento. Las investigaciones fijaron la atención en dos nipones detenidos el día del crimen y que vivían en la misma residencia de los Shimizu. Uno era Setsuko Naíto, un japonés tembloroso y sordo de un oído que trabajaba allí. El otro era Mamoru Shimizu, hermano menor del jefe de la casa y que tres años antes había regresado de los frentes de la guerra chino-japonesa en la región de Manchuria. Años después, cuando nos hicimos amigos en el Panóptico me recordaría cómo, entre Ios matorrales al borde de los caminos asomaban las primeras cabezas de rebeldes. "Eran los guerrilleros comunistas", me explicó. También él había nacido en Hiroshima, en 1912. Viajó al Perú en 1928 y regresó al Japón en 1934, para prestar el servicio militar. En 1941 había retornado al país. Era yo el único preso político con quien Mamoru se sinceraba. "Vi aparecer —repetía— a los guerrilleros". CAPÍTULO II Mientras dormían sus siete víctimas Los mató a garrotazos Todos dormían, excepto un hombre. Era el que iba a eliminar de un certero golpe en la frente a siete personas a las que la noche anterior había suministrado, como si fuera queso rallado, veronal sódico en una cena de tallarines. Todos pasaron rápidamente del sueño de la droga a la sorpresa de la muerte. La mano derecha de los tres pequeños hizo un gesto de no en su agonía. El asesino no tembló. Cuando se acababan de descubrir los primeros seis cadáveres flotando en la acequia de Chacra Colorada, fueron examinados los sobrevivientes que había en la residencia: Mamoru Shimizu, su esposa, Sumiko Shimizu, de 20 años de edad y nacida como él en Hiroshima, y la hija de ambos; y Setzuko Naito, su esposa y los dos hijos de éstos. Sólo quedaron en poder de la policía los dos varones. Ambos afirmaron no saber ni haber visto ni oído nada extraño durante la noche de la matanza. Cierto que la residencia del jirón Tingo María parecía construida para escenario de un crimen perfecto. Era muy amplia y estaba dividida en espacios ajenos entre sí. La parte más elegante, donde vivían la principal víctima, Tomoto Shimizu, y su familia, quedaba en el ángulo izquierdo de la parte que da al jirón Pariacoto. En esa zona se alineaban, de izquierda a derecha, el estudio, el dormitorio, la sala de costura, el comedor, y la cocina de la familia de Tomoto Shimizu. Un poco más cerca y más hacia la derecha del terreno estaban los dormitorios de Mamoru Shimizu, que limitaban, a la derecha, con un gallinero, y hacia el fondo, con un depósito de carbón. Era una diferencia marcada. Además, la vivienda de los Shimizu principales daba al jardín y las peceras. Era un jardín exquisitamente cultivado que rodeaba varios estanques de peces decorativos. Allí, Tomoto Shimizu realizaba experimentos científicos con especies ictiológicas. Era un hombre refinado y culto, señalan todos los que lo conocieron. No en vano tenía un título de la universidad de Tokio.

Page 4: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Era, además, un hombre elegante. El inspector general (r) José Haro y Haro, que iba a tener participación decisiva en el esclarecimiento del caso, lo describe como un caballero que lucía un prendedor de diamante en la corbata. "Su esposa —redondea— usaba elegantes kimonos de seda". Mamoru, por su parle, tenía condecoraciones por servicios distinguidos durante la guerra chino-japonesa; pero se desempeñaba en la casa como hombre de mandados, chofer y hasta jardinero. Arrinconado entre el carbón y el gallinero, era perfectamente posible que no hubiera escuchado nada en los momentos del asesinato en masa. Salvo que hubiera sido él el asesino. Sin embargo... Naito, que era sordo de un oído, dijo haberse levantado a eso de las dos de la mañana, al escuchar el ruido de una larga cadena con que cada, noche amarraban a Bobby, el perro mastín de la casa, en un canchón situado al fondo de la residencia, en la zona donde habitaban Carlos Hiro Tomayasu y su esposa Carmen Miká Kakide. —Me desperté y fui a ver a Bobby. Pero no estaba en su lugar. Lo busqué después en la perrera; tampoco estaba. Escuché un aullido que parecía venir del lado del garaje, que da a Tingo María. Allí encontré al perro. Estaba atado con una cadena corta. Así declaró ante la policía y el juez. Lo mismo repitió cuatro años más tarde, durante el juicio oral. Era una pista: alguien había querido evitar que el perro se inquietara con el trajín de los asesinatos y del posterior traslado de los cadáveres hacia la acequia. Tenía que ser alguien conocido de la casa, puesto que el animal no había ladrado o aullado en el momento de ser cambiado de ubicación. ¿Quién o quiénes? De los cuatro hombres adultos de la casa, dos estaban muertos. Naito, el que hacía esta revelación, quedaba libre de sospecha por ese sólo hecho. Restaba Mamoru. ¿No había otras personas asiduas de la casa y familiares a Bobby? ¿No podía tratarse de un cliente comercial de los Shimizu, quizás de uno de los paisanos con que Tomato solía conversar largamente sobre la guerra y la situación política del Japón? En todo caso, el círculo de los sospechosos resultaba así delimitado. El asesino o los asesinos eran gente conocida. Otro testimonio de Naito sorprendió al juez Guzmán Figueroa: había encontrado, dijo el declarante, a Mamoru Shimizu cerca de las seis de la mañana saliendo del comedor principal. "Tenía la cabeza inclinada", dijo. "Parecía preocupado". Cuando Naito le preguntó esa mañana por qué no estaba en pie Tomoto Shimizu que acostumbraba hacerlo muy temprano. Mamoru le contestó: "A lo mejor ha huido con toda su familia. Hoy ha llegado vapor, y seguro tiene miedo de que lo deporten". También esta información arrojó sospechas sobre Mamoru. Pero no bastaban para convertirse en pruebas, ni descartaban del todo la posibilidad de que fuera inocente. Mamoru, detenido por el juez instructor, insistía en su total inocencia y lloraba cada vez que recordaba a su hermano, su cuñada y sus sobrinos muertos. Confirmó haberse encontrado con Naito poco antes de las seis de la mañana y haber salido con él de compras. Un aspecto sorprendente es que Mamoru, que manejaba el vehículo, dio vueltas inútiles. Llegó hasta la plaza Bolognesi y la avenida Manco Cápac en La Victoria. Después se dirigió al mercado de Chacra Colorada. Eran extraños signos de nerviosismo en una persona que no conocía nada de la tragedia ocurrida esa noche. El juez y los detectives anotaban.

Page 5: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

El jueves 8 de noviembre, cinco días después del asesinato se produce el primer careo entre Mamoru y Naito. Ambos han estado incomunicados todo ese tiempo. El reencuentro en la casa del crimen es tenso. En un momento, el nervioso e ingenuo Naito suplica a Mamoru que diga la verdad. —¿Cómo puere así, tú callao?, le dice. Un capitán de la policía invita a Mamoru a confesar lo que sabe. El hermético nipón exclama: — ¡Yo quiere decir verdad; pero no puere! La expresión hace pensar que es, en efecto, inocente; pero que algo ha visto y sabe respecto del horrendo homicidio. Se refuerzan entonces las especulaciones respecto a un asesinato, político. En los círculos policiales y aun entre los diplomáticos —no olvidemos que son días de guerra mundial— se baraja la posibilidad de que Mamoru esté amenazado de muerte si declara quiénes son los asesinos. Se parte del supuesto de que contra las víctimas se ha ejercido la venganza de la sociedad del Dragón Negro, que elimina a quienes acusa de traidores y a toda su familia. Tampoco se descartaba la hipótesis del robo. Cuando se realiza ese careo en el lugar del asesinato, Mamoru es a lo sumo un sospechoso. Los diarios describen escenas emotivas de cuando vio a su pequeña hija Doriko de tres años. La cargó en sus brazos. La apretó fuertemente contra su pecho. Lloró. El silencioso y sereno Mamoru parecía empezar a derrumbarse. La inocencia de Naito quedó transparente en esa oportunidad. Cuando vio a uno de sus pequeños, le dijo: "seguro yo quedao contigo; seguro". Luego, le dijo al mayor, de 12 años: "¿Por qué tú tan fraquilo? ¡Tú seguro no comiendo! Hay que comer". En su estudio del jirón Monzón, el Dr. Guzmán Figueroa, que entonces ofició de juez instructor, me dice, irónicamente: "No se olvide que esto fue anteayer". Y reconstruye esos tensos momentos en que parecían acumularse las pruebas de una conjura política japonesa para eliminar a Tomoto Shimizu y sus familiares y allegados más cercanos. Fue entonces que intervino, inesperadamente, un joven detective que no estaba comisionado en el caso y que en sus horas libres seguía su propia investigación. Traía en sus manos un saco azul manchado de sangre que había descubierto en una pila de costales de carbón vacíos, en un cuarto de la carbonería contigua a la residencia. — ¡Señor juez, ordene que el acusado se pruebe este saco!, exclamó. CAPÍTULO III Acucioso detective empieza a desentrañar el misterio El sabueso acorrala al carnicero Existía la posibilidad de un crimen político por actividades de espionaje Cinco días después de la matanza múltiple, Mamoru Shimizu era apenas un sospechoso. Parecía un crimen perfecto porque en ninguna parte aparecían huellas. Todo había sido meticulosamente lavado: el piso, la yerba, los pasadizos, los alféizares. ¡Qué noche intensa la del asesino o los asesinos de los cuatro adultos y tres niños! Cuarenta años después, el ahora inspector general (retirado) de la Policía de Investigaciones del Perú José Haro y Haro recuerda cómo lo conmovieron el caso y su misterio:

Page 6: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

“Yo hacía en esa época mi servicio de oficial de retén y franco en el Departamento de Asuntos Criminales. Me gustó el caso. Comencé a investigar por mi propia cuenta. Formulaba mis propias suposiciones. En mis horas libres, me iba al escenario del crimen. Salían el juez y su personal, y entraba yo. A las doce del día ocho de noviembre, llegué a la casa de Tingo María. El juez se había ido y había dejado de servicio a un guardia de la Sexta Comisaría. Lo primero que encontré fue un pastor alemán que no había atacado la noche de los asesinatos. Pensé: ¿cómo este tipo de perro no ha reaccionado con ferocidad?” El asesino desconocido era, no cabía duda, conocido en la casa. En esos días se barajaban hipótesis de robo. Se buscaba con ahínco un supuesto tesoro japonés. El joven juez Abraham Guzmán Figueroa había descubierto, en un corralón contiguo la residencia de Tomoto Shimizu, un baúl lleno de material intrigante: un proyector cinematográfico, un paquete de mapas, un álbum de fotos y recortes periodísticos sobre la guerra chino-japonesa, un portafolio con estudio de yacimientos carboníferos en Piura- Lambayeque y Nazca, un ejemplar de "Mi lucha", el libro de Hitler. La atención de la policía nacional y extranjera empezó a concentrarse en la posibilidad de un crimen político por actividades de espionaje. La embajada de España, encargada de los asuntos japoneses debido a la declaratoria de guerra del Perú contra Japón, indagaba sigilosa pero eficazmente. Las tensiones de la época invadían todos los poros de nuestros países. Se reflejaron, por ejemplo, durante la histórica huelga de los mineros de Catavi, Bolivia, el 21 de diciembre de 1942. Bolivia era gran abastecedora de estaño, sustancia vital en el esfuerzo bélico. Japón se había apoderado de las fuentes estañíferas de Malaya y las Indias Occidentales. De inmediato, los servicios de inteligencia se echaron a buscar posibles agentes nazis detrás de esa acción sindical que costó 400 vidas a los trabajadores. Por otra parte, Japón había conquistado asimismo varios países productores de caucho natural en Asia. La Amazonía resultaba, así, otra vez una región estratégica por su caucho. El Dr. Abraham Guzmán Figueroa hurga en su memoria: —Una gran ruma de carbón cubría una puerta de tipo antiguo. La entrada conducía a un lugar con apariencia de escritorio principal. Allí encontramos todo ese material de mapas y fotos de la guerra en China. Juzgué prudente, por su naturaleza, inventariar los documentos y comunicarlos al Ministerio de Gobierno. - ¿Era prueba de espionaje? - No me tocaba juzgarlo. Yo era juez instructor para el caso del séptuple asesinato; lo otro no me correspondía. El abanico de los recuerdos empieza a abrirse ahora en el estudio del general Haro y Haro: - Entré el día 8 de noviembre a la casa. Salté por un pequeño muro que dividía la residencia de los Shimizu y un depósito de carbón contiguo. Era un local que habían subarrendado a un señor Mould Távara. Allí empecé a retirar gran cantidad de costales de carbón vacíos. Escondido entre una ruma de costales había sido ya descubierto un pequeño cuarto. Al fondo del cuartucho había otra ruma de costales. Empecé a sacar costales. Entre éstos encontré unas esteras"."Eso no lo han visto, no lo han revisado", me decía el guardia de turnó. Allí hallé un saco azul a rayas con manchas de sangre en los puños y los hombros. Lo examiné. Eché hisol, y con ello obtuve la convicción de que se trataba de sangre. En un bolsillo de esa prenda había un manojo de llaves. Le enseñé el saco a la mujer de Mamoru. La señora me dijo: "Este saco es de Mamoru. Lo usa cuando va a la Parada. No era de él, sino de su hermano. Carlos (que había sido deportado a los Estados Unidos). Carlos es más alto y más gordo. Por eso, Mamoru lo hizo arreglar con un sastre que vive aquí a la vuelta". Hablé con la mujer de Naito, el otro detenido. También ella identificó el saco.

Page 7: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

De inmediato, el investigador se dirigió a la comisaría de El Sexto, donde Guzmán Figueroa interrogaba a Mamoru. Un escribano tomaba nota de las respuestas del sospechoso. No había pruebas ni confesión a la vista. - ¡Señor juez, pido permiso para probar este saco al acusado!, dijo el investigador, apenas ingresó a la oficina. Con la venia del juez, que era el director de la investigación, Mamoru se puso la prenda. Le entallaba perfectamente. Saltó como un resorte: - ¡No es mi saco, señor juez!, gritó. Imperturbable, el investigador comentó: - Niega porque ésta es una de las evidencias más importantes. El juez reprochó al detective por no haber tomado la prenda con pinzas, a fin de preservar las huellas digitales que pudieran estar, impresas en ella. El policía explicó: - Para que queden huellas digitales, señor juez, es preciso que haya una superficie lisa, pulimentada. Es muy difícil que queden en un tejido. - Pero entonces ha debido cuidar el llavero. - No tiene espacio suficiente para registrar huellas. Al concluir el estallido de Mamoru, el juez ordenó que se llevaran al acusado. El investigado discrepó: - iDéjeme trabajar, doctor! ¿Por qué no me deja a solas con él? El juez accedió. Haro y Haro cuenta que el presunto homicida estaba en un momento de máxima tensión psicológica. Un trato tranquilo podía arrancarle confidencias y quizás señalar cómplices. Mandó pedir dos apetitosos churrascos, a fin de charlar con el preso. - Mamoru, le dijo. Por qué no me cuentas todo. El problema no es contigo. Si tú no me dices toda la verdad, pueden hacerle algo no sólo a tu mujer y tu hija, sino también a toda la colonia japonesa. Acuérdate del saqueo de 1940. Confiesa la verdad y estarás protegiendo a los tuyos. Toda la historia narrada en ese momento por Mamoru coincidía con las pruebas que el investigador había encontrado en la ruma de costales. La tranca de madera con que había asestado los golpes en la frente, así como el taco para las llantas del carro con que había rematado a las víctimas, figuraban entre los objetos ocultos en el pequeño depósito de la carbonería. Metidos en costales de carbón estaban los edredones manchados de sangre, la ropita de los tres niños sacrificados. Mamoru había desnudado a sus víctimas, porque conforme a una creencia popular de su país, creía que así era más difícil descubrir al asesino. Lo que siguió fue una historia tenebrosa. Mamoru dijo haber matado a su hermano porque éste lo consideraba flojo e incapaz, y lo explotaba: sólo le pagaba 130 soles mensuales. Además, desde agosto le había prohibido sentarse a la mesa familiar. Se quejaba también del papel de cocinera asignado a su esposa. La queja salarial de Mamoru hay que confrontarla con los salarios de la época. El de un obrero textil era de S/. 6.78 diarios: el de un cervecero, de 5.63. El investigador Haro y Haro añora sus 230 mensuales. Claro que un periódico costaba, entonces, lo mismo que un bonito con huevera y todo: diez centavos. Además, Mamoru tenía casa y comida gratis. Desde que le prohibieron sentarse a la mesa colectiva,

Page 8: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

debido a una acusación de robo que luego veremos, le habían incrementado su asignación a doscientos soles. Sin embargo, algunas preguntas surgían frente a su versión. Por ejemplo: ¿Por qué había matado también a Hanae, la bella y delicada esposa de su hermano, y a los tres hijos de éstos? ¿Por qué a los esposos Tomayatsu? ¿Había actuado solo? CAPÍTULO IV Horrenda tragedia ronda en el bello jardín de los Shimizu En carbonería se enciende el rencor Dos familias atraviesan el océano para forjar su propia historia Mamoru Shimizo se confesó el 8 de noviembre de 1944 único autor de los siete asesinatos. ¿Cómo, cuándo y para qué habían llegado los jefes de esas familias hasta el Perú, luego de atravesar quince mil kilómetros de océano desde la lejana Hiroshima? La historia de las dos familia eliminadas y la del hombre que se declaró solitario culpable de sus muertes es parte de la historia de un pueblo; o de la historia simplemente. Los Shimizu llegaron al Perú cuando ya se había abolido, en 1923, la inmigración japonesa por contrato. Esa singular corriente inmigratoria había empezado en 1899, debido a las gestiones del entonces joven gerente de la British Sugar Company, Augusto Bernardino Leguía. Había él escrito a Teikichi Tanaka, del Ministerio de Comunicaciones de Japón y agente de la compañía de inmigración Morioka, una propuesta para la venida de trabajadores nipones bajo contrato. Nicolás de Piérola autorizó, el 17 de setiembre de 1898, el negocio. Un hecho interesante es que precisamente ese año se dictan en diversos países medidas contra la inmigración japonesa. Japón había iniciado su modernización en 1868, con el ascenso al trono del emperador Meiyi, que favorece el desarrollo del capitalismo en la industria y el campo. Los campesinos pobres se convierten en aparceros o asalariados agrícolas. Cientos de miles de desocupados pueblan las ciudades crecientes. La población del país pasa de 34 millones en 1870 a 40 millones en 1890, en 1904 llegará a 46 millones. En 1950, Sir Georges Sansom contó en su libro "El mundo occidental y Japón" que a fines del siglo pasado existía un canto popular que los niños entonaban mientras una pelota daba bote, y que repetía las diez cosas occidentales deseables para un japonés: las lámparas a gas, las máquinas a vapor, los coches tirados por caballos, las cámaras fotográficas, los telegramas, el alumbrado eléctrico, los periódicos, las escuelas, el correo y los barcos a vapor. Los niños de entonces se encargaron ya adultos, de hacer realidad esos sueños. Pero, entretanto, muchos japoneses jóvenes tuvieron que dejar el suelo patrio. Hay que pensar cuánto dolor habrá significado eso para seres tan llenos de amor por la patria y el paisaje nativo como son los japoneses. De ese impulso de crisis y cambio convulso nace la inmigración japonesa llegada al Perú. Vienen como peones para las haciendas azucareras de la costa. El contrato es por cuatro años. Durante ellos, su horario de trabajo será de 12 horas diarias (10 en el campo y dos en los ingenios). En un folleto sobre la lucha obrera en el Perú, he señalado una famosa huelga de trabajadores nipones en 1908, de la que da cuenta el periódico "El Jornal", de Trujillo, editado por el gran pionero Julio Reynaga, "El negro" Reynaga. En Chiclín, los nipones se sublevaron por no dejarse chicotear o porque no les pagaban puntualmente la semana. En Tumán hay 15 tumbas de japoneses que fueron victimados por oponerse al maltrato contra uno de ellos. Uno de los inmigrantes, servil con el patrón abusivo, terminó con las vísceras al aire por obra de un nipón rebelde conocedor de las viejas artes militares. La historia ha sido recogida a través de un testimonio extraordinario en la revista "Puente", editada por unos niseis peruanos hasta la pared de enfrente.

Page 9: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Cuando llegan al Perú los Shimizu mayores, ha terminado ya la ola de inmigración bajo contrato. Los japoneses son, al final de los años 20, en su mayoría pequeños comerciantes, agricultores, jardineros, peluqueros. El más emprendedor de la familia es Carlos Mizuta que había adoptado la religión católica y un nombre en castellano. Era hermano de los Shimizu por parte de madre. Su primera actividad en el Perú fue el negocio de carbón en un pequeño local de la avenida Washington. Hasta los años 40 y aun a comienzos de los 50 se conocieron en Lima esos cuartuchos negros en que un nipón y su esposa despachaban todo el día el casero combustible. Eran personajes solitarios, con la cara negra todo el día, que prácticamente no hablaban con nadie. Nos conmovían esas caras pálidas tiznadas todo el día. Mizuta ingresó pronto en el rubro mayorista. Sus actividades abarcaban todo el país. Uno de sus agentes era su sobrino Carlos Hiromu Tomayatzu. Vivía éste en Sultana, con su esposa Carmen Mika Kakide. Nacido en Hiroshima ciudad que se hizo dolorosamente famosa por haber sido víctima de la primera bomba atómica, ocupó el cuarto lugar como centro de procedencia de los inmigrantes japoneses. La gran mayoría, el 57.2 por ciento llegó de Okinawa; el 8.6% de Kimamoto; el 4.3% de Fukuoka; y el 4.1% de Hiroshima. Los Tomayatzu se instalaron en Sullana, Piura, en 1934, poco después de llegar al Perú. Allá alquilaron un corralón en la calle José Lama. Como la casa trágica de Azcona, éste era en parte vivienda y en parte depósito de carbón. Los Tomayatzu eran mayoristas a escala local, formaban parte del aparato de distribución de Mizuta. En Sullana se ganaron el afecto de muchas personas. Se habían convertido a la religión católica y, según testigos, practicaban las virtudes de cortesía y discreción propias de su pueblo. Con relación a los demás niseis (inmigrantes), los Tomayatzu eran personas sumamente abiertas. Hasta los años 50, la japonesa era una colonia cerrada que sólo excepcionalmente entablaba relaciones de amistad con personas ajenas a su colectividad. Lucía Arakaki, en su excelente tesis universitaria "Ambiente cultural y social del nisei", ha explicado cómo en esa época los nipones así como sus familias vivían enclaustrados en sus hogares y costumbres. "Entre los mismos niseis (es decir, hijos de inmigrantes), si alguno se atreve a portarse como criollo, sea varón o mujer, de inmediato es tachado por los demás". Felizmente, ese tiempo ha sido superado. Hoy, los isseis (los primeros) que sobreviven, pero sobre todo los niseis y los sanseis (tercera generación) se han integrado plenamente a la patria peruana. Gente como los Tomayatzu, en su etapa sullanera, fueron pioneras de esta tradición. Los Shimizu eran distintos. Los dos hermanos mayores, enviados a un campo de concentración en los Estados Unidos, apenas estalló la Segunda Guerra Mundial, se mostraban tradicionalistas y conservadores. Lo mismo ocurría con Tomoto Shimizu, el principal jefe de familia asesinado. A Tomoto lo consideran todos los testigos como el cerebro comercial y financiero de la familia. Se sabe que era graduado en la Universidad de Tokio. No es extraño, por eso que dominara el idioma inglés. Todos sus asociados comerciales y compatriotas atribuían a su cultura y don de gentes, así como a algunas estratégicas amistades peruanas, el haberse librado de la deportación. Es un secreto a voces que con los hombres de negocios japoneses se cometieron entonces abusos sin nombre. Bajo amenaza de confiscación, se les obligaba a traspasar a bajo precio sus negocios. Más de una fortuna oligárquica se fortaleció con las coimas para salvar fortunas en peligro. Habían sido los padres de Tomoto quienes le buscaron la novia, conforme a antigua costumbre que aún se conserva en Japón. Igual ocurre en muchas regiones de la India. ("También en Occidente, el azar acompaña la elección", me explicó alguna vez un diplomático indio. "En un baile, por ejemplo. La diferencia es que entre nosotros el matrimonio es la cuna del amor; en occidente suele ser su tumba"). La bella Hanae Shimizu procedía asimismo de Hiroshima. Era cuatro años menor que Tomoto. Los policías y los cronistas policiales de la época del crimen se asombraron de la belleza del jardín y los estanques de peces que el propio Tomoto Shimizu cuidaba. Ignoraban que el culto del jardín es parte de

Page 10: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

la milenaria e ininterrumpida civilización japonesa. En el jardín se condensa el mono no aware (sentido de la naturaleza) que anima el alma de los nipones. Hay detrás de ello una filosofía que no se agota en el color o el aroma, sino que busca crear un ambiente, representar un paisaje con montes, bosques, ríos, lagos, volcanes reproducidos a escala de un hogar. Es esa sensualidad puesta en armonía con el universo lo que hace tan particulares la pintura, la poesía o el cine de Japón. El jardín de los Shimizu estaba hecho a la medida de la felicidad de Tomoto y los suyos. Los crisantemos y las lilas estaban lejos del rincón carbonoso de Mamoru. En el mundo de éste, crepitaba el rencor. CAPÍTULO V La suave y humilde Sumiko intuyó el horrendo crimen “Mi corazón dice que Mamoru ha matado” Cuatro mujeres desterradas a la obediencia y la soledad en Azcona LA SOCIEDAD DE LAS MUJERES El movimiento popular arrancó una amnistía para los presos políticos de Odría en diciembre de 1955. Cuando Mamoru Shimizu se enteró de mi liberación inminente, me dijo en el Panóptico: - Si sales, busca a mi sobrina en la casa de Tingo María. - ¿Y tu esposa y tu hija? Silencio. Parece que ambas habían partido en un barco de carga con destino a Japón. Ignoro qué parientes de Mamoru quedaban en Lima. Volviendo atrás la mirada, me estremezco al pensar cuánto desgarramiento deben de haber sufrido la esposa de Mamoru y la de Naito, el otro japonés que sobrevivió a la matanza. La casa del crimen estaba aún en pie albergando recuerdos de esas tres familias que vinieron de tan lejos, de la populosa Hiroshima, y encallaron violentamente en el Perú. Ya entonces Hiroshima y Nagasaki habían entrado en la historia de la crueldad y la estupidez humana. Sí, las mujeres de ese círculo de familia parecían las menos destinadas al horror. Habían escapado a la tragedia bélica antes de que ésta empezara. Y, sin embargo, hasta en ciudades remotas el espanto se colaba, literalmente, por sus ventanas. Mamoru venía del frente. Allá había "custodiado" prisioneros chinos. Durante una etapa había sido chofer militar en el frente de Manchuria; mientras su camión avanzaba por las rutas conquistadas, los primeros destacamentos guerrilleros asomaban las cabezas por entre los arrozales. "¡Mi corazón me dice que Mamoru ha matado!", había exclamado la suave Sumiko Shimizu al enterarse del hallazgo del saco azul que su esposo decía haber perdido, y que aparecía manchado de sangre. Eran palabras terribles en labios de una japonesa que apenas tres años antes, en 1941, a los 18 años de edad, había llegado al Perú desde la Hiroshima tradicional. En nuestra civilización confusa, atiborrada de occidentalismo, es difícil entender exactamente la quiebra interior que —como en un sismógrafo cuyas líneas enloquecen— expresaba esa exclamación. El código clásico de las japonesas implica un lazo con el esposo que va mucho más allá del afecto conyugal y se confunde con rasgos de sumisión. Así ocurría, en todo caso, en los años del séptuple asesinato. Sumiko y Mamoru se habían conocido en Hiroshima. Conforme a los usos, un nakodo (agente matrimonial) había acudido a la casa de los padres de ella. El intermediario es un hombre que conoce a las familias del barrio. Una vez averiguados los antecedentes de la novia y de su familia, se prepara la entrevista y aceptado en principio el noviazgo, se prepara la primera entrevista o miyai. El cupido nipón lleva luego al pretendiente a la casa de la joven para visitar a los padres de ésta. Luego de saludos y ritos

Page 11: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

ceremoniosos, el joven es presentado a sus probables suegros. Se toma una taza de té. Si el invitado desea una segunda taza, llama a la doméstica, que espera en la sala vecina. Si el miyai ha sido organizado a la manera clásica, la hija del dueño remplaza a la empleada. Sólo en ese momento el pretendiente puede ver a la muchacha. La conversación prosigue; pero el joven no se pierde un segundo de contemplación. Un relato japonés de principios de siglo describe así la experiencia que Mamoru repitió en 1941: "las miras del joven van directas a la joven que aparece ruborosa y tímida, avanzando lentamente, hasta presentar su taza de té y que después se inclina, saluda y desaparece. Su presencia no dura más de tres minutos y durante ellos no habla ni una sola palabra. Después de esta corta aparición, el pretendiente decide si se casa o no". En algunos casos, ni siquiera se producía esa entrevista. Los padres concertaban la unión, y en muchos casos la novia veía a su esposo por primera vez el día en que se convertía en tal. Producido el miyai y puestas de acuerdo ambas partes, el padre del novio procede a mandar a la familia de la joven un regalo que testimonia el compromiso y se da a los novios un mes o un tiempo prudencial para que se familiaricen. El regalo testimonial se llama Yui-no (compromiso). Consta de una faja de seda para kimono, un trozo de pescado selecto consagrado a las grandes fiestas y un barril de saké, el exquisito licor de arroz. Una vez aceptado el obsequio, ya no hay marcha atrás. Mamoru me contaba haber contraído matrimonio conforme a las reglas más estrictas de esta tradición. Por lo demás, ella subsiste, modificada, en el Japón de nuestros días. Cierto, los años veinte habían visto alteraciones estrepitosas en las usanzas. Pero eso sólo en Tokio y una o dos ciudades metropolitanas, y en particular entre los jóvenes universitarios. En esa década, la universidad de la capital japonesa tenía la mayor población estudiantil del mundo: allí habían surgido los Marx boys, los jóvenes izquierdistas por lo general pertenecientes a familias adineradas. El pueblo los había bautizado como los Moga (contracción de las palabras inglesas modern girls) y Mobo (modera boys). Después vino la década del militarismo y la agresión, 1931-1941. Sólo en el movimiento subsistió, subterránea y reprimida, la corriente del cambio. Luego empezó la segunda guerra mundial. Terminada ésta, la vieja costumbre matrimonial se remozó. Una traducción reciente al alemán de la novela "Kyoto", de Yasunari Kawabata, nos recuerda que todavía se estila el miyai, aunque ahora los novios pueden conocerse desde mucho antes. Antes del asesinato de noviembre de 1944, la vida de las mujeres en la casa de Tingo María 344 se había sujetado a las reglas estrictas de la tradición. Pero había diferencias jerárquicas entre ellas. Hanae Shimizu, esposa de la víctima principal, Tomoto Shimizu, era una mujer bella y refinada. Tenía 33 años de edad. Las fotos la muestran apaciblemente consagrada a su esposo y sus tres hijos, todos victimados. La más veterana era Hike Kakide Tomayatzu, también asesinada con su esposo. Había nacido en Yokohama, en 1902. Tenía 44 años de edad. Su cónyuge era el hombre de confianza de Tomoto. La humilde Setsuko Naito tenía 32 años. Había nacido, igual que su esposo, en Yokohama. Ambos vinieron al Perú después del horrendo terremoto de 1923, que destruyó totalmente su ciudad natal y afectó gravemente a Tokio. El espanto parece mirarnos desde sus ojos en las viejas fotos. Ella y su esposo realizaban las tareas menores de la casa. La más joven era Sumiko, la mujer de Mamoru. Todas estaban apretadas en el nudo de las tradiciones niponas que Lucía Arakaki resumió en su tesis, de 1963: "la mujer goza de gran consideración y respeto, pero se encuentra sujeta a la autoridad del padre hasta que contrae matrimonio y después a la del marido y, en defecto de éste, a la del hijo primogénito. La mano de la muerte respetó esa mansedumbre antigua y anticuada en el caso de las esposas de Tomoto Shimizu y de Carlos Himoru Tomayatzu. La mujer de Naito siguió en silencio a su esposo durante

Page 12: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

años después del asesinato. Ambos pusieron un negocio de venta de huevos, y ella viajó al final al Japón para reunirse con sus familiares. El corazón que más sintió el destrozo y la soledad fue el de Sumiko. Era una muchacha modesta. Al igual que Mamoru, sólo poseía instrucción primaria. A comienzos de este siglo, el célebre cronista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1875-1927) recorrió el Japón. Escribió dos libros acerca del país que occidente acababa de redescubrir gracias a un remezón: la victoria del Mikado sobre la Rusia zarista. El escritor estaba entonces casado con Zoila Aurora Cáceres, hija del héroe de La Breña, el empecinado, el titánico Andrés Avelino Cáceres. En tiempos en que se escribía "El Japón heroico, y galante", en 1906, Zoila Aurora iba registrando en su diario los desmanes de un marido calavera y las torturas de una señora, nada oriental, que terminó pidiendo el divorcio. Una de las acusaciones de nuestra compatriota es que Gómez Carrillo se había casado con ella sólo porque la creía adinerada. En el Perú, el tipo hubiera llegado a ministro... La ilustre escritora no se dejó convencer en el París de la belle époque por los mandamientos de la perfecta casada japonesa, que las madres recitaban a las novias y que su esposo reproducía en su apasionante volumen: - Después de casada vuestro marido será vuestro solo amo. Sed humilde y cariñosa, que la estricta obediencia al esposo es en la mujer una noble virtud. - No seáis celosa, pues con los celos no conquistaréis el afecto de vuestro esposo. - No habléis mucho ni lo hagáis mal del vecino, sobre todo no mintáis jamás. Zoila Aurora registra su desengaño y su cólera en "Mi vida con Enrique Gómez Carrillo", un libro que es una valiente confección de mujer. En la casa de Tingo María 344, Azcona, en el límite mismo de la Lima de entonces, cuatro mujeres desterradas a la obediencia, la soledad y el silencio representaban, sin saberlo, una tragedia en que entraban los celos y la envidia. El final encerraba siete muertes. CAPÍTULO VI El sanguinario nipón se convierte en barbero del Panóptico La siniestra navaja del matasiete Notables políticos compartieron celdas en el antiguo penal limeño MURO DOBLE ANCHO Más de un preso del Panóptico buscó de Mamoru confidencias sobre el séptuplo asesinato por el que purgaba 25 años de penitenciaria. A todos oponía el apretón de labios y el brillo sesgado en la mirada. A lo más llegaba a decir: "todo está en los periódicos". Era afilado, tranquilo y silencioso. Su soledad impenetrablemente añeja resultaba conmovedora los domingos: nadie lo visitó durante su larga prisión, que sólo terminó con la muerte. Ella resultó, así, su liberadora. O, más bien: él pasó de la tumba de piedra a la cárcel de madera. Ya he dicho que logré derribar el muro de sus monosílabos. Trabamos amistad casi apenas nos conocimos, en las circunstancias que veremos. Fue en mi segunda y más prolongada prisión bajo Odría. A cuatro presos políticos nos habían encerrado durante semanas en la más cerrada incomunicación interrumpida sólo por los interrogatorios acompañados de tortura de Seguridad del Estado. Nuestras celdas individuales eran, sin exageración, unas jaulas de piedras aisladas, oscuras, de muro dobleancho y a pocos metros de la calle. Allí sólo cabía un catre mínimo y apenas quedaba espacio para algo más que una banca. Nos sacaban al baño a las cinco de la mañana y luego nos devolvían al encierro bajo candado.

Page 13: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

A ratos, en la noche, el viento traía el ruido de un tranvía, los pregones, una voz femenina lejana viajando por el Paseo de la República. Al mes, yo tenía el cabello demasiado largo y pedí un peluquero. Al día siguiente llegó a mi celda un japonés. Es Mamoru Shimizu, me dijo el guardián. Cuando quedamos a solas, y él esgrimió su navaja, sentí que había llegado mi hora. Ciertamente, conservo la cabeza. Mamoru era algo así como el peluquero titular de la prisión, debido sin duda a su discreción y a su distancia respecto del país y sus pasiones. Por esos años ocurrió una historia que divertía a los presos políticos. Fue cuando el general Zenón Noriega estuvo a punto de dar un golpe de estado a su compadre Odría. El cuartelazo fracasó debido a una sesión de espiritismo hábilmente amañada por los famosos Sedaño y Atala. Noriega marchó al destierro y varios militares de la conjura fueron a parar al Panóptico. Brevemente. Entre ellos estuvo el general Ernesto Ráez, más tarde senador por Junín. Un día, el general solicitó un fígaro que le arreglara la barba y el cabello. Llegó Mamoru y se entabló este diálogo: - ¿Y siempre está acá ese matasiete de Mamoru Shimizu? Mamoru soy yo. Como impulsado por un resorte, el general saltó de su asiento y empezó a gritar, frenético: ¡Sáquenme a este hombre! Tal era la fama siniestra que conservaba nuestro personaje en los años 50. La penitenciaría era llamada Panóptico debido a su construcción: había en su centro un lugar de forma circular, una rotonda, de la cual se podía vigilar todos los pabellones. Estos convergían hacia ese observatorio. En el centro del edificio había un segundo y un tercer piso, que circundaban el epicentro de la Rotonda. Allí estaban presos políticos apristas tan notables como Antenor Orrego, el amigo y temprano mentor de César Vallejo; Ramiro Prialé, Carlos Manuel Cox, el comandante Juan Mosto y el teniente Juan Ontaneda, ambos de la Marina, en cuyo levantamiento habían participado, junto con un sector de apristas, el 3 de octubre de 1948. Es el célebre movimiento que hizo que el presidente Bustamante y Rivero ilegalizara al Apra y que facilitó el camino al golpe de Odría, el 27 de octubre de 1948. Entre los presos comunes estaba uno de los marineros rebeldes del 3 de octubre, Domingo Castañón, condenado a muerte que salvó la vida gracias a dilaciones legales y una ulterior amnistía. Luis Felipe de las Casas y Cirilo Cornejo, el cholo bravío de la revolución de Huancavelica, estaban alojados en otra sección, llamada La Jaula. Cornejo estaba visiblemente distanciado de los jefes apristas de la Rotonda. La construcción mandada hacer por el Mariscal Castilla a mediados del siglo pasado, era un edificio de piedra, de altos y gruesos muros. Cuando sus celdas resultaron insuficientes, se levantaron otras, en un tercer piso colindante con la Cárcel Central, que ocupa la zona donde hoy está el Hotel Sheraton. En ese pabellón nuevo compartimos años de prisión con comunistas tan conocidos como Isidoro Gamarra, Raúl Acosta y Bernardo Linares, dirigente de construcción civil de Arequipa, ya muerto. Los tres habían sido bárbaramente torturados. Había por allí un investigador Espinoza, blanquito y remilgado, que se jactaba: "Yo soy el Himmler peruano". Una redada de 1955 condujo a la penitenciaría a varios jóvenes universitarios que darían qué hablar. Uno de ellos fue el trujillano Luis de la Puente. Otro, Guillermo Lobatón Mille, un muchacho mulato, alto y vigoroso, que todos los días practicaba gimnasia y deportes, aunque fuere solo en una cancha del penal. Yo lo conocía de vista desde antes, pues era de mi barrio, el situado entre el Parque Universitario y la avenida Grau. Ambos marcharon al destierro poco después.

Page 14: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Mamoru no hablaba con nadie, salvo de caballos. Se había convertido en un erudito de la hípica. Hasta los republicanos le consultaban para sus apuestas. Poseía una colección de cartulinas, indudablemente mandadas recortar en la imprenta de esa prisión - allí se imprimieron las primeras ediciones de Trilce y Escalas Melografiadas de Vallejo, posiblemente bajo la dirección de un singular regente: el arquitecto chileno Manuel José Sánchez, el asesino de Leónidas Yerovi. En esas tarjetas registraba Mamoru, meticulosamente, las performances de los caballos: tiempo por kilómetro, edad, genealogía, aprontes, jinetes, premios. Una computadora preelectrónica devorada por la pasión del azar. Muchos presos comentaban que esa clasificación cuasi científica no podía ser obra de un hombre sólo con instrucción primaria, como se dijo ante la policía y la justicia, y menos de un tosco soldado que apenas había sido, según se aseguró en el juicio, un chofer de vehículo militar. Para demostrar que la cárcel es una prolongación de la calle por otros medios, Mamoru, encerrado desde diez años antes, había caído víctima de la fiebre hípica que recorrió los años de la dictadura odriísta. La polla era el delirio de los callejones; la esperanza dominguera de los enamorados pobres. Río Pallanga para todo el mundo, Río Pallanga en la tierra derecha. Al fin una emoción libre, un sustituto del fervor. Nuestro destino, por la pata de los caballos. ¿Acertaba Mamoru en sus propias apuestas? Uno de los compañeros de prisión de esa época, que estuvo allí desde 1948, evoca tajante: "Nunca, salvo dos o tres veces, con sumas adefesieras". A cambio de esos relámpagos, los burros se fueron llevando todo el dinero que juntaba con la cría de palomas. Sí, porque ese era el gran negocio de Mamoru, aparte del corte de cabellos. En un rincón entre dos muros, el extraño preso se las había ingeniado para criar palomas. Eran unas 150, bien nutridas, hermosas, la única palpitación brillante en esa prisión alta y gris. Era de ver a ese hombre condenado por el asesinato de siete personas, cuidando apaciblemente las palomas. Quizás curaba así la única blancura que le quedaba. Mamoru no se quejó nunca. Era inmune a esa neurosis de la prisión que puede atacar aun a los más serenos. No lo roía la desesperación ululante, que suele ser a la vez una válvula de escape y un tifón que devasta, el alma de muchos encarcelados. Los presos comunes decían que en la celda del nipón había muchos libros de leyes peruanas y también novelas japonesas. Alguna vez me dijo que se sabía casi de memoria nuestro código penal. Quizás buscaba entre los códigos un intersticio por el cual se filtrara una luz a su caso, o a su conciencia. Esas celdas duras e impersonales de la Penitenciaría - tipo de condena y de penal reservado a los criminales más tortuosos— albergaban en la noche, en la soledad profunda, sueños como ese. Bueno, ¿pero era o no Mamoru el autor de los siete homicidios de noviembre de 1944? La sentencia del Segundo Tribunal Correccional dijo que sí, aunque precisó que "no han podido precisarse los móviles del crimen". En su librito de papel modesto, impreso en los talleres del Panóptico, en sus "Escalas Melografiadas" sentenció Vallejo:

“El hombre que ignora a qué hora el 1 acaba de ser 1 y empieza a ser 2, que hasta dentro de la exactitud matemática carece de la inconquistable plenitud de la sabiduría, ¿cómo podrá alcanzar a fijar el sustantivo momento delincuente de un hecho, a través de una urdimbre de motivos de destino, dentro del gran engranaje de fuerzas que mueven a seres y cosas en frente de cosas y seres?... Nadie es delincuente nunca. O todos somos delincuentes siempre”.

Seguiremos a Mamoru a través de la urdimbre de destino de la guerra. Al resplandor de esa llameante selva vislumbraremos mejor el crimen y el castigo. CAPÍTULO VII Mamoru se proclama inocente en el instante final “Me hubiera hecho el harakiri” Se creyó entonces que el múltiple asesinato era una conjura extremista de la derecha

Page 15: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

EL JARDÍN DE LA LOCURA Antes de que se leyera la sentencia pronunciada contra él por el Segundo Tribunal Correccional, Mamoru Shimizu fue invitado por el Dr. Napoleón Valdez Tudela, director del debate, a que dijera lo que tuviera que agregar a la defensa expuesta por el Dr. Víctor Modesto Villavicencio. Tenso, azul en su palidez, Mamoru rompió su hermetismo de cuatro años y habló: - Si yo hubiera cometido el crimen, no estaría vivo; me hubiera hecho el harakiri. - Si hubiera podido salvar a mis hermanos, yo estaría muerto. - Yo he recibido educación japonesa. Se me ha enseñado a cultivar y respetar los sentimientos del honor y la moralidad de los hombres. - También sé sacrificarme y respetar el honor de mis antepasados. Sus palabras contenían una negación fundamental y varias interrogaciones decisivas. El silencio de la sala indicó que el público había entendido la gravedad de las afirmaciones. Mamoru se proclamaba inocente; pero daba a entender que no podía decir más por razones de honor, quizás de patriotismo. La interpretación de algunos hombres de leyes y diversos políticos en ese momento de la sentencia - noviembre de 1948: Odría acaba de asaltar el poder - era que el acusado formaba parte de una conjura de extremistas de derecha, que consideraban traidor a Tomoto Shimizu y lo habían exterminado con todos sus familiares y allegados. - Nada de eso, proclama, categórico, cuarenta años después, el general PIP (r) José Haro y Haro. Yo descubrí y mostré a Mamoru las pruebas que lo obligaron a confesar. Su saco azul manchado de sangre era irrefutable. Y el Dr. Abraham Guzmán Figueroa, en ese momento juez instructor: —Él confesó su crimen. Negaba rotundamente al principio. Tuve que recurrir al método psicoanalítico y de antroposcopía que me había enseñado ese gran maestro que fue el Dr. Oscar Miró Quesada. Logré que confesara ser el autor del séptuple asesinato. A todos los mató de un golpe en la frente. Y se declaró único culpable. En "Rashomon", filme de Akira Kurosawa, todas las versiones sobre un asesinato son distintas. Y no, como muchos dicen, porque cada uno diga su verdad, sino porque todos declaran su mentira. Todos, excepto -tal vez- uno. En el caso nuestro, nadie miente. Lo que puede pasar es que nadie conoce la verdad completa. También entran en juego los estragos del olvido, las suaves maniobras de la vanidad. Se olvida al protagonista principal en la vida de los Shimizu: la guerra. Y el preludio de esa guerra en Japón. La demencia agresiva y expansionista del militarismo japonés, aliado con la casta de los zaibatsu, los grupos financieros del imperialismo nipón. El soldado Mamoru regresó a su país exactamente en esos años que los liberales japoneses denominan kurai tanima, el valle oscuro. A sangre y fuego, empleando la violencia contra su propio pueblo y hasta contra los derechistas moderados, el militarismo envenenó el alma de la vieja nación. En los años 30 se acuñó la frase "gobierno por asesinato" para describir los métodos entonces empleados para alcanzar el poder en Japón, en 1930, el primer ministro Hamaguchi fue asesinado a balazos. Era derechista, pero demasiado "liberal" para los que querían un gobierno totalitario en lo interior y agresivo en lo exterior. En 1932, el ex ministro de Finanzas Inouye fue asesinado por la "Liga de la Hermandad de la Sangre". El primer ministro Inukai Tsuyoshi fue eliminado por soldados en 1932. Los extremistas de derecha le reprochaban haber enviado a un amigo en misión secreta a China en busca de un entendimiento con ese país al que Japón acababa de arrebatar Manchuria. Ese mismo día, los ultrarreaccionarios intentaron bombardear el banco Mitsubishi y varios cuarteles de policía.

Page 16: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Precisamente a Manchuria llegó el joven Mamoru, en 1934. Tenía 21 años de edad y un afán de servir a su país y al emperador, al que, conforme a la religión oficial shintoísta, se debía obediencia hasta la muerte. Había vivido en Lima entre 1928 y 1934, exactamente en el Jr. Cotabambas 329. A doscientos metros del Panóptico… La guerra sucia del fascismo japonés en Manchuria se había iniciado en 1931. Empezaba años de prueba para el pueblo chino. El régimen de Chiang Kaishek estaba más empeñado en acabar con los comunistas que en resistir la poderosa maquinaria bélica nipona. Por su parte, el ejército rojo había sufrido serios golpes: al comenzar su Larga Marcha, en 1934, tenía 300 mil efectivos: al terminarla, en octubre de 1935, sólo contaba con 30 mil. Con sus propios ojos, Mamoru vio cómo la guerra de agresión hacía nacer las guerrillas. Más tarde, en julio de 1937, Japón amplió su área de conquista. Se apoderó de casi toda la costa china. En pocos meses cayeron Pekín, Shangai, Nanking y Cantón. Mamoru no participó de esa aplanadora; pero en el norte manchuriano empezó a sentir cómo entre los arrozales crecía la cólera de un pueblo. Los comunistas se pusieron al frente de esa lucha en Manchuria y, luego, en todo el norte de China. Sin quererlo, el imperio japonés fue el resorte de un sacudimiento revolucionario. Las victorias de Japón en 1937 fueron obtenidas por métodos brutales. Bombardeos de ciudades abiertas como Shangai, asesinato de prisioneros, violaciones de mujeres. En Manchuria, la región más industrial de China, la resistencia evitó los combates abiertos; se refugió en las guerrillas. Esos destacamentos iniciales que atacaban y huían deben de haber roído los nervios de soldados como Mamoru. Al ser juzgado, Mamoru sostuvo que no había actuado jamás en acciones de armas, ni llegado a las líneas de fuego, y que sólo había sido chofer de un camión destinado al avituallamiento. Según la sentencia que se dictó contra él, eso demostraba que no podía padecer de neurosis de guerra. ¿Era así de sencillo? No lo cree el ex juez instructor del caso, e! Dr. Guzmán Figueroa: - El móvil del séptuple asesinato se podría deducir de una cuestión vinculada con los bienes económicos administrados por el hermano mayor en ausencia de otros dos presos en campos de concentración en los Estados Unidos. También existían otros conflictos familiares. Todo habría estallado a consecuencia de la psicosis de guerra que parecía conservar el inculpado. El juez conoció al Mamoru de 1944, que tres años antes había regresado de Manchuria. En cambio, los magistrados de la sentencia conocían al inculpado que había pasado ya cuatro años en la cárcel. El asesinato era el mismo; pero el asesino podía haber cambiado. En el supuesto de que era el asesino. Existía la prueba de saco azul y la confesión de Mamoru. El relato había sido completo y coherente. La reconstrucción del crimen no dejaba lugar a dudas. Era él el solitario autor del crimen. La noche del asesinato, había echado en los tallarines de todos sus parientes una dosis de veronal a fin de que quedaran profundamente dormidos. Su propia esposa había estado a punto de comer las pastas; pero, según afirmó, un ligero sabor agrio —los tallarines habían sido preparados para el almuerzo— le hizo desistir. Curioso que sólo ella detectara el mal sabor. Varios testigos declararon que Mamoru había expresado en agosto de 1944, tres meses antes de la matanza, el deseo de matar a su hermano Tomoto. Este lo había despojado de su derecho a una parte igualitaria de la fortuna familiar; lo había arrojado de la mesa familiar y trataba mal a él y su esposa.

Page 17: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Pero un testimonio de Naito, el doméstico de la casa, indicó que sobre el proyecto de asesinato de Tomoto había oído hablar también a Mamoru y Carlos Hiromo Tomayatzu, que al final fue victimado con su esposa. ¿Se trataba entonces de una ciega venganza personal o de una conjura de carácter distinto? Una prueba contra Mamoru fue la receta médica del veronal que había adquirido: dos tubos, uno en la Botica Inglesa y otro en la Botica Europea. En relación con la receta, surgió un testimonio inesperado: el farmacéutico práctico Manuel Alzamora declaró que no era cierto que él hubiera escondido anteriormente a Tomoto y Mamoru Shimizu, en momentos en que la policía los buscaba para deportarlos a los Estados Unidos. "He manifestado sí, proseguía, que al japonés Mizuta (el medio hermano confinado entonces en un campo de concentración estadounidense), afectado de grave alteración nerviosa que lindaba con la locura, fue atendido por mí, durante cinco días, en el último mes de enero, en un departamento anexo a mi domicilio del distrito de San Miguel, poniéndole inyecciones de "Calcibronal" conforme a las instrucciones del facultativo que lo trataba hacía más de dos años, Dr. Honorio Delgado". La locura parecía instalada en casa de los Shimizu. También Carlos Mizuta había regresado de la guerra. CAPÍTULO VIII Mamoru practica el horror con furia guerrera La última cena de las siete víctimas EMPIEZAN LAS DIFICULTADES Corre 1934 cuando el joven Mamoru desembarca en Tokio. Llega del lejano Perú, donde reina la paz: el general Oscar R. Benavides tiene como ministro de Justicia a don José de la Riva Agüero, marqués de Aulestia, admirador de todos los fascismos que en el mundo han sido. En su español incipiente, el mozo ha sabido de bombardeos en el Perú, masacres de soldados y civiles, fusilamiento de marineros. Pero todo está en calma, en general, en el Perú. Las fotos lo muestran orgulloso con su impedimenta de soldado o inclinado reverente ante un digna-tario de la sociedad secreta del Dragón Negro. Ya está en el ejército de su majestad el joven que ha retornado para el servicio militar. En Manchuria se embriagará con las noticias de la invasión de Abisinia por los italianos, en 1935, y del levantamiento de Franco en España en 1936. En Manchuria, por el momento, la resistencia china es débil. El soldado Mamoru se entregará a la furia de la guerra. "A los prisioneros - declarará al oficial PIP Haro y Haro -, los matábamos a golpes para ahorrar municiones". Sí, ese hombre impasible ante el tribunal de 1948, ese manso criador de palomas a lo largo de años en el Panóptico conoce y practica el horror. Otra cosa es que lo negara ante la justicia peruana, por consejo de su abogado, el Dr. Víctor Modesto Villavicencio. Las guerras de conquista son crueles. Y no sólo contra los pueblos agredidos. Suelen fabricar monstruos, no héroes, en el campo de los agresores. La crónica roja de Alemania después de cada guerra mundial, de Francia luego de la carnicería en Argelia, de los Estados Unidos en la posguerra de Vietnam, lo demuestra. En el Japón el asesino del siglo es Sadamishi Hirasawa, artista pintor. La escena parece arrancada a un rápido filme. Es enero de 1948, en los días de la ocupación estadounidense. Como escribieron dos cronistas franceses, "la nieve, el general Douglas MacArthur y las enfermedades tropicales propagadas por el retorno de los soldados japoneses, reinan sobre Tokio. Es un triple reinado que no todos aprecian en su justo valor''. En la agencia Shiina Machi del banco Teikoku, el personal ha comenzado a marcharse. De pronto, cuando ya se va a cerrar la reja de entrada, se presenta un hombre con bata de médico: "Soy el doctor Jiro Yamagushi, tengo que hablar con el director, dice. AI habla con éste, le comunica que hay una plaga de disentería y que por orden de MacArthur todos los empleados tienen que ser vacunados. Los dieciséis bancarios que quedan en el local, reciben su inyección. Minutos

Page 18: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

después, doce de ellos están muertos. El falso médico Ies ha aplicado una dosis de cianuro de potasio y ha barrido luego con todo el dinero que ha podido. Una empleada sobreviviente identificó al asesino por una minúscula verruga y una pequeña cicatriz en la cara. También él había vivido la experiencia de la guerra. Ya hemos visto que Carlos Mizuta, el medio hermano de los Shimizu entonces deportado en los Estados Unidos, estaba loco. Por eso, cuando Mamoru, el 7 de agosto, dijo a un grupo de amigos peruanos que iba a matar a su hermano y a toda su familia, y los iba a arrojar al río, no lo tomaron en serio. Pensaron: "está loco, al igual que su hermano". Los testigos fueron llamados al tribunal, y uno por uno repitieron la historia. Todos concordaron, además, en un pormenor. Mientras conversaban en la calle Manoa, pasó un negro fornido. Mamoru dijo: ¡éste es el hombre que yo necesito para matarlos!". No cabían dudas respecto a una premeditación del crimen. En cuanto al móvil, pese a las dudas del tribunal, también parecía claro. Mamoru se quejaba de maltrato y de que a su mujer la tuvieran de sirvienta. Algo de cierto había. A la deportación de los medio hermanos Carlos Mizuto y Simuro Shimizu, la empresa familiar había quedado bajo el control de Tomoto Shimizu. Las medidas económicas contra los súbditos del eje obligaron luego a la disolución de la firma. Igual que muchos de sus paisanos, los Shimizu tuvieron que malbaratar sus bienes, obedeciendo a las presiones de la codicia y la politiquería. En esos años se mencionaba el nombre de una conocida familia oligárquica que se habría beneficiado con estos abusos por intermedio de un testaferro: el chofer de la familia. Hasta se dijo que el verdadero asesino del Jr. Tingo María era ese chofer. La fortuna de los Shimizu no era desdeñable. El fiscal del caso, Dr. Juan Bautista Velasco, la calculó en siete millones de soles. Eran los años en que el dólar se cotizaba a S/. 6.50. El presupuesto anual del Ministerio de Educación Pública alcanzaba la jugosa suma de 33 millones de soles. Shimizu era el que menos había aportado al activo familiar. La guerra lo había alejado de la acumulación primitiva en el negocio de carbón. Sin embargo, al establecerse la compañía Mizuta, las acciones se habían repartido en número igual para los cuatro hermanos. Enviados los dos mayores a un campo de concentración estadounidense, Tomoto empezó a manejar los negocios con mano unipersonal. Era, después de todo, el más capaz. Poseía un título de la Universidad de Tokio. Hablaba un inglés impecable, sin el acento y el léxico plebeyos de Mamoru. Era el elegante y el diplomático de la familia. A pesar de los picotazos de los cuervos políticos, había sabido conservar una buena parte del caudal. El soborno oportuno, la gestión bien aceitada, lo habían librado, además, de la deportación, a pesar de que, como se vio en el juicio, estaba ligado a la actividad política del fascismo japonés. Mamoru era el hermano menos dotado. Tomoto no veía en él al ex combatiente nacional, sino al ocioso que se sumía a ratos en largos silencios o que hablaba a solas; descubrió en él, asimismo, el amigo de la juerga. Le disgustaba la propensión plebeya de ese hermano flaco y desgarbado que se juntaba con la gente del barrio y que cedía a la tentación del alcohol. Se ha dicho que la Biblia contiene las más viejas historias policiales: la primera estafa es la de la serpiente, que prometió a la mujer que ella y Adán serían como Dios si comían la manzana. El cuento del tumi de oro en pleno Paraíso. El primer asesinato es el cometido por Caín. En la historia bíblica, Abel era pastor, Caín labrador. Tomoto Shimizu era comerciante. Mamoru sólo había aprendido a ser soldado. Lo llevaba en la sangre. Hacia 1943, Tomoto emprendió un negocio informal de alhajas, ya que le estaba prohibido ejercer cualquier otra actividad económica. Las ganancias resultaron buenas. Depositaba las joyas y el dinero de ese giro en una caja fuerte segura. Sólo él y Mamoru sabían la clave. En los primeros días de agosto de 1944, varias alhajas y algún dinero desaparecieron de la caja (después del crimen desaparecieron otras joyas; pero en ese caso, la justicia abrió instrucción por el delito de peculado contra los investigadores Nicanor Vacher y Félix Augusto Espinoza Salazar). La primera desaparición atribuida, inevitablemente, a Mamoru. Naito y la propia esposa de Mamoru

Page 19: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

testimoniarían que eso aumentó la distancia entre los hermanos. El ocioso aparecía ahora como ladrón. Fue entonces cuando Tomoto comunicó a Mamoru que en adelante ni éste ni su esposa, ni su hija se sentarían a la mesa común. En lugar de 130 soles mensuales de pensión, le daría en adelante 200; pero con la condición de no compartir la comida común. Tomoto no fue consecuente con el castigo. Si lo hubiera sido, habría evitado la matanza. No hubiera probado en ese caso los tallarines soporíferos que le sirvió la mujer de Mamoru en la última cena de noviembre de 1944. Lo cierto es que desde su retorno de Manchuria, Mamoru reveló inclinaciones borrascosas. Se supo que el producto de su hurto lo derrochó en casas de diversión, que nada tenían que ver con los refinamientos de las geishas o la gracia danzante de las coreanas sometidas al ejército nipón. Esto habría provocado un grave disgusto de la esposa. Pero ¿no era acaso ésta una japonesa típica de la época, incapaz de rebelarse frente a los desmanes del cónyuge? Por supuesto, a menos que... a menos que en realidad no fuera japonesa. CAPÍTULO IX Con dos golpes certeros asesinó, uno a uno, a sus 7 víctimas. “Los mate porque eran lisos” Nunca fueron hurgados los verdaderos móviles de la matanza del 3 de noviembre Cuatro familias moran en el caserón de Tingo María 344, Azcona. Dos de ellas duermen profundamente a causa de fuerte dosis de veronal sódico. Días antes, Mamoru ha comprado un tubo de esa droga en la Botica Inglesa y ha mandado comprar otro en la Botica Europea. Los testimonios y la receta médica lo demuestran irrefutablemente. La prescripción indica que basta un cuarto de píldora para hacer dormir a una persona. Cada tubo contiene diez píldoras. Después del séptuplo asesinato la policía encuentra un tubo vacío y otro con sólo nueve píldoras. Quiere decir que se han empleado once para ocho personas. Mamoru dirá que trituró la droga y la puso junto con el queso rallado en ocho platos: los de "su hermano Tomoto, su cuñada Hanae, los tres pequeños hijos de éstos, los esposos Tomayatzu y su propia esposa. Su mujer declararía luego que esa noche apenas probó los tallarines del menú, debido a que los sintió ligeramente agrios, puesto que habían sido preparados por ella misma desde el almuerzo. Esto quiere decir que probablemente Sumiko Shimizu no estaba del todo dormida cuando su esposo inició la larga faena de esa noche, ese viaje pesado, lleno de cadáveres, de idas y vueltas, a lo largo de dos dormitorios, un jardín, un corredor, un garaje, una acequia, un depósito de costales de carbón. Vaya noche afanosa para el asesino (o los asesinos, uno de los cuales era, inescapablemente, Mamoru). En la reconstrucción del crimen, Mamoru dijo que primero se retiró a su alcoba, la alcoba conyugal. Luego se fue al garaje y se sentó en el interior de uno de los automóviles de la casa, a la espera de que el sueño se apoderara de los drogados. En ese momento lo vio Naito, que vivía con su familia en una zona apartada de la residencia. Mamoru le dijo que esperaba a un amigo y le ordenó que se fuera a dormir. No hay que olvidar que Mamoru, pese a su posición subordinada, era de la familia de los patrones. El humilde Naito se desempeñaba como doméstico. Por eso ni él ni los suyos habían compartido Ios tallarines fatales. Además, era medio sordo. El examen médico verificó esta secuela de antigua otitis. Eso explica por qué no oyó los muchos de los ruidos que esa noche poblaron el solitario paraje. Su mujer no los oyó quizás por la distancia. A las once de la noche, Mamoru retiró al perro guardián de su sitio acostumbrado y lo llevó al garaje. Enseguida se quitó los zapatos, no las medias, y cogió un garrote que servía para trancar la puerta de la casa. Era un cuartón de 6 x 8 pulgadas, de base cuadrada y terminación cilíndrica. Primero se dirigió al cuarto de su hermano y le asestó un golpe mortal en la frente. Hay que precisar que éste, así como su mujer y sus hijos, dormían con los pies hacia la ventana que daba al jardín.

Page 20: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

En esa noche de luna, esto significaba que las caras estaban en una zona de sombra. Dijo Mamoru que a su hermano y a su cuñada los mató con ayuda de una linterna. ¿Cómo hizo para alumbrarse y aplicar a la vez con precisión; los golpes mortales en la frente? Luego encendió la luz y procedió a matar a los tres niños de la pareja. A plena luz, los inocentes. "Los maté porque eran lisos", afirmaría. Eliminados su hermano y familia, buscó un manojo de llaves - que aparecería manchado de sangre - y con una de ellas abrió el departamento de los Tomayatzu. Dos golpes certeros, ni un solo grito. Enseguida trasladó a sus siete víctimas hacia la puerta principal, que daba a Tingo María. Allí pasaba una acequia prehispánica que era el lindero entre la ciudad y el campo. Puso los cadáveres junto a una ruma de cajones vacíos. Vio, contaría al detective Haro y Haro, que uno de los hijos de su hermano se movía: - ¡Ah, carajo! exclamó. ¡Abre y cierra ojo! ¡Muere de una vez! Descargó un golpe definitivo con un troncó de 8 x 5 pulgadas con que trancaban la llanta del carro. Repitió el golpe con las otras víctimas. El paso siguiente fue arrojar los cadáveres a la acequia. A continuación vino la prolongada tarea de ocultamiento de las prendas manchadas de sangre, el lavado de pisos, paredes y alféizares a fin de borrar huellas. Se presume que encendió el motor del auto, puesto que a las seis de la mañana, cuando lo puso en marcha para un viaje con Naito, el vehículo arrancó enseguida, lo cual no ocurría nunca. ¿Cómo es posible que nada de eso fuera escuchado por la esposa de Mamoru, que apenas había probado los tallarines soporíferos? Ella tenía, en todo caso, mil motivos para sospechar que Mamoru conocía la clave del crimen. ¿Acaso no declaró desde el mismo día 3 de noviembre que esa mañana, al levantarse para comprar el pan y la leche, había visto a Mamoru pálido y con los hombros hundidos, como si ya supiera de los cadáveres que poco después iban a aparecer en el río Maranga? Al final fue ella la que reconoció que el saco azul manchado de sangre pertenecía a Mamoru y la que suministró la dirección del sastre que había entallado la prenda. Ante esa prueba abrumadora, Mamoru iba a intentar una negación desesperada; pero la buena mujer le rogó que dijera la verdad porque de otro modo ponía en peligro a sus connacionales. - Ahora creo que tú matao, cuando señor Haro enseñao ese saco para mí... - Sí, yo matao, gritó Mamoru, convulso, retorciéndose en el suelo, como desgarrado por dos sentimientos: el arrepentimiento por el crimen, la sorpresa de la delación. El general PIP retirado Haro y Haro evoca el caso y señala que incluso dijo al juez suplente Guzmán Figueroa que esa declaración de la esposa no era válida y que su deber era advertirle que una afirmación contraria al cónyuge carecía de valor jurídico. "Yo – acentúa - lo sabía gracias a mis estudios de derecho". El testimonio de Sumiko abarcó otras precisiones que no fueron hurgadas en el proceso. Por ejemplo, que la noche, víspera del asesinato, los varones de la casa, con excepción de Naito, discutieron violentamente en inglés, idioma que ella no dominaba. En la disputa Tomayatzu y Mamoru dijeron una que otra palabra en japonés, de lo cual ella dedujo que su marido y Tomayatzu no marchaban de acuerdo. ¿De qué discutían y por qué en inglés? No sería sin duda sobre cuestiones familiares o dineros más o menos. En la casa de los Shimizu se descubrió, aparte de numerosos mapas militares, un potente receptor de radio. Con seguridad que seguían el curso de la guerra en el Pacífico, en cuyo escenario la guerra había virado contra Japón. El ataque sorpresivo del 8 de diciembre de 1941 había destruido prácticamente la flota estadounidense en el Pacífico. Pero ya en 1942 se iniciaba una contraofensiva que iba a arrebatar posición tras posición a los conquistadores nipones. El 18 de julio de 1944, el general Hideki Tojo, el hombre que carburó la guerra contra los Estados Unidos, se veía obligado a renunciar, después de la derrota de Saipán, en las estratégicas islas Marianas. Tojo era el ídolo de los soldados japoneses ebrios de belicismo y victoria. Era el cerebro supremo de los planes expansionistas en toda el

Page 21: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

área del Pacífico y el gran capitán de los servicios de inteligencia en América del Sur. Se dice que en el Perú poseía tres redes de espionaje: una en Sayapullo, Cajabamba, en la estratégica intersección de los departamentos de Cajamarca, La Libertad y Lambayeque; otra en Chimbote, puerto de geografía ideal poblado entonces por unos pocos miles de personas; otra en Huanta. El jefe de estos servicios era un distinguido peruanista, ya fallecido. Diversos informes indican que Mamoru actuaba bajo órdenes de éste. El pavor y la ira deben de haber reinado en el círculo de los fanáticos nacionalistas al estilo de Mamoru, en esos días finales de 1944; El 1º de noviembre, El Comercio publicaba este titular: CUATRIMOTORES NORTEAMERICANOS INCURSIONARON SOBRE T0KIO Otro cable noticiaba de la destrucción de 2594 aviones japoneses entre el 30 de agosto y el 31 de octubre. El jueves 2, este titular flameaba: LAS FUERZAS NORTEAMERICANAS AVANZARON EN LEYTE Era en el corazón de las Filipinas, ya en la ruta hacia Japón. Esa noche fue el debate en inglés entre el Mamoru chovinista, por un lado, y los desalentados Tomoto Shimizu y Carlos Hiromu Tomayatzu, por otro. Lo cierto es que la discusión de horas antes de la matanza del 3 de noviembre de 1944 pudo arrojar luz sobre los móviles del crimen, si la justicia le hubiera prestado alguna atención. Tampoco se percataron los jueces de un factor personal de Sumiko. En algún momento ella declaró ser de Chosen. No se tomó en cuente que en 1920 Japón se había anexado Corea y la había rebautizado con ese antiguo nombre de Chosen: tierra de la tranquilidad matinal. Sumiko era, pues, coreana. Era de un país codiciado por el Japón desde el siglo IV, cuando la emperatriz Jingo organizó —algunos historiadores dicen que comandó— una expedición de conquista. La joven coreana llegada a Lima en 1941, como esposa del ex soldado japonés Mamoru, conocía con seguridad de los sufrimientos de su pueblo bajo la bota del militarismo japonés. Cuántos sentimientos encontrados, fusión de amor y odio, deben de haber combatido en su interior, el día que acusó a su esposo del homicidio séptuplo y le pidió que dijera toda la verdad. En todo caso, ella no estaba sujeta al código tradicional de sumisa sujeción al esposo. CAPÍTULO X Por un deber patriótico Mamoru oculta a 4 presuntos cómplices 7 horas de terror en el misterio Espionaje y tráfico de drogas esgrime el fiscal en su acusación El 3 de noviembre de 1944, un joven pasó por el jirón Tingo María de Azcona camino a la fábrica de Coca Cola entonces en construcción. En eso vio a Mamoru Shimizu que arrodillado sobre el suelo, atisbaba desde un puentecilio de madera las aguas de la acequia que por allí discurrían. - ¿Qué estás buscando?, le preguntó. - Varios paisanos se han ahogado, contestó. Entre ellos hay varios niños. "Estaba sereno" comenta cuarenta años después el involuntario testigo. "En ningún momento reflejó culpa. Como si la cosa no fuera con él". El muchacho de entonces conocía a Mamoru del barrio. Comenta:

Page 22: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

"Siempre me pareció un japonés cruzado". "Cuando después me enteré de todo lo que había ocurrido y del papel de Mamoru, me asombró su tranquilidad". Con igual sangre fría, Mamoru contó al tribunal que lo juzgó una historia que arrancó murmullos en el público. Habló de una banda de cuatro enmascarados que lo habían obligado a actuar en el homicidio. El juicio se ventiló en noviembre de 1948, cuatro años después de los hechos. Acababa de producirse el golpe militar de Odría. Se sucedían los encarcelamientos de políticos; se había ilegalizado al Apra y al Partido Comunista; los diarios daban cuenta de una purga de profesores universitarios. Nada de eso disminuyó el interés por el caso. Apretadas muchedumbres poblaron la sala del Segundo Tribunal Correccional de Lima durante las dos semanas de audiencias. Entre los asistentes asiduos estuvo el Dr. Hugo Oderigo, embajador de la Argentina, quien acudía en compañía de secretarios que tomaban nota minuciosa del caso. Nunca se explicó el interés del diplomático. Probablemente él veía lazos políticos que los jueces no advirtieron. Hay un hilo suelto en esa trama, que se relaciona con nazis y fascistas en la Argentina en los días que precedieron al ascenso de Perón al poder. No hay que olvidar que el golpe que llevó a Perón a la vicepresidencia de la Argentina se produjo para deponer al general Ramírez, que había roto relaciones con Alemania y Japón. En su acusación, el Fiscal Juan Bautista Velasco prestó crédito a la versión de Mamoru ante el tribunal, que contradecía su confesión en el proceso investigatorio, en la cual se había declarado único culpable de los siete asesinatos. Las actas señalan que una parte del público intentó aplaudir cuando "el Fiscal dijo: "Susumo Shimizu (uno de los hermanos presos en campo de concentración estadounidense) no era indiferente a la situación bélica en que estaba envuelta su patria. Obra en autos una carta suscrita por el ministro alemán en Argentina, señor Willy Nobel, a Susumo Shimizu, agradeciendo un donativo que éste hiciera para aliviar la suerte de las familias de los marineros del "Almirante Graf von Spee". Documento éste que reviste gran valor y que hay que tomarlo en cuenta al lado de las cartas dirigidas por von Ribbentrop (el ministro de Relaciones Exteriores nazi) a un alto político japonés, que también se han encontrado en la casa del crimen. La deportación de Carlos Nobo Mitzuta y Susumo Shimizu tuvo algún fundamento. Ante la dolorosa realidad de esa deportación, Tomoto Shimizu (hermano mayor asesinado), obedeciendo a un sentido de conservación, surgida la situación de total emergencia para los súbditos japoneses residentes en el Perú tomó una actitud reservada, desvinculándose de esa política internacional bélica y cesó de favorecer, económicamente y por otros medios, a la causa de Japón y Alemania". El magistrado señaló asimismo que Tomoto parecía haber sido alto dirigente del centro de espionaje en el Perú; exactamente, "el encargado de impartir órdenes". Su abandono de la causa del militarismo japonés resultaría en ese caso más grave para los servicios de inteligencia nipones. Incluso, dijo el Fiscal que los dos hermanos prisioneros en los Estados Unidos habían caído porque se habían entregado tratando de aparecer como si ellos fueran los verdaderos Tomoto. Un caso de suplantación dictado por el nacionalismo. La ayuda dada por los Shimizu a los familiares de la tripulación de "Graf von Spee" se vincula con un episodio que agitó a la América Latina en los inicios de la segunda guerra mundial. El mencionado acorazado de bolsillo alemán había sido echado a pique por su propia tripulación frente a las costas de Montevideo después de sostener, en vísperas de la Navidad de 1939, un combate contra tres cruceros británicos. A la salida de Mar del Plata, lo esperaban cinco cruceros: estaba perdido. El hecho sirvió para demostrar el respaldo con que contaban los nazis en altas esferas de Buenos Aires. Enumeró el Fiscal los móviles que Mamoru había señalado para el asesinato múltiple de que se había declarado culpable: porque Tomoto era muy vivo y se agarraba todo y hacía trabajar a los demás; porque lo trataba mal y lo acusaba de perezoso; porque arrojó de la casa a Tomai Shimizu, esposa del deportado Susumo, no obstante que aquella estaba enferma; porque Hanae, la esposa de Tomoto, también lo trataba mal y una semana antes del crimen tuvo un disgusto con Sumiko, la mujer de Mamoru, sin considerar que ésta se hallaba enferma. En cuanto a los tres hijos de esa pareja, los mató, había dicho, porque eran "lisos". A los esposos Hiromu y Mika Tomayatzu los habría matado porque eran chismosos y aconsejaban a Tomoto contra él. (Hay que recordar que Naito dijo a la policía que una vez escuchó a Mamoru e Hiromu hablando sobre la necesidad de matar a Tomoto).

Page 23: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

El Fiscal procedió luego a explicar por qué no creía que Mamoru hubiera actuado solo. Señaló, por ejemplo, que el comisario de Investigaciones Napoleón Rodríguez Martínez, con la ayuda de un personal de quince individuos, se demoró 15 minutos en retirar las jabas de madera, los costales vacíos y otros obstáculos que impedían el acceso, al cuarto en que se encontraron las prendas ensangrentadas. "Un hombre solo – concluyó- hubiera necesitado, no tres, sino cinco horas para efectuar igual tarea". Recordemos que Mamoru dijo haber iniciado su ajetreo homicida a las once de la noche y haberlo concluido hacia las 5.45 de la mañana. Su faena había incluido, según su relato, no sólo el ocultamiento de esas prendas y el previo asesinato, sino también el traslado de los cadáveres, la limpieza de huellas y manchas de sangre, las pausas dictadas por la tensión. Había que considerar asimismo un tiempo aparte para un viaje nocturno que Mamoru no admitió haber hecho. Ese viaje es la única explicación para que no apareciera en la casa de Azcona un baúl, el baúl número uno, cuya llave se encontró en poder de Mamoru y que el doméstico Naito aseveró haber visto: hasta horas antes de la tragedia. Igual se puede decir de unos objetos ocultos en dos hoyos cavados poco antes de la matanza en la habitación de Tomoto, en los que se habrían ocultado objetos secretos, que no aparecieron cuando se practicaron excavaciones. El testimonio de Naito ante la policía ofrece una pista sobre ese viaje en el fondo de la noche: la mañana siguiente al crimen, encontró a Mamoru y éste lo invitó a salir en el auto de la familia a La Parada. "El carro arrancó de inmediato, señor. Eso nunca sucediendo", explicó. Era evidente que Mamoru, solo o acompañado, había hecho algún traslado furtivo después de la hecatombe. No había necesitado calentar los motores del vehículo. Se fantaseó en esos días sobre el cargamento que sin duda se había sacado de la casa. En los precisos momentos en que se juzgaba a Mamoru, se desarrollaba en Tokio, ante un Tribunal Internacional; un proceso contra los criminales de guerra japoneses; en primer lugar, el general Hideki Tojo, el ex jefe de Mamoru en Manchuria. Un cable trasmitido el 10 de noviembre de 1948 por la United Press International apoya informaciones de que la red de inteligencia nipona en el Perú estaba comprometida con el tráfico de drogas. Decía el despacho periodístico: "Casi perdida entre las acusaciones principales contra los líderes militares japoneses se halla otra acusación por los fiscales aliados de que Hidaki Tojo y su grupo de conspiradores eran los personajes más importantes en un gigantesco negocio de drogas heroicas. El ejército japonés y los gobernantes civiles del estado satélite de Manchukuo (Manchuria) fueron acusados en el dictamen del Tribunal Aliado de ser agentes, en Manchuria, de este negocio, que tenía grandes y extensas ramificaciones internacionales. Reza el fallo de la Corte que durante 1937 el 90 por ciento de todas las drogas ilícitas en el mundo eran de origen japonés, elaboradas en las concesiones japonesas de Tientsin, Dairen y otras ciudades de Manchuria, Jehol y China..." La obsesión de Mamoru sobre el engaño económico de que su hermano Tomoto hacía víctima a la familia, justo en momentos en que los nipones estaban impedidos de hacer negocios lícitos de alguna entidad, es un indicio en la dirección de las drogas. No es el único. Una que otra fortuna amasada entonces entre los miembros del espionaje japonés en Sudamérica, y luego lavada a través de límpidas empresas comerciales, tiene, según investigaciones autorizadas, ese mismo origen. En todo caso, el Fiscal Velasco no profundizó en la participación de una red de espionaje en el caso, ni mucho menos en una posible vinculación con el tráfico de narcóticos. Ni de lejos se barajó la hipótesis de que la noche terrible Mamoru hubiera estado bajo los efectos de la droga poderosa. Afirmó, sí, el Dr. Velasco que Mamoru se había visto presionado a declararse culpable por temor a que su mujer y su pequeña hija fueran victimadas por los autores reales de los siete homicidios.

Page 24: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

La argumentación adoptaba la versión esgrimida a última hora por Mamoru, de que cuatro enmascarados lo habían obligado a actuar como cómplice después del séptuple asesinato. "El acusado conoce la identidad de esas personas —aseguró el Dr. Velasco—, pero calla por considerarlo un deber patriótico". ¿Y el azul de Mamoru, manchado de sangre? "Mamoru reconoce que la prenda es suya; pero afirma que la mancha proviene de una herida que se hizo en el trabajo expuso el Fiscal. No explicó por qué entonces había ocultado tan cuidadosamente en el interior de un costal de carbón vacío y bajo una ruma de costales, ese saco. El Dr. Velasco concluyó su extensa exposición con un pedido de veinte años de prisión para Mamoru con descuento de la carcelería sufrida, y el pago de 70 mil soles como reparación civil a los deudos de las víctimas. Era demasiado grave la pena, si consideraba que Mamoru era apenas un cómplice. Pero la justicia suele ser, si no ciega, cuando menos tuerta. Días después de expresada esa opinión, el representante del Ministerio Público iba a intervenir en el caso Graña e iba a equivocarse de medio a medio en el señalamiento de supuestos asesinos. Pero eso es ya otra historia. CAPÍTULO XI Con absoluta convicción el enigmático Naito acusa Mamoru mató solo Desconcertante y maliciosa actuación del jardinero durante todo el proceso ¡HONESTO NAITO! Hacia el final del proceso a Mamoru, Kiyoshi Naito ocupó un instante el centro de la escena. Injustamente, sólo un instante. En los legajos copiosos y las actas pormenorizadas se mencionó que mientras estaban detenidos en el penal El Sexto, Mamoru había dirigido a Naito, por intermedio de otro preso, unas líneas en japonés que decían: "Tú no sabes nada" y le recomendaban que se tragara el mensaje. La revelación fue del propio Naito. Surge una reflexión elemental: si Naito era, como pareció todo el tiempo, inocente ¿por qué tenía Mamoru que recomendarle silencio. El que nada sabe, nada va a decir. Algo sabía, entonces, el jardinero de los Shimizu. Algo que debía callar. Algo que era peligroso que dijera. No es extraño, por eso, que Mamoru negara vehementemente haber enviado el papel. Cuarenta años después del asesinato, un eminente jurista que invoca el secreto profesional me dice: "Su duda es razonable". ¿Era Naito solamente un testigo abrumador?, le pregunto. "Quizá algo más", me responde… "Quizás algo más". En la investigación policial, Naito dijo que a las 8.30 de la noche del 2 de noviembre de 1944, cuando él, su esposa y sus hijos dormían, despertó a los ladridos del perro "Bobby", que tiraba de la cadena con que lo ataban. AI salir del pampón contiguo para averiguar, vio a Mamoru extrañamente con el pantalón remangado hasta las rodillas y sin zapatos. Apenas lo divisó, Mamoru le dijo: "estoy esperando a una persona con la que tengo que arreglar un asunto". Mamoru contaría después cómo, a partir de ese momento, se metió en el auto que había en la cochera de la casa y esperó hasta pasadas las once de la noche. ¿Esperó solo? El siguiente rastro en la memoria de Naito es un ruido captado, pese a su leve sordera, hacia las dos o tres de la madrugada del día 3. Un movimiento en la puerta del garaje que daba al jirón Tingo María. El hecho resulta verosímil: el dormitorio vivienda de Naito es la habitación más cercana a ese lugar. A las 5.55 de la mañana del mismo día, se reanuda la cronología de Naito. A esa hora, contó, salió de su cuarto, pues debía ir al mercado de Chacra Colorada para unas compras que le había encargado la esposa de Tomayatzu. Conectó la manguera de regar el jardín y luego fue a desatar al perro. Aquí se

Page 25: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

rectificó: no, el perro no estaba en el pampón en que lo había dejado, como de costumbre, la noche anterior. En los días del crimen, aparecía una revista de gran éxito popular. "Detective" era su nombre. La editaban el abogado César Augusto Huerta y Emilio Marazani, un ex oficial de la Policía de Investigaciones que había sido echado de ese cuerpo bajo acusación de realizar actividades apristas. De esa bien escrita y documentada publicación, hemos aprovechado algunos datos y fotos para esta historia. En lo que toca a nuestro tema, se indica en el número de diciembre de 1944 que Naito, luego de encontrar al perro en un lugar distinto al usual, en la cochera, se dirigió al jardín. Allí subió a uno de los montículos artificiales y al dirigir la mirada hacia una de las edificaciones que rodean al jardín vio a Mamoru que salía del comedor de la casa con la cabeza gacha, como si estuviera sumido en hondas cavilaciones, o abatido por el peso de una culpa inmensa. Lo llamó en voz alta. Luego se pusieron de acuerdo para ir juntos al mercado de Chacra Colorada. A Naito lo sorprendió el hecho de que el auto arrancara enseguida. Ordinariamente, demoraba bastante para hacerlo. Más todavía llamó su atención el recorrido efectuado por Mamoru, que piloteaba el vehículo. Como sabe todo buen peatón de las calles de Lima, ese centro de abastos queda a muy pocas cuadras de Tingo María 344. Mamoru prefirió un periplo extenso; una barroca dilapidación de tiempo. Salió de Tingo María y tomó Venezuela. Luego recorrió la avenida Arica, la Plaza Bolognesi, la avenida Guzmán Blanco, Chota izquierda, Paseo Colón, avenida Grau, Luna Pizarro en La Victoria. El retomo repitió más o menos la ruta. Al llegar al mercado de Chacra Colorada, Naito hizo sus compras. A las 6.40 aproximadamente, estaban de regreso. ¿Por qué esa larga excursión? ¿No sería para dar tiempo de que el riachuelo arrastrara lo más lejos posible los siete cadáveres, llevándolos quizás hasta el mar en San Miguel, retrasando en todo caso la identificación y, por lo tanto, el inicio de las pesquisas? Extraño resulta, por otra parte, que Naito no hubiera hecho sus compras en La Parada, ya que ésta se hallaba entonces en la zona de la avenida Grau recorrida por el auto. Naito declaró que al retornar a la casa vio numeroso público congregado frente a la acequia de Tingo María. Ingresó a la residencia y tocó la puerta de Tomayatzu. No hubo respuesta. Tocó a la puerta de Tomoto Shimizu. Silencio. Al mirar por la ventana que daba al jardín, observó las camas vacías. Inquieto, salió a la calle: se encontró con seis cadáveres de las familias Shimizu y Tomayatzu. De inmediato se dirigió al comisario de El Sexto, Napoleón Martínez, que había sido llamado de urgencia ante el descubrimiento de la matanza. Naito, según lo revelaría cuatro años después el fiscal Velasco, indicó de inmediato que el asesino era Mamoru. No sólo eso. Con absoluta convicción, dijo: "¡Él mató solo!". No es arbitrario suponer que esa aparente delación plena - increíble en alguien que aseveraría no haber visto nada fundamental -, había sido concordada con Mamoru, durante el viaje sin sentido por las calles de Breña y La Victoria. Esa misma seria, hasta los momentos finales del juicio, la afirmación de Mamoru: "Yo maté solo". En la diligencia de confrontación entre Mamoru y Naito, en los primeros días de la investigación, hubo un pasaje que encierra más enigmas que cualquier antiguo cuento folklórico japonés. Lo relató el fiscal en la audiencia pública. Naito pidió permiso al juez instructor para dirigirse a Mamoru en japonés. El juez le dijo que tenía que hacerlo en castellano. Naito se limitó entonces a decir a su compatriota que los hijos de su hermano Tomoto, Tomoto mismo y su esposa, los esposos Tomayatzu, estaban todos desnudos en el río. El único comentario de Mamoru fue: "Gracias por la atención". El magistrado vio en las frases de Naito una amenaza siniestra: "si Mamoru no asumía la total responsabilidad - expresó el Dr. Velasco-, cosa igual podría suceder con su hijita y con su esposa". Ese tipo de presunciones llevó al magistrado a expresar en el texto de la acusación fiscal que la actuación de Naito en el proceso era "profundamente maliciosa". Más duro aún fue en otros pasajes de su requisitoria. Dijo, por ejemplo: "En la audiencia tendré oportunidad de aclarar cualquier duda, pues en mi concepto Naito se ha comportado como un tipo desfigurador, desconcertante, simulador, disimulador, etc...".

Page 26: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Tan honda era la convicción del fiscal contra Naito, que señaló "la responsabilidad criminal de los encausados Mamoru Shimizu y Kiyoshi Naito, quien, además, es responsable del delito contra la administración de justicia" y precisó la procedencia del juicio oral contra ambos. No obstante, como veremos, algo ocurrió a las pocas horas, para que Naito saliera libre de toda culpa aun antes de que se ventilara íntegramente el caso. El público, apasionado - apasionante a la distancia- premió la faena sacando en hombros al Dr. Pedro Jiménez Guzmán, abogado defensor de Naito. CAPÍTULO XII Naito acorrala al asesino y se “limpia de polvo y paja” Mamoru solo en el banquillo El crimen no fue obra de un loco suelto ni involucraba una venganza personal FUE UNA CONJURA ¿Quién era Kiyoshi Naito? Un hombre de condición modesta, nacido en 1905 en Yokohama, casado en su tierra natal con Setzuko, siete años menor que él y desembarcado en el Perú en el año de crisis de 1930. Por unos años fue ayudante en un depósito de carbón de la firma Mitzuta Shimizu en el jirón Manoa, paralelo a Tingo María, en la misma finca del crimen, que, como se sabe, ocupaba toda una manzana. Más tarde, con ayuda de la empresa de los Shimizu, instaló una carbonería propia en la calle Milagro 498. Es en el jirón Ancash, justo en el tramo que, viniendo de San Francisco, va a dar a la avenida Abancay, que no era entonces la ancha y contaminada vía de hoy. Nueve años, hasta 1942, se esforzaron allí los esposos Naito con la disciplina y el amor al trabajo propios de su raza. Dos años antes del homicidio séptuplo, la pareja pasó a vivir a la casona de Tingo María. Se debió a un grado de parentesco de Setzuko con la esposa de Tomoto Shimizu. Eran modestas las funciones de Naito: regar el jardín y cuidar los valiosos peces, limpiar toda la casa y vigilar al perro Bobby. Su sueldo de 35 soles mensuales equivalía a la tercera parte de lo que ganaba un modesto peón en los fundos algodoneros de Lima en 1944. Cierto es que tenía casa y comida gratis para él, su esposa y su hijo. El periodista Max Jiménez León, que cubrió el caso para El Comercio y entrevistó jueces, policías y testigos, escribió en 1948, apenas iniciado el juicio oral, el folleto "Mamoru ante el tribunal". Allí dice: "es evidente que la familia Shimizu vivía en el mayor misterio posible. Ocupaban una mansión fuera del radio urbano de la ciudad. El inmueble tenía la apariencia por fuera de un viejo depósito de carbón, mientras que transponiendo una pared, aparecía la elegante y lujosa residencia japonesa, arreglada interiormente con todo confort, con jardines estilo oriental y con plantas de rara vegetación y valiosas, con lagunas artificiales y acuarios de raros peces... Está probado que japoneses que eran buscados por las autoridades por sus actividades antidemocráticas para ser deportados se ocultaban en la mansión de los Shimizu, donde se les proporcionaba toda clase de facilidades, hasta su salida subrepticia fuera de la capital". (Subrayado nuestro). Si esto último era cierto, quiere decir que Naito desempeñaba un cargo de confianza. En todo caso, estaba enterado de todo el movimiento secreto de la residencia. Su humilde condición resultaba un camuflaje equivalente al de los costales de carbón o los muros de adobe que cubrían la vista de la mansión Shimizu. En la sentencia del caso se recordó que Naito había revelado una conversación en que Mamoru e Hiromo Tomayatzu hablaban de matar a Tomoto Shimizu. Al final, también Tomayatzu fue asesinado, con su esposa. El episodio demostraba premeditación; pero indicaba, asimismo, que no era el plan de un loco suelto, ni involucraba una venganza estrictamente personal. Por otra parte, mostraba a Naito bajo una luz poco favorable. Era un hombre ante quien se podían tejer tranquilamente los más execrables proyectos de homicidio. No hay que olvidar que Japón era un país en guerra, y que los inmigrantes japoneses de la época constituían una colonia cerrada, nutrida por ancestral sentido de comunidad nacional y de obediencia a

Page 27: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

la autoridad. Richard Storry, historiador inglés especialista en problemas del Japón, publicó en 1960 su libro A History of modern Japan (Penguin Books, 1967) en que señala las huellas psicológicas que tres siglos de regimentación y autoritarismo habían dejado en el alma nipona: "los japoneses se hicieron la vida difícil al cultivar los placeres de la carne y sacrificar ésta ante el deber. Los fuertes eran los que desdeñaban la felicidad personal y se conformaban a los rigores de la conducta prescrita. A diferencia de los chinos, la conducta aprobada de los japoneses era aceptar lo difícil y lo desagradable antes que rebelarse contra eso". Naito era un subordinado. Tenía que ver, obedecer, y callar. No deja de ser interesante que se trasladara a la casa de los Shimizu poco después de que el Perú rompiera, a principios de 1942, relaciones con los países del Eje. Si Tomoto Shimizu era jefe de una red subordinada a la política militarista entonces reinante en Tokio, puede deducirse que también ese pasado Naito se dio por orden superior. Lo real es que Naito aparecía complicado en el crimen. Y sin embargo, resultó absuelto. Libre de todo mal, limpio de polvo y paja, se dedicó a vender huevos. Ya en los primeros días del caso, Naito había sido favorecido por la fortuna. El joven abogado Luis Bramont Arias, su defensor en esa etapa, había logrado su libertad incondicional, gracias sin duda a las declaraciones de Naito contra Mamoru. El penalista se apoyó así en una inexpugnable línea de defensa. Esta era, no obstante, al mismo tiempo un santuario que ocultaba la participación probable de otras personas en el hecho. A los nueve días del asesinato colectivo, Naito estaba en la calle. Fue citado por la justicia repetidas veces antes del juicio oral; pero rehusó acudir. Así lo señaló con reproche el fiscal Velasco en su acusación escrita. Sin embargo, a pocas horas de leída ésta, el propio magistrado retiró su requisitoria contra Naito. La fundamentó así: "se debe probar la culpabilidad. En caso de duda, hay que estar a lo favorable al reo. Esto aún más si por lo actuado en la audiencia se ha modificado totalmente la situación jurídica de Kiyoshi Naito y no hay ninguna prueba en su contra". "Lo actuado en la audiencia". El fiscal se refería, entre otras cosas, a una viva disputa que se produjo entre Naito y Mamoru ante el tribunal. En ese antagonismo, Naito contradijo a Mamoru, quien a última hora había hablado de que, la noche del 2 de noviembre, en el momento en que Naito lo sorprendió descalzo y con el pantalón remangado, había de tras de él (de Mamoru) un hombre enmascarado que lo amenazaba de muerte. Naito dijo que no era cierto. Era, una vez más, apuntalar la tesis de que Mamoru había matado solo. El dedo acusador era, a la vez, un escudo defensivo. El Dr. Leoncio Serpa, presidente del Segundo Tribunal Correccional que juzgaba el caso, observó que desde la ubicación física en que se encontraba Naito en dicho momento, era imposible que éste no hubiera visto al supuesto enmascarado. La contradicción obligó a una verificación en el escenario de los sucesos. Allí se introdujo el factor de incertidumbre. Resultó posible que Naito viera al enmascarado; posible, pero no inevitable. La noche del crimen había sido noche de luna brillante, de esas que tejen claros y sombras jugando con los muros, las cosas, los seres. Bien podían las sombras haber ocultado el brazo armado que apuntaba a Mamoru. El proceso entraba en su fase final. En la batalla por la libertad incondicional de Naito, el penalista Pedro Jiménez Guzmán demostró por qué había obtenido nota sobresaliente en todos los cursos de Jurisprudencia de la Universidad Católica. Se basó en la doctrina jurídica de la responsabilidad difusa de la sociedad en el delito; en la pertenencia de Naito a los hábitos de su país, "el único del mundo en que jamás se ha dado el caso de una revolución, ya que al emperador se le considera un dios" (esta creencia fue oficialmente suprimida tras la derrota sufrida por Japón en la Segunda Guerra Mundial), lo cual lo obligaba a acatar la orden de Mamoru de retirarse a su cuarto después de haber sido éste sorprendido en actitud extraña; en la sordera de Naito y en la distancia que mediaba entre la vivienda de éste y el recinto de los asesinatos. La pieza jurídica fue tan bien arquitecturada y fraseada que el público no pudo contener la emoción. Por eso levantó en hombros al jurista.

Page 28: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Judicialmente, Naito había triunfado. Mamoru quedaba solo en el banquillo de los acusados y en la memoria, colectiva. ¿Había triunfado la verdad? CAPÍTULO XIII Según los forenses el crimen fue cometido por una fuerza hercúlea ¿Pudo Mamoru asestar los siete golpes? Ninguno de los motivos era suficiente para provocar el múltiple asesinato LOS MÓVILES OSCUROS Mamoru era hombre de entereza. Lo comprobó Alejandro Esparza Zañartu, ministro de Gobierno de Odría, cuando le propuso que se convirtiera en confidente policial. El famoso verdugo lo había hecho llamar a la dirección del Panóptico y le dijo: "tú eres el peluquero favorito de los presos políticos: quiero que cuentes a mi gente todo lo que veas u oigas entre ellos". La negativa fue precisa. Igual firmeza mostró en la etapa que medió entre su confesión de noviembre de 1944 y el juicio oral dos años después. Sorprende, por eso, un vuelco que se produjo en sus declaraciones ante el tribunal que lo juzgaba. Puede uno atribuir a un mal consejo el que a última hora inventara la historia aquella de que el delito había sido cometido por cuatro enmascarados que se habían introducido en la casa de Tingo María, lo habían dominado con pistolas, le habían obligado a decirle a Naito que se fuera a dormir, lo amordazaron y lo ataron, y lo obligaron a arrojar los cadáveres al brazo del río Maranga, a borrar huellas, ocultar ropas, etcétera. Historia inverosímil que Naito, como hemos visto, se encargó de desbaratar o poner en duda parcialmente. El Dr. Víctor Modesto Villavicencio, penalista cuya fama prosperó en este juicio, era el abogado de Mamoru. El Dr. Villavicencio exhibió como un do de pecho su retórica forense. Dijo que Mamoru, una vez atado y amordazado, fue encerrado en uno de los autos de la familia, "donde permaneció más o menos dos horas". "Ese fue tiempo suficiente para que pensara que los asaltantes no se comportaban como ángeles". Además, explicó, Mamoru fue utilizado para dar al perro una carnada con narcótico, lo obligaron a cambiar de sitio al animal y tuvo que realizar las tareas de ocultamiento de pruebas y eliminación de manchas de sangre. Luego le mostraron los cadáveres de las víctimas. Lo condujeron después al cuarto donde dormían su esposa y su hijita, y amenazaron con matar a ambas sí él los delataba. "¿Con todos esos elementos no podía reconstruir el crimen? ¡Claro que sí!", exclamó. Vibrante, prosiguió el defensor con una hipótesis ingeniosa, llamémosla así: al ingresar Mamoru al cuarto escondido en que se ocultaron prendas de las víctimas y el saco azul manchado de sangre, se percató de la presencia del mazo de madera y el taco con que se había victimado a dos familias. Rápido se dio cuenta de que esas y no otras eran las armas del homicidio. Por eso, en su confesión —fingida, según el penalista—, pudo afirmar Mamoru que con ellas había matado. Ya con verbo encrespado, exclamó: "¡ello no puede llamarnos la atención!". Cómo no, sí puede llamarnos la atención aunque sea 40 años después. ¿Por qué iban a ocultar los asesinos un saco azul que no les pertenecía? En la instructiva ante el Segundo Tribunal Correccional Mamoru había rectificado su confesión. Había sostenido que la mancha en el saco provenía de una herida que se hiciera al reparar uno de los automóviles de la casa. Mayor motivo para que nadie quisiera ocultarlo... El abogado descalificó el testimonio de Hungs Villacampa y otros vecinos del barrio, que afirmaron que dos meses antes del crimen Mamoru les había hablado de su intención de matar a Tomoto. ¿Por qué, entonces, no se acercó a la policía apenas supo del séptuplo asesinato?", preguntó. Contó luego que Villacampa, obrero de la empresa Shimizu, había sido sorprendido por Mamoru cuando robaba aceite, costales, leña y otros bienes. Tomoto había procedido a descontarle de su haber el monto del hurto. Se trataba, según Villavicencio, de una venganza. Después de sustraer leña, el testigo quería hacer leña del

Page 29: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

árbol caído. Varios días duró el informe de la defensa. En el tercero, el Dr. Villavicencio se excusó por la extensión de su alegato. "No hablo por la sensualidad de escucharme, pues no soy un Narciso", apostrofó. "Aun cuando las audiencias estén prestigiadas por la concurrencia de un público selecto y del embajador de la República Argentina, me veo precisado a dirigirme únicamente a los jueces, presentándome con el título que Pío Baroja pusiera a uno de los personajes de sus novelas: 'Hombre humilde y errante'. ¡No soy errante, pero sí humilde!". Aplausos en la barra. Los aplausos se tornan ovación. (En realidad, eso de "hombre humilde y errante" lo inventó Baroja un día que le pidieron en un Museo que pusiera su título profesional al pie de su firma. Lo ha contado Gómez de la Serna en sus "Retratos contemporáneos escogidos"). Cinco tardes duró la defensa de Mamoru por Villavicencio. Uno de los puntos en que insistió fue el de los supuestos enmascarados que habrían sido, de creer la súbita versión de Mamoru, los asesinos. Con apoyo de fotografías, el penalista describió el lugar en que se produjo el encuentro entre Naito y Mamoru, la noche de la tragedia. Era a la entrada de un pampón frente al cual estaba el cuarto de Naito. Dibujemos el plano de la casa. Por el lado del jirón Manoa sólo había una puerta estrecha, poco usada. Por ésta se iba directamente a la mansión de Tomoto Shimizu y su amplio y bello jardín japonés. En el centro del terreno, a manera de una divisoria social —la capa media— estaban los dormitorios de Mamoru y esposa, y de Tomayatzu y señora. La cocina y el comedor de Mamoru miraban hacia abajo, hacia un jardín y una pampa poblada de sacos de carbón y varios gallineros. Ya hacia el otro lado, cerca del jirón Tingo María, se encontraba el cuarto del jardinero Naito. Para llegar a éste había que pasar un corredor de adobes. Justo a la entrada del pasadizo se produjo el encuentro real entre Mamoru y Naito, a las 8.30 de la noche del 2 de noviembre de 1944. El relato inesperado le añadía el ingrediente de un brazo armado de pistola que apuntaba hacia Mamoru para que nada dijera. Si era exacta la versión flamante, ¿no hubiera visto Naito la mano que amagaba a Mamoru? Las fotografías mostraban una reconstrucción de la escena a cargo de agentes policiales. Era cierto, apenas se notaba el antebrazo del supuesto bandido que acechaba a Mamoru, en ese apenas cabía un abismo de dudas. La luz de la luna y su proyección de sombra; el foco de la atención puesto en Mamoru descalzo y con el pantalón remangado, podían haber distraído a Naito. En su defensa de Naito, el Dr. Pedro Jiménez Guzmán sostuvo que los indicios requieren de tres caracteres: deben ser graves, precisos y concordantes. La versión del enmascarado (y los enmascarados) discrepaba radicalmente con las pruebas e indicios que indicaban participación activa, aunque no fuere solitaria, de Mamoru en el asesinato. Este punto de alegato no resultó convincente. Hubo en la defensa otros aspectos que, en cambio, fortalecen la presunción de que había dos o más asesinos. Por ejemplo, el ladrido de Bobby que despertó a Naito a las 8.30 de la noche. Si Mamoru hubiera estado solo, el animal no se habría inquietado. Por lo menos un desconocido acompañaba a aquél. Otro fue el de las huellas plantares encontradas en el cuarto oculto. Una correspondía a Mamoru; la otra no: este es uno de los elementos que había hecho pensar al Fiscal Velasco en la existencia de varios asesinos. Como veremos en el siguiente capítulo - final de esta serie -, la duda persistió en la sentencia final. Había otros elementos capaces de hacer vacilar al más terco: entre ellos, la pericia antropofisiopsiquiátrica, una de las más completas que se haya hecho en los anales forenses del país. En ese documento se consideró poco probable que Mamoru, con 1.57 cm de estatura y apenas 54 kilos de peso, hubiera pedido realizar solo las numerosas acciones y andanzas de la noche siniestra. El mazo con que se cortó la vida a siete personas pesaba casi cinco kilos. Cada uno de los siete golpes fue de necesidad mortal. Para esto, precisaron los especialistas, se necesitaba una persona de 80 kilos con buen desarrollo de potencia muscular en el antebrazo. Fue convincente el defensor cuando habló de los móviles. "¿Era motivo para matar a su hermano Tomoto el que éste fuera, como sostenía Mamoru, un "vivo", que además lo humillaba al tratarlo de perezoso? ¿Por qué asesinar también a la esposa de Tomoto? ¿Bastaba con el hecho de que los niños de ambos fueran "lisos" para eliminarlos? ¿Y a los esposos Tomayatzu? ¿Matarlos sólo por chismosos?”.

Page 30: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

A menos que se demostrara que Mamoru era un loco. Un loco como ese Pierre Riviere que en 1835, en Francia, degolló a su madre, su hermana y su hermano, y escribió una memoria en que se mezclan el crimen y el pasado anterior. Diversos psiquiatras han estudiado ese caso de un campesino normando que quiso instruirse y sintió la imposibilidad de superar su condición. Su caso, ha escrito un especialista, "puede ser comprendido como la superación 'insensata' de los límites sociales de su tiempo". Pero el equipo de psiquiatras que estudió a Mamoru, equipo encabezado por el ilustre Dr. Federico Sal y Rosas, dictaminó que Mamoru no era un loco. CAPÍTULO XIV El sanguinario asesino muere antes de cumplir su condena Mamoru lleva su secreto a la tumba 20 años después su nieta voleibolista maravilla al mundo CAE EL TELÓN Antes del crimen del jirón Tingo María, la policía peruana se había enfrentado a una red de inteligencia nipona en el caso de Furuya, ciudadano japonés que se negaba a adquirir bonos de guerra para la política agresiva de su gobierno, y fue por ello secuestrado dos veces. En presencia del cónsul japonés, el rebelde fue conducido, la primera vez, violentamente, hacia una nave japonesa acoderada en el Callao. La fuerza pública lo rescató en el puerto. La segunda vez, el secuestro tuvo éxito. La nave zarpó; pero el servicio secreto peruano rescató a Furuya en Paita. Entonces se produjo en casa del disidente, un asalto digno de película de espías. Varios nipones fanáticos hicieron un forado en el techo de la casa de Furuya, se descolgaron por allí y pretendieron capturarlo. Furuya, que conocía las artes marciales de su país se defendió como un león. Temerosos sin duda de un nuevo escándalo, los agentes japoneses se retiraron, no sin maltratar ferozmente a su adversario y herir de gravedad a la esposa de éste. El episodio reveló la existencia de un aparato extranjero dispuesto a todo. Eran, no lo olvidemos, los años del belicismo japonés. Primero contra la China solamente, después contra varios países, incluidos los Estados Unidos. En Brasil hubo casos aún más graves, denunciados por inmigrantes japoneses que iniciaban la corriente de integración - felizmente producida hoy en el Perú - con la patria adoptiva, que era además el país de sus hijos. En el caso del homicidio séptuplo, el Fiscal Dr. Juan Bautista Velasco mencionó nítidamente la vinculación entre ese delito y la guerra: "Los delincuentes, impelidos por un sentimiento de fanático patriotismo, respondiendo a factores heredados, mixtos o adquiridos, que intervienen en el organismo en virtud de la sinergia funcional de que está dotado, reaccionaron decidiendo matar. La conducta posterior a la deportación de los hermanos observada por Tomatzu (o Tomoto) Shimizu, tomada como una omisión total o parcial de sus obligaciones o negligencia en su cumplimiento y falta de cooperación, motivó la fuerza delictógena exógena, capaz de cometer monstruosos delitos por sugestión o por inducción. El Japón estaba en guerra y sus súbditos en el Perú en desgracia". Tomoto, acentuó el Dr. Velasco, "cambió de faz" en la última etapa de la guerra. Esa parece haber sido la causa de que se ejerciera contra él y los suyos una venganza tan abominable. El fanatismo, como los estamos viendo en nuestros propios días en el Perú, puede crear hombres sanguinarios en cualquier pueblo. En Campuchea, la barbarie de los khmers rojos de Pol Pot, cuyo solo equivalente son los hornos crematorios de Hitler, demuestra cuán lejos se puede retroceder, por la vía del fanatismo, a la más primitiva bestialidad. Otra cosa es la guerra justa, esa que crea héroes lúcidos.

Page 31: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

En la época de este crimen, actuaba en el mundo la sociedad secreta japonesa del Dragón Negro. A fines de 1944, estaba dirigida por Mitsura Toyama, a quien se consideraba en esos días, como lo recuerda John Gunther en "Asia por dentro", un "supermán" del Japón. El “superhombre" tenía en 1944, 90 años de edad y un pasado tormentoso. Había empezado como dirigente de un nacionalismo continental asiático; tanto, que se hizo amigo del futuro padre de la República China, Sun Yat-sen, en los días en que éste era un conspirador obsedido por limpiar a su país de los emperadores y el atraso. Protegió asimismo al agitador indio Rash Behari Bose, que luchaba contra el dominio inglés. Hablaba de liberar a las Filipinas de sus opresores estadounidenses. Pero en los años 30 capitaneaba a los ronin (Hombre ola) del Dragón Negro consagrados a romper huelgas y suprimir opositores en el interior del Japón, y a practicar el terrorismo contra sus adversarios en el exterior. En la época del asesinato de los Shimizu y los Tomayatzu se publicaron en algunas revistas de Lima fotos en que aparecía uno de los hermanos Shimizu, Tomoto o Mamoru, al pie de un dignatario de esa organización secreta en el Japón. El hecho es que aun la sentencia del Segundo Tribunal Correccional admitió: "si bien en autos no hay pruebas de haber sido auxiliado el acusado por otra u otras personas en la comisión del hecho delictuoso, la posibilidad de tal concurso no puede ser excluida en forma absoluta". El tribunal consideraba, pues, verosímil la participación de otras personas en el homicidio colectivo. Debe considerarse que esa instancia judicial estaba compuesta por los eminentes vocales Dr. Leoncio Serpa, como presidente; Dr. Napoleón Valdez Tudela y Dr. Pedro Gazats Alfaro. El fiscal fue, como ya sabemos, el Dr. Velasco. Hubo en la acusación fiscal un incidente que los diarios callaron. Varios jefes y oficiales de la Policía de Investigaciones se habían apropiado de un dinero contenido en un cofre secreto. Sus nombres: Nicanor Pacheco Arias, Félix Augusto Espinoza y Julio César Tomás Orozco. El Dr. Velasco se refirió a que se había abierto instrucción contra ellos por el delito de peculado, con infracción de los deberes de función y lo deberes profesionales. No prestó crédito el tribunal a la versión de los cuatro enmascarados inventada a la hora undécima por Mamoru o por algún mal consejero. La prueba del saco azul manchado de sangre y de unos gránulos de tierra extraídos de las uñas de Mamoru abrumaron a éste. Aunque hubiera cómplices, explicó la sentencia, "siempre quedaría en la condición de autor principal que planeó y dirigió el acto delictuoso". Por eso le impusieron pena de internamiento absolutamente indeterminado pero de 25 años mínimo. Por supuesto que Mamoru apeló. En la vista de la apelación participó el Dr. Carlos Zavala Loayza, el autor del Código de Procedimientos Penales aún vigente, quien presidió la Segunda Sala o Sala Penal de la Corte Suprema. Esta instancia confirmó la sentencia. Poco después, al borde de las lágrimas, Mamoru diría al Dr. Pedro Jiménez Guzmán, ex defensor de Naito: "Me he quedado solo. Mi mujer y mi hija se han ido a Japón. No quiero que Noriko (la pequeña) crezca oyendo decir que su padre es un feroz asesino". En el Panóptico iba yo a encontrarlo dedicado a los cálculos de la hípica, la cría de palomas, el corte de cabellos y la inofensiva pasión del dominó. Jamás se metió en líos con nadie, ni siquiera con el canallesco vigilante "Cajón de Muerto" Salazar: ojos de ratón, palidez de tuberculoso, bigotito para acompañar una risa de hiena y una enorme crueldad en el corazón. En las funciones en el teatro construido por los propios presos, Mamoru era espectador seguro, de primera fila. No parecía un hombre primario, cuando contemplaba la intriga de "Farsa y justicia del corregidor". A la hora del almuerzo en la inmensa mesa de los presos comunes, el director Luis Solari Tudela parecía mirar, con sus inmensos ojos celestes, uno por uno a los presos; se detenía en Mamoru quizás movido por el perenne silencio del antiguo recluso. Detrás de esos muros de piedra murió Mamoru. Solo. A solas con su secreto.

Page 32: LA REPUBLICA - Caso Mamoru Shimizu

Años después, por varios países del mundo se paseaba una joven voleibolista nipona. Era hija de la hija de Mamoru. La guerra, felizmente, había terminado. Nueve meses después del asesinato del jirón Tingo María, se produjo el lanzamiento de la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. En 1955, en una extraordinaria entrevista, el reportero Gabriel García Márquez escuchó del padre Pedro Arrupe un relato sobre esa devastación. Hiroshima era una urbe de 400 mil habitantes. En el momento de la bomba "A", los 50 mil niños de la ciudad estaban en la escuela. No podía caber duda sobre eso. Cuando empezó la tarde, "esos 50 mil niños estaban muertos, heridos o agonizando en masa, bajo los escombros de las escuelas". El padre Arrupe era en ese momento director de la escuela de noviciado de la Compañía de Jesús en Hiroshima. A veces, en el corazón del hombre se agazapa una bestia. Mamoru murió a comienzos de los años 60. No alcanzó a cumplir su condena. Veinte años después de su muerte una bella muchacha japonesa lanzaba hacia el centro de la cancha, con alegre vigor, una blanca pelota de voleibol. Así deberían ser todos los encuentros entre seres humanos. Se deberían ganar o perder por puntos; no por vidas. FINAL