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Una rosa puede dar la fuerza para continuar
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Ah estaba, en medio del caos de cosas
viejas, llorando, recordando lo hermoso que
fue su vida pasada.
Aorando volver a verla, y jugar con ella,
escuchar su risa inocente y sus preguntas
sin respuesta.
Sin saber qu hacer, y cmo continuar con
su vida, todo se le derrumbaba al siquiera
intentar algo, peor que la muerte de ella
senta en su corazn.
No haba desaparecido, ella continuaba
viva, existiendo en algn lugar inalcanzable.
Nunca ms podra estar con ella de nuevo,
y eso le parta el corazn, al grado de odiar
todo lo que le rodeaba, aborrecer ese
ambiente que alguna vez fue maravilloso.
4
El culpable, un maldito infeliz, que paseaba
feliz por todos lados, burlndose de su
miserable logro, con su risita marcada de
manera imperceptible.
Con qu fin tener la ropa, los zapatos y los
juguetes, si ella jams los utilizara, slo
servan para hundirse ms en esa eterna
agona, no poda llorar, no le era permitido
sentir el menor sentimiento de tristeza por
su ausencia.
Fingir era lo nico que le quedaba,
pretender que esa vida de ahora era mejor
que antes, mentir a todos que no la
extraaba, que slo la record por
segundos despus de partir, y despus,
nada; todo igual.
5
Su ausencia o presencia no significaban
nada. A la vista de todos, era feliz, tena
todo, no necesitaba ms, posea riqueza, un
nivel al que cualquiera pudiera aspirar,
viajes, todo, menos a ella.
Pulseras, aretes, collares que no tena
propsito guardar, que nadie ms usara
porque eran para ella, siempre ella.
Y se atormentaba con el deseo de volver a
verla, con abrazarla y jugar, furtivamente.
Vigilados siempre, no podan tener el
acercamiento de antes, las cosas jams
seran como aquellos das de pasada gloria.
Todo era polvo y odio, se tornaba su llanto
en recuerdos, en un inmenso deseo de
provocarle ms dolor que el ahora sentido.
6
Herirlo como l le hizo a muchos, hacerle
sentir que la vida era solo el segundero
cobrizo de un reloj oxidado; provocar que su
respiracin le doliera por tanto llorar.
Quera hacerlo pagar, sufrir, no fsicamente,
o tal vez s, lo mejor lo que anhelaba era
infringirle un mayor dolor emocional, del que
senta en este instante.
Todo quedaba ah, en su mente, no poda
hacer nada, atado, encerrado, no poda ni
verla ni vengarse. Slo le era permitido
llorar por las noches y sonrer en las
maanas.
Esbozar con esfuerzo una estpida risa de
contentamiento, ms falsa que su perfecta
vida.
7
Mejor sera la muerte repentina que seguir
con un miserable existir, lleno de
descontento enmascarado, en una
constante falacia. Fingir a diario le dola
ms que aquel cuchillo que toc alguna vez,
ligeramente su corazn.
Cada da tena constantes problemas en su
cuerpo, dolores, desequilibrios, todo se
reduca a un odio contenido y a una tristeza,
que dilua en caf sin azcar, todas las
maanas.
Le dola el olvido, que ella perdiera en un
minuto tantos bellos recuerdos construidos
en aquella pequea casa, pero tambin le
causaba asco pensar que ella le recordara,
no saba en qu sentido lo hara, si para su
bien y felicidad, o para odiarlo por haber
partido, en contra de su voluntad.
8
Recordaba esa maana de otoo todas sus
vivencias, y ante tal panorama, decidi
llorar todo el da, ese llanto deba ayudarle
a pensar en alguna solucin, deba servir en
algo, o tal vez slo para hundirlo en un dolor
interminable.
Quera deshacerse de todo, recomenzar, en
otro lugar, con otra gente, ocupar su mente
en tener nuevos recuerdos. Pero ese fro
aire que entraba por la ventana, ese aroma
a hojas secas y a soledad; formaron en su
mente, una figura, difusa y roja.
Se sec las lgrimas que le nublaban los
ojos, y pudo verla, clara y precisa. En
aquella maana de septiembre, tuvo una
magnfica revelacin, acompaado de un
brillo nublado, que le confirieron a esa
silueta la forma perfecta para dar consuelo.
9
Aquella rosa. No era majestuosa, ni
imponente; era simplemente como ella, con
esa belleza misteriosa y esa ternura en sus
ptalos. Aquella rosa, con un color rojo
encendido, le record la fragilidad de la
vida.
Conocemos a las personas para
perderlas, escuch una vez, amamos para
ser olvidados, decan. Pero esa rosa,
imperiosa, y resistente, pronunciaba en
silencio otras palabras que no entenda, ese
terso y extrao color le indicaban un camino
diferente por el que viajaba.
Tena en su mente esos inquietantes
pensamientos, ese odio y remordimiento
mezclados con el llanto y el ansia de verla.
De pronto algo le provoc fro, pudo
comprender el dao que se sufre mientras
se crece en aquel desolado campo.
10
La necesidad de agua mientras se espera
en la lluvia, esa sed que hasta y que no
sacia el roco de la maana; pudo sentir
como si l, en una rosa se transformara.
Entendi como es ser una rosa, endeble en
sus ptalos, con la debilidad de una febril
exhalacin, vio cmo se le caan dos o tres
de sus rojas vestiduras tan fcilmente al ser
zarandeados por un fuerte viento.
Sinti en cada uno de ellos, ese intenso
calor al ser quemados por el intenso sol;
ante aquella fuerte lluvia que le quitaba el
deseo, le doli el granizo que rasgaba su
delicada tela roja, y provocaba
perforaciones en su suave piel.
11
La misma rosa sabe lo que sufrir, por eso
se envuelve en muchas tnicas, se deshace
de sus ptalos daados de la superficie,
para brindar an ms hermosura por largo
tiempo. As cada sufrimiento, es lo que en
realidad causa su admirable belleza.
Y por su integridad que siempre demuestra,
silenciosa y sutil, brotan espinas que la
protegen en todo su ser, baila
delicadamente un vals con el viento,
radiante, continua su existencia, con su
lucha y agona, en eso consiste el
resplandor de su misterioso vivir.
Y ah est, con la decisin de no dejarse
vencer por aquel miserable, an no sabe
cmo hacer para continuar con su vida,
siente los ojos pesados de tanto llanto que
derram, tiene el sueo de un cansancio
interminable.
12
Pero va a levantarse, comienza a tirar,
guardar, acomodar las cosas que le rodean,
y que al mismo tiempo lo sepultan de
memorias.
Tiene sueo, pero sale, y comienza a
correr, con un ritmo pausado pero con furia.
La lluvia de la tarde moja su rostro, le
impide ver ms all, agitado se detiene, con
la respiracin entre cortada, percibe los
aromas de la madera mojada, del pino
hmedo.
Camina, ahora el viento le despeina las
ideas, y no piensa ms en ella, ve el
horizonte, aquellas hermosas lejanas, le
traen a sus odos la msica de un tambor
acompasado, late fuerte y rpido, conforme
se tranquiliza, el tambor cambia su ritmo
ms lento.
13
Su corazn, casi no late ya, est cansado,
pero tranquilo; y en su mente se cruza de
nuevo esa figura, delgada y delicada; siente
en su corazn una lanza y le da fro en su
mente.
Cuando imagina su venganza, una tumba
de rosas, enterrarlo vivo, con las espinas
tocando su cuerpo, con la angustia en la
garganta de que nadie lo ayudar.
La idea no le hace sonrer, pero la
contempla impasible, como si en la realidad
estuviera viendo efectuado el crimen.
No, jams hara que las rosas cometieran
un asesinato, tan solo pensar en que ellas
tuvieran la culpa le hace sentir una crueldad
innecesaria.
14
La venganza es contra ese hombre, no
contra una rosa, rpidamente hace de su
idea la nada, y continua viendo el atardecer,
huele a muerte, a olvido y melancola; cierra
los ojos, y la mira a ella, con ese rostro de
dulce desdicha.
Ni la olvida, ni la recuerda; la mira siempre,
a diario, en aquel rosal de rojo brillante, al
pie de la ventana.
Cada atardecer, observa al horizonte, ella
se atraviesa, con un vaivn, suave,
pausado; de un lado a otro baila con el sol
que va muriendo.
El rojo, se torna dorado, con los rayos de
aquel moribundo astro, oro slido, sangre
pura; siempre la observa y sonre.
15
Un recuerdo...por una rosa dice quedo, y
lo repite hasta que la lejana se turbia por
sus lgrimas de felicidad.
No importan los dems, en sus labios
siempre, al final de su vida, en el preciso
instante de su muerte siempre recordara un
bello rostro, la tierna sonrisa y un solo
nombre, Jael.
Ella siempre, siempre ella en su memoria,
en una rosa. Un recuerdopor una rosa.