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La Teología de la Reforma LA TEOLOGÍA DE LA REFORMA INTRODUCCIÓN En todos los asuntos de fe y moral la autoridad final es solamente la Biblia (Sola Scriptura Nº 1). Delante del Santísimo Dios, de acuerdo a la Biblia, la persona es salva sólo por gracia (Sola Gratia Nº 2), solamente por medio de la fe (Sola Fide Nº 3), en Cristo Jesús solamente (Solo Christo Nº 4). A partir de esto, toda la gloria y la alabanza son sólo para Dios (Soli Dei Gloria Nº 5). El Señor Dios ha usado estos cinco principios bíblicos para producir un gran avivamiento en el cuerpo de Cristo conocido como la Reforma. Históricamente, estos cinco principios han estado en la base de todos los avivamientos genuinos en el cuerpo de Cristo porque el mensaje del Evangelio es el nudo de todo verdadero avivamiento en el cuerpo de Cristo, como lo fue en la Reforma. Los reformadores vieron que el problema radical de la humanidad es una culpa legal frente a un Dios Santo que es, antes que nada, una situación legal o forense más que una sencilla contaminación moral, consecuencia de la culpa legal. Bíblicamente, los reformadores vieron que la expiación encara antes que nada la culpa legal de la humanidad frente a un Dios Santo más bien que la simple mejora de la condición moral del hombre. Aunque una mejor condición moral sigue a la declaración legal de rectitud delante del Santo Dios, la mejora de la condición moral del hombre le sigue como un fruto, y también es parte del mensaje Divino. El verdadero avivamiento viene cuando el individuo salvado confía plena y solamente en el cumplimiento de la Ley por Cristo Jesús; luego, unido a él, se arrepiente de su pecado. De esa manera la gracia de Dios puede fluir abundantemente y sólo él recibe la gloria. Los reformadores de los siglos 16, 17 y 18 comprendieron unánimemente estos cinco principios como básicos a la verdadera reforma, o avivamiento, en el cuerpo de Cristo. Aplicaron estos principios a la sede de Roma. En consecuencia la gente pudo ver claramente el sistema falso por el que estaban esclavizados. Como resultado, la abandonaron en tropel. Estos principios son la medida de la verdadera doctrina y por ende, la medida del 1

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La Teología de la Reforma

LA TEOLOGÍA DE LA REFORMA

INTRODUCCIÓN

En todos los asuntos de fe y moral la autoridad final es solamente la Biblia (Sola Scriptura Nº 1). Delante del Santísimo Dios, de acuerdo a la Biblia, la persona es salva sólo por gracia (Sola Gratia Nº 2), solamente por medio de la fe (Sola Fide Nº 3), en Cristo Jesús solamente (Solo Christo Nº 4). A partir de esto, toda la gloria y la alabanza son sólo para Dios (Soli Dei Gloria Nº 5).

El Señor Dios ha usado estos cinco principios bíblicos para producir un gran avivamiento en el cuerpo de Cristo conocido como la Reforma. Históricamente, estos cinco principios han estado en la base de todos los avivamientos genuinos en el cuerpo de Cristo porque el mensaje del Evangelio es el nudo de todo verdadero avivamiento en el cuerpo de Cristo, como lo fue en la Reforma.

Los reformadores vieron que el problema radical de la humanidad es una culpa legal frente a un Dios Santo que es, antes que nada, una situación legal o forense más que una sencilla contaminación moral, consecuencia de la culpa legal. Bíblicamente, los reformadores vieron que la expiación encara antes que nada la culpa legal de la humanidad frente a un Dios Santo más bien que la simple mejora de la condición moral del hombre. Aunque una mejor condición moral sigue a la declaración legal de rectitud delante del Santo Dios, la mejora de la condición moral del hombre le sigue como un fruto, y también es parte del mensaje Divino. El verdadero avivamiento viene cuando el individuo salvado confía plena y solamente en el cumplimiento de la Ley por Cristo Jesús; luego, unido a él, se arrepiente de su pecado. De esa manera la gracia de Dios puede fluir abundantemente y sólo él recibe la gloria.

Los reformadores de los siglos 16, 17 y 18 comprendieron unánimemente estos cinco principios como básicos a la verdadera reforma, o avivamiento, en el cuerpo de Cristo. Aplicaron estos principios a la sede de Roma. En consecuencia la gente pudo ver claramente el sistema falso por el que estaban esclavizados. Como resultado, la abandonaron en tropel. Estos principios son la medida de la verdadera doctrina y por ende, la medida del verdadero avivamiento, que es un avivamiento de los engaños de Satanás y de las insensateces de Gálatas capítulo tres.

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Cinco Principios Bíblicos de Avivamiento Richard Bennett

(ex-sacerdote católico)

Salvación por la gracia sola (Sola Gratia)

En la Biblia, la justificación es el regalo de Dios al creyente, a quien le es acreditada en base a la obra acabada de Cristo en la cruz.[7] Sencillamente, la justificación es el fallo justo de Dios del creyente, por el que lo declara sin culpa en relación al pecado, y recto en cuanto a su posición moral en Cristo frente al Dios Santo. Este juicio de Dios es legalmente posible gracias a la muerte sustitutiva y a la resurrección de Cristo Jesús en lugar del creyente. La justificación es primero y principalmente el juicio legal de Dios del creyente.

Como lo declaró Cristo: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”.[8] La justificación es el fallo justo de Dios para demostrar en palabras de Romanos 3:26 que El es: “justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Este juicio justo de Dios es el centro de la predicación apostólica de la buenas nuevas de la Biblia. Es un juicio justo otorgado por Dios gratuitamente.

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley, y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso por propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, lo pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”.

Claramente, de acuerdo con este pasaje, toda persona que está bajo la ley ha sido destituida de la gloria de Dios y por lo tanto tiene un expediente malo a causa de sus pecados personales. La buena nueva afirmada en el versículo 24 es que la justificación de una persona delante de Dios se basa en la redención de Cristo y es gratuita, ya que no consiste en nada que la persona pueda hacer por sí misma. Dios mismo provee por gracia la justificación del creyente. “Por gracia” significa su don gratuito. La gracia de Dios a expensas de Cristo. Este es el nudo mismo de las buenas nuevas del Evangelio. El Evangelio tiene que ver primero y principalmente con Quien es Dios en su Santa y Justa naturaleza. El Evangelio muestra que a causa de Quien es Dios, solamente El justifica al creyente. Romanos 3:26 afirma: “Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”.

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Bajo la ley, que Dios el Padre declare justo a un pecador, implica que este haya vivido una vida perfecta bajo la ley perfecta. Solamente el Dios-Hombre Cristo lo podía hacer, y lo hizo. Lo ha cumplido.

En eso se ha mostrado el amor de Dios por medio de su Hijo, Jesucristo, en que este don de justicia, que le costó a Cristo Jesús la vida es un obra completa y la obtenemos gratuitamente. Porque ¿a quién le debe Dios algo? Y ¿quién puede alcanzar Su patrón bajo la ley? ¿Quién puede negociar con Dios o con Jesucristo, con la idea de ofrecer algo a cambio de la declaración de justicia de parte de Dios? Hacer una oferta tan natural y ridícula como esa sería intentar un soborno del más alto grado. Una y otra vez la Biblia afirma, por eso, que Dios acredita gratuitamente, o por la gracia de Dios solamente (Sola gratia), la justicia de Cristo al creyente.

Efesios 2:7-9 “Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.

Romanos 11:6 “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”.

Efesios 2:5 “. . . por gracia sois salvos”.

Tito 2:11 “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres”.

Tito 3:7 “Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”.

1 Timoteo 1:14 “Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús”.

Efesios 1:7 “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.

La herejía pelagiana

Pelagio fue un monje británico nacido a mediados del siglo 4 (354-418). Tenía un gran celo por la moralidad, la autodisciplina ascética y la auto superación "cristiana". Pero carecía de la comprensión bíblica del principio de la sola gracia. Sostenía que la naturaleza humana tiene la capacidad de vivir una vida santa delante de Dios, es decir, que un hombre puede ser justificado guardando la ley de Dios. Esto es imposible en realidad. Sin embargo, la herejía pelagiana, contra la que luchó Agustín, entró como un cáncer en la iglesia Cristiana.

El conflicto entre el Evangelio y esa herejía giraba alrededor del asunto de la muerte espiritual del hombre y del don absolutamente gratuito de Dios de la justificación como la

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verdadera solución a ese problema mortal. El conflicto se reduce a la pregunta de si la redención es obra de Dios o del hombre. Para Pelagio, el hombre necesitaba simplemente mejorar, mientras que bíblicamente, el hombre es declarado “muerto en [sus] delitos y pecados” (Efesios 2:1).

Esta herejía está extendida hoy en los cultos, el catolicismo romano y en algunas partes del mundo evangélico. Los reformadores del siglo 16 insistieron en que sobre la base de los claros textos bíblicos (once veces en Romanos capítulo cuatro, por ejemplo), el don de Dios de la justificación es por gracia sola y está acreditado legalmente al individuo por Dios el Juez. Esto fue lo que hizo pedazos la posición pelagiana de Roma. El principio bíblico de que la justificación es por la sola gracia de Dios es lo que destruirá el semipelagianismo de Roma en la actualidad.[10]

Los intentos de Roma de reducir el “poder de Dios para salvación” a una “ayuda”

El poder de Dios para salvación del que habla Pablo es el Evangelio en Romanos 1:16. Está aclarado en el versículo 17 como la “justicia de Dios” que “se revela”.

La justicia de Dios acreditada al creyente a expensas de Cristo está verdaderamente en la raíz del significado de la expresión “temor reverencial”. El creyente se siente inundado una y otra vez por el temor reverencial, adoración y alabanza al Santo Dios que ha provisto la obra acabada y permanente de justificación del pecado. Esta justificación reside solamente en la justicia de Cristo (Solo Christo) y está acreditada irrevocablemente al creyente que ha sido puesto en El por Dios mismo. Esta justicia no puede ser menguada; tampoco aumentada. El creyente es justificado por acreditación de la "justicia perdurable"[11] de Cristo, y por lo tanto es para siempre. Con el apóstol Pablo, entonces, el creyente puede proclamar valientemente “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.[12] El propósito primero y último de Dios se ve claramente en este libro.

Siguiendo a la “no condenación” está la liberación del pecado y el andar en el camino del Espíritu Santo, no en el de la carne. Cuando la persona convertida peca, su acción causa un conflicto que debe ser resuelto por la relación entre Dios el Padre y ella.[13] No significa que haya perdido su posición de hijo de Dios en Cristo, porque esa posición le ha sido conferida irrevocablemente por el Dios Juez. Más bien Dios el Padre trata con sus hijos precisamente porque son legalmente sus hijos. Esta es la razón por la que como personas verdaderamente salvas, Dios castiga a los suyos, porque están realmente en Cristo. “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”.[14]

La enseñanza Católica Romana Contrariamente a todo esto, la enseñanza Católica Romana sobre la gracia está en

franca contradicción con la naturaleza legal de la gracia de Dios. Esto se ve claramente por la flagrante mentira en su sumario sobre la gracia en el Catecismo:

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Nº 2021 “La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. . . ”[15]

En las Escrituras, la adopción no es algo que uno tiene como meta o vocación. Más bien es totalmente asunto de Dios: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.[16]

A la luz de Efesios capítulo uno, la definición de la gracia que aparece en el Nº 2021 es una lamentable y consumada herejía. En lugar de que el hombre tenga la vocación, la adopción como hijos es algo que Dios mismo ha predestinado. En lugar de merecer la adopción por buenas obras del hombre, la adopción como hijos de Dios es por medio de Jesucristo, según la buena voluntad de Dios. El propósito de Dios en la adopción es “por su voluntad”, “para alabanza de la gloria de su gracia”. Intentar definir la gracia de Dios como simple "ayuda" a la respuesta del hombre a su “vocación de ser sus hijos adoptivos” es presentar una visión totalmente distorsionada y herética de la gracia de Dios. Es la permanente mentira de Roma enseñar que la justicia inherente o interior es la base de la justificación en lugar del verdadero evangelio de la obra acabada de Cristo Jesús. La bondad interior nunca ha sido y nunca será la base de la justicia de nadie delante del Santísimo Dios. Más bien, la base sobre la que cualquier persona es justificada delante de él es y siempre será sólo la obra consumada de Cristo Jesús.

Si la definición de gracia de Nº 2021 fuera cierta, y con la ayuda de Dios un hombre pudiera “responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos”, entonces el hombre se justificaría a sí mismo. Pero Romanos 11:5-6 parte directamente por el medio esa visión engañosa: “Así también en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es por gracia; de otra manera la obra ya no es obra”.

Si Dios estuviera meramente ayudando a alguien a “responder” a su vocación de ser hijo de Dios, nadie estaría en condiciones, porque la ley de Dios requiere absoluta perfección y sólo una Persona la ha podido cumplir.

El mérito

Bajo el mismo encabezamiento general de “Gracia y Justificación”, Roma enseña de los méritos de la persona: Nº 2025 “Podemos tener méritos delante de Dios solamente por el libre plan de Dios de asociar al hombre con la obra de su gracia. El mérito se debe adjudicar, en primer lugar, a la gracia de Dios, y en segundo lugar, a la colaboración del hombre. El mérito del hombre se debe a Dios”.

Pero como lo muestran constantemente los capítulos tres y cuatro de Romanos y muchas otras partes de la Biblia, Dios afirma específica y claramente que la gracia es obra suya sola y es dada a la persona como un don gratuito. La gracia de la salvación del hombre por parte de Dios delante de su Ley Santa es la justicia de Cristo acreditada

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por Dios el Juez al creyente. En lugar de "asociar al hombre a la obra de su gracia" la enseñanza bíblica correcta es que la justicia de Cristo se acredita al creyente. Esta acreditación es obra de Dios solamente: “ . . . cambiaron la verdad de Dios por la mentira”.

La misma herejía pelagiana se enseña en Roma en el nuevo Catecismo bajo el título de "Nuestra Participación en el Sacrificio de Cristo",

Nº 618 “La cruz es el único sacrificio de Cristo,‘único mediador entre Dios y los hombres’. “Pero, porque en su Persona divina encarnada, ‘se ha unido en cierto modo con todo hombre’, El ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual”. ‘El llama a sus discípulos a "tomar su cruz, y a seguirle”, porque El sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. El quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios. Esto lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor”.

Este párrafo es totalmente perverso en tanto que sobre una base falsa sutilmente ofrece falsas esperanzas al hombre. No hay ninguna base escritural para la idea de “ser hechos socios de Cristo en el misterio pascual”. Tal concepto es una mentira total y niega las repetidas afirmaciones de la verdad de Dios en las Escrituras de que la obra de redención es “por sí mismo” [17], “sin las obras de la ley” [18], “no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.[19], “nos salvó. . . no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia”.[20]

El tal llamado “evangelio de obras”, que en realidad es otro evangelio, es justamente lo que monjas y monjes católicos romanos realizan en sus monasterios (Romanos 11:6, Gálatas 2:21). Antes de la Reforma, la justificación del hombre se veía en las penitencias, la flagelación, la confesión pública de pecados, las peregrinaciones y otras obras basadas en el concepto no bíblico de nuestra “participación en el sacrificio de Cristo” de la Iglesia Católica Romana. De acuerdo a la enseñanza bíblica, la persona verdaderamente salva efectivamente se purifica, pero esto basado solamente en la fidelidad de Cristo Jesús, y en ser llamados legalmente hijos de Dios. “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios . . . Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” [21].

Salvación por la fe sola (Sola fide)

La Biblia enseña claramente que el creyente es justificado mediante la fe, Romanos 5:1 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Gálatas 3:6, “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”.

Filipenses 3:9, “y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”.

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Los reformadores se aferraron a este principio bíblico por encima y en contra del misticismo de Roma y sus llamadas “escaleras de ascenso” de los así llamados santos que practicaban la “contemplación”, la confesión de pecados pública y privada, la auto punición, los ayunos, y otras obras que se supone conducen, finalmente, a la unión con Dios. Esto significa que la obtención de la propia salvación está íntimamente ligada con lo que la Iglesia Católica Romana llama el “tesoro de los santos”, tanto en la época de los reformadores como ahora. El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica enseña este concepto no bíblico como sigue:

Nº 1477 “Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente inmenso, inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las oraciones y buenas obras de la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos que se santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo sus pasos, y realizaron una obra agradable al Padre, de manera que, trabajando en su propia salvación, cooperaron igualmente a la salvación de sus hermanos en la unidad del Cuerpo místico”..

Un ejemplo del pelagianismo se ve aquí en la afirmación del Catecismo: “todos aquellos que . . . por Su gracia han santificado sus vidas . . . ” La fórmula pelagiana es que gracia + obras = salvación. Esto es completamente herejía, lisa y llanamente. Más bien la fe se define sistemáticamente en la Biblia como fe en Cristo, como lo resume Pablo en Hechos 20:21, “. . . testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”.

Fe en la iglesia romana

Sin embargo en la iglesia Católica a “los fieles” (los que en general llamaríamos laicos) se les enseña sistemáticamente que deben poner su fe en la Iglesia Católica Romana. En la práctica Roma enseña a “los fieles” a poner su fe en su clero. El nuevo Catecismo afirma:

Nº 983 “La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y sus sucesores”.

Roma cita a San Juan Crisóstomo como autoridad en esta sección cuando dice: "Los sacerdotes han recibido de Dios un poder que no ha sido dado ni a los ángeles ni a los arcángeles . . . Dios arriba confirma lo que los sacerdotes hacen aquí abajo".

Aquí se enseña claramente que “los fieles” deben mirar a sus sacerdotes y al poder del sacerdote. No es solamente que “los fieles” deben tener fe en la Iglesia Católica Romana y sus sacerdotes, sino más todavía que están sujetos en obediencia a seguir a sus “sagrados pastores”. El Código del Derecho Canónico lo afirma así: Canon 212 “Los fieles cristianos, conscientes de su propia responsabilidad están sujetos por obediencia cristiana a obedecer lo que sus sagrados pastores, como representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o determinan como guías de la iglesia [Católica Romana]”.[22]

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Pretender fe y obediencia a los “sagrados pastores” en asuntos tan importantes como el perdón de pecados y la justificación delante del Dios Santo es volver a la gente hacia la idolatría, porque degrada totalmente al Hijo de Dios y su obra completamente suficiente en la cruz. Un ejemplo de la arrogancia que degrada a Cristo, tomado del nuevo Catecismo Nº 982:

“No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia [Católica Romana] no pueda perdonar”. Más adelante la lectura del Catecismo aclara que, de acuerdo a Roma, el perdón delante del Santo Dios se dará a aquellos a quienes ella determine, cuyo derecho, afirma, le ha sido dado por Cristo.[23]

Roma ha tratado de usurpar la posición de Dios el Juez, declarando quién será justificado delante de él, y por qué medio será justificado. Su falso evangelio niega la doctrina bíblica de la acreditación de la justicia de Cristo al creyente por medio de la fe sola; en consecuencia, sustituye la verdad bíblica por todo su sistema sacramental, incluyendo las penitencias y las indulgencias. Al hacerlo produce “otro evangelio”.

La absoluta autoridad de la Biblia (Sola Scriptura)

La Biblia está llena de afirmaciones que sostienen el hecho singular de que la Palabra escrita de Dios es la base final de verdad para la humanidad. Se evidencia en cientos de referencias en el Antiguo Testamento como por ejemplo, Isaías 8:20, “¡A la ley y el testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”.

De la misma manera en el Nuevo Testamento es a la Palabra escrita de Dios y sólo a ella a la que se refieren el Señor Jesucristo y sus apóstoles como autoridad final. Por ejemplo, en Mateo 4:4 Jesús repelió tres veces a Satanás diciendo “Escrito está”, “El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Al refutar los errores de los saduceos el Señor dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios”.[24] La aceptación total del Señor, de la autoridad del Antiguo Testamento, se ve en sus palabras de Mateo 5:17 y 18: “No penséis que he venido para abrogar la ley y los profetas, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. La noche antes que fuera crucificado Jesús oró a su Padre con palabras muy claras, “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”.[25]

Cristo Jesús también dijo que “la Escritura no puede ser quebrantada”.[26] La Biblia testifica de su propia verdad esencial, a saber, “La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia” [27], “Jehová Dios, tú eres Dios, y tus palabras son verdad".[28] La Palabra escrita de Dios es la “palabra de verdad”.[29] Dios dice respecto de su Palabra escrita, “Estas palabras son fieles y verdaderas”.[30] La Palabra escrita de Dios es infalible e inequívoca en todas las esferas, tanto terrenales como espirituales.[31] Negar la verdad y exactitud inherente de la Biblia es llamar a Dios mentiroso.[32] “Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.[33]

Los reformadores en los siglos 16 y 17 vieron que Cristo mismo, los apóstoles y las Escrituras declaraban que la Palabra escrita de Dios es la autoridad, no en lugar de Dios, sino como la Palabra misma lo declara, como expresión de la mente misma de Dios.

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Fariseísmo consumado

La Iglesia Católica Romana declara oficialmente su autoridad absoluta como sigue:

Canon 750: “Todo lo que está contenido en la palabra escrita de Dios o en la tradición, es decir en el depósito único de la fe confiado a la Iglesia [Católica Romana] y también propuesto como divinamente revelado ya sea por el solemne magisterio de la iglesia [Católica Romana] o por su magisterio ordinario y universal, debe ser creído con fe divina y católica . . .”. Roma sostiene sistemáticamente el fatal sincretismo de equiparar la tradición a las Escrituras, una práctica condenada por el Señor Jesucristo. Ella enseña en su nuevo Catecismo:

Nº 80 “La Tradición y la Sagrada Escritura ‘están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin’. Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia [Católica Romana] el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos ‘para siempre hasta el fin del mundo’.”

Nº 81 “La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiraciuón del Espíritu Santo”.

Nº 82 “De ahí resulta que la Iglesia [Católica Romana], a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación, ‘no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción’.”

El fariseísmo consumado de la Iglesia Católica Romana queda demostrado aquí. En total contraste con Roma, en cuestiones de autoridad, el Señor siempre se refirió a la palabra escrita de Dios (por ejemplo, “Escrito está”, o bien, “¿Nunca leísteis en las Escrituras. . .?”). De la misma manera el apóstol Pablo afirmó claramente que Cristo “murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras”.[34] Sin embargo, a pesar del ejemplo de Cristo, la Iglesia Católica Romana intenta, como lo hicieron los fariseos en el tiempo de Jesús, igualar sus tradiciones a la palabra de Dios, “invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición . . .”.[35] La palabra escrita de Dios como está en la Biblia es la autoridad absoluta del cuerpo de Cristo. “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (Juan 17:17).

Salvación solamente en Cristo Jesús (Solo Christo)

Bíblicamente, la salvación del creyente está en Cristo, como hemos afirmado antes. Todas las bendiciones del creyente se basan en Cristo, ninguna se basa en el creyente mismo.[36] Los Reformadores proclamaron la largamente perdida enseñanza paulina de la justificación por medio de la justicia de Cristo Jesús solamente, acreditada al individuo por el Santo Dios Juez. Es un acto judicial legal, objetivo, del soberano Santo Dios a cuya derecha se sienta Cristo Jesús. Como resultado de la enseñanza bíblica por los hombres de la Reforma, surgió un abandono extendido del subjetivismo religioso por medio del cual la Iglesia Católica Romana había mantenido a Europa Occidental,Inglaterra y Escocia esclavizadas durante siglos.

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Roma transige con la necromancia (comunión con los difuntos)

En los términos bíblicos no hay más que un mediador: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.[37] Sin embargo, Roma se vale de otros mediadores como María y sus santos. La iglesia de Roma vuelve a la gente hacia los difuntos, como a quienes pueden ayudarlos e interceder por los vivos. La frase comunión con los muertos es usada oficialmente por Roma, con se ve en su nuevo Catecismo:

Nº 958 “La comunión con los difuntos. La iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones; ‘pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados’... Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor".

La convocatoria de los muertos, es decir, la necromancia, está estrictamente prohibida en la Biblia. En Deuteronomio 18:9-11 se la llama abominación delante del Señor.

El Cristo Divino, quien es el Mediador de todos creyentes, tiene “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”.[38] Cualquier cosa afable, tierna o amable que haya habido en los santos, estaba allí a causa de él que tiene todo. . . El creyente está completo en Aquel que como Cabeza ‘tiene todos los principados y poderes’.[39] Así como la justicia de Cristo satisface las exigencias de la ley de tal manera que no hay lugar para ningún otro intercesor, como lo afirma Hebreos 12:1, “. . . habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”.

El intento por justificar la necromancia

Para justificar la convocatoria a los santos muertos e invocar su intercesión en el cielo a favor del fiel Roma cita versículos como Hebreos 12:1 y Mateo 25:21 como lo hace el nuevo Catecismo:

Nº 2683 “Los testigos que nos han precedido en el reino [Hebreos 12:1], especialmente los que la iglesia [Católica Romana] reconoce como ‘santos’, participan en la tradición viva de la oración, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración hoy. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar ‘en la alegría’ de su Señor, ha sido constituidos 'sobre lo mucho' (Mateo 25:21). Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero".

Así el nuevo Catecismo, como las otras fuentes católicas romanas oficiales, contradice abiertamente la Palabra escrita de Dios. La Biblia enseña no a trabajar, sino a descansar en relación a aquellos que murieron en el Señor. Por ejemplo Apocalipsis 14:13, “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí,

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dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”. El tiempo entre ir al Señor en espíritu en la muerte y la resurrección general nunca está puesto como un tiempo de actividad para aquellos que murieron en el Señor, según lo confirman diversas Escrituras.[40] En oposición a esto, en cuerpo y alma todo el pueblo de Dios reinará con El en la nueva Jerusalén (Apocalipsis 22:5).

Una María que no pertenece a la Biblia

María es la fuente de la santidad según el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. En este sentido, la importancia del principio de Solo Christo para la verdadera reforma y el avivamiento no puede ser sobrestimada, especialmente en relación con el nuevo Catecismo que afirma:

Nº 2030 “De la Iglesia [el católico bautizado] recibe la gracia de los sacramentos que le sostienen en el camino. De la Iglesia [Católica Romana] aprende el ejemplo de santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente de esa santidad...”.

Como lo afirma mejor la Biblia, la justificación del creyente es sólo en Cristo[41] que está a la derecha de Dios.

Más aun, sólo Dios es el modelo y la fuente de la santidad. Invocar a María y a los santos es del principio al fin idolatría, y las bendiciones que se les solicitan sólo Dios las puede otorgar. Los atributos divinos de omnisciencia y omnipresencia, que pertenecen sólo a Dios, se suponen pertenecientes a los así llamados intercesores. Sin el principio de Solo Christo una persona puede quedar entrampada en el politeísmo del sistema romano de María y los santos. En consecuencia, uno debe sostener, en base al firme terreno escritural “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

A Dios solamente sea la gloria (Soli Dei gloria)

El quinto principio del avivamiento bíblico sigue en forma lógica a los primeros cuatro. Siendo la justificación por la sola gracia por medio del don de fe de Dios y solamente en Cristo bajo la autoridad escrita de Su Palabra, ¡a Dios solamente sea la gloria! Este principio, a Dios solamente sea la gloria, es la maravillosa respuesta propia del creyente. El creyente ha sido predestinado por Dios para la “alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.[42]

Soli Dei gloria, resume el segundo mandamiento

El segundo mandamiento dado por Dios se resume en la palabras “a Dios solamente sea la gloria”. Sin embargo, la fabricación y el uso de imágenes en la Iglesia Católica

Romana y en otras iglesias se tolera a causa de la falta de comprensión de estos cinco principios de avivamiento bíblico.

En la historia de la iglesia cristiana este principio se tomó seriamente. Había muy pocas imágenes en la iglesia antes del siglo VI. El debate central, por llamarlo así, es la

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“controversia iconoclasta” del siglo 8 que resultó en el Segundo Concilio de Nicea, con la aprobación de figuras que se besan y honran en las iglesias (787 d.C.). El Concilio Católico Romano de Trento (1564) confirmó esto y avanzó en la aprobación de imágenes. Todo esto se reafirma nuevamente en el Catecismo de la Iglesia Católica (1994). La mayoría de los líderes de la Reforma se aferraron firmemente al principio de prohibir el uso de imágenes. Sin embargo, Lutero fluctuaba y permitió en ciertas circunstancias el uso de imágenes.

Lo que está prohibido en el segundo mandamiento es hacer imágenes a semejanza de Dios. Moisés recuerda a los hijos de Israel en Deuteronomio 4:12, “Y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, más a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis”. Es el intento de hacer cualquier semejanza o similitud de lo divino lo que está prohibido en el segundo mandamiento.

El Catecismo enseña idolatría

Racionalizar como lo hacen los católicos romanos en su nuevo Catecismo, que la encarnación de Cristo trajo una “nueva economía de imágenes”[43] o que ahora está permitido tener figuras, íconos o imágenes de Cristo, es elevar la racionalización humana a un plano superior a la Palabra escrita de Dios. La razón que se da es que “el honor rendido a las imágenes pasa al representado”.[44] Tal aceitada terminología es burdamente humanística en su entendimiento oscurecido, porque lo que se supone aquí es que todo lo existente es lo mismo como en la filosofía de Platón. El punto mismo de la Biblia es que el ser del Santo Dios es totalmente diferente del de sus criaturas; en consecuencia, no debe fabricarse ni usarse ninguna semejanza. Exodo 20:23 afirma “No hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro usaréis”. En Exodo 20:5 Dios llama a aquellos que quebrantan este mandamiento “los que me aborrecen”, y a quienes lo guardan, “los que me aman” (versículo 6). El castigo por iniquidad se promete a aquellos que quebrantan los mandamientos, mientras que se promete bendiciones a quienes los guardan (ver mapas del mundo en las diferentes etapas de la historia para ver cómo esto se ha cumplido).

Pablo fue movido a una ira justa contra el uso de imágenes.[45] Muchos de los grandes hombres de avivamiento en la Biblia—Moisés, Elías, Josías, Ezequías—fueron destructores de imágenes. Isaías[46] y Elías[47] se burlaron sarcásticamente de las imágenes y de quienes hicieron uso de ellas. En la Palabra escrita Dios mandaba constantemente a los judíos a destruir las imágenes de barro. Es el mandamiento final del Señor en 1 Juan 5:21: “Hijitos, guardáos de los ídolos”.

La apelación de los testimonios

Los testimonios de este libro (1) han sido sinceras apelaciones a ustedes los católicos a ver y estar de acuerdo con los principios bíblicos de Dios. Expresado de muy diferentes maneras, estos hombres han hecho el mismo toque de clarín de la verdad bíblica en el mensaje que proclama la vida eterna.

El mensaje central de la Biblia es reconocer que por naturaleza toda persona tiene un mal prontuario y un mal corazón, como lo muestran los siguientes pasajes: “Por cuanto

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todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23); “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?””(Jeremías 17:9).

Sólo Jesucristo pagó el rescate por el pecado de su pueblo “. . . habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).

No solamente el Señor Jesucristo ha pagado plenamente el precio requerido por su Padre por la totalidad del pecado de una persona, sino que cuando uno ha sido unido a El por el Dios Juez, la justicia de Cristo es acreditada a la persona, como lo explica tan claramente 1 Corintios 5:21, “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.

La salvación viene por fe en Cristo solamente “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:35,36).

Las Escrituras muestran que por naturaleza toda persona tiene un mal prontuario y un mal corazón. Delante de Dios cada uno está muerto en su pecado. Por sí mismo nadie puede hacer nada para ganar la salvación. Está claro, de acuerdo con las Escrituras, que Cristo ha reemplazado a cada una de su ovejas en la cruz de una vez y para siempre: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero . . .” (1 Pedro 2:24). Su gracia es suficiente para cambiar su corazón para que pueda confiar en él. Él pondrá luego en usted la voluntad de arrepentimiento. Nacerá de nuevo en él. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).

Fue con total sinceridad y devoción que estos hombres (norteamericanos, canadienses, irlandeses, franceses, ingleses, españoles e italianos) vivieron el catolicismo. Por la gracia de Dios buscaron conocerlo en espíritu y en verdad. El profundo deseo de nuestro corazón es que a través de todo lo dicho usted escuche su voz, la voz del Buen Pastor que ha dado su vida por sus ovejas.

Aquellos de ustedes en el sacerdocio católico, o como hermanas religiosas con votos, que afirman ser salvos por la gracia sola y que afirman depender solamente de la justicia de Cristo Jesús, deben comprender ahora por qué miles dejaron los monasterios y los conventos en el tiempo de la Reforma. Conocerán el Canon 702 tan bien como yo, “Aquellos que han dejado legítimamente una institución religiosa o han sido rechazados legítimamente no pueden solicitar nada de ella por cualquier trabajo que hayan realizado en la misma . . . "”

Desde dentro del sistema parece imposible enfrentar el futuro. Este es el punto en que estos testimonios de la fidelidad del Señor son preciosos. Nuestro Padre cuida de cada uno. Nos llama por nombre y provee para nosotros. El, el poderoso Dios, nuestro Padre, nos dice “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartáos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Corintios 6:17,18). “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

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[7]. Romanos 4:5-8; 2 Corintios 5:19-21; Romanos 3:21-28; Tito 3:5-7; Efesios 1:7; Jeremías 23:6; 1 Corintios 1.30-31; Romanos 5:17.19

[8] Juan 12:31-32

[9] Romanos 3:20-26

[10] El semipelagianismo da cierto crédito a Dios en cuanto a iniciar y apoyar los esfuerzos del hombre por lograr su propia salvación. Al negar la gracia soberana de Dios, sin embargo, es un pelagianismo corrupto y floreciente. Somos bien conscientes del hecho histórico de que ciertos concilios condenaron el pelagianismo y el semipelagianismo. Como Roma nunca se ha retractado de su aprobación de estos concilios, hoy puede afirmar oficialmente que también ella condena incluso el semipelagianismo. Pero estas afirmaciones oficiales no significan nada, porque en oposición a la condenación del semipelagianismo, otras de las doctrinas y prácticas oficiales de Roma muestran concluyentemente que ella vive un semipelagianismo, como lo demuestra la siguiente sección.

[11] Daniel 9:24

[12] Romanos 8:1

[13] 1 Juan 1:8-10

[14] Hebreos 12:8

[15] Catecismo de la Iglesia Católica (Publicaciones Ligorio, 1994). (La negrita en las citas indica énfasis agregado por este autor). Las citas en las páginas siguientes sobre las enseñanzas católicas romanas oficiales son del mismo catecismo, con la excepción de las citas del Código del Derecho Canónico.

[16] Efesios 1:4-7

[17] Hebreos1:3

[18] Romanos 3:28

[19] Efesios 2:9

[20] Tito 3:5

[21] Colosenses 3:3,5

[22] El Código del Derecho Canónico, Edición Latín-Inglés (Canon Law Society of America, Washington, DC 20064) 1983. Todos los cánones están tomados de este volumen.

[23] Ver Nº 976-987, Nº 1434-1498 que incluye penitencias e indulgencias.

[24] Mateo 22:29

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[25] Juan 17:17

[26] Juan 10:35

[27] Salmo 119:160

[28] 2 Samuel 7:28

[29] Salmo 119:43; 2 Corintios 6:7

[30] Apocalipsis 21:5

[31] Juan 3:12

[32] 1 Juan 5:12

[33] 2 Corintios 10:5; Proverbios 3:5

[34] 1 Corintios 15:3

[35] Marcos 7:13

[36] Efesios capítulo 1

[37] 1 Timoteo 2:5

[38] Colosenses 2:3-10

[39] Colosenses 2:10

[40] Mateo 7:22-23, 10:32-33, 25:34-46; 2 Corintios 5:9-10; Gálatas 6:7-8; 2 Tesalonicenses 1:8-10. Hebreos 9:27

[41] Colosenses 2:6-3:3; Efesios 13-9 y otras partes

[42] Efesios 1:6

[43] Nº 2131

[44] Nº 2132

[45] Hechos 17:16

[46] Isaías capítulos 40,42,46,48

[47] 1 Reyes 18:27

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LECCIÓN I.

SOLA GRACIA (Sola Gratia)

Salvos Por Gracia

Por Prof. Robert D. Decker

Profesor de Teología en las Iglesias Protestantes ReformadasTraducción en inglés por Paula Meagher

para la Primera Iglesia Protestante Reformada en Holland, Michigan, USA

 

¿Es Usted salvo? Esa es la pregunta crucial en la vida. ¿Cuál es su respuesta? Qué

vivimos en tiempos terribles es bien sabido. Estamos viviendo en días que el mundo nunca

ha visto. Esta es una época cuando los mismos fundamentos están siendo sacudidos. Un

tiempo en que abunda la falta de ley, lo cual se revela a misma en una rebelión terrible y

en derramamiento de sangre. Nuestras ciudades son inseguras. No hay estima por la ley

ni el orden. La estructura entera de nuestra civilización moderna e ilustrada está al borde

del colapso total.

 

Y en todas partes los hombres están desesperadamente buscando respuestas. El

problema es que los hombres buscan en los caminos incorrectos y en la fuente incorrecta.

El hombre se niega a contar con el hecho de que la raíz del terrible problema del mundo

es el pecado. Pecado es contra el Dios viviente del cielo y de la tierra, y Él no excusará ni

ignorará el pecado, pero Él es quien ejecuta su venganza y su Santa ira contra de los que

hacen iniquidad. Rechazando contar con Dios, el hombre busca en sí mismo el consuelo,

paz y esperanza en un mundo problemático. El nunca encontrará estas cosas. Su fin será

una desesperación completa en el infierno.

  

¡La Biblia tiene la respuesta y esa respuesta es la Salvación del pecado y de la muerte en

Jesucristo por la gracia de Dios! Aquellos que están salvos por gracia a través de su fé

como un don de Dios, no están turbados por los terribles eventos del día. Ellos ven estas

cosas y se alegran. Se alegran porque saben que a través de estos eventos, Jesús está

viniendo rápidamente otra vez para efectuar la salvación que El ha comprado para ellos en

la gloria de los nuevos cielo y tierra. Y estos son los que tienen consuelo, paz y esperanza.

 

Básicamente, este es el mensaje de este pequeño panfleto que queremos exponer para

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usted. Está tomado de Efesios 2:8 y dice así: "Por gracia son salvos, por medio de la fé; y

esto no de vosotros pues es don de Dios".

 

Debemos enfatizar que la pequeña palabra "Por" al comienzo del texto significa "Porque" é

indica que este texto es la razón para algo, es una explicación de lo que el apóstol Pablo

ha declarado en el contexto que le precede.

 

Esto implica que la declaración de este texto no esta solitario. No es una verdad aislada

que uno puede aceptar o rechazar sin ningún efecto sobre el resto del contenido de su fé.

Porque gracias sois salvos... la salvación es por gracia y por gracia solamente. Y es el

fundamento indispensable, o elemento sin el cual ninguna otra cosa puede mantenerse.

Negar la verdad de la salvación por gracia, significa la destrucción del verdadero

fundamento de la Palabra de Dios.

 

Es por eso que esta declaración es la razón expresada en el verso que dice: "Que en los

tiempos venideros, Él (este es, Dios) mostrará las abundantes riquezas de su gracia en su

bondad para con nosotros en Cristo Jesús". Aprendemos de los versos precedentes, que

estamos muertos en nuestros pecados y transgresiones, que en estos pecados en los que

caminábamos siguiendo al diablo, que nuestra conversación de la vida en el pasado

consistía en la llenura de nuestros deseos y codicias pecaminosas. Entonces, éramos

hijos de ira. Pero Dios que es rico en misericordia y está lleno de amor por nosotros y aún

cuando estábamos muertos en el pecado, Él hizo que su amor nos alcanzara, aguzando

nuestras mentes, dándonos la vida en Cristo Jesús, por gracia. Y Él nos hizo sentar en

lugares celestiales en Cristo. El propósito de todo esto es que Él demostrará las

abundantes riquezas de su gracia. En otras palabras, Dios nos salvó exactamente de

manera que, a través de esa nuestra salvación, las riquezas de Su gracia sean expuestas.

Y esto es posible simplemente porque la salvación es por gracia! Aquí hemos puesto

nuestro dedo sobre el corazón del mensaje del Evangelio. Un mensaje bellamente

recapitulado por el mismo apóstol Pablo en Romanos 11:36, "Porque de Él, y por Él, y

para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén"...

 

Volcando nuestra atención al próximo texto nos damos cuenta de que dice 3 cosas acerca

de la salvación: La salvación es por gracia, es a través de la fé y es un regalo de Dios.

Consideremos brevemente cada uno de estos pensamientos.

 

¿La salvación es por gracia. Qué es la salvación? Una idea recientemente popular de la

salvación es que es un mejoramiento social y moral. Jesús no es un Salvador en el sentido

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de que Él sufrió y murió en la cruz y por lo tanto hizo expiación y trajo la reconciliación por

los pecados a los hijos de Dios. Se dice que Jesús, es nuestro ejemplo. Él nos demostró

en Su vida cómo vivir en paz con todos los hombres, cómo efectuar la hermandad de la

humanidad bajo la paternidad de Dios. Si los hombres solamente siguieran el ejemplo de

Jesús, habría paz en la tierra, todos nuestros problemas serían removidos, el Reino de

Dios estaría acomodado y todos los hombres en todas partes podrían disfrutar de la buena

vida. Usted pensaría de esto como nada, pero el antiguo Evangelio social es tan

prevalente hoy en día como siempre lo fué. La iglesia está urgida a ir al mundo y hacer

algo acerca de las relaciones raciales, la contaminación, la superpoblación, el control de la

población y muchas otras cosas más. La iglesia no debe predicar una salvación que

basada en la sangre del Cordero que quita los pecados del mundo. Esta NO es la

salvación y predicando esta tipo de salvación no es predicar el evangelio de Jesucristo, de

acuerdo a las Escrituras que son infalibles. Esta tipo de predicación tampoco rendirá los

preciosos frutos de consuelo, paz y esperanza para la gente que cree en Dios.

 

La salvación en el sentido Bíblico es un concepto muy rico. El término usado en nuestro

texto literalmente significa: sanar, hacer bien. Está usado algunas veces en referencia a

las sanidades que Jesús efectuó en varias personas. En el sentido espiritual, la idea es

que estamos sanados de la mortal enfermedad del pecado y restaurados a una sanidad

espiritual. También tiene el significado de: rescate del peligro o destrucción. Y en este

sentido el énfasis está en el hecho de que Dios nos rescata de la destrucción del infierno,

donde Su ira santa y feróz arde eternamente.

 

La salvación por lo tanto contiene dos elementos esenciales: 1) Es la liberación de la

miseria más profunda y, 2) es una elevación a una gloria superior.

 

Esto es obvio por el mismo contexto en el que encontramos esta Palabra de Dios. Pablo

comienza el capítulo diciéndonos que fuera de la Gracia de Dios estamos muertos en

transgresiones y pecados. Lo primero que Dios habló a nuestros padres en el paraíso ha

sido ejecutado: "El día que comiereis de él, con toda seguridad morireís". Ellos comieron

del fruto prohibido y por lo tanto se revelaron en contra de Dios e inmediatamente murieron

y nosotros fuimos muertos en ellos. Nosotros nacemos muertos en pecado. Lo único que

hacemos siempre es pecar. Nosotros odiamos a Dios y a nuestro vecino. Vivimos y

caminamos de acuerdo al curso que sigue el mundo, de acuerdo al príncipe del poder del

aire, el espíritu que ahora trabaja en los hijos de la desobediencia. Muertos en nuestras

transgresiones y pecados tenemos nuestras conversaciones con los deseos de nuestra

carne, nosotros llevamos a cabo los deseos de nuestra carne y de nuestra mente y somos

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La Teología de la Reforma

por naturaleza hijos de ira lo mismo que otros.

 

¡Esta es nuestra miseria! ¡La muerte Espiritual! ¡Y en lo que nos concierne no tenemos

esperanza! No podemos salvarnos a nosotros mismos, ni siquiera podemos desear

salvarnos y menos hacer nada para conseguir nuestra salvación. Así como un cuerpo

muerto no puede levantarse del ataúd, tampoco nosotros podemos salvarnos. ¡Es desde

esa profunda miseria que somos liberados cuando Dios nos salva!

 

¡Y somos elevados a una gloria superior! En términos de este contexto, somos vivificados

junto con Jesucristo. Nosotros que por naturaleza estamos espiritualmente muertos,

somos hechos vivos en Cristo; esta es la salvación. No solamente eso, pero somos

elevados a una gloria superior al ser hechos vivos en Cristo, también somos elevados de

nuestra muerte y podemos sentarnos juntos en lugares celestiales en Cristo Jesús... Esa

es la salvación.

 

¿Cómo se efectúa esta salvación? ¿Poniéndolo de manera personal, cómo soy salvo? La

Biblia contesta, "¡Por gracia!"

 

La gracia tiene varios significados en la Biblia. El principal de ellos significa "belleza".

Algunas veces es traducido como "gracias". Pero más a menudo se lo utiliza en el sentido

de un favor inmerecido de Dios demostrado a Su gente en Cristo por cuyo poder El los

salva. Este es el significado obvio en nuestro texto.

 

La gracia es, no debemos dejar de hacer notar primeramente un atributo de Dios, una

característica de Su Persona. Dios es el Dios de toda gracia; El es el Dios afable. Dios es

en Sí mismo hermoso; hermoso en todas Sus adorables virtudes. Eso quiere decir que

cuando la Biblia lo dice como en este texto, que la salvación es por gracia; es lo mismo

que decir que la salvación es del Señor. ¡Cuan absolutamente necesario! ¿De qué otra

manera los pecadores muertos y perdidos podrían ser salvos, sino lo es por el Dios

Todopoderoso mismo? A menos que Dios mismo ponga vida nueva en nosotros,

permaneceremos muertos y por siempre esclavizados en la prisión de nuestro pecado.

 

 

¡Esta es la belleza y el consuelo del Evangelio! Dios quiso darnos vida por el poder de Su

maravillosa gracia. Dios quien es rico en misericordia, por medio de Su gran amor con que

El nos amó determinó hacernos hermosos con Su propia belleza.

 

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La Teología de la Reforma

Por lo tanto, por gracia Él nos escogió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que

seamos santos y sin mancha delante de Él. Por gracia Él nos predestinó a ser adoptados

como hijos suyos por medio de Jesucristo. Todo esto, de acuerdo al buen placer de Su

voluntad. Y el propósito de esta afable elección de Su gente en Cristo es "la alabanza de la

gloria de Su gracia", por cuyo poder Él nos ha hecho aceptos en Su amado hijo. Eso es lo

que las Escrituras testifican en Efesios 1:3-6: Por gracia son ustedes salvos, escogidos,

aun antes de la creación del mundo.

 

Por gracia Dios envió a su único Hijo al mundo para buscar y salvar aquello que estaba

perdido. No había otro camino. Eramos pecadores caídos y la justicia de Dios tenía que

ser satisfecha. Y ésta satisfacción solo podía ser hecha por Su Hijo, Dios verdadero y

hombre, como el sustituto de la expiación. Por gracia, Dios dió a Su Hijo a una muerte de

cruz. Por gracia Él derramó toda Su santa ira sobre Él, de manera que El descendió a las

mismas profundidades del infierno y clamó diciendo: "¿Mi Dios, mi Dios, porque me has

abandonado?". El sacrificio fue hecho por nosotros a través del derramamiento de Su

sangre nosotros tenemos redención, el perdón de los pecados. ¡Y nuevamente todo esto

es de acuerdo a las riquezas de Su gracia! (Ef. 1:7).

 

Por lo tanto, por gracia los hijos de Dios fueron reconciliados a través de la muerte del hijo

de Dios. Ellos ahora están delante de Dios, justos, libres para siempre de la culpa del

pecado y dignos de una vida eterna. Esto es precisamente porque el texto dice: "Ustedes

SON salvos". La salvación para los santos de Dios está completada. En este momento,

ellos están y por siempre serán salvos. La justicia de Dios está satisfecha para siempre.

¡Todo por gracia!

 

Ahora, usted pregunta: ¿pero cómo una salvación ameritada en la Cruz por Cristo viene a

ser mía? Muchos predicadores le dirán que usted tiene que creer en el Señor Jesucristo.

Eso por supuesto es una verdad. Ciertamente, la Biblia pone en claro que no puede haber

salvación fuera de la fé en Jesucristo. Pero lo que muchos quieren decir con eso de que

usted debe creer, es de que usted debe aceptar la oferta sincera del evangelio. Dios ama

a todos los hombres, dicen ellos. Por gracia Él ha provisto salvación para todos los

hombres a través de Su Hijo en la Cruz. Ahora, esa salvación está toda envuelta en un

bonito paquete y Dios dice que todo lo que usted tiene que hacer es aceptar ese regalo y

usted será salvo. La salvación entonces, no es enteramente por gracia, sino es en partes

por la gracia y en partes por las obras de los hombres quienes deberán aceptarla. Y

muchos predicadores rogarán y halagarán (¡estoy usando este término a propósito! es una

trampa), a sus oyentes en sus altamente emocionales "llamados del altar" a aceptar a

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La Teología de la Reforma

Cristo y la oferta de la salvación. ¡Si esta fuera la respuesta a la pregunta "cómo recibo la

salvación", entonces le tengo lástima! Le tengo lástima porque usted ha perdido todo el

consuelo del Evangelio. Si tuviera que aceptar la oferta, si tuviera que hacer cualquier cosa

para mi salvación, estoy perdido para siempre. Eso lo sé por mi propia experiencia. Mi

experiencia me dice cada día que soy un pecador muerto en transgresiones y pecados

digno de ser condenado.

 

Gracias a Dios por el mensaje del evangelio consolador, dador de paz, esperanza y

alentador que nos responde: "a través de la fé y esto no de vosotros; ¡es el regalo de

Dios"!

 

La salvación es recibida por el pecador, no como deberíamos decir: dada al pecador a

través de la fé. ¡A TRAVES DE LA FE entiéndalo! La fé es el medio por el cual Dios nos dá

la salvación. No es una condición para la salvación que nosotros debemos llenar. No es un

acto que nosotros debemos desempeñar y sobre las bases por las cuales Dios nos

salvará. La fé es un lazo vivo entre la gente de Dios y Cristo. Es la conexión entre nosotros

y Cristo a través del cual Dios nos dá todas las bendiciones de la salvación, las cuales

están en Cristo para que fluyan en nosotros. Por fé estamos unidos a Cristo y vivimos en

Él, exactamente como las ramas viven en la viña (Cf. Juan 15).

 

A través de la fé nosotros recibimos el conocimiento de Dios. No es solamente un

conocimiento intelectual de la mente, pero el conocimiento espiritual del corazón que de

acuerdo a Juan 17:3 es vida eterna. Por tal conocimiento es que conocemos a Dios como

nuestro Dios, el Dios que nos ama en esta vida, Quién nos salvará un día en la gloria del

cielo. Junto y enraizado con ese conocimiento de la fé está la confianza de la fé por la cual

tengo la seguridad de que todo esto es verdadero. A través de la fé tengo la convicción de

que Jesús murió por mi y que soy salvo por gracia! A través de la fé puedo decir que no

me pertenezco pero que pertenezco en la vida y en la muerte a mi fiel salvador, Jesucristo.

Le pertenezco a El en vida. ESTA vida del siglo veinte con todas sus frustraciones,

temores y ansiedades. Y también pertenezco a Jesús en la muerte. Cuando la mano fría

de la muerte me tome, no estaré solo. ¡Jesús estará conmigo en la sombra del valle de la

muerte para consolarme y recibirme en la casa de muchas mansiones del Padre, donde Él

ha preparado un lugar para mí!

 

¡Sí, amigo Cristiano, usted es salvo por gracia a través de la fé! ¡Y eso no de usted - es el

regalo de Dios! Usted no se ganó su salvación ni siquiera la quería. No es debido a sus

obras, ni siquiera al trabajo de la fé. Es el regalo de Dios. La salvación por gracia es el

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La Teología de la Reforma

regalo de Dios! Es un regalo gratuito, no merecido, de Dios Todopoderoso.

 

¿Está USTED salvado por gracia a través de la fe? La palabra no está simplemente

presentando alguna doctrina objetiva. No dice que la salvación es por gracia, a través de la

fé; y es el regalo de Dios. Escuche, por gracia USTED es salvo... ¿Le dice esto Dios a

usted? ¿Ha sido escogido en Cristo, reconciliado a Dios por Su muerte, unido a El por fé?

Déjeme preguntarle esto: "¿Es usted un pecador?" ¿Se reconoce usted a sí mismo como

una vasija vacía, muerto en pecados y transgresiones? Ese es el fruto del Espíritu de

Cristo en usted.

 

No se desespere, no tema; más bien alégrese y esté muy contento! Vaya a la cruz de

Jesús y vea ahí la sangre, de Aquél que murió por usted. Vaya a la tumba vacía de Jesús

y vea que Él se levantó victorioso sobre la muerte. Mire hacia el cielo y espere a su

Salvador, porque Él viene pronto y su recompensa está con Él. Usted tiene consuelo, paz

y esperanza. El consuelo de la salvación por gracia, la paz del perdón por gracia y la

esperanza de vida eterna por gracia.

 

¿Sabe usted esto? Entonces puede usted decir con el mismo apóstol Pablo: "Pero lejos

esté de mi gloriarme, sino en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gal. 6:14). No hay

cabida para jactarse. La salvación es sólo por gracia. Pero esto también significa que

cualquier terreno para la desesperación ha sido removido. ¡El Dios eterno y fiel nunca

fallará! ¡Gloria sea a Él, de quien, por quien y para quien son todas las cosas!

 

Esta no es mi palabra, es el bendito Evangelio de Jesucristo.

***

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La Teología de la Reforma

“La Elección Divina”

Por Alexander León J.

Apartado 11579-1000 San José, Costa Rica

[email protected]

 ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿ó quién fue su consejero? ¿O quién le dio á él primero, para que le sea pagado? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas. A él sea gloria por siglos. Amén.  (Epístola de San Pablo a los Romanos 11: 33-36)

 Para empezar asumimos la aceptación de la Biblia como la Palabra infalible de Dios y afirmamos por lo tanto su superioridad con respecto a los razonamientos humanos.

 Antes de empezar este estudio bíblico, es necesario hacer algunas observaciones: 

No rechacemos ninguna doctrina bíblica simplemente porque no la hayamos comprendido bien. Somos seres finitos que estamos limitados por el tiempo y el espacio, pero aun así, estamos llamados a conocer al Dios infinito y Todopoderoso que revela su amor en Jesucristo conforme a las Escrituras.

Estudiemos el tema con calma y pidiendo la sabiduría necesaria para que Dios nos ilumine con su Santo Espíritu. (Sería bueno en este momento orar)

La importancia de la comprensión de esta doctrina radica en las consecuencias de una correcta actitud del hombre hacia Dios. El hombre debe ser humilde y agradecido por el don de la Salvación en vez de pensar que él mismo es el autor de su fe y por lo tanto de su salvación.

Veremos que la comprensión adecuada de esta doctrina debe producir cristianos más agradecidos y dispuestos a servir al Señor de corazón llevando su evangelio a toda criatura.

La Biblia nos revela que por el delito de Adán, él y su descendencia entraron en un estado de enemistad con Dios que le acarreó la condenación a todos los hombres. (“... por un delito vino la culpa á todos los hombres para condenación” Romanos 5:18), y según lo afirma San Pablo, la humanidad entera cayó en un estado de enemistad contra Dios que solo se supera por medio de Jesucristo: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” Romanos 5:10.

La historia bíblica nos muestra que desde la caída de Adán, todos los hombres con muy pocas excepciones, siguieron su propio camino, apartados de Dios. Porque como consecuencia del pecado esto es lo que el ser humano hace por naturaleza, vivir apartado de Dios y Dios mismo lo confirma: “Jehovah vio que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y que toda tendencia de los pensamientos de su corazón era de continuo sólo al mal.” Génesis 6:5

Sin embargo, Dios quiso llamar a un hombre llamado Abraham con el cual ratifica un pacto perpetuo. Dios prometió que de la descendencia de este hombre formaría un pueblo al cual Dios tomaría como suyo. Este pueblo apartado inicialmente fue Israel, las demás naciones fueron dejadas en sus propios caminos para recibir la justa retribución de sus actos. Luego Dios mostró su misericordia cuando por medio de Jesucristo se

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propuso cumplir la promesa hecha a Abraham de bendecir a todas las naciones. De manera que los escogidos de Dios no son los descendientes de Abraham según la carne, sino todos los que por la fe en Cristo han alcanzado la promesa.: “... sino más bien, es judío el que lo es en lo íntimo, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu y no en la letra. La alabanza del tal no proviene de los hombres, sino de Dios. Romanos 2:29 

Como vemos esto no proviene de los hombres, no es algo heredado, sino que viene directamente de Dios.

Esto nos muestra que la Elección de los Santos es la manifestación de la misericordia de Dios, por medio de la cual, El determinó rescatar a una multitud de personas de todas las tribus, naciones y lenguas para que fueran su pueblo y El su Dios. Esta promesa se escucha en toda la Biblia desde el primer libro Génesis 17:7 cuando Dios dijo a Abraham, nuestro padre: “Yo establezco mi pacto como pacto perpetuo entre yo y tú,...,para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti.” hasta el último libro Apocalipsis 21:3 : “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos.”

Uno de los grandes problemas que las personas encuentran en la doctrina de la Elección es que la analizan desde el punto de vista de los que no creen en el evangelio, es decir de los que van a la perdición. Aquí hay un gran peligro de engaño, pues el hombre en vez de agradecer humildemente la invitación que se le hace al arrepentimiento y a recibir la Gracia de Dios, se rebela contra el Soberano Dios y pretende cuestionarle con respecto a sus designios y hasta reclamarle dudando si los que no reciben el evangelio merecen la condenación por su pecado o si Dios los envía hacia ella.

En este punto hay que volver al principio de la doctrina del pecado. No hay injusticia alguna en Dios. Lo que todos los hombres merecemos es la justa condenación del infierno. Primero, porque Adán (representante del primer pacto de Dios con el hombre) falló y por lo tanto acarreó condenación a todos; y también porque está claramente expuesto en la Biblia que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Romanos 3:23. Adán no fue echado del paraíso después de desobedecer muchas veces, sino que una sola fue su desobediencia!. Esto nos debe ayudar a entender, la forma en que Dios aborrece el pecado, a tal punto que un solo pecado acarrea condenación! Comprendamos entonces de una vez, que todos merecemos la condenación, pero que Dios mostró su misericordia justificando a los que creen en Jesús.

Cuando un juez perdona a un reo, que es digno de la condena, NO es injusto con los demás reos, sino que esto debe verse como una grandísima misericordia mostrada para con el reo que ha sido absuelto. Los creyentes somos reos absueltos.

Esta es la forma como los creyentes debemos analizar la elección de Dios para Salvación. La Biblia dice que Dios ha elegido, sin hacer acepción de personas, los salvados claman en el Apocalipsis: “porque tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” Apocalipsis 5:9

Los que creemos que la salvación es por pura Gracia de Dios y no por obras debemos entender que Dios eligió a los santos, no porque en su omnisciencia o su presciencia haya visto algo bueno en los que habían de ser creyentes, sino por su inmensa misericordia y su soberana voluntad. No hay una razón comprensible para que los que hemos creído al evangelio hayamos sido beneficiados con este don... y al reconocer esto

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con humildad, ¿NO PRODUCE ESTO EN NOSOTROS EL MÁS GRANDE AGRADECIMIENTO A NUESTRO PADRE Y LA MÁS PROFUNDA DEVOCIÓN PARA SEGUIR A CRISTO Y PROCLAMAR SU EVANGELIO?

El ejemplo que da San Pablo en la elección de Jacob y la reprobación de Esaú es muy claro aunque más duro de lo que algunos pueden aceptar:

“Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme á la elección, no por las obras sino por el que llama, permaneciese;” Romanos 9:11

Ni siquiera podemos decir que Dios ha previsto la fe que tendrían los escogidos porque esto sería como decir que Dios nos escogió porque sabía que nosotros lo íbamos a escoger a El. Pero lo que el apóstol Juan dice es que “nosotros le amamos porque El nos amó primero” I Juan 4:9 y en otra parte dijo Jesús: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” Juan 15:16 .

Así podemos entonces decir con toda libertad y sin temor a contradicción alguna que: somos salvos por gracia, por medio de la fe y esto no de nosotros, sino que fue un don que Dios nos concedió, y que este don no nos fue concedido por causa de alguna cosa que hayamos hecho ni antes ni después, sino por misericordia y para la gloria de Dios.

Habiendo entendido que el hombre por sí mismo nunca buscaría a Dios, ya que su inclinación natural es hacia el mal y que es enemigo de Dios por herencia y por decisión, entonces vemos que el milagro ocurrido en nuestro corazón para que pudiéramos venir a Dios en arrepentimiento y Fe en Jesucristo, es el cumplimiento del beneplácito y misericordia de Dios.

Debemos reconocer que esto es un misterio, como lo llama San Pablo, ya que es un hecho que el hombre debe tener fe y arrepentirse para ser salvo; y nadie podrá ser salvo si no viene a Jesucristo. El hombre debe venir a Cristo y ningún creyente puede decir que Dios lo ha obligado a nada, más bien somos llamados amorosamente. Pero aun así, debemos reconocer que lo que ha ocurrido es que Dios ha hecho un milagro en nuestro corazón para que pudiéramos venir a El en arrepentimiento puesto que el mismo hecho del arrepentimiento es algo que Dios nos ha concedido.

Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron á Dios, diciendo: De manera que también á los Gentiles ha dado (concedido) Dios arrepentimiento para vida! Hechos 11:18

A este misterio le llamamos la “regeneración”. Aunque algunas veces esta palabra se interpreta erróneamente, creyendo que regeneración es cuando alguien “se reforma”, Regeneración es el milagro en el cual Dios da vida a los muertos. Éramos muertos espirituales y por lo tanto, ciegos y sordos, pero El nos dio vida primeramente y entonces nuestros sentidos espirituales son habilitados para “oír” la Palabra de Dios y venir a Cristo y ser salvos.

Si analizamos detenidamente esta situación, veremos que hay otros muchos a los que se ha predicado el evangelio, pero que su corazón no ha sido abierto a Cristo. ¿Será porque nosotros fuimos más buenos que ellos? ¿Será porque nosotros somos más sensibles? ¿O será porque Dios en su Soberanía incomprensible quiso mostrar su misericordia a nosotros?  San Pablo dice:

¿Qué pues? ¿Somos mejores que ellos? En ninguna manera: porque ya hemos acusado á Judíos y á Gentiles, que todos están debajo de pecado. Romanos 3:9

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Y Jesucristo dijo:

Nadie puede venir a mí, a menos que el Padre que me envió lo traiga; y yo lo resucitaré en el día final. (Juan 6:44)

Y luego Jesús les dice a los incrédulos: “Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho.” (Juan 10:26).

No nos avergoncemos de llamarnos los elegidos de Dios , pero tampoco nos sintamos soberbios ya que que fuimos elegidos por gracia y no por obras .

Algunos desechan esta forma de entender la Elección Divina porque piensan que: O creemos en la Soberanía de Dios O creemos en la Responsabilidad del hombre. El hombre natural piensa que si la Salvación es por elección, entonces los hombres no son responsables, pero esto es una mentira. Ambas cosas son igualmente verdaderas y ambas están enseñadas en las Escrituras, Dios es Soberano y a la vez el hombre es responsable. Si no lo podemos comprender plenamente, el problema está en nuestra mente finita e incapaz de asimilar los misterios de Dios, pero no es porque sea una contradicción.

Esto mismo ocurre cuando pensamos en el pasaje cuando Pedro hablando de Cristo dice:

A éste, entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y matasteis por manos de los inicuos, crucificándole; Hechos 2:23

Según esto, Cristo fue entregado en manos de los hombres para ser muerto porque Dios Padre así lo había determinado, pero entonces alguno dirá: ¿qué culpa tienen los que mataron a Jesús, si esto estaba determinado? Hablar así es no tener sabiduría. Dios en su omnipotencia y soberanía tiene control de todas las cosas y aun así jamaz es culpable del pecado en ninguna manera. Si nos cuesta entender esto, es precisamente para que reconozcamos nuestra incapacidad como seres humanos de comprender los infinitos designios divinos. Esta debería ser una causa más para postrarnos a los pies del Dios Eterno, al reconocer lo pequeños que somos.

En cuanto a la predicación del Evangelio, los que hemos recibido la gracia de Dios tenemos el mandamiento de anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Y esto lo haremos entonces, sabiendo que la obra no es nuestra sino de Dios, y que El ha concedido este privilegio a Su iglesia, de que seamos colaboradores de Dios en el llamamiento de los pecadores. Por esta razón predicamos a toda criatura, porque tenemos la seguridad de que cuando la semilla caiga en buena tierra, es porque Dios ha abierto el corazón del pecador a la Verdad.

Los evangelistas que hayan comprendido esta hermosa verdad, sabrán que sus esfuerzos en la predicación del evangelio no son en vano, puesto que el Espíritu Santo es el que abre los corazones y entonces ya no se depende de la pericia del hombre. Veamos lo que dice la Escritura:

Entonces una mujer llamada Lidia, que vendía púrpura en la ciudad de Tiatira, temerosa

de Dios, estaba oyendo; el corazón de la cual abrió el Señor para que estuviese atenta á

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lo que Pablo decía. Hechos 16:14

Y los Gentiles oyendo esto, fueron gozosos, y glorificaban la palabra del Señor: y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Hechos 13:48

Precisamente uno de los problemas en los que ha caído el Evangelismo, es que los hombres han dejado de creer que la obra es de Dios y por eso no predican el Evangelio en su sencillez original, sino que han inventado métodos y nuevas formas para hacer que el Evangelio parezca atractivo para el mundo. También es por esto que las iglesias van cambiando la forma del culto y van introduciendo numerosas prácticas de invención humana con el fin de llamar la atención y de hacer del Cristianismo algo más agradable. Cuando entendamos de una vez que fuimos encomendados a predicar solamente la gracia de Dios por medio del evangelio, a anunciar el amor de Dios que salva al más vil pecador que venga a Cristo arrepentido, entonces entenderemos también que solamente somos anunciadores, y que los que son de Cristo, definitivamente vendrán a El, entonces gozaremos de gran bendición y no sentiremos frustración ni angustia cuando realizamos la gran comisión.

Es un hecho que no todos los hijos de Dios tienen la misma comprensión con respecto a este tema, pero algo que es inaceptable es no tener una posición al respecto, si se menciona tan frecuentemente en las Escrituras, de lo cual, doy una pequeña muestra:

Efesios 1: 4 “Según NOS ESCOGIÓ en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor;”

Mateo 24:22 " Y si aquellos días no fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas por causa de LOS ESCOGIDOS, aquellos días serán acortados "

Mateo 24:24 ". . de tal manera que engañarán, si fuera posible, aun á los ESCOGIDOS. "

Mateo 24:31 ". . . y juntarán SUS ESCOGIDOS de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro”

Marcos 22, 27 Y entonces enviará sus ángeles, y juntará SUS ESCOGIDOS de los cuatro vientos, desde el cabo de la tierra hasta el cabo del cielo.

Lucas 18:7  ¿Y Dios no hará justicia Á SUS ESCOGIDOS, que claman á él día y noche, aunque sea longánime acerca de ellos? '

Romanos 8.28-33 " ¿Quién acusará á LOS ESCOGIDOS DE DIOS? Dios es el que justifica. "

Romanos 9:11 " Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme á LA ELECCIÓN, no por las obras sino por el que llama, permaneciese"

Romanos 11:5, 7 " Así también, aun en este tiempo ha quedado un remanente ELEGIDO POR GRACIA. ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel aquello no ha alcanzado; mas LOS ELEGIDOS lo han alcanzado: y los demás fueron endurecidos "

Romanos 11:28 ". . . mas cuanto á LA ELECCIÓN, son muy amados por causa de los padres. "

Col. 3.12 " Vestíos pues, como ESCOGIDOS DE DIOS, santos y amados... "

I Tes. 1:4 " Conociendo, hermanos amados de Dios, vuestra ELECCIÓN: "

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II Tes. 2:13 “Mas nosotros debemos dar siempre gracias á Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación.. "

II Tim. 2:10 " Por tanto, todo lo sufro por amor de LOS ESCOGIDOS, para que ellos también consigan la salud que es en Cristo Jesús con gloria eterna. "

Tito 1 ". . . según la fe de los ESCOGIDOS DE DIOS. . . "

II Pedro 1:10 ". . . procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y ELECCIÓN”

Apocalipsis 17:14 “porque es el Señor de los señores, y el Rey de los reyes: y los que están con él son llamados, y elegidos, y fieles.”

¡Qué maravilla comprender esta hermosa doctrina!

Los santos somos elegidos por Dios Por causa de esta elección pudimos creer en el Evangelio y ser salvos. La gran misericordia de Dios que nos alcanzó sin que lo mereciéramos, por lo

tanto procuramos vivir sirviendo a Dios La predicación del Evangelio siempre tendrá resultados efectivos, al entender que

la obra no es del hombre sino de Dios

El apóstol Pablo asegura:

Porque á los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes á la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos; Y á los que predestinó, á éstos también llamó; y á los que llamó, á éstos también justificó; y á los que justificó, á éstos también glorificó. Romanos 8:29

¿Duda usted de ser un escogido de Dios?

Hay una garantía maravillosa en el evangelio: Todo lo que el Padre me da, vendrá á mí; y al que á mí viene, no le hecho fuera. Juan 6:37

¿Ha venido usted a Cristo para ser salvo? Si no es así, venga a El, y se dará cuenta de que aunque al principio le parecía que usted fue el que buscó a Dios pronto sabrá en su corazón que realmente es Cristo quien lo ha llamado, porque usted es una de sus ovejas.

¿Sigue teniendo dudas con respecto al por qué nos escogió Dios?

¿Se ha preguntado alguna vez cuál ha sido la fuerza oculta detrás del pueblo hebreo que ha pasado por tantas tragedias en la historia? Pues la respuesta es que ellos se sienten especiales. Como usted y yo si somos creyentes nos debemos sentir privilegiados y especiales.  ¿Sabía usted que todo lo que Dios dijo a Israel tiene un profundo significado espiritual? San Pablo dice que no son judíos los que lo son en la carne sino en el corazón. Nosotros somos el Israel de Dios.

Porque tú eres pueblo santo á Jehová tu Dios: Jehová tu Dios te ha escogido para serle

un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de la tierra.

No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos de todos los pueblos:

Sino porque Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró á vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano fuerte, y os ha rescatado de casa de siervos, de la mano de Faraón, rey de Egipto. Deuteronomio 7: 6-8

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Y por cuanto él amó á tus padres, escogió su simiente después de ellos, y sacóte delante de sí de Egipto con su gran poder; Deuteronomio 4:37

Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su simiente después de ellos, á vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día. Deuteronomio 10:15

¡Es una gran Verdad y es maravillosa! ¡Dios nos ha escogido para Salvación!!!!

Esta es la mayor prueba de que los que son de Cristo no se pueden perder jamás!

Dios escogió a Abraham y su pacto es perpetuo, los creyentes somos simiente de Abraham por la fe en Jesús! El Israel carnal invalidó el pacto, pero la promesa miraba hacia nosotros:

“Y haré con ellos pacto eterno, que no tornaré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. Jeremías 32:40

Este versículo es muy claro pero podemos repetirlo parafraseado: Dios promete hacer con Su Pueblo un Pacto Eterno, y como en el hombre no se puede confiar, Dios será el que se encarga de cumplirlo, porque no permitirá que este pacto sea invalidado. El mismo, por medio de Su Espíritu Santo hace la obra en el corazón de su hijos para que entiendan Su Ley y vivan de acuerdo a ella y por este amor derramado en los corazones de los fieles, ellos, aunque débiles e incapaces en sí mismos, no se apartarán de forma definitiva de El, sino que son preservados por Su poder para Salvación.

Además dice Jesucristo afirma:

Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de todo lo que me ha dado, sino que lo resucite en el día final.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que mira al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el día final. (Juan 6:39-40)

Y afirmamos con toda confianza que Jesucristo nunca quebrantaría la voluntad del Padre! Ni uno solo de los elegidos se perderá jamás.

No falta quien en su soberbia afirme que si esto fuera cierto, entonces habría quienes, aunque desearan amar a Dios, no se salvarían por no ser elegidos, pero este razonamiento es completamente falso, porque si algún ser humano desea sinceramente amar a Dios, esto lo puede sentir únicamente por obra del Espíritu Santo, ya que de lo contrario nunca tendría deseo verdadero de agradar a Dios.

Todo aquel que tenga sed espiritual está llamado a beber de la fuente de vida. En el último capítulo de la Biblia dice: “El Espíritu y la esposa dicen: "¡Ven!" El que oye diga: "¡Ven!" El que tiene sed, venga. El que quiere, tome del agua de vida gratuitamente.” Apocalipsis 22:17

Y cuando alguien ha venido a Cristo y sus pecados han sido lavados por su sangre, entonces puede sentirse uno de aquellos a los cuales el apóstol Pablo dice:

Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios OS HAYA ESCOGIDO DESDE EL PRINCIPIO PARA SALVACIÓN, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad.  2 Tesalonicenses 2:13

POR LO CUAL AFIRMEMOS CON EL APOSTOL PABLO

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...Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas. A él sea gloria por siglos. Amén.  (Romanos 11: 36)

Un Solo Evangelio

Por Ward Fenley

Han llegado a suponerse muchas cosas en cuanto a lo que llaman "el pequeño cielo de Ward". Espero que pueda aclarar algunas cosas no solo para los que han confiado en el Cristo verdadero, sino también para aquellos que son Sus enemigos.

El cristianismo de muchos se pone a prueba cuando se les confronta con alguna de las doctrinas esenciales como, por ejemplo, la salvación por gracia. La mayoría de nosotros creemos que la Deidad de Jesús, el Nacimiento Virginal, la Resurrección de Cristo, etc., son doctrinas cardinales . Sin embargo, cuando se trata de la Salvación por Gracia Sola (sola gratia), muchos pierden sus convicciones sobre lo que es fundamental.

Primero, debo aclarar qué significa la palabra "esencial". Por esencial no considero que la creencia en el Nacimiento Virginal puede llevar a una persona al cielo. Sin embargo, cuando se le confronta con la Escritura sobre una doctrinal crucial, ¿cuál es su reacción? ¿Se opone vehementemente a la doctrina? Jesús habló claramente sobre esto:

Jn.8:31: Por tanto, Jesús decía a los judíos que habían creído en él: --Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

Observen que Cristo hablaba a aquellos Judíos que "habían creído en él".

No obstante, éstos, en el mismo contexto, respondieron así:

Jn.8:41: Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: --Nosotros no hemos nacido de fornicación. Tenemos un solo padre, Dios.

Los judíos negaron que habían nacido pecadores. Negaron su depravación. Este es un ejemplo de una doctrina esencial. Y, ¿cuál fue la respuesta de Jesús?:

Jn.8:43: ¿Por qué no comprendéis lo que digo? Porque no podéis oír mi palabra.

¡Y se suponía que estos Judíos eran creyentes! La audiencia de Jesús sigue siendo la misma en el contexto. Su fe era como la de Simón el hechicero:

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Hch.8:13: Aun Simón mismo creyó, y una vez bautizado él acompañaba a Felipe; y viendo las señales y grandes maravillas que se hacían, estaba atónito.

Pero, ¿qué dijo Pedro cuando Simon quiso comprar el poder del Espíritu Santo?

Hch.8:20-23: Entonces Pedro le dijo: --¡Tu dinero perezca contigo, porque has pensado obtener por dinero el don de Dios! (21) Tú no tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. (22) Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; (23) porque veo que estás destinado a hiel de amargura y a cadenas de maldad.

No puedo creer que esta descripción corresponda a la de un verdadero creyente en Jesucristo. Hasta el escritor de Hebreos parece haber hecho una distinción entre la fe y la fe que salva:

Heb.10:38-39: Pero mi justo vivirá por fe; y si se vuelve atrás, no agradará a mi alma. (39) Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma.

¿Estaba diciendo que ellos podían perder su salvación? Ciertamente, no:

1ª Jn.2:19: Salieron de entre nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron, para que fuera evidente que no todos eran de nosotros.

Si hubieran sido verdaderamente Cristianos, entonces habrían seguido creyendo porque la fe no la genera el hombre sino Dios:

Heb.12:2: puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía por delante sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.

Muchos discípulos seguían a Jesús además de los doce. Pero Jesús añadió una palabra que hizo que se apartaran:

Jn.6:65-55: y decía: --Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre. (66) Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.

¿Por qué se volvieron atrás? Había dos razones: La primera, porque Cristo les dijo que debían comer Su carne y beber Su sangre para que tuvieran la vida eterna. La segunda, porque Jesús les dijo que no podían venir a él a menos que el Padre les diera la fe. Juan el Bautista y Jesús hicieron de esta enseñanza una doctrina esencial:

Jn.3:27: Respondió Juan y dijo: --Ningún hombre puede recibir nada a menos que le haya sido dado del cielo.

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Jn.6:37: Todo lo que el Padre me da vendrá a mí; y al que a mí viene, jamás lo echaré fuera.

Jn.6:44: Nadie puede venir a mí, a menos que el Padre que me envió lo traiga; y yo lo resucitaré en el día final.

Esta doctrina molesta a aquellos que tienen su fe centrada en el hombre. Así cuando alguien insiste que su fe es el producto de su libre albedrío, ¿está a la vez reconociendo la gracia y el don de Dios?

Jn.1:12-13: Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios, (13) los cuales nacieron no de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios.

Rom.9:16: Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.

Me parece que Dios se esfuerza en enseñarnos algo que es "muy esencial".

La pregunta es: ¿es esto esencial, como un requisito previo a la salvación, o es un fruto de la salvación? Por "salvación" me refiero a los que están bajo el Nuevo Pacto. Bueno, hay una cosa de la cual no se puede dudar: Si alguien corre al altar de una iglesia evangélica pensando que la decisión que ha tomado proviene de su propio poder y que Dios tiene que aceptarle a causa del ejercicio de su propio libre albedrío, entonces esa persona nunca fue convencida de pecado: La Biblia habla claro:

Rom.3:10-11: como está escrito: No hay justo ni aun uno; (11) no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios.

Una persona que ha sido convencida de pecado admite que no tiene esperanza en nada que hayan hecho:

Jn.9:39-41: Y dijo Jesús: --Para juicio yo he venido a este mundo; para que vean los que no ven, y los que ven sean cegados. (40) Al oír esto, algunos de los fariseos que estaban con él le dijeron: --¿Acaso somos nosotros también ciegos? (41) Les dijo Jesús: --Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora porque decís: "Vemos", vuestro pecado permanece.

Hay quienes creen que cuando se predica el Evangelio y alguno lo acepta y otro lo rechaza, la diferencia entre haberlo recibido o rechazado radica en el libre albedrío. Libremente se recibe y libremente se rechaza. Los que sostienen tal idea no han entrado por las puertas de la ciudad. ¿Por qué?

Apoc.21:27: Jamás entrará en ella cosa impura o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Pablo enfatiza esta verdad en:

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1ª Cor.1:28-31: Dios ha elegido lo vil del mundo y lo menospreciado; lo que no es, para deshacer lo que es, (29) a fin de que nadie se jacte delante de Dios. (30) Por él estáis vosotros en Cristo Jesús, a quien Dios hizo para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención;(31) para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.

Observen que Pablo dijo: "por él están ustedes en Cristo Jesús". No estamos en Cristo Jesús a causa de nuestro libre albedrío, porque tal cosa no existe.

Jn.8:34: Jesús les respondió: --De cierto, de cierto os digo que todo aquel que practica el pecado es esclavo del pecado.

Es imprescindible que Cristo nos dé ojos para ver, oídos para oír y un corazón para percibir:

Deut.29:4: Pero hasta el día de hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír.

Dios solamente hace esto con sus escogidos basándose en nada que ellos hayan hecho:

Mat.11:25-27: En aquel tiempo Jesús respondió y dijo: "Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. (26) Sí, Padre, porque así te agradó. (27) "Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre. Nadie conoce bien al Hijo, sino el Padre. Nadie conoce bien al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

Jn.5:21: Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.

Si se basa estrictamente en el beneplácito de su voluntad. Entonces, ¿por qué creemos?

Hch.13:48: Al oír esto, los gentiles se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron cuantos estaban designados para la vida eterna.

Creemos porque Dios así lo ha ordenado desde la fundación del mundo. Si atribuimos nuestro creer al ejercicio de nuestro libre albedrío, entonces nunca hemos confiado en Cristo porque "nadie se jactará en su presencia". Pablo enfatiza este hecho:

1ª Cor.4:7: Pues, ¿quién te concede alguna distinción? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?

Entonces, ¿por qué creen unos y otros no? ¿Por razón de la decisión de su libre albedrío? No, porque la Biblia dice "¿quién te CONCEDE alguna distinción?". Si nos

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gloriamos en nuestra propia decisión por el ejercicio de nuestro libre albedrío entonces nos estamos gloriando en ello, pero no en su presencia:

1ª Cor.1:29: a fin de que nadie se jacte delante de Dios.

Sé que hay muchos preteristas que son miembros de la Iglesia de Cristo o que mantienen la doctrina de la regeneración bautismal. La carta a los Gálatas tiene que ver básicamente con un enorme problema que confrontó a la iglesia primitiva y que confronta a la iglesia de hoy. Este problema consiste en la convicción de que tenemos que añadir algo de nosotros a Cristo para poder salvarnos o para mantenernos salvos. Lo que vemos es que Pablo generalmente se dirigió a toda la iglesia como a hermanos:

Gál.1:4: quien se dio a sí mismo por nuestros pecados. De este modo nos libró de la presente época malvada, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre,

Atendamos a lo que Pablo dice: "quien se dio a sí mismo por NUESTROS pecados". Con todo, Pablo sobrentiende que en la iglesia hay individuos que creen en Cristo y en sus obras. Y, ¿cómo se dirige Pablo a este tipo de personas?

Gál.3:1-3: ¡Oh gálatas insensatos, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado como crucificado! ¿Quién os hechizó? (2) Sólo esto quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por haber oído con fe? (3) ¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado en el Espíritu, ¿ahora terminaréis en la carne?

Así estas personas proclamaban a Cristo más sus obras, es decir, a Cristo más la circuncisión en carne. Y, ¿cómo describe Pablo el estado de estas personas?

Gál.3:10: Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas.

Y en cuanto a la regeneración bautismal, es lo mismo. Esa doctrina pregona que Cristo más un ritual libran a una persona de sus pecados. Por eso, los de la Iglesia de Cristo que mantienen esta doctrina están bajo la maldición de la ley. Admito, sin embargo, que puede haber algunos en la Iglesia de Cristo que no crean en esta doctrina y que confíen solo en Cristo para salvarse. Y una vez que sean confrontados con la verdad, verán el peligro y la apostasía de la Iglesia de Cristo y la dejarán:

Jn.10:1-5: "De cierto, de cierto os digo que el que no entra al redil de las ovejas por la puerta, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y asaltante. (2) Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. (3) A él le abre el portero, y las ovejas oyen su voz. A sus ovejas las llama por nombre y las conduce afuera.(4) Y cuando saca fuera a todas las suyas, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. (5) Pero al extraño jamás seguirán; más bien, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños."

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Tratar de llegar al cielo por medio de Cristo y el bautismo o la circuncisión es lo mismo que unirse a los judaizantes y demuestra que se está bajo la maldición:

Gál.1:6-12: El que recibe instrucción en la palabra comparta toda cosa buena con quien le instruye. (7) No os engañéis; Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre siembre, eso mismo cosechará. (8) Porque el que siembra para su carne, de la carne cosechará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. (9) No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no desmayamos. (10) Por lo tanto, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe. (11) Mirad con cuán grandes letras os escribo con mi propia mano. (12) Aquellos que quieren tener el visto bueno en la carne os obligan a ser circuncidados, solamente para no ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo.

Venir a Cristo y creer en el nacimiento virginal son doctrinas esenciales muy diferentes. Lo primero es un don que se da para que uno pueda ver su pecaminosidad total, arrepentirse de su auto-justicia y confiar solo en Cristo. Lo otro es el resultado de haber confiado en Cristo.

Por esto Cristo dijo:

Jn.8:51: Por tanto, Jesús decía a los judíos que habían creído en él: --Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

Los que dicen que han confiado en Cristo pero niegan lo que Su Palabra enseña tocante a la verdad del don de la fe, la inhabilidad del hombre para creer sin Cristo, y la salvación por la Gracia sola, manifiestan características de una persona no regenerada. Los que hacen necesario un ritual para la salvación están bajo maldición. Estas son las personas que debemos animar a que se examinen para ver si en realidad están en la fe:

2ª Cor.13:5: Examinaos a vosotros mismos para ver si estáis firmes en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no conocéis en cuanto a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que ya estéis reprobados?

2ª Ped.1:10: Por eso, hermanos, procurad aun con mayor empeño hacer firme vuestro llamamiento y elección, porque haciendo estas cosas no tropezaréis jamás.

Los que son de Cristo se entregarán a la doctrina gloriosa de la salvación por la gracia sola. Cuando la verdad les llega la reconocerán. Si la niegan y le añaden un ritual, el libre albedrío o cualquier otra cosa, entonces no debemos aceptarles como personas sabias. Y no estamos añadiendo nada a la Escritura cuando los cuestionamos. Siempre será un proceder correcto instarles a que se examinen advirtiéndoles con la Escritura y no con un despliegue de palabras condenatorias basadas en las emociones. La palabra convencerá hasta donde Dios quiere que convenza:

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Isa.55:11: así será mi palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para lo cual la envié.

Si Dios quiere que la palabra prospere, entonces prosperará. Si Dios quiere que condene, condenará:

2ª Cor.2:14-17: Pero gracias a Dios, que hace que siempre triunfemos en Cristo y que manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento por medio de nosotros. (15) Porque para Dios somos olor fragante de Cristo en los que se salvan y en los que se pierden. (16) A los unos, olor de muerte para muerte; mientras que a los otros, olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? (17) Porque no somos, como muchos, traficantes de la palabra de Dios; más bien, con sinceridad y como de parte de Dios, hablamos delante de Dios en Cristo.

Ahora, para clarificar: ¿Qué de una persona que no cree de inmediato, pero demuestra estar abierta y dispuesta a escuchar? Continuamos hablándole la verdad. Si empieza a negar y deja ver un espíritu de oposición a la verdad, entonces es tiempo de advertirle. Si muestra signos de gentileza y sumisión a la palabra de Dios, entonces continuamos presentándole la Gracia hasta que Dios haga que se entregue a la salvación por Gracia. Solo entonces tenemos la libertad de afirmarles como hermanos o hermanas. Aún Judas y Pablo hablaron de diferentes maneras de hacer esto. Pero esto no quiere decir que debemos suavizar el mensaje. Es solo una adaptación a su cultura o manera de hablar, con el propósito de darles el mensaje:

1ª Cor.9:19-22: A pesar de ser libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a más. (20) Para los judíos me hice judío, a fin de ganar a los judíos. Aunque yo mismo no estoy bajo la ley, para los que están bajo la ley me hice como bajo la ley, a fin de ganar a los que están bajo la ley. (21) A los que están sin la ley, me hice como si yo estuviera sin la ley (no estando yo sin la ley de Dios, sino en la ley de Cristo), a fin de ganar a los que no están bajo la ley. (22) Me hice débil para los débiles, a fin de ganar a los débiles. A todos he llegado a ser todo, para que de todos modos salve a algunos.

Jud.22-23: De algunos que vacilan tened misericordia; (23) a otros haced salvos, arrebatándolos del fuego; y a otros tenedles misericordia, pero con cautela, odiando hasta la ropa contaminada por su carne.

Obviamente debemos ejercer gran discernimiento, no haciéndonos jueces, sino estableciendo lo que es verdad e identificando el error:

1ª Jn.4:5-8: Ellos son del mundo; por eso, lo que hablan es del mundo, y el mundo los oye. (6) Nosotros somos de Dios, y el que conoce a Dios nos oye; y el que no es de Dios no nos oye. En esto conocemos el Espíritu de verdad y el espíritu de error. (7) Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. (8) El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

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Hay quienes me acusan de no mostrar amor. Pero, ¿qué es una verdadera prueba de amor? ¿No es avisar a otros de la ira del Dios todopoderoso? ¿Acaso es amor y bondad ver a una persona morir en sus pecados y no advertirle de los horrores del lago de fuego? ¿Hizo mal Pablo en advertir a una iglesia por más de 3 años?

Hch.20:31-32: Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar con lágrimas a cada uno. (32) "Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar y para dar herencia entre todos los santificados.

Y, ¿no he demostrado bondad?

Sal.141:5: Que el justo me castigue y me reprenda será un favor. Pero que el aceite del impío no embellezca mi cabeza, pues mi oración será continuamente contra sus maldades.

Lev.19:17: "'No aborrecerás en tu corazón a tu hermano. Ciertamente amonestarás a tu prójimo, para que no cargues con pecado a causa de él.

 

Eze.33:7-9: "A ti, oh hijo de hombre, te he puesto como centinela para la casa de Israel. Oirás, pues, la palabra de mi boca y les advertirás de mi parte. (8) Si yo digo al impío: 'Impío, morirás irremisiblemente', y tú no hablas para advertir al impío de su camino, el impío morirá por su pecado; pero yo demandaré su sangre de tu mano. (9) Pero si tú adviertes al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se aparta de su camino, él morirá por su pecado; pero tú habrás librado tu vida.

Eze.33:13: Si digo al justo: 'Ciertamente vivirás', y confiando en su justicia él hace iniquidad, no será recordada ninguna de sus obras de justicia, sino que morirá por la iniquidad que hizo.

Hay solamente un Evangelio: el de la Gracia por medio de la fe , el don de Dios. Hay una sola cruz, la que salva. Cualquiera otra que deja a la gente en el infierno no es la cruz de Cristo. Por eso, la propiciación universal es una cruz falsa y un Cristo falso. Son otro evangelio. Cualquier evangelio que enseña que el Padre eligió a su pueblo porque sabía de antemano la decisión que tomarían, es otro evangelio. Si Dios basó sus decisiones electivas en lo que sabía de antemano que los elegidos harían, entonces la salvación es por obras. No hay diferencia entre obras y albedrío si se cree que ambos no son causados por Dios.

A la luz de las Escrituras aquí presentadas, debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Es el libre albedrío otro evangelio? Si la respuesta es negativa, entonces ¿por qué no lo creemos? Pero si nuestra respuesta es positiva, entonces ¿cómo justificamos el no avisar con urgencia a los hombres que afirman el libre albedrío aún después de haberles presentado la verdad de las Escrituras? ¿Es la regeneración bautismal otro evangelio? Si no, entonces ¿por qué no lo creemos? Pero si es cierto que es otro evangelio, entonces ¿por qué no advertimos del peligro

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a los miembros de la Iglesia de Cristo, a los Católicos Romanos, los de la Iglesia Pentecostal Unida (Jesús Solo), etc..? Y, ¿qué de la redención universal? ¿Deja la verdadera Cruz de Cristo a la gente en el infierno, aquellos cuya pena por el pecado ya fue pagada? Si es así, entonces ¿por qué no lo creemos también? Pero si ésta no es la verdadera cruz de Cristo, entonces tampoco éste es el verdadero Evangelio.

2ª Cor.11:4: Porque si alguien viene predicando a otro Jesús al cual no hemos predicado, o si recibís otro espíritu que no habíais recibido, u otro evangelio que no habíais aceptado, ¡qué bien lo toleráis!

Solamente hay una cruz y un Evangelio. Y este Evangelio es eficaz:

1ª Cor.1:18: Porque para los que se pierden, el mensaje de la cruz es locura; pero para nosotros que somos salvos, es poder de Dios.

¿Por qué son tan atractivos el evangelio, la cruz y el jesús de la propiciación universal? Porque deja todo en las manos del hombre. Los hombres aman esta doctrina porque les permite tener parte en su redención.

¿Por qué son tan repulsivos el Evangelio, la Cruz y el Jesús de la propiciación particular y eficaz? Porque no deja lugar al poder y la gloria del hombre. Arrasa con el ídolo del libre albedrío. Asegura que hay ciertas personas que nunca entrarán al cielo porque esta propiciación no fue hecha por ellas. Aplasta la gloria y la habilidad del hombre.

 

Jer.17:5: Así ha dicho Jehovah: "Maldito el hombre que confía en el hombre, que se apoya en lo humano y cuyo corazón se aparta de Jehovah.

Gál.6:14: Pero lejos esté de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo.

Gracias por su tiempo. Si aquí no he seguido con lo que he escrito en otros artículos previos a éste, por favor perdóneme Pero si lo he hecho, entonces le apremio a que considere su posición. ¿Se encuentra en una situación comprometida como creyente en la Gracia? O, ¿está todavía confiando en la decisión de su libre albedrío o en el ritual del bautismo?

Sinceramente y para la gloria del Salvador Soberano,

Ward Fenley

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LECCIÓN II

SOLA FE (Sola FIDE)

POR GRACIA MEDIANTE LA FE

(Del libro Solamente por Gracia. Spurgeon) Creo conveniente insistir en un punto especial, con el objeto de suplicar al lector observe en espíritu de adoración el origen de la fuente de nuestra salvación que es la gracia de Dios. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe» (Efe.2:8). Los pecadores son convertidos, perdonados, purificados, salvos, todo porque Dios es lleno de gracia. No es porque pueda haber algo en ellos que les recomiende para ser salvos, sino que se salvan por el amor infinito, por la bondad, por la compasión, misericordia y gracia de Dios. Detente, pues, por un momento en el origen de la fuente. Contempla el río cristalino del agua de vida que brota del trono de Dios y del Cordero.

¡Qué profundidad de la gracia de Dios! ¿Quién sondeará su profundidad? Semejante a los demás atributos de Dios es infinita. Dios es lleno de amor, porque «Dios es Amor.» (1Juan 4:8). Bondad infinita y amor infinito forman parte de la esencia de la Divinidad. Por la razón de que «para siempre es su misericordia» (Salmo 107:1), no ha echado a la humanidad a la perdición. Y ya que no cesan sus compasiones, los pecadores son conducidos a sus pies y hallan perdón.

Acuérdate bien de esto, para que no caigas en el error fijándote demasiado en la fe que es el conducto de la salvación, podrías olvidarte de la gracia que es la fuente y origen aun de la fe misma. La fe es obra de la gracia de Dios en nosotros. Nadie puede decir que Jesús es Cristo, el Ungido, sino por el Espíritu Santo. «Ninguno puede venir a mi,» dice Jesús, «si el Padre que me envió, no le trajere» (Juan 6:44). Así es que esa fe que acude a Cristo es resultado de la obra Divina. La gracia es la causa activa, primera y última de la salvación; y esencialmente necesaria, como es la fe, no es mas que parte indispensable del método que la gracia emplea. Somos salvos «mediante la fe,» pero la salvación es «por gracia.» Proclámense estas palabras, como con trompeta de arcángel: «por gracia sois salvos.» ¡Cuán buena nueva es esta para los indignos!

Se puede comparar la fe a un conducto. La gracia es la fuente y la corriente; la fe es el canal por el cual fluye el río de misericordia para refrescar a los hombres sedientos. Será una gran lástima cuando se haya roto el canal. Una vista muy triste ofrecen muchos canales costosos en los alrededores de Roma, que ya no conducen más el agua a la ciudad, porque los arcos están rotos y esas obras admirables están en ruinas. El canal debe mantenerse completo para conducir la corriente, y así la fe debe ser verdadera y sana dirigida en rectitud a Dios y bajando directamente a nosotros para que resulte un conducto útil de misericordia para nuestras almas.

Otra vez te recuerdo que la fe solo es el conducto o canal y no la fuente, y que no debemos fijarnos tanto en ella que la elevemos por encima de la fuente de toda

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bendición que es la gracia de Dios. No te construyas nunca un Cristo de tu fe, ni pienses en ella como si fuese la fuente indispensable de salvación. Hallamos la vida espiritual por una mirada de fe al Crucificado, no por una mirada a nuestra fe. Mediante la fe todas las cosas nos son posibles; sin embargo, el poder no está en la fe, sino en Dios, en quien la fe se derrama. La gracia es la locomotora y la fe es la cadena, mediante la cual el vehículo del alma se ata a la gran fuerza motriz. La justicia de la fe no es la excelencia moral de la fe, sino la justicia de Cristo Jesús que la fe acepta y se apropia. La paz del alma no se deriva de la contemplación de nuestra fe, sino nos viene de Aquel que «es nuestra paz,» del borde de cuyo vestido la fe toca, saliendo de él la virtud que inunda el alma.

Aprende de esto, pues, querido amigo, que la flaqueza de tu fe no te echará a la perdición. Aun una mano temblorosa podrá recibir una dádiva de oro precioso. La salvación nos puede venir por una fe tan pequeña como un grano de mostaza. La potencia se encuentra en la gracia de Dios, no en nuestra fe. Importantísimos mensajes se mandan por alambres débiles, y el testimonio del Espíritu Santo que comunica paz, puede llegar al corazón mediante una fe tan pequeña que apenas merezca tal nombre. Piensa más en AQUEL que miras, que en la mirada. Es preciso quitar la vista de tu propia persona y de los alrededores para no ver a otro que «solo Jesús» y la gracia de Dios en él revelada.

***

¿QUE ES LA FE?

¿Qué es esa fe, de la cual se dice: «Por gracia sois salvos mediante la fe»? Existen muchas explicaciones de la fe; pero casi todas las que he visto, me han dejado más ignorante que antes de leerlas. Podemos explicar la fe hasta que nadie la entienda. Cierto predicador dijo al leer un capítulo de la Biblia que iba a embrollarlo, lo que probablemente hizo, si bien intentaba decir que iba a explicarlo. Espero que no me haga culpable del mismo error. La fe es la cosa más sencilla del mundo, y tal vez por esta misma sencillez sea más difícil la explicación.

¿Qué es fe?: Podemos decir que la fe se compone de tres cosas: conocimiento, creencia y confianza. Primero, viene el conocimiento. ¿Cómo creerán a Aquel de quien no han oído? (Rom. 10:14). Necesito saber de un hecho antes de que me sea posible creerlo. La fe es por el oír (Rom. 10:17). Es preciso oír para saber lo que se ha de creer. «En ti confiarán los que conocen tu nombre» (Salmo 9:10). Algún conocimiento es esencial para la fe; de aquí la importancia de conseguir conocimiento. «Inclinad vuestro oído, y venid a mi; oíd, y vivirá vuestra alma» (Isa. 55:3), tal era la palabra del profeta antiguo, y tal es la palabra del evangelio todavía. Escudriña las Escrituras y aprende lo que el Espíritu santo enseña respecto a Cristo Jesús y su salvación. «Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que el existe, y que es galardonador de los que le buscan» (Heb. 11:6). ¡Que el Espíritu Santo te conceda espíritu de conocimiento y de temor del Señor! Entérate del evangelio: de su buena nueva, de como habla del perdón gratuito, del cambio de corazón, de la adopción en la familia de Dios, y de bendiciones innumerables de otras clases. Entérate especialmente de Cristo Jesús, el

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Hijo de Dios, el Salvador de los pecadores, unido con nosotros por la naturaleza humana, no obstante de ser Uno con Dios, siendo así idóneo para actuar como Mediador entre Dios y los hombres, capacitado para colocar su mano sobre ambos y ser el eslabón entre el pecador y el juez de toda la tierra. Procura conocer a Cristo Jesús más y más. Procura conocer de un modo especial la doctrina del sacrificio expiatorio de Cristo, ya que el punto principal en la fe salvadora se fija principalmente en este: «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (2Cor. 5:19).

Procura saber que Jesús fue hecho por nosotros maldición, como está escrito: «Maldito todo el que es colgado de un madero» (Gál. 3:13). Aprópiate bien de la doctrina de la substitución de Cristo; porque en ella está el más bendito consuelo para los hijos de los hombres culpables, puesto que Dios «le hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2Cor. 5:21). La fe comienza por el conocimiento.

De aquí pasa el alma a la creencia de que estas cosas son verdaderas. El alma cree que Dios existe y que oye el clamor de los corazones sinceros, que el evangelio procede de Dios, que la justificación por la fe es la gran verdad que Dios ha revelado en estos últimos tiempos con más claridad que antes. Luego, el corazón cree que Jesús en realidad de verdad es nuestro Dios y Salvador, el Redentor de los hombres, el Profeta, Sacerdote y Rey de su pueblo. Todo esto lo acepta el alma como verdad cierta y fuera de toda duda. Pido a Dios que llegues a esta fe en seguida. Afírmate bien en la creencia de que la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado; que su sacrificio expiatorio fue perfecto y plenamente aceptado por Dios en lugar del hombre, ya que el que cree en Jesús, no es condenado. Cree en estas verdades, como crees en otras afirmaciones, porque la diferencia entre la fe común y la fe salvadora consiste principalmente en los objetos de la creencia. Cree en el testimonio de Dios, como crees en el testimonio de tu propio padre o de algún amigo. «Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios» (1Juan 5:9).

Hasta aquí has ido adelantando en el camino de la fe; solo falta una parte más para completarla, a saber la confianza. Entrégate confiado al Dios de misericordia; pon tu confianza en el evangelio de gracia; abandona tu alma confiadamente al Salvador muerto y resucitado por ti; contempla confiando la limpieza de tus pecados en la sangre expiatoria de Jesús; acepta cual tuya su Justicia Perfecta, y todo estará bien. La confianza es la esencia vital de la fe, sin ella no hay fe salvadora. Los puritanos solían explicar la fe usando la palabra «reclinación,» en el sentido de apoyarse reclinado sobre algo. Apóyate con todo tu peso sobre Cristo. Me expresaría más claramente, si dijera: Extiéndete, recuéstate sobre la Roca de los siglos. Abandónate en los brazos de Jesús, entrégate, descansa en él. Habiéndole hecho así, has puesto la fe en práctica. La fe no es cosa ciega, puesto que principia por el conocimiento. No es cosa de conjeturas, por cuanto la fe se funda en hechos ciertos. No es cosa de sueños, porque la fe encomienda su destino reposadamente a la verdad de la revelación Divina. Esto es un modo de explicar la fe. No se si solo he logrado embrollar el asunto.

Permítaseme otra prueba. La fe es creer que Cristo es lo que se dice ser, que hará lo que ha prometido hacer y esperar que cumplirá lo prometido. Las Escrituras hablan de

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Jesucristo como Dios, Dios manifestado en carne humana; como perfecto en su carácter, como sacrificio expiatorio por nuestros pecados, como quien lleva nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. Las escrituras hablan de él como de quien ha acabado con la transgresión, concluido el pecado e introducido la justicia eterna. La Biblia nos dice, además, que resucitó de los muertos, que vive para siempre intercediendo por nosotros, que ha ascendido a la gloria, tomando posesión de ella en favor de su pueblo y que pronto volverá para «juzgar al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud» (Salmo 98:9). Debemos creer firmemente que así es, ya que así lo hizo saber Dios el Padre, diciendo: «Este es mi Hijo amado; a él oíd» (Luc. 9:35). A este rinde testimonio también el Espíritu Santo, porque él ha testificado de Cristo tanto por la palabra inspirada como por diversos milagros y su obra en los corazones de los hombres. Nos es preciso creer que es verdadero este testimonio.

La fe cree también que Cristo hará lo que ha prometido, él prometió no echar a nadie fuera, de los que acuden a él, es cierto que no nos echará a nosotros si acudimos a él. La fe cree que, habiendo dicho: «El agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:14), esto debe ser verdad, de modo que si nosotros recibimos de Cristo esta agua de vida, permanecerá en nosotros y saltará en nosotros como corrientes de una vida santa. Cualquier cosa que Cristo haya prometido hacer, la hará, y debemos creerlo, ya que de su mano esperamos el perdón, la justificación , la protección, y la gloria eterna, todo según lo prometido a los que creen en él.

Luego, viene el siguiente paso necesario. Jesús es lo que se dice ser, Jesús hará lo que ha prometido hacer, y por lo tanto debemos cada cual confiar en él, diciendo: «Será para mi, lo que ha dicho ser y lo que ha prometido hacer, y yo me entrego en las manos del que se ha encargado de la salvación para que me salve a mi. Descanso en su promesa confiando en que hará lo que ha dicho.» Tal es la fe salvadora, y quien la posee, tiene vida eterna. Cualquiera que fuesen los peligros y pruebas, tinieblas y temores, debilidades o pecados, el que así cree en Cristo Jesús no es condenado, ni vendrá jamás a condenación.

Deseo que te sirva para algo esta explicación. Confío en que el Espíritu de Dios lo usará para llevarte lector, a la paz inmediatamente. «No temas; cree solamente» Mar. 5:36). Confía y reposa en paz.

Pero temo que el lector quede contento con el simple conocimiento de lo que sea preciso hacer sin nunca hacerlo. Mejor es la fe más pobre actuando que el mejor conocimiento en las regiones de la fantasía. Lo principal es creer de verdad en Jesús, en este mismo momento. No te preocupes de distinciones y definiciones. El hambriento come sin comprender la composición química de los alimentos, la anatomía de la boca y el proceso digestivo; vive porque come. Otro mucho más sabio comprende perfectamente la ciencia de la nutrición, pero si no come, morirá a pesar de su conocimiento. Sin duda, hay muchos en el infierno que comprendieron bien la doctrina de la fe pero que dejaron de creerla. Por otra parte, ni uno de los que confiaron en el Señor Jesús perecieron, aun cuando nunca supieron explicar bien su fe. Querido lector, recibe al Señor Jesús, cual único Salvador de tu alma, y vivirás eternamente. «El que en él cree tiene vida eterna» (Juan 3:36).

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¿CÓMO SE PUEDE ACLARAR LA FE?

 

Para aclarar aún más el asunto de la fe daré aquí unos cuantos ejemplos. Aunque solo el Espíritu Santo puede dar vista al ciego tanto mi deber como placer es proporcionar al lector toda la luz que me sea posible, pidiendo al Señor que habrá los ojos de los ciegos. Que Dios haga que el lector pida lo mismo.

La fe tiene sus semejanzas en el cuerpo humano. Es el ojo que mira las cosas. Por el ojo introducimos en la mente los objetos lejanos. Por una mirada podemos en un momento introducir en la mente al sol y las estrellas lejanas. Así, por la fe o confianza podemos hacer que Jesús se nos acerque, y que aunque esté en el lejano cielo, entre en nuestro corazón. Tan solo mira a Jesús, porque contiene la pura Verdad el cántico que dice:

Vida hay por mirar a Jesús...

La mirada de fe al momento la vida te da.

La fe es la mano que toma. Cuando la mano toma y se apropia de algo, hace precisamente lo mismo que la fe al apropiarse de Cristo y las bendiciones de la redención. La fe dice: «Jesús es mío.» La fe oye hablar de la sangre mediante la cual hay perdón y exclama: La recibo para perdón de mis culpas. La fe dice que son suyas los legados de Jesús, y dice bien porque la fe es la heredera de Cristo habiéndose dado a sí mismo y todo lo que tiene a la fe. Aprópiate, amigo, lo que la gracia te ha legado. No resultarás hurtador, porque tienes permiso Divino: «El que quiere, tome del agua gratuitamente» (Apoc. 22:17) . El que puede conseguir un tesoro sencillamente por tomarlo con la mano, será loco si permanece pobre.

La fe es la boca que se alimenta de Cristo. Antes de que la comida nos alimente, es preciso tomarlo. Cosa tan sencilla es comer y beber. De buena gana tomamos en la boca el alimento permitiendo que baje en el cuerpo, donde se absorbe constituyéndose parte del mismo. Pablo en Romanos 10:8; dice: «Cerca de ti está la palabra, en tu boca.» Así es que lo que resta por hacer es permitir que baje al alma. ¡Ojalá que la gente tuviera hambre espiritual! Pues, el hambriento que ve la comida delante de si, no necesita aprender a comer. Dame un cuchillo, un tenedor y la oportunidad, dijo alguien. Para los demás estaba plenamente preparado. En verdad, un corazón hambriento y sediento de Cristo, solo necesita saber que esta invitado para recibirle en seguida. Si te hallas en esta condición, no vaciles en recibirle, puedes estar seguro de que nunca serás reprendido por hacerlo, porque «a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12) El no rechaza a nadie de todos cuantos a él acuden, sino les recibe y les autoriza a permanecer como hijos eternamente.

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Las ocupaciones ordinarias de la vida ilustran también la fe de varios modos. El agricultor deposita su semilla en la tierra confiando en que no solo viva sino que se multiplique. Tiene fe en el arreglo del pacto de que la siembra y la cosecha no cesarán, y queda recompensada así su fe.

El comerciante entrega su dinero al cuidado de un banquero, confiando del todo en su honradez y en la solidez de su banco. Entrega su capital en manos de otro, y se siente más tranquilo que si guardara el oro en su propia casa.

El marinero se encomienda al mar ondulante. Al nadar quita los pies del fondo y descansa en las olas del océano. No podría nadar, si no se abandonara del todo al elemento líquido.

El platero pone su oro precioso en el fuego que parece ávido de consumirlo, pero lo saca de nuevo, purificado por el calor del horno.

En cualquier esfera de la vida puedes ver la fe en operación entre hombre y hombre, o entre hombre y ley natural. Ahora bien, precisamente como en la vida diaria practicamos la confianza, así debemos hacerlo respecto a Dios, según se nos revela en Cristo Jesús.

La fe existe en diferentes personas según su medida de conocimiento o crecimiento en la gracia. A veces la fe no es más que un sencillo apego a Cristo; un sentimiento de dependencia y de voluntad de vivir dependiente. En la orilla del mar verás a ciertos moluscos pegados a las rocas. Camina suavemente roca arriba, pega al molusco con el bastón, y verás como queda suelto en seguida. Repítelo con otro molusco cercano. Este ha oído el golpe, ha quedado avisado, y se pega con toda su fuerza a la roca. No le soltarás, no. Pégale tanto como quieras. Más bien romperás el bastón a que se suelte el molusco. El pobre no sabe mucho, pero sabe pegarse a la roca. Sabe pegarse y tiene algo firme a que hacerlo; esto es todo su conocimiento y lo usa para su seguridad y salvación. Apegarse a la roca es la vida del molusco, y la vida del pecador es apegarse a Cristo. Miles de almas del pueblo de Dios no tienen más fe que esta; acogerse de todo corazón a Jesús, y esto basta para su paz actual y para su seguridad eterna. Jesús es para ellas un Salvador fuerte y poderoso, una roca inmovible e inmutable; a ella se aferran vivamente y este apego les salva. Amigo, ¿no podrás tu apegarte a Cristo también? Hazlo ahora mismo.

La fe se manifiesta cuando una persona confía en otra con motivo del conocimiento de su superioridad. Esta fe es de más alta categoría: fe que conoce y reconoce la razón de su dependencia actuando conforme a tal conocimiento. Poco conocerá el molusco de la roca; pero conforme vaya creciendo la fe resulta más inteligente. Un ciego se entrega a su guía, porque sabe que este tiene vista y confiando en él, anda por donde él le conduzca. Si el pobre nació ciego no tiene idea de lo que es la vista, pero sabe que existe tal cosa, y por lo tanto coloca su mano en la mano del guía dejándose llevar. (2Cor. 5:7). «Bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Juan 20:29). Aquí «Andamos por fe, no por vista» tenemos tan buen ejemplo de la fe como puede haber: sabemos que Jesús posee la virtud, el poder y la bendición que no poseemos nosotros, y, por lo tanto, nos entregamos a él, para que sea para nosotros lo que no podemos ser para nosotros mismos. Nos entregamos a él confiados como el ciego al guía, seguros de

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que nunca abusará de nuestra confianza, ya que «nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1Cor. 1:30).

Todo niño que frecuenta la escuela ejerce fe al aprender del maestro. Este le enseña geografía, instruyéndole respecto a la forma de la tierra y la existencia de ciertos países y grandes ciudades. El niño no sabe que estas cosas son verdaderas, a menos que tenga fe en el maestro y en los libros que usa. Esto es lo que te toca hacer en orden a Cristo, si quieres ser salvo. Es preciso que lo sepas porque él te lo dice; que crees que es así, porque él te lo asegura; que te entregues a él, porque te promete que el resultado será la salvación presente y eterna. Casi todo lo que tu y yo sabemos nos ha venido por la fe. Se ha hecho un descubrimiento científico y estamos seguros de ello. ¿Por qué razón lo creemos? Por la autoridad de ciertos científicos muy conocidos, cuya reputación ha quedado establecida. Nunca hemos visto sus experimentos, pero creemos su testimonio. Es preciso que hagas lo propio en orden al Señor Jesús. Ya que él te enseña ciertas verdades, debes actuar como discípulo creyendo su palabra. Ya que él a realizado cierta obra magna, debes actuar como recipiente encomendándote a su gracia. Él es tu superior en grado infinito recomendándose a tu confianza cual Maestro supremo y Señor de señores. Si le recibes a él y su palabra, de cierto serás salvo.

Otra forma de fe superior es la que nace del amor. ¿Por qué confía el niño en su padre? La razón es que el niño ama a su padre. Bienaventurados y dichosos son los que tienen una fe infantil en Cristo, mezclada con profunda afección, porque esta fe y confianza proporciona verdadera tranquilidad y reposo al alma. Estos que aman a Jesús viven encantados de la hermosura y de sus atributos, se gozan grandemente en su misión y son transportados de alegría por su bondad y gracia manifiestas. Así es, que no pueden por menos de confiar en él, ya que tanto le admiran, reverencian y aman.

Esta confianza en el salvador se evidencia por ejemplo de la esposa de uno de los primeros médicos de este siglo. Aunque afligida de cierta grave enfermedad y postrada por su rigor, disfruta ella de calma y quietud admirables, porque su esposo ha hecho estudio especial de esa enfermedad y curado a miles de afligidos como ella. No se inquieta en lo más mínimo, porque se siente perfectamente salva en las manos de uno tan apreciado como el esposo, en quien la habilidad y amor se juntan en sumo grado. Su fe es natural y razonable y el esposo lo merece de su parte en todos los sentidos.

Esta clase de fe es la que el creyente más dichoso ejerce respecto a Cristo. No hay médico como él; nadie puede salvar y sanar como él. Le amamos y él nos ama a nosotros, y por consiguiente nos entregamos en sus manos, aceptamos lo que nos prescribe y hacemos lo que nos manda. Estamos seguros de que nada erróneo se nos manda mientras que él sea el Director de nuestros asuntos; porque nos ama demasiado para permitir que perezcamos o suframos la más mínima pena innecesaria.

La fe es la raíz de la obediencia, y esto puede verse con toda claridad en los asuntos de la vida. Cuando el capitán confía el buque al piloto para que lo lleve al puerto, este lo maneja según su conocimiento y voluntad. Cuando el viajero se confía al guía para que lo conduzca a través de algún lugar difícil, este sigue paso a paso el sendero que el guía le señale. Cuando el enfermo cree en el médico, sigue cuidadosamente sus prescripciones y direcciones. La fe que rehusa obedecer los mandamientos del Salvador

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no es más que un pretexto y no salvará jamás al alma. Confiamos en Jesús para que nos salve, dándonos él las indicaciones necesarias respecto al camino de la salvación; seguimos estas indicaciones y somos salvos. No se olvide de esto el lector. Confíate a Jesús y dale pruebas de tu confianza haciendo lo que te diga.

Cierta forma notable de fe nace del conocimiento verdadero. Esto resulta del crecimiento en gracia; y es esta la fe que cree en Cristo, porque le conoce y confía en él, porque tiene la experiencia de que es infaliblemente fiel. Cierta señora cristiana solía poner P.P., en el margen de su Biblia siempre que hubiese puesto a prueba alguna promesa. ¡Cuán fácil es confiar en un Salvador puesto a prueba y hallado verdadero! No puedes hacer esto todavía, pero lo harás. Todo requiere un principio. A su tiempo será fuerte tu fe. Esta fe madura no pide señales y milagros sino cree fuertemente. Contempla al marino maestro. Muchas veces le he admirado. Suelta los cables, se aleja de tierra. Pasan días, semanas, acaso meses sin que vea tierra . No obstante, prosigue adelante noche y día sin temor, hasta que se halle una mañana precisamente al frente del deseado puerto, hacia el cual se ha dirigido. ¿Cómo ha podido hallar el camino a través del profundo mar sin rastro de huella? Pues ha confiado en su brújula, en su carta marina, en sus binoculares, en los cuerpos celestes; y obedeciendo sus indicaciones, sin ver tierra, ha dirigido su buque tan exactamente que ni un punto tenga que variar el curso para entrar en el puerto. Es cosa maravillosa, es admirable ese modo de navegar sin vista terrestre. Espiritualmente es cosa bendita dejar del todo fuera de vista y sentimentalismo las playas de la tierra, diciendo «Adiós» a los sentimientos interiores, acontecimientos providenciales animadores, señales y maravillas, etc. Es glorioso hallarse lejos en el océano del amor Divino muy adentro, creyendo en Dios y dirigiendo el curso directamente hacia el cielo por las direcciones de la carta marina, la Palabra de Dios. «Bienaventurados los que no han visto, y sin embargo han creído,» a éstos «será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor» y buena protección en el viaje. ¿No querrá el lector poner su confianza en Dios manifestado en Cristo Jesús? En él confío yo contento. Amigo, ven conmigo, y cree en nuestro Padre y nuestro Salvador. ¡Ven sin tardar!

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¿POR QUÉ NOS SALVAMOS POR LA FE?

 

¿Por qué se ha escogido la fe cual medio de salvación? Sin duda se hace con frecuencia esta pregunta. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe» (Efe. 2:8), es sin contradicción una de las doctrinas de las Escrituras, plan y arreglo de Dios; ¿pero por qué es así? ¿Por qué se ha escogido la fe y no mas bien la esperanza, el amor o la paciencia?

Nos conviene la modestia al contestar esta pregunta, porque los caminos de Dios no son siempre comprensibles, ni se nos permite ser presuntuosos, poniéndolos en duda. Quisiéramos responder humildemente que, en cuanto comprendamos nosotros, se ha elegido la fe cual medio de la gracia, porque en la fe hay una capacidad natural propia

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para servir de recibidor. Supongamos que voy a dar una limosna a un pobre; la pongo en sus manos, ¿por qué? No sería lo mismo ponérsela en sus oídos, o en los pies; la mano parece haber sido hecha a propósito para recibir. Así en nuestra constitución mental, la fe se ha creado a propósito para recibir: es la mano del alma que tiene la capacidad de recibir la gracia.

Permítaseme decir esto con mucha claridad. La fe que recibe a Cristo es un hecho tan sencillo como cuando un niño recibe de ti una manzana, porque tu la das con tu mano prometiéndosela, si viene a tomarla. En este caso la fe y el recibir se refieren a una manzana; pero constituyen precisamente el mismo hecho que tratándose de la salvación eterna. Lo que es la mano del niño en orden a la manzana, esto es tu fe en orden a la salvación perfecta de Cristo. La mano del niño no hace la manzana, ni la mejora, ni la merece; solo la acepta. Y la fe se ha elegido por Dios para ser la receptora de la salvación, porque no pretende crear la salvación, ni ayudar a mejorarla, sino está contenta de recibirla humildemente. «La fe es la lengua que pide perdón, la mano que la recibe, el ojo que la ve, pero no es el precio que la compra.» La fe nunca hace para sí su propia defensa, sino descansa todo su argumento en la sangre de Cristo.. Ella viene a ser la sirvienta que trae las riquezas del Señor Jesús al alma, pues reconoce de quien las recibió y confiesa que únicamente la gracia se las encargó.

Por otra parte se escogió sin duda la fe,, porque ella da toda la gloria a Dios. La salvación es mediante la fe para que sea por gracia, y es por gracia para que nadie se gloríe, porque Dios no tolera el orgullo. «Al altivo mira de lejos» (Salmo 138:6), y no desea tenerlo más de cerca. De ningún modo concederá la salvación a nadie sobre un plan que incluya o fomente el orgullo. Pablo dice: «No por obras para que nadie se gloríe» (Efe. 2:9). Ahora bien, la fe excluye toda gloria. La mano que recibe la limosna no dice: «Debes darme gracias, porque he aceptado la limosna;» esto sería un gran absurdo. Cuando la mano lleva el pan a la boca, no dice al cuerpo: «Dame gracias, porque yo te alimento.» Cosa muy sencilla es la que hace la mano, sin embargo muy necesaria, y nunca se atribuye gloria alguna por lo que hace. Así es que Dios ha escogido la fe para recibir el don inefable de su gracia, por cuanto no puede atribuirse crédito alguno sino en cambio adorar al Dios de toda gracia que es Dispensador de toda dádiva perfecta. La fe pone la corona en la cabeza del Digno y por lo mismo Cristo quiso poner la corona sobre la cabeza de la fe, diciendo: «Tu fe te ha salvado; vete en paz» (Luc. 7:50).

Además, Dios escoge la fe como medio de salvación, porque esto es un modo seguro de unir al hombre con Dios. Cuando el hombre confía en Dios, resulta esta confianza un punto de contacto entre ellos que garantiza la bendición de parte del Señor. La fe no salva, porque nos hace acogernos a Dios y así nos une a él. Con frecuencia he usado el ejemplo siguiente que debo repetir por no tener otro mejor. Se dice que, hace años, un bote volcó sobre las cataratas del Niágara siendo llevados corriente abajo dos hombres, cuando los espectadores en la orilla llegaron a echarles una cuerda, a la cual los dos se acogieron. Uno de ellos permanecía agarrado a la cuerda y fue rescatado sano y salvo a tierra. Pero el otro viendo una viga grande flotando en el agua, dejó imprudentemente la cuerda y se acogió a la viga que le parecía una cosa más grande y mejor para aferrarse a ella. Pero, la corriente formidable lanzó la viga con el hombre al abismo, porque no había contacto entre la viga y la orilla. El tamaño respetable de la viga no hizo bien

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alguno al pobre que se tomó de ella; lo que faltaba era contacto con la tierra. Así cuando una persona confía en sus obras, en sacramentos u otra cosa de semejante naturaleza, no se salvará, porque no hay unión entre él y Cristo; pero la fe, aun cuando parezca cuerda delgada, está en las manos de Dios en la orilla; su poder infinito jala de la cuerda y así se rescata al hombre de la perdición. Gloriosa bienaventuranza es la fe, porque mediante la misma quedamos unidos a Dios.

Por otra parte, se ha escogido la fe, porque ella toca los resortes de la acción. Aun en las cosas ordinarias de la vida, cierta clase de fe esta a la raíz de todo. Pienso que acaso no me equivoco, si afirmo que nada hacemos sino mediante alguna clase de fe. Si atravieso mi habitación, es porque creo que me llevarán mis piernas. El hombre come, porque cree en la necesidad de alimentarse; acude a su negocio, porque cree que hay valor en el dinero; acepta una letra, porque cree que el banco lo protegerá. Colón descubrió América, porque creía que otro continente había al otro lado del océano; y los puritanos lo colonizaron, porque creían que Dios estaría con ellos en esas orillas de rocas. Las obras más grandes han nacido de la fe; para bien o para mal la fe obra maravillas mediante la persona en que existe. La fe en su forma natural es una fuerza vencedora que entra en toda clase de obra humana. Es probable que quien más se burle de la fe en Dios, es el que de ella más tiene de mala calidad; en verdad este es quien cae en una credulidad que diríamos ridícula, si no fuera tan desgraciada. Dios concede la salvación a la fe, porque creando la fe en nosotros, toca el resorte principal de nuestros sentimientos y acciones. Para decirlo así, se apodera de las baterías pudiendo así enviar la corriente sagrada a todas partes de nuestro ser. Al creer en Cristo, habiéndose acogido el corazón a Dios, somos salvos del pecado, siendo llevados al arrepentimiento, a la santidad, al celo santo, a la oración, a la consagración y toda otra forma de la Divina gracia. «Lo que es el aceite para las ruedas; lo que son las pesas para el reloj, las alas para el pájaro, las velas para el buque, esto es la fe para los deberes y servicios santos.» Ten fe, y todas las demás gracias serán el resultado y continuarán viniendo.

Además, la fe tiene la virtud de actuar por el amor; empuja las afecciones hacia Dios y el corazón hacia las cosas mejores, que agradan a Dios. El que cree en Dios, amará a Dios sin falta. La fe es cosa del entendimiento, no obstante procede también del corazón. «Con el corazón se cree para justicia» (Rom. 10:10), y por tanto Dios concede la salvación a la fe, porque esta vive junto de las afecciones y es pariente cercano del amor, siendo el amor la madre y nodriza de todo acto y sentimiento santo. El amor a Dios equivale a obediencia, el amor a Dios es santidad. El amar a Dios y amar al prójimo es llegar a ser conforme a la imagen de Cristo, lo que significa salvación.

Por otra parte, la fe produce paz y gozo. Quien la tiene, descansa tranquilo y disfruta de contento y gozo, lo que es cierta preparación para el cielo. Dios concede todos los dones celestes a la fe, entre otras razones porque la fe actúa en nosotros la vida y el espíritu que serán eternamente manifiestas en el mundo mejor de la gloria. La fe nos procura la armadura para la vida presente y proporciona la educación para la venidera. Ella pone al hombre en condiciones tanto para vivir como para morir sin temor, le prepara tanto para el trabajo como para el sufrimiento. De aquí que el Señor la ha escogido como el medio más a propósito para comunicarnos la gracia y mediante la misma asegurarse de nosotros para la gloria.

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Por cierto, la fe nos sirve mejor que cualquier otra cosa proporcionándonos paz y gozo y descanso espiritual. ¿Por qué procuran los hombre conseguir la salvación por otros medios? Dice un teólogo de los antiguos: «Un criado necio, a quien se manda a abrir una puerta, pone su hombro contra la misma empujándola con todas sus fuerzas, pero la puerta no cede, no se mueve, y no puede entrar por mucho que se esfuerza. Otro viene con una llave, abre la puerta y entra con toda facilidad. Los que procuran salvarse por sus obras están empujando las puertas del cielo sin resultado alguno; pero la fe es la llave que abre la puerta inmediatamente.» Querido amigo. ¿No quieres tu valerte de tal llave? El Señor te manda creer en su Hijo amado, ¿por lo mismo debes hacerlo, y haciéndolo así vivirás. ¿No es esta la promesa del evangelio: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo»? (Mar. 16:16). ¿Que podrás tú discutir contra un plan de salvación que se recomienda perfecto tanto a la misericordia como a la sabiduría del Dios de gracia?

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¡HAY DE MI! NADA PUEDO HACER

Después de haber aceptado la doctrina de la reconciliación y comprendido la gran verdad de la salvación mediante la fe en el Señor Jesús, el corazón atribulado se inquieta muy a menudo por un sentimiento de incapacidad respecto a la práctica del bien. Muchos suspiran, diciendo: ¡Hay de mi; nada puedo hacer! Y no lo dicen en sentido de excusa, sino lo sienten como carga pesada diariamente. Harían el bien si pudieran. Cada uno de estos podría decir francamente: «Porque el querer el bien está en mi, pero no el hacerlo» (Rom. 7:18).

Esta experiencia parece hacer todo el evangelio nulo y sin efecto; pues ¿para qué sirve el alimento, si está fuera del alcance del hambriento? ¿Para qué sirve el río de agua viva, si el sediento no puede beber? Nos acordamos aquí de la anécdota del médico y del hijo de la madre pobre. El médico le dijo a la madre que su hijito pronto mejoraría bajo un tratamiento propio del caso, siendo absolutamente necesario que con toda regla tomara del mejor vino de Oporto y que pasara una temporada en los baños termales de Alemania. ¡Receta para el hijo de una madre pobre que apenas tenía pan para llevar a la boca! Así el evangelio no parece al alma ansiosa cosa tan sencilla al decir. «Cree, y vivirás,» porque pide al pobre pecador que haga lo que no puede hacer. Para el verdaderamente despierto, pero poco instruido, parece faltar un eslabón a la cadena. A lo lejos está el remedio, pero ¿cómo obtenerlo? El alma se siente sin fuerzas y no sabe que hacer. Está cerca, a la vista de la ciudad de refugio, pero no puede entrar por la puerta.

¿No se ha tenido en cuenta esta falta de fuerza en el plan de la salvación? ¡Claro que sí! La obra del Señor es perfecta. Esta empieza por donde nos hallamos, y nada nos pide para perfeccionarla. Cuando el buen samaritano vio al viajero herido tendido en el camino medio muerto, no le pidió que se levantara, viniera, montara su asno y se dirigiera a la posada. No, no. Se le acercó, vendó sus heridas y le puso sobre su cabalgadura y le condujo al mesón. Así nos trata Jesús en nuestro estado lamentable.

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Hemos visto que es Dios el que justifica, que justifica a los impíos y que los justifica mediante la fe en la preciosa sangre de Jesús. Ahora vamos a ver la condición en la cual se hallan estos impíos al empezar Jesús a salvarles. Muchas personas listas por ver su condición, no solamente se hallan atribuladas con motivo de sus pecados sino con motivo de su flaqueza moral. Carecen de fuerzas para escapar del lodo en que han caído y de cuidarse del mismo en el porvenir. No solo se lamentan por lo que han hecho, sino por lo que no pueden hacer. Se sienten sin fuerzas, sin recursos, sin vida espiritual. Parece extraño decir que se sienten muertos, y no obstante así. En su propia estimación son incapaces de todo bien. No pueden andar por el camino del cielo por tener las piernas rotas. Tanto se sienten sin fuerzas. Felizmente está escrito como recomendación del amor de Dios para con nosotros: «Cristo, cuanto aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos» (Rom.5:6).

Aquí vemos la incapacidad consciente socorrida: socorrida por la intervención del Señor Jesús. Nuestra nulidad es completa. No está escrito: «Cuando aún éramos comparativamente débiles, Cristo murió por nosotros,» o «cuando solo teníamos un poco de fuerza,» sino la afirmación es absoluta, sin limitación, «Cuando aún éramos débiles.» Nos faltaba toda fuerza para ayudarnos en la obra de la salvación. Las palabras de nuestro Señor eran verdaderas, «Sin mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Podría ir más allá del texto y recordarte del gran amor con que el Señor nos amó, «aun estando nosotros muertos en pecados.» El hallarse muerto es aun peor que hallarse sin fuerzas.

El gran hecho en que el pobre pecador sin fuerzas debe fijar su mente y retener firmemente como único fundamento de esperanza, es la afirmación Divina que «a su tiempo murió por los impíos.» Cree en esto y toda incapacidad desaparecerá. Como dice la fábula del Rey Midas, quien todo transformaba en oro por su tacto, así se puede afirmar de verdad respecto a la fe que todo lo que toca vuelve bueno. Nuestras mismas faltas y flaquezas se vuelven bendiciones, cuando la fe entra en contacto con ellas.

Fijémonos en ciertas formas de esta falta de fuerza. Ahora, dirá alguien: «Me parece que no tengo fuerza para concentrar mis pensamientos en los asuntos solemnes en orden a mi salvación; casi no puedo hacer una breve oración. Acaso esto es así, en parte debido a mi flaqueza física, en parte por haberme dañado por algún vicio, en parte también por mis aflicciones de esta vida, de modo que me he incapacitado para los pensamientos elevados que se requieren para la salvación del alma.»

Tal es una forma de debilidad pecaminosa muy común. ¡Atención ahora! En este punto te hallas equivocado; y hay muchos como tu. Muchos que serían del todo incapaces de una serie de pensamientos consecutivos, por mucho que se esforzaran. Muchas personas pobres de ambos sexos carecen de educación, hallando un trabajo muy difícil y de presunción tener pensamientos profundos. Otras personas son por naturaleza tan superficiales que un argumento de raciocinio largo, les sería tan difícil como querer volar como un ave. No llegarían al conocimiento de ningún misterio profundo, aun cuando gastaran toda su vida en tal empresa. Por tanto, tú, no necesitas desesperarte, lo que se requiere para la salvación no es un proceso de pensamiento continuo, sino una sencilla confianza en Jesús. Únete a este hecho «Cristo, a su tiempo murió por los impíos» Esta verdad no requiere de tu parte examen profundo, raciocinio lógico, ni argumento

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convincente. Allí está, «Cristo, a su tiempo murió por los impíos.» Fija tu mente en ello y permanece allí.

Mira que este gran hecho glorioso de gracia permanezca en tu espíritu hasta que perfume todos tus pensamientos y te regocije el corazón, aunque te halles sin fuerzas, teniendo al mismo tiempo presente que el Señor Jesús ha venido a ser tu fortaleza y canción, sí, ha venido ha ser tu salvación. Según las Escrituras es un hecho divinamente revelado que a tiempo debido Cristo murió por los impíos siendo ellos aún débiles, sin fuerzas. Tal vez hayas oído estas palabras centenares de veces, pero sin haber comprendido nunca su significado. Son de sabor agradable ¿verdad? Jesús no murió por nuestra justicia sino por nuestros pecados. No vino a salvarnos porque merecíamos ser salvos, sino porque éramos enteramente indignos, arruinados, inútiles. No vino al mundo por alguna buena razón que hubiera en nosotros, sino exclusivamente por las razones que hallaba en las profundidades de su amor divino. A su tiempo murió por los que él mismo afirma no eran piadosos sino impíos. Aun cuando tengas tan solo poca mentalidad, fíjalo en esta verdad tan apropiada a la menor capacidad mental, y que, no obstante, puede alegrar el corazón más apesadumbrado. Debe este texto ocupar tu mente cual grato recuerdo hasta encantar tu corazón y dar colorido a todos tus pensamientos, y entonces nada importara que estos estén tan diseminados como las hojas dispersas por el viento de otoño. Personas que nunca brillaron en las ciencias, ni dieron prueba alguna de originalidad mental, han sido muy capaces de aceptar la doctrina de la cruz y han sido salvas por ella. ¿Por qué no tú?

Oigo a otro lamentarse «Mi falta de fuerza consiste principalmente en no poderme arrepentir bastante.» ¡Singular idea que algunos tienen de lo que es el arrepentimiento! Muchos imaginan que se debe derramar tanta lágrima, exhalarse tanto suspiro, sufrir tanto desespero. ¿De donde nos viene idea tan errónea. La incredulidad y la desesperación son pecados, y por tanto no veo como pueden constituir parte de un arrepentimiento que pide Dios. Sin embargo, hay personas que les consideran parte de la verdadera experiencia cristiana. Pero en esto se equivocan grandemente. No obstante, comprendo lo que quieren decir, porque en los días en que estaba en tinieblas, yo sentía lo mismo. Deseaba arrepentirme pensando que no podía hacerlo, y lo cierto es que todo ese tiempo estaba arrepentido. Extraño como suena. me dolía que no podía sentir. Solí meterme en algún rincón y llorar, porque no podía llorar, y sufría amargamente porque no podía sufrir a causa de mis pecados. ¡Cuánta confusión!, cuando en nuestro estado de incredulidad empezamos a jugar con nuestra condición espiritual! Nos parecemos al ciego mirando a sus propios ojos. Se me derretía el corazón de temor, porque creía que mi corazón era duro como una piedra. Mi corazón estaba quebrantado al pensar que no se quebrantaba. Ahora comprendo que entonces estaba yo dando muestras de poseer precisamente las cosas que me creía no poseer; más no sabía donde me hallaba.

¡Ojalá que pudiera ayudar a otros a encontrar la luz que hoy disfruto! ¡Cuánto quisiera decir una palabra que abreviara el tiempo de trastorno en que te hallas! Desearía decir unas palabras sencillas, pidiendo al Consolador las aplicara a tu corazón.

Acuérdate de que el hombre verdaderamente arrepentido nunca queda satisfecho de su arrepentimiento. Tan poco como podemos vivir perfectamente, podemos arrepentirnos

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perfectamente. Por puras que sean nuestras lágrimas, siempre queda en ellas alguna suciedad; queda algo de que arrepentirnos de nuestro arrepentimiento mejor. Pero escucha. El arrepentirse significa cambiar de mente acerca del pecado, acerca de Cristo y acerca de todas las grandes cosas de Dios. En esto está incluido el dolor, pero el punto principal es volverse el corazón, del pecado a Cristo. Si existe en ti esta vuelta, posees la esencia del arrepentimiento, aun cuando el desespero y sobresalto no echan sombra alguna sobre tu mente.

Si no puedes arrepentirte como quisieras, hallarás auxilio en el caso, si crees firmemente que «a su tiempo murió por los impíos.» Piensa repetidas veces en esto. ¿Cómo podrás continuar con el corazón endurecido teniendo presente que el Cristo de amor supremo, murió por el impío? Permíteme convencerte a que pienses de ti como «Impío como soy, aunque mi corazón de piedra no se ablande y en vano me pegue en el pecho, no obstante él murió por los que son como yo, ya que murió por los impíos. Quiera Dios que crea en esto y sienta yo su poder en mi corazón endurecido.»

Borra todo otro pensamiento de tu mente y siéntate horas enteras meditando en esta sola manifestación excelsa de amor sin par, inmerecida e inesperada: «Cristo murió por los impíos.» Lee cuidadosamente la narración de la muerte del Señor, como consta en los cuatro evangelios. Si hay algo capaz de ablandar tu duro corazón, será la contemplación de los sufrimientos de Jesús, considerando que todo lo padeció para bien de sus enemigos.

Crucificado en un madero,

Manso cordero, mueres por mí;

Por eso el alma triste llorosa

Suspira ansiosa, Señor, por ti.

Miro tu angustia ya terminada,

Hecha la ofrenda de la expiación,

Tu noble frente marchita, inclinada,

Y consumada mi redención.

¡Dulces momentos, ricos en dones

De paz y gracia, de vida y luz!

Sólo hay consuelos y bendiciones

Cerca de Cristo junto a la cruz.

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Ciertamente la cruz, es decir lo que simboliza, es el poder milagroso que hace brotar agua de la piedra. Si entiendes bien el significado del sacrificio divino de Jesús, te arrepentirás forzosamente de haberte opuesto alguna vez a un Salvador tan lleno de amor. Escrito está: «Mirarán a mi, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito» (Zac. 12:10). El arrepentimiento no te hará ver a Cristo, Pero el mirar a Cristo hará que te arrepientas. No debes hacerte un Cristo producto de tu arrepentimiento, pero debes mirar a Cristo para que de ello te resulte el arrepentimiento. El Espíritu Santo, volviéndose de cara a Cristo, nos hace volver la espalda al pecado. Por tanto, vuélvete del efecto a la causa, a saber de tu propio arrepentimiento al Señor Jesús quien fue «ensalzado para dar arrepentimiento.»

He oído a otro decir. «Me atormentan pensamientos terribles. Donde quiera que me vaya, me asaltan blasfemias. Me acosan tentaciones malignas en medio del trabajo y aun sobre el lecho me despiertan inspiraciones del maligno. No me puedo librar de esta tentación espantosa.» Amigo, comprendo lo que quieres decir, porque el mismo lobo me ha perseguido a mi. Más fácil sería vencer a un ejército de moscas con un sable que dominar los pensamientos capitaneados por el demonio. El alma tentada, valerosa por las sugestiones satánicas, se parece al viajero, cuya cabeza, orejas y cuerpo entero fue atacado por un enjambre de abejas. No les pudo alejar de si, ni pudo huir de ellas. Le picaron por todas partes, amenazando dejarle muerto. No me maravillo de oír que te hallas sin fuerzas para poner fin a esos pensamientos horribles y abominables, con los cuales el diablo inunda tu alma. No obstante quisiera recordarte del texto a la vista: «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos» (Rom. 5:6).

Jesús sabía en que estado nos hallábamos y en que estado debíamos estar; veía que no podíamos vencer al príncipe del poder del aire; sabía que nos molería terriblemente, pero precisamente entonces, viéndonos en esa condición, murió por los impíos. Echa el ancla de tu fe sobre este hecho. El mismo demonio no podrá decirte que tu no eres impío; cree, pues, que Cristo murió por ti. Acuérdate de como Martín Lutero, aplastó la cabeza de la serpiente con su propia espada. ¡Ah! Le dijo Satanás, «tú eres pecador.» «Cierto,» respondió Lutero, «Cristo murió para salvar a los pecadores.» Así le venció con su propia espada. Escóndete en este refugio y quédate en él; «Cristo, a su tiempo, murió por los impíos.» Si te refugias en esta verdad, los pensamientos blasfemos que tu no puedes ahuyentar a causa de tu flaqueza, se apartarán de ti por si mismos; porque Satanás verá que no logra la suya atormentándote con ellas.

Si tu odias tales pensamientos, no son tuyos sino inspiraciones del diablo por los cuales él es responsable y no tu. Si tu luchas contra ellos, son tan poco tuyos como las blasfemias y mentiras de los alborotadores en la calle. Por medio de esos pensamientos el demonio intenta llevarte a la desesperación, o cuando menos quiere impedir que confíes en Jesús. La pobre mujer enferma no pudo acercarse a Jesús por causa de la multitud, y tú estas en condición semejante a causa de la multitud de malos pensamientos que te oprimen. Sin embargo, ella extendió el dedo y tocó el vestido del Señor, y quedó sana. Haz tú los mismo.

Jesús murió por los culpables «de toda clase de pecado y blasfemia;» y por lo mismo estoy seguro de que no rechazará a los que sin quererlo son acusados por los malos

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pensamientos. Arrójate confiado sobre él, pensamientos y todo, y verás como es poderoso para salvarte. Él pondrá fin a esas inspiraciones del maligno y te hará verlas en su verdadera luz, para que no te atormenten más. Te quiere y puede salvar a su manera, de modo que por fin disfrutes de perfecta paz. Solamente confía en él tanto respecto a esto como en orden a todo lo demás.

Desconcierto doloroso es la forma de incapacidad que consiste en la supuesta falta de poder para creer. No nos es extraña la queja que dice:

Con tal que creer pudiera,

Muy grato mi todo sería:

No puedo, si bien quisiera;

Es tal la miseria mía.

Muchos quedan a oscuras por años y por falta, como dicen, de poder hacer lo que en realidad no es hacer, sino el abandono de todo poder para entregarse al poder de otro, al Señor Jesús mismo. Es verdad que todo este asunto de creer es cosa muy singular, porque las personas que se esfuerzan en sentido de procurar creer, no hallan auxilio en la empresa. La fe no viene por tratar o procurar creer. Si alguien me relatara algo que ocurrió esta mañana, no le diría yo que procuraría creerlo. Si no le creyera persona confiable, no creería naturalmente; pero ningún caso habría lugar para tal cosa como procurar creer. Ahora bien, declarando Dios mismo que en Cristo Jesús hay salvación, forzosamente debo creerlo en seguida, o tratarle de mentiroso. Por cierto que no dudarás respecto a lo que sea el recto proceder en este caso. El testimonio de Dios debe ser verdadero, y siendo así nos hallamos bajo la obligación de creer sin demora.

Pero tal vez has procurado creer demasiado. No aspires a cosas exorbitantes. Conténtate con una fe que abarca esta sola verdad «Cristo, cuando aun éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.» El dio su vida por los hombres cuando aún no creían en él, ni eran capaces de creer en él. Murió por los hombres no como creyentes sino como pecadores. El vino para hacer a estos pecadores creyentes y santos; pero al morir por ellos les miraba como del todo sin fuerzas. Si te afirmas en la verdad de que Cristo murió por los impíos y lo crees, tú fe te salvará y podrás ir en paz. Si quieres confiar tu alma al Señor Jesús que murió por los impíos, eres salvo, aun cuando todavía no puedas creer en todas las cosas, ni mover las montañas, ni hacer otras cosas maravillosas. No es la gran fe que salva sino la verdadera fe; y la salvación no está en la fe, sino en el Cristo, en quien la fe confía. Una fe tan pequeña como un grano de mostaza basta para traernos la salvación. No es la medida de fe la que se toma en cuanta, sino la sinceridad de la fe. Ciertamente el hombre puede creer lo que sabe que es la verdad; y como sabes que Jesús es verdadero, tú amigo, puedes creer en él.

La cruz que es el objeto de la fe es también, por el poder del Espíritu Santo, la fuente de la misma. Siéntate y contempla en espíritu al Salvador moribundo hasta que brote la fe espontáneamente del corazón. No hay lugar mejor que el Calvario para producir la

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confianza. Quienes ponen su mirada en el significado de ese monte, les ha proporcionado vigor a su fe. Muchos que allí han contemplado al redentor, han dicho:

Mirándote herido, moribundo

En vil madero como delincuente,

La fe en ti, Señor, en lo profundo

Del corazón nacer se siente.

«¡Ay de mí!» dice otro. «Mi falta de fuerza consiste en que no puedo abandonar el pecado y se bien que no puedo ir al cielo cargado de pecado.» Me alegro de que sabes esto, porque es la pura verdad. Es preciso divorciarse del pecado para casarse con Cristo. Recuerda la pregunta que penetró en la mente de Juan Bunyan ocupado en sus juegos en el día domingo: ¿Quieres guardar tus pecados e ir al infierno o abandonar tus pecados e ir al cielo? Esto le dejó confundido. Esta es una pregunta que todo hombre tendrá que contestar, porque continuar en el pecado e ir al cielo es imposible. Te es preciso abandonar el pecado o abandonar la esperanza.

Si contestas: «Si, la voluntad no me falta. Tengo el querer, más hacer lo que deseo, no lo alcanzo. El pecado me domina y no tengo fuerzas,» Ven, pues, si no tienes fuerzas, aún hay remedio en este texto. «Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.» ¿Puedes creer esto todavía? Por mucho que otras cosas, al parecer, lo contradigan, ¿quieres creerlo? Dios lo ha dicho; es un hecho, y por tanto, acógete al mismo por amor de tu alma, porque allí está tu única esperanza. Creélo y confía en Jesús, y pronto hallarás poder para aniquilar tu pecado; pero aparte de Cristo, el «hombre fuerte armado» te tratará para siempre como esclavo.» Personalmente nunca podría haber vencido sobre mi naturaleza pecaminosa. Procuraba, pero fracasé. Mis malas inclinaciones me eran demasiado numerosas, hasta que, creyendo que Cristo murió por mi, abandone mi alma culpable en sus brazos, y entonces recibí poder para vencer a mi propio yo pecaminoso. La doctrina de la cruz puede ser usada para combatir al pecado como los guerreros antiguos usaban las espadas formidables de dos mangos, diezmando al enemigo a cada golpe. Nada hay como la fe en el amigo de los pecadores, esta vence todo mal. Si Cristo ha muerto por mi, impío como soy, sin fuerza como me encuentro, subsecuentemente no puedo vivir más en el pecado, sino que debo crecer en amor y servicio del que me ha redimido. No puedo jugar con el mal que ha matado a mi mejor Amigo. Debo ser santo por amor a él mismo. ¿Cómo puedo yo vivir en el pecado siendo así que él ha muerto para salvarme del pecado?

Mira cuán glorioso remedio esto es para ti que carece de fuerzas, el saber y creer que a su tiempo Cristo murió por los impíos como tú. ¿Lo has comprendido ahora? Es tan difícil para muchas mentes oscurecidas, pervertidas e incrédulas ver la esencia del evangelio. A veces he pensado al acabar la predicación que tan claramente he declarado el evangelio que los más torpes lo debieran haber comprendido; sin embargo,, he notado que aún los oyentes no han comprendido lo que es: «Mirad a mí y sed salvos» (Isa. 45:22). Los convertidos dicen generalmente que hasta tal o cual día no han comprendido el evangelio. Y esto a pesar de haberlo oído, no por falta de explicación, sino por falta de

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revelación personal. El Espíritu Santo está dispuesto a concederla a los que se lo pidan. Pero, aún después de concedida, la suma total de lo revelado está contenida en las palabras: «Cristo murió por los impíos.»

Oigo a otro quejarse como sigue: «¡Ay, ay! Mi flaqueza consiste en no poder permanecer firme. El domingo oigo la palabra y me impresiona; pero durante la semana doy con un mal compañero y desaparecen mis buenas intenciones. Mis compañeros de trabajo no creen en nada y dicen tantas barbaridades. Yo no se como contestarles, y así quedo derrotado. Te comprendo; pero al mismo tiempo, si eres sincero, te diré que hay remedio para tu flaqueza en la gracia Divina. El Espíritu Santo, tiene poder para echar fuera al espíritu de temor. Él puede hacer valiente al cobarde.

Acuérdate, amigo, que no debes quedar en ese estado. No conviene de ningún modo que seas falso para contigo mismo. Aquí no se trata simplemente de un asunto espiritual, sino de resolución común. Muchas cosas haría para agradar a mis amigos, pero ir al infierno para darles gusto, eso si que no lo haría. Bueno es hacer algunas cosas para guardar la amistad, pero muy mal se paga mantener la amistad con el mundo, a costa de la amistad con Dios. «Eso lo se,» dices, pero a pesar de saberlo me falta ánimo. Desplegar la bandera, a eso no me atrevo. Me falta fuerza para vivir firme. Ahora bien, te traigo el mismo texto: «Cristo, aún cuando éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.»

Si el apóstol Pedro estuviera aquí, nos diría, «El Señor Jesús murió por mí, aún cuando era yo tan débil que por las palabras de una criada empiece a mentir y jurar que no conocía al Señor.» Sí; Jesús murió por aquellos débiles que le abandonaron huyendo. Afírmate en esta verdad, «Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.» Graba esto bien en tu alma «Cristo murió por mí,» y pronto tú estarás listo a morir por Él. Creé que el sufrió en tu lugar, ofreciendo por ti un sacrificio expiatorio, pleno, verdadero y satisfactorio. Si crees este hecho, tendrás forzosamente que sentir. No me puedo avergonzar del que murió por mí, La convicción plena de esta verdad, te infundirá valor irresistible.

Acuérdate de los santos de la época de los mártires. En los tiempos primitivos del cristianismo, cuando este pensamiento del gran amor de Cristo, brillaba con fulgor infinito en la iglesia, no solo estaban listos a morir los cristianos, sino deseaban sufrir presentándose espontáneamente a centenares ante los tribunales de los gobernantes perseguidores confesando a Cristo. No digo que sea prudencia invitar así la muerte cruel, pero el caso prueba que un sentimiento del amor de Cristo eleva al hombre sobre todo temor del daño que el hombre sea capaz de hacer al creyente. ¿Por qué no hará tal sentimiento lo mismo en ti? ¡Ojalá que te inspire ahora la determinación valiente de colocarte al lado del Señor y ser su fiel seguidor hasta el fin!

¡Que el Espíritu Santo nos ayude a llegar a este punto por la fe en el Señor Jesús, y todo será para bien nuestro y para su gloria!

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AUMENTO DE FE

¿Cómo conseguir que se nos aumente la fe? Esta es una pregunta seria para muchos. Dicen que desean creer, pero que no pueden. Se proponen muchos absurdos en este asunto. Seamos prácticos en el caso.

Se necesita tanto sentido común aquí’ como en otros asuntos de la vida. ¿Qué debo hacer para creer?. Alguien preguntó a una persona cual era la mejor manera de hacer cierta cosa, y se le contestó que la mejor manera de hacerla, era hacerla, sin demora. Discutir modos y métodos, cuando se trata de un acto sencillo, es malgastar el tiempo. Tratándose de creer, el modo más breve es creer en seguida.

Si el Espíritu Santo te ha hecho dócil y sincero, creerás tan pronto como la verdad se te presente. Y la creerás, porque es la verdad. El mandamiento evangélico dice: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo» (Hech. 16:31) Es inútil evadirse de esto preguntando y reflexionando. El mandato es claro, y debes obedecerlo.

Pero si en realidad te molesta alguna duda, llévala en oración a Dios. Di al gran Padre Dios precisamente lo que te perturba y pídele que por el Espíritu Santo se te resuelva el problema. Si no puedo creer las afirmaciones de un libro me es grato preguntar al autor como él entiende lo dicho, y si es hombre digno de crédito, me dejará satisfecha su explicación divina de los puntos difíciles de las Escrituras al corazón del verdadero buscador de la verdad. El Señor desea hacerse conocer a los que le buscan. Acude a él para conocer la verdad. Acude sin demora a la oración y ruega, «Oh Espíritu Santo, guíame a toda la verdad. Lo que no comprenda, enséñamelo tú.»

Por otra parte, si la fe parece difícil, es fácil que Dios el Espíritu Santo te haga capaz de creer, si oyes con mucha frecuencia lo que se te manda creer. Creemos muchas cosas, porque las hemos oído tantas veces; ¿No has notado en la vida diaria que si oyes una cosa cincuenta veces al día, por fin acabas de creerla? Por este proceso muchos han llegado a creer cosas fantásticas, y por tanto no me extraño, si el buen Espíritu bendice este método de oír la verdad con frecuencia, usándola para producir la fe respecto a lo que se debe creer. Esta escrito «La fe viene por el oír,» por tanto oye con frecuencia. Si con sinceridad y atentamente continuo oyendo el evangelio, uno de estos días me encontraré creyendo el evangelio, uno de estos días me hallaré creyendo lo que oigo, mediante la bendita operación del Espíritu de Dios en mi mente. Solamente ten cuidado de oír el evangelio y no lo que esté calculado a despertar dudas en tu mente, ya sea por discursos o lecturas.

Pero si esto te parece un consejo pobre, añadirá a continuación; toma en cuenta el testimonio de otros. Los samaritanos creyeron a causa del testimonio de lo que la mujer les había dicho acerca de Jesús. Muchas de nuestras creencias nacen del testimonio de otros. Yo creo que existe un país llamado Japón. Nunca lo he visto, y, sin embargo, creo que hay tal país, porque otros lo han visto. Creo que moriré, nunca he muerto, pero machismos de mis conocidos han muerto, y por lo tanto, estoy convencido de que yo moriré también. El testimonio de muchos me ha convencido del hecho. Escucha, por tanto, a los que te comentan cómo fueron salvos, cómo recibieron el perdón, cómo se transformó su carácter. Si prestas atención, notarás que alguien precisamente como tú

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ha sido salvo. Si has sido ladrón, hallarás que otro ladrón lavó sus culpas en la preciosa sangre de Cristo. Si por desgracia has sido desvergonzado, hallarás que personas caídas como tú han sido levantadas, limpiadas y transformadas. Si te hallas en condición desesperada y te mueves un poco en el círculo del pueblo de Dios, pronto descubrirás que algunos de los santos, se han visto tan desesperados como tú, y hallaron verdadero placer en contarte como el Señor les libró. Conforme vas escuchando uno tras otro de los que han puesto a prueba la Palabra de Dios, hallándola verdadera, el Espíritu Divino te conducirá a la fe.

¿No has oído hablar del africano, al cual dijo el misionero que en su país el agua se volvía a veces tan dura que el hombre podía andar encima de la misma? Muchas cosas podía creer el africano pero esa, nunca. Cuando el negro vino una vez a Inglaterra, pudo ver un río helado, pero no se atrevía a meter el pie en el hielo. Sabía que el río era profundo, y temía ahogarse, si procuraba andar sobre el hielo. No se le pudo convencer que lo intentara, hasta que viera a su amigo y a otros muchos atravesar el río andando sobre el hielo. Entonces quedó convencido y anduvo confiado, donde otros le habían adelantado. As’ puede ser que tú, viendo a otros creer en el Cordero de Dios y notando como disfrutan de paz y gozo, seas conducido agradablemente a creer. La experiencia de otros es el camino de Dios por donde nos conduce a la fe. Pero sea como fuere, una de dos, has de creer en Cristo o morir; no hay esperanza fuera de Cristo.

Pero un plan mejor es este: Fíjate en la autoridad sobre la cual se te manda creer, y esto te ayudará grandemente. La autoridad no es mía; esta bien la puedes rechazar. Ni es la de algún dirigente espiritual, que bien podrías sospechar. Es sobre la autoridad de Dios mismo que te manda creer. El mismo te manda creer en Jesucristo, y no debes ser desobediente a tu Creador. El capataz de ciertas obras había oído el evangelio muchas veces, pero se inquietaba dudando que acaso nunca acudirá a Cristo. Un día su buen patrón le envió una tarjeta diciendo: «Venga usted a mi casa tan pronto termine hoy su trabajo.» Apareció el capataz a la puerta del patrón; salió este y le dijo en tono brusco: «Qué quiere usted, Juan, porque me viene a molestar a estas horas? El trabajo del día se ha terminado, ¿con qué derecho se presenta usted aquí? «Señor,» contestó el capataz, recibió una tarjeta de usted diciéndome que terminando mi trabajo viniera aquí.» ¿Quiere usted decir que por la sola razón de recibir una tarjeta mía invitándole a mi casa, debía usted venir y hacerme salir después de terminadas las horas de trabajo del día? «Bien, Señor,» respondió el capataz. No le comprendo, pero me parece que ya que usted, envió por mi, tenía yo derecho de venir. Pues entre Juan, dijo el patrón, aquí tengo otro mensaje de invitación para usted. Y sentándose le leyó estas palabras: «Venid a m’ todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar» (Mat.11:28). ¿Piensas qué, después de recibir este mensaje de Cristo mismo, que harás mal en acudir a él? Ahora comprendió el pobre capataz todo inmediatamente, y creyó en el Señor Jesús para vida eterna, ahora sabía que tenía buena autoridad y garantía para creer. As’ tu pobre alma, tiene la mejor autoridad para creer y por fe acudir a Cristo, porque el Señor mismo te manda confiar en él.

Si esto no produce fe en ti, piensa en lo que debes creer, al saber que el Señor Jesucristo sufrió en lugar de los pecadores y es poderoso para salvar a todos los que creen en él. Por cierto, este es el hecho bendito que la humanidad ha oído y debiera creer. El hecho más a propósito, más consolador, y divino que jamás a llegado a oído del

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hombre. Te aconsejo que pienses mucho en él, que escudriñes la gracia y el amor que contiene. Estudia los cuatro evangelios y las epístolas de Pablo y comprobarás que es digno de aceptación, y quedarás convencido a creerlo.

Si esto no basta, medita en la persona de Cristo, piensa en quién es, qué hizo, dónde esta, y que es. ¿Cómo puedes dudar de él. Es cruel desconfiar del siempre verdadero Jesús. Nada ha hecho que merezca desconfianza; al contrario, debiera ser fácil confiar en él. ¿Por qué crucificarle de nuevo con nuestra incredulidad? ¿No es eso coronarle de espinas y escupir en su rostro de nuevo? ¿Qué? ¿No es digno de confianza? ¿Qué insulto mayor que este podían arrojarle los soldados? Le hicieron mártir, pero tú le haces mentiroso, lo que es peor. No preguntes: ¿Cómo podré creer? Pero responde a otra pregunta: ¿Cómo podré descreer?.

Si ninguna de estas cosas te sirven, hay algo en ti fundamentalmente malo, y mi última palabra será Sométete a Dios. Prejuicio u orgullo esta en el fondo de tu incredulidad. El Espíritu de Dios te libre de tu enemistad, haciéndote sumiso. Pues eres rebelde, orgulloso, necio, y esta es la razón por qué no crees en tu Dios. Cesa tu rebeldía, entrega las armas, entrégate humillado, sométete a tu rey. Creo que nunca un alma levantó los brazos desesperada, exclamando «Señor, me entrego,» sin que la fe le viniera a ser cosa sencilla. La causa de tu incredulidad es que estas en pleito con Dios, resuelto a seguir tu propia voluntad y tu propio camino. ¿Cómo podéis vosotros creer que tomáis la gloria los unos de los otros? dijo Cristo. El yo orgulloso es el padre de la incredulidad. Sométete, entrégate a Dios, y as’ te será fácil creer en el Salvador. Que el Espíritu Santo intervenga secreta pero eficazmente en tu corazón, llevándote a la fe en el Señor Jesús en este mismo momento.

***

Un sermón predicado el 17 de Julio de 1881, Por C.H. Spurgeon, En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres, Inglaterra

La Fe ¿Qué es? ¿Cómo se Consigue?

"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe" (Efesios 2:8).

En este sermón deseo considerar especialmente las últimas palabras del texto: "por medio de la fe." Pero llamaré antes la atención sobre el origen de nuestra salvación, el cual es la gracia divina: "Por gracia sois salvos." Dios abunda en gracia, he aquí por qué los hombres pecadores son perdonados, son convertidos, son purificados, en suma, son salvos. Lo son debido, no a alguna cosa de ellos o que pudiera hallarse en ellos, sino al inmenso amor, bondad, compasión, misericordia y gracia de Dios.

Fijaos bien en lo que acabamos de decir; de otra suerte sufriríais una equivocación. Fijaos sólo en la fe, la cual es el conducto de la salvación, vendréis a olvidar la gracia que es el origen y fuente de la fe misma. La fe es la obra de la gracia de Dios en nosotros. "Nadie puede decir que Jesús es el Cristo sino por el Espíritu Santo" (1 Cor.

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12:3). "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Juan 6:44). Así es que el venir a Cristo o en otras palabras la fe, es el resultado de la atracción divina.

La gracia es el manantial y la corriente: la fe es el acueducto por el cual el río de la misericordia fluye, refrescando a los mortales sedientos. ¡Qué lástima que el conducto llegue alguna vez a romperse! En los alrededores de México se presenta el cuadro triste de muchos acueductos notables que ya no conducen agua a la ciudad, pues los arcos están rotos y aquellas obras maravillosas se encuentran arruinadas. Preciso es que el conducto se conserve integro, a fin de conducir la corriente.

Así también la fe tiene que ser firme y sana, constituyendo un conducto útil y directo entre Dios que está arriba y nosotros que estamos abajo, y de este modo comunique la gracia a nuestras almas.

1. Pregunta. ¿QUE ES ESTA FE con respecto a la cual se dice "por gracia sois salvos por medio de la fe "? Muchas descripciones de la fe han salido a luz, mas casi todas las que he encontrado me han hecho comprender menos que antes de haberlas conocido Espero no incurrir yo en la misma falta.

La fe es el más sencillo de los actos mentales. Quizá por esta misma sencillez se nos hace más difícil explicarla.

¿Qué, pues, es la fe? Contestación: La fe se compone de tres elementos, a saber: el conocimiento, la creencia y la confianza.

1. Primero el conocimiento. Ciertos teólogos romanos, afirman que el hombre puede creer aquello que todavía no conoce. Quizá un romanista es capaz de hacerlo, mas yo no. "Cómo creerán en aquél de quien no han oído?" (Rom. 10:14). Debo estar enterado de un hecho antes de poder creerlo. Varias son las cosas que creo, pero no puedo afirmar que creo en multitud de cosas que jamás he oído. "La fe viene por el oír." Tenemos que oír primero, a fin de sepamos lo que nos conviene creer. "Y confiar en ti los que saben tu nombre" (Salmo 9:10). Nuestra medida de ciencia es esencial a la fe; he aquí la importancia de adquirir conocimientos. "Inclinad vuestros oídos y venid a mi: oíd y vivirá vuestra alma" (Isaías 55:3). Tal fue la palabra del antiguo profeta, y tal es la palabra del Evangelio todavía. "Escudriñad las Escrituras" y aprended lo que enseña el Espíritu Santo acerca de Cristo y de la salvación. Procurad saber que Dios existe y que "Es galardonador de los que le buscan" (Hebreos 11:5). ¡Que él os conceda el espíritu de conocimiento y del temor de Jehová! Isaías 11:2. Conoced el Evangelio, sabed lo que son las buenas nuevas, y cómo hablan estas del perdón gratuito y del cambio de corazón, de la adopción en la familia de Dios y de otras bendiciones incontables.

Conoced a Dios, conoced su Evangelio, y especialmente a Jesucristo el Hijo de Dios, el Salvador de los hombres, unido a nosotros por su naturaleza humana y unido a Dios, puesto que es divino, y por lo tanto idóneo para obrar como mediador entre Dios y el hombre. Jesús sabe colocar las manos sobre los dos, sirviendo de eslabón que une al pecador con el Juez de toda la tierra.

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Esforzaos en conocer más y más a Cristo. Pablo, después de veinte años de convertido, manifestó a los Filipenses que todavía deseaba conocer más a Cristo. Fijaos en esto: cuanto más conocemos acerca de Cristo, tanto más entrará el deseo de conocerle a fin de que aumente nuestra fe. La fe, pues, comienza con la ciencia. De aquí se deduce la utilidad de ser instruidos en la verdad divina, puesto que el conocimiento de Cristo es vida eterna. Juan 17:3.

2. En seguida, la inteligencia se dispone a creer las cosas que son ciertas. El alma cree que hay un Dios y que éste escucha el clamor de los corazones sinceros; que el Evangelio es de Dios, y que la justificación por la fe es la gran verdad que Dios ha revelado con suma claridad. Luego el corazón cree que Jesús de hecho y en verdad es nuestro Dios y Salvador, el Redentor de los hombres, el profeta, sacerdote y rey de su pueblo.

Queridos oyentes, ruego a Dios que desde luego vengáis a parar en esto y a creer firmemente que "la sangre de Jesucristo, el querido Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado" (1Juan 1:7); que el sacrificio consumado por él es aceptado por Dios como cabal y perfecto, por cuyo motivo, aquel que cree en Jesús no tiene condenación.

3. Por las anteriores consideraciones ya hemos hecho avances considerables hacia la fe. Con todo eso, antes de completar la idea de la fe salvadora, es absolutamente necesario agregar otro ingrediente, a saber: confianza. Entregaos al Dios misericordioso; haced que vuestra esperanza descanse en el Evangelio de gracia. Confiad vuestra alma al Salvador que una vez murió, pero ahora vive. Lavad vuestros pecados en aquella sangre expiatoria; aceptad la justicia perfecta, y todo estará bien. La confianza es la sangre vivificadora de la fe. Sin esta confianza la fe deja de existir.

II. LA FE EXISTE EN VARIOS GRADOS, según los conocimientos del Individuo y otras circunstancias. En algunos casos la fe no pasa más allá de el acto de asistir a Cristo.

1. Fijaos por un momento en la madreselva que crece en nuestros huertos. Quizá está caída y tendida desordenadamente sobre el suelo cubierto de cascajo. Haced que la planta descanse sobre un arbusto, o un enrejado, o una estaquilla. Desde luego se agarra a estos objetos merced a unos ganchillos provistos por la naturaleza, con los cuales se une a cualquier objeto que se le ofrece.

De semejante modo, todo hijo de Dios tiene en su alma ganchillos espirituales; es decir, pensamientos, deseos y esperanzas, por los cuales se une con Cristo y sus promesas.

Aunque dicha fe es de un carácter sencillo, constituye, sin embargo, un grado sumamente completo y eficaz.

Podríamos decir que en este caso, el corazón es la esencia de toda la fe. Nos acogemos a ella al encontrarnos en grandes apuros, o cuando nos hallamos trastornados por alguna enfermedad, o abatidos en nuestro espíritu.

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Y como no nos queda otro recurso, nos colgamos de algún objeto, y eso es el alma de fe. ¡Oh pobre corazón! si todavía no conoces todo lo que desearías conocer acerca del Evangelio, apégate a lo que ya conoces. Si hasta ahora te asemejas solamente a la oveja que penetra un poco dentro del río de la vida, y no llegas a imitar al leviatán, que hace revolver las aguas del hondo mar hasta sus profundidades, no por eso dejes de beber. Porque el beber, más que el sumergirse, es lo que te salvará. Afiánzate, pues de Cristo; únete a él; abrázate a él, que esto es el alma de la fe. Imita a la madreselva.

2. Otra forma de la fe es, cuando un Individuo se asocia con otro en virtud del conocimiento que tiene de la superioridad de su compañero, y consiente en seguir bajo su mando. Este grado de la fe requiere mayores conocimientos que el anterior.

Un ciego tiene confianza en su guía, porque sabe que ve. Anda confiadamente por donde le conduzca su guía. Es tal vez ciego de nacimiento, y desconoce lo que es la vista, pero sabe que existe, y si su amigo la posee. De consiguiente estrecha con toda espontaneidad la mano del guía y sigue su dirección.

Esta representación o imagen de la fe, es la más exacta que podemos idear. Sabemos que Jesús tiene en si méritos, poderes y bendiciones no poseídos por nosotros. Por lo tanto, nos entregamos gozosamente a El y nos ponemos bajo su dirección.

El niño que concurre a la escuela está obligado a tener fe en la ilustración de su maestro. Este le enseña, por ejemplo, la Geografía, instruyéndole sobre los continentes, los océanos, los diversos países, ciudades y gobiernos. El niño no puede saber por si mismo que estos datos sean exactos, pero confía en su preceptor y en los libros puestos en sus manos.

Eso es precisamente lo que tendréis que hacer con relación a Cristo, si es que deseáis ser salvos. Habéis de saber, porque él lo ha dicho; y habéis de creer, porque él lo ha asegurado; y habéis de confiar, porque él os promete la salvación. Casi todo lo que vosotros y yo sabemos, lo hemos adquirido mediante la fe.

Acaba de obtenerse un descubrimiento científico, y confiamos en su verdad. ¿Y en qué basamos nuestra confianza? En la autoridad de ciertos sabios bien conocidos, y cuya reputación está bien establecida. No hemos presenciado, ni hemos practicado los experimentos de estos señores; no obstante, creemos su testimonio.

Así habéis de obrar con respecto a Cristo. Puesto que él os enseña ciertas verdades, habéis de ser sus discípulos, creer sus palabras y confiar en su persona. El os supera infinitamente y se presenta a vuestra aceptación como maestro y Señor. Si le aceptáis a él y sus dichos, seréis salvos.

3. Otro grado de fe, todavía superior es, el que nace del amor. ¿Por qué confía el niño en su padre? Puede ser que yo o vosotros sepamos más acerca de aquel padre que el Hijo y no obstante, confiamos menos implícitamente en él. La razón por que el hijo confía en su padre, se encuentra en el amor que el primero tiene al segundo.

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Bienaventurados y felices los que poseen una dulce fe en Jesús, mezcla con un amor profundo.

Quedan encantados con su carácter, satisfechos con su misión, y arrobados por la benignidad que siempre ha manifestado. No pueden dejar de confiar en él, puesto que tanto le admiran, tanto le reverencian y tanto le aman.

Difícil es que alguien nos haga dudar de la persona a quien amamos. Si en último caso nos vemos obligados a ello, entonces surge la terrible pasión de los celos, que es fuerte como la muerte y cruel como el sepulcro. Pero antes que venga el quebrantamiento de corazón, el amor es pura confianza, completa seguridad.

4. La fe realiza la presencia del Dios viviente y del Salvador. Cría en el alma cierta tranquilidad y reposo parecidos a los que se hallaban en el alma de una niña durante una tormenta. Su madre se alarmaba, pero la amable niña estaba muy contenta y palmoteaba en el momento en que el cielo relampagueaba más vivamente, y gritaba con acentos infantiles:

-¡Mira, mamá! ¡Qué bonito! ¡Qué bonito! su madre contestó: -Niña, quítate de ahí, me espanta el relámpago. Mas la muchacha pedía que se le permitiera asomarse y contemplar la luz tan preciosa que Dios producía en todo el cielo. Era que estaba segura de que Dios no haría ningún mal a la que era su hija.

-¡Pero escucha los truenos tan terribles! -contestó la madre.- ¿No dijiste mamá, que Dios habla en el trueno? Si, -respondió la madre temblando.

-¡Oh! dijo la niña- ¡qué bonito es oírle!, habla muy serio, pero yo creo que es porque él quiere que la gente sorda le oiga. ¿No es así, mamá?

Y así seguía charlando, alegre como un pajarito, porque Dios existía para ella, y ella confiaba en Dios. Para ella el rayo era la luz preciosa de Dios, y el trueno la voz maravillosa de él, y esto la ponía contenta.

Me arriesgo a decir que su mamá conocía mucho más acerca de las leyes naturales y de las fuerzas eléctricas que su hija, mas estos conocimientos le traían poco consuelo. Los conocimientos de la madre serian pretenciosos; en cambio eran mucho más acertados y consoladores los de la hija.

Por mi parte preferiría ser otra vez un niño, que llegar a pervertirme con la sabiduría. La fe nos hace portarnos como niños para con Cristo, creyendo en él como en una Persona real y presente, que está muy inmediata a nosotros y pronta a bendecimos.

Quizá esto sea un sueño infantil; pero nos conviene llegar a semejante simplicidad, si deseamos ser felices en el Señor. "De cierto os digo que si no os convirtiereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mat. 18:3). La fe acepta la palabra de Cristo, así como el niño confía en su padre y con toda simplicidad le fía el pasado, el presente y el porvenir. ¡ Que Dios nos conceda tal fe!

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5. Otro grado de la fe proviene de los conocimientos ya comprobados. A esta clase de fe acompaña el crecimiento en gracia: cree en Cristo puesto que le conoce, y tiene confianza en él, puesto que Cristo se ha mostrado infaliblemente fiel. Esta fe no busca ni señales ni notas, sino cree con atrevimiento.

Contemplad la fe del marinero en su jefe. Me causa admiración. El marinero suelta el cable, y a impulso del vapor el barco se aleja del muelle. Pasan días, semanas y aun meses, sin que se divise otra embarcación o alguna tierra. Sin embargo, sigue de día y de noche impávido hasta que cierta mañana se halla frente al puerto deseado, y hacia el cual ha venido navegando. ¿Cómo ha descubierto la ruta sobre el Océano, en el que se borra todo rastro? Ha confiado en su brújula, su carta marina, su anteojo y en los cuerpos celestes. Obedeciendo las indicaciones de estos auxiliares y sin ver la tierra, navega con sumo acierto. Al terminarse el viaje, no necesita variar un punto para entrar al puerto. ¡ Cosa maravillosa eso de navegar sin vista!

Hablando ahora espiritualmente, consideramos bienaventurado a aquel que, abandonando las costas de la vista, dice un adiós a las emociones interiores, a las providencias consoladoras, a las señales y a todo eso. Cree en Dios, y desde luego se dirige hacia el cielo. "Bienaventurados los que no han visto, y sin embargo han creído" (Juan 20:29). A ellos les será ministrada al fin una entrada abundante al cielo, y les será concedido un viaje próspero en el camino.

III. Concluiremos con el tercer punto. "¿COMO PODEMOS OBTENER Y AUMENTAR LA FE?"

Esta pregunta es para muchos muy seria. Dicen que desean creer, pero que no pueden. Nos conviene, pues, tratarlo de una manera práctica y no suscitar cuestiones absurdas. En vez de preguntar, ¿qué he de hacer para creer?, correspondía creer de una vez, y no fijarse en pequeñeces. Pronto sabremos lo que es la fe, si desde luego creemos lo que aceptamos como cierto. Si el Espíritu Santo inspira en vosotros franqueza y candor creeréis la verdad en el Instante en que esta os sea presentada. Tenéis el mandamiento de creer en Cristo, y sabiendo que él es seguro, os conviene confiar en él de una vez. De todas maneras el mandato es firme y claro: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo."

1. Si tropezáis con alguna dificultad, presentadla a Dios en la oración. Comunicad con el Padre vuestra perplejidad, y rogadle que por su Espíritu Santo resuelva la duda. Si no puedo aceptar alguna afirmación contenida en un libro, me permito interrogar al autor sobre el sentido de sus palabras. Con mayor razón, la explicación del Autor divino satisfará al investigador sincero. El Señor está pronto para hacerse conocer. Acudid a él y veréis si no es cierto.

2. Después si la fe os parece difícil, se os hará fácil oyendo con frecuencia y con atención las cosas que se os manda creer. Creemos una multitud de cosas por haberlas oído tantas veces. ¿No habéis notado que en la vida común, si oís una cosa afirmada cincuenta veces al día, al fin llegáis a creerla? Algunos por este método han llegado a creer hasta lo falso. Dios empleará este método para obrar fe en vosotros acerca de lo que es cierto: "La fe es por el oír" (Romanos 10:17).

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3. En caso de que dichos consejos parezcan inadecuados, agregaré el siguiente: "Oíd el testimonio de otros." Los samaritanos creyeron a causa de lo que la mujer les dijo acerca de Jesús. Muchas de nuestras creencias estriban en el testimonio de otros. Creo, por ejemplo, que hay un país llamado el Japón. Nunca lo he visto, y sin embargo, creo que existe, pues otros han estado allí. También creo que moriré. Jamás he tenido esa experiencia; pero muchos de sus conocidos han muerto, y tengo la convicción de que yo también moriré.

El testimonio de muchos convence de la verdad. Escucha, pues, a aquellos que te cuentan la manera de su salvación, de cómo fueron perdonados, y de cómo tuvieron un cambio en su carácter. Escuchando descubriréis que otros semejantes a vosotros han alcanzado la salvación.

Si alguno ha sido ladrón, sepa que un ladrón se regocijó al lavar sus pecados en la fuente de la sangre de Cristo. El que ha sido deshonesto en su vida, encontrará a otros que habiendo caído de un modo semejante al suyo, llegaron a purificarse y transformarse.

Si estáis desesperados, conversad un poco con el pueblo de Dios, inquirid sobre esto, y comprenderéis que varios que también estuvieron desesperados, podrán deciros cómo él los salvó. Y al escuchar a varios de aquellos que han puesto a prueba la Palabra de Dios, el Espíritu Divino os persuadirá a creer.

Quizá habéis oído del africano que oyó a un misionero que, en algunos países, el agua suele hacerse tan firme y maciza, que un hombre puede andar sobre ella. El africano declaró que aceptaba muchas cosas que el misionero les había dicho, pero que jamás podría creer semejante absurdo. Después llegó a visitar a Inglaterra y sucedió, un día de gran frío, que el río estaba helado; más El africano no se arriesgó a entrar en él. Pero se dejaba persuadir. Entonces su amigo anduvo sobre él, y el africano le imitó, y entró donde otros se habían arriesgado.

Así es que, al ver a otros creer, y al notar el gozo y la paz de que disfrutan, nosotros mismos seréis persuadidos suavemente a confiar en Cristo. Este es uno de los métodos empleados por Dios para ayudarnos en la fe por su buen Espíritu

4. Otro plan todavía mejor es el siguiente: fijaos en la autoridad que os ordena creer. Esto os ayudará mucho. La autoridad no es mía; en tal caso podríais con razón rechazarla. Ni es la del Papa, porque podríais rechazarla también. La fe es mandada por Dios mismo. El os manda creer en Cristo y no podéis negar obediencia a vuestro Creador.

El capataz de cierta fábrica en el norte de Inglaterra había oído muchas veces el evangelio, pero estaba acosado de temor de que no podría acudir a Cristo. Su jefe un día le envió una tarjeta en la que decía:

Ven a mi casa luego que acabes el trabajo. El capataz se presentó a la puerta de la casa de su jefe. Saliendo éste, dijo bruscamente:

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--¿Qué quieres, Juan? ¿Por qué me molestas a estas horas? El trabajo está terminado. ¿Qué haces aquí? Señor dijo su Inferior --recibí una tarjeta de usted avisándome que viniera después de concluido el trabajo.

-¿Quieres decir que, simplemente porque recibiste de mi una tarjeta, por eso has de venir a mi casa y venir a molestarme después de las horas de despacho?

-Pues señor -contestó el capataz- no lo entiendo. Mas me parece que al mandar por mi, yo tenía obligación de venir.

-Entiende Juan, dijo su jefe- tengo otro recado que deseo leerte. Y luego se sentó, y leyó las palabras siguientes:

"Venid a mi todos los que estás trabajados y cargados, que yo os haré descansar." -¿Crees que después de recibir semejante mensaje de Jesús, sería una imprudencia acogerte a tal?

El pobre capataz comprendió de un golpe todo el negocio, y creyó. Entendió que tenía buena autoridad y facultades suficientes para hacerlo.

5. Si todas estas sugestiones no os afirman en la fe, pensad en lo que habéis de creer: que el Señor Jesús sufrió en lugar de los hombres, y puede salvar a todos los que confían en El. Pues este es el hecho, el más precioso, el que se les pide a los hombres que crean; la verdad más consoladora y divina que jamás se ha puesto a la vista de los hombres. Yo os aconsejo que meditéis mucho sobre ello, y que escudriñéis el amor y gracia que contiene.

6. Si al fin no bastan las indicaciones ya hechas, pensad en la persona de Cristo. Pensad en lo que es, en lo que hizo, en el lugar en que habita, y en la gloria de su estado exaltado. Pensad mucho y profundamente acerca del Hijo de Dios, y el Espíritu Santo engendrará la fe en vuestro corazón.

*** 

LECCIÓN III

SOLA ESCRITURA (Sola Scriptura)

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SOLA ESCRITURA – MINTS – 28 DE FEBRERO, 2003

Eugenio Line

Las Escrituras son solas en el sentido de ser autoridad absoluta. Hay otras autoridades, pero son secundarias, sujetas también a las Escrituras inspiradas, la Palabra escrita de Dios. Entre las autoridades secundarias tenemos a los padres de familia con su hijos, los pastores con los otros miembros de su iglesia, los dirigentes civiles con los otros ciudadanos, etc. También son "autoridad" en cierto sentido real todos los cristianos los unos para con los otros, Hebreos 10.25. Los credos o confesiones de fe de las iglesias, especialmente las del pasado, deben ejercer influencia significativa sobre la fe y la conducta del pueblo de Dios, pues son el fruto de una reflexión profunda, erudita, piadosa y comunitaria eclesiástica. Pero, tengamos muy presente que las autoridades secundarias son secundarias, sujetas a la Biblia. Al no hacerlo, corremos el riesgo gravísimo de apartarnos en pos de vanidades novedosas.

La Confesión Bautista de Fe de 1689 en su primer capítulo comienza así: "La Santa Escritura es la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadores."

La Confesión de Westminster, en el artículo VI del primer capítulo, igualmente como La Confesión Bautista, declara: "El consejo completo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria y para la salvación, fe y vida del hombre, o está expresamente expuesto en las Escrituras, o se puede deducir de ellas por buena y necesaria consecuencia, y a esta revelación de su voluntad, nada ha de añadirse, ni por nuevas revelaciones del Espíritu, ni por las tradiciones de los hombres".

La Confesión Belga aporta al tema con las siguientes palabras(Artículo 7): "Creemos, que esta Santa Escritura contiene de un modo completo la voluntad de Dios... así no les es permitido a los hombres...enseñar de otra manera que como ahora se nos enseña por la Sagrada Escritura... Porque, como está vedado añadir algo a la Palabra de Dios, o disminuir algo de ella(Dt. 4.2; 12.32; 30.6; Ap 22.19), así de ahí se evidencia realmente, que su doctrina es perfectísima y completa en todas sus formas... Por tanto, rechazamos de todo corazón todo lo que no concuerda con esta regla infalible, según nos enseñaron los Apóstoles..."

¿Para qué los credos si la Biblia es absoluta? ¿Para qué las autoridades secundarias si Dios es absoluto? La respuesta a estas preguntas es que así Dios mismo ha querido ordenar las cosas. Por ejemplo, Dios podría educar a los hijos de una familia directamente, pero ha resuelto hacerlo mediante sus padres. En el mismo sentido, Dios podría edificar directamente a los creyentes en Cristo, pero le ha placido, según su infinita sabiduría, valerse de hermanos y pastores-maestros para enseñar y exhortar.

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Esto de Sola Escritura es una causa de mucho regocijo. ¡Qué maravilloso el hecho de tener la Biblia como autoridad absoluta única en todo asunto de creencia y conducta!. Así nos guía la palabra infalible, completa y suficiente del Dios único, sabio y bueno.

FÍJESE EN LAS SIGUIENTES RAZONES PARA FUNDAMENTARNOS EN SOLA ESCRITURA:

1. La primera razón: la Biblia es la Palabra de Dios, revelada e inspirada por Él(Mire las pruebas bíblicas para la inspiración divina de las Sagradas Escrituras en la páginas 23,24 de MANUAL DE DOCTRINA, Berkhof). Como palabra de Dios, las Escrituras son perfectas (Véase L. Berkhof, MANUAL DE DOCTRINA CRISTIANA, el capítulo sobre "Las Sagradas Escrituras", especialmente la sección sobre "Las perfecciones", y S. Waldrom, EXPOSICIÓN DE LA CONFESIÓN BAUTISTA DE FE DE 1689, PP. 28-57.

Entendemos y aceptamos el cáracter divino de las Escrituras por razón del testimonio que Dios mismo da en ellas y con ellas. Ellas, pues, son su propia autoridad por razón de lo que son. No nos es permitido colocar otra autoridad como juez sobre ellas. Hacerlo sería colocar una autoridad humana sobre la divina. Más alta que Dios, no puede haber. Querer que su palabra sea confirmada por otra es dudar de la palabra de quien no puede mentir y dar más crédito a quien, sí, puede.

¿No es razonar en círculos comprobar la autoridad de la Biblia valiéndonos de la Biblia misma? Claro que así es, pero en últimas no es posible razonar de otra forma. Todo el mundo comienza aceptando como verídica alguna autoridad, sea o no consciente de estar haciendo así, y, luego, razona desde ese punto de partida para afirmar que hacer así era correcto, que esa autoridad era válida. Fíjese en LA VOZ DE AUTORIDAD, G. Marston, pp. 51-55.

Siendo la Biblia la Palabra de Dios, observamos sus perfecciones:

Su autoridad . Debe ser obvio que si la Biblia es Palabra de Dios, luego sus criaturas tienen que someterse incuestionable y absolutamente a todo lo que enseña o manda. El hombre con su intelecto debe entenderla, pero no tiene derecho a juzgarla. Debe recibir como cierto todo lo que dice porque es Dios que así lo dice. Claro, deben ser correctamente interpretadas, interpretadas por ellas mismas.

o Los profetas esperaban acatamiento de los oyentes porque hablaban bajo la fórmula "Así dice el Señor". Por ejemplo, Ezequiel 1.3; 3.16; 5.8; 6.1; 7.1,5; 11.14; 12.1; 13.1; 14.2, etc., etc., etc.

o El uso que hicieron Jesucristo y los apóstoles para confirmar con absoluta seguridad y autoridad la verdad de la enseñanza que presentaban. Fíjese por ejemplo en Jn. 10. 34,35; Luc. 24.27 y Hc. 15.16-18.

Su claridad.

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o Los autores bíblicos escribían con la seguridad de ser entendidos. 2 Ti 2.7; 2 C.o 1.13.

o El carácter de Dios precluye una literatura confusa, sobre todo cuando el propósito de Dios era y es instruir para vida y como norma de juicio. Tito 1.2; Ro 2.12,13

o Otros textos que indican la claridad de las Escrituras. Sal 19.7; 119.105; 2 Ti 3.14-17; Pr 6.23; Jn 8.31,32

Su suficiencia. 2 Ti 3.14-17. Son suficientes para asuntos de fe y práctica delante de Dios, pero obviamente no son suficientes para aprender matemática, etc. Sin embargo, si bien no son suficientes para enseñarnos todas las áreas del saber humano, sí lo son para enseñarnos el uso de las mismas. Piense, por ejemplo, en cómo el conocimiento de la Biblia lleva a un matemático a entender y usar mejor su matemática.

Fíjese en los siguientes textos que Pablo confiaba en que los lectores

mediante las Escrituras tendrían comprensión para hacer toda la voluntad de Dios. 1 Ti 5.10; 2 Ti 2.21; Tito 2.7; 3.1.

Dos casos que ilustran la suficiencia de las Escrituras:

a. Lucas 24, la entrevista de Jesús con los dos en camino a Emaús b. Hechos 15, el concilio de Jerusalén

Su finalidad . Esto es un corolario o conclusión del hecho de la suficiencia de las Escrituras.

o Son finales porque su tema es Jesucristo. Lc 24:27,,44; Jn 5.39. Cristo es la culminación de la revelación y de aquella redención que es el tema básico de la revelación, y por razón de la cual básicamente la revelación fue dada. Ef 1.10; Gá 4.4,5; Col 2.1-3,9,10; Hc 2.16ss; 3.18-26; Heb 1.1-3. Es decir, el día de JC, el día de Dios, ya llegó al llegar Él. 2 Co 6.2; Mt 13.11,16,17; 1 Pe 1.20; Heb 9.26,28; 1 Co 10.11; Col 1.16-20. Después de Cristo, Dios no tiene más que decirnos, Jn 17.3-8, sino lo que ya nos dice con su Palabra, las Sagradas Escrituras. Las revelaciones directas eran mediante ciertos hombres escogidos y para cierto tiempo mientras Dios completara el proceso de la revelación progresiva.

o Son finales porque ha sido la costumbre de Dios colocar en forma escrita la palabra entregada. La ley de Moisés, por ejemplo, Dt 4.1,2; 5.22; 9.10; 10.2,4; Es 7.10; 3.2; Neh 8.1; 9:13,14; 10.34; 13.1. Los salmos 1,19,119 elogian esta metodología divina. En los profetas, encontramos lo mismo: Is 5.24; 8.20; 58.2. Las revelaciones directas fuera de la Escritura fueron la excepción, no la regla.

o Son finales por razón del fundamento apostólico. Apóstol, un personaje singular, Ef 2.20, Hc 1.21,22 (Sí, la palabra es usada en la Biblia con un sentido más amplio, Ro 16.7, pero esto no anula el sentido técnico que

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generalmente se da al término en Hechos. 1.1,25,26; 2.37,42,43; 4.33,35; 5.2,12,18,40; 6.2; 8.1,14,18; 9.27; 11.1; 15.6,23. Mire también Ap 21.14 y 22.18,19.

1. La segunda razón porque insistir en Sola Escritura es la realidad del ser humano.

a. Es criatura. Sal 103.14,15; Eclesiastés; Job; Ro 11.33-36. Las Escrituras revelan verdades que la mente humana no es capaz ni de descubrir ni de comprender. El hombre es finito. Había necesidad de revelación desde el puro principio para que el hombre supiera vivir rectamente.

b. Es pecador. (La corrupción total del hombre)

o La mente del hombre caído es de tal manera desviada que no le corresponde juzgar ni de la doctrina ni de la práctica. Ro 1. 28; Col 1.21; 1Co 1.20,21; 2.14.

o La voluntad esclava del hombre no puede ni querer ni apreciar lo bueno. Toda la Biblia relata el fracaso constante, repetido, y total del hombre.

1. La tercera razón por confesar la norma Sola Escritura es por lo que pasa cuando esta norma no es respetada.

a. El catolicismo – la tradición b. El pentecostalismo – la experiencia c. El liberalismo – la razón

El desafío que lo anterior implica: la atención cuidadosa, abundante y constante, el estudio diligente y asiduo de la Escritura. La inconsistencia de defender la Biblia y después no escucharla, no entenderla y no obedecerla. Mt 7.24-29; Deuteronomio; Jeremías 6.10,19; 7.13,24,26,28; 11.7,8; 13,10,11,17; 16.11,12; 17.23; 18.10; 19.15; 22.21; 25.3,4,7,8; 26.4,5; 29.19; 32.33; 34.14; 35.14,15,17; 44.4,5.

LA AUTORIDAD DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Todos lo sabemos. El mundo moderno ha lanzado un desafió a la fe cristiana. Si recogemos el guante, una de las primeras tareas consistirá en definir nuestra actitud con respecto a la Biblia.

Ciertamente, el problema de la autoridad de las Sagradas Escrituras no es nuevo. Desde los tiempos más antiguos, el cristianismo ha sabido defender la autoridad de la Biblia contra quienes la criticaban o la negaban. Ha debido defenderla también contra el descrédito en que llegó a tenerla el catolicismo romano en favor de la tradición. Pero en los siglos xix y xx la oposición contra la autoridad de la Escritura no ha cesado de

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aumentar; y, al cabo de los años, la Iglesia -y muy particularmente las iglesias de confesión reformada- debe enfrentarse a una corriente muy poderosa de crítica. Cuando la Iglesia cristiana invoca la infalibilidad de la Biblia, sabe que tiene que hacer frente a una oposición cuasi unánime; y no se trata simplemente de la oposición de los librepensadores declarados o la del modernismo tal como lo conocemos en Europa y en América.

En el siglo xix, el célebre teólogo alemán Wilhelm Herrmann afirmó con energía que la antigua teoría de la inspiración que confiesa que la Escritura es divinamente inspirada ya no encuentra aceptación entre los teólogos. Actualmente, un poco en todas partes, tanto en la iglesia como entre ciertos teólogos, se tiene como evidente que es imposible con-servar la antigua doctrina de la inspiración y de la infalibilidad de la Biblia. Y la forma particular que reviste por lo general, hoy, esta actitud crítica en relación con la Escritura puede resumirse en la siguiente afirmación: No existe identidad entre la Escritura g la Palabra de Dios. Identificarlas -dicen ciertos teólogos contemporáneos- es simplificar el problema.

Esta crítica debe conmover no sólo la teología reformada, sino sobre todo a la Iglesia entera. En nuestros púlpitos, en nuestras cátedras, en nuestros cursos de instrucción religiosa, en nuestros hogares, la Biblia ocupa un lugar prominente: el que merece el Libro que nos ha sido dado para la vida y para la muerte. La Iglesia -y especialmente la Iglesia surgida, renovada, de la Reforma-, ¿concedió acaso antaño una autoridad demasiado grande a las Escrituras? He ahí una de las cuestiones más importantes a la que todo miembro de iglesia debe responder en la actualidad. Tenemos que examinar, pues, esta problemática antes que nada.

Los argumentos de la "tradición crítica"

Los críticos contemporáneos desarrollan sin cesar dos argumentos en contra de la identificación cristiana tradicional -y reformada, sobre todo- de la Biblia y la Palabra de Dios.

En primer lugar, según algunos, nuestra doctrina de la inspiración de las Escrituras se encontraría en notorio conflicto con las conclusiones de la investigación histórica y critica de los últimos siglos. El análisis de los textos se ofrece como prueba de la insuficiencia de la tesis reformada en cuanto a la inspiración de la Biblia.

En segundo lugar, se afirma que la identificación de la Escritura Santa con la Palabra de Dios excluye la posibilidad de una fe cristiana entendida como confianza viva y personal. Una fe que tuviera por objeto a la totalidad de la Biblia -pretenden nuestros críticos- no puede ser ya una convicción real y personal; la fe y la confianza no pueden entregarse sino a una Persona viva; poner la fe en la Biblia, en lugar de ponerla en Dios, sería contrario a la esencia de la fe cristiana.

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De estos dos argumentos, el uno pretende ser científico a inspirado en las investigaciones históricas; el otro es de carácter religioso. Ignoro cuál de los dos, históricamente, ha tenido más influencia; pero el efecto de ambos argumentos combinados ha sido considerable y las repercusiones se sienten todavía hoy. Forman parte de un conjunto que se ha convertido a su vez en una nueva tradición, la “tradición crítica>, y parecen tan evidentes a un número tan considerable de personas -teólogos y no teólogos que el punto de vista reformado es tenido por una tentativa aislada para salvar un conservadurismo estéril y para mantener una tradición yuxtapuesta que en la actualidad es rigurosamente indefendible. Cualquiera que rechaza esta nueva y reciente tradición -la “tradición crítica”- recibe inmediatamente el apodo de “fundamentalista”, de ciego voluntario que rehúsa de tomar en consideración hechos simples e irrefutables.

Los representantes contemporáneos de esta “tradición crítica” tienen que admitir, sin embargo, que la Escritura time un valor particular para la Iglesia y para el individuo, para la vida y para la muerte, aunque no la acepten como Palabra divina infalible. Para ellos, la Escritura da testimonio de la Palabra, de la verdadera Palabra de Dios. No es más que esto: un testimonio de la Revelación divina; pero no puede ser, no puede haber sido jamás, la Palabra misma, la mismísima Revelación. Se admite que la antigua doctrina de la infalibilidad contenía un elemento religioso: el ardiente deseo de todo hombre en cuanto a la certidumbre en materia de salvación. Se le reconoce así su valor, puesto que la certidumbre es un elemento esencial en la fe cristiana. Pero -añaden- nuestros padres y la ortodoxia se equivocaron al buscar la certeza allí donde no se encontraba y por medios equivocados. Así como el catolicismo romano se extravió -argumentan estos críticos- al buscar la certidumbre en la infalibilidad del Papa, así también la Reforma se descarrió al buscarla en la infalibilidad de la Biblia. Buscar la certeza religiosa en una Biblia infalible constituye -nos dicen- un enojoso contrasentido, sobre todo en nuestra época, en donde todo es movimiento, todo es riesgo, todo equivale al “salto en el vacío, hacia lo desconocido”. En un mundo como el nuestro, en el que la ciencia es la única autoridad, se nos previene caritativamente que el persistir en la defensa de la doctrina reformada de la infalibilidad de la Escritura no puede conducir más que a resultados catastróficos, ya que son muchos los que, delante de la imposibilidad científica de semejante doctrina, rechazarán no sólo la doctrina, sino también lo que, sin duda, estaban prestos a reconocer: el valor religioso de una Biblia humana, de un testigo falible.

Hemos, pues, prevenidos de las consecuencias posibles y de los peligros que implica la posición reformada con respecto a la autoridad de las Escrituras. La Biblia no es más que un testigo humano de la verdadera revelación: tal es la actitud más generalmente adoptada por los críticos contemporáneos. Para ellos, la Biblia es un -testigo falible, pero, no obstante, es un testigo que nos pone en contacto con la revelación. Es lo que afirmaba Emil Brunner en Las conferencias que pronunció en América a11á por el año 1928, cuando comparaba la Biblia a un aparato de radio que, a pesar de Las interferencias y dificultades, nos pone en contacto con la belleza de un concierto ejecutado lejos de nosotros.

Cuando comparamos el contenido de Las Confesiones de fe reformadas relativas a la autoridad de Las Sagradas Escrituras y el mundo del relativismo en el que nos ha tocado vivir, es indispensable que sepamos cómo hablar y cómo testificar de la autoridad de la

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Escritura Sagrada. Ya que no se trata de ningún problema abstracto. Es imposible, en efecto, desligar nuestra confesión de fe en la autoridad de la Palabra de Dios del contenido Salvador de esta misma Palabra. El cristianismo es la religión de un libro, pero no en un sentido puramente formal. Es menester conocer con certeza el valor de nuestro testimonio, dado que este testimonio viene cargado de riquezas y de responsabilidades. En Las tinieblas que nos rodean, ¿cómo podremos ser de bendición pare todos aquellos que han perdido sus seguridades bajo el asalto de una crítica radical?

Barth y la Biblia

Sabemos que no será nunca posible probar la autoridad de Las Sagradas Escrituras por medio de una apologética racionalista. Con Calvino, con la “Confesión de Fe de Los Países Bajos” (Confesón Bélgica), sabemos que únicamente el testimonio del Espíritu Santo puede convencernos de la autoridad verdadera de Las Escrituras. Pero frente al ataque persistente y duro que se Libra contra la Biblia es necesario poder, y osar, dar un testimonio honesto, sincero y convincente del hecho de que la Escritura es verda-deramente una lámpara a nuestros pies y una lumbrera que brilla en las tinieblas. Un testimonio honesto, ciertamente; no simplemente un testimonio “conservador” sin más, que tiembla delante de los hechos, sino una verdadera convicción de fe, y de fe cristiana, de la que el mundo actual, hoy más que nunca, tiene necesidad.

En este primer estudio desearía llamar vuestra atención sobre el concepto de Karl Barth y la manera como se expresa en relación con la Escritura. El interés que tenemos en ello no es simplemente teórico, sino práctico y religioso también. Numerosas cuestiones planteadas por Barth deben ser analizadas por la teología reformada, ya que su influencia es tan profunda como lo fue la de Schleiermacher en el siglo xix, y esta influencia se deja sentir todavía hoy. A lo largo de los años en que Barth ha desarrollado su teología, ha criticado algunos puntos de su propio sistema; pero hay una doctrina que jamás ha retocado, una doctrina a la que no ha cambiado nada: es su doctrina de la Escritura, igual hoy que en 1926, cuando por primera vez escribía sobre la doctrina reformada de la Sagrada Escritura. Podemos afirmar que la postura de todos los teólogos dialécticos es, sobre este punto, idéntica. No ignoráis, por ejemplo, que Brunner y Bultmann reconocen sin ambages que ellos aceptan una forma bastante radical de critica escrituraria. ¿Sobre qué, pues, se funda esencialmente la posición de Karl Barth, el jefe de la teología dialéctica, en esta nueva forma de pensamiento teológico?

Desde 1926, Barth criticaba la posición ortodoxa del siglo xvi, que hacia de la Biblia el resultado de un dictado celeste. En 1947 expresó la misma crítica en un folleto titulado La Escritura y la Iglesia, en el que se levantaba contra el “error” de la Iglesia que considera que la Palabra de Dios se halla realmente contenida en el libro de las Sagradas Escrituras. Allí expresó su convicción de que dicho “error” había sido un fruto del naturalismo. Imposible, según él, que la Palabra de Dios, de Dios vivo y personal, pudiese ser contenida en un libro, ya que la Palabra de Dios es el Espíritu de Dios, el Señor mismo en su majestad, su soberanía y su realidad. De ahí que Barth rechace

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enérgicamente toda identificación entre la Palabra de Dios y la Biblia. Admite, sin em-bargo, que se da una cierta identidad, pero una identidad que no puede ser más que indirecta.

Tengo la seguridad de que podemos comprender la clave de la teología de Barth si captamos lo que él entiende por identidad directa. Es extraordinario que Barth persista en hablar de la autoridad de la Biblia. Es así que él escribe, por ejemplo, al hablar de la Sagrada Escritura: allí donde hay autoridad, allí existe obediencia. Y es la autoridad de Jesucristo. ¿No fue ésta la antigua doctrina de la inspiración de la Biblia? Sin embargo, no olvidemos jamás que un buen número de teólogos hablan de la autoridad de las Escrituras y aceptan, al mismo tiempo, la crítica moderna de la Biblia; recordemos, asimismo, que la mayoría de críticos radicales da la impresión de tener un gran respeto por la Biblia. Reconocen que el Señor pronuncia la Palabra de Dios y que esta Palabra tiene autoridad; hemos de escucharla y obedecerla. Brunner acepta, de un lado, cierta forma radical de crítica y, por ejemplo, rechaza el nacimiento virginal de Jesucristo, así como otras enseñanzas de la Biblia; mas, por otro lado, presenta la Escritura como la norma de la doctrina. Ahora bien, cuando afirma su autoridad, critica seguidamente la que él llama “falsa doctrina” de una inspiración infalible. De este modo, proclama la autoridad de la Escritura y critica al propio tiempo la identificación de la Escritura con la Palabra de Dios. Encontramos una actitud idéntica en la teología de Barth. ¿Qué significa todo esto?

Debo repetirlo: este problema afecta directamente a cada miembro de iglesia cuando escucha la Palabra de Dios o una predicación basada en esta Palabra soberana. Durante siglos, la Iglesia ha vivido confesando que la Biblia es la Palabra de Dios, pero ahora no entiende -no puede ciertamente comprender nada- de esta diferencia entre la identidad directas y la identidad indirecta de la Escritura y la Palabra de Dios. No obstante, tiene derecho a saber si su fe descansa sobre un sólido fundamento y si puede hablar de la Biblia como de la verdadera Palabra de Dios. Esta confesión de fe no es, de ningún modo, propiedad exclusiva de los teólogos: es propiedad de toda la Iglesia. De ahí que la cuestión de la autoridad de la Biblia sea un problema que compromete a la Iglesia por entero.

No es posible ninguna vacilación en cuanto al punto de vista de Karl Barth: es categórico sobre el particular. Niega la inspiración de la Biblia en el sentido de que la Palabra de Dios estuviera contenida en este libro que se halla sobre la mesa. Esta concepción de la revelación que precisa la inspiración del texto bíblico viola, según él, el misterio de la Escritura y la soberanía de Dios, del Dios que nos habla. La Escritura no puede ser identificada con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios es un milagro. Decid: “Palabra de Dios” y, en realidad, estáis diciendo: “¡milagro!”. Y es precisamente este milagro -en el decir de Barth- aquello a lo cual la teoría ortodoxa de la inspiración no hace el menor caso. Para él, en la doctrina ortodoxa, la inspiración se convierte en el atributo de un libro, una especie de calidad permanente. La Palabra de Dios se hace estática. Pero la revelación es siempre un acto de Dios; no puede ser fosilizada. En una revelación está tica no queda lugar para el Dios vivo de la revelación bíblica, lo que conduce a la Iglesia a no tener ya más Palabra de Dios que le sea dirigida hoy. No tendría otra cosa que una palabra, pronunciada en tiempos antiguos, hace mucho tiempo, pero no una Palabra que le hablase hoy, en presente. En oposición a esta

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doctrina, Barth insiste en el hecho de que la Iglesia debe decir siempre: “Habla, Señor, que tu siervo escucha.” Y es entonces que el Señor habla realmente a través del testimonio bíblico, humano y falible. El gran error de la doctrina ortodoxa seria el impedir al Señor que hablase hoy, el de atentar a su libertad; ¡el Dios Todopoderoso quedaría encerrado en un libro!

Según Barth, la Biblia es para nosotros un testigo, humano y falible, de la revelación original de Dios, el Dios manifestado en carne a lo largo de los años 1 al 30 de nuestra era. Tal es la única revelación y no hay otra. En 1947, Camfield y otros teólogos ingleses hicieron un homenaje a Karl Barth, y Hedry, por ejemplo, escribió que esta actitud entrañaba un verdadero re-descubrimiento de la Biblia que nos liberaba de todas las falsas antítesis que había levantado tanto la ortodoxia como el liberalismo, y que tenia el mérito de hacernos descubrir -o mejor dicho: re-descubrir- el carácter humano de la Pala-bra, como testimonio humano de la revelación; humano y falible ciertamente, pero que, no obstante, nos pone en contacto con el Dios vivo. De esta manera, es posible aceptar la critica histórica y hablar al mismo tiempo de la autoridad del texto bíblico y la obediencia que le debemos.

Barth afirma que no hay más que una sola revelación. No hay, pues, revelación general en la creación, como lo afirma el articulo 2 de 1a “Confesión de los Países Bajos”, que Barth critica como siendo exponente de la teologia natural1.

Y Barth va todavía más lejos: tampoco habría, propiamente hablando, ninguna revelación en el Antiguo Testamento, el cual no aportaría más que un testimonio a la única verdadera revelación que había de venir más tarde. No hay ningún limite a la humanidad de la Biblia, afirma Barth. Negarlo, equivale a hundirnos en el docetismo y no querer comprender que esta completa humanidad pertenece a la esencia misma de la revelación, al “incógnito” de la Palabra en el mundo, al carácter escondido de la Revelación de Dios. El Señor no se revela nunca directamente, más lo hace siempre “incognito”. Este tema de la teología dialéctica muestra la fuerte influencia de Kierkegaard. Dicha afirmación de que Dios se halla escondido en la carne ha tenido una influencia considerable. Es la que condujo a Brunner a la negación del nacimiento virginal de Cristo, ya que si Jesús hubiese nacido de la Virgen María, esto habría sido un acontecimiento milagroso que hubiera irrumpido en la realidad de este mundo.

“Incógnito”; he ahí una palabra nueva y moderna en el mundo teológico y en la teoría de la revelación. Y esta idea domina igualmente el concepto dialéctico de las Sagradas Escrituras. El Señor puede servirse de documentos humanos como medios para hacer escuchar su propia Palabra, la Palabra que pronuncia libremente y también gratuitamente en su soberanía y en su majestad. Pero, en ellos mismos, los documentos son una revelación “incógnito” y disimulan a nuestros ojos la auténtica Palabra de Dios.

Para mi tengo que la teología se ha lanzado a una falsa pista al apoyarse en esta idea de “incognito”. Se ha llegado hasta al empleo de este término en la predicación para señalar el hecho de que los hombres no pueden reconocer, sin la iluminación del Espíritu

1 Sobre la revelación general, la teología natural y la posición de Barth, véase también Introducción a la Teología Evangélica (Revelación, Palabra g Autoridad), por José Grau. Edit. CLIE, Tarrasa, 1973, pp. 67-93.

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La Teología de la Reforma

Santo, que Jesús es el Salvador y el Hijo de Dios. Si esta idea ocupa un lugar tan importante en la nueva teología, ello se debe a que en primer lugar se ha afirmado que toda revelación es una revelación escondida, en tanto que es una revelación indirecta.

La esencia de la Revelación

Los artífices de la nueva teología olvidan que el objetivo de la Revelación no ha sido jamás el de ocultarse y permanecer escondida. Cuando un rey viaja de incógnito, su objetivo es el de permanecer escondido. Mas, al tratarse de revelación, la finalidad es reveladora y, por consiguiente, la meta de una tal revelación es siempre la de comunicarnos una revelación verdadera. Por supuesto, cierto número dé cosas permanecerán ocultas al hombre natural, el cual, como afirma Pablo, no recibe las cosas del Espíritu de Dios; el entendimiento de los hombres puede seguir en la ceguera y puede continuar sobre sus corazones el velo que les impide descubrir la verdad revelada; es lo que les ocurre a los Judíos en su lectura del Antiguo Testamento, según afirmación de Pablo (2ª Cor. 3:14-15). Pero la esencia de la revelación no es el quedar oculta. Es imposible salvar la distancia que media entre él hombre natural y el hombre espiritual, cierto. Pero no es válido este ejemplo soteriológico para trasplantarlo, por analogía, a la relación que existiría -en el decir de la teología dialéctica- entre la revelación escondida y la revelación revelada. ¿Por qué? Por la simple razón que la idea de un “incógnito” se halla en flagrante contradicción con la idea de revelación. Barth se encuentra en la total imposibilidad de fundar su doctrina sobre el testimonio de la Escritura. Por supuesto, la Escritura es un documento humano, escrito por hombres “santos” (apartados por Dios y para Dios). La Biblia no es una “vox coebestis”, una voz del cielo, en el sentido de que los hombres no hubieran tenido nada que ver con ella. No obstante, la Biblia es la Palabra de Dios, escrita por hombres2 Empleamos las expresiones de “inspiración orgánica”, ya que no queremos caer en el docetismo y porque reconocemos algo de la sabiduría del Señor en el hecho de que él pronuncie su Palabra en el seno de nuestra misma historia y en un lenguaje humano. Los hombres de Dios hablaron y escribieron como el Espíritu les guiaba a ello. La Palabra de Dios penetra en el mundo y lo hace según un proceso histórico. He ahí el milagro. Oímos la voz de un hombre; y, a través de esta voz humana, es la misma voz de Dios la que escuchamos. He aquí lo que Pablo escribe a los tesalonicenses: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis la Palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad la Palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1ª Tes. 2:13).

Esta Palabra se abre camino a través de la vida humana, de la historia, del pecado y de las dudas, a través de la rebeldía y de la conversión. A través de la historia de Israel y de las naciones. Jamás minimiza la Sagrada Escritura la actividad de los hombres, en tanto que agentes del Espíritu Santo. Pero Barth ensaya, no obstante, de funda4nentar su doctrina de la Escritura y cree encontrar en los milagros de Cristo otra analogía de su propia teoría. Los enfermos que se acercaban a Jesús eran verdaderos enfermos, pero un milagro los sanó. Asimismo, el milagro de la revelación colma el abismo entre el error humano y la Palabra de Dios. Ahora bien, la Escritura no justifica en absoluto esta 2 Cf. op. tit., pp. 159-201.

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comparación. La Biblia, por el contrario, se refiere al poder del Espfritu Santo, que se revela poderosamente por la Palabra escrita.

El argumento más impresionante de Barth en contra de la doctrina ortodoxa de la inspiración es el de afirmar que no podemos encerrar a Dios en un libro, y que dicha doctrina atenta contra su libertad. Pero esta objeción no resiste el examen.

¿Dónde está, pues, “el cuidado singular que nuestro Dios tiene de nosotros y de nuestra salvación de que habla la “Confesión de los Países Bajos” en su articulo “de la Palabra de Dios”? (Art. 3.) ¿Seria una negación de la libertad y la soberanía divinas? No olvidemos que fue en tanto que impulsados por el Espíritu de Dios que los santos hombres hablaron de parte del Señor (2ª Ped. 1:21), como lo subraya el mismo Art. 3 de la citada confesión reformada. Tenemos que contar con la inspiración del Espíritu Santo. Lejos de atentar contra la libertad de Dios, comprobamos, por el contrario, la manera y el método mediante los cuales el Señor ejercita su divina libertad; al darnos precisamente las Escrituras. El Señor soberano obra libremente al darnos su Palabra, de la manera que El quiere. He ahí cómo se acerca a nosotros por su Palabra y cómo se halla cerca de nosotros.

La actualidad de la Palabra

¿Por qué, pues, Barth protesta contra la afirmación de que Dios esté presente en la Palabra? Dice que no podemos tomar entre las manos el libro Santo y declarar: ¡Tenemos la Palabra de Dios! No podemos -insinúa-, porque es imposible disponer a nuestro antojo de la auténtica Palabra de Dios; el cristianismo no es la religión de un libro; la Palabra de Dios no se halla contenida en la Biblia. Esta actitud parece muy religiosa y tiene todas las apariencias del más profundo respeto por la soberanía y la trascendencia divina. Pero Barth no comprende en absoluto la doctrine reformada; no comprende que es precisamente porque la Palabra de Dios se halla en medio de nosotros, a nuestra disposición, que tenemos una tan grande responsabilidad. Ciertamente, podemos cerrar los ojos, los oídos y los corazones a la revelación, como hicieron los fariseos y los saduceos. Mas, entonces, Cristo declare: “Erráis ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mat. 22:29). El que los hombres no vean la revelación y rechacen la Palabra de Dios, no nos permite a nosotros deducir que no hay verdadera revelación. En el Antiguo Testamento fue escrito del Mesías: “No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles” (Is. 42:2). La revelación en Cristo, tanto como la Palabra de Dios en la Biblia que da testimonio de él, no es nunca la obra de la propaganda humane simplemente. Es la revelación de Dios en su soberanía, desbordante de realidad y de actualidad3. En presencia de la Palabra de Dios, en mí hogar, en la iglesia y en el mundo, no hay por nuestra parte más que responsabilidad. No encarcelamos a Dios en un libro -¡qué argumento extraño!-; por el contrario, se trata de la suprema actualidad: “Pero estas cosas se han escrito pare que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y pare que, creyendo, tengáis vide en su nombre (Jn. 20:31).

3 Empleamos, naturalmente, esta expresión en el sentido de presencia active, presenta en acto, y que no tiene necesidad de una actualización cualquiera.

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No existe la más mínima contradicción entre la actualidad de la Palabra y la Palabra que en otro tiempo nos fue dada. ¡Imposible para nosotros huir lejos de la presencia de la Palabra! No hay evasión posible: “Cerca de ti está la palabra, en lo boca y en lo corazón” (Rom. 10:8; Deut. 30:14). Podemos abrir el libro, y el Señor se halla con nosotros en toda circunstancia. Podemos comprender la Palabra; Dios no nos deja nunca solos en un mundo de tinieblas: “Escudriñad las Escrituras: ellas son las que dan testimonio de mi”, dice Cristo (Jn. 5:39). Indudablemente, tenemos necesidad de que nuestros corazones sean iluminados por el Espíritu Santo, a causa de nuestras propias tinieblas. Pero del hecho de que nuestros corazones sean tinieblas no podemos deducir una teoría de la oscuridad de la revelación.

No podemos afirmar que la Biblia es oscura porque nuestros corazones se han oscurecido. La Biblia es una luz, y si nosotros la juzgamos según las tinieblas de nuestro corazón, no somos más que subjetivistas tratando de hacer depender de nuestros co-razones la luz radiante de la Escritura. Si mi juicio vale algo, un tal subjetivismo me parece que, si bien viene arropado con las galas del respeto verbal a la Palabra de Dios, no es más que una manera de sustraerse a la responsabilidad que entraña la proximidad de la Palabra.

Ya va por los doscientos años que las Escrituras son objeto de ataque. Mas en todos estos ataques descubrimos la voluntad de huir lejos de esta proximidad en la cual la gracia de Dios busca encontrarnos. Cuando la teología moderna subraya el carácter humano de la Biblia, la teología reformada no se opone a ello; al contrario, se entrega a su tares por medio de una exégesis seria y por la escucha resuelta de la Palabra de Dios. Pero la concepción nueva de la Biblia es algo muy distinto que el poner de relieve su carácter humano a instrumental. Se llega hasta el extremo de hablar de humillación del Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras. Se establece una comparación entre la encarnación y la iluminación, entre Navidad y Pentecostés, entre la carne y el Espíritu. ¡Comparaciones equivocadas! Equivocadas, ya que cuando vemos de qué cuidados el Espíritu rodea la Escritura no podemos más que admirar la obra de su majestad y no estamos en absoluto autorizados para hablar de su humillación. Por esta solicitud y por su majestad el Espíritu Santo coloca a todo hombre en la imposibilidad de poder decir: “La revelación, la Palabra, está lejos de nosotros; no podemos discernir a nuestro Señor.”

Hasta que Cristo vuelva, veremos desplegarse las riquezas de la Palabra de Dios, del Dios vivo y personal. He ahí por qué debemos oponernos a la devaluación de la Palabra escrita, que en estos últimos siglos ha estado a la orden del día. Esta solicitud del Espíritu Santo se halla en estrecha conexión con el misterio de la encarnación y de la Cruz. El carácter humano de la Biblia se ha convertido para muchos en una piedra de tropiezo. Pero nosotros contemplamos en él la gracia y la sabiduría de Dios que, por este medio y al mismo tiempo, circunscribe la exacta responsabilidad del mundo, tal como nos ha sido definida en la parábola de Lázaro y el rico: “¡Tienen a Moisés y a los profetas; escúchenlos!”, exclama Abraham. Y cuando el rico objeta: “No, padre Abraham; pero si alguno de los muertos va a ellos, se arrepentirán”, escucha esta respuesta: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque resucitara alguno de los muertos” (Luc. 16:29-31).

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La tentación de la apostasía

Un día en que Abraham Kuyper era atacado por causa de su elevado concepto de la

Escritura y de su autoridad, respondió: “Es mi a priori; y Dios mismo me lo ha dado.”

Cuando Snouck Hurgronje, el amigo de Bavinck, le escribió que no podía entender su

obediencia a la Biblia, Bavinck contestó: “Cuanto más vivo y más reflexiono, menos puedo

sustraerme a la autoridad de la Escritura, exactamente como todos los cristianos

ordinarios.” Era la misma actitud de Warfield, quien declaraba que las Escrituras sacaban

su origen de una actividad de Dios mismo, de su Santo Espíritu, y que son así, en el

sentido más elevado, su creación.

Desearía también llamar vuestra atención muy particularmente sobre el comportamiento

de nuestro Señor mismo cuando fue tentado en el desierto. En tres ocasiones, fue

mediante una Palabra de la Escritura que hizo frente a las artimañas del Diablo. Cada vez

respondió: “Está escrito.” Al colocarse él mismo al amparo de la Palabra escrita de su

Padre celeste, Jesús resiste una terrible tentación. Ciertamente, es posible una falsa

interpretación de la Palabra; el Diablo mismo cita la Palabra -en aquella ocasión los

versículos 11 y 12 del Salmo 19 –torciendo su sentido. Pero Jesús desenmascara el

empleo desenmarascara el empleo ilegítimo de la Palabra, proclamando su verdadero

significado y su sabiduría. Y he aquí lo que resulta admirable: cuando el Diablo se aleja,

vemos el cumplimiento del Salmo 91: los ángeles acuden para servir al Señor

No sintamos vergüenza de seguir en los pasos del Maestro. Indudablemente, se nos plantearán multitud de cuestiones; existe una relación entre lo que es humano y lo que es divino en la Biblia; nuestra tares exegética es inmensa y estamos lejos de haberla realizado completamente, ya que nosotros no somos docetistas; estamos lejos de la meta tanto en el plano teológico como en el de nuestra persona. Ya que la Palabra se dirige a todos los siglos y a todas las naciones. Guardémosnos de tratar de esquivar las dificultades y los problemas, dando así la impresión de que tenemos miedo, muy particularmente cuando comprobamos que, como consecuencia de los ataques llevados a cabo en contra de la autoridad de la Escritura, la incertidumbre crece en el mundo y la razón humana y su autonomía dominan más y más la Palabra de Dios.

Pero hoy, más que nunca, estemos en guardia cuando comprobemos que se quiere combatir la autoridad verdadera de la Palabra escrita, mediante argumentos religiosos. En todo tiempo los argumentos religiosos y piadosos han sido los más peligrosos para la Iglesia. ¿No dan acaso una impresión de seriedad y de respeto? Se nos dice que el Señor no puede ser metido dentro de la cárcel y los limites de la Palabra; que no podemos disponer de la voz de Dios, ya que el Señor es libre. Tales son los argumentos, los argumentos religiosos, del día de hoy. Mas en estos argumentos tenemos que ver la continuación de un proceso que se halla en acción desde hace dos siglos: el proceso

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que conduce a la crisis de obediencia de la Palabra de Dios. Esta crisis es una evasión, lejos de la presencia de Dios, en razón misma de su proximidad y de la responsabilidad que comporta para nosotros esta proximidad de Dios. En verdad que es una situación trágica, consecuencia de toda devaluación de la Palabra escrita. Cuando perdemos la Palabra, perdemos al mismo tiempo todo acceso a la misma y la auténtica imagen de Cristo. Tal es la ley espiritual de la historia. Es la ley de la apostasía que, siempre y durante todos los siglos, ha amenazado a la Iglesia. ¿En qué consiste esta tentación de apostasía? El mundo sin la Palabra, el mundo entregado a su propia libertad y no escuchando ya más la voz de Dios, sino solamente su propia voz.

Ciertamente, comprendemos la historia de los ataques llevados a cabo contra la Palabra escrita. ¿CÓmo? En razón misma, y en función, de su excepcional y suprema importancia. Y también sabemos bien cómo, personalmente, nosotros nos resistimos cede día a la influencia de esta Palabra. He aquí por qué debemos entender nuestra tarea en el mundo: no se trata simplemente de defender una doctrine teológica determinada, nuestra propia doctrine, sino de hacer frente a todos los ataques que sufre la Sagrada Escritura y testificar al mismo tiempo de la gracia y de la bendición de la Palabra que se halla muy cercana a nosotros, y de la responsabilidad que nos atañe como consecuencia de este hecho. Hemos de precavernos, pues, y al mismo tiempo escuchar las palabras de Pablo, cuando de manera admirable nos dice: “refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2ª Cor. 10:5).

¿Puedo, finalmente, traer a memoria la palabra de este otro apóstol a quien la desobediencia estuvo a punto de perderle y quien estuvo presente en el Monte de la Transfiguración? Fue una profunda experiencia la que tuvo de parte del Señor. Una ex-periencia personal. Y es, no obstante, él quien más tarde escribe a la iglesia que si bien sus miembros no tienen su misma experiencia personal del Cristo encarnado y resucitado, ella (la Iglesia) no por ello tiene un fundamento menos real pare su fe, un fun-damento del que puede estar segura y del que puede dar testimonio en el mundo: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2ª Pedro 1:19).

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REFORMA Y NEOPROTESTANTISMO

Abordamos ahora un tema que, desde hace algunos siglos, plantea un grave problema: el de la relación entre el protestantismo de la reforma, tal como lo mantienen todavía las iglesias de confesión reformada, y esta forma de protestantismo que surgió en los siglos XVIII y XIX, al que comúnmente se designa con el nombre de Modernismo o de Neoprotestantismo. Aunque el desarrollo histórico de la relación que existe entre estas dos clases de protestantismo sea del más alto interés, no podemos pensar en

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abordarlo ahora por causa de su extrema complejidad. Me limitaré, pues, a discutir este problema tal como se nos presenta a nosotros hoy.

A pesar de algunas divergencias de opinión, es un hecho que generalmente hay unanimidad en reconocer que existe una diferencia radical entre el protestantismo de la Reforma y el neoprotestantismo. Los protestantes ortodoxos, por ejemplo, se dan per-fectamente cuenta, por ejemplo, de la distancia que separa a la Reforma del siglo xvi de todas las formas posibles de neoprotestantismo. Pero, igualmente, pensadores no ortodoxos, tales como E. Troeltsch, subrayan esta diferencia. Troeltsch está convencido de que el antiguo protestantismo era un concepto animado por el sobrenaturalismo a la boga entonces. Mientras que el neoprotestantismo bajo la influencia de las “luces” del siglo xviii es la expresión de un pensamiento moderno. Modernistas y liberales4, sin excepción, consideran la ortodoxia de la Reforma como una posición inaceptable, incompatible con los conceptos de nuestra época, y que no time en cuenta los resultados de la ciencia moderna y de la concepción moderna del mundo. El neoprotestantismo se opone, pues, al antiguo protestantismo.

Dos formas de protestantismo

Reconozcamos, de entrada, que la aparición de estas dos formal de protestantismo constituye un fenómeno extraño y sorprendente. Tomamos conciencia del mismo cuando el catolicismo romano nos pide con insistencia una aclaración: “¿Cuál de los dos es, pues, el verdadero protestantismo?> Roma subraya enérgicamente que la existencia de estas dos formal de protestantismo delata su debilidad congénita, en comparación con la unidad de la Iglesia católica romana.

El punto de vista romano es muy claro: el protestantismo moderno es la inevitable consecuencia del primitivo. La evolución hacia el neoprotestantismo, el modernismo y el liberalismo (teológicos) era algo inherente a la esencia misma de la Reforma. En efecto -afirma Roma-, el protestantismo, desde su origen mismo, prescindió de la única autoridad que puede mantener la vida y la sana doctrina: los dos pilares del puente, la Iglesia y la Biblia. El antiguo protestantismo minó el primero de estos pilares. Fue la catástrofe irremediable, aunque al principio no se viera como inmediata. Cuando la autoridad absoluta de la Iglesia es rechazada, la revolución acaba con el resto. Los autores católicos describen las consecuencias fatales de la Reforma en el mundo moderno. Al escucharles, se tiene la impresión de que cada dominio de la vida humana se aleja más y más de la fuente de la vida, a pesar de los esfuerzos del protestantismo ortodoxo para defender y mantener la autoridad de Dios y un concepto religioso de la vida. E1 origen de la revolución se considera como algo inherente a la misma Reforma.

Incluso en el siglo xx a los reformadores se les trata de revolucionarios, en términos muy explícitos que encontramos en una encíclica de 1910, en donde se les acusa de todos los males. Este documento suscitó un torrente de indignación en el mundo protes-tante de aquel entonces. La acusación de que la Reforma fue una revolución será el 4 Por “modernista” y “liberal” debe entenderse aquí el modernismo y el liberalismo teológicos. - (Note. del Tr.)

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tema de nuestro tercer estudio. Pero, desde ahora, desearía subrayar el hecho de que el catolicismo está íntimamente persuadido de que el mundo moderno, el mundo del mo-dernismo, del liberalismo y de muchos más “ismos”, es la consecuencia directa del orgullo religioso, de la desobediencia y de la rebelión de los reformadores. Para los autores católicos la relación entre estas dos clases de protestantismo es de lo más íntimo.

En la evolución posterior del protestantismo estos autores ven el cumplimiento de la advertencia del apóstol Pablo: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá1. 6:7). Para ellos, el rasgo ca-racterístico del protestantismo es que la Reforma se sublevó contra la autoridad, que no fue más que negativa, una protesta pura y simple. Se nos dice que los reformadores no previeron todas las consecuencias de su actitud primera; pero, en el desarrollo ulterior de la Reforma, los males se han ido revelando más y más manifiestamente; quiérase o no, la Reforma tenía que conducir al neoprotestantismo con su célebre protesta contra toda autoridad, su sed de libertad, su rechazo de la autoridad y la infalibilidad de la Escritura, y de la realidad de los milagros y del mundo sobrenatural. La Reforma tenía que conducir a un neoprotestantismo militante por una iglesia sin dogmas y sin confesión de fe, rechazando la doctrina de la iglesia, la divinidad de Cristo, su nacimiento virginal, su santidad, su muerte expiatoria, su resurrección, su ascensión, su segunda venida. Para ellos, la Reforma es la responsable -tremenda responsabilidad- de este mundo secularizado, de este mundo sin Dios.

Yo pienso, sin embargo, que la acusación es muy grave y que hay que probar esta pretensión de que existe una ligazón estrecha entre Lutero y Nietzsche, entre Calvino y el mundo secularizado de nuestros días. La expresión “ Después de la Ref ormao, ¿podría llegar a ser sinónimo de esta otra: “Por causa de la Reforma”? Estoy convencido de que una teoría semejante es insostenible, incluso desde el punto de vista histórico, ya que simplifica en demasía la evolución de la historia y desprecia otros hechos, entre ellos la influencia considerable del humanismo después de la Reforma. Desde el siglo xvi el humanismo ha planteado cuestiones álgidas a la Iglesia romana. Acordémosnos de la controversia entre Lutero y Erasmo, quien, católico romano, alababa el valor de la naturaleza y sus aptitudes y defendía el libre arbitrio del hombre. ¡Pensemos con qué violencia Erasmo se oponía a la doctrina de la total corrupción de la naturaleza humana! Y no era solamente Erasmo quien defendía el libre arbitrio y la bondad natural del hombre, convirtiéndose as! en el apóstol del antiguo semipelagianismo, sino el mismo Papa en persona fue quien atacó a Lutero debido a su doctrina de la gracia y del servo arbitrio. La Iglesia romana proclama que Agustín es uno de los Padres de la Iglesia; sin embargo, le contradice, al menos, en este punto de la doctrina de la gracia soberana que el doctor de Hipona defendió en sus días tanto como Lutero en el siglo xvi. ¿No constituye un problema capital para la teología de la Iglesia romana su concepto de la humanidad, de la bondad del ser humano y de la razón que no ha sufrido las conse-cuencias del pecado?

Se trata, exactamente, del mismo problema que hallamos de nuevo en el llamado “ siglo de las luces”, cuando se desató la guerra contra lo que se consideraba el pesimismo de la doctrina del pecado y de la corrupción originales. As! como el catolicismo romano rechaza a Agustín y a la Reforma, así el neoprotestantismo acusa a

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la Reforma de pesimismo. Todavía en nuestros días escuchamos a católicos romanos que denuncian la “doctrina pesimista del hombre” de la ortodoxia protestante. De ahí que, a nuestro juicio, la acusación romana según la cual el neoprotestantismo no seria más que la consecuencia directa de la Reforma es una simplificación excesiva. Se trata de saber si la Reforma ha sido o no consecuente con ella misma. Tal es el problema que se nos plantea. Se nos planteó a partir del siglo xvi y conserva todavía hoy toda su importancia. Yo conozco los antecedentes y los datos de este problema en mi propio país y vosotros los conocéis en el vuestro; pero, bien sea en Holanda o en Estados Unidos, no podemos olvidar que la cuestión se plantea igualmente en todas partes. Se trata del mismo problema sustancialmente.

El protestantismo moderno afirma con énfasis que la ortodoxia no es consecuente con ella misma y que solamente el neoprotestantismo ha sabido aceptar todas las consecuencias de la revolución del siglo xvi; nuestros contradictores apuntan especialmente a la sumisión prestada por la Reforma a una revelación sobrenatural y a la Sagrada Escritura. Se nos acusa de no haber tenido en cuenta la evolución del con-cepto moderno del mundo en nuestra manera de considerar los milagros, la providencia y el determinismo. El neoprotestantismo pretende haber sobrepasado el antiguo concepto del mundo, este concepto mítico y pasado de moda, lo que le impide tomar la misma postura que la Reforma. Este conflicto ha surgido en todos los países; es el problema del modernismo.

En los Países Bajos, algunos teólogos modernistas quisieron reconocer sinceramente que su modernismo era incompatible con el cristianismo de la Iglesia. Quisieron ser honestos y ofrecieron su dimisión de los cargos que ocupaban como ministros de la Iglesia. Si, por ejemplo, somos deterministas -declararon al abdicar de sus funciones- nos resultará imposible defender por más tiempo el verdadero significado de la oración en términos cristianos. ¡No adornemos, pues, nuestras ideas con nombres tornados de los conceptos y de la doctrina de esta venerable madre que es la Iglesia! ¡Hagamos un juego limpio! Pero la opinión de la mayoría de teólogos y de predicadores modernistas era muy diferente. Afirmaron que su modernismo, que su neoprotestantismo, no era otra cosa que el verdadero cristianismo, auténtico y consecuente, el verdadero protestantismo, es decir: el cristianismo aplicado a las necesidades de la inteligencia moderna y dando respuesta a las exigencias de la ciencia moderna. En Leyde, por ejemplo, en el siglo pasado, un profesor holandés enseñaba a sus estudiantes de teología que (desde el punto de vista de la ciencia moderna) era absolutamente imposible que Jesús resucitara de los muertos. Y todos los estudiantes aplaudieron y prestaron su conformidad a tal afirmación. Esta fue la pasión del siglo xlx: el protestantismo moderno levantado en contra del de la Reforma, en contra de la Con-fesión de Fe de la Iglesia reformada, en contra del Símbolo de los apóstoles. Se trató, pues, de un conflicto en el seno mismo de la Iglesia. Y cuando ciertos pastores presentaron su dimisión, oyeron cómo muchos de sus colegas les dijeron que no era necesario en absoluto el abandonar la Iglesia establecida. Según ellos, nada impedía la predicación de este nuevo protestantismo, este nuevo cristianismo, dentro de la Iglesia antigua. Así fue la crisis, como la que se plantea todo clérigo comunista al serle pregun-tado si se considera verdaderamente un ministro de la Iglesia de Jesucristo, y responde: “Tengo esta convicción..., pero en tanto que comunista.”

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Pero he aquí que entre los estudiantes que aplaudían, y admitían, la negación de la resurrección de Cristo se encontraba Abraham Kuyper, entonces bajo la influencia del modernismo. Mucho tiempo después hablaba todavía con pesar de estos aplausos y del deshonor que había infligido a su Señor. ¡Un simple ejemplo entre otros muchos! Mas útil para revelarnos el fondo de un conflicto trágico que vivimos desde hace más de un siglo y que hallamos de nuevo, constantemente, en numerosos problemas de las iglesias y de la teología.

Tomemos, por ejemplo, la cuestión de la síntesis del Credo y el espíritu moderno. De todas partes viene el afán por recortar el contenido de la fe y de la doctrina cristianas con objeto de hacer posible esa síntesis. Aparece una oposición cada vez más vigorosa en contra del contenido del Símbolo de los Apóstoles (y no solamente contra las Confesiones de Fe de la Reforma), en contra del nacimiento virginal, en contra de la resurrección, en contra de la expiación por la cruz de Jesucristo. El siglo xix fue un siglo decisivo en las relaciones entre el antiguo y el nuevo protestantismo. La Iglesia no se hallaba frente a una franca negación de la fe cristiana; se la acusaba, simplemente, de conservar una forma anacrónica de cristianismo que no servía sino para ser arrumbada. Numerosos teólogos resolvieron el problema al aceptar los términos de nuestros símbo-los y de la doctrina de la Iglesia, pero dándoles otra interpretación. Apareció de esta manera el inmenso peligro para la Iglesia de que cada cual pudiese interpretar a su manera la Confesión de Fe.

Esta posibilidad de interpretación, en lugar del rechazo puro y simple de la doctrina, ha creado una situación extremadamente peligrosa para la Iglesia de nuestro tiempo. Tengo la firme convicción de que constituye una de las amenazas más serias que se cierne sobre la Iglesia. Cuando alguien rechaza abiertamente los términos del Credo ya sabemos, al menos, a qué atenernos. Pero la situación es mucho más peligrosa cuando los términos del Credo permanecen intangibles, siendo sometidos al mismo tiempo a una interpretación diferente del sentido original. Recuerdo a un teólogo que consideraba el artículo: “nacido de la Virgen María” como un mito; no obstante, no deseaba que fuera quitado del Símbolo de los Apóstoles. Y cuando leemos todavía que Cristo fue “con-cebido del Espíritu Santo, según la opinión del citado teólogo, ello quiere decir que, siendo independiente del Espíritu Santo, la originalidad de Cristo estribó en poder decir “no a la naturaleza y al pecado. Salta a la vista que los términos del Credo quedan así desvalorizados totalmente por semejante exégesis y que si la Iglesia se aventura en esta dirección, manteniendo el antiguo lenguaje, hace ofensa al mundo; pues deja de anunciar la verdad y se convierte más y más en algo ambiguo a hipócrita. Tales licencias arrebatan toda claridad a las declaraciones de la Iglesia, justamente en un momento en que el mundo no aspira a nada más sino a claridad; claridad en una época de tinieblas y de extrema confusión.

El neoprotestantismo y la autonomía de la razón

Mas la situación se ha ido haciendo cada vez peor. Más y más crítica. El protestantismo moderno, el neoprotestantismo, ejerció una influencia considerable. El, al menos, sabia pronunciar estos vocablos mágicos y encantadores: ciencia, evolución, progreso, personalidad, espíritu moderno, libertad, autonomía, etc. Para muchos, el protestantismo

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de la Reforma parecía ¡lógico y muy por debajo de las exigencias de la ciencia y de los conceptos modernos del mundo. ¡Grave problema! No sólo para los teólogos, sino para muchos otros, especialmente para los jóvenes. Les daba la sensación de pertenecer a una familia ortodoxa que no representaba ya mas que un movimiento moribundo, un protestantismo agonizante. El neoprotestantismo penetró en nuestras comunidades y la iglesia que se le oponía era, rápidamente, tildada de vetusta y arcaica, defensora de un conservadurismo disecado y temerosa delante de los resultados infalibles de la ciencia moderna.

Se acercaba el momento en que muchos tenían que tomar, inevitablemente, una decisión radical. Pero al considerar esta lucha creciente entre el protestantismo de la Reforma y este nuevo protestantismo debemos comprender que el problema es tan grave que resulta imposible hacerle frente mediante un simple conservadurismo muerto, repitiendo viejas fórmulas, sin una fe viva y sin asumir la tarea que nos incumbe hoy. Estos peligros no pueden ser superados más que por una fe viva y a la escucha cons-tante del Espíritu Santo. Cuando el catolicismo romano acusa a la Reforma de haber rechazado toda autoridad auténtica, nosotros sabemos bien que ello se debe a un malentendido. No fue en nombre de la razón y de la autonomía humanas que la Reforma combatió ciertas autoridades; por el contrario, la Reforma aspiraba a una autoridad más grande que la que conocía desde hacía siglos la Iglesia romana, anhelaba una autoridad real y efectiva.

Tenemos que conocer las fuentes vivas de la Reforma. Para ser calvinistas o reformados no es suficiente poseer un sistema majestuoso de doctrina del cual podamos sentirnos orgullosos; no basta con saber que tenemos un concepto armónico y sistemá-tico del mundo.

Una originalidad según el mundo no puede ser nuestra originalidad. Tenemos que saber -y es lo único que puede darnos mordiente- que la originalidad de la fe reformada y del calvinismo consiste precisamente en su rechazo de toda originalidad en relación con el Evangelio. Solamente así podremos resolver los problemas que plantea el neoprotestantismo, ya que solamente entonces nos será posible discernir de qué se trata.

El protestantismo moderno -el neoprotestantismo- ha afirmado siempre que el valor del progreso científico venía de que la ciencia moderna no tenía prejuicios, no tenía a priori, que era puramente racional, la única concepción válida del mundo. Como lo declara Russell en su libro Science and Religion: no hay más que un solo método verdadero: la ciencia. Desde hace algunos siglos Europa occidental no cree ya más en la posibilidad de una ciencia cristiana y esto explica por qué no hay interés ni se presta ninguna consideración a la idea de una universidad cristiana. Pero hoy la oposición a una ciencia cristiana y a una universidad cristiana no parte solamente de los incrédulos, sino de los mismos creyentes; de quienes se declaran cristianos verdaderos, pero que se hallan influidos por la secularización de la ciencia y de la filosofía, como si el mundo pudiese ser explicado sin la revelación de Dios. ¿Cuál es, pues, el resultado de esta llamada “ ciencia sin a priori”?

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Helo aquí: la dominación de toda la esfera científica por un método único, el triunfo de la razón, y ello a un tal grado que incluso los incrédulos y los ateos comienzan a rebelarse contra dicha dominación. Es posible, creo, discernir el verdadero a priori que se esconde detrás del protestantismo moderno: es el principio de la autonomía, de la supremacía de la razón humana y de su síntesis con los deshechos que sobran de la fe cristiana. La Teología sistemática de P. Tillich5 es un ejemplo elocuente de lo que decimos. La imposibilidad de encontrar un denominador común a los dos protestantismos se hace cada vez más evidente.

Para concretar mi pensamiento hablaré de uno de los aspectos más cruciales del neoprotestantismo. En Alemania, R. Bulnnann, teólogo de la escuela dialéctica, ha llevado a cabo una violenta campaña contra lo que él llama los elementos míticos del Nuevo Testamento, los aspectos míticos de los Evangelios. Trata de demostrar que, en nuestros tiempos modernos, es indispensable que saquemos del Evangelio todos estos elementos “míticos”. En este mundo de nuestros días es necesario desmitificar el Nuevo Testamento, ya que poseemos ahora un concepto más científico del mundo. Si nuestro lenguaje permanece en la forma de la enseñanza mitológica del Nuevo Testamento, llegaremos simplemente al punto en que un gran número, al rechazar su forma mítica, rechazarán también toda la fe cristiana. Bultmann considera su obra teológica como una obra pastoral, un testimonio de compasión en favor del pueblo que se mueve con otros conceptos del mundo distintos del que aparece en la Biblia. La antigua concepción re-formada, fundada sobre la Biblia, se aferra aún a los acontecimientos sobrenaturales tales como la venida del Hijo de Dios en carne, el nacimiento virginal, la resurrección, la ascensión, el retorno de Cristo. Pero, según Bultmann, hoy es ya imposible vivir en semejante perspectiva. Si aceptamos la electricidad y las técnicas de la medicina moderna, ello implica necesariamente un concepto moderno del mundo en el cual el mensaje del Nuevo Testamento no puede ser manejado de la misma manera que antaño. En un nuevo protestantismo, tendremos, pues, que transferir el Evangelio mitológico a formas nuevas de pensamiento, más modernas. El programa de Bultmann ha silo vivamente discutido en Alemania y en todas panes. Mas resulta interesante observar que lo esencial de este nuevo protestantismo sea rigurosamente idéntico a lo esencial de la antigua postura liberal del siglo xix, bien que Bultmann da la impresión de que su teología comporta algo nuevo. De hecho nada ha cambiado. Sigue siendo la servidumbre de la fe cristiana a un método científico que se proclama neutro.

En esta trágica situación preguntémonos ahora y busquemos el significado exacto del término Protestantismo. El peligro crucial en el protestantismo moderno estriba en que este término, si no me equivoco, no reciba más que una acepción negativa. Cada vez más, ya no sirve sino para la simple protesta contra la confesión de fe de la Iglesia. Mas cuando el neoprotestantismo apela a la Reforma y pretende ser el protestantismo auténtico, lo que hace no es sino falsificar la historia y no temo en afirmar que este protestantismo moderno no podrá jamás oponer la más mínima resistencia válida y significativa al catolicismo mismo. El protestantismo moderno -el neoprotestantismo- carece de la más mínima calidad para oponérsele, ya que no es más que antipapismo evanescente. Quiere ser llamado “protestante” cuando no es más que protesta contra la autoridad, contra la autoridad de las Santas Escrituras, y desde hace años se ha entregado a una lucha feroz en contra de la ortodoxia. Sólo tenemos una manera de salir

5 Paul Tillich, Teología sistemática. Ediciones Ariel, Barcelona, 1973.

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de este atolladero: que los espíritus disciernan, más y más, el origen y las fuentes bíblicas de la auténtica Reforma.

Bajo la influencia y los ataques del protestantismo moderno muchas gentes comienzan a sentirse cansadas, pues se las ha obligado a estar a la defensiva; se les ha repetido hasta la saciedad que no eran de su época, que estaban completamente pa-sadas de moda. E1 carácter deletéreo de esta acusación nos permite comprender por qué hay quien capitula. Mas justamente entonces es cuando olvidan que su tarea en el mundo en que vivimos no es la de buscar su propio placer. En otras épocas los ataques contra el Evangelio levantaban la indignación más apasionada. Los gnósticos, por motivos religiosos, negaron la encarnación; también por motivos religiosos negaron otros la divinidad de Cristo: los unos y los otros se hacían los campeones del monoteísmo. Se negó la humanidad de Cristo en nombre del carácter divino de la redención. Se trataba de motivos religiosos. En cada caso la vigilancia de la Iglesia estaba atenta á los motivos profundos que inspiraban cada error. La misma Palabra de Dios se hacía el eco de su indignación: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1ª Cor. 15:14). Es así porque los apóstoles fueron también vigilantes y supieron discernir los motivos y las consecuencias de cada extravío. El apóstol del amor, par ejemplo, el apóstol Juan, ¿qué dice contra todos los motivos “religiosos” de su tiempo? “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1ª Jn. 4:2-4). ¿No tenemos necesidad también nosotros de comprender una vez más, como lo comprendió Juan, que existe una maravillosa posibilidad de armonía entre la ortodoxia y el amor? El modernismo ha acusado siempre a la ortodoxia de ser conservadora, pasada de moda, intelectualista. Y, a veces, la misma ortodoxia protestante se ha esforzado en dar una impresión mejor y más matizada. Pero entonces se colocaba en la defensiva y dejaba de dar un auténtico testimonio. Lo que nos hace falta hoy es una ortodoxia unida íntimamente al amor, y también a la indignación, no a una indignación personal, sino a la indignación del amor que nos enseña el Evangelio.

Ortodoxia y amor

Por desgracia, es de otra clase de matrimonio que se oye hablar: el de la ortodoxia con el fariseísmo. ¿Podemos contestar a esta acusación general? Yo preferiría recordar las palabras de Pablo, pesadas incluso para los teólogos: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de ¡al manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy (1ª Cor. 13:1-2).

Tal es la advertencia del Evangelio. Pero esta advertencia conlleva la promesa de que sólo el amor es de bendición en el mundo. Cuando contemplamos las consecuencias lastimosas de los ataques del protestantismo moderno, cuando vemos la pobreza espi-ritual y todos los falsos problemas de este neoprotestantismo, ¿cómo no vamos a sentir

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piedad por él? Leemos, en alguna ocasión, que el protestantismo liberal y el neoprotestantismo volverán a la ortodoxia. Mas seamos extremadamente circunspectos sobre este punto; pensemos en el peligro inherente en las palabras, incluso en las palabras muy ortodoxas pero vaciadas de su contenido verdadero: el mensaje del Evangelio.

Cuando intentamos analizar el mundo de la teología contemporánea no debemos subestimar ni la ciencia ni la teología. Ambas influyen una sobre la otra y, recíprocamente, sobre la Iglesia. Dicha influencia no queda limitada a las aulas de estudio, sino que penetra la Iglesia y la comunidad de los santos. No podemos afrontar el protestantismo moderno más que con amor y situados en una posición de escucha perenne de la Escritura. La respuesta, la única respuesta posible, sin el más mínimo espíritu de conservadurismo, es la del apóstol Juan: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome lo corona” (Apocalipsis 3:11). Esta corona no es la de nuestros méritos ni la de nuestras propias obras. Nos hace pensar en estas coronas de que nos habla el Apocalipsis cuando nos muestra el futuro con los veinticuatro ancianos que se postran delante del que está sentado en el trono y que adoran al que vive por los siglos de los siglos y echan sus coronas delante del trono (Apocalipsis 4:10-11). Tal es la única manera que se nos ofrece de no guardar la corona. Pero no hay la más mínima contradicción entre esta visión del porvenir y el mandamiento que se nos da de guardar lo que tenemos.

Dios quiere que nadie pueda arrebatarnos la corona. Esto significa que debemos velar celosamente sobre los dones de nuestro Señor y sobre nuestra responsabilidad en el mundo. Guardémonos de dejarnos abatir en este período extraño y peligroso de nuestra historia, cuando innumerables problemas nos asedian por todas partes. El Señor bendecirá nuestra tarea. Y esta tarea no consiste en ser protestantes en un sentido negativo, ya que el mundo actual está sucumbiendo debajo de las protestas en contra de la Palabra de Dios, contra la autoridad, contra el Evangelio.

El neoprotestantismo es un ensayo de síntesis entre el Evangelio y la autonomía de la razón, que obliga a sus partidarios a levantarse en contra de la ortodoxia. Mas no tenemos nada que temer si sabemos obedecer a Jesucristo, ya que entonces sabremos lo que el mundo necesita: le hace falta un testimonio, una afirmación positiva, una certeza.

Para la Iglesia, como para la teología, la Palabra de nuestro Señor es siempre viva: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

LECCIÓN IV

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SOLO CRISTO

El Gran Salvador

"Grande para salvar" (Isaías 63:1).  

Sabido es que esto se refiere a nuestro amado Señor Jesucristo, a quien se describe como "viniendo de Edom, de Bosra, con vestidos bermejos," y el que preguntado quién es, contesta:

"Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar." Con esto, será bien que desde el principio del discurso notemos una o dos cosas tocante a la persona, incomprensible en su naturaleza, del hombre y Dios a quien damos el título de Redentor nuestro, a saber, Jesucristo nuestro Salvador. Este es uno de los misterios de la religión cristiana: nos enseña que hemos de creer que Cristo es Dios, no obstante que es hombre. Siguiendo las Escrituras, sostenemos que es Dios mismo, igual al Padre, y coeterno con éste, poseyendo al igual del Padre todos los atributos divinos en grado infinito. Tomó parte con el Padre en todos los actos de su omnipotencia; tuvo que ver en el decreto, en la creación de los ángeles, en la del mundo cuando éste rodó del caos al espacio, y también en el orden del bello mecanismo natural. Con anterioridad a cualquiera de tales hechos era el Divino Redentor Hijo Eterno de Dios. No dejó de ser Dios cuando se hizo hombre. Siendo "varón de dolores, experimentado en flaqueza," era también "Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos," tan ciertamente como antes de su encarnación. De ello tenemos pruebas abundantes en las continuas afirmaciones de las Escrituras y en los milagros que obró. Las resurrecciones de muertos, las caminatas sobre las olas del mar, los apaciguamientos del viento, y el hendimiento de las rocas, con otros hechos maravillosos suyos que nos falta tiempo para especificar, todos son pruebas inconcusas de su divinidad, que ciertamente era Dios al mismo tiempo que condescendió a ser hombre.

También las Escrituras Indudablemente nos enseñan que es Dios ahora, que comparte el trono con el Padre, sentado en alto sobre "todo principado, potestad, potencia y señorío, y todo nombre que se nombra," y que el objeto verdadero, legitimo, de la veneración y homenaje y culto de los mundos todos. Asimismo nos enseña a creer que es hombre. Nos dicen que, llegado el día señalado, vino del cielo y se hizo hombre sin dejar de ser Dios, apropiándose la naturaleza infantil en el pesebre de Belén; que de tal estado creció a la estatura de varón, hecho "carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso," en todo menos en nuestro pecado. Son fuertes pruebas de su humanidad verdadera sus padecimientos, hambre, muerte y sepultura, exigiéndonos, no obstante, la religión cristiana que creamos en su verdadera divinidad. Se nos enseña que fue "niño nacido, hijo dado," siendo al mismo tiempo "Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno." Para tener ideas claras y rectas respecto a Jesús no hay que confundir una con otra sus dos naturalezas. No hemos de tenerlo por un Dios rebajado hasta la humanidad deificada, ni por nombre común oficialmente elevado hasta la deidad, sino por una persona con dos naturalezas distintas, no es Dios convertido en hombre, ni hombre hecho Dios, sino hombre y Dios a la vez formando unidad. Es por esto que confiamos en él, en calidad de Interventor, Medianero, Hijo de Dios, Hijo del hombre. He

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aquí nuestro salvador, el ser gloriosísimo, pero misterioso, indicado en el texto al decir que es grande, "grande para salvar."

De su poder no hay necesidad de hablar; sois lectores de las Escrituras, y creéis en la potencia y majestad del que encarnó Hijo de Dios. Lo creéis Arbitro de la providencia, Rey de la muerte, Vencedor del Infierno. Señor de los ángeles, Dueño de las tempestades, y Dios de las batallas; luego prueba de su poder no necesitáis. Parte de su potencia es asunto para hoy: es "Grande, o poderoso, para salvar." Denos el Santo Espíritu su auxilio para tratarlo brevemente, sirviéndonos de él para la salvación de nuestras almas.

Primero, trataremos del significado: de la palabra "salvar." Segundo, de cómo demostraremos que e/efectivamente es "grande para salvar." Tercero, de las razones por que es "grande para salvar." Cuarto, dé las inferencias que deben deducirse de la doctrina de la grandeza de Cristo para salvar.

1. "¿Qué debemos entender por la palabra "salvar?"

Comúnmente los hombres en su mayor parte, leyendo esta palabra, juzgan que significa salvar del Infierno. En parte tienen razón, pero su idea es muy defectuosa. Verdad es que el Señor salva a los hombres de la pena merecida de su delito; efectivamente lleva al cielo los que han merecido la eterna displicencia del Altísimo; si borra "iniquidades, transgresiones y pecados," y disimula las maldades del residuo de su pueblo a causa de su sangre y su expiación. No es ésta, empero, toda la significación de la palabra "salvar." Explicación tan insuficiente ha ocasionado los errores de algunos teólogos, errores que cual brumas han envuelto sus sistemas teológicos. Han dicho éstos que salvar es arrebatar almas como tizones de la lumbre, salvarlos de la destrucción si se arrepienten. La verdad es que significa muchísimo más que librar del infierno a los penitentes. Expresa el todo de la grande obra de la salvación, desde el primer deseo santo, la primera convicción espiritual, continuada hasta la santificación completa. Todo lo hace Dios por medio de Jesucristo. Este es grande, no sólo para salvar los arrepentidos, sino para darles arrepentimiento; no sólo se compromete a llevar los que creen al cielo, tiene poder para dar nuevos corazones, y para comunicar la fe; no sólo puede dar al cielo al que lo quiera, sino que puede hacer amante de la santidad al que la aborrezca, adorador suyo al menospreciador de su nombre, y prófugo de sus malos caminos al réprobo declarado.

Por "salvar" no entiendo lo que algunos. Según la teología de éstos, vino el Señor al mundo para poner todos en estado salvable, a hacer posible la salvación de todos mediante sus propios esfuerzos. No en estado salvable, sino en estado de salvación creo que vino a ponernos; no donde podremos salvarnos ha querido ponernos, sino a llevar a cabo la obra en nosotros y a nuestro favor, desde el principio hasta el fin. SI yo creyese que vino el Señor con el solo fin de condición tal que solos pudiésemos salvarnos, dejarla desde luego de predicar, porque conozco algo de la maldad del corazón, conociendo algo del mío propio, conociendo el aborrecimiento humano natural hacia la religión cristiana, ninguna esperanza de éxito abrigaría, pidiendo sólo explicarla y ofrecerla, aguardando el efecto que dependiese de que quisiesen aceptarla sin ser renovados y regenerados. Ya no podría gloríarme en la cruz de Cristo creyendo que no

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acompaña la palabra del Señor poder que dispone en el día de su poder, apartándonos del error de nuestros caminos, la fuerza de una atracción irresistible, de una influencia divina misteriosa. Repito que el Señor es grande, no sólo para ponernos en condición de ser salvos, sino grande para salvarnos absolutamente. Esto para mí es una de las pruebas magnificas del carácter divino de la revelación bíblica. Frecuentemente he dudado y temido, como tantos otros; ¿en dónde se halla el fiel robusto que jamás ha dudado? Héme preguntado, ¿será verídica esta religión que diariamente predico? ¿Será cierto que ejerce influencia sobre la voluntad y el entendimiento? He aquí como me cercioré de ello. He contemplado las centenas, no, millares de que me rodean, en otro tiempo, viles como ningunos, beodos, juradores, etc., y ahora "vestidos, y en seso," caminando en santidad y temor de Dios, y me he dicho: Verídica es; la comprueban sus efectos maravillosos; es cierta, puesto que es eficaz para los fines que jamás ha logrado el error. Su influencia está manifiesta aún entre la ínfima clase de los mortales y los abominables de nuestra raza. Siendo agente del bien de poder irresistible, ¿quién podrá negarle el carácter de verídica? Para mí la prueba más conveniente de la grandeza de Cristo no es su oferta de salvación, ni que nos diga que tomemos la salvación si nos place, sino que rechazándola nosotros, aborreciéndola, menospreciándola, tiene poder que nos hace cambiar de propósito, pensar muy de otra manera, y abandonar nuestros caminos tan errados. Juzgo ser ésta la significación del texto "grande para salvar."

Aun no es ésta, empero, toda su significación. No sólo es grande nuestro Señor para hacer que nos arrepintamos, para vivificar los muertos en pecado, para apartarlos de su insensatez e Iniquidad; sino que ha sido ensalzado con otro fin más allá: es grande para cuidar su cristianismo después de habérselo dado, grande para mantenerlos en su temor y amor en tanto que acabe de perfeccionar la existencia espiritual de aquellos en el cielo. La grandeza del Señor no consiste en hacer a uno creyente, dejando luego a éste manejarse como pueda; empieza la buena obra, y la lleva adelante; el mismo que comunica el primer germen de vida que da vida al alma muerta, después da y sigue dando lo divino que prolonga la existencia, hasta ejercer en nosotros aquel gran poder que rompe toda liga de pecado, y finalmente hace tomar puerto en la gloria al alma ya Idónea para ello. Creemos, sostenemos y enseñamos, basados en la Biblia, que cuantos han recibido del Señor el arrepentimiento Infaliblemente perseverarán en el camino; que el Señor jamás da principio a una buena obra sin llevarla a cabo; que nunca ha vivificado realmente para lo espiritual sin concluir la obra dando al sujeto lugar en medio de los coros de santificados. No somos de parecer que la grandeza del Señor estriba en conducirme al estado de gracia; encomendándome luego a mí propio cuidado, sino en ponerme en tal estado de gracia, y darme tal vida interna, ejercer tal poder en mí; que tan imposible me seria volver atrás como al sol detenerse en su carrera, o dejar de resplandecer. Para nosotros, amados, esto significa "grande para salvar." Esta doctrina comúnmente se titula calvinista; no es sino cristiana, doctrina de la Santa Biblia; calvinista no podría llamarse en días de Agustín, porque en las obras de éste hallamos esta doctrina; agustinianismo no puede llamarse tampoco; porque se halla en los escritos de Pablo apóstol, no pudiendo llamarse paulinismo tampoco, por ser sencillamente desarrollo, plenitud del evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

Repetimos, sostenemos y con firmeza enseñamos, no sólo que Jesucristo tiene poder para salvar al que consiente en ser salvo, sino hacerlo consentir, hacer que el

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ebrio renuncie el vicio, y vaya a buscar el bien, hacer que el escarnecedor se postre, y ablandar su corazón con su amor.

II. ¿Cómo se prueba que Cristo es grande para salvar?

Presentaré primero el argumento más fuerte; con uno hay. Este es, que lo ha hecho ya. A fin de poner en claro que efectivamente lo hace, me referiré a los casos más marcados. Se dirá que es fácil comprender que, predicado el evangelio a las almas virtuosas, criadas en el temor de Dios, éstas lo reciban. Por lo mismo, no me referiré a ellas. Ahí tenéis al australiano; acaba de despachar su almuerzo diabólico de carne humana; es caníbal o antropófago; de su cinturón están colgadas las cabelleras de las víctimas de su coraje, matanza de que él se gloria. Si desembarcareis, en su costa, os comerá irremisiblemente, a no poner cuidado en evitarlo. Es un pobre ser bajo, ignorante, degradado, que muy poco aventaja a las fieras. ¿Tendrá el evangelio de Cristo poder para amansarlo, para quitar de su cinto las cabelleras, de su pensamiento los hábitos de sangre, de su corazón los ídolos horribles que adora, y para volverlo civilizado y cristiano? Citáis el poder de la educación en pro del hombre, natural pero no espiritualmente; pero ¿en pro de aquel salvaje qué hará?, Id a hacer la prueba; enviadle el mejor maestro de escuela; se lo come antes del anochecer, y ¡Viva la filantropía! Pero, ¿el misionero y el evangelio? Veces innumerables ha sido la vanguardia de la civilización, y en la providencia divina ha escapado de la muerte más cruel. Va y habla con el salvaje con miradas y obras de amor. Estos son hechos bien conocidos; no son sueños. Suelta el salvaje su hacha de guerra; dice que aquello es maravilloso, que escuchará más, las lágrimas corren por sus mejillas; encendiéndosele en el alma un amor humanitario que jamás habla conocido. Cree en el Señor Jesucristo; pronto se le ve "con ropa y en seso," hombre en fin, tal como quisiéramos que todos lo fuesen. Esto prueba que no viene el evangelio a la inteligencia preparada para admitirlo, sino que el mismo prepara la inteligencia; que no se contenta el Señor con depositar la semilla en el terreno que de antemano se le ha preparado, sino que mete el arado, si, y desterrona, y lo hace todo. Tiene poder para hacerlo. Preguntádselo a nuestros misioneros que trabajan en Africa, entre los peores bárbaros del mundo; preguntadles si tiene poder para salvar el evangelio, y os señalarán el jacal del hotentote y la casa del kuramán y preguntará a su vez:

-¿De dónde ha provenido la diferencia entre ésta y aquél, sino de la palabra del evangelio? SI, amados hermanos; sobran las pruebas en los países paganos; ¿a qué añadir más que esto? ¿No sobran pruebas también de ello en nuestro país? Se predica un evangelio bueno para instruir en la moral, pero Inútil para salvar, útil para impedir tal vez que se embriaguen los que no tienen el vicio, pero Inútil para quitarles el vicio cuando lo tienen; útil para dar una especie de vida y salvación al alma, porque desahucía aquellos cuya salvación es el objeto más marcado del evangelio verdadero de Cristo. Yo podría citar casos en que ha habido pecado el más enorme, que nos horrorizaríamos de oír. Podría contar de algunos que vinieron a la casa de Dios muy resueltos a no escuchar al predicador excepto para burlarse de lo que dijera. Se detuvieron momentáneamente; les llamó la atención alguna palabra, se dijeron ¿será verdad eso? Penetró en el alma alguna palabra expresiva, innegable. Sin saber cómo se fue, se hallaron como encantados, bajo la influencia de algún hechizo, por decirlo así; escucharon aún, rodaron las lágrimas involuntarias, se retiraron sintiendo algo extraño, misterioso, hasta sus

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recámaras; cayeron de rodillas, pasó por sus mentes su propia historia que confesaron delante de Dios; éste les dio la paz mediante la sangre del Cordero, y volvieron a la casa de Dios para decir muchos de ellos:

-Venid a escuchar lo que el Señor ha hecho en favor de mi alma, y saber del caro Salvador que me he hallado.

¡Ejemplos del poder divino transformador del corazón y dador de paz al corazón ya trasformado! Amados oyentes, frecuentemente me digo:

-¡He aquí la prueba más convincente del poder del Salvador! Predíquese otra doctrina; ¿surtirá el mismo efecto? Si lo surte, junte cualquiera oyentes, y convierta gentes con su predicación.

Efectivamente; ¿no será reo de la sangre de las almas el que no predique doctrina que surta tal efecto? El que cree que su evangelio salva, y predica todo el año sin ver un solo arrepentido en calidad de fruto de su predicación contra el vicio, ¿cómo lo explica? La razón es que proclama un pobre cristianismo bien diluido y sin fuerza, y no el de la Biblia, amplio, firme y eficaz, el evangelio del Señor, poderoso para salvar. Si cree aquel que suyo es, predíquelo luchando enérgicamente por salvar las almas del pecado tan funesto. Positivamente está probado que el Señor es "grande para salvar" los peores, arrebatándolos de la Insensatez que tiempo ha los esclaviza, y duda no sabe que el mismo evangelio produciría los mismos resultados dondequiera.

Para mis caros oyentes la prueba de su grandeza para salvar fuera que a ellos los salvase.

-Tú, ¿qué dices? Como libre pensador, tu religión no me merece sino desprecio y aborrecimiento.

-Y ¿si la grandeza de esta religión algún día te obligase a creer? ¿Qué dirías entonces? ¡Ah! yo sé que seria Intenso tu amor y perdurable, porque te dirías.

-El más rebelde fui yo, y sin saber cómo, lo he llegado a amar.

Hombre semejante, creyendo porque no tuvo remedio, seré predicador de los más elocuentes. Allí está otro que dice:

-Yo no respeto el día llamado de descanso. Me es antipático todo lo que huele a religión. Pues, no te puedo probar la religión si ésta no se apodera de ti para renovarte, obligándote a confesar que es realidad. "Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificaremos" (Juan 3:11). Hablando de la mudanza que efectuó en nosotros mismos, presentamos hechos efectivos, no ensueños ni fantasías, y lo decimos sin vacilar; si; lo afirmamos de nuevo: "es Grande para Salvar."

III. Ahora, empero, se pregunta, LA RAZON DE SER CRISTO "GRANDE PARA SALVAR." A esto se responde de varías maneras.

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Primero, dando a la palabra "salvar" su acepción popular, la cual, aunque correcta, no lo dice todo, esto es, sí entendemos por salvación el pecado perdonado y el infierno evitado, Cristo es grande para salvar a causa de la eficacia infinita de su sangre expiatoria. Pecador ennegrecido, Cristo tiene poder hoy mismo de emblanquecerte más que la nieve. ¿Preguntas cómo? Te lo voy a decir. Puede perdonar por que ha sido castigado por culpa tuya. Si te reconoces pecador, si otra esperanza o abrigo que Cristo no tienes delante de Dios, sabe que Cristo tiene poder para perdonar, porque una vez fue castigado a causa del pecado que cometiste, razón por la cual puede dar remisión de él gratuita. La manera más sencilla de poner en claro la fe que tengo en la expiación de Cristo es referir cierta historia. Una vez se me presentó un pobre Irlandés. Dijo que me quería hacer una pregunta. Yo le pregunté por qué no se la hacia al padre. Dijo que se la habla hecho, pero que no le había contestado muy satisfactoriamente, y que si yo resolvía su dificultad quedaría agradecido porque no estaba en paz. Que me habla oído a mi y a otros decir que Dios puede perdonar el pecado, pero que él no comprendía cómo Dios puede perdonar pecados tan grandes como los suyos, que reconocía que si Dios le perdonaba sin castigarlo como debía no obraría al parecer con justicia. Perdonar y ser justo, no lo entendía. Le dije que esto era mediante la sangre y los méritos de Jesucristo. Dijo que no entendía aquello, que así poco más o menos le había dicho el sacerdote, pero que no le había explicado cómo la sangre de Cristo hacia justo a Dios, y quería que yo se lo explicase.

Entonces le dije:

-La expiación, suma, sustancia, raíz, médula y esencia del evangelio es así: Suponga que ha matado usted. Por asesino le condenan a muerte. ¿La merecía? Pues bien, se desea salvar su vida, pero la equidad se opone a que quede sin satisfacción la justicia que exige vida por vida. Dificultad muy grande, ¿verdad? Ahora suponga que yo fuese al Ejecutivo diciendo que la sentencia de usted era justa, que no me oponía a ella, pero que amaba tanto a usted que voluntariamente me dejaba ahorcar en su lugar. Suponga también que lo admite. ¿Habrá justicia en soltar a usted, muerto yo en su lugar?

Dijo que le parecía que si. No habían de morir dos por la culpa de uno solo. Que seguramente podría retirarse sin que se le dijera una palabra. Le dije que así es como salva Jesucristo. Pidió sufrir en lugar de los pecadores por el amor que les tiene. Murió pues en el madero, padeciendo lo que sus escogidos debían padecer, razón por la cual éstos no pueden ser castigados, con tal que tengan fe en él, y así prueben que son escogidos suyos. Me dijo:

-Lo comprendo; pero si Cristo murió por todos, ¿cómo es que algunos otros también son castigados? Eso no es justo. Le contesté:

-No fue eso lo que dije. Murió por todos los que creen en él, esto es, por todos los arrepentidos, tan cierta y absolutamente que ninguno de éstos será castigado así. Dijo aquél, aplaudiendo con las manos:

-Por cierto esto es el evangelio, o yo nada entiendo del asunto. Nadie puede haber Inventado tal cosa. ¡ Cuán maravilloso! Ya soy salvo; con todos mis pecados confiaré en el hombre que murió por mi, y seré salvo.

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Hermanos, Cristo es grande para salvar porque Dios no apartó la espada del corazón de su propio Hijo; ni soltó la deuda, porque ésta se pagó con sangre sin precio; el gran recibo clavóse en la cruz con nuestros pecados, y libres somos si tenemos fe. En el sentido exacto de la expresión, por esto es "grande para salvar."

IV. El Cuarto punto fue: ¿Que debemos inferir sabiendo que Jesucristo es grande para salvar?

Primero, hay una gran verdad que deberían tener presente los ministros, a saber, que han de predicar esforzándose a tener fe, dejando la vacilación. Se postran luego confesando su debilidad, lamentando, llorando y gimiendo por la dureza de corazón de los que les oyen predicar, sus corazones de piedra, sin inquietud a causa de sus pecados, sin querer amar al Salvador. Paréceme ver a su lado a un ángel que les dice:

-Tú eres débil, pero él fuerte. Nada puedes hacer tú, pero él es grande para salvar.

Tenlo presente. La eficacia no es del instrumento. Es de Dios. La pluma del autor no será la alabada por la erudición o talento que haya en el volumen, sino el cerebro que impulsó la mano que movió la pluma. En la salvación también, no es el predicador el que idea la salvación, sino que el Señor la idea, y se sirve del ministro u otro para exponerla. Pobre predicador desconsolado, sí poco fruto has visto de tu ministerio, prosigue con fe, que, como lo sabes, fue escrito: "Mi palabra no volverá a mi vacía, mas hará lo que quiero, y será prosperada en aquello para que la envía." (Isaías 55:11.) Prosigue: ten valor; el Señor te auxiliará al amanecer. (Sal. 46:5.)

También hay aquí estimulo para los que oran rogando a Dios por sus deudos. Madre que años ha gimes por tu hijo, creció éste, desamparó el techo paterno, y tus oraciones han quedado sin respuesta. Así lo crees. Te ocasiona pesares con su alegría no santa, y temes llevar tus canas con dolor al sepulcro por su causa. Ayer dijiste: "Es por demás orar; ¿para qué lo hago?" Detente, madre; no lo vuelvas a decir. Empieza de nuevo. Por él has orado. Sobre su cuna encorvada lloraste. Le diste instrucción cuando tuvo edad para recibirla, y le has amonestado frecuentemente después; pero de nada ha servido. No ceses de orar, empero, acuérdate que Cristo es grande para salvar. Espera su hora, quizá, y a ti te hace esperar a fin de que reconozcas más claramente su gracia cuando te otorgare el bien. Prosigue, ahora aún. De madres he tenido noticia que oraron por sus hijos veinte años, muriendo algunas sin ver su conversión, y su muerte fue el medio de salvarlos, induciéndolos a reflexionar. Cierto padre de familia había sido piadoso muchos años, sin tener la dicha de ver convertido a uno solo de sus hijos. Moribundo ya, llamó a sus hijos, y les dijo:

-Hijos míos, moriría tranquilo si pudiese creer que vosotros me seguiréis al cielo; pero esto es lo que más me apesadumbra, no el morir, sino esta separación eterna. -Lo contemplaron sin llorar, sin ocuparse de sus hechos. El se vio envuelto de repente de gran tormenta y angustia mental; en vez de morir pacifico y tranquilo, murió atribulado, pero confiando sólo en Cristo, diciendo:

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-Ojalá hubiera muerto feliz, porque esto habría sido testimonio para mis hijos; pero, Señor, estas tinieblas nublan tanto mí mente, que me privan de atestiguar la verdad de tu religión.

Al otro día de sepultarlo, dijo uno de ellos a otro:

-Hermano, me ocurre que nuestro padre siempre fue piadoso, y si murió tan triste, ¿cómo moriremos nosotros, sin Dios, sin Cristo?

-Ay, si; también me ocurrió eso, dijo éste. Se encaminaron a la casa de Dios, oyeron la palabra, volvieron a su casa, supieron con sorpresa, después de orar, que la demás familia habla hecho lo mismo, y que, muerto su padre, le habla otorgado el Señor lo que no otorgó estando aquel vivo, valiéndose de la misma muerte, y muerte que uno creería la menos propia para producir tal efecto. Sigue, pues, orando, hermano mío, hermana mía; el Señor hará que vengan el hijo y la hija a amarle y temerle, y os gozaréis con ellos en el cielo, aunque en la tierra no os fuese concedido.

Finalmente, amados oyentes, muchos hasta hoy no habéis amado al Señor, pero deseáis amarle. Preguntáis sí os podrá salvar, tan pecadores; si vuestro canto se oirá algún día con el de los santos en las alturas; si borrará vuestros pecados la sangre divina. SI, pecadores, es "grande para salvar." Consolaos. ¿Te miras como el peor de los hombres? ¿Te hiere la conciencia como con mazo de herrero, diciéndote que todo está perdido, que te condenarás, que tus clamores no serán oídos, que acabó la esperanza? No lo creas; es grande para salvar; si tú no puedes orar, él te ayudará; si no puedes arrepentirte, él te dará arrepentimiento; si te es difícil creer, él puede ayudarte a hacerlo, porque ensalzado ha sido para dar arrepentimiento como también remisión de pecados. Pobre pecador, con fía en Jesús; abrázate de él. Clama, y el Señor te ayude a hacerlo ahora. Hoy mismo te auxilie para que confíes tu alma al que la compró, y sea este el día supremo de toda tu vida. "Volveos, volveos, ¿por qué queréis morir, oh casa de Israel?" Convertíos a Jesús, almas fatigadas; acudid a su llamada. "El Espíritu y la esposa dicen, Ven; también el que oye diga, Ven; también el que tenga sed venga, y el que quiera tome del agua de vida, de balde." Se os anuncia, y se os franquea; la tenéis todos los que estáis dispuestos a admitirla.

La gracia del Señor os haga anuentes a tomarla, salvando vuestras almas por Jesucristo nuestro Señor y Salvador. Amén.

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LA LA CRUZ DE CRISTO

DE (LA VINDICACION DE) LA CAUSA DE DIOS)

Iglesia Bautista de la GraciaAR

INDEPENDIENTE Y PARTICULAR

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Calle Alamos No.351Colonia Ampliación Vicente VilladaCD. Netzahualcóyotl, Estado de MéxicoCP 57710Telefono: (5) 793-02161 Cor. 1:23 Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado...

D. M Lloyd JonesTraducción realizada por Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery.Este sermón fue tomado del tomo #3 de la famosa serie de D. MLloyd Jones sobre Romanos,– publicado por El Estandarte de la Verdad.© Copyright, Derechos Reservados para la traducción al español.IMPRESO EN MEXICO 2000.

LA CRUZ DE CRISTO(LA VINDICACION DE LA CAUSA DE DIOS)“Al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación desu justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con lamira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el que justifica alque es de la fe de Jesús.” Romanos 3:25-26Con el fin de dirigir su atención a las grandes palabras que se encuentran en el capítulo3, versículo 25 y 26, de la epístola de Pablo a los Romanos, quiero recordarle nuevamenteque en muchos sentidos, no hay versículos más importante en todo el alcance y esferade las Escrituras, que estos dos versículos. En ellos tenemos la afirmación clásica de lagran doctrina central de la Expiación. Este es el porqué los consideraremos muy cuidadosay detalladamente. Algunos han descrito esto como “El acrópolis de la fe cristiana”.Podemos estar seguros de que no hay nada que la mente humana pudiera jamás considerar,que sea en alguna manera tan importante como estos dos versículos. La historia de laiglesia muestra muy claramente, que estos versículos han sido el medio que Dios El EspírituSanto ha usado para traer muchas almas de las tinieblas a la luz, y para dar a muchospobres pecadores, el primer conocimiento salvador y su primera certidumbre de salvación.Déjeme darle un bien conocido y notable ejemplo e ilustración fuera de la historia. Meestoy refiriendo al poeta William Cowper. El nos dice que se encontraba en su cuarto, en

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gran agonía de su alma, y bajo una profunda y terrible convicción. El no podía encontrarla paz, y estuvo caminando de un lado a otro, casi al punto de la desesperación, sintiéndosecompletamente sin esperanza, no sabiendo qué hacer consigo mismo. Repentinamente,en completa desesperación, se sentó en una silla frente a la ventana del cuarto. Había unaBiblia allí, así que él la tomó y la abrió, y así vino a este pasaje y esto es lo que él nos dice:“El pasaje que encontraron mis ojos fue el versículo 25 del tercer capítulo de Romanos. Alleerlo, de inmediato recibí poder para creer. Los rayos del Sol de Justicia cayeron sobre míen toda su plenitud. Yo vi la completa suficiencia de la expiación, en la cual Cristo haforjado para mi, perdón y entera justificación. En un instante yo creí y recibí la paz delevangelio. Si el brazo del Dios Todopoderoso no me hubiera sustentado, yo creo que habríasido aplastado de gratitud y gozo. Mis ojos estaban llenos de lágrimas; este arrobamientoahogó mis palabras. Yo solamente podía mirar hacia el cielo en silencioso temor, sobrecogidocon amor y asombro”. Esto fue lo que este versículo 25 del capítulo tres de la epístolaa los Romanos, hizo por el famoso poeta William Cowper y ha hecho la misma cosa pormuchos otros.Déjeme recordarle otra vez lo que el pasaje dice. Es la continuación de lo que el apóstolha estado diciendo en el versículo 24. Es la gran buena nueva de que ahora es posible paranosotros, ser “justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en CristoJesús”. En otras palabras, ahora hay un camino de salvación aparte de la ley, el cual nodepende de nuestra observancia a la misma. Este es el camino gratuito que es en Cristo.Dios nos ha rescatado en Cristo, y estos versículos 25 y 26 explican cómo este rescate hatenido lugar. Pero, ¿Porqué tuvo que pasar algo como esto? ¿Cómo ocurrió algo así?En este capítulo, el apóstol ya ha considerado dos de las grandes palabras que expli-can esto. Ellas son las palabras “propiciación” y “sangre”. Ya nos ha dicho que la redención

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adquirida en esta manera, viene a nosotros a través de la instrumentalidad de la fe.Pero el apóstol no se detiene en esto, él dice algo más. Veamos nuevamente la afirmación:“Al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestaciónde su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con lamira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el que justifica alque es de la fe de Jesús” (Rom.3:25-26). ¿Porqué el apóstol continuó hasta decir todo esto?¿Porqué no lo dejó en su primera afirmación? ¿Cuál es el significado de esta afirmaciónadicional?Para descubrir la respuesta debemos considerar una vez más estos términos. El primeroes el término “ha propuesto”. Esto significa ‘manifestar’, ‘hacer claro’. Aquí está,obviamente, algo que es de vital interés para nosotros, nos lo dice de una vez; que lamuerte del Señor Jesucristo en el calvario no fue un accidente, sino que fue la obra deDios. Fue Dios quien “propuso a Cristo” allí. Cuán a menudo la gloria completa de la cruzes perdida cuando los hombres la sentimentalizan de alguna manera y dicen: “Oh, El fuetan bueno con el mundo, El era tan puro. Sus enseñanzas fueron tan maravillosas; y loscrueles hombres le crucificaron”. El resultado de esto es que las personas comienzan asentir lástima por El, olvidándose de que El mismo se volvió a las hijas de Jerusalén,quienes comenzaban a sentir lástima por El para decirles: “...no me lloréis a mí, masllorad por vosotras mismas” (Luc.23:28). Si nuestra opinión de la cruz de Cristo es tal quenos hace sentir lástima por El, esto significa que nunca la hemos visto verdaderamente.Es Dios quien le “ha propuesto”. No fue un accidente, sino algo deliberado. De hecho, elapóstol Pedro predicando en el día de Pentecostés, dijo que todo había pasado por el “determinadoconsejo y providencia de Dios” (Hech.2:23). Dios le “ha propuesto”.Este término también enfatiza el carácter público de la acción. Es un gran acto público

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de Dios. Dios ha hecho aquí algo en público, en la escena de la historia del mundo, conla finalidad de que esto pudiera ser visto, que pudiera mirarse y ser recordado de una vezy para siempre. Esta fue la acción más pública que jamás hubiera tenido lugar. De estemodo Dios ha propuesto a Jesucristo públicamente, como una propiciación por la fe en susangre.Esto nos conduce a una pregunta vital: ¿Porqué hizo Dios esto? ¿Porqué ocurrió? ¿Quéfue (si se me permite preguntar con reverencia) lo que condujo a Dios a hacer esto? ¿Acasotuvo algún propósito en hacerlo? La mejor respuesta puede encontrarse viendo los términosuno por uno. Luego los consideraremos como un todo y veremos exactamente, porquéel apóstol sintió que era vital y esencial agregar esto a lo que ya había dicho.En primer lugar aparece el término “manifestar”, “para manifestación de su justicia”.Esto significa: ‘mostrar’, ‘enseñar’, ‘dar una muestra evidente’, ‘probar’, ‘demostrar’. Diosha hecho esto, dice Pablo, con el fin de que Cristo de este modo pudiera rescatarnos, através de dar una ofrenda propiciatoria. Sí, pero en adición a esto, Dios está “manifestando”algo aquí, está mostrando algo, está enseñando y dando una muestra evidente de algo.¿De qué? “De su justicia”. Debemos tener cuidado con esta expresión, porque este términoestá usado también en el versículo 21.Es un tanto desafortunado que el mismo término sea usado para referirse a dos ideasligeramente diferentes. En el versículo 21 esta palabra significa simplemente, “un caminode justicia”. “Mas ahora, (dice) se ha manifestado la justicia de Dios sin la ley” (Rom.3:21).En otras palabras, lo que esto significa es, que se ha manifestado el camino de Dios parahacer justos a los hombres, el camino de Dios para dar a los hombres justicia.Pero en el versículo 25 no significa esto. En este versículo dice que Dios ha hecho algoa través de lo cual, El manifiesta su justicia; no la justicia que El nos da a nosotros, sinomás bien la justicia como uno de sus atributos gloriosos. Esta significa la equidad de

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Dios, significa la rectitud judicial de Dios, significa la esencia moral, santa, justa y rectadel carácter de Dios. El dice nuevamente en el siguiente versículo (vers.26): “... para que élsea el justo, y el que justifica al que es de la fe (al que cree) de Jesús”. Es decir, en la cruzDios está declarando su propia rectitud, su propio carácter justo, su propia esencial einherente rectitud y justicia.La siguiente frase es “atento a haber pasado por alto”. Dios está declarando su justicia“con respecto a”, “a cuenta de” la remisión de los pecados pasados. (Nota del Traductor:En la Versión en inglés aparecen en el vers. 25 las palabras “for” y “remission” ‘To declarehis righteousness for the remission of sins that are past’, que se traduciría como: ‘paramanifestar su justicia por la remisión de los pecados pasados’. Este es el motivo por el cualel autor hace los comentarios respecto a tales palabras, y éstas no coinciden con las versionesen español; las cuales traducen “atento a haber pasado por alto, en su paciencia, lospecados pasados”.)Vea la palabra “remisión” en su Versión Autorizada y encontrará que esta palabra esusada varias veces; pero si usted se toma la molestia de buscar la palabra usada en elgriego, usted hará un muy interesante descubrimiento acerca de la palabra que el apóstolusó aquí (la cual es traducida como “remisión” en la versión en inglés), descubrirá que estees el único lugar donde fue usada en todo el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo no la usóen ningún otro lugar y nadie más la usó del todo. Hay otra palabra que es traducidatambién como “remisión”, y en sus varias formas, usted puede encontrarla 17 veces en elNuevo Testamento; pero esta palabra la cual tenemos aquí en el vers. 25, es usada solamenteuna vez y en realidad no significa “remisión”, sino que significa “pretermisión”.Esta es una palabra importante y debemos examinarla. ¿Qué significa “pretermisión”?¿Qué significa “pretermitir pecados” en distinción de “remitir pecados”? Esta es

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una palabra que fue usada en la Ley Romana. Cuando uno la encuentra en la Ley Romana,generalmente es usada en este sentido: Se refiere a una persona que ha hecho untestamento y ha dejado a alguien fuera de su testamento. Imagine a un hombre haciendoun testamento y dejando algo a varios de sus amigos. Pero hay un amigo al cual no le dejónada, esto es “pretermisión”. El dejó a su amigo fuera de su testamento; no lo consideró.Esto significa, si usted quiere, “pasar por alto”. Aquel hombre dio algo a todos sus parientesy amigos, pero pasó por alto a uno, esto es pretermitir. Esta es la palabra que es usadaaquí en el vers.25, “pasar por alto”, “excusar”, “no hacer caso de”, “permitir que pase sinnotarlo”, “ignorar intencionalmente”. Estos son los significados que fueron dados a estaimportante palabra la cual el apóstol deliberadamente escogió en este versículo.(Nota del Traductor: El diccionario Larousse por Ramón García-Pelayo y Gross definela palabra ‘pretermisión’ como: Omitir, pasar en silencio alguna cosa.)Ahora, cuando el apóstol hace una cosa como ésta, él debe haber tenido una buenarazón para hacerlo, no hizo tal clase de cosa accidentalmente. ¿Porqué no usó la palabraque había usado en otra partes? ¿Porqué esta palabra aquí y solo aquí? Y ¿Porqué estapalabra particular que significa “pasar por alto”? Claro, debido a que obviamente el significadoexpresa la idea “pasar por alto”. Así que, en lugar de traducir “por la remisión de lospecados pasados”, deberíamos leer: “atento a haber pasado por alto, en su paciencia, lospecados pasados”, “por no haber hecho caso intencionalmente, en su paciencia, de lospecados pasados”. Podemos decirlo de otra manera. La diferencia entre “remisión” y “pre-termisión” es la diferencia entre “perdonar” y “no castigar”. Usted puede decir que esto esuna exageración, que esta es una distinción sin diferencia. Pero esto no es así. Por supuesto,al final viene a ser la misma cosa. Si yo no castigo a un hombre, en un sentido lo heperdonado y sin embargo, todavía no he hecho eso completamente. Si yo perdono, ciertamente

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no he castigado; pero perdonar significa más que no castigar. Entonces, este término“pretermisión”, “pasar por alto”, queda corto con la palabra “remisión”; y este es elporqué es una pena que la Versión Autorizada tenga “remisión” aquí, debiendo ser “pasarpor alto” o “no hacer caso intencionalmente”.La siguiente frase que veremos es “los pecados pasados”. “Atento a haber pasado poralto los pecados pasados”. Otra vez la Versión Autorizada no es tan buena como debería.Tomando la Versión autorizada usted podría llegar a la conclusión que el apóstol estádiciendo, que Dios pasa por alto los pecados “pasados”, los pecados pasados de cualquiera;por ejemplo: mis pecados pasados, sus pecados pasados, “los pecados pasados” en general.Pero esto no es lo que el apóstol estaba diciendo, esto no es lo que él quería decir. Unamejor traducción aquí podría ser: “pecados que fueron cometidos antiguamente”. El seestá refiriendo a un tiempo muy definido. Este es el tiempo que él contrasta en el siguienteversículo, con “en este tiempo” (vers. 26). Hubo aquel tiempo, luego este tiempo. El dice:‘Dios ha propuesto a Cristo, en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación desu justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados que fueron cometidosantiguamente, con la mira de manifestar su justicia en este tiempo...’¿Qué es lo que él está viendo atrás? El está viendo atrás hacia la Antigua Dispensación.El está diciendo que Dios pasó por alto pecados bajo la antigua dispensación, bajo el pactoantiguo, en los tiempos del Antiguo Testamento. Su punto es que Dios ha hecho esto, yahora ha propuesto a Cristo para hacer algo, acerca de lo que El hizo en aquel entonces.Esto nos trae a la última palabra que tenemos que considerar, la cual es la palabra“paciencia” o “indulgencia”. ¿Qué es la paciencia o indulgencia? Paciencia significa‘autorefrenamiento’ (autocontrol), significa ‘discrepancia permitida’, ‘tolerancia’. ¿Qué eslo que exactamente está diciendo aquí el apóstol? Dice: “A quien Dios ha propuesto, en

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propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, atento a haberpasado por alto, en su autorefrenamiento o paciencia, los pecados que fueron cometidosantiguamente...”¿Qué quiere decir esto? Lo que Pablo está diciéndonos es que este acto público que Diosdecretó y consumó en el calvario, tiene relación también con las acciones de Dios bajo ladispensación del Antiguo Testamento, cuando Dios intencionalmente no hizo caso, cuandoDios pasó por alto, por su autorefrenamiento y paciencia, los pecados de su pueblo deaquel tiempo.Pero ¿Qué es lo que todo esto significa? Podemos responder en una manera muy interesantea esta pregunta, viendo la misma clase de afirmación en otros dos lugares en elNuevo Testamento.¿Recuerda usted cómo habló el apóstol Pablo a la congregación de los estoicos, losepicureos y otros en Atenas? El informe nos es dado en el capítulo 17 del libro de LosHechos de los Apóstoles, comenzando particularmente en el versículo 30. El apóstol elaborandosu argumento dice: “Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia,ahora denuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan”(Hech.17:30).Observe como él elabora su gran argumento. El dice, Dios no se ha dejado a sí mismosin testimonio a través de todas estas generaciones y siglos. Dios ha dejado sus evidenciasy señales. Y el propósito fue que la gente pudiera buscar al Señor, “si en alguna manera,palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en elvivimos y nos movemos y somos; como también algunos de vuestros poetas dijeron, porquelinaje de este somos también. Siendo pues linaje de Dios, no hemos de estimar que ladivinidad sea semejante a oro, o a plata, o a piedra, escultura de artificio o de imaginaciónde hombres. Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahoradenuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan. Por cuanto ha

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establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cualdeterminó; dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Vea Hech.17:27-31).El otro pasaje es el versículo 15 del capítulo nueve de la Epístola a los Hebreos: “Asíque, por eso es mediador (Cristo) del nuevo testamento, para que interviniendo muertepara la remisión de las rebeliones que había bajo del primer testamento, los que son llamadosreciban la promesa de la herencia eterna”. Ahora, esto es precisamente la mismacosa. Hebreos 9:15 dice exactamente la misma cosa que el apóstol está mencionando enRomanos 3. Entonces, el verdadero comentario de nuestro versículo se encuentra en laafirmación de Hebreos, donde vemos que el autor estaba ansioso de que sus lectores pudieranentender claramente acerca del antiguo pacto y de los sacrificios y ofrendas que laspersonas ofrecían a Dios bajo este antiguo pacto. Ellos deberían entender y tener muyclaro en sus mentes, que estos sacrificios nunca fueron capaces de producir un perdóncompleto de pecados; y que no podían expiar el pecado. Estos sacrificios podían haceralgo, dice el apóstol, ellos fueron de valor para “la purificación de la carne”. “...la sangre delos toros y de los machos cabríos, y la ceniza de la becerra, rociada a los inmundos, santificapara la purificación de la carne” (Heb.9:13).Pero estos sacrificios no podía hacer nada más. Ellos no podían tratar con la consciencia.Esta era la dificultad, y todavía todo el problema es con respecto a la consciencia.Pero, si la sangre de los toros y de los machos cabríos podía purificar la carne, “¿Cuántomás la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha aDios, limpiará vuestras conciencias de las obras de muerte para que sirváis al Dios vivo?”(Heb.9:14). Lo cual “era figura de aquel tiempo presente, en el cual se ofrecían presentes ysacrificios que no podían hacer perfecto, cuanto a la consciencia, al que servía con ellos;consistiendo solo en viandas y en bebidas, y en diversos lavamientos, y en ordenanzas

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acerca de la carne, impuestas HASTA el tiempo de la corrección. Mas (ahora) estando yapresente Cristo, pontífice de los bienes que habían de venir...” (Heb.9:9-11) y así sigue.¿Entiende el argumento? Lo que el apóstol está diciendo es que bajo el antiguo pacto,bajo la antigua dispensación, no hubo provisión para tratar con los pecados en un sentidoradical. Eran simplemente medios pasajeros, como lo fueron, que duraron hasta el tiemposeñalado. Estos antiguos sacrificios y ofrendas daban cierta clase de purificación de lacarne, proporcionaban una purificación ceremonial, hacían apta a la persona para acudira Dios en oración. Pero no había sacrificio bajo el Antiguo Testamento que tratara realmentecon el pecado. Todo lo que estos sacrificios hacían era señalar hacía adelante, alsacrificio que había de venir, el cual realmente trataría con el pecado, limpiando las concienciasde las obras muertas y reconciliando verdaderamente al hombre con Dios.Lo que usted quiere decir con esto, preguntaría alguno, es: ¿Acaso, que los santos delAntiguo Testamento no eran perdonados? Por supuesto que no. Ellos eran obviamenteperdonados y ellos agradecieron a Dios su perdón. Usted no puede decir ni por un momentoque personas como Abraham, David, Isaac y Jacob no fueron perdonados. Sin embargo,ellos no fueron perdonados debido a estos sacrificios que fueron ofrecidos en aquel enton-ces. Ellos fueron perdonados debido a que ellos miraban hacía Cristo. Ellos no vieron estoclaramente, no obstante, creyeron la enseñanza, y ellos hicieron estas ofrendas movidospor la fe. Ellos creyeron en las promesas de Dios, que un día El iba a proveer un sacrificioy por medio de la fe, ellos se sostuvieron en esto. Pero fue su fe en Cristo lo que les salvó,igualmente como es la fe en Cristo lo que nos salva ahora. Este es el argumento.Pero, en un sentido esto nos deja con un problema. Dios siempre se ha revelado a símismo como un Dios que aborrece el pecado. El ha anunciado que castigaría el pecado, yque el castigo del pecado era la muerte. El ha anunciado que el derramaría su ira sobre el

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pecado y sobre los pecadores. Y sin embargo, aquí estaba Dios por siglos, aparentemente,y de toda apariencia, yendo atrás acerca de Sus propias afirmaciones y de acerca de Supropia Palabra. El parecía no estar castigando el pecado. El estaba pasándolo por alto deltodo. ¿Acaso Dios ha cesado de estar preocupado por estas cosas? ¿Acaso Dios ha venido aser indiferente hacia el mal moral? ¿Cómo puede Dios pasar por alto el pecado de estamanera? Este fue el problema. Y fue un verdadero problema. Es claro que la sangre de lostoros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra no podían realmente perdonar elpecado. Y sin embargo, Dios pasaba por alto estos pecados. ¿Cómo podía El hacer esto?¿Qué es lo que justifica esta “paciencia de Dios”?Ahora, dice el apóstol, Dios nos ha realmente explicado lo que El hizo en público delantedel mundo entero, en la escena y teatro del mundo entero, con Cristo en el calvario. Elretuvo su ira a través de siglos y no la reveló completamente entonces; pero ahora, El la harevelado completamente. El lo ha declarado ahora. Pablo dice, “con la mira de manifestar”(Rom.3:26), y repetiré que, ésta era una de las cosas que estaban ocurriendo en la cruz.En la cruz, en el monte calvario, Dios estaba dando una explicación pública de lo que Elhabía estado haciendo a través de los siglos. Y a través de ello, al mismo tiempo, El estabavindicando su propio eternal carácter de justicia y santidad.¿Cómo hizo Dios exactamente esto? ¿Cómo ha hecho Dios esto en el calvario? ¿Cómoha vindicado El su carácter? ¿Cómo ha dado Dios una explicación de su “haber pasado poralto” los pecados en el tiempo antiguo, de su autorefrenamiento y tolerancia? Hay una solamanera en la cual El podría hacer esto. Dios ha afirmado que aborrece el pecado, que Elcastigará el pecado, que el derramará su ira sobre el pecado, y sobre todos aquellos culpablesde pecado. Por lo tanto, a menos que Dios pueda probar que ha hecho esto, entoncesEl no es justo. Y lo que el apóstol está diciendo es que, precisamente en el calvario Dios ha

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hecho esto. El ha mostrado que aún aborrece el pecado, que El lo va a castigar, que El debecastigarlo, que El derramará su ira sobre El. ¿Cómo mostró esto en el calvario? Lo queDios hizo en el calvario fue derramar sobre su unigénito y amado Hijo, su ira contra elpecado. La ira de Dios que debería haber venido sobre usted y sobre mí debido a quenuestros pecados eran sobre El.Dios siempre supo que El iba a hacer esto. Leemos en las Escrituras acerca del “corderoque fue inmolado antes de la fundación del mundo” (Apo.13:8). Fue un plan que tuvo suorigen en la eternidad. Fue debido a que Dios sabía lo que iba a hacer, que El fue capaz depasar por alto el pecado durante todos esos siglos que han transcurrido. De esta manera,usted puede ver, dice el apóstol, que Dios es al mismo tiempo el Justo y El que justifica alimpío que cree en Cristo. Este era un tremendo problema, ¿Cómo podía Dios permanecercomo Santo y Justo, y tratar con el pecado tal como El dijo que lo iba a hacer y todavíaperdonar al pecador? La respuesta solo puede ser encontrada en la cruz del calvario. Estoes una parte esencial de lo que es declarado a través de la cruz.Dios tenía que vindicar lo que El había estado haciendo en el pasado bajo el antiguopacto. Pero El tenía algo más que hacer, nos dice en el versículo 26: “Con la mira demanifestar su justicia en ESTE TIEMPO”. El ya nos ha explicado cómo es que Dios pudopasar por alto todos esos pecados en el pasado. Pero, ¿Cómo trata con el pecado ahora?¿Cómo tratará con los pecados en el futuro? La respuesta está también allí en la cruz delmonte calvario. La enseñanza en otras palabras es esta: La cruz en el calvario, la muertedel Señor Jesucristo, tal como el apóstol Juan señala en su Primera Epístola (1Jn.2:2), “esla propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también porlos de todo el mundo”.(Nota del Traductor: En este versículo la palabra mundo significa que Cristo murió porlos pecados no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Como dijo la samaritana, El

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es “el Salvador del mundo” y no solo del pueblo israelita. Note el paralelo del versículo en laPrimera Epístola de Juan y el pasaje de (Jn.11:51-52). Note también el uso paralelo de lapalabra gentiles y mundo hecho por el apóstol Pablo en Rom.11:11-12. Este uso fue muynecesario debido al recalcitrante prejuicio judío hacia los gentiles, el cual era tanto, que elsolo oír la palabra “gentil” les molestaba grandemente (vea Hech.22:21-22). Este es elsignificado de la palabra mundo aquí; de otro modo, si se argumentara que la muerte deCristo abarcó a todos y cada uno de los miembros de la raza humana, entonces, estaríamosdiciendo que los incrédulos se van al infierno “con la cuenta pagada” o que Dioscastiga doble el pecado, es decir, en su propio Hijo y en el pecador. Además, es necesariotomar en mente que Cristo no sufrió por los pecados de ninguna persona que ya estaba enel infierno cuando El murió. Si el lector está interesado en comprender el propósito yalcance de la expiación de Cristo, le recomendamos la lectura del libro de “Vida por suMuerte” del Dr. John Owen).Los pecados fueron tratados de una vez por todas en la cruz. Es en la cruz que fueronprovistos los medios para que todos los pecados bajo la antigua dispensación, los pecadosque El había perdonado a Abraham, Isaac, Jacob y todos los creyentes del Antiguo Testamento,pudieran ser de este modo ‘pasados por alto’. Sus pecados estaban incluidos en elmonte calvario. Sí , dice Pablo, y los pecados que están siendo perdonados ahora, tambiénfueron tratados allí. Y todos los pecados que serán cometidos también fueron tratados allí.Este es el asombroso asunto acerca del Cristo del calvario, El murió ‘de una vez por todas’este es el gran argumento de la Epístola a los Hebreos, usted lo recuerda. Los otros sacrificiostenían que ser ofrecidos día tras día. Había una sucesión de sacerdotes y ellos teníanque ofrecer sus sacrificios frescos cada vez. Pero este hombre (Jesucristo) ha ofrecidopor los pecados “un solo sacrificio para siempre” (Heb.10:12). El ha tratado con todos los

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pecados de su pueblo allí. No se necesita ninguno más. No se necesita otro nuevo sacrificio,este ha sido hecho una sola vez y para siempre (vea Heb.7:27). Dios los puso todossobre El allí en la cruz; los pecados que usted aún no ha cometido ya han sido tratados allí.Este es el significado del perdón y solamente esto. Tiempo pasado, pecados cometidosantes, pecados cometidos ahora y en todo tiempo; ésta es la justificación provista por Diospara perdonar cualquier pecado donde quiera que se haya cometido.Esto es lo que el apóstol está diciendo aquí. Todo pecado es perdonado sobre éstasbases y solo sobre éstas. La cruz declara que Dios es “el justo y el que justifica al que es dela fe de Jesús” (Rom.3:26). Déjeme ponerlo de esta manera. La cruz del calvario no mani-fiesta meramente que Dios nos perdona. Hace esto, pero gracias a Dios, esto no para allí.Si la cruz solamente pusiera de manifiesto esto, el apóstol podría haber terminado elversículo con la palabra “sangre” (vers.26) y no habría necesidad de más. Pero él no sedetiene allí, sino que sigue adelante. Continúa en el versículo 25 y además añade el versículo26. ¿Porqué? Porque la cruz no es solamente la manifestación de que Dios está listopara perdonarnos.Otra manera en que puedo explicarlo es lo siguiente: La cruz no fue puesta meramentepara influirnos. Aunque esto es lo que la enseñanza popular nos dice. Nos dice que elproblema con la raza humana es que ellos no conocen el amor de Dios, no conocen queDios ya está listo para perdonar a todo el mundo. ¿Cuál es entonces el significado de lacruz? Bien, ellos nos dicen que es Dios diciéndonos que El nos ha perdonado; y luego,cuando vemos a Cristo muriendo en la cruz, esto quebrantará nuestros corazones y nosconducirá a ver esto. La cruz, de acuerdo con ellos, es dirigida solamente a nosotros y nosestá hablando a nosotros. Pero, la cruz tiene un propósito mayor que éste y logra esta otracosa también.Nuestro perdón es solo una cosa; pero hay algo que es infinitamente más importante.

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¿Cuál es? Es el carácter de Dios. Entonces, la cruz, además de decirnos que éste es elcamino de Dios para hacer posible el perdón, nos dice que el perdón no es una cosa fácilpara Dios. Hablo con reverencia. ¿Porqué el perdón no es una cosa fácil para Dios? Sencillamenteporque Dios no es solamente amor, Dios también es justo y recto y santo. El esluz, y en él no hay ningunas tinieblas (1Jn.1:5). El es tanto recto y justo, como tambiénamor. No estoy poniendo estos atributos uno contra otro. Estoy diciendo que Dios es todasestas cosas juntas, y usted no debe dejar fuera una por otra.Entonces, la cruz no nos dice solamente que Dios perdona, nos dice que esta es lamanera de en que Dios hace posible el perdón. Esta es la manera en la cual comprendemosel cómoDios perdona. Iré más lejos: ¿Cómo puede Dios perdonar y permanecer aún como Dios?(Nota del traductor: Es decir como un Dios justo y santo que no tendrá por inocente almalvado.)Esta es la cuestión, y la respuesta es que la cruz es la vindicación de Dios. La cruz esla vindicación del carácter de Dios. La cruz no solamente nos muestra el amor de Diosmás gloriosamente que ninguna otra cosa, también nos muestra su rectitud, su justicia,su santidad, y toda la gloria de sus eternos atributos. Todos ellos pueden verse brillandojuntos allí en la cruz. Si usted no los ve allí a todos ellos, usted no ha visto la cruz. Este esel porque debemos rechazar totalmente la así llamada “teoría de la influencia moral” dela expiación, la cual he estado describiendo. Esa teoría la cual nos dice que todo lo que lacruz tiene que hacer, es quebrantar nuestros corazones y luego conducirnos a ver el amorde Dios.Por encima y más allá de esto, dice Pablo, Dios está manifestando su “justicia, atentoa haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados”. Si la cruz no es más que lamanifestación de su amor, entonces ¿Porqué dice esto? No, dice Pablo, la cruz es más que

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esto. Si la cruz está proclamando solamente Su perdón, entonces nosotros tendríamosderecho a preguntar, si todavía podemos depender de la Palabra de Dios, y si el es justo yrecto. Esta sería una buena pregunta debido a que, repetidamente en el Antiguo Testamento,Dios ha afirmado que El aborrece el pecado, y que El lo castigará, y que el salariodel pecado es la muerte. El carácter de Dios está involucrado en todo esto, Dios no es unhombre. Algunas veces nosotros pensamos que es algo maravilloso para las personas de-cir una cosa, y luego hacer otra. Los padres dicen a sus hijos, ‘Si tú haces tal cosa, no tedaré dinero para que compres tus dulces’. Entonces el niño hace aquello, pero el padredice, ‘Bueno, está bien’, y enseguida le da dinero para gastar. Esto, llegamos a pensar, esamor y perdón verdaderos. Pero Dios no se conduce de esta manera. Dios, si quizás puedodecirlo de este modo, es eternamente consistente consigo mismo. No hay contradicción enEl. El es el “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg.1:17).Todos estos atributos están y deben ser vistos brillando como diamantes en su caráctereternal, y todos deben ser mostrados. En la cruz todos ellos son manifestados.¿Cómo puede Dios ser justo y justificar al impío? La respuesta es que El puede, debidoa que en la cruz ha castigado los pecados de los pecadores impíos en su propio Hijo. El haderramado Su ira sobre El, “...el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimosnosotros curados” (Isa.53:5). Dios ha hecho lo que dijo que El haría; El ha castigado elpecado. El proclamó esto por todas partes a través de todo el Antiguo Testamento, y El hahecho lo que dijo que El haría. El ha mostrado que El es justo y recto. El ha hecho en lacruz una declaración pública de esto. El es justo y puede justificar, debido a que habiendocastigado a otro en nuestro lugar, El puede perdonarnos gratuitamente. Y El lo hace así.Este es el mensaje del versículo 24: “Siendo justificados (considerados, declarados, pronunciados‘justos’) gratuitamente por su gracia, por la redención (el rescate) que es en

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Cristo Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre” (Rom.3:24-25). De este modo el declara su justicia por haber pasado por alto estos pecados en sutiempo de autorefrenamiento. “Con la mira de manifestar” su justicia entonces, y ahora, ysiempre al perdonar pecados. De esta manera El es, el único y al mismo tiempo, el justo yel que justifica al que es de la fe de Jesús.Tal es la grande, gloriosa y maravillosa afirmación. Asegúrese de que éste sea su puntode vista, y de que su entendimiento de la cruz, incluya la totalidad de ella. Examine supunto de vista acerca de la cruz. Donde está la afirmación acerca de “manifestar su justicia”y siga adelante, póngalo en su pensamiento: ¿Es esto algo que usted simplemente sesalta y dice: ‘Bien, no sé qué es lo que esto quiere decir; todo lo que yo sé es que Dios esamor y que El perdona’? Pero, usted debería saber el significado de esto, porque esta esuna parte esencial del glorioso Evangelio.En el calvario Dios estaba haciendo un camino de salvación para que usted y yo pudiéramosser perdonados. Pero El tuvo que hacerlo de tal manera que su carácter quedarainviolable, que su eterna consistencia permaneciera absoluta e inquebrantable. Una vezque uno comienza a contemplar un asunto como éste, se da cuenta que ésta es la mástremenda, la más gloriosa, la más asombrosa cosa en el universo y en toda la historiahumana. Dios está declarando en la cruz lo que El ha hecho por nosotros. Y al mismotiempo está mostrando su propia grandeza eternal y gloria, declarando que El “...es luz, yen él no hay ningunas tinieblas” (1Jn.1:5). “Cuando contemplo la maravillosa cruz...” diceIsaac Watts, pero usted no podrá ver lo maravilloso de ella, hasta que usted la contemplerealmente a la luz de esta gran afirmación del apóstol. Dios estaba mostrando públicamenteen la cruz de una vez y para siempre, Su eterna justicia y Su eternal amor. Nuncadebemos separar la una del otro, porque siempre permanecen juntos y pertenecen ambosatributos al glorioso carácter de Dios.

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LECCIÓN V

SOLO PARA LA GLORIA DE DIOS

(Soli Deo Gloria) Un sermón predicado el 1 de Febrero de 1858, por C.H. Spurgeon, En el Salón de Música de Royal Surrey Gardens, Inglaterra    

¿POR QUÉ SON SALVADOS LOS HOMBRES?

"Los Salvó por Amor de Su nombre" (Salmo 106:8).

 

Al contemplar las obras de Dios en la creación, acuden de inmediato dos preguntas a nuestra pensativamente, que han de ser contestadas si queremos conseguir la clave de la ciencia y la filosofía de todo lo creado. La primera se refiere a su autor: ¿Quién hizo todas estas cosas? Y la segunda está relacionada con su intención: ¿Con qué propósitos fueron creadas? El primero de estos interrogantes puede ser respondido fácilmente por cualquier persona de recta conciencia y mente sana; porque cuando eleva sus ojos para leer en las lejanas estrellas, ve que estas escriben letra a letra con caracteres de oro la palabra Dios; y cuando mira hacia abajo, al seno de las aguas, si sus oídos están sinceramente abiertos oye en el rumor de cada ola proclamación del nombre de Dios. Si contempla las cimas de los montes, ellos no hablarán, pero en la noble respuesta de su silencio parecerán decir:  

"Divina es la mano que nos hizo".

Si escuchamos el murmullo del arroyuelo bajando por la ladera, el rugido del torrente, el mugido del ganado, el cantar de los pájaros, y toda voz y sonido de la naturaleza, oiremos la respuesta a nuestra pregunta: "Dios es nuestro hacedor". "Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos".

El siguiente interrogante, correspondiente al objeto de lo creado -¿para qué han sido hechas estas cosas?- no es tan fácil de contestar, si prescindimos de la Escritura; pero al leer la Biblia descubrimos que, si la respuesta a la primera pregunta es Dios, la réplica a la segunda es la misma. Estas cosas fueron hechas para gloria de Dios, para su gozo y honor. No hay otra contestación que sea compatible con la razón. Cualquier otra

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argumentación que propongan los hombres no podrá ser realmente acertada. Si durante un momento consideraran que hubo un tiempo en que Dios no había creado nada cuando moraba solo, el poderoso Hacedor de las edades, glorioso en su increada soledad, divino en su desierta eternidad ("Yo soy y aparte de mí no hay otro") nadie podría responder a la pregunta: ¿con qué objeto hizo Dios la creación?, de otra forma que no fuera la siguiente: "La creó para su propio gozo y gloria". Alguno podrá decir que Dios formó el universo para sus criaturas; pero el que así habla ha de tener en cuenta que entonces no había criaturas, y esa respuesta sólo sería acertada ahora. Dios nos da las cosechas; cuelga el sol en el firmamento para que nos bendiga con su luz y calor; coloca la luna en su órbita nocturna para atenuar la oscuridad reinante en la tierra; Dios hace todo esto por y para sus criaturas. Pero la primera contestación, volviendo al origen de todas las cosas, no puede ser otra que ésta: "Fueron y son creadas para su gozo". "Él hizo todas las cosas por y para Sí mismo."

Ahora bien, cuanto hemos dicho sobre las obras de la creación, es igualmente válido para las obras de salvación. Elevad vuestros ojos a las alturas, más allá de aquellas estrellas que titilan en los comienzos del cielo; mirad allí donde los espíritus vestidos de blanco, con resplandor más puro que la luz, brillan como astros en su magnificencia; mirad allá, donde los redimidos con sus sinfonías corales "rodean con gozo el trono de Dios", y haceos la siguiente pregunta: "¿Quién salvó a esos seres gloriosos, y con qué propósito?" Os aseguramos que la respuesta ha de ser la misma que hemos dado anteriormente: Él los salvó, "salvólos por amor de Su nombre". El texto, pues, es una respuesta a las dos grande preguntas relacionadas con la salvación: ¿quién salva a los hombres? y ¿por qué son salvados? "Salvólos por amor de Su nombre."

Esta mañana, procuraré penetrar en este tema. Quiera Dios hacerlo provechoso para cada uno de nosotros, y que seamos hallados entre el número de los que han de ser salvos "por amor de Su nombre". Considerando el texto de forma literal -y de esa forma lo entenderá la mayoría- encontramos lo siguiente: Primero, un glorioso Salvador: "Él los salvó"; segundo, un pueblo favorecido: "Él los salvó"; tercero, una razón divina por la que fueron salvados: "Por amor de Su nombre"; y cuarto, un impedimento superado en la palabra "empero", la cual indica que había una dificultad que fue superada: «Salvólos empero por amor de su nombre". Un Salvador, los salvados, la razón y el impedimento superado.

1. En primer lugar, pues, nos hallamos ante UN GLORIOSO SALVADOR -"Salvólos"-. ¿Quién fue el que los salvó? Posiblemente muchos de mis oyentes contestarán: "Está claro, el Señor Jesucristo, que es el Salvador de los hombres." Muy bien, amigos míos, pero no es esa toda la verdad. Jesucristo es, en efecto, el Salvador, pero no lo es más que Dios el Padre, o que Dios Espíritu Santo. Muchas personas que desconocen el sistema de la divina verdad, tienen a Dios Padre por un ser lleno de ira, cólera y justicia, pero carente de amor; y tal vez piensan en Dios Espíritu Santo considerándolo como una mera influencia que emana del Padre y del Hijo. Pues bien, nada puede ser más incorrecto que esta opinión. Es verdad que el Hijo me ha redimido, pero el Padre dio a su Hijo para que muriese por mí, y fue también el Padre quien me escogió en la eterna elección de su gracia. El Padre borra mi pecado, y el Padre me acepta y me adopta haciéndome miembro de su familia por medio de Cristo. El Hijo sin el Padre no podría salvar, como tampoco el Padre sin el Hijo. Y respecto al Espíritu Santo, si el Hijo redime,

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¿no sabéis que es el Espíritu Santo el que regenera? Él es quien nos hace nuevas criaturas en Cristo, el que nos engendra de nuevo en una esperanza viva, quien purifica nuestra alma, el que santifica nuestro espíritu, y el que, finalmente, nos presenta sin culpa ni mancha ante el trono del Altísimo, aceptos en el Amado. Cuando digas: "Salvador", recuerda que hay una Trinidad en esa palabra: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siendo este Salvador tres personas en un mismo nombre. No puedes ser salvado por el Hijo prescindiendo del Padre, como tampoco por el Padre sin el Hijo, ni por el Padre y el Hijo sin el Espíritu Santo. Sino que, del mismo modo que son uno en la creación, así lo son también en la salvación, operando unidos en un solo Dios, a quien sea gloria eterna por los siglos de los siglos, amén.

Notemos ahora, cómo este ser divino exige para si mismo la plenitud de la salvación. "Salvólos." Pero, ¿dónde estás tú, Moisés? ¿No fuiste tú quien los salvó?; tú extendiste tu vara sobre el mar, y las aguas quedaron divididas; tú elevaste al cielo tu plegaria, y aparecieron las ranas, las moscas llegaron en enjambre, el agua se convirtió en sangre, y el granizo asoló la tierra de Egipto. ¿No fuiste tú, Moisés, su salvador? Y tú, Aarón; tú ofreciste el buey que fue aceptado por Dios; tú los condujiste junto con Moisés a través del desierto. ¿No fuiste tú su salvador? Ellos nos contestan: "No, nosotros fuimos simplemente los instrumentos; fue El quien los salvó. Dios hizo uso de nosotros, mas toda la gloria sea dada a su nombre, y ninguna al nuestro". Y vosotros, pueblo de Israel; vosotros erais fuertes y poderosos, ¿no os salvasteis a vosotros mismos? Tal vez fue por vuestra propia santidad por lo que el Mar Rojo se secó; tal vez los líquidos muros estaban asustados ante la piedad de los santos que caminaban entre sus márgenes; tal vez Israel se liberó a sí mismo. No nada de eso, dice la Palabra de Dios; El los salvó; ni ellos se salvaron a si mismos, ni fueron redimidos por sus semejantes. Y fijaos que, a pesar de todo, hay quien discute este punto, creyendo que los hombres se salvan a sí mismos, o que los sacerdotes y predicadores pueden ayudarles a hacerlo. Pero el predicador sólo es el instrumento que, en la mano de Dios, sirve para llamar la atención de los hombres, para alentarlos y despertarlos; por lo demás, no es nada; Dios lo es todo. La elocuencia más poderosa que jamás haya salido de los labios del más sublime predicador, nada es sin el Santo Espíritu de Dios. Ni Pablo, ni Apolos, ni Cefas, son nada: Dios da el crecimiento, y de El ha de ser toda la gloria. Por doquier encontramos algunos que dicen: "Yo he sido convertido por fulano de tal; soy uno de los convertidos por el Reverendo Doctor zutano o mengano". Bien, si es así, no puedo daros muchas esperanzas de ir al cielo, porque allí sólo van los que son convertidos por Dios; no los prosélitos del hombre, sino los redimidos del Señor. ¡Oh!, es muy poco convertir a un hombre a nuestra propia opinión, pero es mucho ser el medio de convertirle al Señor nuestro Dios. Hace algún tiempo recibí una carta de un buen hermano ministro bautista de Irlanda, el cual deseaba que yo fuese allá para, como él decía, representar al grupo bautista, porque éste era allí muy escaso, y tal vez así la gente tuviese mejor opinión de nuestra denominación. Le contesté que si era sólo para hacer eso, no me molestaría ni en cruzar la calle, y mucho menos en atravesar el mar de Irlanda. Jamás pensaría ir allí por ese motivo. Si lo hiciera sería como instrumento de Dios para hacer cristianos, y como medio para traer los hombres a Cristo. La denominación a la que habrían de pertenecer después la dejaría a su elección, confiando al Santo Espíritu de Dios que los dirigiera y guiará hacia la que ellos considerarán más cerca de Su verdad. Hermanos, yo podría, tal vez, haceros a todos bautistas y, sin embargo, no por ello seríais mejores; si yo os convirtiera de esa forma, tal conversión os arrastraría a la mayor deshonra, pues

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habríais sido convertidos en hipócritas y no en santos. He visto algunas de esas conversiones al por mayor. Han surgido predicadores que han pronunciado sermones atronadores, y han hecho temblar a los hombres. ";Qué hombre tan maravilloso!", ha dicho la gente. "En un sermón ha convertido a tantos más cuantos." Pero buscad a sus conversos dentro de un mes. ¿Qué es de ellos? Veréis a algunos en la taberna, oiréis blasfemar a otros, y hallaréis que muchos siguen siendo bribones y timadores, porque no fueron convertidos de Dios, sino del hombre. Hermanos, si la obra ha de ser realizada de alguna manera, ha de ser hecha por Dios, porque si no es El quien convierte, nada de lo que se haga durará, ni tendrá provecho para la eternidad.

Empero algunos objetan: "Bueno, pero los hombres se convierten a sí mismos". Así es, en efecto, y por cierto que es ésta una conversión estupenda. Con mucha frecuencia se convierten por ellos mismos. Pero lo que el hombre hace, el hombre lo deshace. El que un día se convierte a sí mismo, vuelve a su vómito al siguiente. Hace un nudo que puede desatar con sus propios dedos. Recordad esto: Podéis convertiros por vuestro propio poder tantas veces como queráis, pero "lo que es nacido de la carne, carne es", y "no puede ver el reino de Dios". Sólo "lo que es nacido del Espíritu, espíritu es", y será por ello congregado al fin en el reino espiritual, donde únicamente lo que es del Espíritu se hallará ante el trono del Altísimo. Esta prerrogativa debemos reservarla totalmente para Dios. Si alguien sostuviera que Él no es el Creador, le llamaríamos incrédulo; pero si negara la doctrina de que Dios es el Hacedor absoluto de todas las cosas, sería objeto de nuestra más firme repulsa, y su incredulidad tendría el sello de la peor especie; porque es más pérfido el que, en vez de destituir a Dios del trono de la creación, le arranca del de la misericordia, y dice a los hombres que pueden convertirse por su propio deseo y poder. Dios es quien lo hace todo. Únicamente El, el gran Jehová -Padre, Hijo y Espíritu Santo- "salvólos por amor de Su nombre". De esta forma he procurado exponer claramente la primera verdad sobre el divino y glorioso Salvador.

II. Ahora, y en segundo lugar, trataremos sobre LAS PERSONAS FAVORECIDAS. «Salvólos.» ¿Quiénes son ellos? Responderéis: "La gente más respetable que pudiera encontrarse en el mundo; un pueblo de oración, amante, santo y digno, y por tanto, porque eran buenos, El los salvó." Muy bien, esa es vuestra opinión, pero os diré lo que dice Moisés: "Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron de las muchedumbres de tus misericordias, sino que se rebelaron junto a la mar, en el Mar Bermejo. Salvólos empero." Leed el versículo séptimo, y en él encontraréis reflejado el carácter de aquella gente. En primer lugar eran necios: "Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas." Además eran desagradecidos: "No se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias". Y en tercer lugar eran rebeldes: "Sino que se rebelaron junto a la mar, en el Mar Bermejo". ¡Ah!, ésta es la gente a la que salva la gracia soberana; éstos son los hombres y mujeres que el Dios de toda merced se place en cobijar en su seno, creándolos de nuevo.

Notad primeramente que eran unos necios. Frecuentemente Dios envía su Evangelio, no al prudente ni al sabio, sino al ignorante:  

"É1 toma al necio y le hace conocer

Las maravillas de su cruz de amor".  

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No creáis, amigos míos, que porque seáis iletrados y apenas sepáis leer, que porque os hayáis criado en extrema ignorancia y escasamente podáis escribir vuestros nombres, no podéis ser salvos. La gracia de Dios puede salvaros y después abriros el entendimiento. Un hermano ministro me contaba la historia de un hombre que, en cierto pueblo, era tenido por tonto, y considerado como retrasado mental; nadie pensaba que jamás pudiera entender nada. Pero un día asistió a la predicación del Evangelio. Hasta entonces había sido un borracho con entendimiento suficiente para ser impío (clase de entendimiento que se da con mucha frecuencia). El Señor se agradó en bendecir su Palabra en aquella alma de tal forma que nuestro hombre cambió por completo; y lo más maravilloso de todo fue que la fe puso en él algo que comenzó a desarrollar sus facultades dormidas. Se dio cuenta de que tenía un motivo para vivir, y empezó a meditar en lo que debía hacer. En primer lugar, deseó poder leer la Biblia para gozarse leyendo el nombre de su Salvador, y después de mucho insistir en sus deletreos, pudo leer capítulos enteros. Más adelante se le rogó que orará en un culto de oración; era este un ejercicio de su capacidad vocal. Cinco o seis palabras fueron toda su oración, y se sentó lleno de azoramiento. Pero, orando continuamente entre su familia, llegó a hacerlo como los demás hermanos, y siguió progresando hasta convertirse en predicador, y muy bueno por cierto; tenía una fluidez, una profundidad de entendimiento y un poder mental poco comunes en los ministros que ocupan el púlpito ocasionalmente. Fue singular el hecho de que la gracia contribuyera incluso a desarrollar sus poderes naturales, dándole un objetivo, animándole a vivirlo firme y devotamente, y sacando a la luz todos sus recursos, los cuales se manifestaron en toda su plenitud. ¡Ah!, ignorantes, no tenéis por qué desesperar. El los salvó, no por los méritos de ellos, pues no había nada por lo que pudieran ser salvados. El los salvó, no por causa de su sabiduría, sino que aun a pesar de ser ignorantes y no entender el significado de sus milagros, "salvólos por amor de Su nombre".

Observad ahora que los salvó a pesar de que eran unos desagradecidos. Dios los rescató incontable número de veces y obró para ellos poderosos milagros; pero continuaban rebelándose. ¡Ah!, igual que vosotros, amados oyentes; también habéis sido rescatados muchas veces del borde del sepulcro; Dios os ha dado casa y comida día tras día, ha cuidado de vosotros y os ha guardado hasta la hora presente; pero ¡qué ingratos habéis sido! Como dijo Isaías: "El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento". Cuántos hay de esta condición que en un año no tendrían tiempo suficiente para contar la historia de los favores que han recibido de Dios, y sin embargo, ¿qué han hecho ellos por Él? No serían capaces de mantener a un caballo que no trabajará, ni a un perro que no los reconociera; pero Dios los ha alimentado cotidianamente, y ellos han pagado con su ingratitud; han hecho mucho contra El, y nada para El. Ha puesto el pan en sus mismas bocas, los ha sustentado y conservado sus fuerzas, pero ellos las han empleado en desafiarle, en maldecir Su nombre, y en profanar el día de reposo. A pesar de todo, los salvó. Muchos de esta condición han sido salvados. Confío en que haya aquí también quienes sean salvos por la gracia victoriosa, y hechos nuevos hombres por el poder eficaz del Espíritu de Dios. "Salvólos empero." Cuando nada hablaba en favor de aquellas criaturas, cuando todo parecía indicar que debían ser desechados por su ingratitud, El los salvó.

Además, era un pueblo rebelde: "Se rebelaron junto a la mar, en el Mar Bermejo". ¡Ah!, cuántos hay en este mundo que se enfrentan a Dios. Y si Él fuera como los

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hombres, ¿quién de nosotros estaría hoy aquí? Si alguien nos provoca un par de veces, ello es suficiente para irse en seguida a las manos. En algunos hombres su cólera estalla ante la más mínima ofensa; otros, que son un poco más pacientes, aguantan una tras otra, hasta que al final dicen: "Todo tiene un limite; no puedo aguantar más; ¡deténgase o seré yo quien le detenga!" ¡Ah!, ¿dónde estaríamos nosotros si Dios tuviera ese temperamento? Bien podría decir: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos; porque Yo Jehová no me mudo; y así, vosotros, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos." Eran unos rebeldes, pero Él los salvó. ¿Te has rebelado tú contra Dios? Ten ánimo, si estás arrepentido, porque Él ha prometido salvarte; y, lo que es más, puede que esta mañana te dé arrepentimiento y remisión de pecados, porque Él salvó a los rebeldes por amor de Su nombre. Oigo decir a alguno de mis oyentes: "Lo que este hombre hace es dar pábulo al pecado con creces". ¿De veras, amigo? Sí, ya sé; porque me dirijo a los más depravados, y no obstante les digo que pueden ser salvos, ¿verdad? Pero, contésteme por favor; cuando yo hablo a las criaturas más depravadas, ¿me dirijo a usted o no? No, claro, usted es una de las personas más buenas y respetables que existen. Así pues, no es necesario predicar para usted, porque está convencido de que no necesita misericordia. "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos." Pero esta pobre gente a quien usted dice que yo animo a pecar, necesitan que se les hable. Le dejo, señor, buenos días. Siga con su propio evangelio, pero dudo de que encuentre en el camino del cielo. Mejor dicho, no lo dudo, sino que sé ciertamente que no lo hallará, a menos que sea traído como un pobre pecador a recibir a Cristo en su Palabra y sea salivado por amor de Su nombre. Así, me despido de usted y continuo mi camino. Pero, ¿por qué decía que yo animo a los hombres al pecado? Yo les aliento a que se conviertan de él. Yo no he dicho que Él salvará a los rebeldes y que luego les permitiera volver a rebelarse; ni tampoco he dicho que salvará a los impíos para permitirles que pequen como hacían antes. Ya conocéis el significado de la palabra "salvo"; lo expliqué la otra mañana. La palabra "salvo" no quiere decir simplemente llevar a los hombres al cielo, sino mucho más que eso; significa salvarlos de su pecado, significa que les es dado un corazón, un espíritu y una vida nuevos; significa que son hechos nuevas criaturas. ¿Hay algo licencioso en decir que Cristo toma a los hombres más perversos para convertirlos en santos? Si lo hay, yo no lo veo. Sólo deseo que tomara a los peores de esta congregación para convertirlos en santos del Dios viviente, y habría entonces mucho menos libertinaje. Pecador, yo te aliento, no en tu pecado, sino en tu arrepentimiento. Pecador, los santos del cielo fueron una vez tan malos como tú has sido. ¿Eres tú un borracho, un blasfemo, un lascivo? "Esto eran algunos; mas ya han sido lavados, ya han sido santificados." ¿Están negras tus ropas? Pregúntales a ellos si las suyas lo estuvieron alguna vez. Te contestarán: "Sí, hemos lavado nuestras ropas". Si no hubiesen estado manchadas no hubieran tenido necesidad de ser lavadas. "Hemos lavado nuestras ropas y las hemos blanqueado en la sangre del Cordero." Así pues, pecador; si ellos estaban manchados y fueron salvos, ¿por qué no puedes serlo tú también?  

"¿No son sus dones gratis y preciados?

Di pues, alma, ¿por qué no para ti?

Nuestro Jesús murió crucificado;

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Dime, alma mía, ¿por qué no por ti?"  

Animaos, penitentes, Dios tendrá misericordia de vosotros. "Salvólos empero por amor de Su nombre."

III. Llegados al tercer punto, consideraremos LA RAZÓN DE LA SALVACIÓN: "Salvólos empero por amor de Su nombre." No hay ninguna otra razón para que Dios salve al hombre, aparte del amor de Su nombre; no hay en el pecador nada que le de derecho a ser salvo, o que pueda hacerle estimable ante la misericordia; ha de ser el propio corazón de Dios el que dicte el motivo por el cual los hombres han de ser salvos. Algunos dicen: "Dios me salvará porque soy muy inteligente". No señor, no 10 hará. ¡Tu talento! ¡Necio! Tu talento, bobo engreído, nada es comparado al que tenían los ángeles que una vez estuvieron ante el trono de Dios y pecaron, y que fueron arrojados para siempre en el insondable abismo. Si los hombres hubieran de ser salvos por su inteligencia, Satanás ya lo habría sido, porque era mucho su conocimiento. Y por lo que respecta a tu moralidad y bondad, no son mas que sucios harapos, y Dios nunca te salvará por lo que tú hagas. Jamás seríamos salvos si Él esperara algo de nosotros; debemos serlo única y exclusivamente por razones que atañen a su persona, y que proceden de su misma esencia. Bendito sea su nombre porque nos salva "por amor de su nombre". ¿Qué quiere decir esto? Creo que significa que el nombre de Dios es su persona, sus atributos y su naturaleza. Por amor de Su naturaleza, por amor de Sus atributos, Él salvó a los hombres; y tal vez hayamos de añadir esto también: "Mi nombre está en Él", es decir, en Cristo; Él nos salva por amor de Cristo, que es el nombre de Dios. Y ¿qué significa esto? Creo que quiere decir lo que exponemos a continuación.

Él los salvó, en primer lugar, para manifestación de Su naturaleza. Dios era todo amor y quería manifestarlo. Él demostró su amor cuando hizo el sol, la luna y las estrellas, y cuando esparció las flores sobre la verde y sonriente tierra. Manifestó el amor cuando hizo el aire, bálsamo para el cuerpo, y los rayos solares que alegran la vista. Nos calienta en invierno con las ropas y con el combustible que había almacenado en las entrañas de la tierra. Empero quería revelarse más manifiestamente. "¿Cómo podré demostrarles que los amó con todo mi infinito corazón? Daré a mi Hijo para que, con Su muerte, salve a los peores, y manifestaré así mi naturaleza." Así lo ha hecho Dios, patentizando con ello su poder, su justicia, su amor, su fidelidad y su verdad. Dios se ha manifestado en toda su plenitud en el gran plan de la salvación. Éste ha sido, por decirlo así, el balcón donde Dios se ha asomado para mostrarse a los hombres, el balcón de la salvación. De esta forma se revela Dios, salvando las almas de los hombres.

Además, lo hizo para vindicar Su nombre. Algunos dicen que Dios es cruel, e limpiamente le llaman tirano. "¡Ah!", dice El, "Yo salvaré a los pecadores más perversos y vindicaré mi nombre; borraré el estigma, haré desaparecer la detracción; no podrán llamarme más de esa forma, a me nos que sean unos sucios embusteros, porque seré misericordioso en abundancia. Yo quitaré esta mancha y verán que mi excelso nombre es un nombre de amor." "Haré esto por amor de mi nombre", continua el Señor, "es decir, para hacer que esta gente ame mi nombre. Sé que si escojo a los mejores y los salvo, amarán mi nombre; pero si elijo a los peores, ¡oh, cuánto me amarán! Si los escojo de entre la basura de la tierra para hacerlos mis hijos, ¡cómo me amarán! Entonces serán fieles a mi nombre, les sonará más melodioso que la música, será para ellos más

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precioso que el espicanardo para los mercaderes orientales; lo valorarán como al oro, sí, como al oro más fino. El hombre que más ama es aquel a quien más pecados le han sido perdonados: debe mucho y por ello amará mucho." Ésta es la razón por la que Dios escoge frecuentemente a los peores de entre los hombres para hacerlos suyos. Un antiguo escritor dice: "Todas las entalladuras del cielo fueron hechas de madera nudosa; el templo de Dios, el rey del cielo, es de cedro; pero los cedros estaban llenos de nudos cuando Él los taló". Escogió a los peores para hacerse un nombre al poner de manifiesto su habilidad y su arte; como está escrito: "Y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída". Así, pues, mis queridos oyentes, cualquiera que sea vuestra condición, tengo algo que deciros digno de vuestra consideración, es a saber: que si somos salvos, lo somos por el amor de Dios, por amor de su nombre, y no por nosotros mismos.

Ahora bien, esto sitúa a todos los hombres a un mismo nivel en el plan de la salvación. Imaginaos que para entrar en este parque se os hubiera exigido como requisito el que hubieseis mencionado mi nombre; la regla es que nadie sea admitido por su título o condición, sino solamente por decir cierto nombre. Se acerca un noble, lo pronuncia, y entra; llega un mendigo cubierto de harapos, se sirve del nombre y -como la regla dice que con sólo nombrarlo es suficiente-, al servirse de él, es admitido. De este modo, señora mía, si viene, a pesar de toda su moralidad, deberá pronunciar Su nombre; y vosotros, pobres y sucios habitantes de barracas y buhardillas, si venís y hacéis uso de Su nombre, la puerta se abrirá inmediatamente de par en par; porque para ningún otro hay salvación sino para todos aquellos que mencionen el nombre de Cristo. Esto abate el orgullo del moralista, degrada la propia exaltación del farisaico, y nos coloca a todos, como pecadores culpables, en igualdad de condiciones ante Dios para recibir la misericordia de sus manos "por amor de su nombre", y sólo por esta razón.

IV. Os he entretenido demasiado; termino, pues, con la consideración del IMPEDIMENTO SUPERADO que se encierra en la palabra "empero". Os hablaré en forma amena, a modo de parábola.

Hubo un tiempo en que Misericordia se sentó en su trono de blanca nieve rodeada por las huestes del amor. Un día fue llevado a su presencia un pecador al que Misericordia se había propuesto salvar. El heraldo tocó la trompeta y, después de tres clarinadas, dijo con voz potente: "¡Oh, cielos, tierra e infiernos, yo os convoco en este día para que vengáis ante el trono de Misericordia a deponer por qué no habría de ser salvo este pecador!" Allí en medio, temblando de miedo, se hallaba el pecador; él sabía que montones de adversarios se aglomerarían en la sala de Misericordia y dirían con ojos llenos de ira: "No debe ser salvo; no escapará; ¡ha de ser condenado!" Sonó la trompeta, y Misericordia se sentó plácidamente en su trono, permaneciendo allí hasta que entró alguien de ígneo semblante; su cabeza estaba rodeada de luz, hablaba con voz de trueno, y sus ojos despedían rayos de fuego. "¿Quién eres tú?", preguntó Misericordia. "Yo soy Ley, la ley de Dios", contestó el recién llegado. "¿Y qué es lo que tienes que decir?" "He aquí mis cargos", habló levantando una tabla de piedra escrita por ambos lados: "estos diez mandamientos han sido quebrantados por este miserable. Mi demanda es sangre; porque está escrito: 'El alma que pecare, esa morirá'. Así pues, muera él, o habrá de perecer la justicia." El desdichado se estremece, sus piernas tiemblan, y su espíritu se agita por la ansiedad y el temor. Ya le parecía ver el rayo dirigido contra él, y

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en su imaginación veía el fuego penetrar en su alma; contemplaba cómo se abrían a sus pies las fauces del infierno, y se sintió arrojado allí para siempre. Pero Misericordia sonrió, y dijo: "Voy a responderte, Ley. Este desdichado merece morir, y la justicia exige que sea condenado; pues bien, se acepta la demanda." ¡Oh, cómo tiembla el pecador! "Pero hay aquí uno que ha venido hoy conmigo, mi Señor y mi Rey; su nombre es Jesús; Él te dirá cómo puede ser satisfecha la deuda, de forma que el pecador quede en libertad." Habló Jesús entonces, y dijo: "Bien, Misericordia, haré lo que me pides. Tómame Ley, llévame al huerto y hazme sudar gotas de sangre, clávame en un madero, azota mi espalda antes de darme muerte, suspéndeme de la cruz, deja que la sangre brote de mis pies y manos, desciéndeme al sepulcro. Déjame pagar todo lo que debía el pecador; moriré en su lugar". Y Ley azotó al Salvador y lo clavó en la cruz. Cuando hubo terminado, volvió ante el trono de Misericordia con el semblante resplandeciente por la satisfacción, y Misericordia le dijo: "Ley ¿qué tienes que decir ahora?" "Nada, hermoso ángel", respondió Ley, "absolutamente nada". "¡Cómo!, ¿ni uno solo de estos mandamientos está contra él?" "Ni uno. Jesús, el sustituto, los ha guardado todos; Él ha satisfecho la pena por la desobediencia de este pecador, y ahora, en vez de su condenación, solícito, como un deber de justicia, su absolución." "Quédate aquí", dice Misericordia, "siéntate en mi trono, y ahora los dos juntos publicaremos otra citación." Nuevamente suena la trompeta. "¡Venid todos los que tengáis que decir algo contra este pecador que se oponga a su absolución!" Ya se acerca otro -uno que frecuentemente afligía al pecador, uno cuya voz, aunque no tan fuerte como la Ley, era igualmente aguda y espeluznante, una voz cuyos susurros eran cortantes como el filo de una daga-. "¿Quién eres tú?", pregunta Misericordia. "Yo soy Conciencia; este pecador debe ser castigado, ha, quebrantado tanto la ley de Dios que debe ser condenado. Esa es mi demanda, y no le daré reposo hasta que sea cumplido el castigo; y ni aun después lo dejaré, porque le seguiré hasta el sepulcro y le perseguiré hasta después de la muerte con remordimientos indecibles." "Escúchame un momento", dijo Misericordia, y haciendo una pequeña pausa, tomó un manojo de hisopo, y roció con sangre a Conciencia, diciendo: "Óyeme, te digo: 'La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado'. ¿Tienes ahora algo que decir?" "Nada", replicó Conciencia, "absolutamente nada."  

"Su justicia cubierta ya quedó

Libre es de la condena el pecador."  

 

De ahora en adelante no le atormentaré más; seré para él una buena conciencia, por la sangre de nuestro Señor Jesucristo." La trompeta volvió a sonar por tercera vez, y, rugiendo extrañamente, surgió de las cavernas más profundas un negro y horrendo engendro demoníaco con la mirada preñada de odio, y con expresión de infernal majestad. El nuevo personaje es interrogado: "¿Tienes tú algo en contra de este pecador?" "Sí", responde, "esta criatura ha hecho un pacto con el infierno y una alianza con el abismo; helo aquí firmado de su puño y letra. En una de sus borracheras pidió a Dios que destruyera su alma y juró que nunca volvería a Él. Mirad, ¡aquí está su pacto con el infierno!" "Veámoslo", dijo Misericordia; y le fue entregado el documento mientras el siniestro espíritu maligno contemplaba al pecador, traspasándole con su oscura

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mirada. "¡Ah!, pero", continuó Misericordia, "este hombre no tiene ningún derecho a firmar esta escritura, puesto que nadie puede disponer de las propiedades ajenas. Esta criatura ha sido comprada y pagada de antemano, así pues, no se pertenece; la alianza con la muerte se anula, y el pacto con el infierno se hace pedazos. Márchate, Satanás." "Nada de eso", replicó el diablo dando alaridos, "tengo algo más que decir; ese hombre fue siempre mi amigo, nunca dejó de oír mis insinuaciones, se mofó del Evangelio, despreció la majestad del cielo; ¿va a ser él perdonado mientras que yo he de permanecer encerrado en mi cueva infernal, soportando eternamente la pena por mi delito?" "¡Fuera demonio!", contestó Misericordia. "Estas cosas las hizo en tiempos anteriores a su regeneración; mas esta sola palabra, "empero", las ha borrado todas. Márchate a tu infierno, y considera esto como otro trallazo contra ti: el pecador será perdonado, pero tú, ¡nunca, diablo traidor!" Al llegar aquí, Misericordia dijo volviéndose sonriente hacia el pecador: "Pecador, ¡la trompeta va a sonar por última vez!" Y así, las notas hieren nuevamente el espacio sin que nadie responda. Entonces, el pecador se puso en pie, y Misericordias le dijo: "Ahora, tú mismo, pecador, pregunta al cielo, a la tierra y al infierno, si alguno puede condenarte". Y aquel hombre, irguiéndose, con voz fuerte y osada dijo: "¿Quién acusará a los elegidos de Dios?" Y miró al infierno, y allí estaba Satanás, mordiendo sus ligaduras de hierro; miró a la tierra, y todo en ella era silencio; y en la majestuosidad de la fe, el pecador ascendió al mismo cielo, y dijo "¿Quién acusará a los elegidos de Dios?" "¿Dios?" Y se oyó la respuesta: "No; Él es el que justifica". "¿Cristo?" Dulcemente se oye como en un susurro: "No; Cristo es el que murió". Entonces el pecador, volviéndose, exclamó alegremente: "¿Quién me separará del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro?" Y aquel que una vez estuviera condenado, volvió ante el trono de Misericordia y, postrándose a sus pies, afirmó solemnemente que en adelante sería suyo para siempre, si quería guardarle hasta el fin y hacer de él cuanto ella quisiera que fuese. No volvió a sonar la trompeta; los ángeles se regocijaron, y el cielo se alegró porque el pecador era salvo.

De esta forma, según habéis visto, he dramatizado, como se suele decir, la cuestión; mas lo que me importa no es lo que suele decirse, sino atraer la atención de mis oyentes, para lo cual éste es un buen medio, cuando no hay otro. "Empero"; ¡he ahí el impedimento eliminado! Pecador, cualquiera que sea el "empero", no empañará lo más mínimo el amor del Salvador, ni nunca lo disminuirá, sino que este amor permanecerá para siempre inalterable.  

"Acude, corre a Cristo, alma culpable;

Ven a sanar tus múltiples heridas;

La libre gracia abunda, saludable.

En este día glorioso de la Vida.

Ven a Jesús, oh pecador culpable!"  

Llora de rodillas tu confesión llena de dolor; mira a Su cruz y contempla al Sustituto; cree y vive. A vosotros, los que sois casi demonios, a los que habéis ido más lejos en el

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pecado, Jesús os dirá ahora: "Si conocéis vuestra necesidad de Mí, volveos a Mí, y Yo tendré misericordia de vosotros; y al Dios nuestro el cual será amplio en perdonar"

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APÉNDICE ASolamente Por Gracia

C. H. SPURGEON

1.     DIOS JUSTIFICA A LOS IMPIOS

2.     DIOS ES EL QUE JUSTIFICA

3.     JUSTO Y JUSTIFICADOR

4.     SALVACIÓN DE PECAR

5.     POR GRACIA MEDIANTE LA FE

6.     ¿QUE ES LA FE?

7.     ¿CÓMO SE PUEDE ACLARAR LA FE?

8.     ¿POR QUÉ NOS SALVAMOS POR LA FE?

9.     ¡HAY DE MI! NADA PUEDO HACER

10.  AUMENTO DE FE

11.  LA REGENERACIÓN Y EL ESPÍRITU SANTO

12.  MI REDENTOR VIVE

13.  SIN ARREPENTIMIENTO, SIN PERDÓN

14.  CÓMO SE DA EL ARREPENTIMIENTO

15.  EL TEMOR DE CAER

16.  CONFIRMACIÓN

17.  ¿POR QUÉ PERSEVERAN LOS SANTOS?

18.  CONCLUSIÓN

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DIOS JUSTIFICA A LOS IMPIOS

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Atención a este breve discurso. Hallarás el texto en la Epístola a los Romanos 4:5: «Al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia».

Te llamo la atención a las palabras: «Aquel que justifica al impío.» Estas palabras me parecen muy maravillosas. ¿No te sorprende el que haya tal expresión en la Sagrada Biblia como esta: «Aquel que justifica al impío»? He oído que los que odian las doctrinas de la cruz, acusan de injusto a Dios por salvar a los impíos y recibir al más vil de los pecadores. Mas he aquí, como la misma Escritura acepta la acusación y lo declara francamente. Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, consta el calificativo de «Aquel que justifica al impío» El justifica a los injustos, perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¿No habías pensado siempre que la salvación era para los buenos, y que la gracia de Dios era para los justos y santos, libres del pecado? Te había caído bien en la mente, sin duda, que si fueras bueno, Dios te recompensaría, y has pensado que no siendo digno, nunca podrías disfrutar de sus favores. Por tanto te debe sorprender la lectura de un texto como este: «Aquel que justifica al impío.»

No me extraña que te sorprendas, pues con toda mi familiaridad con la gracia divina no ceso de maravillarme de este texto. ¿Suena muy sorprendente, verdad, el que fuera posible de que todo un Dios Santo, justificara a una persona impía? Según la natural lealtad de nuestro corazón, estamos hablando siempre de nuestra propia bondad y nuestros méritos, tenazmente apegados a la idea de que debe haber algo bueno en nosotros para merecer que Dios se ocupe de nuestras personas. Pero Dios que bien conoce todos nuestros engaños, sabe que no hay bondad ninguna en nosotros y declara que «no hay justo ni aun uno» (Rom.3:10). El sabe que «todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia» (Isa.64:6); y por lo mismo el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia para entregárselas a las personas que carecían de ellas. No vino porque éramos justos, sino para hacernos justos, justificando al impío.

Presentándose el abogado ante el tribunal, si es persona honrada, desea defender al inocente, justificándole de todo lo que falsamente se le imputa. El objeto del defensor debe ser la justificación del inocente y no encubrir al culpable. Tal milagro está reservado para el Señor únicamente. Dios, el Soberano infinitamente justo, sabe que en toda la tierra no hay un justo alguien que haga bien y no peque; y por lo mismo en la Soberanía infinita de su naturaleza divina y en el esplendor de su amor maravilloso. El emprende la obra, no tanto de justificar al justo cuanto de justificar al impío. Dios ha ideado maneras y medios de presentar delante de si al impío justamente aceptable; ha concebido un plan mediante el cual puede, en justicia perfecta, tratar al culpable, como si siempre hubiera vivido libre de ofensa; sí, tratarle como si fuera del todo libre de pecado. El justifica al impío.

Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Esto es cosa sorprendente; cosa maravillosa especialmente para los que disfrutan de ella. Se que para mi, hasta el día de hoy, ésta es la maravilla más grande que he conocido, a saber que me justificase a mi. Aparte de su amor inmenso, me siento indigno, corrompido, un conjunto de miseria y pecado. No obstante, se por certeza plena que por fe soy justificado mediante los méritos

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de Cristo, y tratado como si fuera perfectamente justo, hecho heredero de Dios y coheredero de Cristo, todo a pesar de corresponderme, por naturaleza, el lugar del primero de los pecadores. Yo, del todo indigno, soy tratado como si fuera digno. Se me ama con tanto amor como si siempre hubiera sido piadoso, siendo así que antes era un pecador. ¿Quién no se maravilla de esto? La gratitud por tal favor se reviste de admiración indecible.

Siendo esto tan admirable, deseo que tomes nota de cuán accesible esto hace el evangelio para ti y para mí. Si Dios justifica al impío, entonces, querido amigo, te puede justificar a ti. ¿No es esta precisamente la persona que eres? Si hasta hoy vives inconverso, te cuadra perfectamente la palabra; pues has vivido sin Dios, siendo lo contrario a piadoso o temeroso de Dios; en una palabra, has sido y eres impío. Acaso ni has frecuentado los cultos en el día domingo, has vivido sin respetar el día del Señor, ni su iglesia, ni su Palabra, lo que prueba que has sido impío. Peor todavía, quizá has procurado poner en duda su existencia, y esto hasta el punto de declarar tus dudas. Habitante de esta tierra hermosa, llena de señales de la presencia de Dios, has persistido en cerrar los ojos a las pruebas palpables de su poder y Divinidad. Cierto, has vivido como si no existiera Dios. Y gran placer te hubiera proporcionado el poder probar para ti mismo satisfactoriamente la idea de que no hay Dios. Tal vez has vivido ya muchos años en este estado de ánimo, de manera que ya estás bien afirmado en tus caminos, y sin embargo, Dios no está en ninguno de ellos. Si te llamaran «impío» te cuadraría este nombre tan bien como si al mar se le llamara agua salada, ¿verdad? Acaso eres persona de otra categoría, pues has cumplido con todas las exterioridades de la religión. Sin embargo, de corazón nada has hecho, y así en realidad has vivido impío. Te has relacionado con el pueblo de Dios, pero nunca te has encontrado a él mismo. Has cantado en el coro, pero no has alabado al Señor en el alma. Has vivido sin amar, de corazón, a Dios y sin respetar sus mandamientos. Sea como fuere, tú eres precisamente la persona, a la cual este evangelio se proclama: esta buena nueva que nos asegura que Dios justifica al impío. Maravilloso es y felizmente te sirve al caso. Te cuadra perfectamente. ¿Verdad que si? ¡Cuánto deseo que lo aceptaras! Si eres persona de sentido común, notarás lo maravilloso de la gracia Divina anticipándose a las necesidades de personas como tú, y dirás entre ti: «¡Justificar al impío! Pues entonces, ¿por qué no seré yo justificado, y justificado ahora mismo?»

Toma nota, por otra parte, del hecho de que esto debe ser así: a saber, que la salvación de Dios debe ser cosa para los que no la merecen ni estén preparados para recibirla. Es natural que conste la afirmación del texto en la Biblia; porque, apreciado amigo, sólo necesita ser justificado quien carezca de justicia propia. Si alguno de mis lectores fuese persona absolutamente justa, no necesitaría ser justificada. Pues tú que sientes que cumples bien todo deber y por poco haces al cielo deudor a ti por tanta bondad, ¿para qué necesitas tú misericordia, ni Salvador alguno? ¿Para qué necesitas tú justificación? Estarás ya cansado de esta lectura, pues no te interesa el asunto.

Si alguno de ustedes se rodea de aires tan legalistas, escúcheme un momento. Tan cierto como que vives, te encaminas hacia la perdición. Ustedes, justos, rodeados de justicia propia, o viven engañados o son engañadores; porque dice la Sagrada Escritura que no puede mentir, y lo dice claramente: «No hay justo, ni aun uno.» De todos modos, no tengo evangelio alguno, ni una palabra para los rodeados de justicia propia,

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Jesucristo mismo declaraba que no había venido para llamar a los justos, y no voy a hacer lo que él no hacía. Pues si les llamara, no vendrían; y por lo mismo no los llamaré bajo este punto de vista. Al contrario, les suplico que contemplen su justicia propia hasta descubrir lo falsa que es. Ni la mitad de la fuerza de una telaraña tiene. ¡Deséchenla! ¡Aléjense de la misma!

Las únicas personas que necesitan justificación son las que reconocen que no son justas. Ellas sienten la necesidad de que se haga algo para que sean justas ante el tribunal de Dios. Podemos tener la seguridad de que Dios no hace nada fuera de lo necesario. La Sabiduría infinita nunca hace lo inútil. Jesús nunca emprende lo superfluo. Hacer justo a quien ya es justo no es obra de Dios, tal cosa es una insensatez. Justificar al impío es un milagro digno de Dios. Ciertamente así es.

Escuchen ahora. Si en alguna parte del mundo un médico descubre remedios eficaces y preciosos, ¿a quién a de servir el médico? ¿A gente de buena salud? Claro que no, colóquesele en un lugar sin enfermos, y se sentirá fuera de lugar. Allí sobra su presencia. «Los sanos no necesitan médico sino los enfermos» (Marc.2:17), dice el Señor. ¿No es igualmente cierto que los grandes remedios de gracia y redención son para las almas enfermas? No sirven para las almas sanas, porque les son remedios innecesarios. Si tu, querido amigo, te sientes espiritualmente enfermo, para ti ha venido el gran Médico al mundo. Si a causa del pecado te sientes completamente perdido, eres la misma persona comprendida en el plan de salvación por gracia. Afirmo que el Señor del amor eterno tuvo a la vista personas como tu al armonizar el sistema de la salvación por pura gracia. Supongamos que una persona generosa resolviera entre si que perdonaría a todos sus deudores; claro que esto solo podría hacerse respecto a los que realmente le fueran deudores. Uno le debe mil pesos; otro le debe cincuenta pesos; a cada cual tocaría tan solo conseguir la firma que cancelara las cuentas. Pero la persona más generosa del mundo no podría perdonar las deudas de personas que nada deben a nadie. Está fuera del poder del mismo Omnipotente perdonar a quien no tenga nada para perdonar. El perdón presupone alguien que sea culpable. El perdón es para el pecador. Sería absurdo hablar de perdonar al inocente, perdonar al que nunca ha faltado.

¿Crees acaso que te condenarás por ser pecador? Esta es la razón porque te podrás salvar. Por la misma razón de que te reconoces pecador, desearía animarte a creer que precisamente para personas como tu está destinada la gracia. Es positivamente cierto que Jesús busca y salva al perdido. Murió e hizo la expiación de verdad por pecadores de verdad. Si encuentro pecadores que admiten sin excusas que son pecadores, me es un verdadero placer hablar con ellos. Gustosamente platicaría toda la noche con pecadores de buena fe. Las puertas de misericordia no se cierran ni de día ni de noche para los tales y están abiertas todos los días de la semana. Nuestro Señor Jesús no murió por pecados imaginarios, sino la sangre de su corazón se derramó para limpiar las manchas carmesí que nada más que ella puede quitar.

El pecador que se sienta negro de pecado, es la persona que ha venido Jesucristo a blanquear. En cierta ocasión predicó un evangelista sobre el texto: «Ahora, ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles» (Luc.3:9), y lo hizo de modo que le dijo uno de los oyentes: «Nos trató usted como si fuéramos criminales. Ese sermón debiera usted haberlo predicado en el presidio de la ciudad y no aquí.» No, no, contestó el evangelista:

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«En el presidio no hablaría sobre este texto, sino sobre este: «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos; que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1Tim.1:15). ¡Correctamente! La Ley es para los que se rodean de la justicia propia para derribar su orgullo; el evangelio, es para los perdidos para remover su desesperación.

Si no estás perdido, ¿para que quieres al Salvador? ¿Iría el pastor en busca de los que nunca se extraviaron? ¿Por qué barrería una mujer su casa buscando monedas que hubiera guardado en su bolsa? No, no, la medicina es para los enfermos; la resurrección para los muertos; el perdón para los culpables; la libertad para los cautivos; la vista para los ciegos y la salvación para los pecadores. ¿Cómo se explica la venida del Salvador, su muerte en la cruz y el evangelio del perdón sin admitir de una vez que el hombre es un ser culpable y digno de condenación? El pecador es la razón de la existencia del evangelio. Y tú, amigo mío, objeto de estas palabras, si te sientes merecedor, no de la gracia, sino de la maldición y la condenación, tú eres precisamente el género de hombre para quien fue ordenado, arreglado y destinado el evangelio. Dios justifica al impío.

Desearía hacer esto tan claro y patente como el día. Espero haberlo hecho ya; pero, a pesar de todo, únicamente el Señor puede hacerlo comprender al hombre. Al principio no puede menos que parecer asombroso al hombre de conciencia despierta que la salvación le venga de pura gracia al perdido y culpable. Piensa el tal que la salvación le viene por estar arrepentido, olvidando que su estado de arrepentimiento es parte de su salvación. «Debo de ser esto y lo otro,» dice. Todo lo cual es verdad, porque, sí, será esto y lo otro; pero es resultado de la salvación, y la salvación le viene primero antes de verse alguno de sus resultados. De hecho, la salvación le viene mientras no merezca otra cosa que lo contenido en la descripción fea y abominable de:

Esto y nada más es el hombre cuando le viene el evangelio de Dios para justificarle. Crean firmemente que nuestro misericordioso Dios es tan capaz como dispuesto a recibirles, sin nada que les recomiende, para perdonarles espontáneamente, no porque sean buenos sino porque él es bueno. ¿No hace brillar al sol sobre malos y buenos? ¿No es él, el que da los tiempos fructíferos, y a su tiempo envía lluvia del cielo y hace que salga el sol sobre las naciones más impías? Sí, a la misma Sodoma bañaba el sol, y caía el rocío sobre Gomorra. Amigo, la gracia inmensa de Dios sobrepasa mi entendimiento y tu entendimiento, y desearía que lo apreciaras de un modo digno. Tan alto como el cielo sobre la tierra son los pensamientos de Dios sobre nuestros pensamientos. Abunda en perdones. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores: el perdón corresponde al culpable.

No emprendas la obra legalista de presentarte diferente a lo que en el fondo eres; pero acude tal cual eres al que justifica al impío. Cierto famoso pintor había pintado parte de la corporación municipal de su población y deseaba incluir en el cuadro ciertas personas características bien conocidas de todos en la ciudad. Cierto barrendero rústico, andrajoso y sucio se encontraba entre esta clase de personas, y en el cuadro había un lugar adecuado para él. «Venga usted a mi taller y permítame retratarle, pagándole yo la molestia,» dijo el pintor a este hombre. Al día siguiente por la mañana se presentó en el taller, pero pronto fue despedido, porque se presentó bañado, peinado y decentemente vestido. El pintor lo necesitaba en su estado ordinario con el aspecto de mendigo y no en otra forma. Así el evangelio te recibirá, si acudes al Señor como pecador, pero no de otro

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modo. No procures reformarte; permite a Jesús salvarte inmediatamente. Dios justifica a los impíos, lo que equivale a decir que te recoge donde estés en este momento y te favorece en el estado más deplorable.

Ven degradado, quiero decir: acude a tu Padre Celestial en tu estado de pecado y miseria. Acude a Jesús tal como eres, espiritualmente leproso, sucio desnudo, ni apto para vivir, ni apto para morir tampoco. Acudan ustedes que son como escoria de la creación, aun cuando no se atrevan a esperar más que la muerte. Acudan aun cuando la desesperación les oprima el pecho cual pesadilla horrible, pidiendo que el Señor los justifique como a otros impíos. ¿Por qué no lo haría? Acudan, porque esta gran misericordia de Dios esta destinada para personas como ustedes. Lo digo en las palabras del texto, por no poderse expresar en términos más vigorosos: El Señor Dios mismo asume este título bendito: «El que justifica al impío.» Este hace justos, y que se traten como justos, a los que por naturaleza son impíos. ¿No les parece este mensaje maravilloso a ustedes? Estimado lector, no te levantes del asiento hasta haber meditado bien este asunto.

***

2

DIOS ES EL QUE JUSTIFICA

 

Cosa maravillosa es ésta, el ser justificado o declarado justo. Si nunca hubiésemos quebrantado la Ley de Dios, no habría necesidad de tal justificación, siendo naturalmente justos. Quien toda su vida haya hecho lo que debiera hacer, y nunca hubiera hecho nada prohibido, éste es de por si justificado ante la ley. Pero estoy seguro de que tú, estimado lector, no te hallas en ese estado de inocencia. Eres demasiado honrado para pretender estar limpio de todo pecado, y, por lo tanto, necesitas ser justificado. Pues bien, si te justificas a ti mismo, te engañas miserablemente. Por lo mismo, no comiences tal cosa. No valdrá la pena. Si pides a otro mortal que te justifique, ¿qué podrá hacer? Alguien te alabaría por cuatro cuartos, otro te calumniaría por menos. Bien poco vale el juicio del hombre.

Romanos 8:33, dice: «Dios es el que justifica,» y esto, sí que va al grano. Este hecho es asombroso, es un hecho que debemos considerar detenidamente. ¡Ven y ve!

En primer lugar, nadie más que Dios, podría haber pensado en justificar a personas culpables. Se trata de personas que han vivido manifiestamente rebeldes actuando mal con ambas manos; de personas que han ido de mal en peor; de personas que han vuelto al mal aun después de ser castigadas, siendo forzadas a dejar de cometer el mal por algún tiempo. Han quebrantado la ley y

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pisado el evangelio bajo sus pies. Han rechazado la proclamación de misericordia y persistido en la iniquidad. ¿Cómo podrán tales personas alcanzar el perdón y justificación? Sus conocidos desesperan de ellos, diciendo: «Son casos sin remedio.» Aun los cristianos les miran más bien con tristeza que con esperanza. Rodeado del esplendor de la Gracia de su elección, habiendo Dios escogido a algunos desde antes de la fundación del mundo, no reposará hasta haberles justificado y hechos aceptos en el Amado. ¿No está escrito: «A los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorifico»? (Rom. 8:30). Así es que puedes ver que el Señor ha resuelto justificar a algunos y ¿por qué no estaríamos incluidos tú y yo en este número? Nadie más que Dios pensaría jamás en justificarme a mi. Resultó para mi esto una maravilla. No dudo que la gracia Divina sea igualmente manifiesta en otros. Contemplo a Saulo de Tarso «respirando amenazas y muerte» contra los siervos del Señor. Como lobo rapaz espantaba a las ovejas del Señor por todas partes, no obstante Dios le detuvo en el camino de Damasco y cambió su corazón justificándole del todo, tan plenamente, que muy pronto este perseguidor resultó el más grande predicador de la justificación por la fe que haya vivido sobre la faz de la tierra. Con frecuencia debe de haberse maravillado de haber sido justificado por la fe en Cristo Jesús, ya que antes era un tenaz defensor de la salvación mediante las obras de la ley. Nadie más que Dios podía haber pensado en justificar a un hombre como el perseguidor Saulo. Pero el Señor Dios es glorioso en gracia.

Pero, por si alguien pensara en justificar a los impíos, nadie más que Dios podría hacerlo. Es imposible que persona alguna perdone las ofensas que hayan sido cometidas contra ella misma. Si alguien te ha ofendido gravemente, tu puedes perdonarle, y espero que así lo harás; pero una tercera persona fuera de ti no puede perdonarle. Sólo de ti debe proceder el perdón. Si ha Dios hemos ofendido, está en el poder de Dios mismo perdonar, ya que contra él mismo se ha pecado. Esta es la razón porque David dice en el Salmo 51:4 «A tí, a ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos,» pues así Dios contra quien se ha cometido la ofensa, puede perdonarla. Lo que debemos a Dios, nuestro gran Creador puede perdonar, si así le place; y si lo perdona, perdonado queda.

Nadie más que el Gran Dios contra quien hemos pecado, puede borrar nuestro delito. Por consiguiente, acudamos a él en busca de misericordia. Y cuidado que nos dejemos desviar por los hombres, que desean que acudamos a ellos en busca de lo que solo Dios puede concedernos; careciendo de todo fundamento en la Palabra de Dios sus pretensiones. Y aun cuando fuesen ordenados para pronunciar palabras de absolución en nombre de Dios, será siempre mejor que acudamos nosotros mismos en busca de perdón al Señor nuestro Dios, en nombre de Jesucristo, Mediador único entre Dios y los hombres, ya que sabemos de cierto que éste es el camino verdadero. La religión por encargo es asunto peligroso. Infinitamente mejor y más seguro es que te ocupes personalmente de los asuntos de tu alma y no los encargues a otro. Solo Dios puede justificar a los impíos, y puede hacerlo a perfección. El echa nuestros pecados sobre sus espaldas, los borra, diciendo que aunque se

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busquen, no se hallarán. Sin otra razón que su bondad infinita ha preparado un camino glorioso mediante el cual puede hacer que los pecados que son rojos como escarlata sean más blancos que la nieve y alejar de nosotros las transgresiones tan lejos como el oriente está del occidente. Dios dice: «No me acordaré de tus pecados,» llegando hasta el punto de aniquilarlos. Uno de los antiguos dijo maravillado: ¿Qué Dios hay como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No ha guardado para siempre su enojo, porque él se complace en la misericordia. (Miq. 7:18).

No hablamos aquí de justicia, ni del trato de Dios con los hombres, según sus merecimientos. Si piensas entrar en relación con Dios, justo sobre la base de la ley, la ira eterna te aguarda amenazadora por cuanto esto es lo que mereces. Bendito sea su nombre, porque, no nos ha tratado según nuestros pecados; y hoy nos trata en términos de gracia inmerecida y compasión infinita, diciendo: «Les recibiré misericordioso y les amaré de voluntad.» Créelo, porque ciertamente es la verdad que el gran Dios trata al culpable con misericordia abundante. Sí, puede tratar al impío como si siempre hubiera sido piadoso. Lee atentamente la parábola del «hijo pródigo,» y verás como el padre perdonador recibe al hijo errante con tanto amor como si nunca se hubiera extraviado y nunca contaminado con el mundo. Hasta tal punto el padre demostraba su cariño, que el hermano mayor halló en ello motivo para murmurar, no por eso el padre dejó de amarle. Por culpable que fueras, con tal que quieras volver a Dios, te tratará como si nunca hubieras hecho mal alguno. Te considerará justo y te tratará complacido. ¿Qué dices a esto?

Deseo aclarar bien lo glorioso de este caso. Ya que nadie sino Dios pensaría en justificar al impío, y nadie sino él lo podría hacer, ¿no ves como Dios, bien lo puede hacer? Fíjate en como el apóstol extiende el reto: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica» (Rom. 8:33). Habiendo Dios justificado a una persona, está bien hecho, rectamente hecho, justamente hecho, y para siempre perfectamente hecho. El otro día leí un impreso lleno de veneno contra el evangelio y los que lo predican. Decía que creemos en una teoría por la cual nos imaginamos que el pecado se puede alejar de los hombres. No creemos nosotros en teorías; proclamamos un hecho. El hecho más glorioso debajo del cielo es este, que Cristo por su preciosa sangre real positivamente aleja el pecado y que Dios por amor de Cristo, tratando a los hombres en términos de misericordia divina, perdona a los culpables y los justifica, no según algo que vea en ellos o prevé que habrá en ellos, sino según la riqueza de la misericordia que habita en su propio corazón. Esto es lo que hemos predicado, lo que predicaremos en tanto que vivamos. «Dios es el que justifica,» el que justifica a los impíos. El no se avergüenza de hacerlo, ni nosotros de predicarlo. En la justificación hecha por Dios mismo no cabe duda alguna. Si el Juez me declara justo, ¿quién me condenará? Si el tribunal supremo de todo el universo me ha pronunciado justo, ¿quién me acusará? La justificación de parte de Dios es respuesta suficiente para la conciencia despierta. El Espíritu Santo mediante la misma sopla la paz sobre nuestro ser entero y no vivimos ya atemorizados. Mediante tal justificación podemos responder a todos los rugidos y a todas las murmuraciones de Satanás y de los

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hombres. Esta justificación nos prepara a bien morir, a resucitar y enfrentar el último juicio.

Sereno miro ese día:

¿Quién me acusará?

En el Señor mi ser confía;

¿Quién me condenará?

Amigo, el Señor puede borrar todos tus pecados. «Todos los pecados serán borrados a los hijos de los hombres» (Mat.12:31). Aunque te hallaras hundido hasta lo máximo en la miseria, él puede con una palabra limpiarte de la lepra, diciendo: «Yo quiero, se limpio.» El Señor Dios es gran perdonador. «Yo creo en el perdón de los pecados.» ¿Crees tú? Aun en este mismo momento, el juez puede pronunciar sentencia sobre ti, diciendo: «Tus pecados te son perdonados: vete en paz.» Y si así lo hace, no hay poder en el cielo, en la tierra, ni debajo de la tierra que te pueda acusar, ni mucho menos condenar. No dudes del amor del Todopoderoso. Tu no podrías perdonar al prójimo, si te hubiera ofendido como tu has ofendido a Dios. Pero no debes medir la gracia de Dios con la medida de tu estrecho criterio. Sus pensamientos y caminos están por encima de los tuyos tan altos como el cielo está sobre la tierra Bien, dirás tal vez, gran milagro sería que Dios me perdonara a mi. ¡Justo! Sería un milagro grandísimo, y por lo tanto es muy probable que lo haga, porque él hace «grandes cosas e inescrutables» (Job 5:44) para nosotros inesperadas En cuanto a mi, quedé afectado bajo un terrible sentimiento de culpa que me hacía la vida insoportable; pero al oír la exhortación: «¡Mirad a mí y sed salvos, todos los confines de la tierra! Porque yo soy Dios, y no hay otro.» (Isa. 45:22), entonces miré, y en un momento me justificó el Señor. Jesucristo, hecho pecado en mi lugar, fue lo que vi, y esa vista me dio reposo al alma. Cuando los hombres mordidos por las serpientes venenosas en el desierto miraron a la serpiente de metal, quedaron sanos inmediatamente, y así yo al mirar con los ojos de la fe al Salvador crucificado por mi. El Espíritu Santo, quien me dio la facultad de creer, me comunicó la paz mediante la fe. Tan cierto me sentí perdonado, como antes me había sentido condenado. Había sentido realmente la condenación, porque la Palabra de Dios me lo había declarado, dándome testimonio de ello la conciencia. Pero cuando el Señor me declaró justo, quedé igualmente seguro por los mismos testimonios. Pues la Palabra de Dios dice: «El que en él cree, no es condenado» (Juan 3:18), y mi conciencia me daba testimonio de que creía y de que Dios al perdonarme era justo.. Así es que tengo el testimonio del Espíritu Santo y el de la conciencia, testificando ambos a una la misma cosa. ¡Cuánto deseo que el lector reciba el testimonio de Dios en este asunto, y muy pronto tendría también el testimonio en sí mismo!

Me atrevo a decir que un pecador justificado por Dios se halla sobre fundamento más firme que el hombre justificado por sus obras, si tal hombre existiera. Pues nunca tendríamos la seguridad de haber hecho bastantes obras

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buenas; la conciencia quedaría siempre inquieta en si, después de todo, faltaría algo y solamente descansaríamos sobre la sentencia falible de un juicio dudoso. En cambio, cuando Dios mismo justifica, y el Espíritu Santo le rinde testimonio, dándonos paz con Dios, entonces sentimos que el hecho es firme y muy sólido, y el alma entra en descanso. No hay palabras para explicar la calma profunda que se apodera del alma que recibe esa paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Amigo, búscala en este mismo momento.

***

3

JUSTO Y JUSTIFICADOR

Acabamos de ver a los impíos justificados y hemos contemplado la gran verdad de que solo Dios puede justificar al hombre. Ahora daremos un paso adelante, preguntando: ¿Cómo puede un Dios justo justificar a los culpables? Contestación plena la hallamos en las palabras del apóstol Pablo, en Rom. 3:21-26. Leeremos seis versículos del capítulo indicado con el objeto de conseguir la idea total del pasaje.

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas. Esta es la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todo los que creen. Pues no hay distinción; porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Como demostración de su justicia, Dios le ha puesto a él como expiación por la fe en su sangre, a causa del perdón de los pecados pasados, en la paciencia de Dios, con el propósito de manifestar su justicia en el tiempo presente; para que él sea justo y a la vez justificador del que tiene fe en Jesús.

Permítaseme rendir un poco de testimonio personal aquí. Hallándome bajo el poder del Espíritu Santo, bajo la convicción del pecado, sentía pesar sobre mi, clara y fuertemente la justicia de Dios. El peso del pecado me abrumaba de manera insoportable. No que tanto temiera yo al infierno, como temía al pecado. Me veía tan terriblemente culpable que recuerdo haber sentido que si Dios no me castigaba por el pecado, faltaría a su deber al no hacerlo. Sentía que el Juez de toda la tierra debía condenar a un pecador como yo. Estaba yo sentado en el tribunal condenándome a mi mismo a la perdición; porque admitía que si yo fuera Dios, no podría hacer otra cosa que enviar a una criatura tan culpable a lo más profundo del infierno.

Todo ese tiempo me preocupaba profundamente de la honra del nombre de Dios y de la equidad de su gobierno moral. Sentía que no estaría satisfecha mi conciencia, si consiguiera yo perdón injustamente. El pecado que había

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cometido, merecía castigo y debía castigarse. Luego me venía la pregunta: «¿Cómo podría ser Dios justo y no obstante justificar a persona tan culpable como yo?» ¿Cómo puede ser justo y, sin embargo, justificador de los pecadores? Me molestaba y cansaba esta pregunta, y no hallaba contestación a la misma. Imposible para mi inventar respuesta alguna que diera satisfacción a mi conciencia.

Para mi la doctrina de la expiación por la substitución es una de las pruebas más poderosas de la inspiración divina de la Sagrada Escritura. ¿Quién podría haber ideado el plan de que el Rey justo muriera por el súbdito injusto y rebelde? Esta no es doctrina de mitología humana, ni sueño de la imaginación de un poeta. Este método de expiación se conoce por la humanidad únicamente por ser un hecho positivo. La imaginación humana no podría haberlo inventado. Es arreglo, plan y estatuto de Dios mismo; no es cosa del cerebro humano.

Desde la infancia había oído hablar de la salvación por el sacrificio de Jesús; pero en lo profundo de mi alma nada más sabía de ello, estaba en una completa ignorancia. La luz existía, pero yo vivía ciego; de pura necesidad el Señor mismo tuvo que aclararme el asunto. La luz vino como revelación nueva, tan nueva como si nunca hubiese leído en las Escrituras la declaración de que Jesús era la propiciación por el pecado para que Dios fuese justo y justificador del impío. Creo que esto ha de venir como revelación nueva para todo hombre al nacer de arriba, a saber la gloriosa doctrina de la substitución por el Señor Jesús.

Así llegué a comprender la posibilidad de la salvación mediante el sacrificio de substitución, y que todo se había provisto para tal substitución, y que todo se había provisto para la misma. Me fue dado ver que el Hijo de Dios, igual al Padre e igualmente eterno, desde la eternidad había sido constituido cabeza del pacto de un pueblo escogido, para que en esa capacidad sufriera por el mismo para salvarle. En cuanto nuestra caída, en primer término, no fue caída individual, ya que caímos en nuestro representante federal, en «el primer adán», fue posible para nosotros el levantamiento por un segundo representante, a saber por Aquel que se encargó de ser la cabeza del pacto de su pueblo, a fin de ser su «segundo Adán,» Vi que, antes de haber pecado en realidad, había caído por el pecado de mi primer padre; y me regocijo, ya que, por tanto, me fue posible, en sentido jurídico, ser levantado mediante esa segunda Cabeza representativa. La caída de Adán dejó una escapatoria: otro Adán puede deshacer la ruina hecha por el primero.

Cuando me inquietaba respecto a la posibilidad de que un Dios justo me perdonara, comprendí y vi por fe, que él, que es el Hijo de Dios, se hizo hombre y en su propia bendita persona llevó mi pecado en su cuerpo sobre el madero. Vi el castigo (precio) de mi paz sobre él y que por su llaga fui curado (Isa.53:4,5). Querido amigo, ¿has visto tú esto? ¿Has comprendido como Dios puede quedar del todo justo, no remitiendo la culpa ni quitando el filo de la espada, y como él, sin embargo, puede ser infinitamente misericordioso y

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justificador del impío que acude a él? La razón es que el Hijo de Dios, eternamente glorioso en su persona inmaculada se encarga de satisfacer a la ley sometiéndose a la condena que me correspondía a mi, en consecuencia de lo cual Dios puede quitar mi pecado. Más satisfacción resulta para la ley por la muerte de Cristo que hubiera resultado enviando a todos los transgresores al infierno. El establecimiento más glorioso del gobierno equitativo de Dios resultó sufriendo el Hijo de Dios por el pecado, que sufriendo toda la raza humana.

Jesús ha soportado por nosotros toda la penalidad de la muerte. ¡Contempla esta maravilla! Allí está colgado de la cruz. Esta es la vista más solemne que jamás has contemplado. El Hijo de Dios y el Hijo del hombre, allí elevado en el vil madero, sufriendo penas indecibles, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Maravillosísima es tal vista; ¡el Inocente castigado! ¡El eternamente bendito hecho maldición! ¡El infinitamente glorioso sufriendo la muerte ignominiosa! Cuanto más contemplo los sufrimientos del Hijo de Dios, tanto más cierto estoy de que corresponden a mi caso de criminalidad. ¿Por qué sufrió sino para librarnos de la pena merecida? Habiéndola pues, expiado por su muerte, los creyentes en él no necesitan temerla. Así es, y así debe ser, que siendo hecha la expiación, Dios puede perdonar sin alterarse las bases de su tribunal, ni en lo más mínimo cambiar sus estatutos del código. La conciencia halla respuesta plena a su pregunta tremenda. La ira de Dios contra la iniquidad debe ser terrible, más allá de toda concepción humana. Bien dijo Moisés; «¿Quién conoce el poder de tu ira?» (Salmo 90:11). No obstante al oír al Señor de gloria gritar. «¿Por qué me has desamparado?» (Mat.27:46) y al verle exhalar el último aliento, sentimos que la Justicia Divina ha recibido abundante satisfacción por la obediencia tan perfecta y muerte tan espantosa de parte de persona tan Divina. Si Dios mismo se inclina ante su propia ley, ¿que más se quiere? Hay mucho más en la expiación en sentido de mérito que en todo pecado humano en sentido de demérito.

El vasto mar del sacrificio propio del amor de Jesús es tan profundo que pueden hundirse en él todas las montañas de nuestros pecados. A causa del valor infinito de nuestro Representante, bien puede Dios mirar favorable a los demás seres humanos por indignos que fuesen en si mismos. Ciertamente fue el milagro de los milagros que el Señor Jesús tomara mi lugar.

Sufriendo por mi la fatal condena,

Librando mi alma de eterna pena.

Pero así lo hizo. «Consumado es» (Juan 19:30). Dios perdonará al pecador, porque no perdonó a su propio Hijo. Dios puede perdonar tus transgresiones, porque cargó en su Hijo unigénito esa transgresiones hace 2000 años. Si crees en Jesús, y esto es lo esencial, entonces debes saber que tus pecados fueron alejados de ti por Aquel que representaba al macho cabrío expiatorio en el culto profético de Israel.

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¿Qué es el creer en él? No simplemente decir «Es Dios y Salvador,» sino confiar en él del todo y enteramente, recibiéndole para toda la obra de la salvación desde hoy y para siempre, recibiéndola cual Salvador único, cual Señor, Maestro, todo. Si tu quieres a Jesús, él te ha aceptado ya. Si crees de verdad en él te aseguro que ya no irás al infierno; porque eso haría nulo el sacrificio de Cristo. No es posible que un sacrificio se acepte, y que a pesar de ello muera el alma por la cual se haya aceptado el sacrificio. Si el alma del creyente se pudiera condenar, ¿para qué tal sacrificio? Si Jesús murió en mi lugar, ¿por qué debo morir yo también?

Todo creyente puede afirmar que un sacrificio expiatorio se ha hecho por él; por fe ha colocado su mano sobre el mismo, haciéndole suyo, y por lo mismo puede descansar seguro de que nunca perecerá. El Señor Dios no recibirá este sacrificio hecho por nosotros para luego condenarnos a morir. Dios no puede leer nuestro perdón escrito en la sangre de su propio Hijo y luego herirnos de muerte. Tal cosa es imposible. ¡Dios te conceda la gracia ahora mismo para mirar sólo a Jesús, empezando por el principio, por Jesús mismo, quien es el origen de la fuente de misericordia para el hombre culpable.

«Él justifica al impío.» «Dios es el que justifica,» por tanto y por esa misma razón se puede hacer, y lo hace mediante el sacrificio expiatorio de su Divino Hijo. Por esa razón puede hacerse en justicia, y tan justamente que nadie podrá ponerlo en duda, tan equitativamente que ni en el último y temible día, cuando pasen los cielos y la tierra, habrá quien niegue la validez de esa justificación. «¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios. Dios es el que justifica» (Rom. 8:33,34).

Ahora bien, pobre alma, ¿quieres entrar en este refugio tal cual eres? Aquí estarás con perfecta seguridad. Acepta esta salvación cierta y segura. Acaso dirás: «Nada hay en mi que me recomiende.» No se te pide tal cosa. Los que escapan por la vida, dejan la ropa detrás de sí. Refúgiate apresurado tal cual eres.

Te diré algo de mi mismo par animarte. Mi única esperanza de entrar en la gloria descansa en la plena redención de Cristo realizada en la cruz del Calvario por los impíos. En esto descanso firmemente, ni sombra de esperanza tengo en alguna otra cosa. Tu te hallas en la misma condición que yo, pues ninguno de nosotros tiene mérito alguno digno de consideración cual base de confianza. Juntemos, pues, las manos, colocándonos juntos al pie de la cruz, y entreguemos nuestras almas de una vez para siempre al que derramó su sangre por los culpables. Nos salvaremos ambos por un mismo Salvador. Si tu pereces confiando en él, pereceré yo también. ¿Qué más puedo hacer para probarte mi propia confianza en el evangelio que te proclamo?.

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SALVACIÓN DE PECAR

Quisiera decir unas cuantas palabras sencillas a los que comprenden la idea de la justificación por la fe en Cristo Jesús, pero cuya dificultad consiste en no poder dejar de pecar. No es posible que nos sintamos felices, descansados y espiritualmente sanos hasta que llegamos a ser santificados. Es preciso que seamos librados del dominio del pecado. Pero, ¿cómo se realiza esto? Es este un asunto de vida o muerte para muchos. La naturaleza vieja es muy fuerte y la han procurado refrenar y domar; pero no quiere ceder, y aunque deseosos de mejorarse, se hallan peor que antes. El corazón es tan duro, la voluntad tan rebelde, la pasión tan ardiente, los pensamientos tan ligeros, la imaginación tan indomable, los deseos tan incultos que el hombre despierto siente que lleva en su interior una cueva de bestias salvajes que acabarán por devorarle antes que él logre ejercer dominio sobre ellas. Respecto a nuestra naturaleza caída podemos decir nosotros lo que dijo el Señor a Job, del monstruo marino: «¿Jugarás tu con él como con un pájaro, o lo atarás para tus niñas?» (Job.41:5). Más fácil seria para el hombre poder detener con la mano el viento que refrenar por su propia fuerza los poderes tempestuosos que moran en su naturaleza caída. Esta es una empresa mayor que cualquiera de las fabulosas de Hércules; aquí se necesita a Dios, el Todopoderoso.

«Yo podría creer que Jesús me perdonara el pecado,» dice alguien, pero lo que me molesta es que vuelvo a pecar y que existen inclinaciones terribles al mal en mi ser. Tan cierto como la piedra arrojada al aire, pronto vuelve a caer, así yo; aunque por la predicación poderosa sea elevado al cielo, vuelvo a caer de nuevo en mi estado de insensibilidad. Fácilmente quedo encantado por los ojos de basilisco del pecado permaneciendo bajo el encanto, solo la providencia me hace escapar de mi propia locura.

Estimado amigo, si la salvación no se ocupara de esta parte de nuestro pecado de ruina, resultaría una cosa por demás tristemente defectuosa. Como deseamos ser perdonados, deseamos también ser purificados. La justificación sin la santificación no sería salvación de ningún modo. Tal salvación llamaría al leproso limpio, dejándole morir de lepra; perdonaría la rebelión, dejando al rebelde permanecer enemigo del soberano. Alejaría las consecuencias descuidando y sin fin. Impediría por un momento el curso del río, dejando abierta la fuente de contaminación, de modo que más o menos pronto se abriría una salida con mayor fuerza. Acuérdate que el Señor Jesús vino a quitar el pecado de tres maneras; vino a salvar de la culpa del pecado , del poder del pecado, y de la presencia del pecado. En seguida te es posible llegar a la segunda parte: el poder del pecado se puede quebrantar inmediatamente; y así estarás en el camino a la tercera parte, la salvación de la presencia del El ángel dijo del Señor. «Llamarás su nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat.1:21). Nuestro Señor Jesús vino para destruir en nosotros las obras del diablo. Lo que se dijo en el nacimiento de nuestro Señor, se declaró también en su muerte; porque al abrirse su costado, salió sangre y agua para significar la doble cura por la cual quedamos salvos de la culpa y la contaminación del pecado.

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Si no obstante te apenan el poder del pecado y las inclinaciones de tu naturaleza, como bien pude ser el caso, aquí hay para ti una promesa. Confía en ella, porque forma parte de ese pacto de gracia que está en todo ordenado y firme. Dios que no puede mentir ha declarado en el libro de Ezequiel 36:26; «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne.»

Como ves, en todo entra el Yo Divino: Yo -daré -pondré -quitaré -daré. Tal es el modo real de actuar del Rey de reyes, siempre poderoso para ejecutar al punto su soberana voluntad. Ninguna de sus palabras quedará sin cumplir.

Bien sabe el Señor que tu no puedes cambiar tu propio corazón, ni limpiar tu propia naturaleza, pero también sabe que el él es poderoso para hacer ambas cosas. Dios puede cambiar la piel del Etíope y extraer las manchas del leopardo. Oye esto, cree y admíralo, él te puede crear de nuevo, hacer que nazcas de nuevo. Esto es un milagro estar al pie de las cascadas del Niágara, y con una palabra manda a la corriente volver atrás y subir arriba el gran precipicio sobre el cual hoy se lanza con poder fantástico. Únicamente el omnipotente poder de Dios podía hacer tal milagro; sin embargo, ese no sería más que un paralelo adecuado a lo que sucedería, si se hiciera retroceder del todo el curso de la naturaleza. Para Dios todo es posible. Él es poderoso para volver atrás el curso de tus deseos, la corriente de tu vida, de modo que en lugar de bajar alejándote de Dios, tengas la tendencia de subir acercándote a Dios. Esto es en realidad lo que el Señor ha prometido hacer con todos los incluidos en el pacto, y sabemos por las Escrituras que todos los creyentes están incluidos en él. Leamos de nuevo sus palabras en Ezequiel 36:26.

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne.

Cuán maravillosa es esta promesa! Y en Cristo es «el sí» y «el amen» para la gloria de Dios por nosotros. Hagámosla nuestra, aceptándola como verdadera, apropiándonosla bien. Así se cumplirá, y en días y años venideros tendremos que cantar del cambio maravilloso que ha obrado la soberana gracia en nosotros.

Muy digno de consideración es el hecho de que, quitando el Señor el corazón de piedra, queda quitado, y cuando esto una vez sea hecho, ningún poder conocido podría jamás quitarnos ese corazón nuevo que nos da y ese espíritu recto que nos infunde. «Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Rom. 11:29), es decir, sin arrepentimiento, o cambio de parecer, de parte de Dios, no quitando lo que una vez ha dado. Permite que te renueve y quedarás renovado. Las reformas y limpiezas que emprende el hombre, pronto terminan, porque el perro vuelve a su vómito; pero cuando Dios nos da corazón nuevo, este nos queda para siempre, ni se volverá piedra otra vez. En esto debemos regocijarnos para siempre, entendiendo lo que crea Dios en su reino de gracia.

Para aclarar este asunto de un modo sencillo, ¿has oído la comparación del señor Rowland Hill, acerca del gato y el puerco? Te lo contaré al estilo propio para ilustrar las palabras gráficas del Salvador: «Os es necesario nacer otra vez» (Juan 3:17). ¿Ves ese gato? ¡Cuán limpio es! ¿Ves cómo hábilmente se lava con la lengua y las patas? De

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verdad, ofrece una vista bonita. ¿Has visto alguna vez a un puerco hacer lo mismo? ¡Claro que no! Tal cosa sería contra la naturaleza del puerco. Este prefiere revolcarse en el lodo. Enseña al puerco a lavarse, y verás cuán poco éxito tendrás. Sería mejora sanitaria, de gran valor si los puercos aprendieran limpieza y aseo. Enséñales a lavarse y limpiarse como hacen los gatos. ¡Trabajo inútil! Puedes limpiar al puerco a la fuerza, pero en seguida volverá a enlodarse, quedando tan sucio como antes. El único modo de hacer que se lave el puerco, como el gato, consiste en transformarlo en gato. Solo así, entonces se lavará y se limpiará, pero no antes.

Supongamos realizada la transformación; lo que antes era imposible o difícil, ahora es fácil, muy fácil, el puerco será de ahora en adelante capaz para entrar a la sala y dormir sobre la alfombra al lado de la chimenea. Así sucede con el impío; ni le puedes forzar a hacer lo que el hombre renovado hace de muy buena voluntad. Puedes enseñar al impío, proporcionándole buenos ejemplos, pero es incapaz de aprender el arte de la santidad, por cuanto carece de facultad y mente para ello; su naturaleza le lleva por otro camino. Cuando Dios le transforma en hombre nuevo, todo cambia de aspecto. Tan marcado es tal cambio que oí a un convertido decir «O todo el mundo ha cambiado o he cambiado yo.» La nueva naturaleza sigue en pos del bien tan naturalmente como la vieja naturaleza anda en pos del mal. ¡Cuán grande bendición es obtener esta naturaleza nueva! Únicamente el Espíritu Santo te lo puede infundir.

¿Te has fijado alguna vez en lo maravilloso del caso cuando el Señor imparte un corazón nuevo y espíritu recto al hombre perdido? Has visto, quizá una langosta que, peleándose con otra, ha perdido una pata, habiéndole crecido después una nueva. Cosa admirable es esto, pero muchísimo más maravilloso es que al hombre se le de un corazón nuevo. Esto, sí que es un milagro, un hecho que sobrepasa todo poder de la naturaleza. Allí está un árbol. Si cortas una de sus ramas, otra podrá crecer en su lugar; pero ¿puedes cambiar su naturaleza, puedes volver dulce la savia amarga, puedes hacer que el espino produzca higos? Podrás injertarle algo mejor, siendo esta la semejanza que la naturaleza nos ofrece de la obra de la gracia; pero el cambiar en absoluto la savia vital del árbol, esto sería un milagro de verdad. Tal prodigio y misterio de poder actúa en Dios en todos los que creen en Cristo Jesús.

Si te sometes a su operación Divina, el Señor transformará tu ser. Él someterá la naturaleza vieja, y te infundirá vida nueva. Confía en el Señor Jesús y él quitará de tu carne el corazón duro de piedra, dándote corazón blando como de carne. Todo lo duro será blando, todo lo vicioso, virtuoso; toda inclinación hacia abajo se elevará con fuerza viva hacia arriba. El león furioso dará lugar al cordero manso; el cuervo inmundo huirá de la paloma blanca; la serpiente engañosa quedará aplastada bajo el pie de la verdad.

Con mis propios ojos he visto tales cambios admirables del carácter moral y espiritual que no desespero de la maldad de nadie. Si no fuera indecoroso, indicaría a mujeres impuras, hoy puras como la blanca nieve, y a hombres blasfemos que actualmente alegran a todos por su conducta y devoción. Los ladrones se transforman en personas honradas, los borrachos en sobrios, los mentirosos en veraces, los burladores en personas sensatas celosas por la causa del Señor. Dondequiera que la gracia de Dios se haya manifestado, ha enseñado al hombre a renunciar a la impiedad y los deseos

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mundanos, y a vivir templado, justo y santamente en esta época mala; y estimado lector, lo mismo hará la gracia para ti.

«Yo no puedo efectuar este cambio,» me dirás. ¿Quién ha dicho que puedes? Las Escrituras que hemos citado, no hablan de lo que hará el hombre, sino de lo que hará Dios, y a él corresponde cumplir su Palabra en ti, y ciertamente lo hará.

¿Pero como se hará? ¿Para que lo quieres saber? ¿Será necesario que Dios explique su modo de actuar antes de que creas en él? Su proceder en este caso es un gran misterio, el Espíritu Santo lo lleva a cabo. El que ha hecho la promesa es el responsable de su cumplimiento, y su capacidad corresponde perfectamente al caso. Dios que promete efectuar tan asombrosa operación, lo llevará a cabo, sin duda alguna, en todos cuantos por fe reciban a Jesús, porque leemos que «a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:11).

¡Qué Dios haga que lo creas! ¡Ojalá que dieras al Señor de gracia el honor merecido de creer que él puede y quiere hacer esto en ti, por gran milagro que fuera! ¡Ojalá que creyeras que Dios no puede mentir! ¡Ojalá que confiaras en él, a fin de que te diera un corazón nuevo y un espíritu recto, ya que él es poderoso para hacerlo! ¡Que el Señor te conceda fe en sus promesas, fe en su Hijo,, fe en el Espíritu Santo, fe en él mismo! Así sea. Y a él serán dadas alabanza, honra y gloria para siempre. Amen

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LA REGENERACIÓN Y

EL ESPÍRITU SANTO

 

«Os es necesario nacer otra vez» (Juan 3:7). Esta palabra de nuestro Señor parece haber sido en el camino de muchos la espada encendida, como la que se movía de un lado a otro a la puerta del Paraíso. Han caído en la desesperación, porque este cambio está más allá de todos sus esfuerzos. El nuevo nacimiento es de arriba y, por lo tanto, no es cosa que esté en el poder humano efectuarlo. Lejos esté de mí negar o encubrir aquí una verdad que podría inspirar un consuelo falso. Admito claramente que el nuevo nacimiento es sobrenatural y que no es obra que el pecador pueda llevar a cabo por sí mismo. Sería para el lector de poca utilidad, si fuera yo bastante malo para animarle, tratando de convencerle de rechazar u olvidar lo que es una verdad indiscutible.

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Pero ¿no es digno de notarse que este mismo capítulo, en que el Señor declara que el nuevo nacimiento es de arriba y obra divina, contiene también la afirmación más poderosa que la salvación es por fe? Lee el capítulo entero, Juan 3, y detente en los primeros versículos. Es verdad que el versículo 3 dice: «Respondió Jesús, y le dijo: De cierto, de cierto, te digo que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.»

Pero luego los versículos 14 y 15 hablan como sigue: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que cree en él tenga vida eterna.» El versículo 18 repite la misma doctrina en los términos más amplios, diciendo: «El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.»

Es evidente a toda luz que estas dos afirmaciones deben estar en perfecto acuerdo, ya que salieron de los mismos labios y constan en una misma página inspirada. ¿Por qué nos creamos nosotros una dificultad donde no es posible que la haya? Si una afirmación nos asegura que para la salvación se requiere una cosa que solo Dios puede proporcionarnos, y si otra afirmación nos asegura que el Señor nos salvará mediante nuestra fe en Jesús, podemos sacar en consecuencia sin equivocación alguna que el Señor concederá a todos cuantos creen todo cuanto declara necesario para la salvación. De hecho, el Señor produce el nacimiento nuevo en todos cuantos creen en Jesús; y su fe es la manifestación más palpable de que hayan nacido de arriba.

Confiamos en Jesús, que hará lo que no somos capaces de hacer nosotros; si estuviera el asunto en nuestro poder, ¿por qué acudir a él? A nosotros nos toca creer, la parte del Señor es crear la vida nueva en nosotros. El no quiere creer por nosotros, ni debemos nosotros hacer las obras de la regeneración por él. Basta para nosotros obedecer el mandamiento creyendo; al Señor corresponde realizar el nacimiento nuevo en nosotros. El que pudo bajar hasta el extremo de morir en la cruz por nosotros, puede y quiere concedernos todas las cosas necesarias para nuestra seguridad eterna.

«Pero un cambio de corazón que salva es obra del Espíritu Santo.» Esta es una gran verdad y lejos de nosotros esté el dudarlo u olvidarlo. Pero la obra del Espíritu Santo, es una obra secreta y misteriosa, y sólo se puede conocer por los resultados. Hay misterios en nuestro nacimiento natural que sería curiosidad profana intentar penetrar; con mayor razón es tratándose de las operaciones sagradas del Espíritu de Dios. «El viento de donde quiera sopla, y oyes su sonido; más ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.» (Juan 3:8). Tanto sabemos, sin embargo, que la obra misteriosa del Espíritu Santo no puede constituir razón alguna para que rehusemos creer en Jesús, de quien este mismo Espíritu da testimonio.

Si se diera a una persona el encargo de sembrar un campo, no podría excusarse de su negligencia diciendo que no valdría la pena sembrar, a menos que Dios hiciera brotar la semilla. No quedaría justificada su negligencia de no labrar la tierra por la razón de que la energía secreta de Dios tan solo puede producir una cosecha. Nadie queda impedido o parado en las tareas ordinarias de la vida por la razón de que «si el Señor no edificaré la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Salmo 127:1). Es cierto que quien cree en

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Jesús, jamás hallará que el Espíritu Santo se niegue a actuar en él; el hecho es que su fe es prueba de que el Espíritu ya está actuando en su corazón.

Dios actúa providencialmente, pero no queda inactiva por eso la humanidad. No se podrían mover los hombres sin el poder divino, concediéndoles vida y fuerza, y no obstante proceden en sus tareas sin pensar, recibiendo fuerza de día en día de parte de Aquel en cuyas manos está su aliento y todos sus caminos. Así sucede en la condición espiritual. Nos arrepentimos y creemos, aunque no podríamos hacer lo uno ni lo otro, si el Señor no nos capacitara para ello. Volvemos la espalda al pecado confiando en Jesús, y luego percibimos que el Señor ha actuado en nosotros tanto el querer como el hacer, según su beneplácito. Inútilmente pretendemos que en este asunto haya dificultad.

Algunas verdades que es difícil explicar por palabra, son muy sencillas en la experiencia. No hay contradicción entre la verdad que el pecador cree y que su fe es obra del Espíritu Santo. Sólo la insensatez puede llevar al hombre a atascarse en misterios respecto a cosas sencillas, cuando se hallan en peligro sus almas. Nadie rehusaría entrar en un bote salvavidas por no conocer el peso, preciso de los cuerpos; ni el hambriento rehusaría comer por no conocer todo el proceso de la nutrición. Si tú, no quieres creer hasta que comprendas todos los misterios, nunca te salvarás; y si permites dificultades de invención propia te impidan aceptar el perdón mediante la fe en tu Señor y Salvador, perecerás por una condenación bien merecida. No cometas suicidio espiritual entregándote apasionadamente a la discusión de sutilezas metafísicas.

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MI REDENTOR VIVE

 

He hablado continuamente acerca del Cristo crucificado, quien es la gran esperanza del culpable; pero es sabio que nos acordemos de que nuestro Señor resucitó de entre los muertos y vive eternamente.

No se te pide que creas en un Cristo muerto, sino en un Redentor que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Así es que puedes acudir a Jesús en seguida como a un amigo vivo y presente. No se trata de un simple recuerdo, sino de una persona continuamente existente quién desea oír tus oraciones y contestarlas. Él vive a propósito para continuar la obra, por la cual sacrificó su vida. Está intercediendo por los pecadores a la diestra del Padre, y por lo mismo es poderoso «para salvar eternamente a los que por él se acercan a Dios» (Heb. 9:25). Acude a él y entrégate a este Salvador vivo, si antes no lo has hecho.

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Este Jesús vivo está ensalzado hasta la eminencia de gloria y poder. Hoy no sufre como «el humillado ante sus enemigos,» no sufre trabajos como «el hijo del carpintero,» sino que está elevado muy por encima de los principados y las potencias y todo nombre. El Padre le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra y está ejecutando este encargo glorioso, llevando a cabo su obra de gracia. Escucha bien lo que Pedro y los otros apóstoles testifican acerca de él ante el sumo sacerdote y todo el concilio:

El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados (Hech. 5:30,31).

La gloria que rodea al Señor ascendido debiera inspirar esperanza en todo corazón creyente. Jesús no es persona de categoría oscura; es un Salvador grande y glorioso. Es el Redentor ensalzado por Príncipe coronado como tal. La gracia soberana sobre la vida y la muerte se le ha confiado; el Padre ha puesto a todos los hombres bajo el gobierno mediador de su Hijo, así que puede dar vida a quien quiera. El abre y nadie cierra. El alma sujeta por las cuerdas del pecado y de la condenación puede quedar libre inmediatamente por el poder de su palabra. Extiende su cetro real, y cualquiera que lo toque, vivirá.

Providencia para nosotros que como vive el pecado, y vive la carne y vive el diablo, vive también Jesús; y por esta misma también cualquiera que fuese el poder de esos para arruinarnos, infinitamente mayor es el poder de Jesús para salvarnos.

Toda su glorificación y habilidad están actuando a nuestro favor. Se le ha «ensalzado para ser» y ensalzado «para dar». Ha sido ensalzado para ser Príncipe y Salvador y para dar todo lo necesario para llevar a cabo la salvación de todos cuantos entren bajo su gobierno. Nada tiene Jesús que no esté dispuesto a usar para la salvación de los pecadores y nada es que no esté dispuesto a desplegar en la dispensación abundante de su gracia. Cooperan a una su función de Príncipe y su función de Salvador, como si no quisiera ejercer la una sin la otra; y manifiesta su glorificación como teniendo por objeto producir bendiciones para la humanidad como si esto fuera la flor y corona de su gloria. ¿Puede haber algo mejor combinado para infundir esperanza en los pecadores arrepentidos que empiezan a dirigir su mirada hacia Cristo Jesús?

Muy grande fue la humillación que sufrió Jesús, y por lo mismo hubo lugar para su ensalzamiento. Por esa humillación cumplió toda la voluntad del Padre, y por tanto recibió la recompensa de ser elevado a la gloria. Esta glorificación la usa para bien de su pueblo. Levante el lector su mirada hacia esas elevaciones de gloria, de donde debe esperar ayuda. Contempla las glorias celestes de tu Príncipe y Salvador. ¿No es esta la mayor esperanza para los hombres que «el Hijo del hombre» ocupa el trono del universo? ¿No es glorioso de verdad, que el Señor de todo es el Salvador de los pecadores? Tenemos un amigo en el tribunal, sí, un amigo sobre el trono. Pondrá este toda su influencia a favor de los que entreguen sus asuntos en sus manos. Bien dice uno de nuestros himnos:

Para siempre vive ensalzado

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Ante el trono Príncipe y Salvador,

Cristo, quien es hoy mi abogado,

¿Cómo puede para mí haber temor?

Ven, amigo, y entrega tu causa en esas manos, una vez con llagas, pero hoy adornadas con las insignias del poder real y soberano. Jamás se perdió causa alguna confiada a tan poderoso Abogado.

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SIN ARREPENTIMIENTO,

SIN PERDÓN

 

Resulta claro en el libro de los Hechos 5:30,31, que el arrepentimiento acompaña al perdón. Leemos en el versículo 31, que Jesús fue ensalzado para dar «arrepentimiento y perdón de pecados.» Estas dos bendiciones se desprenden de las manos sagradas una vez clavadas al madero, de las manos de Aquel que ahora está en la gloria. Arrepentimiento y perdón están entrelazados por el propósito eterno de Dios. Lo que Dios ha juntado, no lo separe el hombre.

El arrepentimiento debe ser compañero del perdón, y verás que así es, pensando un poco sobre el caso. No es posible que se conceda el perdón a un pecador no arrepentido. Tal cosa le aprobaría sus malos caminos y le haría pensar poco en la culpa del pecado. Si el Señor dijera: «Tu amas el pecado, vives en él y vas de mal en peor, pero no importa, yo te perdono,» esto equivaldría a la proclamación de una infame libertad de pecar. Equivaldría a poner en duda los fundamentos de todo orden social, resultando de ello el desorden moral. No podría yo explicar los escándalos innumerables que resultarían ineludiblemente, si se pudieran separar el arrepentimiento y el perdón quitándose el pecado mientras que el pecador lo amara como siempre.

Es del todo natural que si creemos en La Santidad de Dios, es positivo que si continuamos en el pecado no queriendo arrepentirnos del mismo, no podemos esperar que Dios nos perdone, pero si, recogeremos las consecuencias de nuestra terquedad. Según la bondad infinita de Dios se nos promete que, si abandonamos nuestro pecado confesándolo, aceptando por fe la gracia que esta en Cristo Jesús, Dios «es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1Juan 1:9). Pero mientras tanto que Dios viva, no puede haber promesa de misericordia para los que

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continúan en sus malos caminos negándose a reconocer sus transgresiones. Ciertamente no hay rebelde que pueda esperar que su Rey le perdone mientras que prosiga en rebeldía manifiesta. Nadie puede ser tan loco que se imagine que el Juez de toda la tierra borre nuestros pecados, si rehusamos arrepentirnos y confesarlos nosotros mismos.

Además, esto es así a causa de la Perfección de la Misericordia Divina. Una misericordia que perdona el pecado, dejando al pecador viviendo en el pecado, sería insuficiente y superficial, en verdad. Sería una misericordia deforme. ¿Cuál de los dos privilegios piensas que es el mayor: borrar la culpa del pecado o librar del poder del pecado? No trataré de pesar en una balanza dos misericordias sin igual. Ninguna de ellas nos alcanzaría sino mediante la sangre preciosa de Cristo. Pero me parece que la salvación del poder del pecado, al ser santificado, al ser hecho semejante a Dios, debe considerarse la mayor de las dos, si alguna comparación tuviéramos que hacer. Favor incalculable es el perdón.

En el Salmo 103:3; hacemos esta, la nota primera: «Él es quien perdona todas tus iniquidades.» Pero si pudiéramos alcanzar el perdón, y luego tener permiso de amar el pecado, practicar la iniquidad y revolcarnos en el fango de los vicios, ¿para que nos serviría tal perdón? ¿No resultaría un dulce venenoso que del modo más eficaz nos arruinaría? El ser lavado y, sin embargo, quedar en el fango; el ser declarado limpio y, no obstante, llevar la lepra blanca en la frente, sería la burla más pesada que se hiciera de la misericordia, ¿Para que serviría sacar el cadáver del sepulcro, sin poder devolverle la vida? ¿Para que llevarlo a la luz, sino puede ya mirarla?

Nosotros damos gracias a Dios, porque Aquel que perdona nuestras iniquidades, también sana nuestras dolencias. El que nos limpia de las manchas del pecado, nos salva de los caminos sucios del presente y nos guarda de caer en el porvenir. Es preciso que recibamos agradecidos tanto la palabra del arrepentimiento como la de la remisión del pecado. Son dos cosas inseparables. La heredad del pacto es una e indivisible y no se divide en partes. Dividir la obra de la gracia, sería partir una criatura por la mitad, y quien tal permitiera, demostraría que no tiene interés alguno en el asunto.

Pregunto a los que buscan al Señor, ¿Estarías contento con que Dios te perdonara tus pecados, dejándote luego vivir como un malvado y mundano como antes? Ciertamente que no; el espíritu vivificado tiene más miedo del pecado mismo que de los castigos que resultan del mismo. El grito de tu corazón no es: ¿Quién me librará del castigo? Sino «¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?» (Rom. 7:24). ¿Quién me hará capaz de vencer la tentación y ser santo como Dios es santo? Ya que la unidad del arrepentimiento y el perdón concuerdan con el deseo realizado por la gracia, y ya que es necesaria esa unidad para la perfección de la salvación, como a causa de la santidad, descansa seguro de que permanecerá esa unidad.

El arrepentimiento y la remisión del pecado son inseparables en la experiencia de todos los creyentes. Jamás hubo persona que de verdad se arrepintiera de sus pecados, confesándolos a Dios en el nombre de Jesús, que Dios no perdonara; por otra parte, jamás hubo persona que Dios perdonara sin arrepentimiento del pecado. No vacilo en afirmar que bajo las bóvedas del cielo jamás hubo, ni hay, ni habrá caso de pecado

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limpiado, a no ser que al mismo tiempo hubiera arrepentimiento y fe en Cristo Jesús. El odio al pecado y el sentimiento de perdón entran juntos en el alma y permanecen juntos mientras vivamos.

Estas dos cosas actúan mutuamente. El hombre arrepentido es perdonado, y el perdonado se arrepiente más profundamente después de perdonado. Así es que podemos decir que el arrepentimiento conduce al perdón y el perdón al arrepentimiento.

«La ley y los terrores,» dice el poeta, sólo endurecen al hombre, mientras actúan a solas; pero un sentimiento de perdón, adquirido mediante la sangre ablanda el corazón de piedra.»

Convencidos del perdón, aborrecemos la iniquidad. Y supongo que cuando la fe se haya aumentado hasta la seguridad plena, de modo que estemos muy seguros sin sombra de duda que la sangre de Jesús nos ha emblanquecido más que la nieve, entonces el arrepentimiento ha llegado a la perfección.

La capacidad de arrepentirse crece a la medida de que la fe crece. No haya equivocación en este caso, el arrepentimiento no es cosa de días o semanas, como la penitencia impuesta, que se desea terminar cuanto antes. No, se trata de una gracia para la vida entera como la fe misma. Los hijos de Dios se arrepienten, así los jóvenes y los ancianos.

El arrepentimiento y la fe son compañeros inseparables. Mientras tanto que andamos por fe estamos en condición de arrepentirnos. No es verdadero el arrepentimiento que no venga de la fe en Jesús, y nos es verdadera la fe en Jesús que no capacita para el arrepentimiento. La fe y el arrepentimiento, como los gemelos siameses, viven unidos. A medida que creemos en el amor perdonador de Jesús, podemos arrepentirnos. Y a medida que nos arrepentimos del pecado y odiamos el mal, nos regocijamos en la plenitud del perdón que Jesús ha sido ensalzado para conceder al necesitado. No podrás jamás apreciar el perdón, si no te sientes arrepentido; y tampoco eres capaz de arrepentimiento más profundo antes de haber sido perdonado. Sorprendente puede parecer, pero es cierto, que la amargura del arrepentimiento y la dulzura del perdón, se mezclan en el olor suave de toda vida de gracia, resultando en dicha sin par.

Estos dos regalos del pacto, constituyen la seguridad mutua la una de la otra. Si se que me arrepiento, se también que Dios me ha perdonado. ¿Cómo sabré que me ha perdonado sino conociendo también que me ha librado de mis malos caminos? El ser creyente, es ser arrepentido. La fe y el arrepentimiento son dos rayos de la misma rueda, dos mangos del mismo arado. Se ha dicho bien que el arrepentimiento es el corazón quebrantado a causa del pecado y separado del pecado. De igual forma bien se puede decir que es un cambio y complemento. Es un cambio de mente de la clase más radical y profunda, acompañado de dolor a causa del pecado cometido en el pasado, y del compromiso de transformación para el futuro. Dejar el mal que antes yo amaba; amar el bien que antes odiaba, demuestra así la sinceridad del dolor.

Siendo esto un hecho positivo, podemos estar seguros del perdón, porque el Señor nunca lleva el corazón al quebranto a causa del pecado, separándolo del mismo, sin

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perdonarlo. Por otra parte, si disfrutamos el perdón mediante la sangre de Jesús, siendo justificados por la fe y teniendo paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo, sabemos que nuestro arrepentimiento y nuestra fe son de la clase legítima.

No considera tu arrepentimiento cual mérito que le proporciona el perdón, ni esperes capacidad natural para arrepentirte hasta que veas la gracia de nuestro Señor Jesús y su prontitud de borrar tus pecados. Guarda estas cosas cada una en su lugar y contémplalas en la relación que tienen la una con la otra. Son como el Jaquín y Boaz (1Rey. 7:21), en la experiencia de la salvación; quiero decir que se pueden comparar a las altas columnas del templo de Salomón, colocadas al frente de la casa del Señor, formando una entrada majestuosa al lugar santo. Nadie viene del modo debido a Dios, a no ser que pase entre las columnas del arrepentimiento y de la remisión. El arco iris del pacto de gracia ha sido desplegado en toda su hermosura sobre tu corazón, cuando sobre las lágrimas del arrepentimiento haya brillado la luz del pleno perdón. El arrepentimiento del pecado y la fe en el perdón de parte de Dios son el tema y argumento de la verdadera conversión. Por estas señales conocerás «un verdadero israelita.»

Volvamos al texto que estamos meditando; tanto el arrepentimiento como el perdón brotan de la misma fuente, siendo dones del mismo Salvador. El Señor Jesús desde su gloria concede las dos cosas a las mismas personas. No debes buscar la fuente del arrepentimiento, ni del perdón, en otro punto. Ambas cosas están listas y el Señor está preparado para concederlas gratuitamente ahora mismo a toda persona que de su mano las quiera recibir. No debe olvidarse nunca que Jesús da todo lo necesario para la salvación. De la mayor importancia es que todos cuantos buscan la salvación comprendan esto. La fe es tanto un regalo de Dios como el objeto en que la fe se funda. El arrepentimiento es tan manifiesto obra de la gracia como la expiación por la cual se borra el pecado. La salvación es obra de la gracia sola desde el principio hasta el fin.

No me comprendas mal aquí. Por supuesto, no es el Espíritu Santo el que se arrepiente. Nada ha hecho de lo que se deba arrepentir. Y si pudiera arrepentirse, de nada nos valdría; es preciso que nos arrepintamos cada uno de nosotros de nuestro propio pecado, y si no, no quedaremos salvos del poder del pecado. NO es el Señor Jesucristo quien se arrepiente. ¿De que se arrepentiría? Nosotros somos los que nos debemos arrepentir con el pleno conocimiento de toda facultad de nuestra mente. La voluntad, las afecciones, las emociones, todo coopera cordialmente en el acto bendito del arrepentimiento del pecado; y no obstante detrás de todo lo que sea acto personal nuestro, está una influencia santa actuando en secreto, ablandando nuestro corazón, causando arrepentimiento y produciendo un cambio completo. El Espíritu de Dios nos ilumina para que veamos lo que es el pecado haciéndolo repugnante a la vista. Además, el Espíritu de Dios nos vuelve a la santidad, haciéndonos apreciarla de corazón, amarla, desearla, y así nos comunica un impulso, por el cual somos llevados adelante paso a paso por el camino de la santidad. El Espíritu de Dios actúa en nosotros tanto el querer como el hacer según el beneplácito de Dios. Sometámonos a este buen Espíritu ahora mismo para que nos guíe a Jesús, quien abundantemente nos dará la doble bendición del arrepentimiento y del perdón, según las riquezas de su gracia. «Por gracia sois salvos».

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CÓMO SE DA

EL ARREPENTIMIENTO

 

Volvamos al gran texto «A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador. Para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados» (Hech. 5:31). Nuestro Señor Jesucristo ha subido para que la gracia baje. Él emplea su gloria para que propagar mejor su gracia. El Señor no ha dado un solo paso hacia arriba sino con el objeto de llevar consigo a los creyentes arriba. Ha sido ensalzado para dar arrepentimiento, lo que veremos adelante, nos recordará de unas cuantas grandes verdades.

La obra que nuestro Señor ha llevado a cabo, ha hecho el arrepentimiento posible, de utilidad y aceptable. La ley no habla de arrepentimiento, sino dice sencillamente «El alma que pecare, esa morirá» (Eze. 18:20). Si el Señor Jesús no hubiera muerto, resucitado y ascendido al Padre, ¿para que serviría tu arrepentimiento o el mío? Podríamos sentir remordimiento de conciencia con todos sus horrores, pero no el verdadero arrepentimiento con sus esperanzas. Arrepentimiento en sentido de sentimiento natural es un deber común que no merece alabanza; en verdad, es un sentimiento tan comúnmente mezclado con temor egoísta al castigo que su mejor aprecio es de poco valor. Si no hubiera intervenido Jesús, acumulando una riqueza de mérito, nuestras lágrimas de arrepentimiento no valdrían más que otras tantas gotas de agua derramada en tierra.. Se haya ensalzado Jesús para que en virtud de su intercesión tenga valor ante Dios nuestro arrepentimiento. En este sentido nos da arrepentimiento, puesto que pone el arrepentimiento en condición aceptable, lo que de otro modo no sería.

Cuando Jesús fue ensalzado, fue derramado el Espíritu de Dios para producir en nosotros todo don de gracia necesario. El Espíritu Santo crea en nosotros el arrepentimiento renovándonos de un modo sobrenatural quitando el corazón de piedra de nuestra carne. No te sientes apretándote los ojos para sacarte algunas lágrimas imposibles; el arrepentimiento no sale de una naturaleza rebelde, sino de la gracia libre y soberana. No entres en tu recámara pegándote en el pecho para producir en un corazón de piedra sentimientos que no existen en él. En cambio, acude en espíritu al Calvario y contempla la pasión y muerte de Jesús. Mira arriba de donde viene tu socorro. El Espíritu Santo ha venido expresamente para hacer sombra a los espíritus de los hombres y engendrar en ellos el arrepentimiento como antes se movía sobre la tierra desordenada para producir orden. Eleva tu ruego a él. «Bendito Espíritu de Dios, apodérate de mí.

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Hazme sencillo y humilde de corazón para que odie el pecado y sinceramente me arrepienta del mismo.» Y él oirá tu clamor y te responderá.

Acuérdate también de que cuando el Señor Jesús fue ensalzado, no solamente nos dio el arrepentimiento enviando al Espíritu Santo, sino consagrando todas las obras de la naturaleza y la providencia para el gran fin de nuestra salvación, providencialmente cualquiera de ellas puede llamarnos al arrepentimiento, ya sea que cante, como el gallo que oyó Pedro, o retumbe, como el terremoto que espantó al carcelero de Filipos. Desde la diestra de Dios, nuestro Señor Jesús gobierna las cosas de la tierra haciéndolas cooperar para la salvación de sus redimidos. Se vale tanto de lo amargo como de lo dulce, de las penas como de las alegrías para producir en los pecadores algún cambio de mente hacia Dios. Se agradecido por algún acto de la providencia que te ha hecho pobre, enfermo o afligido; porque mediante tales cosas Jesús actúa en tu vida llamándote hacia sí mismo. La misericordia del Señor frecuentemente viene cabalgando hacia nuestra puerta sobre el jinete negro de la aflicción. Jesús se vale de toda la capacidad de nuestra experiencia para separarnos del mundo y atraernos al cielo. Cristo ha sido ensalzado hasta el trono del cielo y de la tierra para que mediante los procedimientos de la providencia someta todos los corazones endurecidos hasta sentir el bendito quebranto del arrepentimiento.

Además, ahora mismo está actuando por sus juicios en el escenario de las conciencias por su Libro inspirado (La Biblia), mediante nosotros que hablamos según el Libro y por las oraciones de los amigos y de los corazones sinceros. Él te puede enviar una palabra que hiera tu corazón de piedra, como la vara de Moisés, y haga brotar ríos de arrepentimiento. Él puede llevar a tu mente algún texto de las Sagradas Escrituras que quebrante tu corazón y te cautive en un momento. Misteriosamente puede ablandarte y, cuando menos pienses, causar que un sentimiento de santidad invada tu alma. Puedes estar seguro de eso, que Aquel que ha entrado en la gloria, ensalzado hasta el esplendor y majestad de Dios, tiene abundancia de medios para efectuar arrepentimiento en los que tendrán perdón. En este mismo momento está esperando darte arrepentimiento. Recíbelo inmediatamente.

Fíjate en el hecho, para consuelo tuyo. Que el Señor Jesucristo da este arrepentimiento a los menos dignos de la humanidad. Fue ensalzado para dar arrepentimiento a Israel. ¡A Israel! En los días que habló el apóstol así, era Israel la nación que más había pecado contra la luz y contra el amor, coronando su obra de infamia por la crucifixión del Señor, atreviéndose a decir. «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» (Mat. 27:25). Cierto, estos israelitas eran los asesinos de Jesús; y no obstante fue ensalzado para darles el arrepentimiento. ¡Qué maravilla de gracia! Escucha pues; si tu has sido criado a la luz cristiana más resplandeciente y a pesar de ello lo has rechazado, hay todavía esperanzas para ti. Aun cuando hayas pecado contra la conciencia, contra el Espíritu Santo, contra el amor de Jesús, todavía hay lugar para el arrepentimiento. Aunque te hallaras endurecido como Israel incrédulo de antaño, todavía es posible tu ablandamiento, ya que Jesús se haya ensalzado para dar arrepentimiento a los que llegaron al colmo de la iniquidad, agravando de un modo especial su pecado. ¡Dichoso quien, como yo, tiene un evangelio tan pleno para proclamar! ¡Dichoso tú que tienes el privilegio de escucharlo!

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Los corazones de Israel se habían endurecido como una roca de pedernal. Martín Lutero creía imposible la conversión de un judío. Sin estar de acuerdo con él, es preciso admitir que la simiente de Israel ha sido terriblemente terca rechazando al Señor todos estos siglos pasados. Con verdad dijo el Señor: «Israel no me quiso a mi» (Salmo 81:11). Jesús «vino a los suyo, y los suyos no le recibieron» (Juan 1:11). No obstante, para bien de Israel fue nuestro Señor Jesús ensalzado para dar arrepentimiento y remisión de pecados. El lector es probablemente gentil; pero a pesar de ello puedes tener un corazón muy terco que por muchos años ha resistido al Señor Jesús. Y, no obstante, en ti puede nuestro Señor efectuar el arrepentimiento. Bien puede ser que todavía tendrás que escribir, afligido por el amor divino, como el autor de la interesante obra, Libro de cada día, quien en cierta época de su vida era un incrédulo obstinado. Vencido por la gracia soberana escribió:

El corazón más altanero

Has quebrantado, Dios, en mí;

El yo más terco y más fiero

Has bien domado para ti.

Tu voluntad cual mía quede:

Tu ley, la regla de mi ser;

Mi corazón, tu Santa sede,

Mi lucha, siempre obedecer.

El Señor puede dar arrepentimiento al menos digno, volviendo en ovejas a los leones, en palomas a los cuervos. Volvamos a él para que cambio tan grande se opere en nosotros. Sin duda alguna la contemplación de la muerte de Cristo es uno de los modos más seguros y efectivos para alcanzar el arrepentimiento. No te sientes, procurando el arrepentimiento de la fuente seca y corrompida de la naturaleza. Suponer que tu puedes por fuerza colocar tu alma en ese estado de gracia, es contrario a las leyes de la mente humana. Lleva tu corazón en oración al que lo comprende, diciendo: «Límpialo, Señor. Señor renuévalo. Señor realiza tu el arrepentimiento en él.» Cuanto más procures tu mismo producir emociones de arrepentimiento en ti mismo, tanto más fracasarás; pero si con fe piensas en Jesús que muere por ti, nacerá en ti el arrepentimiento. Medita pues, en el Señor que de puro amor derrama la sangre de su corazón por ti. Fija la vista de tu mente en la agonía y sudor de sangre, en la cruz y pasión; y al hacerlo así el afligido de tanto dolor te mirará a ti y mediante esa mirada hará para contigo lo que hizo con Pedro, de modo que tu también salgas para llorar amargamente. El que murió por ti puede hacer que tu mueras al pecado mediante su Espíritu de gracia; y el que ha entrado en la gloria para tu bien, puede conducir tu alma en pos de sí, hacia la santidad, dejando atrás el pecado.

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Estaré contento de dejarte este pensamiento; no busques fuego debajo del hielo, ni esperes hallar arrepentimiento en tu corazón natural. Miro al Vivo para hallar la vida. Mira a Jesús por todo cuanto necesites entre la puerta del infierno y la puerta de cielo. No busques en otra parte algo de lo que Jesús desea concederte, acuérdate de que Cristo es todo.

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EL TEMOR DE CAER

 

Cierto temor se apodera a veces, de muchos que buscan la salvación: temen que no podrán perseverar hasta el fin. He oído decir, «Si yo tuviera que entregar mi alma al Señor Jesús, tal vez volvería atrás perdiéndome al fin. Antes he tenido sentimientos buenos y los he perdido. Mi bondad ha sido como la nube de la mañana y como el rocío temprano. De repente ha venido, ha durado poco, ha prometido mucho y luego ha desaparecido.»

Creo que este temor es frecuentemente el padre del hecho; y que algunos que han tenido miedo de confiar en Cristo para todo el tiempo y toda la eternidad, han fracasado, porque su fe era temporal no siendo lo suficientemente sincera para salvarles. Principiaron confiando en Jesús hasta cierto punto, pero confiaron en sí mismos respecto a la continuación y perseverancia en el camino del cielo; así es que ese comienzo fue erróneo, y resultó la cosa más natural que no tardaran en volverse atrás. Si confiamos en nosotros mismos, es cierto que no perseveraremos. Aun cuando confiamos en Jesús esperando de él buena parte de la salvación, no dejaremos de fracasar, si confiamos en nosotros mismos respecto a algo. No hay cadena más fuerte que el más débil de sus eslabones; si de Jesús esperamos todo excepto algo, fracasaremos sin remedio, porque en esa cosa tropezaremos sin duda alguna.

No me cabe duda de que el error respecto a la perseverancia de los santos ha impedido la perseverancia de muchos que un día marchaban bien. ¿Cuál fue el tropiezo? Confiaban en sí mismos respecto a su carrera, y en consecuencia fracasaron. Cuidado con revolver algo del yo, en el cemento con que edificas, porque tu mezcla quedará descompuesta y las piedras no quedarán pegadas. Si miras a Cristo respecto al principio, ten cuidado de mirar a ti mismo respecto al fin. Él es el Alfa. Mira que te sea Omega también (principio y fin). Si comienzas en el Espíritu, no esperes perfeccionarte por la carne. Empieza como piensas y continúa como empezaste, que sea el Señor el todo en todo. Pidamos que Dios el Santo Espíritu, nos de una idea clara respecto a la fuente de toda fuerza necesaria para la perseverancia y para ser guardados hasta el día de la aparición del Señor.

Aquí sigue lo que dijo Pablo sobre este asunto al escribir a los corintios:

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La Teología de la Reforma

«... nuestro Señor Jesucristo:... os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1Cor. 1:7-9).

Estas palabras admiten silenciosamente una gran necesidad al decirnos como se ha tenido en cuenta llenarla. Siempre que el Señor hace provisiones, podemos estar seguros que hay necesidad para ello, ya que el pacto de gracia no se distingue por cosas superfluas. En el palacio de Salomón se colgaron escudos de oro que nunca se usaron, pero en el arsenal de Dios no hay tales cosas. Necesitaremos por cierto, todo cuanto Dios ha provisto. Desde hoy hasta la consumación de todas las cosas será requerida toda promesa de Dios y toda provisión del pacto de gracia. La necesidad urgente del alma que cree es el fortalecimiento, la continuación, la perseverancia hasta el fin, el ser guardado para siempre. Tal es la necesidad del creyente más adelantado, porque Pablo escribía a los santos de Corinto, personas de prominencia, de las cuales podía decir: «Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús (1Cor. 1:4). Tales personas son precisamente las que sienten de verdad que diariamente necesitan gracia nueva para continuar el camino, perseverar y salir vencedoras al fin. Si no fueran santos, no tendrían necesidad de la gracia; pero por ser hombres de Dios, sienten diariamente las necesidades de la vida espiritual. La estatua de mármol no siente necesidad de alimento; pero el hombre vivo siente hambre y sed, y se alegra de que el pan y el agua no le falten, porque si le faltasen, moriría en el camino. Las necesidades personales del creyente le hacen imprescindible que diariamente acuda a la gran fuente de todo tesoro espiritual, pues ¿qué haría si no pudiera dirigirse a su Dios?

Este es el caso tratándose de los más entregados de los santos, de los de Corinto enriquecidos de todo don de conocimiento y sabiduría. Necesitaban ser confirmados hasta el fin, y a no ser así, resultarían en ruina sus dones y conocimientos. Si hablásemos lenguas humanas y angélicas, y no recibiéramos gracia nueva día en día, ¿dónde estaríamos ahora; si tuviéramos toda experiencia y fuéramos enseñados por Dios hasta comprender todo misterio, no podríamos vivir un solo día sin que la vida divina se nos comunicara desde el origen del Pacto. ¿Cómo podríamos esperar, perseverar por una hora siquiera, para no decir por una vida entera, a no ser que el Señor nos llevara adelante? El que ha empezado la buena obra en nosotros , es el único que puede perfeccionarla hasta el día de Cristo, si no resultaría en un triste fracaso.

Esta necesidad se debe en gran parte a nuestra propia condición. Algunos sufren bajo el temor de no poder perseverar en la gracia, porque conocen su carácter caprichoso. Algunas personas son por naturaleza inestables. Otras son naturalmente obstinadas y otras igualmente volubles y ligeras. Semejantes mariposas vuelan de flor en flor, visitando todas las hermosuras del jardín, sin hacerse morada fija en ninguna parte. Nunca paran en punto fijo bastante para hacer bien alguno, ni siquiera en su negocio, ni en sus estudios intelectuales. Tales personas temen con razón que diez, veinte, treinta o cuarenta años de vigilancia les resulte demasiado, tarea imposible. Vemos a gente afiliarse a una iglesia tras otra. Son todo, todo por turno, pero nada, nada duradero. Estos tales tienen doble motivo de pedir a Dios no solo que les haga firmes sino inmovibles; de otra manera no serán hallados «constantes creciendo siempre en la obra de Señor.»

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Todos aun los que no tengamos inclinación natural a la inconstancia, no podemos por menos de sentir nuestra debilidad, si somos vivificados por Cristo. Estimado lector, ¿no hallas lo suficiente en un solo día para hacerte tropezar? Tu que deseas vivir santamente, como pienso es el caso; tu que tienes un alto ideal de lo que debe ser la vida cristiana, ¿no hallas que antes de haberse limpiado la mesa después del almuerzo, ya has dado prueba de bastante torpeza para sentirte avergonzado de ti mismo? Si nos encerráramos en la celda de un ermitaño, nos acompañaría la tentación porque entre tanto que no podemos escapar de nosotros mismos, no podemos escapar de la tentación. Hay un algo dentro de nuestro corazón que nos debe mantener alertas y humillados delante de Dios. Si él no nos confirma, somos tan débiles que fácilmente tropezamos y caemos, no necesariamente vencidos por el enemigo sino por nuestro propio descuido. Señor, se tu nuestra fuerza. Nosotros somos la misma debilidad.

Además de esto, notaremos el cansancio que produce una vida larga. Al comenzar nuestra carrera espiritual subimos con alas de águila, después corremos cansados, pero en nuestros días mejores andamos sin desmayar. Nuestra marcha parece más pausada, pero es más útil y mejor sostenida. Pido a Dios que la energía de la juventud nos acompañe mientras que sea la energía del Espíritu y no simplemente el fervor de la carne altiva. El que hace tiempo anda por el camino del cielo, encuentra que por razón buena se prometió que los zapatos serían de hierro y bronce, porque el camino es áspero. El tal ha descubierto que existen Montes de Dificultad y Valles de Humildad; que existe un valle de Sombra de Muerte, y peor todavía la Feria de Vanidad, todo lo cual se debe atravesar. Si hay Montes de Delicias (y gracias a Dios que los haya), hay también Castillos de Desesperación, cuyo interior los peregrinos han visto con mucha frecuencia. Todo considerado, los que perseveran hasta el fin en el camino de la santidad, serán «objeto de admiración.»

«¡Oh mundo de maravillas, no puedo decir menos!» Los días de la vida del cristiano son como otras tantas perlas de misericordia ensartadas en el hilo de oro de la felicidad divina. En el cielo manifestaremos a los ángeles, a los principados y poderes las inescrutables riquezas de Cristo que se empleó en nosotros y que disfrutamos aquí abajo. Nos ha mantenido vivos en las garras de la muerte. Nuestra vida espiritual ha sido una llama ardiendo en medio del mar, una piedra suspendida en el aire. Será el asombro del universo el vernos pasar por la puerta de perlas sin tacha el día de nuestro Señor Jesucristo. Debemos sentirnos llenos de grata admiración por ser guardados una hora siquiera. Espero que así nos sintamos.

Si esto fuera todo, habría razón suficiente para temer pero hay mucho más. Es preciso que nos acordemos del lugar en que vivimos. Este mundo es un desierto espantoso para muchos del pueblo de Dios. Algunos de nosotros hallamos gusto especial en la providencia de Dios, pero para otros es una pena terrible. Nosotros empezamos el día con la oración a Dios y oímos el canto de alabanza frecuentemente en nuestros hogares; pero apenas se han levantado de sus rodillas por la mañana muchos de nuestros semejantes, cuando se les saluda con blasfemias. Salen al trabajo y todo el día se les aflige con vergonzosas conversaciones como al justo Lot en Sodoma. ¿Puedes andar siquiera por una ancha calle en estos días sin que sean acosados tus oídos por el lenguaje más soez? El mundo no es amigo de la gracia. Lo mejor que podemos hacer con este mundo es terminar con él cuanto antes, porque moramos en campo enemigo.

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En cada matorral se esconde algún ladrón. En cualquier parte es preciso andar con la espada desenvainada, o al menos con la espada llamada oración, constantemente a nuestro lado; porque hemos de luchar por cada pulgada del camino. No te equivoques en este punto, si quieres evitar la desilusión más amarga. ¡Oh Dios, ayúdanos y confírmanos hasta el fin! Si no ¿dónde nos detendremos?

La verdadera religión es sobrenatural en su principio, es sobrenatural en su continuación y es sobrenatural en su consumación. Es obra de Dios desde el principio hasta el fin. Hay una gran necesidad de que la mano de Dios sea extendida todavía. Esta necesidad siente mi lector ahora, de lo que se alegra; porque ahora espera del Señor la perseverancia, quien solo es poderoso para guardarnos de caída y glorificarnos en su Hijo.

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CONFIRMACIÓN

 

Deseo llamar tu atención a la seguridad que Pablo confiadamente esperaba como beneficio de todos los santos. Dice: «El cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo» (1Cor. 1:8). Esta es la clase de confirmación que ante toda otra cosa debemos desear. Como ves, presupone el texto que las personas están en lo recto, en la verdad, y propone que sean afirmadas en ello. Terrible fuera confirmar a una persona en sus caminos de pecado y error.

Pensemos en un borracho confirmado, un ladrón confirmado o un embustero confirmado. Sería cosa deplorable confirmar a una persona en su incredulidad y en su impiedad. Solamente podrán disfrutar de la confirmación divina los que ya han visto la gracia de Dios manifestada en sus vidas. Esta confirmación es obra del Espíritu santo.

El que da la fe, la fortalece y confirma; el que enciende la llama del amor divino en nosotros la preserva y aumenta; es lo que el buen Espíritu en su primera instrucción, nos hace saber con más claridad y certeza mediante enseñanza repetida. Además confirma los hechos santos volviéndolos hábitos establecidos y emociones santas, en condiciones permanentes. Por la experiencia y práctica confirma nuestra fe y nuestros propósitos. Así como nuestras alegrías y nuestras penas, nuestros éxitos como nuestros fracasos quedan santificados para el mismo fin; precisamente como el árbol queda arraigado y robusto tanto por la lluvia como por el viento tempestuoso. La mente queda instruida y por el aumento del saber acumula razones para perseverar en el buen camino. Queda consolado el corazón, y así se apega más y más a la verdad consoladora. El creyente resulta más sólido y robusto.

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No se trata aquí de un crecimiento simplemente natural, sino de una obra tan claramente del Espíritu como la conversión misma. El Señor lo concederá con toda seguridad a los que confían en él para la vida eterna. Por su operación en nuestro interior nos librará de ser «inestables,» haciéndonos firmes y arraigados. Esto es parte de la obra de la salvación, esta edificación en Cristo Jesús, haciéndonos permanecer en él. Diariamente puedes esperar esta gracia y tu esperanza no quedara defraudada. El Señor en quien confías te hará como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, tan bien guardado que ni su hoja se marchitará.

¡Que fuerza para la Iglesia es el cristiano cimentado! El es consuelo para los afligidos y apoyo para los débiles. ¿No quisieras tú ser así? Los creyentes cimentados son columnas en la casa de Dios. Estos no son llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, ni quedan confundidos por la tentación repentina. Son un gran apoyo para otros, anclas en el tiempo de dificultad en la Iglesia. Tú que estás comenzando la vida espiritual apenas puedes esperar a que llegues a ser como ellos. Pero no debes temer, pues el Señor actuará en ti como en ellos. Algún día, tú que hoy eres un niño en Cristo, serás un apoyo en la iglesia. Espera un cosa tan grande; pero espérala como don de gracia y no como salario por obra o producto de tu fatiga.

El apóstol Pablo inspirado, habla de estas personas como confirmadas hasta el fin. Esperaba Pablo que la gracia de Dios les guardara personalmente hasta el fin de su vida, o hasta la venida del Señor Jesús. En realidad esperaba que toda la iglesia de Dios en todo lugar y en todo tiempo fuera guardada hasta el fin de la dispensación, hasta la venida del Señor Jesús, como el esposo a celebrar las bodas con su esposa perfeccionada. Todos los que están en Cristo serán confirmados en él, hasta ese día glorioso. ¿No ha dicho? «Porque yo vivo también vosotros viviréis?» (Juan 14:19) También dijo: «yo les doy vida eterna; y no perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10:28). «El que ha empezado la buena obra en vosotros, la perfeccionará hasta el día de Cristo» (Fil. 1:6). La obra de la gracia en el alma no es una reforma superficial. La vida infundida en el nacimiento nuevo viene de simiente incorruptible que vive y permanece eternamente. Y las promesas de Dios a los creyentes no son de naturaleza transitoria sino abarcan para su cumplimiento toda la carrera del creyente hasta que llegue a la gloria sin fin. Somos guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para la salvación eterna. «Proseguirá el justo su camino» (Job. 17:9). No como resultado de su propio mérito o fuerza, sino como favor inmerecido «son guardados los creyentes en Cristo Jesús. « Jesús no perderá ninguna de las ovejas de su rebaño; no morirá ningún miembro de su cuerpo; no faltará ninguna joya de su tesoro cuando venga a juntarlas. La salvación por fe recibida no es cosa de meses o de años; porque nuestro Señor Jesús nos ha conseguido «salvación eterna» y lo eterno no tiene fin.

Pablo declaraba también que su esperanza respecto a los santos de Corinto es que fueran «confirmados hasta el fin sin falta.» Esta condición sin falta es una parte preciosa de la gracia de ser guardados. El ser guardado santo es más que ser guardado salvo. Es muy triste ver gente religiosa tropezar y caer de una falta en otra peor; nunca han creído en el poder de Dios para guardarles sin falta. La vida de algunos que profesan ser cristianos, consiste en una serie de tropiezos que no parece dejarles bien tendidos, pero tampoco nunca dejarlos firmes. Tal vida no viene al creyente; su vocación es andar con

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Dios, y por la fe puede llegar a perseverar firme en la santidad, lo que urge que haga. El Señor es poderoso no solo para salvarnos del infierno, sino para guardarnos de caída. No hay necesidad de ceder a la tentación. ¿No está escrito? «El pecado no se enseñoreará de vosotros» El Señor es poderoso para guardar los pies de sus santos, y lo hará si nos entregamos a él, confiados en que lo hará. No hay necesidad de manchar el vestido; por su gracia podemos ser guardados sin mancha del mundo, esto es nuestro deber, porque «sin santidad nadie verá al Señor» (Heb. 12:14).

El apóstol profetizaba prediciendo para los creyentes de Corinto, lo que debiéramos nosotros buscar, a saber que seamos guardados «irreprensibles hasta el día del Señor Jesucristo». Quiera Dios que en ese gran día nos veamos libres de toda represión, y que nadie en el universo entero se atreva a disputarnos la declaración de que somos los redimidos del Señor. Tenemos faltas y flaquezas, de las cuales nos lamentamos, pero no son de la naturaleza que demuestra que vivamos separados de Cristo, viviremos ajenos a la hipocresía, al engaño, al odio, al placer en el pecado, porque tales cosas serían acusaciones fatales. A pesar de nuestros fracasos involuntarios el Espíritu Santo puede actuar en nosotros produciendo un carácter sin falta a la vista humana, de manera que como Daniel no demos ocasión a las lenguas acusadoras, excepto en los asuntos de nuestra fe religiosa. Multitud de hombres piadosos, como también de mujeres piadosas, han dado pruebas de vida tan pura y del todo genuina que nadie les ha podido, en justicia, reprender. El Señor podrá decir de muchos creyentes como dijo a Job, al aparecer Satanás en su presencia: «¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?» (Job. 1:8). Esto es lo que debe anhelar y tener por objeto el lector, confiando que, Dios mediante, lo alcanzará. Tal es el triunfo de los santos, continuar «siguiendo al cordero por dondequiera que va» (Apoc. 14:4), manteniendo la integridad como delante del Dios viviente.

No entremos jamás en caminos torcidos, dando lugar a que blasfeme el adversario. Está escrito respecto al verdadero creyente «Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca» (1Juan 5:18). ¡Quiera Dios que así se escriba de nosotros!

Amigo que ahora empiezas a vivir la vida divina, el Señor puede comunicarte un carácter irreprensible. Aun cuando en lo pasado hayas cometido pecado grave. El Señor es poderoso para librarte del todo del poder de antiguos vicios y hábitos haciéndote un ejemplo de virtud. No solamente puede hacerte hombre moral, sino puede hacerte aborrecer todo camino de falsedad y seguir en pos de todo lo que es santo. No dudes de esto. El primero de los pecadores no necesita quedar atrás del más puro de los santos. Cree esto y según tu fe te será hecho.

¡Cuánta bienaventuranza será el hallarnos irreprensibles en el día del juicio! No cantamos en falso al prorrumpir:

Sereno miro ese día:

¡Quién me acusará?

En el Señor mi ser confía.

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¿Quién me condenará?

¡Qué bienaventuranza será disfrutar de ese valor, fundado en la redención de la maldición del pecado por la sangre del Cordero, cuando el cielo y la tierra huyan de la faz del Juez de todos! Esta bienaventuranza será el destino de todos cuantos fijen la vista de la fe exclusivamente en la gracia de Dios en Cristo Jesús y en ese poder sagrado, libren batalla continua contra todo pecado.

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¿POR QUÉ PERSEVERAN

LOS SANTOS?

 

Ya hemos visto que la esperanza que llenaba el corazón de Pablo respecto a los hermanos de Corinto, llena de consuelo a los que temen tropezar y caer en lo futuro. Pero, ¿por qué creía que los hermanos serían sostenidos hasta el fin.

Deseo que notes como especifica sus razones. Aquí están: «Fiel es Dios por el cual sois llamados a la participación de su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1Cor. 1:9).

El apóstol no dice: «Vosotros sois fieles.» La fidelidad del hombre es de poco peso, es vanidad. Tampoco dice: «Tienen ministros fieles para guiarles, y por tanto confío en que serán guardados.» No, no, Si somos guardados por el hombre, seremos mal guardados. El dice: «Dios es fiel» Si nosotros somos fieles, es porque Dios es fiel. Todo el peso de nuestra salvación debe descansar en la fidelidad de nuestro Dios del pacto. Sobre este glorioso atributo de Dios descansa todo. Nosotros somos cambiadizos como el viento, frágiles como la telaraña, inestables como el agua. No podemos depender de nuestras cualidades naturales, ni de nuestros conocimientos espirituales, pero Dios permanece Fiel. Él es fiel en su amor; no conoce variación, ni sombra de cambio. Es fiel en sus propósitos; no comienza una cosa dejándola sin terminar. Es fiel en sus relaciones como Padre, no negará a sus hijos, como amigo no faltará a su pueblo, como Creador no abandonará la obra de sus manos.. Es fiel a sus promesas, y ni una de ellas dejará de cumplir. Es fiel a su pacto que ha establecido con nosotros en Cristo Jesús, ratificándolo con la sangre de su sacrificio. Es fiel a su Hijo y no permitirá que en vano haya derramado su sangre. Es fiel para con su pueblo, al cual ha prometido vida eterna y al cual no dejará, ni abandonará.

Esta fidelidad de Dios es el fundamento y piedra angular de nuestra esperanza de perseverar hasta el fin. Los santos perseverarán en la santidad, porque Dios

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persevera en la gracia. Él persevera en bendecir, y por lo mismo los creyentes perseveran en ser bendecidos. El continúa guardando a su pueblo, y por tanto este continúa guardando sus mandamientos. Este es fundamento sólido y bueno en que descansar y concuerda perfectamente con el título de esta obra; Solamente por Gracia. Así es que la gracia inmerecida y la misericordia infinita anuncian la aurora de la salvación y resuena la misma «buena nueva» melodiosamente por todo el día de la gracia.

Ves, pues, que las únicas razones que tenemos para esperar que seamos guardados hasta el fin y hallados irreprensibles en el día de Cristo, se hallan en nuestro Dios; pero en él estas razones son de gran manera abundantes.

Consisten primero, en lo que Dios ha hecho, Hasta tal punto nos ha bendecido que le es imposible volver atrás. Pablo nos recuerda del hecho que «nos ha llamado a la participación de su Hijo Jesucristo» (1Cor. 1:9). ¿Nos ha llamado? Pues, el llamamiento no puede ser revocado; «porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Rom. 11:29). El Señor nunca se retrae de su vocación positiva de la gracia. «A los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó» (Rom. 8:30). Esta es la regla invariable en el proceder divino. Hay un llamamiento general, del cual se dice: «Muchos son llamados, y pocos escogidos» (Mat. 22:14); pero el llamamiento del cual ahora hablamos es diferente, distinguido por amor especial, solicitando la posesión de aquello a que somos llamados. En este caso el llamado se halla en la condición de la simiente de Abraham, de la cual dijo el Señor. «Te tomé de los confines de la tierra y de tierras lejanas te llamé, y te dije: mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché» (Isa. 41:9).

En lo que ha hecho el Señor vemos una razón poderosa para nuestra protección y gloria futuras, ya que nos ha llamado a la participación de su Hijo Jesucristo. Participación equivale a tener alguna parte en común con Jesucristo, y desearía que pensaras bien en el significado de esto. Si en verdad has sido llamado por la gracia divina, has entrado en comunión con el Señor Jesucristo y por esta razón en conjunto posees todas las cosas. Así que a la vista del Altísimo eres uno con él. El Señor Jesús llevó tus pecados en su cuerpo sobre el madero, hecho maldición por ti, y al mismo tiempo él ha llegado a ser tu justicia, de modo que estás justificado en él. Tú eres de Cristo, y Cristo es tuyo.

Como Adán representa a todos sus descendientes, así Jesús, a todos los que están en él. Como el marido y la esposa son uno, así Jesús es uno con todos los que se hallan unidos con él por la fe; uno por una unión espiritual legítima e inquebrantable. Más aún, los creyentes son miembros del cuerpo de Cristo, y así son uno con él por una unión de amor, viva y permanente. Dios nos ha llamado a esta participación, esta comunión, esta unión, y por este mismo hecho nos ha dado señal y garantía de ser confirmados hasta el fin. Si nos considerase Dios aparte de Cristo, resultaríamos unidades pobres, perecederos, pronto disueltos y llevados a la destrucción; pero siendo uno con Cristo somos participantes de su naturaleza y dotados de su vida inmortal. Nuestro destino está unido con el de Cristo, y entre tanto que él no quede destruido, no es posible que perezcamos nosotros.

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Medita mucho en esta participación con el Hijo de Dios, ha la cual has sido llamado; porque en ella está toda tu esperanza. Nunca podrás ser pobre mientras que Jesús sea rico, ya que eres partícipe de los suyo. ¿Qué te podrá faltar si eres copropietario con el Amo del cielo y de la tierra? Mediante tal participación te hallas por encima de toda depresión del tiempo, de los cambios futuros y del descalabro del fin de todas las cosas. El Señor te ha llamado a la participación de su Hijo Jesucristo y por este hecho y obra te ha colocado en posición infaliblemente segura.

Si eres de verdad creyente, eres uno con Jesús y por tanto puesto en seguridad. ¿No ves que esto es así? Necesariamente debes ser verdadero hasta el fin, hasta el día de su manifestación, si de cierto has sido hecho uno con él por un hecho irrevocable de Dios. Cristo y el creyente se hallan en el mismo barco; a no ser que Jesús se hunda, el creyente no se ahogará. Jesús ha admitido a sus redimidos en relación íntima consigo mismo que primero será herido, deshonrado y vencido antes de que sea dañado el más pequeño de sus rescatados. Su nombre consta en el encabezamiento del establecimiento, y hasta que pierda él su crédito, estamos asegurados contra todo temor de quiebra.

Así que, vayamos adelante, con la mayor confianza, al futuro desconocido, eternamente unidos con Jesús. Así gritaran los hombres del desierto: «¿Quién es ésta que sube del desierto, recostada sobre su amado?» (Cant. 8:5), confesaremos gustosamente que nos recostamos en Jesús y que pensamos apoyarnos en él cada vez más. Nuestro fiel Dios es una fuente rica que sobreabunda en deleites y nuestra participación con el Hijo de Dios es un río lleno de Gozo. Conociendo estas cosas gloriosas, como las conocemos, no podemos vivir desanimados; no, al contrario, exclamamos con el apóstol: «¿Quién nos separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro?» (Rom. 8:35-39).

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CONCLUSIÓN

Si el lector no me ha seguido paso a paso conforme haya leído estas páginas, lo siento en verdad. De poco valor es la lectura de un libro, a no ser que las verdades que se presentan a la mente sean comprendidas, apropiadas y llevadas a la práctica. Este se parece al que contempla los alimentos en abundancia exhibidos en el escaparate de un restaurante y queda, sin embargo, hambriento por no comer personalmente de ellos. En vano, querido amigo, nos hemos encontrado tú y yo, a no ser que hayas recibido por fe viva a Cristo Jesús, mi Señor. De mi parte hubo un deseo marcado de hacerte bien, y he hecho lo mejor que he podido para este fin. Siento no haberte podido comunicar un bien positivo, porque anhelaba con sinceridad conseguir este privilegio. Pensaba en ti al escribir estas páginas, y dejando caer la pluma, me arrodillé y pedí solemnemente a Dios por todos los que lo leyeran. Estoy seguro que gran número de lectores serán bendecidos por su lectura, aún cuando tú no quieras ser de este número.

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Pero, ¿por qué rehusarás tú mi testimonio? Si no deseas la bendición especial que yo te hubiera llevado, cuando menos hazme el favor de admitir que la culpa de tu condena final no me la cargarás a mí.. Al encontrarnos los dos ante EL GRAN TRONO BLANCO, no podrás culparme de haber usado mal la atención que bondadosamente me concediste al leer este libro. Dios es mi testigo que escribí cada renglón para tu bien eterno. En espíritu pongo ahora mi mano en la tuya y te doy un firme apretón. ¿Lo sientes? Con lágrimas en los ojos te miro, diciendo: ¿Por qué quieres morir? ¿No quieres dedicar un momento a los asuntos de tu alma? ¿Querrás perecer por puro descuido? ¡Lejos sea esto de ti! Analiza solemnemente estas cosas, poniendo fundamento firme para la eternidad. No rehuses a Jesús, su amor, su sangre, su salvación. ¿Por qué lo harías? ¿Podrás hacerlo? ¡Te ruego que no vuelvas la espalda a tu Redentor!

Si, en cambio, mi oración ha tenido contestación y tu hayas sido conducido a confiar en el Señor Jesús recibiendo del mismo la salvación por gracia, en tal caso, aférrate para siempre a esta doctrina y a este modo de vivir y proceder.

Sea Jesús tu todo en todo y permite que la gracia inmerecida sea la regla única por la cual vivas y te muevas. No hay vida mejor, como la del que vive disfrutando del favor de Dios. Recibir todo cual don gratuito, esto guarda la mente del orgullo del mérito propio y del remordimiento de las acusaciones de la conciencia desesperada. Esta vida por gracia calienta el corazón llenándolo de amor agradecido, y así produce un sentimiento en el alma infinitamente más aceptable para Dios que todo cuanto pudiera proceder de un temor de esclavo.

Los que procuran salvarse haciendo lo mejor que pueden, no saben nada del fervor ardiente, del santo celo, del gozo en Dios que nacen de la salvación gratuitamente recibida según la gracia de Dios. El espíritu de servidumbre de la salvación mediante el mérito propio o sea por el cumplimiento de los mandamientos, nada tiene de comparable con el espíritu gozoso de la adopción. Más virtud real hay en la menor emoción de la fe que en todos los esfuerzos del esclavo de la ley o en toda la maquinaria de los devotos que procuran subir al cielo por la escalera de las ceremonias. La fe es cosa espiritual, y «Dios es Espíritu» se deleita en ella por esa razón. Años enteros de rezos, de acudir a las iglesias, a los santuarios; años enteros de ritos, de ceremonias, de penitencias, pueden ser otras tantas abominaciones a la vista de nuestro Dios que es Espíritu. Pero una mirada del ojo de la verdadera fe es espiritual y por lo mismo a su agrado. «El Padre a tales adoradores busca» (Juan 4:23). Ocúpate primero del hombre interior y de la parte espiritual de la religión, y lo demás vendrá a tiempo debido.

Si eres salvo tu mismo, busca la salvación de otros. Tu propio corazón no prosperará. A no ser que esté lleno de solicitud intensa por la bendición de tus semejantes. La vida de tu alma está en la fe; su salvación está en el amor. El que no anhela llevar a otros a Jesús, nunca ha vivido encantado del amor él mismo. Entra en el trabajo, en la obra del Señor, la obra del amor. Empieza por tu propia familia. Visita después a los vecinos. Ilumina al pueblo o a la calle donde vives. Siembra la Palabra de Dios por doquier lleguen tus fuerzas.

Si los convertidos llegan a ganar a otros, ¿quién sabe qué brotará de mi pequeño libro? Ya empiezo a cantar gloria a Dios por las conversiones que producirá por su medio y

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mediante los que conduce a los pies de Cristo. Probablemente la parte principal de los resultados se verán, cuando la mano que escribe esta página se encuentre paralizada en el sepulcro.

¡Encuéntrame en el cielo! No bajes al infierno. No hay modo de volver de ese antro de miseria. ¿Por qué quieres entrar en el camino de la muerte, estando abiertas delante de ti las puertas del cielo? No rechaces el perdón gratuito, la salvación plena que Jesús concede a los que confían en él. No dudes, ni te detengas. Bastante has pensado ya; ¡a la obra de una vez! Cree en el Señor Jesús decididamente en este mismo momento. Acude al Señor sin tardar. Acuérdate, de que este asunto puede determinarse en este mismo momento. Acude al Señor sin tardar. Acuérdate, de que en este momento puede determinarse tu salvación o perdición, siendo hoy mismo tu ahora o nunca. Realícese ahora, evitando el terrible nunca. ¡Adiós! Mas no para siempre; te encargo:

 

¡Encuéntrame en el cielo!

***

FIN

 

TRATADOS SOBRE LA GRACIA DE SAN AGUSTÍN

DE LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO

CAPITULO 1

1. Ya mucho hemos hablado y escrito—cuanto el Señor quiso concedernos—, porque hay algunos que tanto ponderan y defienden la libertad, que se atreven a negar y pretenden hacer caso omiso de la divina gracia, que a Dios nos llama, que nos libra de los pecados y nos hace adquirir buenos méritos, por los que podemos llegar a la vida eterna. Pero debido a que hay otros que al defender la gracia de Dios niegan la libertad, o que cuando defienden la gracia creen negar el libre albedrío, me determiné, impulsado por la caridad, ¡oh hermano Valentín!, a dirigir este escrito a ti y a los demás que contigo sirven a Dios. Pues he tenido noticias vuestras, hermanos, por algunos de vuestra misma congregación que de ahí vinieron a verme y por los que os mando este escrito. Me cuentan que hay disensiones entre vosotros en torno a este problema. Así, pues, amadísimos, para que no os conturbe la oscuridad de esta cuestión, os advierto en primer lugar que deis muchas gracias a Dios por las cosas que entendéis; y en relación con las que todavía no penetráis, pedid al Señor que os las haga entender, pero guardando la paz y el amor entre vosotros, e insistid en esta determinación hasta que Dios os lleve a la penetración de lo que no

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entendéis. Esto lo advierte Pablo apóstol, quien, al decir que no era aún perfecto, poco después añade: Así que ¡escuchen los perfectos! Todos debemos tener este modo de pensar;6 es decir, de tal manera somos perfectos, que todavía no hemos llegado a la perfección que a nosotros compete, y a continuación añade: Y si en algo piensan de forma diferente, Dios les hará ver esto también. Cumpliendo esto, podremos llegar a lo que no entendemos, pues Dios nos revelará si algo entendemos de manera distinta, siempre que no abandonemos lo que ya nos enseñó.

CAPÍTULO II

2. Nos reveló el Señor por sus santas Escrituras que el hombre posee un libre albedrío. Cómo, pues, lo revelara, os lo recuerdo no con palabras humanas, sino divinas. Primero, porque los mismos preceptos divinos de nada servirían al hombre si no tuviera libertad para cumplirlos, y así llegar al premio prometido. Con ese fin se dieron, para que el hombre por ignorancia no se excusara. Y así, dice el Señor en el Evangelio de los Judíos: Si yo no hubiera venido ni les hubiera hablado, no serían culpables de pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado.7 ¿De qué pecado habla sino de aquel execrable que como futuro preveía cuando así hablaba, y es decir que a El le habían de matar? Porque antes de la encarnación de Jesucristo, de ningún pecado eran reos. Además, dice el Apóstol: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.8 ¿De qué excusa les dice inexcusables sino de aquella por la que la soberbia humana suele decir: «De saberlo, lo hubiera hecho; no lo hice porque lo ignoraba»; o también: «Lo haría si lo supiese; precisamente no lo hago porque lo ignoro»? Se les hace vana esta excusa cuando se les manda o el modo de no pecar se les manifiesta.

3. Pero hay hombres que del mismo Dios pretenden excusarse, a quienes dice el apóstol Santiago: Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.9 Y queriéndose excusar del mismo Dios, les responde el libro de los Proverbios de Salomón. La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego contra Jehová se irrita su corazón.10 Y el libro del Eclesiástico dice: No digas. «Mi pecado viene de Dios», que no hace El lo que detesta. Ni digas que El te empujó al pecado, pues no necesita de gente mala. El Señor aborrece toda abominación y evita que en ella

6 Fil. 3.12-16 (NVI)7 Juan 15.:228 Rom. 1:18-209 Rom. 1:18-2010 Prov. 19:3

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incurran los que le temen. Dios hizo al hombre desde el principio y le dejó en manos de su albedrío. Si tú quieres, puedes guardar sus mandamientos, y es de sabios hacer su voluntad. Ante ti puso el fuego y el agua; a lo que tú quieras tenderás la mano. Ante el

hombre están la vida y la muerte; lo que cada uno quiere, le será dado11. Bien a la luz

aparece aquí el libre albedrío de la humana voluntad.

4. ¿Qué significa el que Dios mande tan repetidas veces guardar y cumplir todos sus preceptos? ¿A qué manda, si no hay libertad? ¿Por qué es bienaventurado aquel de quien el Salmo dice sino que en la ley de Jehová está su delicia?12 ¿Por ventura no aparece manifiesto que el hombre permanece en la ley de Dios por propia voluntad? Y luego hay muchos mandatos que en cierto modo, pero expresamente, a la voluntad convienen, como No seas vencido de lo malo,13 y otros semejantes, cuales son: No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento,14 y No desprecies la dirección de tu madre,15 y No seas sabio en tu propia opinión,16 y No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová,17 y Guarda la ley y el consejo,18 y No te niegues a hacer el bien a quien es debido,19 y No intentes mal contra tu prójimo,20 y está atento a mi sabiduría, y a mi inteligencia inclina tu oído, para que guardes consejo, y tus labios conserven la ciencia. Porque los labios de la mujer extraña destilan miel,21 y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía,22 y otros innumerables que en los antiguos libros de la palabra divina, ¿qué otra cosa prueban sino el libre al-bedrío de la humana voluntad? Y también en los libros nuevos, así evangélicos como apostólicos, ¿qué se manifiesta donde se dice: No os hagáis tesoros en la tierra,23y No temáis a los que matan el cuerpo,24 y Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo,25 y lo que dice el apóstol Pablo: haga lo que quiera, no peca, que se case. Pero el que está firme en su corazón, sin tener necesidad, sino que es dueño de su propia voluntad, y ha resuelto en su corazón guardar a su hija virgen, bien hace.26? Y también: Si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré;27 y en otro lugar: velad debidamente y no pequéis;28 y también: Ahora, pues, llevad a cabo el hacerlo, para que como

11 Eclo. 15:11-1812 Sal. 1:213 Rom. 12.2114 Sal. 32:915 Prov. 1:816 Prov. 3:717 Prov. 3:1118 Prov. 3:2119 Prov. 3:2720 Prov. 3:2921 Prov. 5.1-322 Prov. 1:29-3023 Mat. 6:1924 Mat. 10:2825 Mat. 16:2426 1 Cor. 7:36,3727 1 Cor. 9:1728 1 Cor. 15.34

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estuvisteis prontos a querer, así también lo estéis en cumplir conforme a lo que tengáis.29

Y dirigiéndose a Timoteo, dice: porque cuando son impulsadas por sus deseos, se rebelan contra Cristo y quieren casarse.30; y en otro lugar: Y también todos los que quieren vivir piadosamente en cristo Jesús padecerán persecución;31 y al mismo Timoteo: No descuides el don que hay en ti.32 Y a Filemón: para que tu favor no fuese como de necesidad, sino voluntario.33 Y a los siervos también les advierte que a sus amos sirvan de buena voluntad.34 Y el apóstol Santiago: Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas35 y No murmuréis los unos de los otros.36 También San Juan en su Carta: No améis al mundo,37 y las demás expresiones de esta especie. Es decir, que cuando en los mandatos divinos «No hagas esto o aquello» o se exige la obra de la voluntad para hacer u omitir algo, bien se prueba la existencia del libre albedrío. Nadie, por consiguiente, haga a Dios responsable cuando peca, sino cúlpese a sí mismo. Ni tampoco, cuando bien obra, juzgue el obrar ajeno a su propia voluntad, porque si libremente obra, entonces existe la obra buena, entonces hay que esperar el premio de aquel de quien está escrito: Quien pagará a cada uno conforme a sus obras.38

CAPITULO III

5. Quienes, pues, conocen los preceptos divinos no tienen la excusa que suelen tener los hombres por ignorancia. Pero ni aun los que ignoran la ley de Dios se evadirán sin pena. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados.39Antójaseme que el Apóstol no pretende significar un castigo mayor para los que ignoran la ley en sus pecados que para los sabedores, pues parece peor perecer que ser juzgados; mas, dirigiéndose el Apóstol a los Gentiles y a los Judíos—porque aquellos sin ley y éstos con ella—, ¿quién se atreverá a decir que no han de perecer los Judíos que en la ley pecan, pues no creyeron en Cristo, porque de ellos se ha dicho que por la ley serán juzgados? Sin la fe de Cristo nadie puede ser libertado, y por ello serán juzgados de manera que perezcan. Porque si peor es la condición de los ignorantes que la de los conocedores de la ley, ¿cómo será verdad lo que dijo el Señor en el Evangelio: Aquel siervo que conociendo la voluntad de

29 2 Cor. 8:1130 1 Tim. 5:1131 2 Tim. 3:1232 1 Tim 4:1433 Film. 1434 Ef. 6:635 Stg. 2:136 Stg. 4:1137 1 Jn. 2:1538 Mat. 16:2739 Rom. 2:12

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su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco40? Estas palabras muestran ser más grave el pecado del sabedor que del ignorante; ni por ello conviene protegerse en las tinieblas de la ignorancia para en ellas buscar una excusa, porque una cosa es ignorar y otra haber querido ignorar. Se achaca a la voluntad cuando se dice: No quiso entender para bien obrar. Pero nadie excusa la ignorancia involuntaria hasta tal punto que diga no va a arder con fuego eterno quien no creyó precisamente porque ignoraba lo que había de creer; sino que quizá diga ha de arder menos, pues no sin causa está escrito: Derrama tu ira sobre las naciones que no te conocen; 41 y lo que dijo el Apóstol: En llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios.42 Mas para que tengamos todos la ciencia y nadie diga: «Lo ignoré», «No lo vi», «No entendí», la voluntad humana es requerida donde se dice: No seáis como el caballo o como el mulo, sin entendimiento43, siquier mala aparezca en aquellas palabras de los Proverbios: El siervo no se corrige con palabras; porque entiende mas no hace caso.44 Mas cuando el hombre dice: «No puedo obedecer, pues me vence mi concupiscencia», ya excusa por ignorancia no tiene ni defiende a Dios en su corazón, sino que conoce el mal en sí mismo y se duele; a quien, con todo, dice el Apóstol: No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.45 Y, ciertamente, a quien se dice no seas vencido, se le supone, sin duda, el árbitro de su voluntad. El querer y no querer, cosa es de propia voluntad.

CAPITULO IV

6. Pero es de temer que todos estos divinos testimonios a favor del libre albedrío y cualesquiera otros, que, por cierto, son muchísimos, se interpreten en forma de no dejar lugar ninguno al auxilio y gracia de Dios en orden a la vida piadosa y honesto peregrinar, recompensados con premio eterno, y que el hombre miserable se gloríe en sí y no en el Señor y en sí ponga la esperanza de bien vivir cuando bien vive y bien obra, o mejor así lo cree, incurriendo por ello en la maldición del profeta Jeremías, que dice: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.46 Entended, hermanos, este profético testimonio. Pues porque no dijo el profeta: «Maldito sea el hombre que pone la esperanza en sí mismo», podría parecer a alguno que fue dicho: «Maldito sea el hombre que pone la esperanza en el hombre», para que nadie confíe en otro sino en sí. Para mostrar, pues, que ni en sí ni en otro debe poner el hombre su esperanza, tras haber dicho: Maldito el varón que confía en el, añade: y pone

40 Luc. 12:47-4841 Sal. 79:642 2 Tes.1:843 Sal. 32:944 Prov. 29:1945 Rom. 12.2146 Jer. 17:5

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carne por su brazo. Brazo significa la facultad de obrar, y por carne, la humana fragilidad hemos de entender. Y así, hace apoyo de la carne de su brazo quien para bien obrar fía de su frágil y deleznable poder humano y no espera el auxilio de Dios. Y por eso añadió: y su corazón se aparta de Jehová. Tal es la moderna herejía pelagiana, que, después de haberla mucho combatido, por muy recientes exigencias ante concilios episcopales ha sido presentada. Fue ésta la razón de haberos enviado algo para que lo leyerais. Nosotros, pues, para bien obrar, no fiamos del hombre, ni hacemos apoyo de la carne de nuestro brazo, ni nuestro corazón de Dios se aparta, sino más bien al Señor decimos: Mi ayuda has sido, no me dejes, ni me desampares, Dios de mi salvación.47

7. Por tanto, carísimos, como para bien vivir y obrar con rectitud probamos el libre albedrío en el hombre por los citados testimonios de las santas Escrituras, veamos ahora cuáles abonan la gracia de Dios, sin la que nada de bueno podemos hacer. Y en primer lugar, os diré algo de vuestra misma profesión, porque no estaríais reunidos en esta sociedad viviendo en pureza si no hubieseis despreciado el placer conyugal. De aquí que al decir los discípulos al Señor, que estaba enseñando: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse, les respondió: No todos son capaces de recibir esto, sino a aquellos a quienes es dado.48 ¿No exhortaba el Apóstol a la libre voluntad de Timoteo cuando le decía: Consérvate puro49? Y en punto a esto, mostró el poder de la voluntad cuando dijo: Pero el que está firme en su corazón, sin tener necesidad, sino que es dueño de su propia voluntad, y ha resuelto en su corazón guardar a su hija virgen.50 Y, sin embargo, No todos son capaces de recibir esto, sino a aquellos a quienes es dado. Los demás, o no quieren o no llegan a realizar lo que quieren; mas aquellos a quienes es dado, quieren de tal manera, que cumplen su deseo. El que, por tanto, sea por algunos entendido esto, que no lo es por todos, gracia de Dios es y libre albedrío.

8. De la misma honestidad conyugal también dijo el Apóstol: Haga lo que quiera, no peca; que se case;51 y con todo, también esto es gracia de Dios, pues dice la Escritura: De Jehová viene la mujer prudente.52 Por eso, el Doctor de los Gentiles mostró ser gracia de Dios la honestidad conyugal, cuya virtud evita los adulterios, y la más perfecta continencia, que ninguna unión busca, recomendando ambas con sus palabras y aconsejando a los cónyuges que no se engañen; y cuando lo hubo hecho, añadió a los corintios: Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo,53 quien por cierto se abstenía de toda unión; y a seguida escribe: pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. ¿Acaso tantos preceptos divinos, para evitar las fornicaciones y adulterios, prueban otra cosa sino la libertad de albedrío? No se

47 Sal. 27:948 Mat. 19:10-1149 1 Tim. 5:2250 1 Cor. 7:3751 1 Cor. 7. 36-3752 Prov. 19.14 (VM)53 1 Cor. 7.7

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mandaría todo eso si el hombre no tuviese propia voluntad con que obedecer a Dios Y sin embargo, don suyo es, sin el que observar los preceptos de pureza no se puede. Por eso, en el libro de la Sabiduría está escrito: Conociendo que nadie puede ser casto si Dios no se lo da y que era parte de la sabiduría conocer de quién es el don.54 Mas para que estos santos mandatos de pureza no se cumplan, cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.55 Y si alguien dijera: Quiero guardar mi pureza, pero me vence mi pasión», la Escritura le respondería como antes con el libre albedrío: No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.56 Y para lograr esto, la gracia de Dios ayuda, porque si falta, nada será la ley y todo el poder del pecado, porque la concupiscencia crece y se vigoriza con la ley prohibente si el espíritu de la gracia no nos ayuda. Esto es lo que dice el mismo Apóstol de los Gentiles: El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.57 Diga, pues, el hombre: «Quiero cumplir la ley, pero la fuerza de mi concupiscencia no puede». Y cuando a su voluntad se apela y se le dice: «No te dejes vencer del mal, ¿qué te aprovechará esto, si falta la gracia auxiliadora? Es el pensamiento del Apóstol; porque habiendo escrito: el poder del pecado la ley, añadió en seguida: Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Luego la victoria sobre el pecado es don de Dios que ayuda al libre albedrío en este combate.

9. Por todo ello, dice el Maestro celestial: Velad y orad, para que no entréis en tentación.58 Por tanto, orar debe cada uno luchando contra su concupiscencia, para que no caiga en la tentación, es decir, para que ni le atraiga ni seduzca su pasión. No caerá en la tentación si con voluntad buena vence la concupiscencia mala. Mas, con todo, no basta la libre voluntad humana, a menos que la victoria sea por Dios concedida a quien ora para no caer en la tentación. ¿Qué se manifestará más patente que la gracia de Dios cuando se recibe lo que se ha suplicado? Porque si nuestro Salvador dijera: «Vigilad para no caer en la tentación», parecería sólo haber avisado a la voluntad humana; pero al añadir y orad, manifestó que Dios ayuda para no caer en la tentación. Dicho fue al libre albedrío: No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová;59 y el Señor dijo: Yo he rogado por ti, que tu fe no falte.60 Es, por consiguiente, el hombre por la gracia ayudado, para que no sin causa su voluntad sea dominada.

CAPITULO V

54 Sap. 8.2155 Stg. 1.1456 Rom. 12.2157 1 Cor. 15.56-5758 Mat. 26.4159 Prov. 3.1160 Luc. 22.32

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10. Cuando Dios dice: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros,61 parece que una de estas proposiciones pertenece a nuestra voluntad—que nos volvamos a El—; y la otra, en cambio, corresponde a la gracia—que El se vuelva a nosotros—. Y podrían los pelagianos en ellas ver su pensamiento, en cuya virtud afirman que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos. Lo que ciertamente Pelagio no se atrevió a sostener en Jerusalén de Palestina cuando fue oído por los obispos. Porque, entre otras cosas que se le reprocharon allí, fue el afirmar que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos, lo que es tan ajeno y contrario a la doctrina católica y a la gracia de Cristo, que si él no hubiese detestado tal proposición, de allí saliera excomulgado. Pero la detestó con falsía, toda vez que sus libros posteriores, en los que no defiende otra cosa, muestran que la gracia de Dios se nos da según nuestros méritos. Tales pensamientos los coligen de testimonios sagrados, como el aducido al principio de este capítulo: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, como si el mérito de nuestra conver- sión a Dios fuese la medida de la gracia, por lo que el Señor se vuelve a nosotros. Y no reparan los que tal piensan que, si nuestra conversión a Dios no fuese gracia suya, no le diríamos: Oh Dios Sebaot, haznos volver;62 y Dios, tú, convirtiéndonos a ti, nos vivificarás; y Haznos volver, Dios de nuestra salvación;63 y muchísimos otros que sería largo enumerar. Porque el venir a Cristo, ¿qué otra cosa es sino volver a El por la fe? Y con todo, dijo Jesús: Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del padre.64

11. Y también lo que está escrito en el libro segundo de las Crónicas: Jehová estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él; y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará,65 manifiesta el libre albedrío. Mas los que aseguran que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos, interpretan estos testimonios de manera que nuestro mérito lo ponen en el estar con Dios y que, según este mérito, se nos da la gracia de estar él con nosotros. De manera análoga, nuestro mérito reside en buscar a Dios, y por este mérito se nos da la gracia de encontrarle. Y lo que en el primer libro de las Crónicas se dice: Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre,66 manifiesta también el libre albedrío. Mas los pelagianos ponen el mérito del hombre en las palabras Si tú le buscas; y según este mérito, se confiere la gracia de le hallarás; y se esfuerzan cuanto pueden por probar que la gracia de Dios se nos da según nuestros méritos o, lo que es lo mismo, que la gracia no es gracia, porque a quienes gracia se da según el mérito, no se les cuenta el salario como gracia, sino como deuda,67

61 Zac. 1.362 Sal, 80.8 (BJ)63 Sal. 85:5 (BJ)64 Juan 6.6665 2 Crón. 15.266 1 Crón. 28.967 Rom. 4.4

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cual con toda claridad lo dice el Apóstol.

12. Mérito, pero malo, fue en el apóstol San Pablo el perseguir a la Iglesia, por lo que dijo: no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.68

Teniendo, pues, este mérito malo, se le devolvía bien por mal, y, en consecuencia, siguió escribiendo: Pero por la gracia de Dios soy lo que soy. Y para poner en claro el libre albedrío añadió: Y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos.69 Y exhorta a este libre albedrío en otros lugares, donde dice: Os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.70 ¿Para qué, pues, los exhorta, si al recibir la gracia de Dios perdieron la propia voluntad? Mas para que no se crea que la misma voluntad hacer puede algo de bueno, de seguida cuando dijo: Su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos, añadió: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo; es decir, no sólo yo, sino Dios conmigo, y por ello, ni la gracia de Dios sola ni él solo, sino la gracia de Dios con él. Y para que fuese llamado con voz celestial y con tan eficaz conversión a Dios volviese, sólo la gracia de Dios intervino, porque sus méritos muy grandes eran, pero malos. Finalmente, en otro lugar dice a Timoteo: Participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos.71 Y también recordando sus méritos, pero malos, dice: Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros.72 ¿Qué se debía a estos méritos malos sino el castigo? Pero volviendo el Señor bien por mal, en gracia que se nos confiere no según nuestros méritos, aconteció lo que luego cuenta: Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.

CAPÍTULO VI

13. Por estos y otros semejantes testimonios queda probado que la gracia de Dios no se nos confiere según nuestros méritos. Es más: a veces hemos visto y diariamente lo

68 1 Cor. 15.969 1 Cor. 15. 1070 2 Cor. 6.1.71 2 Tim. 1.8-972 Tito 3.3-7

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vemos que la gracia de Dios se nos da no sólo sin ningún mérito bueno, sino con muchos méritos malos por delante. Pero cuando nos es dada, ya comienzan nuestros méritos a ser buenos por su virtud; porque, si llegare a faltar, cae el hombre, no sostenido, sino precipitado por su libre albedrío. Por eso, cuando el hombre comenzare a tener méritos buenos, no debe atribuírselos a sí mismo, sino a Dios, a quien decimos en el Salmo: No me abandones, no me dejes.73 Al decir no me abandones manifiesta que, si abandonado fuera, nada bueno por sí hacer podría; por lo que dijo aquél: En mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido.74 Y juzgó ser suyo todo el bien que tanto le abundaba hasta no temer ser conmovido. Mas a fin de que entendiese de quién era aquella fortuna de la que se gloriaba, apartada nada más un poquito la gracia, y así advertido, dice: Señor, con tu favor me colocabas en una cima inexpugnable; pero escondiste tu rostro y quedé desconcertado.75 Por tanto, necesario es al hombre que por la gracia de Dios no sólo de impío sea hecho justo, cuando a cambio de sus méritos malos se le devuelven buenos, sino que cuando ya por la fe está justificado, menester es que en la gracia viva y en ella se apoye para no caer. Por eso se escribió de la Iglesia en el Cantar de los Cantares: ¿Quién es ésta que sube blanqueada, recostada sobre su amado?76 Blanqueada es la que por sí misma no puede ser blanca. ¿Y quién la ha blan-queado sino aquel que por el profeta dice: Si vuestros pecado fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos?77 Cuando, pues, fue blanqueada, nada bueno merecía. Ya blanqueada, vive bien, si de continuo se apoya en aquel que la blanqueé. Por lo cual el mismo Jesús, sobre el que blanqueada se reclina, dijo a sus discípulos: Separados de mí nada podéis hacer.78

14. Volvamos, pues, a Pablo el apóstol, que encontramos sin mérito alguno bueno y sí con muchos méritos malos. Pero, conseguido que hubo la gracia de Dios, veamos qué dice escribiendo a Timoteo cuando ya se le acercaba su pasión: Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.79 Ahora ciertamente recuerda sus méritos buenos, para tras ellos lograr la corona quien tras los méritos malos logré la gracia. Por fin, reparad en lo que sigue: Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo. ¿A quién dará la corona el justo Juez si no hubiese antes dado la gracia como padre misericordioso? Y ¿cómo había de ser esta corona de justicia si no precediera la gracia que justifica al impío? ¿Cómo se devolverían estas cosas debidas si antes no se dieran aquéllas gratuitas?

15. Mas porque los pelagianos dicen que sólo la gracia, por la que se perdonan los

73 Sal. 27.9 (BJ)74 Sal. 30.675 Sal. 30.7-8 (NBE)76 cant. 8.577 Isa. 1.1878 Juan 15.579 2 Tim. 4.6-8

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pecados, no es según nuestros méritos, pero que, en cambio, aquella gracia final, la vida eterna, se nos da por nuestros méritos, fuerza es que les contestemos. Si nuestros méritos los entendiesen de manera que vieran en ellos dones también de Dios, no habría por qué rechazar tal sentir; pero como entienden los méritos humanos de modo que el hombre por sí mismo los adquiera, con toda razón responde el Apóstol: Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?80 A quien tal piensa, con suma razón se le dice: «Dios corona sus dones y no tus méritos, si éstos por ti y no por él son méritos». Si tales son, malos son y Dios no los corona; pero si son buenos, dones son de Dios, porque como dice el apóstol Santiago: Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces.81 Por lo que Juan, el precursor del Señor, dice también: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo;82 ciertamente del cielo, de donde viene también el Espíritu Santo, porque, subiendo Jesús a las alturas, llevó cautiva la cautividad, repartió dones a los hombres. Si, por consiguiente, dones de Dios son tus buenos méritos, no corona el Señor tus méritos en cuanto méritos tuyos, sino en cuanto dones suyos.

CAPITULO VII

16. Por tanto, consideremos los méritos del apóstol San Pablo, por los que dijo había de darle una corona de justicia el justo Juez, y veamos si son suyos, es decir, por él ad-quiridos, o más bien son dones de Dios. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. En primer lugar, estas buenas obras serían nulas de no haber sido precedidas de pensamientos buenos. Reparad en lo que dice de estos pensamientos al escribir a los Corintios: No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia viene de Dios.83 Después veamos ya en particular: He peleado la buena batalla, dice. Y pregunto yo con qué fuerza combatió, si con una que de sí mismo procediera o más bien con otra que de arriba le fuera dada. Pero ni pensar que tan excelso doctor ignorase la ley de Dios, cuya voz dice en el Deuteronomio: No digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas.84 Pero, ¿de qué sirve un buen combate si no es coronado por la victoria? Y ¿quién da la victoria sino aquel de quien el mismo Apóstol dice: Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.85 Y en otro lugar, al recordar el paso de aquel salmo: Pero por causa

80 1 Cor. 4.781 Sant. 1.1782 Juan 3.2783 2 Cor. 3.584 Deut. 18.17-1885 1 Cor. 15.57

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de ti nos matan cada día; somos contados como ovejas para el matadero,86 añadió y dijo: Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Luego no por nosotros, sino por aquel que nos amó. A continuación dice: He acabado la carrera. Pero afirma aquí esto quien en otro lugar dijo: Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia,87 proposición que no puede convertirse de manera que diga: No de Dios, que tiene misericordia, sino del hombre, que quiere y que corre, porque quien se atreviere a decir tal, paladinamente contradice al Apóstol

17. Por fin dijo: He guardado la fe; y lo dijo quien en otro lugar escribió: Como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel.88 No dijo: He conseguido la misericordia porque era fiel, sino para ser fiel, probando así que la fe no puede poseerse sino por la misericordia de Dios y que es gracia suya. Lo que con todas las palabras enseña al decir: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.89 Porque podrían decir: «Recibimos la gracia precisamente porque creímos», como atribuyéndose a sí la fe y la gracia a Dios; y por ello, habiendo dicho el Apóstol: por medio de la fe, añadió: y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Y de nuevo, para que no dijeran haber tal don merecido por sus obras, escribió de seguida: no por obras para que nadie se gloríe. No porque negara o suprimiera las buenas obras cuando afirma que Dios ha de remunerar a cada uno según sus obras, sino porque las obras proceden de la fe y no la fe de las obras, y por eso nuestras obras de justicia provienen de aquel mismo de quien proviene la fe. De ésta está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.90

18. Mas los hombres, no entendiendo lo que el mismo Apóstol dijo: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley,91 creyeron ser al hombre suficiente la fe siquier malviva y no cuente con buenas obras. Lo que en manera alguna pensó San Pablo, quien al decir: Porque en cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión,92 luego anade: sino la fe que obra por el amor. Esta es la fe que separa a los fieles de los inmundos demonios, pues también éstos, como lo dice el apóstol Santiago, creen y tiemblan, pero no obran bien. No tienen, por tanto, esta fe, de la cual vive el justo y que obra por la caridad, de manera que Dios le confiere la vida eterna de acuerdo con sus obras. Y porque esas mismas obras buenas provienen de Dios igual que nuestra fe y nuestra caridad, por eso el Doctor de los Gentiles gracia llamó a la vida eterna.

86 Sal. 44.22; Rom. 8.36-3787 Rom. 9.1688 1 Cor. 7.2589 Efe. 2.8-990 Rom. 1.17; Hab. 2.491 Rom. 3.2892 Gál. 5.6

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CAPITULO VIII

l9. Y de aquí nace otro problema de no poca importancia, que, con la gracia de Dios, hemos de resolver. Si la vida eterna se da a las buenas obras, como con toda claridad lo dice la Escritura: Porque el Hijo del Hombre. . .pagará a cada uno conforme a sus obras,93 ¿cómo puede ser gracia la vida eterna, si la gracia no se da por obras, sino gratis, de acuerdo con el Apóstol: Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda?94 Y en otro lugar: Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia 95y a continuación: Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Cómo, pues, será gracia la vida eterna, si a las obras responde? ¿O es que quizá no llama gracia el Apóstol a la vida eterna? Es más: tan claramente lo dice, que es de todo punto innegable. Y no es que requiera esta cuestión un ingenio agudo. Basta sólo un oyente atento. Porque cuando dijo: Porque la paga del pecado es muerte,96 en seguida añadió: mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

20. Este problema, a mi parecer, sólo puede resolverse entendiendo que nuestras buenas obras, a las que se da la vida eterna, pertenecen también a la gracia de Dios, toda vez que nuestro Señor Jesucristo dice: Sin mí nada podéis hacer.97 Y el mismo Apóstol, al decir: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe,98 vio que los hombres podrían entender como no necesarias las obras y bastar sólo la fe, como también que los hombres podrían gloriarse por sus buenas obras, cual si a sí mismos se bastaran para realizarlas; y por eso añadió: porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. ¿Y qué significa, pues, esto, que, recomendando el Apóstol la gracia y asegurando que no proviene de las obras, para que nadie se gloríe, da luego la razón y dice: somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? ¿Cómo, pues, no por obras para que nadie se gloríe? Pero repara y entiende: no por obras como tuyas y de tu procedencia, sino como obras en las que el Señor te plasmó, es decir, te formó y creó, porque esto es lo que dice: Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, no con la creación que dio vida a los hombres, sino con aquella otra que ya supone al hombre y de que habla el Salmo: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,99 y de la cual dice el Apóstol: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas

93 Mat. 16.2794 Rom. 4.495 Rom. 11.5-696 Rom. 6.2397 Juan 15.598 Efe. 2.8-1099 Sal. 51.10

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pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios.100 Somos plasmados, es decir, somos formados y creados para buenas obras, que no preparamos nosotros, sino Dios, para que en ellas vivamos. Así, pues, carísimos, si nuestra vida buena no es más que gracia de Dios, sin duda alguna que la vida eterna, que se da a la vida buena, don es de Dios, ambas por cierto gratuitas. Pero sólo aquella que se da es gracia; mas la que se da en este caso, ya que es premio de la vida buena, es gracia que recompensa a otra gracia, como retribución por justicia, para que se cumpla, ya que es verdadero que Dios dará a cada uno según sus obras.

CAPITULO IX

2l. Acaso vuestra curiosidad os lleve a preguntar si en los libros santos se lee la frase «gracia sobre gracia». Y precisamente en el evangelio de San Juan, tan esplendente por su claridad, encontramos aquel pasaje en el que San Juan Bautista dice de nuestro Señor Jesucristo: Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.101 En consecuencia, (de su plenitud recibimos, según nuestra capacidad, nuestras porciones para bien vivir conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.102 Porque cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro;103 fe que también es gracia. Pero además recibiremos gracia sobre gracia cuando se nos dé la vida eterna, de la que dijo el Apóstol: Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro, habiendo antes dicho: Porque la paga del pecado es muerte. Con razón dice paga, porque muerte eterna se da a la milicia diabólica como paga. Y bien podría decir, y acertadamente, que el salario de la justicia es la vida eterna; mas prefirió decir: Mas la dádiva de Dios es vida eterna, para que así entendiésemos que no por nuestros meritos, sino por su misericordia, Dios nos lleva a la vida eterna. De acuerdo con esta verdad, dice el hombre a su alma: Él es . . . el que te corona de favores y misericordias (salmo 103, 4). Mas ¿acaso no se da la corona a las obras buenas? Pero como es El quien en los buenos ejecuta las buenas obras, por lo que fue escrito: Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad,104 por eso dijo el Salmista: El que te corona de favores y misericordias, pues por su misericordia obramos el bien que con corona es premiado. Y no porque diga que Dios obra en vosotros el querer y el obrar hemos de concluir a la negación del libre albedrío, porque si así fuese, no hubiera dicho poco antes: Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor.105 Cuando se manda trabajar, al libre albedrío se manda, y por ello con temor y temblor, no sea que, atribuyéndose a sí mismo las buenas obras, de ellas se

100 2 Cor. 5.17-18101 Juan 1.16102 Rom. 12.3103 1 Cor. 7.7104 Fil. 2.13105 Fil. 2.12

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enorgullezca. Viene todo a ser cual si al Apóstol se le preguntara: «¿Por qué dijiste que con temor y temblor?» El, dando la razón de tales palabras, diría: «Dios es quien obra en vosotros. Si teméis y tembláis, no os exaltaréis por vuestras buenas obras, como si vuestras fuesen, porque es Dios quien en vosotros obra».

CAPITULO X

22. Por consiguiente, hermanos, con vuestro libre albedrío debéis no hacer el mal y practicar el bien, porque esto es lo mandado por la ley de Dios en los libros santos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Ahora leamos y con la gracia del Señor entendamos al Apóstol, que dice: Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.106 Conocimiento dijo, no consumación. Al conocer el hombre el pecado, si la gracia no viene en su ayuda para evitar lo conocido, sin duda que la ley engendrará la ira, como con estas mismas palabras lo dice en otro lugar el Apóstol: Pues la ley produce ira.107 Y dijo esto porque la ira de Dios es mayor en el prevaricador, que por la ley conoce el pecado, y, sin embargo, lo comete; porque tal hombre es prevaricador de la ley, como en seguida lo dice el Apóstol: Pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Y por esto, con otro motivo escribió: Sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.108 Y queriendo que entendamos por la letra vieja la ley, ¿qué entenderemos por el espíritu nuevo sino la gracia? Y para que no se creyese que acusaba o reprendía a la ley, en seguida se propone el problema y dice: ¿Qué diremos pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera109Y añade a continuación: Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecad está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. Y escribiendo a los Gálatas: Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.110

106 Rom. 3.20107 Rom. 4.15108 Rom. 7.6109 Rom. 7.7-13110 Gál. 2.16

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CAPITULO XI

23. ¿Qué, pues, afirman esos falacísimos y más que perversos pelagianos cuando dicen que la gracia de Dios es la ley, por la que somos socorridos para no pecar? ¿Qué dicen esos miserables, que sin titubeo ninguno contradicen a tan gran Apóstol? Este dice que el pecado recibe fuerzas de la ley contra el hombre y que es muerto por el mandato, siquier santo y justo y bueno, y por el bien le causa la muerte, de la que no se libraría si el espíritu no vivificara a quien muerto fue por la letra, como con otra ocasión dice el mis-mo San Pablo: Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.111 Los indóciles pelagianos, en cambio, ciegos a la luz de Dios y sordos a su voz, dicen que la asfixiante letra vivifica, y al vivificante espíritu contradicen. Así que, hermanos—para advertiros con las mismas palabras del Apóstol—, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.112 Estas cosas os he dicho para con palabras apostólicas apartar vuestro libre albedrío del mal y recomendarle el bien. Y, sin embargo, no debéis en el hombre, es decir, en vosotros mismos, gloriaros, sino en Dios, cuando no según la carne vivís y con espíritu mortificáis las acciones de la carne. Y para que no se exaltaran —a quienes estas cosas decía—creyendo que tantas buenas obras podían hacer con su espíritu y no con el de Dios, al decir mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, añadió en seguida: Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Cuando, pues, con espíritu mortificáis las obras de la carne para vivir, glorificad a El, alabad a El, dad gracias a El, por cuyo Espíritu sois movidos a hacer esto, y así mostraréis ser hijos de Dios. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

CAPITULO XII

24. En consecuencia: cuantos con sólo la ayuda de la ley y sin el auxilio de la gracia, confiando en sí mismos, son movidos por su espíritu, no son hijos de Dios. Tales son de los que dice el Apóstol: Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios.113 Esto lo dijo de los Judíos, quienes presumiendo de sí rechazaban la gracia, y por eso en Cristo no creían. Y dice que buscaban afirmar su justicia, es decir, la justicia que procede de la ley; no porque ésta

111 2 Cor. 3.6112 Rom. 8.12-14113 Rom. 10.3

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fuese por ellos forjada, sino que afirmaban su justicia en la ley que de Dios procedía al esperar cumplir esa ley por sus propias fuerzas. Ignorando la justicia de Dios, no la justicia por la que Dios es justo, sino la justicia que el hombre tiene de Dios recibida. Y para que comprendáis bien estas dos justicias, ved lo que hablando de Jesucristo dice en otro lugar: Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es de Cristo Jesús, la justicia que es de Dios por la fe. 114

¿Por qué, pues, dice no teniendo mi propia justicia que es por la ley, siendo su justicia la de Dios y no la ley misma, sino porque suya la llama—siquier de la ley proceda—al creerse capaz de cumplir la ley sin el auxilio de la gracia, por la fe en Jesucristo? Por ello, habiendo dicho: no teniendo mi propia justicia, en seguida añadió: sino la que es de Cristo Jesús, la justicia que es de Dios por la fe. Esta es la ignorada por aquellos de quienes dice: ignorando la justicia de Dios, es decir, que de Dios procede (ésta es conferida por el espíritu, que vivifica, y no por la letra, que mata), y procurando establecer la suya propia, que el Apóstol llamó justicia de la ley al decir: no teniendo mi propia justicia, no se han sujetado a la justicia de, es decir, a la gracia de Dios. Bajo la ley vivían y no bajo la gracia, y por ello los dominaba el pecado, toda vez que de éste no es el hombre libre por la ley, sino por la gracia. Así, dice en otro lugar: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.115 No porque es mala la ley, sino porque bajo ella viven los que son hechos reos por el mandato y no por el auxilio, puesto que la gracia ayuda para que cada uno sea cumplidor de la ley, sin la cual, quien bajo la ley vive, será tan sólo de la ley oyente. A los tales dice San Pablo: De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.116

CAPITULO XIII

25. ¿Quién será tan sordo a las voces del Apóstol. quién en tan mal gusto, o, más bien, en la insania de hablar sin saber, habrá incurrido, para atreverse a decir que la ley es la gracia, cuando el que sabe lo que dice afirma: «Los que buscáis la justicia de la ley habéis perdido la gracia»? Si, pues, la ley no es la gracia, ya que para cumplir la ley no puede ésta ayudar, sino la gracia, ¿acaso la naturaleza será la gracia? Porque los pelagianos hasta esto se han atrevido a afirmar: que la gracia es la naturaleza, en la cual hemos sido creados, por cuya virtud somos racionales y entendemos y estamos hechos a la imagen de Dios y dominamos los peces del mar y las aves del cielo y los animales que vagan por la tierra. Mas no es la gracia que recomienda el Apóstol por la fe de

114 Fil. 3.7-9115 Rom. 6.14116 Gál. 5.4

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Jesucristo. La naturaleza es común a fieles e infieles, y la gracia, por la fe de Jesucristo, sólo vive en quienes late la misma fe. Porque no es de todos la fe.117 Por último, así como a los que quieren justificarse con la ley les dice con toda razón que pierden la fe: Si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo,118 de igual manera, a quienes naturaleza llaman a la gracia, que el Apóstol alaba y que debida es a la fe de Cristo, les dice: «Si por naturaleza se obtiene la justicia, en vano murió Cristo». Ya aquí la ley existía y no justificaba; ya aquí existía la naturaleza y no justificaba; por eso Cristo no murió en vano, para que se cumpliese la ley por el que dijo: No he venido para abrogar, sino para cumplir;119 y la naturaleza, por Adán perdida, fuese reparada por quien dijo: Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido,120 en quien creían había de venir los antiguos padres que a Dios amaban.

26. Dicen también—los pelagianos—que la gracia de Dios, por la fe en Cristo conferida y bien distinta de la ley y de la naturaleza, vale sólo para el perdón de los pecados pasados, no para evitar los futuros o superar las repugnancias. Mas si esto fuera cierto, al decir en la oración dominical: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores,121 no añadiríamos: Y no nos metas en tentación. Aquello lo decimos pidiendo perdón para nuestros pecados, y esto ya para evitarlos, ya para vencerlos, lo que ciertamente no pediríamos a nuestro Padre celestial si lograrlo pudiésemos con el poder de la voluntad humana. Aconsejo y con todo encarecimiento exhorto a vuestra caridad que atentamente leáis el libro que de la oración dominical escribió el bienaventurado Cipriano, y con la ayuda de Dios lo penetréis y de memoria lo aprendáis. En él veréis cómo apela a la libre voluntad de sus lectores para probar que los preceptos a cumplir en la ley es menester pedirlos en la oración. Y en vano esto se haría si la voluntad humana capaz fuese de cumplirlos sin la gracia divina.

CAPITULO XIV

27. Mas ya están convencidos, no los defensores, sino quienes tanto exaltan el libre

albedrío, que lo destruyen; ya saben que ni el conocimiento de la ley divina, ni la natura-

leza, ni la sola remisión de los pecados es la gracia que por Jesucristo, Señor nuestro, se

nos confiere, y en cuya virtud la ley se cumple, la naturaleza es libre y el pecado no impe-

ra. Convencidos de todo esto, antójaseles por todos los medios probar que la gracia de

Dios se nos da según nuestros méritos, y así dicen: «Siquier no se nos confiera según los

méritos de las buenas obras, toda vez que por la gracia las hacemos, sin embargo, se nos 117 2 Tes. 3.2118 Gál. 2.21119 Mat. 5.17120 Mat. 18.11 y Luc. 19.10121 Mat. 6.12-13

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da de acuerdo con los méritos de buena voluntad, porque abre el camino la buena

voluntad del que suplica, y ésta es precedida por la buena voluntad del que cree, para que

según estos méritos siga la gracia de Dios que oye».

28. Ya en los números 16 y 18 de este tratado dilucidé el problema de la fe, es decir, de la voluntad del creyente, probando que ésta es debida a la gracia hasta tal punto, que el Apóstol no dice: He alcanzado la misericordia porque soy fiel, sino: como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel.122 Hay otros textos, entre los que está el Piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno, 123 y el otro ya recordado: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.124 Y aquello que escribió a los Efesios: Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo;125 y también: Porque a vosotros os es concedido a causa de Cisto, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él.126 Por consiguiente, ambas cosas son gracia de Dios, y la fe de los creyentes, y la tolerancia de los pacientes, porque una y otra—dice—son merced de Dios. Y es de notar aquel otro texto: Teniendo el mismo espíritu de fe.127 No dijo: la ciencia de la fe, sino el espíritu de fe, para que entendiésemos que la fe no pedida se concede a fin de otorgar otros bienes al que ora. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?128 Luego el espíritu de la gracia engendra en nosotros la fe, y por ésta orando logramos cumplir los preceptos. Por esto de continuo el Apóstol antepone la fe a la ley, porque no podemos cumplir lo mandado sino implorando en la oración por la fe lo que hacer debemos.

29. Si la fe sólo afectase a la libre voluntad y don de Dios no fuera, ¿a qué rogar por los que no quieren creer a fin de que crean? En vano haríamos esto si no creyésemos, y con mucha razón, que Dios omnipotente puede volver a la fe aun las más perversas y contrarias voluntades. A la libre voluntad humana se le exhorta en aquellas palabras del Salmo: Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón.129 Si el Señor no pudiese librarnos de la dureza de corazón, no diría por el profeta: Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.130 Bien claro muestra el Apóstol que tales palabras del Nuevo Testamento fueron dichas: Sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.131 Lo que ciertamente no fue dicho para que carnalmente vivan quienes vivir deben espiritualmente, sino que por no sentir la piedra,

122 1 Cor. 7.25123 Rom. 12.3124 Efe. 2.8125 Efe. 6.23126 Fil. 1.29127 2 Cor. 4.13128 Rom. 10.14129 Sal. 95.8130 Eze. 36.26131 2 Cor. 3.3

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es a ella comparado un corazón duro, y a la carne sensible, en cambio, un corazón ge-neroso. Así se lee en la profecía de Ezequiel: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra. . .y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.132 ¿Podremos, pues, afirmar sin desatino que en el hombre preceder debe el mérito de la buena voluntad para que en él sea cambiado el co-razón de piedra, cuando éste significa voluntad pésima y absolutamente a Dios contraria? Donde precede la buena voluntad ya no hay corazón de piedra.

30. Y en otro lugar, también por el mismo profeta, Dios paladinamente declara que hace esto no movido por mérito alguno nuestro, sino por la gloria de su nombre. Así, en el capítulo 36,22-27, dice: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos. Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra. ¿Quién será tan ciego que no vea y tan de piedra que no se percate de que la gracia no se confiere según los meritos de la buena voluntad, cuando el mismo Señor lo atestigua al decir: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre? ¿Por qué, pues, dijo: No lo hago sino por causa de mi santo nombre, sino para que nadie creyese en la colación por los buenos méritos, cual no se avergüenzan de afirmar los pelagianos? Y no sólo que carecen totalmente de buenos méritos, sino que sus méritos malos van delante, lo demuestra al decir: por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones. ¿Quién no verá un horrendo crimen en la profanación del nombre santo de Dios? Sin embargo, por el mismo nombre mío, dice, que profanasteis, yo os haré buenos, no por vosotros. Y santificaré mi nombre grande, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas. Dice que santificará su nombre, al que antes llamó santo, lo mismo que suplicamos en la oración dominical al decir: Santificado sea tu nombre,133 para que santificado sea en los hombres lo que en sí mismo siempre y sin duda es santo. Finalmente, añade: Y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos. Siendo, por consiguiente, El santo, se santifica, sin embargo, en aquellos a quienes da su gracia, arrancándoles el corazón de piedra, por el que profanaron el nombre de Dios.132 Eze. 36.26-28133 Mat. 6.9

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CAPITULO XV

31. Pura que no se piense en la inutilidad del libre albedrío por los hombres, dícese en el Salmo: No endurezcáis vuestro corazón.134 Y por el mismo profeta Ezequiel: Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.135 Reparemos que dice: Convertíos, pues, y viviréis, a quien nosotros decimos: Haznos volver, Dios de nuestra salvación.136 Recordemos que dice: Echad de vosotros todas vuestras transgresiones. Siendo así que El es aquel que justifica al impío.137 Advertid que dice: Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo, quien en otra ocasión asegura: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros.138 ¿Cómo, pues, nos asegura que nos dará quien nos dice: Haceos? ¿Por qué nos manda, si El nos lo dará? ¿Por qué lo da, si el hombre lo ha de hacer, sino porque da lo que manda cuando ayuda a cumplir lo mandado? Siempre, por tanto, gozamos de libre voluntad; pero no siempre ésta es buena; porque o bien está exenta de justicia, si al pecado sirve, o bien está exenta de pecado, si sirve a la justicia, y entonces es buena. Mas la gracia de Dios siempre es buena y hace que tenga buena voluntad el hombre que antes la tenía mala. Por ella se logra que la misma buena voluntad que se inició aumente y crezca tanto, que llegue a poder cumplir los divinos preceptos, cuando con toda eficacia lo quiera. Refiérese a esto lo que se escribió: Si tu quieres, guardarás los mandamientos,139 para que, si alguien quisiere y no pudiere, conozca que todavía no quiere con plena eficacia. Ore, pues, a fin de lograr tanta voluntad cuanta menester es para cumplir los mandatos. Así, son todos ayudados en el cumplimiento de los preceptos, ya que vale el querer cuando podemos y vale el poder cuando queremos; porque ¿a qué serviría el querer, si no podemos, o el poder, si no queremos?

CAPITULO XVI

32. Los pelagianos creen saber algo de mucha importancia cuando dicen «que Dios no manda lo que sabe no puede cumplir el hombre». ¿Quién esto ignora? Mas precisamente por eso ordena Dios algunas cosas que no podemos cumplir, para que 134 Sal. 94.8135 Eze. 18.31-32136 Sal. 85.5 y 80.8 (BJ)137 Rom. 4.5138 Eze. 36.26139 Si 15.15 (BJ)

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sepamos lo que le debemos pedir. Es una misma la fe que por la oración implora lo que la ley manda. Finalmente, quien dijo: Si tu quieres, guardarás los mandamientos, en el mismo libro del Eclesiástico, poco después dice: ¡Quién pusiera una guarda a mi boca y un sello de circunspección a mis labios para que por ellos no cayese y no me perdiera, preservando del mal mi lengua!140 Por cierto, el mandato estaba dado: Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño.141 Si, pues, verdad es lo que dijo: Si tu quieres, guardarás los mandamientos, ¿por qué luego le interesa una guarda para su boca, como en otro salmo: Pon guarda a mi boca, oh Jehová?142 ¿Por qué no le basta el divino precepto y su voluntad, toda vez que, si quiere, puede guardar los mandatos? Muchos son los preceptos divinos contra la soberbia. Los conoce. Si quiere, podrá guardarlos. ¿Por qué, pues, dice luego: Señor, Padre y Dios de mi vida, la provocación en la mirada no me la des? La ley ya le había mandado: No codiciarás.143 Quiera y cumplirá, porque si quisiere, podrá guardar los mandatos. ¿Por qué, pues, dice luego: Aparta de mí la concupiscencia? Y contra la lujuria también Dios mandó muchas cosas; cúmplalas, porque, si quiere, puede guardar los mandatos; entonces, ¿por qué dama al Señor: No se adueñen de mí los placeres y la sensualidad?144 Si todas estas cosas y cuanto al Señor pedimos en la oración se lo dijésemos a El en presencia, con muchísima razón nos respondería: Si tu quieres, guardarás los mandamientos. Es indudable que, si queremos, podemos cumplir lo ordenado. Mas como nuestra voluntad es por Dios preparada, razón es que tanta voluntad le pidamos cuanta suficiente sea para que queriendo cumplamos. Cierto que queremos cuando queremos; pero aquél hace que queramos el bien, del que fue dicho: La voluntad es preparada por el Señor,145 y Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino,146 y Dios es el que en vosotros produce el querer.147 Sin duda que nosotros obramos cuando obramos; pero El hace que obremos al dar fuerzas eficacísimas a la voluntad, como lo dijo: Haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.148 Cuando dice: Haré que andéis, ¿qué otra cosa dice sino arrancaré de vosotros el corazón de piedra, por el que no obráis, y os daré el corazón de carne, por el que obraréis? Y esto, ¿quizá es otra cosa que os quitaré el corazón duro, que os impedía obrar, y os daré un corazón obediente, que obrar os haga? Aquel a quien dice el hombre: Pon guarda a mi boca, oh Jehová, hace que nosotros obremos, ya que esta frase equivale a decir: Haz, Señor, que yo ponga una guarda a mi boca, beneficio que ya había logrado quien dijo: Pondré un freno en mi boca.149

140 Si. 22.33141 Sal. 34.13142 Sal. 141.3143 Éxo. 20.17144 Si. 22,4-6145 Prov. 8, sec. LXX146 Sal. 37.23147 Fil. 2.13148 Eze. 36.27149 Sal. 39.2 (BJ)

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CAPITULO XVII

33. Quien, por tanto, cumplir desea el mandato de Dios y no puede, ya cuenta con una buena voluntad, pero todavía endeble y ruin. Ya podrá cuando la tenga fuerte y firme. Cuando los mártires cumplieron aquellos grandes manatos, muy de grado los cumplieron, es decir, con gran caridad; de la cual dijo el Señor: Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos.150 Por lo que dice el Apóstol: Porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley pues No adulterarás, No matarás, No hurtarás, No codiciarás y cualquier otro precepto, en esta sentencia se resume: Amarás a u prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo, así que el cumplimiento de la ley es el amor.151 Esta caridad no la tenía el apóstol San Pedro cuando de miedo negó al Señor tres veces. La caridad no tiene miedo, como dice San Juan en su Epístola, sino el perfecto amor echa fuera el temor.152 Mas siquier poco e imperfectamente, ya amaba, pues decía: Mi vida pondré por ti.153 Creyó poder lo que sentía querer. Y ¿quién comenzado había a dar este amor, siquier pequeño e imperfecto, sino el que prepara la voluntad y cooperando perfecciona lo que por obra inicia? Porque en verdad comienza El a obrar para que nosotros queramos, y cuando ya queremos, con nosotros coopera para perfeccionar la obra. Por ello, dice el Apóstol: Estando convencido de esto: que el que en vosotros comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo.154 Por consiguiente, para que nosotros queramos, sin nosotros a obrar comienza, y cuando queremos y de grado obramos, con nosotros coopera. Con todo, si El no obra para que queramos o no coopera cuando ya queremos, nada en orden a las buenas obras de pie-dad podemos. De la acción de Dios para que nosotros queramos está escrito: Dios es el que en vosotros produce el querer;155 y dc la acción con la que coopera cuando ya querernos y de voluntad obrarnos dijo el Apóstol: Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.156 ¿Qué significa ese todas las cosas sino hasta las mismas terribles y violentas pasiones? Porque la carga aquella de Cristo que a la enfermedad pesada le resulta, la aligera la caridad. A quienes ésta viven les dijo Cristo que su carga era ligera, como le resultó a San Pedro cuando por Cristo sufrió, no cuando le negó.

34. Recomendando el Apóstol esta caridad, o más bien, esta voluntad de amor divino inflamadísimo, dice: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes

150 Juan 15.13151 Rom. 14.8-10152 1 Jn. 4.18153 Juan 13.37154 Fil. 1.6155 Fil. 2.13156 Rom. 8.28

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en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.157 Y en otro lugar dice: Mas yo os muestro un camino aun más excelente. Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser. Y un poco después: Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. Seguid el amor.158 Y también dice a los Gálatas: Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.159 Igual que dice a los Romanos: El que ama al prójimo, ha cumplido la ley.160 Y a los Colosenses: Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.161 Y a Timoteo: Pues el propósito de este mandamiento es el amor.162 Y determinando mejor su especie, añade: De corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida. Y cuando a los Corintios dice: Todas vuestras cosas sean hechas con amor,163 ya muestra que aun las correcciones duras y amargas, con caridad es menester hacerlas. Y por eso, al decir en otro lugar: También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos.164 Añade: Mirad que ninguno pague a otro mal por mal. Luego también cuando se corrige a los inquietos, no mal por mal, sino el bien se les devuelve. Y ¿dc qué es efecto todo esto sino de la caridad?

35. El apóstol San Pedro dijo: Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.165 Y el apóstol Santiago: Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis.166 Y San

157 Rom. 8.35-39158 1 Cor. 12.31-13.8, 13; 14.1159 Gál. 5.13-14160 Rom. 13.8161 Col. 3.14162 1 Tim. 1.5163 1 Cor. 16.14164 1 Tes. 5.14-15165 1 Ped. 4.8166 Stg. 2.8

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Juan en una de sus cartas: El que ama a su hermano, permanece en la luz.167 Y en otro lugar: Todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.168 Y en el mismo capítulo: Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros.169 Y con otra ocasión dice: Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.170

Poco después: En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.171 Y en la Carta segunda del mismo apóstol está escrito: No como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros.172

36. Nuestro Señor Jesucristo enseña que todo el cumplimiento de la ley y de los profetas consiste en los dos preceptos del amor a Dios y al prójimo. De los cuales escrito está en el evangelio de San Marcos: Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.173 Y en el evangelio según San Juan dice también nuestro Señor: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.174

CAPITULO XVIII

37. Todos estos preceptos del amor, es decir, de la caridad, son de tal naturaleza, que si el hombre creyese haber hecho algo bueno, pero sin caridad, totalmente se equivoca. Y en vano se darían al hombre estos mandatos si no gozara de libre voluntad. Pero ¿quién, sino el mismo Dios, da a los hombres este amor a Dios y al prójimo, que por la ley antigua y la nueva se manda? Bien es de notar que la gracia prometida en la antigua se da en la nueva, y que la ley sin la gracia es letra que mata; con la gracia, en cambio,

167 1 Jn. 2.10168 1 Jn. 3.10-11169 1 Jn. 10.23170 1 Jn. 4.21171 1 Jn .5.2-3172 2 Jn 5173 Mar. 12.28-30174 Juan 13.34-35

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es espíritu que vivifica. Si la caridad no procede de Dios, sino de los hombres, razón tienen los pelagianos; mas si de Dios procede, hemos vencido a los pelagianos. Sentémonos, pues, todos en torno al apóstol San Juan, y que éste nos diga: Carísimos, amémonos los unos a los otros.175 Y cuando en estas palabras comiencen ya los pelagianos a ver el albor de su triunfo y digan: « ¿Por qué se nos manda amarnos sino porque de nosotros depende?», continúa San Juan, y confundiéndolos dice: Porque el amor procede de Dios. No viene, pues, de nosotros, sino de Dios. Y si se nos dice: amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, es, sin duda, para advertir a nuestro libre albedrío que buscar debe el don de Dios. Lo que ciertamente sin fruto alguno se le advertiría si antes no se le diese algo de caridad, de manera que en el mismo precepto encuentre ya fuerza para cumplirlo. Cuando se nos dice: Amémonos los unos a los otros, ley tenemos; cuando se añade: Porque el amor procede de Dios, la gracia se anuncia; porque la sabiduría de Dios lleva en sus palabras la ley y la misericordia.176 Y por eso se escribió en el Salmo: Bendición dará el legislador.177

38. Nadie, pues, os engañe, hermanos míos; no amaríamos nosotros a Dios si El primero no nos hubiese amado a nosotros. Esto mismo dice San Juan sin ambages: Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.178 La gracia nos hace amantes de la ley, y la ley sin la gracia, prevaricadores, lo que consta por las palabras de Nuestro Señor: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros.179 Si nosotros hubiésemos sido los primeros, por nuestro mérito nos amaría El: le habríamos elegido primero nosotros a El para merecer ser por El elegidos. Pero Dios, que es la misma verdad, dice bien otra cosa, que a la vanidad de los hombres abiertamente se opone: No me elegisteis vosotros a mí. Si, pues, no elegisteis, sin duda ninguna que no amasteis. Y ¿cómo habían de elegir a quien no amaban? Sino que yo, dice, os elegí a vosotros. Y ¿no fue después, cuando ellos le eligieron y antepusieron a todos los bienes de este mundo? Mas porque fueron elegidos, eligieron, y no al contrario. Nulo es el mérito de los hombres que eligen si la gracia de Dios—elector—no los previniese, y por eso, ben-diciendo San Pablo a los Tesalonicenses, les dice: El Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos.180 Y esta bendición dio para que nosotros nos amáramos quien primero dio la ley mandándolo. Y en otro lugar de la misma carta, porque ya en algunos veía realizado su deseo, dice: Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás.181 Dijo esto para que no se envanecieran de tanta gracia de Dios recibida, creyéndola quizá cosa propia. Porque se acrecienta vuestra fe y abunda la caridad entre vosotros, hemos de dar

175 1 Jn. 4.7 (BC)176 Prov. 3.16, sec. LXX177 Sal. 83.8178 1 Jn. 4.19179 Juan 15.16180 1 Tes. 3.12181 2 Tes. 1.3

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gracias al Señor y no alabaros a vosotros, como si esto se debiese a vuestras personas.

39. Escribiendo a Timoteo, dice: Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.182 Y hemos de evitar, en la interpretación de estas palabras del Apóstol, el juzgarnos faltos del temor de Dios, que es don excelso suyo, del cual dice Isaías: Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.183 No el temor por el que Pedro negó a su Maestro, sino el espíritu de aquel temor al que Cristo se refería cuando dijo: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.184 No importa el temor por el que podríamos negarlo y que ofuscó a San Pedro. Este temor lejos de nosotros debe estar; así lo dijo Jesucristo: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer.185 No recibimos el espíritu de este temor, sino el de fortaleza, caridad y templanza. De este espíritu dice el Apóstol escribiendo a los Romanos: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado.186 Que la tribulación, por consiguiente, no termine con la paciencia, sino más bien la produzca, no se debe a nosotros y sí al Espíritu Santo, que nos fue dado; a esa caridad don de Dios como enseña el Apóstol: Paz, dice éste a los Efesios, sea a los hermanos, y amor con fe.187

Grandes bienes; pero diga de dónde proceden. Y contesta: De Dios Padre y del Señor Jesucristo. Grandes bienes son éstos, en verdad, mas pura gracia de Dios.

CAPITULO XIX

40. Y no es esto de maravillar, si la luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la abrazan. En San Juan dice la luz: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.188 y en los pelagianos, las tinieblas dicen: «El amor a nosotros, de nosotros mismos procede>. Mas si tuvieran la verdadera, es decir, la cristiana caridad, sabrían bien de dónde procede, porque San Pablo escribe: Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido.189 Y San Juan en su primera carta escribe: Dios

182 2 Tim. 1.7183 Isa. 11.2-3184 Luc. 12.5185 Luc. 12.4186 Rom. 5.3-5187 Efe. 6.23188 i Jn. 3.1189 1 Cor. 2.12

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es amor.190 Los pelagianos afirman que a Dios lo poseen ellos no por gracia del Señor, sino por virtud propia; y si bien confiesan que el conocimiento de la ley a nosotros de Dios nos viene la caridad, en cambio, creen poseerla por sí mismos. Y no oyen al Apóstol, que dice: El conocimiento envanece, pero el amor edifica.191 Y ¿puede concebirse algo más sin razón y descabellado y ajeno a la santidad del amor que el estimar procedente de Dios la ciencia, que sin la caridad hincha, y la caridad de nosotros mismos? Y diciendo el Apóstol el amor de Cristo excede a todo conocimiento,192 ¿cómo se atreven a decir que la ciencia, inferior a la caridad, procede de Dios, y que la caridad, que supera toda ciencia, procede de los hombres? Mas la verdadera fe y la doctrina sana enseñan que ambas proceden de Dios, porque escrito está: Del semblante de Dios procede la ciencia y el entendimiento;193 y también: El amor procede de Dios;194 y espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de poder, de amor y de dominio propio.195 Mayor don es la caridad que la ciencia, toda vez que ésta, al darse en el hombre, necesita de la caridad para no hincharse. El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece.196

CAPITULO XX

41. Antójaseme haber ya bastante hablado contra los que combaten la gracia de Dios, que no anula la humana voluntad, sino que de mala la hace buena y luego le ayuda. Mejor dicho, más bien que yo, ha sido la misma sagrada Escritura la que elocuentísimos testimonios de verdad con vosotros ha departido. Y si con diligencia estudiáis estas divinas Escrituras, veréis que Dios no sólo hace buenas las malas voluntades y por el bien de actos honestos a la vida eterna las encamina, sino que el querer de los hombres en las manos de Dios está siempre.

El lo inclina a donde quiere y cuando quiere, ora a prestar favores o bien a infligir penas, según su beneplácito y de acuerdo con sus juicios ocultísimos, sí; pero cargadísimos de razón. Encontramos a veces que los pecados penas son de otros, cual los vasos de ira, aptos para la perdición de que habla San Pablo; o el endurecimiento del Faraón, medio para mostrar el Señor su poder; o la fuga de los israelitas ante el enemigo de la ciudad de Gai; el temor se apoderó de sus ánimos y huyeron, y así aconteció para ser vengado con justicia el pecado del pueblo. Por lo que dijo el Señor a Josué: Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus

190 1 Jn. 4.16191 1 Cor. 8.1192 Efe. 3.19193 Prov. 2 Sec. LXX194 i Jn. 4.7195 Isa. 11.2 y 2 Tim. 1.7196 1 Cor. 13.4

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enemigos volverán la espalda.197 ¿Qué significa el no podrán hacer frente? ¿Por qué siendo libres fue ganada por el temor su voluntad y huyeron, sino porque el Señor impera sobre las voluntades de los hombres y sume en el terror a los que quiere? ¿No combatieron acaso por propia voluntad los enemigos de Israel contra el pueblo de Dios, mandado por Josué? La sagrada Escritura nos da la razón: Porque esto vino de Jehová, que endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para destruirlos.198 Y aquel malvado hijo de Gera, ¿ acaso no maldecía a David por propia y libre voluntad? Y con todo, ¿qué dijo David, lleno de profunda y santa sabiduría, a quien pretendía vengarle? ¿Qué tengo yo con vosotros hijos de Sarvia? Si él así maldice, es porque Jehová le ha dicho que maldiga a David. ¿Quién, pues, le dirá: ¿Por qué lo haces así?199 Y luego, la divina Escritura, como recomendando el pleno sentir del rey, toma desde el principio y dice: Y dijo David a Abisai y a todos sus siervos: He aquí, mi hijo que ha salido de mis entrañas, acecha mi vida; ¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín? Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho. Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy». ¿Quién será el sabio que entender pueda cómo el Señor dijo a este hombre que maldijese a David? No se lo dijo mandando, pues en tal caso habríamos de alabarle por su obediencia, sino que, por oculto y justo designio, inclinó Dios la voluntad, viciada de mal propio, hacia el pecado, y por eso está escrito: Jehová le ha dicho. Si de obediencia al Señor se tratara, razón habría más bien para alabarle que para castigo, como por este pecado sabemos que fue después afligido. Y no se calla en esta ocasión la causa por qué dijo el Señor que maldijese a David o, con otras palabras, por qué el Señor dejó caer en el pecado al corazón malo de aquel hombre. Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy. Y por este relato queda manifiesto que el Señor emplea las malas voluntades para alabanza y ayuda de los buenos. Así, empleó a Judas cuando entregó a Cristo, y así, empleó a los Judíos que crucificaron a Cristo. Y ¡cuántos bienes de ahí se siguieron a los pueblos creyentes! Y también de manera sapientísima emplea el Señor a nuestro pésimo enemigo con el fin de ejercitar y probar la fe y la piedad de los buenos. Nada busca el Señor para sí, que todo lo conoce y sabe antes de que se realice; sino para nosotros, quienes necesitamos pasar por esto o por aquello. ¿No eligió libremente Absalón el consejo que le convenía? Y con todo, así lo hizo, porque el Señor había oído la oración de su padre, por lo cual dice la Escritura: Jehová había determinado que el acertado consejo de Ajitofel se frustrara, , para que Jehová hiciese caer el mal sobre Absalón.200 Dijo acertado porque en aquel momento aprovechaba a su causa, que era terminar con su padre, ya que contra él se había rebelado, y por cierto que lo lograra si el Señor, obrando en el corazón de Absalón, no hubiese disipado el buen consejo de Ajitofel, de manera que Absalón lo desechó y eligió lo que de ningún modo le convenía.

197 Jos. 7.4-12198 Jos. 11.20199 2 Sam. 16.5-12200 2 Sam. 17.14 (RVA)

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CAPITULO XXI

42. Quién, pues, no temblará ante estos juicios divinos, por los que Dios obra en el corazón de los malos lo que quiere, dando a cada uno según sus méritos? Roboam, hijo de Salomón, despreció el consejo saludable de los ancianos, en no tratar con dureza al pueblo, y asintió al de los jóvenes, respondiendo con amenazas a quienes dulzura debía. Y ¿no obró con entera libertad? Mas por esto se le apartaron diez de las tribus, que tomaron por rey a Jeroboam, cumpliéndose de este modo la voluntad de Dios airado, que así lo había predicho. ¿Qué dice la Escritura? Y no oyó el rey al pueblo; porque era designio de Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado por medio de Ahías silonita a Jeroboam hijo de Nabat.201 Se cumplió esto por voluntad del hombre, mas disposición de Dios fue. Leed el libro de las Crónicas: Entonces Jehová despertó contra Joram la ira de los filisteos y de los árabes que estaban junto a los etíopes; y subieron contra Judá, e invadieron la tierra, y tomaron todos los bienes que hallaron en la casa del rey.202 Se descubre en tales palabras que el Señor suscita enemigos que talen los países dignos de tal pena. ¿Acaso filisteos y árabes subieron sin querer a la tierra de Judá, o si con voluntad lo hicieron, falsamente está escrito que despertó el Señor el espíritu de esos enemigos? Más bien, ambos sentires están en lo cierto, porque por libre voluntad subieron, y con todo, el Señor despertó su espíritu. Lo que podemos invertir diciendo que Dios despertó su espíritu, y con todo, por libre voluntad subieron. Imprime el Omnipotente en el corazón de los hombres un movimiento de sus propias voluntades, de manera que por ellos hace cuanto quiere quien jamás supo querer injusticia. ¿Qué dijo el hombre de Dios al rey Amasías? Rey, no vaya contigo el ejército de Israel; porque Jehová no está con Israel, ni con todos los hijos de Efraín. Pero si vas así, si lo haces, y te esfuerzas por pelear, Dios te hará caer delante de los enemigos; porque en Dios está el poder, o para ayudar, o para derribar.203 ¿Cómo es que el poder de Dios ayuda a algunos en la guerra, y a otros, invadiéndolos de terror, los hace huir, sino porque en el cielo y en la tierra cumple todo lo que quiere y aun obra en los corazones de los hombres? Leemos qué dijera Joás, rey de Israel, por un embajador al rey Amasías, que quería la guerra, porque la contestación fue: Quédate en tu casa. ¿Para qué te metes en un mal, para que caigas tú y Judá contigo?204 Y añade la Escritura: Mas Amasías no quiso oir; porque era la voluntad de Dios, que los quería entregar en manos de sus enemigos, por cuanto habían buscado a los dioses de Edóm.205 He aquí que, queriendo el Señor vengar el pecado de idolatría, movió su corazón para que no oyera el aviso saludable—ya que airado justamente con él estaba—y fuese a la guerra, en la que perecería con todo su ejército. Por el profeta Ezequiel dice el Señor: Y cuando el profeta

201 1 Rey. 12.15202 2 Crón. 21.16-17203 2 Crón. 25.7-8204 2 Rey. 14.9-10205 2 Crón. 25.20

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fuere engañado y hablare palabra, yo Jehová engañé al tal profeta; y extenderé mi mano contra él, y lo destruiré de en medio de mi pueblo Israel.206 Cuenta la Sagrada Escritura que Ester fue una joven del pueblo de Israel que el extranjero rey Asueto tomó por esposa en la tierra de la cautividad. Dio el rey orden de exterminar a todo el pueblo de Israel, y teniendo que interceder la joven reina por su pueblo ante el rey, que ni la había llamado ni dado permiso, Ester oró al Señor. Y ved qué dice la Escritura: Levantando el rostro radiante de majestad, en el colmo de su ira, dirigió su mirada, y al punto la reina se desmayó, y demudado el rostro, se dejó caer sobre la sierva que la acompañaba. Pero mudó Dios el espíritu del rey en mansedumbre.207 Dícese en los Proverbios de Salomón: Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina.208 Y en el salmo centésimo quinto leemos lo que el Señor mandó a los egipcios: Cambió el corazón de ellos para que aborreciesen a su pueblo, pera que contra sus siervos pensasen mal.209 Y si mirarnos las cartas apostólicas, vemos que San Pablo, escribiendo a los Romanos, dice: Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia.210 Unas líneas más abajo: Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen. El mismo Apóstol, en la segunda Carta que escribió a los fieles de Tesalónica, dice de algunos: Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.211

43. Con estos testimonios divinos y otros semejantes, que sería largo enumerar ha quedado bien patente, a mi entender, que Dios obra en el corazón de los hombres con el fin de inclinar las voluntades humanas donde El quisiere, ya con misericordia hacia el bien, ya de acuerdo con sus méritos hacia el mal, en virtud siempre de su designio, a veces claro, otras oculto, pero sin excepción justo. Indeleblemente grabado en vuestro corazón debéis tener que en Dios no hay injusticia.212 Y por eso, cuando leéis en los libros sagrados que Dios seduce a los hombres o que endurece o embota sus corazones, estad seguros que sus méritos malos han sido la causa de todo cuanto padecen, y por cierto con razón; y no incurráis nunca en aquello que reprueban los Proverbios de Salomón: La necedad del hombre pervierte su camino, y luego su corazón se enoja contra Jehová.213 La gracia, en cambio, no se da según los méritos, puesto que en caso contrario la gracia ya no sería gracia. Se llama de hecho gracia porque gratis se da. Si tan poderoso es Dios que obrar puede por los ángeles buenos o malos, o por

206 Eze. 14.9207 Ester 5 sec. LXX208 Prov. 21.1209 Sal. 105.25210 Rom. 1.24-25,28211 2 Tes. 2.10-12212 Rom. 9.14213 Prov. 19.3 (VM)

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cualquier otro medio, en el corazón de los malos según sus méritos, teniendo presente que la malicia de éstos no es de Dios hechura, sino procedente del pecado original o de la propia voluntad, ¿nos maravillaremos que por el Espíritu Santo obre el bien en el corazón de sus elegidos quien de corazones malos los hizo buenos?

CAPITULO XXII

44. Supongan precedentes para ser justificados por la gracia de Dios cuantos méritos buenos quieran, sin percatarse que así niegan la gracia de Dios; pero supónganlos para las personas mayores, porque en cuanto a los niños, los pelagianos no saben qué responder, toda vez que éstos carecen del mérito de una voluntad precedente, y además, cuando son bautizados, parecen resistirse con lágrimas a recibir los divinos sa-cramentos, lo que como grave pecado contra la piedad se les imputaría si gozasen del libre albedrío. Y con todo y resistiéndose, la gracia de Dios se les confiere sin que preceda ningún mérito bueno, pues en caso contrario, la gracia ya no sería gracia. Y a veces se da la gracia a hijos de infieles cuando, por una oculta providencia de Dios, caen en manos de fieles cristianos; otras se quedan sin ella los hijos de los fieles, por surgir un obstáculo y no haber quien venga en su ayuda. Acontece todo esto por una secreta providencia de Dios, cuyos juicios son insondables e inescrutables sus caminos, como dijo el Apóstol. Mas para que veáis la razón de estas palabras, reparad en lo que venía diciendo: Trataba de los Judíos y de los Gentiles y escribía a los Romanos: Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.214 Y al reparar en sus palabras, admirando la certísima verdad de su sentir, mas también su gran profundidad—pues concluye que Dios a todos nos ence-rró en la infidelidad para de todos compadecerse—, como haciendo el mal para lograr el bien, exclama y dice: ¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Y no pensando ni en estos juicios ni en estos caminos, los hombres perversos, siempre prontos al vituperio cuanto tardos a entender, achacaban al Apóstol aquello de: Hagamos males para que vengan bienes.215 Lo que no puede estar más lejos del sentir del Apóstol; mas tal entendían los torpes cuando el Apóstol escribía: Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.216 La gracia hace que los que mal obraban hagan el bien, no que perseveren en el mal y crean por ello recibir el bien. No deben, pues, decir: Hagamos males para que vengan bienes, sino:

214 Rom. 11.30-33215 Rom. 3.8216 Rom. 5.20

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«Hicimos el mal y nos vino el bien»; razón es que por eso hagamos el bien, para que en la vida futura recibamos bien por bien quienes en ésta recibimos bien por mal. Por eso está escrito en el Salmo: Misericordia y juicio cantaré,217 porque. antes no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él,218 y esto por misericordia; después, en cambio, vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos, bien que nadie se salve sin ser juzgado secretamente, por lo que se escribió: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.219

CAPITULO XXIII

45. Reducid siempre a los secretos juicios de Dios cuanto referirse pueda al mal hereditario que los niños al nacer traen de Adán, como el que éste sea bautizado y aquél muera sin el bautismo; igual que conservar en la vida al bautizado que Dios sabe ha de ser un impío y que el otro. bautizado también, se lo lleva Dios de esta vida para que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma. Y no llaméis a Dios injusto ni ignorante, porque en El está la fuente de la sabiduría y justicia. Más bien, como al principio de este libro os he exhortado, sentid la vocación a la que habéis llegado, pues Dios os lo revelará, si no en esta vida, ciertamente en la otra, porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto que no haya de saberse.220

Cuando, pues, oigáis que dice el Señor: Yo Jehová engañé al tal profeta,221 y lo que dice el Apóstol: De quien quiere tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece,222

entended en el permitir que aquél sea seducido o endurecido; entended, digo, sus méritos malos, como en el compadecerse del otro entender debéis la gracia de Dios, que no vuelve mal por mal, sino bien por mal, y esto confesadlo fiel e indubitablemente. Y no creáis a Faraón sin libre voluntad porque en muchos lugares de la Sagrada Escritura leáis: Yo endurecí a Faraón; o endurecí o endureceré el corazón de Faraón.223 De hecho, el corazón de Faraón se endureció, porque así lo dice la Escritura al contar que desapareció de los egipcios el tábano: Mas Faraón endureció aun esta vez su corazón, y no dejó ir al pueblo.224 De esta manera, Dios, por su justo juicio, endureció el corazón de Faraón, y éste se endureció por su libre albedrío. Estad, pues, ciertos que no trabajaréis en vano si aprovecháis en el buen propósito perseverando hasta el fin. El Señor, que a los suyos no da ahora según sus obras, entonces a cada uno le dará según sus méritos.

217 Sal. 101.1218 Juan 3.17219 Juan 9.39220 Mat. 10.26221 Eze. 14.9222 Rom. 9.18223 Éxo. 7.3224 Éxo. 8.32

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De hecho, Dios dará mal por mal, porque es justo, y bien por mal, porque es bueno, y bien por bien, porque bueno y justo es. Únicamente no dará mal por bien, porque injusto no es. En resumen: dará mal por mal, es decir, pena por pecado; bien por mal, o gracia por la iniquidad, y bien por bien, lo que equivale a gracia por gracia.

CAPITULO XXIV

46. Leed con asiduidad este libro, y si lo entendéis, dad gracias a Dios; si no, orad para entenderlo. Dios, el Señor, os dará entendimiento. Acordaos que está escrito: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.225 Esa es la sabiduría que viene de arriba, como lo dice el mismo apóstol Santiago. Y rechazad aquella otra que detesta el mismo apóstol y pedid que nunca esté en vosotros. Recordad aquellas palabras: Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.226 ¿De qué bien carecerá quien esta sabiduría pidiera y lograra del Señor? Y tomadla por verdadera gracia, porque si nuestra fuese esta sabiduría, no vendría de arriba ni a Dios habría que pedirla. Hermanos, rogad también por mí, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús, a quien se debe honor y gloria y reino con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

FIN

APÉNDICE B

La Justificación Por La FeJuan Gill

Iglesia Bautista de la GraciaAR

INDEPENDIENTE Y PARTICULAR

225 Stg. 1.5226 Stg. 3.14-17

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Calle Alamos No.351Colonia Ampliación Vicente VilladaCD. Netzahualcóyotl, Estado de MéxicoCP 57710Telefono: (5) 793-02161 Cor. 1:23 Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado...

Introducción

Hoy en día la gran mayoría de las personas religiosas creen en la justificación por obras.Estas personas creen que Dios no exige la perfección de sus criaturas y que aceptará menos que la perfección de los hombres. En otras palabras, no creen que Dios exige que seamos santos.La base de este concepto de salvación por obras es la idea de que uno puede ser sufi -cientemente bueno para “merecer” o “ganar” la vida eterna. Esta idea está basada en un concepto erróneo de Dios, es decir, un concepto de Dios como no tan santo ni justo como para exigir de nosotros la perfección. Este concepto erróneo enseña que a Dios no le importa “mucho” si los hombres no son perfectos.Cada persona que confía en su propia justicia (es decir, en sus propias obras) para ser justificada ante Dios, sabe que no es perfecta ni libre de culpa ante la ley divina. Enton-ces para ser justificada por sus obras, tiene que afirmar que Dios aceptará menos que la perfección. Tiene que creer en un “dios” a quien no le importa si uno alcance o no la per-fección. En otras palabras, tiene que creer que Dios es semejante a un maestro en la es-cuela. El maestro en la escuela aceptará un calificación inferior al 10. Si un alumno obtie-ne un 7 el maestro dice que está bien. Si su calificación es un 8 o 9 el maestro le dice que está muy bien.Este es precisamente el concepto de Dios que tienen todos aquellos que sostienen que la salvación es por nuestras obras. Para creer en la justificación por obras, es necesario sostener que Dios tiene una norma de justicia inferior a la perfección y que Dios aceptará a las personas que no han cumplido con todas las demandas de su santa ley. Las personas que creen en la salvación por obras están convencidas de que solamente aquellos pecadores que obtienen una calificación muy pobre (por ejemplo un 2 o 3) serán castigados por Dios y que todos los demás serán aceptados por El, a pesar de sus imperfecciones. Estas personas están convencidas de que al fin y al cabo Dios no exigirá que ninguno obtenga un 10.La verdad es que Dios no aceptará menos que la santidad y la perfección. Su santa ley exige que obtengamos un 10 y nos condena al infierno si no lo logramos. Gálatas 3:10 afirma las exigencias de la ley diciendo: “Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas.” Y la epístola de Santiago dice: “Porque cualquiera que guarda toda la ley pero ofende en un solo punto se ha hecho culpable de todo.” (Santiago 2:10)Es debido a Su justicia y santidad que Dios no puede aceptar a los hombres en base a sus propias obras. Este es el problema que dio lugar a la necesidad de ser justificados en base a la obra y justicia de otro, es decir, de Cristo. El Señor Jesucristo es el único que obtuvo un calificación perfecta. Su vida perfecta fue realizada en lugar de los creyen-tes y es imputada (acreditada) por la fe a la cuenta de ellos. La justicia de Cristo (es de-cir, su vida perfecta) cumplió total y completamente con todas los mandamientos y las

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exigencias de la santa ley de Dios. Cristo cumplió en sus palabras, en sus deseos y sus hechos con cada detalle de la santidad y la justicia divina, y así proporcionó para los cre-yentes una justicia (una calificación perfecta) que les justifica ante Dios.Romanos 2 declara que “no los oidores de la ley son justos para con Dios, mas los hacedores de la ley serán justificados.” (Romanos 2:13) Todos los creyentes son considerados y tratados por Dios como si hubieran cumplido con toda la ley, puesto que Jesucristo la cumplió en su lugar y en El son justificados. Cristo aceptó nuestra calificación (es decir nuestra vida imperfecta y todos nuestros pecados) y sufrió las consecuencias recibiendo el castigo que nosotros merecíamos, como nuestro sustituto en la cruz. Esta es la gran transacción a través de la cual los creyente son justificados ante Dios. El apóstol Pablo resumió esta doctrina en 2 Cor.5:21 diciendo: “Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él.”La justificación es un acto “legal” (o “judicial”) de parte de Dios por el cual los pecadoresque creen en Cristo son “declarados justos”, es decir, “libres de culpa” ante la ley divina. Ellos son tratados por Dios como si nunca hubieran pecado y considerados como si hu-bieran guardado todo los mandamientos de ley divina. Esta justificación consiste de dos partes: La parte “ negativa” de la justificación consiste de la imputación de nuestros peca-dos a la cuenta de Cristo. Es en base a este punto que nuestros pecados son perdona-dos. Puesto que éstos fueron acreditados a Cristo, El pagó la deuda y sufrió en su cuer-po y alma el castigo que merecíamos.Cristo sufrió “el justo por los injustos”, fue “entregado por nuestros delitos”; “herido por nuestras rebeliones” y Jehová cargó en él, el pecado de todos los creyentes. (Vea 1 Pedro 3:18; Rom. 4:25 y Isaías 53.) Es en base a esta obra de Cristo que Dios no inculpará ni castigará a los creyentes por sus pecados. Puesto que Cristo ya pagó la deuda, Dios no puede exigir doble pago, puesto que tal cosa iría encontra de su propia justicia. Es por esto que la Escritura dice: “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el hombre a quien el Señor jamás le tomará en cuenta su pecado.” (Romanos 4:7-8)El lado “positivo” de la justificación consiste de la imputación de la justicia de Cristo (suvida perfecta) a la cuenta de los creyentes. En base a su vida perfecta acreditada a nosotros, somos “declarados justos” ante Dios, y tratados como si hubiéramos cumplido perfectamente con las exigencias de Su santa ley. Es por esto que la Escritura dice: “...bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras,” (Romanos 4:6, RV) y “cuánto más reinarán en vida los que reciben la abundancia de su gracia y la dádiva de la justicia mediante aquel uno, Jesucristo .... Porque como por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron constituidos pecadores, así también, por la obedienciade uno, muchos serán constituidos justos.” (Romanos 5:17-19)Así es que encontramos la respuesta a la gran interrogante: “¿Y cómo se ha de justificar un hombre ante Dios?” (Job 9:2) Es nuestro deseo y oración a Dios que este pequeño libro sea de ayuda para muchos a fin de que entiendan mejor la gran doctrina de la justificación por la fe.Los Editores

La JustificaciónHechos 13:39 “Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel que creyere.”

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Este versículo y el anterior contienen aquellas dos grandes doctrinas del evangelio que son el perdón del pecado y la justificación. En este sermón consideraremos la justificación en la siguiente manera:I. Explicaré el acto de la justificación mostrando lo que es, y lo que no es.II. Investigaremos acerca del autor de esta justificación, es decir, quién es él que justifica.III. Mostraré cuál es la base de la justificación, y en base a qué son justificados algunos.IV. Consideraré algo respecto a la forma de la justificación, la cual es a través de la imputaciónde la justicia.V. Consideraré la fecha de la justificación, es decir, cuándo fue tomado la decisión de justificarnos,y cúando fue realizada la obra que nos justifica.VI. Señalaré quienes son aquellos que son justificados.VII. Mencionaré varios efectos que provienen de la justificación y que están íntimamente relacionadoscon ella.VIII. Finalmente, daré algunas propiedades generales acerca de esta justificación.I. Explicaré el acto de la justificación mostrando lo que es y lo que no es.1. Estrictamente hablando, la justificación no es simplemente el perdón del pecado. Estos dosactos de la gracia divina están estrechamente relacionados y no deben ser separados. Es decir,donde se encuentra el perdón, allí también estará la justificación. Sin embargo, creo que puededistinguirse entre ambas. Admito que hay un gran acuerdo y semejanza entre la justificación y elperdón. Concuerdan en su eficacia y en su causa, en sus objetos, en su comienzo y en su consumación.El mismo Dios que perdona los pecados de su pueblo, los justifica y los declara justos. Lamisma gracia que le movió a justificarlos, también le movió a perdonarlos. Así como la sangrede Cristo fue derramada para la remisión de pecados, igualmente por ella somos justificados.Todos aquellos que son justificados son perdonados y todos los que son perdonados, también sonjustificados. Y ambas cosas ocurren en el mismo momento. Ambos actos son consumados deuna sola vez para siempre, no son actos realizados en forma gradual y progresiva como lo es lasantificación.Pero esto no significa que son una sola y la misma cosa; porque aunque están de acuerdo enalgunas cosas, en otras difieren. La justificación pronuncia a la persona como justa ante la ley talcomo si nunca hubiera pecado, pero no es así con el perdón. Por ejemplo, es una cosa para un

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hombre ser juzgado y condenado por la ley y luego recibir el perdón del Rey. Pero es otra cosaser juzgados por la ley y ser encontrados y declarados justos ante ella, como si la persona nuncahubiera pecado. Aún más, aunque el perdón quita el pecado, y por lo tanto es expresado comoDios echando el pecado detrás de su espalda y arrojándolo al fondo del mar, quitándolo de supueblo y poniéndolo tan lejos como está el oriente del occidente; sin embargo, este perdón en sí,no nos provee una justicia tal como la justificación lo hace. El perdón del pecado efectivamentequita nuestras vestiduras sucias, pero es la justificación la que nos provee nuevas vestiduras. (VeaIsa.38:17; Miq.7:19; Sal.103:12)También, se requiere más para lograr nuestra justificación que para nuestro perdón. Lasangre de Cristo fue suficiente para procurar el perdón, pero para obtener nuestra justificación, serequirió la santidad de su naturaleza, y la obediencia perfecta de su vida, imputadas en nuestrofavor. Además, aunque el perdón nos libra del castigo, sin embargo, hablando estrictamente nonos da el derecho a la vida eterna; es la justificación lo que nos da ese derecho y esta es una de lasrazones por las cuales el apóstol la llama una “justificación de vida” (Vea Rom.5:18).Si un Rey perdona a aun criminal, esto no significa que le esté concediendo el derecho a sucorona y a su trono. Si él quisiera, después de haberlo perdonado llevarlo a su corte y hacerlo suhijo y su heredero, entonces tendría que hacerlo por otro acto distinto del favor real. Por lo tanto,el perdón y la justificación deben ser considerados como dos cosas distintas.2. La justificación no es simplemente la enseñanza o el instruir a los hombres en el camino y elmétodo de cómo son o cómo pudieran ser justificados. Cuando la Escritura dice que “con suconocimiento justificará mi siervo justo a muchos” (Isa.53:11), esto no significa que Cristo por su puroconocimiento justifique o salve a los hombres. Es decir, la justificación no consiste simplemente deenseñar a los hombres cómo ser justificados, explicando el camino o método divino para justificar a lospecadores. Porque esto es lo que los ministros del evangelio hacen cuando predican el evangelio, en dondese revela la justicia de Dios “por fe y para fe” (Rom.1:17 RVA). Entonces, el significado de Isa.53:11 esel siguiente: Que Cristo daría a muchos el conocimiento espiritual de sí mismo, en otras palabras, les daría

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la fe salvadora en El. Es a través de este conocimiento salvador y la fe en él, que son conducidos aaprender personalmente su justificación, a través de Su justicia.3. La justificación no es una “infusión” de justicia en las personas. Justificar no significa hacer alos hombres santos y justos en su interior, produciendo algún cambio físico o real en ellos, porqueesto confundiría la justificación con la santificación. La santificación es una obra de graciadentro de nosotros, pero la justificación es un acto de gracia hacia nosotros. La santificación esuna obra imperfecta y la justificación es una obra perfecta; la santificación es progresiva y realizadagradualmente, la justificación es completa y consumada de una vez para siempre. Además,la palabra justificación nunca es usada en la Escritura en un sentido físico, sino más bien ensentido forense (Es decir, en sentido “legal” o “judicial”). (Vea Deut.25:1; Prov.17:15; Isa.5:23;Rom.5:16,18; 8:33-34). En la Escritura la justificación es contrastada no con un estado de impurezao falta de santidad, sino más bien con un estado de culpabilidad y condenación.4. La justificación es un acto de la libre gracia de Dios, por el cual El descarga a su pueblo de supecado y los libra de la condenación, declarándolos y considerándolos justos en base a la justiciade Cristo, la cual El ha aceptado y ha imputado a ellos. La justificación puede ser considerada enuna de dos maneras: Como un acto eterno y soberano de parte de Dios o como un acto declarativohecho en la consciencia del creyente en el momento de su salvación. También, esta justificaciónserá dada a conocer tanto a los hombres como a los ángeles en el día del gran juicio.Es importante señalar que las Escrituras hablan de la justificación del pueblo de Dios en dossentidos: Su justificación delante de Dios y su justificación delante de los hombres. Cuando la Biblia tratade la justificación por la fe delante de Dios, siempre excluye las obras humanas y atribuye la justificaciónenteramente a la gracia de Dios. Pero cuando la Biblia se refiere a la justificación ante los ojos de loshombres, la atribuye a sus obras. Por ejemplo, cuando se trata de la justificación delante de Dios, elapóstol Pablo dice en Rom.4:1-8 que la justificación no está basada en los méritos humanos, sino en lagracia de Dios. En este pasaje se refiere a la justificación de Abraham en Génesis 15, cuando creyó al

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evangelio y le fue contado por justicia. Pero cuando Santiago se refiere a una justificación por obras(Stg.2:14-24), el tema es la justificación de nuestras personas y de nuestra fe delante de los hombres, y esdebido a esto que esta segunda justificación está basada en nuestras obras.Dios nos justifica por la fe sin obras. Pero los hombres no pueden ver la realidad de nuestrafe, a menos que puedan verla a través de nuestras obras. No hay ninguna contradicción entrePablo y Santiago. Es importante notar que, Santiago se refiere a Abraham como justificado porsus obras, cuando éste ofreció a su hijo Isaac sobre el altar (Stg.2:21 y Gén.22:9 y 12). Muchosno se percatan de que esta segunda justificación tuvo lugar muchos años después de que Abrahamhabía sido justificado por la fe.Hay que guardar en mente, que la palabra justificar significa simplemente “declarar justo”.Entonces, es fácil ver cómo podemos ser justificados ante Dios por la fe en Cristo, y despuésjustificados (declarados justos) delante de los hombres por nuestras obras. En este libro no estoytratando con nuestra justificación ante los hombres, sino exclusivamente con la justificación delantede Dios, la cual es siempre por gracia sin obras. (Vea Rom.3:20, 24, 28; 4:1-16, 23-24; 5:1-2, 15-21; 8:1, 33-34; Gál.2:16; 2:21; 3:11,etc.)II. Investigaremos acerca del autor de esta justificación, es decir, ¿quién es el que justifica?La respuesta de la Biblia a esta cuestión es “Dios es el que justifica” (Rom.8:34). Esto pudierasorprendernos cuando consideramos que el gran Dios del cielo y la tierra es el Juez supremo de todo.También es importante considerar que Dios hará justicia, y que su ley es la norma por la cual el se rige eneste asunto, y que esta ley ha sido quebrantada por el pecado del hombre. Además, es importante considerarque el pecado humano ha sido cometido esencialmente contra El, y es ofensivo a El y es aborrecido porEl. El es un Dios Santo que no aceptará una justicia imperfecta en lugar de una perfecta. Este Dios tieneel poder para condenar a los hombres y más que suficientes razones para hacerlo. Al considerar estascosas, resulta asombroso que este Dios pudiera justificar a los hombres. Para ilustrar más detalladamenteeste punto, intentaré mostrar el papel que las tres personas Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen en lajustificación de los elegidos.

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1. Dios el Padre es el autor del plan y método de nuestra justificación; El “estaba en Cristo reconciliandoel mundo a sí, no imputándole sus pecados” (2 Cor.5:19). La pregunta de ¿cómo puede elhombre ser justificado ante Dios? habría permanecido siempre en la mente de los hombres y los ángeles siDios no hubiera encontrado en su sabiduría una redención mediante la cual libraría a su pueblo de descenderal abismo. (Vea Job 9:2 y Job 33:24.) Esta redención consiste de la provisión de su propio Hijo a quienenvió en el cumplimiento del tiempo para cumplir el plan que El había diseñado en su mente eterna. Estolo hizo terminando con la transgresión, poniendo fin al pecado, haciendo expiación por la iniquidad ytrayendo de esta manera la justicia perdurable (Vea Daniel; 9:24). Esta justicia realizada por Cristo agradómucho a Dios, porque a través de ella su ley fue magnificada y engrandecida (vea Isa.42:21). Puesto queDios ha aceptado esta justicia realizada por Cristo, ahora la imputa (atribuye, acredita) a todo su pueblo,declarándoles justos en base a ella.2. Dios el Hijo, como Dios, es el co-autor y causa eficiente con el Padre de la justificación. Puestoque El tiene poder igualmente con el Padre para perdonar el pecado, El también tiene que absolver, descargary justificar al creyente. Como Mediador, El es la cabeza y representante en quien toda la simiente deIsrael son justificados (vea Isa.45:25). Como tal, El ha realizado una justicia la cual corresponde a lasdemandas de la ley, justicia por la cual ellos son justificados. También es el autor y consumador de aquellafe, la cual mira hacia esta justicia para justificación, confiando y aferrándose a ella.3. Dios el Espíritu Santo convence a los hombres de su debilidad, imperfección y de la insuficienciade su propia justicia para justificarles ante Dios. Después, pone delante de sus ojos la justicia de Cristo yobra fe en ellos para que echen mano de ella y la reciban. El persuade sus conciencias respecto a lasentencia justificatoria de Dios. En base a la justicia de Cristo, El da testimonio a sus espíritus de que sonpersonas justificadas. Es por esto que se dice que los creyentes son “justificados en el nombre del SeñorJesús y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor.6:11). Pero este testimonio del Espíritu no es en sí mismola obra de justificación, sino más bien, una recepción de ella concedida por la fe. Entonces, estos son lospapeles que el Padre, el Hijo y el Espíritu desempeñan en la justificación: El Padre la ha planeado, el Hijo

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la ha procurado y el Espíritu la aplica.4. Es a través del pacto de la gracia que podemos entender mejor el papel específico de cada personade la Trinidad en la justificación de pecadores. El pacto de la gracia (o de redención) es un “pacto” o“acuerdo” hecho entre las tres personas de la Trinidad antes de la fundación del mundo. En este pacto cadapersona de la Trinidad desempeña un papel especifico en el plan de la redención. Podemos resumir elpapel de cada uno en la siguiente forma:a) Dios el Padre escogió para salvación un número específico de personas, y les entregó al Hijopara que fuesen Su “pueblo”.b) Dios el Hijo se comprometió a hacer todo lo necesario para salvar a ese pueblo que el Padrehabía escogido y entregado a El. Entonces, el Hijo se comprometió como el Mediador y Fiadordel pacto. Este compromiso le obligaba a encarnarse y a venir a este mundo como el “siervo” delPadre, y como el segundo de Adán (es decir, como la cabeza y el representante del pueblo que elPadre le había dado). Bajo las condiciones de este pacto Cristo aceptó la obligación de vivir unavida perfecta (es decir, realizar una justicia perfecta), y expiar los pecados de los escogidos muriendocomo un sustituto propiciatorio en lugar de ellos. Además, se comprometió a intercederpor ellos y por fin llevarlos a la gloria.c) Dios, el Espíritu Santo se comprometió a regenerar y a llamar eficazmente a los escogidosconcediéndoles el don del arrepentimiento y de la fe. Además, el Espíritu Santo se comprometióa morar para siempre en los creyentes y asegurar su santificación y preservación en la fe.En seguida citaré algunos de los pasajes que hacen referencia a este pacto:El secreto de Jehová es para los que le temen; Y á ellos hará conocer su pacto. (Salmo 25:14)Esto pues digo: Que el pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que fué hecha cuatrocientostreinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. (Gálatas 3:17)Y el Dios de paz que sacó de los muertos á nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre delpacto eterno, (Hebreos 13:20)Conforme á la determinación eterna, que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor: (Efesios 3:11)Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugarescelestiales en Cristo: Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo...

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Descubriéndonos el misterio de su voluntad, según su beneplácito, que se había propuesto en símismo... En él digo, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados conforme alpropósito del que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad, (Efesios 1:3-4; 1:9-11)Mas nosotros debemos dar siempre gracias á Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os hayaescogido desde el principio para salud... (2 Tesalonicenses 2:13)Que nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme á nuestras obras, mas según el intento suyo y gracia, la cualnos es dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (2 Timoteo 1:9)Para la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no puede mentir, prometió antes de los tiempos de los siglos,(Tito 1:2)Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación: Ya ordenado [predestinado]desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postrimeros tiempos por amor de vosotros, (1Pedro 1:19-20)Y todos los que moran en la tierra le adoraron, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero,el cual fué muerto desde el principio del mundo. (Apocalipsis 13:8)Como le has dado la potestad de toda carne, para que dé vida eterna á todos los que le diste.Yo te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese.He manifestado tu nombre á los hombres que del mundo me diste: tuyos eran, y me los diste...Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son:...que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también á mí me has amado. (Juan 17:2, 4,6, 9, 23)Todo lo que el Padre me da, vendrá á mí; y al que á mí viene, no le hecho fuera. Porque he descendido del cielo, nopara hacer mi voluntad, mas la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió, del Padre: Quetodo lo que me diere, no pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero. (Juan 6:37-39)III. Mostraré cuál es la base de la justificación,y en base a qué son justificados algunos.1. La obediencia del hombre a la ley de las obras no es la base de su justificación, puesto que suobediencia es imperfecta y por lo tanto no le puede justificar. Tal justificación sería por obras y no porgracia, lo cual es contrario a todo el sentido y la enseñanza de las Escrituras. Además, si por la ley es lajusticia, entonces “por demás murió Cristo” (Gál.2:21). Entonces, su justicia sería innecesaria e inútil, locual deshonraría tanto la gracia como la sabiduría de Dios.

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Los siguiente textos afirman que la justificación no es por las obras sino por la fe en Cristo:“Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un solo punto, es hechoculpado de todos.” (Santiago 2:10, RV).“Porque por las obras de la ley nadie será justificado delante de él; pues por medio de la ley vieneel reconocimiento del pecado.” (Romanos 3:20, RVA).“Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito:Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas.”(Gálatas 3:10, RVA).“Sabiendo que ningún hombre es justificado por las obras de la ley, sino por medio de la fe enJesucristo, hemos creído nosotros también en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la feen Cristo, y no por las obras de la ley. Porque por las obras de la ley nadie será justificado.”(Gálatas 2:16, RVA).“Desde luego, es evidente que por la ley nadie es justificado delante de Dios, porque el justovivirá por la fe.” (Gálatas 3:11, RVA).“No desecho la gracia de Dios; porque si la justicia fuese por medio de la ley, entonces por demásmurió Cristo.” (Gálatas 2:21, RVA).“Así que, concluímos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos 3:28,RV).“Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras,..”(Romanos 4:6, RV).“Porque la promesa a Abraham y a su descendencia, de que sería heredero del mundo, no fuedada por medio de la ley, sino por medio de la justicia de la fe.” (Romanos 4:13, RVA).“...y ser hallado en él; sin pretender una justicia mía, derivada de la ley, sino la que es por la fe enCristo, la justicia que proviene de Dios por la fe.” (Filipenses 3:9, RVA).“Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetadoá la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia á todo aquel que cree.”(Romanos 10:3-4, RV).“De manera que la ley nuestro ayo (maestro) fué para llevarnos á Cristo, para que fuésemosjustificados por la fe.” (Gálatas 3:24, RV).“Séaos pues notorio, varones hermanos, que por éste os es anunciada remisión de pecados, Y de

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todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel quecreyere.” (Hechos 13:38-39, RV)2. La obediencia del hombre al evangelio, como si este fuera una nueva ley menos severa, no esla justicia que le justifica ante Dios. Este esquema de salvación es sostenido por muchos y enseñalo siguiente: Que Jesucristo ha procurado un relajamiento de la antigua ley, y ha introducido unanueva, cuyos términos son mucho más suaves y moderados. Esta nueva ley es (supuestamente) elevangelio y sus términos son: arrepentimiento, fe y una nueva obediencia, la cual aunque esimperfecta, sin embargo, siendo sincera será aceptada por Dios en lugar de una justicia perfecta.Pero este esquema es completamente falso. La ley no ha sido rebajada y ninguna de sus severidadesquitada. Su poder no ha sido disminuido y todavía tiene la misma facultad para exigir obedienciay condenar a aquellos que se encuentran bajo de ella, como siempre lo ha tenido. Elevangelio no es una ley, sino más bien, una declaración pura de gracia y salvación por Cristo.El evangelio tiene mandamientos y promesas, pero no hay nada parecido en él a una nuevaley. El arrepentimiento y la fe que son los medios para recibir la justificación son también lascondiciones del evangelio, y además, son al mismo tiempo dones de Dios obrados en el corazónde los hombres por Su gracia. La verdad es que, es tan difícil para el hombre en su condicióncaída arrepentirse y creer al evangelio, como lo fue para los hombres del Antiguo Testamentosometerse a la ley. En otras palabras, si el evangelio fuera una ley rebajada, resultaría tan imposibleobedecerla en nuestra propia fuerza como nos es imposible obedecer los mandamientos.Nuestra obediencia al evangelio no es la obediencia a una nueva ley, sino es el fruto de la obra deDios en nosotros, pero no es la causa de nuestra justificación. Somos capacitados por Dios paraarrepentirnos y creer; entonces sería absurdo decir que nuestra obediencia al evangelio es meritoriay que sea la base de nuestra justicia.3. Tampoco es una “sincera” profesión de religión aún en los mejores hombres la base de nuestrajustificación. Muchas personas tienen una forma de piedad y niegan el poder de ella. Tienenapariencia de vivir y no obstante, están muertos. Por fuera parecen ser hombres justos y sin

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embargo, por dentro están llenos de toda impureza. Muchos se someten a todas las ordenanzas deCristo, se bautizan en su nombre, se sientan en su mesa, y asisten continuamente a la predicaciónde su palabra, y no obstante están muy lejos de la justicia. Si suponemos que fueran sinceros entodo esto, aún así, no por ello serían justificados de esta manera. La sinceridad en cualquierreligión, aún la mejor religión, no es una justicia que nos pueda justificar. Puede haber muchosmusulmanes sinceros, papistas sinceros, y hasta paganos sinceros, de igual manera como sinceroscreyentes en Cristo. Un hombre puede ser un sincero perseguidor de la religión verdadera,tan fuertemente como otro puede ser un sincero profesante de ella. Nuestro Señor dijo a susdiscípulos que el tiempo vendría, cuando algunos hombres pensarían que estaban sirviendo aDios al darles muerte (Jn.16:2). Y es cierto que el apóstol Pablo antes de su conversión, “pensabaque debía hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret” (Hech.26:9). Pero aún si consideramosla sinceridad en el mejor sentido, pertenece a la santificación y no a la justificación, y estas doscosas no deben de ser confundidas. La obra de la santificación, no tiene ninguna parte en nuestra justificación.4. El hecho de creer tampoco nos es imputado para justificación. Jacobo Arminio y sus seguidoresmodernos han afirmado este error, y han tratado de establecer esta idea basándose en Rom.4:5y 9. Cuando Pablo dice que “creyó Abraham a Dios y le fue atribuido a justicia”, se refiere no a la feo al hecho de creer, sino más bien al objeto de la fe (que es la justicia de Cristo). En el versículo 6claramente dice que Dios nos atribuye justicia sin obras. Más adelante, en los versículos 22 al 24, diceque esta misma justicia les será imputada a todos aquellos que crean en Aquel que levantó de los muertosa Jesús. Además, hay que tomar en cuenta que el apóstol no dice que la fe le haya sido contada en lugar dela justicia, sino por justicia (la palabra griega es “eis” que quiere decir, con referencia, con respecto). Estosignifica exactamente lo que Pablo dice en otro texto al afirmar que “con el corazón se cree para justicia”(Rom.10:10); es decir, que con el corazón el hombre cree en Cristo para recibir justicia, la cual justicia (yno la fe), le es imputada para su justificación.

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Además de esto, la fe y la justicia son claramente distinguidas en varios textos, por ejemplo:En Romanos 1:17 se declara que “la justicia de Dios, se revela por fe y para fe ” (RVA) y también enRom.3:22 se dice que se ha manifestado “la justicia de Dios, por la fe de Jesucristo, para todos los quecreen en El”. No es la fe, sino algo diferente lo que es la justicia que nos justifica. La fe no es la sangreni la obediencia de Cristo, y estas son las cosas por las cuales somos justificados o declarados justosdelante de Dios (vea Rom.5:9-10 y 5:19). Y no hay duda alguna que la Escritura dice que somos “justificadospor la fe”, pero no por causa de ella, sino a través de ella. En una palabra, es Dios quien justifica,no la fe.En otras palabras, no es la fe en sí lo que nos justifica ante Dios, sino el objeto de la fe.Entonces, puesto que el objeto de la fe es Cristo, su muerte, su justicia, su vida perfecta, entoncesno es la fe misma lo que justifica, sino la obra en la cual la fe cree. Muchas personas confían ensu fe, en vez de confiar en Cristo y Su justicia, la cual es el único objeto verdadero de la fe. Es eneste punto que tenemos que distinguir entre la salvación a través de la fe y la salvación a causa dela fe. Multitudes de personas creen en la salvación a causa de la fe y no por medio de la fe. Talespersonas terminan pensando que es su fe, el acto de creer, lo que les justifica, sin creer realmenteen la justicia de Cristo como la base de su justificación.5. La base de nuestra justificación es la justicia de nuestro Señor Jesucristo.Esta justicia no es su justicia esencial como Dios, ni tampoco las acciones de justicia realizadaspor El en el cielo como Jesucristo el justo; sino solamente aquella justicia que El realizódurante su estado de humillación aquí en la tierra. La justicia de Dios puede significar tres cosas.Primero, puede significar la justicia de Dios mismo, segundo, puede significar la justicia que laley de Dios requiere o tercero, puede significar la justicia que Dios ha provisto para la justificaciónde los pecadores. Es esta última justicia la que es predicada en el evangelio. La frase “lajusticia de Cristo” se refiere a la vida perfecta que el vivió como el segundo Adán, la cabeza y representantede su pueblo.Esta justicia no incluye todas las obras extraordinarias y los milagros hechos por El durantesu ministerio terrenal; tales obras y milagros eran pruebas de su divinidad y señales que le identificabancomo el Mesías. El a través de estas manifestaciones, se autentificó como el único

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mediador, pero no actuaba como un mediador al hacerlas. El hizo dichas señales para que loshombres creyeran en su justicia, pero ellas no eran ingredientes en aquella justicia en la cualdeberían creer.La justicia de Cristo se refiere a lo que comúnmente es llamado su obediencia “activa” y“pasiva”. Su “obediencia activa” significa la conformidad de su vida a los preceptos de la ley, yesta obediencia es, estrictamente hablando, aquella por la cual nosotros somos declarados comojustos. Su “obediencia pasiva” se refiere a sus sufrimientos y muerte, y esta obediencia es expresadafrecuentemente en la Escritura en la frase “su sangre”.No debemos pensar que la frase “obediencia pasiva” quiere decir que Cristo no fuera “activo”en sus sufrimientos. Cristo fue activo en sus sufrimientos. Así es que la Escritura dice queEl: “puso su vida” de sí mismo (Jn10:18) , “derramó su vida hasta la muerte” (Isa.53:12) y “se entregóa sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios” (Ef.5:2). Y “por el Espíritu eterno, se ofreció a símismo sin mancha a Dios” (Heb.9:14). Entonces, la muerte y los sufrimiento de Cristo que son comúnmentellamados su obediencia pasiva, son también requisitos para nuestra justificación y nos son imputadascon ese fin. Así pues, la Escritura dice que “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa.53:5) y que“somos justificados por su sangre” (Rom.5:9-10) y también que somos “reconciliados con Dios por lamuerte de su Hijo”.Por otra parte, creo firmemente, que no solamente sus sufrimientos y muerte, sino tambiénsu obediencia activa, de igual manera como la santidad de su naturaleza humana, nos son imputadaspara justificación. La ley exige una naturaleza santa, una obediencia perfecta, y en el casode una desobediencia exige el castigo. A causa del pecado nuestra naturaleza ya no es santa,nuestra obediencia es imperfecta y por lo tanto somos sujetos al castigo.Cristo ha asumido una naturaleza humana santa, y en ella realizó una obediencia perfectaante la ley. Y también en esta condición sufrió la pena de la misma ley. Todo esto lo hizo, no parasí mismo, sino para nosotros, y todo esto nos es imputado para nuestra justificación. La Escrituradice que El nos “ha sido hecho por Dios (es decir, por imputación) sabiduría, y justificación, y santificación,y redención” (1Cor.1:30).

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La palabra sabiduría pudiera significar todo el plan de la justificación, porque en El semanifiesta la sabiduría de Dios. Y las otras cosas pueden ser consideradas como las partes principalesde esta justificación. Por ejemplo: la santificación pudiera significar la santidad de su naturalezahumana, la justicia pudiera significar su obediencia activa por la cual muchos son hechosjustos y la redención pudiera expresar sus sufrimientos y muerte, por los cuales el pecado fuecondenado en la carne. Y es así que toda la justicia de la ley fue cumplida en favor de nosotros.Ahora daré en breve algunas razones por las cuales creo que la obediencia activa de Cristo,y no solo sus sufrimientos y muerte, nos son imputados para justificación:a. Porque para nuestra justificación es necesario que se nos impute todo lo que la ley requiere.Ahora, es importante observar que antes de que el hombre pecara, la ley solamente le obligaba aobedecer. Pero después de la caída, queda sujeto tanto a la obediencia como a la pena de castigo.A menos que los preceptos de la ley sean obedecidos perfectamente y todo su castigo aplicado, laley no puede ser satisfecha, y a menos que sea satisfecha, nadie puede ser justificado ante ella.Por lo tanto, si Jesucristo se compromete como un fiador, para dar satisfacción a la ley, en lugarde su pueblo (como un sustituto), entonces debe obedecer tanto los preceptos de la ley, comosufrir la penalidad de ella. Si el hiciera solamente una parte, esto no sería suficiente. Por ejemplo:Si solo pagara la deuda de nuestro castigo, no nos libraría de la obligación de obedecer.Cristo dio satisfacción y cumplimiento a ambas partes de la ley, tanto sus preceptos y mandamientos,como en sus demandas de castigo, y así magnificó e hizo honorable la ley. Por lo tanto,su obediencia activa y su obediencia pasiva deben sernos imputadas para nuestra justificación.b. Porque necesitamos ser justificados por una justicia y esta justicia es la de Cristo. Ahora, lajusticia, estrictamente hablando, consiste de una obediencia real, como lo dice Deuteronomio6:25 “Y tendremos justicia cuando cuidáremos de poner por obra todos estos mandamientos delante deJehová nuestro Dios, como él nos ha mandado”. Entonces, si somos justificados por la justicia de Cristoimputada a nosotros, tiene que ser por su obediencia activa y no simplemente por sus sufrimientos ymuerte. Porque éstos, aunque nos libran de la muerte, sin embargo, no nos hacen realmente justos.

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c. Porque se dice expresamente que “por la obediencia de un hombre, muchos serán constituidosjustos” (Rom.5:19). La obediencia en este texto se refiere no solo a los sufrimientos y la muerte de Cristo,sino también a su vida perfecta.d. Porque la recompensa de vida ha sido prometida no al sufrimiento, sino al cumplimiento. Laley dice: “haz esto y vivirás”, y así promete vida, no a aquel que sufre su penalidad, sino a aquelque obedece sus preceptos. Nunca ha existido una ley entre los hombres que prometa una recompensaal criminal por sufrir el castigo de sus crímenes. Los sufrimientos y la muerte de Cristoeran para cumplir el aspecto condenatorio y penal de la ley; y nos son imputados para justificacióna fin de que seamos librados de la maldición, del infierno y de la ira. Pero estos sufrimientoscomo no nos hacen justos, estrictamente hablando, no pueden darnos el derecho a la vida eterna.Para esto nos hace falta que la obediencia activa y la justicia positiva de Cristo nos sean imputadas,esta es nuestra justificación de vida (Rom.5:18). Esto es lo que nos da el derecho a la vidaeterna.e. Porque la obediencia activa de Cristo fue realizada a favor de nosotros y en nuestro lugar,entonces, tiene que ser imputada a nosotros para justificación. Si alguien dijera que Cristo, comoun hombre fue hecho de la mujer, hecho súbdito a la ley y estuvo obligado a obedecer la ley, parasalvarse a sí mismo; yo contestaría, que Cristo asumió una naturaleza humana y se sujetó a la ley,no para sí mismo, sino para nosotros, no para su beneficio sino para el nuestro. “Porque un niñonos es nacido, hijo nos es dado” (Isa.9:6). Y si Cristo nos es dado solamente en sus sufrimientos, pero noen su obediencia, entonces, no tendríamos un Cristo completo, sino solamente un Cristo sufriente, pero noobediente.Además, debemos señalar que la obediencia activa de Cristo a la ley en lugar de nosotros,no nos exenta de nuestra obediencia personal a ella; tal como sus sufrimientos y muerte, tampoconos exentan de la muerte física y del sufrimiento. Es cierto, que nosotros no sufrimos ni morimosen el sentido en que El lo hizo, es decir, para satisfacer la justicia y hacer propiciación por elpecado. Tampoco, rendimos obediencia a la ley para obtener vida eterna a través de ella. Es por

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la obediencia de Cristo a favor de nosotros, que somos exentos o libres de la obediencia a la ley eneste sentido (es decir, en el sentido de obediencia para salvación). Pero no somos librados de laobediencia a la ley, como una norma de comportamiento por la cual podemos glorificar a Dios yexpresarle nuestra gratitud, por sus abundantes misericordias.Pudiéramos decir muchas cosas para recomendar esta gloriosa justicia de nuestro Mediador.La naturaleza y excelencia de esta justicia puede ser vista por los varios nombres y descripcionesque encontramos de ella en las Escrituras:1. Primero, es llamada “la justicia de Dios” (Rom.1:17 y 3:22). Es llamada así porque estácontrastada con la justicia humana, sino también porque fue realizada por uno que es tanto Dios comohombre. También esta justicia es grandemente aprobada y gratuitamente aceptada por Dios, y tambiénlibremente imputada por El a todo su pueblo, quienes son justificados por ella ante Dios.2. Segundo, es llamada “la justicia de uno” (Rom.5:18). Es decir, de una de las personas de laTrinidad. No es la justicia del Padre, ni del Espíritu, sino del Hijo, quien aunque participa de dos naturalezas(divina y humana), no obstante es una sola persona. Es la justicia de uno quien es la cabeza de todasu simiente o pueblo, tal como Adán fue la cabeza de la humanidad perdida (Por este principio representativo,Cristo es llamado el segundo Adán). Esta justicia puede ser llamada también la justicia de “muchos”,es decir de todos los creyentes, puesto que a ellos les es imputada y todos ellos tienen igualmente derechoa ella. Pero en cuanto a su autor, esta justicia es solo una, es decir, la de Cristo. Por lo tanto, no somosjustificados parcialmente por nuestra justicia y parcialmente por la de Cristo, porque en tal caso seríamosjustificados por la justicia de dos y no solamente por la de uno.3. Tercero, es llamada “la justicia de la ley” (Rom.8:4). Porque aunque esta justicia no provienede nuestra obediencia a la ley, sin embargo, proviene de la obediencia de Cristo a esta ley. Y aunque porlas obras de la ley como realizadas por el hombre, ninguna carne será justificada; sin embargo, por lasobras de la ley realizadas por Cristo, todos los elegidos son justificados. La justicia de Cristo puede serllamada verdaderamente una justicia legal, porque cumple con lo que la ley demanda y exige, e incluyeuna conformidad completa a todos sus preceptos. Por medio de esta justicia, la ley es magnificada y

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engrandecida. Aunque la ley y los profetas testifican de ella, esta justicia se manifiesta solo en el evangelio,y es ministrada solo por el evangelio.4. Cuarto, es llamada también “la justicia de la fe” (Rom.4:13). No que la fe sea nuestra justicia,ni completa, ni parcialmente. Ya hemos visto que la fe no es la causa de nuestra justificación, ni tampocola fe nos es imputada en lugar de la justicia. La justicia de Cristo, es llamada la justicia de la fe, porque lafe es el medio para recibirla, y la fe es el medio para vestirnos de ella. La fe se regocija en esta justicia yse jacta solamente de ella.5. Quinto, es llamada “el don de la justicia”, “el don” y “el don de Dios por la gracia” (Rom.5:15-17). Es llamada así porque fue realizada gratuitamente por Cristo, y es imputada libremente por Diosel Padre, y la fe es dada libremente para echar mano de esta justicia y abrazarla.6. Sexto, es llamada “el principal y el mejor vestido” (Luc.15:22). Es un mejor vestido que aquelque Adán tenía en el Edén, o que los ángeles tienen en el cielo. Porque en ambos casos, tanto en Adáncomo los ángeles, ellos tenían la justicia de una criatura, mientras que ésta es la justicia de Dios. Además,la justicia de Adán era una justicia que se podía perder y que de hecho fue perdida en la caída. Y ahora,ninguna de la posteridad de Adán es justa en y de sí misma, “ni siquiera uno” (Rom.3:10-19). Y conrespecto a la justicia de los ángeles, es obvio que era una justicia que ellos podían perder, puesto quemuchos de ellos cayeron de su primer estado y perdieron su justicia. La única razón por la que algunos laconservaron, fue la gracia preservadora de Cristo. La justicia de Cristo permanece para siempre, y nopuede perderse, ni jamás será perdida.La justicia de Cristo es una en la cual la ley no puede encontrar ninguna falta. Esta justicianos justifica “de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados...” (Hech.13:39). Nosprotege de la ira y la condenación, silenciando todas las acusaciones, porque “¿quién acusará a los escogidosde Dios? Dios es el que justifica” (Rom.8:33). Esta justicia responderá por nosotros en el día deljuicio y nos dará entrada al reino de la gloria de Dios. En aquel día, todos aquellos que no tienen unajusticia mayor que aquella que tuvieron los escribas y los fariseos, no entrarán, y todos aquellos que estánsin este vestido de bodas, serán echados a las tinieblas de afuera, donde será el llanto y el crujir de dientes.

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IV. Consideraré algo respecto a la forma de la justificación, la cual es a través de la imputación dela justicia.“Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras.”(Romanos 4:6) Tanto la palabra hebrea como la griega que son usadas para expresar el acto de la imputaciónsignifican: Atribuir, acreditar, considerar como, reputar, estimar, o poner a la cuenta de otro. Comopor ejemplo el apóstol Pablo dijo a Filemón respecto a Onésimo “Y si en algo te dañó, ó te debe, ponlo ámi cuenta” (Filemón 1:18). Es decir, “yo asumo la responsabilidad”. Entonces, cuando se dice que Diosimputa la justicia de Cristo a nosotros, esto significa que la considera como nuestra, y nos declara justos enbase a ella, como si nosotros mismos la hubiéramos realizado. Ahora, para mostrar que somos justificadospor la justicia de Cristo imputada a nosotros, es necesario observar los siguientes puntos:1. Que nosotros mismos somos personas impías, que son justificadas por Dios, “porque Dios justificaa los impíos” (Rom.4:5). Entonces, si somos justificados siendo impíos, somos justificados sin ningunajusticia propia. Así pues, si somos justificados, tiene que ser a través de una justicia imputada anosotros o puesta en nuestra cuenta, la cual no puede ser ninguna otra, salvo la justicia de Cristo.2. Que nosotros somos justificados o por una justicia inherente, interna y propia o por una justiciaimputada a nosotros. No puede ser una justicia inherente porque esa justicia es imperfecta y ningunajusticia imperfecta nos puede justificar. También, la justicia por la cual somos justificados es una justiciaexterna a nosotros, es una justicia “para (sobre) todos los que creen” (Rom.3:22). Entonces, esta justiciatiene que ser, no inherente sino imputada.3. La justicia por la cual somos justificados no es nuestra propia justicia sino la de otro, es a saber,la justicia de Cristo. Pablo dijo que quería ser “hallado en él, no teniendo mi justicia, que es por la ley,sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9). La única maneraen que la justicia de otro puede llegar a ser nuestra, es a través de la imputación de ella a nosotros, no hayotra forma de hacerlo.4. De la misma manera en que el pecado de Adán llega a ser nuestro y somos constituidos pecadores

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por su transgresión, así también la justicia de Cristo llega a ser nuestra y somos constituidos justos porella. Es obvio que el pecado de Adán llega a ser nuestro por imputación, y así también la justicia de Cristo.El apóstol dice: “Porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores,así por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos.” (Romanos 5:19)5. En la misma forma que nuestros pecados llegaron a pertenecer a Cristo, su justicia llega a sernuestra. No hay duda alguna de que nuestros pecados llegaron a pertenecer a Cristo por imputación. ElPadre los puso sobre El por medio de imputárselos, y El los tomó sobre sí mismo voluntariamente. Nuestrospecados fueron puestos en su cuenta y El se consideró a sí mismo, como responsable ante la justiciapor ellos. Ahora, en la misma forma, su justicia llega a ser nuestra: “Al que no conoció pecado, pornosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios5:21)V. Consideraré la fecha de la justificación, es decir, ¿cuándo fue tomada la decisión de justificarnosy cúando fue realizada la obra que nos justifica?Para investigar la fecha de la justificación, hemos de decir que existen varias opiniones alrespecto. Algunos han pensado que ésta no será completada sino hasta el día del juicio; otros, quecomienza al momento de creer y no antes; otros dicen que ella tiene lugar en el momento de laresurrección de Cristo de entre los muertos cuando El fue justificado y junto con El todos loselegidos; otros creen que la fecha se remonta hasta el tiempo cuando Cristo fue primeramenteprometido como nuestro Mediador, inmediatamente después de la caída; otros llevan la fechahasta las transacciones hechas entre el Padre y el Hijo desde la eternidad, en el pacto de la redención.No hay duda alguna de que se puede relacionar la justificación con cada una de estas fechas.La postura que yo sostengo es que la decisión de justificarnos fue tomada desde la eternidad en elpacto de la redención (o el pacto de gracia).El método que usaré para presentar esta postura es como sigue:Primero, trataré de demostrar que la obra de justificación y el propósito divino de justificarnos através de la obra de Cristo es anterior al acto de creer.Segundo, que la fe a través de la cual somos justificados en el momento de creer no es la causa denuestra justificación sino solo el medio por el cual recibimos dicha justificación.

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Tercero, contestaré las objeciones levantadas contra esta doctrina.Primero, trataré de demostrar que la obra de justificación y el propósito divino de justificarnos através de la obra de Cristo es anterior al acto de creer.Yo creo que esto puede ser concluido en forma razonable de las siguientes consideraciones:1. La fe no es la causa, sino el fruto y efecto de la obra de Cristo. La razón por la cual somosjustificados no es porque tenemos fe sino más bien, tenemos fe porque somos justificados en la obra deCristo. Si no existiera tal bendición como la gracia de la justificación de vida provista para los hijos de loshombres, entonces tampoco existiría tal cosa como la fe en Cristo obrada en ellos, ni tampoco existiríaningún propósito para dicha fe. La razón por la cual algunos no creen es porque no son las ovejas deCristo y no fueron incluidos en el pacto de gracia (Jn.10:26). Ellos nunca fueron escogidos por El, nijustificados por El, sino que son justamente dejados en sus pecados para ser condenados. La razón por lacual otros creen es debido a que han sido ordenados para vida eterna (Hech.13:48). Ellos tienen unajusticia justificadora provista para ellos y son justificados por ella, por lo tanto nunca entrarán en condenación.Aún cuando los escogidos eran inconversos, ellos fueron realmente en el propósito y la obrade Dios justificados y librados de la culpa de sus pecados por la muerte de Cristo. Y como consecuenciaen su debido tiempo, Dios les concede el don de la fe para que ellos vean que han sidoaceptados por la justicia de Cristo. Vea los siguientes textos que hablan de los creyentes comounidos con Cristo en su muerte en el pasado, es decir en el tiempo de la obra de Cristo en la cruz:Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliado con Dios por la muerte de su Hijo... (Romanos 5:10)Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fué crucificado con él... Y si morimos conCristo, creemos que también viviremos con él; (Romanos 6:6,8) ...Que si uno murió por todos, luegotodos murieron; (2 Corintios 5:14) Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo ásí, no imputándole sus pecados... (2 Corintios 5:19) Bienaventurado el varón al cual el Señor no imputópecado. (Romanos 4:8) Así es que la obra de justificación es la causa y la fe el efecto. Y puesto que cadacausa es antes que su efecto, entonces el propósito divino de justificar tiene que ser antes que la fe.

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2. La obra de Cristo que justifica a los creyentes es el objeto, y la fe es el acto por el cual miramos elobjeto. Ahora, el objeto no depende del acto de mirar, sino que el acto es quien depende del objeto quemira. El hecho de mirar a un objeto no es lo que da existencia a dicho objeto, sino que el objeto tiene queexistir previamente. La fe no es la causa de la justificación sino la evidencia de ella y al mismo tiempo, elmedio divino para recibir dicha justificación. Pero la obra divina de justificarnos a través de Cristo tieneque existir previamente. La fe es la convicción de las cosas que no se ven, pero no es la convicción acercade las cosas que no existen. Lo que el ojo es para el cuerpo, lo es la fe para el alma. Por ejemplo, el ojopercibe la existencia de objetos reales, pero no los produce. Si previamente no existen, el ojo no los puedever. Vemos que el sol brilla con todo su resplandor, pero ¿Acaso no existía antes de que nosotros loviéramos? Esta observación es válida en cuanto a miles de ejemplos. La fe es la mano que recibe labendición de la justificación del Señor y el don de la justicia por la cual el alma es justificada anteEl. (Romanos 5:20) Pero ¿no es cierto que esta bendición de justicia debería existir antes de quela fe pudiera recibirla? La justicia de Cristo que nos justifica es el objeto de la fe, y la fe la miray concluye seguramente que “ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza” (Isa. 45:24).3. Todos los elegidos de Dios fueron justificados en y con Cristo, su Cabeza representativa cuandoEl resucitó de los muertos, y por lo tanto, antes de que ellos creyeran. El Señor Jesucristo, habiéndosecomprometido como el Fiador de su pueblo desde la eternidad, en el cumplimiento del tiempo dio satisfacciónpor sus pecados a través de sus sufrimientos y muerte. Todos los pecados de su pueblo fueronpuestos sobre El, imputados a su cuenta y El se hizo responsable ante la justicia divina por ellos. Puestoque Cristo sufrió y murió, no como una persona privada sino pública, así también El resucitó como unapersona pública y fue justificado como tal. Por lo tanto, cuando El fue justificado, todos aquellos porquienes hizo satisfacción fueron justificados en El. Este es el significado del texto que dice: “El cual fueentregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Cuando El fuejustificado, los elegidos fueron justificados también con El puesto que El fue su representante. Y como

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podemos decir que Adán nos condenó a todos cuando él cayó, así también Cristo nos perfeccionó a todosy Dios nos justificó cuando El murió y resucitó. Y cuando la Escritura dice que cuando El ascendió alcielo, nosotros ascendimos con El (vea Ef.2:6), lo hace basándose en el mismo punto, es decir, en nuestraunión espiritual con El. Es obvio que esta unión con Cristo y todas sus consecuencias salvadoras tienenque existir previamente en la obra y el propósito divino, y aun antes de que recibamos en el tiempo todossus beneficios.4. Ahora iré un paso más adelante: trataré de probar que la decisión de justificar a todos los elegidosde Dios fue hecha desde la eternidad. Cuando digo que la decisión de justificar a los elegidos de Dios fuedesde la eternidad, no creo que tenían una existencia personal y real desde la eternidad, aunque la teníanen Cristo como su representante. Tampoco creo que un pago real por sus pecados haya sido hecho entonces(en la eternidad) por Cristo, aunque El se comprometió a hacerlo. Tampoco afirmo que esta decisióneterna fue hecha de tal manera que pusiera de lado el pecado de Adán y la imputación de su culpa a susescogidos, lo cual haría innecesario la justificación por Cristo en el tiempo. Tampoco quiero hacer inútilla fe para nuestra justificación en nuestras conciencias (es decir, en nuestra propia experiencia).Pero, al hablar de la decisión de justificar desde la eternidad, me refiero a más que elpreconocimiento y presciencia de Dios, a quien “conocidas son desde el siglo todas sus obras”(Hechos 15:18). Me refiero a más que esto porque afirmo que la justificación es una sentencia concebidaen la mente de Dios en su propósito eterno por el decreto de justificación, y que este acto de Dios, (cuyosactos son todos eternos) es la gran declaración original del propósito de justificación. Entonces, aquellasentencia pronunciada sobre Cristo como nuestro representante cuando El resucitó de los muertos, y aquelladeclaración pronunciada por el Espíritu de Dios en la consciencia de los creyentes al momento de creer,y también aquella sentencia que será pronunciada ante los hombres y los ángeles en el día del juicio sontodas simplemente repeticiones o declaraciones renovadas de la misma declaración original hecha porDios en la decisión eternal de justificar según su propósito eterno.Yo entiendo que como el decreto eterno de la elección de personas para vida eterna es una

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elección eterna de ellas, así también el decreto o propósito de justificar a sus escogidos es ladecisión eterna de justificarlos a ellos. La justificación es un acto de la gracia divina hacia nosotros,y es algo completamente externo a nosotros. Es algo que sucede en la mente divina cuandoDios nos constituye o nos considera como justos a través de la justicia de su Hijo y nuestra unióncon El. Así pues, esta justificación decretada en la eternidad no requería la existencia real de lajusticia de Cristo, ni de nosotros, sino solamente requería que ambas cosas existieran en el tiempo.Para confirmar e ilustrar más esta verdad, consideraremos los siguientes puntos:a. Primero, que hay una elección de personas para vida eterna y que los objetos de la justificaciónson los elegidos de Dios. “¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que justifica”(Romanos 8:33). Ahora, si los elegidos de Dios no pueden ser inculpados de pecado sino que son absueltos,descargados y justificados por Dios, y si ellos eran sus elegidos desde la eternidad o si fueron escogidosen Cristo antes de la fundación del mundo, entonces en el propósito de Dios tuvieron que ser absueltosy justificados por Dios, a fin de que no pudieran ser acusados de nada.Además de esto, la gracia electiva los puso en Cristo antes del comienzo del mundo: “Nosescogió en El antes de la fundación del mundo” (Ef.1:4). Y si la elección de gracia los puso en El,entonces deberían ser considerados en Cristo, o como personas justificadas o como no justificadas en El.Yo pienso que se nos puede permitir argumentar a favor de un propósito eterno de justificar basado en unaelección eterna, puesto que la obra de justificación es una parte de la eterna elección. Es el propósitoeterno del Padre en el pacto que hizo con su Hijo que los elegidos fueran justos ante sus ojos en la justiciade su amado Hijo. Y este acto o propósito eterno incluye el apartamiento de los elegidos para hacerlosparticipantes únicos de la justicia de Cristo, y también el apartamiento de la justicia de Cristo solo paraellos. Entonces, yo pienso que podemos concluir que si hay una elección eterna de personas en Cristo,debe haber también una aceptación eterna y justificación decretada de ellos en El.b. Segundo, que existía desde la eternidad un pacto de gracia y paz hecho entre el Padre y elHijo con respecto a estas personas elegidas. (Este pacto a veces es llamado “pacto de redención”.)

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En este pacto, todas las bendiciones de gracia y promesas de vida procuradas y aseguradas por elmismo pacto fueron puestas en las manos de Cristo. Y aunque su pueblo no tenía una existenciareal y personal, sin embargo, la tenían en forma representativa al estar en Cristo, y en El fueronbenditos con toda bendición espiritual (Vea Ef.1:3).Y si fueron benditos con todas las bendiciones espirituales, entonces esto tiene que incluirla obra de justificación, la cual es una parte no pequeña de aquella gracia que nos fue dada enCristo Jesús “antes de los tiempos de los siglos” (2 Tim.1:9).c. Tercero, la decisión de justificarnos fue tomada entonces en el propósito divino cuandofuimos elegidos, no en nosotros mismos sino en nuestra Cabeza, es decir en Cristo, el representantelegal de su pueblo. Este es el propósito que Pablo quiere destacar cuando él afirma enRomanos 8:30 que aquellos que fueron predestinados, fueron llamados, justificados y glorificados.El apóstol se refiere a estas cosas como ya realizadas en el pasado cuando fuimos predestinados.Se dice que estas bendiciones decretadas en la eternidad ya fueron otorgadas, no porquetuvieran una existencia en sí mismas, sino porque Cristo (nuestro representante) se comprometióa realizar y otorgar todas estas bendiciones a los escogidos en el tiempo. Entonces, ocurrió unadonación real de estas cosas a favor de nosotros.“Para la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no puede mentir, prometió antes de lostiempos de los siglos” (Tito 1:2). En este texto vemos que la promesa de la vida eterna fue dada en elpacto de la redención, hecho antes de la eternidad. Si la promesa de vida fue dada en aquel entonces,también tuvo que incluirse la obra de justificación, sin la cual nadie podría tener vida. Dios prometió quedejaría ir libres a los pecadores elegidos, y que buscaría el pago de sus pecados y la satisfacción de sujusticia en Cristo, y no de ellos.Al buscar el pago de Cristo y no de ellos, en ese momento ellos fueron librados y descargadosde la deuda. Esto lo podemos ver en el siguiente ejemplo: Tan pronto como alguien acepta laresponsabilidad a pagar la deuda de otro, tan pronto como acepta ser el fiador, y el fiador esaceptado, entonces la persona es librada inmediatamente de su deuda. Los ojos del acreedor sonpuestos en el fiador y no sobre el deudor original. Cristo fue establecido como el mediador y

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fiador desde la eternidad, y su compromiso de pagar fue aceptado desde entonces por el Padre.Esto significa que la decisión de no imputarles sus pecados a los hombres elegidos fue hecha enla eternidad. Y esta no imputación es una parte principal de la justificación, como Pablo lo diceen Rom.4:8, “Bienaventurado el varón al cual el Señor no imputó pecado”.d. Cuarto, que Dios desde la eternidad determinó castigar el pecado, no en la persona de loselegidos sino en la persona de Cristo, el fiador de ellos. Este propósito de Dios de castigar elpecado no en su pueblo sino en su Hijo es claramente manifestado por el hecho de que Diospredestinó que Cristo fuese una propiciación por sus pecados. (Vea 1 Ped.1:20.) Este propósitofue dado a conocer al hombre inmediatamente después de la caída, aunque no inició en ese momentopuesto que ningún propósito nuevo puede surgir en Dios. Dios no se propone hacer nadaen el tiempo que no se haya propuesto desde la eternidad. Hechos 15:18 dice “Conocidas son áDios desde el siglo (eternidad) todas sus obras”. Puesto que fue el eterno propósito de Dios el no castigarel pecado en su pueblo sino en su Hijo, entonces ellos fueron eternamente protegidos de la ira y la destrucción.Si ellos fueron eternamente librados del castigo eterno, entonces ellos fueron eternamente apartadosen el propósito y decreto de Dios para que fuesen justificados en el tiempo por la obra de Cristo. En otraspalabras, la determinación de perdonar el pecado de su pueblo es simplemente la determinación (o decisión)de no castigarlo. Y esta determinación de no castigar el pecado de ellos es un acto inmanente de Diosdesde la eternidad.e. Quinto, que los creyentes bajo el Antiguo Testamento, fueron justificados por la mismajusticia de Cristo que justifica a los creyentes del Nuevo Testamento. Y en el caso de los creyentesbajo el Antiguo Testamento, evidentemente fueron justificados antes de que el sacrificio deCristo fuese ofrecido y su justicia obtenida. En otras palabras, antes de que Cristo hiciera el pagode su deuda, ellos fueron perdonados de sus pecados. La sangre de Cristo fue derramada para laremisión de pecados que fueron pasados (vea Rom.3:25-26). En Hebreos 9:15 dice que la muertede Cristo fue “para la remisión de las rebeliones que había bajo del primer testamento”. Entonces, siDios realmente justificó a algunos, habiendo aceptado la justicia y el sacrificio de Cristo tres o cuatro mil

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años antes de que Cristo consumara dicha obra; entonces ¿Porqué no pudiera también apartar a todos suselegidos para ser justificados en base a la misma obra futura de Cristo?Segundo, la fe a través de la cual somos justificados en el momento de creer, no es la causade nuestra justificación sino solo el medio por el cual recibimos dicha justificación.La frase que frecuentemente encontramos en las Escrituras es “justificados por la fe”. La fees el medio para recibir la justificación. Es la gracia por la cual el alma echa mano y abraza o toma lajusticia de Cristo para ser justificado ante Dios. Pero esta fe no añade nada a la esencia misma de lajustificación. Dios no justifica a nadie a causa de su fe o en base a alguna fe vista de antemano en ellos. Lafe no es la causa de nuestra justificación, sino solo el medio para recibirla en nuestra experiencia. Dios esel que justifica y lo hace en base a la obediencia y la sangre de Cristo.Entonces la fe es la percepción, la comprensión, la evidencia y la recepción de nuestrajustificación. La obediencia perfecta (es decir, la justicia) de Cristo que nos justifica es revelada“por fe y para fe” (Rom.1:17). Sin la fe no podemos conocer, ni recibir, ni tampoco disfrutar en nuestraconsciencia o en nuestra experiencia la realidad de nuestra justificación. La fe es aquella gracia por la cualel alma iluminada por el Espíritu Santo mira a la justicia perfecta de Cristo (después de haber visto supropia culpa, contaminación y miseria) y es habilitada para renunciar a su propia justicia y descansar en lajusticia de Cristo (Rom.10:3-4 y Fil.3:8-9). Por medio de la fe nos vestimos de la justicia de Cristo comocon un manto de justificación, y nos regocijamos en su justicia y le glorificamos. Así pues en el tiempo,(es decir en nuestra experiencia) somos declarados justos “en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritude nuestro Dios” (1Cor.6:11).Podemos entender la relación entre la fe y la justificación por medio de la siguiente ilustración:El perdón de un criminal es completo desde el momento en que esta declaración es firmaday sellada por el Rey. No es el hecho de entregarle al criminal una copia de la declaración, nitampoco el hecho de recibir este documento, lo que es la base del perdón. Aunque ambas cosasson necesarias para que él tenga conocimiento y reciba el beneficio de este perdón y lo use en lacorte, y también para que tenga paz y quietud en su mente.Otro ejemplo es cuando un hombre es justificado en la corte y se le entrega una copia del

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expediente que le declara justo. ¿Quién diría que la copia de su expediente es su justificación?Más bien ¿No diríamos que fue la declaración del juez en la Corte, lo que le justificó? Asítambién, es la declaración de Dios lo que nos justifica en base a la justicia de Cristo, y es a travésde la fe que recibimos el expediente y la noticia en nuestra experiencia personal. El decretoeterno de Dios de justificarnos es una cosa, y la recepción de la justificación en nuestra experienciaa través de la fe es otra cosa distinta, aunque las dos son necesarias para nuestra justificación.Para que no haya duda en cuanto al significado de la fe justificadora, es importante señalarque esta fe en Cristo consiste de tres elementos básicos:1) Creer en Cristo y toda la verdad revelada acerca de su persona y su obra, es decir creer toda laverdad revelada en el evangelio.2) Confiar completamente en la obra de Cristo, es decir confiar en su vida perfecta (su justicia) ysu muerte para ser justificado.3) Entregarnos o someternos a la persona de Cristo como nuestro Señor.La fe salvadora es descrita en las siguientes formas: Creer en Cristo, venir a Cristo, descansaren Cristo, aferrarse o adherirse a Cristo, confiar en Cristo, depender de Cristo, comer de Cristo, recibira Cristo, echar mano de Cristo, someterse a Cristo, invocar a Cristo. La fe es la mano vacía del mendigoextendida hacia Cristo. La fe acude a Cristo consciente de su pobreza, su necesidad e incapacidad, y recibetodo de El. La fe no añade nada a la obra de Cristo sino que confía en la suficiencia, la perfección y laplenitud de su obra salvadora.Es importante señalar la diferencia entre confiar en Cristo y confiar en nuestra fe. Podemosentender esta diferencia fijándonos en la diferencia entre el agua y el vaso. El vaso simplementees el medio por el cual recibimos el agua de vida. La fe corresponde al vaso, es decir es el mediopara beber del agua de vida. Pero es el agua lo que acaba con nuestra sed; el vaso en si mismo nosirve para nada. Muchas personas confían en su fe y no entienden que es el objeto de la fe lo quenos salva, y no la fe misma. La fe en sí misma no salva, sino más bien Cristo salva a través de lafe.Es también importante señalar que la fe salvadora en Cristo es el don de Dios. Los siguientestextos enseñan que tanto la fe salvadora como el arrepentimiento son dones de Dios:

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“Y los Gentiles oyendo esto, fueron gozosos, y glorificaban la palabra del Señor: y creyerontodos los que estaban ordenados (designados) para vida eterna.” (Hechos 13:48, RV).“¿Qué pues es Pablo? ¿y qué es Apolos? Ministros por los cuales habéis creído; y eso según queá cada uno ha concedido el Señor.” (1 Corintios 3:5, RV).“Porque á vosotros es concedido por Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáispor él,” (Filipenses 1:29, RV).“y decía: —Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sidoconcedido por el Padre (si no le fuere dado del Padre).” (Juan 6:65, RVA).“Digo pues por la gracia que me es dada, á cada cual que está entre vosotros, que no tenga másalto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con templanza, conforme á lamedida de la fe que Dios repartió á cada uno.” (Romanos 12:3, RV).“Porque ¿quién te distingue? ¿ó qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué teglorías como si no hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7, RV).“Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad.”(Filipenses 2:11-13, RV).“Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras,para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9, RV).“... fue de gran provecho a los que mediante (por) la gracia habían creído;” (Hch. 18:27, RVA).“... y nadie puede llamar á Jesús Señor, sino por Espíritu Santo.” (1 Corintios 12:3, RV).“Que con mansedumbre corrija á los que se oponen: si quizá Dios les dé (les conceda) que searrepientan para conocer la verdad,” (2 Timoteo 2:25, RV).“A éste, lo ha enaltecido Dios con su diestra como Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimientoy perdón de pecados.” (Hechos 5:31, RVA).“Al oír estas cosas, se calmaron y glorificaron a Dios diciendo: —¡Así que también a los gentilesDios ha dado arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18, RVA).“Ahora me gozo, no porque hayáis sentido tristeza, sino porque fuisteis entristecidos hasta (para)el arrepentimiento; pues habéis sido entristecidos según Dios, ... Porque la tristeza que es segúnDios genera arrepentimiento para salvación,...” (2 Corintios 7:9-10, RVA).“Ninguno puede venir á mí, si el Padre que me envió no le trajere; ...” (Juan 6:44, RV).“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de nuevo nopuede ver el reino de Dios... De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de agua y del

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Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios... El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido;pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que ha nacido del Espíritu.”(Juan 3:3,5,9 RVA)Tercero, contestaré las objeciones levantadascontra esta doctrina.1. Primero, se objeta que las personas no pueden ser apartadas para ser justificadas antes deexistir, que ellas deben primero existir antes de ser justificadas. Esta objeción puede ser respondidadiciendo que estamos hablando del propósito eterno de justificar y no simplemente de lajustificación que ocurre en el tiempo. Estamos hablando de la justificación de aquellos quetenían una existencia representativa en Cristo en el plan y propósito eterno de Dios.2. Segundo, se objeta que si los elegidos de Dios fueron apartados para ser justificados en elpropósito eterno de Dios, entonces esto ocurrió antes de que hubiesen cometido pecado alguno.A algunos les parece absurdo decir que fueron justificados de sus pecados antes de cometerlos.Pero yo respondo que esto no es más absurdo que decir que sus pecados fueron imputados aCristo y que El fue obligado a pagar la justicia muriendo por ellos antes de que fuesen cometidos.Y ¿Quién se atreverá a decir que Cristo no murió como un sustituto por los pecados de muchoscreyentes antes de que ellos existieran?3. Tercero, algunos se oponen diciendo que el decreto de la justificación es una cosa y la justificaciónmisma es otra. Yo respondo que no hay duda alguna de que estas son dos cosas diferentes,y sin embargo, afirmo que en su esencia son una misma cosa. De la misma manera que el decretode escoger a ciertas personas para vida eterna y salvación resulta inevitablemente en la salvaciónde estas personas en el tiempo. De igual modo, el propósito eterno de Dios de justificar a estasmismas personas resulta inevitablemente en su justificación en el tiempo. Al argumentar a favordel propósito eterno de la justificación, estamos simplemente afirmando que este propósito fuecompleto y perfecto en la mente de Dios desde el momento cuando El tomó la decisión de noimputarle el pecado a su pueblo y de imputarles la justicia de Cristo. Esta decisión fue tomada noen el tiempo, sino en la eternidad.4. Cuarto, algunos argumentan que el propósito de la justificación no puede ser relacionada en

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ningún sentido con la eternidad, sino solo con el tiempo cuando la persona llega a arrepentirse ycreer. Para resolver esta dificultad, es necesario entender que los elegidos de Dios deben serconsiderados bajo dos distintas cabezas representativas, y relacionados con dos pactos distintosal mismo tiempo. Como ellos son descendientes de Adán, están relacionados con él como surepresentante en el pacto de obras. (En el pacto de obras, Adán fue obligado a obedecer la palabrade Dios para obtener la vida eterna.) Como tales, pecaron en él, cayeron en él, y a través de supecado están sujetos a la condenación y son por naturaleza hijos de ira como los demás. Pero,cuando los consideramos en Cristo, tenemos que admitir que siempre fueron amados, con unamor eterno. Puesto que Dios los escogió desde antes de la fundación del mundo entonces,siempre fueron considerados en el propósito de Dios, como apartados para ser justificados en Cristo yeternamente salvados de la ira y la condenación.Entonces, no hay ninguna contradicción al decir que los elegidos de Dios considerados enAdán y bajo el pacto de las obras, están bajo la sentencia de condenación. Al mismo tiempo,como están en Cristo y bajo el pacto de la gracia, fueron apartados para ser justificados y libradosde toda condenación en el propósito de Dios. (El pacto de gracia está basada no en nuestra obedienciasino en la de Cristo acreditada en favor de su escogidos.) Esto no es más contradictorioque decir que son amados con un amor eterno y que, sin embargo, al mismo tiempo son hijos deira. Y esta es ciertamente la verdad respecto a los elegidos antes de que lleguen a arrepentirse ycreer. Entonces, podemos ver que no debemos confundir el propósito eterno, con la condición delos elegidos de Dios en el tiempo. Aquellos que son escogidos en la eternidad para ser justificados,en el tiempo llegarán a creer y recibirán la seguridad de su justificación cuando se arrepientanLa Confesión Bautista de 1689 aclara este punto en la siguiente forma: “Desde la eternidad,Dios decretó justificar a todos los elegidos; y en el cumplimiento del tiempo, Cristo murió por sus pecados,y resucitó para su justificación. Sin embargo, ellos no son justificados personalmente sino hasta queCristo les es realmente aplicado por el Espíritu Santo en el debido tiempo.” (Capítulo 10, párrafo 4)

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5. Quinto, se objeta que si el propósito de la justificación es antes que la fe, entonces no haynecesidad de tener fe y por lo tanto, la fe resulta inútil. A esto yo respondo que aunque la fe no esla causa de nuestra justificación, sin embargo, es el camino señalado por Dios para recibirla ennuestra experiencia. La fe comprende y recibe la justicia de Cristo para nuestra justificación yesto trae mucha paz, el gozo y la consolación a nuestros corazones. Cuando el Espíritu Santo nosilumina para ver la justicia de Cristo y nos conduce a confiar en ella por la fe, recibimos ladeclaración de la sentencia divina que nos declara justos en base a la justicia de Cristo. Esto libranuestras almas del temor de la condenación y nos llena de gozo inefable y lleno de gloria. La fefunciona igual como los ojos del criminal que leen la sentencia que les anuncia el perdón del Rey.Como consecuencia, el criminal no solo es librado de la prisión sino de todas las miserias, losterrores, y los temores que diariamente le atormentaban en su expectación de ser justamentecastigado.La justificación es por la fe, como la forma para recibirla en nuestra experiencia. El hechode que esta justificación es recibida por la fe en el tiempo, no contradice el hecho de que elpropósito de justificarnos es eterno. Aquella fe por la cual el hombre es justificado, no es unamera persuasión de que exista tal cosa como la justificación en Cristo. La fe por la cual somosjustificados es una convicción de que la justicia de Cristo es para nosotros, y por lo tanto, nosconduce a mirar a El, a descansar en El, y a depender de su justicia y aferrarnos a ella para nuestrajustificación. Cualquier cosa que sea menos que esto queda corta de la plena certidumbre yseguridad de fe en Cristo como nuestra justicia.“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotrostambién hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obrasde la ley; por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada” (Gálatas 2:16)VI. Señalaré quienes son aquellos que son justificados.Los objetos de la justificación son los elegidos de Dios.“¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Rom.8:33). Es decir, Dios justifica asus elegidos.1. Los elegidos son descritos en cuanto a su número, es decir, son muchos. “con su conocimiento

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justificará mi siervo justo á muchos, y él llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:11). “Como el Hijodel hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo20:28). “Así también Cristo fué ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos” (Hebreos 9:28).Muchos son traídos a creer en El para vida y salvación. Todos aquellos que son ordenados para vida eterna( Vea Hech.13:48). Y como consecuencia de todo esto, “muchos” hijos serán llevados a la gloria (veaHeb.2:10). “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, éIsaac, y Jacob, en el reino de los cielos” (Mateo 8:11). Y así es que en la casa del Padre hay muchasmoradas preparadas para ellos (vea Jn.14:2). Esto nos conduce a señalar:a. Que no son pocos los que son justificados por Cristo. Aunque el rebaño de Cristo es un rebañopequeño en comparación con los cabritos del mundo; y aunque el pueblo de Cristo son pocos, encomparación con el gran número de hipócritas y creyentes nominales, porque muchos son llamadosy pocos escogidos (Mat.20:16). Muchos procurarán entrar y no podrán, ya que angosto es elcamino que lleva a la vida y pocos son los que lo hallan (Luc.13:24 y Mat.7:14). Sin embargo,considerados en sí mismos, son un gran número que ningún hombre puede contar (Apo.7:9).Esto sirve para magnificar la gracia de Dios, para exaltar el sacrificio y la justicia del SeñorJesucristo, y para animar a las almas angustiadas a buscar y mirar a Cristo para justificación.Puesto que esta justicia es realizada a favor de muchos, entonces muchos son justificados porella. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos” (Mat.5:6).b. Esto manifiesta que no toda la humanidad es justificada. Aunque, son muchos los que sonjustificados, sin embargo, no son todos. Porque no todos los hombres tienen la fe para recibir lajusticia de Cristo, tampoco todos los hombres son salvos, porque solamente aquellos que sonjustificados por su sangre, por El serán salvos de la ira (Rom.5:9). Sin embargo, todos loselegidos son justificados: “En Jehová será justificada y se gloriará toda la generación de Israel”(Isaías 45:25).2. Los objetos de la justificación son descritos según su estado y condición. Antes de su conversión

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son descritos como impíos y después de su conversión son creyentes en Cristo. Así dice nuestro texto:“En este es justificado, todo aquel que creyere” (Hech.13:39). Estos se refieren no a los creyentesnominales o aquellos que simplemente dicen creer en Cristo, sino a los creyentes reales, quienes “con elcorazón creen para justicia” y cuya fe obra por el amor hacia Cristo y hacia su pueblo.Los siguientes textos afirman la doctrina de la elección:Juan 13:18: “Yo sé a quienes he elegido”.Juan 15:16: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis yllevéis fruto”Romanos 8:29-30: “Porque á los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes á laimagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos; Y á los que predestinó, á éstostambién llamó; y á los que llamó, á éstos también justificó; y á los que justificó, á éstos tambiénglorificó.”Romanos 8:33: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?”Romanos 9:15-16: “Tendré misericordia del que tendré misericordia, y me compadeceré del queme compadeceré. Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.”Romanos 11:5-7: “Así también, aun en este tiempo han quedado reliquias por la elección de gracia. Y si porgracia, luego no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por las obras, ya no esgracia; de otra manera la obra ya no es obra. ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel aquello no ha alcanzado;mas la elección lo ha alcanzado: y los demás fueron endurecidos;”1 Corintios 1:27-29: “Antes lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar á los sabios; y lo flaco del mundoescogió Dios, para avergonzar lo fuerte; Y lo vil del mundo y lo menos preciado escogió Dios, y lo queno es, para deshacer lo que es: Para que ninguna carne se jacte en su presencia.”Efesios 1:4-5: “Según nos escogió en él...Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, paraque fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; Habiéndonos predestinado para seradoptados hijos por Jesucristo á sí mismo, según el puro afecto de su voluntad,”Efesios 1:11: “Habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejode su voluntad.”2 Tesalonicenses 2:13: “Dios os haya escogido desde el principio para salvación.”VII. Mencionaré varios efectos que provienen de la justificación y que están íntimamente relacionadoscon ella.

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A. La libertad completa de la condenación de pecado y el perdón de todos los pecados pasados,presentes y futuros. Los creyentes jamás serán condenados. Las aflicciones que les sobrevienen en estavida no son, estrictamente hablando, castigos por el pecado, sino más bien la disciplina paternal. Estasaflicciones no son manifestaciones de la ira de Dios, ni tampoco sirven para propiciar nuestros pecadosporque esto sería contrario al evangelio, minimizaría el sacrificio de Cristo y aún sería contrario a lajusticia de Dios (puesto que Cristo ya pagó nuestra deuda y Dios no exigiría doble pago).Muchos preguntan, ¿qué sucede cuando los creyentes pecan? La respuesta es que no pierdensu justificación sino más bien su comunión con Dios. Si hemos sido justificados en Cristo,nuestros pecados cotidianos no nos pueden condenar. Pero si no los confesamos, y si no nosarrepentimos de ellos, entonces traerán la disciplina de Dios. (Vea Hebreos 12:5-8 y 10-11) Estaes la distinción entre el perdón “legal” y el perdón “paternal”. El perdón legal o judicial esrecibido en el momento de nuestra justificación (es decir, al arrepentirnos y creer en Cristo).Entonces, Dios nos perdona como “Juez” y recibimos este perdón una vez para siempre. El perdónpaternal trata con nuestra posición como hijos y nuestra relación con Dios como el “PadreCelestial”.La diferencia entre estos dos tipos de perdón puede ser vista en el siguiente cuadro:El Perdón Judicial o Legal1. Trata con nuestra posición como pecadores delante de Dios el Juez de todo el mundo.2. La falta de esto resulta en castigo en el infierno.3. Se recibe una vez para siempre y no se puede repetir.4. Cubre todos los pecados pasados, presentes y futuros.5. Una vez recibido, nunca necesitamos pedirlo otra vez; es inmutable y eterno.(Nota también la distinción que Cristo hace en Juan 13:5-10 entre “el que ya está lavado” esdecir, ya justificado; y como es que “solo necesita que le laven los pies” es decir, el perdón de suspecados cotidianos.)B. Los creyentes son declarados justos ante las exigencias de la ley, son librados de la obligación“legal” de guardarla como un medio de justificación. Y son considerados como merecedores de todas lasrecompensas que la ley promete a aquellos que la han obedecido perfectamente. La justificación es loopuesto de la condenación y consiste de dos partes: Primero, nuestra culpa es borrada y segundo, lajusticia nos es acreditada con todas sus recompensas. Las personas justificadas son consideradas por Dios

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no simplemente como medio inocentes, sino más bien como positivamente justas.C. La paz para con Dios es otra consecuencia o efecto de la justificación: “Justificados pues por lafe, tenemos paz para con Dios” (Rom.5:1). Es decir, tenemos paz en nuestra conciencia la cual sobrepasatodo entendimiento, y es una de las bendiciones más valiosas de la vida. Esta paz y seguridad está basadaen el hecho de que es Cristo quien nos la compró, y no depende de ninguna cosa que haya en nosotros.D. El derecho de acceso a Dios a través de Cristo, con confianza. La persona justificada puedeacudir a Dios en el nombre y la fortaleza de Cristo, con mucha confianza, en base a su justicia. Por eso, elcreyente puede usar mucha libertad ante el trono de la gracia, pidiendo las cosas que le son necesarias.E. La aceptación de nuestras personas y de nuestro servicio para Dios, sigue como consecuencia denuestra justificación. Dios está muy complacido con la justicia de Cristo y en base a ella, también estácomplacido con su pueblo. Sus personas son aceptadas en el amado, y también todos sus sacrificios yservicios, son aceptables a Dios a través del Señor Jesucristo (vea 1Pe.2:5 y Heb.13:15).F. La adopción es otra consecuencia o fruto de la justificación; aunque esta bendición fue originalmenteprovista y asegurada por la predestinación (vea Ef.1:5). Sin embargo, el camino específico para larecepción de ella es a través de nuestra redención y justificación las cuales son en Cristo Jesús. Cristo fueenviado “Para que redimiese á los que estaban debajo de la ley, á fin de que recibiésemos la adopción dehijos” (Gálatas 4:5).G. La santificación es también un efecto de la justificación. La justificación es diferente de lasantificación. La justificación es un asunto de imputación, mientras que la santificación es un asunto detransformación. En la justificación, Dios el Padre toma la iniciativa y en la santificación, la iniciativa esdel Espíritu Santo. La justificación es un veredicto dictado de una vez para siempre; mientras que lasantificación es un proceso continuo de por vida. Cuando la justificación ocurre, entonces la santificacióncomienza. La justificación enfatiza el aspecto legal de la salvación y manifiesta cómo la posición criminaldel pecador (al quitar su culpa), es alterada ante la vista de Dios. La santificación (que comienza con laregeneración) muestra cómo la contaminación del pecado es progresivamente quitada, y la santidad devida aumentada.

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Podemos ver que la justificación y la santificación están íntimamente relacionadas, pero al mismotiempo separadas. Si no fueran separadas, entonces no estaría claro que la salvación es solamente porgracia. Es decir, si la justificación (nuestra posición legal ante Dios) fuera mezclada con la santificación(el proceso que nos hace santos); entonces, terminaríamos con una justificación por obras, en vezde una justificación por gracia, a través de la fe. Esto es exactamente lo que ha ocurrido en la IglesiaCatólica, que enseña la salvación por obras. Esta enseñanza falsa, es el resultado de haber mezclado lajustificación con la santificación. La Iglesia Romana enseña que el pecador gana el perdón de supecados en la medida en que se santifica. Sin embargo, la Palabra de Dios enseña que somos justificadosgratuitamente por medio de la fe (vea Rom.3:24-25).La siguiente explicación del escritor J.C. Ryle puede ser de ayuda para aclarar más lasdiferencias entre la justificación y la santificación:Diferencias entre la santificación y la justificación.¿En qué concuerdan y en qué difieren? Esta distinción es importantísima. Aunque la justificacióny la santificación son dos cosas distintas, sin embargo en ciertos puntos concuerden y en otrosdifieren. Veámoslo con detalle:A. Puntos concordantes:1. Ambas proceden y tienen su origen en la gracia de Dios.2. Ambas son parte del gran plan de salvación que Cristo, en el plan eterno, tomó sobre sí en favorde su pueblo. Cristo es la fuente de vida de donde fluyen el perdón y la santidad. La raíz de ambasestá en Cristo.3. Ambas se encuentran en la misma persona. Los que son justificados son también santificados,y aquellos que han sido santificados, han sido también justificados. Dios las ha unido y no puedensepararse.4. Ambas empiezan al mismo tiempo. En el momento en que una persona es justificada, empiezatambién a ser santificada, aunque al principio quizá no se percate de ello.5. Ambas son necesarias para la salvación. Jamás nadie entrará en el cielo sin un corazón regeneradoy sin el perdón de sus pecados; sin la sangre de Cristo y sin la gracia del Espíritu.B. Puntos en que difieren:1. Por la justificación, la justicia de otro, es decir de Jesucristo, es imputada, puesta en la cuentadel pecador. Por la santificación el pecador convertido experimenta en su interior una obra que le

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hace progresivamente santo. En otras palabras, por la justificación se nos considera justos, mientrasque por la santificación se nos hace justos.2. La justicia de la justificación no es propia, sino que es la justicia perfecta de nuestro mediadorCristo Jesús, la cual nos es imputada y hacemos nuestra por la fe. La justicia de la santificaciónes la nuestra propia, impartida, inherente e influida en nosotros por el Espíritu Santo, pero mezcladacon debilidad e imperfección.3. En la justificación no hay lugar para nuestras obras. Pero en la santificación la importancia denuestras propias obras es inmensa. De ahí que Dios nos ordene a luchar, a orar, a velar, a que nosesforcemos, afanemos y trabajemos.4. La justificación es una obra acabada y completa; en el momento en que una persona cree esjustificada, perfectamente justificada. La santificación es una obra relativamente imperfecta; seráperfecta cuando entremos en el cielo.5. La justificación no admite crecimiento ni es susceptible de aumento. El creyente goza de lamisma justificación en el momento de acudir a Cristo por la fe, que de la que gozará para toda laeternidad. Por otra parte, la santificación es, eminentemente una obra progresiva y admite uncrecimiento continuo mientras el creyente viva.6. La justificación hace referencia a la persona del creyente, a su posición delante de Dios y a laabsolución de su culpa. La santificación hace referencia a la naturaleza del creyente, y a la renovaciónmoral del corazón.7. La justificación nos da derecho de acceso al cielo y confianza para entrar. La santificación nosprepara para el cielo y nos prepara para sus goces.8. La justificación es un acto de Dios con referencia al creyente, y no es discernible para los otros.La santificación es una obra de Dios dentro del creyente que no puede dejar de manifestarse a losojos de los otros.Estas distinciones las pongo a la atenta consideración de los lectores. Nunca se podrá enfatizardemasiado el que se trata de dos cosas distintas, aunque en realidad no pueden separarse, yque el que participa de una por necesidad ha de participar de la otra. Pero nunca debe confundirse,ni olvidarse de la distinción que existe entre las dos.

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H. Otro fruto de la justificación es la seguridad de la salvación, puesto que aquellos “que justificó,a estos también glorificó” (Rom.8:30). Esta seguridad de salvación está basada en el hecho de que Cristola ha comprado y no depende de nada en los creyentes. En otras palabras, los creyentes no pueden perdersu salvación. “¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el quecondenará?” (Romanos 8:33-34).VIII. Finalmente, daré algunas propiedades (características) generales acerca de esta justificación.1. Primero, es un acto de la libre gracia de Dios. “Siendo justificados gratuitamente por su gracia”(Rom.3:24). Fue la gracia la que diseñó el plan y el método de la justificación. Fue la misma gracia la quemotivó a Cristo a comprometerse como el fiador de su pueblo, y la que le envió en el cumplimiento deltiempo para efectuar dicha justicia a favor de ellos. Entonces, es la gracia de Dios, la que acepta esajusticia y la imputa en favor de ellos, y es ella la que les concede la fe para recibirla. Y esta gracia semagnifica aún más cuando consideramos que estas personas son por naturaleza pecadores impíos, y aúnmuchos de ellos son “el primero de ellos” (1 Tim.1:15).2. Segundo, esta justificación es universal y no parcial. Todos los elegidos de Dios son justificadosde todas las cosas, es decir, librados de todos sus pecados y del castigo que éstos merecen; como lo dicenuestro texto “Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificadotodo aquel que creyere” (Hechos 13:39). Toda la justicia de Cristo les es imputada y ellos son consideradoscomo perfectos y completos en El.3. Tercero, la justificación es un acto realizado en una sola vez, el cual no admite grados. Lospecados de los elegidos de Dios fueron imputados a Cristo en una sola vez, y El hizo satisfacción por ellosuna sola vez. Dios aceptó la justicia de Cristo y la imputó a su pueblo de una vez para siempre, y por lotanto, ellos tienen sus pecados y transgresiones perdonados legalmente de una sola vez y para siempre.Nuestra consciencia de haber sido justificados admite grados porque la justicia de Dios semanifiesta “por fe y para fe” (Rom.1:17). Hay varias declaraciones frescas y renovadas o manifestacionesnuevas y repeticiones del acto de la justificación. Como por ejemplo en la resurrección de Cristo los

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creyentes fueron “justificados en El” (Rom.4:25). También por el testimonio del Espíritu Santo a laconciencia del creyente, esta justificación es renovada nuevamente y en el juicio final, esta declaraciónserá repetida ante todos los ángeles y los hombres. Pero, la justificación como un acto de Dios es única,hecha de una sola vez para siempre, no admite grados y no es realizada gradual y progresivamente comolo es la santificación.4. Cuarto, esta bendición es igual para todos los creyentes; todos son igualmente justificados. Elmismo precio fue pagado por la redención de uno y otro; la misma justicia es imputada al uno y al otro.También la misma fe preciosa es dada al uno y al otro, aunque no todos la reciben en la misma medida (esdecir, algunos tienen una fe fuerte y otros una fe débil). Sin embargo, el creyente más débil es tanjustificado como el más fuerte; y el pecador más grande es tan justificado como el más pequeño. Aunqueun creyente puede tener más gracia santificadora que otro, sin embargo, ninguno tiene más justiciajustificadora que otro.5. Quinto, la justificación es irreversible e inalterable. Es según el decreto inmutable de Dios, elcual jamás puede ser frustrado. Es uno de los dones de Dios, los cuales son sin arrepentimiento, y es unade las bendiciones del pacto de la gracia, el cual nunca puede ser quebrantado. La justicia por la cual loscreyentes son justificados es una justicia eterna. La fe por la cual ellos la reciben es una fe que jamásfallará. Y aunque un hombre justificado puede caer en pecado, sin embargo, jamás caerá de su justificacióny tampoco entrará en condenación, sino que será eternamente glorificado.6. Sexto, aunque la justificación libra a las personas de la culpa del pecado y les descarga del castigoque se merecen; sin embargo, no quita el pecado que mora en ellos. Por ella, los creyentes son efectivamentelibrados del pecado en el sentido de que Dios no ve iniquidad en ellos para condenarles, aunque Elve y observa todos los pecados de su pueblo y les disciplina por ellos. No obstante, respecto a la justificación,El no ve ninguno de los pecados de ellos porque han sido absueltos, descargados y justificados detodos ellos. Y sin embargo, el pecado todavía mora en ellos porque “Ciertamente no hay hombre justo enla tierra, que haga bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20).7. Séptimo, la justificación no anula, ni invalida la ley y tampoco desanima un cumplimiento cuidadoso

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de las buenas obras. La justificación no deshace o rebaja la ley sino que la establece. La justicia porla cual somos justificados cumple con cada demanda y detalle de la ley. Cristo la guardó en nuestro lugary así la magnificó y la hizo honorable, y su obediencia en favor nuestro no nos conduce a quebrantarla,sino a esforzarnos a obedecerla motivados por el amor.Esta doctrina tampoco nos desanima en cuanto al cumplimiento de las buenas obras, porqueesta doctrina de gracia nos enseña que “Renunciando á la impiedad y á los deseos mundanos, vivamosen este siglo templada, y justa, y píamente” (Tito 2:12).Para concluir, si su alma está bajo la poderosa influencia y el consuelo de esta doctrina,entonces usted hará las siguientes cosas:1. Bendecir a Dios por Jesucristo, por cuya obediencia usted ha sido justificado.2. Valorar su justicia justificadora y hará mención de ella en todos los momentos apropiados.3. Gloriarse solamente en Cristo y darle a El toda la gloria de la justificación.4. Esforzarse para que su comportamiento sea digno del evangelio de Cristo y de esta verdad enparticular.

APÉNDICE C

FUNDAMENTO APOSTÓLICOPrefacio

Escribiendo a los cristianos de Efeso, el apóstol Pablo afirmaba: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en Espíritu” (Efesios 2:20.).

La idea del pueblo de Dios concebido como un edificio espiritual aparece repetidas veces en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento227. Tan rica en sugerencias, y tan evocadora, que mediante dicha imagen los textos bíblicos enseñan y destacan la base sobre la que descansa la fe cristiana y el vuelo que esta fe -inflamada por el amor y avivada por la esperanza está llamada a dar para realizar la alta vocación

227 Salmo 118:22, 23; Isaías 8:14; 28:16; Mateo 16:13-19; 1ª Pedro 2:3-7; 1ª Corintios 3:9-11.

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con que Dios la ha llamado: ir creciendo para ser un templo santo en el Señor. Mas esto sólo es posible partiendo de la única base y fundamento singular constituido por “los profetas y los apóstoles”, toda vez que es solamente por ellos que Dios se vale para ponernos en contacto con la raíz o “ principal piedra del ángulo: Jesucristo mismo. La figura de 1a Casa de Dios, para explicar la comunidad de los creyentes, nos ha sido dada para que tengamos una mayor y más profunda comprensión de la naturaleza de la Iglesia. El concepto fue tornado, con toda probabilidad, del templo de Jerusalén, en el cual vio siempre el pueblo fiel del antiguo pacto como un símbolo de lo que el pueblo de Dios debía ser en su realidad espiritual228.

Los creyentes son incorporados a este edificio como “piedras vivas”229, descansan sobre el inconmovible fundamento de los apóstoles y profetas, cuya piedra angular, aquella sobre la cual se apoya todo el edificio, es Jesucristo mismo230. Tal es el funda-mento de la fe: Cristo muerto por nuestros pecados, resucitado para nuestra justificación y siempre viviente para acabar su obra hasta la perfección; Jesucristo tal como lo han anunciado los apóstoles, tal como lo previeron los profetas. Por cuanto Dios no instituyó más que a sus mensajeros inspirados -y capacitados por su Espíritu231--, para que fueran sus testigos auténticos.

Es fácil discernir tres elementos básicos, constitutivos del “edificio espiritual”: 1° La piedra angular, que es Cristo mismo232 ;

2° El fundamento apostólico y profético, que constituye la trabazón entre la piedra angular y las demás piedras que van elevando la construcción233; y

3.° El edificio propiamente dicho234. Los tres elementos han de ser tenidos en cuenta, siempre que queramos obtener la totalidad del mensaje que sobre la Iglesia quiere ofrecernos la Palabra de Dios cuando emplea la figura arquitectónica. La dificultad de textos tales como Mateo 16:13-19 será allanada y traspasada, así, al campo de la exégesis más serena y objetiva.

Toda construcción ha de tener un fundamento firme. El templo espiritual que es la Iglesia del Dios vivo tiene una piedra angular, única a insustituible, Jesucristo. Luego, los apóstoles que él escogió y llamó235, constituyen el fundamento, también único, sobre el que la Iglesia se levanta. Y esta elevación es la formada por todos los creyentes, el edificio que ha de servir para “morada de Dios en Espíritu”, cuyo secreto se halla en la trabazón que mantiene con la piedra pasando por el fundamento.

De ahí la importancia capital que los apóstoles -como testigos de Cristo- tienen en los planes de Dios y la función singular que cumplen en sus propósitos redentores. El

228 Ezequiel 37:27 y muchos otros textos del Antiguo Testamento.229 1ª Pedro 2:4, 5.230 1ª Corintios 3:9-11; Efesios 2:20.231 Juan 15:26, 27.232 Efesios 2:20; Isaías 8:14.233 Mateo 16:18; 1.a Corintios 3:10; Romanos 15:20.234 1ª Corintios 3:9; 1ª Pedro 2:4, 5.235 Lucas 6:13; Marcos 3:13, 14; Mateo 10:2-4; Juan 14-26

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apostolado es la más alta función profética en la Iglesia de Cristo. Es al nuevo pacto lo que Moisés y los demás profetas fueron para el antiguo236.

Siendo así, el apostolado nos lleva, como de la mano y con toda naturalidad, al hecho de la revelación, toda vez que los apóstoles son los testigos autorizados de la misma. Y la revelación nos plantea el problema de la canonicidad de los libros de la Sagrada Escritura y la relación que guarda con el apostolado. Todo ello, juntamente, aboca en la compleja problemática de la autoridad en el campo de la religión revelada y su significado dentro de la historia de la salvación.

Creemos, pues, no exagerar al decir que el presente estudio es de una apremiante necesidad en nuestra época cuando, en justificada oposición y reacción a toda suerte de totalitarismos ideológicos y de otra laya, se ha llegado casi al punto de poner en duda la legitimidad de toda autoridad, olvidando lo que dijo P. T. Forsyth: “Sólo una cosa es más grande que la libertad: la autoridad legítima, sobre todo en materia religiosa”237.

“Nada es más absurdo en religión -escribe Bernard Ramm- que el rechazo de una autoridad que contiene la verdad del Dios vivo; y nada podría ser más trágico que la sustitución de la voz de Dios por las voces de los hombres”238.

La autoridad cuyo problema nos aprestamos a estudiar es la que tiene que ver con la Palabra de Dios: la autoridad de la Biblia. ¿Sobre qué base, sobre qué fundamento hemos de aceptar lo que dice ser Palabra de Dios?

Nos sentimos deudores -y expresamos nuestra gratitud- a algunos maestros del pensamiento evangélico contemporáneo Bruce, Cullmann, Ramm, Ridderbos, Stonehouse, etc.) cuyas obras han inspirado este ensayo239 nos han ayudado a estudiar

236 Deuteronomio 18:15-22.237 Citado por Bernard Ramm, The Pattern of Religious Authority, 1959, p. 8.238 Ibid., p. 16.239 Cuando en 1966 apareció la primera edición de este libro, todavía no había sido traducida al castellano ninguna obra de Cullmann ni de Ridderbos. Y seguían todavía sin versión española Ramm y Stonehouse. De Bruce tan sólo conocemos un título vertido a nuestra lengua (¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?, Ed. Caribe). Obras sobre la teología de Cullmann sí las había; Editorial Estela de Barcelona había publicado aquel mismo año un trabajo del católico Jean Trisque para católicos. Fue en 1967 cuando apareció en España el primer libro de Cullmann en nuestro idioma (La historia de la salvación, Ed. Penísnula); un año después quedaba a nuestro alcance una de sus obras más importantes (Cristo y e1 tiempo, Ed. Estela); la Cristología de1 N. T. (publicada en Argentina en 1965) no llegó a España sino varios años después.

Nos complace, pues, haber sido los primeros introductores protestantes de Cullmann, así como de Ridderbos, cuyo primer libro en castellano acaba de publicar la Editorial Escatón de Buenos Aires (Historic de la salvación y Sagrada Escritura). Otra editorial Argentina publicó hace un par de años la importante obra de Ramm La Revelación especial g la Palabra de Dios, a la que, desgraciadamente, no han seguido otras traducciones de este gran teólogo evangélico moderno.

Haber hecho de pioneros nos complace, ya que nos consta, por testimonios recibidos, que el presente titulo (E1 fundamento apostólico) sirvió para despertar el apetito teológico en algunos

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mejor (13) Cuando en 1966 apareció la primera edición de este libro, todavía no había sido traducida al castellano ninguna obra de Cullmann ni de Ridderbos. Y seguían todavía sin versión española Ramm y Stonehouse. De Bruce tan sólo conocemos un título vertido a nuestra lengua (¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?, Ed. Caribe). Obras sobre la teología de Cullmann sí las había; Editorial Estela de Barcelona había publicado aquel mismo año un trabajo del católico Jean Trisque para católicos. Fue en 1967 cuando apareció en España el primer libro de Cullmann en nuestro idioma (La historia de la salvación, Ed. Penísnula); un año después quedaba a nuestro alcance una de sus obras más la revelación de Dios en Jesucristo, especialmente en lo que atañe a la alegoría del edificio espiritual para referirse a la Iglesia y sus fundamentos de fe y vida; alegoría que, juntamente con la figura del Cuerpo místico de Cristo, constituye una de las ideas determinantes de la eclesiología del cristianismo primitivo.

***

Introducción

“Todo principio de nuestros dogmas tomó su raíz de arriba, del Señor de los cielos”, afirmaba Juan Crisóstomo240.

En un punto, todas las Iglesias concuerdan, pese a las diferencias que en otras cuestiones puedan separarlas: la revelación no es producto del ingenio humano o del esfuerzo filosófico, sino el resultado de la libre y soberana iniciativa de Dios que ha que-rido darse a conocer a los hombres. Lo que afirma la carta a los Hebreos241 fue siempre confesado por la Iglesia en aquellos documentos por los que dio expresión a su fe. Ya a mediados del siglo II, en el llamado “Fragmento de Muratori”, se lee: “Y así, aunque parezca que se enseñan cosas distintas en los distintos Evangelios, no es diferente la fe de los fieles, ya que por el mismo principal Espíritu ha sido inspirado lo que en todos se contiene sobre el nacimiento, pasión y resurrección (de Cristo)... ¿Qué tiene, pues, de extraño que Juan tan frecuentemente afirme cada cosa en sus epístolas diciendo a este respecto: “Lo que vimos con nuestros ojos, y oímos con nuestros oídos, y nuestras manos palparon, esto os escribimos”? Con lo cual se profesa a la vez no sólo testigo de vista y oído, sino escritor de todas las maravillas del Señor ...”242. Si pasamos al siglo xvii, una de las más importantes formulaciones reformadas, la “Confesión de Fe de Westminster”, da testimonio de la misma verdad: “Plugo al Señor, en otro tiempo y de muchas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia; luego, para mejor preservación y propagación de la verdad -y para establecer más seguramente a la

sectores de nuestro pueblo evangélico. E1 que ahora haya de procederse a una segunda edición nos estimula en nuestro quehacer y nos hace albergar esperanzas -que empiezan a confirmarse gracias a los excelentes trabajos de los teólogos evangélicos latinoamericanos- de un no lejano florecimiento teológico en las Iglesias Evangélicas de habla hispana.240 S. Chrysost., Interpr. in Is. proph., c. 1 (P.G. 56, 14).241 “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1, 2).242 Documentos bíblicos, por Salvador Muñoz Iglesias (BAC, 1955), pp. 153-57 = Muratori, 2

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Iglesia y guardarla de la corrupción de la carne, de la malicia de Satán y del mundo- dispuso que la misma fuera confiada a la escritura en su totalidad: todo lo cual nos hace patente la necesidad de la Sagrada Escritura; ahora, pues, han cesado aquellas antiguas maneras con que Dios reveló su voluntad a su pueblo... La autoridad de la Sagrada Escritura, por la cual debe ser creía y obedecida, depende, no del testimonio de ningún hombre, ni de la Iglesia, sino enteramente de Dios (quien es verdad en sí mismo), su autor: por consiguiente debe ser recibida, porque es la Palabra de Dios”243.

Todo cristiano cree que, de alguna manera, Dios ha hablado al hombre.

La canonicidad de los 66 libros de la Biblia -comúnmente aceptados como escritos inspirados por Dios- está estrechamente ligada a la autoridad que han ejercido en el pueblo de Dios de todos los tiempos. “La base, o el fundamento, del reconocimiento que la Iglesia hace de estos libros, y no de otros, como canónicos, es algo más que una simple cuestión académica para debate en las clases de los seminarios teológicos. Es siempre un tema de interés vital para toda la Iglesia”244.

¿En qué se funda la Iglesia para conceder a estas obras el rango de Palabra de Dios? “Aceptamos estos libros como santos y canónicos, solamente estos libros -declara la “Confesión de Fe de los Países Bajos” al unísono con los demás credos reformados-. Estos libros sirven para determinar nuestra fe y sobre ellos se basa la misma y encuentra su confirmación. Creemos, sin ninguna duda, cuanto se halla en los mismos, no simplemente porque la Iglesia los acepta, y reconoce su autoridad, sino especialmente porque el Espíritu Santo testifica en nuestros corazones que tales libros vienen de Dios”245. Por supuesto, que esta confesión de fe en la Biblia no presupone que la misma sea Sagrada Escritura en el sentido de que fuera dada repentinamente, como caída del cielo, en un abrir y cerrar de ojos, de manera simple. Cada libro de la Biblia tiene su propia historia y surge, en realidad, del contexto general de la historia total de la revelación, que es lo mismo que decir: de la historia de la salvación.

Ridderbos ha escrito admirablemente: <Aislamos de manera artificial y mecánica el carácter revelador de la Escritura, cuando la consideramos en abstracto, o cuando buscamos su carácter como a tal en algún que otro texto formal que declare su auto-ridad. El significado de la Escritura, y el carácter de su autoridad, podrán ser delineados con claridad únicamente si los unimos de manera estrecha con la historia de la salvación. Nuestra investigación al respecto ha de buscar simplemente delinear más enfáticamente la esencia de la Escritura y la naturaleza de su autoridad dentro del marco de la his toria de la redención. En otras palabras, hemos de clarificar la relación que existe entre la historia de la salvación y la Sagrada Escritura”246.

243 The Confession of Faith of the Assembly of Divines at Westminster, 1646, I: 1 y 4.244 J. Marcellus Kik, citado por H. N. Ridderbos en The Authority of the New Testament Scriptures, 1963, VIH.245 H. N. Ridderbos, op. cit., XI y XII.246 Ibid., XII.

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La Teología de la Reforma

¿Qué sentido time el hecho de que Dios no sólo haya obrado nuestra salvación en Cristo, sino que, a través del mismo Cristo, nos haya hablado palabras de vida eternal?

¿Y qué valor de autoridad time para nosotros hoy el que dichas palabras fueran encomendadas a los apóstoles, testigos del obrar y el hablar de Dios en Cristo?

***

I La historia de la salvación y la revelación

“Los problemas relativos a la canonicidad a inspiración de las Escrituras (presupuestos para determinar su autoridad) son resueltos de manera demasiado fácil y exclusiva, cuando se apela al solo testimonio interno del Espíritu Santo que tiene el creyente. Se presta demasiada poca atención a la perspectiva que nos ofrece la historia de la redención. Afortunadamente, la teología reformada posterior ha colocado correctamente el énfasis del hecho del testimonio interno del Espíritu Santo, al interpretarlo no como la base, sino como el medio por el cual los creyentes reconocen el canon de la Escritura y lo aceptan como indiscutible Palabra de Dios”247. Toda investigación seria del canon debe buscar discernir las razones profundas que movieron a la Iglesia, desde sus mismos orígenes -y en sus primeros pasos a aceptar los libros tenidos como inspirados.

“Para adquirir un concepto correcto del canon -asegura H. N. Ridderbos- debemos dirigir nuestra mirada más allá, detrás de la Escritura misma. No significa esto que debamos it fuera de la Biblia para formarnos un concepto de ella. Todo lo contrario. Queremos decir, sencillamente, que no podemos comprender el significado de la Escritura, y su importancia única para la Iglesia, tomando los conceptos de autoridad, inspiración y canonicidad de manera aislada, sino solamente proyectándolos sobre el fondo de la redención, de la cual han surgido las Escrituras”248. El eminente teólogo holandés nos invita a que examinemos más de cerca la relación que existe entre la salvación y la revelación, entre la historia de nuestra redención y la historia del canon.

Tal vez pueda parecer forzado el intento de relacionar la historia de los grandes hechos salvíficos de Dios en Cristo, con la historia del canon. A simple vista -es opinión generalizada-, se piensa que el canon es algo posterior a la obra redentora de Dios. Si por canon entendemos la lista, o catálogo, de los libros tenidos oficialmente como inspirados por todas las Iglesias de la Cristiandad, resulta evidente que la plena conciencia del mismo no se dio sino machos años después de haberse producido los grandes acontecimientos de nuestra redención: la encarnación, la muerte de Cristo en la cruz, la resurrección, la ascensión y la venida del Espíritu Santo. El Nuevo Testamento como tal parece que no fue conocido como una unidad literaria sino hasta después del gran período de la revelación de Dios en Cristo. Por consiguiente, ¿no parece más lógico tratar el canon como algo perteneciente a la historia de la Iglesia? Machos han respondido afirmativamente esta pregunta y se han dado al estudio del canon y de la

247 Op. cit., p. 10.248 Ibid., p. 13.

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autoridad -y aun la inspiración- como de algo relacionado única y exclusivamente con el desarrollo doctrinal, histórico y social de la Iglesia. Como algo de suma importancia para la Cristiandad, sí, pero desligado del tiempo de la revelación y la salvación. Como de algo que no tiene nada que ver con aquella expresión de Hebreos: “Dios... en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”249. Con todo, tal actitud sólo tiene en cuenta una verdad a medias. Es simplista y demasiado superficial.

La formación del Nuevo Testamento en una colección completa y cerrada de 27 libros pertenece, sin duda, a la historia de la Iglesia y no a la historia de la salvación. El trabajo de reunir en un volumen estos libros corresponde a la solicitud de la Iglesia, guiada por el testimonio interno del Espíritu Santo en los creyentes. El dar expresión material a la rea-lidad del canon se produce en la época posterior a las obras salvíficas y reveladoras de Dios en Cristo. Cierto, pero la realidad viva del canon, el fondo del cual ha nacido, es algo que pertenece no a los tiempos de la Iglesia posapostólica, sino a los “postreros días” de la historia de la salvación. La realidad que yace detrás de cada libro del canon, es algo que trasciende la simple reunión de unos escritos o la formación de un catálogo de libros religiosos. Aún más, este trabajo de reunir los libros del Nuevo Testamento no se hubiera llevado a cabo, ni tendría el carácter que ha tenido para la Iglesia de todos los tiempos, si no hubiera nacido de una realidad más profunda y auténticamente sagrada. “La formación del canon como un conjunto de 27 libros forma parte de la historia de la Iglesia -afirma Ridderbos-, no de la historia de la redención. Pero cabe preguntarse, ¿puede decirse lo mismo del canon entendido en su sentido cualitativo? En otras palabras, lo que hace que el canon sea canon, regla de fe, autoridad inspirada, a la que se somete la Iglesia, ¿hay que ir a buscarlo en la historia de la Iglesia o se originó ya en la misma historia de la redención?”250.

No nos planteamos aquí el simple problema de definir la palabra “canon”, un término que aparece sólo en contadas ocasiones en el Nuevo Testamento251 y con un sentido bastante amplio y general. Se trata de discernir la autoridad intrínseca que los escritos, luego incorporados al Nuevo Testamento hecho ya libro cerrado, tuvieron desde el principio mismo de la Iglesia252 y que, por lo menos, en Occidente determinaron el use eclesiástico del vocablo “canon”, referido a una norma, regla de fe y práctica.

Ha de afirmarse, con toda claridad, que esta autoridad tuvo su origen, y hundió sus raíces en el corazón de la historia de la salvación. Podemos ver la acción misma de Jesús interviniendo personalmente y de forma patente, no sólo porque tenía una autoridad divina, de manera que podía decirse que en él Dios se manifestaba como “canon” de verdad frente a los cánones del mundo. Hay algo más profundo. Cristo mismo

249 Hebreos 1:1 y 2.250 Op. cit., p. 14.251 En Gálatas 6:16 y en Filipenses 3:16 time el significado principal de norma de la nueva vida en Cristo.252 Incluso si la palabra canon aplicada al Nuevo Testamento significó originalmente un catálogo o lista, esto no probaría, en modo alguno, las tesis de Semler que ve en el canon una medida eclesiástica de culto solamente, sin valor como norma de fe. Cf. Ridderbos, op. cit., p. 85

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estableció los medios, la autoridad formal, por los cuales todo lo que en la plenitud de los tiempos253, “en los postreros días”, fue visto y oído, fuera también transmitirlo y comunicado, de manera que sirviera de autoridad a toda la predicación futura del Evangelio y sirviera de fuente a donde la Iglesia de todos los tiempos fuera a beber.

Desde el principio de su ministerio Jesús se complació en compartir su propio poder (exoesia) con otros, en orden a dar a su autoridad una forma y una concreción visibles, sobre las cuales la Iglesia militante pudiera ser establecida y extendida, y para que le sirviera de norma para conocer el contenido de su mensaje y la medida por la que examinarse continuamente.

Esta norma, esta medida, es la Palabra de Dios; las palabras de vida eterna que salieron de labios de Cristo y sustentaron desde un principio a los discípulos. No obstante, estas palabras hicieron más: inspiraron a un grupo de hombres, llamados apóstoles en un sentido estricto, para ser no sólo recipientes, sino portadores de la revelación.

Advertimos, pues, que la autoridad intrínseca de los libros canónicos -tanto tornados individual como colectivamente- tuvo su origen en el corazón mismo de la historia de la redención y no en los vaivenes de la posterior evolución de la Iglesia.

Dicha autoridad se deriva del carácter de los mismos escritos, no de la estima que luego hayan podido suscitar entre quienes los han venido a reconocer como canónicos.

La fragancia divina que exhalan los libros sagrados es la base para su reconocimiento y nos abre la pista para encontrar, detrás de su misma realidad literaria y humana, su sentido como canon, como norma y, en definitiva, como Palabra de Dios. Bavinck decía que la canonicidad de los libros de la Biblia surgía de su misma existencia. Tienen una autoridad que emana de su misma esencia; son autoridad en sí mismos, iure suo, simplemente por el hecho de existir. Karl Barth ha escrito que la Biblia se hace a sí misma canon.

Antes de pasar a ser canon, todo lo que constituye el contenido del mismo era ya autoridad porque era Revelación, Palabra de Dios, en suma. Fue testimonio recogido par los apóstoles y que el mismo Espíritu Santo quiso poner en sus manos para su conservación y transmisión254. Con razón Bruce señala que hemos de distinguir entre la canonicidad de un libro de la Biblia y su autoridad intrínseca: “Cuando atribuimos canonicidad a un libro, simplemente afirmamos que dicho libro pertenece al canon, o lista de libros reconocidos como regla de fe. Pero ¿por qué? Porque admitimos que posee una autoridad especial. La gente habla y escribe, con frecuencia, como si la autoridad con la que se hallan revestidos los libros de la Biblia, en el juicio de los cristianos, fuera el resultado de haber sido incluidos en la lista sagrada del canon. La verdad histórica, sin embargo, nos enseña todo lo contrario; fueron incluidos en la lista -y se hallan en ella- porque fueron reconocidos como teniendo autoridad intrínseca. Por ejemplo, cuando

253 Gálatas 4:4.

254 Juan 14:26; 15:26, 27; 16:13; 1ª Corintios 11:23; 15:2; Hechos 2:42; 1ª Juan 1:1-3; 2ª Tesalonicenses 2:15.

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Moisés bajó del monte Sinaí y comunicó al pueblo todas las palabras que había recibido de Dios, leyendo del "libro del pacto" en el que les había escrito, el pueblo contestó: "Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho y obedeceremos" (Éxodo 24:7). Es decir, reconocieron que las palabras escuchadas de labios de Moisés eran palabras que provenían de Dios y, por consiguiente, normativas y llenas de autoridad. Pero no podemos decir que reconocieron estas palabras como canónicas, en el sentido "editorial" o literario de la palabra, toda vez que la idea de una lista o colección de tales escritos estaba todavía por venir, era algo futuro. 0 cuando Pablo, en la época del Nuevo Testamento, escribe a los cristianos de Corinto: "Si alguno, a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor" (1ª Corintios 14:37). Sin lugar a dudas, los miembros de la Iglesia cuyo discernimiento espiritual estaba alerta, reconocieron las palabras que les escribía Pablo como mandamientos de Cristo mismo. Pero la idea de un canon del Nuevo Testamento todavía tenía que tomar forma. Tanto lógica como históricamente, la autoridad precede a la canonicidad”255; o, como escribió N. B. Stonehouse: “Los escritos bíblicos no poseen autoridad divina porque están en el canon, sino que están en el canon porque son inspirados”256. Por no verlo así, ha habido mucha confusión en todo to que concierne a la problemática del canon, hasta el punto que ha habido quien ha hecho depender la autoridad de las Escrituras de su canonicidad, olvidando que ésta no es más que el reconocimiento humano de aquélla. Por el contrario, el concilio Vaticano I -pese al gran énfasis que puso en la autoridad del magisterio eclesiástico- afirmó que la Iglesia tiene las Sagradas Escrituras como libros “sagrados y canónicos, no por que, compuestos por sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque tengan la verdad sin error; *sino porque, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por su autor, y como tales han sido entregados a 1_a misma Iglesia”257.

Tras la autoridad del canon se halla Dios. Y Dios en el despliegue de todo su poder redentor y revelador. De tal manera que revelación y salvación son partes de un todo inseparable. Es imposible desgajar la historia del canon del tronco de donde ha surgido: la historia de la salvación. Insertar toda la problemática del canon en la historia de la Iglesia únicamente y desvincularla así de las grandes obras salvadoras de Dios en Cristo, es olvidar, lamentablemente, que la acción y la voluntad salvífica del Dios Trino es ya en sí misma revelación. Equivale también a perder de vista que la revelación es la proclamación, la manifestación y la explicación de aquella acción redentora. El concilio Vaticano II estuvo acertado en este punto cuando declaró que “la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas”258.

255 F. F. Bruce, The Books and the Parchments, 1955, pp. 94, 95.256 N. B. Stonehouse, The Authority of the New Testament, en “The Infallible Wordp, 1946, p. 88.257 Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, 1961, número 1.787.258 Constitución Del Verbum sobre la Divina Revelación, 1:2

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Sin embargo, aun admitiendo todo esto, hay quien hace una distinción entre revelación y Sagrada Escritura. Se reconoce la indisoluble unión, y común génesis, de la historia de la salvación y la revelación, pero se objeta que del Evangelio-realidad al Evangelio-fascículo, de la encarnación y redención a las páginas de Lucas o Marcos, por ejemplo, hay una distancia no sólo de tiempo sino de calidad. Se admite una perfecta conexión entre la obra redentora y la revelación, pero halla resistencia la admisión de la misma perfecta conexión entre revelación y Biblia; a lo sumo, el vínculo que las une será un lazo que pondrá de manifiesto su distancia. Así, según este modo -o moda--- de pensar, la Escritura no sería más que el documento humano, el registro falible a imperfecto, de la revelación divina; el testimonio humano de esta revelación. Este concepto, a nuestro juicio, adolece de un error capital: no haber discernido que el mismo Dios que es soberano en la salvación lo es también en la revelación, y que si tan perfectamente ha obrado para que los efectos de su obra redentora llegaran hasta nosotros, no menos perfectamente ha dispuesto que la explicación de: dicha obra --Revelación- llegara igualmente a nosotros con toda fidelidad, para que los cristianos de todo tiempo tuviéramos un apoyo firme para nuestra fe y un fundamento inconmovible para nuestra esperanza.

Cristo, no sólo impartió su enseñanza y su poder transformadores, sino que comunicó, a aquellos que él mismo escogió para tal fin, su misma autoridad para que, por la acción del Espíritu Santo --que 1labía de acompañar su testimonio-, pudieran dar a la Iglesia posapostólica una norma tangible y un fundamento perenne, principio de su vitalidad y desarrollo.

Pero hay más todavía: la acción salvadora de Dios usa la Palabra como instrumento salvífico. “La Biblia no es sólo el principium cognoscendi -como subraya Berkhof- de la teología, sino que es el medio que emplea el Espíritu Santo para la extensión de su Iglesia y para la edificación de los creyentes. Es preeminentemente la palabra de la gracia de Dios, por consiguiente, el más importante de los medios de gracia”259. Tan imposible es divorciar la historia de la salvación de la revelación, como imaginar la aplicación de esa redención independientemente de la Palabra reveladora. No basta que haya habido una acción salvadora y reveladora de Dios; es menester que ambas puedan ser actualizadas para el hombre de hoy, para el hombre de todo tiempo. Que ello es así, nos lo asegura la carta de Santiago: “El (Dios), de su voluntad nos ha engendrado por la palabra de verdad”260; y el apóstol Pedro escribe: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre..., y esta es la palabra que por el Evangelio os ha sido anunciada”261.

¿Por qué identificamos el valor y la autoridad de la Palabra de Dios con el valor y la autoridad de los libros de la Biblia? ¿Cómo explicar que la Escritura haya adquirido este valor y sea precisamente su palabra -y no ninguna otra- el instrumento de que se vale el Espíritu no sólo para iluminar las mentes sino para salvar a las almas?

259 L. Berkhof, Systematic Theology, 1949, p. 610. El Espíritu Santo obra cum Verbo y per Verbum; se sirve de la Palabra como del único instrumento capaz de llevar eficazmente la salvación obrada por Cristo hasta el hombre pecador.260 Santiago 1:18.261 1ª Pedro 1:23-25.

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La respuesta a estas preguntas la encontraremos volviendo a la imagen arquitectónica del pueblo de Dios, concebido como templo santo262, y al tratar de discernir la trabazón que existe entre los tres componentes de la construcción espiritual: la piedra angular (Cristo), el fundamento (apóstoles) y las piedras del edificio (los creyentes de todo lugar y tiempo). Sobre todo, si conseguimos comprender de qué manera las “piedras vivas” del edificio se relacionan con la “piedra angular”, es decir: si entendemos correctamente la función exacta del fundamento apostólico que Dios ha querido dar a su pueblo.

***

II El fundamento de los apóstoles y profetas

Cristo “llamó a sus discípulos y escogió Doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles”263. Este llamamiento, que al principio pudo parecer provisional, se convirtió en algo definitivo y de capital importancia para llevar a cabo los planes salvíficos de Dios264.

El papel de los apóstoles dentro de la historia de la salvación es único. No tanto porque fueran constituidos recipientes de la revelación, sino porque, sobre todo, fueron hechos portadores autorizados de la misma. A ellos quiso ligar Cristo su Iglesia para siempre. Ellos son los instrumentos del mensaje de Cristo. Sobre ellos, el Señor estableció su Iglesia y sobre ellos sigue edificándola265. Muchos cristianos, aparte de los Doce, fueron también testigos de la revelación cristiana y de sus grandes eventos redentores, pero sólo los apóstoles fueron constituidos instrumentos oficialmente designados, y sobrenaturalmente equipados, de dicha Revelación.

El significado peculiar del apostolado dentro de la economía del Evangelio aparece claramente evidenciado, de muchas maneras, en el Nuevo Testamento266. De los

262 Efesios 2:20-22; 1ª Pedro 2:4-8.263 Lucas 6:13; Marcos 3:14; Mateo 10:2-4.264 Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:26 y ss.; Juan 17:18; Hechos 1:8, 23.265 Efesios 2:20.

266 “La palabra apóstol significa, en griego, meramente "enviado como mensajero" y, en sentido general, podría aplicarse a cualquier cristiano pues todos han recibido el mandato de difundir el mensaje del Evangelio. Este sentido amplio de "mensajero" es el que time en algunos pasajes del Nuevo Testamento (2.a Corintios 8:23; Romanos 16:7; Filipenses 2:25). Pero, referida a los Doce, la palabra pierde su sentido general para adquirir un significado especifico y concreto que designa a quienes fueron escogidos por el Señor para ser el fundamento de la Iglesia.

“La función primaria de los apóstoles era testificar de Cristo y este testimonio estaba enraizado a lo largo de varios años de conocimiento íntimo y experimental, y mediante una preparación intensiva. A esto se añade su función, universalmente reconocida, de testigos de la resurrección de Jesucristo (Hechos 1:22; 2:32; 3:15; 13:31). Esta comisión introduce un factor de suprema importancia para el apostolado: el advenimiento del Espíritu Santo. En Juan, caps. 14-16, tenemos el gran discurso con el que Jesús envía a los Doce: el mandamiento que reciben de Cristo es comparado al que él recibió del Padre (Juan 20:21); tendrán que dar testimonio del conocimiento

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apóstoles se dice que fueron llamados para conocer el consejo redentor de Dios en relación con el envío de su Hijo al mundo.

La singularidad del oficio apostólico se pone de relieve también en la expresión, tan a menudo repetida en el Nuevo Testamento: “apóstol de Jesucristo”. La investigación más reciente ha sugerido que la estructura formal del apostolado se deriva del sistema jurídico hebreo, dentro del cual una persona podía conferir a otra, para que le representase propiamente, toda su autoridad y poder legal. La misma palabra griega “apostolos” es una traducción del vocablo arameo “sheliha” (en hebreo: “shaliah”). Según el derecho de los rabinos, el shaliah representaba, de manera cabal, completa y perfecta, por medio de su persona, a aquél que le había enviado. Toda su autoridad, sin embargo,

que tienen de Jesús y juntamente con ellos el mismo Espíritu dará también testimonio (Juan 15:26, 27). El Espíritu les recordará las palabras de Jesús (Juan 14:26) y les guiará a toda verdad (promesa que, a menudo, ha sido malentendida, al extender el alcance de su primera referencia más allá del grupo de los dote apóstoles) y les mostrará la gloria de Cristo (Juan 16:13-15). Tenemos ejemplos de este proceso en el Evangelio de Juan, que nos muestra cómo los apóstoles no entendieron algunas de las palabras, o hechos, de Jesús sino hasta después de su glorificación (Juan 2:22; 12:16; cj. 7:39). Es decir, el testimonio que los apóstoles han de dar de Cristo no es dejado a sus impresiones o recuerdos, sino a la dirección del Espíritu Santo que da testimonio juntamente con ellos, y a través de ellos. Por esta razón, los apóstoles son la norma de la doctrina y la práctica en la Iglesia del Nuevo Testamento (Hechos 2:42; cf. 1ª Juan 2:19). La Iglesia se edifica sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Efesios 19:28) y sus nombres están grabados sobre el fundamento del muro de la ciudad santa (Apocalipsis 21:14). La doctrina apostólica, por consiguiente, originada como está en el Espíritu Santo, se halla en el testimonio común de todos los apóstoles y no en el privilegio especial de ninguno de ellos como individuo por encima de los demás; tanto es asf, que el apóstol principal pudo traicionar un principio fundamental que él mismo había aceptado -y enseñado- y ser llamado al orden por un colega (Gálatas 2:11 y ss.).

“Los sinópticos consideran el incidente de Marcos 6:7 y ss. como una miniatura de la misión apostólica, en la cual tanto como la predicación y la enseñanza se incluyen además los dones de sanidad y exorcismo. Estos, a otros dones espectaculares, tales como la profecía y las lenguas, fueron muy frecuentes en la Iglesia apostólica y, al igual que el ministerio apostólico, están relacionados con la especial dispensación del Espíritu Santo; pero es muy significativo que estos dones no se den en la Iglesia del siglo ii. Los escritores de este segundo período de la Iglesia hablan de los mismos como de algo que pertenece al pasado, a la época apostólica (B. B. Warfield, Miracles Yesterday and Today). Incluso en el Nuevo Testamento, no vemos señales de tales dones sino allí donde los apóstoles han obrado. Incluso a11í donde ha habido una previa fe genuina, es solamente por la presencia de los apóstoles que esos dones del Espíritu se derraman sobre los creyentes (Hechos 8:14 y ss.; 19:6).

“En cambio, como contraste, el Nuevo Testamento dice mucho menos de lo que podría esperarse acerca de los apóstoles como dirigentes de la Iglesia. Ellos son la piedra de toque de la doctrina, los poseedores de la auténtica tradición relativa a Cristo. Pero los Doce ni siquiera nombraron a los siete hermanos ayudadores (Hechos 6:1-6); y en el crucial sínodo de Jerusalén, un buen número de ancianos se sentó junto a los apóstoles (Hechos 15:6; cf. 12:22). El gobierno de la Iglesia constituía un don diferente del apostolado (1.a Corintios 12:28), ejercido normalmente por ancianos locales. Más, los apóstoles, en virtud de su comisión, tenían un ministerio itinerante. Ni siquiera en la administración de los sacramentos tuvieron prominencia (1.8 Corintios 1:14). La

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se derivaba de la representación que ostentaba; come delegado, o embajador, obraba en nombre de quien le había encomendado una misión. El sheliha (apóstol) de una persona era como esta persona misma267. En este sentido, cualquiera que recibe a un apóstol recibe a aquél que lo envió. Jesús aplicó este concepto a sus apóstoles, de manera formal: “El que os recibe a vosotros, a mí recibe; y el que a mí recibe, recibe al que me envió”268. A los apóstoles confirió, pues, Cristo el poder único de representarle. En un sentido singular y exclusivo, Jesús les confió el Evangelio del reino. Ellos son los instrumentos de Cristo y como sus órganos para la continuación de la revelación. Con Cristo, comparten el basamento sobre el cual se apoya toda la estructura del edificio de la Iglesia: ellos son “roca”, “fundamento” y “columnas” de la Iglesia269.

Sin embargo, los apóstoles de Cristo no tienen ni autoridad ni mensaje propios. Su autoridad les viene únicamente por delegación. Les ha sido dada por Jesucristo y a él deben obedecer270, permaneciendo en su estrecha a íntima comunión271.

Los apóstoles han sido llamados, “no por los hombres ni de los hombres, sino por Jesucristo y por Dios que le resucitó de los muertos”; exigen, por tanto, que su palabra sea recibida, no como palabra de hombres, sino como palabra de Dios, “la cual obra en los que creen”272.

identidad de funciones que algunos quieren ver entre el apóstol y el obispo del siglo cc no es obvia, en modo alguno.

“El significado especial de los Doce para el primer establecimiento de la Iglesia se halla fuera de toda duda.

“Este testimonio de los apóstoles, fundado en una experiencia única del Cristo encarnado, guiada por medio de una dispensación especial del Espíritu Santo, provee la interpretación auténtica de la persona y la obra de Cristo y, desde entonces, ha sido la norma determinante para la Iglesia universal. Por la misma naturaleza de las cosas, el oficio apostólico no podía repetirse ni ser transmitido; come no pueden serlo las experiencias históricas implicadas en el conocimiento íntimo y personal que los Doce tenían de Jesús; todo esto no puede ser transmitido. El Nuevo Testamento nos presenta a los apóstoles interesados en que haya un ministerio local en cada iglesia, pero no existe la menor indicación de que confiasen sus peculiares funciones apostólicas a ninguna parte de ese ministerio. Tampoco era necesario. El testimonio apostólico fue mantenido por medio de la obra duradera de los apóstoles, a través de lo que vino a ser normativo para todas las edades futuras: su forma escrita registrada en el Nuevo Testamento (Geldenhuys, Supreme Authority, 1953, pp. 100 y ss. ; O. Cullmann, "The Tradition", en The Early Church, 1956). No ha habido renovación del oficio ni de sus dones especiales. E1 suyo fue un oficio fundacional y la historia de la Iglesia de todos los siglos, a partir de entonces, es su superestructura. “ New Bible Dictionary, 1962, artículo Apostles.267 Cf. Gerhard Kittel, Theological Dictionary of the New Testament.268 Mateo 10:40; Juan 13:20.269 Mateo 16:18; Efesios 2:20; Gálatas 2:9.270 Juan 14:15, 21 y ss.271 Juan 15:5 y 7.272 Gálatas 1:1; 1.8 Tesalonicenses 2:13; 2.8 Corintios 5:19.

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“Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros”273, les dice Cristo a los Doce. Pero hay más: su elección es obra del mismo Espíritu Santo. Jesús los escoge por el Espíritu274. El apostolado no es solamente un objeto del consejo redentor del Padre, y una representación de Jesucristo en el mundo, sino que tiene, además, al mismo Espíritu Santo como autor. Además de textos tales como Mateo 10:18-20; Marcos 13:11; Lucas 21:13 y siguientes; Hechos 1:8, hay que prestar atención especial a los pasajes del Evangelio de Juan.

En sus discursos del aposento alto, Jesús prometió a los apóstoles el Paracleto, el Espíritu de verdad, quejes enseñaría todas las cosas, que les recordaría todo cuanto les había enseñado hasta entonces, y que les guiaría a toda verdad275. Muy significativa es la relación que Jesús establece entre su propia obra, la del Espíritu Santo y la de los apóstoles276. El Espíritu “no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oyere..., me glorificará; porque tomará de lo mío y os lo hará saber”277. En completa unidad con Cristo, el Espíritu proseguirá la obra de aquél. La revelación de Dios en Cristo ha de ser consumada por la operación del Espíritu. Y los apóstoles, plenamente comisionados por Cristo para ser los testigos de los eventos salvadores acaecidos en el cumplimiento de los tiempos278, son constituidos en los instrumentos de que se ha de servir el Espíritu Santo para llevar a su consumación final la revelación cristiana. De manera inequívoca, estos pasajes del Evangelio de Juan unen el testimonio del Espíritu Santo al testimonio apostólico: “el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí. Y vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio”279. Es de ahí, precisamente, que emana la autoridad apostólica.

Estudiadas más de cerca, estas palabras de Jesucristo en el aposento alto nos descubren la triple promesa que capacitó a los apóstoles para dar su testimonio, no sólo a los hombres de su tiempo, sino a los de todas las épocas futuras de la Iglesia. Las palabras de Cristo son proféticas; la triple promesa corresponde a las tres grandes divisiones del testimonio apostólico, según podemos ver en el siguiente esquema:

Las promesas de Cristo Su cumplimiento

“El Espíritu Santo os recordará todas las cosas que os he dicho”280. EVANGELIOS

273 Juan 20:21274 Hechos 1:2275 Juan 14:26: 16:13-15.276 Juan 15:26, 27.277 Juan 16:13, 14.278 Gálatas 4:4.279 Juan 15:26, 27.280 Juan 14:26.

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“Aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad..., tomará de lo mío y os lo hará saber”281.

EPISTOLAS

“El (el Espíritu Santo) os enseñará todas las cosas”282.

“os hará saber (el Espíritu Santo) la scosas que han de venir”283.

APOCALIPSIS

y pasajes proféticos de las epístolas

Lo que Pedro dijo de los profetas del Antiguo Testamento284 bien puede aplicarse perfectamente a los apóstoles del Nuevo, por cuanto el testimonio profético y apostólico “no fue en los tiempos pasados traído por voluntad humana, sino los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo”285. El profeta era el apóstol del Antiguo Testamento, así como el apóstol es el profeta del Nuevo286.

281 Juan 16:13, 14.282 Juan 14:26.283 Juan 16:13.284 2ª Pedro 1:21.285 En 2ª Pedro 1:15-21 el testimonio apostólico aparece en un piano de igualdad, en perfecto paralelismo, con el tes-timonio profético. La expresión atenemos también”, del v. 19, une ambos testimonios, y lo que se dice de la veracidad del uno, sirve también para el otro.

286 “La Iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Efesios 2:20; por "profetas" habrá que entender aquí, probablemente, el testimonio del Antigun Testamento, pero según algunos se refiere a "profetas cristianos").” New Bible Dictionary, art. “Apostle”.

“Varios intérpretes refieren estos nombres de apóstoles y profetas a los apóstoles solos, que reunían ambos caracteres. Esta opinión se basa, sobre todo, en que falta el artículo delante de la palabra profetas y que por consiguiente habría que traducir "los apóstoles-profetas". Lo mismo ocurre en Efesios 3:5, en donde el sentido debe ser el mismo. ¿Se trata, por el contrario, de los profetas de la primitiva Iglesia? Mucho menos aún, pues, ¿con qué título serían declarados el fundamento de la Iglesia? El don pasajero, variable, de la profecía neotestamentaria no es jamás igualado al apostolado como autoridad; nuestro apóstol mismo quiere que ese don esté subordinado a sus enseñanzas (1ª Corintios 14:29). Jesucristo no instituyó desde el principio más que los apóstoles por sus testigos auténticos; los profetas mismos del Nuevo Testamento habían sido instruidos y llevados a Cristo por los apóstoles, y así ellos reposaban sobre el fundamento de estos últimos, ¿,dónde está ahora para la Iglesia este fundamento de los profetas del Nuevo Testamento? ¿Acaso habría desaparecido? No pudiendo admitir ni la primera ni la segunda de estas opiniones, no queda más que la tercera (es decir: que "profetas" se refiere a los mismos apóstoles, por cuanto el apostolado es asimismo un carisma profético).r Luis Bonnet y Alfredo Schroeder, Comentario del Nuevo Testamento, “Epístolas de Pablo”.

Sea cual sea la interpretación más correcta de “profetas” en Efesios 2:20, el hecho es que aparecen ambos carismas -el profético y el apostólico- uno al lado del otro, al "sino nivel.

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Cristo no sólo entregó su mensaje a los apóstoles, de manera singular y única, no sólo los constituyó en sus embajadores autorizados, en sus “shaliah”287, sino que los capacitó, por su Espíritu, para que pudieran desempeñar su misión conforme a los designios de Dios. Estos designios tenían como propósito último la formación de una regla de fe (canon), divinamente garantizada, fundada en el testimonio apostólico, que habría de ser el fundamento de la Iglesia de Jesucristo.

“A la crítica que afirma que la autoridad apostólica es producto de un desarrollo tardío en el que se concedió a los apóstoles un lugar de autoridad espiritual jamás intentado por Jesús, respondemos -escribe N. B. Stonehouse-: la relación especial de los apóstoles con Jesús es tan histórica como el retrato que tenemos del propio Jesús. El concepto del apostolado es un concepto mesiánico; es decir, sólo tiene significado sobre el fondo de la conciencia que Jesús tenía como Mesías de su misión de establecer la Iglesia”288.

En el Nuevo Testamento hay una conexión inseparable entre los grandes hechos redentores de Dios en Cristo y su anuncio o transmisión. Con claridad meridiana, H. N. Ridderbos ha escrito: “El anuncio de la redención es inseparable de la historia de 1a redención propiamente dicha. La proclamación de la salvación no fue dejada al azar, ni a la tradición humana, ni a la mera crónica literaria, ni a buenos predicadores, ni al magisterio eclesiástico. En primer lugar, la predicación de la gran salvación de Dios, como predicación apostólica, pertenece a la esencia de la revelación y, como tal, tiene su propio carácter peculiar y único. Y, en este sentido exclusivo, es también el fundamento de la Iglesia. Esta sabe que está ligada al mismo desde el comienzo de su existencia. Este fundamento es la fe santísima sobre la cual irá creciendo el pueblo de Dios”289.

Cj. nota 23, ad supra. También Jeremías 1:7, en donde un profeta del Antiguo Testamento recibe un llamamiento de carácter apostólico.287 Mateo 13:11; Juan 15:15; Mateo 10:40, cf. con Juan 13:20.288 N. B. Stonehouse, The Authority of the New Testament, en “The Infallible Word.

289 H. N. Ridderbos, The Authority of the New Testament Scriptures, pp. 16, 17.

Cullmann se mueve en la misma dirección: “Nos esforzaremos en demostrar que, según el apóstol (Pablo), el Señor mismo está obrando en la transmisión de sus palabras y sus obras por medio y a través de la comunidad primitiva ...; el Cristo elevado a la diestra de Dios, se halla él mismo detrás de los apóstoles como "agente transmisora en tanto que éstos transmiten sus palabras y los relatos de sus obras. E1 apóstol Pablo puede colocar en un mismo piano el "apocalipsis" del camino de Damasco y la tradición apostólica que ha recibido, porque en ambos el Cristo presente se manifiesta activo de una manera directa... San Pablo mismo no estableció la relación entre las ideas de 2.11 Cor. 3 y la tradición concerniente a las palabras y la vida de Jesús. Esta fue la tarea del cuar to Evangelio. Este Evangelio time por objeto la relación entre la vida histórica de Jesús y el Señor resucitado. En este Evangelio encontramos efectivamente explicada, en los discursos de despedida, la idea que en san Pablo aparece como una presuposición implícita. Los pasajes de Juan que encierran más claramente esta idea de que el Espíritu Santo mismo comunicará a los apóstoles las enseñanzas del Jesús histórico son Juan 16:13 y 14:26. Si hemos interpretado correctamente la concepción paulina de la relación entre Kyrios (Señor) y paradosis (tradición), nos hallamos aquí en presencia de una idea antigua que, sin ser pensada por todos hasta sus últimas consecuencias, puede, sin embargo, considerarse como bastante extendida en la Iglesia "primitiva".” Oscar Cullmann, La Tradition, pp. 14, 22, 24.

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“Vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo” -exhorta Judas en su carta-290.

Las palabras que fueron dichas por los apóstoles constituyen algo concreto, bien definido y delimitado. Se las denomina “la doctrina de los apóstoles”291, se las llama también “la fe”, como referida a un cuerpo de doctrina, “el depósito” de la verdad cristiana292. Asimismo, son da salvación” que comenzó a ser predicada por Cristo mismo, pero que debe ser “confirmada por los que oyeron”293. La Iglesia debe guardar, sobre toda otra cosa, el epositum custodi294, que le fue dado por Dios, por medio de los apóstoles, y que hoy tenemos en las páginas del Nuevo Testamento.

El significado singular del apostolado dentro de la economía salvadora y reveladora de Dios en Cristo se pone de manifiesto de muy diversas maneras en el Nuevo Testamento. Basta, para percatarse de ello, examinar algunos textos, aun sin intención de ser exhaustivos.

No volveremos sobre los Sinópticos y el evangelio de Juan, cuyos textos más importantes ya hemos considerado.

En el prólogo de la primera carta de Juan hay, sin embargo, una rotunda afirmación de la función única del apostolado que merece consideración especial. El apóstol empieza su escrito declarando que ellos, los apóstoles, ocupan una posición excepcional en la historia de la salvación: “La vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre y nos ha aparecido. Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, lo que hemos visto y oído esto os anunciamos...”295. ¿Qué ojos fueron los que vieron, qué manos las que palparon? ¿Todo el mundo? No, sino exclusivamente los ojos y las manos de los apóstoles. Cierto que otras personas, en la Palestina de aquel tiempo, habían sido testigos, en parte, de la manifestación del Hijo de Dios, pero este testimonio sólo adquiría valor incorporado al ministerio apostólico, promovido por el Espíritu Santo. ¿Qué propósito tienen estas palabras de Juan al comienzo de su prólogo? El objetivo claro de Juan es traer a los miembros de la Iglesia a un estrecho contacto con el apostolado. Clara y enfáticamente, dice el apóstol: “Eso os anunciamos para quo también vosotros tengáis comunión con nosotros296. Y sólo después quo se realiza este lazo de comunión con los apóstoles, sólo entonces puede añadir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”297. El razonamiento del apóstol es diáfano. La Vida fue manifestada de manera tal quo pudo ser objeto de la vista y hasta, incluso, tocada

290 Judas 20, cf. v. 17.291 Hechos 2:42.292 1ª Timoteo 6:21.293 Hebreos 2:2.294 1ª Timoteo 6:20; 2ª Timoteo 1:14; 2:2.295 1ª Juan 1:1-3.296 1ª Juan 1:3.

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con las manos. Los apóstoles vieron y palparon esta Vida; y a ellos encargó Cristo el anunciar a los demás hombres el poder Salvador inherente a la misma. Mediante esta declaración, se establece un lazo de comunión entre los creyentes y el apostolado. Y, por consiguiente, como resultado de esta comunión con los apóstoles, los creyentes también pueden tenor comunión con el Padre y con el Hijo. Por supuesto, estas palabras de Juan no deben entenderse como circunscritas a su tiempo, limitadas a la época apostólica. En realidad, nosotros, en quienes --según afirma la Escritura- los fines de los siglos se han parado, debemos también mantener una comunión vital con los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, porque dicha comunión es la condición de la comunión más alta quo anhelamos poner con Dios. La declaración del apóstol se halla en perfecta armonía con unas palabras de Cristo, quo él mismo recogió en su Evangelio: “No ruego solamente por éstos (los apóstoles) -intercedió Jesús-, sino también por los que han de creer en Mí por la Palabra de ellos (la palabra apostólica)”298. Cristo enseñó con estas palabras que las futuras generaciones creerían en él por la palabra apostólica (“la palabra de ellos”). ¿Cómo sería ello posible? ¿Cómo puede el hombre moderno entrar en relación con la palabra de los apóstoles? ¿Cómo pudieron -cómo podremos, cómo podrán- las generaciones que sucedieron a la Iglesia apostólica tener comunión con los apóstoles? La solución del problema nos la ofrece el hecho de que los apóstoles no sólo hablaron sino que también escribieron. Su proclamación de la palabra de vida no se limitó al estrecho círculo de hombres que les escucharon en el primer siglo; por el contrario, mediante sus escritos pusieron su predicación y enseñanza en forma fija, es decir: en forma duradera. Estos escritos pronto se esparcieron por todo el mundo. Así, los apóstoles pudieron llevar el testimonio de la vida que les había sido manifestada a todos los hijos de Dios, de todas las naciones y de todos los tiempos, hasta el fin del mundo. Todavía hoy los apóstoles están predicando al Cristo resucitado, poderoso para salvar, en las Iglesias. La presencia física de estos hombres hace diecinueve siglos que nos dejó, pero su testimonio autorizado permanece. Y este testimonio que, en forma de documento apostólico, ha llegado hasta nosotros en el Nuevo Testamento, se ha esparcido por todas partes como instrumento idóneo en las manos del Espíritu Santo para llevar a las almas a una comunión eficaz y redentora con el Padre y con el Hijo. De este cúmulo de textos y enseñanzas aprendemos que el testimonio de los apóstoles no sólo fue único por lo que respecta a su calidad, sino a su perennidad. En su función de fundamento, y por su misma naturaleza, el apostolado no puede multiplicarse en sucesión. El fundamento de un edificio, como veremos luego, es algo único que se coloca una vez por todas. Y su ejercicio, o facultad, de fundamento es continuar siempre el testimonio singular que de la historia de la salvación tuvieron los Doce escogidos. Volveremos sobre estos últimos puntos en los próximos capítulos. Aquí es suficiente señalar que en el prólogo de la carta de Juan se nos enseña que no hay eslabón intermedio entre los apóstoles y cada generación de creyentes. Para tener una fe auténticamente apostólica hemos de ponernos en contacto directo con los apóstoles, pues hemos de creer “por la palabra de ellos”. Juan nos invita no tanto a buscar una sucesión apostólica como a encontrar la presencia apostólica en una comunión que, en su vertiente humana, nos pondrá en contacto con los apóstoles y, en su dimensión divina, nos unirá con el Dios Trino. Esto es sólo posible si admitimos los escritos del Nuevo Testamento como palabra inspirada.

297 Ibid.298 Juan 17:20.

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El apóstol Pedro corrobora lo escrito por Juan. En su segunda carta leemos: “sabiendo que, en breve, debo abandonar el cuerpo como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas. Porque no os hemos dado a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad”299. Como indicamos en la nota n.° 23, Pedro no vacila en equiparar su testimonio acerca de la venida de Jesucristo con la palabra profética del Antiguo Testamento, la cual, para él, era palabra inspirada, Palabra de Dios300. Asimismo en el capítulo 3, versículos 15, y 16, de esta segunda carta, coloca en un piano de absoluta igualdad los escritos del apóstol Pablo con las “otras Escrituras”.

Es muy significativo que, luego de haber encarecido la atención que debe prestarse al testimonio apostólico y a la palabra profética, el apóstol Pedro pasa a advertir: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías de perdición...”301. De nuevo vuelve a darse paralelismo de ideas entre Pedro y Juan, pues éste escribe también acerca de quienes “salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros”302. En ambos casos, se trata de poner de relieve que la comunidad creyente no tiene en sí la garantía de la fidelidad ni de la verdad y, por lo tanto, ha de depender de lo que ha oído desde el principio: “Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”303. Así como el creyente ha de luchar continuamente contra la “quinta columna de pecado” de su viejo hombre, así también la Iglesia debe velar, pues el error puede surgir de dentro de ella misma: “habrá entre vosotros falsos maestros”. La única y sola garantía es atender a la palabra apostólica y profética, “lo que habéis oído desde el principio”, para permanecer en la comunión del Padre y del Hijo.

No son distintas las palabras que el apóstol Pablo dirigió a los pastores de la comunidad de Efeso: “Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre. Yo sé que después de mi partida vendrán lobos rapaces que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento. Velad, por tanto... Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, la cual es poderosa para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados”304. A pesar de que el apóstol considera a los ministros de la congregación como puestos por el Espíritu Santo mismo, sin embargo, el suyo no es un ministerio que inmunice del error. De entre ellos mismos se levantarán hombres que enseñarán equivocadamente. Pablo sabe de un

299 2ª Pedro 1:14-16.300 “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.” 2ª Pedro 1:21.301 2ª Pedro 2:1.302 1ª Juan 2:19.303 1ª Juan 2:24.304 Hechos 20:28-32.

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solo refugio cuando tal calamidad acontezca: “ os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia”. E1 Señor y su Palabra como regla de fe única y autorizada.

Pero ¿identifica Pablo la palabra apostólica con la Palabra de Dios? De manera absoluta. Escribiendo a los tesalonicenses, les decía: “Sin cesar damos gracias a Dios de que, cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes... Así que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra”305.

La importancia del testimonio de Pablo para la comprensión del apostolado radica en la circunstancia de que ningún otro apóstol tuvo que defender tanto su vocación apostólica de las criticas de quienes la ponían en duda. Para demostrar que era apóstol, Pablo tuvo que probar: 1) que había sido llamado por Cristo mismo;306 2) que no había recibido el Evangelio de los hombres, sino por revelación de Jesucristo307; 3) que había visto a Cristo resucitado308; 4) que era inspirado a infalible como maestro y, por consiguiente, exigía que se recibiese su enseñanza como doctrina de Cristo mismo309 ; 5) que el Señor había garantizado su misión apostólica, tan plena y completamente como la de Pedro o cualquier otro apóstol310; y 6) que su ministerio iba acompañado, y corroborado, por medio de milagros311. Al defender su apostolado, Pablo nos dejó la más amplia y completa descripción de los requisitos que concurrían en todo apóstol de Jesucristo. La dignidad de la misión apostólica es tal que el autor de la carta a los Hebreos no vacila en compararla al testimonio de los ángeles en el Antiguo Tes-tamento312. En los días antiguos, la palabra profética había sido refrendada por los ángeles en varias ocasiones. En el Nuevo Testamento, la redención que primeramente fue anunciada por el Señor, es confirmada luego por los apóstoles. ¿Cómo explicar que -cual ángeles del nuevo pacto- los discípulos de Cristo hayan de confirmar su mensaje? La explicación está en el hecho de que el testimonio de los apóstoles no es personal ni propio; es el testimonio del mismo Espíritu de Dios que obra por medio de ellos. Por cuanto no son simples testigos o predicadores. Su palabra es palabra reveladora del consejo salvador de Dios. Testifican de Cristo, una vez para siempre en la consumación de los tiempos313y a su testimonio quedan ligados la Iglesia y el mundo, que serán juzgados por ellos.

Desde los comienzos de la predicación cristiana los apóstoles tuvieron conciencia de la alta dignidad de su testimonio único. El apostolado, lejos de aparecer come el fruto de

305 1ª Tesalonicenses 2:13 y 2ª Tesalonicenses 2:15.306 Gálatas 1:1.307 Gálatas 1:12.308 1ª Corintios 9:1 y 15:8.309 1ª Corintios 14:37310 Gálatas 2:8. 9311 2ª Corintios 12:12.312 Hebreos 2:2 y ss.313 Judas 3.

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una evolución de la Iglesia primitiva, se halla presente en los primeros mementos de vida de esta Iglesia y es el alma, y la fuente, de su predicación. H. N. Ridderbos ha señalado que el apostolado constituye una de las características, o presuposiciones, del kerygma primitivo314. En este sentido, adquiere una importancia especial el discurso de Pedro en Hechos 1, previo a la elección de Matías. Dos cosas se destacan en el mismo: en primer lugar, que habla otros discípulos, además de los Doce, que podían actuar come testigos de todo lo que había acontecido desde el bautismo de Juan hasta la resurrección y ascensión de Cristo-, y en segundo lugar, que, a pesar de ello, el ministerio de testimonio encomendado a los Doce estaba limitado a este grupo especial de discípulos llamados apóstoles. Matías fue elegido, en sustitución -no en sucesión- de Judas, para convertirse en un testigo de la resurrección de Cristo juntamente con los once315. Come cristiano y discípulo en la Palestina del siglo I, Matías ya era un testigo, pero pare serlo oficialmente y con autoridad apostólica debla ser “hecho testigo” y “contado con los once apósto-les”316. A esto se le llama “el oficio de este ministerio y apostolado”317. De manera que, desde el primer capitulo del libro de los Hechos, se hace evidente el carácter singular del testimonio apostólico.

Desde el principio, pues, la predicación apostólica pone de relieve su carácter y su autoridad. El apóstol Pedro menciona constantemente en sus discursos su función de testigo de Jesucristo. Cuando habla de la resurrección del Señor, el día de Pentecostés, añade en seguida: “de lo cual todos nosotros somos testigos”318. Y, sobre lo mismo, dice igualmente más tarde: “de lo que nosotros somos testigos”319. En los capítulos 4 y 5, en los parlamentos delante del sanedrín, el apóstol delata la conciencia que tenía de ser testigo: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”320 y “Nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo”321. Pero precisa más todavía Pedro al hablar a los gentiles en casa del centurión Cornelio: “Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén”322; y, cuando explica las apariciones de Jesús después de resucitado, advierte que tales apariciones no tuvieron lugar delante de todo el pueblo, “sino a los testigos que Dios antes había ordenado, es, a saber, a nosotros que comimos y bebimos con él, después que resucitó de los muertos. Y nos mandó que predicásemos al pueblo y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”323. Es evidente que el testimonio de los apóstoles aparece aquí estrechamente vinculado a la historia de la salvación y al ministerio del

314 H. N. Ridderbos, The Speeches of Peter in the Acts of the Apostles. 1962, pp. 17-19.315 Hechos 1:22, cf. v. 26. Cf. note núm. 67.316 Hechos 1:22 y 26.317 Hechos 1:25.318 Hechos 2:32.319 Hechos 3:15.320 Hechos 4:20.321 Hechos 5:32, cf. Juan 15:26, 27322 Hechos 10:39.323 Hechos 10:41, 42.

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Espíritu Santo. Han sido escogidos por Dios para ello y Dios mismo les ha mandado que den testimonio324.

Este énfasis en el carácter de la predicación apostólica como testimonio es importante en dos sentidos. En primer lugar, porque señala el elemento histórico del contenido de la predicación. El kerygma se basa en hechos. De estos hechos, la resurrección es el más importante, es como el meollo de la proclamación primitiva, el alma del anuncio de los grandes hechos de Dios en Cristo. En 1.° Corintios 15 el apóstol Pablo gone el énfasis, igualmente, en los hechos y, muy especialmente, en el hecho de la resurrección. En segundo lugar, cabe destacar el gran significado que encierra el que la función de ser testigo se identifique con el apostolado; y el apostolado en su sentido restringido, limitado a los Doce, el apostolado comisionado y avalado por Cristo. Todo “do que Jesús comenzó a hacer y a enseñar”325 debe ser continuado y confirmado por el testimonio de los apóstoles. Es así como reciben un lugar especial en la historia de la salvación. No sólo los grandes hechos de Dios en Cristo, sino su misma proclamación por los testigos escogidos por Dios, pertenece al plan redentor de Dios. E1 registro escrito de las palabras y los hechos de los apóstoles no es mera biografía, ni siquiera un bosquejo de historia de la primitiva Iglesia; es, sobre todo, evidencia de la certeza de la fe cristiana326

y fundamento de la comunidad creyente en todo el mundo y en todo tiempo. La Iglesia de Jesucristo no tendrá otro apoyo que el que le presta el basamento de los apóstoles y profetas, en el cual ocupa Pedro un primer lugar cronológico327, patente en los Evangelios y en los primeros discursos del libro de los Hechos.

En la proclamación del kerygma primitivo, la singularidad del apostolado pone de manifiesto su significado especial. El número de apóstoles aparece limitado, y concreto, porque el apostolado se halla inseparablemente unido al testimonio de primera mano -casi sensorial, táctil- de quienes vieron con sus ojos y palparon con sus manos328 todo lo relativo a la historia de nuestra salvación. Por consiguiente, el apostolado es genus suuna. Es inconcebible cualquier idea de sucesión apostólica, en el sentido personal de la expresión, puesto que se halla en conflicto con el puesto único y peculiar que los apóstoles tienen en la historia de la salvación, puesto inamovible y perenne329. El testimonio apostólico fue el canon de la Iglesia del Nuevo Testamento. El Nuevo

324 Hechos 1:2.325 Hechos 1:1.326 Lucas 1:4, cf. Hechos 1:1 y ss.327 Mateo 16:18. Cf. Oscar Cullmann, St. Pierre, Disciple. Ap6tre et Martyr,1952, pp.48 y ss.; 187 y ss.328 1ª Juan 1:2; Pedro 1:16.

329 Apocalipsis 21:14; Efesios 2:20; Romanos 15:20. La elección de Matías no implica que el apostolado iba a perpetuarse. Todo lo contrario, ya que la condición impuesta (“que haya sido testigo con los demás apóstoles de la resurrección de Cristo”, Hechos 1:21, 22) muestra su verdadero carácter de sustitución -que no de sucesión- de Judas, para poder completar el número dote que caracterizó al grupo apostólico. E1 pensamiento hebreo exigía que hubiera dote apóstoles como había dote tribus de Israel. En el lenguaje bíblico, el número 12 es la cifra que simboliza el ministerio sagrado.

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Testamento, que recoge dicho testimonio, debe ser el canon de la Iglesia de todos los tiempos; la regla delimitada de la predicación evangélica y de la vida cristiana.

***

III La tradición apostólica

El canon apostólico halló su primera expresión, no en la forma definitiva que había de ser recibida por la iglesia, es decir: en los veintisiete libros del Nuevo Testamento, sino en la predicación de los apóstoles. Las exigencias cronológicas que así lo exigen, y así lo determinan, son fáciles de comprender. Los apóstoles no se sentaron a escribir como medida primera a inmediata de su vocación. La autoridad que habían recibido de Cristo halló en la proclamación oral del Evangelio su primer cauce.

No obstante, tan pronto como escribieron, ellos mismos colocaron su palabra escrita al mismo nivel que la palabra hablada. Pablo, por ejemplo, escribió: “Así que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra”330. En los escritos más tardíos del Nuevo Testamento encontramos ya las huellas precisas de una colección de textos apostólicos y de la consiguiente formación de un canon escrito331, y siempre aparecen colocadas al mismo nivel la palabra apostólica hablada y la escrita332. Pero subrayamos que se trata siempre de la palabra

El carácter único del ministerio de los Doce explica por qué no se sintió ninguna necesidad de llenar la vacante dejada después del martirio de Santiago, pese a que anteriormente se había buscado un sustituto para Judas. No hay contradicción, todo lo contrario: Judas, por su traición, había perdido el derecho al apostolado, y hacía evidente que sólo había habido 11 apóstoles. Pero el martirio de Santiago no deja ninguna vacante, pues formaba parte, precisamente, de su testimonio como apóstol (Hechos 12:1, 2). La posición de los Dote se perpetuará en las edades futuras y aún en la misma eternidad, no mediante sucesores, sino personalmente mediante sus escritos que le sirven al Espíritu Santo como instrumento de revelación y salvación. Cf. Floyd V. Filson, Three Crucial Decades, “Studies in the Book of Acts”, p. 56.Judas 3 es concluyente sobre el particular. Hace referencia al conjunto de la Revelación cristiana como “la fe que ha silo una vez dada a los santos”. Comentando este pasaje, la traducción de la Sagrada Biblia Bover-Cantera afirma: “La revelación cristiana, transmitida a la Iglesia por los apóstoles, es inmutable a invariable; no sufre adiciones, ni menguas, ni alteraciones.”

Bengel traduce: ano será ya dada ninguna otra fe jamás”, la fe evangélica ha sido dada una vez, solamente; una vez por todas. Terry, Biblical Hermeneutics, p. 211.

El mismo Concilio Vaticano II ha declarado: “La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1.11 Tim. 6:14; Tito 2:13).” Constitución De¡ Verbum sobre la Divina Revelación, 1:4.

330 2ª Tesalonicenses 2:15.331 2ª Pedro 3:15.332 2ª Pedro 3:2; 1ª Pedro 1:12.

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apostólica y no de ninguna otra. Para formarnos un juicio correcto de los orígenes del Nuevo Testamento debemos, por consiguiente, discernir, primero, la manera como la predicación apostólica llegó a ser la estructura básica, con el más importante significado fundacional, para la Iglesia. Eso habrá de llevarnos al concepto neotestamentario de la paradosis, es decir: la tradición.

El evangelista Lucas escribe a modo de prólogo: “Habiendo muchos tentado a poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron por sus ojos, y fueron ministros de la palabra”333, con lo cual no sólo trata de justificar sino de fundamentar su doble trabajo como autor de un Evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles. Judas exhorta igualmente a sus lectores a que contiendan “”eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”334, con lo que se refiere al contenido del depósito de creencias re-veladas a que alude en el resto de su carta. El autor de la carta a los Hebreos, al hablar de la palabra que nos ha traído una salvación tan grande, añade: “La cual, habiendo comenzado a ser publicada por el Señor, ha sido confirmada hasta nosotros por los que oyeron: testificando con ellos Dios con señales y milagros y diversas maravillas y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”335. Y el apóstol Pablo no se cansa nunca de recordar en sus cartas, una y otra vez, a sus lectores aquello que les entregó al anunciarles el Evangelio, bien sea por vez primera o en posteriores ocasiones336.

El mensaje redentor que luego será Nuevo Testamento halla su primera expresión en la primitiva tradición apostólica337. Los escritos vendrán luego y serán la fijación prevista de una primitiva tradición oral. Entonces (en la época apostólica todavía), los primeros escritos y el mensaje oral de los apóstoles constituirán, conjuntamente, lo que con toda propiedad se llama la tradición apostólica, la doctrina recibida de los apóstoles338.

A veces, se ha pensado en la tradición como aquel momento en que el contenido de la revelación ha trascendido ya su propia época, es decir: el tiempo de la redención, y ha desembocado en las vicisitudes de la eventualidad eclesiástica y humana. Si as! fuera, la tradición no sería, en ningún caso, la creación del mismo Cristo. Ni siquiera en su forma escrita. No sería la transmisión apostólica, establecida mediante la dirección especial del Espíritu Santo. Tan sólo equivaldría a la forma, y las fórmulas, que la Iglesia impondría al Evangelio bajo el acicate de toda suerte de dificultades, influencias y contingencias. Desgraciadamente, éste es el concepto que de la tradición tienen algunos autores, concepto que no someten a crítica al hablar del Nuevo Testamento, con lo cual cometen un grave olvido: pasan por alto que la tradición según la entiende el Nuevo Testamento es algo muy distinto. Las trágicas consecuencias de muchas investigaciones modernas en torno al Nuevo Testamento se deben a que los escritos apostólicos son examinados

333 Lucas 4:1-4334 Judas 3.335 Hebreos 2:3-4.336 1ª Corintios 15:3; 1ª Corintios 11:23.337 Colosenses 2:6 y ss.; Romanos 6:17; 1.8 Tesalonicenses 2:13; 2ª Tesalonicenses 2:16; 1ª Corintios 11:2; Filipenses 4:9; 1ª Tesalonicenses 4:1; 2ª Tesalonicenses 3:6; 2ª Pedro 2:21338 2ª Tesalonicenses 3:6

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con los mismos principios y conceptos que generalmente se emplean en la crítica literaria mundana y con los mismos instrumentos de trabajo que se usan para el estudio de las tradiciones meramente humanas.

Pero si, libres de prejuicios, buscamos en el Nuevo Testamento su propio concepto de tradición descubriremos un sentido completamente distinto. El concepto neotestamentario de la tradición no tiene nada que ver con la idea general de las tradiciones históricas, o leyendas, que se dan en todos los pueblos. Tampoco se asimila a aquella noción de tradición en el sentido de una escuela determinada de pensamiento cuyas formulaciones son preservadas, o custodiadas, bajo la dirección de ciertas autoridades rectoras, al estilo de una escuela filosófica, por ejemplo. Por la terminología que el Nuevo Testamento reserva a su entendimiento de la tradición, sobre todo según el use que de ella hace Pablo, más bien parece que el concepto cristiano, evangélico, de la tradición se halla fuertemente determinado por el correspondiente concepto judío.

Para los judíos, la autoridad de la tradición no se derivaba de alguna, o algunas, precedentes generaciones, o de la capacidad sucesoria de tal o cual escuela. Dicha autoridad emanaba de la misma naturaleza del material transmitido, es decir: de su contenido y del oficio de los maestros de la Ley. El contenido de esta tradición era, antes que nada, la santa Torah, la Ley dada por Dios a Moisés. Los entendidos en dicha Ley eran respetados y tenían autoridad porque se sentaban “sobre la cátedra de Moisés”339.

Oscar Cullmann ha señalado cómo Jesús y Pablo rechazaron, por un lado, la doctrina de la tradición sustentada por los rabinos judíos, acusándola de invalidar el mandamiento de Dios y la comprensión del mensaje y la obra de Cristo, y, por otro lado, tanto el Señor como su apóstol describen el contenido de la proclamación cristiana y su autoridad en términos tomados prestados de la antigua terminología judía sobre la tradición340. Pablo, por ejemplo, enseña a insta a las Iglesias a “retener” lo que les ha transmitido, y ello mediante el empleo de una terminología generalmente empleada para referirse a la tradición341. Esta terminología es notoria, especialmente, en el conocido pasaje de 1.a Corintios 15:1-4: “Además, os declaro, hermanos, el Evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis (parelabete), en el cual también perseveráis; por el cual, asimismo, si retenéis (katexete) la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.” La manera como este pasaje ha sido influido por la terminología de la tradición judía se echa de ver, sobre todo, por los términos cuyo original hemos dado entre paréntesis. Exactamente como hace también en la Corintios 11:23 (“Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado”), Pablo se

339 Mateo 23:2.340 Marcos 7:8; Mateo 5:21 y ss.; Colosenses 2:8 y ss. Cuando se habla de las tradiciones de la Iglesia primitiva, es preciso tener en cuenta, constantemente, el paralelo que nos ofrece la tradición judía de los rabinos. Veremos, por otra parte, que el apóstol Pablo emplea exactamente el mismo término griego "paradosis" que, como antiguo alumno de Gamaliel, debió de haber usado en su pasado judío. Si consideramos la manera radical con que Jesús rechazó en bloque la "paradosis" de los judíos, nos sorprende comprobar que el apóstol Pablo haya podido aplicar este concepto tan desacreditado, sin más, a los preceptos morales y a las doctrinas que servían de norma a la comunidad primitiva.” 0. Cullmann, op. cit., pp. 11 y 12.341 1ª Corintios 11:2 y 15:2; 2ª Tesalonicenses 2:15; cf. Marcos 7:4, 81.

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señala en primer lugar a sí mismo como el receptor y como el transmisor de la tradición cristiana. Esto queda todavía más subrayado por el hecho de que emplea la palabra “también” en ambos pasajes.

La naturaleza de la tradición se descubre transparente en el use de los términos “recibido” y “ enseñado”, o entregado. Algunos eruditos piensan hoy que, en la Corintios 15, Pablo está citando una confesión de fe eclesiástica, más o menos fija, una confesión que tiene que ver con los sufrimientos, la muerte y la resurrección de Cristo. Sin embargo, el use de la terminología rabínica de la paradosis nos invita a dirigir la investigación en otr o sentido. La tradición de la que habla Pablo aquí no es de naturaleza social, no se enmarca tan sólo en la actividad colectiva de la iglesia, sino que más bien se trata de un ejemplo -entre otros- del poder personal, apostólico, autorizado a inspirado de los apóstoles. Estos no transmiten la tradición porque haya adquirido una forma definida y aceptable en la vida de fe de la iglesia, sino que hacen entrega de la paradosis en virtud de la autoridad recibida de Cristo mismo, y por la cual sabían que eran los guardianes y los portadores de esta tradición. Que hemos de entender el concepto paulino de la tradición de esta manera, y no de ninguna otra, lo vemos claramente en la Corintios 15:3 y ss., en donde Pablo da una lista de los testimonios apostólicos, quienes desde el principio contendieron por la verdad de la tradición a que se alude342. Es su testimonio y no un cierto credo fijado por la comunidad primitiva lo que determina el significado del concepto de la tradición. El mismo argumento puede hallarse en el prólogo que Lucas escribió para su Evangelio. La tradición a la cual apela, y el contenido de su libro, descansan sobre el testimonio de “los que desde el principio lo vieron por sus ojos y fueron ministros de la Palabra”343. Y es, asimismo, bajo esta luz que hemos de entender el carácter de los otros Evangelios sinópticos. Cuando Marcos comienza su Evangelio con las palabras: “Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”344, no hay ninguna razón para interpretar esta expresión como queriendo decir: “La predicación de la Iglesia.” Más bien hemos de parafrasearla en el sentido de “la predicación de los apóstoles, enseñada según el mandato de Cristo”345.

La tradición de la que habla el Nuevo Testamento no es, pues, una corriente desbocada que se origina en los grandes acontecimientos redentores y que luego fluye incesantemente como la fe o la teología de la Iglesia. La tradición es una proclamación autorizada, confiada a los apóstoles como testigos de Cristo y como fundamentos de la Iglesia. Es una herencia preciosa que deben transmitir exactamente de acuerdo con el mandato recibido346. Por lo tanto, dicha tradición recibe también el nombre de “la doctrina” a la cual hay que obedecer347, o es usada como sinónimo de esta doctrina348,

342 Oscar Cullmann, op. cit., pp. 15 y ss.343 Lucas 1:2.344 Marcos 1:1.345 “Die Christustradition der Urgemeinde existiert als apostolische Tradition; K. E. Skydsgaard, Christus -Der Herr der Tradition, en “Schrift en Kerk”, p. 83 (1953), citado por H. N. Ridderbos en The Authority of the New Testament Scriptures, p. 86.346 1ª Timoteo 6:20.347 Romanos 6:17.348 Gálatas 1:12; Filipenses 4:9; Colosenses 2:6-7; 2ª Tesalonicenses 2:15.

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identificada con el Evangelio apostólico349. Se trata de la misma autoridad que el apóstol ejerce en dondequiera que se refiere a su propia predicación como “lo que os he enseñado” y a la subsiguiente aceptación eclesial de ello como lo que “recibisteis”. Y es precisamente esta autoridad apostólica 1o que hace que 1a tradición sea “tradición”. De la misma manera que hubo un tiempo cuando Pablo era alumno de los rabinos y celoso de las tradiciones de los ancianos350, como de una santa tradición derivada en último análisis de Moisés (y por éste, de Dios mismo), ahora pronuncia maldición sobre todo aquel que “os anunciare otro Evangelio distinto del que os hemos anunciado”351.

Lo que diferencia la paradosis de Cristo del principio rabínico de la tradición es que, por una parte, el mediador de la tradición no es el doctor, el rabino -escribe Oscar Cullmann352-, sino el apóstol en tanto que testigo directo, y, por otra parte, el principio de

349 1ª Corintios 15:1.350 Gálatas 1:14.351 Gálatas 1:9.

352 Oscar Culhnann, op. cit., p. 25, en donde prosigue: “En Gálatas 1:12, Pablo niega expresamente haber recibido el Evangelio de los hombres. Este punto es fundamental para su autoridad apostólica. Como apóstol, como testigo, es preciso que esté en relación con el Señor. La dignidad única del apóstol es que ha recibido un "apocalipsis" directo. Sin embargo, esto no se relaciona tan sólo con la comprensión teológica de la historia de la salvación, sino con los hechos de esta historia también. Baste recordar aquí la resurrección, de la cual los apóstoles han de dar testimonio como de un hecho real (Hechos 1:22; 1ª Corintios 9:1). Para los Doce se trata de dar testimonio de los acontecimientos que se produjeron en la época cuando Jesús "entró y salió" en medio de ellos (Hechos 1:21). Considerada desde este ángulo, la distinción arriba mencionada entre la comunicación de los hechos y la comunicación de su significado teológico pierde todavía más su razón de ser. Y es que ambos son revelados al apóstol por el Señor, el apóstol es testigo directo de los dos...

“Pero mientras el rabino judío transmite, por así decirlo, en una sucesión automática de rabinos, la "tradición de los ancianos", que por esta misma razón no es más que "tradición humana" (Marcos 7:8), el apóstol tiene necesidad del llamamiento de Dios y del Espíritu Santo para estar en condiciones de cumplir esta tarea que consiste en transmitir la tradición. En la época apostólica no existe todavía contraste entre sucesión y Espíritu Santo. En el judaísmo, la actividad del rabino señala el fin de la profecía, el fin de la inspiración directa del Espíritu Santo. El rabino sucede al profeta. El apóstol también transmite la tradición, pero su ministerio se funda en el don del Espíritu Santo. Por esta razón, podemos colocar, en último análisis, la función del apóstol vis a vis de la tradición junto a la del Señor mismo, el Kyrios que es el Neuma (2.a Corintios 3:17). Al principio de este capítulo nos habíamos planteado el problema de saber cómo el apóstol Pablo había podido atribuir una tan grande dignidad al concepto de la paradosis, toda vez que Jesús había rechazado toda tradición como obra humana opuesta al mandamiento divino y esto tanto más cuanto que la idea misma de una revelación transmitida por vía de una tradición cualquiera podía parecer excluida para siempre. Pero hemos comprobado que, siguiendo el concepto del cristianismo primitivo, una paradosis ton apostolon (tradición de los apóstoles) no es una paradosis ton antropon (tradición de los hombres). Al contrario, es el Kyrios mismo el que preside la transmisión, de tal manera que ya no hay oposición entre la tradición apostólica y la revelación directa. En Colosenses 2:6-8, Pablo establece una distinción entre la paradosis legítima del Cristo Jesús, Señor, y la tradición de los hombres, y es entonces cuando usa la expresión paradosis ton

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la sucesión no entra en juego a la manera mecánica de los rabinos, sino que va ligado al Espíritu Santo.

La manera como Pablo relaciona el progreso y la retención de la tradición con Cristo mismo nos dará más luz todavía sobre este punto.

En el primer capítulo de Gálatas, tan importante para nuestro tema, Pablo afirma: “el Evangelio que ha sido anunciado por mí, no es según hombre; pues ni yo lo recibí, ni lo aprendí de hombre, sino por revelación de Jesucristo”353. ¿Con qué autoridad anuncia Pablo el Evangelio? La que le viene de su llamamiento por la gracia de Dios, según nos aclara en los versículos siguientes354. No significa esto que Pablo apela única y exclusivamente a su revelación personal habida en el camino de Damasco para avalar su mensaje. Más bien hemos de inferir, al considerar pasajes como los de 1.a Corintios 11 y 15, que también él recibió cierta paradosis de los otros apóstoles, como señala Cullmann: el apóstol “ es un miembro del grupo de los Doce que debe dar testimonio no sólo del resucitado, sino también del Cristo encarnado (de "todo el tiempo que el Señor entró y salió entre nosotros", según Hechos 1:21). Se deduce de ello que no todo apóstol, individualmente, se halla en condiciones de transmitir el relato de todos los acontecimientos. San Pablo mismo no puede en todo caso testificar, como testigo ocular, de los eventos relacionados con la vida terrestre de Jesús. No obstante, Pablo es apóstol porque puede dar un testimonio directo del Señor resucitado que él vio y escuchó en el camino de Damasco. Para los otros hechos importantes depende del testimonio ocular de los otros apóstoles. Este es el momento de recordar su encuentro con Cefas en Jerusalén (Gálatas 1:18), así como la paradosis de 1ª Corintios 15:3 y ss., en donde distingue netamente entre el acontecimiento de Pascua propiamente dicho, transmitido por el testimonio de los otros apóstoles, y la aparición que él mismo ha visto. No hay que olvidar que es precisamente en este pasaje, luego de haber citado la paradosis, en donde subraya, en el v. 11, su acuerdo con los apóstoles primitivos. Comprendemos así cómo, en virtud de una cierta comunión creada por la función de apóstol, testigo de Cristo, toda tradición transmitida por los apóstoles ha podido ser considerada como directamente revala por Cristo, el "Kyrios". Así, san Pablo puede decir de una tradición -que ha recibido en realidad por la mediación de los demás apóstoles- que la ha recibido "del Señor". La transmisión por medio de los apóstoles no es una transmisión obrada por hombres, sino por el Cristo, el Señor mismo que comunica la revelación de esta manera. Todo lo que la comunidad conoce de las palabras de Jesús, o bien de los relatos de su vida, o aun de su interpretación, proviene de los apóstoles. Uno ha recibido tal revelación, otro apóstol ha recibido aquella otra. El apóstol es, por decirlo así, por definición, aquel que transmite lo que ha recibido por revelación. Mas como que todo no ha sido revelado a cada apóstol en particular, cada uno debe transmitir su testimonio al

antropon para designar las tradiciones gnósticas.

“Llegamos pues, a esta conclusión: que de acuerdo con el Nuevo Testamento sólo hay una tradición legítima: la que es transmitida por los apóstoles y se designa bajo el nombre de Kyrios.

“Esta apreciación tan netamente positiva de la paradosis apostólica ¿nos autoriza para otorgar el mismo valor norma-tivo a la paradosis eclesiástica posterior?”353 Gálatas 1:12.354 Gálatas 1:15.

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otro (Gálatas 1:18; 1ª Corintios 15:11), y sólo la paradosis completa, entera, a la cual contribuyen todos los apóstoles, forma la paradosis del Cristo. Por extensión, es la comunidad apostólica toda entera que cumple efectivamente la función de transmitir la tradición. Tal es la vía histórica que ha seguido el Kerygma primitivo. Es preciso, pues, afirmar que el fundamento teológico de la tradición descansa sobre el ministerio apostólico. Con razón R. Bultmann escribe en su Théologie du Nouveau Testament que el concepto del apostolado en la Iglesia primitiva está determinado por la idea de tradición. De la misma manera que la tradición judía pasa por los "tannaim", la tradición de Jesús pasa por los apóstoles. No es por casualidad si, precisamente, en los pasajes esenciales relativos a la paradosis de Cristo, sobre todo Gálatas 1:12 y 1ª Corintios 15:3 y ss., siempre se trata, al mismo tiempo, del apostolado”355.

No existe, pues, contradicción entre la autoridad de un apóstol, recibida del mismo Señor resucitado, y el use de las tradiciones de otros hombres llama dos por el Señor para desempeñar el mismo apostolado. Y ello hasta tal punto que Pablo comprendió toda paradosis en el más estrecho contacto con Cristo mismo. Incluso atribuye la continuación de dicha tradición al Señor vivo y exaltado a la diestra del Padre. Significativa es la afirmación que hace al tratar de la cena del Señor, cuando escribe a los corintios: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan...”356. Las palabras “yo recibí del Señor” son especialmente esclarecedoras. Porque detrás de esta paradosis se halla el mismo Señor. Y es a él, al Señor, que Pablo apela en plena conciencia de su poder y ministerio apostólicos (“Porque yo recibí”), en oposición al use impropio que se hacia en Corinto de la Cena del Señor. A menudo, se explica este texto en el sentido de que Pablo señala a Jesús como el primer anillo en la cadena de la transmisión, es decir: la tradición se remontaría a las propias afirmaciones de Jesús en los días de su aparición en la tierra y, por lo tanto, el apóstol la presenta como recibida de esta primera fuente cronológica. Esta interpretación destaca el hecho (a menudo ignorado a olvidado) de que el apóstol no desea apelar, en esta circunstancia, a ninguna revelación directa, sino más bien a una tradición que le ha sido transmitida por otros apóstoles. Ridderbos y Cullmann357 lo entienden así. Este último amplía su investigación y afirma además que el término “Señor” en este contexto no se refiere simplemente al Jesús histórico, sino al Señor ascendido y exaltado a la diestra de la Majestad en las alturas. La frase de Pablo en 1 á Corintios 11:23 se explica, pues, como referida al Cristo resucitado en tanto que él mismo obraba en la tradición apostólica. La fórmula paulina expresaría una comunicación directa, pero no en el sentido de haber necesitado una visión, sino a la manera como el Señor transmite su paradosis de un apóstol a otro y, por medio de todos ellos, a la Iglesia. El Señor, Cristo exaltado, es el portador último de la tradición y el agente soberano de la misma.

Esta interpretación de Cullmann y Ridderbos está de acuerdo con el vocabulario que suele emplear Pablo al referirse a alguna palabra de Cristo recordada literalmente: “denuncio, no yo, sino el Señor...”, “os decimos esto en palabra del Señor...”358. Es dable,

355 Oscar Cullmann, op. cit., pp. 25 y 26.356 1ª Corintios 11:23.357 H. N. Ridderbos, op. cit., pp. 22 y 23; 0. Cullmann, op. cit., pp. 88 y ss.358 1ª Corintios 7:10, 12, 25; 1ª Tesalonicenses 4:15.

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pues, concebir la tradición no solamente como una palabra “histórica” y “cronológicamente” recordada de Jesús, sino como un hablar directo del Señor a sus apóstoles, aun por medio de palabras pronunciadas antaño por el Mesías. Esto es así porque el Señor está presente siempre con sus apóstoles y el Espíritu Santo los conduce a toda verdad, bien sea por revelación directa, bien sea por el conjunto de recuerdos que la inspiración divina selecciona a interpreta.

Estas consideraciones sobre la manera como Pablo transmite la paradosis nos autorizan a pensar que, efectivamente, es el Señor exaltado a la diestra del Padre y obrando por su Espíritu el que habla en 1ª Corintios 11:23. De ahí que el apóstol pueda decir: “ Yo recibí del Señor.” Es obvio que para Pablo la tradición es algo tras lo cual se halla Cristo presente, y no sólo el Cristo terreno, sino el Cristo resucitado. La explicación la encontraremos en el hecho de que Pablo, al transmitir las palabras históricas del Señor de los cielos, se sabe un siervo autorizado, un apóstol de Jesucristo. “La tradición en el Nuevo Testamento -escribe Ridderbos- es, por consiguiente, más qué la mera reproducción de lo que ocurrió una vez. La tradición en el Nuevo Testamento es, sobre todo, tradición apostólica, la palabra del Dios vivo. Es palabra autorizada sobre Cristo y también de Cristo. Es la misma palabra que el Señor pronuncia, en la unidad de su persona terrena y celestial, por medio del servicio de sus apóstoles y a través de su posesión por el Espíritu Santo”359. De manera que el que escucha a los apóstoles escucha también a Cristo. Las palabras de los apóstoles no son palabras meramente humanas. Deben aceptarse como Palabra de Dios360.

A1 parecer, un apóstol no distinguía esencialmente (es decir: no hacía diferencias) entre lo que él había recibido de los demás como tradición del Señor, y lo que él mismo enseñaba a la iglesia como palabra y voluntad del Señor. ¿Hacía distinción, sin embargo, entre su palabra apostólica y la palabra recordada del Señor como algunos pretenden deducir del capítulo 7 de 1ª Corintios, especialmente los vs. 10, 12, 25 y 40? Pablo dice no tener mandamiento del Señor tocante a las vírgenes. Cierto que no se usa en este pasaje la palabra tradición, pero el vocablo “mandamientos” encierra en este contexto el mismo significado. En los versículos 10 y 12 es fácil percibir dicha connotación. ¿Deduciremos de estos textos que los apóstoles vindicaban absoluta autoridad para sus enseñanzas cuando éstas podían basarse en palabras expresas de Jesús y que, en cambio, sólo atribuían cierta autoridad moral a sus propias palabras? La verdad es que en 1.8 Corintios 7 el apóstol señala, por un lado, aquello que es palabra recibida por medio de la paradosis apostólica y lo que puede decir por sí mismo, individualmente, sobre la base de su autoridad personal. Muy significativo es que para esto último se fundamente en el hecho de que posee el Espíritu de Dios361. Pablo trata en esta sección

359 H. N. Ridderbos, op. cit., p. 22; cf. 2ª Timoteo 1:14.360 1ª Tesalonicenses 2:13.361 1ª Corintios 7:40, cf. v. 25. “Es verdad que, en 1.° Corintios 7:10, el pronombre Ego (yo) se usa en oposición al Kyrios (Señor). Pero se trata, sin embargo, del mismo ego de la conciencia apostólica. En este pasaje, san Pablo quiere dejar bien sentado que, incluso en aquellos casos en que el Señor no les dejó instrucciones precisas transmitidas por la tradición, los apóstoles tienen derecho a dar su opinión. Este ego es, de alguna manera, la expresión misma de las pretensiones del apostolado. Es lo que demuestra el v. 25: "Sobre las vírgenes no he recibido mandamiento del Señor. Pero doy mi opinión en tanto que hombre a quien el Señor, en su misericordia, ha concedido el don de serle fiel." Esta gracia de la fidelidad está íntimamente unida al ministerio particular del apóstol que estudiamos. Esta fide lidad se

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ciertas cuestiones que se dieron en unas circunstancias especiales. La intención del apóstol no fue hacer una diferencia cualitativa entre su propia palabra y la del Señor, como si quisiera mandar una obediencia incondicional a las palabras de Jesús y presentar sus propias palabras como mera opinión personal. La única cosa que Pablo deseaba explicar a los corintios es que, para ciertas cuestiones, su autoridad apostólica podía recurrir a la cita de algunas palabras expresas del Señor, pero que para otras necesidades no tenía referencias explícitas. En ningún momento intenta Pablo disminuir su autoridad apostólica. Tal impresión ha sido, muchas veces, resultado de mediocres traducciones más que de la buena exégesis. Que el apóstol no hace diferencia entre la autoridad de sus propias palabras apostólicas y la de las palabras del Señor, se pone de manifiesto en el hecho de que toda su enseñanza repite una y otra vez los conceptos de “tradición”, “recibir”, etc., hasta tal punto que -a la luz de lo que hemos estudiado sobre la paradosis en la conciencia de la Iglesia primitiva y, sobre todo, en la conciencia de los apóstoles- resulta imposible delimitar hasta qué punto Pablo basa sus consejos en las palabras de la tradición y sus mandamientos en las palabras expresas de Jesús, toda vez que ambos conjuntos de palabras constituyen la única y sola tradición apostólica dada, precisamente, por el mismo Señor a los mismos apóstoles362.

La noción de la paradosis en el Nuevo Testamento es dinámica. Y también eminentemente personal. Cierto que, como hemos indicado, no todos los apóstoles supieron todas las cosas como testigos directos de las mismas. La tradición significa el conjunto de todas las revelaciones y toda la inspiración que fueron dadas a la totalidad de los Doce y a san Pablo. Sin embargo, no vemos que los apóstoles tuvieran nunca necesidad de consultarse antes de adelantar una enseñanza o de transmitir una tradición. Y en esta característica tenemos un dato más del carácter sobrenatural de la tradición apostólica. La autoridad de cada apóstol es personal y directa, recibida de Cristo, no de nadie más, ni siquiera de otro apóstol363. Y aunque la paradosis resultante que recibe la Iglesia constituye el conjunto de la enseñanza de los doce apóstoles, la génesis de dicha paradosis ha sido obrada por el Espíritu Santo de manera directa y personal en cada uno de los llamados a dicho ministerio profético, si bien ello no es obstáculo -como señalamos ya anteriormente- para que unos informen a otros; al contrario, pues precisamente en dicha información obra soberanamente el Espíritu que procede así a la formación de la autoridad apostólica de cada uno de los doce.

La paradosis apostólica es, pues, un evento cristológico. El cristocentrismo que empapa, por así decirlo, todo su mensaje y orientación explica la aparente contradicción que se da en el hecho de que Jesús rechazara, por un lado, la “tradición de los ancianos” y, por el otro, instituyera su propia tradición valiéndose de conceptos afines a aquélla. La paradosis apostólica queda justificada así por su cristocentrismo, por ser tradición cristiana (es decir: de Cristo) y no tradición humana. La tradición de los rabinos había

manifiesta en una doble función: por una parte, transmitir fielmente la paradosis sobre Jesús -esto es lo que indica el pronombre ego en 1.a Corintios 11:23-, y, por otra parte, dar opiniones que, si bien se inspiran en esta paradosis la trascienden y deben serle enteramente subordinadas. Esto es lo que indica el mismo pronombre en 1.a Corintios 7:10. Este último ego deriva su autoridad del primero, según el cual el apóstol aparece como el agente legítimo y autorizado de la paradosis de Cristo” Oscar Cullmann, op. cit., p. 27.362 1ª Corintios 11:2; 2ª Tesalonicenses 2:15; 3:6363 Gálatas 1:17.

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elaborado una completa “explicación” a interpretación del Antiguo Testamento que, con el tiempo, llegó a colocarse al mismo nivel que la Escritura. Esto es lo que condenó severamente Jesús, porque mediante su propia paradosis los rabinos traspasaban el mandamiento de Dios, que dejaban a invalidaban364 de tal manera que su enseñanza no era más que “mandamientos de hombres”365, cuyas consecuencias en el orden ético, práctico y concreto de la vida diaria eran el nominalismo o la hipocresía366. Al añadir sus propios criterios a la Palabra de Dios, los judíos no pudieron evitar la adulteración de la verdad divina. El comentario humano no debió de haberse colocado nunca al mismo nivel que la revelación del Señor.

Por el contrario, Jesús pudo equiparar su propia enseñanza con el resto de la revelación hebrea y como un comentario autorizado que él mismo encomendó a sus discípulos. En el sermón de la montaña cita la ley que interpreta con palabras de igual autoridad que las de la misma Torah: “Yo os digo...”367. Y al obrar así, aclaró que no venia a abrogar la ley -como en realidad habían hecho los fariseos- sino a cumplirla368. La clave de esta actitud nos la da la naturaleza de su persona. Jesús es el Mesías a quien Dios ha dado su Espíritu sin medida y sólo él puede hacer un comentario válido y sin error de la palabra de Dios, comentario que en sí mismo es también Palabra de Dios. Este énfasis en la persona de Cristo se halla también en los pasajes más importantes de las epístolas. En Colosenses 2:8, por ejemplo, Pablo advierte: “mirad que ninguno os engañe por filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos de este mundo, y no según Cristo”. El contraste y la oposición a las tradiciones humanas es Cristo. Asimismo, en Gálatas 1:14, 16, Pablo confiesa haber abandonado las tradiciones de sus mayores cuando Dios le reveló la verdad de Jesucristo; de maner a que el Señor Jesús no sólo es el creador de la tradición verdadera y auténtica, sino que él mismo constituye el contenido de esta tradición. En efecto, esta paradosis cristiana se compone de tres elementos fundamentales: los hechos de Cristo369 que esta tradición “centrega” y transmite; la interpretación teológica de estos hechos370, y la clase de vida que, consecuentemente, se deriva de las en-señanzas implícitas en aquellos hechos y su interpretación inspirada371. Y, por lo que se refiere a la transmisión de esta paradosis, los agentes fundamentales de la misma son el Espíritu Santo y los apóstoles, conjuntamente372. La combinación del testimonio ocular de los Doce y el testimonio inspirado del Espíritu Santo obrando en los mismos Doce, produjeron una tradición que en el Nuevo Testamento es la única paradosis tenida por válida, hasta tal punto que complementa el canon del Antiguo Testamento373. De ahí que

364 Mateo 15:3-6; Marcos 7:8, 9, 13.365 Mateo 15:9; Marcos 7:6, 7.366 Mateo 15:8, 9; Marcos 7:6, 7.367 Mateo 5:22, 28, 32, 34, 39, 44; cf. 6:25.368 Mateo 5:17-19.369 1ª Corintios 11:23; 15:3; Lucas 1:2.370 1ª Corintios 15 presenta toda una línea de argumentación interpretativa.371 1ª Corintios 11:2; 2ª Tesalonicenses 2:15; 3:6, 7; Judas 3; Romanos 6:17.372 Juan 15:26, 27; 16:13.373 Cj. New Bible Dictionary, art. “Tradition”.

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1.a Timoteo 5:18 y 2.a Pedro 3:16 sitúen la tradición apostólica al nivel de la propia Escritura y la describan incluso como tal. Y 2.a Pedro 1:16, 19 fundamenta la fe cristiana sobre el testimonio ocular de los apóstoles y la palabra profética del Antiguo Testamento374. Al llegar a este punto hemos de volver a cuanto dijimos sobre la naturaleza especial y única del apostolado en el capítulo anterior. Puesto que la tradición es el ministerio especialísimo que fluye del testimonio apostólico. Y todo lo que dijimos tocante a la singularidad de éste debe ser dicho igualmente de la tradición apostólica. Precisamente porque se trata de la “tradición apostólica”, no de la tradición de los ancia-nos, de los hombres, sino de la tradición que Cristo mismo creó por su Espíritu y salvaguardó para entregarla a la Iglesia. Tan imposible es una tradición continuada indefinidamente y desvinculada de límites precisos como lo es el concepto de un apostolado que se sucede de generación en generación. Los apóstoles, como fundamento del edificio del pueblo de Dios, ocupan una posición única en la economía redentora del Señor, y la tradición apostólica, que es el alma de este fundamento, vive también únicamente en los confines y dentro de los límites de la apostolicidad.

La tradición apostólica fue durante un tiempo proclamada oralmente, fue tradición oral. Luego, fue tradición escrita y oral375, en tanto que los apóstoles predicaban a iban poniendo por escrito dicha tradición. Finalmente, todo ello quedó cristalizado en los escritos apostólicos -cuyo contenido quedó garantizado por la dirección prometida del Espíritu Santo- del Nuevo Testamento. No podemos, pues, apelar a los textos del Nuevo Testamento que hablan de la paradosis para justificar cualquier otra clase de tradición que no sea la que el mismo Nuevo Testamento define y en los términos -y límites con que la define.

Mientras los apóstoles vivieron no se hizo sentir tanto la necesidad de poseer en forma escrita sus enseñanzas, puesto que su consejo y predicación eran tan inspirados como sus plumas, y así puede afirmarse que durante el primer siglo la tradición oral fue la más evidente y conocida. San Pablo podía escribir a los creyentes de Efeso: “Vosotros no habéis aprendido así de Cristo: sí, empero, lo habéis oído, y habéis sido por él enseñados, cómo la verdad está en Jesús”376; como si los efesios hubieran oído per-sonalmente al Señor. Pero es como si lo hubiesen oído, pues el que escucha la palabra de los apóstoles escucha, de hecho, la palabra de Cristo. Mientras vivieron los apóstoles, éstos podían escribir: “Así que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra”377; la presencia de los apóstoles garanti-zaba la fe y podía servir de valladar frente el error: “No os mováis fácilmente de vuestro sentimiento, ni os conturbéis ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como muestra ...”378. Sólo los apóstoles podían fijar un criterio seguro y definido, si bien ya

374 Cj. nota 23 del cap. II.375 2ª Tesalonicenses 2:15; cf. 2:2 y 3:6.376 Efesios 4:20, 21.377 2ª Tesalonicenses 2:15.378 2ª Tesalonicenses 2:2. El prólogo del Evangelio de Lucas indica ya en el primer versículo (1:1) la necesidad de comprobar la apostolicidad de las paradosis que pudieran circular en las iglesias, pues, bien sea por curiosidad o por la mezcla de piedad con la imaginación, se propagaron -ya antes de la amplia circulación de los libros inspirados, o junto a ellos- ciertos escritos de los muchos que habían “tentado poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas. De manera que el propósito de dar a la iglesia escritos garantizados aparece diáfano en Lucas.

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entonces existía el peligro de difundir cartas como de los apóstoles sin ser realmente de ellos. Este peligro testifica de la alta autoridad que les era reconocida y de la necesidad que tenía ya entonces la Iglesia de disponer de un canon apostólico concreto y determinado. Toda vez que solamente el apóstol es quien ha recibido el Evangelio por revelación y bajo la dirección del Espíritu Santo y, por consiguiente, sólo la suya es tradición auténtica, testimonio infalible de la verdad divina. Sólo él forma parte del fundamento que Cristo ha querido dar a su Iglesia: “Porque las palabras que me diste -oró Jesús al interceder por los suyos- les he dado; y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste... Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”379.

Cristo aparece en este texto como el gran Apóstol380 de la paradosis del Padre, cuyo conocimiento sólo él posee381. Cristo entrega dicha paradosis a los apóstoles y éstos, al recibirla, obtienen un conocimiento verdadero. A su vez, son enviados para que, por medio de su testimonio, por el anuncio de la paradosis de Cristo, muchos puedan también creer en el Salvador. Y de la misma manera que el conocimiento revelador del Padre y del Hijo fue dable únicamente mediante el contacto directo entre Cristo y los apóstoles, así también el conocimiento Salvador de Cristo es posible solamente en la medida que atendamos a las palabras de los apóstoles382. Pues los que han de creer, “han de creer en mí por la palabra de ellos”, es decir: por la palabra apostólica.

¿Cómo han hallado cumplimiento estas palabras de Cristo?

IV El canon apostólico

Hemos visto que la tradición time, según el Nuevo Testamento, a los apóstoles como sus órganos transmisores. Por esto es tradición apostólica. Forzosamente tenemos que plantearnos una cuestión: “Si la tradición apostólica debe ser considerada como norma de la revelación para todos los tiempos: ¿Cómo hacer actual para nosotros el testimonio que Dios ha decidido dar a los apóstoles para la salvación del mundo? ¿Cómo hacerlo real en nuestra época?”383.

Para responder adecuadamente esta cuestión hemos de volver a cuanto dijimos en el primer capítulo sobre la estrecha, íntima a indisoluble relación que existe entre la historia de la salvación y la revelación. No nos importa tanto el saber cómo la Iglesia, o las iglesias, han contestado las preguntas que nos hemos formulado, como la respuesta que

Resulta una exigencia creciente sentida por la primitiva comunidad cristiana de la que se hace eco Lucas. Tenemos aquí uno de los primeros testimonios de la voluntad del canon apostólico para convertirse en canon escrito379 Juan 17:8, 20.380 Hebreos 3:1.

381 Mateo 11:27.382 1a Juan 1:3.383 Oscar Cullmann, La Tradition, p. 33

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la misma historia de la salvación time para estas cuestiones. Para ello, habremos de dirigir nuestra atención al Antiguo Testamento y estudiar la manera que Dios escogió para que la palabra de los profetas, la paradosis profética, llegara al pueblo de Israel, y ver luego cómo el testimonio profético y el testimonio apostólico constituyen dos grandes etapas de una misma y única revelación.

“Dios -leemos en la carta a los Hebreos384-, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.” Hemos querido subrayar algunas expresiones de este texto que nos muestran lo que podría denominarse “los tiempos de revelación”. En efecto, estos dos primeros versículos de la epístola a los Hebreos enseñan de manera diáfana que la revelación no es un proceso continuado a lo largo de los siglos como el fluir incesante de un río que, sin descanso, lleva sus aguas al mar. Por el contrario, la revelación corresponde a la actividad redentora de Dios. Lo que Dios hizo es el fundamento de lo que Dios dijo385. Ahora bien, este obrar de Dios es esporádico. La revelación, como la salvación, ha sido obrada por Dios en ciertos instantes de la historia, no a través de toda la historia. De ahí la diferencia entre lo que es, en términos generales, la historia de la Humanidad y lo que, especialmente, llamamos “historia de la salvación”, enmarcada en aquélla, pero cualitativa y sagradamente diferenciada. Por eso, el autor de la epístola a los Hebreos escribe acerca de las dos grandes épocas de la revelación -que en realidad corresponden a los períodos de la intervención salvadora de Dios en favor de su pueblo: patriarcas, Moisés, profetas, etc.-: el “otro tiempo” de los “profetas” (desglosado de “muchas maneras” y a su vez dividido en varios períodos correspondientes a las varias intervenciones redentoras del Señor de Israel) y los “postreros días” en que Dios nos ha hablado definitivamente “ por el Hijo”, que corresponden al período del Cristo y sus apóstoles. Los “postreros días” son los del cierre de la revelación, en espera de la segunda venida de Cristo que constituirá la última y definitiva manifestación de Dios en el mundo presente. La revelación quedó concluida con la muerte del último apóstol (no con la muerte de Cristo, según podemos entender fácilmente por todo lo expuesto en los capítulos anteriores sobre el apostolado como agente transmisor de la revelación de Jesucristo). Durante el “otro tiempo” y las “muchas maneras” de la revelación de antaño, el obrar de Dios podía parecer “abierto”, y hasta enigmático. Muchos no acertaban a ver con claridad cuál sería la réplica definitiva de Dios a las respuestas negativas del hombre frente a la obra misericordiosa del Señor-, y se preguntaban si la última de sus palabras sería una palabra de ira o una palabra de amor. En “los postreros días” no cabe ya esta duda, pues Dios nos ha hablado por el Hijo de manera definitiva que no Puede ser superada ni reemplazada386. El irrevocable

384 Hebreos l:1, 2.385 “Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras.” Salmo 103:7.

386 Cj. Oscar Cullmann, Christ et le Temps, Neuchatel París, 1947.

“El problema de la relación entre Escritura y Tradición puede considerarse como un problema de la relación teológica entre el tiempo apostólico y el tiempo de la Iglesia. Todas las demás consideraciones dependen de la solución que se dé a este problema... El tiempo en que se desarrolla la historia de la salvación abarca el pasado, el presente y el futuro. Pero hay un centro que sirve de punto de orientación, de norma, a toda la extensión de esta historia y este centro lo constituye lo que nosotros llamamos el tiempo de la revelación directa o tiempo de la encarnación.

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decreto salvador de Dios en Cristo es perfecto y consumado. Con Cristo cierra, pues, la historia todo proceso revelador. Nada nuevo ha de decirse, ni puede decirse, porque todo está dicho -hecho y dado- en el Hijo salvador y revelador. La clausura de la revelación no debe, por lo tanto, ser entendida come algo de signo negativo o come un empobrecimiento de la fe. Todo lo contrario. Este cierre está cargado de fuerza y sentido positivo. Con el último de los apóstoles de Cristo la transmisión del mensaje quedó cerrada. El pueblo de Dios -la Iglesia- lo tiene todo desde entonces: time lo que antaño dijo el Señor “muchas veces” y “de mochas maneras a los padres por los profetas” y lo que “en los postreros días” nos ha comunicado por el Hijo. Vive, en suma, en la plenitud de la verdad.

¿Cómo ha llegado esta plena verdad hasta nosotros?

Si la revelación es dada por Dios al hombre en los grandes mementos de su obrar redentor, no cabe duda de que pare tener conocimiento canto de la redención come de la revelación divina hemos de ponernos en contacto con los testigos auténticos y auto-rizados del doble acontecimiento que se produjo en cada ocasión que Dios irrumpió en la historia profana. Y si la promesa divina va unida al mensaje de los apóstoles y profetas, come testigos auténticos y autorizados hasta tal punto que los que han de creer llegarán a la fe solamente por la palabra de éstos387, se infiere que únicamente mediante nuestra escucha del mismo mensaje profético y apostólico podremos adquirir la fe que nos salve y nos revela los misterios de Dios. ¿Cómo podemos hay, nosotros, prestar dicha escucha?

Comprende los años que van del nacimiento de Cristo a la muerte del último apóstol, es decir: a la muerte del último testigo ocular que ha visto a Jesús resucitado y que ha recibido, bien del Jesús encarnado o del Cristo resucitado, el mandato directo y único de dar testimonio de lo que ha visto y oído. Este testimonio puede ser oral o escrito.

“Todas las fracciones particulares del Tiempo total derivan su sentido de estos breves años que son los años de la reve-lación...

“Si consideramos la fe cristiana desde el ángulo del Tiempo, diremos que el "escándalo" de la fe

cristiana consiste en creer que estos pocos años que pare la historia profane no significan ni más ni

menos que otros por todos de la historia, son el centre y la norma de la totalidad del Tiempo. De este

escándalo tenemos un símbolo en el hecho de que tenemos por costumbre contar los años a partir del

que suponemos fue el de la fecha del nacimiento de Cristo. Es únicamente a partir de los

acontecimientos de estos años centrales que la fe ve el desarrollo en los dos sentidos, hacia atrás y

hacia adelante, de la historia de la salvación en el interior de la historia profane. Es solamente a la luz

de estos años que espera un cumplimiento de codas las cosas ligado al retorno de Cristo, y es, sobre

todo, a la luz de estos años que cree, en el tiempo presente, en una Iglesia-cuerpo de Cristo por

medio de la cual el Señor ejerce su reino actual en el universo.

“El problema Escritura - Tradición concierne al lugar que asignemos al Tiempo de la Iglesia en relación con el Tiempo de la encarnación.” Oscar Cullmann, La Tradition, pp. 29, 30.387 Juan 17:20.

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Hagámonos también otra pregunta: ¿Cómo llegó hasta Israel la palabra profética? El entendimiento de la transmisión de la Palabra de Dios “en otro tiempo” nos dará la clave pare la comprensión de dicha transmisión “en los postreros día”o de la revelación.

En Deuteronomio se le promete a Israel que después de Moisés el Señor suscitará profetas que hablarán en su nombre388. Pero la profecía se da come un don singular que no queda confinado al criterio de ninguna institución levítica. Conviene observar que, así come el ministerio sacerdotal (litúrgico, ritual) fue todo a la familia de Moisés -en su des-cendencia-, convirtiéndolo en institución que fue constituida en la condición misma de la validez del culto israelita, el ministerio profético, por el contrario, no está ligado a ninguna línea institucional. La institución no es en la profecía la condición básica; antes al contrario: el don profético, el carisma dado por Dios a quien guise y cuando guise, es el requisito indispensable pare la validez de la función profética. En realidad, comprendemos que Dios diera dejar lo ritual en manos de una familia, la casa de Leví, pero que, al mismo tiempo, eludiera institucionalizar de igual modo la transmisión de su verdad. Esta transmisión vino por los cauces que su libre y soberana gracia escogió. El Señor, que conoce los corazones de los hombres, sabe de su natural propensión al pecado y al error. Las mismas “escuelas de los profetas”, que desempeñaron al principio una importante labor espiritual389, resultaron ineficaces a la larga para ser instrumentos de revelación. Exceptuado Samuel (fundador de aquéllas) y seguramente algunos de sus discípulos, no salió de las mismas ningún profeta escritor (entendemos por tales a los que nos han legado su mensaje de forma escrita, que es lo mismo que decir: los que nos han legado realmente su mensaje). En un momento muy critico de la historia de Israel, cuando Dios no puede echar ya mar-o de los profetas de aquellas “escuelas”, levanta a Amós, un rústico hombre del campo390, convirtiéndolo en mensajero de su verdad. Es que el profeta verdadero no lo era por propia elección, sino porque Dios lo llamaba a dicha vocación y ministerio. Y este llamamiento -como luego el de los apóstoles- era individual; personalmente, el Señor fue llamando a sus profetas y enviándolos a su tarea con el cargo y la carga de la autoridad divina.

Los profetas proclaman bien alto su llamamiento recibido de Dios -como después haría Pablo391- y explican que son portavoces del mensaje de Dios, que no expresan sus propias opiniones sino la Palabra. de Dios. Por esto, una y otra vez anuncian: “Así dice Yahvé”392. No hay duda de que la predicación profética fue inspirada. Mas no sólo su predicación, sino que su puesta por escrito lo fue igualmente393. Aún más, lo que realmente quedaba de su mensaje se hallaba únicamente en los escritos que legaron a Israel. Porque sólo el mensaje del profeta, en tanto que profeta inspirado y mandado por el Señor mismo, era tenido como norma de verdad. Su palabra, tanto oral como escrita,

388 Deuteronomio 18:15, 18, 20.389 1ª Samuel 19:19, 20; 2ª Reyes 2:1-5, 15; 4:38.

390 Amós 7:14, 15. Cf., sobre la función del profeta en el Antiguo Testamento, Nuevo Auxiliar Bíblico, edit. por G. T. Manley, p. 34: el resentido general con que este título se da allí a todo escritor inspirado, sea cual haya sido su función técnica”.391 Gálatas 1:1, 11-24.

392 1ª Samuel 3:15-21; Isaías 1:2; 6:9; Jeremías 1:4-9; 6:9; 36:2; Miqueas 6:1.393 Exodo 24:4; Deuteronomio 29:1; 31:9, 26.

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era reconocida como Palabra de Dios, pero una vez fallecidos estos profetas apóstoles, la única manera de tener acceso a su palabra consistía y consiste hoy en acudir a sus escritos.

Sin duda alguna, tanto Moisés como los demás profetas hicieron y dijeron mucho más de lo que ha quedado registrado en sus libros, pero las palabras, como dice el refrán, “se las lleva el viento...” (verba vola, scriptura manet). Sólo en los escritos proféticos tenía garantía Israel de encontrar “palabra profética”, Palabra de Dios. De ahí que, cuando los judíos trataron de introducir la tradición de los rabinos como un complemento de la revelación profética, desagradaron a Dios y Cristo tuvo que recriminarles severamente394.

Si nosotros hemos de creer en el Dios de los profetas, hemos de it directamente a los escritos de los profetas. San Pablo, al hablar del “Evangelio” que Dios “había antes

394 “Entonces se acercaron a Jesús fariseos y escribas venidos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los ancianos...? El respondió y les dijo: ¿Por qué traspasáis vosotros el precepto de Dios por vuestras tradiciones?... Habéis anulado la Palabra de Dios por vuestra tradición. Muy bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, pues me dan un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos humanos. Dejando de lado el precepto de Dios os aferráis a la tradición humana." Y les decía: En verdad que anuláis el precepto de Dios para establecer vuestra tradición...” Mateo 15:3-6; Marcos 7:7-9.

Comentando este pasaje, dice G. Ricciotti: “ ¿Cuál era el supremo a inapelable estatuto que debía regir la nación elegida? A esta pregunta los fariseos respondían que la Torah (esto es, la "Ley" del Antiguo Testamento) era sólo una parte, y no la más importante, del estatuto nacional-religioso, ya que al lado de aquella Ley escrita, y más amplia que ella, existía la "Ley oral", constituida por los innumerables preceptos de la "Tradicióri". Esta Ley oral estaba constituida por un material inmenso, puesto que comprendía, además de los elementos narrativos y de otro género, todo un sistema de preceptos prácticos, que abarcaban las más varias acciones de la vida religiosa y civil... Este cúmulo de creencias y costumbres tradicionales no tenían casi nunca una verdadera relación con la Torah escrita, pero los fariseos suponían que sí, y para demostrarlo sometían frecuentemente a una exégesis arbitraria el texto de la Torah. Aun en las ocasiones en que no recurrían a este sistema, se referían a su principio fundamental de que Dios había dado a Moisés en el Sinaí la Torah escrita con sólo 613 preceptos y, además, la Ley oral, mucho más amplia y no menos obligatoria. Y aún más obligatoria si cabe. Hallamos, en efecto, que con el transcurso del tiempo, a medida que los doctores de la Ley o escribas elaboraban sistemáticamente el inmenso material de la tradición, ésta iba asumiendo una importancia práctica, si no teórica, mayor que la misma Torah escrita. En el Talmud, que es, en sustancia, la tradición codificada, se contienen sentencias como ésta: "Mayor fuerza tienen las palabras de los escribas que las palabras de la Torah"; y: "Peor es ir contra las palabras de los escribas que contra las palabras de la Torah" (Sanhedrín XI, 3). Las palabras de la Torah contienen cosas prohibidas y cosas permitidas, preceptos leves y preceptos graves, pero las palabras de los escribas son todas graves (Barakoth, pal. 1, 3 b). Partiendo de este principio fundamental, los fariseos estaban en regla y podían legislar cuanto quisieran fundando toda decisión en su Ley oral.” Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo, n. 30 y 31.

Razón tenía Jeremías, pues, cuando exclamaba: «¿Cómo os decís: tenemos la sabiduría, poseemos la Ley de Yavé? La convirtieron en mentira las mentirosas plumas de vuestros escribas», Jeremías 8:8.

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prometido por sus profetas”, puntualiza: “en las Escrituras santas”395. Es decir, esta promesa que constituye el meollo de la esperanza mesiánica, y la misma alma de todo el mensaje de los profetas, ha llegado a Pablo “en las santas Escrituras”. Y aunque no cabe descartar los elementos de tradición oral, rabínica, que habían sido transmitidos al apóstol, como a todo judío, lo importante, lo básico y fundamental para él es que la promesa del Evangelio fue dada, “por los profetas”, “en las santas Escrituras”. Esto es lo que daba toda su garantía a la promesa y a su cumplimiento.

“Respecto al antiguo pacto -escribe Ricciotti-, la nueva doctrina es, no ya una abrogación, sino una integración y un perfeccionamiento396.

De ahí que “la formación del canon del Nuevo Testamento haya sido similar a la del Antiguo Testamento”397.

Si el nuevo pacto, sellado con la sangre de Cristo, es la culminación del antiguo, su consumación perfecta, ¿cabe esperar que su mensaje redentor nos sea dado por medios inferiores a los utilizados para canalizar la revelación del antiguo?

La Iglesia aparece como continuadora de Israel, considerando la Escritura hebrea como Escritura cristiana y, lo que es más importante, dándole el lugar único de autoridad a infalibilidad que ya había tenido en el pueblo de Dios del antiguo pacto. Israel había sido gobernado como pueblo escogido mediante la revelación escrita registrada en sus libros sagrados. No había otra autoridad que pudiese erigirse como juez por encima de la Escritura. Israel fue bendecido cuando obedeció y castigado cuando desechó la Palabra de Dios. Y esta misma norma es seguida igualmente en la primitiva Iglesia. La Palabra de Dios es la autoridad final a inapelable de las comunidades apostólicas.

Al testimonio del Antiguo Testamento añadieron los apóstoles el testimonio de la vida y las enseñanzas de Cristo. Esta predicación, la “buena nueva” (Evangelio), que empezó a propagarse oralmente, foe pronto recogida en multitud de apuntes y notas398 que circularon profusamente por todas las nuevas comunidades cristianas. El afán natural de

Cristo condenó tal estado de cosas. No se opuso al canon que los fariseos aceptaban, sino a la tradición oral que hubiese invalidado este canon. Cf. E. J. Young, The authority of the Old Testament, en «The Infallible Word, p. 60.

Según Cristo, existe una absoluta oposición entre Palabra de Dios y palabra de hombres. La Palabra

divina se halla contenida exclusivamente en lo que él llama «los preceptos de Dios», en oposición a

las doctrinas humanas.395 Romanos 1:1-3.396 G. Ricciotti, op. cit., p. 129.397 Verbum Dei, Comentario a la Sagrada Escritura, I, p. 45.398 Lucas 1:1-3. “Orígenes (53-54), cuando comentaba este pasaje, distinguía ya, al lado de los cuatro evangelios inspirados y recibidos como tales por la Iglesia, otros muchos "compuestos por quienes se lanzaron a escribir evangelios sin estar investidos de la gracia del Espíritu Santo" (Hom.. in Lc., I; PG 13, 1801), y que, por tanto, estaban destituidos de toda autoridad. Según él, tales libros estaban, sobre todo, en poder de los herejes.” Los Evangelios Apócrifos, Ed. de Aurelio de Santos, BAC, p. 2.

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poseer relatos de la vida y palabras de Jesús multiplicó, sin duda, estos escritos. Sin embargo, sólo fueron aceptados por las iglesias aquellos escritos que evidentemente estaban basados en el testimonio apostólico y desecharon todos los demás como apócrifos399. As!, la palabra “Evangelio”, que designó en su origen la predicación oral del mensaje redentor, fue transferida a los documentos en los cuales las futuras generaciones poseerían esta predicación. Ya no se hizo más distinción, aquellos libros constituían el único Evangelio de Cristo400. Muy tempranamente también, a estos relatos de la vida de Jesús se sumaron las cartas de los apóstoles, consideradas, no como comunicaciones privadas, sino oficiales, que eran leídas en las comunidades cristianas401.

Dios se sirvió en la antigüedad de los profetas para transmitir la verdad que habla de quedar codificada en lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento. De idéntica manera se valió de los apóstoles para comunicar al mundo la plena revelación en Cristo. A1 afirmar este hecho, ¿no estamos vindicando el fundamento histórico -revelador y redentor- del canon del Nuevo Testamento y adelantando ya su correcta valoración como norma apostólica perenne?

Un examen más atento de algunos textos neotestamentarios nos convencerá de que la fijación escrita de la paradosis apostólica es la forma definitiva por la cual la Iglesia de todos los tiempos podrá actualizar y hacer real, en cede época y circunstancia de su existencia, el mensaje evangélico. La tradición escrita habrá de ser la norma a través de la cual la Iglesia se sentirá unida y sumisa a la palabra de los apóstoles.

E1 que se diera este proceso de la paradosis oral a la paradosis escrita es algo lógico y evidente por sí mismo, y por la misma naturaleza de esta paradosis. El paso de los años y la propagación de la Iglesia por todo el mundo, obligaron ya en vide de los apóstoles a que éstos se sirvieran especialmente del método epistolar pare relacionarse con los cristianos. Y esto de manera creciente. Luego, con la muerte de los apóstoles, la tradición oral fue perdiendo en certidumbre y se tornó más frágil y vacilante, abocando en una plena y consciente valoración de la tradición escrita como regla firme y segura, estable y perenne, para todos los creyentes de todo lugar.

Todo lo expuesto no se deduce a posterior¡ de la historia; el mismo Nuevo Testamento aporta los datos suficientes para demostrar que la tradición apostólica fue, finalmente, transmitida de forma escrita, con una clara intencionalidad providencial.

Podemos considerar 1ª Corintios 15, en donde el apóstol, extensa a intencionadamente, establece la tradición sobre la resurrección de manera categórica, y para ello se sirve de la escritura como del instrumento que habrá de zanjar definitivamente toda posible polémica. Pablo no escribe nada nuevo, pero está

399 Ibid. Cj. Jacques Hervieux, Lo que no dice el Evangelio.400 Th. Zahn, Introduction to the New Testament, vol. II, p. 387.401 1ª Corintios 14:37; 1ª Tesalonicenses 5:27; 2ª Tesalonicenses 3:14; Colosenses 4:16.

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interesado en que los fieles retengan su palabra: “tal como yo os la anuncié”402. Y con este fin repite su enseñanza poniéndola por escrito. El significado de esta fijación gráfica es muy importante, pues acaba con las dudas que algunos tenían en relación con la doctrina de la resurrección. Y determina, una vez por todas, la creencia apostólica sobre el particular para prevenir futuras desviaciones de la verdad. Tenemos aquí el sentido profundo de la tradición escrita: la fijación perdurable de la palabra apostólica que conducirá al canon escrito.

Lo mismo podemos decir del prólogo del Evangelio de Lucas, que hemos citado repetidas veces; Lucas tenía una correcta comprensión de todas las cosas que habían sucedido desde el principio y, con objeto de comunicar esta misma certeza a Teófilo, le escribe para que esté todavía más firme en todo aquello en que ha sido instruido403.

El apóstol Pedro sintió la necesidad de que su testimonio fuese registrado en forma escrita404. Y el apóstol Juan fue consciente de la misma exigencia405; aún más, san Juan recibió un mandamiento concreto del Señor para poner por escrito la revelación que estaba llamado a dar406.

La tradición escrita tiende a fortalecer la confianza en la veracidad de dicha tradición. La hace más precisa y exacta.

“Hemos de reconocer -escribe Stonehouse- no solamente que Dios ha hablado en Cristo para realizar la salvación del hombre, sino que en el cumplimiento de este grande y amplio plan redentor, por medio de la acción soberana del Espíritu Santo, Dios ha encontrado el medio de atender a la necesidad de su pueblo concediéndole la inestimable bendición de la Palabra escrita. Bajo esta perspectiva, el reconocimiento del carácter personal a histórico de la revelación especial -cuando sus características son examinadas de acuerdo con los propios datos de esta revelación- nos abrirá el camino para una mejor comprensión de su manifestación escrita. En suma, a medida que el proceso de la revelación va siendo percibido en toda la amplitud de su contexto, vamos reconociendo que la Sagrada Escritura constituye un aspecto -el aspecto cumbre, históricamente- de esa historia en la cual Dios, en Cristo y por su Espíritu Santo, realiza su propósito redentor”407. La fijación, por la escritura, de la tradición apostólica debe, pues, situarse dentro de la misma historia de la salvación y como su coronación perfecta. De ahí que, como hemos venido repitiendo, la génesis del canon del Nuevo Testamento no hay que buscarla en la subsiguiente historia de la Iglesia, sino en la mismísima circunstancia de la historia de la salvación.

402 1ª Corintios 15:2 (versión Nácar-Colunga). Cf. Gálatas 2:5, 14.

403 Lucas 1:1-4.404 2ª Pedro 1:12-15; 3:2 y 15.

405 Juan 21:24.406 Apocalipsis 1:11, 19; 19:9.407 Ned B. Stonehouse, Special Revelation as Scriptural, en «Revelation and the Bible” (ed. Carl F. H. Henry), páginas 75, 76.

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Calvino decía: “Si consideramos la mutabilidad de la mente humana, cuán fácilmente cae en el olvido de Dios, cuán grande es su propensión a errores de toda clase, cuán violenta es su pasión por la constante fabricación de religiones nuevas y falsas, será fácil percibir la necesidad de que la doctrina celestial quedara escrita, a fin de que no se perdiera en el olvido, se evaporara en el error o se corrompiera por la presunción de los hombres”408.

0, como escribe Van Til: “El hombre, en su estado de inocencia, conversaba con Dios y aprendía su voluntad. Pero cuando el hombre pecó se produjo una ruptura entre el hombre y Dios de efectos definidamente terribles. El hombre necesita un nuevo tipo de revelación por dos razones: 1) está en pecado y necesita una revelación de gracia; 2) el hombre en pecado corrompe la revelación, de modo que tiene necesidad de una revelación incorruptible para poder tener un conocimiento verdadero de Dios y de la voluntad divina. La Escritura como revelación externa se hizo necesaria a causa del pecado del hombre. Esta revelación tiene que venirnos de fuera, de manera externa y no interna y subjetivamente, ya que una revelación externa es la única que puede neutralizar las tendencias corruptoras de la naturaleza humana. Así que la Escritura es la voz de Dios en un mundo de pecado. Siendo un Libro es objetivo, por ser la Palabra de Dios tiene autoridad absoluta. En último término, el hombre piensa y obra o bien sometiéndose a la autoridad divina o a la autoridad humana. Y toda filosofía, fuera de la Biblia, es autoridad humana. La Biblia es, pues, para el cristiano la autoridad final, absoluta a infalible”409.

La lógica de estas citas no se basa, sin embargo, en ciertas proposiciones o interpretaciones que los cristianos aportan cuando quieren comprender el hecho del Nuevo Testamento (y toda la Escritura). Hemos visto cómo esta lógica surge del estudio directo y objetivo del texto apostólico y, por lo tanto, la consideramos no como un pre-juicio a través del cual consideramos la fijación por escrito de la tradición apostólica, sino todo lo contrario: como un pos-juicio que se deduce del estudio directo de esta misma tradición dentro de su propio marco en la historia de la salvación.

Como señala Cullmann, el hecho de que los apóstoles, o sus portavoces que les sirvieron de amanuenses, tomaran la pluma para dar a la tradición una expresión escrita, “es un hecho de la más alta importancia pare la historia de la salvación”410. El subrayado es del propio Cullmann.

Y es en este momento, cuando la enseñanza apostólica empieza a transmitirse no sólo de manera oral, sino por escrito, que comienza a hacerse una distinción entre la tradición oral y la tradición escrita. Esta diferenciación alcanzará su fase final al quedar concluso el canon del Nuevo Testamento. Se trata, exactamente, del mismo proceso que ocurría en Israel al ponerse por escrito el mensaje profético. La tradición oral cedía su lugar a un canon de libros que contenían esta tradición fija y perpetuamente.

408 Juan Calvino, Institución, I, cap. VI.409 C. van Til, Christian Theistic Ethics, pp. 19-21.

410 Oscar Cullmann, La Tradition, p. 42.

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Al llegar a este punto hemos de hacer una aclaración: la opinión de la crítica liberal extreme, en el sentido de que los escritos del Nuevo Testamento no fueron considerados, originalmente, como sagrados o canónicos por sus autores ni por sus destinatarios, debe ser rectificada, pues no corresponde a la evidencia de los datos que poseemos. Según la crítica extreme el problema de la historia del canon se convertiría simplemente en saber cómo los libros del Nuevo Testamento fueron tornándose obras sagradas. Es posible -muy probable- que, al principio, los destinatarios de estas obras no tuvieran conciencia del valor que encerraban. Esto ha ocurrido con toda clase de escritos y en todos los tiempos. Cuanto más con los libros cuyo discernimiento es obra del Espíritu Santo. Sin embargo, pronto tuvo la Iglesia la certeza de que aquellas obras eran iguales en autoridad -por ser idénticas en calidad- que las que formaban el Antiguo Testamento, reconocido siempre como Palabra de Dios según la pauta que Cristo mismo trazara. Y esta certeza la adquirió bien pronto por una razón muy sencilla: la enseñanza apostólica fue siempre aceptada como la máxima autoridad, y esta autoridad especial que revestía toda su proclamación oral fue fácilmente discernida en el anuncio escrito del Evangelio. <No deberíamos olvidar nunca -escribió J. Gresham Machen- que las epístolas de Pablo fueron escritas conscientemente en la plenitud de la autoridad apostólica. Su autoridad, como la autoridad de otros libros del Nuevo Testamento, no fue algo simplemente atribuido a los mismos después por la Iglesia, sino que era inherente a ellos desde el principio”411.

En varios lugares el Nuevo Testamento nos informa de la manera como la autoridad de la tradición apostólica escrita era relacionada con la autoridad del Antiguo Testamento. Pablo, por ejemplo, quería que sus cartas fuesen leídas en las iglesias, exactamente como se hacía con los libros del Antiguo Testamento412. Y con este fin las comunidades primitivas solían intercambiar las cartas del apóstol que poseían. Y lo mismo puede decirse del Apocalipsis de Juan, que él suponía sería leído en las iglesias413. La idea de una escritura neotestamentaria halla una expresión más clara todavía en el Evangelio de Juan. No sólo cuando su autor aplica a sus propios escritos la promesa del Espíritu Santo que había de llevar a los apóstoles a testificar bajo su particular inspiración414, sino cuando llega al final del Evangelio y afirma que su testimonio de Jesús consiste allí precisamente en haberlo puesto por escrito415. Gracias al hecho de que cuanto pertenece al Evangelio fue escrito, el lector puede creer que Jesús es el Cristo416. Digno de especial mención es también el teryninus technicus que emplea el apóstol al final de su libro, por cuanto es el mismo que use al referirse al

411 J. Gresham Machen, en «The Princeton Theological Review», oct. 1923, p. 649.412 1ª Tesalonicenses 5:27; Colosenses 4:16. Cf. 2ª Tesalonicenses 3:14, en donde la palabra escrita de Pablo se presenta como autoridad inapelable a la que hay que obedecer y determine el carácter y los límites de la comunión cristiana: «Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, pare que se avergüence.»

413 Apocalipsis 1:3.414 Juan 16:13 y ss. Cf. Juan 15:26-27

415 Juan 21:24.416 Juan 20:30, 31.

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Antiguo Testamento417, de lo que infiere el propio Juan que sus lectores prestarán la misma fe a sus escritos que a los de la antigua Escritura hebrea.

Este proceso derive su lógica de la misma naturaleza de la historia de la revelación. Si el antiguo pacto fue preparatorio y señaló el tiempo de la plenitud del Mesías, es natural que, venido éste y atentos a sus testigos autorizados, la palabra del nuevo pacto sea recibida con la misma veneración y acatamiento que la del antiguo. Además, la misma autoridad de los apóstoles presupone esta evolución, y su naturaleza especial, única y esporádica la exige. El concepto neotestamentario de la tradición lleva inexorablemente a su fijación en forma escrita.

Ya vimos cómo a los apóstoles se les consideró investidos con un carácter que el Antiguo Testamento concede únicamente a los ángeles418.

Pedro coloca al mismo nivel de autoridad canónica las palabras de los profetas y los mandamientos de los apóstoles: “para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por los apóstoles”419.

Pablo, en Romanos 16:26, asegura que el misterio oculto desde tiempos eternos es hecho ahora manifiesto “por las Escrituras de los profetas” -del Antiguo Testamento420-, mientras que en Efesios 3:5, al considerar el mismo misterio, afirma que ahora el mismo ha sido revelado por el Espíritu Santo a sus santos apóstoles -del Nuevo Testamento421-. ¿Por qué habrá, pues, de sorprendernos que el Nuevo Testamento coloque las camas de Pablo al mismo nivel de autoridad que las escrituras del Antiguo Testamento?422.

Pero acaso sea en el Apocalipsis, como en ningún otro libro, en donde quede más fuertemente subrayada la autoridad divina de los escritos del Nuevo Testamento. Su autor aparece como escribiendo bajo el mandato directo, y la dirección especial, del Señor mismo423. Además, la salvación se nos presenta como íntimamente ligada a la lectura, la meditación y la guarda de todo lo que está escrito en el libro; y todo ello seria y

417 Juan 2:17; 6:31, 45; 10:34; 12:14; 15:25.418 Hebreos 2:2 y ss.419 2ª Pedro 3:2.420 Por “Escrituras de los profetas” algunos autores entienden la forma escrita del Nuevo Testamento (cf. M. J. Lagrange, Saint Paul Epitre aux Romnins, p. 379). El Nuevo Testamento, en su modalidad de escritura, sería considerado por Pablo como instrumento revelador en el mismo sentido que el Antiguo Testamento. Muchos exegetas incluyendo al propio Lagrange, rechazan este punto de vista. En cualquier caso, la comparación de Romanos 16:26 con pasajes tales como Efesios 3:4 y ss.; Colosenses 1:25 y ss.; 2.a Timoteo 1:9 y ss. muestra que la actividad apostólica, en palabra o en escritos, es tenida por el propio apóstol como el desarrollo directo y lógico de las Escrituras del Antiguo Testamento.421 También en Efesios 2:20 se hace mención de «apóstoles y profetas». Cf. nota 24 del cap. II.422 2ª Pedro 3:16, en donde por «otras Escrituras» hay que entender el Antiguo Testamento, según la mayoría de intérpretes. Cf. H. N. Ridderbos, op. cit., p. 87.

423 Apocalipsis 1:11, 19; 2:1 y ss.; 14:13; 19:9; 21:5.

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solemnemente enfatizado424. Asimismo, se amenaza con castigos y plagas a los que quiten o añadan algo a las palabras del libro425. De ahí nuestra afirmación de que quizá en ningún otro escrito aparezca más diáfana la noción de que el Nuevo Testamento es la revelación de Dios registrada en un libro único para dar expresión plena y final al mensaje redentor. Y lo que explícitamente se dice en el Apocalipsis -y del Apocalipsis- es orientador de la situación, carácter y función de los demás libros del Nuevo Testamento. Por cuanto, como escribe Ridderbos: “Indica que la autoridad de Dios no se limita a las grandes y poderosas obras llevadas a cabo en Cristo Jesús, sino que se extiende asimismo a su proclamación en las palabras y escritos de aquellos que fueron especialmente escogidos como autorizados portadores a instrumentos de la revelación divina. La tradición escrita establecida por los apóstoles, en analogía con los escritos del Antiguo Testamento, adquiere por consiguiente el significado que le conviene como fundamento y norma de la futura Iglesia”426.

No todo lo que dijeron los apóstoles se encuentra registrado en el Nuevo Testamento, pero -por la providencia divina- en sus páginas ha quedado consignado cuanto era necesario para nuestra salvación y nuestra iluminación espiritual. De la misma manera que el Antiguo Testamento no contiene todo lo que dijeron Moisés y los profetas, pero sí lo que era necesario para la vida religiosa del pueblo de Israel: “No se trata de que todo lo que dijeron los profetas y los apóstoles, como maestros inspirados de la Iglesia, se halla en la Escritura, sino de que lo registrado es suficiente para la fe y la práctica del pueblo de Dios y ya no será superado”427. Que nada de lo sustancial ha quedado sin fijar lo prueban las palabras de los mismos apóstoles cuando dicen repetir siempre lo que constituye el fundamento de la fe: “Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis y estéis confirmados en la verdad presente”428.

Juan 21:25 debe ser leído juntamente con Juan 20:31. Si lo hacemos así entenderemos que: “Hay también muchas otras cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen cada una por sí, ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir. Estas, empero, son escritas para que creáis que Jesús es el Cristo y para que creyendo tengáis vida en su nombre.”

***

V El significado del canon

El canon deriva todo su sentido a importancia del hecho del apostolado. Su singularidad nace del carácter y la posición única que los apóstoles tienen en los planes

424 Apocalipsis 1:3.425 Apocalipsis 2:18 y ss.

426 H. N. Ridderbos, op. cit., p. 27. Cf. Ned B. Stonehouse, op. cit., pp. 75-86.

427 Paul K. Jewet, Revelation as Historical and Personal, en “Revelation and the Bible” p. 55.428 2ª Pedro 1:12.

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de Dios. De ahí nuestro empeño, en los capítulos anteriores, por definir la naturaleza especial del ministerio apostólico y el significado fundamental de su misión.

El análisis que hemos hecho de la tradición y el canon apostólicos, a la luz de la historia de la salvación, nos ofrece las perspectivas adecuadas para comprender la naturaleza esencial de las Escrituras del Nuevo Testamento, en su origen último, su in-tencionalidad y su autoridad para la Iglesia de Cristo.

Estas perspectivas podrían resumirse en cuatro puntos básicos que habremos de tener siempre presentes si queremos entender en toda su profundidad y amplitud el canon del Nuevo Testamento: 1.° El canon apostólico, como expresión de la tradición apostólica, es algo cerrado, fijo a inmutable, toda vez que canaliza el testimonio singular de los únicos a quienes fue dado ser testigos directos de las grandes obras de Dios en Cristo, “en el cumplimiento de los tiempos”; 2.° La tradición apostólica debe ser diferenciada de la tradición eclesiástica posterior en el mismo grado, y por la misma razón, que el apostolado se diferencia del episcopado; 3 ° La tradición apostólica, el canon o regla de la verdad cristiana, sólo puede llegar hasta nosotros en forma escrita. La Sagrada Escritura hace las veces del fundamento apostólico y profético de la Iglesia, pues es por ella que el doble testimonio del Espíritu Santo y de los apóstoles se actualiza en la predicación y la vida de los creyentes; y 4.° La singularidad del Tiempo central de la revelación en el cual se dieron los carismas del apostolado y se constituyó por y en la tradición apostólica el canon apostólico de la verdad, obliga al pueblo de Dios a estimar que nada hay que pueda colocarse al lado de la Escritura como norma de verdad y autoridad divinas.

La Iglesia primitiva discernió inmediatamente que la aceptación del canon apostólico significaba para ella el reconocimiento de un hecho central de la historia de la salvación: al obrar así, la Iglesia reconoció la autoridad que Cristo dio a sus apóstoles para que la misma cristalizara en lo que había de ser el fundamento del pueblo del Señor para todos los tiempos. Ahora bien, el canon o norma de la comunidad cristiana no existe como tal porque haya sido adoptado por la Iglesia, como orientador de su predicación a instrucción. Tampoco debe valorarse el canon del Nuevo Testamento por lo que pueda tener de testimonio de la fe de la primitiva Iglesia. “El canon -escribe Ridderbos-, en su sentido histórico-redentor, no es el producto de la Iglesia; más bien la Iglesia es el producto del canon. Aunque la fe de los apóstoles, y por lo tanto la fe de la Iglesia, se expresa en el canon, sin embargo, el elemento esencial del canon no hay que ir a buscarlo en el hecho de que exprese la fe de la Iglesia, sino en el hecho de que registra la palabra de la revelación de Dios”429.

El problema que se ha planteado, en ocasiones, de determinar la prioridad de la Iglesia sobre el canon o del canon sobre la Iglesia, obedece más a preocupaciones apologéticas que exegéticas. El pueblo de Dios nace de la Palabra de Dios, hablada o escrita. Sin esta Palabra no hay pueblo del Señor. La Iglesia primitiva, desde el instante que dio sus primeros pasos en Pentecostés, se apoyó sobre el fundamento de la palabra

429 H. N. Ridderbos, The Authority of the New Testament Scriptures, p. 27.

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profética tal cual halló en el Antiguo Testamento y en la palabra apostólica que fluía de los labios de los testigos inspirados de Cristo430. Desde un punto de vista puramente exegético, es erróneo el planteamiento del problema en los términos tradicionales: ¿Qué fue antes, el Nuevo Testamento o la Iglesia? Es más correcto preguntarse: ¿Puede haber Iglesia sin Palabra de Dios? ¿Cómo llega a la Iglesia esta Palabra?

En tiempo de revelación -que es tiempo de salvación, en que Dios irrumpe en la historia de los hombres para traer redención-, en este tiempo, por la misma naturaleza de las cosas, el mensaje de Dios alcanza al pueblo fiel tanto de palabra como por escrito; mas, después, este mensaje sólo es accesible mediante la Escritura. Y es que la Iglesia no quiere conocer otro fundamento que aquel que Dios ha puesto, ni escuchar otra palabra que la de Cristo, ni obedecer otra voluntad que la de su Señor. Y este fundamento, esta palabra y esta voluntad se hallan única y exclusivamente en la tradición escrita y codificada.

El canon de la Iglesia, examinado a la luz de la historia de la salvación, no puede ser más que una norma cerrada y única. La autoridad exclusiva de los apóstoles, derivada singularmente de Cristo mismo, así como la naturaleza del encargo recibido (ser testigos de lo que habían visto y oído de la redención que es en Cristo Jesús), convierten el registro de la tradición apostólica (el Nuevo Testamento) en algo delimitado para siempre. Este canon, que es fundamento, comporta un carácter exclusivo. Su deli-mitación en un cuerpo de escritos concretos y completos descansa en el significado absolutamente singular de la historia neotestamentaria de la redención y su transfusión por medio del testimonio apostólico431. Oscar Cullmann ha dicho, con aguda percepción: “Una norma es norma precisamente porque no puede ser ampliada ni modificada”432. Y la misma idea se encuentra implícita en la imagen del fundamento y el edificio de la Iglesia que nos aportan los escritos apostólicos433.

De ahí que las categorías que definen los dones del Señor a su Iglesia posapostólica sean distintas de las que explican la naturaleza de los carismas apostólicos. De ahí la necesidad de no confundir la tradición apostólica con la tradición eclesiástica posterior, que es lo mismo que decir: no confundir la autoridad única del testimonio apostólico con la autoridad -real y querida por Dios, pero relativa a aquélla- del testimonio de la Iglesia posapostólica. No se pueden barajar textos como 2ª Tesalonicenses 2:13 para otorgar un mismo valor a ambas tradiciones, pues tanto en éste como en otros pasajes parecidos la referencia es a la enseñanza apostólica, no a ninguna otra. Este cuidado se extiende igualmente a la exigencia de no confundir el apostolado con el episcopado, don

430 Hechos de los Apóstoles 2:16-47; Hechos 3:12-26; Hechos 7. «La Santa Iglesia Cristiana, de la cual Jesucristo es la cabeza, ha nacido de la Palabra de Dios, en la cual permanece y no escucha la voz de un extraño” (Zwinglio).431 H. N. Ridderbos, op. tit., p. 28; 0. Cullmann, La Tradition, pp. 29-53. H. Berkhof, De Apostoliciteit der Kerk, en la aNederl. Theol. Tijdschz.”, 1948, pp. 157 y ss. K. E. Skydsgaard, Christus -Der Herr der Tradition, en la aSchrift en Kerkn, 1953, pp. 86 y ss. Charles Hodge, Systematic Theology, vol. I, pp. 113-149.432 0. Cullmann, op. tit., p. 38.

433 Efesios 2:20; 1ª Pedro 2:3-7.

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ministerios igualmente queridos por el Señor para su Iglesia434, pero absolutamente distintos en su naturaleza, su cometido y su alcance 435.

Como “dispensadores de los misterios de Dios”436, los apóstoles gozan del don de la inspiración especial del Espíritu Santo437, por to que podemos confiar en sus escritos como obras exentas, espiritual y moralmente, de todo error. Este don especial les fue dado, como ya hemos estudiado, para llevar a cabo la consumación de la revelación final de Dios en Cristo. Llevada a cabo esta misión, concluye asimismo con la muerte del último de los apóstoles la permanencia entre nosotros de un magisterio provisto del carisma de la inerrancia encarnado en seres humanos y presente en la historia (recordemos el caso de Israel, según consideramos en el capítulo anterior, cuyo

434 Por “episcopado” entendemos, en términos generales, el ministerio de los “episcopos” (Hechos 20:17; Filipenses 1:1; 1.8 Timoteo 5:17 y 3:1-8; Tito 1:5, 7), sin entrar en el detalle de los criterios anglicano, presbiteriano y congregational, lo cual se apartaría del tema del presente estudio.435 “ Como cada época de la historia de la salvación, el tiempo de la Iglesia debe ser definido, determinado, a partir del centro. Así como el pasado nos aparece como el tiempo de la preparación (la "antigua" alianza), el futuro como el del cumplimiento final, así el tiempo de la Iglesia es el tiempo intermedio. Intermedio, puesto que el acontecimiento decisivo ha tenido lugar ya, pero el cumplimiento final está por venir... La Iglesia participa de este carácter intermedio. Ella es, cier -tamente, el Cuerpo de Cristo, cuerpo de resurrección, pero está compuesta de nosotros, hombres pecadores, aún pecadores, y no es simplemente el cuerpo de la resurrección. Queda todavía cuerpo terrestre que participa asimismo de las imperfecciones de todo cuerpo terrestre.

“Esto equivale a decir que el Tiempo de la Iglesia prolonga el tiempo central, pero que no es el

tiempo central; prolonga el tiempo del Cristo encarnado y de sus apóstoles-testigos oculares. La

Iglesia se edifica sobre el fundamento de los apóstoles, ella continuará siendo construida sobre este

fundamento en tanto que exista, pero no puede producir ya, en el tiempo presente, otros apóstoles.

“En efecto, el apostolado, por definición, constituye una función única que no puede prolongarse. El apóstol, según Hechos 1:22, es testimonio único y directo de la resurrección. Ha recibido, además, un llamamiento directo del Cristo encarnado y resucitado. No puede transmitir a otros su misión única, la cual una vez desempeñada ha de devolver a aquél que se la confió: a Cristo. He ahí por qué los apóstoles, y sólo ellos, realizan en el Nuevo Testamento, exactamente las funciones que corresponden a Cristo mismo. El mandato misionero que Jesús les dio en Mateo 10:7 y ss. corresponde exactamente a la misión que, en su respuesta a Juan el Bautista, en Mateo 11:6, Jesús asigna a su propia persona como Mesías: sanar enfermos, echar demonios, resucitar muertos, etcétera. He aquí por qué el Nuevo Testamento atribuye las mismas imágenes, que son aplicadas a Cristo, a los apóstoles: "piedra", y las imágenes correspondientes de "fundamento", "columnas". Nunca sirven estas imágenes para designar a los obispos. (Para detalles a indicaciones bibliográficas, cf. 0. Cullmann, Saint Pierre, Disciple, Apótre et Martyr, «Histoire et Théologie”, 1952.)

“La función del obispo, que se transmite, es esencialmente diferente de la del apóstol, que no puede transmitirse. Los apóstoles instituyen obispos, pero no pueden legarles su función, que no puede renovarse. Los obispos suceden a los apóstoles, pero en un plano completamente distinto. Les suceden, no en tanto que apóstoles, sino en tanto que obispos, función importante también para la Iglesia, pero netamente distinta. Los apóstoles no han instituido otros apóstoles, sino obispos. Esto es decir que el apostolado no pertenece al tiempo de la Iglesia, sino al de la encarnación de Cristo.

“La epístola a los Gálatas hace la distinción más clara, la más explícita, entre la predicación del apóstol y la predicación de los que dependen de los apóstoles (Gálatas 1:1, 12 y ss.). Sólo el apóstol ha recibido el Evangelio por revelación directa (Gálatas 1:12), sin intermediario humano. El apóstol Pablo está de acuerdo en este punto con sus adversarios judaizantes: es apóstol solamente aquél que ha sido llamado por Cristo sin mediación de nadie más; o, dicho mejor de otra manera, sin salirse de la cadena de la tradición. Los judaizantes le reprochaban a Pablo precisamente el haber recibido el Evangelio por medio de otros hombres y se negaban, por to tanto, a concederle el

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paralelismo es obvio). La norma, la regla, de la verdad cristiana es la que encontramos en las Escrituras, registro perfecto de la revelación profética y apostólica.

“Cierto que la tradición oral de los apóstoles -escribe Cullmann- precedió a los primeros escritos apostólicos. La tradición oral anterior a los primeros escritos era en efecto más rica cuantitativamente que la tradición escrita. Pero sería necesario que nos preguntáramos qué significa el hecho de que los apóstoles, o sus portavoces que les sirvieron de secretarios, en un momento dado, tomaron la pluma para dar a esta tradición la forma escrita. He ahí un hecho de la más alta importancia para la historia de la salvación. Su significado no puede ser otro que haber delimitado la tradición oral de los apóstoles, para hacer del testimonio apostólico bajo esta forma una norma definitiva para la Iglesia, en el momento mismo en que ésta deberá extenderse por todo el mundo y deberá construir hasta que el Reino de Dios sea establecido. La teoría de las tradiciones “secretas”, no escritas, de los apóstoles, fue elaborada por los gnósticos, y la Iglesia misma señaló desde un principio su peligro438. Si, por el contrario, la fijación por escrito del testimonio de los apóstoles es uno de los hechos esenciales de la Encarnación, tenemos el derecho de identificar la tradición apostólica con los escritos del Nuevo Testamento y distinguir ambas realidades de la tradición posapostólica y poscanónica. La regla de fe que fue transmitida en forma oral recibió, sin embargo, aceptación como norma al lado de la Escritura, solamente porque fue considerada como fijada por los apóstoles. Lo importante no es tanto el hecho de que la tradición apostólica sea oral o

título de apóstol. Pablo niega enfáticamente el hecho, pero reconoce implícitamente que, en efecto, él no sería apóstol si no hubiera recibido el Evangelio de manera directa de Cristo.

“Afirmar así el carácter único de la revelación concedida a los apóstoles no es negar el valor de toda tradición posapostólica, pero es rebajarla claramente al nivel de un valor humano, bien que el Espíritu Santo puede manifestarse también a través de ella. Ningún escrito en el Nuevo Testamento señala tanto como el Evangelio de Juan la continuación de la obra del Cristo encarnado en la Iglesia de los creyentes. El mismo objetivo de este escrito es poner en evidencia dicha continuación. Pero precisamente es este Evangelio el que distingue netamente entre la continuación por los apóstoles -que forma parte del tiempo central- y la continuación por la Iglesia posapostólica. La oración sacerdotal (cap. 17) establece esta relación: Cristo - los apóstoles - la Iglesia posapostólica. Los miembros de ésta son designados como quienes han de creer por la palabra de los apóstoles... Se llega, pues, forzosamente a una diferenciación esencial, también desde el punto de vista de la tradición, entre el fundamento de la Iglesia, que tuvo lugar en el tiempo de los apóstoles, y la Iglesia posapostólica, que ya no es la Iglesia de los apóstoles sino de los obispos. Diferencia, pues, entre tradición apostólica y tradición eclesiástica, siendo la primera el fundamento de la segunda, to que excluye la coordinación de ambas.

“Si la tradición apostólica ha de considerarse como la norma de la revelación para todos los tiempos, se plantea la cuestión: ¿cómo hacer actual para nosotros este testimonio que Dios ha decidido dar, para la salvación del mundo, a los apóstoles, en esta época que nosotros llamamos el medio, el centro del tiempo?

“La unicidad del apostolado es la garantía que descansa sobre el carácter inmediato de la revelación concedida a los apóstoles, por el hecho de que ha llegado hasta ellos sin ningún intermediario (Gálatas 1:12). El apóstol no puede, pues, tener sucesor que en las generaciones futuras cumpla el papel de revelador en su lugar, sino que él mismo, el apóstol, debe continuar su función en la Iglesia de hoy: en la Iglesia, no por la Iglesia, sino por su Palabra (dia tou logou = Juan 17:20), dicho de otra manera: por sus escritos.” Oscar Cullmann, op. cit., pp. 31-34.436 1ª Corintios 4:1.

437 Juan 14:26; 15:26, 27; 16:13-15.

438 Ireneo, Contra Herejias, III, 1-12, citado por Th. Zahn, Introduction lo the New Testament, vol. II, p. 397.

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escrita, sino que haya sido fijada por los apóstoles. Mas la Iglesia antigua ¿distinguió verdaderamente ella entre tradición apostólica y tradición posapostólica? Este es el momento de hablar del canon establecido por la Iglesia en el segundo siglo. Se trata todavía de un hecho de importancia primordial para la historia de la salvación. Estamos absolutamente de acuerdo con la teología católica cuando insiste en el hecho de que la Iglesia misma ha hecho el canon. Aquí encontramos el argumento supremo para nuestra demostración. La fijación del canon cristiano de la Escritura significa precisamente que la misma Iglesia, en un momento dado, ha trazado una línea de demarcación clara y limpia entre el tiempo de los apóstoles y el tiempo de la Iglesia, entre el tiempo de la fundación y el tiempo de la construcción, entre la comunidad apostólica y la Iglesia de los episcopos; dicho de otra manera: entre la tradición apostólica y la tradición eclesiástica. Si no fuera éste el significado del establecimiento del canon, este hecho no tendría sentido. Al establecer el principio del canon, la Iglesia ha reconocido, por esta misma actitud, que, a partir de aquel momento, la tradición ya no era más criterio de verdad. Subrayó la tradición apostólica. Declaró implícitamente que a partir de aquel momento toda tradición posterior debería quedar sujeta y sumisa al control de la tradición apostólica. En otras palabras, la Iglesia declaró: he aquí la tradición que ha constituido a la Iglesia y que se ha impuesto sobre ella439. Establecer un canon equivalía a reconocer que, desde entonces, la tradición eclesiástica nuestra tiene necesidad de ser controlada; y lo será -con la asistencia del Espíritu Santo- por la tradición apostólica fijada por escrito; ya que nosotros nos vamos alejando cada vez más, y demasiado, del tiempo de los apóstoles para poder velar, sin una norma escrita superior, por la pureza de la tradición; demasiado alejados para evitar las ligeras deformaciones legendarias y para impedir que otras no se introduzcan, se transmitan y se agranden. Pero, al mismo tiempo, esto significa también que la tradición considerada como apostólica es algo que debía ser delimitado. Ya que todos los gnósticos se amparaban en “tradiciones secretas”, no escritas, con pretensiones de apostolicidad. Fijar un canon es decir: renunciamos, desde ahora, a considerar como normas las otras tradiciones, no fijadas por escrito por los apóstoles. Pueden existir, desde luego, otras tradiciones apostólicas auténticas, pero consideramos como norma apostólica solamente lo que ha quedado escrito en estos libros, toda vez que es obvio que si admitimos como normas las pretendidas tradiciones orales no escritas por los apóstoles, perdemos el criterio para juzgar el fundamento de la pretensión a la apostolicidad de numerosas tradiciones en curso. Decir que los escritos reunidos en un canon debían ser considerados como norma, equivale a decir que habrán de ser considerados como suficientes. El magisterio de la Iglesia no abdica por este acto supremo de la fijación del canon, sino que hace depender su futura actividad de una norma superior. Se confirma así que, al someter toda tradición posterior al canon, la Iglesia ha salvado una vez por todas su base apostólica. Ha permitido de esta manera a sus miembros el poder escuchar, gracias a este canon, siempre de nuevo y a lo largo de todos los siglos, la palabra auténtica de los apóstoles; más aún: ha permitido hacer la experiencia de la presencia de Cristo, privilegio que ninguna tradición oral pasando por Policarpo o por Papias podía asegurar”440.

439 Este punto ha sido subrayado fuertemente por Karl Barth, Die Kirchliche Dogmatik, I, 1, p. 109.440 0. Cullmann, op. cit., pp. 42-51.

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De donde se sigue que la Iglesia no controla el canon, sino el canon a la Iglesia441. Porque, en la historia de nuestra salvación, Cristo aparece soberano no sólo como Salvador sino como Revelador. Aún más, Cristo mismo ha procurado -por su Santo Espíritu- hacer la provisión necesaria para que la revelación de su salvación llegara a todos los siglos. No dejó la transmisión de su verdad al azar, a las vaguedades de una tradición incierta o a la predicación más o menos elocuente de su Iglesia. La comunicó a sus apóstoles y veló para que la tradición de ellos emanada adquiriese una forma concreta y un carácter definido. Esta tradición apostólica, registrada en el Nuevo Testamento, es el fundamento de la Iglesia, al cual ésta se debe en humildad y sumisión; es la santa fe sobre la que el edificio de la Iglesia va alzándose; ha sido dada a la Iglesia por los apóstoles como depositum custodi, depósito que la Iglesia ha de preservar por encima de toda otra cosa.

Pero el Nuevo Testamento enseña no sólo que Cristo ha colocado el fundamento apostólico de la Iglesia, sino que él mismo construirá la Iglesia sobre la roca de este fundamento442. La Iglesia no podría, por si sola, dejada a sus fuerzas, proveer a la garantía de su propio fundamento. La Iglesia sólo puede señalar a Cristo y su promesa. Por consiguiente, el a priori de la fe respecto a la autoridad del canon del Nuevo Testamento ha de ser de carácter cristológico, es decir: ha de fundarse necesariamente en la promesa de Cristo de que él mismo construirá su Iglesia sobre este fundamento443.

El Evangelio apostólico es la garantía de la Iglesia, no la Iglesia -ninguna Iglesia- la garantía del Evangelio.

***

VI El reconocimiento del canon

En el capítulo anterior hemos visto cómo el canon significa pare la Iglesia primitiva el reconocimiento de un hecho central de la historia de la salvación: el hecho de reconocer la autoridad que Cristo confió a sus apóstoles, y significó también confesar la fe en la promesa del Señor acerca del Espíritu Santo que guía la labor del apostolado en su función de fundamento de la Iglesia. Al aceptar el canon y reconocer sus límites, la Iglesia no sólo distinguió entre escritos canónicos y no canónicos, sino que señaló los límites en donde se encierra la única tradición apostólica autorizada. Todo esto carecería de sentido si, al mismo tiempo, hubiera de haber continuado otra tradición oral ilimitada, también canónica444. El canon señala perennemente a la Iglesia sus orígenes, su fuente y

441 Herman Ridderbos, The Canon of the New Testament, en “Revelation and the Bible” (ed. por Carl F. Henry), pp. 193, 194, 196.

442 Mateo 16:18. La Iglesia, considerada como edificio espiritual, tiene a Cristo por piedra angular, a los apóstoles como fundamento y a todos los creyentes como piedras vivas, alzándose para ser un templo santo en el Señor (Efesios 2:20; 1ª Pedro 2:3-7; 1ª Corintios 3:9-11).443 H. Ridderbos, op. cit., p. 197. Cf. Mateo 16:18 y Efesios 2:20.444 Herman Ridderbos, The Canon of the New Testament, en “Revelation and the Bible”, p. I99.

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su fundamento. El canon es la norma de Dios pare la Iglesia, la garantía de su predicación y la posibilidad de una continua autorreforma445.

Hemos de volver a repetir la frase de Stonehouse, citada al comienzo de este libro: “Los escritos bíblicos no poseen autoridad divina porque están en el canon, sino que están en el canon porque son inspirados.” Es decir: la autoridad no les viene por nada ajeno a ellos mismos. “De en medio de los numerosos escritos cristianos, los libros que iban a formar el futuro canon delimitado se han impuesto a la Iglesia por su autoridad apostólica intrínseca, como se imponen a nuestra alma hoy, porque el Cristo Señor habla por medio de ellos”446. Como afirmó J. Grescham Machen: “La autoridad de los libros del Nuevo Testamento no fue algo meramente atribuido a los mismos subsiguientemente por la Iglesia, sino algo inherente en ellos desde el principio”447. 0, como definió el concilio Vaticano I: “La Iglesia tiene las Sagradas Escrituras como libros "sagrados y canónicos", no porque, compuestos por sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque tengan la verdad sin error; sino porque, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por su autor, y como tales han sido entregados a la misma Iglesia”448. Ciertamente, la Biblia se hace a sí misma canon. Nadie más puede otorgarle esta dignidad, pues es Palabra de Dios y Dios es la autoridad suma.

El reconocimiento de los libros apostólicos por parte de la Iglesia, y el declararlos norma canónica de la verdad cristiana, no hizo a estos escritos más sagrados. La Iglesia informó al mundo de su fe apostólica, confirmó el fundamento sobre el que descansa eternamente, pero no formó ni autorizó dicha fe o dicho fundamento, de la misma manera que un hijo no puede formar a su padre ni autorizar a su madre a que lo sea.

El reconocimiento del canon es el proceso por medio del cual el pueblo fiel va discerniendo, con creciente toma de conciencia, su fundamento apostólico. Este proceso tiene su propia historia449 en la que se investiga cómo y cuándo la Iglesia consideró los 27 libros que componen el Nuevo Testamento como una colección divinamente autorizada y separada de los demás libros. Lo más importante, sin embargo, es poder responder esta otra pregunta relacionada con el canon: ¿Sobre qué base aceptó la Iglesia estos libros como canónicos? Esta cuestión no trata meramente de dirigir nuestra atención a un proceso histórico determinado -el del reconocimiento del Nuevo Testamento por parte de la Iglesia en un momento dado-, sino que nos invita a formular juicios de valor. En el presente libro, nuestro interés primordial ha sido ofrecer los elementos bíblicos de juicio para poder contestar correctamente esta pregunta.

445 “La Iglesia no es sólo una institución divina, es también una construcción social y humane. No es sólo una Iglesia santa de Dios, sino también una Iglesia de hombres, y de hombres pecadores. De ahí que esté, con todo lo que es y todo lo que tiene, bajo la palabra del Señor, que dice: "Arrepentíos y convertíos." En una palabra, la Iglesia deformada ha de reformarse: Ecclesia reformanda.” Hans Küng, El concilio y la unión de los cristianos, p. 44.446 0. Cullmann, La Tradition, p. 45.447 Citado por Herman Ridderbos, op. cit., p. 195.

448 Denzinger, 1787.449 Cf. final cap. VII.

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Los libros del Nuevo Testamento mantuvieron su posición de autoridad única en la Iglesia, como registro canónico de la tradición apostólica, hasta el siglo xvIII. En aquel siglo, llamado el de la “Ilustración”, cuando el racionalismo introdujo atrevidas cuñas en el edificio de la fe, la autoridad indiscutida del canon fue puesta en entredicho y sometida a toda suerte de ataques. Entre los años 1771 y 1775, Johann Salomon Semler publicó un libro (Abhandlung von freier Uníer-suchung des Kanons) en el que descartó el a priori de la autoridad del canon. Afirmó que el valor de los libros del Nuevo Testamento tenía que ser investigado críticamente y que el canon descansaba en resoluciones humanas que no podrían resistir el examen de la crítica. Propugnó Semler que sólo aquellos elementos de la Biblia que nos parecieran portadores de un verdadero conocimiento religioso podían tener autoridad para el creyente. Si bien esta autoridad de la que hablaba Semler ya nada tenía que ver con la idea de la inclusión en una colección de los libros tenidos por canónicos, por cuanto la misma idea básica del canon fue descartada. No el canon, la Biblia, sino la conciencia religiosa del hombre ilustrado es lo que cuenta y lo que habrá de ser el juez final en las cuestiones de fe y vida. La autoridad pasa, en el sistema de Semler, del canon al juicio subjetivo del individuo. El gran principio de la Reforma de que la Escritura es una autoridad objetiva y soberana que el testimonio del Espíritu Santo nos ayuda a discernir, fue pervertido y convertido en un confuso subjetivismo racionalista. Sin embargo, la postura de Semler se propagó y vino a ser el punto de partida de otras posturas críticas. Especialmente, su aserto de que el canon había sido el resultado de decisiones eclesiásticas falibles -y que estaba, por consiguiente, sujeto .a la crítica- causó mucha impresión en un cierto número de autores. Algunos combinaron el racionalismo y el subjetivismo de Semler con ciertas posturas que trataban de salvaguardar, aunque sólo fueran las apariencias, de la autoridad del canon.

En años recientes el problema de la autoridad del canon ha vuelto a ocupar, y preocupar, a la teología450. Está de moda en nuestros días afirmar que la autoridad del Nuevo Testamento debe ser aceptada porque -y en la medida que- Dios nos habla en sus libros. Pero precisamente este criterio (“en la medida que”) delata la herencia de Semler y pone de manifiesto la dificultad y el peligro del subjetivismo. Algunos dicen que intentan volver al contenido esencial del Evangelio, como si existiera “un Canon dentro del canon” y fueran a la zaga de una medida objetiva con la que juzgarlo. Otros protestan que esto es una interpretación demasiado estática del Canon. Dios habla -dicen- ahora aquí, y luego a11í, en la Escritura. Es la predicación, el kerygma -aseveran- la que revela, y se revela, como canon. Este concepto es interpretado todavía por otros de manera aún más subjetivista: el canon es solamente lo que aquí y ahora (hic et nunc) significa Palabra de Dios para mí. Para Ernst Kásemann, por ejemplo, el canon no es la Palabra de Dios, ni se trata de algo idéntico al Evangelio, se trata únicamente de una palabra de Dios en la medida que ésta se vuelve Evangelio para mí. El problema de saber qué es el Evangelio no puede, pues, decidirse mediante el estudio expositivo de la Biblia, sino solamente por el creyente individual que “presta su oído a la Escritura para escuchar”451.

450 Cf. Revelation and the Bible, en donde se ofrecen estudios muy valiosos, desde una posición evangélica conserva-dora, de las varias posturas modernas frente al hecho de la revelación bíblica.451 Cf. Kásemann, Evangelische Theologie, 1951-52, p. 21, citado por H. Rodderbos, op. cit., p. 192.

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En todas estas actitudes la Iglesia se siente llamada a controlar el Canon, en lugar de dejar que el canon la controle a ella. L a debilidad intrínseca de todas estas teorías estriba en que estudian el hecho del canon como algo independiente de la historia de la salvación y bajo un prisma puramente filosófico y negativo. Van a la Palabra de Dios con sus propios prejuicios, en lugar de permitir que la Palabra de Dios forme sus juicios.

De ahí la superficialidad de cuantos autores sostienen que los escritores y los lectores del Nuevo Testamento do vieron, originalmente, ni sospecharon siquiera, que se trataba de algo canónico y santo. Para estos críticos el único problema del canon estriba en determinar cómo los libros del Nuevo Testamento se convirtieron en Sagrada Escritura. Sin duda, como ya hemos señalado, la forma escrita de la tradición apostólica no recibió, al principio, la misma clara veneración -exenta de crítica- que los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, no ha de echarse en olvido que cualquier tradición apostólica, oral o escrita, como tal tradición apostólica tenía y recibía una autoridad igual a la de la palabra profética. Las primeras dificultades que algunas comunidades cristianas tuvieron en su percepción y aceptación de la autoridad de algunos pocos escritos confirma, y no contradice, nuestro aserto: pues tal dificultad surgía precisamente de alguna vacilación sobre el carácter apostólico de dichos escritos, por falta de elementos de juicio suficientes452.

Por esto no tienen sentido las preguntas que se formulan quienes inquieren: ¿Por qué razón se admitieron cuatro Evangelios y no uno solo? ¿Por qué no se introdujo una armonía de los Evangelios canónicos, como, por ejemplo, la de Taciano? ¿Por qué se incluyeron otros libros además de los Evangelios? Etcétera. ¿Son, en verdad, éstas las cuestiones primordiales de la historia y el significado del canon? En realidad, la Iglesia nunca se ha hecho estas preguntas.

Y menos que ninguna la Iglesia primitiva, la inmediatamente posapostólica. La Iglesia no decidió nunca si había de tener uno o cuatro Evangelios, ni si había que ampliar el canon de los Evangelios con otro canon apostólico. La verdad sencilla y simple es que todo lo que constituye el Nuevo Testamento no fue el producto sino la base de la decisión de la Iglesia al expresar la conciencia de su aceptación y reconocimiento de lo que el Espíritu le revelé que era canon. La Iglesia nunca supo de nada mejor, aparte estos Evangelios y epístolas que le fueron entregados por los apóstoles. Y si queremos comprender algo de la historia de la Iglesia, hemos de aprender que las comunidades posapostólicas sacaron su discernimiento del canon de la misma fuente de donde brotaron ellas mismas y el canon, ya que la Iglesia no tuvo nunca otro fundamento que su tradición apostólica relativa a Jesús, el Cristo. La Iglesia actuó en aquella ocasión como uno que conoce y presenta a sus padres. Este conocimiento no descansa tanto en demostraciones como en experiencia directa.

Todo esto resulta obvio para quien se acerca al estudio del canon con una perspectiva orientada en, y desde, la historia de la salvación. Porque es un hecho evidente que el Nuevo Testamento no sabe de otro principio, aparte de la autoridad y la tradición

452 Ibid., p. 199.

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apostólicas, que pueda servir de fundamento para la Iglesia. Queremos decir con ello que según el Nuevo Testamento sólo existe un canon, una norma única. Y esto debe ser mantenido frente a quienes, como Harnack, han pensado que la Iglesia tuvo en sus orígenes un carácter carismático, expresado por las voces de los llamados “profetas”, y que fue solamente más tarde, cuando estas actividades carismáticas cesaron, que fueron sustituidas por una autoridad institucional apostólica. La postura de Harnack es bien conocida: cuando el período “pneumático” llegó a su fin, “el espíritu fue encerrado en un libro”453, y as! el cristianismo, la religión del Espíritu, se convirtió en la religión de un Libro. El Nuevo Testamento revela claramente que, fuere cual fuere la influencia y la importancia del testimonio de los profetas, en la primitiva Iglesia este testimonio y esta actividad “pneumáticas” no fueron las fundamentales ni las decisivas en los orígenes de la Iglesia cristiana. Cabe señalar que tan sólo sobre la base del testimonio apostólico estas operaciones “pneumáticas” tuvieron un cierto lugar en la Iglesia. Mas, a diferencia de la actividad apostólica, tales operaciones requerían siempre el posterior examen crítico y la prueba demostrativa454. Grosheide ha indicado certeramente que en el Nuevo Testamento, mientras la más absoluta sujeción es exigida por la palabra apostólica, sin que nunca se dé el caso de que esta palabra haya de recibir posterior aprobación, ésta se requiere de los pronunciamientos proféticos, es decir, de los profetas del Nuevo Testamento455. No se pueden colocar los dones proféticos de la Iglesia primitiva al mismo nivel que la autoridad única que Cristo confirió a sus apóstoles. Es igualmente erróneo imaginar que la autoridad de los apóstoles creció gradualmente hasta llegar a ser un sustituto de los dones de profecía. El fundamento histórico-redentor del canon del Nuevo Testamento descansa única y exclusivamente en la autoridad de los apóstoles, y en esta autoridad halla también sus límites cualitativos y cuantitativos.

Por la misma razón es igualmente equivocado el intento de someter el canon al juicio crítico subjetivo de los creyentes (o de la Iglesia en su conjunto) en lo que se refiere a su extensión o contenido, por cuanto ello entrañaría una violación de su significado redentor a histórico. Es inadecuado apelar a textos tales como Juan 16:13; 1.a Juan 2:27; 1.° Tesalonicenses 5:20 y ss. o 1.8 Corintios 14:29, en donde se le promete a la Iglesia el don del Espíritu para discernir los espíritus y poner a prueba todas las cosas, guardando lo que sea bueno. La exégesis clarifica estos pasajes y nos enseña que en los mismos no se llama a la Iglesia a ejercer juicio sobre la autoridad de los apóstoles, ya que ello significaría que se colocaba por encima de su autoridad -prescindiendo de su propio fundamento-, olvidando que esta autoridad les fue dada por el Señor mismo. El discernimiento al cual se invita a la Iglesia es un juicio que ésta habrá de hacer precisamente a la luz de la Palabra apostólica si no quiere equivocarse, como veremos en el próximo capítulo.

La teoría del KCanon dentro del canon” queda refutada por las mismas consideraciones. El solo hecho de que se apele a las más diversas interpretaciones del Nuevo Testamento, sobre la base del principio de la canonicidad -es decir, de la autoridad de un supuesto canon esenciaL-, delata su inconsistencia y su impotencia por

453 H. N. Ridderbos, The Authority of the New Testament Scriptures, p. 29.454 Romanos 12:6; 1ª Corintios 12:3; 1ª Tesalonicenses 5:19 y ss.; 1ª Juan 4:1.

455 Citado por H. N. Ridderbos, op. cit., p. 30.

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presentar el principio de la canonicidad neotestamentaria de acuerdo con los datos de la historia de la redención. La autoridad con la que Cristo ató a su Iglesia y llevó a cabo por delegación de los apóstoles, tuvo un contenido material definido y unos contornos concretos. Sobre todo, al ser puesta por escrito, delimitada y codificada. Además, según esa teoría, ¿qué texto y en qué medida puede considerarse canónico? Porque, en último análisis, lo que hay que incluir y lo que hay que desechar sólo puede saberse de acuerdo con el canon mismo. Cristo es el fundamento, la roca de la Iglesia; es, por consiguiente, su canon de verdad. Nadie puede poner otro fundamento456. Lo que es canónico y fundamento para la Iglesia no ha de decidirlo la Iglesia, y mucho menos el creyente individual. Nuestra única tarea consiste en mirar cómo edificamos sobre el fundamento que nos ha sido dado457. La Iglesia, pues, no adoptará ningún otro criterio para juzgar lo falso de lo verdadero aparte del canon apostólico, dado su carácter cristológico y redentor.

¿Y qué diremos del concepto que interpreta el canon como el hecho de que los escritos del Nuevo Testamento pueden servir a Dios para hablar una y otra vez a la Iglesia, como lo hace con el creyente individual? Si este punto de vista subrayara simple-mente que el canon produce un impacto en el cristiano, y en la Iglesia, solamente a través del Espíritu Santo, entonces no habría nada que objetar, puesto que estaría de acuerdo con la manera como Cristo ha relacionado el testimonio de su Espíritu con el de los apóstoles458. Mas si entendemos por ahí que el canon no tiene sentido propio, per se, y que tan sólo sirve de orientación a la Iglesia para inspirarle una cierta experiencia religiosa, tal teoría es completamente errónea. No podemos reducir el canon a lo que la Iglesia o el creyente individual perciban hic et nunc como Evangelio y Palabra de Dios. Este concepto arrebata al canon su significado redentor original, lo convierte en mero juguete de nuestro subjetivismo. Sin duda que lo que Cristo ha establecido como canon para su pueblo sólo puede ser reconocido y recibido por la operación del Espíritu Santo, pero la palabra apostólica autorizada -y autoritaria- no puede identificarse, sin más, con la operación del Espíritu en los corazones de los hombres. Y mucho menos podemos reducir el canon a lo que nosotros creamos oír como Palabra de Dios y despreciar lo que ha sido establecido como norma fija y revelación escrita. Nuestra posición descansará sobre bases firmes sólo en la medida que aceptemos todas las implicaciones del hecho de que Dios ha hablado y ha procurado preservar su mensaje para la Iglesia de todos los siglos mediante el testimonio apostólico. Esto nos llevará a admitir la relación que el mismo Cristo ha establecido entre el testimonio del Espíritu y el de los apóstoles459. Lo que convierte el testimonio apostólico en testimonio del mismo Espíritu no es, en primer lugar, el hecho de que el Espíritu convence a los demás de la verdad del testimonio de los apóstoles, sino que el Espíritu creó en primer lugar el testimonio apostólico y lo guió hasta su realización plena y su consumación escrita. El Espíritu reveló cuanto atañe a Cristo a los apóstoles, les testificó su verdad y les condujo a la plenitud de la misma, recordándoles las palabras de Cristo a impulsándoles a proclamarlas con poder. La

456 1ª Corintios 3:11.

457 1ª Corintios 3:20.458 Juan 15:26.

459 Juan 15:26; 16:13 y ss.

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conexión entre la obra del Espíritu y el canon -vista desde una perspectiva correcta: es decir, la de la historia de la salvación estriba, primeramente, en la escuela subjetiva del Evangelio como canon, sino en su mensaje objetivo, dogmáticamente proclamado; no se apoya en la iluminación de los creyentes, sino en la inspiración de los testigos objetivos y autorizados que testifican de la verdad concreta de Dios. Los pasajes del Evangelio de Juan que presentan la obra del Espíritu como continuadora de la obra de Cristo, se oponen a ese concepto subjetivista y proclaman, por el contrario, la autoridad del testimonio apostólico como canon a implícitamente vindican el valor normativo de su fijación escrita.

De igual manera queda refutada la idea sostenida por otros de que la promesa del Espíritu haría independiente al creyente en su escucha de la Palabra revelada, pudiendo incluso desechar el canon si creyera encontrar contradicción en él. La lectura del mensaje evangélico, así como su escucha, no se hacen de manera independiente, sino dentro del marco de la comunidad de los creyentes, y aún más: inmerso en el contexto histórico de la Iglesia. Estas consideraciones serían suficientes para descartar toda pretendida independencia absoluta, pero queda aún el hecho de que la lectura y la escucha de la Palabra de Dios sólo es dable dentro del marco de la totalidad del canon, pues de lo contrario se convierte en mero entretenimiento literario y falta, precisamente, aquello -o mejor dicho: Aquél- a que se ha recurrido para eludir la autoridad absoluta del canon: el Espíritu Santo.

El canon apostólico es el fundamento de la unidad de la Iglesia460. La idea de un canon contradictorio es un absurdo, por no decir una blasfemia en contra de Cristo, su autor. Cristo da testimonio de que el Espíritu no hablará de sí mismo, sino que recibirá el mensaje del Salvador y lo hará conocer a los apóstoles. El contenido del testimonio del Espíritu es idéntico, pues, al de los apóstoles. El poder que los apóstoles recibieron de Cristo para establecer su palabra como canon, se cumple al ser conducidos e inspirados por el Espíritu del Señor. Por consiguiente, cualquier intento de separar la canonicidad de la palabra apostólica de las operaciones del Espíritu, colocando a éstas en contraste y oposición al contenido objetivo de aquélla, se halla en conflicto con el significado histórico-redentor del canon. Anula el carácter único de la historia de la redención y no deja sitio al canon como su expresión autorizada. La obra y el mensaje de Cristo quedan diluidos en imprecisiones y a merced del talante subjetivo de cada individuo.

Por lo tanto, si se nos pregunta: ¿qué razones movieron a la Iglesia a aceptar los libros del Nuevo Testamento en pie de igualdad con los del Antiguo Testamento?, la pregunta sólo puede tener una respuesta: la Iglesia no tenía otra alternativa. A1 dar autoridad a sus apóstoles, Cristo mismo dio un canon y un fundamento a su Iglesia. Y este canon, absolutamente único y delimitado concretamente, sólo puede ser conservado en su modalidad escrita. A1 aceptar una colección fija, y cerrada, de escritos como canon exclusivo de la verdad cristiana, la Iglesia obró enteramente de acuerdo con su estructura y según las intenciones del plan divino de redención manifestado en Cristo. La Escritura no debe, pues, ser tenida como un simple documento póstumo de la revelación. Pertenece más bien al mismo proceso redentor y revelador ocurrido en la plenitud de los

460 Juan 17:20, 21.

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tiempos, es decir: en el tiempo de la encarnación de Cristo. La Escritura representa el testimonio del Espíritu que Cristo prometió a los apóstoles461. Es la piedra del fundamento, de la cual habló el Señor a Pedro: <sobre esta roca edificaré mi Iglesia”462, la roca de los apóstoles que sirve de soporte al edificio que se levanta para ser un templo santo en el Señor463.

Pero no deseamos cerrar este capítulo sobre el reconocimiento del canon por parte del pueblo de Dios sin examinar antes algunas importantes objeciones que se han hecho en contra de la misma naturaleza de este reconocimiento.

La crítica extremista -prescindiendo, desde luego, de los datos fundamentales de la historia de la salvación y contemplando la historia de la primitiva iglesia con lentes racionalistas- se ha atrevido a afirmar que ni los judíos ni los primeros cristianos conocieron esto que nosotros llamamos canon. La fijación del canon, según estos autores, es obra posterior del clericalismo y ha de atribuirse exclusivamente a una decisión de la Iglesia en una época cuando se había convertido ya en una fuerte y com-pacta organización eclesiástica.

La Encyclopédie des Sciences religieuses, en su artículo sobre el canon del Nuevo Testamento, escrito por M. Nicolas, afirma:

1.° Que la palabra “canon”, en el sentido cristiano, era extraña a los judíos alejandrinos y que no existía ningún otro término paralelo que pudiera corresponder en la lengua de los judíos de Palestina.

2.° Que si esta palabra (“canon”) hubiera sido conocida por unos y otros, la hubieran aplicado solamente al Pentateuco. Prueba de ello es el use de la expresión “La Ley” (nomos, Thorah) que aplican a estos cinco primeros libros.

Dado el paralelismo -subrayado en uno de nuestros capítulos anteriores- entre el canon del Antiguo y el del Nuevo Testamento, y toda vez que ambos constituyen las dos partes de la totalidad del canon divino, examinaremos estas críticas formuladas en contra del concepto del canon, para profundizar más en el significado que entraña su aceptación por parte de la Iglesia, no sólo para la historia, sino para la teología.

A1 parecer, los críticos extremistas no quieren atender al testimonio múltiple de los escritores judíos. Señalemos, en primer lugar, que el prólogo escrito por el traductor y nieto del autor del libro apócrifo Eclesiástico, escrito alrededor del año 136 antes de J.C., hace clara referencia a las tres partes constitutivas del canon hebreo: la Ley, los Profetas y los libros (los nebiim o hagiographes). El historiador Flavio Josefo, que escribió a finales del primer siglo de la era cristiana, pero que según opinión general reproducía una tradición muy anterior, menciona por nombre todos los libros sagrados, que clasifica en tres secciones. Los cuenta en número de 22 (este número se obtiene uniendo Rut a Jueces y las Lamentaciones al libro de Jeremías). Además, como quiera que Josefo

461 Juan 15:26, 27.462 Mateo 16:18

463 Cf. H. N. Ridderbos; op. cit., p. 33.

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cuenta trece libros de profetas, es seguro que coloca las Crónicas seguidamente después de los libros de Reyes, como en las ediciones protestantes de la Biblia, y a Daniel entre los grandes profetas. Sabemos, por otra parte, que los doce profetas menores fueron considerados como un solo libro por los judíos.

Asimismo, el IV Libro de Esdras (97 antes de J.C.) es el primer documento que nos da la cifra actual de 24 libros, tal como la encontramos en el Talmud y la Midrach.

Parece, pues, obvio que debería admitirse, sin lugar a dudas, que el canon judío, a comienzos de la era cristiana por lo menos, era exactamente nuestro canon actual del Antiguo Testamento. Pero ya hemos visto, por la cita de M. Nicolás, la clase de críticas que en contra de todo ello se formulan.

La respuesta a estas críticas reconoce que entre los judíos alejandrinos los libros sagrados no eran designados con el nombre genérico de canon (es decir: regla). Este término, tomado de los gramáticos de la misma Alejandría para designar en el orden literario las obras clásicas, fue usado en sentido religioso, por vez primera, por Orígenes.

Pero los judíos, tanto alejandrinos como palestinianos, conocían otra palabra que les servía para el mismo fin. Y este término era precisamente la palabra hebrea Thorah, que en griego se traducía por nomos o graphé.

De manera que los hechos nos obligan a formular las siguientes conclusiones previas: 1ª Que los judios, aun sin emplear la palabra canon, conocían el sentido de la misma, pues tenían la idea de que ciertos libros eran norma de Ley para ellos. 2.a Que estos libros obligaban la conciencia de todo buen judío por ser considerados como divinos. 3.a Que la palabra “Thorah” (equivalente de canon) era aplicada a las tres partes del canon actual.

Flavio Josefo, en su obra Contra Apionem (I, 8), escribió: “Se inculca a todos los judíos, en los primeros años, que es preciso creer que se trata de las órdenes de Dios, que hay que observar y, si es necesario, morir con gusto por ellas.” Y estas órdenes, para Josefo, se hallan únicamente en los libros que él mismo diferencia de los que los protestantes llaman apócrifos y los católico-romanos deuterocanónicos. Josefo afirmaba: “Desde Artajerjes hasta nuestros días, los acontecimientos han sido también consignados por escrito, pero estos libros no han adquirido la misma autoridad que los precedentes, porque la sucesión de los profetas no ha sido bien establecida.”

La prueba de que el canon ya estaba bien delimitado antes de la era cristiana, se revela en el hecho de que hacia el año 32 de nuestra era algunos escribas propusieron sacar del mismo los libros de Ezequiel, Eclesiastés, Cantares, Proverbios, y Ester. La tradición talmúdica refiere que Ananías, hijo de Ezequías, hijo de Gaion, resolvió victoriosamente las dificultades presentadas en contra de dichos libros.

Con todo, la moderna escuela crítica asevera que la prueba de que no existía un canon en el sentido cristiano de la palabra, entre los judíos, resulta del hecho mismo de las discusiones que acabamos de mencionar. Estos debates, que no fueron clausurados prácticamente sino hacia el 90 ó 96 de nuestra era en el sínodo helenista de Jamnia,

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llevaron a la conclusión de que no había todavía decisión de la autoridad oficial de la comunidad para cerrar el canon. Además, la formación sucesiva de tres grupos de obras canónicas demostrarla que los judíos no tenían noción de una lista rigurosamente cerrada, definida, excluyendo toda adición. Estos dos conceptos: que no había decisión de la autoridad suprema de la comunidad y que no existía una lista cerrada que excluyera toda adición, sirven a los críticos para afirmar que los judíos no tenían noción de la idea cristiana del canon. Y estos críticos se esfuerzan en sus historias del canon por enfatizar ambos puntos.

Cabe, sin embargo, preguntar: ¿Qué entienden los críticos por idea cristiana del canon? Porque pronto nos damos cuenta de que la supuesta concepción del canon cristiano no responde, en realidad, a la naturaleza del canon cristiano, sino a lo que ellos, los críticos, entienden por tal. Según su manera de enfocar esta cuestión, el canon es el producto de la decisión de la Iglesia. Pero ni la Iglesia católica ni las Iglesias de la Reforma creen tal cosa. Ya mencionamos, en dos ocasiones, la resolución del Vaticano I sobre este punto464. Los reformadores, asimismo, declararon: “Por lo que la Iglesia, al re-cibir la Sagrada Escritura y al vindicarla por su sufragio, no la hace más auténtica, como si antes hubiera sido dudosa; sino porque la Iglesia la reconoce como la pura verdad de su Dios, la reverencia y la honra, obligada por su deber de piedad”465.

El verdadero concepto cristiano del canon, no el que inventaron los críticos cual monigote para luego echarle piedras, implica que los escritos canónicos se avalan a sí mismos y se imponen a la fe de la comunidad, incluso luego de haber encontrado, en ocasiones, algunas resistencias. El concepto cristiano del canon no precisa la intervención de una autoridad suprema que lo fije y le confiera su autoridad. En un sentido es la Iglesia la que hace el canon, pero sólo en el sentido de que ella confiesa -no confiere- y declara cuáles son los libros que tiene por inspirados y que se imponen por la aceptación general de todos los creyentes y todas las comunidades. Pero ella no hace el canon, si entendiéramos por ahí que es por propia decisión, por acuerdo de sus dirigentes, que depende el valor normativo de los libros sagrados. El valor normativo le viene de Dios, su autor último, y depende, por lo tanto, de un orden de apreciación que permite incluso criticar el juicio de los particulares.

Si, contrariamente a lo que sucedió, la gran sinagoga judía hubiese promulgado ciertos libros canónicos, tal acto hubiera significado una usurpación y no hubiese correspondido, en absoluto, a la noción auténticamente cristiana del canon. La idea cristiana, repetimos, contempla simplemente los hechos de la revelación y la salvación de Dios en Cristo y su actualización en la Iglesia. En este caso, comprobamos que los libros canónicos se impusieron al consenso general de Israel como “órdenes de Dios”, para emplear el

464 Cf. nota 5, ad supra. La diferencia entre Roma y la Reforma no consiste en el valor intrínseco de la Escritura como Palabra de Dios, que ambas reconocen igualmente “quoad se”. La diferencia tiene que ver “quoad nos”, es decir: el reconocimiento de ese valor divino de la Escritura que, según Roma, dependería de la Iglesia y, según la Reforma, de las mismas evidencias de la Escritura que se impone por sí misma a la Iglesia. La Reforma no ligó el canon a la Iglesia sino la Iglesia al canon.465 Juan Calvino, Institución, I, 7.

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lenguaje de Josefo. Ocurrió lo que después tenía que suceder con los escritos del Nuevo Testamento.

Muy simple es la respuesta que hemos de dar a la crítica extrema cuando objeta que la lista de libros judíos no era tenida por algo concluso y, por consiguiente, no correspondía al ideal cristiano del canon.

En tanto que la Escritura estaba en vías de formación, resultaba evidente que los libros que la componían no podían constituir un todo cerrado, sin capacidad de admitir adiciones. Si una autoridad religiosa cualquiera hubiera podido cerrar el canon, hubiese resultado imposible añadir luego los libros del Nuevo Testamento. La fe del antiguo pacto era, sobre todo, una esperanza mesiánica y como a tal esperanza se hallaba abierta a su cumplimiento; no podía, pues, ser algo cerrado. El argumento de la crítica se torna aquí en ventaja nuestra, pues confirma precisamente la necesidad de que la revelación final del Cristo adquiera en su plenitud un carácter cerrado a inmutable.

El concepto cristiano del canon supone, necesariamente, que el pueblo de Israel tuvo conciencia, más o menos claramente, de su carácter de religión preparatoria. Sus documentos escritos exigen un complemento. No es necesario, pues, que el canon apa-rezca como fijado y definitivamente cerrado. Cuando el sínodo judío de Jamnia lo declaró tal, rompió oficialmente con el Espíritu de los profetas466, el Espíritu que habló en el Mesías y luego por medio de los apóstoles.

¿Conclusión? Los judíos tenían un auténtico canon bíblico, en el pleno sentido cristiano. Porque lo que es esencial en la idea del canon no es la lista de libros, sino la noción de que uno o varios libros son el registro de la revelación de Dios a los hombres en Cristo y, consiguientemente, son normativos, canónicos y obligan al pueblo del Señor. En este sentido, Israel tuvo canon. Y este canon fue leído por los hijos de Abraham, por Jesús y por la Iglesia apostólica, en su triple colección del Pentateuco, los Profetas y los escritos.

Pero quedar todavía por responder la objeción de que el canon judío, en todo caso, quedaba restringido al Pentateuco, y la que afirma que los judíos no tenían ninguna palabra equivalente para expresar el concepto del canon.

Si canónico es igual a normativo, entonces los términos nomos (Ley), graphé (texto escrito de la ley) corresponden al hebreo thorah y expresan la misma idea que el término eclesiástico y cristiano del canon.

Pero si bien es verdad que el Pentateuco es por excelencia la Thorah -toda vez que contiene efectivamente el cuerpo más importante de leyes rituales, civiles, políticas y morales-, está fuera de toda duda igualmente que en la época de la composición de los libros del Nuevo Testamento el término Thorah ya se había extendido a las dos otras secciones del Antiguo Testamento.

466 1a Pedro 1:10-12.

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En el cuarto Evangelio leemos de una discusión entre Jesús y los judíos, en la cual el Señor introduce la fórmula: “Está escrito en vuestra Ley”, para aludir al Salmo 86:6,467 por lo que se deduce que los judíos extendían la noción de la canonicidad a la tercera y última parte de la Biblia hebrea.

Si los críticos siguen objetándonos y nos dicen que la fecha del cuarto Evangelio es muy tardía, les recordaremos que el testimonio de este Evangelio queda corroborado por dos cartas de Pablo más tempranas: en 1ª Corintios 14:21 el apóstol cita Isaías 28:11 como Ley. Y en Romanos 3:10-18 Pablo cita, con la fórmula: “Escrito está”, palabras sacadas de los Salmos, del Eclesiastés, de los Proverbios y de Isaías, y concluye: “Sabemos que toda lo que la Ley dice, a todos los que están bajo la Ley lo dice.” Pablo era versado en estudios judíos; como discípulo de Gamaliel había aprendido directamente de los rabinos sus expresiones técnicas.

El testimonio del apóstol Juan en su Evangelio queda así corroborado. Jesús y san Pablo extendieron el use del término Thorah a todas las partes en que se dividía el Antiguo Testamento: la Ley, los Profetas y los otros escritos,

Cristo censuró a los judíos por haber anulado el mandamiento de Dios con sus tradiciones. Pero jamás les reprochó el haber introducido libros humanos en la Palabra de Dios o el haber intentado sacar de la Thorah alguna obra. Si esto último hubiera su-cedido, el reproche de Cristo hubiese sido tanto o más enérgico que al denunciar sus tradiciones.

Siempre hay los que desearían un canon avalado y promulgado por algún sanedrín. Mas nosotros, para quienes el pensamiento del Maestro es canónico, tenemos una autoridad exterior más alta que las autoridades rabínicas y eclesiásticas. No es una autoridad oficial. Es la autoridad de un excomulgado: la autoridad de Jesús. Ahora bien, sin haber recibido ninguna investidura oficial de manos de los dirigentes judíos, tenía, sin embargo, la suprema dignidad: era el Mesías. El testimonio de Jesús en la historia testifica en favor del canon hebreo, y el testimonio del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes, y en la Iglesia testifica en favor de las afirmaciones de Jesús.

Por supuesto, la crítica no se detiene en el Antiguo Testamento y formula parecidas objeciones con respecto al Nuevo.

La primera dificultad que nos plantea consiste en presentarnos el Nuevo Testamento del hereje Marción, del año 138, como el primer canon cristiano. El canon oficial, ortodoxo, sería, pues, posterior al año 140. Nunca, antes de esta fecha, se usa la ex-presión “Está escrito” para referirse al Nuevo Testamento. Por otra parte, no es hasta el 170 que Melitón de Sardis se sirve de la expresión: “escritos del nuevo pacto”. Después viene Ireneo en la misma fecha. Y la crítica racionalista se refocila subrayando que fue un hereje el que dio a la Cristiandad el primer canon. Esta afirmación es ya dogma entre los críticos desde hace más de un siglo y medio.

467 Juan 15:26.

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Una realidad no depende, sin embargo, del nombre que reciba. Cuando a mediados del siglo ti se denominó al que había de ser Nuevo Testamento “escritos del nuevo pacto”, no se hizo más que dar expresión a una realidad cuyo proceso comenzó jus-tamente en el instante de la aparición de la primera carta apostólica468.

***

VII La historia del reconocimiento del canon

Evitamos siempre la expresión: historia de la formación del canon, porque es equívoca. La expresión correcta es: historia del reconocimiento del canon. Como hemos comprobado, la realidad sustancial del canon hunde sus raíces en el ministerio apostólico y su expresión escrita, más tardía, no puede ser separada de sus orígenes. Antes, pues, de todo reconocimiento explícito por parte de la Iglesia, el canon es una realidad viva y dinámica que envuelve a la comunidad, la alimenta y la guía, así como le dio un día el nacimiento.

La Iglesia no formó el canon. Y si por canon entendemos esta realidad previa incluso a su fijación y delimitación escrita, entonces con toda propiedad podemos decir que fue el canon el que formó a la Iglesia. Los cristianos han deseado siempre someterse a la Palabra de Dios. Han querido saber siempre dónde estaba esta Palabra que ellos no han creado. Y que siempre han confesado.

La canonicidad equivale a la apostolicidad. Casi todas las dudas que tuvieron algunas iglesias sobre la canonicidad de ciertos libros fueron debidas a no disponer de suficientes evidencias apostólicas de los mismos.

La Iglesia, pues, ante un escrito que se le presentaba con valor cristiano, formulaba la pregunta: ¿Es apostólico? Y esta cuestión entraña dos consideraciones: Por apostólico entiende, en primer lugar, que hubiera sido escrito por un apóstol, sin duda alguna. Por ejemplo: el Evangelio de Mateo, el de Juan, las cartas de Pablo y Pedro, etc. Y, en segundo lugar, que hubiera sido escrito por un compañero o ayudante de apóstol, lo que

468 Cf. capítulo siguiente.

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implica un concepto amplio de la apostolicidad469. Tertuliano escribió: “Establecemos, ante todo, que el libro de los

Evangelios tiene por autores a los apóstoles, a quienes impuso el Señor mismo el encargo de predicar las Buenas Nuevas. Si tenemos también por autores a discípulos de los apóstoles (apostólicos Marcos y Lucas), éstos últimos no han escrito solos, sino con los apóstoles y según los apóstoles. Porque la predicación de los discípulos podría ser sospechosa de vanagloria si no estuviera apoyada por la autoridad de los maestros y por la autoridad de Cristo mismo, quien hizo a los apóstoles maestros”470. Este testimonio de Tertuliano es de la máxima importancia. Encierra, brevemente, toda la teología del canon. Observemos que “la autoridad de los maestros” es “la autoridad de Cristo mismo”, porque el Señor “hizo a los apóstoles maestros” y, por consiguiente, los discípulos de los apóstoles sólo tienen autoridad en la medida que no hayan escrito solos, sino con y se-gún los apóstoles. Así, la autenticidad apostólica de Lucas queda confirmada ya desde los primeros versículos de su Evangelio: apela al testimonio de los que fueron testigos desde el principio por sus ojos471. E1 autor de la carta a los hebreos establece la relación que le liga con los que pueden confirmar la gran salvación de Dios en Cristo por haberla oído directamente472, relación que acaso dé la razón a quienes sostienen que esta epístola no es de Pablo sino de un discípulo suyo.

Por consiguiente, si ninguno de los cuatro Evangelios hubiese sido escrito por mano de apóstol, su contenido hubiera recibido aceptación igualmente con tal de que su “tradición apostólica” fuera auténtica y comprobada. Este es el caso de Marcos y Lucas.

Nuestra comprensión del canon como elemento integrante, a integral, de la historia de la salvación nos lleva, pues, a no restringir el concepto de apostólico a límites demasiado estrechos que la historia del reconocimiento del canon desmentiría. Al mismo tiempo,

469 «El principio Para aceptar un libro era la tradición histórica de su apostolicidad. Pero hemos de entender claramente que por esta apostolicidad no se quiere decir siempre que el autor haya sido un apóstol. Desde luego, cuando éste era el caso no había dudas: porque desde muy temprano la apostolicidad fue identificada con la canonicidad. Hubo dudas en relación a Hebreos, en Occidente, y a Santiago y Judas, que retrasaron la aceptación de estos libros en el canon de ciertas iglesias. Pero en el principio no fue así. El principio de canonicidad no es, pues, estrictamente la paternidad literaria apostólica de un escrito, sino la imposición que los apóstoles hacen del mismo. De ahí que el nombre que Tertuliano usa para canon sea "instrumentum"; habla del Antiguo y el Nuevo Instrumento como nosotros nos referimos al Antiguo y Nuevo Testamento. Nadie niega que los apóstoles impusieron el Antiguo Testamento a la Iglesia -como su "instrumento", o regla-. A1 imponer nuevos libros a las iglesias que fundaban, por la misma autoridad apostólica, no se limitaron a libros de su propia redacción. Es el Evangelio de Lucas, un hombre que no era apóstol, el que Pablo coloca paralelamente en 1ª Timoteo 5:18 con Deuteronomio y le llama "Escritura". Los Evangelios, que constituían la primera parte de los Nuevos Libros --'Los Evangelios y los Apóstoles" fue el primer título que recibió el Nuevo Testamento---, según Justino, fueron "escritos por los apóstoles y sus compañeros". La autoridad de los apóstoles se hallaba en los libros que entregaron a la Iglesia como regla, no solamente en los que ellos mismos escribieron. Las comunidades primitivas recibieron en su Nuevo Testamento todos los libros que llevaban evidencias de haber sido dados por los apóstoles a la Iglesia como código de ley; y no deben desorientarnos las vicisitudes históricas de la lenta circulación de algunos de estos libros, como si la lenta circulación significara lenta "canonización" por parte de las Iglesias.p Benjamín B. Warfield, The Inspiration and Authority of the Bible, 1960, páginas 415, 416.470 Tertuliano, Contra Marción, IV, 2. 471 Lucas 1:1-3.472 Hebreos 2:3.

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nos prohíbe también ensanchar en demasía dichos límites como si el posterior juicio histórico de la Iglesia sobre lo que es y lo que no es apostólico fuera la base fundamental y final de nuestra aceptación del canon. Indudablemente, el juicio de la Iglesia -entendida, sobre todo, bíblicamente, como asamblea de creyentes- es un fuerte motivi canonicitatis. Pero no es fundamental473.

Por otra parte, no todos los escritos que dicen ser apostólicos lo sin, como enseña la abundante literatura apócrifa que proliferó a partir del segundo siglo y que explica, en parte, la preocupación de la Iglesia posapostólica en tener una colección de libros genuinamente apostólicos.

La situación a mediados del siglo II por lo que respecta al reconocimiento del canon escrito del Nuevo Testamento era la siguiente:

Los Evangelios eran aceptados indiscutidamente como Escritura canónica.

Las epístolas de Pablo habían sido agrupadas en una colección que, en la mayoría de lugares, era tenida como Escritura sagrada.

Los Hechos, de Lucas, eran considerados como la continuación del Evangelio del mismo autor y aceptados con la misma estima.

La 1ª de Pedro y la 1.8 de Juan eran citadas en las iglesias asiáticas y, probablemente, en otros lugares.

El Apocalipsis era conocido en Occidente y, sobre todo, en las Iglesias a las que fue dirigido.

Al mismo tiempo, había dos escritos -el Pastor de Hermans y la Didaqué- que pugnaban por entrar en el canon. En algunas iglesias consiguieron ser leídos y aun en otras ser aceptados como Escritura, aunque finalmente fueron desechados.

Había dos factores circunstanciales que retrasaron y dificultaron la confesión unánime de todas las Iglesias:

La memoria de quienes habían visto a los apóstoles, y aun al Señor, era todavía viva y llevaba a muchos a preferir, por ejemplo, el testimonio de Ireneo, discípulo de Policarpo, quien había escuchado al apóstol Juan, que no tener que discernir entre varios escritos. Esto es evidente, sobre todo, en la gente sencilla de las primeras comunidades.

Además, como testifica Tertuliano, había la creencia de que las iglesias fundadas directamente por los apóstoles eran guardianes del testimonio apostólico. Creencia que en tiempos de Ireneo correspondía, seguramente, a la verdad, pero que a medida que el tiempo iba separando la distancia entre el origen y la evolución de dichas comunidades dejó de tener valor normativo.

473 Sobre el significado de la autoridad de la Iglesia para el reconocimiento del canon, A. Kuyper (Encycl., II, pp. 508 y ss.) distingue expresamente entre la auctoritas imperil ecclesiae, que recbaza, y la auctoritas dignitatis ecclesiae, por medio de la cual la Iglesia, acomo impresionante fenómeno de vida, con su dignidad moral, y como creación de Cristo, da testimonio del Autor ecclesiaeb. Citado por H. N. Ridderbos, op. cit., p. 89.

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Los lazos de relación entre las iglesias no eran siempre estrechos, debido a las dificultades de comunicación. Esto retrasó, indudablemente, el testimonio unánime de toda la Iglesia universal r especto al canon del Nuevo Testamento. Y así, unas iglesias iban a la zaga de otras en dicho testimonio y reconocimiento.

Tampoco debe ser olvidado el hecho de que la primitiva Iglesia creía inminente la segunda venida del Señor. Vivía no sólo de la fe sino de la esperanza; su misma fe era esencialmente escatológica. Tal actitud ayudó a retrasar la clara enunciación de los escritos apostólicos.

Sin embargo, la realidad del canon, o regla apostólica, yacía latente en la vida de aquella Iglesia primitiva. En realidad, aquella Iglesia no estuvo nunca sin Escritura, puesto que el Antiguo Testamento, interpretado por el Señor y sus apóstoles, era la base de su fe474. La misma lógica interna de su actitud con respecto al Antiguo Testamento llevaba a la Iglesia al establecimiento de su propio canon, que habría de completar el de la antigua dispensación hebrea.

Pero, repetimos, la canonicidad del Nuevo Testamento no descansa en el dictamen de la Iglesia, sino que la misma certidumbre que la Iglesia tiene de la canonicidad del Nuevo Testamento es la que le conduce a reconocerlo como tal, a aceptarlo como algo superior, como norma de su vida. No ponemos en duda, por supuesto, el valor del consenso unánime de la Iglesia, que en el siglo Iv alcanza un acuerdo manifiesto y revela la acción de la Providencia guiando a su pueblo. Dicho consenso representa un elemento de verdad nada despreciable: subraya el hecho impresionante de que la inmensa mayoría de escritos del Nuevo Testamento nunca fueron discutidos en las Iglesias.

No obstante, sería históricamente incorrecto imaginar que la selección de ciertos escritos y el rechazo de otros tuvo lugar automáticamente sin dar lugar a polémicas. Es un hecho innegable, por ejemplo, que las cartas de Santiago, Hebreos y segunda de Pedro no alcanzaron general aceptación sino hasta el siglo iv475. Aún más, en el siglo vi la Iglesia de Siria expresó sus dudas sobre el Apocalipsis, y de las llamadas epístolas católicas sólo aceptó Santiago, primera de Pedro y primera de Juan, en tanto que daba entrada a una tercera epístola apócrifa a los corintios. Las vicisitudes del Apocalipsis ilustran el esfuerzo y la tensión polémica en medio de los cuales la palabra apostólica fue imponiéndose gradualmente a la conciencia de los fieles. Aunque aceptado en el siglo II por todas las Iglesias de Oriente y de Occidente, las Iglesias de Jerusalén, Antioquía,

474 «La Iglesia cristiana no estuvo nunca sin una "Biblia" o un "Canon".” B. B. Warfield, op. cit., p. 411.

Cf. Hechos de los Apóstoles 2:17-47; 3:12-26; 7.

The New Bible Dictionary, art. «Canon”.

475 ) B. F. Westcott, The Canon of the New Testament, 1881, pp. 352-393.

E1 hecho de que no hubiera recibido todavía «general aceptación” no disminuye la importancia de otro hecho evidente: que estos escritos habían sido reconocidos por otras iglesias. Westcott decía: «El consenso general de la Iglesia en el siglo Iv es una prueba antecedente de las credenciales de estos libros; y queda por ver que puedan ser desechadas por las evidencias más inciertas y fragmentarias de las generaciones precedentes.”

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Efeso y Constantinopla lo sacaron de su canon durante casi un siglo, pese a que es el escrito apostólico que mejor sirve para fijar los límites del período de la revelación neotestamentaria. La historia, pues, no es en sí misma la base del reconocimiento del canon, por más que revele la acción de la Providencia en medio de su pueblo.

La problemática de la historia del canon es compleja como todo lo que tiene que ver con un desarrollo.

Cualquier intento de hallar un a posterior¡ que nos justifique el canon -tanto si lo buscamos en la autoridad de su doctrina, en el consenso de las iglesias o en el mismo desarrollo histórico- nos aleja del propio canon y crea, de hecho, un canon sobre el canon; es decir, una autoridad sobre la autoridad del canon, lo que se halla en conflicto con su misma naturaleza reveladora, salvífica y apostólica.

Aparentemente sólo queda una alternativa: la fe de la Iglesia, la fe que el Espíritu Santo obra en los corazones de los que son de Cristo. Esto significa que el testimonio interno del Espíritu Santo sería el fundamento sobre el que nos basamos para reconocer el canon. Somos los primeros en enfatizar la necesidad del testimonio interno del Espíritu Santo para poder admitir la autoridad divina de la Escritura. Ningún argumento histórico, ninguna aceptación de la autoridad de la Iglesia, ninguna apelación al consenso unánime de la historia puede convertirse en sustituto ni reemplazar por un solo instante el elemento de fe que produce el Espíritu Santo para capacitarnos y hacernos discernir la verdad de Dios. No obstante, estamos de acuerdo con los que opinan que el testimonio del Espíritu Santo no es la base -sino el medio-que nos llevará al reconocimiento del canon en su forma concreta de 27 libros. El testimonio del Espíritu Santo abre nuestros ojos al carácter divino del Evangelio que nos ofrece el Nuevo Testamento. Pero el testimonio del Espíritu Santo no es lo que nos lleva a distinguir con infalible certeza el canon como a tal, con su concreta limitación. En los casos de duda sobre tal o cual escrito, el testimonio del Espíritu Santo no ofrece a la Iglesia la dirección decisiva para la solución final de estos problemas, porque no aporta ninguna base puramente objetiva. El testimonio del Espíritu acompaña el testimonio de la Escritura; nos induce a la obedien-cia con respecto al mensaje bíblico, pero no nos dice con exactitud cuáles escritos son inspirados y cuáles no. Por consiguiente, el testimonio del Espíritu Santo para el reconocimiento del canon es de valor en la medida que comprendamos que la autoridad con la que la Palabra de Dios nos habla se identifica a priori con un canon ya concretado. De ahí que esta apelación casi exclusiva al testimonio del Espíritu -clásica en el pensamiento reformado- haya derivado, en aquellos casos en que se ha suscitado el problema del canon, en una limitación de la autoridad, la cual queda reducida a lo que se llama “su contenido”, y así la autoridad del canon como tal se ve minada por reservas y aclaraciones, cuando no es abandonada completamente, como ocurre en el Protestan-tismo de signo liberal.

El fundamento del canon no puede ser otro que Cristo mismo, y es en él, y en la naturaleza de su obra, que hay que it a buscarlo. La base del reconocimiento del canon es, por consiguiente, redentora, es decir: cristológica, como señala H. N. Ridderbos: “Porque Cristo no es solamente el canon por medio del cual Dios habla al mundo y en el cual se glorifica a sí mismo, sino que Cristo establece el canon y le da una forma histórica concreta. En primer lugar, Cristo establece el canon por su palabra y por su

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obra, pero luego también en la transmisión de su mensaje a aquellos a quienes ha confiado tal misión y ha dado tal poder, por su Espíritu, el cual da testimonio a través de la tradición apostólica. Y es también Cristo el que ha dado y controla el lazo que une el canon a la Iglesia. La Iglesia misma ha de ser fundada sobre este fundamento. Tendrá canon, haga lo que haga con él. Por cuanto la Iglesia, en sí misma y por sí misma, no está exenta de error, ni siquiera en su reconocimiento del canon y en su rechazo de lo que no es canónico. No obstante, es Cristo el que establece el canon, y continúa su obra, no simplemente como una realidad espiritual o como un canon dentro del canon. Cristo establece el canon por la predicación apostólica y en la legibilidad de la escritura apostólica; mediante la guarda del testimonio apostólico y de la doctrina apostólica. Verbum Del manet in aeternum, es decir: permanece no como la palabra en la palabra, no como el Espíritu en la Escritura, sino como la Palabra apostólica anunciada a la Iglesia con el poder del Espíritu (1.a Pedro 1:25). Esta palabra que está escrita y que como a tal empezó y continuará su curso a través de las edades. Y sobre esta palabra y de acuerdo con este canon Cristo establece y edifica su Iglesia. Es Cristo el que hace que su Iglesia acepte su canon y, por medio del testimonio del Espíritu Santo, la lleve a reconocer que este canon es el canon de Cristo. Cuando hablamos de Iglesia no nos referimos a ninguna comunidad, asamblea o sínodo determinados que hubiera dictaminado alguna resolución sobre el canon, si bien tales pronunciamientos eclesiásticos han desempeñado un lugar muy importante en la historia de la Iglesia, que no es lícito desestimar. Mas las decisiones de una asamblea eclesiástica no deben ser usadas como evidencia de que lo que se ha seleccionado y se ha llevado a cabo correctamente. La Iglesia no puede apelar nunca a su inerrancia. Ni siquiera temporalmente. Para su aceptación del canon, la Iglesia depende de Cristo solamente. No se funda en nada más. Lo que Cristo ha prometido con respecto al canon es válido para toda Iglesia del futuro. El canon de Cristo perdurará, pues siempre habrá una Iglesia de Cristo; y la Iglesia de Cristo perdurará porque el canon de Cristo continuará existiendo y porque Cristo, a través del Espíritu Santo, edificará su Iglesia sobre este canon apostólico. Este es el a priori de la fe, por lo que se refiere al canon del Nuevo Testamento. Este a priori no nos exime, por supuesto, de investigar la historia del canon. Porque lo absoluto del canon no puede separarse de lo relativo de la historia. Es verdad, sin embargo, que habremos de examinar la historia del canon a la luz de este a priori de la fe. Y contemplaremos esta historia en la cual no sólo el poder humano del pecado y del error, sino, sobre todo, la promesa de Cristo se halla en acción, obrando para construir y establecer su Iglesia sobre el testimonio de los apóstoles. Para reconocer el canon en su forma concreta como el canon de Cristo, se necesitan ambas perspectivas: la histórico-redentora que nos da el a priori de la fe y la historia del canon”476.

El mismo Nuevo Testamento nos presenta en germen el desarrollo del canon apostólico. La primitiva comunidad cristiana se alimentaba de la palabra y la tradición apostólicas, amén de las Escrituras del Antiguo Testamento. No nos interesa aquí la cuestión del canon del Antiguo Testamento (que ya hemos considerado en el capítulo anterior), reconocido y admitido por Cristo, sus apóstoles y la Iglesia de todos los tiempos. Nuestra investigación se dirige al canon del Nuevo Testamento. Este canon fue dado por los apóstoles en forma de kerygma, didaqué y marturia477, es decir: en su triple

476 H. N. Ridderbos, op. cit., pp. 40, 41.

477 Ibid., pp. 52-81.

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modalidad de: proclamación, doctrina y testimonio. De esta manera, los apóstoles entregaron a la Iglesia su propia tradición, librándola del error y separándola de toda tradición espúrea (como la rabínica, por ejemplo). La Iglesia recibió esta tradición oralmente y en forma escrita y se alimentó tanto de la una como de la otra478.

Por las razones apuntadas más arriba, la Iglesia primitiva no fue consciente inmediatamente, en toda la amplitud y consecuencias de su significado, del hecho de que se estaba nutriendo de una nueva Sagrada Escritura paralela a la del Antiguo Testamento, si bien, como hemos visto, las condiciones de este nuevo canon escrito y sus exigencias se hicieron patentes, copiosamente, dentro de la misma línea de la tradición apostólica. Sus huellas son fácilmente discernibles en la vida de la Iglesia posapostólica más primitiva. Por ejemplo, Bernabé alude en su carta479 a ciertas palabras de Jesús como Escritura, pues las introduce con la fórmula clásica: “está escrito”, o bien: “1a Escritura dice. Y lo mismo hace Clemente480 en su segunda carta. Se habla del “Evangelio” en términos generales, sin especificar si se trata de los cuatro Evangelios o del mensaje en si. Sin embargo, tenemos muchas citas de los Evangelios escritos, que llenan profusamente las obras de los autores cristianos de los años 90-140; citas que parecen haber sido tomadas literalmente de los Evangelios escritos. Es obvio que, fuerte aún el recuerdo de una tradición oral todavía no extinguida, no se concedió en aquellos primeros años, de manera inmediata, ninguna autoridad absoluta y exclusiva a la tradición apostólica escrita por encima de la tradición oral. Pero, al mismo tiempo, es igualmente obvio que, dentro del amplio circulo de la tradición apostólica oral, la tradición escrita, más concreta y estrecha, empezó claramente a delinearse muy pronto. Este desarrollo no puede explicarse en términos de actividad eclesiástica, consciente, es de-cir: preparada por una reflexión intencionada. La Iglesia no deseaba alimentarse de otra cosa que lo que habla recibido siempre como norma, canon, directamente de los apóstoles y, por ellos, de Cristo. Así, para poder continuar recibiendo el alimento apostólico, a medida que el circulo de la tradición oral se fue tornando más y más vago y su contornos fueron tomando cierta imprecisión, la Iglesia fue concentrándose en aquella única forma de la tradición apostólica que podría servir para siempre, por su carácter fijo a indestructible, preciso perenne. Fue así como gradualmente concentró su atención en la modalidad escrita de la tradición. Autores como Ireneo y Tertuliano basaron su doctrina cristiana apoyándose en la palabra de Cristo y los apóstoles tal como ésta se encontraba en la tradición escrita. Y esto de manera exclusiva: negaron el valor de cualquier tradición que no hubiese sido preservada en la Escritura. Para ellos, toda apelación hecha a cualquier revelación oral, no escrita, era considerada como herejía gnóstica481. Mas, al replegarse en la tradición escrita, en ningún momento quiso la Iglesia

478 Cj. E. Flesseman -Van Leer, Tradition and Scripture in the early Church, 1953, pp. 66, 67.479 Ep. Bernabé 4:14

480 2ª Clemente 2:4.481 C/. E. Flesseman - Van Leer, op. cit., p. 191: Ireneo y Tertuliano aniegan decididamente la existencia de tradición extraescriturística. Apelar a verdad revelada aparte de la Escritura es gnosticismo herético”.

Dice Ireneo: “mejor es que nos refugiemos en la Iglesia, seamos educados en su seno y nos alimentemos de la Escritura del Señor. Porque la Iglesia fue plantada como un paraíso en este mundo-, por eso dice el Espíritu de Dios: “Podéis libremente comer todos los frutos del jardín”, esto es, podéis comer de todas las escrituras del Señor; pero no debéis comer con orgullo ni tocar

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significar con ello que se aprestaba a elaborar su propia Sagrada Escritura, pues esta Escritura ya estaba hecha. Ni siquiera proclamó que tal tradición tenla que convertirse en canónica; se limitó a confesar lo que discernía como canon, lo que había sido siempre la tradición de su fundamento y así se afirmó sobre su propia base, en tanto que ésta esta-ba al alcance de la mano en forma fija y permanente. La autoridad de Cristo y sus apóstoles, intrínseca a la tradición que sustentaba a la Iglesia, fue lo que determinó la proclamación del canon escrito como regla suprema de la fe de la Iglesia.

A la luz de lo que hemos expuesto, no podemos admitir la teoría que ve en el canon cristiano ortodoxo una mera reacción al canon de Marción. Y aún más, hemos de rechazar el otro concepto que sólo ve una reacción a la herejía montanista. Sin negar el valor de acicate que toda herejía tiene en la historia de la Iglesia para hacer resaltar la verdad, este hecho no explica la fijación del canon cristiano.

A mediados del segundo siglo, Marción se separé de la Iglesia y propugnó su propia doctrina herética que prescindía del Antiguo Testamento y de cuanta influencia veterotestamentaria creía encontrar él en la tradición apostólica. Aceptó solamente el Evangelio de Lucas -que mutiló a su gusto- y diez cartas de Pablo -también mutiladas, de acuerdo con sus teorías-. En la misma época se propagaron gran número de corrientes gnósticas que apelaban bien sea a nuevas revelaciones, o bien a tradiciones orales no consignadas en las cartas apostólicas. Así se formaron -y aquí sí que es dable emplear el término “formar”- los evangelios apócrifos y otros escritos que pugnaron por ocupar el lugar que sólo a la auténtica tradición apostólica correspondía.

Harnack fue el primero en idear la teoría de que el canon del Nuevo Testamento fue el resultado de la reacción en contra de Marción. Otros fueron más lejos: supusieron que al evangelio único de Marción la Iglesia tenía que oponer los cuatro Evangelios y que a las diez epístolas paulinas habla que presentar un epistolario más extenso, amén del libro de los Hechos y otros escritos482. Pero todo esto no son más que especulaciones sin fundamento científico por cuanto son incompatibles con los hechos. El canon de Marción es, claramente, una limitación de lo que ya existía como canon válido en la Iglesia. El canon de la Iglesia no fue inspirado por el esfuerzo de Marción de introducir un nuevo canon. Lo contrario es verdad: el canon de Marción fue una reacción herética al canon apostólico de la Iglesia. Con respecto a la mayoría de escritos del Nuevo Testamento, es fácil demostrar que eran ya reconocidos en Roma (ciudad en donde Marción expuso sus doctrinas) y eran tenidos como autoridad única y especial, desde hacia muchos años483. Nada se sabe de ninguna decisión eclesiástica en aquella época484. Por otra parte, la práctica de las iglesias era bastante diferente en aquellos años, pero las diferencias continuaron después de Marción y las decisiones eclesiásticas que abogaron por la

discordia alguna heréticas (Ad. Haer. 5, 20, 2).

Para Ireneo y Tertuliano las iglesias fieles a su origen apostólico son testimonios vivos de la verdad, en tanto que, cual paraísos, conservan en sus jardines los frutos de la Escritura apostólica y no aceptan las fantasías extraescriturísticas de los herejes gnósticos. Cf. Tertuliano, De pudicitia, 21, 17.482 Cf. J. Knox, Marcion and the New Testament, 1942.483 “Alrededor del año 140-150 el pueblo de Roma conocía una colección de escritos autoritativos que era práctica-mente idéntica al actual Nuevo Testamento.” W. C. van Unnik, citado por H. N. Ridderbos, op. cit., p. 90.484 Ibid., p. 43.

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uniformidad no se hicieron patentes sino hasta el siglo iv o v, por lo que no podemos considerarlas como una reacción frente a Marción, que vivió a mediados del siglo ii.

El desarrollo progresivo que las iglesias, independientemente las más de las veces, hicieron en su reconocimiento del canon, debemos atribuirlo al creciente discernimiento espiritual y no a la planificación de ciertos esfuerzos intencionados en contra de la herejía. Que ello es así nos lo prueba el hecho de que no hubo nnguna discusión, nunca y en ninguna iglesia, sobre la canonicidad de la mayoría de los escritos del Nuevo Testamento. Las Iglesias siempre consideraron estos escritos como testimonio autorizado del gran periodo de la encarnación de Cristo. El conflicto entre la Iglesia y Marción no tuvo nada que ver con la idea de un canon -en su sentido material de la palabra- sino con los limites y el contenido de este canon. Por supuesto que el ataque a unos libros cuya autoridad era reconocida en todas las comunidades cristianas hizo profundizar y discernir mejor la autenticidad apostólica de los mismos, con lo cual su significado canónico salió todavía más vindicado. A todo ello contribuyeron los ataques de Marción y de los montanistas. Pero esto no hace más que confirmar el hecho de que la autoridad de la mayoría de los libros del Nuevo Testamento era ya aceptada sin discusión por la Iglesia. La esencia del canon, su significado teológico, estriba en que no sólo cualitativamente, sino cuantitativamente, es el producto, no de las decisiones eclesiásticas, sino de las presuposiciones básicas de la fe de la Iglesia. Estamos, pues, de acuerdo con los que afirman que la Iglesia no estableció el canon, sino el canon a la Iglesia.

Esta postura hace justicia al hecho de que las Iglesias no empezaron a formular decisiones sobre el canon, ni siquiera sobre el criterio específico del mismo. La manera como el canon alcanzó su posici6n de autoridad en la Iglesia constituye una evidencia de orden histórico de que nunca conoció otra norma que le sirviera de fundamento perenne. La Iglesia apostólica, y posapostólica, no supo de ninguna otra regla válida que hundiera sus raíces en la misma historia de la salvación.

Los cuatro Evangelios y la mayoría de las epístolas (escritos indiscutidos) constituyeron siempre el a priori de todas sus confesiones de fe, sus polémicas y decisiones. Es por esta razón que todos los esfuerzos. bien fueran de los herejes o bien del deseo de síntesis de algunos cristianos (como Taciano) para reducir los cuatro Evangelios a uno solo, fracasaron. El hecho de que los cuatro Evangelios no sean igua-les y encierren una multiplicidad y variedad dentro de su unidad (lo que también discernimos al compararlos con las epístolas) apoya todavía más cuanto hemos afirmado. La Iglesia aceptó, desde el primer instante, lo que era dado. No hubo por su parte ningún esfuerzo de armonización literaria, de composición, ni de síntesis litúrgica. La Iglesia sólo conoció los cuatro Evangelios y las cartas apostólicas como la única cosa en que podía confiar, como aquello que le fue dado por fundamento. La ignorancia de la Iglesia de cualquier otro fundamento se debe al hecho de que nunca se apoyó sobre ninguna otra base fuera de esta tradición sobre Jesús transmitida por los apóstoles.

Todo intento de disminuir esta base (Marción), o de ensanchar sus límites (montanistas), no hizo más que despertar la conciencia de las Iglesias ayudándolas a discernir, y defender, mejor la roca de la fe.

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En último análisis, lo que nos importa saber es si verdaderamente la tradición registrada en el Nuevo Testamento, y aceptada unánimemente desde el principio, es la roca sobre la cual Cristo prometió edificar su Iglesia: el fundamento de los apóstoles y profetas. ¿0 es que erró en su elección el pueblo cristiano? ¿Habrá de confesar la Iglesia que lo que le fue prometido por Cristo no puede identificarse con lo que, realmente, recibió? Estas cuestiones no sólo afectan al canon, como colección de escritos, sino que de hecho penetran hasta la sustancia misma del contenido del Nuevo Testamento. ¿Instituyó Pablo un cristianismo diferente que el de Jesús, como pretende la crítica liberal? 0, por el contrario: ¿representan los escritos canónicos adecuadamente la tra-dición sobre Jesús auténticamente surgida de la historia de la salvación? ¿Poseen estos libros la autoridad de los apóstoles? ¿Son realmente el testimonio del Espíritu Santo? ¿0 sólo se trata de buenos libros de religión, humanamente loables y nada más?

¿Han de someterse a la crítica científica antes que la fe los pueda aceptar?

Hay quien sostiene que los escritos de Pablo y los Evangelios no encierran la autoridad original de Cristo, porque -aseguran- desde el principio esta tradición sufrió toda clase de alteraciones. Estas transformaciones son entendidas por algunos como desarrollo fortuito a “inocente”; para otros -la mayoría de críticos modernos del Nuevo Testamento representan una mutación radical del Evangelio original. Pero, fuere cual fuere la estima que se tenga de estos supuestos cambios, nosotros nos seguimos preguntando de qué manera puede la crítica explicar sus “tesis” científicamente. Porque creemos que la historia se le opone. Los documentos sobre los que se basa la investigación no pueden ser más claros: enfatizan una y otra vez que los que escribieron lo hicieron porque cuanto testificaba su pluma fue visto y oído antes y la garantía de este testimonio visual y auditivo es puesta de relieve repetidas veces. ¿Qué pensar, pues, de la ingenuidad de estos pobres apóstoles (por no decir de ellos otra cosa) si consintieron que lo que realmente habían visto y oído fuera transformado en una tradición tan antihistórica y completamente adulterada, como desearían hacernos creer los corifeos de una falsamente llamada ciencia del Nuevo Testamento que echa mano de vocablos tan respetables como el de kerygma para aludir a dicha transformación? ¿Qué nos queda, pues, del alto concepto del apóstol y de la santa tradición apostólica que no sea una ridícula caricatura? Y lo que es mas grave: ¿qué nos queda de la grandeza, la verdad y la autoridad de Cristo a no ser un recuerdo vago, confuso, equiparable a cualquier otra corriente religiosa? ¿Dónde fueron a parar las promesas de Jesús de Nazaret? ¿Qué se ha hecho del poder de su Espíritu?

La crítica liberal elude plantearse el problema mediante preguntas tan directas. Pero, si fuera consecuente, habría de formulárselas.

No obstante, las supuestas teorías de la crítica no han ayudado en nada a la comprensión del reconocimiento del canon. Porque ninguno de los criterios propugnados explica adecuadamente la historia de dicho reconocimiento. La verdad escueta, sencilla y natural como la vida misma es que la Iglesia aceptó ciertos escritos -y no otros- como norma de su fe porque tenía la certidumbre de que estas obras se derivaban -y tomaban su origen- de Cristo mismo, en última instancia. Y aquí de nuevo nos encontramos con el

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a priori de la fe de la primitiva comunidad cristiana. Un a priori que debe ser también el nuestro si de veras queremos comprender algo del valor de la tradición apostólica y del significado de la intervención de Dios en Cristo en el mundo. Sólo podemos conocer a Cristo en la medida que aceptamos la manera como a él le ha placido revelarse a nosotros a través del canon del Nuevo Testamento. Porque Cristo no puede ser desligado de este canon. Ni el canon de Cristo. Por cuanto Jesús no solamente constituye su contenido sino su gran presuposición. Como dice Ridderbos, “en Cristo no sólo hay redención, sino también la fidedigna transmisión de la redención”485. Este es, éste ha sido siempre el principium cananicitatis. Como el mismo Ridderbos escribe: “El problema del canon no es eclesiástico, sino cristológico. Nuestra posición no responde todos los problemas históricos a priori. Pero para aquellos que tienen fe en Cristo esta posición vindica el derecho de la Iglesia a aceptar como canónico y santo lo que ha recibido como Evangelio y tradición de los apóstoles. Y, en último análisis, da a la Iglesia el derecho de seleccionar este canon, frente a todos los demás escritos”486.

Es sólo a la luz de cuanto acabamos de decir quo podemos examinar con perspectiva correcta los problemas quo surgen al reflexionar sobre la historia del reconocimiento del canon por parte de las Iglesias cristianas.

Una vez la Iglesia hubo recibido su fundamento y lo hubo reconocido en lo quo constituía el centro y el contenido de la colección de escritos conocidos como Nuevo Testamento, era inevitable quo, tarde o temprano, fueran establecidos los límites de este canon y su carácter cerrado. Y la necesidad de esta delimitación se hizo apremiante en la misma medida en quo proliferaron otros escritos de dudoso origen y significado. La historia del reconocimiento del canon nos muestra quo el proceso histórico de esta delimitación fue variado y de cierta duración. Sin embargo, por lo quo deducimos de los varios autores eclesiásticos con respecto a los homologoumena (escritos universalmente reconocidos) y los antilegomena (escritos dudosos), la diversidad de los debates sobre el número de los escritos canónicos jugó un papel secundario y no le afectó tanto a la Iglesia como los conflictos con Marción. Esto no debe sorprendernos. Porque lo quo estaba fijado y era aceptado unánimemente por todas las comunidades cristianas quo fue blanco de los ataques de Marción no tenía punto de comparación con lo quo pudo re-sultar incierto en algunos momentos, puesto quo esta incertidumbre sólo se dio en relación con muy pocos escritos canónicos, cuyo valor -quo, por supuesto, no vamos a minimizar- no podía, sin embargo, alterar o disminuir el quo se tributaba universalmente a la mayoría de escritos universalmente aceptados. Y, en muchos casos, seria incluso incorrecto hablar de “oposición” a tal o tales libros canónicos. En ocasiones, las diferencias se originaron por razones de use o costumbres, más quo por principios. La ignorancia quo algunos sectores de la Cristiandad pudieran tener sobre alguna carta apostólica -ignorancia quo circunstancias históricas a imponderables geográficas y de comunicación explican perfectamente retardó la aceptación de la misma en dichas áreas.

485 Ibid., p. 46..

486 Ibid., p. 47.

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Además, cabe destacar quo la incertidumbre con respecto a algunas epístolas apareció, en algunos casos, en fecha bastante tardía y como resultado de problemas quo nada tenían quo ver con el canon en sí, sino motivados por polémicas quo preocupaban a la sazón a las Iglesias. Esto es evidente, sobre todo en dos de los casos de más radical incertidumbre; las vacilaciones de Occidente ante la carta a los Hebreos y las de Oriente con respecto al Apocalipsis. La oposición a este último apareció muy tarde y fue motivada por discusiones dogmáticas que agitaron durante un tiempo el Oriente cristiano. Algo parecido puede verse en el caso de Hebreos, rechazada porque los montanistas apelaban a Hebreos 6:4 en sus controversias con las demás Iglesias, si bien anteriormente esta epístola había sido ya usada y citada como canónica por Clemente en los años 90-100.

Pero la evidencia más impresionante con respecto a Hebreos es que, como ha señalado Van Unnik. entre los años 140-150 varios pasajes de este escrito se habían convertido en lenguaje corriente y tradicional de las Iglesias, y ello en el mismo grado quo otros escritos nunca discutidos en Occidente487. De manera quo la autoridad original de Hebreos es evidente y parece quo luego fue minada por consideraciones tardías y ajenas por completo a la problemática del canon. De ahí quo tales consideraciones acabaran desapareciendo y el valor apostólico de la carta fuera final y definitivamente vindicado.

Así no todos los libros -aunque sí la mayoría de ellos obtuvieron una misma posición inconmovible como núcleo central del canon en el aprecio de los creyentes. Algunos escritos que, en el principio, habían sido aceptados sin discusión, pudieron ser objeto de vacilaciones en ciertos sectores de la Cristiandad, lo cual casi siempre era motivado por las razones expuestas en el ejemplo anterior sobre Apocalipsis y Hebreos. El conjunto de obras indiscutidas del canon sirvió como núcleo influyente que determinó el posterior discernimiento de la totalidad del canon, tanto en sentido positivo como en el negativo de rechazo de lo espúreo y apócrifo. La certeza de lo que había recibido, al sufrir los embates de la herejía, movía a la Iglesia a vindicar y confesar con más tenacidad lo que consideraba como fuera de discusión. Esta certeza hizo a las Iglesias más críticas para examinar todo cuanto se apartaba del canon; en algunos casos, incluso más críticas de lo que acaso era necesario. Algunos autores modernos olvidan demasiado a menudo este sentido crítico de la Iglesia primitiva, sin pensar que el posterior desarrollo dogmático sólo fue posible a partir de esta regla de fe inconmovible pasada por el tamiz de la crítica en muchos embates. Westcott, al enjuiciar la situación al término de la época de los llamados padres apologistas griegos, escribió que los escritos apostólicos “son la regla y no el fruto del desarrollo de la Iglesia”488. Y, sobre la época de los concilios -ante y posnicena- afirmó: “La Escritura era la fuente de la cual los campeones y los enemigos de la ortodoxia derivaban todas sus premisas; y, entre otros libros, se hizo mención de la carta a los Hebreos como habiendo sido escrita por san Pablo:

487 W. C. van Unnik, op. cit., p. 27.

488 Westcott, op. cit., p. 230.

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las epístolas católicas eran reconocidas como una colección definida. Pero ni en Nicea, ni en los concilios que se sucedieron, las Escrituras nunca fueron tema de discusión. Ellas se hallan detrás de toda controversia, como un fundamento seguro, conocido e inconmovible”489.

Fueron muchos, y complejos, los factores a través de los cuales la Providencia guió a la Iglesia a reconocer el canon. Razones de política eclesiástica entorpecieron a veces la unanimidad del desarrollo. Estas razones, que en algunos casos aceleraron el mutuo acuerdo entre varias Iglesias -como ocurrió especialmente entre las cristiandades de Roma, Cartago y Alejandría-, en otros agrandó luego las diferencias -entre Roma y Alejandría por un lado y Siría y el Asia Menor por el otro-. Y, sin embargo, cuando examinamos atentamente la problemática y su proceso histórico nos damos cuenta de que las cuestiones temporales y circunstanciales no ahogaron definitivamente la percepción de las Iglesias para acabar reconociendo la totalidad del canon apostólico. Esta percepción es igualmente notable en el rechazo de obras tan estimadas -y que en algunas iglesias, por algún tiempo, llegaron a ser tenidas como canónicas- como la Didaqué, o incluso la epístola espúrea a los Laodicenses, tenida por paulina, pero no por canónica, por el papa Gregorio en el año 600490.

Un factor que se destaca, cuando reflexionamos sobre la actitud de las Iglesias al rechazar unos escritos y al aceptar otros, es el de la ecumenicidad latente y sentida en todos los segmentos de la Iglesia antigua, por más separados que geográficamente pudieran estar unos de los otros. Ya hemos visto cómo la incertidumbre de algunas Iglesias frente a ciertos escritos fue circunstancial, casi podríamos decir provinciana; y, por otra parte, las vacilaciones que la ortodoxia pudiera experimentar ante otros escritos (Apocalipsis y Hebreos) contradecían lo que desde un principio había sido aceptado por la mayoría de las Iglesias. Por consiguiente, al estrechar sus lazos con Occidente, el Oriente cristiano tuvo que examinar de nuevo su actitud con respecto al Apocalipsis de Juan, y el Occidente, a su vez, se vio obligado a revisar las razones de sus dudas sobre Hebreos (y sobre Santiago, probablemente), volviendo, al fin, a la práctica antigua que reconocía estos escritos como parte integrante del canon. De manera parecida, las Iglesias del Asia Menor -y posteriormente las Iglesias de Siria, muy aisladas lin-güísticamente- hubieron de abandonar sus particularismos regionales -su ignorancia, en un sentido en relación con las epístolas católicas. El factor que se revela eficaz, y que obra poderosamente en la aceptación común del mismo canon, es el de la antigüedad de los escritos, antigüedad que equivale a sinónimo de apostolicidad. Así, junto a su sentido ecuménico que impedía a unas comunidades desentenderse de las demás y que las llevaba a todas a sentirse parte integrante del mismo Cuerpo, junto a la ecumenicidad aparece el factor contenido. Y aquí debemos subrayar la tremenda influencia que el ca-non original -es decir: el núcleo de documentos tenidos siempre y en todas partes por canónicos ejerció en el juicio de las Iglesias y, sobre todo, de sus dirigentes en el proceso del reconocimiento de la totalidad de este canon. Esta influencia es la que explica, en último lugar, por qué escritos como la carta de Bernabé, el pastor de Hermas, la epístola a los laodicenses y otros no fueron reconocidos a pesar del use que algunas Iglesias hicieron de los mismos, mientras que Hebreos, Apocalipsis, Santiago, 2ª Pedro y

489 Ibid., p. 430.490 Ibid., pp. 458-462.

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2ª y 3ª Juan fueron, más tarde, admitidas, aunque originalmente no habían sido dis-cernidas con claridad.

Sin embargo, sería un grave error suponer que las Iglesias -la Iglesia en su acepción universaladoptaron algún principio teológico como norma canonicitatis. Hemos de recordar siempre la actitud receptiva y crítica de la Iglesia primitiva que, en su defensa y aceptación del canon, era plenamente consciente de lo que había recibido del Señor, es decir: la tradición apostólica. Esto es lo que orientó y protegió a la Iglesia. La armonía principal, el acuerdo unánime establecido por el núcleo, permitió el reconocimiento del canon total. Es, por lo tanto, muy difícil y arriesgado -pues puede llevarnos al error- el tratar de marcar una línea demasiado definida, exageradamente concreta, entre lo que desde un principio fue admitido sin discusión y lo que motivó discrepancias. El núcleo del canon influyó en el proceso de la aceptación de los restantes documentos y, en cierto sentido, hasta explica sus vicisitudes y contingencias históricas, pero no debe hacernos olvidar lo que es más importante: que en este proceso hay que tener siempre presente la realidad última, siempre existente y viva (tanto si algunas, o todas, las comunidades la reconocen, como si no), de la tradición apostólica que el Señor entregó a la Iglesia como fundamento y que, en la transmisión de la misma, el Espíritu del Señor no dejó de obrar. La realidad estaba allí, lo estuvo desde el principio. Una realidad cristológica que se expresa por el apostolado. Esta es la única norma canonicitatis que se impone a todas las Iglesias. La cristiandad no adopta, pues, una regla sino que la recibe. El reconocimiento pudo ser gradual, y una parte del canon -su núcleo indiscutido- pudo ayudar a percibir el resto, pero las Iglesias no dieron autoridad a ningún escrito -como si antes no la tuviera intrínsecamente-, sino que el canon, al ser aprehendido, fue aceptado con toda su autoridad. Porque la certeza que la Iglesia tiene de una regla apostólica, como su fundamento, coincide con la certeza que tiene del perdón y la redención que ha hallado en Cristo, porque el que es su Salvador es también su Señor y de él recibe toda seguridad y convicción.

No ha sido nuestro intento trazar los avatares de la historia del reconocimiento del canon por parte de la Iglesia. Existen buenas obras dedicadas al tema. En castellano, la Introducción al N. T. de Wikenhauser, pese a ciertas reservas en cuestiones de detalle, contiene una aceptable relación de testimonios y datos sobre la historia del canon. En inglés recomendamos, sobre todo, la obra clásica ya de Westcott491.

Como breve introducción, ofrecemos a continuación un cuadro esquemático de los más importantes testimonios, desde principios del siglo II hasta el siglo Iv, sobre el

491 Sobre la historia del canon:

A. Wikenhauser, Introducción a1 Nuevo Testamento, 1960, l.a Parte: El canon del Nuevo Testamento, pp. 35-61.

F. F. Bruce, The Books and the Parchments, 1955, cap. VIII, p. 94.

H. S. Miller, General Biblical Introduction, 1956, pp. 87-90. New Bible Dictionary, art. Canon. B. F. Westcott, The Canon of the New Testament, 1881. Obra clásica en la materia. A. Souter, The Text and Canon of the New Testament, 1954, contiene elementos muy valiosos pero está influenciado por prejuicios de la critica liberal.

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reconocimiento del canon del Nuevo Testamento. Este bosquejo no puede ser exhaustivo, por supuesto. Cada testigo merecería un estudio atento y se requieren muchas puntualizaciones. Pero esto entra ya de lleno en el estudio de las vicisitudes y particularidades históricas.

Hemos de recordar, sin embargo, que el hecho de que un autor sólo nos haya dejado, en testimonio escrito, la cita, o citas, de unos pocos libros no significa que no conociera los restantes. Así, Ireneo, que no cita a Filemón -y en cambio menciona todas las otras cartas de Pablo-, es muy posible, casi seguro, que estaba familiarizado con esta carta del apóstol, pero por contingencias casuales no tuvo oportunidad de citarla. Wikenhauser es de esta opinión. El silencio de un escritor eclesiástico sobre tal o tales escritos canónicos no significa que no los conociera -y menos que no los reconociera como a canónicos-, pues no cabe esperar que los (pocos, en la mayoría de casos) escritos de los primeros autores cristianos contengan todo lo que éstos creían y pensaban. Aquí vale decir que el silencio puede también ser elocuente. Y ello por dos razones obvias: porque el valor de los testimonios escritos es útil por lo que nos testifica pero no por lo que no nos dice. Y, además, en una comunidad donde el canon apostólico per se es reconocido y aceptado por todos, el silencio implica la mayoría de veces el reconocimiento tácito a implícito de aquello que no se dice por ser de conocimiento universal. Así que subraya-mos el hecho de que los siguientes testimonios tienen un valor eminentemente positivo: por lo que ofrecen de información, no por lo que no dicen. Además de señalar el progresivo reconocimiento del canon de la Iglesia, revelan el creciente acuerdo y la armónica catolicidad de las comunidades cristianas hasta el siglo Iv, en su unánime confesión de la regla que es fundamento de su fe y existencia.

Este cuadro muestra el cumplimiento que tuvieron en la historia las palabras del apóstol: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”492.

Bosquejo Histórico del Reconocimiento del Canon

Autor EvangeliosHechos Epist.

Paul.Espist.

Cat.Apocalipse

sHebreos

Ignacio de Antiquía (107)

“El Evang.” 1ª Cor; Rom; Ef.; Gál.; Col.; 1ª

492 Efesios 2:20; Mateo 16:18.

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Tim.; 1a Tes.

Didaqué (110)Plicarpo (117)

“El Evang.” Todas menos Fil.; Tito; y 1ª Tes.

1ª Ped.; y 1ª Jn.

Papías (130) Mat.; Marc.; y Jn. 1ª Ped.; y 1ª Jn

fragmentos

Evang. Apocr. Egipcio (150)

4 Evangelios

Clemente de Roma (150)

“El. Evang.” Heb.

Justino Mártir (165)

4 Evangelios Hechos Rom. ; 1ª y 2ª Cor.; Gál.; Ef:; Col.; 2ª Tes.; Fil.; 1ª Tim.

1a Ped.

Apoc. Heb.

Taciano Diates. (170)

4 Evangelios

Ireneo (180) 4 Evangelios Hechos 12 cartas

1ª Ped.; 1ª y 2ª Jn.

Apoc. Heb.

Teófilo 4 Evangelios Hechos 13 cartas

Antioq. (186) Can.Muratori

4 Evangelios Hechos 13 cartas

Juda; 1ª y 2ª Jn

Apoc. Heb.

Clemente de 4 Evangelios Hechos 13 Todas Apoc. Heb.

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Alejandría cartas menos Sant.; 2ª Ped.; 3ª Jn.

Tertuliano (197-220)

4 Evangelios Hechos 13 cartas

1ª Ped.; 1ª Jn.; 1ª Judas

Apoc. Heb.

Orígenes (185-254)

4 Evangelios Hechos 13 cartas

1ª y 2ª de Ped.; las 3 de Jn.

Apoc. Heb.

Hipólito de Roma (235)

4 Evangelios Hechos 13 cartas

1ª y 2ª de Ped.; 1ª de Jn.

Apoc.

Cipriano de Cartago

4 Evangelios Hechos 13 cartas

1ª Ped.; 1ª Jn.

Apoc.

En Oriente (Iglesia Griega)

Autor EvangeliosHechos Epist.

Paul.Espist.

Cat.Apocalipse

sHebreos

Euseb. Cesar (265-340)

Id. Id. Id. 1ª Ped.; y 1a Jn.

Apoc.

Atanasio de Alej. (367)

Id. Id. Todas Todas Id.

Cirilo Jerus. (315-386)

Id. Id. Id. Id.

Hilario de Poitiers (366

Id. Id. Id. Sant.; 1ª Ped.; 1ª Jn.

Apoc. Heb.

Ambrosio de Milán (340-397)

Id. Id. Id. 1ª Ped.; 1ª Jn.

Apoc. Heb.

Ambrosiaster (370-385)

Id. Id. Id. Id. Id. Id.

Rufino de Aquil. (397-410)

Id. Id. Id. Todas Id. Id.

Agustín de Hip. (397)

Id. Id. Id. Id. Id. Id.

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Como ya hemos indicado, esta lista podría ser ampliada con los testimonios de otros autores y de sínodos y concilios de la antigüedad. Su valor es puramente esquemático y orientador.

Es de destacar que lo que podríamos llamar el núcleo del canon (“Evangelios y epístolas paulinas) se hace evidente desde un principio en todas partes.

***

VIII La Iglesia Posapostólica

¿Qué Iglesia ha traído al mundo el conocimiento redentor de Cristo? La que el autor de la carta a los Hebreos denomina “la congregación de los primogénitos”493: la Iglesia de los apóstoles. Ella es la depositaria y la transmisora de la auténtica tradición cristiana; constituye el fundamento sobre el cual construye Jesucristo el edificio de su Iglesia futura, la Iglesia de los siglos venideros, la Iglesia posapostólica .De ahí que toda tradición eclesiástica particular, toda tradición posterior, haya de ser examinada y juzgada por la tradición primera, la que es fundamento y garantía de apostolicidad. La Iglesia posapostólica se halla en una relación de dependencia y de sumisión humilde con respecto a la Iglesia apostólica. Porque el edificio tiene necesidad de un basamento sobre el que apoyarse. Y la Iglesia de todos los siglos no tiene otro fundamento que el de los apóstoles y profetas494, fundamento a partir del cual, y de acuerdo con el cual, va levantándose la casa espiritual para ofrecer sacrificios agradables a Dios por Jesucristo495. Por lo tanto, “cada uno vea cómo sobreedifica”496.

Hemos comprobado en los capítulos anteriores quo la constitución de un canon de libros apostólicos no fue algo condicionado a la voluntad y decisión de la Iglesia, sino quo, por el contrario, fueron las Iglesias las quo se hallaban condicionadas -en lo más profundo de su ser y existir- por el canon apostólico. El canon del Nuevo Testamento no fue promulgado por ningún concilio ni por ninguna asamblea eclesial; los libros canónicos se impusieron a las comunidades cristianas un siglo y medio, por lo menos, antes quo ningún sínodo testificara de la situación de hecho relativa a la autoridad del Nuevo Testamento en las Iglesias497.

493 Hebreos 12:23.494 Efesios 2:20.495 1ª Pedro 2:4, 5.496 1ª Corintios 3:10.497 Los primeros concilios quo se ocuparon del canon fueron el concilio de Laodicea (año 363), quo vaciló con respecto al Apocalipsis; el concilio romano del 382, quo confesó: “Quid universalis catholica ecclesia teneat et quid citare debeat”, y quo calificó a la 2ª y 3ª Juan de “alterius joannis”; los concilios de Hipona en el 393 y el de Cartago

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Comprobamos la existencia de escritos tenidos como Sagrada Escritura por los cristianos, a finales del primer siglo y a comienzos del segundo. Con Eusebio de Cesarea podemos reconocer, desde el principio. un núcleo central de libros apostólicos quo jamás fueron discutidos en la Iglesia primitiva: los cuatro Evangelios, los Hechos y las cartas de Pablo, la primera de Pedro y la primera de Juan. Recibimos los demás porque, con Calvino, admitimos la misma inspiración y la misma nota de autoridad canónica quo en aquellos. Si la Iglesia antigua supo discernirlos, nosotros no podemos poner en duda la fuerza de las razones quo la movieron hacia tal reconocimiento, porque esta misma fuerza evidente se impone a nosotros mismos, como a los cristianos de todos los tiempos, al pacer la meditación de estas páginas sagradas. Un acuerdo tan unánime, tan profundo y tan sin paralelo en la historia nos descubre la dirección del Espíritu guiando a su Iglesia en el reconocimiento de aquello quo el mismo Espíritu inspiró y creó. He ahí un juicio de valor de orden espiritual, místico si queréis, pero del cual el historiador debe tomar nota, porque es una constante de la historia de la Iglesia sin la cual esta historia resulta incomprensible.

El individuo, por eminente quo sea, no se halla por encima de la comunidad. Un Lutero, un Zwinglio, con sus vacilaciones en cuanto a la inspiración de tal o cual libro, se halla por debajo del reconocimiento quo un sínodo como el de París de 1559 (Confesión de Fe de la Rochelle), o el de Westminster de 1646, proclama con respecto a todos los libros canónicos. Los discípulos de Lutero y de Zwinglio siguieron en esto la tradición de toda la Iglesia antigua. Y es quo recordaron quo la conciencia individual, órgano receptor del Espíritu Santo, no contiene la misma riqueza quo la conciencia colectiva de la Iglesia, órgano también receptivo del mismo testimonio. Cierto quo ninguna asamblea eclesiástica, como ningún individuo, poseen una autoridad quo pueda parangonarse con la de la Escritura, porque el edificio depende del fundamento y la Iglesia posapostólica no se nutre de su propia tradición sino de la tradición apostólica y profética. Sin embargo, la autoridad moral de un sínodo, de una asamblea de siervos de Dios, capaces y consagrados, es algo quo la Iglesia también ha reconocido a lo largo de los siglos. De la misma manera quo ha reconocido los dones, en las personas de algunos destacados dirigentes, quo le pan sido dados por el Señor. Entre las dudas quo Lutero podía tenor con respecto a la carta de Santiago o al Apocalipsis, y la certeza quo confiesan todas las confesiones de fe de nuestras Iglesias, reconociendo estos libros como canónicos, hemos de optar por esta última.

Al llegar a este punto entramos de lleno en el tema del presente capítulo: ¿Qué valor normativo tiene la autoridad de la Iglesia posapostólica? ¿Qué papel juega la tradición eclesiástica en la comprensión, predicación y profundización de la tradición apostólica?

En nuestro estudio hemos diferenciado cualitativa y cuantitativamente la tradición apostólica de la tradición posapostólica, la Iglesia apostólica de la Iglesia posapostólica; y creemos que esta diferenciación es una exigencia del mismo Nuevo Testamento y del elemento esencial del cristianismo: su apostolicidad, entendida ésta como norma única y

de 397, quo reconoció nuestro canon actual.

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perenne que engendra, ilumina y guía al pueblo del Señor a través de los siglos. Pero de ahí sacaríamos conclusiones equivocadas si pensáramos que la Iglesia posapostólica -o lo que es lo mismo: la tradición posapostólica- no ha sido llamada a ejercer ninguna autoridad. Cierto que entre el Nuevo Testamento y la tradición eclesiástica hay una distancia de tiempo y de valor que obligan a ésta a sujetarse a aquél, porque en materia religiosa nuestra fe debe fundarse en Dios; nada inferior a él puede bastarnos. Nada inferior a su Palabra puede servirnos de regla y autoridad suma. Pero también hemos de recordar que el mismo Señor soberano que puso “en la Iglesia, primeramente, apóstoles, luego profetas”498, puso también, después, “doctores”, “evangelistas” , “pastores”, etc., “para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo”. De manera que la tarea de la Iglesia posapostólica es la edificación, a partir del basamento que le ha sido dado. Y, para esta labor, precisa de autoridad -relativa y puesta en sumisa de pendencia del testimonio apostólico, cierto pero autoridad al fin, aun dentro de su especie-; precisa, pues, de respeto por parte de los creyentes; que éstos sepan discernir también qué clase de lealtad le deben y cuánto es el agradecimiento y la veneración que deben tributarle.

Oscar Cullmann subraya la importancia del magisterio de la Iglesia frente “a una posición protestante estrecha que no concede ningún valor al Tiempo de la Iglesia, ningún valor sui generis dentro de la historia de la salvación y que no admite otra po-sibilidad de ser cristiano que aquella consistente en vivir en el tiempo pasado de la Encarnación de Jesucristo y de los apóstoles. Esto es desconocer que Cristo reina actualmente y que la Iglesia es el centro de su reino universal”499. Y, refiriéndose al signi-ficado de la fijación del canon, el mismo autor añade: “No tiene sentido (el canon) más que si la Iglesia ejerce a partir de este momento su magisterio sometiéndolo a esta norma suprema y volviendo de nuevo, siempre, a ella. Podemos atrevernos a lanzar esta afirmación paradójica: que el magisterio de la Iglesia se acerca, cuando menos, a una infalibilidad real en la medida en que, al someterse al canon, abandona toda pretensión de infalibilidad propia; que la tradición creada por la Iglesia adquiere un valor real para la inteligencia de la revelación divina en la medida en que no pretende convertirse en una pantalla indispensable colocada entre la Biblia y el lector”500.

Hace un siglo, el eminente teólogo Charles Hodge de Princeton escribía: “Los protestantes admitimos que ha habido una tradición ininterrumpida de verdad desde el Protoevangelium hasta el final del Apocalipsis; y, de igual manera, creemos que ha habido una corriente de enseñanza tradicional que fluye de la Iglesia cristiana desde el día de Pentecostés hasta hoy. Esta tradición es una regla de fe, en cierta manera. Los cristianos no vivimos aislados, cada cual con su propio credo. Formamos un cuerpo y tenemos unos mismos credos. Rechazar a la ligera estos credos es rechazar la comunión de los santos, y en algunos casos la comunión con el cuerpo de Cristo. En otras palabras, los Protestantes admitimos la existencia de un cuerpo de doctrinas de la Iglesia, básicas, y el rechazo de las cuales es incompatible con la profesión de cristiano. Reconocemos el valor de esta fe común por dos razones: Primero, porque lo que todos los lectores competentes de un libro determinado han entendido como su significado,

498 1ª Corintios 14:28; Efesios 4:11, 12.499 Oscar Cullmann, La Tradition, p. 31.

500 Ibid., pp. 46, 47.

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debe ser su significado. Y, en segundo lugar, porque el Espíritu Santo ha prometido guiar a su pueblo al conocimiento de la verdad y, por lo tanto, aquello en lo cual, bajo la dirección del Espíritu, se está de acuerdo debe ser cierto. Hay ciertas doctrinas in-mutables en el Cristianismo. Las doctrinas de la Trinidad; la divinidad y la encarnación del Hijo eterno de Dios; la personalidad y divinidad del Espíritu Santo; la pecaminosidad de la raza humana; las doctrinas de la expiación del pecado por la muerte de Cristo y la salvación por sus méritos; la regeneración y la santificación obradas por el Espíritu Santo; el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida eterna. Este conjunto de verdades ha formado siempre parte de la fe confesada por toda Iglesia y nadie puede ponerlo en duda y pretender seguir siendo cristiano”501. Hodge sigue diciéndonos sobre el desarrollo de la teología de la Iglesia: “que todos los Protestantes admitimos la existencia, en un sentido, de cierta evolución ininterrumpida en la comprensión de la teología, desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días. Todos los hechos, las verdades, las doctrinas y los principios de la teología cristiana se hallan en la Biblia. Están allí, igualmente concisos hoy que ayer, en el principio como al final de los tiempos. No ha habido adición a los mismos. Sin embargo, se da un proceso en su comprensión por parte de los creyentes. Todo cristiano es consciente de este progreso en su propia experiencia personal. Cuando era niño, pensaba como niño. A medida que crece también aumenta su entendimiento de la Biblia. La progresión no es sólo en la amplitud, o cantidad, sino en profundidad, claridad, orden, armonía y analogía. Lo mismo acontece en la historia de la Iglesia. Y es natural que así sea. Aunque tan simple y clara en su enseñanza, la Biblia encierra todavía muchos tesoros de sabiduría y conocimiento; está llena de profundas verdades que atañen a los más grandes y graves problemas con los que se ha enfrentado el hombre desde el principio. Estas verdades no están expuestas de manera sistemática, sino desparramadas, por así decir, en todas sus páginas, de la misma manera que los hechos, o los datos, de la ciencia se encuentran diseminados sobre la faz de la naturaleza o escondidos en sus profundidades. Todo cristiano sabe que en la Biblia hay mucho más de lo que él ha aprendido, de igual modo que todo científico sabe que hay más cosas por descubrir en la naturaleza que las que él ha percibido o comprendido. Es natural que este Libro, sometido a laborioso y piadoso estudio, siglo tras siglo, por hombres de fe, vaya siendo mejor comprendido. Un hecho histórico, además, es que la Iglesia ha avanzado en su conocimiento teológico. La diferencia entre las discordantes, y confusas, interpretaciones de los primeros padres con respecto a las doctrinas de la Trinidad y la persona de Cristo contrasta con la claridad, la precisión y la consistencia de las formulaciones presentadas, luego de muchos años de discusión y estudio, en los concilios de Calcedonia y Constantinopla. El ejemplo concerniente a las doctrinas sobre la Trinidad podría hacerse extensivo a muchas otras reflexiones dogmáticas. Por ejemplo, en relación con las doctrinas del pecado y la gracia, en tiempos de Agustín y en la época de la Reforma. Es, pues, cierto, como un axioma histórico, que la Iglesia ha progresado en su entendimiento de la verdad revelada. Ha comprendido las grandes doctrinas de la teología, la antropología y la soteriología mucho mejor y más profundamente en los siglos posteriores que en la época de los llamados padres de la Iglesia”502.

501 Charles Hodge, Systematic Theology, p. 114.

502 Ibid., pp. 117, 118.

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Más por ligereza que por convicción teológica profunda, un cierto tipo de protestantismo radical se coloca en los antípodas de una tradición eclesiástica que se iguala a la Palabra de Dios, para negar todo valor a aquella tradición; como si el reconocimiento de la función de la tradición posapostólica se hallase en pugna con la autoridad absoluta y normativa del canon de las Escrituras.

“El derecho de la Iglesia a ejercer una cierta medida de autoridad no es negado por nadie que crea que Jesús quiso instituir una Iglesia visible para propagar su Evangelio. El papel de la Iglesia, al determinar las verdades de la revelación, suscita un problema tan difícil como importante. Los cuerpos de Iglesia más importantes de la Cristiandad creen todos que el contenido de la revelación fue fijado con el último testimonio dejado por los apóstoles y que ningún material de revelación adicional puede ser añadido a la revelación apostólica -escribe Bernard Ramm con clara penetración del problema que nos ocupa503-. El sectario se coloca en un extremo y pide una libertad de interpretación que desprecia toda la historia de los esfuerzos de la Iglesia para comprender su revelación. La posición protestante prohíbe cualquier interpretación que dé igual autoridad a la Iglesia que a la revelación; pero, al mismo tiempo, la erudición protestante no puede caer en el sectarismo. Barth tocó el punto álgido de la cuestión cuando escribió: “Los que dicen que tienen sólo la Biblia, como si la Historia de la Iglesia comenzara con ellos, ¿se abstendrán de explicar la Biblia, de dictaminar sobre ella? En el vacío de su propia búsqueda -vacío implícito en su postura- ¿sabrán escuchar mejor la Escritura que lo harían en la esfera de la Iglesia? De hecho, nunca ha habido ningún biblicista que, pese a toda su grandilocuente apelación a la Biblia en contra de los padres y de la tradición, haya demostrado ser tan independiente del espíritu y de la filosofía de su tiempo -y especialmente de sus ideas religiosas favoritas- que en su enseñanza haya realmente permitido a la Biblia, y a la Biblia sola, hablar por medio, y a pesar, de su antitradicionalismo”504.

Si Cristo ha fundado una Iglesia y le ha dado su Palabra; si el Espíritu Santo es el maestro de los fieles; si la Iglesia es “la casa de Dios, columna y apoyo de la verdad”505, entonces cada nueva generación de teólogos cristianos debe prepararse para considerar seriamente la historia de la teología (la cual, en un sentido amplio, incluye los símbolos de los grandes concilios antiguos, los teólogos, las grandes obras, etc.) como una manifestación del ministerio del Espíritu Santo en la Iglesia. Puesto que es en la teología donde la Iglesia ha intentado expresar las verdades de la revelación y, por consiguiente, no es tanto en la historia de la Iglesia -con toda su problemática complejidad temporal y Bernard Ramm cree que esta postura se basa en las siguientes convicciones: 1) en que el cristianismo puede ser definido; 2) en que hay una cierta medida de continuidad y progreso en el pensamiento cristiano; 3) en que el Espíritu Santo ha estado obrando en la historia de la comprensión del contenido de la revelación; 4) en que los grandes intérpretes cristianos de la Escritura que nos han precedido han comprendido ya mucho

503 Bernard Ramm, The Pattern of Religious Authority, p. 56.

504 Karl Barth, Church Dogmatics, 1-2, p. 609, citado por

B. Ramm, op. cit., p. 57.505 1a Timoteo 3:15.

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de lo revelado; y, finalmente, 5) en que si la verdad de la revelación sobre un punto dado ha sido percibida correctamente, el paso del tiempo no afecta su validez. Tales convicciones impiden al pensador evangélico caer en extremismos de sectarismo y aislarse de la corriente universal del pensamiento cristiano. Además, el buscar en el pasado las raíces de nuestra teología es más auténtica y genuinamente protestante que el desconectarnos sectariamente de los testigos de la fe del pasado.

A diferencia de los socinianos, los deístas y los “iluminados” de todos los tiempos, los reformadores no pretendieron innovar sino reformar. Ninguna de las grandes Iglesias reformadas rechazó los Credos antiguos; por el contrario, la aceptación de los mismos fue enfatizada en repetidas ocasiones. En los escritos de los reformadores es fácil encontrar citas de los padres y de los concilios de la antigüedad. El use de Agustín es sintomático. Es un hecho conocido la familiaridad de Calvino con la Patristica, hecho que no pasa desapercibido al lector de su Institución. Ramm afirma que fue este respeto que los reformadores sintieron por la historia de la teología lo que les salvó de convertirse en sectarios, pues reconocieron la continuidad histórica de la obra del Espíritu Santo en la Iglesia visible. “La Reforma-escribió Forsyth506- convirtió la religión en algo personal, pero no la hizo individualista”, y Sterrett asevera que “la Reforma no defendió ni autorizó el derecho al simple juicio privado, en ninguna de sus Iglesias”507. El sectarismo es individualista; el sectarismo arranca las raíces de la teología y de la Iglesia. Es la negación de la presencia del Espíritu Santo en la comunidad de los creyentes. Representa la intrusión de la anarquía y el vandalismo en el terreno de la doctrina, porque no respeta nada salvo el propio subjetivismo del individuo. Lecerf estuvo en lo cierto al afirmar que “el sectarismo, por más bíblico que pretende ser, conduce inevita-blemente a divisiones sin fin”; como también Kuyper al escribir que “cuando los cristianos se salen de la corriente principal de la teología confesional, no pueden ya hacer nada grande ni creativo”508.

Los reformadores, por el contrario, se sentían ligados a la Iglesia del pasado. En todos ellos hallamos afirmaciones como ésta de Bucero: “Reverencio como el que más estos santos ministros de Dios (los padres de la Iglesia antigua), y estimo en mucho el acuerdo y el consentimiento de las Iglesias católicas que han existido antes que nosotros”509. Teo-doro de Beza amonesta a “no despreciar a la ligera las determinaciones de los concilios antiguos”510. En su carta a Francisco I de Francia, Calvino dice colocarse al lado de la patrística511, y esto no es una afirmación gratuita, un lugar común, puesto que se traduce en hechos concretos en sus escritos. En su correspondencia, en sus comentarios y en su Institución, en todos sus libros, aparece el lugar considerable que ocupan los padres de la Iglesia. Algunos historiador es católico-romanos han reconocido y han hecho justicia a Calvino al decir que en él las citas patrísticas aparecen de manera natural, no siempre

506 Citado por Bernard Ramm, op. cit., p. 58.507 Citado por ibid.508 Citados por ibid.509 Martin Bucero, Du Royaume du Christ, II, 24.510 Teodoro de Beza, Canfesion de Foi, p. 106.511 Citado por “La Revue Réformée”, núm. 34, febrero 1958, p. 26.

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con fines polémicos, sino en su lugar, sin nada de rebuscado y sin ostentación512. El conocimiento que tenía Calvino de la historia y del pensamiento de la Iglesia antigua no era algo para el simple juego de la controversia. No era hombre que hubiese perdido el tiempo en hojear el pasado si no hubiera considerado indispensable el conocimiento de la Iglesia antigua para la vida de la Iglesia contemporánea. En el pensamiento de los reformadores existe, pues, una cierta noción muy clara de la tradición eclesiástica, si bien sujeta a la tradición apostólica registrada en el Nuevo Testamento513.

La Iglesia contemporánea es heredera del esfuerzo exegético del pasado. Y si bien es verdad que la conciencia evangélica no nos permite valorar esta herencia al mismo precio que el legado apostólico contenido en las Escrituras, no podemos tampoco echar por la borda toda esta tradición, que no quiere ser otra cosa que explicitación de la Palabra de Dios. Estamos de acuerdo con Max Thurian cuando afirma que “la Tradición es constante vida de las Sagradas Escrituras en la Iglesia bajo el impulso del Espíritu. La tradición es vida de la Iglesia a la escucha de Dios”514. Esto es, por lo menos, una buena definición de la verdadera tradición, de la función de la tradición posapostólica en la Iglesia. El problema surge del hecho de que no siempre la Iglesia ha prestado la misma atención a lo que el Señor quería decirle por la Palabra y, en ocasiones, es fácil ver que la tradición, lejos de ser un progreso en la comprensión de la verdad revelada, es un regreso a ideas y prácticas precristianas o un alejamiento de aquella verdad. De ahí nuestro continuo it a la Escritura para que juzgue todas nuestras tradiciones. Mas el hecho de que la tradición suscite problemas no enfatiza menos la importante función que tiene que desarrollar en la Iglesia hasta que el Señor vuelva. El que ciertas tradiciones hayan sido regresiones no disminuye el valor de las que verdaderamente fueron explicitación del depósito bíblico.

512 Pontien Polman, L'élément historique dans la controverse du XVle. siécle, Gembloux, 1932, p. 67.513 Institución de la Religidn cristiana, IV, 1, 1.514 “La Tradición es constante vida de las Sagradas Escrituras en la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu. La Tradición es vida de la Iglesia a la escucha del Espíritu Santo que reactualiza la Palabra de Dios. Imposible que la Tradición sea canon, como la Escritura, pues es esencialmente la vida de las Sagradas Escrituras en la Iglesia y... solamente hay una fuente escrita a inspirada, la Escritura, y esta única fuente se extiende como vida de la Iglesia de todos los tiempos, vida que es la Tradición. Para la comprensión eclesial de las Sagradas Escrituras es necesario saber cómo el Espíritu Santo las anima a través de todos los siglos. Es obvio que puede darse una comprensión científica de las Escrituras, conforme a las reglas de la exégesis y de la historia. Pero la tal comprensión es sólo parcial y tiende a estancar la Pala -bra de Dios en un tiempo dado y a canonizar no sólo la Palabra sino incluso el momento histórico en que fue pronun-ciada, de modo que, lógicamente, la vida de la Iglesia debería ser una repetición constante de la vida de los orígenes. Este método exegético, útil para una primera inteligencia de los textos, situados en sus respectivas épocas, debe ser completado con una investigación realizada a través de la historia, que nos manifiesta cómo la Iglesia vivió la Palabra de Dios contenida en la Biblia. Tal investigación puede revelarnos las dimensiones de la Palabra de Dios, que no se destinó a una época solamente, que en tal caso sería necesario reproducir, sino a todos los tiempos hasta el fin del mundo. Esta noción permite juntamente hacer que la exégesis asuma su eminente unción, mediante la comprensión de la Palabra de Dios cuando irrumpió en el mundo en la historia de la salvación, de penetrar en el significado pleno de la Palabra de Dios constantemente viva en cada era de la Iglesia y, en fin, dejar abiertos nuevos horizontes a nuestra comprensión de la Palabra de Dios, que, en los tiempos venideros, puede explicitarse aún más mediante la acción del Espíritu Santo...; únicamente esta lectura eclesial nos introducirá en la plenitud de la Palabra de Dios. Es evidente que un teólogo, un exégeta, un historiador, pueden tener luces particulares para interpretar un texto. Pero las tales luces no tienen eficacia si no se sitúan en la perspectiva de la comprensión de toda la Iglesia guiada por el Espíritu. “Max Thurian, La unidad visible de los cristianos gl la tradición, pp. 18 y 19.

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Por esto afirmamos que la Iglesia de cada época es la heredera de la erudición exegética y teológica del pasado, inmediato y anterior. Algunas de las mentes más privilegiadas de nuestra civilización consagraron sus energías a la reflexión bíblica y a los estudios teológicos. El fruto de su esfuerzo -y de su fe, no lo olvidemos tampoco- es digno de estima y consideración. Además, la erudición de una generación descansa sobre los logros de las generaciones que le precedieron. Existe una dependencia entre nuestra interpretación de la Palabra revelada y la interpretación que la exégesis del pasado dio a esta misma Palabra. No podemos desestimar tampoco el enorme incentivo que las épocas de crisis produjeron en la reflexión teológica de quienes se encontraron implicados en sus discusiones: la tensión de las controversias doctrinales ayudó a algunos de los más grandes siervos de Dios a pensar más profundamente, y más claramente, de lo que hubieran hecho en circunstancias más sosegadas. De estos períodos de crisis han nacido las más grandes formulaciones de la fe cristiana: el credo niceno, las obras de Agustín, la Confesión de Augsburgo, etc. En la historia de cualquier debate teológico han participado hombres eminentes tanto por su piedad como por su sabiduría -sin que ello signifique, desde luego, que todos los protagonistas poseyeran tales virtudes-: los hubo de mente inquisitiva y aguda; los hubo con capacidades de exposición y formulación; otros fueron sobresalientes por su extraordinario vigor espiritual; otros por su erudición. Todos estos arduos trabajadores en el campo de la investigación bíblica son dignos de respeto y agradecimiento. Bernard Ramm escribe: “Sea cual sea la opinión que nos merezca la teología de Barth, debemos admitir que ha vindicado la dignidad de la teología histórica. Ha permitido una vez más a los padres de la Iglesia y a los reformadores -e incluso a algunas luces menores- que hablaran con autoridad sobre ciertas cuestiones. Ha ayudado mucho a detener el progreso del pragmatismo religioso inherente en el modernismo contemporáneo, que sólo sintió un interés de anticuario en la historia de la teología. Las propias obras de Barth son, indudablemente, una rica fuente de materiales para el estudio de la historia de la teo-logía”515.

La prioridad de la Escritura debe ser siempre celosamente guardada, por más afecto que sintamos hacia los padres de la teología. Porque de igual modo que no podemos canonizar nuestra comprensión actual, tampoco podemos erigir en regla normativa la comprensión del pasado. Pero, insistimos, esto no es despojar a la tradición de su valor auténtico, por el contrario: creemos que es señalar precisamente su verdadera autenticidad funcional. La autoridad de los credos, de los sínodos, de las confesiones de fe, de los teólogos y de las grandes obras es siempre una autoridad secundaria -vis a vis de la Escritura-, exploratoria, dependiente, humilde y siempre susceptible de revisión. No se trata nunca de una autoridad final, incuestionable o decisiva. Es una autoridad sujeta a la supremacía y la soberanía de la revelación.

515 B. Ramm, op. cit., p. 60. En una nota al pie de la página comenta: “Modestamente, Barth dice que el período moderno se halla todavía demasiado cercano a nosotros para juzgar si contiene algún material decisivo. Llega a la conclusión de que el modernismo (el neo-Protestantismo) ha roto de tal manera con la continuidad de la genuina teología cristiana que su teología no puede ya ser considerada, seriamente, como una más de las autoridades de la historia de la teologia” (Church Dogmatics, p. 660).

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Los materiales de la historia de la teología son extensos y variados. Para el estudiante evangélico hay dos períodos de excepcional importancia: el período patrístico y el período de la Reforma. Estas épocas constituyen para nosotros los dos grupos de acontecimientos y testimonios más importantes, de la historia de la creación teológica516. Sin olvidar, claro está, los logros de la moderna exégesis a investigación bíblicas.

Es verdad que mucho en la historia de la teología se ha tornado anacrónico y gran parte de los materiales han dejado de tener algún valor. Hay escritos envenenados por el odio de la polémica, otros por el partidismo o por peculiaridades individuales o de escuela. Sin embargo, aun en medio de todos estos escollos, es posible discernir la obra del Espíritu Santo enseñando a su Iglesia y guiándola a una mejor y más profunda comprensión de la verdad revelada. Ha habido una continuidad de pensamiento evangélico, pese a lo tenue y borroso que en ciertos momentos haya sido. Grandes exégetas, grandes teólogos, grandes maestros y expositores de la Palabra han enriquecido a las comunidades cristianas con sus dones. Sus obras siguen siendo un tesoro de inspiración y de enseñanza, de estímulo y de piedad. Somos deudores a todos estos grandes teólogos e intérpretes de la Escritura, por sus obras sistemáticas, por sus monografías, por sus ensayos y por todo cuanto contribuye a una más profunda explicitación de la revelación apostólica para que su verdad sea proclamada más eficiente, más clara y más vigorosamente. Y si bien es verdad que los trabajos de todos estos hombres deben ser examinados a la luz de la Biblia, sin embargo, consideramos como una buena medida de prudencia y una prevención de todo posible sectarismo el aconsejar la consulta de sus libros cuando nos encontramos ocupados en la interpretación de algún pasaje difícil de la Escritura y aun en la lectura normal de la misma.

Mas al hablar de la autoridad de la tradición y de la Iglesia posapostólicas no nos referimos únicamente al pasado. Porque la Iglesia posapostólica es la nuestra también, la del siglo xx. Y nuestras propias tradiciones (bautistas, luteranas, presbiterianas, anglicanas, de Hermanos, etc.) son tradición posapostólica también, y como a tal deben reexaminarse y juzgarse a la luz de la única norma inmutable: la Palabra apostólica. Al mismo tiempo, su valor y su autoridad relativas también deben vindicarse. Y su función en el alumbramiento de nuestra fe y en el alimento de nuestra vida cristiana no puede ser minimizada. ¿En dónde hemos encontrado a Cristo? ¿Cómo le hemos conocido? Por el testimonio local de nuestra propia comunidad, por la predicación que en esta Iglesia particular nos ha proclamado al Salvador y nos ha dado a leer su Palabra santa. Mediatamente es la Iglesia, pues, la que nos ha puesto en contacto con Cristo, el Cristo vivo, resucitado y ascendido, el Cristo que es Señor de su pueblo y del destino del mundo. Nuestra Iglesia nos ha transmitido, por medio de su tradición peculiar, la gran Tradición acerca de Cristo, la tradición apostólica, portavoz del Cristo que ha hablado y ha obrado en un momento determinado del tiempo y que ahora sigue reinando en medio de su rebaño. Por consiguiente, el más radical de los protestantes reconoce que es por la Iglesia, por medio de su Iglesia local, que ha oído hablar del Evangelio, y que esta

516 ) Cj. Reinhol Seeberg, Manual de Historic de las Doctrinas, en dos volúmenes, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, Texas, 1963.

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Iglesia local de hoy no sabría nada de Jesús sin la predicación, el kerygma de la primitiva comunidad apostólica, cierto; pero que tampoco sabría nada sin la transmisión intermedia que de este kerygma primitivo le ha hecho su propia Iglesia local. Para vivir la experiencia de la vida en Cristo517 tenemos necesidad del ministerio y el testimonio de la Iglesia, la Iglesia posapostólica, la Iglesia que edifica sobre el fundamento, que levanta las piedras vivas de la casa de Dios y que en el lenguaje de Agustín, de Tertuliano y de Calvino es “la madre de los creyentes”518.

Es significativa la comprobación de que el capítulo de la Institución de Calvino dedicado a la Iglesia y su autoridad se titula: “De la verdadera Iglesia; con la cual debemos guardar la comunión, porque ella es la madre de todos los fieles”519. Es altamente remunerador estudiar la doctrina de la Iglesia a la luz del quinto mandamiento; Karl Barth nos lo ha recordado en su Dogmática520. En la Iglesia tenemos hermanos, y tenemos también padres y madres que nos han engendrado a la vida espiritual y que a pesar del paso de los siglos nos han dejado tesoros de obediencia y de fe con los que podemos nosotros mismos ser enriquecidos. “No es lícito separar las dos cosas que Dios ha unido -escribió Calvino citando casi textualmente a Agustín-: es decir, que la Iglesia sea madre de todos aquellos de quienes Dios es Padre”521. Pero establecer un paralelo entre la autoridad de la Iglesia y la de una madre es fijar, al mismo tiempo, unos limites a esta autoridad. Porque el quinto mandamiento se halla limitado por el primero, según enseña Pablo522. El “honra a lo padre y a lo madre” no debe empequeñecer nunca el “Yo soy el Eterno, lo Dios...; no tendrás dioses ajenos delante de mí.” Por mejores hijos que seamos no podemos nunca hacer idolatría del amor por nuestros padres, en detrimento del amor incondicional que sólo a Dios debemos. En otras palabras, la autoridad de la Iglesia posapostólica es una autoridad de tradición derivada, no es absoluta; es relativa al Señor y su Palabra; y sólo es verdadera en la medida que se somete a la autoridad del Padre.

Porque el edificio sólo puede levantarse si se apoya sobre el fundamento. No es su propia voz la que escucha la esposa (la Iglesia) sino la voz del Esposo (Cristo). No son

517 Cj. Gálatas 2:20, 21.518 Tertuliano, De pudicitia, 5:14.

Es interesante observar que en el mismo escrito en el que llama madre a la Iglesia, hace la siguiente aclaración sobre su concepción de esta Iglesia: “La Iglesia propia y principalmente es el mismo Espíritu, en quien reside la Trinidad de la única Divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. (El Espíritu) forma esta Iglesia, que el Señor ha hecho para "tres . Por eso, desde entonces, todas (las personas) reunidas en esta fe constituyen "la Iglesia una", a los ojos del Autor y Consagrador. Es verdad, ciertamente, que 'la Iglesia" perdona los pecados, pero es la Iglesia del Espíritu, por medio de un hombre espiritual, y no la Iglesia (que es) asamblea de obispos” (De pudicitict, 21, 17).Cf. J. Quasten, Patrologia, I (BAC, 1961), p. 609. Cf. J. Calvino, Institución, N, I, 1.519 J. Calvino, Institución, IV, I, 1520 K. Barth, op. tit., II, 3.521 J. Calvino, op. tit., IV, I, 1.522 Exodo 20:2 y 12. Cj. carta de Pablo a los Efesios 6:1: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres.”

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sus propios balidos lo que quieren oír las ovejas sino la voz del Pastor. Porque no es al narcisismo que somos llamados sino a la adoración y a la obediencia. El cuerpo místico depende de su Cabeza. “Amemos al Señor nuestro Dos -nos exhorta Agustín-; amemos su Iglesia. El como un Padre. Ella como una madre. El como un Maestro, ella como su sierva, porque somos los hijos de su sierva”523. Quizá nadie ha expresado toda la sustancia de la eclesiología de manera tan breve como clara. Comentando este texto de Agustín, Michel Réveillaud ha escrito: “Como la bienaventurada Virgen María, la Iglesia tiene dos aspectos: el de madre y el de sierva de Dios. Tendrá la autoridad del embajador cerca de aquellos a los cuales es enviada, pero sólo se es embajador en la medida que se transmite fielmente la palabra del maestro. La reflexión de Agustín nos protegerá de dos tentaciones igualmente peligrosas y demoníacas: la primera es la de prescindir de toda autoridad humana. Ejemplo de ello lo tenemos en todos los "iluminados", fundadores de sectas. La segunda es la que halló expresión por boca de la serpiente antigua: "Seréis como dioses." A la primera tentación respondemos: la Iglesia es nuestra madre. A la serpiente le diremos: Nuestra santa madre la Iglesia no es Dios, porque bien sabéis nuestra divisa: SOLI DEO GLORIAN524.

***

APÉNDICE DUn sermón predicado el 18 de Mayo de 1856, Por C.H. Spurgeon, En la Capilla de la Calle New Park, Southwark, Inglaterra

 

  

SOLAMENTE DIOS ES LA SALVACIÓN

523 Agustín, sobre el Salmo 88, II, 14.524 Michel Réveillaud, L'Autorité de la Tradition chex Calvin, en la “Revue Réformée”, núm. 34, febrero 1958, páginas 44, 45.

Cf. también mi Introducción a la Teología Evangélica, vol. I: Revelación, palabra y autoridad, especialmente la 3ª Parte, que trata de la relación Palabra - Espíritu - Iglesia.

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DE SU PUEBLO

"El solamente es mi roca y mi salvación" (Salmo 62:2).

 

"MI ROCA." Cuán majestuoso es este nombre; cuán sublime, sugestivo y subyugador. Es una figura tan divina, que solamente a Dios debiera aplicársele.

Mirad las lejanas montañas y maravillaos de su antigüedad; porque desde sus cimas miles de siglos nos contemplan. Ellas peinaban ya cabellos grises antes de que esta enorme ciudad fuese fundada; se dice que, cuando la humanidad aún no respiraba, ellas estaban ya llenas de días; son las hijas de las edades pasadas. Con respeto miramos estas vetustas rocas, porque ellas se cuentan entre los primogénitos de la naturaleza. Descúbrense, incrustados en sus entrañas, vestigios de mundos desconocidos, de los que los sabios sacan sus conjeturas, pero que, sin embargo, son insuficientes para conocer todo el misterio que en ellos se encierra, a menos que el mismo Dios quiera descubrírselo. La roca es reverenciada, porque sabemos cuantas historias podría contarnos si pudiese hablar, o decirnos de cómo el agua y el fuego la torturaron hasta darle su forma actual. Así es nuestro Dios: antiguo más que todas las cosas. Sus cabellos son como la lana, tan blancos como la nieve; porque Él es el "Anciano de grande edad", y las Escrituras nos dicen que "no tiene principio de días" "Él era Dios mucho tiempo antes de que la creación fuese formada, "desde el siglo y hasta el siglo".

"¡Mi roca!" Cómo podría ella contaros de las tormentas que ha soportado, de las tempestades que a sus pies han alborotado el océano, y de los rayos que han rasgado los cielos sobre su cabeza; y bajo estas condiciones, siempre ha permanecido inmutable: impasible ante las tempestades e indemne ante el azote del temporal. Así es también nuestro Dios. ¡Cuán firme e inmutable se ha mantenido ante el ultraje de las naciones, y cuando los "reyes y príncipes de la tierra han consultado unidos"! Sólo con estarse quieto ha diezmado las filas del enemigo, sin tan siquiera mover su mano. Con su imponente quietud ha desafiado las olas y dispersado los ejércitos adversarios, haciéndoles batirse en confusa retirada. Contemplad la roca una vez más: ¡Cuán fija e inmóvil está! No vaga de un sitio para otro, sino que permanece firme para siempre jamás. Muchas cosas han cambiado: las islas han sido sumergidas bajo los mares, y los continentes han sido sacudidos; pero la roca continúa sólida y segura, como si fuese los mismísimos cimientos del mundo, que no se moverán hasta que la creación sea destruida, o las ligaduras de la naturaleza se aflojen. Así también es Dios: ¡Qué fiel en sus promesas!, ¡qué inmutable en sus decretos!, ¡qué constante!, ¡qué inalterable!

La roca ha sido, y será siempre, insensible a la erosión. Nada, pues, en ella ha cambiado. Aquella vieja cima de granito, unas veces ha reverberado al sol, y otras ha lucido el blanco de la nieve; unas veces ha adorado a Dios con su desnuda cabeza descubierta, y otras, las nubes le han hecho y un blanco velo con sus alas, para que, como un querubín, preste adoración a su Hacedor. Pero, tanto unas veces como las

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otras, si la roca ha permanecido inalterable; ni el hielo del invierno ni el calor del verano han podido hacerle mella. Así también es Dios. He aquí, El es mi roca; Él es el mismo, y su reino no tendrá fin. "Los hijos de Jacob no serán consumidos"; porque Él es inalterable en su ser, seguro en su propia suficiencia e inmutable en su misma esencia. De la roca podemos sacar miles de enseñanzas de lo que Dios es. Ved aquella fortaleza, allá encima de la montaña; tan alta, que las nubes apenas pueden llegar a ella; desde allí los sitiados pueden reírse de los asaltantes; porque profundos precipicios la defienden. Esa fortaleza es nuestro Dios, segura protección. Y no seremos conmovidos, si Él ha "puesto nuestros pies sobre la peña, y enderezado nuestros pasos". Muchas veces una colosal montaña nos es motivo de admiración, porque desde su cumbre podemos contemplar el mundo extendido a nuestras plantas como si fuera un mapa pequeño. Vemos el río o el arroyo que corre libremente cual cinta de plata incrustada en esmeralda. Descubrimos las naciones bajo nosotros como "gotas de agua en un balde", y las islas como algo pequeñísimo allá en la distancia; y el mismo mar no parece sino un estanque sostenido por la mano de un poderoso gigante. El omnipotente Dios es lo mismo que esta montaña, y desde ella contemplamos el mundo como algo insignificante. Hemos subido a la parte más alta del Pisga, desde cuya cima, y a través de esta tierra tempestuosa y agitada, hemos podido mirar las sublimes regiones del espíritu, ese mundo desconocido para el ojo y el oído, pero que Dios nos ha revelado a nosotros por el Espíritu Santo. Esta poderosa roca es nuestro refugio y nuestra atalaya desde la cual vemos lo invisible, y tenemos la prueba de las cosas que aún no hemos gozado. No creo que sea necesario deciros que, si fuéramos a considerar todas las enseñanzas que de este símil se deducen, podríamos estar predicando durante varios días; pero lo que hemos dicho hasta aquí, es para que lo meditéis esta semana. "Él es mi roca. ¡Cuán glorioso pensamiento! Sé, y en ello me regocijo, que cuando tenga que vadear la corriente del Jordán, ¡El será mi roca! No pisaré sobre piedras resbaladizas, sino que asentaré mi pie en Aquel que no puede traicionar mis pasos. Y así, cuando muera, con gozo cantaré: "Él, mi fortaleza, es recto, y en El no hay injusticia".

Dejaremos este aspecto de la cuestión, para pasar a considerar el tema del sermón, que es éste: Solamente Dios es la salvación de su pueblo.

"ÉL SOLAMENTE es mi roca y mi salvación."

Encontramos, en primer lugar, la gran doctrina de que solamente Dios es nuestra salvación; en segundo lugar, la gran experiencia de saber y aprender que Él solamente es mi roca mi salvación'; y en tercer lugar, la gran obligación que tenemos de dar toda la gloria el honor, de descansar toda nuestra fe en quien "solamente es nuestra roca y nuestra salvación".

I. Lo primero que vamos a considerar es LA GRAN DOCTRINA: que Dios "solamente es nuestra roca y nuestra salvación". Si alguien nos preguntara qué lema escogeríamos por divisa como predicadores del Evangelio, creo que le responderíamos: "Dios solamente es nuestra salvación". El llorado Mr. Denham puso al pie de su retrato este admirable texto: "La salvación es del Señor"; ahora bien, esto es exactamente un extracto del calvinismo, su esencia y substancia; por lo tanto, si alguien os lo pregunta, podéis contestarle que un calvinista es "aquel que dice que la salvación es del Señor". En toda la Biblia no encuentro otra doctrina que no sea ésta, y en ella está compendiada

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toda la Escritura. "Él solamente es mi roca y mi salvación." Decid cuanto queráis, que si se sale de estos límites, seguro que es una herejía. De la misma manera, dadme una herejía y veréis cómo su verdadera raíz está aquí. Veréis cómo es algo que se ha apartado de esta grande, fundamental e inconmovible verdad: "Dios es mi roca y mi salvación". ¿Cuál es la herejía de Roma, sino el añadir a los méritos de Cristo -el aportar las obras de la carne- para cooperar en nuestra justificación? Y, ¿cuál es la del arminianismo, sino el agregar secretamente algo a la obra perfecta del Redentor? Pero todas ellas se descubren por sí solas cuando las acercamos a la piedra de toque; se alejan de esta verdad: "Él solamente es mi roca y mi salvación".

Trataremos de dejar esta doctrina suficientemente clara. Para mí la palabra "salvación significa algo más que regeneración y conversión. No creo que sea algo que, después de regenerarme, me deja en tal posición que aún puedo caer del pacto y perderme; no puedo llamar puente a aquello que sólo cruce hasta la mitad del río; como tampoco puedo llamar salvación a aquello que no me lleve hasta el mismo cielo completamente limpio, y me deje entre los glorificados que cantan sin cesar hosannas alrededor del trono. Así pues, si pudiera dividirla en partes, lo entendería de la siguiente manera: liberación, continua preservación durante esta vida, sustentación, y al final la unión de estas tres en la perfección de los santos en la persona de Jesucristo.

1. Por salvación yo entiendo la liberación de la casa de esclavitud donde por naturaleza he nacido, y el ser manumitido con la libertad con que Cristo nos hace libres, además de "poner mis pies sobre la peña y enderezar mis pasos". Y esto, yo creo que es completamente de Dios; y no creo equivocarme al pensar así, porque la Escritura nos dice que el hombre está muerto, y, ¿cómo podrá ayudar un cadáver en su propia resurrección? El hombre está completamente depravado, y aborrece toda transformación divina; ¿cómo podrá, pues, por sí mismo, efectuar ese cambio que odia? Es tal el desconocimiento que tiene de lo que es el nuevo nacimiento que, como Nicodemo, hace absurda pregunta: "¿Puede entrar otra vez en el vientre su madre, y nacer?" No concibo el que nadie pueda hacer lo que no entiende. Y si el hombre no comprende lo que es nacer de nuevo, es lógico que no pueda llevarlo a cabo por sí mismo; es totalmente incapaz de cooperar en la primera obra su salvación. No puede romper sus cadenas porque no son hierro, sino de su propia carne y sangre; antes podría destrozar su corazón, que los grilletes que le atan. Y, ¿cómo quebrará su propio corazón? ¿Con qué martillo quebrantaré alma, o con que fuego la fundiré? No, la liberación es sólo Dios. Esta doctrina es afirmada continuamente en las Escrituras; y el que no la crea, no recibe la verdad de Dios. Solamente Él da libertad. "La salvación es del Señor."

2. Y si hemos sido liberados y vivificados en Cristo, entonces, nuestra preservación es del Señor solamente. Si soy piadoso, es de Dios; si virtuoso, Él me da la virtud; si llevo fruto, Dios me lo da; y si vivo una vida recta, El es quien sostiene. Yo no hago nada en absoluto para mi propia preservación, a no ser lo que antes el mismo Dios hace en mí. Toda mi bondad es suya, y todo mi pecado es mío. ¿He rechazado a un enemigo? Su fuerza dio vigor a mi brazo. ¿He derribado un adversario? Su potencia afiló mi espada y me dio el valor para asestar el golpe. ¿Predico su Palabra? No yo, sino su gracia que esta en mí. ¿Vivo para Dios una vida santa? Es Cristo que vive en mí. ¿Soy santificado? No santifico yo, sino el Espíritu Santo de Dios?. ¿Pierdo el gusto por las cosas del mundo? Es Su corrección la que me aparta. ¿Crezco en conocimiento? El gran Instructor

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me enseña. ¿Encuentro en Dios todo lo que necesito; porque en mí no hay nada?. "Él Solamente es mi roca y mi salvación."

3. Así mismo, la sustentación es absolutamente indispensable. Necesitamos el sustento de la providencia para nuestros cuerpos, tanto como para nuestras almas. "Desciende de cielos la lluvia y la nieve, y harta la tierra, y la hace germinar y producir, y da simiente al que siembra, y pan al que come"; pero, ¿de qué manos nace la lluvia, y de que dedos destila el rocío? Es cierto que el sol brilla y hace que las plantas crezcan, que les salgan sus brotes, que los árboles se vistan de flores, y que, por su calor, las frutas maduren; pero, ¿quién le da su luz y esparce su mágico calor? Es verdad que trabajo y me afano, el sudor cubre mi frente, mis manos se cansan, y al final, puedo reposar en mi cama; pero mi vigor y mi fuerza no son míos, ni el guardarme ha dependido de mí. ¿Quién hace estos músculos fornidos, estos pulmones de hierro, y estos nervios de acero? "Dios solamente es mi roca y mi salvación. "Él solo es la salvación de mi cuerpo y mi alma. ¿Me alimento de la Palabra? No me nutrirá, a menos que Dios haga que me sea de provecho. ¿Vivo del maná que desciende del cielo? ¿Qué es ese mana, sino el mismo Cristo encarnado, cuyo cuerpo y sangre como y bebo? ¿Recibo continuamente nuevo aumento de poder? ¿De dónde saco mi fuerza? Mi salvación es sólo El: sin Él nada puedo hacer. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco yo, si no permanezco en El.

4. Ahora trataremos de juntar los tres pensamientos anteriores en uno. La perfección que pronto tendremos, cuando estemos allá lejos, cerca del trono de Dios, será toda del Señor. Aquella brillante corona que ceñirá nuestras frentes como constelación de lucientes estrellas, habrá sido labrada solamente por nuestro Dios. Vamos a un país donde, a pesar de que el arado nunca removió el suelo, sus dehesas son más verdes que todas las de la tierra, y sus cosechas las más ricas que nuestros ojos vieran. Moraremos en un edificio de más suntuosa arquitectura que el que jamás el hombre pueda construir; no es una casa terrestre, "no es hecha de manos eterna en los cielos". Todo cuanto conoceremos en el Edén celestial nos será mostrado por nuestro Señor. Y al final, cuando aparezcamos ante Él diremos:

"La gracia premiará todas las obras

Con coronas de bienaventuranza;

Ella es la luz, la piedra más preciosa,

Digna de toda gloria y alabanza".

II. En segundo lugar, examinaremos LA GRAN EXPERIENCIA. La más grande de todas mis experiencias es saber que "Él solamente es mi roca y mi salvación". Hasta ahora hemos insistido sobre una doctrina; pero de nada nos sirve la doctrina si no es probada por nuestra experiencia. La mayoría de las doctrinas de Dios se aprenden solamente con la práctica: exponiéndolas a que soporten el roce continuo de la vida. Si yo preguntara a cualquiera de vosotros, a cualquiera que fuese cristiano, si esta doctrina de que hablamos es cierta, seguro que me contestaría: "¡Naturalmente que sí! No hay en toda la Biblia una sola palabra que sea más verdad que ésta; porque, efectivamente, la

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salvación es solamente de Dios". "Él solamente es mi roca y mi salvación." Pero, amigos míos, es muy difícil tener tal conocimiento experimental de una doctrina que no nos apartemos jamás de ella Es muy difícil el creer que "la salvación es del Señor". Muchas veces descansamos nuestra confianza en algo más que en Dios, y pecamos cuando lo ponemos codo a codo con cualquier otra cosa, por muy digna que ésta sea. Permitidme entretenerme un poco en considerar la experiencia que nos llevara a saber que la salvación es sólo de Dios.

El cristiano verdadero confesará, como un hecho, que la salvación es solamente de Dios, es decir, que "Dios obra en el tanto el querer como el hacer por su buena voluntad". Recordando mi vida pasada puedo ver cómo desde sus mismos albores todo procedía de Dios y solamente de Dios. No trate de alumbrar al sol con una antorcha, sino que fue Él precisamente quien me alumbró a mí. No fui yo quien comenzó mi vida espiritual; en modo alguno, ya que, antes bien, daba coces contra el aguijón, y luchaba contra todo lo que viniera del Espíritu; había en mi alma tal aversión y odio por todo lo santo y bueno que, aún siendo arrastrado durante algún tiempo por el impulso celestial, no pude seguir tras él. Los impulsos del Espíritu no hicieron mella en mí; sus advertencias fueron esparcidas al viento, y sus amenazas despreciadas; y aún sus susurros de amor fueron rechazados, y tenidos como cosa inútil y vana. Pero seguro estoy, y puedo decirlo ahora hablando por mí mismo, y por todos aquellos que conocen al Señor, que "Él solamente es mi salvación" y también la vuestra. Él fue quien cambió vuestros corazones y os hizo doblar la rodilla. Podéis decir, pues, con toda verdad:

"La gracia enseñó a mi alma a orar

E hizo a mis ojos anegarse en l1anto".

Llegando aquí, podemos agregar:

"Me ha guardado hasta hoy bajo su manto,

Y ya nunca me dejará marchar".

Recuerdo que, cuando me entregué al Señor, creía estar haciéndolo yo todo; y aunque lo buscaba de veras, no tenía la menor idea de que ya El andaba buscándome a mí. No creo e el recién convertido se dé cuenta de este detalle al principio de su conversión. Un día estaba yo en la casa de Dios oyendo un sermón sin preocuparme ni poco ni mucho de lo que decía el predicador, porque no lo creía. De pronto, me asaltó un pensamiento: "¿Cómo has llegado a ser cristiano?" He buscado al Señor. "Pero, ¿por qué empezaste a buscarle?" Esta idea cruzó mi mente como un rayo; yo no he podido buscarle menos que una influencia previa me haya impulsado a hacerlo. Estoy seguro de que no pasará mucho tiempo sin que digáis: "El cambio obrado en mi es completamente de Dios". desearía que éste fuera el lema de toda mi vida. Sé que hay algunos que predican un evangelio por la mañana y otro diferente por la tarde: un evangelio puro y sano cuando predican para los santos, y adulterado y falso cuando lo hacen a los pecadores. Pero no hay motivo que justifique el anunciar la verdad ahora y la mentira luego. "La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma." No es necesario añadirle nada para traer los pecadores al Salvador. Así pues, hermanos, debéis confesar que "la

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salvación es del Señor". cuando recordéis el pasado, debéis decir: "Señor mío, todo cuanto tengo Tú me lo has dado. ¿Las alas de mi fe? Hubo tiempo en que yo no las tenía. ¿Los ojos de mi fe? Hubo tiempo en que yo era ciego. Estaba muerto, y Tú me diste vida; sin ver, y Tú abriste mis ojos. Mi corazón era un repugnante muladar; pero Tú pusiste perlas en él, y si en él las hay, las perlas no se crían en los muladares. Tú me has do todo lo que tengo". Y así, si miráis al presente, si vuestra experiencia es la de un hijo de Dios, lo atribuiréis todo a El, no solamente lo que ha sido vuestro en el pasado, sino todo cuanto ahora tenéis. Estáis aquí esta mañana, sentados en vuestros bancos, y os pido que recapacitéis sobre este hecho. ¿Creéis que estaríais donde estáis, si no fuera por la divina gracia? Recordad la tentación que os asaltó ayer, cuando "consultaban de arrojaros de vuestra grandeza". Quizá fuisteis tentados como yo lo soy a veces. Hay momentos en que parece que el diablo, usando de sus encantamientos, me lleva al mismo borde del precipicio del pecado, haciéndome olvidar el peligro por la dulzura con que lo rodea. Y exactamente cuando va a arrojarme al vacío, veo el abismo abierto a mis pies y una poderosa mano que me sujeta, mientras una voz dice: "Lo guardaré de que caiga en lo profundo; porque Yo he pagado su rescate". ¿No creéis que antes de que el sol se ponga podríais ser condenados, si la gracia no os guardara? ¿Tenéis algo bueno en vuestros corazones que ella no os lo haya dado? Si supiera que la gracia que tengo no procede de Dios, la pisotearía bajo mis pies, por no ser de ningún valor. No sería mas que una falsificación completamente legítima, por no traer sello del cielo. Podría parecer muy buena; pero, de cierto, siempre sería mala, a menos que viniera de Dios. ¿Cristiano, puedes tú decir en todas las cosas pasadas y presentes El es mi roca y mi salvación"?

Y ahora, miremos hacia el futuro. Hombre, considera cuántos enemigos tienes, cuántos ríos que cruzar, cuántas montañas que subir, cuántos monstruos que vencer, cuántas bocas de león de las que escapar, cuántos fuegos que atravesar, cuántas corrientes que vadear. ¿Qué piensas, hombre? ¿Puede alguien salvarte, que no sea Dios? ¡Ah!, si yo no tuviera ese brazo eterno en que apoyarme, tendría que gritar: "¡Muerte!, arrójame a cualquier sitio fuera de este mundo". Si yo no tuviera esa esperanza, esa confianza exclamaría: ¡Enterradme bajo la creación, en las escondidas profundidades, donde para siempre pueda ser olvidado! ¡Oh!, echadme lejos, porque soy un miserable si no tengo a Dios que me ayude en mi peregrinar. ¿Sois lo suficientemente fuertes como para luchar con uno solo de estros enemigos sin vuestro Dios? No lo creo. Una simple criada pudo abatir a Pedro, y puede también hacer lo mismo con vosotros si Dios no os preserva. Os suplico que recordéis esto siempre. Espero que lo hayáis experimentado en el pasado, pero tratad de tenerlo presente en el futuro dondequiera que vayáis: "La salvación es del Señor". "El solo es mi roca y mi salvación".

Desde el punto de vista de la eficacia, todo viene de Dios; y así es, también, en cuanto a los méritos. Hemos experimentado que la salvación es completamente de El. ¿Qué méritos puedo tener yo? Si recogiera todo cuanto he podido tener y luego os pidiera lo que vosotros habéis reunido, no sacaría entre todo el valor de un cuarto de penique. Hemos oído contar el caso del católico que decía que había una balanza que se inclinaba a su favor por el peso de las obras buenas en contra de las malas, y que, por lo tanto, tenía que ir al cielo. Pero no hay tal cosa. He visto mucha gente, muchas clases de cristianos, incluso extravagantes, pero jamás he encontrado a uno que diga tener méritos propios, si se le ha obligado a ser sincero. Sabemos de hombres perfectos y de hombres

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perfectamente necios, y hemos visto que ambos son perfectamente iguales. ¿Poseemos méritos propios? Estoy seguro que no, si hemos sido enseñados de Dios. Hubo un tiempo en que creíamos tenerlos; pero, una noche vino a nuestra casa un ente Llamado convicción, y se llevó todas nuestras glorias. ¡Ah!, pero no obstante esto, todavía somos malos. No se si Cowper dijo bien cuando escribió:

"Desde la hora bendita que a tus pies me trajiste,

Cortando mis locuras por sus raíces mismas

No he confiado en brazo que no haya sido el tuyo,

Ni he esperado en justicia que no sea la divina".

Creo que se equivocó, porque muchos cristianos continúan confiando en sí mismos; pero debemos reconocer que "la salvación es del Señor", si la consideramos desde el punto de vista de los méritos.

Queridos amigos, ¿habéis experimentado esto en vuestros corazones? ¿Podéis decir "amén", al oírlo? ¿Podéis decir: "yo sé que el Señor es mi ayuda"? Me parece que muchos podéis; pero mejor lo diréis cuando Dios os lo enseñe. Lo creemos cuando comenzamos nuestra vida cristiana, y lo sabemos después. Y cuanto más larga es nuestra vida, más ocasiones tenemos de comprobar que es verdad. "Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo"; pero, "bendito el varón que se fía en Jehová, y cuya confianza es Jehová". En verdad, el cenit de la experiencia cristiana se alcanza cuando dejamos de confiar en nosotros mismos, o en otros, y ponemos toda nuestra esperanza pura y simplemente en Jesucristo. La más elevada y noble experiencia no es el quejarse continuamente de la propia corrupción, ni el lamentarse de los extravíos, sino el decir:

"Con todo mi infortunio, aflicción y pecado,

No me dejará irme su Espíritu adorado".

Creo, ayuda mi incredulidad." Me gusta lo que decía Lutero: "Yo correría a los brazos de Cristo, aunque blandiera una espada en sus manos". A esto se le llama una osada confianza; pero, como dice un viejo teólogo, no hay tal osada confianza: no arriesgamos nada con Cristo, no hay el menor riesgo. Bendita y celestial esperanza, cuando en medio de la borrasca podemos acudir a Él y decirle: "¡Oh, Jesús!, creo que me cubriste con tu sangre"; cuando, al ver nuestra inutilidad, podemos clamar: "Señor, creo que, por Cristo Jesús, aunque soy un miserable pecador, Tú me has perdonado". La fe del santo es pequeña, cuando cree como santo; pero la del pecador es verdadera fe cuando cree como pecador. Dios se goza, no con la fe del puro y sin mancha, sino con la de la criatura llena de pecados. Así pues, hermanos, pedid que ésta pueda ser vuestra experiencia, para aprender cada día más que "Él solamente es mi roca y mi salvación".

III. Y ahora, en tercer lugar, hablaremos de LA GRAN OBLIGACION. Hemos tenido una gran experiencia; por lo tanto, tenemos también una gran obligación.

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Si solamente Dios es nuestra roca, y lo sabemos, ¿no estamos obligados a poner en Él toda nuestra confianza, a darle todo nuestro amor, a afirmar en Él toda nuestra esperanza, dedicarle toda nuestra vida y a consagrarle todo nuestro ser? Esta es nuestra gran obligación. Si Dios es todo lo que tengo, seguro que todo lo que tengo es de Dios. Si Dios es mi única esperanza, seguro que toda mi esperanza la pondré en Dios. Si el amor de Dios es lo único que salva, seguro que Él tendrá mi amor. Hermano, permíteme un consejo: no tengas dos dioses, ni dos cristos, ni dos amigos, ni dos esposos, ni dos padres celestiales; no tengas dos fuentes, ni dos ríos, ni dos soles, ni dos cielos; ten solamente uno. Por lo tanto, si la salvación se halla solamente en Dios, allegaos a Él con todo vuestro ser.

Nunca tratéis de añadir nada a Cristo. ¿Remendaríais el vestido que Él os ha dado con vuestros viejos y andrajosos harapos? ¿Pondríais vino nuevo en odres viejos? ¿Os colocaríais a Su misma altura? Sería como uncir un elefante con una hormiga: jamás ararían juntos. ¿Aparejaríais un ángel y un gusano al mismo carro, esperando cruzar con él el firmamento? ¡Cuánta inconsecuencia! ¡Cuánta necedad! ¿Vosotros con Cristo? ¡Cristo se reiría!; digo mal, ¡lloraría al pensar tal cosa! ¿Cristo y el hombre uniendo esfuerzos? ¿CRISTO & CIA? Jamás ocurrirá esto; Él nunca lo permitirá; Él ha de ser el todo. Cuán absurdo y equivocado es tratar de añadirle algo; no lo podría soportar. A los que aman algo que es Él, les llama adúlteros y fornicarios. Quiere que confiéis en El con todo tu corazón, que lo ames con toda tu alma que lo honres con toda tu vida. Cristo no entrará en tu casa mientras no pongas todas las llaves bajo su custodia, y no permitirá que te quedes con una sola. Y así, te hará cantar:

"Mas si algo retuviese

Sin que la conciencia me acusara,

Amo a mi Dios con celo tan extremo,

Que todo cuanto hubiese le entregara".

Cristianos, es un pecado dejar de entregar algo a Dios, y Cristo será afligido si así lo hacéis. Y seguro que no deseáis apesadumbrar a quien derramó su sangre por vosotros. Esto cierto -que ningún hijo de Dios quiere vejar a su bendito hermano mayor. No hay ni una sola alma redimida por sangre que agrade en contemplar, anegados en llanto, los dulces y ternos ojos de su Amado. Sé que no queréis entristecer a vuestro Señor, ¿verdad? Pero os digo que acongojaréis su generoso Espíritu, si hay algo que comparta con El vuestro amor. Porque os quiere tanto, que está celoso de vuestro amor. Se dice en las Escrituras que el Padre es "un Dios celoso"; y así ocurre, también, con Cristo; por tanto, no confiéis en carros en caballos, sino decid siempre solamente es mi roca y mi salvación".

Tened presente, también, que hay una razón por la que no debéis mirar a nadie más. Si vuestros ojos están distraídos en otras cosas, jamás podréis tener una plena visión de Cristo. "Podemos verle manifestado en sus misericordias", dices. Sí es cierto; pero vuestra contemplación sería mucho más perfecta si mirarais directamente a su persona. Nadie puede mirar dos objetos a la vez, y verlos claramente. Puedes mirar un poco a

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Cristo y otro poco al mundo, pero no puedes poner tus ojos de modo total en Cristo y mirar aún al mundo. ¡Oh!, hermanos, os suplico que no tratéis de hacerlo. Si miráis al mundo, será una mota en vuestro ojo; si confiáis en algo más, como el que se sienta entre dos banquillos, caeréis a tierra de forma estrepitosa. Por lo tanto mirad solamente a Él. "Él solamente es mi roca y mi salvación."

No olvidéis tampoco, hermanos, mi ruego de que no pongáis ninguna otra cosa con Cristo; porque tantas veces como lo hagáis, seréis azotados por ello. Jamás ha habido un hijo de Dios que albergara en su corazón a ninguno de los traidores al Señor; porque habría sido acusado del mismo delito. El Supremo Juez ha extendido auto de registro contra cada uno de nosotros. Y, ¿sabéis qué es lo que buscan sus agentes? Les ha mandado que vengan por nuestros amantes, por todos nuestros tesoros y por nuestros ayudadores. A Dios le importan menos nuestros pecados como tales, que nuestros pecados -y aún nuestras virtudes- que usurpan su trono. En verdad os digo, que no hay nada en este mundo sobre lo que podáis poner vuestro corazón, que no haya de ser colgado en una horca más alta que la de Amán. Si Cristo no ocupa el primer lugar en vuestro corazón, Él lo convertirá en castigo. Si vuestra casa es más preciada que su persona, en prisión la convertirá; si vuestros hijos son más queridos que su amor, como víboras serán, que morderán vuestro seno; si vuestra comida es preferida a sus manjares, beberéis aguas amargas y el pan será como cascajo en vuestras bocas, hasta que todo vuestro alimento sea El. No hay nada que tengáis y que El no pueda convertir en una vara, si está ocupando Su lugar; y no dudéis que así lo hará, si permitís que haya algo que robe a Cristo.

Notad, una vez más que si posáis vuestra mirada en algo que no sea Dios, pronto caeréis en el pecado. No ha habido hombre en el mundo que, apartando sus ojos de Cristo, haya andado el camino sin extraviarse. Así, el marino que navega guiado por la Estrella Polar, siempre irá hacia el norte; pero su rumbo será incierto y perdido, si se rige ora por la Estrella Polar, ora por otras constelaciones. E igualmente con vosotros; si no fijáis continuamente vuestros ojos en Cristo, pronto perderéis la ruta. Si alguna vez habéis abandonado el secreto de vuestro poder, es decir, vuestra confianza en el Señor; si alguna vez habéis perdido el tiempo en devaneos con la Dalila de este mundo, amándola más que a El, los filisteos caerán sobre vosotros, raparán vuestras guedejas y os atarán con cadenas al molino hasta que vuestro Dios os libere, dejando una vez más crecer vuestros cabellos, y os lleve a depositar toda vuestra confianza en el Salvador. Fijad vuestros ojos en Jesús, porque tan pronto como los apartéis de El, ¡duras serán las consecuencias! A vosotros os digo, hermanos; cuidado con vuestros dones, cuidado con vuestras virtudes, con vuestra experiencia, con vuestras oraciones, con vuestra esperanza, con vuestra humildad. No hay ninguna de estas gracias que no pudiera condenaros si no las cuidarais. El viejo Brooks decía: "Si una mujer tiene un marido y éste le regala una preciosa sortija, y ella ama la joya y le importa más que su esposa, ¡cuánto no se ofenderá él, y cuán necia no será ella!" ¡Cuidad vuestros dones, hermanos!, ya que podrían resultar más peligrosos que vuestros pecados. Estad advertidos contra todo lo de este mundo; porque todo tiene la misma tendencia, especialmente lo más elevado. Si gozamos de una posición acomodada, es probable que no miremos mucho a Dios; y si vosotros, cristianos, poseéis cierta fortuna, ¡cuidado con el dinero!, ¡cuidado con el oro y la plata!; porque serán una maldición si se interponen entre vosotros y Dios. Fijad vuestros ojos en la nube y no en la lluvia, en el río

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y no en el barco que flota en su seno. Contemplad el sol y no sus rayos; atribuid vuestros dones a Dios y decid perpetuamente "Él solamente es mi roca y mi salvación".

Finalmente, os ruego otra vez que no apartéis vuestra mirada de Dios para fijarla en vosotros; porque, ¡qué seríais ahora que seríais siempre, sino unos pobres condenados pecadores, si estuvierais fuera de Cristo! El otro día, cuando predicaba, durante la primera parte de mi sermón era el ministro quien hablaba; pero, de repente, recordé que no era más que un pobre pecador, y ¡cuán distintas fueron entonces mis palabras! Los mejores sermones que jamás haya predicado, han sido aquellos que pronuncié, no en mi capacidad de ministro, sino como pobre pecador hablando a los pecadores. Y creo que no hay nada como el que un ministro recuerde que no es más que un pobre pecador, después de todo. Se dice del pavo real que, aunque está vestido de finas plumas, se avergüenza de tener los pies negros. Estoy seguro que nosotros también debemos avergonzarnos de los nuestros. Aunque a veces nuestras plumas aparezcan vistosas y brillantes, deberíamos pensar en lo que seriamos si la gracia no nos hubiera auxiliado. ¡Cristiano!, fija tus ojos en Cristo porque fuera de Él no eres mejor que cualquiera de los que están infierno; no hay demonio en el averno que no pudiera hacerte ruborizar si tu estuvieses fuera de Cristo. ¡Oh, si fueras humilde! Recuerda cuán perverso es tu corazón, aunque la gracia haya entrado en él; Dios te amó y te dio su gracia, no olvides que aún tienes en ti un tumor canceroso. El sacó mucho de tu recado, pero la corrupción todavía permanece. Sabemos que, aunque el viejo hombre esté algo reprimido, y el fuego un poco sofocado por el influjo de las aguas del Espíritu Santo, podría arder con más fuerza que antes si Dios no lo evitara. No nos gloriemos en nosotros mismos, pues. El esclavo no tiene por qué enorgullecerse de su alcurnia: las marcas del hierro están en sus manos. ¡Fuera con el orgullo! Reposemos total y plenamente en Jesucristo.

Antes de terminar, permitidme una palabra para el impío que no conoces a Cristo: Has oído todo cuanto hemos hablado de que la salvación es sólo de Él. ¿No es para ti esta buena doctrina? Porque tú no tienes nada, ¿no es cierto que eres un pobre, perdido y arruinado pecador. Oye esto, pues: tú no tienes nada, y nada necesitas, porque Cristo lo tiene todo. ¡Pobre de mí! Soy un esclavo encadenado", dirás. ¡Pero El tiene la redención! "¡No!, soy un sucio pecador." Pero podrá lavarte hasta dejarte blanco. Sí, eres un leproso, pero el Médico Divino puede sanar tu lepra. Sí, también estás condenado, pero Él tiene tu libertad firmada y sellada, si tú crees en El. Cierto que estás muerto, pero Cristo tiene la vida y puede resucitarte. No necesitas nada de lo tuyo, sólo confiar Y si hubiera aquí ahora hombre, mujer o niño, que estuviera dispuesto a decir solemnemente conmigo, con todo su corazón: "Entiendo que Cristo es mi Salvador sin que yo posea ninguna virtud o mérito en qué poder confiar. Conozco mis pecados, pero sé que Él es más fuerte que ellos; reconozco mi culpa pero creo que Él es más poderoso que ella"; repito, si alguno de vosotros puede decir esto, puede irse de este lugar gozoso y contento, porque es heredero del reino de los cielos.

Tengo que contaros una singular historia, que fue referida en nuestra reunión de iglesia; porque quizás, por medio de ella, alguna pobre persona que me oiga pueda entender el camino de la salvación. "¿Podrías decirme -preguntaba uno a su amigo creyente- qué le dirías a un pobre pecador que acudiera a ti deseando saber el camino de la salvación?" "Mira dijo él, creo que me resultaría muy difícil; pero eso mismo me ocurrió ayer. Una pobre mujer vino a mi tienda y se lo expliqué de una forma tan vulgar,

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que no me gustaría repetírtelo." "¡Oh!, sí, no te importa; me agradaría oírlo." "Bien; pues esa pobre mujer siempre está empeñando cosas, y de vez en cuando las recupera. No encontré modo mejor que el siguiente: Mire, le dije, su alma está empeñada con el demonio, Cristo ha pagado el precio, y usted, usando la fe como resguardo, puede ir y retirarla." Como veis, fue una forma muy simple, pero a la vez excelente, para presentarle el camino de salvación a aquella mujer. Es cierto que nuestras almas estaban empeñadas a la venganza del Todopoderoso, y que no teníamos dinero para pagar; pero vino Cristo y satisfizo el precio por completo, y la fe es el recibo que podemos usar para recuperarla del empeño. No necesitamos emplear ni un solo penique nuestro, sino solamente decir: "Heme aquí, Señor, yo creo en Jesucristo; no he traído ningún dinero para pagar por mi alma, porque tengo este resguardo, el precio fue pagado hace mucho tiempo. Está escrito en tu Palabra: "La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado". Y si vosotros tenéis ese recibo, podéis también rescatar vuestras almas del empeño, y decir: "He sido perdonado, he sido perdonado; soy un milagro de la gracia". Quiera Dios bendeciros, amigos míos, por Cristo Jesús.

***

APÉNDICE E(Tomado del libro los Deleites de Dios. Piper)

El Deleite de Dios en Todo Aquello que Hace

El Deseo de mí Corazón

La principal meta de mi vida y la razón por la cual escribo este libro es dirigir la atención

del mayor número posible de personas a los deleites de Dios revelados en la Escritura. El

objetivo es que podamos ver en los deleites de Dios un poco de la infinita medida de su

dignidad y excelencia; que, al contemplar esta gloria, seamos transformados a la imagen

de su Hijo. Y nos entreguemos tan apasionadamente a la labor de misiones, que todas las

naciones vean y den gloria a nuestro Padre que está en los Cielos.

Cuando estuve enseñando sobre los deleites de Dios años atrás, en 1987, escribí la siguiente frase en mis apuntes. Era mi objetivo y oración en resumen.

Mostrad sus deleites en la predicación.Contemplad su gloria al escuchar.Acercaos a su semejanza al meditar.Manifestad su dignidad al mundo.

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Ya sea al predicar o al escribir, es este el deseo de mi corazón. Anhelo que el pueblo de Dios pueda decir:

"Mis ojos están siempre hacia Jehová... A Jehová he puesto siempre delante de mí... Mi corazón ha dicho de ti [el Señor]: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová; no escondas tu rostro de mí" (Salmo 25:15 ; 16:8 ; 27:8-9).

Añílelo que busquen a Dios con el intenso deseo de Moisés cuando oró, diciendo: "Te ruego que me muestres tu gloria" (Éxodo 33:18) y luego vengan, con sus rostros brillan-do por haber contemplado la majestad de Dios, a un mundo desesperado y en tinieblas (Éxodo 34:29).

En el capítulo 1 nos dedicamos a estudiar el deleite que Dios el Padre tiene en su Hijo. La lección más importante que hemos de aprender de esta verdad es la siguiente: Dios es, y siempre ha sido, un Dios absolutamente feliz. Desde toda la eternidad, aun antes que existieran seres humanos a quien amar, Dios ha sido plenamente feliz en su amor por el Hijo. Nunca ha estado solo. Siempre se ha regocijado, con total satisfacción, en la gloria y el compañerismo de su Hijo.

El Hijo de Dios siempre ha sido el retrato de las excelencias de Dios, el paisaje, el reflejo de las perfecciones de Dios. Por lo tanto, por toda la eternidad Dios ha contemplado, con una satisfacción indescriptible, el grandioso aspecto de su propio resplandor reflejado en el Hijo.

Una segunda lección que hemos de aprender del deleite de Dios en el Hijo es que Dios no está obligado por ningún tipo de infelicidad o deficiencia interna a hacer algo que no quiera realizar. Si Dios fuese infeliz, si él fuese de alguna manera deficiente, entonces verdaderamente estaría obligado, por algún agente externo, a hacer algo que no desee hacer para suplir su deficiencia y finalmente ser feliz. Es esto lo que nos diferencia de Dios. Tenemos un inmenso vacío en nuestro interior que demanda ser satisfecho por poderes, personas y deleites externos a nosotros mismos.

Anhelar, necesitar y desear son las mismísima esencia de nuestra naturaleza. Nacemos con deficiencias, necesidades e insatisfacciones. Llegamos al mundo sin saber casi nada, y tenemos que dedicar años y años asistiendo a clases o aprendiendo en la escuela de la vida, para poder llenar un poco este vacío de conocimiento. Nuestro padres y maestros nos piden que hagamos cosas que no nos gusta realizar, pero que necesitamos llevar a cabo para superar alguna debilidad, incrementar nuestro conocimiento, fortalecer nuestros cuerpos, refinar nuestros modales o mejorar nuestro intelecto.

Pero Dios no es así. Él ha estado completa y totalmente satisfecho por toda la eternidad. Él no necesita educación. Nadie puede ofrecerle nada que antes no provenga de él mismo.

Porque ¿quién entendió la mente del Señor?

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¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado ? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas.A él sea la gloria por los siglos. Amén.(Romanos 11:34-36)

Así que nadie puede sobornar a Dios, u obligarlo de alguna forma. Cualquier dádiva que yo, usted,cualquier persona o circunstancia le ofrezca a Dios, es sólo el reflejo de algo que él ya ha impartido o hecho. La fuente de todas las cosas no puede ser enriquecida o tentada por servicio humano o angélico. " [El] no es honrado por manos de los hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas" (Hechos 17:25). Si alguien le ofrece algo a Dios - y desea ofrecerlo rectamente – debe preguntar junto con David: "¿Quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos" (1 Crónicas 29:14; cf. 1 Corintios 4:7).

En otras palabras, todo lo que existe, incluyendo la capacidad de ofrecer voluntariamente algo, es un regalo del Dios superabundante, auto - suficiente, y eternamente feliz.

Lo que Braínerd Enseñó a las Indígenas.

La imagen que viene a mi mente cuando pienso en esta gran verdad no es un salón de conferencias, ni el salón de debates del congreso, ni aún los lugares en los que predico cada fin de semana. La imagen que viene a mi mente es un lugar en los bosques de Nueva Jersey.

El año es 1745, cerca a un pequeño pueblo llamado Crossweeksung. David Brainerd, el misionero de veintisiete años que se dedicó a los indígenas tose sangre todos los días porque está muriendo de tuberculosis.

Le quedan poco menos de dos años de vida. Se haya predicando a 130 indígenas que Dios ha llamado a salir de las tinieblas a través de un maravilloso avivamiento por la predicación de Brainerd. Según el propio testimonio de Brainerd, su mensaje este día es sobre la felicidad eterna y plena de Dios. En él, comparte el tema que anhelaba enseñar a estos iletrados indígenas en la selva:

Es necesario, en primer lugar, enseñarles que Dioses Dios desde la eternidad. Por eso es diferente atodas las criaturas. Sin embargo, es muy difícilcomunicar algo de esta naturaleza a ellos, puestoque ellos no tienen términos en su idioma paraexpresar una eternidad a parte ante [es decir, laeternidad pasada]... También es necesariomencionar la plena suficiencia de Dios con el finde evitar que imaginen que Dios no era feliz

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mientras estaba solo, antes de la formación de suscriaturas. 1.

Al escribir "solo", Brainerd no quiere decir que Dios no tenía comunión con su Hijo en el Espíritu Santo antes de la creación. Él simplemente quiere decir que no había criaturas con quien relacionarse. Sin embargo, Dios no era infeliz porque en la comunión de la trinidad él es totalmente suficiente. Brainerd creía con todo su corazón que esto eran buenas noticias. Noticias que no debían ser escondidas al más sencillo de los creyentes. Era una gran parte de la gloria de Dios; y la gloria de Dios es el corazón de toda genuina experiencia Religiosa. 2.

Cuando mi mente retorna de aquella escena en los bosques de Nueva Jersey, me veo retado a pregonar la verdad más fervientemente que nunca. Lo que Dios hace, no lo hace de mala gana o bajo alguna coacción externa, como si estuviese atrapado por alguna situación imprevista o no planeada.

Por el contrario, puesto que él es plena y totalmente feliz, y superabundantemente satisfecho en la comunión de la Trinidad, todo lo que hace, lo realiza libremente y sin ningún tipo de restricción. Sus obras salen del desbordamiento de su gozo. Éste es el significado de la Escritura cuando dice que Dios obra conforme al "beneplácito" de su voluntad (Efesios 1:5). Esto significa que nada fuera del propio deleite de Dios - el deleite que tiene en sí mismo - ha restringido sus decisiones y sus obras.

Todo lo que Deleita al Señor

Esto nos lleva al enfoque de este capítulo, "El Deleite de Dios en Todo Aquello que Hace". Si Dios no está restringido por fuerzas externas a él mismo para actuar en oposición a su beneplácito o deleite, sino que más bien sólo actúa como fruto del desbordamiento del gozo de su ilimitada autosuficiencia, entonces todos sus actos son una expresión de gozo y, consecuentemente, Él se deleita en todo aquello que hace. Comenzaremos nuestra reflexión bíblica en el Salmo 135. Este Salmo inicia con un llamamiento a alabar al Señor: "Alabad el nombre de Jehová; Alabadle, siervos de Jehová".

Luego, desde el verso 3, el Salmista expresa varias razones por las cuales dicha alabanza debería fluir de nuestro corazón. Por ejemplo, él dice que el señor es "bueno y benigno" (versículo 3), y que ha "escogido a Jacob para sí" (versículo 4), y que él es grande sobre todos los dioses (versículo 5).

Después, en el versículo 6 la lista de razones para la alabanza llega a su climax con una gran afirmación, Todo lo que Jehová quiere*, lo hace, En los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos.

De la misma forma, en el Salmo 115 se dice lo mismo con fuerza y claridad. Comienza con un llamado a Dios para que se glorifique a sí mismo y avanza hasta declarar su soberana libertad en los cielos:

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No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,sino a tu nombre da gloria,por tu misericordia, por tu verdad.¿Por qué han de decir las gentes:dónde está ahora su Dios?Nuestro Dios está en los cielos;todo lo que quiso* ha hecho.Salmo 115:1-3

Lo que enseñan estos dos versículos (Salmo 135:6; 115:3) es que Dios realiza todo aquello en que se deleita, y nada puede impedir que lo lleve a cabo. O para expresarlo de otra manera, Dios se deleitaen todo lo que hace. Nada puede evitar que haga lo que más le deleita hacer. Tampoco puede ser obligado a realizar aquello en lo que no se deleita. Y es la misma verdad en cualquier parte del universo. Ése es el significado de "en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos" (Salmo 135:6).

Otro testigo de esta verdad es el profeta Isaías. Dios habla por medio de él y dice,

Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero. * Isaías 46:9-10

La palabra traducida como "quiero" (héphetz) es la forma sustantiva del verbo "él quiere" (haphétz) en el Salmo 135:6 y 115:3. Es la misma palabra utilizada en el Salmo 1:2 ("En la ley de Jehová está su delicia), y en \el Salmo 16:3 ("Y para los íntegros es toda mi complacencia") y en Isaías 62:4 ("Serás llamada Mi deleite está en ella, y tu tierra, desposada; porque el |amor de Jehová estará en ti y tu tierra será desposada").

*Nota: La palabra usada en inglés -pleases, pleasure- expresa no solo la idea de querer, sino la idea de deleitarse. Es importante tener eso en cuenta al leer éstos versículos, porque las traducciones bíblicas hechas al español oscurecen esta idea.

El asunto es que Dios obra con soberana libertad.Sus actos no surgen de la necesidad de suplir sus deficiencias, sino de una pasión por expresar la abundancia de su deleite. Es este el significado de su libertad. Lo he llamado libertad soberana porque es el asunto principal en los tres textos que hemos observado - Dios hace lo que le deleita. Él es libre en el sentido de que no tiene deficiencias que lo hagan dependiente y es soberano en el sentido de que puede obrar en sus deleites sin ser detenido por poderes externos a él mismo. “Todo lo que él quiere, lo hace". Por tanto, su libertad es una libertad soberana.

Lo que Dios el Padre contempla cuando observa el panorama de sus propias perfecciones en la Persona de su Hijo es una escena plenamente satisfactoria de infinita

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sabiduría, amor y poder. Por tanto, su felicidad Huye de sus perfecciones, incluyendo la perfección de su infinito poder. Es este inmensurable poder lo que garantiza la libertad del deleite de Dios en todo lo que hace. Su deleite es el gozo que tiene en el reflejo de su gloria en la persona de su Hijo. Parte de esa gloria es su infinito poder, y la única función de su poder es abrir paso al desbordamiento de su gozo en la obra de la creación y la redención. Es su Poder el que quita (en el tiempo de Dios y a la manera de Dios) cualquier obstáculo para el cumplimiento de su beneplácito o deleite. Por consiguiente, la declaración que afirma Dios hace todo cuanto le deleita, es una declaración de su poder. Es esto lo que entendemos por soberanía.

El poder de Dios siempre abre paso para que sus perfecciones sean expresadas de acuerdo a su beneplácito.

Me encanta la imagen que C. S. Lewis sugiere de la soberana libertad de Dios en la creación. Muestra como el beneplácito o deleite de su corazón al crear y alvar es el feliz desbordamiento de su auto - suficiencia Lewis dice,

Ser el soberano del universo no es un asunto difícil para Dios... siempre debemos tener presente la visión de un personaje llamado Lady Julián. En esta perspectiva Dios llevaba en su mano un objeto pequeño como una nuez, y esa nuez era "todo lo que es hecho"' Dios quien no necesita nada, ama; como fruto de ese amor hace criaturas totalmente superfinas con el fin de amarlas y perfeccionarlas. 3.

Único en Su Clase

Esta conexión entre el poder y el deleite se haya detras de 1 Timoteo 6:15-16, donde el apóstol Pablo llama a Dios, "el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores; el único que tiene inmortalidad". Vimos en el capítulo 1 (nota 2) que el bendito (makanrios) significa "feliz" (1 Timoteo l-ll) Por tanto Pablo está hablando del "feliz y único Soberano. Observe el énfasis al llamar a Dios “bendito” o “feliz”. El poder único de Dios sobre todos los otros poderes es el énfasis. Primero él es llamado el "único soberano"- no solamente el soberano, sino el único soberano. En otras palabras, no tiene serios competidores para su poder. Él es el único “Poderoso"

Luego Pablo menciona que este Dios feliz es "Rey de reyes". Una vez más el argumento es que él está sobre toda otra autoridad real que pudiese, aparentemente, retar su poder y su libertad para obrar como desee. Después, Pablo afirma que él es "Señor de señores". Si hay otros dioses y señores (-y verdaderamente los hay!), Pablo enfatiza que no hay ninguno que pueda competir exitosamente contra el poder y la libertad del Señor de señores (1 Corintios8:5-6). Por último, Pablo expresa que él es "el único que tiene inmortalidad". Dios es el único en su clase. Todos los demás seres dependen de su poder para la existencia y la vida (Hechos 17:25). Él, por el contrario, no depende de nadie.

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Todo esto enseña que la felicidad de Dios está arraigada en su poder y autoridad únicos en todo el universo. Él es el "único soberano" y por lo tanto, él es el soberano feliz, porque no hay nadie que pueda frustrar lo que se propone hacer de acuerdo a su beneplácito. C. S. Lewis lo expresó de la siguiente manera: "La libertad de Dios consiste en el hecho de que ninguna causa, diferente a Él mismo, produce sus obras y ningún obstáculo externo las impide - su propia bondad es la raíz de la cual nacen todas las obras y su propia omnipotencia es el aire que las alimente a todas". 4.

Los Deleites de Dios ¿Es Dios el Modelo de Alguien que Toma Riesgos?

En el verano de 1987 asistí a una conferencia para jóvenes líderes patrocinada por el comité de Lausana para la Evangelización Mundial llamado "Singapur 87". Uno de los expositores señaló algo que manifiesta la inmensa relevancia de lo que estoy escribiendo en este capítulo. Entre todas las excelentes enseñanzas que escuché en esa conferencia, el apunte de este predicador era a mi juicio incorrecto. No era la nota dominante de toda la conferencia, lo cual me hace feliz, pues pienso que la razón de la evangelización mundial sufriría si ésta se convirtiera en la nota dominante en la tonada de la predicación misionera.

Este predicador en particular presentó una visión de Dios como nuestro modelo para "tomar riesgos". Presentó a Dios como alguien que asume grandes riesgos, y luego dijo que ésta es la razón por la cual debemos estar dispuestos a enfrentar grandes riesgos por causa de la evangelización mundial. Ahora, no se equivoque, me apasiona oír líderes que llaman a una alianza radical, que implique tomar riesgos, para la causa mundial del evangelio. Por eso con todo mi corazón me apresuré a decir amén a las conclusiones de este expositor. Pero cuando él terminó percibí que el fundamento por el cual el cristiano toma riesgos había sido debilitado antes que fortalecido; es decir, la siguiente verdad: "Dios está en los cielos, todo lo que quiere, lo hace".

No pude encontrarme con el conferencista para hablar con él personalmente. Por eso le escribí una carta para expresarle mi preocupación. Pienso que transcribir mi carta en su totalidad puede ser la forma más agradable de explicar por qué la soberanía y la libertad de Dios para hacer todo lo que le deleita, es tan importante. He hecho pequeños cambios para guardar las identidades y clarificar algunos puntos. La fecha de la carta es julio 6, 1987.

Apreciado [amigo] La principal razón por la que escribo esta carta, es para ofrecer una perspectiva sobre una de 'las charlas que usted hizo respecto a Dios como nuestro modelo para tomar riesgos. Quise hablar personalmente con usted al respecto porque plantea una visión que es muy diferente a la que yo tengo. Me pareció, por lo que algunos dijeron en nuestro grupo pequeño, al igual que a la hora del almuerzo, que su visión de Dios como alguien que toma riesgos no era común a la que otros tenían. Estoy totalmente dispuesto a reconocer que tal vez estoy analizando el término "tomar riesgos" muy minuciosamente y que

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las diferencias que percibo son simplemente una cuestión de semántica. Sin embargo, por si acaso no es así, permítame esbozar mi perspectiva ...

Me parece que la dimensión del carácter de Dios que me libera para asumir riesgos para su gloria es, precisamente, la verdad de que Dios jamás asume y jamás podrá sumir ningún riesgo.5. En mi propia vida el mayor obstáculo para tomar riesgos es la incredulidad - incredulidad en las promesas amor, poder y sabiduría de Dios; o para expresarlo de otra manera, la falta de creer que Dios tiene el poder, la autoridad, la sabiduría y el deseo de hacernos "más que vencedores" a través de nuestras heridas y nuestras pérdidas. Ésta es la confianza que me hace libre para tomar riesgos por Cristo. Pero el Dios que usted describió como alguien que toma riesgos no inspira esa clase de confianza. Describir a Dios como un jugador de juegos de azar y alguien que toma riesgos, de la forma en que usted lo hizo, sugiere 1) que él no puede prever lo que resultará de sus decisiones y; 2) que él no tiene el suficiente control de las cosas como para hacer que su consejo permanezca. Pero me parece que la Escritura presenta una imagen muy distinta de Dios. Permítame retomar algunos de los ejemplos que usted usó para ilustrar a Dios como alguien que asume riesgos. 1. ¿Tomó Dios un riesgo al poner la Gran Comisión en nuestras manos? No lo creo. Él no la puso en nuestras manos a tal punto que ya no esté en sus manos. Juan 10:16 dice que Jesús debe reunir, y de hecho lo hará, sus ovejas que aún no están en el rebaño ("Tengo otras ovejas que no son del redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz"). Él es quien abre los corazones de los hombres(Hechos 16:14). Él trae las personas al Hijo, derrotando su resistencia a su gracia soberana (Juan 6:44-45). Él llama sus mensajeros y ellos desarrollan la misión sólo a través de su poder (Romanos 15:15-18; 1 Corintios 15:10).

La Gran Comisión no está en peligro. "Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin (Mateo 24:14). "Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones" (Salmo 22:27- 28)

La plenitud de los gentiles ha de entrar (Romanos 11:25). "La tierra será llena de la gloria del Señor" (Números 14:21). Toda la Escritura afirma la victoria de Dios en el mundo de las misiones. Esta victoria no está en peligro. Dios lo ha prometido. ¡Dios es soberano! Puesto que él gobierna sobre los corazones de los hombres y, es el Señor de su iglesia, su propósito no puede fracasar. Por lo tanto, darle la Gran Comisión a la iglesia no fue un riesgo.

Tal vez antes de mencionar los otros puntos que usted expuso, yo debería definir el término "Riesgo". Lo definiría así: Una persona toma un riesgo cuando lleva a cabo una acción que lo expone a la incierta posibilidad de daño o pérdida.

Esto significa que si usted sabe que cierta acción lo herirá y usted escoge realizarla de todas formas, ya eso no se llama riesgo. Lo puede llamar bobada. Lo puede llamar sacrificio. O lo puede llamar amor. Pero el riesgo implica incertidumbre: tal vez pierda, tal vez gane; no lo sé, no estoy seguro. Lo mismo es verdad para los juegos de azar. Si usted sabe el resultado de los dados antes de lanzarlos, eso no es azar. Es una

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pérdida segura o una ganancia segura. La incertidumbre es el corazón del riesgo y el azar. Pero Dios no tiene incertidumbre de nada ! 6. "Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho" (Isaías 46:9-10). Dios sabe desde la antigüedad lo que ha de suceder en el futuro. "He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias" (Isaías 42:9). Dios sabe cómo se llevarán a cabo sus planes y cuál será el resultado. ¿En qué sentido, entonces, podemos hablar de él como alguien que toma riesgos, es decir, que actúa con incertidumbre sobre cómo sucederán las cosas y cuál sea el resultado? 2. Usted dijo que Dios tomó un riesgo en la encarnación cuando envió a Jesucristo al mundo. Ilustró esto con la posibilidad de que Jesús hubiese sido asesinado por los soldados de Heredes cuando él todavía era aún un bebé en Belén. ¿Verdaderamente cree usted que Dios había entregado el control de las circunstancias de forma tal que todas las promesas del Antiguo Testamento sobre la crucifixión, las enseñanzas y la resurrección de Cristo no llegaran a ser realidad? ¿Era la promesa de la Palabra de Dios, que se hizo realidad vida, muerte y resurrección de Cristo, realmente tan incierta? ¿Qué hacemos con Hechos 2:23, que ensef Jesús fue entregado para ser crucificado (n riesgo, sino) "por el determinado cons anticipado conocimiento de Dios"? ¿Cómo se llamar un riesgo a la encarnación cuando la int< y la voluntad de Dios era precisamente (por lo i 700 años antes de que pasara) quebrantar a s (Isaías 53:10)? ¿Cómo puede ser un riesg< Dios enviar a su Hijo al mundo cuando era s que el Hijo fuese crucificado (Hechos 4:28) parece que no deberíamos llamar la encamac riesgo, sino más bien un sacrificio planeado de 3. Lo mismo parece ser cierto de nuestra conv individual. Hechos 13:48 dice, "Los gentiles, o esto, se regocijaban y glorificaban la palab Señor, y creyeron todos los que estaban orde para vida eterna". Dios no deja ni siquiera el < de la conversión finalmente en las manos i hombres - como si el conjunto y el tamaño comunidad de adoración eterna llegara diseñado por las mentes de hombres pecad» no por la infinita sabiduría de Dios. El Señor c a los que son suyos (2 Timoteo 2:19 ). Él es concede el arrepentimiento (2 Timoteo 2:25 y El llamará a sus ovejas por su nombre y ellas y vendrán (Juan 10:3-4).

¿Qué hacemos con Hechos 2:23. que enseña que Jesús fue entregado para ser crucificado (no con riesgo, sino) "por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios"? ¿Cómo se puede llamar un riesgo a la encarnación cuando la intención y la voluntad de Dios era precisamente (por lo menos 700 años antes de que pasara) quebrantar a su Hijo (Isaías 53:10)? ¿Cómo puede ser un riesgo para Dios enviar a su Hijo al mundo cuando era su plan que el Hijo fuese crucificado (Hechos 4:28)? Me parece que no deberíamos llamar la encarnación un riesgo, sino más bien un sacrificio planeado del Hijo. 3. Lo mismo parece ser cierto de nuestra conversión individual. Hechos 13:48 dice. "Los gentiles, oyendo esto. se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron lodos los que estaban ordenados para vida eterna". Dios no deja ni siquiera el asunto de la conversión finalmente en las manos de los hombres - como si el conjunto y el tamaño de la comunidad de adoración eterna llegara a ser diseñado por las mentes de hombres pecadores y no por la infinita sabiduría de Dios. El Señor conoce a los que son suyos (2 Timoteo 2:19). Él es quien concede el arrepentimiento (2 Timoteo 2:25-16 ). El llamará a sus ovejas por su nombre y ellas oirán y vendrán (Juan 10:3-4).

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Dios tampoco deja nuestro crecimiento y perseverancia en la santidad como un riesgo incierto. Más bien, él dice: " Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra" (Ezequiel 36:27).

Es el Señor mismo quien produce en nosotros el querer como el hacer por su buena voluntad (Filipenses 2:12-13). Esto no es algo mecánico u obligatorio. Pero es verdad y seguro para el verdadero pueblo de Dios. Festo Kevengere, quien sirvió en la Empresa Africana, describió la inevitable, soberana obra del Espíritu en nuestras vidas así:

Él siempre está luchando con nuestras renuencias y vacilaciones. Él viene y me convence de algo, y yo empiezo a inquietarme. Somos realmente difíciles de manejar, ¿no es cierto? El amoroso Espíritu Santo no presiona. El sólo imprime un suave y gentil toque.

Cuando usted se molesta y se intranquiliza. Él se detiene por un momento y le deja seguir.

Luego vuelve y le atrapa en una esquina donde usted no se inquiete tanto. En esa esquina, Él hace Su hermosa obra de darle la vuelta a usted. Y entonces , ¿qué ve? Al Cordero de Dios.

Se ha cortado la piedra y usted ahora encaja perfectamente !

Es así como El nos toma, piedras de todas las razas y culturas, y nos une a todos para formar la hermosa morada de Dios. 7.

Mi conclusión de estas reflexiones es que nosotros sí deberíamos tomar riesgos por la causa de Cristo. De hecho, antes de ir a Singapur me había preparado predicando tres sermones sobre el tema, " El Riesgo y la Causa de Dios ". Pero la razón por la cual, nosotros los seres humanos podemos tomar riesgos es porque somos ignorantes de nuestro futuro terrenal. No podemos tener certeza de cómo van a suceder las cosas. Pero Dios está en el cielo y hace todo lo que quiere (Salmo 115:3 ) Su consejo siempre permanece y sus propósitos se logran ( Isaías 46:9-10 ). Él sabe el fin desde el principio, y por lo tanto no puede tomar riesgos. Él se puede sacrificar a sí mismo y también puede amar. Pero Él nunca jamás lanza un dado. Nada de lo que Él ejecuta, es al azar.

Por sus propios y sabios propósitos. Dios puede permitir que su causa sufra tropiezos (tanto individual como globalmente). Él puede amar al precio de la vida de Su Hijo. Pero describirlo como alguien que toma riesgos hace cuestionar su omnisciencia y su soberanía y por lo tanto destruye el fundamento de nuestra fe, y a la vez elimina el poder que nos capacita para tomar riesgos por Dios.

Le agradezco muchísimo por tomar tiempo para leer esto. Por favor sepa que fue escrito con lagran esperanza de que yo haya malentendido su visión de Dios. Lo escribo con la expectativa de que cualquier desacuerdo que pueda haber entre nosotros dos luego

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de esta carta, no impida nuestra alianza por Jesucristo y nuestro deseo de entregar nuestras vidas para su honra. Su amigo y compañero en la obra, John Pipen

Hay muchas partes de la Escritura que muestran la soberana libertad de Dios para hacer lo que le place, lo que le deleita. He expuesto muchos más textos en Desiring God - Deseando a Dios - (pág. 24-28 en inglés).

Pero espero que hayamos visto lo suficiente en este capítulo como para saber que deberíamos postrarnos ante Dios y alabar su soberana libertad - que él siempre obra de acuerdo a su "beneplácito", siguiendo los dictados de sus propios deleites. Él nunca se convierte en víctima de las circunstancias. Él nunca es forzado a entrar en una situación donde se vea obligado a hacer algo en lo no se pueda regocijar

Tal vez la gloria de la grandeza de Dios respecto a este asunto brille con más fuerza si la vemos en la confianza y valentía que ha dado a miles de misioneros que han asumido riesgos. Considere sólo un ejemplo, William Carey» 8.

William Carey es conocido como el padre de las misiones modernas. Él entregó 40 años de su vida en la India, desde 1793 hasta 1834, y nunca regresó a casa de vacaciones. La visión de Dios que encendió su corazón por las naciones fue el Dios libre y soberano de corazón compasivo que enseñaba el Calvinismo evangélico. El Dios de George Whitefield, el evangelista que había muerto cuando Carey era un niño de apenas 9 años. El mismo Dios de Augustus Toplady (1740" 1778), quien escribió el himno "Roca Eterna", y el Dios de John Newton (1725 - 1807), autor de "Maravillosa Gracia”. A menudo Carey es recordado por su rotunda oposición a los hipercalvinistas de su época, que tienen la reputación de haberle dicho que enfriara su entusiasmo por la evangelización mundial, pues si Dios quería alcanzar a los perdidos lo haría sin la ayuda de él. 9.

Carey se opuso a esta visión no bíblica de la soberanía de Dios. Pero lo que no es conocido tan ampliamente es que no se opuso a ésta con una visión Arminiana del limitado poder de Dios, sino con una visión bíblicamente equilibrada de la gratuita y soberana gracia de Dios, Esto es evidente por la forma como equilibró la enseñanza bíblica de la soberana obra de Dios en la conversión, con la responsabilidad que tenemos de persuadir a la gente a ejercitar su voluntad de creer. El escribió:'

Estamos convencidos de que sólo quienes han sido ordenados para vida eterna creerán [Hechos 13:48], y que Dios solo puede añadir a la iglesia los que han de ser salvos [Hechos 2:47]. Sin embargo, estamos obligados a observar con admiración que Pablo, el gran campeón por las gloriosas doctrinas de la gracia soberana y gratuita, fue el más distinguido por su celo personal en la obra de persuadir a los hombres a reconciliarse con Dios.10

Carey no creía que los designios de Dios para el mundo pudiesen ser frustrados, sino que "todo lo que Jehová quiere, hace". Fue esta la confianza que le fortaleció para pasar por increíbles pruebas durante 40 años. Él nos muestra su visión de la libertad de Dios

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para actuar conforme a su beneplácito, al responder una de las preguntas más difíciles que se le puede plantear a un misionero cuando está en el campo de trabajo. En 1797, cuatro años después de haber llegado a India, Carey nos cuenta que fue confrontado por un Brahmán. Carey había predicado sobre Hechos 14:16 y 17:30, y dijo que Dios en el pasado permitió a todos los hombres andar en sus propios caminos, pero ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan. El Brahmán respondió, "De hecho yo pienso que Dios se debería arrepentir por no enviarnos el evangelio antes". Ésta no es una objeción fácil de responder. La respuesta de Carey es asombrosa, como el Dios a quien amaba y servía:

A esto añadí: suponga que un reino ha sido gobernado durante mucho tiempo por los enemigos de su verdadero rey; y aunque él posee suficiente poder para derrotarlos, decide permitirles prevalecer y establecerse tanto como ellos deseen. ¿No sena mucho más notorio el valor y la sabiduría de este rey cuando los exterminara, que si se hubiese opuesto a ellos desde el principio, y les hubiera impedido entrar al país? De la misma forma, por medio de la difusión de la luz del evangelio, la sabiduría, el poder y la gracia de Dios serán mucho más notorias cuando derrote sus arraigadas idolatrías y destruya toda la oscuridad y el vicio que han predominado en todo este país, de lo que habrían sido si todos ustedes no hubiesen experimentado el andar en sus propios caminos por tantos año. 11

Qué respuesta! El Dios libre y soberano gobierna las naciones de tal forma que incluso los años de incredulidad redundarán en su gloria en los países más paganos cuando se complete la victoria del evangelio. Carey no dijo que el beneplácito de Dios pudiera ser frustrado por un pueblo terco y desobediente al cual no podía santificar lo suficiente para que actuara como debía.

Es absolutamente cierto que la desobediencia a la Gran Comisión viola la Palabra de Dios. También es cierto que muchas generaciones de profesantes cristianos tendrán que dar cuenta de este pecado. Pero no dice (a pesar de toda la lógica Arminiana) que Dios estaba atado de manos y era incapaz de impartir a su pueblo un nuevo corazón de obediencia (Ezequiel 11:19 - 20), o que era incapaz de hacer que ellos andarán en sus estatutos (Ezequiel 36:27).

Cualquiera que fuese la causa de la desobediencia de la iglesia a la Gran Comisión, Carey sabía que no podía culpar a Dios como si fuera impotente. Por eso respondió de la forma en que lo hizo. Dios tiene sus sabios y santos propósitos en todo lo que realiza, y hace todo lo que hace de acuerdo a su propio beneplácito. Carey tenía la misma visión de Dios que he tratado de mostrar en estos capítulos. Gran parte de esta visión la aprendí de él. Dios está en los cielos y está haciendo todo lo que le deleita, no importa cuan misterioso pueda esto parecer. Éste fue el poder que había detrás de la primera era de las misiones modernas.

La Visión Detrás de Operación Mundo

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No debemos pensar que el espíritu instaurado por Carey está muerto en la actualidad. Todavía está dirigiendo grandes segmentos del gran movimiento misionero de nuestra época a completar la Gran Comisión en esta generación. Uno de los libros que Dios está usando al rededor del mundo para movilizar la iglesia a una pasión misionera y a la oración es Operación Mundo de Patrick Johnstone.12 Este libro ofrece un reporte del estado y circunstancias relacionadas con el avance del evangelio y el crecimiento de la iglesia en cada país del mundo. No puedo evitar preguntarme si su reedición actualizada de 1986 fue uno de los factores cruciales en el plan de Dios para producir cambios tan asombrosos en Europa Oriental a finales de la década de los 80. ¿Cuál es el espíritu y la convicción detrás de este libro que mueve montañas? Paínck Johnstone lo expresa con fervor:

Sólo el cordero podía abrir los sellos. Todas las imponentes fuerzas de Satanás sobre el mundo con la apertura de los primeros 6 sellos (cap. 6 y 7) son soltadas por el Señor Jesucristo. Él reina hoy. Él está al mando del universo. Él es la única "Causa Final". Todos los pecados del hombre y las maquinaciones de Satanás tienen, en última instancia, que engrandecer la gloria y el reino de nuestro Salvador Esto se aplica a nuestro mundo actual con sus guerras, hambres, terremotos, y la maldad que aparentemente impera hoy. El proceder divino es justo y amante. Nos hemos vuelto excesivamente conscientemente del enemigo, y podemos enfatizar demasiado el aspecto combativo de nuestra intercesión, pero necesitamos tener más consciencia de Dios, para poder reír la risa de la fe sabiendo que tenemos potestad sobre toda fuerza del enemigo (Lucas 10:19). Él ya ha perdido el control, gracias al calvario donde fue inmolado el Cordero de Dios. ¡Qué confianza y seguridad nos da esto al enfrentar un mundo tan convulsionado y necesitado! 13

¿Se Deleita Dios en la Muerte del Impío?

Éste es un glorioso retrato de Dios en su libertad soberana - llevar a cabo cualquier cosa que desee y lograr todo lo que quiere y le deleita. Pero sería un retrato borroso, un poco desenfocado, si nos detuviésemos allí. Para enfocarlo y hacerlo nítido, necesitamos preguntarnos lo siguiente: "¿Cómo puede Dios decir en Ezequiel 18:23 y 32 que no se complace en la muerte de ninguna persona impenitente, si de hecho él logra todo lo que desea y hace todo aquello que quiere y le deleita?". En Ezequiel 18:30 Dios está advirtiendo a la casa de Israel del juicio inminente: "Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor". Al final del versículo 31 y 32 él dice, "¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor: convertios pues, y viviréis".

Esta parece ser una imagen muy distinta a la que vimos en el Salmo 135, donde Dios hace todo lo que quiere. Es esta la clase de texto que ocasiona que la gente llegue a la

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conclusión (Demasiado rápido!) de que William Carey no había leído toda su Biblia. Aquí Dios parece estar atrapado. Parece que él se ve obligado a juzgarlos, cuando en realidad no quiere hacerlo. Él parece estar a punto de ejecutar algo que no le deleita realizar.14 ¿Va a realizar todo lo que quiere o no? ¿Es Dios realmente libre de hacer todo de acuerdo a su beneplácito? ¿O su soberana libertad tiene sus límites? ¿Puede él hacer todo lo que quiere sólo hasta cierto punto, y luego de eso está obligado a realizar cosas que solamente lamenta llevar a cabo?

Podríamos tratar de solucionar el problema volviendo al Salmo 135 y diciendo que Dios hace todo lo que quiere en la esfera natural, pero no en la esfera personal. Después de todo, en el Salmo 135:7 dice:

"Hace subir las nubes de los extremos de la tierra; hace los relámpagos para la lluvia; saca de los depósitos sus vientos". ¿Acaso esto no podría implicar que Dios hace todo lo que quiere en la naturaleza, pero no en las vidas de las personas? Este esfuerzo por limitar la libertad de Dios a la esfera de la naturaleza no funcionará por dos razones. Una razón es que si Dios controla el viento y lo hace soplar cuando quiera y dondequiera que desee - lo cual es totalmente cierto ("soplará su viento, y fluirán las aguas". Salmo 147:18; y recuerde a Jesús ordenando "Calla, Enmudece") - entonces Dios es responsable de la destrucción de miles de vidas que se han ahogado por las tormentas, los huracanes, los tornados, los monzones y los tifones que Dios ha "sacado de sus depósitos" a través de los siglos. ¿Responsabilizamos equivocadamente a Dios al decir esto? ¿No será Satanás quien hace soplar esos vientos destructivos? Ésta es una buena pregunta. La respuesta no es sencilla. No quiero decir que la respuesta es difícil de encontrar. Quiero decir que la respuesta es compleja. Satanás sí tiene gran poder en este mundo para causar daño (ver nota 16). Sabemos que él puede producir enfermedades (Lucas 13:16; Hechos 10:38) y, puesto que es llamado "homicida desde el principio" (Juan 8:44), podemos inferir que él puede de hecho matar, ya sea por medio de una enfermedad o motivando personas a matar o también de otras formas. Es difícil no ver su mano en las trágicas muertes de hijos de misioneros, por ejemplo. La razón por la cuál pienso en esto es porque hace dos horas recibí una llamada telefónica para informarme que el hijo de un amigo misionero murió en un accidente automovilístico. Un año atrás, otra familia misionera que había conocido en Camerún perdió dos de sus tres hijos en un mismo día, debido a la malaria, pocos días después de volver a casa por una licencia. Y dichas historias se multiplican cada día.

Espero que nadie piense que lo relatado aquí ha sido escrito en una atmósfera lejana, no golpeada por el dolor y el sufrimiento de la tragedia. No estoy sugiriendo que estas situaciones son fáciles de soportar o que pueden ser superadas con unas pocas y sencillas observaciones teológicas. Hay un tiempo para cada cosa: "tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de callar y tiempo de hablar" (Eclesiastés 3-47) E momento de la tragedia y del mundo destrozado por el dolor y la aflicción, es el tiempo de abrazar y callar Pero llegará el tiempo para las preguntas y las respuestas. Y cuando así sea, es un miope compromiso con el padre de la mentira afirmar que Satanás es más fuerte que Dios y que las manos del Todopoderoso estaban atadas. Esta nunca ha sido la respuesta de los Santos más profundos. He llorado con muchos de ellos y orado y esperado para

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ver cuál será su respuesta- y aunque no todos son tan elocuentes como Sara Edwards, todos ellos, tarde o temprano, dicen algo parecido a lo que ella dijo.

El Dios Soberano de Sara Edwards

Su esposo Jonathan Edwards, había estado lejos de casa por algunas semanas en 1758, para asumir la presidencia de la universidad de Princeton. El 13 de febrero fue vacunado contra la viruela; pero la cura se convirtió en el asesino, y murió por la vacuna el 22 de marzo de 1758. Tenía 54 años y dejó a su esposa con 10 hijos. Cuando Sara se enteró de la muerte de su esposo, a la primera que le escribió, fue a su hija Esther:

Mi muy amada hija: ¿Que puedo decir? Un Dios santo y bueno nos ha cubierto con una nube oscura. Oh, qué besemos la tierra y pongamos las manos sobre nuestra boca! El Señor ha hecho esto. Él me ha hecho adorar su bondad, por haberío tenido tanto tiempo. Pero mi Dios vive; y él es el dueño de mi corazón. Oh, qué legado mi esposo, y tu padre, nos ha dejado! Todos nosotros estamos dedicados a Dios; es allí donde estoy y me encanta que así sea, Tu amantísima madre, Sara Edwards.15

Yo creo con todo mi corazón que la enseñanza bíblica en cuanto a la soberanía de Dios sobre Satanás es la respuesta más grandiosa en el mundo, cuando el mismísimo sentido de la vida se ve amenazado por los horrores y tragedias de la muerte y la enfermedad. Es esta la respuesta de la Biblia y es verdadera y llena de esperanza. La Biblia no enseña que Satanás tiene el control supremo en el mundo. Presenta a Dios como el que controla el viento, en Génesis 8:1; Éxodo 14:21; 15:10; Salmo 78:26; 107:25; 148:8; Isaías 11:15; y Joñas 1:4; 4:8. Hay una posible excepción en el libro de Job. En Job 1:11-12 Dios le concede a Satanás permiso de destruir todo lo que Job posee, incluyendo su familia. Luego en Job 1:19 un gran viento "golpea la casa donde se encuentran los hijos de Job y los mata a todos. El texto no explica quién hizo que el viento soplara. Pero en Job 1:21, Job mismo exclama, "Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito". Así que incluso si Satanás ha metido sus manos para hacer soplar el viento, Job sabe que detrás de Satanás esta el Gobernador del mundo y del viento, es decir, el Señor.16 Por eso afirma "Jehová quitó". ¿Es correcto que Job haya afirmado esto? El escritor elimina toda duda de pensar que Job no esté en lo cierto al afirmar esto, pues en el siguiente versículo (1:22) él concluye, "En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno". Tampoco lo hizo Isaías cuando citó a Dios diciendo, "[yo], que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto" (Isaías 45:7). Tampoco Jeremías erró cuando dijo, "¿De la boca del Altísimo no sale lo malo (es decir, la calamidad) y lo bueno?" (Lamentaciones 3:38). Ni Amos cuando aseveró, "Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?" (Amos 3:6).

Así que cuando el Salmo 135 proclama que el Señor hace lo que quiere, tiene que incluir el tomar las vidas de las personas por medio del viento y el mar que él solo controla. El Señor da y el Señor quita. Él es la fuente de la vida (Hecho 17:25), y el

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señala el tiempo de volverla a tomar (1 Samuel 2:6; Deuteronomio 32:39). Santiago da por sentado esto cuando nos dice que deberíamos contar con el control soberano de Dios, incluso en nuestros planes de negocios corrientes.

Vamos Ahora! Los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana.

Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala. (Santiago 4:13 - 16).

Santiago asume que es la voluntad del Señor la que determina si alguien va de un pueblo a otro. Para él es un asunto de humildad reconocerle a Dios este derecho y un asunto de arrogancia actuar, por no decir enseñar, que no es así. Pero hay una segunda razón por la cual no podemos limitar la libertad de Dios en el Salmo 135 al mundo natural. El Salmo va más allá de sólo decir que Dios produce el viento y el relámpago. En los versículos 8 - 10 dice que la soberana libertad de Dios fue evidenciada más claramente en el Éxodo cuando libró a Israel de Egipto: "Él es quien hizo morir a los primogénitos de Egipto, desde el hombre hasta la bestia ... Destruyó a muchas naciones, y mató a reyes poderosos". Por lo tanto, cuando el salmista expresa en el versículo 6 que "todo lo que Jehová quiere, lo hace", no se refiere sólo implícitamente a las tragedias causadas por el viento; también se refiere explícitamente a la destrucción de los rebeldes egipcios, las naciones y los reyes. Éste es el campo de acción de lo que Dios hace, cuando hace todo lo que quiere. Así que en Ezequiel se afirma que Dios no quiere la muerte de la gente no arrepentida, y en el Salmo 135 que Dios lleva a cabo todo lo que quiere inclusive matar a las personas no arrepentidas, por ejemplo, los enemigos de su pueblo en Egipto. El mismo verbo Hebreo es usado en el Salmo 135:6 ("él quiere") y en Ezequiel 18:32 ("él no quiere").

Empeorando el Problema

Antes de sugerir una solución a este problema permítame empeorarlo. Muchos cristianos en la actualidad abrigan la idea de que a Dios no le incomoda el ser obligado a realizar cosas que no tiene que hacer. Puedo imaginar que una respuesta a lo que hemos visto hasta ahora sería plantear que hemos creado un problema artificial, porque el Salmo 135 realmente no afirma que Dios se deleita en destruir a los Egipcios. Tal vez alguien diría que "hacer lo que quiere" en el Salmo 135:6 es sólo una metáfora y no conlleva el sentido de placer o deleite. De esta forma se concluiría que Dios solamente se duele cuando tiene que juzgar a los pecadores no arrepentidos, y que no hay ningún sentido en el que Dios esté realizando lo que quiere hacer.

En respuesta a esto yo diría otra vez que la misma palabra usada en el Salmo 135:6 para decir, que Dios hace todo lo que "quiere" es usada en Ezequiel 18:32 para decir que Dios no "quiere" la muerte de los pecadores no arrepentidos. Luego me referiría al análisis de

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esta palabra (hapiftz) al principio de este capítulo. Luego dirigiría la atención a Deuteronomio 28:63 donde Moisés advierte del juicio venidero de Dios sobre los no arrepentidos de Israel. Pero en esta ocasión dice algo totalmente opuesto a Ezequiel 18:32:

Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en destruiros.

Así que volvemos al ineludible hecho de que en un sentido Dios no se deleita en la muerte del impío (que es el mensaje de Ezequiel 18), y en otro sentido sí se deleita (que es el mensaje implícito en el Salmo 135:6 - 11 y explícito de Deuteronomio 28:63). En otras palabras, uno sencillamente no se puede oponer a la tesis de este capítulo (que Dios se deleita en todo aquello que hace) citando textos como Ezequiel 18:32. La Biblia muestra (en Deuteronomio 28:63; Proverbios 1:24 « 26; Apocalipsis 18:20; Ezequiel 5:13; e Isaías 30: 31 - 32) que incluso actos de juicio que en un sentido no le agradan a Dios, en otro sentido si le agradan. Nuestro método no es escoger entre estos textos, o cancelar uno con el otro, sino más bien profundizar lo suficiente en la misteriosa mente de Dios para ver (tanto como sea posible) cómo ambos son ciertos. ¿Cómo explicamos esta aparente tensión?

La Infinitamente Compleja Vida Emocional de Dios

La respuesta que propongo es que a Dios le duele en un sentido la muerte del impío, y le deleita en otro.17 La vida emocional de Dios es infinitamente compleja, más allá de nuestra plena capacidad de comprensión. Por ejemplo, ¿quién puede entender que el Señor escucha al mismo tiempo las oraciones de 10 millones de cristianos alrededor del mundo, y se identifica con cada una personal e individualmente como un Padre cariñoso (como lo dice Hebreos 4:15), a pesar de que entre esas 10 millones de oraciones algunas son afligidas y otras llenas de gozo? ¿Cómo puede Dios llorar con los que lloran y regocijarse con los que se regocijan, cuando juntos vienen a él al mismo tiempo? - De hecho, siempre vienen a él sin cesar ni interrumpir en ningún momento. ¿Quién puede comprender que Dios esté airado con el pecado del mundo todos los días (Salmo 7:11), y aún así todos los días, en cada instante, se esté regocijando con tremendo gozo porque en algún lugar del mundo un pecador se está arrepintiendo (Lucas 15: 7,10,23)? ¿Quién puede entender que Dios continuamente arda de ira por la rebelión del impío y se contriste por las palabras impuras de su pueblo (Efesios 4:29 - 30), y al mismo tiempo se deleite en ellos diariamente (Salmo 149:4), y se alegre por los pródigos arrepentidos que vuelven a casa? ¿Quién de nosotros puede atreverse a definir cuál conjunto de emociones es imposible para Dios? Sólo podemos llegar hasta donde él ha decidido revelamos en la Biblia. Y lo que nos ha revelado es que hay un sentido en el que él no se deleita en el juicio del impío, y hay un sentido en el que si se deleita.

El Doloroso Gozo de la Justicia

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De todo esto concluyo que la muerte y la miseria de los no arrepentidos no es en sí misma y por sí misma un deleite para Dios. Dios no es un sádico. Él no es malicioso, ni sanguinario o cruel. Cuando una persona rebelde, incrédula e impía es juzgada, en lo que Dios se deleita es en la exaltación de la verdad, la justicia y en la vindicación de su propio honor y gloria.18 (Para una mayor explicación del corazón de Dios en el juicio lea el capítulo 5, "¿Cómo se parece Dios a George Washington?". Cuando Moisés advierte a Israel que el Señor se deleitará en arruinarlos y destruirlos si no se arrepienten (Deuteronomio 28:63), él quiere decir que aquellos que se han rebelado contra el Señor, e ido más allá del arrepentimiento no podrán alegrarse de haber ido en contra del Todopoderoso. Dios no es derrotado en los triunfos de su justo juicio. Todo lo contrario. Moisés dice que cuando ellos sean juzgados, sin saberlo proveerán una ocasión para que Dios se regocije en la demostración de su justicia y su poder y la infinita dignidad de su gloria (Romanos 9:22 - 23).19

Hagamos de esto una advertencia para nosotros. Dios no puede ser burlado. Él no puede ser atrapado, restringido o puesto en aprietos. Aún en el camino al calvario tenía legiones de ángeles a su disposición.

"Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo"- de su propio beneplácito o deleite, por el gozo puesto delante de él. En ese momento, en la historia del universo, en el cual Dios parecía estar atrapado, realmente él tenía el control, haciendo exactamente lo que quería - morir para justificar a los injustos como usted y como yo.

Mi Propia Experiencia de la Soberanía de Dios

La soberanía de Dios es una preciosa realidad para mí y para la gente de mi iglesia. Cuántas veces hemos recibido noticias de alguna calamidad que desgarra el corazón de alguna de las familias de nuestra iglesia! Nos hemos puesto de rodillas ante el Señor y hemos clamado a él para que les ayude y fortalezca. Vez tras vez he oído a mi pueblo someterse a la soberana voluntad de Dios y buscar su buen propósito en ella. En una ocasión un tornado atravesó nuestra área destruyendo hogares y almacenes y desenterrando árboles inmensos. Era domingo en la tarde» Esa noche oramos. Aún hoy, años después, puedo recordar una mujer clamando a Dios misericordia para las víctimas, y luego alzando su voz para exaltar a Dios por su poder demostrado en el viento rugiente, y para pedirle que todos nosotros seamos humillados y traídos al arrepentimiento ante su majestuosa autoridad. No muchos años atrás el hijo de uno de los líderes de nuestra iglesia fue atropellado por una lancha. Él logró sobrevivir, pero sus rodillas estaban seriamente heridas y tenía cortaduras superficiales en su pecho y en el cuello causadas por la hélice. Cuando su padre testificó en una reunión de diáconos, dijo que su mayor ánimo y descanso era la soberanía de Dios. "Dios tiene sus propósitos para la vida de mi hijo", dijo él, "y para toda la familia. Esto nos ayudará para bien a todos nosotros en tanto que confiamos en él. Dios podría haberse llevado a mi hijo con tan solo media pulgada más. Sin embargo le dijo a la cuchilla: "hasta aquí llegarás y no irás más allá". Dios no siempre detiene la cuchilla. El 16 de diciembre de 1974, no salvó la vida de mi madre. Ella iba con mi padre en un bus de turismo que se dirigía a Belén en Israel. Una camioneta con tablas para la construcción, atadas al techo se salió de la vía y golpeó el

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bus en la parte frontal. La madera atravesó las ventanas y mató a mi madre instantáneamente. El certificado de defunción decía, "médula lacerada y oblongada". Cuando vimos su cuerpo, diez días después, luego de que la casa funeraria hizo lo mejor que pudo, mi hermana se desmayó. Dejamos a mi padre llorando solo sobre el ataúd un largo tiempo. Luego fui y lo cerré por última vez. Utilizamos fotografías para cuando vinieron a acompañarnos. ¿Cuál fue mi consuelo en esos días? Hubo muchos. Ella sufrió muy poco. La tuve por 28 años y fue la mejor madre que se pueda imaginar. Ella conoció a mi esposa y a uno de mis cuatro hijos. Ahora estaba en el cielo con Jesús. Su vida estuvo llena de buenas obras y sus buenos efectos todavía perduran muchos años después de su partida. Además, por encima de todos estos consuelos sustentando todas mis preguntas no resueltas, y calmando nú corazón, existía la confianza de que Dios tiene el control y él es bueno. No me consuela pensar que Dios no pueda controlar el recorrido de una camioneta. Para mí no hay consolación en la casualidad, ni en darle a Satanás la superioridad. Cuando me arrodillé junto a mi cama y lloré acabando de recibir la dolorosa llamada telefónica de mi cuñado, jamás dudé que Dios era soberano sobre este accidente y que él era bueno. No necesito explicarlo todo El hecho de que él reina y él ama, es suficiente por ahora. Por tanto postrémonos asombrados y maravillados ante Dios - quien es eternamente feliz en la comunión de la Trinidad; infinitamente abundante en la sabiduría de su obra; libre y soberano en su auto - suficiencia. "Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho" Humillémonos bajo su poderosa mano. Regocijémonos pues su consejo permanecerá y un día todas las familias de todas las naciones lo adorarán. Porque el dominio pertenece al Señor, y él gobierna sobre las naciones!

Notas. 1. Segundo Apéndice al Periódico del Sr. Brainerd, en Las Obras de Jonathan Edwards, 2. (Edimburgo.-Banner of

Truth Trust, 1974), 426. 2_ El escribió en su periódico cuatro meses antes de morir Vi con toda claridad que la esencia de la religión consistía en la conformidad del alma a Dios ... y esto surge de una correcta visión de su infinita excelencia y dignidad en sí mismo, de ser amado, adorado, alabado y servido por todas las criaturas inteligentes. Así entendí que cuando un alma ama a Dios con amor supremo, o actúa como el mismo Dios bendito [feliz], quien ama justamente de esa manera cuando los intereses de Dios y de dicha alma se vuelven uno, y ésta anhela que Dios sea glorificado y se regocija en pensar que él está invariablemente poseído de la gloria y la bendición [felicidad] más alta, en todo esto también actúa en conformidad a Dios". La vida de David Brainerd, compilada por Jonathan Edwards, de. Norman Petií, (New Haven: Yak University Press, 1985), 449. 3. Citado de The Four Loves en A Mind Awake: Anthology of C. S. Lewis (Los Cuatros Amores en Una Mente Despierta: Una Antología de C. S. Lewis), de. Clyde Kilby (New York: Harcourt,

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Brace and Worid, 1968), 85. 4. Citado de The Problem of Pain (El Problema del Dolor) en Ibid., 80. 5. Al afirmar que hay algo que Dios no puede hacer, no estoy limitando su soberanía, porque todo lo que estoy diciendo es que Dios no puede usar su soberanía para hacerse a sí mismo no soberano. Todos nosotros hemos escuchado la pregunta: ¿Puede Dios crear una roca lo suficientemente grande como para que él mismo no la pueda levantar? Si decimos sí, entonces no puede levantar la roca. Si decimos no, entonces no puede crearla. Es como lanzar una moneda y, sin importar por cuál lado caiga, perder la apuesta. El problema con esta pregunta es que es un juego de palabras y no una deficiencia de Dios. C. S. Lewis describió el truco de este juego de la siguiente forma: Usted puede atribuirle milagros a él, pero no absurdos. Esto no es una limitación de su poder... usted no ha logrado decir nada sobre Dios: Una insensata combinación de palabras no adquieren sentido repentinamente, simplemente porque les prefijemos las dos palabras "Dios puede". Sigue siendo verdad que todas las cosas son posibles para Dios: las imposibilidades intrínsecas no son cosas sino negaciones. No es más posible para Dios de lo que es para la más débil de sus criaturas llevar a cabo dos acciones que se excluyen mutuamente; no porque su poder encuentre un obstáculo, sino porque el absurdo sigue siendo absurdo, incluso cuando lo hablamos con respecto a Dios (The Problem of Pain en A Mind Awake, 79). Desearía que estuviésemos tratando aquí con el juego de palabras de estudiantes de los primeros semestres de filosofía que apenas descubren esos acertijos. Pero no es éste el caso. Hay serios intentos hechos por eruditos de hoy en día para argumentar que la omnipotencia y el conocimiento de Dios sí incluyen la capacidad de hacer un ser humano cuyas decisiones, por ejemplo, él no pueda conocer de antemano. En otras palabras parece que el conocimiento de Dios es lo suficientemente amplio como para crear algo que excede su conocimiento. Richard Rice, profesor de teología en la Universidad de Loma Linda, lo argumenta así: "¿Puede [Dios] crear seres con una capacidad para sorprenderlo y deleitarlo, al igual que para desilucionarlo, cuando toman decisiones, y no saber por anticipado cuáles serán esas decisiones? Si él no puede, entonces hay algo significativo que Dios no puede hacer. Y esto significa que su poder es limitado". En "Divine Foreknowledge and Free Will Theism" (Presciencia Divina y Teísmo del Libre Albedrío) en A Case for Arminianism: The Grace of God, the will of Man (Un Argumento a Favor del Arminianismo: La Gracia de Dios, La Voluntad del Hombre), ed. Clark H. Pinnock (Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1990), 137. Pero la pregunta que deberíamos hacer al profesor Rice es la siguiente: ¿Es "algo significativo" para un Dios omnisciente y omnipotente crear un ser cuyas decisiones estén

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más allá de su presencia? O ¿más bien es una "Negación" o un "absurdo" como, creo, sugeriría Lewis? Ver el siguiente pie de página para más información respecto a este asunto. 6. Vimos en el pie de página 5 que no todos los cristianos creen esto. De hecho hay un renovado esfuerzo en la actualidad, de entre la misma familia de la fe, por refutar la verdad del conocimiento de Dios de todos los eventos futuros. Hace poco Clark Pinnock publicó un libro de ensayos titulado A Case for Arminianism: The Grace of God, the Will of Man, en el cual él y otros defienden el Unútado preconocimiento de Dios. Pmnock mismoluj de un cambio del Calvinismo al Armimamsmo, (y mas allá, pues el Arnuniamsmo clásico todavía afirma que Dios conoce todos los eventos futuros), ahora declara. Las decisiones que aún no se han tomado no existen en ningún lugar para poder ser conocidas incluso por Dios. Son sólo potenciales - aún por realizar, pero todavía no reales. Dios puede predecir una gran cantidad de lo que decidiremos nacer, pero no todo, porque parte de esto permanece oculto en el misterio de la libertad humana... Dios también enfrenta posibilidades en el futuro y no solo certezas. Dios también s. mueve hacía un futuro no plenamente conocido porque todavía no ha sido fijado" (pag. 25 - 26).

Pinnock fue empujado a esta posición primero por la lógica neo - arminiana, no por la Escritura. Esto es irónico por la forma en que él persistentemente acusa a otros de acallar la Escritura con la "lógica Calvinista (Pag. 19, 21, 22, 25, 26, 28) La lógica neo - arminiana razona de la siguíente forma: "Una total omnisciencia necesariamente significaría que todo lo que vayamos a escoger en el futuro ya habrá sido escrito en el registro del divino conocimiento y, consecuentemente, la creencia de que tenemos decisiones verdaderamente significativas por hacer, parecería estar equivocada" (Pág. 25). Por lo tanto, las presuposiciones filosóficas de que la presciencia es incompatible con las "decisiones significativas" y que la realidad de lo que él llama "decisiones significativas" es más seguro que la total presciencia de Dios - estas dos presuposiciones neo -arminianas ( no arminianas clásicas) lo guían lógicamente a rechazar la total presciencia de Dios. Sólo entonces él dice, "Por lo tanto, tuve que preguntarme a mí mismo si era bíblicamente posible sostener que... las decisiones de mi libertad sería algo que no podría ser conocido ni siquiera por Dios pues no han sido tomadas en la realidad"(pág. 25). En otro lugar él dice, "Permítame explicar cinco de los cambios doctrinales que la lógica requería y que creo la Escritura me permitía hacer..."(pág. 18-19, itálicas añadidas). La Escritura fue buscada como una confirmación de lo que demandaba la lógica neo - arminiana.

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En la superficie el argumento básico de Pinnock en contra de la presciencia de Dios de las libres decisiones humanas se parece al argumento de C S. Lewis en contra de limitar ¡a omnipotencia de Dios diciendo que no puede crear una roca lo suficientemente grande como para no poder levantarla (ver nota 5). Lewis dice que la idea de un ser con una capacidad total de crear algo más allá de su propia capacidad es un absurdo lógico. Es decir, si y no acerca de la misma cosa, en la misma forma, al mismo tiempo. Esto es una no • cosa* . Y decir que Dios no puede hacer una no - cosa* no es limitar su poder de ninguna manera. Pinnock intenta algo similar con la presciencia de Dios. Él opina, "Las decisiones aún no tomadas no existen en ningún lugar para ser conocidas ni siquiera por Dios". En otras palabras, son una no - cosa*. Y por lo tanto negar que Dios pueda saber una no - cosa* no es limitar su conocimiento en ninguna manera. En la superficie los argumentos parecen iguales. Pero no lo son. *Nota del Traductor En Inglés no - thing. Palabra que permite significar no - cosa y nada a la vez, Hay una profunda diferencia. La omnipotencia de Dios es conservada por Lewis porque una omnipotencia no -omnipotente es una auto - contradicción. Sin embargo, ésta no es la estructura lógica del argumento de Pinnock. Él no está conservando la omnisciencia de Dios, al rechazar una omnisciencia no - omnisciente, sino redefiniendo la omnisciencia de una forma que excluye el conocimiento de las futuras decisiones humanas. La lógica no requiere esto, y por lo tanto no es como el argumento de Lewis. Más bien, es una presuposición filosófica la que requiere esto, es decir, la presuposición de que las futuras decisiones no tienen una realidad conocible. Son una no - cosa. El sostén de esta aseveración no es la ley de la no -contradicción - como decir (junto con Lewis) que una omnipotencia no - omnipotente es una auto - contradicción. Antes bien, el sostén de esta aseveración es un juicio ontológico o metafísico: las decisiones futuras no tienen un lugar en la realidad que les permita ser el objeto del conocimiento, ni siquiera de Dios. No es la lógica la que demanda esto. Es un sistema filosófico neo - arminiano el que lo demanda. Pinnock llama a este sistema, tal como él lo bosqueja, "teísmo del libre albedrío". Él señala que es una "doctrina de Dios que se ubica en la mitad entre el teísmo clásico, que exagera la trascendencia de Dios en el mundo, y el teísmo proceso, que recalca una inmanencia radical" (pág. 26). Una de las cosas más confusas sobre la presentación de Pinnock de dicho sistema, es su descripción de éste como una nueva perspectiva creativa y valiente surgida de una interacción responsable con nuestra cultura moderna. El cree que este nuevo alejamiento del teísmo clásico empezó "por una lectura fresca y fiel de la Biblia en diálogo con la cultura moderna, que hace un énfasis en la autonomía, la temporalidad y el cambio histórico"(pág. 15). Sugiere que quienes desarrollan este "teísmo del libre albedrío" neo - arminiano son

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como Agustín en su generación: "Si Agustín tuvo el valor de trabajar con la cultura de su época y de producir algunas maravillosas y nuevas perspectivas, entonces podemos hacer lo mismo en nuestra época actual" (pág. 29). "De la misma forma en que Agustín llegó a un acuerdo con el antiguo pensamiento griego, nosotros estamos llegando a un acuerdo con la cultura moderna. Influenciados por la cultura moderna, estamos experimentando la realidad como algo dinámico e histórico, y consecuentemente estamos viendo en la Biblia cosas que nunca antes habíamos visto" (pág.27). Esto es verdaderamente desconcertante. Si lo que encontramos aquí en este "teísmo del libre albedrío" son verdaderamente "maravillosas y nuevas perspectivas" bajo la influencia de la cultura moderna , ¿por qué, entonces, lo que dice este autor es lo mismo que decían los Socinianos del siglo diecisiete? Encuentro en la enciclopedia del siglo dieciocho que, según Socinio (1539 • 1604), "la omnisciencia de Dios es definida de una forma que no genere conflicto con Sa eventualidad de acontecimientos producidos por la libertad de la voluntad. Dios no sabe las cosas de una forma tal que todo lo que él sepa, llegue seguramente a suceder. Si le conocimiento de Dios ... hiciera que necesariamente todo sucediera, entonces no existiría realmente el pecado, ni la culpa del pecado". Una Enciclopedia Religiosa: O Diccionario de la Teología Práctica, Bíblica, Histórica y Doctrinal, ed. Phihiip Schaff (New York: La Literatura Cristiana Co., 1988), 2209. Y si este sistema surge de una interacción bíblicamente fiel, creativa y valiente con nuestra cultura moderna, ¿por qué cuando leo a Stephen Chamock (1628 -1680), el pastor Puritano y capellán de Oliver Cormweil, encuentro que él está discutiendo cada argumento contra la omnisciencia de Dios que ya estaban presentes en su época, hace trescientos años? Sospecho que la razón es que no hay nada verdaderamente nuevo en el "teísmo del libre albedrío" propuesto por Pinnock, sino que este sistema surge de los mismos intentos de resistir (no importa cuan inconscientemente) los derechos absolutos del Creador sobre sus criaturas que están presentes en cada generación; y de lograr un lugar para la autonomía humana y la auto '- determinación por medio de la limitación de Dios - ya sea de su poder, o de su conocimiento, o de ambos. Charnock lanza esta pregunta que es verdaderamente relevante para Pinnock y sus colegas neo - arminianos: ¿Que sucede si el hombre no puede reconciliar plenamente la presciencia de Dios y la libertad de la voluntad humana? ¿Negaremos entonces la perfección de Dios para garantizar una libertad a los seres humanos? ¿Haremos a Dios ignorante, y lo acusaremos de ceguera, con el fin de mantener nuestra libertad?" Discourses upon the Existence and Attributes ofGod (Discursos Sobre la Existencia y los Atributos de Dios), (Grand Rapids: Baker

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Book House, 1979), 450. Los nuevos arminianos, incluso en contra de la sabiduría de sus antepasados arminianos, le han dado una respuesta fatalmente equivocada a esta pregunta. Si usted ha llegado hasta este punto en la lectura de este pie de página, probablemente sea el tipo de persona al que le gustaría ver las evidencias sobre la presciencia de Dios de la forma en que son dadas por Charnock. A lo largo de las noventa y dos páginas sobre el conocimiento de Dios, hay una sección que presenta este argumento: "Dios conoce todas las futuras eventualidades, es decir, Dios conoce todas las cosas que sucederán accidentalmente o, como decimos nosotros, por coincidencia; y él conoce todos los cambios que habrá en las decisiones de la voluntad del hombre hasta el fin del mundo" (pág. 439, itálicas añadidas). Charnock expone este argumento desde una perspectiva bíblica y lógica en las siguientes veintiséis páginas. Por ejemplo, él muestra que "la Escritura nos da una lista tan larga de eventualidades predichas por Dios, que ningún ser humano puede probar que algo sea desconocido para Dios. Es tan razonable pensar que él conoce cada eventualidad, como lo es pensar que él conoce algunas; pues no es más difícil, para aquel que posee un entendimiento infinito, conocer todo que conocer algo" (pág. 442 - 443). Dios predijo por anticipado, con nombre propio y antes de que nacieran, que Ciro ayudaría a reconstruir Jerusalén (Isaías 44:28), y que Josías destruiría el altar de Joroboam (1 Reyes 13:2). "¿Qué", pregunta Charnock, "es más eventual, o es más el efecto de la libertad de la voluntad de un hombre, que el nombre de sus propios hijos?" (pág. 441). Sin embargo. Dios sabía por anticipado esta decisión humana de Ciro y de los padres de Josías, sin mencionar sus propias decisiones de cumplir justamente lo que Dios había predicho que harían. Dios predijo la decisión del Faraón de honrar al carnicero y ahorcar al panadero (Génesis 40:13,19). El predijo las decisiones de los hombres pecadores que no quebrantarían ningún hueso de Jesús (Salmo 34.20; Zacarías 12:10; Juan 19:36-37), y las decisiones de dividir sus vestiduras (Salmo 22:18; Juan 19:24). Él sabía por anticipado la decisión de los egipcios de oprimir a Israel (Génesis 15:13); y la decisión de Faraón de endurecer su corazón (Éxodo 3:19); y la decisión de los oyentes de Isaías de rehusar oír su mensaje (Isaías 6:9); y la decisión de los israelitas de revelarse después de la muerte de Moisés (Deuteronomio 31:16); y la decisión de Judas de traicionar a Jesús (Juan 6:64). Él sabía por anticipado que el pecado voluntario del amorreo llegaría al "colmo" en la cuarta generación, y le prometió a Abraham que sólo hasta después de que el amorreo llegara a este extremo en su iniquidad, los descendientes de Abraham vendrían y habitarían la tierra (Génesis 15:16). Charnock formula la siguiente pregunta: " Si Abraham hubiese sido un sociniano (podríamos también llamarlo un neo - arminiano), que negara la presciencia de Dios sobre los libres actos del hombre, ¿no tendría acaso una

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excusa para no creer? ¿Cuál habría sido su respuesta a Dios? '-Ay de mí!. Señor, no se puede confiar en esta promesa, la iniquidad del amorreo depende de los hechos de su libre albedrío, y tú no puedes saber que sucederá; tú sólo puedes ver una probabilidad de que su iniquidad llegue al extremo, y por ende, solamente hay una probabilidad de que cumplas la promesa; una probabilidad, no una certeza'. ¿No sería esto considerado una respuesta no sólo insolente, sino blasfema?" (pág. 444). (Para otros textos que describen la presciencia de Dios sobre los voluntarios hechos futuros del hombre ver 1 Samuel 23:10-13; 2 Reyes 13:19; Jeremías 38:17-20; Ezequiel 3:6- 7. Ver también Mateo 11:21 en cuanto a la presciencia de Dios sobre las decisiones que efectivamente habrían sucedido bajo diferentes circunstancias). Solamente quisiera añadir una observación más sobre el rechazo que hace Clark Pinnock de la doctrina ortodoxa de la omnisciencia de Dios. He encontrado algo muy común en varias oportunidades, a medida que las personas se apartan de una perspectiva tradicional de la verdad, ellos tratan de hacer que su alejamiento parezca más atractivo caricaturizando la perspectiva tradicional, para que no se vea atractiva. Por ejemplo, Pinnock describe el Dios que estoy presentando en este libro como alguien que "tiene que controlar todo como un tirano oriental (pág. X), y "fuerza [las personas] a efectuar decretos preestablecidos" (pág. 20), guía la historia de una forma "coercitiva" (pág. 21), y es "virtualmente incapaz de estar conforme" (pág. 24). Toda esta caricatura negativa es luego comparada con un Dios que obra en términos totalmente afectuosos con el pensamiento contemporáneo y moderno. Por ejemplo, él es un Dios que "da salvación y vida eterna bajo las condiciones del mutualismo" (pág. Xi, itálicas añadidas). Pinnock intenta dar la impresión de que aquellos que creen en el Dios soberano de Jonathan Edwards, George Whitefield, William Carey y J. I. Packer se relacionan con él de una forma filosófica que es fatalista e impersonal; mientras que los neo - arminianos disfrutan de "una relación personal dinámica entre Dios, el mundo y las criaturas humanas de Dios" (pág. 15). En respuesta a esto, me siento obligado a preguntar si la visión de Dios que he manifestado en: Deseando a Dios: Meditaciones de un Cristiano Hedonista (1986) y Los Deleites de Dios es una visión inerte, fatalista e impersonal del Dios que amo y adoro. Sin embargo, preferiría responder dejando que A. W. Tozer hablara por los cientos de miles de nosotros que conocemos al Dios de la omnisciencia total y de la omnipotencia total, no como una idea filosófica inerte, sino como el Maravilloso satisfactor de todas nuestras necesidades y el precioso Padre y Amigo de nuestras vidas. "La omnipotencia no es un nombre dado a la suma de todos los poderes, sino un atributo de un Dios personal que los cristianos creemos es el Padre de nuestro Señor Jesucristo y de todos

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aquellos que creemos en él para vida eterna. El adorador encuentra en este conocimiento una fuente de maravillosa fortaleza para su vida interior. Su fe crece con gran ímpetu para tener comunión con aquel que puede hacer todo lo que desee hacer, para quien nada es demasiado difícil porque posee poder absoluto". A. W. Tozer: Una Antología (Camp Hill, Pennsylvania: Christian Publications, 1984), 94. 7. Outlook, xv, 1 (enero de 1978): 1. 8. Para más ejemplos ver lain Murray, The Puritan Hope (La Esperanza Puritana), (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1971). 9. Se supone que esto fue dicho por el anciano John Ryland en la Asociación de Ministros de Northampton. Pero su hijo, John Ryland, Jr., argumentó que la historia no era verdadera: "jamás escuche esta historia hasta que la vi impresa, y no le puedo dar ningún crédito". Citado en Ibid., 280, nota 14. 10. Citado de "Forma de Acuerdo" escrito por él para guiar la vida de los Hermanos de la Misión de Serampore. Citado en Ibid., 145. 11. Citado en Tom Wells, A Visión for Missions (Una Visión Misionera), (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1974), 13. 12. Patrick Johnstone, Operación Mundo (Kent. England: STLBooks. 1987). 13. Ibid., 21 14. De la misma forma hay textos que nos revelan que Dios se detiene de efectuar actos que desea realizar (por ejemplo. Mateo 23:37), así como textos que expresan el dolor de Dios sobre los eventos que ha llevado a cabo (por ejemplo. Génesis 6:7; 1 Samuel 15:11). 15. Sereno Dwight, Memorias, en Las Obras de Jonathan Edwards, ed. S. Dwight, 1 (1834: repr. ed, Edinburgh: Banner of Truih Trust, 1974), clxxix. 16. Es verdad que Satanás tiene cierta libertad para "gobernar" este mundo. Él es llamado el "príncipe de este mundo" (Juan 12:31); y "el dios de este siglo" (2 Corintios 4:3-4); y el príncipe de las potestades del aire (Efesios 2:2). Él le ofreció a Jesús "todos los reinos de este mundo" si Jesús se postraba ante él (Lucas 4:5-7). Sin embargo. Dios es presentado en la Biblia como el que controla el mundo, aunque Satanás sea llamado "el dios de este siglo". Por ejemplo, el poder de gobernar a las autoridades de este mundo le pertenece a Dios (Romanos 13:1), incluyendo a Pilato cuando condenó a Jesús (Juan 19:10-11); es Dios quien "pone reyes y quita reyes" (Daniel 2:20-21); "él hace según su voluntad en el ejército del cielo y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?" (Daniel 4:35); y "como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina" (Proverbios 21:1; ver también Esdras 1:1; 6:22). Aunque Lucas 22:3 dice que Satanás entró en Judas y causó la traición final de los judíos, Pedro afirma que detrás de Satanás. Dios estaba guiando todas las cosas: "éste [Jesús] fue entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hechos

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2:23); de hecho, "Heredes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel hicieron cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera" (Hechos 4:27-28). Pero todos estos líderes influenciados satánicamente, y guiados divinamente, fracasaron en su oposición a Dios. Pues, "Jehová hace nulo el consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de los pueblo. El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones" (Salmo 33:10-11; Isaías 43:13). Se puede decir de cada ataque al pueblo de Dios en el mundo "¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?" (Lamentaciones 3:37-38). "¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?" (Amos 3:6). Sin embargo, debemos ser conscientes de que en su misteriosa forma de tratar con el mundo y con su propio pueblo, este principio permanece firme: "vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien" (Génesis 50:20). Detrás de la limitada libertad de Satanás está la mano de un Dios soberano que guía todas las cosas para el bien de su pueblo (Romanos 8:28). Compare la actividad de Dios y Satanás en las siguientes tres parejas de textos: 1 Crónicas 21:1 y 2 Samuel 24:1; Lucas 22:31 y 22:32; 2 Corintios 4:4 y Romanos 11:25. La derrota y caída de Satanás ha sido lograda de una manera definitiva en la muerte y resurrección de Cristo, y sucederá sin falta. Esto se ve en Mateo 8:29; 16:18; 25:41; Lucas 10:17-18; 11:21-22; Juan 17:15; 1 Juan 2:14; 3:8; 5:18; Romanos 8:37-39; 16:20; Hebreos 2:14-15; Colosenses 1:13; 2:15; y Apocalipsis 20:10. Por lo tanto, en la época actual, somos llamados a resistir a Satanás por medio de nuestra fe en el triunfo sobre él que ha sido logrado y asegurado por Jesús. Esto se puede ver en Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8-9; Efesios 6:10-13; Hechos 26:18; 2 Timoteo 2:24-26; Romanos 16:19-20 y 2 Corintios 11:3. 17. Una completa descripción de esta solución propuesta, especialmente tal como la elaboró Jonathan Edwards, es presentada en Deseando a Dios, 28 -31. 18. Esta es la forma en que Jonathan Edwards trató el problema de cómo Dios y los santos en el cielo serán felices por toda la eternidad sabiendo que muchos millones de personas están sufriendo en el infierno para siempre. No es que el sufrimiento sea agradable a Dios y a los santos en sí mismo, sino que la vindicación de la infinita santidad de Dios será valorada profundamente. Ver John Gerstner, Escritos de Jonathan Edwards sobre el Cielo y el Infierno (Grand Rapids: Baker Book House, 1980), 33 - 38. 19. He tratado de dar una explicación cuidadosa y exegética de esta interpretación de Romanos 9:22-23 en The Justification ofGod (La Justificación hecha por Dios), (Grand Rapids: Baker Book House, 1983). En cuanto a una referencia para este estudio en Una Justificación del Arminianismo: La Gracia de Dios, La Voluntad del Hombre (ver nota 5). Parece que no se ha

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puesto una seria atención a los argumentos que presenté allí. Pinnock expresa una preocupación legítima de que Romanos 9 sea interpretado con una consciencia de Romanos 10 y 11 en mente. Él dijo, "Creo que si Piper hubiese avanzado en Romanos más allá de Romanos 9, habría encontrado la sincera oración de Pablo a Dios para que salvara a los perdidos (10:1) y su explicación de cómo es que llega a suceder que algunos sean incluidos o excluidos - por medio de la fe o de la falta de esta (11:20). Romanos 9 debe ser leído en el contexto más amplio de Romanos 9-11" (Pág. 29, nota 10). En verdad no quiero estar en desacuerdo sobre el hecho de que Romanos 9 debe ser leído en su contexto. Es por esto que, por ejemplo en las páginas 9 - 15 y 163 -165, discutí los límites de mi enfoque y la estructura de Romanos 9:11. Con respecto a los dos argumentos específicos de Pinnock: en verdad somos incluidos o excluidos de la salvación con base en la fe. Sin embargo, eso no responde a cómo una persona viene a la fe y otra no. Ni tampoco el "deseo del corazón de Pablo y la oración a Dios" por la salvación de los judíos en Romanos 10:1 contradicen la aseveración explícita de que ha acontecido en parte endurecimiento a Israel [de parte de Dios], hasta que [Dios la levante después de que] la plenitud de los gentiles [escogidos por Dios para salvación] haya entrado" (Romanos 11:25).

El Deleite de Dios en Su Reputación

Unos meses antes de su muerte, a la edad de 29 años en 1747, David Brainerd, el misionero a los indígenas en Nueva Inglaterra, le escribió a un joven candidato al ministerio, "Entrégate a la oración a la lectura y la meditación de las verdades divinas: lucha por penetrar en lo más profundo de ellas y nunca te contentes con un conocimiento superficial". 1. Fue un buen consejo. Y no sólo para los pastores, pues en el fondo de todas las cosas se encuentra un fundamento firme de esperanza para la victoria de la misión global de la iglesia. Se encuentra un Dios cuyo compromiso con la causa de su pueblo está arraigado, no en su pueblo, sino en sí mismo. Su pasión por salvar y purificar se alimenta a sí misma, no del superficial suelo de nuestro valor, sino de su infinita y propia profundidad. Lo que veremos a medida que se desarrolla este capitulo es que el tiempo que se requiere para adentrarnos en lo profundo del corazón de Dios es a menudo recompensado al encontrar una veta de oro o un pozo de petróleo. El esfuerzo es pagado con gozo y poder más allá de cualquier expectativa.

¿Quiso Usted Decir "nombre" o "Reputación"?

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En el primer borrador de este capítulo escribí el título, "El Deleite de Dios en su Nombre". Todavía pienso que éste es un título perfectamente bíblico. Muchas veces la Escritura declara que Dios hace cosas "por amor de su nombre"; pero si uno se pregunta cuál es la verdadera motivación del corazón de Dios en esa aseveración (y en muchas otras parecidas a esta), la respuesta es que Dios se deleita en hacer conocer su nombre. La primera y más importante oración que podamos proferir es, "Santificado sea tu nombre". Ésta es una petición a Dios para que él obre de forma tal que haga que su pueblo santifique su nombre. Dios logrará que más y más personas santifiquen su nombre, y por eso su Hijo le enseña a los cristianos a poner sus oraciones en línea con esta gran pasión del Padre. "Señor, haz que más y más personas santifiquen tu nombre", es decir, estimen, admiren, respeten, valoren, honren y adoren tu nombre. En esencia es una oración misionera. Así que entre más pensaba sobre este asunto, más me parecía apropiado poner el énfasis en la reputación y no en el nombre. La reputación significa un nombre bien conocido. Su nombre muestra quién es él realmente; especialmente, quién es él para nosotros.2 El argumento del presente capítulo es que Dios se deleita en ser conocido como realmente es. Él ama una reputación mundial. Es por eso que hablaré mucho sobre el nombre de Dios en este capítulo, pero he escogido el título, "El Deleite de Dios en su Reputación".

Una Historia de Esperanza Para los Pecadores, Enfocada en Dios

Empecemos con una historia sobre el pecado humano y la misericordia divina. Amo esta historia porque está llena de esperanza, enfocada en Dios. Esta historia pone sobre la mesa el maravilloso hecho de que el amor de Dios por su reputación es la base de su misericordia para los desesperados pecadores. La aseveración clave en esta historia está en 1 Samuel 12:22, "Pues Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre". Aquí se puede ver inmediatamente que la misericordia de Dios ("Pues Jehová no desamparará a su pueblo") se basa en su amor a su nombre ("por su grande nombre"). Pero para poder sentir toda la fuerza de esta verdad evangélica, enfocada en Dios, necesitamos conocer la historia bíblica. El periodo de los jueces del Antiguo Testamento (Gedeón, Debora, Sansón y el resto) ha pasado. Samuel está ahora en escena como una especie de puente entre los jueces, los reyes y los profetas. Hasta ahora Israel no tenía rey, pero el caos de la tierra, con cada uno haciendo lo que bien le parecía (Jueces 21:25), llevó a Israel a exigir que Samuel les diera un rey.

Usted puede leer lo anterior en 1 Samuel 8. Samuel es viejo. Sus hijos Joel y Abías se han convertido en jueces y son corruptos. Así que los ancianos de Israel le dicen a Samuel (en el versículo 5): "He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constituyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones". Samuel se siente molesto y acude a Dios en busca de un consejo, pero para sorpresa suya Dios le dice a Samuel, "Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan: porque no te han desechado a tí, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos". Sin embargo, esto no es tan sencillo. Dios también le dice a Samuel, "ahora, pues,

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oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales como les tratará el rey que reinará sobre ellos" (8:9). Entonces Samuel le anuncia al pueblo cómo su rey tomará sus hijos e hijas para su servicio y demandará de ellos, para sus propósitos, el diezmo de todo lo que posean. Aún así no pudo hacer desistir al pueblo de su deseo de nombrar un rey. Ellos dan su respuesta final en los versículos 19 y 20: "No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras". Entonces Samuel unge a Saúl como rey sobre Israel (capítulo 10). Luego en el capítulo 11 Saúl derrota a Náhas y a los amonitas, y reúne a todo el pueblo en Gilgal para renovar el reino - para investir oficialmente a Saúl. Samuel pronuncia un discurso de inauguración en el capítulo 12, pero resultó ser un discurso de inauguración muy inusual. ¡No fue lo que el pueblo quería oír! Samuel tiene unas noticias asombrosamente buenas para todos. Pero antes de darles esas buenas noticias, él quiere asegurarse de que ellos sepan y sientan la magnitud de la maldad que han cometido al querer ser como las otras naciones y al no estar satisfechos de tener a Dios por rey de ellos (1 Samuel 8:5). Por eso en el capítulo 12:17 él dice, "¿No es ahora la siega del trigo? Yo clamaré a Jehová, y el dará truenos y lluvias, para que conozcáis y veáis que es grande vuestra maldad que habéis hecho ante los ojos de Jehová, pidiendo para vosotros rey". Cuando Dios envía truenos y lluvia, el pueblo teme y confiesa su pecado: "Ruega por tus siervos a Jehová tu Dios, para que no muramos; porque a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros" (12:19). Cuando ya el pueblo ha sido llevado al arrepentimiento de sus pecados, viene la buena noticia: "No temáis; vosotros habéis hecho todo este mal; pero con todo eso no os apartéis de en pos de Jehová, sino servidle con todo vuestro corazón. No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades" (12:20-21). Éste es el evangelio; a pesar de que ustedes han pecado en gran manera, y han deshonrado al Señor muchísimo, a pesar de que ahora tienen un rey, que fue pecado obtener, a pesar de que no se puede deshacer ese pecado o sus consecuencias que aún están por venir; sin embargo, hay un futuro y una esperanza. ¡No temáis! ¡No temáis! Luego viene el gran fundamento del evangelio en el versículo 22: "Pues Jehová no desamparará a su pueblo por su grande nombre, porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo".

¿Por Qué fío Los Desamparará?

¿Cuál es la base para que ellos no teman de acuerdo con este versículo? Primero que todo es la promesa de que él no los desamparará. A pesar de su pecado al querer un rey, el versículo dice: "Jehová no desamparará a su pueblo". Pero ése no es el fundamento más profundo para no temer y para tener esperanza. ¿Por qué no desamparará Jehová a su pueblo? La respuesta que Samuel da es que Dios no desamparará a su pueblo "por su grande nombre". La razón más profunda que se ofrecía como explicación del compromiso de Dios con su pueblo es su previo compromiso con su propio nombre. La profunda base sólida para nuestro perdón, nuestro no - temor y nuestro gozo, es el compromiso de Dios con su propio y grande nombre. Primero que

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todo, él está comprometido a actuar por causa de su propio nombre; luego por esa razón, él se compromete a actuar en favor de su pueblo. ¿Cómo expresa Samuel esa conexión para nosotros en 1 Samuel 12:22? ¿Por qué es que el compromiso de Dios con su propio nombre resulta en no desamparar a su pueblo? ¿Cómo es que su compromiso con su nombre produce un compromiso con su pueblo? La última parte del versículo 22 nos da la respuesta "Porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo". O para expresarlo de otra forma, el beneplácito o deleite de Dios fue unirlo a usted a él mismo, unirlo de tal forma que el nombre de él está en juego en el destino suyo. También lo podemos expresar así: el buen deseo de Dios fue poseerlo a usted de una manera tal, que lo que le suceda a usted se afecta el nombre de él. Por lo tanto, por causa de su nombre, él no lo desamparará a usted. Lo que empieza a ser muy evidente es que 1 Samuel 12:22 no es sólo la base para hablar sobre el deleite de Dios en su reputación (que es este capítulo), sino también para hablar del deleite de Dios en la elección (capítulo 5). Estos dos deleites están íntimamente relacionados. Por eso, permítame adelantarme un poco al siguiente capítulo sobre el deleite de Dios en la elección y luego concentrarme en el deleite que Dios tiene en su reputación. Samuel dijo, "Jehová ha querido haceros pueblo suyo". En otras palabras, el deleite de Dios fue escogerlos a ustedes, elegirlos de entre todos los pueblos de la tierra, y hacerlos su posesión especial. Veremos que esta elección de Israel fue libre e incondicional, y que el deleite de Dios consistió en ejercitar su libertad de esta forma. Pero 1 Samuel 12:22 muestra que la elección que Dios hizo de Israel no es el propósito máximo de Dios, sino que es un medio para lograr su máximo propósito de que su nombre sea honrado y su reputación se difunda. El texto dice que Dios escogió a Israel para ser suyo: "Jehová ha querido haceros pueblo suyo". Él los escogió como un medio para hacer conocer el nombre suyo. Por eso Samuel dice que Dios no los desamparará "por su grande nombre". Por lo tanto, debajo y detrás del deleite de Dios al escoger un pueblo (lo cual trataremos en el capítulo 5), se haya un deleite mucho más básico, a saber, el deleite que tiene Dios en su propio nombre (lo cual estamos tratando ahora).

La Gloría de Dios Hecha Pública

¿Qué significa eso de que Dios se deleita en su nombre? Hemos visto que, aunque podría significar simplemente que Dios se deleita en su gloria intrínseca, usualmente significa algo un tanto diferente, a saber, que Dios se deleita en que su gloria se haga pública. En otras palabras, el nombre de Dios usualmente se refiere a su reputación, su fama, su renombre. Es ésta la forma en que usamos la palabra "nombre", cuando afirmamos que alguien está haciendo un nombre para sí, o que se está dando a conocer. En ocasiones decimos, "ése es un nombre de marca". Con eso queremos significar una marca de gran reputación. Creo que eso es lo que Samuel quiere decir en 1 Samuel 12:22, cuando dice que Dios hizo a Israel pueblo "suyo", y que no desampararía a Israel "por su grande nombre". Ésta forma de pensar sobre el celo de Dios por su nombre es confirmada en muchos otros pasajes. Por ejemplo, en Jeremías 13:11 Dios describe a Israel como un cinturón

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que Dios escogió para resaltar su gloria, pero que resultó ser temporalmente inutilizable. Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá, dice Jehová, para que me fuesen por pueblo y por fama, por alabanza y por honra; pero no escucharon. ¿Por qué fue Israel escogido y convertido en prenda de vestir de Dios? "Para que me fuesen por fama, por alabanza y por honra". Las palabras "alabanza" y "honra" en este contexto nos indican la "fama", o "renombre", o "reputación" que Dios está creando para sí. Dios escogió a Israel para que este pueblo creara una reputación para él. Dios dice en Isaías 43:21 que Israel es el "pueblo [que] he creado para mí; mis alabanzas publicará". Cuando la Iglesia se vio a sí misma en el Nuevo Testamento como la verdadera Israel, Pedro describió el propósito de Dios para nosotros de la siguiente forma: "Vosotros sois linaje escogido...para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). En otras palabras, Israel y la iglesia son escogidas por Dios para crear un nombre para él en el mundo. David enseña lo mismo en una de sus oraciones en 2 Samuel 7:23. El afirma que lo que diferencia a Israel de otros pueblos es que Dios ha tratado con ellos de una manera tal que ha hecho un nombre para sí mismo.

¿Y qué nación se puede comparar con tu pueblo Israel? Es la única nación en la tierra que

tú has redimido, para hacerla tu propio pueblo y para dar a conocer tu nombre. Hiciste

prodigios y maravillas cuando al paso de tu pueblo, al cual redimiste de Egipto, expulsaste

a las naciones y a sus dioses.

En otras palabras, cuando Dios redimió a su pueblo en Egipto y luego lo llevó a través del desierto y a la tierra prometida, él no estaba solamente ayudando a su pueblo; él estaba actuando, como dice Samuel, por causa de su gran nombre (1 Samuel 12:22); o, como lo expresa David, estaba dando a conocer su nombre -creando una reputación. El estaba revelando el deleite que tiene en su fama.

Al final de este capítulo veremos que conocer esta verdad sobre Dios es inmensamente práctico y afecta la forma en que vivimos y servimos a Cristo cada día. Es, por lo tanto, muy conveniente que no nos apresuremos al estudiar este deleite de Dios; es una parte crucial del fundamento de nuestra esperanza, nuestro gozo y nuestra obediencia. Por eso vamos a examinar el deleite de Dios en su reputación.3

¿Por Qué Dios NO Acabó Rápidamente con faraón?

Quédese conmigo por un momento en el Éxodo. Es aquí donde Dios empezó a moldear la vida corporativa de su pueblo escogido. Por el resto de su existencia Israel miró hacia atrás al Éxodo como un elemento clave en su historia. En el Éxodo vemos a qué esta dispuesto Dios al escoger un pueblo para sí. En Éxodo 9:16 Dios le expresa a Faraón una frase que le permite entender a él (y a nosotros) por qué razón Dios está multiplicando sus actos poderosos en diez plagas, en vez de acabar rápidamente con la terquedad de Egipto con una repentina catástrofe. Este texto es tan crucial que el apóstol Pablo lo citó en Romanos 9:17 para resumir el propósito de Dios en el Éxodo. Dios le

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dice a Faraón, "Y a la verdad yo te he puesto (o "instituido"), para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra". Romanos 9:17 dice, "para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra".

Así que la razón del éxodo era crear una reputación mundial para Dios. El objetivo de las diez plagas y el paso milagroso del Mar Rojo era demostrar el increíble poder de Dios a favor de su pueblo, el cual había escogido libremente, con el objetivo de que esta reputación, este nombre, fuera declarado a través de todo el mundo. ¿No es claro, entonces, que Dios se deleita grandemente en su reputación? Una de las grandes implicaciones del deleite de Dios en su reputación se encuentra en la historia de Rahab, la prostituta, en Jericó. Ella se convirtió al verdadero Dios y se salvó de la muerte por causa de la reputación de Dios. que provenía del Éxodo, la cual había corrido detrás de los Israelitas y había alcanzado la ciudad. "Hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto... Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Josué 2:10-11). De esta forma el amor de Dios por su nombre llegó a ser el medio para la conversión de Rahab. Veremos esta maravillosa conexión una y otra vez.

La Lógica del Evangelio: el Enfoque en Dios es el Fundamento de la Misericordia.

Isaías también declara que el propósito de Dios en el Éxodo era hacer para sí un nombre perpetuo. Él describió a Dios como aquel ...

que los guió por la diestra de Moisés con el brazo de su gloria; el que dividió las aguas delante de ellos, haciéndose así nombre perpetuo, el que los condujo por los abismos, como un caballo por el desierto, sin que tropezaran. El Espíritu de Jehová los pastoreó, como a una bestia que desciende al valle; así pastoreaste a tu pueblo, para hacerte nombre glorioso (Isaías 63:12-14).

Así que, cuando Dios demostró su poder para sacar a su pueblo de Egipto a través del Mar Rojo, él tenía su visión en la eternidad y en la reputación eterna que ganaría para sí en aquellos días. El Salmo 106:7-8 enseña lo mismo:

Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias, sino que se rebelaron junto al mar, el Mar Rojo. Pero él los salvó por amor de su nombre, para hacer notorio su poder. (Ver también Nehemías 9:10; Ezequiel 20:9; Daniel 9:15).

¿Puede ver la misma lógica del evangelio funcionando aquí? Es la misma lógica preciosa que vimos en 1 Samuel 12:22. Allí el pueblo pecaminoso había escogido un rey y había ofendido a Dios. Pero Dios no los desampararía. ¿Por qué? Porque su gran nombre estaba en juego. En este Salmo denuncia que el pueblo pecaminoso se había rebelado contra Dios en el Mar Rojo y no había considerado su amor. Sin embargo, él los

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salvó con su tremendo poder. ¿Por qué? La misma respuesta: por amor de su nombre, para dar a conocer su gran poder.

Por tanto, el primer amor de Dios está arraigado en el valor de su santo nombre, no en el valor de un pueblo pecador. Y puesto que es así, hay esperanza para los pecadores - porque ellos no son el fundamento de su salvación, el fundamento es el nombre de Dios. ¿Ahora puede ver porque razón el enfoque de Dios en Dios es el fundamento del evangelio? Tomemos a Josué como otro ejemplo de alguien que entendió esta lógica del evangelio centrado en Dios y la usó, como lo hizo Moisés, para interceder por el pecaminoso pueblo de Dios.4 En Josué 1, Israel ha cruzado el Jordán y ha entrado en la tierra prometida y derrotado a Jericó. Pero ahora, para dolor de todos, ha sido derrotado en la ciudad de Hai. Josué se encuentra asombrado. Él va al Señor en una de las oraciones más desesperadas de toda la Biblia.

¡Ay, Señor! ¿ Qué diré, ya que Israel ha vuelto la espada delante de sus enemigos? Porque los cañoneos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre? (Josué 7:8-9)

La base sólida de esperanza en todos los siervos del Señor, aquellos que se han enfocado en él, siempre ha sido la imposibilidad de que Dios permita que su gran nombre sea deshonrado por largo tiempo entre las naciones. Dicha deshonra es inconcebible. Esto provee una sólida confianza. Otras cosas cambian, pero ésta no - el compromiso de Dios con su "grande nombre" no cambia.

Profanados y Vindicados en Babilonia

Pero, ¿entonces qué hacemos con el hecho de que Israel eventualmente demostró ser tan rebelde que fue, de hecho, entregado en las manos de sus enemigos durante la cautividad en Babilonia en la época de Ezequiel? ¿Cómo maneja un profeta enfocado en Dios, como Ezequiel, este terrible revés para la reputación de Dios? Escuche la palabra del Señor que vino a él en Ezequiel 36:20-23. Ésta es la respuesta de Dios a la cautividad de su pueblo, que él mismo había traído sobre ellos.

Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron mi santo nombre, diciéndose

de ellos: Estos son pueblo de Jehová, y de la tierra de él han salido. Pero he tenido dolor

al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron.

Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh

casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las

naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las

naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo

soy Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos.

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De la misma forma, en Ezequiel 39:25 Dios dice:

Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Ahora volveré la cautividad de Jacob, y tendré

misericordia de toda la casa de Israel, y me mostraré celoso por mi santo nombre.

Cuando toda otra esperanza había desaparecido y el pueblo se hallaba bajo el mismo juicio de Dios por su pecado, había una esperanza que permanecía - y ésta siempre permanecerá -, la cual consistía en que Dios tiene un deleite inquebrantable en la dignidad de su propia reputación y no soportará por mucho tiempo el que ésta sea pisoteada. Isaías, quien escribió mucho antes, pero trató con el mismo problema - la deshonra de Dios en la cautividad de su pueblo -, expuso con mucha claridad el motivo de Dios al salvar a su pueblo de la cautividad de Babilonia:

Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte. He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción. Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro. (Isaías 48:9-11).

Daniel, quien estuvo atrapado en la cautividad, oró con la misma perspectiva de Dios en mente, "Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo. Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y tu pueblo" (Daniel 9:19).

El Perdón Fluye del Placer de Su Reputación

La gran base de la esperanza, el gran motivo para orar, la gran fuente de la misericordia es el asombroso compromiso de Dios con su nombre. El deleite que él experimenta en su reputación es lo que genera el empeño y la pasión de su disposición a perdonar y salvar a aquellos que levantan su estandarte y se amparan bajo su promesa y misericordia. Los santos del Antiguo Testamento no ponían su esperanza de perdón en sus propios méritos o en sus rituales externos. Ellos clamaban misericordia con base en el amor de Dios por su gran nombre: "Por amor de tu nombre, oh Jehová, Perdonarás también mi pecado, que es grande" (Salmo 25:11). "Ayúdanos, oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre", (Salmo 79:9). "Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado... tú estás entre nosotros, oh Jehová, y sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares" (Jeremías 14:7,9). Recuerdo escuchar a uno de mis profesores en el seminario afirmar que una de las mejores pruebas de la teología de una persona era el efecto que ésta ejerce en las oraciones de uno. Esto me impactó como algo verdadero por lo que estaba pasando en mi propia vida. Noel y yo nos habíamos casado hacía poco y estábamos haciendo un hábito nuestro el orar juntos cada noche. Noté que durante los cursos bíblicos que estaban formando mi teología más profundamente, mis oraciones fueron cambiando dramáticamente. Probablemente el cambio mas significativo en aquellos días, fue

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aprender a sustentar mis oraciones ante Dios sobre la base de su gloria. Empezar con "Santificado sea tu nombre" y terminar con "En el nombre de Jesús", significaba que la gloria del nombre de Dios era la meta y el fundamento de todo lo que oraba. ¡Cuánta fortaleza vino a mi vida cuando aprendí que orar por el perdón de mis pecados debería basarse no sólo en una apelación a la misericordia de Dios, sino también en una apelación a su justicia, al acreditar el valor de la obediencia de su Hijo!. "Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados"(l Juan 1:9). En el Nuevo Testamento se revela con mayor claridad que en el Antiguo Testamento la base para el perdón de todos los pecados. Pero la base del compromiso de Dios con su nombre no cambia. Pablo enseña que la muerte de Cristo demostró la justicia de Dios al pasar por alto los pecados y vindicó la Justicia de Dios al justificar a los impíos que se amparan en Jesús y no en ellos mismos. (Romanos 3:25-26).5 En otras palabras Cristo murió una vez por todos para absolver el nombre de Dios en un acto que parece un craso extravío de la justicia - la absolución de pecadores simplemente por causa de Jesús. Pero Jesús murió de tal forma que el perdón "por causa de Jesús", es lo mismo que el perdón "por amor del nombre de Dios". Podemos ver esto no sólo en Romanos 3:25-26, sino también en el Evangelio de Juan. Según este evangelio. Jesús vino en nombre de su Padre (5:43) y hace sus obras en nombre de su Padre (10:25). Al final de su vida, él declaró que había manifestado el nombre del Padre a aquellos que el Padre le había dado (17:26). Así que parece que toda la vida y obra de Jesús tiene el objetivo de revelar y honrar el nombre del Padre. Esto es especialmente cierto de la muerte de Jesús, tal como nos lo muestra en Juan 12:27-28. Aquí Jesús se halla orando justo antes de su muerte: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez". La hora de la muerte de Jesús estaba cerca y el propósito para venir a esa hora era glorificar el nombre del Padre. Por lo tanto, deberíamos pensar en la muerte de Jesús como la forma en que el Padre vindicó su nombre - su reputación - de todas las acusaciones de injusticia por perdonar pecadores. De este lado de la cruz deberíamos orar como lo hizo David en el Salmo 25:11, "Por amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande". Pero cuando nosotros los cristianos oramos así, lo que deberíamos querer decir es, "perdóname, oh Jehová, porque tu grande y santo nombre ha sido vindicado por la muerte de tu Hijo y yo estoy poniendo toda mi esperanza en él y no en mí mismo". Esto es lo que Juan quiso decir cuando escribió en 1 Juan 2:12," Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre". Por eso, sea que estemos leyendo en el Antiguo Testamento o en el Nuevo, el gran fundamento de nuestro perdón es el amor de Dios hacia su santo nombre y el inquebrantable deleite que experimente en dar a conocer la dignidad y justicia de ese nombre, especialmente en el mensaje del evangelio: "de que Cristo murió tanto para justificar a los impíos como para vindicar la justicia del Padre". Si alguna vez Dios perdiera su deleite en la reputación de su glorioso nombre, el fundamento de nuestro perdón estaría en peligro. El deleite de Dios en su reputación no es sólo la base de nuestro perdón, sino también de nuestra obediencia, servicio y misión. David nos enseña a creer que Dios "[nos] guiará por sendas de justicia por amor de su nombre" (Salmo 23:3). Y Jesús alaba a los perseverantes Santos de Efeso, "yo sé que has tenido paciencia por amor de mi nombre"(Apocalipsis 2:3). Pablo le dice a los cristianos esclavos de Efeso que "tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios"

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(1 Timoteo 6:1). Es probablemente esto lo que Pablo quiere decir en Colosenses 3:17, cuando resume toda la vida cristiana en las palabras, "Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús". Es decir, vivan toda su vida para honrar el nombre de Jesús - para darle una buena reputación y dar a conocer su fama.

La Reputación de Dios como la Meta de las Misiones

El celo de Dios porque su fama se difunda, se hace evidente en las Escrituras una y otra vez. Él quiere que su reputación se extienda a todos los pueblos del mundo que aún no han conocido su nombre. Por eso parece que hay dos clases de misioneros que se necesitan en el mundo. Hay el misionero tipo - Timoteo y el misionero tipo - Pablo. Llamo a Timoteo un misionero porque dejó su hogar (Listra, Hechos 6:1), se unió a un equipo viajero de misioneros, atravesó culturas, y terminó cuidando de la iglesia en Efeso (1 Timoteo 1:3). Pero distingo a este misionero tipo - Timoteo del misionero tipo - Pablo, porque Timoteo se quedó y ministró en el "campo misionero" mucho tiempo después que hubo una iglesia plantada allí con sus propios ancianos (Hechos 20:17) y su plan de evangelismo (Hechos 19:10). Pablo, por el contrario, era dirigido por una pasión para dar a conocer el nombre de Dios en todos los pueblos no alcanzados del mundo. Él nunca se quedó en un lugar por mucho tiempo una vez que la iglesia era establecida. Él decía que su ambición era predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido "nombrado" (Romanos 15:20). El verdadero significado de la palabra "nombrado" surge cuando volvemos al inicio de su carta a los Romanos y le escuchamos declarar que Cristo le había dado el "apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre" (Romanos 1:5). El objetivo de las misiones es producir la obediencia a la fe entre todos los pueblos no alcanzados del mundo. Pero ésa no es la meta última. La meta última - incluso de la fe y la obediencia - es "por su nombre". La fama de Cristo, la reputación de Cristo es lo que ardía en el corazón del apóstol Pablo. La fe de las naciones no era el fin en sí mismo. Era la forma en que el nombre de Cristo sería honrado. Esto era lo que le llenaba con tal pasión por la Gran Comisión. Jesús le había dicho a Ananías, "cuanto le es necesario padecer [a Pablo] por mi nombre "(Hechos 9:16). Pablo nunca desfalleció en su deseo de sufrir, si esto resultaba en fama para Cristo. Hacia el final de su vida, todavía podía expresar, "yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús" (Hechos 21:13). Claro que Pablo no era el único que se entregaba por causa de la gloria del nombre de Cristo. La Tercera de Juan es una hermosa y pequeña carta que describe cómo ministrar a los misioneros. Por ejemplo, ésta dice,

Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad. (3 Juan 5-8).

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Muy Pocos Misioneros Tipo - Pablo.

En la actualidad parece haber un desequilibrio muy grande en cuanto a muy pocos misioneros tipo - Pablo. Observe cuánto mayor es el número de misioneros listados bajo la columna titulada "Alcanzados", comparado con el número en la columna titulada "No Alcanzados". Cerca del 90 por ciento de la fuerza misionera actual es de misioneros upo - Timoteo»6 Estas personas están haciendo un trabajo absolutamente importante, y debemos tener en mente que ellos tambiénestán llevando adelante la causa de alcanzar a los pueblos no evangelizados, movilizando las iglesias en donde están y siendo pioneros en la obra misionera. 7 Sin embargo, debería surgir un llamado poderoso a todas las iglesias de todo el mundo, sobre el hecho de hay una gran tradición, proveniente del apóstol Pablo, que busca expandir la fama del nombre de Cristo en los pueblos no alcanzados; y el trabajo aún no se ha hecho. La siguiente tabla (de 1989) lo hace evidente:

Distribución de la Fuerza Misionera norte Americana entre los Pueblos

Alcanzados y NO Alcanzados del Mundo8

ALCANZADOS NO ALCANZADOS 9

Europa, Latino América,N. Zelanda, Australia.

700 grupos1.1 billones de personas26.600 misioneros

150 grupos143 millones de personas400 misioneros

USA, Canadá 500 grupos270 millones de personas5.000 misioneros

50 grupos7 millones de personas600 misioneros

Budistas 20 grupos50 millones de personas1.000 misioneros

1.000 grupos274 millones de personas400 misioneros

Chinos 2.200 grupos900 millones de personas3.000 misioneros

1.000 grupos150 millones de personas300 misioneros

Hindúes 1.300 grupos150 millones de personas300 misioneros

2000 grupos550 millones de personas200 misioneros

Musulmanes 30 grupos 4000 grupos

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70 millones de personas600 misioneros

860 millones de personas400 misioneros

Tribus 3.000 grupos80 millones de personas13.000 misioneros

3000 grupos140 millones de personas4.500 misioneros

Otros Africanos 2.950 grupos250 millones de personas15.000 misioneros

500 grupos25 millones de personas200 misioneros

Otros Asiáticos 2.950 grupos250 millones de personas15.000 misioneros

500 grupos25 millones de personas200 misioneros

TOTALES:12.000 grupos503.05 billones de personas5877.200 misioneros90

12.000 grupos502.2 bufones de personas427.800 misioneros10

Una Tarea Terminable

Para aseguramos de que esta tabla no comunica un pesimismo injustificable, deberíamos tomar nota de la siguiente tabla que es verdaderamente asombrosa.

Demuestra que el número de pueblos no alcanzados está decreciendo dramáticamente en proporción alnúmero de congregaciones evangélicas disponibles para evangelizarlos. La Proporción de Pueblos No Alcanzados en Comparación con las Congregaciones de Cristianos10

Año D.C. No - Cristianos 11

Por Creyentes 12

Grupos dePersonas NoAlcanzadas 13

Congregaciones PorGrupos de PersonasNo Alcanzadas 14

100 360 a 1 60.000 1 a 12

1000 220 a 1 50.000 la5

1500 69 a 1 44.000 1 a 5

1900 27 a 1 40.000 1 a 1

1950 21 a 1 24.000 33 a 1

1980 11 a 1 17.000 162 a 1

1989 7 a 1 12.000 416 a 1

2000 ¿ ¿ ¿

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Ralph Winter observa que la caída de 11 a 7 (62 por ciento) entre 1980 y 1989 (en la segunda columna) es equivalente a la caída de 360 a 220 (62 por ciento) en los primeros 900 años de la historia de la iglesia. Luego, él expresa su propia opinión sobre de la importancia de esta tabla: "tengo que confesar que las dos medidas [en la segunda y cuartas columnas], y las tendencias que ellas revelan, son dos de las perspectivas más esperanzadoras que conozco; su importancia es virtualmente irrefutable, en mi opinión".15 En otras palabras, aunque el llamado para más misioneros tipo -Pablo es urgente, y la tarea que falta por completar es grande, ésta es, como muchos dicen, "¡una tarea terminable!"

Deleite Inquebrantable

La mayor razón para expresar esta confianza, sin embargo, no es ninguna estadística, sino el inquebrantable deleite que Dios experimenta en cuanto a su reputación entre las naciones. Sus promesas hacen evidente el hecho de que él verá su fama extenderse a todos los pueblos y su nombre será alabado por cada nación.

Enviaré de los escapados de ellos a las naciones...a las costas lejanas que no oyeron de mí ni vieron mi gloria; y publicarán mi gloria entre las naciones (Isaías 66:19).

Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; Cantarán a tu nombre (Salmo 66:4).

Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti. Señor, y glorificarán tu nombre (Salmo 86:9).

Entonces las naciones temerán el nombre de Jehová, y todos los reyes de la tierra tu gloria (Salmo 102:15).

Todas estas promesas guían inevitablemente a una devota oración para que tal triunfo tenga lugar:

¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes...para que hicieses notorio tu nombre a tus enemigos y las naciones temblasen a tu p re senda.'(Isaías 64:1-2).

Y las oraciones del pueblo de Dios inevitablemente guían al llamado para que la iglesia salga con valentía y confianza:

Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido (Isaías 12:4).

Glorificad por esto a Jehová en los valles; en las orillas del mar sea nombrado Jehová Dios de Israel. De lo postrero de la tierra oímos cánticos: Gloria al justo (Isaías 24:15-16).

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La Inolvidable Lección de Pedro

Es imposible que sobreenfaticemos la centralidad de la reputación de Dios para motivar la misión de la iglesia. Cuando a Pedro le fue cambiado su sistema de valores por de la visión de los animales inmundos en Hechos 10, y por la lección que Dios le dio de que él debía evangelizar a los gentiles al igual que a los Judíos, volvió a Jerusalén y le dijo a los apóstoles que todo era debido al celo de Dios por su nombre. Sabemos esto porque Santiago resumió el discurso de Pedro de la siguiente forma: "Varones hermanos, oídme. Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre" (Hechos 15:13-14). No es una sorpresa que Pedro dijera que el propósito de Dios era reunir un pueblo para su nombre; porque el Señor Jesús había impactado a Pedro algunos años atrás con una lección inolvidable. Usted recuerda que, después que un joven rico se alejó de Jesús y rehuso seguirlo, Pedro le dijo a Jesús, "He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido (a diferencia de este hombre); ¿qué, pues, tendremos?" Jesús respondió con un suave reproche que, en efecto, concluye que no hay un sacrificio demasiado grande cuando se vive para el nombre del Hijo del Hombre. "Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna" (Mateo 19:29). La verdad es clara: Dios está cumpliendo, con deleite omnipotente, un propósito: el de reunir un pueblo para su nombre de cada tribu, lengua y nación (Apocalipsis 5:9; 7:9). Él tiene un entusiasmo inacabable por la reputación de su nombre entre las naciones. Por lo tanto, cuando sintonizamos nuestros deseos con el de él y, por amor de su nombre, renunciamos a la búsqueda de las comodidades de este mundo y nos unimos a su propósito global, el omnipotente compromiso de Dios con su nombre está sobre nosotros y no podemos perder, a pesar de las muchas tribulaciones (Hechos 9:16; Romanos 8: 35:39).

Las Últimas Palabras Escritas por David Brainerd

David Brainerd tenía razón. Es bueno esforzarse por penetrar en lo más profundo de las verdades divinas. En la raíz de toda nuestra esperanza. Cuando todo lo demás ha sido quitado, podemos afirmamos en esta sólida realidad: El Dios eterno y plenamente auto - suficiente está infinita, firme, y eternamente comprometido con su grande y santo nombre. Por causa de su reputación entre las naciones, él actuará. Su nombre no será profanado para siempre. La misión de la iglesia será victoriosa. Él vindicará a su pueblo y su causa en toda la tierra. David Brainerd fue sustentado por esta confianza hasta su muerte. Siete días antes de morir, expresó la clase de devoción que este capítulo de Los Deleites de Dios desea encender. Estas son las últimas palabras que pudo escribir con su propia mano:

Viernes, Octubre 2. Mi alma estuvo hoy, en ocasiones, dulcemente concentrada en Dios: añoraba estar "con Él", para poder "contemplar su gloria"; me sentía tranquilamente dispuesto a entregarle todo a él, incluso mis amigos más amados, mi rebaño más

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amado, mi hermano ausente y todas mis inquietudes respecto al tiempo y la eternidad. ¡Oh, que su reino llegara a este mundo!; que todos pudieran amarlo y glorificarlo por lo que él es en sí mismo; y que el bendito Redentor pudiera: "contemplar el fruto de su obra, y estar satisfecho". ¡Oh!, "ven Señor Jesús, ven pronto. Amén".16

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Notas:

1. Jonathan Edwards, The life of David Brainerd, (La vida de David Brainerd), ed. Norman Perrir, The works of Jhonathan Edwards (Las Obras de Jonatan Edwards). 7(New Haven: Yaie University Press, 1985), 496

2. Gustav F. Oehier, Theology of the Oíd Testament ( Teología del Antiguo Testamento). ( Minneapolis: Kiock and Kiock Christian Publishers, 1978, orig. 1873), 125. "En resumen Dios se nombra a sí mismo, de acuerdo a lo que él es para sí mismo, y no lo que él es para el hombre ... Sin embargo, la noción bíblica del nombre divino no termina ahí. Esta no es solamente el título que Dios ostenta en virtud de la relación en la cual él se coloca a sí mismo con el hombre; sino que la expresión "nombre de Dios" defina al mismo tiempo la totalidad de la autopresentación de la divinidad por medio de la cual Dios en forma personal, testifica de sí mismo - la totalidad de la naturaleza divina que es expresada al hombre". Por tanto, utilizar la expresión "reputación de Dios" está totalmente de acuerdo con el significado de "el nombre de Dios"; pues la primera expresión se encuentra implícita en la segunda.

3. No retrocederemos hasta la creación, pues en el capítulo 3 vimos el deleite de Dios en la creación. Estaba implícito en ese capítulo que la razón por la cual Dios disfruta de la creación es que ésta proclama su gloría (salmo 19:1) y extiende su reputación. La creación da a conocer su majestuoso nombre para todos aquellos que dejan de detener la verdad (Romanos 1:18). Ése es el argumento del Salmo 8, que empieza y termina con la exclamación "¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuan grande es tu nombre en toda la tierra!". La creación es una parte de la anticipada respuesta a la oración, "Santificado sea tu nombre".

4. Cuando Dios se airó por la desobediencia del pueblo de Israel y amenazó con destruirlos, Moisés intercedió por ellos con argumentos equitativos basados en la premisa de que Dios ama su reputación, y deja de cometer actos que pueden traer mala reputación a su poder y santidad (Éxodo 32:11-12; Deuteronomio 9:27-29; Números 14: 13-16).

5. Para una explicación ética detallada y una defensa de esta interpretación de Romanos 3:25-26 ver John Piper, The Justification of God ( La Justificación de Dios) (Grand Rapids: Baker Book House, 1983), 115-131. También ver capítulo 6 de este libro. El Párrafo más Importante de la Biblia y debería Dios ser recriminado.

6. Hay muchas formas de lograr que este actual estado de desequilibrio sea impactantemente obvio. Una es decir, "Aunque los hindúes, los musulmanes y los chinos constituyen cerca del 75% del mundo no cristiano, sólo el 5% de los misioneros transculturales de la actualidad viven entre ellos". Esto es tomado de un boletín especial del Comité para la Evangelización Mundial de Lausana, Junio de 1988.

7. En Mission Frontiers (Misión Fronteras), 9, No. 12 (Diciembre 1987), Larry Pate estimó que con la actual tasa de crecimiento, el tamaño de la fuerza misionera no Oriental aumentará a 100.000 para el año 2000. Esto se debe en parte a la fidelidad y sabiduría estratégica de muchos misioneros tipo - Timoteo. Para una plena descripción del estado de las agencias misioneras del Tercer Mundo, ver Larry Pate, From Every Nation (de toda nación) (coeditado por Ministerios OC y Publicaciones MARC, 1989).

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8. Estas estadísticas son tomadas de la tabla de pueblos no alcanzados de 1989 del Centro para la Misión Mundial, U.S.A.,St. Pasadena, CA 91104. Para el significado de "Pueblos no alcanzados", ver nota 9.

9. Un "Pueblo No Alcanzado" es un grupo de personas cuyo tamaño máximo es todavía suficientemente unificado a nivel cultural como para que el evangelio se pueda expandir sin barreras culturales, y en el cual aún no hay un movimiento eclesial autóctono que esté evangelizando. Para aquellos interesados en una información más detallada sobre el significado de "Pueblos No Alcanzados", citaré algo del reporte de Ralph Winter sobre el pensamiento misiológico más reciente que se halla disponible mientras escribo este libro. La cita es tomada de un ensayo titulado "Asuntos Cruciales en las Misiones": Trabajando hacia el año 2.000 en Missions Frontiers , 1990 Edición Especial (Pasadena, Calif.: V.S. Centro para las Misiones Mundiales),

10.Para muchos misiólogos. el objetivo más estratégico es que podría haber un movimiento eclesial evangelístico autóctono al interior de cada cultura humana, es decir, al interior de cada comunidad lo suficientemente homogénea como para permitir que todos escuchen y entiendan en su propio idioma. Si tal testimonio no está presente, dichos grupos son definidos (por una reunión ampliamente representativa y patrocinada por Lausana en marzo de 1982), como "Pueblos No Alcanzados"... Esta es una meta tan crucial, y es algo tan fundamental para la misión, que he pensado que justifica acuñar un término para el concepto básico que se halla detrás de esta definición de marzo de 1982. He sugerido el término pueblos unimax, puesto que, definido como tal el concepto involucra a los grupos de tamaño máximo que aún están lo suficientemente unificados para permitir "la expansión de un movimiento de plantación de iglesias sin encontrar barreras de entendimiento o aceptación". Es fascinante observar que cuando pensamos en términos de la necesidad de una penetración misionera separada ... para cada grupo unimax, la cuestión de los límites políticos e incluso de las grandes distancias geográficas, puede usualmente ser desechada. Tal vez es una verdad más obvia en cuanto a la traducción de la Biblia. Una vez que la Biblia se encuentra en el lenguaje de las personas de un lugar, no necesita ser traducida otra vez para el mismo grupo, aún si dicha traducción de la Biblia, se encuentra en otro lugar geográfico, o al otro lado del océano; a menos que haya transcurrido suficiente tiempo y aislamiento como para permitir un desarrollo cultural y una divergencia lingüística. De la misma forma, siempre que un movimiento eclesial evangelístico autóctono y viable exista en una porción de un grupo unimax, sería ineficiente iniciar otra vez un trabajo misionero pionero en otra parte del mismo grupo, incluso a miles de Kilómetros de distancia. En dicho caso, en lugar de iniciar esfuerzos misioneros completamente nuevos, la iglesia existente al interior del mismo grupo unimax es el mejor recurso para tal labor. Y en ese caso es un trabajo de evangelismo común y corriente, y no de una estrategia misionera pionera. Ya existe una complicación cuidadosa de dos o tres mil grupos. Estas compilaciones, de acuerdo con la definición de 1982, 1) registran algunos pueblos no alcanzados (pueblos unimax) más de una vez si su gente se haya en más de un país, y 2) a menudo registran como un grupo sólo a los que son en realidad comunidades de grupos unimax no alcanzados, pero por lo menos 3) incluyen virtualmente todo el resto de grupos unimax no alcanzados al interior de éstas comunidades. Sin embargo, no es muy seguro decir que una vez se inician los esfuerzos de plantación de iglesias en estas comunidades, estas listas de dos mil ó

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tres mil grupos (que ya han sido identificados no llegarán a incluir más de 12.000 pueblos no alcanzados en total, según la definición de 1982. La Fuerza de Trabajo Estadístico de Lausana, ha estado de acuerdo en que 12.000 es una aproximación razonable al número de estos grupos de personas relativamente pequeños. Al empezar la década de los noventa, la tarea de hacer nuevas penetraciones misioneras al interior de 12.000 nuevas culturas está siendo distribuida a los varios sectores de la misión enviando información alrededor de todo el mundo - continente por continente, país por país, e incluso denominación por denominación. Así que todo esto deja claro uno de los mandatos más concretos e importantes para la década de los noventa: alcanzar a todos estos grupos unimax para el año 2000. O, para usar un lenguaje más preciso: para el año 2000, establecer un movimiento eclesial evangelista autóctono y viable al interior de cada pueblo que sea el más grande dentro del cual el evangelio se pueda extender por un movimiento de plantación de iglesias sin encontrar barreras de entendimiento o aceptación. Esta tabla apareció como parte de un articulo de Ralph Winter, "El momento está construyendo misiones globales: Conceptos básicos en, Frontier Mission Logy", Mission Frontiers,1990 Edición Especial, 17-26. Winter dijo que los números fueron provistos por David Barret y la Fuerza de Trabajo de Estadística del Comité par la Evangelización Mundial de Lausana.

11."No cristiano" se refiere a aquellos que no dicen ser cristianos . 12. "Creyente" en esta tabla significa " Un cristiano fruto de la Gran Comisión (un término

sugerido por David Barret), es decir, alguien que " ha nacido de nuevo y ha iniciado una relación personal con el Señor Jesucristo".

13.Ver la nota 9 para una definición de "Grupo de Personas No Alcanzado". El cálculo del número total de grupos de personas en el mundo es ceca de 24.000, la mitad de los cuales no han sido alcanzados. La razón de la disminución de 60.000 a 24.000 es la extinción, o la mezcla de algunos de estos grupos con el paso de los siglos.

14.Los números de esta columna están basados en un cálculo estimado de cien personas por cada congregación que hay en el mundo.

15.Winter, Mission Frontiers, 23 16. Edwardsjhe Ufe of David Brainerd, (La Vida de David Brainerd), 474.

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