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366 LA TORTURA RECRUDECE EN AMERICA LATINA Josó Aldunate L., s. j . "La tortura ha llegado a ser una institución aceptada oficialmente por el Estado en 30 países, un organismo para atormentar conducido por téc- nicos, científicos, personal para-militar, jueces y ministros de gabinete". Tal es la denuncia formulada en un documen- to, Reporr on Torture, de que da cuenta The New York Times en su edición del 4 de agosto de 1974. Es un estudio de 244 páginas sobre la situación de 64 países a este respecto en los últimos 10 años. Abarca desde los campos de trabajo forzado de la URSS hasta las prisiones de Indonesia, desde la represión antirracista de Sudáfrica hasta los "centros de interrogación" de America Latina. "La mayor parte de lo que el Report llama "un crecimiento canceroso de tortura" —prosigue la recensión del New York Times— ha ocurrido tn países de América Latina, extendiéndose allí a 22 países en 10 años". Lo que distingue esta ola de torturas, según el informe, es en primer término la comunica- ción de un país a otro de tecnología y equipos. El torturador necesita una capacitación más científica e instrumentos más sofisticados. Evidencias en- contradas en el centro D. G. (Policía Política) de Lisboa, después del golpe de mayo, muestran la asistencia médica de que disponía para ejer- cer su oficio. La "Opcracáo Bandeiranles" de Brasil era un tipo de escuela avanzada sobre la tortura. El mismo informe nos revela, que tortu- radores brasileros allí entrenados se dirigieron a países vecinos para conducir cursos sobre lo que se llama eufemísticamente "interrogación". En segundo término y más radicalmente, ca- racteriza este recrudecimiento de la tortura el ca- rácter sistemático y casi oficial que ha asumido en países de gobierno autoritario. Estos gobiernos, aunque finjan desconocer los hechos, son en rea- lidad conscientes y responsables de lo que está su- cediendo bajo su directo control, y no ocasional- mente, sino estable y sistemáticamente. A estas dos notas podríamos añadir nosotros una tercera que nos afecta como cristianos muy profundamente: muchos, si no la mayor parte de estos Estados, que han adoptado últimamente la tortura, son gobiernos que se profesan cristianes o al menos afirman inspirarse en los principios cristianos. Han pasado ya al juicio de la historia la represión francesa de Argelia, el gobierno de los Generales en Grecia y la Dictadura de Gaeta- no en Portugal. Nos fijaremos más particularmente en nuestro sub-continente "cristiano", católico en su mayoría, de América Latina. Consta claramente la realidad de la tortura practicada sistemáticamente en muchos de estos países. Mensaje reunió indiscutibles testimonios en el número de enero - febrero de 1970, dedi- cado al tema bajo el epígrafe "América Latina, ¿defensa o destrucción del hombre?". Expone los abusos sistemáticos de los regímenes de fuerza de Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay 1 . Y en lo sucesivo, ese cáncer no solamente se ha mante- nido y arraigado en aquellas regiones hermanas, sino que se ha extendido inficionándonos con su contagio letal 2 . 1 Enero - febrero 1970. Números siguientes han vuelto sobre el tema: "Ahogados y Tortura", rr 187. p. TO: "Torturas en Brasil", nv 189, p. 236: "Carterial Rossi: declaraciones extra- ñas", n" 190. p. 280: "TorlurM en Uruguay", 09 193, p. 484: "Los Obispos uruguayos y I ti lorHira", n 1 . 1 211, p. 468; "Un grito de alerta", u" 22V p. 470. 1 Al hablar de la reaparición de la tortura, entendemos por tor- tura. en estns páginas, los itprcmios físicos y morales, crueles, humillantes u destructivos de la persona, usados consciente- mente por un régimen, con aceptación al menos tácita de su! ¡(.Tarcas, para extorsionar confesiones o reprimir por el lemor a sus opositores. Si se quiere saber de que tipo son esos apre- mios, nos podemos referir por de pronto a los 31 tipos úc tormento que consigna Solyenitsui en la parte I. capítulo 5, de su Archipiélago GULAG, pues son notoriamente semejantes a los que se estilan por eMOR lados, además de algunos otros más re! ¡nados por su lecnlcidad física o su compulsión afectivo- moral.

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LA TORTURA RECRUDECE

EN AMERICA LATINA

Josó Aldunate L., s. j .

"La tortura ha llegado a ser una instituciónaceptada oficialmente por el Estado en 30 países,un organismo para atormentar conducido por téc-nicos, científicos, personal para-militar, jueces yministros de gabinete".

Tal es la denuncia formulada en un documen-to, Reporr on Torture, de que da cuenta The NewYork Times en su edición del 4 de agosto de 1974.Es un estudio de 244 páginas sobre la situaciónde 64 países a este respecto en los últimos 10 años.Abarca desde los campos de trabajo forzado dela URSS hasta las prisiones de Indonesia, desdela represión antirracista de Sudáfrica hasta los"centros de interrogación" de America Latina.

"La mayor parte de lo que el Report llama "uncrecimiento canceroso de tortura" —prosigue larecensión del New York Times— ha ocurrido tnpaíses de América Latina, extendiéndose allí a 22países en 10 años".

Lo que distingue esta ola de torturas, segúnel informe, es en primer término la comunica-ción de un país a otro de tecnología y equipos. Eltorturador necesita una capacitación más científicae instrumentos más sofisticados. Evidencias en-contradas en el centro D. G. (Policía Política)de Lisboa, después del golpe de mayo, muestranla asistencia médica de que disponía para ejer-cer su oficio. La "Opcracáo Bandeiranles" deBrasil era un tipo de escuela avanzada sobre latortura. El mismo informe nos revela, que tortu-radores brasileros allí entrenados se dirigieron apaíses vecinos para conducir cursos sobre lo quese llama eufemísticamente "interrogación".

En segundo término y más radicalmente, ca-racteriza este recrudecimiento de la tortura el ca-rácter sistemático y casi oficial que ha asumidoen países de gobierno autoritario. Estos gobiernos,

aunque finjan desconocer los hechos, son en rea-lidad conscientes y responsables de lo que está su-cediendo bajo su directo control, y no ocasional-mente, sino estable y sistemáticamente.

A estas dos notas podríamos añadir nosotrosuna tercera que nos afecta como cristianos muyprofundamente: muchos, si no la mayor parte deestos Estados, que han adoptado últimamente latortura, son gobiernos que se profesan cristianeso al menos afirman inspirarse en los principioscristianos. Han pasado ya al juicio de la historiala represión francesa de Argelia, el gobierno delos Generales en Grecia y la Dictadura de Gaeta-no en Portugal. Nos fijaremos más particularmenteen nuestro sub-continente "cristiano", católico ensu mayoría, de América Latina.

Consta claramente la realidad de la torturapracticada sistemáticamente en muchos de estospaíses. Mensaje reunió indiscutibles testimoniosen el número de enero - febrero de 1970, dedi-cado al tema bajo el epígrafe "América Latina,¿defensa o destrucción del hombre?". Expone losabusos sistemáticos de los regímenes de fuerza deBrasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay1. Y en losucesivo, ese cáncer no solamente se ha mante-nido y arraigado en aquellas regiones hermanas,sino que se ha extendido inficionándonos con sucontagio letal2.

1 Enero - febrero 1970. Números siguientes han vuelto sobre eltema: "Ahogados y Tortura", rr 187. p. TO: "Torturas enBrasil", nv 189, p. 236: "Carterial Rossi: declaraciones extra-ñas", n" 190. p. 280: "TorlurM en Uruguay", 09 193, p. 484:"Los Obispos uruguayos y I ti lorHira", n1.1 211, p. 468; "Ungrito de alerta", u" 22V p. 470.

1 Al hablar de la reaparición de la tortura, entendemos por tor-tura. en estns páginas, los itprcmios físicos y morales, crueles,humillantes u destructivos de la persona, usados consciente-mente por un régimen, con aceptación al menos tácita de su!¡(.Tarcas, para extorsionar confesiones o reprimir por el lemor asus opositores. Si se quiere saber de que tipo son esos apre-mios, nos podemos referir por de pronto a los 31 tipos úctormento que consigna Solyenitsui en la parte I. capítulo 5, desu Archipiélago GULAG, pues son notoriamente semejantes alos que se estilan por eMOR lados, además de algunos otrosmás re! ¡nados por su lecnlcidad física o su compulsión afectivo-moral.

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Esta implantación de la tortura sistemática hacreado una situación crucial para las Iglesias, so-bre todo católicas, de nuestros países "católicos".Han sido puestas a prueba las concepciones deObispos y sacerdotes sobre su papel como Pasto-res de sus pueblos y sobre sus relaciones con lospoderes imperantes. Su misma libertad —o faltade libertad— para proclamar la Palabra ha po-dido ser aquilatada.

No puede ser el propósito de estas líneas exa-minar toda la problemática latente, que suponelargos análisis históricos, sociológicos y teológicos.Nos limitaremos a lo central: un enjuiciamientoteológico - moral de la tortura como método deinvestigación y represión, y un análisis de la doc-trina de la iglesia al respecto, lodo esto situadodentro del marco de la historia, como es debido.

Algo de historia

Hemos hablado de la reaparición de la tortura.Esta ha tenido sus vicisitudes en la historia. Im-peraba en el mundo romano, en que el cristia-nismo hizo su entrada, enmarcada sí en ciertasprescripciones legales. Abolida por la acción de la

Iglesia, reaparece en la Edad Media, favorecidasin duda por el renacimiento del Derecho Romanoy tal vez también por la feliz extinción de lasprácticas supersticiosas, de origen bárbaro, de los"juicios de Dios". Se adepta como procedimientolegal de indagación sobre delitos y de certificaciónde los mismos. Disposiciones jurídicas moderanhasta cierto punto su práctica y responsabilizande ella al mismo juez.

La Iglesia aceptó el uso de la tortura en lostribunales de la Inquisición. Desde la Bula de Ino-cencio IV Ad extirpando (1252) hasta el Conciliode Viena (1311), sucesivos Pontífices aprobaronsu práctica dentro de ciertas condiciones. De he-cho ésta se continuó hasta fines del siglo XVIIIbajo los regímenes nacionales y absolutistas de lospaíses modernos y no estuvo ausente de los jui-cios de la Inquisición en nuestras mismas regio-nes americanas sujetas a la dominación española.

Nos extraña hoy día esta pervivencia de prác-ticas tan inhumanas en siglos de catolicismo ybajo la mirada permisiva y aun aprobativa de lamisma Iglesia. Nada, en efecto, nos parece tancontrario a la humanidad que se descubre en elEvangelio de Cristo. Y así pensó la Iglesia primi-tiva y los Padres, desde Tertuliano hasta San

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Agustín .. . Graciano en su famoso Decreto, quefue norma jurídica para toda la primera EdadMedia, resumía el pensamiento de la tradicióncristiana hasta sus días con su aforismo "quod . . .confessio cruciatibus non est extorquenda" (laconfesión no debe extorsionarse con tormentos).(Pecreto Graciano, C. 15, q. 6, Quod vero). Clá-sica es la respuesta de Nicolás I a los búlgaros en886:

"Si un ladrón o un malhechor es apresado y niegaaquello de que le acusan, afírmase entre vosotros queel juez debe quebrarle la cabeza a golpes y atraversalelos costados con punías de fierro hasta que él con-fiese la maldad. Eso no lo admite la ley divina ohumana. La confesión no debe ser extorsionada sinovoluntaria. Si acontece que finalmente no se des-cubre nada . . . o si, no pudiendo soportar la tortura,confiesa crímenes que no cometió ¿quién, pregunto,es responsable de tal crueldad .. .? Aún más, todo elmundo sabe que si alguien dice con la boca lo queno tiene en el espíritu, no confiesa, sino habla. Aban-donad tal procedimiento. Maldecid desde el fondode vuestros corazones lo que tuvisteis la locura depracticar hasta ahora".

¿Cómo explicar, pues, que la Iglesia se hayaapartado posteriormente de toda esta tradición tanconcorde con el Espíritu del Evangelio y tan exi-gida por el sentido cristiano que ve a Cristo pre-sente y sufriendo en el último de nuestros herma-nos? (Mateo 25, 31-46).

No pretendemos ahondar en explicaciones deun hecho en que la sociología psicológica e histó-rica tienen mucho que decir. La Iglesia sin duda,al enraizarse en la sociedad de su tiempo y amol-darse a sus formas, se vio a su vez condicionadapor ellas. Entró a jugar como agente legitimadorde los usos, normas y valores (o pseudo-valores)que mantenían a aquella sociedad. Su constitucióncomo poder social pudo oscurecer la fuerza pro-fética de denuncia y transformación, propia delmensaje bíblico, al menos en sus representantesmás jerárquicos. Tenemos que pensar también queen aquellos tiempos, los hechos y usos sociales,como la esclavitud y la tortura, pudieron conce-birse como elementos de un orden social inmu-table, que como el orden de la naturaleza, noera posible ni permitido cambiar.

Lo cierto es que ya en los siglos XVII y XVI11encontramos pensadores cristianos que comenza-ron a comprender que la tortura, lejos de ser unmal necesario, es un abuso cruel que el hombrepodía y debía abolir. Pero fue la Ilustración, con

su conciencia del hombre como dueño de su des-tino y artífice de su mundo, la que más abrió ca-mino hacia la abolición de la tortura como ins-titución. A fines del siglo XVIII y principios d¿lXIX, la abolición de ésta se hace universal en lalegislación de todos los países occidentales. LasConstituciones de todos nuestros países america-nos consagraron esta conquista de la humanidad.La nuestra lo hace en el artículo 18.

Los convenios de carácter internacional hanafianzado la proscripción de la tortura en todo elmundo civilizado. Las Conferencias de La Hayade 1899 y 1907 legislaron sobre el trato que debedarse a los prisioneros de guerra. Debe ser hu-mano en todas circunstancias. Aún el prisioneroprófugo no podía ser después castigado. Las Con-ferencias de Ginebra en 1929 y sobre todo en1949 renovaren con mayor extensión y precisiónlas prescripciones anteriores. La última legislótambién para el caso de un conflicto interno,por ejemplo contra movimientos de resistencia or-ganizados. También en estos casos valen para losprisioneros las siguientes prohibiciones:

"los atentados contra la vida, las mutilaciones, lostratos crueles, las torturas y suplicios . . . los atenta-dos contra la dignidad personal, especialmente loshumillantes y degrudanles" (a. 3 de la Convención.letra a).

Un centenar de países ratificó este último con-venio. Chile solemnizó su compromiso el 12 deoctubre de 1960.

El Pacto Civil y Político de las Naciones Uni-das de 1966, para evitar todo subterfugio, tomandoen cuenta las exigencias de "un estado de emer-gencia", estableció que "aun en tal estado de emer-gencia, no se permite ninguna derogación de losderechos que se refieren a las materias siguientes:. . . la tortura y los castigos crueles, inhumanos eindignos" (art. 7. Véase versión íntegra en Men-saje, octubre de 1973, p. 565).

Finalmente el art. 5 de la célebre DeclaraciónUniversal de los Derechos humanos de 10 de di-ciembre de 1948, reza así:

"Nadie será sometido a torturas ni a penas otratos crueles, inhumanos o degradantes".

Así pues, a partir de fines del siglo XIX, elrespeto a la persona humana y a sus derechos fun-damentales ha crecido en la conciencia de la hu-

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manidad, juntamente con el reconocimiento de lasolidaridad humana por encima de los particula-rismos de razas y naciones. No es que dcsape-recieran del todo, ni mucho menos, las crueldadesy tormentos, pero se ha ido formando al respectoun consenso universal para reprobarlos, en el sen-tir moral de Jos pueblos, expresado en sus leyesy en los testimonios de sus más esclarecidos re-presentantes. La prueba de esto es que los mismosabusos se disimulan y niegan.

Criterio de la Iglesia

La iglesia ha visto en esta creciente concien-cia de la dignidad de la persona humana y de smderechos universales e inviolables una exigenciadel Evangelio y la acción del Espíritu de Dios enla historia. (Véase Vaticano II, Const. sobre laIglesia, n. 26 y 44). No se trata de una adapta-ción oportunista a las corrientes actuales, sino deser consecuente con su fe en un Cristo resucitadoy viviente y operante en la historia.

Es significativa la siguiente declaración deíSínodo IV de Obispos en su humilde fidelidadno solamente al Evangelio sino a la historia dela humanidad que le permite interpretar mejor elmismo Evangelio:

"En nuestro tiempo la Iglesia ha llegado a com-prender más profundamente esta verdad (que elhombro es imagen de Dios, Génesis, 1, 27) en vir-tud de lo cual cree firmemente que la promociónde los derechos humanos es requerida por el Evan-gelio y es central en su ministerio''.

Señala luego algunos derechos "hoy día másamenazados":

"El derecho a la vida. Es gravemente violado ennuestros d í a s . . . por la extensión de la tortura, porhechos de violencia conlra víctimas inocentes, porel flagelo de !a guerra".

Entre los "derechos políticos y culturales",destaca: "la seguridad ante e! arresto, la tortura yla prisión por razones políticas e ideológicas".

Terminemos este párrafo enunciando lo quela Iglesia declaró solemnemente en el Concilio Va-íicano II como su doctrina para nuestros tiempossobre la tortura y otras prácticas semejantes:

"Cuanto atenta contra la vida .. . cuanto viola laintegridad de la persona humana, como las mutila-ciones, las torturas morales y físicas, los conatos sis-

temáticos para dominar la mente ajena, cuanto ofen-de a la dignidad humana, todas estas prácticas yotras parecidas:

— son en sí mismas detestables— degradan la civilización humana— deshonran más a sus autores que a sus víc-

timas— y son totalmente contrarias al honor debido

al Creador" (Gaudium et Spes, n. 27).

La tortura en nuestros tiempos

Esta insistencia de los organismos internacio-nales y de la Iglesia sobre el respeto de los de-rechos humanos no es solamente testimonio delconsenso universal que se profesa sobre la materia.Lamentablemente se debe también a la conculca-ción práctica de estos mismos derechos que seha introducido en nuestro siglo en distintos países.Esta reintroducción no es oficial o formal, peropodría llamarse oficiosa: se tolera y se admiteprácticamente la tortura como medio de indagación y de represión, como medida de autodefen-sa del régimen. Oficialmente se declara que noexiste tal proceder.

Esta práctica sistemática parece ser una carac-terística de los regímenes totalitarios y se com-prende. La persona es sacrificada, sin miramien-to alguno, al Estado, depositario de todos los de-rechos. Rusia pasó del totalitarismo zarista a otro:la dictadura soviética. El Archipiélago Gulag eleSolyenitsin es un verdadero documental sobre lostr;itos crueles y tormentos en las cárceles y cam-pos de concentración. Nada digamos de la inhu-manidad nazi que ha tenido una cierta continua-ción en el régimen racista de Sudáfrica y en elmilitar de Grecia, no hace mucho derrocado. Otrofoco estaría en algunos países de Oriente.

Los cristianos hemos condenado estos hechos,pero los hemos interpretado como resultados deuna filosofía totalmente ajena a nuestra tradicióncristiana. Pero ¿cómo interpretar ahora la adop-ción de estas mismas prácticas en países de rai-gambre cristiana como los de América Latina?Observamos que han -penetrado muchas vecescomo resultado de la toma del poder de parte deregímenes autoritarios. ¿Hemos de creer que de-trás de estos regímenes existen necesariamenteideologías totalitarias?

Creemos sinceramente que la tortura, aunqueconsecuente con una filosofía totalitaria, no es

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esencial a un gobierno militar y autoritario. Estepuede operar, aun en situaciones difíciles y deemergencia, sin recurrir al medio de la tortura.Reconocemos sí su eficacia para descubrir compli-cidades y desbaratar actividades subversivas. Estose ha demostrado en Uruguay donde se utilizó con-tra [os tupamaros. Pero sus éxitos son una victoriaa lo Pirro: la tortura destruye más de lo que apor-ta. Destruye los fundamentos sobre los que ha deconstruirse una nación. Se quiere afianzar la se-guridad de un país con una práctica que despojaal ciudadano de su seguridad más esencial, la in-violabilidad de sus derechos fundamentales, ycrea un clima desquiciador de la cohesión nacio-nal, condición esencial de toda seguridad.

"No puede pensarse que unos días de tortu-ra traerán años de paz" advirtieron los Obisposuruguayos en carta del 12 de junio de 1972 alPresidente Bordaberry. Con esa siembra no se co-secha la paz sino lo contrario. Se trata de unasiembra de odios, odios no llevados por el viento,sino grabados en la carne lacerada y en los co-razones de familiares y amigos. Es incalculable larepercusión que todo esto pueda tener para elfuturo.

Como notó un Obispo brasilero, Dom JoaoRezende Costa, "la tortura hace extremadamentesospechoso el ejercicio de la justicia". Y esto esmuy grave. Se tiende a establecer, como funda-mento del orden social, no la conciencia de lapropia responsabilidad apoyada en la ley justa,sino el temor servil a los detentores del poder. Setiende con esto a esclavizar a todo un pueblo.

El pueblo latinoamericano no es propenso ala violencia. Es respetuoso de las personas, amis-toso, considerado y generoso. Es sensible a lasofensas y nutre interiormente una altiva dignidad.Estos valores pueden quedar profundamente le-sionados por la práctica de la tortura. La violen-cia engendra la violencia.

Nada diremos del envilecimiento que causa latortura en los verdugos que la practican. Y a par-tir de estos ejecutores y sus ayudantes se extiendeel siniestro círculo de la complicidad. Abarca des-de los delatores que inician el proceso hasta losque guardan silencio debiendo hablar y denunciar.Desde los autores inmediatos hasta los grandesresponsables, Todos pecan contra la vida del her-mano: es el pecado de Caín.

Frente a estos gravísimos daños para el almay la vida de nuestras naciones ¿qué pueden signi-ficar los logros obtenidos? Serán logros de cortoalcance, aparentes, de carácter policial. Es com-prensible que una policía les dé importancia, yaún primaria importancia, ya que responden a suspropios objetivos. Pero un Estado que no quiereser un mero Estado policial ha de poner los ojosen primer término en los valores positivos y fun-damentales que constituyen el bien común de lanación. Este no puede ser servido por la tortura.

Fines y medios en la moral católica

Existe un aforismo tradicional en la moral ca-tólica: el fin no justifica los medios. L'n fin bue-no y aun necesario, como sería restablecer el ordenindispensable para la vida social, o la seguridady paz de la nación, no legitima cualquier medioque conduzca a ese fin. Es vano querer defenderla tortura afirmando: es un medio necesario parareprimir la subversión. Si la acción misma de tor-turar es perversa y condenable, ya no se puedecontemplar como un medio optable en vista decualquier fin que se pretenda. En otras palabras,no basta el buen fin o la buena intención: laacción misma en que se materializa esa intencióndebe ser sana.

Otro aforismo que expresa lo mismo reza así:no es lícito hacer cosas malas para que de ahíresulten bienes. Una moral de resultados es unamoral maquiavélica: la negación de toda autén-tica moral. Es la moral del hombre inescrupuloso,capaz de cualquier felonía con tal de obtener susfines.

Olra doctrina clásica de la moral concibe ac-tos que son "intrínsecamente malos". Se suele po-ner ejemplos como la blasfemia, la perversiónsexual. Se quiere decir que tales actos son con-denables en toda circunstancia. Su malicia es in-trínseca y no depende la coyuntura. En cambiootros actos, como tomar lo ajeno, pueden ser lí-citos en ciertas situaciones, p. ej.: en caso de ex-trema necesidad. Pues bien, si queremos expre-sarnos en estos términos, tendríamos que decirque el ejercicio de la tortura es "intrínsecamentepecaminoso" y no se justifica por circunstanciaalguna.

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Esta afirmación se basa en la naturaleza delas cosas y en los términos con que la Iglesia seexpresa hoy. El Vaticano II dice de la tortura co-mo de otros abusos: que es mala en sí, perviertela civilización humana, mancha a sus autores yes totalmente contraria al honor debido al Crea-dor. En lenguaje teológico diríamos que es unpecado en sí. (Gaudium et Spes, N" 27) .

Los moralistas actuales adimtcn la validez detoda esta doctrina dentro de los términos en quese expresa, pero prefieren valorar conjuntamenteel fin y los medios para expresar su juicio moral.Y así. dirían que todo objetivo que se pretendieraobtener por medio de las torturas de que ven irnoshablando queda viciado en su misma gestación.

Sus resultados no son auténticamente buenos.La seguridad nacional que se pretende resguar-

dar, la paz social que se quiere crear con el re-curso a estos medios, llevan un vicio original yestán preñadas de graves y perniciosas consecuen-cias.

El juicio moral es, pues, el mismo. Los Obis-pos uruguayos lo expresaron bien en su carta deprotesta y denuncia dirigida a su Presidente:

"En orden a nuestro ministerio y para serviciode Lodos los hombres, no podemos callar que lamucrlc, los apremios físicos, la tortura, la prisiónindebida constituyen una radical negación de la dig-

nidad propia del hombre, creado a imagen y seme-janza de Dios".

Conclusión

Sea, pues, nuestra conclusión un llamado doalerta frente a la práctica inhumana de la torturaque ha hecho su aparición en América Latina yse afianza como método sistemático de investiga-ción y represión. Constituye una perversión delalma de nuestros pueblos, compromete su futurode convivencia libre y democrática, siembra odiosy tempestades. Las razones de seguridad nacionaly emergencia con que se la pretende apoyar no lajustifican y su invocación distorsiona la concienciamoral.

Como hijos de nuestro Continente percibimosen estas prácticas un atentado contra el alma cris-tiana que ha forjado nuestras naciones y que seexpresa adecuadamente no en meros ritos religio-sos o consagraciones de templos materiales, sinoen una actitud de hermano frente al hombre y aldesvalido. Para este sentido cristiano, la adopciónde la tortura es simplemente intolerable.

Como cristianos no podemos dejar de ver en lafigura del último y más insignificante de nuestroshermanos torturados el rostro de Cristo. Nuestrafe nos dice que la tortura es un pecado contra oíhombre y contra Dios.