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LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Y EL DESTINO DE LA MUJER
Mabel Muñoz*
“¡Despertad mujeres! El toque de rebato del
esclarecimiento y la razón resuena en el universo;
reconoced nuestros derechos”
Olympe de Gouges
La Francia del siglo XVIII
Es la sociedad del Antiguo Régimen, de monarquía absoluta, estamental y con una nobleza
privilegiada; tiene una población en crecimiento que la economía y la organización
administrativa no podían satisfacer. El Estado francés sufre una crisis económica cuyas
causas eran varias: los gastos por las constantes guerras y el dispendio desproporcionado
que realiza la corte; y todo esto sucede en un momento de malas cosechas.
La posible respuesta a estos problemas
Las reformas propuestas por los Secretarios de Finanzas, primero Tourgot y después
Necker, fueron rechazadas por los nobles que se negaban a contribuir con los gastos
públicos. La burguesía que quería reformas políticas a partir de los principios ilustrados, no
lograba ser escuchada. El campesinado, aunque libre de servidumbre, se encontraba
sometido a tributos señoriales y a diezmos eclesiásticos; era el que más padecía la crisis
económica. En 1788 hubo una mala cosecha que provocó un incremento de los precios y
esto también afectó a la población urbana, a los trabajadores: artesanos y obreros.
* Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de la Plata – Argentina. Profesora de la Universidad
Ricardo Palma.
1
Para Jacques Godechot fueron dos hechos fundamentales los que hicieron que la
revolución que estalló en Francia en 1789 se distinguiera de todas las demás que se
produjeron por la misma época en las diferentes regiones de Europa: “(…) el lugar
ocupado por Francia durante el siglo XVIII en el concierto de las naciones europeas y
extraeuropeas, y las relaciones de clases entre sí”1
A esto, debemos agregar otro aspecto importante por su singularidad: la participación de
las mujeres durante el proceso revolucionario y las relaciones que se establecieron entre los
sexos, en las que a veces los hombres apoyaron a las mujeres y en otras oportunidades las
rechazaron; otras veces las empujaron a actuar, pero por último las condenaron a morir o
terminaron en el exilio.
¿Qué hombres las apoyaron?
Por ejemplo, el marqués de Condorcet, quien en 1790 dijo:
“Quien vota en contra del derecho de otro ser, sean cuales sean su religión, el color
de su piel o su sexo, renuncia a los suyos desde ese preciso momento”2
También el conde de Mirabeau señaló:
“En tanto las mujeres no se inmiscuyan, no existe una revolución”3
¿Cuál era el lugar ocupado por Francia en el siglo XVIII?
Francia era el país con mayor población de toda Europa; de cada cinco europeos uno era
francés: se consideraba que la población de Francia estaba alrededor de los 23 millones de
habitantes; para la misma época, Inglaterra no superaba los 9 millones de habitantes y
España apenas llegaba a los 10 millones. La población en Europa era en su mayoría rural.
Las más grandes ciudades europeas eran: Londres con casi un millón de habitantes y París
con más o menos medio millón; en cuanto al resto de las ciudades del continente sólo
algunas pocas lograban llegar a 100 mil habitantes, pero sí abundaban las pequeñas
1 GODECHOT, Jacques. Los orígenes de la revolución francesa. Ed. Sarpe, Madrid, 1985, p. 5.2 DUHET, Paule-Marie. Las mujeres y la revolución. 1789-1794. Ed. Península, Barcelona, 1974, p. 7.3 Ibíd. P. 7.
2
ciudades provincianas donde el espacio entre lo urbano y lo rural era estrecho. De estas
ciudades, dice Hobsbawm: salían los jóvenes “(…) para hacer revoluciones, millones o
ambas cosas a la vez. Robespierre salió de Arras; Gracchus Babeuf, de San Quintín;
Napoleón Bonaparte, de Ajaccio”.4
Bajo el reinado de Luis XVI, Francia tenía la primacía en el terreno intelectual y artístico;
la lengua francesa era la lengua universal; su literatura, su moda, eran los referentes
esenciales del cosmopolitismo de la aristocracia europea.
La Revolución Francesa no fue producto de partido político alguno, pero sí el resultado de
la intensa vida política que se desarrollaba en los clubes, salones y sociedades existentes en
la época, como señala Hobsbawm:
“No obstante, un sorprendente consenso de ideas entre un grupo social coherente dio
unidad efectiva al movimiento revolucionario. Este grupo era la “burguesía”; sus
ideas eran las del liberalismo clásico formulado por los “filósofos” y los
“economistas” y propagado por la francmasonería y otras asociaciones. En este
sentido, los “filósofos” pueden ser considerados en justicia los responsables de la
revolución”5
Los fundamentos del desarrollo filosófico y científico de la época descansaban sobre tres
pilares: el racionalismo: toda realidad puede ser científicamente analizada, según
principios racionales; el empirismo: la experiencia de los hechos produce su conocimiento;
y el pragmatismo: el grado de verdad de una teoría reside en su valor práctico.
Entre todos los filósofos de la Ilustración destaca Jacques Rousseau por la gran influencia
de sus ideas en el desarrollo de la revolución; para él, el fundamento del Estado radica en
la soberanía que ejerce el pueblo y esta soberanía es absoluta, indivisible e intransferible y
sólo existe libertad en la igualdad. Estos fueron los principios de la Ilustración que, en la
época, gestaron la independencia de los Estados Unidos y también provocaron la
entronización de la monarquía constitucional en Inglaterra.
4 HOBSBAWN, Eric. La era de la revolución 1789-1848. Ed. Crítica, 3era reimpresión, Buenos Aires, 1999, p. 19.5 HOBSBAWN, Eric, Ob. cit., pp. 66-67.
3
¿Cuál era la relación entre los grupos sociales en la Francia feudal?
Michel Vovelle dice:
“Hace muy poco una corriente de la historiografía francesa, ha propuesto la idea de
que sería imposible aplicar a la Francia clásica un análisis de tipo moderno, y
distinguir en ella clases sociales. Efectivamente, para R. Mousnier, la sociedad
francesa de la época era más bien una sociedad de “órdenes”6
En otras palabras, rígidamente jerarquizada, y que, por lo mismo, al frustrar las
posibilidades de ascenso de sus miembros, supone un conflicto latente que tarde o
temprano se tuvo que manifestar y el momento propicio se presentó en 1789, época en la
que la monarquía francesa estaba débil y propició que tanto la nobleza como la burguesía
se lanzaran a la conquista del poder para imponer sus intereses. La presión ejercida por
éstos, hizo que el Rey tuviera que convocar a los Estados Generales, a la Asamblea
General, reunida por el Rey en momentos críticos, ocasión donde se reunían los tres
estamentos: el clero, la nobleza y el tercer Estado o Estado llano que básicamente
representaba a la burguesía, pero en el que también se incluía al pueblo, a los campesinos y
artesanos.
¿Cuáles eran las causas que enfrentaban a estos órdenes?
En 1789, la crisis en el agro. La nobleza, producto de la crisis, ya no podía vivir de sus
rentas, entonces recurrió a restablecer los antiguos derechos. Esta situación se agravó,
cuando se comenzó el reparto de las tierras comunales, y la nobleza se hizo atribuir el
tercio de las mismas, medida que aumentó el odio que el campesino sentía contra la
nobleza.
Por otra parte, la burguesía se sentía también cada vez más relegada, aunque venía
aumentando su riqueza. Los nobles ocupaban los puestos claves de la administración. Al
respecto, Godechot dice que, mientras en el siglo XVII, la burguesía había suministrado al
Estado ministros de la calidad de Colbert, propulsor del mercantilismo; innumerables
intendentes, numerosos magistrados en los parlamentos, oficiales al ejército y a la marina y
6 VOVELLE, Michel. Introducción a la historia de la Revolución Francesa. Ed. Crítica, Barcelona, 1981, p. 13.
4
prelados a la iglesia; en el siglo XVIII, todos estos puestos los ocupaban la nobleza; las
reformas efectuadas por el conde de Saint-Germain en el ejército y las de Sartine en la
marina, habían dejado en la nobleza el monopolio de todas las funciones. Todas estas
causas, fueron suficientes para que la burguesía y el campesinado se unieran contra la
nobleza. “Esta unión –dice Godechot– es la característica específica de la Revolución
Francesa y la que explica sus éxitos iniciales, su extensión, profundidad y solidez”7
Por otro lado, Vovelle especifica:
“Se habla de “cascada de desprecio” de los privilegiados respecto de los plebeyos, y
no sería nada difícil encontrar ejemplos concretos que ilustren el término de
“reprimido social” que se ha aplicado al burgués francés de finales del Antiguo
Régimen. Esta jerarquía sicosocial de los “honores” es tan manifiesta que engaña
acerca de las verdaderas realidades sociales, pues detrás de las ficciones de una
sociedad de órdenes se vislumbra la realidad de los enfrentamientos de clases”.8
En otras palabras, lo que estaba latente en la estructura social feudal.
¿Quiénes y cuántos eran los integrantes de los tres estamentos?
La nobleza integra dos puntos cinco por ciento de la población total de Francia y está
articulada en alta nobleza: cuyos ingresos provienen de los tributos señoriales, pensiones
reales, cargos cortesanos, cargos militares de alto rango, al igual que en los ministerios
donde ocupan los puestos más importantes; la nobleza rural cobra los derechos de señoríos
y de protección agrícola; y por último está la nobleza de toga, de origen burgués, con
títulos nobiliarios logrados por ocupar cargos como consejeros del rey o altos puestos
administrativos.
El clero (regular y secular) “primer estado” del reino abarcaba el cero punto cinco por
ciento de la población, su riqueza es muy grande; los beneficios que dejaban las
propiedades eclesiásticas, urbanas y rurales, eran las que sustentaban su poder. Las
propiedades de la iglesia representaban el diez por ciento del total del territorio francés.
Además el clero monopolizaba la enseñanza, la salud pública y los registros del estado
7 GODECHOT, Jacques. Ob. Cit., p. s/n.8 VOVELLE, Michel. Ob. Cit., p. 14.
5
civil: bautismos, matrimonios, defunciones. Existían grandes diferencias entre el alto clero,
de origen noble, con grandes ingresos de rentas eclesiásticas; y el bajo clero, de origen
plebeyo, que compartía las penurias del pueblo del que en su mayoría había salido.
El tercer estado comprendía alrededor del noventa y siete por ciento de la población; era un
conglomerado heterogéneo, formado por un abanico de grupos sociales con grandes
diferencias, pero a los cuales, sin embargo, los unía un interés común, el de establecer la
igualdad civil, económica y política.
En la cúspide del tercer estado se ubicaba la gran burguesía: empresarios, banqueros,
grandes comerciantes; todos ellos habían alcanzado un papel importante en la sociedad; sin
embargo la legislación francesa era una gran piedra en el camino ascendente de esta
burguesía. La pequeña burguesía estaba conformada por pequeños comerciantes,
profesionales (abogados, médicos, profesores, periodistas, artistas); y por último el pueblo:
campesinos y artesanos; pero cabe señalar que los límites entre pequeña burguesía y
pueblo eran borrosos.
Desde 1614 los reyes de Francia no habían convocado a los Estados Generales; la
convocatoria realizada por Luis XVI es una prueba contundente de la crisis por la que
estaba atravesando la monarquía absolutista; sin embargo, hay que reconocer
manifestaciones anteriores que son la antesala de la grave crisis de 1789.
En 1787, el ministro Calonne debió convocar a una Asamblea de Notables que fue la
expresión de tensión política entre la monarquía absoluta y la nobleza y que mostró que la
aristocracia, lejos de hacer alguna concesión a la monarquía, lo que busca es lograr
mayores ventajas y privilegios y aprovecharse del momento para liberarse del poder real,
sin llegar a entender que estos enfrentamientos entre el rey y la nobleza desencadenarían la
eclosión de otras fuerzas sociales, también opuestas al absolutismo del rey, pero a su vez
enfrentadas a las pretensiones de los nobles. Esta actitud de los notables produjo la
renuncia de Calonne que fue reemplazado por el arzobispo de Toulouse, Brienne, quien
duró un poco más de un año, pero durante el cual el Parlamento de París y los parlamentos
provinciales se negaron a pagar nuevos impuestos y en cambio solicitaron la convocatoria
de los Estados Generales. En cuanto se hizo la convocatoria no tardó en sentirse el clamor
del Tercer Estado que, ante todo, solicitó la misma cantidad de representantes de los otros
6
dos órdenes reunidos y además pidió que las votaciones se hicieran por voto individual y
no por órdenes en forma colectiva como se habían hecho siempre.
Los primeros pasos de los Estados Generales se caracterizaron por enfrentamientos
jurídicos entre los dos órdenes privilegiados y el Tercer Estado, el cual se proclamó como
Asamblea Nacional Constituyente e hizo el juramento llamado del Juego de Pelota, con el
cual asumía el compromiso de redactar una Constitución.
Antes de desarrollar el tema sobre el destino de los sexos, corresponde hacer una síntesis
de los principales sucesos ocurridos en Francia desde 1789 a 1793.
La monarquía absoluta se terminó en julio de 1789, cuando Luis XVI cedió y los demás
miembros de los Estados Generales se reunieron con el Tercer Estado. El pueblo de París,
especialmente los sans-culottes y sus mujeres, el 14 de julio, derribó la Bastilla, fortaleza
que fue prisión de Estado desde el siglo XVII y que se convirtió en símbolo de la represión
de los encarcelamientos arbitrarios decretados por el rey. En el ámbito rural estalló el Gran
Miedo, un movimiento anti señorial, y así se llegó a agosto de 1789 cuando la Asamblea
Nacional abolió las cargas feudales y los privilegios de los nobles y proclamó los derechos
del hombre y del ciudadano, que establecieron la libertad, la igualdad, la soberanía
nacional, la separación del poder legislativo, el ejecutivo y el judicial, la ley como
expresión no arbitraria de la voluntad popular, los impuestos consentidos y el derecho a la
propiedad. En julio de 1790 se aprobó la constitución civil del clero, que estableció la
independencia de la iglesia francesa ante Roma y la elección de obispos y curas, lo cual no
fue aceptado por muchos sectores eclesiásticos. El momento fue aprovechado para
organizar un Estado en el que los ciudadanos eran teóricamente libres e iguales, pero que
sin embargo en la realidad no era así, en tanto no se permitieron asociaciones de
trabajadores; se instituyó el sufragio censatario restringido a una minoría de propietarios;
los bienes confiscados por el Estado generalmente eclesiásticos y de los nobles en el exilio
fueron vendidos y sólo pudieron ser comprados por burgueses, nobles o campesinos
propietarios, las mujeres no tenían derechos civiles, y se mantuvo la esclavitud en las
colonias para no perturbar los intereses de los plantadores. En junio de 1791, el rey, que
quería recuperar su autoridad absoluta intentó huir con su familia, pero fue detenido en
Varennes. Para los cada vez más numerosos republicanos, el rey era un traidor y el modelo
de monarquía constitucional propia de Inglaterra se convirtió en algo muy improbable.
7
Aprobada la Constitución en setiembre de 1791, se consolidó la separación de poderes y el
sufragio censatario, la nueva Asamblea Legislativa, con mayoría girondina
constitucionalista, perteneciente a la alta burguesía, partidaria de una monarquía
parlamentaria, dispuesta a declarar la guerra con el fin de “Lograr la libertad de todos los
pueblos oprimidos”; en abril de 1792 declaró la guerra a Austria, con la aprobación del rey,
que consideraba que una coalición de potencias absolutistas podría liberarlo.
Los jacobinos, pequeña burguesía, inclinada a la formación de una república se oponía a la
guerra, los jacobinos contaban con el apoyo del pueblo de París. La Convención, nueva
Asamblea, constituida en setiembre de 1792, al principio contó con una mayoría de
girondinos, pero poco tiempo después fue dominada por los jacobinos, proclamó la
República (primera). El rey fue condenado a muerte y guillotinado en 1793. Los jacobinos
vendieron los bienes de los nobles y de la Iglesia en lotes reducidos para que los pequeños
campesinos los adquirieran; sin embargo, en la región de la Vendee se inició el
movimiento contrarrevolucionario, proponiendo la defensa de la religión y la monarquía y
oponiéndose al reclutamiento para la guerra.
Desde el otoño de 1793 al verano de 1794, la dictadura de los jacobinos impulsó el terror y
llevo a la guillotina a toda persona sospechosa de oponerse a su gobierno.
La Revolución Francesa ha sido objeto de múltiples estudios, y este interés es evidente,
pues marcó un antes y un después en la historia contemporánea. Para E. Hobsbawm, el
siglo XVIII fue un siglo largo que comienza con la Revolución Francesa que tuvo
repercusiones no sólo en el continente europeo sino también extra continental; y en cuanto
a Francia se refiere, dejó las distintas etapas del proceso como modelo para futuro. Basta
con evocar la Monarquía Parlamentaria (1830-1848) y la Segunda República de 1848-
1852, sin olvidar la experiencia de la Comuna de París en 1871, que recuerda las
propuestas del “Manifiesto de los Iguales” de Babeuf. Sin embargo, hay un tema que en la
mayoría de los trabajos clásicos no se ha tocado y cuando se hizo no tuvo mayor
repercusión, y este tema es la participación de las mujeres en el proceso revolucionario, el
lugar que ocuparon en él, en qué medida las dejaron actuar, quiénes fueron esas mujeres, a
qué grupos sociales pertenecían, cuáles eran sus oficios, cuándo y dónde actuaron, y cuál
fue su destino. “La influencia de las mujeres en la Francia dieciochesca –dice Clark– fue,
en general, benéfica y fueron ellas las recreadoras de esa curiosa institución del siglo que
8
fueron los salones. Aquellas pequeñas reuniones sociales de hombres y mujeres
inteligentes, procedentes de toda Europa, que tenían por marco los salones de anfitriones
de talento, como Madame du Deffand y Madame Geoffrin, fueron durante 40 años los
centros de la civilización europea.”9
Pero los salones venían funcionando desde el siglo XVII, como los de la marquesa de
Rambouillet y de las “preciosas” que, para esa época, son de carácter mundano. En el siglo
XVIII, los salones tienen un carácter político, tal como señala Perrot: “En la conversación
circula la información y se elabora la crítica de la monarquía. Las mujeres ocupan allí un
sitio privilegiado, no igual al de los hombres que son los escritores y filósofos, sino como
alertas amas de casa, atentas y curiosas auditoras que discuten todo”.10
Las mujeres que frecuentaban o estaban al frente de estos salones pertenecían a la
aristocracia o a la gran burguesía. Al respecto, Duhet dice: “Mandar, urdir intrigas, he aquí
ocupaciones nuevas para toda una categoría de mujeres en la que Montesquieu denuncia en
sus cartas personales una temible francmasonería” y dice Montesquieu: “No hay nadie que
desempeñe algún cargo en la Corte, en París o en provincias, que no tenga una mujer por
las manos de la cual pasan todas las gracias que pueda conceder y, también a veces, las
injusticias que pueda cometer.” 11
Duhet considera que: “Lo anteriormente referido no impedirá, en forma alguna, a
Montesquieu frecuentar tanto el Salón de Mme de Lambert como el de Mme du Deffand”12
Cada anfitriona de estos salones del siglo XVIII le impone su sello, pero en todos ellos
prevalecen las cuestiones trascendentes sobre lo frívolo. Mme Geoffrin apadrinaba el
movimiento filosófico y enciclopédico, mientras que en el salón de Mme de Teucin se
preocupaban por los intereses de la vida colectiva. Pero no sólo en París existían mujeres
que se preocupaban por su situación en la sociedad. En 1777 en Besançon, Manon
Philipon, quien más tarde sería Mme Roland, ganó un premio por sus propuestas sobre la
educación de las mujeres. Otra mujer digna de mencionar es Mme de Staël quien
manifestaba: “Sin las mujeres, la sociedad no puede ser agradable ni divertida; y las
9 CLARK, Kenneth. Civilización. Ed. Alianza, segunda reimpresión, Madrid, 1987, pp. 358-359. 10 PERROT, Michelle. Mujeres en la ciudad. Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997, p. 62.11 DUHET, Paule-Marie. Ob. Cit., pp. 15-16.12 DUHET, Paule-Marie. Ob. Cit., pp. 16.
9
mujeres, privadas de ingenio y de esa gracia de la conversación que supone una educación
distinguida, afean la sociedad en lugar de embellecerla.”13 Mme de Staël era la hija del
banquero Necker, ministro de Luis XVI por dos veces. Ella, desde adolescente frecuentaba
el salón que su madre presidía y al cual acudían los personajes más importantes de esos
años; además Mme de Staël estaba casada con el embajador de Suecia y reinaba en el salón
de la Embajada Sueca, donde se reunían los que aspiraban hacer de Francia una monarquía
constitucional, que mantuviese los títulos nobiliarios. Para L. Kelly, Mme de Staël
“Mostraba una inclinación especial por los miembros de las familias francesas más nobles
y más antiguas, entre ellas las de Narbonne y Talleyrand”, quienes, en su momento, fueron
sus amantes.
En toda sociedad existe el estatus de referencia, al que la mayoría de la población aspira
llegar, lo cual se puede observar en varias de las mujeres que tuvieron una actuación
destacada durante la Revolución Francesa y que aspiraban tener un título nobiliario y por
último, si no lo lograban, trataban de crearlo con su imaginación, como fue el caso de
Olympe de Gouges.
Es evidente que estas mujeres fueron hijas de su época y según el momento que les tocó
vivir en la Revolución, las vemos surgir y también desaparecer, para dar lugar a otras,
cuyos intereses se movían de acuerdo a los sucesos y al grupo social al que pertenecían. En
la primera época, destacan las mujeres que provenían de la gran burguesía, las reinas de los
salones, como por ejemplo, Mme de Staël; también las hubo pertenecientes a la pequeña
burguesía, como es el caso de Mme Roland, quien, al igual que la anterior, desarrolla su
actividad en un salón. De otro lado, tenemos a las otras, que asisten a los clubes, fundan
asociaciones o visitan centros de reunión masivos como el Palais Royal y logran a veces
ser escuchadas y hasta leídas, porque ellas también se expresan a través de folletines o
periódicos y redactan Manifiestos con el fin de presentarlos a la Asamblea o, más tarde, a
la Convención. ¿Qué es lo que proponen en sus escritos?: La defensa de la igualdad y de
la libertad como derecho que se debe conquistar no sólo para el hombre sino también
para la mujer, y como consecuencia de esto, defienden los derechos a una educación,
que no marque diferencias entre los sexos; al trabajo; que se dicten leyes como la del
divorcio; y las más audaces sugieren la posibilidad de ocupar los más altos cargos del
Estado y llegar a tener voz y voto en las instituciones representativas.
13 PERROT, Michelle. Ob. Cit., p. 62.
10
¿A qué tendencia política pertenecen?
Al comienzo vemos a las mujeres que están relacionadas sobre todo con los Girondinos
moderados, aspirando hacer de Francia una monarquía constitucional, y en otros casos
identificándose con el grupo que aspiraba a establecer una república. Mme de Staël,
formaba parte del primer grupo; y Mme Roland, del segundo.
Por otra parte, están los otros grupos de mujeres, especialmente las del pueblo, cuyas vidas
transcurren en la calle: “(…) la mujer del pueblo, la más “pública” de todas… la gente del
pueblo propende a vivir afuera. Las mujeres sobre todo, ya que sus tareas las llevan al
exterior: a la calle, a los mercados, para buscar víveres a mejor precio o vender allí, ellas
mismas, algún producto a precio de saldo; para buscar agua en las fuentes o ir a los
lavaderos; para hacer encargos que le significan algún dinero, llevar el pan, la leche, la
ropa blanca, terminar algún trabajo a domicilio… A estas perpetuas caminantes, la ciudad
resulta una selva donde ganarse la vida, un espacio de paso, donde su función de
intercambio es esencial. Su ingenio es la justificación de su libertad”.14
En la calle, en las reuniones masivas, también se da el intercambio de ideas, de opinión; a
estas mujeres basta que alguien o un hecho las incite a la acción y en seguida se organizan,
porque son las que más padecen las calamidades de la crisis. Al principio se movilizan
espontáneamente, pero más adelante las veremos formando las sociedades más radicales, al
estilo de las revolucionarias republicanas que se unen al movimiento de los sans-culottes,
pero en este caso como en el anterior, burguesas o plebeyas, ambas serán atraídas y
consideradas y hasta premiadas cuando se las necesita, pero pasado los momentos de
mayor peligro se les ordena regresar a “su lugar” y no se les reconoce los derechos por los
que luchan. Todas ellas, las unas y las otras, fueron capaces de arriesgar su vida y de pasar
momentos de grandes peligros, asumieron retos y responsabilidades en el ámbito de la
política y aún en la guerra. Pocos fueron los hombres que reconocieron su sagacidad, su
valentía, salvo en algunas ocasiones especiales, en que las coronaron, las premiaron con
Francia en 1789
14 PERROT, Michelle. Ob. Cit., pp. 49-50.
11