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LA SIERRA MORENA DE SEVILLA: UNA ENCRUCIJADA DE NATURALEZA Y CULTURA Ana Ávila Álvarez Víctor Fernández Salinas Rocío Silva Pérez

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LA SIERRA MORENA DE SEVILLA:

UNA ENCRUCIJADA DE NATURALEZA Y CULTURA

Ana Ávila Álvarez

Víctor Fernández Salinas

Rocío Silva Pérez

I. INVITACIÓN A LA EXCURSIÓN

El objetivo de esta visita es el acercamiento a la caracterización territorial y socioeconómica de Sierra Morena de Sevilla, una comarca situada en el sector centro occidental del sistema mariánico cuya dinámica reciente resulta ilustrativa de lo acontecido en otras áreas serranas andaluzas y, por ende, en otras montañas medias mediterráneas de la Unión Europea. Unos espacios que en un período de tiempo relativamente corto, y sin dejar de ser territorios con escasa capacidad para convertir en productos sus recursos, han pasado a ocupar un lugar privilegiado desde donde responder a las nuevas lógicas y demandas ciudadanas de conservación de la naturaleza, ocio y esparcimiento, productos de calidad, recursos patrimoniales…

Desde el punto de vista geológico, los materiales de esta zona pertenecen al sector de Osa Morena, subdominio geológico del Macizo Herciniano del escudo ibérico, en el que predomina la dirección de pliegues Noroeste-Sureste, muy alterados y fragmentados por su antigüedad y por los procesos erosivos y orogénicos responsables de los procesos de envejecimiento y rejuvenecimiento que han afectado este espacio. Las formas montañosas son antiguas, muy modeladas, suaves. En ellas predominan las colinas y formas alomadas constitudas por materiales metamórficos (esquistos, cuarcitas, calizas...) y granitos.

Uno de los procesos que aparecen en este sector son los relacionados con las formas kársticas, resultado de la disolución de rocas carbonatadas por

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acción de las aguas de lluvia principalmente (ver más adelante Cerro del Hierro).

Sus limitaciones físicas (pobreza edáfica, topografía abrupta, rigor climático) no supusieron en la economía tradicional una traba a la ocupación de este espacio, territorializado y explotado desde muy antiguo en una sabia sobreimposición humana a las restricciones naturales. La población de la Sierra Morena de Sevilla supo adaptarse a los obstáculos naturales a través de respuestas básicas con objetivos claros: Ordenación espacial de los usos, para que cada comunidad vegetal o animal quedara asociada a sus específicas condiciones ambientales y no se rompiese el frágil equilibrio edáfico; movilidad temporal, para utilizar en cada momento o estación los recursos que proporcionaba cada lugar; complementariedad de aprovechamientos, para diversificar la economía en un contexto de autoconsumo; y aprovechamiento integral de las producciones primarias para evitar el despilfarro (Parejo Delgado, C., 1995).

Las expresiones más genuinas de tales adaptaciones son los variopintos paisajes serranos tradicionales, adaptados al dominio de lo heterogéneo –pueblos situados en las faldas y extendidos jurisdiccionalmente desde el valle hasta las cumbres-, a la presencia de arroyos y de abundantes fuentes -pequeños regadíos en las vegas y en las cercanías de los núcleos poblacionales-, a la gran propiedad agroganadera y extensiva –dehesas- o a la cobertura de necesidades básicas alimentarias –ruedos- y energéticas –bosques comunales-.

La ruptura de aquellos sistemas tradicionales se produce a raíz de la revolución agraria, muy de la mano de las propuestas de los políticos y técnicos ilustrados que hacen una lectura del territorio muy campiñesa y agrícola en la que no tienen cabida las heterogéneas y pluriproductivas sierras. El proceso desamortizador, consecuente decenios más tarde con dicha revolución, conduce a la marginación de estos espacios que no pueden competir con las producciones masivas de las feraces campiñas, ni admiten -por sus pendientes y la dureza de sus roquedos- las infraestructuras viarias que acompañan y propician el progreso y el crecimiento económico moderno.

Todo ello se traduce en un proceso de marginación de la economía y de los agrosistemas serranos, que culmina en su quiebra definitiva en los años sesenta del siglo pasado cuando su apertura al mercado -en el contexto desarrollista dominante,

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poco respetuoso con sus principios básicos de funcionamiento- desencadena un éxodo masivo que priva a Sierra Morena de sus principales hacedores: sus pobladores tradicionales, organizados en oficios (braceros, podadores, porqueros, pegujaleros, pastores...) que están en la base de su peculiar configuración territorial. Los efectos de esta despoblación no se hicieron esperar: crisis y abandono de sus principales agrosistemas, deterioro ambiental y paisajístico, empobrecimiento cultural, desequilibrios territoriales…

Hoy se asiste a una dinámica diferente que abre nuevas perspectivas para estos territorios; territorios que cuentan con la paradójica virtud de haber sido marginales –en la acepción etimológica del término, “al margen” de los planteamientos y políticas desarrollistas- y que hoy se encuentran especialmente adaptados y receptivos a nuevas lógicas socioeconómicas. Pero pasar de la marginalidad a convertirse en el punto de mira de muchos programas y subvenciones (espacios naturales protegidos, iniciativas de desarrollo rural, política agraria europea) no exime de problemas, amenazas y disfunciones. Aspectos, todos ellos, que iremos desgranando a lo largo de esta salida merced a la apertura de ventanas que, a modo de hitos significativos, nos permitan un análisis más cercano a su realidad actual, nos aproximen a su dinámica y complejidad y nos permitan el disfrute de sus paisajes y la empatía con su paisanaje.

II. EL RECORRIDO

El itinerario se inicia en la capital hispalense, saliendo en dirección Oeste por la autovía Sevilla-Huelva que abandonamos antes de llegar al Aljarafe para coger dirección Norte por la antigua Vía de la Plata, hoy autovía y carretera de circunvalación SE-30. En este primer tramo discurrimos por el sector noroeste de la aglomeración, un paisaje netamente periurbano donde los usos residenciales, industriales y agrícolas aparecen mezclados. Como principales hitos referenciales cabe destacar, en la margen izquierda de la carretera, el monasterio de San Isidoro del Campo y las ruinas romanas de Itálica (en Santiponce) con el telón de fondo del escarpe del Aljarafe. En su margen derecha se divisan los cultivos herbáceos ribereños, el río con su bosque galería y, como cierre de escena, la denominada que no tal, isla de la Cartuja y la ciudad de Sevilla.

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Llegados a la salida 805 dejamos esta antigua Ruta de la

Plata siguiendo el cauce del río por la carretera A-8079. En este nuevo tramo el paisaje periurbano pierde peso en favor de los cultivos: un área de regadíos tradicionales ocupada por un bello paisaje de naranjos hoy amenazado por el avance de la urbanización, por la futura SE-40 y por la propia crisis de los cítricos. La superficie construida adquiere un carácter más concentrado que en el trecho anterior, pero no por ello más ordenado como se puede apreciar en la trasera urbana del

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municipio de La Algaba por donde discurre la carretera: un paisaje caótico e inconcluso de viviendas de autoconstrucción, casas adosadas y zonas verdes públicas.

Llegados a la rotonda que conecta con la carretera que viene desde Sevilla seguimos en dirección a Alcalá del Río. Transitamos ahora por un paisaje dominado por cultivos herbáceos de regadío que varían de un año a otro en función de diferentes coyunturas –sobre todo de los avatares de la PAC-, donde el algodón ha tenido una gran relevancia como lo atestigua la desmotadora lindante con la carretera. Conforme nos acercamos a Alcalá del Río, los usos industriales y urbanos ganan representación, sobre todo en su antigua vía de circunvalación –hoy travesía urbana- desde la que se percibe un paisaje repetitivo y monótono de aterritoriales urbanizaciones precedidas por pendones inmobiliarios que anuncian la reproducción de estos clones edificatorios en un futuro inmediato.

Sin abandonar el cauce del río y su bosque galería, que en la lejanía nos acompaña por el Sureste, nos adentramos en la Zona Regable del Viar. Un territorio puesto en riego por iniciativa pública en los años cincuenta del siglo pasado, hoy ocupada por cultivos herbáceos de regadío y nuevas áreas de cítricos. Se trata de un paisaje agrario que alterna ambos tipos de aprovechamiento sobre una topografía también variable -a veces llana y a veces ondulada en una suerte de campiñas adosadas al pie de monte de Sierra Morena-, que nos acompañará hasta que nos adentremos en la Sierra Norte. En términos de poblamiento, destaca la bella fisonomía de los poblados de colonización (Esquivel, San Ignacio del Viar, El Viar…), excelentes ejemplos del urbanismo de corte agrario del franquismo: funcionales, equilibrados y perfectamente integrados en su entorno, con el que entablan una amable integración paisajística. Como contrapunto, y a modo de notas paisajísticas disonantes, las expansiones de algunos núcleos urbanos se resuelven en un paisaje feo y caótico donde los usos industriales se mezclan con viviendas de autoconstrucción al margen de la legalidad. Un ejemplo muy ilustrativo de esto último lo encontramos a la salida de Villaverde del Río, en una zona industrial rodeada de viviendas de ecléctica fisonomía, entre las que merece la pena reparar en una de ellas coronada por una cúpula vidriada que rememora un templo oriental, precedida de un frontón clásico y rodeada de pretenciosas balaustradas; todo ello entre naves industriales y calles sin asfaltar.

El paisaje agrario de combinaciones herbáceas y leñosas sobre vegas y campiñas se sucede hasta Cantillana, el último de los municipios ribereños que atravesamos. Dejada atrás su pedanía La Divina Pastora –lugar de advocación y peregrinaje- y tras atravesar el río Viar, nos dirigirnos hacia el Norte por la A-432. En la confluencia de ambas vías se anuncia el Parque Natural de la Sierra Norte, distante de allí 16 kilómetros. El paisaje agrario no cambia mucho en los primeros tramos de esta nueva dirección, a no ser por la proliferación de viviendas diseminadas de cierto empaque entre áreas de cultivo en estas proximidades del Parque Natural, todavía no afectada por las limitaciones urbanísticas que teóricamente impone esta figura de protección, aunque, en todo caso, construidas todas ellas de forma ilegal. Se trata de un proceso en plena expansión.

Transcurridos pocos kilómetros -concretamente en una curva tras el mojón del Kilómetro 5- nos adentramos en el pie de monte de Sierra Morena, operándose un cambio brusco del paisaje. Las áreas de cultivo son sustituidas por un paisaje ganadero muy rozado por reforestaciones históricas y afectado por el abandono y el avance del matorral. La vegetación arbórea existente –encinas, fundamentalmente- se encuentra muy dispersa dejando el suelo al descubierto: una bella combinación de tonalidades rojizas y pardas que nos ponen en la pista de que irrumpimos en un territorio minero. Subidos los primeros desniveles, el arbolado se densifica en antiguas dehesas muy invadidas por el matorral, lo que les ha llevado a perder su peculiar fisonomía paisajística de monte hueco.

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Llegados al cruce de Castilblanco de los

Arroyos se anuncia el inicio del Parque Natural, precisamente en una zona donde las especies de repoblación adquieren un mayor protagonismo en un paisaje dibujado por esponjosos pinares (margen

izquierda de la carretera) y desolados eucaliptos (margen derecha), siempre bajo un fondo de las quercíneas y alguna que otra ventana panorámica como la que se proyecta hacia Melonares, donde se está construyendo un polémico embalse.

Tras una nueva subida marcada por el kilómetro 23, dejamos atrás las repoblaciones forestales y nos adentramos en el territorio de la dehesa, sin duda el agrosistema más extenso y emblemático de Sierra Morena –que merece un comentario específico (ventana nº 2)- y que aquí presenta una fisonomía abigarrada por su orientación mayoritariamente cinegética. El tronco desnudo y “ensangrentado” del alcornoque acentúa la riqueza cromática de este sector, que reúne las condiciones físicas requeridas por este exigente árbol de la familia de los Quercus (mayor humedad y suelos silíceos).

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Con una cobertura arbórea más o menos

densa y con pastos más o menos vigorosos en razón de su diferente uso ganadero (porcino, ovino, vacuno…) y de los cuidados dispensados, la dehesa nos va a acompañar en todo el recorrido por la sierra llegando hasta los propios núcleos de población, en cuyos ruedos compite con las aureolas olivareras y, allí donde los recursos hídricos lo permiten, con cultivos de huertas.

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Tras atravesar El Pedroso continuamos por la carretera A-432 y, dejado atrás el cruce de Constantina, llegamos a la pedanía de Fábrica: antiguo núcleo de población en el que sobresalen chimeneas en ruinas, herencia de uno de los primeros altos hornos españoles instalados en esta zona serrana en el siglo XIX y que hoy conforma un patrimonio de arqueología industrial especialmente valioso. A 10 Kilómetros de Fábrica se encuentra el núcleo urbano de Cazalla de la Sierra -que ha compartido con Constantina la capitalidad histórica de la Sierra Morena de Sevilla- cuya riqueza patrimonial le ha valido la declaración de Conjunto Histórico; reconocimiento que también han merecido en esta sierra los núcleos urbanos de Constantina y Guadalcanal.

Saliendo de Cazalla de la Sierra, tomamos la carretera A-432 en dirección a Constantina hasta llegar cruce del ferrocarril Sevilla-Mérida con el curso del Rivera de Huéznar, más conocido por los vecinos de la zona como río Huesna, que discurre paralelo a la carretera SE-138 que nos llevará a San Nicolás del Puerto. La riqueza natural y cultural y el atractivo paisajístico de este bosque galería -que parece prolongarse por la carretera- han alentado el desarrollo turístico de este eje, muy valorado y reconocido por los serranos, al que hemos dedicado el contenido de la ventana tercera. Llegados a San Nicolás del Puerto, seguimos por la carretera SE-163 que en dirección Sur nos llevará a Constantina, no sin antes detenernos en El Cerro de Hierro: antigua zona minera cuya riqueza patrimonial y paisajística es analizada con más detenimiento en la ventana cuarta. El hito final de este recorrido es el núcleo de Constantina, cuyo tejido urbano y riqueza edificatoria constituyen un buen argumento para reparar en el patrimonio cultural de la Sierra Morena de Sevilla (ventana quinta).

Al atardecer abandonaremos esta sierra por la carretera A-455 entre magníficas dehesas que irán desapareciendo tras una pronunciada caída topográfica precedida por amplias y bellas panorámicas. Esta es la última bajada del escalón mariánico que nos devolverá a las vegas y campiñas del Guadalquivir, que ahora retomamos desde los términos municipales de Lora de Río y Carmona.

III. ALGUNAS VENTANAS DESDE LAS QUE INTERPRETAR LA SIERRA

III.1. Ventana Nº1: Una mirada a la estructura territorial de Sª Morena de Sevilla desde el batolito del Pedroso El primer hito interpretativo de esta salida a Sierra Morena se inicia a las puertas de El Pedroso, concretamente en el

restaurante Los Álamos: un buen otero desde donde contemplar diferentes tipos de paisajes –núcleo urbano, ruedo, dehesas- y, sobre todo, donde observar una suerte de piedras gigantes (los plutones de granito) que dan nombre al municipio –como a la vecina comarca cordobesa de Los Pedroches- y que nos puede servir de argumento para adentrarnos en la caracterización física y la estructura territorial de la Sierra Norte.

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Escalón meridional de la meseta española,

fracturado y rejuvenecido por la orogenia alpina, la Sierra Morena de Sevilla –como el resto de la sierra conforma un graderío de mediana altitud (300-800 metros) que desciende en sentido norte-sur desde la penillanura extremeña hasta el valle del Guadalquivir.

La mayor altitud de esta unidad respecto a las comarcas del valle sólo se percibe desde el sur, proyectando la vista desde Sevilla, ya que si nos adentramos desde el norte se prolonga la altiplanicie extremeña por los términos municipales de Guadalcanal o de Alanís. La mirada desde la capital hispalense percibe un perfil comarcal aplanado más cercano a una meseta que a un área de montaña, por lo que habrá que

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adentrarse en su interior para captar el carácter serrano de la estos espacios que parecen esculpidos, a modo de bajorrelieve, por las alineaciones montañosas de dirección armonicana predominante y por las incisiones de los principales cursos de agua.

La topografía de esta Sierra Morena sevillana presenta formas suaves y alomadas con una alternancia de valles sobre pizarras y granitos e interfluvios calizos. La dirección de sus cursos de agua y las fallas del Viar y El Pedroso la organizan internamente en tres unidades:

A) La unidad más occidental -que no vamos a visitar en esta salida- conforma el Corredor de La Plata: una zona separada físicamente del resto por los fuertes escarpes de la falla del Viar que, a modo de frontera natural, impide la comunicación en sentido oeste-este. Se trata, en consecuencia, de un espacio mejor conectado con la vecina Sierra de Huelva y con la comarca extremeña de Monasterio que con el resto de la Sierra Norte,

B) El sector oriental, mucho más extenso que el anterior, se extiende entre los ríos Viar y Retortillo y está subdividido

internamente en dos unidades separadas por la falla de El Pedroso y surcadas por el Rivera de Huéznar,

- En la unidad norte, de mayor altitud, se localizan la plataforma de erosión de la penillanura meseteña y las sierras más vigorosas. Estas últimas son alineaciones carbonatadas -Sierra de la Grana, Sierra del Agua, etc.- que presentan un modelado abrupto de crestas y fuertes pendientes. El límite sur de este escalón está definido por un macizo granítico que, en dirección noroeste-sureste, se sucede desde Cala, en Huelva, pasando por El Real de la Jara hasta llegar al sur de Constantina.

- En la unidad sur, de menor altitud (300-400 ms.), afloran los plutones graníticos que constituyen superficies

de arrasamiento más o menos incididas por la erosión fluvial.

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Dicha configuración topográfica se corresponde, a su vez, con dos tipos de terrenos: las áreas impermeables de pizarras y granito, superficialmente más extensas, soportan aprovechamientos silvícolas y ganaderos mientras los sedimentos calizos suelen estar aprovechados por cultivos, fundamentalmente por olivares. Hay que tener en cuenta, en relación con esto último, que en un área básicamente impermeable como Sierra Morena la presencia de calizas constituye una fuente de diversificación y de vida. A ella quedan asociados los recursos hídricos subterráneos, circunscritos a tres unidades hidrogeológicas independientes (Guadalcanal-San Nicolás del Puerto, Cazalla-Constantina y Almadén de la Plata) que, junto con las aguas superficiales, sustentan la rica cultura de regadío que históricamente ha caracterizado a este territorio.

Como ya se ha señalado, los cursos superficiales de agua se distribuyen en tres cuencas (Viar, Rivera del Huéznar y Retortillo) que cortan este espacio en dirección norte-sur impidiendo la comunicación transversal interna y favoreciendo la conexión con Sevilla a través de la carretera comarcal A-432 -que discurre por el interfluvio Viar-Rivera del Huéznar- y de la carretera A-455 -entre el Rivera de Huéznar y el Retortillo-.

En resumidas cuentas, la Sierra Morena de Sevilla presenta una configuración física y territorial que dificulta su conexión interna y la aproxima a la capital hispalense. Ello ha marcado su evolución histórica y su dinámica socio-económica, lo que en otro lugar ha merecido por nuestra parte el calificativo de un espacio “a la sombra de la urbe y el mercado” (Silva Pérez, R.-Ojeda Rivera, J.F. 2003)-. Por su parte, el Plan de Desarrollo Sostenible de esta sierra (Consejería de Medio Ambiente, 2003) la define certeramente como:

- Una comarca despoblada y envejecida. - Una comarca desarticulada internamente. - Una comarca carente de identidad territorial cohesionadora. - Una comarca de grandes propietarios. - Una comarca caracterizada por el predominio de la propiedad privada. - Una comarca con alto porcentaje de población con bajos niveles de formación reglada.

III.2. Ventana Nº 2: Dehesas de Sierra Morena: de territorio defendido a reserva de la biosfera

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En una aproximación a Sierra Morena resulta inexcusable un breve detenimiento en la dehesa: uno de los agrosistemas más extensos y representativos de Andalucía –ocupa cerca de 800.000 h, en su mayor parte localizadas en este escalón de la meseta-, que en los últimos años está siendo utilizado en la proyección turística de la región y como argumento de sostenibilidad ambiental y desarrollo rural. Su relevancia resulta sólo comparable a otro uso también muy emblemático de Andalucía, el olivar, con la diferencia de que frente al reconocimiento histórico que ha merecido el cultivo olivarero, se trata, en el caso de la dehesa, de un espacio que hasta fechas muy recientes no ha suscitado el interés que hoy se le dispensa.

Este cambio de planteamientos respecto a la

dehesa –del desprecio desarrollista al enaltecimiento ambientalista- invita a que repensemos sus múltiples significados. La dehesa procede del vocablo latino defesa -tierra defendida-, aludiendo a un espacio sustraído por prerrogativa real del libre paso de los ganados trashumantes de la Mesta y convertido en área comunal dedicada al pastoreo de los ganados de los pueblos (Ojeda, J.F.- Silva, R. 1997).

Tras la crisis de la ganadería trashumante y las privatizaciones desamortizadoras, este significado tradicional desaparece y ocupa su lugar una significación productiva que resulta consustancial a la dehesa y que ha sido entendida de manera dispar. J.J. Ibáñez define la dehesa como "una zona de pastos y arbolados con encinas, alcornoques, quejigos y rebollos que forman una unidad de explotación agropecuaria ampliamente diversificada, con un alto grado de estabilidad, adaptada a la explotación de medios físicos hostiles para cualquier otra alternativa de uso, característica de áreas subdesarrolladas, capaces de mantener una escasa población por hectárea" (Ibáñez J.J., 1988). Para Gómez Gutiérrez "el monte o bosque adehesado es un sistema agrario o una forma de explotación de los recursos agrobiológicos característica de la banda occidental de España limítrofe con Portugal cuyos factores determinantes son: a) un clima semiárido o subhúmedo fuertemente fluctuante, tanto a nivel estacional como anual y b) una roca madre pobre en bases que da lugar a la formación de suelos de escasa potencia, ácidos y oligotróficos, y con predominio de la fracción arenosa" (Gómez Gutiérrez, J.M., 1987).

En esta acepción productiva se entiende, pues, por dehesa un agrosistema ampliamente diversificado –combina los usos agrícolas, ganaderos y forestales en una misma unidad de gestión- y especialmente adaptado a la explotación de medios hostiles por su pobreza edáfica y dificultades hídricas. Es precisamente esta hostilidad la que explica la inadecuación de los productos de la dehesa (cerdo ibérico, oveja merina, vacuno retinto, pastos, bellotas, corcho, carboneo…) a los requerimientos productivistas y la quiebra de este agrosistema por falta de cuidadores (podadores, porqueros, pejugaleros…) después del éxodo rural. Se trata, pues, de un espacio marginado por el productivismo y ensalzado por el postproductivismo.

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Esto último entronca con otra visión emergente de la dehesa: la estética. Por la profusión de cuidados que requiere la

dehesa se aproxima más a un jardín que a una explotación agraria y, vista como paisaje, presenta una morfología muy atractiva (el bosque aclarado o monte hueco) valorada por la sociedad postmoderna como espacio de ocio y esparcimiento. Se podría hablar, en este sentido, de la existencia de un cierto locus amenus de la dehesa. Pero no hay que perder de vista que dicha fisonomía deviene de una función sin la cual no se explicaría: la apertura de áreas de pasto para aprovechamiento ganadero. En el paisaje de la dehesa forma y función aparecen, pues, indisolublemente unidas, aunque en un equilibrio inestable que lleva al reto y a la paradoja del mantenimiento de las formas cuando las funciones están sujetas a cambios inexorables.

A estas múltiples significaciones de la dehesa se añade en la actualidad otra especialmente potente, la significación institucional, relacionada con la especial adecuación de la dehesa a las demandas emergentes de productos de calidad, espacios de ocio y esparcimiento, áreas ambientalmente saludables… Ello se traduce en la incidencia en la dehesa de múltiples medidas de política agraria (primas ganaderas, programa de reforestación, ayudas agroambientales), programas de desarrollo rural (Planes de Desarrollo Sostenible, Iniciativas Leader y Proder), amén de su reconocimiento institucional como Parques Naturales o Reserva de la Biosfera en el marco del programa MAB de UNESCO.

Se trata, no obstante, de medidas que hacen una lectura de este agrosistema desde una lógica sectorial donde la dehesa, más que como un todo, es considerada como una suma de las partes y donde, además, los valores naturales (agua, vegetación, fauna…) se anteponen a los culturales (saberes, oficios, tradiciones...).

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Ante este orden de cosas, se impone una nueva reivindicación de la dehesa como patrimonio cultural y la habilitación de programas de ordenación del territorio que consigan captar su riqueza, complejidad e hibridismo.

III.3. Ventana Nº 3: La Rivera del Huéznar, una ventana para profundizar en las difusiones entre estructura fundiaria, institucionalización ambiental y escenario de ocio

Uno de los paisajes más estereotipados y reconocidos en esta Sierra morena sevillana, tanto por propios como por extraños, es la Rivera del Huéznar. Un curso de agua identitario para sus paisanos cuya belleza ha merecido múltiples miradas artísticas que han fotografiado, pintado o descrito de forma literaria este cambiante arroyo en bosque galería jalonado de edificaciones artesano-industriales heredadas de otros momentos históricos. El siguiente texto de un literato de la sierra da cuenta de su empatía y fuerza identitaria.

“El molino de los Nogales, donde vivía el amigo de mi abuelo, era un hermoso lugar, todo rodeado de nogales, cerezos, membrilleros y otros árboles frutales muy bien cuidados, con su pequeña huerta y también con una parra a la entrada... Se encontraba a más o menos medio camino de San Nicolás del Puerto y de la Estación de Cazalla, en un lugar cercano a la fábrica de luz llamada de El Martinete... y de la cueva de Los Tobales, llamada así porque eran unas como cavernas hechas en las piedras y terrenos de toba por el agua del Huéznar, y que antaño se decía que fueron refugio de bandidos célebres. Por aquellos lugares, el cauce del Huéznar se hacía muy bravío, con torrentes, terraplenes y despeñaderos encajonados entre los cerros que daba miedo mirarlos, mayormente en las épocas de crecida. Con la fuerza que allí tenía el agua del río, era lugar muy propio y aparente para molinos y batanes y otras industrias de esa clase. “

Sánchez Chamorro, M.: Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar.

Al margen de tales consideraciones, esta ventana de la Rivera de Huéznar constituye una excusa para abundar en varios aspectos consustanciales a esta sierra: su estructura fundiaria, su institucionalización por el ambientalismo y la dificultad de compatibilizar el uso público que acompaña a su declaración como Parque Natural con un predominio abrumador de la gran propiedad de carácter privado.

En una ventana anterior se tuvo ocasión de insistir en la pobreza edáfica y las limitaciones físicas de la Sierra Norte de Sevilla; pero no hemos de entender que ello haya redundado en una falta de interés por la apropiación de este espacio. Muy al contrario, su estructura territorial y la cercanía de la capital hispalense han favorecido la llegada de distintas oleadas de colonizadores atraídos por distintos tipos de recursos considerados relevantes en cada momento histórico.

Ya desde finales del siglo XV y sobre todo en el XVI, este territorio despierta expectativas entre hacendados y comerciantes vinculados al clero sevillano que, en aquellos momentos de intercambios con América, lo colonizan con importantes plantaciones de viñedos, prácticamente desaparecidos tras la crisis de la filoxera, pero de cuya actividad quedan todavía importantes vestigios, tanto en las edificaciones de fincas como El Castañarejo, El Inquisidor, Tres Vigas, El Molino del Marqués, El Molino del Monte, El Bonito..., como en algunos textos literarios de Cervantes o Lope de Vega que citan los vinos de Cazalla (Carmona, A. y Jiménez, S., 1995). Mención aparte merece el trasiego de órdenes religiosas -cartujos, jerónimos, franciscanos- que en los momentos más comprometidos de la reforma protestante se traduce en un ambiente de controversia, misticismo y heterodoxia, del que todavía persisten algunos testimonios: la Cartuja de

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Cazalla o el Convento de las Jerónimas de Constantina. Pero serán los procesos desamortizadores del XIX –y la venta en subasta pública de los bienes eclesiásticos, primero, y de los pueblos, más tarde- los que provoquen el asentamiento de nobles y burgueses cuyos apellidos aún se reconocen en las cúspides de los propietarios catastrales: Sánchez Pastor, Maesso, Camino, Del Campo, Fernández de Córdoba, Sánchez-Arjona, Moreno de la Cova, Pérez de Guzmán, Grosso, Fontán, Benjumea, Serrato, Martínez del Campo, Yanes...

Ni siquiera la pérdida de rentabilidad y consecuente marginalidad que la apertura al mercado deparó a la Sierra Morena sevillana supuso un freno a la llegada de colonizadores. Muy al contrario, incitó la llegada de nuevos y recién enriquecidos compradores (artistas, toreros, financieros), alentados por el abaratamiento del valor de la tierra y para los que la adquisición de grandes fincas constituía el símbolo del prestigio social que pretendían adquirir.

El resultado de esta historia catastral es una estructura fundiaria caracterizada por un predominio abrumador de grandes propiedades privadas (más de 500 ha) y la escasez de predios públicos. Una situación problemática para el pretendido uso público de este espacio por parte de las instituciones ambientales.

La Sierra Morena de Sevilla conforma una comarca especialmente connotada por el ambientalismo. Gran parte de su superficie se integra en el Parque Natural denominado Sierra Norte de Sevilla -que con 167.417 ha constituye uno de los espacios protegidos más extensos de Andalucía- y alberga en su interior dos Monumentos Naturales (El Nacimiento del Huéznar y El Cerro del Hierro), distinguidos igualmente por la Ley 2/1989 de Inventario de Espacios Naturales Protegidos de Andalucía. A ello se suman diferentes reconocimientos internacionales (Zona Especial de Protección de Aves, inclusión de los parajes Sierra de Alanís, Barrancos del Río Retortillo y Venta de las Navas en la relación de Lugares de Interés Comunitario (LIC)…), entre los que destacan su declaración como Reserva de la Biosfera en el marco del programa MaB de UNESCO con el apelativo “Dehesas de Sierra Morena” –conjuntamente con las vecinas Sierra de Huelva y la sierra cordobesa de Hornachuelos-.

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Tales reconocimientos ambientales persiguen, obviamente, la perpetuación del patrimonio natural y cultural de esta sierra, pero también su aprovechamiento y disfrute por las generaciones actuales; lo que, según se ha visto, entra en contradicción con su estructura fundiaria. En tales circunstancias, los establecimientos y lugares de uso público se circunscriben a enclaves muy concretos y puntuales: núcleos urbanos -donde se encuentran los monumentos visitables y de donde suelen partir los senderos- y zonas de servidumbre de los ríos, entre los que destaca este eje central de la Rivera de Hueznar.

III.4. Ventana Nº 4: Cerro del hierro: Historia y naturaleza a partes iguales

“El Cerro del Hierro es como un imán muy grande... un imán inmenso, tan grande como una montaña, así que ya te puedes imaginar la cantidad de hierro que hay allí, debajo de la tierra. Por allí decían que ese gran imán subterráneo atrae a las tormentas y que, cuando truena, las nubes negras siempre van encaminándose lentamente hacia las minas, y allí descargan sus rayos más potentes, porque las atrae la fuerza soterraña de ese inmenso imán. Son cosas de la naturaleza, que el hombre nunca llegará a comprender. Y ese imán también hace cosas como de magia...”

Sánchez Chamorro, M. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar.

Se trata de una zona minera a cielo abierto de gran antigüedad, ya explotada por los romanos, y de la que se extraía hierro a partir de la ganga de la barolita y oligistos. Sin embargo, los vestigios más abundantes pertenecen al al período comprendido entre la mitad del siglo XIX y la del XX, momento en el que se introduce la dinamita y se aprovecha, primero, la máquina de vapor y, después, la electricidad. A finales del siglo XIX la compañía pasa a manos británicas (la compañía escocesa William Baird Minin & Ltd. de Glasgow), lo que motivó la conexión de la zona mediante ferrocarril con el puerto de Sevilla, a partir del cual se exportaba el hierro.

En el último período de explotación, desde mediados del siglo XX, las minas pasan a una compañía siderúrgica santanderina (Nueva Montaña Quijano), adonde se enviaba el mineral hasta los años setenta, momento en el que las minas entran en declive hasta cerrar a la mitad de los años ochenta.

El Cerro del Hierro pertenece a la orogenia hercínica, fruto de la modelación erosiva de 500 millones de años sobre la piedra caliza a partir de lluvias y heladas. Los materiales predominantes son calizas cámbricas, procedentes de arrecifes del mar de Tetis formados por la acumulación de materiales marinos (sobre todo algas, esponjas y otros organismos) que experimentaron un proceso de metamorfismo que los transformaron en calizas recristalizadas y con un aspecto marmóreo. Éstas, emergidas durante la orogenia alpina yerosionadas a partir de una interesante morfología kárstica, crean formas caprichosas, con formas de torres y agujas, además del conocido paisaje dominado por los lapiaces, dolinas, simas... Además, estas calizas se rellenan con mineral de hierro. Este extraño paisaje, casi lunar, pese a su apariencia natural, es producto sobre todo de una actividad muy impactante como la minería, actualmente ya desmantelada. Además, las condiciones especiales de la extracción minera, con la creación de multitud de recovecos, microespacios de características muy diferente a pocos metros unos de otros, a favorecido la aparición de una rica vegetación, también de fauna, que hace más atractivo este enclave. El patrimonio del lugar no sólo se relaciona con las minas a cielo abierto, que terminan dando un aire laberíntico y mágico al lugar, sino también a partir de instalaciones industriales, un poblado minero y, separadas unos 500 m, la llamada Casas de los Ingleses, en las que se alojaban los ingenieros de la mina y los principales funcionarios administrativos, que permiten reconocer el pasado de esta actividad.

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Además, también hay un rico patrimonio de flora y fauna. Las encinas, alcornoques y quejigos, junto a sus correspondientes cortejos, son el hábitat en el que se aparecen con frecuencia un gran número de aves: golondrina dáurica, roquero solitario, gorrión chillón, abejaruco, avión roquero, buitre leonado y negro, cigüeña negra... y medios y pequeños mamíferos: meloncillo, gineta, conejo... A pesar de los valores culturales, este espacio tiene reconocimiento únicamente como monumento natural por parte de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía.

III.5. Ventana Nº 5: Constantina: un territorio vivo y con historia, funcionalidad y patrimonio cultural

Trazos del tiempo “Pasaron por esta Sierra de intrincadas arboledas y rumorosos arroyos, pueblos y hombres de diferente procedencia y cultura que fueron dejando inadvertidamente su impronta vital, sus formas de pensar la tierra y el tiempo. ...entre unos y otros, en el constante trasiego de los caminos, se fueron alzando estos pueblos blancos, dejándose caer ladera abajo, inesperados pueblos agazapados en el silencio de los valles, o en lo más alto de los cerros, mostrando con orgullo el paso de los hombres y de los tiempos.”

MOYA, M. Íntimo. Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche.

Una de las poblaciones de referencia en la Sierra Morena de Sevilla es sin lugar a duda Constantina que a 87 km de la capital y con un censo unos 7.000 vecinos comparte importancia y rivalidad histórica con Cazalla, aunque en los últimos 20 años haya sufrido un importante proceso de pérdida de protagonismo en el territorio, no sólo frente a la localidad antes citada

sino a otros pueblos de menor entidad que han conseguido un significativo avance como El Pedroso y San Nicolás del Puerto y del que, no obstante, parece ir recuperándose.

Constantina, a la que llegamos por el norte desde la carretera SE-163, con 480,88 km² participa de dos cuencas hidrográficas: la Ribera del Huéznar en la parte oriental y la cuenca del Retortillo y arroyo Guadalbacar en la parte oriental, y se encaja en el valle que drena el río de la Villa, hoy canalizado en la mayor de su paso por el pueblo a partir de la zona llamada El Rihuelo, aunque todavía visible en los corrales y jardines de muchas casas del la zona sur de la localidad, y que corre totalmente al descubierto en la zona de los molinos y la ermita de la Yedra ya fuera del casco urbano.

Constantina fue declarada conjunto histórico en 2004, tras más de 20 año de haber sido incoado su expediente. Tras un largo proceso de pérdida de su patrimonio civil equiparable al de las otras localidades serranas, se va abriendo paso el discurso del patrimonio unido al desarrollo endógeno, de lo que no es ajena la consolidación de una sensibilidad y responsabilidad local respecto a su identidad y recursos.

En el imaginario popular son los Pozos de la Nieve los que marcan la entrada en Constantina. Se trata de un interesantísimo edificio del siglo XVII que servía de depósito y almacenaje de la nieve extraída de las más de 100 albercas contabilizadas en los alrededores y que suministraba hielo a la ciudad de Sevilla. Una vez que el comercio del frío entra en decadencia, el edificio sigue unido a la actividad industrial aunque ya como fábrica de corcho, matadero o secadero de jamones; sin embargo a partir de los años setenta sufren un proceso de abandono y ruina, y es partir de 2000 cuando esta tendencia se invierte.

44ºº ENTREGA DEL PREMIO DEENTREGA DEL PREMIO DE CONSERVACIÒNCONSERVACIÒN DE PATRIMONIO LOCALDE PATRIMONIO LOCAL

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En estos momentos el edificio es objeto de obras de consolidación y recuperación, a la vez que se diseña un modelo de gestión que pueda lograr su permanencia y nuevo uso respetuoso con los valores arquitectónicos. El proyecto de recuperación ha sido premiado por el ayuntamiento de la localidad con motivo del Día de Andalucía de 2007 y también ha recibido una mención especial por parte de Europa Nostra.

La importancia del espacio natural, unido al arquitectónico y a los valores etnológicos e industriales, justificó la incoación de expediente como Bien de Interés Cultural para su inscripción en el Catálogo General de Bienes Culturales de Andalucía en 2003.

Abandonando los Pozos, nos acercamos al pueblo pasando por una serie de pequeñas propiedades -viñitas-, zona de esparcimiento de familias burguesas a finales del siglo XIX y principios del XX. Algunas de éstas fueron lugar de residencia de la cohorte y corte que se instaló en localidad tras la II Guerra Mundial. León Degrell, fundador del Partido Rexista belga y miembro de las SS, acogido y protegido por el Régimen de Franco fijó aquí su residencia bajo el nombre de Juan Sanchís (Don Juan de la Carlina para los lugareños).

En estos momentos algunas de las fincas a la entrada de Constantina se han convertido en pequeños hoteles rurales, acercándose a las propuestas del discurso imperante sobre Patrimonio y Desarrollo Rural financiadas en gran medida por Fondos PRODER.

Ya casi en la entrada del casco urbano localizamos dos antiguas caleras en desuso pero que formaron parte de la economía constantinera. Justo después se encuentra el cruce de la carretera de Cazalla con la salida a la ermita del Robledo y al Cerro Negrillo donde se conserva la única colonia de robles melojos al sur de la Península. Este cruce conduce también a Las Navas de la Concepción, primero a través de una zona de castaños y después de espesos alcornocales, lugar de gran riqueza cinegética. También en el camino hacía este último pueblo de la provincia de Sevilla nos encontramos con el Campo de Medusas, petroglifos de 450 millones de años en una roca de 120 m² socavada por el arroyo Masacán y ubicada en el Cerro de la Víbora.

En el cruce también pasearemos la vista hacia el suroeste, después al sureste para más tarde continuar ya el paseo por la zona central del casco urbano. (imagen Ventanilla del reloj).

Constantina, de larga travesía, se encaja en el valle rodeada de cerros y otros edificios que marcan los perfiles del pueblo, al suroeste Las Erillas, el Castillo Blanco, La Carlina, residencia de León Degrell, hoy objeto de recuperación por parte de una escuela-taller, futuro monasterio de clausura y hospedería, el cerro del Almendro con un primer recinto fortificado posiblemente unido a la explotación minera, pero por investigar, y el cerro del Castillo, espacio cristiano de los siglos XIV-XV en proceso de excavación. Aquí se debe mencionar el uso, sin vestigios actuales, de la madera para adarves y torres, y la existencia de un gran aljibe. Las laderas de este segundo cerro son los lugares de los primeros asentamientos humanos en la historia de Constantina que conservan un interesante caserío popular, como es el caso de los barrios de Las Cuestas y La Morería. En el límite de este último y ya casi en la zona de los molinos, se encuentra el recuerdo de una zona de huertas y la Yedra, puerta y salida del territorio hacia El Pedroso. También aparecen aquí notables restos paleontológicos: la Sima con registros de fósiles de 475.000 años de antigüedad. (imagen Alrededores de la Yedra)

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Hacia el sureste Constantina se cierra en otra

serie de cerros El Calvario, Gibalrayo, los Frailes y Luna. El caserío que se edifica en las faldas de estos dos últimos es de una interesante arquitectura muy unida en origen a la ganadería, de aquí los corrales para ganado y animales que aún se conservan con salida al cordel de Extremadura. En este lado del pueblo también hemos de mencionar dos espacios de patrimonio monumental de gran interés, el claustro del convento del Tardón y la espadaña y portada de la iglesia de la Concepción.

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En la parte central de Constantina, sobre el cauce del río de la Villa, una serie de paseos y jardines jalonan el pueblo

con algún palacio, grandes casas solariegas y burguesas; estas últimas son producto de un siglo XIX industrioso y burgués. Muchas de estas viviendas cuentan en su interior con molinos y trujas, junto con un rico patrimonio artístico: portada del antiguo compás de Santa Clara, iglesia de San Juan de Dios, parroquia de la Encarnación, en la que destaca su torre-fachada, y la ermita de Santa Ana.

Finalizamos la referencia a Constantina mencionando su rico pasado vitivinícola: las fábricas de anisados. El pueblo llegó a contar con casi una treintena de marcas registradas en el siglo XIX, quedando hoy en día sólo la fabrica de Anisados la Violetera y un excelente tinto andaluz de las bodegas de Fuenterreina, producto recientemente recuperado con el nombre de Tinto Fuenterreina. Otros recuerdos del pasado industrial son, además de la ya citada fábrica de hielo, las tenerías y los mataderos.

La localidad también cuenta con un interesante patrimonio cultural intangible que se traduce en costumbres y usos (el perfil en la base de fachadas encaladas), modismos propios (reidero) ya registrados por los estudios del Centro de Educación de Personas Adultas, gastronomía (los típicos faisanes de Constantina, que lejos de ser aves son hongos), etcétera.

Abandonamos el pueblo camino del Lora del Río por la carretera C-432, dejando a la izquierda el Ventorrillo, imagen de bienvenida y despedida de Constantina.

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