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LA TRISTEZA VISTA DESDE AFUERA LUIS ÁNGEL VANEGAS Versofrenyka 604

LA TRISTEZA VISTA DESDE AFUERA

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Relatos cortos 2010-2015

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LA TRISTEZA VISTA DESDE

AFUERA

LUIS ÁNGEL VANEGAS

Versofrenyka 604

© La tristeza vista desde afuera, Luis Ángel Vanegas Diseño: Luis Ángel Vanegas Imagen de portada: Soledad Impreso

en México D.F. 2015 [email protected]

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons

Reconocimiento-No Comercial-Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

LA TRISTEZA VISTA DESDE AFUERA

Luis Ángel Vanegas

Versofrenyka 604

“Lo que conoces

Es tan poco

Lo que conoces

De mí

Lo que conoces

Son mis nubes

Son mis silencios

Son mis gestos

Lo que conoces

Es la tristeza

De mi casa vista de afuera

Son los postigos de mi tristeza

El llamador de mi tristeza.”

Mario Benedetti

A los amigos.

Buenos Aires

Matías esta acostado en su cama fumando un cigarrillo

se siente triste y lleno de bronca, como cada quince días

fue a la cancha y alentó al equipo sin embargo de nada

sirvió que haya quedado afónico, los gritos no

alcanzaron y los goles tampoco y el “globo”

descendió…

Mientras esta ensimismado en sus pensamientos su

madre llama a la puerta de su cuarto, para sorpresa suya,

le entrega un paquete que ha llegado de México. Apenas

lo recibe Matías sabe que es de ella; de Luciana su

antigua compañera de colegio, su amiga, la que él

considera es el amor de su vida y a la cual lleva cinco

años sin ver, desde que él tenía 17 y ella 18, desde que

se mudó a México por que su padre encontró un trabajo

mejor, por un momento siente a la tristeza

abandonarlo y al instante su pecho se infla y una

sensación de alegría y nerviosismo lo embriagan. Abre

la pequeña caja y en ella encuentra el mismo dibujo que

cinco años antes le regalo a Luciana como sello de

amistad y una carta que dice:

“Hola Matías:

Como te va, espero que te encuentres bien, en unos días regresare

a Buenos Aires, me gustaría mucho verte, platicar, salir a

caminar con vos como cuando íbamos a la secundaria, que te

parece si nos vemos en aquel café al que solíamos ir, ese que está

en Palermo; el Nostalgia, claro si aún existe. Quiero que sepas

que te he extrañado mucho y espero que vos también me hayas

extrañado a mí, hay muchas cosas importantes que decir. Espero

verte allí en unos días.

Besos, Luciana.”

Los ojos de Matías se iluminaron, estaba nervioso, por

fin en mucho tiempo la bronca que sentía parecía

desaparecer.

Los siguientes días casi no durmió, contaba las horas

restantes para el reencuentro y recordaba aquel tiempo

cuando miraba los ojos verdes de Luciana, lo nervioso

que se ponía cuando lo llamaba “Mati”, las tardes grises

en que bebían mate en su casa y la primera vez que

fueron a ver al “globo” juntos o cuando jugaban a

aventarse manís en el “nostalgia”, la vez que ambos

resbalaron y se llenaron de lodo en medio del parque

porque estaba lloviendo, cuando le dijo que la abrazara

porque tenía frio, ese preciso momento en que empezó

a enamorarse de ella mientras escuchaba su voz con

frases que le llegaban siempre directo al corazón y sobre

todo recuerda aquella ultima tarde en la que él le pediría

que fuera su novia, la tarde en que le declararía su amor,

en la que pensó que nada saldría mal, la tarde en que

lograría vencer su timidez y se llenaría de valor, sin

embargo por alguna razón no se lo pudo decir, cuando

intento hacerlo sintió como las palabras se atoraban en

su garganta sin poder salir. Unas semanas después

Luciana y su familia dejaban Buenos Aires para viajar a

la Ciudad de México: su nuevo hogar. Entonces a

Matías se le hizo un hoyo en el corazón, se sintió más

solo que nunca y aunque conoció a otras chicas nunca

encontró una como Luciana, que le hiciera sentirse

realmente enamorado del mundo…

Aquel 23 de julio fue bastante frio, el invierno pegaba

con todo, Matías estaba tremendamente nervioso, igual

o más que la primera vez, la vería, la abrazaría y volvería

a oír esa voz que iba siempre directo a su corazón.

Sentado junto a la ventana del colectivo miraba el

paisaje de la ruta para llegar a la esquina donde se

encontraba “el Nostalgia”, café que ya no frecuentaba,

con suma emoción bajo una cuadra antes, su corazón

se aceleraba con cada paso que lo acercaba a aquella

esquina donde después de cinco años volvería a ver a

Luciana.

De inmediato la noto, estaba sentada en una mesa junto

a la ventana, había pasado mucho tiempo pero en la

memoria de Matías estaba intacta su imagen, con su

cabellera zanahoria, sus ojitos verdes y las pecas que

adornaban su cara, después de todo no había cambiado

tanto pero si se había vuelto más guapa, ella a pesar de

los años lo reconoció al instante y se fundieron en un

gran abrazo, un abrazo que Matías llevaba esperando

cinco años, pidieron unos cafés y se contaron sus vidas,

Matías le hablaba sobre como pensaba en soledad que

nunca la volvería a ver, de tantas cosas que hubieran

sido más llevaderas si ella hubiera estado aquí en

Buenos Aires, la muerte de su padre, el asesinato de

Gonzalo, la tristeza de ver el descenso de su “Huracán”

tan querido, tantas cosas que no hicieron juntos, el viaje

a Puerto Madryn para fotografiar pingüinos, ese

concierto de los “Decadentes” y de “ Ataque” al que ya

no asistieron, le hablaba de sus planes a futuro, entrar

al CBC de la Universidad de Buenos Aires para estudiar

letras, comprarse un coche y publicar alguna de sus

novelas, ella le contaba de cómo lo extrañó en México,

de los alfajores que compartían en el cole, de las tardes

caminando por Corrientes, de que ya casi no bebía

mate, de los problemas de vivir en una ciudad tan

grande, de que ya se había licenciado en contaduría y

finanzas, de la música que lo hacía acordarse de él, de

aquella canción que le recordaba a ella.

Matías se sentía tan contento que se animó a decirle lo

que llevaba en la garganta desde la última vez que se

vieron, pero Luciana lo interrumpió, lo vio fijamente a

los ojos con esa encantadora mirada verde que siempre

lo había hipnotizado y con claridad le dio la noticia:

“sabes que me trajo de nuevo a Buenos Aires, conocí a

alguien muy especial en México, alguien al que quiero

mucho, y vine para invitarte a mi boda, me caso en dos

meses y me encantaría que vos estuvieras allí”

Matías sintió como algo le rompía las alas, como las

palabras que llevaba atoradas en la garganta después de

tanto tiempo por fin lo asfixiaban, no supo que

contestar, quiso por un momento salir corriendo y

aventarse al Rio de la Plata, la lluvia caía copiosa del otro

lado del cristal, el “Nostalgia” parecía un cementerio,

un abismo vacío en el corazón de Buenos Aires, todo

estaba en silencio, a pesar de que por el parlante sonaba

una canción de Cerati, para Matías solo se escucharon

esas palabras de Luciana, que desde

siempre y hoy más que nunca le llegaban directo al

corazón…

Ilusiones

Hacia un par de años que no regresaba a la universidad,

obligado más por el compromiso social que significa

terminar una licenciatura que por motivación propia, lo

hice.

En los últimos días mis impulsos biológicos me hacían

notar que necesitaba una chica, hace no mucho leí un

poema sobre eso, qué fácil es tener a una chica, si hasta

el granuja más grande de este mundo puede tener una

¿Por qué yo no?, tampoco es algo que más allá de mis

impulsos biológicos y la presión social me llene de

preocupación.

Reflexionaba un poco sobre ello mientras caminaba por

los pasillos de la facultad rumbo al “Honorable

Departamento de Servicio Social” (contra el cual tengo

ciertas quejas que no expondré aquí), apoyado sobre el

alfeizar de la ventanilla esperaba mi turno.

Algunos minutos después se acercó una chica cargando

con cierto esfuerzo su enorme foto de graduación, era

blanca, de cabellos negros y largos, sonrisa suave y ojos

delicados, era mi momento para experimentar con el

sabio poema que había leído días antes.

Pero entonces, enormes dudas laceraron mi sagaz

instinto de “seductor”, ¿con que pretexto podría

abordarla?, ¿bajo qué premisa iniciaría una

conversación?, nada se me ocurría, parecía que una vez

más regresaría solo a casa.

Sin embargo el destino se ponía de mi lado, le hacía falta

una fotostática para terminar su trámite, entonces me

miro y con una linda sonrisa me pregunto si podía

encargarme de su enorme foto mientras ella iba por

aquel papel, a lo cual no sin un esfuerzo mental tras

estar ensimismado en mi reflexión respondí que sí.

Esa era mi oportunidad, cuando regresara podría

decirle, “¿oye si quieres puedo cargar tu foto y

acompañarte a la salida?” y ella podría contestar “me

harías ese favor, eres muy amable” y en esos 100 metros

que separan el departamento de servicio social de la

salida de la universidad, le pediría su número telefónico

y saldríamos cualquier día de estos al cine, o tal vez a

Coyoacán y mientras caminamos por las calles pobladas

de gente, le contaría que toco la batería, que me gusta

escribir poesía y otras cosas más, y ella me hablaría de

sus clases de natación, de que le encanta el box y le

gustaría aprender a pintar, después saldríamos otras dos

o tres veces y entonces le pediría que fuera mi novia y

ella aceptaría y se vendría a vivir conmigo al sur de la

ciudad, y pasaría un año y yo seguro de mi amor por

ella, quemaría mis libros de Schopenhauer al tener la

certeza irremediable de que él estaba mal, de que la vida

no es sufrimiento y que la felicidad se puede encontrar,

me casaría con ella, tendríamos uno o dos hijos, la niña

se llamaría como ella y el niño llevaría el nombre de mi

papá, y yo escribiría y escribiría, y el día que ganara el

Nobel haría lo que Vargas Llosa y viajaríamos por el

mundo en nuestra segunda luna de miel…

Pero vaya que la vida es impredecible y llena de azar (no

sabes que tu destino está en manos de extraños), no

regreso sola, alguien estrujaba su cintura mientras con

su gran sonrisa ella me agradecía por el pequeño favor,

solo asentí, me puse mis audífonos, di media vuelta y

empecé a caminar, no me percaté de que comenzaba a

llover, no me importo, camine bajo la lluvia mientras

escuchaba a The Smiths…

Since…

A veces me cuesta trabajo creer que fue tan solo un

otoño, es mas no fue una semana ni siquiera un día, fue

solo un momento, un instante.

Viajaba, recuerdo, de Seattle a Mississippi, a pesar del

largo trayecto, mi pavor hacia los aviones hacia que

prefiriera tomar la carretera antes que pararme en el

aeropuerto. Tardaba tres días en llegar, pero el ocre

paisaje americano, la cerveza en los restaurantes de paso

y la sensación de libertad que experimentaba al manejar,

compensaban el cansancio y cualquier incomodidad

que pudiera presentarse en el camino.

Esa mañana era soleada pero fría, lo que más me

gustaba del trayecto era el majestuoso paisaje que se

observaba durante todo el viaje, las montañas y los

arboles resplandecían dorados ante los primeros rayos

del sol autumnal y para disfrutar de ese espectáculo,

viajaba solo de día, por lo regular hacia la tarde paraba

en el poblado en turno y me hospedaba en algún hotel

donde comía y bebía por hasta ya entrada la noche.

Aquella tarde pare a las afueras de Helena un diminuto

poblado en medio de la llanura americana entre

Montana y Wyoming, por suerte no tuve que buscar

mucho y encontré un pequeño restaurante que también

hacia las veces de hotel, perfecto para los viajeros.

Recuerdo que subí mi equipaje al cuarto y baje al

pequeño bar a tomar un poco de cerveza, el sitio ya

estaba algo lleno, y solo pude ocupar una mesa que daba

hacia el pasillo que conectaba con las habitaciones.

Fumaba y bebía mientras sonaban canciones de

Aerosmith y Pearl Jam, me sentía decepcionado de mi

vida, estaba en aquel momento en una etapa de

definiciones, sin estabilidad, viajando a cada rato,

hablando con personas extrañas, lejos de mi país y de

mi verdadero hogar.

Estaba yo en eso cuando por la puerta entro una chica

de cabello largo y castaño, su cara estaba roja y a pesar

de que yo ya estaba algo ebrio, note en sus ojos algo

extraño, ella miro a su alrededor y rápidamente se

dirigió hacia mi mesa, me quito la “coronet” de las manos,

bebió un sorbo grande hasta dejar la botella vacía, me

tomo del brazo y me dijo “vamos a tu cuarto” yo

embelesado y un poco mareado, no reaccione hasta que

tiro nuevamente de mi brazo y logro ponerme en pie,

rápidamente caminamos hacia el pasillo y entramos a mi

habitación, yo sin salir de la sorpresa me senté en la

cama, quise preguntarle quien era pero ella puso su

dedo sobre mi boca, mientras, afuera se escuchaba un

alboroto, que tras un par de minutos ceso.

-Se ha ido-, ¿Quién eres? Y ¿Quién se ha ido? pregunte,

no contesto, se acercó a mí me dio un beso en los labios

y caímos juntos en la cama, hicimos el amor…

A la mañana siguiente, el frio férvido que se sentía me

despertó, ella ya no estaba, pero en su almohada aún se

distinguía su olor, en mi mente solo alcance a escuchar

since i dont have you….

La tristeza vista desde afuera

Miro hacia la ventana, la tarde lluviosa se impregna en

el cristal, mientras, en mi mente tarareo la canción que

suena en el bar, nanana, nanananana, nunca he

entendido la letra, el inglés jamás ha sido mi fuerte, este

día huele a nostalgia, a cierta ausencia y un poco de

adiós…

El murmullo de las mesas vecinas se estrella contra la

soledad que separa a la nuestra

-Uff, que canción, sabes, ayer cuando iba de camino al

trabajo me pareció haberla visto, fue un instante corto, casi

nada.

Pronuncia lánguidamente al tiempo que fija su mirada

adusta en la acera de enfrente donde arboles mojados

chorrean sin parar, da una calada a su cigarro y bebe un

poco de cerveza,

¿La saludaste?, ¿te reconoció?

-no, yo iba en el bus y ella caminaba sobre la acera-

Hay veces que la mente se me queda en blanco, he

llegado a la conclusión que en días tan fríos como este

las ideas se me congelan, el parece darse cuenta de mi

estupefacción y me pregunta:

¿Qué habrá pasado con ella desde la última vez que la

vi?

No sé si es una duda existencial o una pregunta absurda,

pienso decirle que simplemente continúa con su vida,

que seguramente habrá conocido a otras personas, que

trabaja todos los días, pero creo adivinar que ese no es

el contexto de su pregunta, bebo un gran sorbo de mi

pinta de guiness.

Bueno, no sé, hay personas que nunca se terminan de

ir, las ves todos los días a todas horas y en cualquier

instante, de repente cuando lees una novela o caminas

por un parque, cuando tienes una gran idea y

telepáticamente se la cuentas, aunque nunca sabrás a

ciencia cierta si ella te habrá escuchado, de algún modo

y si los amigos en común no comentan nada, ella está

contigo y sigue tan intacta como cuando la dejaste.

¿Crees que sería bueno buscarla?

Doy una calada a mi cigarro y dibujo unas figuras sobre

la ventana, el bar está lleno como de costumbre y la

tarde se consume en una melancolía que contagia el

alma

No, a veces es mejor permanecer a la distancia, no

entrometerse, es más bonito así, como cuando veo una

pintura, o escucho una canción, es tan hermoso

contemplarla, pero si yo llegase a tocar un pincel, o

escribir una palabra lo estropearía todo, su vida debe de

ser hermosa tal y como está ahora, un buen trabajo, un

chico apuesto que la hace reír, y un tipo como tú que a

pesar de la distancia y el tiempo la amas, es lindo así, un

bonito cuadro de la vida…

Sí, pero es triste.

Bueno, hay canciones tristes que son hermosas, hay días

lluviosos, como este, que son esplendidos, hay pinturas

melancólicas que son bellas, también hay vidas tristes

que son hermosas y nosotros somos así, la tristeza vista

desde afuera…

Mientras le digo esto, fijo la mirada en mi pinta de

guiness, que ya va casi a la mitad, la lluvia empieza a caer

nuevamente, yo también hace tiempo que no la veo,

pero siempre será mejor así… la tristeza vista desde

afuera…

Y el humo del cigarro, y las charlas de un martes por la

tarde se entremezclan con el himno de aquel número 6

de la calle del adiós…

….and the same black line that was drawn on you

was drawn on me and now it's drawn me in

6th Avenue heartache…*

*6th Avenue heartache, The Wallflowers

Los 36 billares

De vez en vez renuncio a mi trabajo en turno, cojo el

libro pendiente de concluir y me subo al primer avión

con destino al cono sur.

Era un frio día de julio, debo admitir que a propósito

suelo visitar Buenos Aires en época invernal, primero

porque así evito el calor agobiante de la Ciudad de

México y segundo porque soy un melancólico

irremediable y necesito de esta clase de climas para no

sentirme ansioso e irascible.

Soy un tipo de rutinas y así como rara vez cambio una

pinta de guines en el bar de costumbre en Coyoacán, así

también cuando visito Buenos Aires siempre me

hospedo en el mismo hotel: “El Castelar”; está cerca del

obelisco y el hecho de saber que en ese sitio alguna vez

se alojó García Lorca, me consuela y me hace recordar

que es lo único que compartiré con un grande de las

letras.

Cada vez que estoy en Buenos Aires hay un suceso que

rompe mi estabilidad emocional, por eso siempre

regreso.

Aquélla tarde después de desempacar decidí ir al “36

billares” uno de los míticos cafés de la ciudad, ahí en

uno de mis viajes anteriores conocí a Natalia, una linda

pelirroja con labios zanahoria y un montón de pecas

que adornaban su pecho. Quería sentarme en la mesa

de fondo, pedir un café con crema Baileys, canela y

chocolate, y pasar la tarde recordando, a cada sorbo de

café saborear sus labios, sentir el aroma de su piel, a

cada nota musical mirar su cuerpo moviéndose al ritmo

de un tango triste.

Entonces me sentía como el “soñador” de Noches

Blancas que en ciertos lugares de San Petersburgo se

ponía a recordar la felicidad de otro tiempo. Pero ¿Qué

pasaría si esos lugares donde algún día fuimos felices

desaparecieran? ¿Moriría también el recuerdo? Porque

esos sitios son como la tumba para llorarle a nuestros

recuerdos.

Así que me encamine al 36 billares, recorrí la cuadra que

según yo lo separaba del hotel, sin embargo algo

extraño sucedió, camine unos metros más, mire a

ambos lados de la avenida y nada, no vi el letrero

luminoso, ni el postigo de madera, ni las mesas de billar.

Retrocedí, confundido, le pregunte a un mozo que

atendía la puerta de un local en cuya fachada había un

letrero que decía “La Continental, Pizzería”:

-¿Los 36 billares?

- cerro en diciembre del año pasado, ahora es “La

Continental”, pizzería, ¿gusta probar la especialidad de

la casa?, queso fundido con ternera y chorizo.

-No, gracias, soy vegetariano.

Di media vuelta, encendí un cigarrillo y seguí adelante,

comenzaba una ligera llovizna…

Fragmentos de saudade

Cotidianeidad

La tristeza siempre está detrás, bueno, es algo que

siempre he pensado, o tal vez sin darme cuenta alguien

me hizo repetirlo tanto en mi infancia (como las tablas

de multiplicar) que se me quedo grabado, o

simplemente es lo que yo he buscado leyendo esas

historias de amores no correspondidos y escuchando

música melancólica, esa que siempre deja una pincelada

de algo que siempre se añora…

Lejanía

-Me siento lejos de mi patria y sin embargo estoy en ella-

me dijo un joven escritor cuando compartíamos el

humo del cigarro en un extremo del Retiro, a ciencia

cierta en Madrid se siente uno nostálgico por todo y

más a estas horas de la tarde, le conteste…

De último minuto

Otra vez de último minuto maldijo Gonzalo, otra vez

esa maldición de fallar en la defensa en la hora buena,

cuantos campeonatos van pasar, siempre en la orilla

lamentábamos- llevamos la derrota en nuestra piel le

dije. Por eso nuestra remera es purpura…

Extrañándote

Hace un año que se fue y todavía siento su presencia

alrededor, cuando escribo estas cosas siempre pienso

que ella las va a leer, y que me va decir que esto es una

gran broma, esos poemas que le di eran muy malos,

bueno, al menos su novio le regala vestidos.

Luis Ángel Vanegas (Milpa Alta 1988)

Esta obra se terminó de imprimir en Milpa Alta, D.F.

en el mes de enero de 2015.

Se utilizó tipografía Garamond 12

VERSOFRENYKA 604 [email protected]

VERSOFRENYKA 604