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La rosa

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Una rosa puede dar la fuerza para continuar

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  • 3

    Ah estaba, en medio del caos de cosas

    viejas, llorando, recordando lo hermoso que

    fue su vida pasada.

    Aorando volver a verla, y jugar con ella,

    escuchar su risa inocente y sus preguntas

    sin respuesta.

    Sin saber qu hacer, y cmo continuar con

    su vida, todo se le derrumbaba al siquiera

    intentar algo, peor que la muerte de ella

    senta en su corazn.

    No haba desaparecido, ella continuaba

    viva, existiendo en algn lugar inalcanzable.

    Nunca ms podra estar con ella de nuevo,

    y eso le parta el corazn, al grado de odiar

    todo lo que le rodeaba, aborrecer ese

    ambiente que alguna vez fue maravilloso.

  • 4

    El culpable, un maldito infeliz, que paseaba

    feliz por todos lados, burlndose de su

    miserable logro, con su risita marcada de

    manera imperceptible.

    Con qu fin tener la ropa, los zapatos y los

    juguetes, si ella jams los utilizara, slo

    servan para hundirse ms en esa eterna

    agona, no poda llorar, no le era permitido

    sentir el menor sentimiento de tristeza por

    su ausencia.

    Fingir era lo nico que le quedaba,

    pretender que esa vida de ahora era mejor

    que antes, mentir a todos que no la

    extraaba, que slo la record por

    segundos despus de partir, y despus,

    nada; todo igual.

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    Su ausencia o presencia no significaban

    nada. A la vista de todos, era feliz, tena

    todo, no necesitaba ms, posea riqueza, un

    nivel al que cualquiera pudiera aspirar,

    viajes, todo, menos a ella.

    Pulseras, aretes, collares que no tena

    propsito guardar, que nadie ms usara

    porque eran para ella, siempre ella.

    Y se atormentaba con el deseo de volver a

    verla, con abrazarla y jugar, furtivamente.

    Vigilados siempre, no podan tener el

    acercamiento de antes, las cosas jams

    seran como aquellos das de pasada gloria.

    Todo era polvo y odio, se tornaba su llanto

    en recuerdos, en un inmenso deseo de

    provocarle ms dolor que el ahora sentido.

  • 6

    Herirlo como l le hizo a muchos, hacerle

    sentir que la vida era solo el segundero

    cobrizo de un reloj oxidado; provocar que su

    respiracin le doliera por tanto llorar.

    Quera hacerlo pagar, sufrir, no fsicamente,

    o tal vez s, lo mejor lo que anhelaba era

    infringirle un mayor dolor emocional, del que

    senta en este instante.

    Todo quedaba ah, en su mente, no poda

    hacer nada, atado, encerrado, no poda ni

    verla ni vengarse. Slo le era permitido

    llorar por las noches y sonrer en las

    maanas.

    Esbozar con esfuerzo una estpida risa de

    contentamiento, ms falsa que su perfecta

    vida.

  • 7

    Mejor sera la muerte repentina que seguir

    con un miserable existir, lleno de

    descontento enmascarado, en una

    constante falacia. Fingir a diario le dola

    ms que aquel cuchillo que toc alguna vez,

    ligeramente su corazn.

    Cada da tena constantes problemas en su

    cuerpo, dolores, desequilibrios, todo se

    reduca a un odio contenido y a una tristeza,

    que dilua en caf sin azcar, todas las

    maanas.

    Le dola el olvido, que ella perdiera en un

    minuto tantos bellos recuerdos construidos

    en aquella pequea casa, pero tambin le

    causaba asco pensar que ella le recordara,

    no saba en qu sentido lo hara, si para su

    bien y felicidad, o para odiarlo por haber

    partido, en contra de su voluntad.

  • 8

    Recordaba esa maana de otoo todas sus

    vivencias, y ante tal panorama, decidi

    llorar todo el da, ese llanto deba ayudarle

    a pensar en alguna solucin, deba servir en

    algo, o tal vez slo para hundirlo en un dolor

    interminable.

    Quera deshacerse de todo, recomenzar, en

    otro lugar, con otra gente, ocupar su mente

    en tener nuevos recuerdos. Pero ese fro

    aire que entraba por la ventana, ese aroma

    a hojas secas y a soledad; formaron en su

    mente, una figura, difusa y roja.

    Se sec las lgrimas que le nublaban los

    ojos, y pudo verla, clara y precisa. En

    aquella maana de septiembre, tuvo una

    magnfica revelacin, acompaado de un

    brillo nublado, que le confirieron a esa

    silueta la forma perfecta para dar consuelo.

  • 9

    Aquella rosa. No era majestuosa, ni

    imponente; era simplemente como ella, con

    esa belleza misteriosa y esa ternura en sus

    ptalos. Aquella rosa, con un color rojo

    encendido, le record la fragilidad de la

    vida.

    Conocemos a las personas para

    perderlas, escuch una vez, amamos para

    ser olvidados, decan. Pero esa rosa,

    imperiosa, y resistente, pronunciaba en

    silencio otras palabras que no entenda, ese

    terso y extrao color le indicaban un camino

    diferente por el que viajaba.

    Tena en su mente esos inquietantes

    pensamientos, ese odio y remordimiento

    mezclados con el llanto y el ansia de verla.

    De pronto algo le provoc fro, pudo

    comprender el dao que se sufre mientras

    se crece en aquel desolado campo.

  • 10

    La necesidad de agua mientras se espera

    en la lluvia, esa sed que hasta y que no

    sacia el roco de la maana; pudo sentir

    como si l, en una rosa se transformara.

    Entendi como es ser una rosa, endeble en

    sus ptalos, con la debilidad de una febril

    exhalacin, vio cmo se le caan dos o tres

    de sus rojas vestiduras tan fcilmente al ser

    zarandeados por un fuerte viento.

    Sinti en cada uno de ellos, ese intenso

    calor al ser quemados por el intenso sol;

    ante aquella fuerte lluvia que le quitaba el

    deseo, le doli el granizo que rasgaba su

    delicada tela roja, y provocaba

    perforaciones en su suave piel.

  • 11

    La misma rosa sabe lo que sufrir, por eso

    se envuelve en muchas tnicas, se deshace

    de sus ptalos daados de la superficie,

    para brindar an ms hermosura por largo

    tiempo. As cada sufrimiento, es lo que en

    realidad causa su admirable belleza.

    Y por su integridad que siempre demuestra,

    silenciosa y sutil, brotan espinas que la

    protegen en todo su ser, baila

    delicadamente un vals con el viento,

    radiante, continua su existencia, con su

    lucha y agona, en eso consiste el

    resplandor de su misterioso vivir.

    Y ah est, con la decisin de no dejarse

    vencer por aquel miserable, an no sabe

    cmo hacer para continuar con su vida,

    siente los ojos pesados de tanto llanto que

    derram, tiene el sueo de un cansancio

    interminable.

  • 12

    Pero va a levantarse, comienza a tirar,

    guardar, acomodar las cosas que le rodean,

    y que al mismo tiempo lo sepultan de

    memorias.

    Tiene sueo, pero sale, y comienza a

    correr, con un ritmo pausado pero con furia.

    La lluvia de la tarde moja su rostro, le

    impide ver ms all, agitado se detiene, con

    la respiracin entre cortada, percibe los

    aromas de la madera mojada, del pino

    hmedo.

    Camina, ahora el viento le despeina las

    ideas, y no piensa ms en ella, ve el

    horizonte, aquellas hermosas lejanas, le

    traen a sus odos la msica de un tambor

    acompasado, late fuerte y rpido, conforme

    se tranquiliza, el tambor cambia su ritmo

    ms lento.

  • 13

    Su corazn, casi no late ya, est cansado,

    pero tranquilo; y en su mente se cruza de

    nuevo esa figura, delgada y delicada; siente

    en su corazn una lanza y le da fro en su

    mente.

    Cuando imagina su venganza, una tumba

    de rosas, enterrarlo vivo, con las espinas

    tocando su cuerpo, con la angustia en la

    garganta de que nadie lo ayudar.

    La idea no le hace sonrer, pero la

    contempla impasible, como si en la realidad

    estuviera viendo efectuado el crimen.

    No, jams hara que las rosas cometieran

    un asesinato, tan solo pensar en que ellas

    tuvieran la culpa le hace sentir una crueldad

    innecesaria.

  • 14

    La venganza es contra ese hombre, no

    contra una rosa, rpidamente hace de su

    idea la nada, y continua viendo el atardecer,

    huele a muerte, a olvido y melancola; cierra

    los ojos, y la mira a ella, con ese rostro de

    dulce desdicha.

    Ni la olvida, ni la recuerda; la mira siempre,

    a diario, en aquel rosal de rojo brillante, al

    pie de la ventana.

    Cada atardecer, observa al horizonte, ella

    se atraviesa, con un vaivn, suave,

    pausado; de un lado a otro baila con el sol

    que va muriendo.

    El rojo, se torna dorado, con los rayos de

    aquel moribundo astro, oro slido, sangre

    pura; siempre la observa y sonre.

  • 15

    Un recuerdo...por una rosa dice quedo, y

    lo repite hasta que la lejana se turbia por

    sus lgrimas de felicidad.

    No importan los dems, en sus labios

    siempre, al final de su vida, en el preciso

    instante de su muerte siempre recordara un

    bello rostro, la tierna sonrisa y un solo

    nombre, Jael.

    Ella siempre, siempre ella en su memoria,

    en una rosa. Un recuerdopor una rosa.