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1 LA TRUFA MÁGICA PAULA VAZQUEZ PEREZ TEXTO DAVID DE PRADO DÍEZ DIBUJOS PARA ESTELLE DERVIEUX DE PRADO SANTIAGO, 6 DE ENERO 2007

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LA

TRUFA

MÁGICA

PAULA VAZQUEZ PEREZ

TEXTO

DAVID DE PRADO DÍEZ

DIBUJOS

PARA

ESTELLE DERVIEUX DE PRADO

SANTIAGO, 6 DE ENERO 2007

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LA TRUFA MÁGICA PAULA VAZQUEZ PEREZ

TEXTO

DAVID DE PRADO DÍEZ

DIBUJOS

sEdiciones Microcreáticas

POEMAS. DISEÑOS. NARRACIONES. PROTOTIPOS.

FOTOS. INVENCIONES. UTOPÍAS. VIDEOCLICK.

Donación para el proyecto EDUCREAte.

Reinvéntate. Tú protagonista.

educreate.iacat.com

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2ª Edición. Santiago de Compostela. Mayo 2015

©Paula Vázquez Pérez, David de Prado Diez

Edita: Asoc. Educreate.IACAT-CI (G70334420)

C/ Frei Rosendo Salvado 13, Edificio Zafiro, 1ºportal, 7ºB

15701 – Santiago de Compostela

http://educreate.iacat.com / [email protected]

El precio simbólico de éste libro va destinado enteramente al desarrollo e investigación

en creatividad, dentro del proyecto Educrea(te), para reInventar la educación por sus

protagonista

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INDICE

EL VERANO

EL LIMONERO

ELBOSQUE MÁGICO

EN EL BOSQUE LUMINOSO

MAËLICK

EL GUARDIÁN DEL BOSQUE

EL BIBLIOTECARIO REAL

EN LA ESTATUA

EL TESORO DEL BOSQUE

EL BOSQUE DE PIEDRA

LA MORADA DEL CARTERO

LA BURBUJA

LA GUARIDA DE GALAHEAD

FREYA

EL GABINETE DE GALAHEAD

LA TRUFA

EPÍLOGO

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I

EL VERANO

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I

EL VERANO

¡Es fantástico, no tengo que levantarme todavía!-

Ana se tapó la cara con la sábana y abrió los ojos a tiempo

de ver como el conejo del dibujo de su almohada le hacía

guiños mientras mordía su zanahoria. Apartó los rizos con

un soplido en el instante en que un rayo de sol bajaba

directamente desde las rendijas de la persiana hasta su

nariz. Sintió un agradable calorcillo, preludio de un

maravilloso día, el primero de sus vacaciones en el campo.

Nada podía ser mejor, ni siquiera las gominolas que su padre

le compraba todos los sábados en la tienda de dulces de la

esquina, muy temprano por la mañana, cuando ella le

acompañaba a comprar el periódico y el pan y un largo

sábado y otro menos largo domingo la apartaban de la

rutina del colegio.

Permaneció un largo rato acostada contemplando los

dibujos que poblaban su ropa de cama que olía de forma

distinta a la que tenía en la ciudad, seguramente porque en

el campo la guardaban en aquellos enormes armarios y le

ponían bolsitas de hierbas olorosas y membrillos para que

mantuvieran el perfume durante todo el verano. Mientras, el

sol se hacía cada vez más fuerte y la luz se colaba por la

persiana semicerrada con la fuerza de un batallón de

intrusos que parecía que querían hacerse dueños de la casa.

Ana trató de recordar dónde había dejado los juguetes que

se guardaban en la casa año tras año después de cada

verano: la bicicleta que le habían regalado a mediados del

mes de agosto pasado y que le quedaba tan grande que

apenas había podido subirse a ella; finalmente lo había

conseguido, pero este año-estaba segura- la bicicleta no se le

resistiría. No dejaría de tocar el timbre que sonaba como una

bandada de patos en plena excursión por el lago.

Y sus amigos ¿quiénes vendrían este año? Su amiga

Piper, desde luego, Ana no se podía imaginar el verano sin

ella ¡era tan graciosa! Tenía una carita redonda, llena de

pecas y unas trencitas a cada lado de unas orejitas que se

disparaban como las de un ratoncillo. A ella no le gustaban

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sus orejas, pero Ana pensaba que era el detalle más

interesante de su aspecto porque se ponía coloradas si hacía

calor o si se enfadaba.

-¿Ya estás despierta?-Mamá. Ana se estiró como un

gatito, entonces, una explosión de sol y de calor se estrelló

contra su barriguita. Se tapó hasta los ojos para protegerse de

aquella intrusión, pero cuando mamá le hizo cosquillas en

los pies, dio un salto y se acercó a la ventana. Una ligera

brisa la despejó del todo: ante ella se erguía un enorme

limonero lleno de brillantes limones y flores de azahar; más

allá, los macizos cubiertos de primaveras salvajes llenaban el

jardín de color. Ana se alzó de puntillas para poder ver lo que

había detrás de la segunda fila de pequeños árboles frutales,

pero el gran limonero no le permitía ver los setos de geranios

de olor y de rododendros que se extendían a lo largo del

muro de piedra. Notó que algo se movía entre el ramaje

abigarrado- “serán nidos- pensó, pero no pudo distinguir

nada. Sólo frutos y hojas que se entrelazaban con las flores

del jazmín plantado en una columna que sostenía la parra,

tan poblada como un océano verde y espeso. Ana no dejaba

de preguntarse porqué los mayores no vivían

permanentemente en el campo. Trabajar todo el año y sólo

pasar un par de meses en la maravillosa casa de campo ¿no

sería mejor al revés? ¡Ah! Nadie podía entender a los mayores;

¡si ni siquiera su padre se quedaba todo el verano! cuando

llegaba el día quince de Agosto, él tenía que marcharse y no

volvía hasta el último fin de semana para recogerlas a ella y

a su madre y llevárselas de vuelta a la ciudad.

El olor a bizcocho de la abuela la sacó de estos

pensamientos. En pleno desayuno, Piper se presentó en su casa.

Había cambiado sus trenzas por una coleta larga, pero sus

orejitas seguían sobresaliendo y enrojeciéndose como ahora

que estaba tan emocionada por encontrarse con Ana.

Las niñas se abrazaron, se besaron y bailaron haciendo

tanto ruido que puso en guardia a Puff, el collie que

pretendía dormir en el frescor de la hierba del jardín, bajo la

parra; su tranquilidad había terminado con la llegada de

Ana a la casa. Su malhumor se disipó como el humo cuando

Ana y Piper lo incluyeron en su rueda de bailes y de griterío.

Jugaron a las carreras, le colocaron un sombrero de ala

ancha con una gran lazada de la que Puff tardó un buen

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rato en desembarazarse a pesar de sus ladridos de protesta.

Así pasó la mañana; hicieron pulseras y collares de

margaritas silvestres, jugaron al escondite y rodaron por la

suave pendiente del jardín que desembocaba en las hileras de

ciruelos de los que arrancaron un puñado de ciruelas frescas

y dulces; dibujaron tumbadas en la hierba y leyeron viejos

cuentos de la biblioteca de los abuelos. Estaban contentas y

felices de estar juntas y de la perspectiva de un largo verano

sin más que hacer que divertirse.

Al entrar en la casa, un ruido metálico se oyó en lo más

alto del limonero.

- Creo que hay un nido muy grande ahí arriba,

tendremos que investigar. Oye Piper ¿crees que te dejarían

dormir aquí esta noche?

-Supongo, mi madre ya tiene bastante con preparar la

casa y con el jaleo que arma mi hermano. Además, como

saqué tan buenas notas no creo que me nieguen nada este

verano.

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II

EL LIMONERO

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II

EL LIMONERO

Aunque las niñas estaban rendidas cuando se metieron

en la cama, aún charlaron un rato y volaron las almohadas

de una cama a la otra; finalmente se hizo e silencio. La

cama de Piper tenía sábanas con dibujos de bosques y

pájaros- Dormiré como un pez-, dijo Piper.

La primera que se despertó fue Ana. Todo estaba en

silencio; miró hacia la cama de Piper que dormía

profundamente.- Está roncando, pensó Ana. De pronto,

escuchó de nuevo el ruido que la había despertado, era como

un aleteo metálico.

-¡Eh, Piper, despierta!

-¿Qué pasa.? Déjame dormir Ana.

-Shh, escucha.

El aleteo se hizo cada vez más fuerte e iba acompañado

de un silbido tenue.

-¿Oyes?

-Sí…¿qué es eso?

Se acercaron a la ventana y allí estaba, en el limonero,

un pájaro agitaba su cola y producía ese curioso ruido. Tenía

el cuerpo de metal irisado y su cola se parecía a la de un pavo

real, pero más corta. Estaba en una rama muy cerca de la

ventana y trataba de atraer la atención de las niñas

agitando su cola cada vez con más fuerza.

-¿Quién eres? Nunca he visto un pájaro tan raro.

-Vas a despertar a todo el mundo si sigues haciendo

ruido- advirtió Ana.

-¡Oh, cuanto lo siento!- el pájaro dejó de moverse, el

ruido cesó. No os preocupéis, nadie puede oírme, sólo vosotras.

¡Ja!

-Eso no es posible- tartamudeó Piper.

-¿Cómo es que hablas?

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-Demasiadas preguntas, demasiadas preguntas. Sois

unas niñas y leéis cuentos ¿qué tiene de extraño que yo hable?

En los cuentos siempre pasa algo así. ¡Ja!

-¿Cómo te llamas? ¿Eras tú el que hacía ruido esta

mañana? – Ana lo miraba con asombro.

- Me llamo Flugg…bueno, en realidad me llamo así

porque soy un pájaro flugg. Esto es complicado de explicar- se

rascó la cabeza con un ala- pero soy de una especie que

nunca habéis estudiado en el colegio. Están muy atrasados

en vuestro mundo, será porque no quieren entender… El caso

es que tenemos problemas ahí abajo y tuvieron que venir a

avisarme, por eso estoy aquí. Vamos, tenéis que bajar.

-¿Bajar, a dónde?- las niñas se miraron atónitas.

- ¡Ay! Aquí hay que explicarlo todo, por lo que veo. Se

baja ¿no? ¡Ja!. Me temo que no podemos perder tanto tiempo

con preguntas tan tontas.

- Perdone, señor…digo, pájaro...digo, señor Pájaro- Piper

siempre seria y formal- pero no sé si se ha dado usted cuenta

de que es más de media noche y nosotras estábamos

durmiendo. Me parece una terrible desconsideración que

venga usted a molestarnos; mañana nos espera un día muy

ocupado, tenemos planes para ir de excursión y, si no

descansamos lo suficiente, nos quedaremos dormidas en el

coche y…

-¡Basta, basta! No hay más que hablar. Bajaréis ahora

¿no queríais aventuras? Yo os enseñaré lo que son aventuras

de verdad ¡Ja!

De pronto, Ana extendió su mano y se pinchó en la

enredadera de rosas que colgaba de la ventana que se

iluminó y se transformó en una escalera.

-¡Adelante, adelante, bajad, bajad! Tenéis mucho que

hacer en el país del otro lado ¡Ja!

Las niñas no lo dudaron más y bajaron por la escalera

que les pareció muy larga. Al llegar abajo se encontraron a

plena luz del día en un enorme jardín que no se parecía

nada al de Ana; ni siquiera la casa era visible desde donde

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se encontraban, sólo el limonero y la escalera de rosas eran

reconocibles. En lo alto del árbol, Flugg les saludó.

-¡Ah! Una cosa. Tenéis que estar de vuelta antes de que

oscurezca; es decir antes de que oscurezca ahí y amanezca en

vuestro país. Si no lo hacéis, nuestro mundo desaparecerá y

vosotras habréis tenido la culpa.

-Pero, ¿Cómo es posible que seas tan impertinente?-

protestó Piper.

- Además-dijo Ana- ¿Cómo sabremos la hora que es? Aquí

todo está al revés.

- ¡Ja! Ya estáis haciendo preguntas otra vez, no sabéis

hacer otra cosa. ¡Acción, acción! – el pájaro estaba tan

excitado que aleteó tan fuerte que levantó un viento terrible.

Por un momento, el sol se oscureció y las niñas tuvieron que

refugiarse detrás de unas piedras para no ser arrastradas

por el aire. Cuando todo se calmó, el pájaro había

desaparecido de su vista.

Ana y Piper estaban tan sorprendidas que no sabían

hacia donde ir. El paisaje era desconocido y el pájaro no les

había dicho lo que tenían que hacer; alrededor de las rocas

no había ningún camino, sólo la hierba alta y brillante se

extendía ante ellas.

-Mira, allá al fondo parece haber un bosque. Vayamos

hacia él, Piper, además, aquí hace calor y quizás allí haya

alguien que nos pueda ayudar.

- ¡Ah no!, oye Ana, yo empiezo a tener hambre y quiero

desayunar. Además, yo no voy a hacer caso de un pájaro

chiflado que me dice cosas que no entiendo. Y ese ¡Ja! Me pone

de los nervios.

- ¿Cómo puedes tener hambre después de la cena que te

zampaste? Todavía no es de día, bueno, no es de día allí…¡me

estoy armando un lío! No te olvides que Flugg – o como se

llame ese bicho.- nos advirtió que tendríamos que estar de

vuelta antes de anocheciera en este país.

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III

ELBOSQUE MÁGICO

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III

ELBOSQUE MÁGICO

El calor comenzaba a ser agobiante, Piper y Ana se

dirigieron hacia el bosque cruzando la alta hierba que

dificultaba sus pasos e impedía ver bien a que distancia

estaban los árboles que anunciaban la frescura del bosque.

Por fin alcanzaron la entrada. Como si surgiera de la

nada, un soldado de madera se plantó ante ellas en posición

de guardia.

- Hola, señor ¿Podemos entrar? Hace mucho calor y

queremos resguardarnos a la sombra de los árboles.

- ¡Aaaalto! Las palabras, tenéis que decir las palabras.

Piper refunfuñó- Empiezo a estar harta, Ana. Se hace

tarde, tengo hambre, calor y sed, y este monigote de palo seco

nos pide unas palabras ¿tienes idea de qué palabras habla?

Un, dos, un, dos, un dos,- el soldado hacía la guardia

sin parar.

-No tengo ni la menor idea- Ana se encogió de hombros.

El soldado de palo seguía impertérrito. No podía girar la

cabeza, sólo los brazos y las piernas. Se plantó delante de las

niñas sin dejarlas avanzar.

-Volvamos a casa, Ana.

- De acuerdo, aquí no tenemos nada que hacer.

Pero, al volver la vista, una espesa niebla se había

apoderado del paisaje y no se veía nada. La hierba alta y

brillante había desaparecido, no se podía ver ni el limonero

ni el jardín. Ana se decidió a caminar en la niebla, pero su

pié desapareció y a punto estuvo de caerse. Piper probó con un

brazo y tuvo que sacarlo rápidamente porque sintió como se le

congelaba y desaparecía.

-No podemos volver y tampoco sabemos cuáles son las

palabras ¿qué hacemos Ana?

El soldadito de palo movió sus ojos redondos con un

gesto de cansancio.

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-Las palabras son fáciles, el problema es el ensamblaje.

Yo no me moveré de aquí, tienen ustedes tiempo para

encontrar todo, soldados. Vosotros, tropa, debéis encontrar

una VELLA, esto es tan elemental que no debería tener que

mencionarlo.

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Las dos niñas se miraron con desesperación ¿qué era todo

aquello que les contaba el soldadito? Las cosas se

complicaban cada vez más.

-Bien, tropa ¿veis el reloj? Cuando den las tantas vendrá

Oppi, él os ayudará. Mientras tanto, yo seguiré con mi

guardia: un, dos, un, dos.

En medio de la niebla, un gran reloj se materializó ante

los ojos de las niñas. No se veía de dónde estaba suspendido

pero brillaba con destellos dorados y cobrizos y en su esfera

figuraban palabras que indicaban la hora de una manera

muy peculiar: “tarde,”, “las tantas”, “temprano”, “antes”,

“después”, “ya es hora”.

En ese momento las agujas marcaban la palabra

“después”, la siguiente hora era “las tantas”, así que las niñas

se sentaron sobre un tronco partido a esperar que la aguja

avanzara hacia “las tantas”.

A lo lejos se oyó una música metálica, como si cacerolas,

tarteras y campanillas se armonizaran par dar un concierto

alegre y ruidoso que provenía del gran manto que cubría

todo el cuerpo de un hombre de gran barba blanca y dos

recias trenzas, también blancas, que le llegaban hasta la

cintura. Entonces, el reloj señaló “las tantas” acompañando a

la música.

- Aquí está Oppi, tropa- anunció el soldadito.

Piper y Ana se levantaron de un salto y se cogieron de

las manos un poco asustadas ante aquella magnífica

aparición.

- ¿Quiénes sois vosotras?-su voz era profunda y su

sonrisa disipó todos los miedos de las niñas.

- Yo soy Ana y ésta es mi amiga Piper. Queremos entrar

en el bosque y el soldado nos ha dicho que usted tenía una

VELLA para poder entrar.

- La verdad es que nos hemos perdido, señor por culpa

del pájaro Flugg que nos mandó aquí y mi amiga y yo

tenemos hambre…

-¿El pájaro Flugg? ¿Fue él quién os envió aquí? ¡Ah!, eso

es otra cosa, amigas mías. Deduzco entonces que tenéis un

limonero de más de cien años en vuestra casa, de lo

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contrario, Flugg no habría podido instalarse. ¡Bien, no hay

tiempo que perder; veamos, para que yo os dé la VELLA tenéis

que decirme la palabra secreta, sólo tenéis cuarenta

segundos, queridas mías.

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-Ya se lo dije yo, señor- se oyó la voz del soldadito.

Piper se puso roja de indignación. Iba a protestar

enérgicamente cuando Ana la agarró de la mano.

- La vella, la vella ¿qué será eso? Un momento. Ana

cogió un palito del suelo y comenzó a jugar con la palabra en

un claro en la tierra.

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-¡Vamos! No hay tiempo que perder- Oppi la apremiaba

con un gesto de preocupación.

- ¡Llave! – gritó Ana- ¿es “llave” la palabra?

- ¡Al fin! tampoco era tan difícil. Me pregunto cómo

haréis cuando tengáis que solucionar acertijos más difíciles.

Bien, dejadme ver- Oppi recogió su manto con un revoloteo y

se puso a rebuscar entre los miles de objetos que colgaban de

él. – Aquí está, si no hubierais adivinado la palabra nunca la

habría encontrado. Ahora tenéis que ensamblarla en seguida

para poder entrar, y no os olvidéis de soplar.

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Cuando terminó de decir estas palabras, Oppi dio un

rapidísimo salto hacia la niebla y desapareció; en su lugar

apareció una esfera metálica, brillante y pequeña como una

naranja y una pluma de ganso.

-¿Esta es la llave?- preguntó piper con incredulidad-

Pues sí que estamos buenos.

- Calma, Piper, Oppi habló de ensamblar algo. Supongo

que tiene que haber una manera de introducir la pluma en

la esfera. Veamos.

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-El tiempo apremia, señor- el soldadito agitó los brazos

desde su puesto de guardia

Ana dio vueltas a la esfera, no había ninguna

hendidura ni ningún espacio para colocar la pluma de

ganso. Este nuevo dilema desconcertó a las niñas. La esfera

resbaló de la mano de Ana; Piper se agachó a recogerla, en

ese momento, Ana recordó las palabras del mago: “no os

olvidéis de soplar”. Entonces, sopló con todas sus fuerzas sobre

la esfera y al instante apareció una pequeña hendidura.

Piper alcanzó la pluma de ganso y la introdujo en la

hendidura. La esfera emprendió un vuelo veloz internándose

en el bosque. La niebla se disipó a su paso y ante las niñas se

abrió un camino luminoso, el soldadito se apartó para

dejarlas pasar. A lo lejos se oyó en tictac del reloj que

anunciaba: “ya es la hora”.

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IV

EN EL BOSQUE LUMINOSO

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IV

EN EL BOSQUE LUMINOSO

La luz se hizo más intensa a medida de que las niñas se

iban adentrando en el bosque. Un resplandor azul-verdoso y

transparente invitaba a recorrerlo; una brisa suave y fresca

perfumó el ambiente de los aromas del bosque. Ana y Piper,

emocionadas, se cogieron de la mano para iniciar el

recorrido. No se podía ver el final, los árboles y los arbustos se

amontonaban en ambos lados de la vía luminosa

pintándola de colores verdes, castaños, rojos y amarillos e

impregnándola de fragancias frescas y terrosas esparcidas

por una brisa que soplaba cada vez con más fuerza,

colándose entre los árboles que parecían cantar una melodía

melancólica y llena de voces de los seres del bosque. Algunos

frutos se desprendieron de los árboles y las niñas se pararon

a comerlos con deleite. Arbustos de maduras frambuesas, de

arándonos y frutos rojos invitaban con sus mejores manjares a

las intrusas que se sentían anfitrionas de un festín delicioso

y fresco.

En un recodo del camino vieron brillar los frutos

dorados de una enorme higuera, el olor dulzón de los higos

se percibía desde lejos y las pequeñas gotas de néctar que se

acumulaban en los frutos relucían con reflejos dorados. Piper

corrió el gran árbol y, en el mismo instante que puso sus

manos en él, una voz susurró “No me comas”. Ana quiso

detener a su amiga, pero ya era demasiado tarde, Piper

había arrancado un higo y lo metió en la boca.

Inmediatamente se vio impulsada por una fuerza que la

elevó por encima de las copas de los árboles y la hizo

desaparecer de la vista de Ana que corrió tras ella en un

inútil esfuerzo de sujetar a su amiga que enseguida

desapareció de su vista.

-¡Piper, Piper, vuelve, no te vayas!

Pero no hubo respuesta. Ana se quedó desolada en medio

del camino. Durante unos segundos no supo qué hacer, se

tapó su cara con las manos llorando silenciosamente por la

pérdida de su querida amiga. Un resplandor hizo que

destapara sus ojos, miró hacia atrás y vio a la higuera que

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resplandecía como el oro. El lugar del que Piper había

arrancado el fruto estaba ahora un diminuto duende que

lloraba desconsolado; sus lágrimas caían sobre las hojas del

camino y las iba tiñendo de oro a medida que se iban

empapando por el llanto.

-¿Qué te sucede? ¿Por qué lloras?- Ana se acercó al

duende.

-Esa niña cruel se ha llevado a mi compañera. ¡Está bien

claro que no se puede arrancar ningún fruto de esta higuera!

- Sí, yo lo oí perfectamente, pero debes disculpar a mi

amiga, ella no lo ha hecho adrede, te lo aseguro. ¿Hay algún

modo de que tú recuperes a tu compañera y yo encuentre a

mi amiga?

- No sé, tendremos que consultar al espíritu del bosque,

siempre hay alguna solución para todo, pero no creo que sea

fácil ¿Tú quieres mucho a tu amiga?

-Claro que sí, tanto como tú a tu compañera. ¿Sabes

dónde está ese espíritu del bosque? No podemos perder tiempo.

-No está lejos, quiero decir, lo encontraremos si de

verdad nuestros sentimientos son verdaderos, de lo contrario,

el espíritu del bosque no se hará visible ante nosotros. Vamos,

pongámonos en marcha; yo iré sobre tu hombro y tú deberás

estar atenta pues el camino del bosque luminoso es hermoso

pero, como ya habrás podido comprobar, está lleno de

peligros.

- ¡Y que lo digas! Dime, ¿qué clase de peligros son esos?

- Sobre todo, debemos evitar caer en manos de las

huestes de Galahead y en todas las trampas que nos puede

tender.

- ¿Quién es Galahead?- Ana se detuvo un instante.

- Hace muchos años, todos vivíamos felices en este

bosque; cada uno tenía su lugar sin molestar a nadie.

Nosotros, los duendes de la higuera vivíamos en un claro del

bosque en el que cultivábamos violetas para la Reina.

Nuestras flores tenían una fragancia especial que no se

desvanecía nunca, tardaban un año en marchitarse y no

perdían su frescura. Todos los habitantes del bosque

intercambiábamos nuestros productos y vivíamos en paz y

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armonía. Celebrábamos fiestas continuamente, cantábamos y

bailábamos sin cesar, todo era paz y armonía. Un día,

Galahead, un habitante de las Montañas Oscuras, se enteró

de la existencia de nuestra Fuente de Vida…

-¿Vuestra Fuente de Vida? ¿Qué es eso?

- Yo no estoy autorizado a decírtelo. Además, no puedes

ni debes saberlo todo, niña curiosa. Es peligroso.

- ¡Tengo una idea! ¿Cómo no se me había ocurrido

antes? Ana sacó un teléfono móvil de su bolsillo para llamar

a Piper.

El duende se echó a reír con ganas- ¿Crees que ese

artilugio te va a servir en el bosque? Estamos en otro mundo,

amiguita, vuestros aparatos no sirven para nada. Aquí

tenemos otra clase de aparatos, ya los irás conociendo, el que

realmente sabe de chismes es Oppi.

-¡Oppi, claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? – el

duende estaba eufórico- ¡Oppi, Oppi, ven, necesitamos tu

ayuda!- gritó Ana con todas sus fuerzas.

- Shss, silencio, no chilles así o alborotarás a todos…Oppi

no aparece así, por las buenas, ya sabes que a él le gustan los

acertijos. Pasaremos cerca de alguna de sus casas y allí

veremos lo que se puede hacer pero antes…

- Antes ¿qué?- se impacientó Ana.

-…antes tendremos que esperar a que pase el cartero pues

es él el único que sabe la dirección exacta de hoy de Oppi. No

sé si lo sabes, pero él cambia de dirección para despistar a los

esbirros de Galahead. Tienes que calmarte, niña, la

impaciencia puede acabar con nosotros y con nuestras

amigas.

-Y ¿a qué hora pasa el cartero?

- ¡Oh! Quién sabe, quizás pase algo antes de “después”.

No creo que tarde.

- ¡Genial!- Ana no podía disimular su enfado- Tendré

que hacerme con un reloj como el vuestro para poder

entender algo.

-¿Para qué? Nadie tiene reloj aquí, no lo necesitamos. El

reloj se hace visible siempre que pasa algo importante- el

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duende señaló a un arbusto de mimosas y allí estaba el

extraño reloj- Mira, todavía es “temprano”, podemos

descansar un poco, pero nos ocultaremos detrás de los

arbustos a esperar al cartero. Lo cierto es que tengo sueño…

- Si no hay más remedio- Ana se resignó. Se sentaron

detrás de los arbustos y, al rato, se quedaron dormidos. No

habrían pasado más de diez minutos, cuando una fina

lluvia los despertó. Al mismo tiempo, un fuerte olor a

almendras amargas se extendió por el bosque.

-¡Cuidado!- susurró el duende- ¡tenemos que

escondernos. Pronto, cúbrete de tierra la cabeza y las manos!

Ana, alarmada, se embadurnó la cara y las manos con

la tierra mojada.

-¡Son los enanos de Galahead! Ahora metámonos dentro

del arbusto. No deben vernos ni olernos y, sobre todo, no

hagas el más mínimo ruido.

Al rato, un extraño sonido se dejó oír en el bosque. Era

como si algo enorme se arrastrase sobre una superficie

mojada. En cuestión de minutos, un grupo de enanos

montados sobre babosas gigantes hicieron su aparición en el

camino. Las babosas se arrastraban a gran velocidad sobre

la tierra mojada. Sobre ellas, a modo de paraguas, una seta

gigante servía de carro de combate a los enanos.

Todos portaban todo tipo de armas: flechas, lanzas y una

especie de campánula que servía de lanzadera.

Al llegar al lugar en el que se escondían Ana y el

duende, el que parecía el jefe del batallón, detuvo su babosa

olisqueó el aire.

-¡Huele, aquí huele!- bramó con una voz chillona y

desagradable.

El resto de los enanos arrugaron sus chatas narices y

olieron ostensiblemente. Cargaron con sus armas dispuestos a

bajar de las babosas para inspeccionar el terreno. Ana y el

duende se estremecieron de miedo. Entonces, un pájaro

metálico – Ana creyó reconocer a Flugg- voló sobre ellos y

disipó la fina lluvia. La tierra se secó al instante con el aleteo

de las alas metálicas. Los enanos se encaramaron a toda

prisa en sus babosas.

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- ¡Salgamos de aquí!- ordenó el jefe- O nos quedaremos

pegados a la tierra seca y moriremos todos.

Las babosas partieron a toda velocidad y pronto

desaparecieron de la vista de Ana y el duende. Con ellos se fue

el olor de almendras amargas y el bosque resplandeció de

nuevo y recuperó sus fragancias.

Ana y el duende salieron, aliviados, de su escondite,

pero no se atrevieron a seguir caminando hasta que la lluvia

despareció por completo y el camino volvió a brillar y a

recuperar su frescura natural. La brisa trajo de nuevo las

antiguas fragancias y el bosque recuperó el tono verde-

azulado que lo hacía tan hermosos y misterioso.

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V

MAËLICK

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V

MAËLICK

A Piper le pareció que nunca se terminaría su vuelo a

través del bosque. El viento que la empujaba era tan fuerte y

tan frío que sus coletas se pusieron tiesas como ramas de

árboles, su cuerpo no paraba de girar y girar. Por fin,

aterrizó sobre una cama de enormes lechugas que

amortiguaron su caída evitando así que se hiciera daño.

Estuvo un rato tumbada sobre el lecho caliente y húmedo,

aturdida, hasta que su cuerpo recuperó el calor. En ese

instante, oyó un sollozo muy tenue cerca de ella. Miró y no vio

a nadie, pensó que lo había imaginado y volvió a tenderse

entre las lechugas para desentumecer su cuerpo. Poco a poco,

sus coletas recuperaron su elasticidad y sus orejitas rojas como

tomates comenzaron a arder por efecto del calor. Piper se las

frotó con cuidado; de nuevo, un sollozo la hizo incorporarse

bruscamente.

- ¿Quién es? ¿Quién está ahí?...¡Sal, te he oído!

A su lado, una hoja de lechuga se separó del resto de la

planta, se agitó y, con gran esfuerzo, salió de debajo de ella

una delicada duendecilla. A Piper le pareció una de las

criaturas más hermosas que había visto nunca, era tal y

como se había imaginado que debían ser los duendes. Vestía

un finísimo traje de pétalos de color fucsia oscuro los de parte

superior y de un rosa suave al final de la falda. Tenía unos

ojos enormes cubiertos de lágrimas y una corona de florcillas

azules le ladeaba sobre su carita sucia de tierra mojada.

- ¿Qué… quién eres? ¿De dónde sales?

- ¿De dónde salgo?- la duendecillo estaba furiosa- ¡De

tu boca, niña tonta! ¿Es que no sabes que tienes que no puedes

comer los higos de la higuera dorada?- la pequeña criatura

lloraba sin cesar- me has separado de mi querido Mäel ¿qué

voy a hacer ahora?

- Lo siento de veras, soy una tonta glotona ¡es que no

pude resistirme ante aquellos hermosos higos!, la verdad es

que cada vez que veo algo apetitoso, me lanzo a comer. No

creo que te sirva de consuelo, pero yo también he perdido a mi

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amiga Ana y lo peor de todo es que no sé cómo encontrarla

¿Tienes alguna idea de dónde estamos?

Antes de que la pequeña duende pudiera abrir la boca,

un gran manto negro cayó sobre ellas. Piper gritó, Maëlick se

agarró como pudo a una de sus coletas al tiempo que eran

alzadas y llevadas a algún lugar. Por fin, la gran bolsa fue

depositada suavemente sobre una mullida alfombra y sus dos

ocupantes se vieron ante un hombre con unas enormes gafas

que las miraba con curiosidad. Piper miró a su alrededor.

Una interminable fila de estanterías cubría por completo la

enorme habitación redonda en la que se encontraban. Un

olor a chocolate recién hecho se esparcía por la habitación y

una nube de polvo procedente de los libros flotaba como un

velo de tul. Los ojos de Piper volvieron a detenerse en aquellas

enormes gafas que la miraban con curiosidad.

- Es el Bibliotecario Real- le susurró la duendecilla.

-Bien, bien, veo que tú me conoces. Ahora, ¿seriáis tan

amables de decirme quiénes sois y qué hacíais en mi huerto,

estropeando mis lechugas?

Piper y Maëlick se atropellaron tratando de explicarle al

Bibliotecario Real cómo habían llegado hasta allí. La

duende puso mucho empeño en recalcar el descuido de Piper,

por supuesto ella nunca, nunca se hubiera atrevido a

molestar a su Señoría- así le llamó, lo que hizo sonreír al

Bibliotecario- y que esa niña tonta había comido un higo y

la había separado de su querido compañero y…Pero el

bibliotecario parecía más interesado en escuchar la historia

de Piper y de cómo habían sido introducidas en el bosque por

el pájaro Flugg.

- Sé qué es esa fuerza invisible que os ha traído hasta

aquí, querida, es Frey, el viento helado de Galahead; no

puede ver ni oír, pero siempre empieza a soplar cuando su

amo está en peligro; cuando arrancasteis el higo, el viento se

puso en alerta y os apartó de aquel lugar. Es necesario que te

reúnas con Ana cuanto antes, de lo contrario, aquello por lo

que habéis sido traídas hasta este bosque puede que no llegue

a realizarse nunca y eso sería nuestra desgracia. Pero bueno,

antes de nada tendremos que buscar en los libros algún buen

consejo para poder librarnos de los peligros que nos pueden

acechar en el camino, Galahead hará todo lo posible para

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que no os volváis a reunir. Tenemos que ser prudentes y no

precipitarnos. Queridas niñas, ¡qué despistado soy! Debéis

estar hambrientas después de tantas emociones. Antes de

ponernos en camino debemos reponer fuerzas. Acercaos a la

mesa y tomad una buena taza de chocolate.

Piper y Maëlick no se hicieron de rogar. En el centro de

la biblioteca, en una gran mesa de madera reluciente, una

enorme chocolatera de plata se inclinó para servir las tazas

de las niñas. Al instante, bandejas de galletas y apetitosos

bollos de crema se materializaron delante de sendas tazas.

Piper y Maëlick no dudaron en comer y beber hasta hartarse,

Piper, de su gran tazón de chocolate y Maëlick de una

diminuta tacita hecha a su tamaño. Mientras, el

Bibliotecario consultaba varios libros de viaje.

Al finalizar, el polvo azulado que se esparcía por la

estancia, adquirió el color dorado del atardecer; a Piper y a

Maëlick les invadió un profundo sueño y se quedaron

dormidas sobre la mesa de la biblioteca. Entonces, la

chocolatera, las tazas y las bandejas de dulces

desaparecieron al tiempo que unos pájaros-almohada

entraron por la ventana y se situaron debajo de las cabecitas

de las dos durmientes.

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VI

EL GUARDIÁN DEL BOSQUE

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VI

EL GUARDIÁN DEL BOSQUE

Ana y el duende Mäel limpiaron sus caras con hojas

secas de higuera después de salir de su escondite.

-Debemos encontrar al cartero cuanto antes-dijo Ana-

Tú conoces el bosque ¿dónde crees que podemos encontrarlo?

- Más bien dirás dónde tenemos que buscar. Este bosque

no es como los que tú conoces, ciertas cosas y ciertas personas

no tienen un lugar fijo.

-Bueno, no te andes por las ramas ¿qué tenemos que

hacer para buscar al cartero?

- Tendremos que ir al Vejo Tronco de las Preguntas; él

nos dirá cómo encontrar al cartero y a qué hora va a pasar

por aquí, pero, te advierto que el tronco de las preguntas no

nos lo dirá así como así, tendremos que adivinar un acertijo.

- Pero, ¡qué manía tenéis con los acertijos! ¡Sí que es raro

este bosque! Bien, vamos, no podemos perder más tiempo.

Consultemos el reloj. Reloj ¿qué hora es?

Detrás de Ana y de Maël, el reloj del bosque se

materializó al instante. Un repiqueteo de campañillas

tranquilizó a ambos “Es pronto todavía”, marcó el reloj. Ana y

Mäel suspiraron con alivio. Dispuestos a emprender la

marcha, se dirigieron hacia el lugar donde se hallaba el

Viejo Tronco. Se internaron en lo más profundo del bosque,

evitando el camino y la posible aparición de las babosas de

Galahead. No temas- dijo Maël- aquí el bosque es muy seco, las

babosas no vendrán. Ya habían recorrido un buen trecho,

cuando Mäel dio un grito: ¡No sigas, no sigas, detente!

Demasiado tarde, las ramas de un árbol negro habían

apresado a Ana. Maël acertó a decir:

-¡El bosque Negro, hemos caído en su trampa!

Ana no se podía mover, el árbol la inmovilizaba por

completo.

-¿Qué vamos a hacer? ¡Tú tienes que saberlo, tienes que

sacarme de aquí!

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- Iré a buscar a mis amigos, Ana. Quizá si atacamos sus

raíces, el árbol acabe soltándote. Espero llegar antes de los

esbirros de Galahead.

- por favor, no tardes. No me gustaría caer en las manos

del tal Galahead, sobre todo porque no sé por qué tiene tanto

interés en capturarme.

Mäel se alejó de Ana a toda la velocidad que le

permitían sus finas alas, Ana lo siguió con la vista hasta que

desapareció. Se quedó sola, aprisionada por las ramas que la

abrazaban por completo y casi no la dejaban respirar. La

cabeza, que era la única parte de su cuerpo que quedaba

libre apenas podía ladearla; estaba angustiada e inquieta, el

tiempo de espera se hizo eterno; al rato, Ana dejó de

resistirse, poco a poco se abandonó a su presión. Notó que las

ramas se aflojaban un poco ante la sorpresa del abandono

del cuerpo de la niña. No se oía nada, el bosque parecía

hipnotizado por un poderoso mago que hubiera acallado a

todas las criaturas. Ana pensó en Piper ¿sería capaz su

amiga de retornar a ella? Una tristeza y un desasosiego se

apoderaron de la niña y dos pequeñas lágrimas se escaparon

de sus ojos y fueron a caer sobre las ramas que la sujetaban

como brazos poderosos. Ana creyó notar un estremecimiento

en el árbol acompañado de un profundo y ronco suspiro.

-¿Quién eres?- se atrevió a preguntar la niña.

Nadie respondió a su pregunta. El tiempo se hacía

eterno, nadie llegaba a rescatarla, Ana tenía frío y miedo.

Dos gruesos lagrimones volvieron a caer de sus ojos y,

enseguida, un llanto incontenible sacudió el cuerpo de la

niña. Un torrente de lágrimas mojó las ramas que la

aprisionaban y cayeron sobre las raíces del poderoso árbol

negro. Entonces, las ramas aflojaron su abrazo, se hicieron

blandas y suaves. Ana notó la presencia de dos brazos

alrededor de su cuerpo que, esta vez, no la inmovilizaban,

sino que la sujetaban con cuidado. Las lágrimas resbalaron

hasta las raíces que se desenredaron de las piernas de Ana y

se transformaron en dos grandes pies. Ana quedó libre del

abrazo que la retenía en el bosque; se volvió para contemplar

a un enjuto caballero, totalmente vestido de negro que

ocupaba el lugar del árbol. Miró a Ana, sonriente, a la vez

que se ajustaba un chambergo de plumas verdes.

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- Soy EL Guardián del Bosque Negro. Hace siglos que Galahead

nos encantó a mis hombres y a mí para poder tener sólo para

él el acceso al Viejo Tronco de las preguntas, pero nunca

consiguió llegar a él. La Reina del bosque no pudo evitar el

hechizo pero nos permitió formar un bosque encantado que

cerraba la entrada que conduce al viejo tronco. Sé quien eres

porque sólo tú serías capaz de desencantarme. Mis hombres

quedarán liberados cuando hayamos cumplido nuestro

cometido. Estoy a tu servicio, por cierto ¿dónde está tu amiga?

Ana estaba extasiada ante la presencia de aquel

magnífico caballero. Cuando consiguió recobrar el aplomo,

le contó al Guardián del Bosque lo que le había sucedido a

Piper. El viejo caballero esbozó un gesto de contrariedad, “sin

tu amiga-dijo- nunca podremos recuperar nuestro tesoro. Las

dos juntas sois imprescindibles para esta misión. Hay que

encontrarla”.

Un rumor de finísimas alas llenó el bosque de ruidos

metálicos y, a continuación, un ejército de duendecillos,

capitaneados por Mäel cubrió el cielo de un color rosado. Al

ver a la niña, todos los duendes se posaron delicadamente

sobre las ramas de los árboles circundantes.

-¡Has liberado al Guardián del Bosque! ¿Cómo lo has

hecho?- preguntó un asombrado Mäel.

- Te lo contaré más tarde-dijo Ana- ahora no hay

tiempo que perder. El Guardián del Bosque nos conducirá al

Viejo Tronco y él nos dirá donde podremos encontrar a Oppi.

El Guardián hizo un gesto con sus manos a los árboles y

arbustos que formaban el Bosque Negro y las ramas se

inclinaron hasta formar una especie de lecho que impedía

ver desde arriba qué estaba sucediendo en el bosque. De la

misma manera, los arbustos cerraron los caminos y las

entradas, entonces el Guardián, lanzó una peña bellota de

oro que rebotó a lo largo de un trecho y un estrecho camino

dorado les condujo hacia el Viejo Tronco.

Al rato, después de recorrer el sinuoso camino

iluminado sólo por el resplandor dorado, llegaron a un

lugar en el había una laguna esmeralda. Allí, al fondo, el

Viejo Tronco de las Preguntas aguardaba su llegada. Parecía

dormido en infinitamente viejo. Tenía el aspecto de un tronco

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petrificado. Lo que parecían dos ojos estaban cerrados y

cubiertos de líquenes y su supuesta boca estaba festoneada por

un sinfín de pliegues que no permitían ver cual era su forma

original.

Todos se acercaron con cautela y con respeto. En vista

que no parecía apercibirse de su presencia, el Guardián del

Bosque carraspeó levemente para despertarlo. Fue inútil, el

Viejo Tronco permaneció dormido, entonces Ana decidió

acercarse y tocar su vieja corteza. El Viejo Tronco se sacudió

con fuerza e hizo retroceder a Ana. Aún así, el árbol no se

despertó, sino que recompuso su postura y volvió a dormir

plácidamente. Los tres amigos se miraron con perplejidad, sin

saber qué hacer.

- Es muy viejo- susurró el Guardián.

Con decisión, Mäel voló hacia el Tronco, se posó en una

protuberancia que parecía ser la nariz, se situó en la punta y

comenzó a batir sus alas. El Viejo Tronco no tardó en

estornudar con estruendo arrojando fragmentos de líquenes y

de corteza. Mäel tuvo que agarrarse fuertemente para no

salir despedido. Pero, al fin, el Viejo Tronco de las Preguntas

se despertó del todo. Bufó, carraspeó y estornudó de nuevo y

miró a su nariz en el instante en el que Mäel salía volando

para posarse en el hombro de Ana. Luego, cuando el viejo

árbol reconoció al Guardián del Bosque, una sonrisa

bonachona se dibujo en su boca irregular.

-¡Viejo amigo! Hace siglos que no vienes a traerme a

alguien que quiera hacerme preguntas, corren malos

tiempos…

-Os traigo a la Niña, Señor, ella quiere haceros una

pregunta.- el Guardián hablo con reverencia y misterio.

El Viejo Tronco guiñó los ojos para buscar a la Niña,

cuando reconoció a Ana lanzó un suspiro de satisfacción.

-¡Oh, estupendo, estupendo! Volvemos a la lucha, hay

esperanza…espera… deja que estire un poco mi viejo

cuerpo…bien, ya está, puedes preguntarme cuando quieras,

querida niña.

-Es una pregunta muy fácil, señor Viejo Tronco- se

apresuró a decir Ana-¿dónde podemos encontrar a Oppi?

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El Guardián del bosque miró apresuradamente a Ana, ¡no,

no!, quiso decirle con un gesto.

- Je, je, je- -el viejo tronco se sacudió- no es esa la

pregunta, niñita. Si te vuelves a equivocar no podrás volver a

preguntar. Inténtalo de nuevo.

-Perdona, perdona. Estoy tan preocupada por mi amiga

que me temo que voy demasiado rápido. La pregunta es ¿cómo

podemos encontrar la casa del cartero hoy?

El Viejo Tronco se puso muy serio. Pensó durante un

largo rato y finalmente habló con una voz que parecía salir

de las entrañas de la tierra:

Encontrarás,

Si tienes suerte,

Al cartero

En su gran casa

Allí, donde el tiempo

Ni sube, ni baja

Ana se quedó atónita, no tenía ni idea de lo que le

estaba diciendo el Viejo Tronco de las Preguntas ¿qué clase

de respuesta era ésa? Miró al Guardián del Bosque que

permanecía callado y expectante mientras el Tronco no

paraba de reír. Entonces, Ana recordó los pasatiempos que

hacía con su madre y con su abuela.; ambas eran

aficionadas a los juegos de palabras y, a menudo, jugaban

con ella resolviendo acertijos.

Con calma, se sentó, cogió un palo y, en un claro del

bosque, delante de la laguna escribió las palabras que

acababa de oír.

Encontrarás

Si tienes suerte,

Al cartero

En su gran casa.

Allí donde el tiempo

Ni sube

Ni baja.

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“…en donde el tiempo ni sube ni baja” ¿dónde queda quieto el

tiempo? Es difícil…veamos el tiempo pasa para todo el mundo,

para mí, para Piper, para mis padres…Mientras Ana pensaba,

jugueteaba con la disposición de las palabras: las cambiaba

de sitio, las leía del revés, de abajo arriba y ¡de arriba abajo!

¡Claro, allí estaba la solución!

Encontrarás,

Si tienes Suerte.

Al carTero

En su gran cAsa

Allí donde el Tiempo

Ni sUbe

Ni bAja.

Era un acróstico, Ana había hechos muchos con su

nombre y el de sus amigas. Se levantó de un salto.

¡En la estatua! El cartero vive hoy en la estatua ¿Sabéis a

qué estatua se refiere?

El Guardián del Bosque lanzó al aire su chambergo de

plumas verdes en señal de alegría. El Viejo Tronco aprovechó

la ocasión para felicitar a la niña y, enseguida entró en un

profundo sopor que hizo que todos se apartaran un poco para

dejarle dormir.

-Sé a que estatua te refieres, está al otro lado de la

laguna; es muy hermosa, representa a una joven dama del

bosque con alas en los pies. Te llevaré hasta ella.

- Muy bien, ¿cómo cruzaremos esta laguna?

El Guardián se llevó un dedo a los labios en señal de

silencio. De su pecho colgaba una finísima cadena de plata

de la que pendía un silbato. Se lo llevó a los labios y sopló con

delicadeza. Ana no oyó nada pero, de pronto, del fondo de la

laguna surgió una barca plateada; subía lentamente,

mientras, el Guardián no dejaba de soplar su silbato mágico.

Cuando ya estuvo en la superficie, el Guardián dejo de tocar

el silbato, le hizo una seña a Ana y todos subieron a la barca.

Mientras remaba, el Guardián le contó a Ana y a Mäel

que aquel silbato mágico era un regalo de Oppi; “vendrán

tiempos difíciles”- le había dicho un día el mago- y no

conviene llamar la atención del enemigo, cuando necesites

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algo importante, sopla con todas tus fuerzas, este silbato de

plata y él te ayudará”

Ana estaba preocupada, tenía una sensación extraña a

medida que se divisaba la orilla. Del fondo de la laguna

surgió una extraña y acuosa voz que les dijo: “no llegaréis, no

podréis llegar”. Entonces, alrededor de la barca se levantó un

círculo de fuego que les impedía avanzar hacia ningún

lugar. En medio del círculo se levantó una tempestad que

amenaza con hacer zozobrar la barca.

-¡Es Galahead!- gritó Mäel- ¡es el Señor de las sombras,

del fuego y del agua, no podremos salir de aquí!

-¡Saltemos al agua y démosle la vuelta a la barca,

hacedme caso!- ordenó Ana.

Ana, el Guardián del Bosque y Mäel se inclinaron sobre

un costado de la barca hasta que le dieron la vuelta por

completo. Ya en el agua, Ana le dijo al Guardián:

-Ahora, sopla tu silbato con todas tus fuerzas, ¡vamos, no

lo dudes! Y tú, Mäel no te separes de mí, agárrate a mi

hombro y procura no soltarte.

El Guardián del Bosque obedeció a Ana. Sopló su silbato

y la barca se hundió lentamente sin dejar ni rastro. Y ni

rastro quedó de Ana, del Guardián y de Mäel que se fueron al

fondo con la barca de plata.

La laguna se calmo, el círculo de fuego se apagó y un

silencio pesado y negro se abatió sobre el bosque. Una enorme

sombra lo cubrió totalmente y lo tiñó de color negro. La luna

había desaparecido del horizonte. Una mano larga y

negruzca se desgajó de aquel manto de sombra y una lluvia

fina cubrió la laguna. Todo quedó sumido en una neblina

gris y oscura, entonces, una carcajada estremecedora acalló

todo vestigio de vida en el bosque.

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VII

EL BIBLIOTECARIO REAL

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VII

EL BIBLIOTECARIO REAL

-¡Despertad, despertad! ¡Debéis daos prisa!-Piper y

Maëlick se frotaron los ojos mientras el Bibliotecario Real las

sacudía por los hombros.

-¿Qué hora es? ¿Qué hacemos aquí?- Piper comenzó a

recordar cuando el olor del chocolate que todavía

permanecía en la estancia la trajo al mundo real.

-Debemos irnos, he estado consultando los libros

mientras vosotras dormíais la siesta, pero no podemos perder

más tiempo, tenemos que reunirnos con Ana. Hemos de

dirigirnos hacia el bosque que está detrás de la laguna; será

peligroso llegar hasta allí, así que debemos prepararnos.

-¿Cómo sabes que hemos de ir hacia la laguna?-

preguntó Piper ya completamente despierta.

-He abierto mi gran libro de rastreo y he podido ver la

laguna. Había algo extraño en ella, un círculo de fuego y

una barca volcada en medio. Quise aproximarme con el

zoom para verla mejor, cuando la sombra de Galahead

oscureció todo. Me asusté tanto que cerré inmediatamente el

libro, si Galahead llegara a detectarlo descubriría el lugar

donde se esconde esta biblioteca y, entonces, sería el fin, ya

no habría esperanza alguna.

-¿Tan importante es la biblioteca?-quiso saber la niña

-Oh, sí.- respondió el Bibliotecario y Maëlick movió la

cabeza enérgicamente – En ella guardamos toda la historia

de este bosque, de este mundo. Si perdiéramos la memoria de

nuestros antepasados nadie sabría cómo llegamos a este

lugar tan hermoso, ni quienes somos sus habitantes, todo

desaparecía de la memoria de los pueblos, los duendes, el

bosque, la Reina e, incluso, Galahead.

-¿Qué hizo Galahead para ser tan malvado? ¿No era

feliz en la montaña?

- Supongo que sí. Los Montañeses no eran hombres malos,

un poco rudos, eso sí. No les gustaba relacionarse con el resto

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de todos nosotros, pero no le hacían mal a nadie. Hasta que,

un día, nuestra Reina nos reunió a todos para avisarnos de

que estábamos en peligro. Nuestro gran tesoro corría el

peligro de desaparecer y…

-¿Vuestro gran tesoro?- interrumpió Piper- Llevo días,

horas… o no sé que cantidad de tiempo queriendo saber qué

demonios es vuestro tesoro.

- Bien- el Bibliotecario Real pareció volver en sí- dejemos

esta conversación, es hora de ponerse en marcha. Prestad

atención, nos separaremos en ningún momento, ¡ah! Y no se

os ocurra comer de ningún árbol a menos que yo os de mi

autorización. No pasaremos hambre, os lo prometo, llevo mi

lápiz mágico y nunca nos faltará comida.

- A mí no me lo digas- dijo Maëlick- pero esta niña es

tan glotona que vas a tener que vigilarla. Yo estoy aquí por su

culpa, si no se hubiera lanzado a comer higos… Lo dicho,

tendremos cuidado las dos.

Los tres se pusieron en camino. Precedidos por el

Bibliotecario, subieron por unas interminables escaleras de

caracol. Al llegar arriba, el Bibliotecario abrió una trampa

disimulada en el techo y los tres fueron a dar al gran huerto

de lechugas donde habían caído la niña y la duendecilla.

-¡Ahora entiendo porqué Galahead no ha encontrado la

biblioteca!- rió Piper, toda cubierta de hojas de lechuga

gigantes.

- No, no lo entiendes del todo. Galahead ha buscado por

todas partes, pero, si hay algo que detesta son las verduras,

sobre todo las lechugas; no soporta ni su sabor ni su

presencia. Sus huestes han destruido el huerto varias veces, sin

embargo, empeñados como estaban de acabar con todas las

lechugas, no se pararon a pensar lo que había debajo,

además, está muy bien disimulado. Demasiada humedad,

demasiada tierra empapada. Galahead no ha abandonado

búsqueda pero, últimamente está más preocupado por el gran

tesoro.

- Oye, Bibliotecario, no quisiera molestarte pero,

¿podríamos comer algo?- a Piper la conversación le abría el

apetito.

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Maëlick la miró con resignación y enojo, pero el

Bibliotecario le sonrió al tiempo que dibujaba una gran

manzana en el aire con su lápiz mágico y se la entregó a la

niña que lo miró maravillada.

-Espero que sepa dibujar pasteles de chocolate- pensó

Piper.

- Puedes ir comiendo esta manzana por el camino, pero

no te entretengas ni te distraigas. Debemos aprovechar el

tiempo y no olvidéis de estar alerta en cada momento,

cualquier ruido inusual, cualquier señal extraña pueden

indicar un peligro terrible…¡Atchis!

- ¿Tienes catarro?- Piper preguntó con la boca llena.

- ¡Que va! Es alergia. En cuanto salgo de mi encierro de

la biblioteca y del polvo de mis libros, comienzo a

estornudar…¡Atchis! Perdonad, enseguida desaparecerá.

-Estaremos pendientes del olor- advirtió Maëlick- no creo

que tu nariz te permita distinguir la presencia de los Kartos.

- ¿Qué son Kartos?- quiso saber Piper, que ya estaba

terminando su suculenta manzana.

Son los animalitos más pestilentes que te puedas

imaginar. Galahead los utiliza para disuadir a la gente a

adentrarse en el bosque. Espero no tener que espantarlos- A

veces, si estás muy cerca de ellos, pueden producir la muerte.

Maëlick tenía el ceño fruncido.

El Bibliotecario Real abrió la marcha. Piper arrojó el

carozo de la manzana y Maëlick se acurrucó en su hombro.

La entrada del bosque estaba ante ellos. En lo alto, el reloj

marcó: “No hay tiempo que perder”

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VIII

EN LA ESTATUA

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VIII

EN LA ESTATUA

En el fondo de la laguna una barca vuelta del revés

avanzaba silenciosamente. Dentro, la oscuridad era casi

total salvo por una tenue lucecilla proveniente del gorro de

Mäel. Poco a poco, la luz fue aumentando de intensidad

hasta iluminar por completo el interior de la barca. Ana y el

Guardián empujaban, hacían avanzar la embarcación

mientras Maëlick procuraba concentrarse por mantener viva

la luz.

-Me gusta este bosque- susurró Ana- cada uno de vosotros

sois una verdadera sorpresa. Maël, no te olvides de ir

disminuyendo la intensidad de tu lamparita a medida que

nos vayamos acercando a la orilla.

Mäel apagó la luz cuando la barca alcanzó la orilla.

Los tres desembarcaron, no sin antes haber comprobado que

no había ningún peligro. Todo estaba oscuro y en silencio; los

tres se dirigieron hacia la espesura siguiendo una indicación

del Guardián del Bosque. Caminaron un largo trecho en

total silencio hasta que, a lo lejos, un tenue resplandor les

iluminó el camino. El Guardián del Bosque hizo una seña a

Ana y a Mäel, estaban en el lugar adecuado. Al poco tiempo,

un prado de color verde brillante se iluminó de repente. Era

un lugar bellísimo, todo rodeado de arbustos de rododendros

rojos y hortensias violetas y azules. En el centro se erguía una

estatua de una mujer de una belleza extraordinaria, vestida

con una túnica de largos y finos pliegues; su cabeza estaba

adornada con una corona de fucsias y fresitas frescas que

caían sobre unos cabellos trenzados que le llegaban hasta la

cintura. Uno de sus pies estaba adelantado en posición de

avance, el otro asomaba por debajo de su túnica y ambos

tenían unas delicadas alas a ambos lados del tobillo. Uno de

sus brazos parecía querer señalar algo.

Ana, el Guardián y Mäel quedaron extasiados ante

aquella visión. Avanzaron despacio hacia ella; estaban a

unos tres metros de la estatua cuando, con un ligero

movimiento, la joven les indicó que se acercaran más. El

Guardián se paró en seco, pero Ana no se percató del gesto y

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siguió aproximándose. Ya estaba tan cerca de ella que podía

ver su hermoso rostro cuando al suelo se hundió bajo sus pies y

la niña se precipitó por un largo túnel. El Guardián y Mäel se

acercaron al agujero para ayudarla pero fue inútil, la niña

se había perdido en la oscuridad de aquel terrible pozo.

Ana sentía vértigo en su bajada, una náusea casi le

hace perder el sentido. Caía y caía sin cesar, parecía que

nunca iba a llegar al final del túnel. La oscuridad era cada

vez más densa y la niña notó un intenso olor a humedad al

tiempo que aterrizaba sobre una mullida capa de moho y

líquenes. El impacto fue más suave de lo que esperaba, apenas

sintió un ligero dolor en un costado. Logró sentarse y miró

hacia arriba; la luz penetraba muy débilmente por el agujero

por el que se había precipitado, pero este quedaba demasiado

alto, demasiado lejos para poder ascender a la superficie.

Desesperanzada, se levantó y miró a su alrededor; la escasa

luz que se filtraba le permitió contemplar las paredes

brillantes, cubiertas de limo verdoso que la rodeaban y que

daban un tono fantasmal al agujero. Cuando sus ojos se

acostumbraron a la oscuridad iridiscente, Ana distinguió un

estrecho pasaje que el resplandor iluminaba como un río

esmeralda. Miró hacia arriba y no vio ni oyó a nadie que

acudiera en su ayuda. Gritó todo lo que pudo, paro no obtuvo

respuesta. Decidió dirigirse hacia el estrecho pasaje, entonces

oyó una voz familiar.

-¡Ana, Ana! ¿Estás ahí? Soy yo. Contéstame ¿estás bien? –

la voz de Piper le llegaba desde muy lejos.

-¡Piper, Piper, estoy aquí!- Ana respiro aliviada y feliz de

escuchar la voz de su amiga. Al rato, Ana vio descender a sus

amigos por una escala improvisada con ramas y hojas

trenzadas. Mäel y Maëlick revolotearon como mariposas y se

fundieron en un abrazo. Situaron sus lucecitas sobre las

niñas y Ana y Piper pudieron verse y abrazarse de nuevo, por

fin estaban de nuevo juntas. Las luces doradas de Mäel y

Maëlick iluminaron el oscuro túnel con tal intensidad como

si hubiera salido el sol.

Después del feliz encuentro la comitiva se encaminó a

través del sendero encabezada por el Guardián. El

Bibliotecario Real no dejó de refunfuñar durante todo el

camino, él hubiera preferido volver a ascender hacia la

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entrada del túnel, pero la escala era demasiado débil y tuvo

que resignarse a seguir las sabias indicaciones del Guardián.

Después de avanzar un buen trecho, un delicioso olor

comenzó a invadir el camino, era un aroma desconocido,

fresco y embriagador que despertaba el apetito, sobre todo el

de Piper quién hizo una seña al Bibliotecario para que le

dibujara algo comestible, pero una severa mirada por toda

respuesta disuadió a la niña para volver a insistir. El

Guardián se paró:

_ ¡Es la Trufa!, creo que la hemos encontrado. ¡Al fin!

estamos salvados…pero, no, no es posible, este no puede ser el

lugar donde la tiene escondida Galahead, sería demasiado

fácil.

- ¿De qué trufa hablas?- preguntó Ana intrigada.

-¿Se puede comer? ¿Es de chocolate?_los jugos gástricos

de Piper iniciaron un baile frenético.

- ¡Claro que no! Es nuestra Trufa de la Vida, la Trufa

Mágica. La única razón por la que estáis aquí, niñas- el

Guardián del Bosque y el Bibliotecario Real se miraron al

decir estas palabras.

- Como ya le dije a Piper- comenzó el Bibliotecario-

vosotras estáis aquí para encontrar nuestro tesoro robado

hace tiempo por Galahead. Nuestro plazo se acaba, por eso

hemos ido a buscaros. Ahora, con vuestra ayuda no será

difícil recuperar la Trufa y llevársela a nuestra Reina para

poder despertarla. Espero que lo consigáis.

- ¿Una Trufa? Pero, ¿qué pintamos nosotras en todo

esto?- preguntó Ana.

- Es verdad, perdonadme, tenéis derecho a saberlo todo

ya ahora ha llegado el momento- el Bibliotecario se sentó en

una pequeña roca, los demás hicieron lo mismo para

escucharlo- Todo empezó hace muchísimo tiempo. El nuestro

era un bosque feliz; todos juntos vivíamos en paz, como ya

sabéis. Pero, un día, Galahead el Montañés bajó de su pueblo

para pedirle a nuestra Reina que le permitiera, a él y a sus

vecinos de las montañas, una pequeña porción de la Trufa de

la Vida, nuestro gran tesoro, el que nos proporcionaba buen

tiempo para las cosechas, comida cuando había escasez y

medicina para nuestras enfermedades. Galahead oyó hablar

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de las propiedades mágicas de nuestra Trufa por un pequeño

duende que ayudó con jugo de trufa a curar a un montañés

que se había bajado al bosque y se había dañado una pierna.

La Reina no se negó a atender su petición, pero conocía al

rudo rey de los Montañeses demasiado bien como para fiarse

de él. “Galahead- le dijo con severidad- tú sabes que yo no te

negaría una porción de la Trufa ante una gran necesidad

de tu pueblo; tus antepasados ya gozaron de sus beneficios

cuando tuvieron problemas, sin embargo, las cosas han

cambiado; tú eres pendenciero y te gusta la guerra,

últimamente no vives en paz con los habitantes del bosque.

Los efectos de la Trufa pueden ser nocivos, terribles si se usan

para las malas artes, nos destruirías si usáis sus poderes para

el mal, su posesión te daría un poder sin límites. Dado que no

sé de ninguna necesidad grande de tu pueblo, no puedo

darte lo que me pides. Vete en paz”.

Galahead, lleno de ira, hizo una reverencia a nuestra

Reina y se marchó. Por el camino de vuelta a su reino iba

fraguando un plan terrible. Nada más llegar, convocó a las

poderosas fuerzas de la Montaña, reunió un ejército y atacó a

nuestra Reina. Nuestro pueblo se resistió, pero Galahead

contaba con los truenos y las avalanchas de la Montaña. Una

de ellas derrotó a nuestros defensores y un fortísimo trueno

dejó hechizada a nuestra Reina. Sólo Oppi, el mago bueno del

Bosque, consiguió adelantarse a las intenciones de Galahead

e impidió que la Reina muriese. Desde entonces, nadie sabe

dónde está nuestra Trufa. Ha pasado mucho tiempo, nuestro

pueblo languidece y ha llegado el momento de recuperar

nuestro Tesoro

- Sigo sin entender qué pintamos nosotras en todo este

lío- Piper empezaba a tener hambre.

- Bien. Ahora ya podemos explicároslo- le tocó el turno

de hablar al Guardián del Bosque- Cuando nuestra Reina

fue hechizada por el trueno, Galahead destruyó su palacio, se

llevó todas sus tesoros y, para impresionar a los habitantes del

Bosque, hizo que se levantase un viento muy fuerte que

arrancó de cuajo el Gran Limonero del palacio real.

- ¿Y qué importancia tiene un limonero?- preguntó

Piper- los limones no se comen.

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- Pero éste era especial. Proporcionaba a las Reinas del

Bosque el jugo de la sabiduría. Cuando tenemos que elegir

Reina, reunimos a nuestras jóvenes alrededor del gran

Limonero; ellas danzan, cogidas de la mano, hasta que un

puñado de flores blancas caen sobre la cabeza de una de

ellas. Entonces, le damos a beber el jugo de un limón. Si ella

no lo rechaza (pues es muy amargo), el Limonero hace

descender un cetro hecho con sus ramas y una corona de

flores de oro que se posan en la cabeza de la muchacha y así,

de ese modo, queda coronada Reina del Bosque. Sabemos que

hemos hecho la mejor elección: nuestra Reina será justa,

magnánima y siempre estará al servicio de nuestro pueblo.

Cuando la Reina se hace mayor o desea casarse, la elección

vuelve a repetirse, pero ahora, sin limonero y sin Trufa, ya

nada podemos hacer. Galahead conocía nuestras costumbres,

por eso, al retirarse a sus Montaña, dejó oír su terrible

carcajada durante días: “Estáis perdidos- decía su risa-

nadie puede salvaros.”

- Es una historia muy triste- dijo Ana mirando a Mäel-

El caso es que en mi casa hay un hermoso limonero…

- Ahí queríamos llegar. Si tenéis paciencia pronto

entenderéis vuestro papel en esta historia- prosiguió el

Bibliotecario – El terrible ataque de Galahead hizo

desaparecer a nuestro limonero ante la vista de todos. Un

fortísimo soplo del viento Sisgás, servidor de Galahead,

levantó al limonero por los aires y se lo llevó al mundo del

otro lado. Como ya sabéis, nosotros no podemos pasar al otro

lado del bosque, éste es nuestro territorio y, si tratamos de

salir de él, la niebla Blurr nos hace desaparecer para siempre.

Lo que Galahead no sabía es que, con el limonero también se

llevó al pájaro Flugg, una de las Mascotas mágicas de la

Reina; él es el único que puede traspasar el otro mundo para

traer noticias de peligros y posibles ataques. Flugg tenía una

misión: necesitaba hacerse visible a las personas que podrían

salvarnos, sin embargo, eso no era tan fácil…

- ¡Pues sí que es complicado ese trasvase entre los dos

mundos! – dijo Piper.

- Es cierto, pero piensa que casi nunca se mezclan los

mundos mágicos y el mundo real; sólo aquellos que creen en

la existencia de duendes, hadas y seres maravillosos pueden

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tener acceso a nuestro mundo- explicó el Guardián del

Bosque.

- Al cabo de mucho tiempo-prosiguió el bibliotecario-

Flugg supo que erais vosotros las elegidas para salvarnos.

Piper y tú habéis conseguido cruzar la barrera del Bosque,

ésa era la prueba definitiva.

- Ahora entiendo por qué nuestra casa desapareció entre

la niebla- señaló Ana.

-Y que, cuando quisimos retroceder, casi nos caemos al

vacío- recordó Piper. Las niñas comenzaron a entender el

significado de su participación en aquella aventura.

-¡Atención!- el Bibliotecario se llevó un dedo a los labios

en señal de silencio- creo que he oído algo…No podemos

perder más tiempo, sigamos nuestro camino y mantengamos

los ojos muy abiertos.

-Pero, todavía no nos has explicado todo…-protestó Ana.

- Todo a su tiempo- indicó el Guardián- Ahora debemos

proseguir. El tiempo se acaba.

-¿Cuánto tiempo queda? Debemos volver pronto a

nuestra casa, de lo contrario nuestra familia estará

intranquila. Ana miró hacia todos los lados pero, de esta vez,

el reloj no hizo su aparición entre aquellas paredes que

parecían de esmeralda líquida.

- No debéis preocuparos por vuestra familia. Todo se

arreglará de una forma u otra- dijo el Guardián con un aire

de misterio.- Ahora, prosigamos- La comitiva siguió su

camino iluminado pro el resplandor verde y las luces doradas

de Mäel y Maëlick.

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IX

EL TESORO DEL BOSQUE

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IX

EL TESORO DEL BOSQUE

A medida que avanzaban, el camino se hacía más y

más angosto. Tenían que caminar en fila, uno delante y otro

detrás y, a duras penas podían avanzar sin tocar las verdes

paredes. Al fin, la luz del fondo se hizo más intensa y la

comitiva llegó a una especie de sala redonda en la que la luz

era de un verde cegador y las paredes eran tan brillantes

como piedras recién pulidas. Un delicioso aroma a hierba y

madera húmeda les embriagó a todos. En el centro de la

sala, un pedestal sostenía algo que estaba cubierto con un

paño de terciopelo negro.

-¡la trufa- gritó Mäel- ¡la hemos encontrado!

-¡Alto!- la voz del Guardián del Bosque detuvo a Mäel

en su vuelo precipitado- ¡alto!, nadie debe acercarse.

Mantened silencio- En un instante, todos permanecieron en

silencio y expectantes. Nadie sabía qué hacer y todos

dirigieron sus miradas hacia el Bibliotecario Real en busca

de una respuesta. Éste sacó el Gran Libro de su bolsa.

- ¿Es ahí donde está la respuesta?- preguntó Piper en voz

baja. “Me muero de hambre, pero no creo que sea oportuno

pedir un poco de chocolate”- pensó.

El Bibliotecario hojeaba el libro con seriedad.- No estoy

seguro de poder encontrar una respuesta concreta, el Gran

Libro no es siempre claro cuando se le consulta y no me atrevo

a descubrir ese paño sin provocar males peores.

- Tendremos que arriesgarnos si no encuentras pronto

una respuesta. Yo lo haré, para eso soy el Guardián del Bosque

y debo correr todos los riesgos- dicho esto, el Guardián

avanzó hacia el pedestal; adelantó la mano y, en ese

momento, el manto negro se abalanzó sobre él y lo derribó. El

Guardián quedó tendido, fulminado y el manto se elevó

cubriendo la sala de una total oscuridad. Todos se

precipitaron a socorrer al Guardián alumbrados levemente

por las luces de los duendes, pero éste no reaccionaba.

-¡Mirad!- gritó Maëlick- sus piernas están

ennegreciéndose… y sus brazos… ¡cuidado!

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La advertencia llegó justo a tiempo de que todos se separaran

del Guardián pues se había convertido en un árbol negro que

se irguió rápidamente. Sus brazos eran ahora retorcidas

ramas, sin hojas y sin frutos, como un árbol seco y petrificado.

-¡Apartaos de él!- gritó el Bibliotecario- os atrapará

entre sus ramas si le tocáis. Ha sido hechizado por el poder de

Galahead y nos matará a todos si intentamos acercarnos.

Ana miró hacia el pedestal- No hay nada ahí- dijo con

pena- ¿por qué nos atracó, entonces?

- Era una trampa. Es posible que ahí haya estado la

Trufa durante un tiempo- explicó el Bibliotecario_ y él sabía

que íbamos a intentar rescatarla. Estamos ante un gran

peligro, hemos de salir de aquí inmediatamente y encontrar

a Oppi, de lo contrario, las huestes de Galahead nos

capturarán enseguida. Consultaré los mapas del Libro. Son

mágicos y puede que nos digan dónde encontrar a Oppi.

- ¿No es peligroso?- quiso saber Piper- Galahead podría

arrebatarte el Libro.

- Sólo yo, el Bibliotecario Real, puedo leer el Gran Libro.

Si Galahead intentara robarlo, el libro no sería más que un

montón de páginas en blanco para él…Piper, aquí tienes un

poco de chocolate.

-¡Has leído mi mente!- dijo Piper, asombrada.

-No, lo que pasa es que he oído tus tripas. Bueno,

comeremos todos un poco de fruta; de ahora en adelante no

podremos pensar en parar para comer. Veamos que dice el

libro. Piper atacó con avidez su chocolate y los demás

comieron su fruta en silencio, entristecidos por la pérdida del

Guardián del Bosque.

Al cabo de un rato, el Bibliotecario anunció que

tendrían que encontrar al Cartero del Bosque quién les diría

dónde localizar a Oppi.

-No puedo deciros en voz alta donde está el Cartero, es

mejor que nadie nos oiga. Tendréis que estar muy atentos y

seguirme. No os perdáis, no hagáis demasiado ruido y no

preguntéis nada.

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- Nosotros podríamos adelantarnos y así averiguar si

hay peligro delante de la comitiva- Mäel y Maëlick, cogidos

de la mano, se ofrecieron a hacer de guías a la comitiva.

- Antes de irnos, debemos despedirnos con respeto de

nuestro querido amigo, el Guardián del Bosque. Se ha

sacrificado por todos nosotros y nunca le olvidaremos- dijo el

Bibliotecario. Si todavía tiene vida, sabed que su sacrificio no

ha sido en vano, pues la vida de todos nosotros depende de la

Trufa y de nuestra Reina. La Trufa nos da todo; si no

logramos encontrarla en el plazo indicado, todo

desaparecerá, nuestro mundo será como si nunca hubiese

existido y en el mundo del otro lado los niños perderán los

cuentos; la memoria se borrará y los gnomos y las hadas no

habrán existido jamás. Desde donde esté, El Guardián se

alegrará de haber dado su vida por una causa tan justa, al

fin y al cabo ése era su trabajo, guardar el bosque. El mío es

no perder nunca la Gran Biblioteca pues ahí está nuestra

historia, los cuentos que todos leéis, la magia y los

encantamientos, la medicina de los pueblos mágicos…Bueno,

creo que ya comprendéis lo importante que es nuestra Trufa.

Despedíos, debemos partir.

Todos dedicaron una última mirada al Guardián que

ahora no era más que un tenebroso árbol ennegrecido .Mäel y

Maëlick se elevaron hasta la altura de sus cabezas y todos

iniciaron la marcha en busca del Cartero del Bosque.

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X

EL BOSQUE DE PIEDRA

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X

EL BOSQUE DE PIEDRA

El grupo marchaba silencioso y triste hacia la salida de

la cueva, Caminaron por un campo de líquenes con pequeñas

lagunas alrededor. Permanecían atentos a cualquier ruido

extraño; aquel lugar parecía encantado, era tan silencioso

que el ruido de un insecto provocaba un eco aterrador. Mäel y

Maëlick revoloteaban abriendo camino, atentos a todo

cuanto sucedía. Después de una larga marcha, la vegetación

se fue espesando ante ellos hasta encontrarse en un bosque

espeso y oscuro. Todo olía a moho y a hojas podridas. Ana y

Piper, sobrecogidas, se agarraron fuertemente de la mano.

Un rumor sordo fue extendiéndose por el aire. Al

principio, ere un ruido imperceptible, pero, de pronto, los

duendes apagaron sus lucecitas y se quedaron suspendidos en

el aire. El Bibliotecario les hizo un rápido gesto y todos se

ocultaron entre la maleza. Pasó un largo rato en el que

nadie se movió; el tiempo se hizo eterno mientras el ruido se

acercaba cada vez más. Ahora podían distinguir el sonido de

unos pasos acompasados. Ana y Piper no supieron identificar

aquel rumor ensordecedor. Desde su escondite, miraron al

Bibliotecario con angustia y éste les hizo una señal para que

permanecieran en silencio.

Poco después, desde su escondite pudieron divisar unas

patas parecidas a las de los elefantes, pero mucho más finas y

ágiles que cabalgaban a toda velocidad. Cuando pasaron

ante ellos, Ana miró hacia arriba y vio unos extraños

animales, parte pájaro, parte caballo, parte elefantes,

montados por unos jinetes extremadamente delgados.

Afortunadamente para todos, los jinetes pasaron de largo, sin

embargo, cuando creían que el peligro ya había pasado, uno

de los extraños caballeros volvió sobre sus pasos y entonces

Ana pudo ver que tenía cara de pájaro. Movía su cabeza de

un lado a otro, como un águila, y, durante un segundo,

todos creyeron estar perdidos. El jinete los vio y ya estaba a

punto de lanzarse ante ellos cuando el Bibliotecario asestó

un fuerte golpe a las patas delgadísimas de su montura. El

jinete vaciló y, antes de que pudiera lanzar un solo graznido,

el Bibliotecario le cruzó el pecho con la enorme vara que le

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servía de bastón. El peligro había pasado. El Bibliotecario

recogió su vara y emprendió el camino con más rapidez que

nunca.

-¿Quiénes eran?- preguntó Piper, asustadísima.

- Son los Gwaffs- dijeron a la vez Mäel y Maëlick- son

guerreros de Galahead, más fieros y más rápidos que las

babosas. Ahora que hemos matado a uno de ellos, vendrán

por nosotros.

-Pero, es imposible vencerlos- dijo Ana- no podremos con

ellos.

-Nosotros no- dijo el Bibliotecario- pero, si logramos

llegar hasta el Bosque de Piedra antes de que nos alcancen,

no nos pasará nada; serán acorralados y los Guerreros de

Piedra acabarán con ellos. Será peligroso, pero debemos

arriesgarnos.

-¿Qué quieres decir con eso?- preguntó Ana, temiéndose

lo peor.

- Pues que, cuando estemos llegando al Bosque de

Piedra, tendremos que hacer todo lo posible por llamar su

atención y tenderles una trampa para acabar con ellos.

- Creo que me voy a marear- dijo Piper, agarrándose el

estómago con las dos manos.

- Cuando estemos cerca de la entrada del Bosque-

continuó el Bibliotecario- Mäel y Maëlick encenderán sus

luces y llamarán la atención de los Gwaffs, entonces yo os

haré una señal y vosotras correréis con todas vuestras fuerzas

hacia la entrada del Bosque. Una vez dentro, os ocultaréis

detrás de los árboles de Piedra. Ahora debemos dirigirnos

hacia allí.

- Si salimos de ésta espero que nos darás un festín,

Bibliotecario- dijo Piper.

El camino que se dirigía al Bosque se fue clarificando; el

olor a moho y a hojas descompuestas fue desapareciendo para

ser sustituido por un aroma fresco de helechos y hiedra. Se oía

correr el agua como una música lejana y cristalina. El

paisaje pasó de la oscuridad de la espesura a estar iluminado

por diferentes gamas de verdes y fríos rayos de sol que se

colaban entre los altos árboles. Una sensación de bienestar

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invadió a la comitiva; entonces un rumor conocido les hizo

saber que los Gwaffs se acercaban. Lanzaban terribles

graznidos que podían paralizar a aquellos que los oían. Las

niñas temblaron de miedo, pero siguieron avanzando hasta

llegar a una enorme puerta de piedra compuesta de

columnas labradas con hojas de hiedra y hermosas bayas y

un dintel que formaba un arco adornado con hojas de parra

y acanto. Los Gwaffs estaban tan cerca que podían percibir su

aliento; las niñas se quedaron paralizadas, los primeros

pájaros ya estaban a la vista. Entonces, a una señal del

Bibliotecario, Mäel y Maëlick comenzaron a revolotear con

sus luces encendidas. Los destellos distrajeron unos instantes

a los Gwaffs mientras el grupo corría hacia la puerta del

bosque de Piedra.

Los Gwaffs reaccionaron inmediatamente y se lanzaron

en trote a cazar a todo el grupo Sus jinetes gritaban con

graznidos ensordecedores, parecían miles de cuervos

dispuestos a lanzarse sobre un granero. Ana y Piper,

alentadas por el Bibliotecario, se pararon en el dintel de la

Puerta de Piedra durante unos segundos, tiempo suficiente

para que los temibles pájaros se percataran de su presencia;

lanzando graznidos de triunfo, trotaron a la caza de las

niñas. Ana y Piper corrían con toda la velocidad que les

proporcionaba el miedo, el Bibliotecario cerraba la comitiva

a un lado del bosque y los duendes revoloteaban debajo del

umbral de la puerta de piedra dispuestos a entorpecer la

carrera de los Gwaffs con los destellos de sus luces.

Al cruzar el umbral de la Puerta, las niñas corrieron a

refugiarse detrás de los primeros árboles, pero, antes de

llegar, Piper dio un traspiés y cayó sobre un manto de hierba

húmeda. Con un grito de triunfo, un Gwaff la agarró por un

pie y la elevó en el aire mientras su montura disminuía la

velocidad. Ana y el Bibliotecario miraban aterrados desde

sus escondites la suerte que iba a correr la niña. El Gwaff iba

a despedazarla con su mano en forma de potente garra

mientras graznaba cada vez más fuertemente, excitado por

su captura. Su montura se detuvo junto a un árbol. Ana hizo

el intento de salir de su escondite para ayudar a su querida

Piper, pero se detuvo en seco porque, cuando el Gwaff estaba a

punto de acabar con la niña, el árbol junto al que se había

detenido el malvado pájaro se convirtió en un enrome

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Guerrero de piedra que descargó su imponente espada contra

en Gwaff. Piper salió despedida y aterrizó en un lecho de setas

enormes debajo del árbol donde había refugiado Ana. Ésta la

arrastró hacia sí y desde allí, las niñas contemplaron como

los árboles se transformaban en temibles guerreros de piedra

y luchaban encarnizadamente y sin piedad con los Gwaffs. La

batalla fue terrible; los pájaros se defendían y atacaban a los

hombres-piedra con sus picos y sus garras terribles, pero sólo

conseguían rascar y soltar un poco de polvo de los imponentes

guerreros del bosque de piedra quienes repartían y

destrozaban a los pájaros de Galahead con las pesadas

espadas que silbaban con cada golpe. La batalla terminó con

los cuerpos despedazados de los Gwaffs, sólo un pequeño grupo

logró huir por la Puerta de Piedra. El bosque quedó en

silencio y los guerreros, mudos, volvieron a su pose hierática y

recobraron su forma de erguidos y magníficos árboles.

Esparcidos por toda la hierba, los despojos de los Gwaffs

fueron barridos por una potente ráfaga de aire que formó un

remolino y se elevó por los aires desapareciendo de la vista de

todos en un santiamén. El bosque recuperó su tranquilidad y

su frescura. Lentamente, nuestros amigos salieron de sus

escondites y se reunieron en un claro, rodeadas de los árboles

protectores. A los lejos, una luz que se abrió paso entre la

espesura iluminó lo que parecía un camino por el que se

internaron. La luz se detuvo sobre un hermosísimo catafalco

de cristal en el que yacía una bellísima dama durmiente. A

su alrededor, hadas y duendes parecían acompañar a

aquella señora. Un círculo de guerreros de piedra rodeaba el

espacio, pero no se movieron ante la llegada del grupo.

- Es la Reina del Bosque- dijo el Bibliotecario con

reverencia- está dormida, ya lo sabéis, y no despertará has

que recuperemos la Trufa.

Ana y Piper estaban extasiadas ante la gran belleza de

la Señora. Las hadas y los gnomos entonaron un cántico en

honor ala Reina en un idioma antiguo que nadie entendía,

pero que les hizo derramar lágrimas por el sentimiento que

transmitía. Un aroma a flores inundó el aire de una

fragancia exquisita.

Dos de las hadas que guardaban a la Reina se

adelantaron y hablaron a la vez:

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- Gracias por venir. Llegamos a creer que ya nadie

vendría a ayudarnos pues, hoy en día, ya nadie cree que

mundos como el nuestro exista. Habéis llegado hasta aquí ya

hora hay esperanza. Una carroza tirada por libélulas os

llevaran hasta la casa del Cartero Real, él os dirá donde

podréis encontrar a Oppi. No debemos perder más tiempo.

Al decir estas palabras, el reloj se hizo visible en lo alto

de uno de los árboles de piedra. Todos comprendieron que

debían partir sin dilación pues las agujas se habían detenido

en: “se está terminando el tiempo.”

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XI

LA MORADA DEL CARTERO

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XI

LA MORADA DEL CARTERO

Un ligerísimo carro tirado por infinidad de libélulas se

elevó llevando al grupo a bordo. Mäel y Maëlick se

encaramaron sobre la cabeza de uno de los animales que

iban al frente del tiro. Ana y Piper vieron desaparecer de su

vista el Bosque de Piedra y el lugar en el que dormía la Reina

del Bosque. Una tupida mata de árboles ocultaba el lugar de

la vista de cualquier peligro que se acercara por el aire. Piper

volvió a sentir un agujero en el estómago, pero esta vez el

Bibliotecario Real la recompensó con un bollo esponjoso

mientras les leía un cuento en el que unos niños descubrían

una casita de chocolate. Ana escuchaba embelesada la

lectura aunque el cuento no era nuevo para ella.

Llevaban un tiempo viajando cuando las libélulas

iniciaron un rápido descenso sobre lo que parecía ser una

montaña cubierta de espesura. Iban a tal velocidad que

todos temieron que el carro se estrellaría sin remedio. Pero,

justo en el momento en el que el suelo estaba ya demasiado

cerca, la espesa mata de arbustos se despejó y dejó al

descubierto un hermoso valle en el que se levantaba una casa

de piedra, con una humeante chimenea, una veleta y, en el

suelo, delante de la puerta principal, un extraño animal,

mitad perro, mitad gato, correteaba por los alrededores.

A mediada que descendían, pudieron distinguir una

multitud de caminitos que se dirigían a todas partes. Cada

uno de ellos tenía un letrero que indicaba el lugar de

destino; se podía leer “El bibliotecario Real”, “El Tronco de las

Preguntas”; “El Bosque de Piedra”. Cuando estaban cerca del

suelo, el pequeño y simpático animal les recibió con alegres

ladridos y maullidos. Ana Y Piper se bajaron las primeras y el

animalito corrió a recibirlas y a jugar con ellas. Lo que más

llamaba la atención de aquel perro-gato era su brillante pelo

de un color rosa intenso. Aunque era pequeño de tamaño

daba grandes saltos por encima de las cabezas de las dos

niñas y hasta llegaba a sobrepasar la altura del Bibliotecario

Real.

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-¡Hola, Sakku!- saludo el Bibliotecario al pequeño amigo

al tiempo que recibía las caricias de su lengua plateada y

brillante.

-Es Sakku,- el Bibliotecario hizo las presentaciones- el

perro del Cartero. Es el Guardián de su casa y de todo el

territorio.

-¿Esta menudencia es un guardián?- Piper no parecía

creer en la eficacia de Sakku.

- Espero que no tengas que ver a esta… ¿cómo le has

llamado? “menudencia” en acción. Es capaz de multiplicar

mil veces su tamaño y convertirse en una fiera terrible. Por no

hablar de lo que puede hacer con esa lengua metálica. Yo, de

mí a ti no lo provocaría, por si acaso. Hola, bienvenidos a

todos- era el Cartero Real quién acababa de salir a recibirlos.

Piper acarició con aprensión a aquel, en apariencia,

inofensivo animalito que aprovechó su descuido para

arrebatarle de sus manos un pedazo del bollo de chocolate.

Eso Piper no podía consentirlo y le arrebató con fuerza el

bollo de su boca. Sakku se revolvió y aumento de tamaño, su

piel se oscureció y su lengua silabeó como un cuchillo. Piper

no se hizo de rogar y le ofreció de nuevo el bollo; entonces,

Sakku recuperó su tamaño, aceptó el bollo y lamió

mansamente la mano de la niña. Todos se echaron a reír

mientras Piper miraba con cara de envidia como el animal

daba buena cuenta de su bollo de chocolate.

La casa del Cartero Real era grande y acogedora. En la

chimenea humeaba un gran caldero que impregnaba el

ambiente de un olor apetitoso. En el centro, una gran mesa

estaba dispuesta con cubiertos para cada comensal. Una

mujer pequeña, gordita y afable sonreía mientras se afanaba

en colocar la comida sobre la mesa. A Piper aquella visión la

reconfortó; le parecía que hacía años que no se sentaba

tranquilamente a una mesa para disfrutar de un buen

almuerzo. Miró con deleite todas las fuentes de la esposa del

Cartero. Un suculento plato de carne ocupaba el centro y, a

su alrededor, fueron apareciendo fuentes de patatas fritas,

arroz y verduras que servirían de guarnición. A un lado, en

otra fuente un gran pescado relleno adornado con gambas y

pedacitos de jamón competía con la carne en belleza y

opulencia. Dispuestos encima del aparador al otro lado de la

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mesa había grandes platos con pasteles recubiertos de

chocolate y crema blanca, otros con costras de frutas secas,

piñones y nueces. Pequeñas cestita de bombones, caramelos y

pastas formaban aquel ejército de dulces dispuestos a rendirse

al apetito de los comensales.

- Querida Güeldra, - dijo el Bibliotecario dirigiéndose a

la esposa del Cartero- estás cada día más joven y hermosa y

tan amable como siempre. Pero, me temo que no podremos

hacerte los honores por ahora, el Reloj nos ha metido prisa,

debemos encontrar a Oppi, dejaremos este banquete para

mejor ocasión.

A Piper el estómago se le encogió y notó un espasmo de

dolor; no podía ser, nunca se había sentado a una mesa tan

magnífica y el Bibliotecario estaba diciendo que no podían

disfrutarla. Una súbita rabia inundó su corazón, ¡todo por la

maldita Trufa! ¿A ella qué le importaba?, aquel no era su

mundo. Entonces recordó lo que le habían dicho las hadas:

“hoy en día ya casi nadie cree que existan mundos como

éste”. Comprendió que ese mundo existía gracias a que ella y

Ana y algunos otros niños y niñas eran capaces de creer que

el mundo de los cuentos eran tan real como aquel en el que

vivían, y ahora estaba comprobándolo, merecía la pena

intentar la dichosa Trufa, de lo contrario, las hadas, los

gnomos, los bosques encantados y las ilusiones de todos los

niños desaparecerían para siempre.

-…y, gracias a la ayuda de nuestras amigas podremos

recuperar nuestro gran tesoro y volver a nuestra vida de

antes, pronto tendremos tiempo para celebrarlo, estoy seguro,

querida Güeldra.- terminó el Bibliotecario Real.

La esposa del Cartero sonrió, se dirigió al gran caldero

que estaba en la chimenea y levantó la tapadera con una

orden de su mano, entonces, sin que a Piper le diera tiempo a

probar ni un pedazo de pastel, los alimentos volvieron a él

ordenadamente y la tapa se cerró.

- Aquí quedará el banquete para celebrar vuestra vuelta,

no os preocupéis, pronto tendremos ocasión de disfrutar de un

tiempo mejor- Güeldra se dirigió a las niñas- En cuanto a

vosotras, gracias por ayudarnos, todos os estaremos

eternamente agradecidos y siempre seréis bienvenidas a mi

casa.

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Ana miró a Piper que se había acercado al caldero y lo

miraba con pena. Después, todos se dirigieron al frente de la

casa. El Cartero se dirigió entonces a un lado de la casa

donde había una pequeña colina,; allí, sacó un silbato de su

bolsillo y lo tocó varias veces, nadie pudo oír nada. Al cabo

de un rato, en lo alto, el reloj se materializó ante sus ojos.

“Ahora”, marcaron las agujas y Oppi se anunció con su

estruendo de cacharros.

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XII

LA BURBUJA

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XII

LA BURBUJA

Oppi parecía preocupado. Saludó a todos con mucha

seriedad y se entristeció al conocer la suerte del Guardián del

Bosque.- Espero que su sacrificio haya servido para algo.

Bueno, no nos entristezcamos, tenemos que ponernos a

trabajar. Galahead tiene la Trufa Mágica y pronto utilizará

sus poderes para destruirnos a todos y quedarse él con todo el

reino del bosque. Si eso sucede, si utiliza la Trufa, la Reina

morirá.

- Y ¿por qué ha esperado hasta ahora para que utilizar

la Trufa?- preguntó Ana.

- En el fondo, Galahead no sólo quiera a la Trufa, si no

también a la Reina. Hasta ahora no ha dejado de trabajar

en la magia para conseguir a la Trufa y a la Reina. Sabe que

tener ambas cosas es imposible, pero él pensaba que podía

utilizar la magia para despertar a la Reina y convencerla de

que se casara con él, así él sería indestructible. Para

conseguir sus propósitos me necesitaba a mí, bueno, a mi

magia, por eso es por lo que yo nunca estoy localizable, sólo el

Cartero sabe cuando y cómo encontrarme. Yo no traicionaría

nunca a mi Reina, eso es un hecho, ni tampoco puedo

permitir que me capture, la poca magia que conozco la tengo

que poner a disposición de la captura de la Trufa. El tiempo se

acaba, si Galahead corta un solo pedazo de nuestro tesoro,

la Reina morirá. Ha llegado vuestra hora, niñas, sólo

vosotras podréis combatir y vencer al Tirano. Debéis ser

cuidadosas, astutas y pacientes. Desgraciadamente, a partir

de ahora, nosotros no podremos ayudaros demasiado, sólo

Mäel y Maëlick podrán acompañaros.

- Pero, ¿por qué no podéis acompañarnos? Nosotras no

seremos capaces de hacer nada- Ana parecía desconcertada.

No creo que nosotras podamos vencer a Galahead…no

sabríamos como…

- Vosotras tenéis muchos más poderes de lo que pensáis.

Tú, Ana, eres la heredera de la Casa del Limonero. Allí viven y

han vivido siempre los pájaros Flugg, las mascotas de la

Reina y mensajeros del reino. Tu casa está en el lindero que

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separa el mundo real del reino de la fantasía. Hace

muchísimos años, un antepasado tuyo ayudó a una de

nuestras Reina; él también creía en este mundo y traspasó el

lindero del Bosque. Escondió a la Reina de entonces para

protegerla de un gran peligro que estuvo a punto de acabar

con nuestro reino. En el mundo real, los cuentos de hadas

casi habían desaparecido, se preferían historias sobre las

cosas que pasaban en vuestro mundo; los niños se olvidaron

de nosotros. Tu antepasado seguía siendo un gran creyente

en nuestro mundo y luchó, a instancias del pájaro Flugg para

devolverle el trono a la Reina. Pero, ninguno de los dos

contaba con que se enamorarían el uno del otro, así que,

cuando todo terminó y la Reina recuperó el trono del Bosque,

tu antepasado decidió irse con ella. El joven despareció y

nunca volvió a su casa. Durante mucho tiempo vivió con

aquella joven que ya no era Reina al casarse con él. Tuvieron

varios hijos; la mayor, una niña que sería la siguiente

Reina. Luego dos varones y finalmente un pequeño que era

exactamente igual a su padre. El niño era muy curioso y le

gustaba que su padre le contara historias. Un día, éste le

habló del mundo del otro lado pues sentía cierta nostalgia

por haber abandonado a su padre y a su madre. El joven

Breines- así se llamaba el niño- sintió una enorme

curiosidad por conocer el mundo de donde procedía su

padre. Pidió permiso a la Reina e insistió tanto que sus

padres y la soberana le dieron su consentimiento para cruzar

al otro lado. La reina, con inmenso dolor, llamó al pájaro

Flugg y le dio instrucciones para que condujera a Breines al

limonero. Una vez allí, el joven trepó por la escalera de rosas.

-¡Todavía está en nuestra casa!- dijo Ana.

-…y fue recibido por su abuela, una joven de trenzas

rubias y por su abuelo, el médico del pueblo. La abuela creyó

que aquel joven no era otro que su hijo. Le puso el desayuno en

la mesa y Breines perdió la memoria para siempre. Nunca

más se acordó del reino del Bosque y se quedó a vivir en el

mundo del otro lado. El tiempo no había pasado en el mundo

real, para los abuelos de Breines no había pasado más de

una noche.

- No comprendo como es esto posible. La abuela tenía que

ser muy mayor cuando Breines fue a su casa.

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- Querida Ana, ya te dije que las cosas son diferentes en

cada mundo; entre otras, el tiempo. Ya ves como nuestro reloj

distribuye las horas de forma diferente a la vuestra. Para la

familia del los abuelos de Breines el tiempo no había pasado.

Nunca se dieron cuenta de la ausencia de su hijo, creyeron

que Breines era su hijo, no su nieto. Así vivieron el resto de su

vida. Si acaso, siempre pensaron que el joven era un poco

diferente a los demás; hacía cosas extrañas, a veces hablaba

en sueños de un padre que vivía con su esposa en el Bosque;

hablaba de un pájaro metálico que venía a visitarle y podía

encontrar trufas con solo poner un dedo en la tierra.

- Pero ¿qué tiene eso que ver conmigo? No pertenezco a la

familia de Ana ni tengo un limonero ni una escalera de

rosas. Eso sí, yo también creo en las hadas- dijo Piper

tratando de adivinar su papel en aquella historia.

- Eres amiga de Ana y eso de que no eres de su familia

no es del todo correcto- Ana y Piper se miraron extrañadas-

En realidad, la historia sigue, como era de esperar. Breines

tenía un amigo, Fizz; era su compañero inseparable, siempre

estaban juntos; sus casas no estaban muy lejos.

-¿Cómo la mía y la de Ana?- Piper sabía lo que Oppi le

iba a decir.

- Eso es, como la tuya y la de Ana. Pero, no tenemos

demasiado tiempo para explicaros con detenimiento todos los

detalles de la historia. Lo que quiero decirte, Piper, es que tú

eres la descendiente de Fizz, el amigo de Breines, así que, la

relación de ambas es mucho más cercana de lo que

imagináis. En fin, ahora quiero que prestéis atención. Como

ya os he dicho, nadie podrá acompañaros en vuestro intento

final de recuperar la Trufa, excepto los duendes. Nosotros

tenemos que mantenernos al margen hasta el momento en

que entréis en contacto con la Trufa, entonces, si estuvierais

en peligro podríamos acudir en vuestra ayuda y actuar.

- ¿Cómo llegaremos allí?-preguntó Ana.

-¿Y qué pasará si nos descubren?- Piper parecía

asustada.

El Bibliotecario Real miró a Oppi. Entonces, el mago sacó

una especie de ordenador portátil de debajo de su capa- Esto

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es un Mazapal- dijo Oppi enseñándoles la pantalla- con él

podréis poneros y en contacto con nosotros.

-Siento que tenga que ser todo tan complicado- se

lamentó el Bibliotecario Real- Estoy seguro de que lo

conseguiréis, pensad en lo terrible que sería que nuestra

Reina muriera y con ella todo el Bosque.

-Y todos los cuentos, y las hadas, los gnomos,… eso nunca

lo consentiremos, ¿verdad Piper?

- De acuerdo, Ana. Lo único que espero es que no se le

acabe la batería a este cacharro. ¿Alguna contraseña?

- Este cacharro, como tú lo llamas, no tiene batería, es

mágico, lo cual tiene una gran ventaja, sólo vosotras podréis

usarlo, en manos enemigas resulta ser un trasto inútil que se

autodestruiría o se convertiría en un pájaro negro antes de

dar cualquier tipo de información- apuntó Oppi.

- ¡Menos mal! Es un consuelo saber que algo no puede ser

utilizado en tu contra.

- Ana, me gusta ese optimismo tuyo por tan poca cosa,

me da hambre…Lo primero que haré al llegar a casa es

darme un atracón de pasteles de arándanos.

- No sé como puedes pensar en comida- a Ana se le había

abierto un hueco en el estómago.

Mientras las niñas hablaban, Oppi metió la mano en el

bolsillo de su enorme capa y sacó un pequeño objeto. Parecía

una canica delicada y muy transparente- También llevaréis

la burbuja. No es una simple pelotita de cristal como puede

parecer a primera vista, no se romperá. Ahora veréis.

Oppi lanzó la pequeña pelotita al aire y ésta, antes de

rebotar en el suelo se convirtió en una enorme burbuja

transparente. Las niñas lanzaron un ¡Oh! de sorpresa.

- Es vuestra burbuja transportadora, ella os llevará a

donde vosotras le indiquéis. La podéis aumentar de tamaño,

disminuirla, darle forma y, lo que es más importante, podréis

camuflarla haciendo que se mimetice con el ambiente y

nadie note su presencia. Al igual que el Mazapal, sólo os

obedecerá a vosotras. Las órdenes se las daréis directamente

pero siempre tendréis que dirigiros a la burbuja por su

nombre: Aldebarán.

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El sol se ponía en el horizonte. Una luz dorad descendió

sobre el jardín de la casa del Cartero Real. La dama de noche

pareció despertar de un sueño diurno y exhaló su fragancia

fresca por todo el entorno, se levantó una brisa afilada como

pequeñas agujas de hielo que hizo volar como diminutas

golondrinas a las flores del diente de león. En lo alto, el reloj

se perfiló, dorado y silencioso, con las agujas concentradas en

una leyenda: “Ya es la hora”.

Ana, Piper y los duendes se dirigieron hacia la burbuja:

Aldebarán, ábrete- las dos dijeron a la vez. La burbuja las

envolvió se le elevó lentamente ante la vista de los que se

quedaban en tierra.

-Buena suerte- fue el deseo de todos. Sakku, el perro del

Cartero aumentó ocho veces de tamaño y tuvo tiempo de

alcanzarle a Piper una tartaleta de fresa.

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XIII

LA GUARIDA DE GALAHEAD

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XIII

LA GUARIDA DE GALAHEAD

Los bosques de avellanos, pinos y robles fueron

desapareciendo ante la vista de las niñas a medida que la

burbuja se dirigía hacia lugares desconocidos. Los frescos

helechos que adornaban el suelo como mullidas alfombras

fueron desapareciendo para dar lugar a unas tierras más

áridas y pobladas de grandes árboles de espinos y arbustos de

un color oscuro y tenebroso. Los troncos de los árboles se

retorcían y oscurecían el paisaje y las ramas parecían brazos

resecos y suplicantes que se lanzaban hacia el cielo como si

quisieran apresar todo lo que cruzaba por encima de ellos.

Una bandada de pájaros negros pasó cerca de la burbuja,

cantando con fuertes graznidos que asustaron a Ana y a

Piper. Luego, una laguna negra se hizo visible en lo que

parecía ser una profunda depresión del bosque. La burbuja se

detuvo en seco. Ana y Piper se miraron e interrogaron a Mäel

y a Maëlick con su mirada justo a tiempo de averiguar el

motivo de tan brusca parada: un ejército de babosas con los

enanos de Galahead en sus grupas avanzaban en fila india

rodeando la orilla. Mäel le dijo a Ana: ¡Rápido, ocúltanos!

Ana, con voz trémula pronunció la palabra mágica:

¡Aldebarán, ocúltanos! La burbuja pareció que no había

entendido la orden de Ana pues inició un descenso hacia el

otro lado de la laguna. Piper gritó: ¡Aldebarán, ocúltanos!,

pero la burbuja continuó su descenso. Todos se creían

perdidos; Piper y Ana no sabían qué hacer mientras Mäel y

Maëlick revoloteaban por toda la superficie del globo en

busca de una salida inexistente. Estaban ya a punto de ser

vistos por las babosas, si alguno de los enanos levantara la

cabeza, serían descubiertos inmediatamente. Las niñas se

abrazaron ante la tragedia inevitable; los duendes se

taparon los ojos. No podían creer que su viaje acabara tan

pronto ¿cómo podía haber fallado la magia de Oppi?

De la negra laguna parecía subir una espesa niebla. La

burbuja se internó en ella y adaptó su forma alargada, era

imposible que nadie pudiera distinguirla entre aquella

confusión, ni a ella ni a sus ocupantes. Piper, Ana y los

duendes respiraron aliviados. Estaban a salvo. Ellos sí que

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podían ver y oler a las terribles babosas y a sus ocupantes, casi

podían tocarlos. Escuchaban sus jadeos y percibían aquel olor

apestoso que dejaban a su paso.

- Tengo la sensación de que hay alguien aquí- dijo con

una voz cavernosa el que parecía ser el jefe- Siento una

extraña presencia – alzó el puño en el que Ana pudo

distinguir lo que en su primer encuentro con las babosas no

llegó a ver: una espada muy brillante y muy afilada con una

empuñadura que estaba viva. Era como una serpiente que

lanzaba su lengua bífida hacia todos los lados.

- Yo no veo nada- advirtió otro enano desde su

montura, pero mi espada está agitada.

-¡Eres un idiota!- el jefe le dio un golpe con el revés de la

espada- no hables y mantente alerta. Galahead no nos

perdonará si estropeamos sus planes. Nadie puede acercarse a

la Trufa.

La burbuja estaba tan cerca de las babosas que Ana y

Piper tenían miedo de respirar para no ser advertidos. Las

serpientes que los enanos empuñaban sisearon con fuerza,

habían detectado el peligro. Los enanos miraron, olisquearon

y rastrearon por todas partes mientras Aldebarán seguía

suspendida y avanzaba sobre sus cabezas. De pronto, Piper

notó como la niebla comenzaba a disiparse- ¿Sabrá

Aldebarán lo que deba hacer o tendremos que darle otra

orden? Pero, si lo hacemos, los enanos pueden oírnos y sabrán

que estamos aquí- Piper miraba angustiosamente a Ana, ésta

le respondió con la misma expresión de duda.

Afortunadamente, el jefe de los enanos dio la orden de

internarse en el bosque: si las serpientes han detectado algo o

alguien seguro que se esconde en el bosque ¡vamos hacia allá!

Las serpientes darán buena cuenta de ellos, no dejarán a

nadie vivo ¡nos vamos a divertir! Las babosas se internaron

en el bosque dejando un reguero de baba maloliente.

La niebla iba disolviéndose rápidamente, pero a Ana y a

Piper les dio tiempo para ordenar a Aldebarán que se alejara

de aquel lugar. Los enanos ya habían desaparecido en el

bosque y Aldebarán se elevó luminosa y transparente y

prosiguió su vuelo más allá de la laguna. Entonces, a lo lejos,

detrás de un acantilado vieron la tenebrosa silueta de un

enorme castillo.

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Siete negras torres se erguían como amenazadoras

garras que parecían poder atrapar todo lo que se acercara

por el aire. Un foso de aguas negras y furiosas rodeaba el

castillo cuya puerta principal era como una enorme boca

abierta dispuesta a atenazar entre los dientes de hierro que

protegían la entrada a todo cuento infeliz se acercara a ella.

Las almenas estaban protegidas por pinchos puntiagudos y

electrizantes; en cada una de ellos, guerreros armados

defendían el castillo ante una invasión.

-¡La guarida de Galahead. Ahí está la Trufa Mágica!-

anunció Mäel.

- Sí, pero ¿has visto lo protegido que está? Será muy

difícil entrar ahí – se lamentó Ana.

- Y más difícil será encontrar la Trufa. Será mejor que

nos demos la vuelta, está claro que nosotras no podemos

hacer nada- dijo Piper.

Mäel habló: Sabemos que esta hazaña es muy difícil y

representa un gran peligro para vosotras, pero no desesperéis

y n olvidéis que estáis aquí porque sois las únicas que podéis

salvarnos.

- Además- continuó Maëlick- tengo que deciros que no

habrá vuelta atrás hasta que no terminemos nuestra misión.

Si nosotros morimos, no os podremos sacar del Bosque.

Confiad en vosotras, habéis sido elegidas y todo nuestro

pueblo está detrás para ayudaros. No podemos desanimarnos

ahora.

Ana miró seriamente a Piper. Las dos se dirigieron al

Mazapal y Ana pulsó el botón de encendido. “Bienvenidas al

Mazapal, soy un modelo único, un prototipo creado

especialmente para esta misión. Una vez que me hayáis

encendido por primera vez, ya no tenéis que pulsar ningún

botón. Podéis activarme con la voz e, incluso, con el

pensamiento si estáis en peligro extremo o no podéis hablar.

¿Qué puedo hacer por vosotras?

- Algo muy simple,- dijo Ana- dinos cómo podemos

entrar en el castillo de Galahead sin ser vistas.

- De acuerdo- escribió el Mazapal en su pantalla. Ahí va

la solución:

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MI VOZ QUE MADURA

MI BOCA MADURA

- Oh, no, otra vez no! – Ana dio una patada en el suelo

que hizo temblar a Aldebarán- Piper, nos han vuelto a poner

acertijos, te juro que cuando volvamos al colegio nunca más

volveré a jugar con las palabras. Veamos, “una voz que

madura…una boca madura ¿qué puede ser?

- No tengo ni idea, podemos estar aquí siglos antes de

encontrar la solución.

- No puede ser- dijo Mäel- tenéis que esforzaros, en

cualquier momento puede aparecer el reloj diciendo que todo

ha terminado.

- Me parece que ese reloj tiene demasiadas agujas, tengo

la sensación de que no controla bien - dijo Piper.

- A ver, Piper. A lo mejor si decimos las frases en voz alta

se nos aclararán el misterio.

- Bueno, probemos: “mi voz que madura, mi boca

madura”… ¿entiendes algo?

- Mi voz quemadura, mi boca madura…mi voz,

quemadura, mi boca, madura… ¡ya está, la chimenea!

- ¡Eso es, muy bien, Ana! Nadie te ha ganado nunca en

descifrar acertijos.

Las dos niñas miraron el Mazapal y a Mäel y Maëlick. El

ordenador tardó unos segundos hasta que dejó ver en su

pantalla las dos chimeneas que daban al ala sur del castillo.

Mäel y Maëlick volaron, llenos de gozo y las niñas chocaron

sus manos en señal de triunfo.

- Sí- reflexionó Piper, volviendo a la realidad- pero, ¿por

cuál de las dos chimeneas podremos entrar?

El Mazapal hizo un zoom para enfocar la segunda

chimenea. Al pié de ella se podía leer la palabra “enter”.

Ana colocó su dedo índice sobre la palabra y el Mazapal

escribió: “Las chimeneas sirven para entrar y para salir; pero

debéis elegir siempre aquella que esté apagada en ese

momento. La chimenea que no echa humo es la que os acabo

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de mostrar. Sin embargo, debéis tener cuidado porque para

salir la chimenea debe estar encendida.

- Confía en que Aldebarán sea resistente al fuego-

comentó Ana.

- Debéis confiar en Oppi- dijo Maëlick- Aldebarán nunca

os fallará.

- Entonces, dirijamos a nuestra burbuja a la chimenea

Sur del castillo.

- Tenemos que observar cuantas formas debe adoptar

Aldebarán para camuflarse. Veamos, en principio será un

árbol. A las órdenes de Ana, Aldebarán fue transformándose

en una copa de un castaño que volaba a toda velocidad,

camuflada entre el tupido follaje de la montaña.

“Aldebarán, niebla negra”, y la burbuja se convirtió en una

negra niebla que emanaba del foso que circundaba el

castillo. “Ahora, piedra” y en una piedra se convirtió el veloz

vehículo. Esta última orden llegó en el preciso instante en el

que un guardián de las almenas del castillo vio venir una

espesa niebla negra que se acercaba a gran velocidad.

-¡Alerta!- gritó. Un retén de soldados se acercó

corriendo- ¿Qué has visto? ¿Quién nos ataca?

- Una gran masa de niebla negra se acercaba a toda

velocidad hacia aquí...no sé, ahora no puedo verla, pero estoy

seguro de que era algo extraño.

- ¿Niebla negra?- se mofaron los toros soldados- ¡y a

toda velocidad! Creo que has bebido demasiado esta noche,

amigo. Ja, ja, ja

- ¡Os digo que la he visto!, es más, ha pasado por encima

de mi cabeza y me ha tocado, estoy seguro de que hay algo. Es

mejor que demos la señal de alarma.

- ¡Mejor será que te calles, estúpido1 No podemos

molestar a nuestro señor con nieblas y cosas que no existen.

Nos cortará la cabeza si lo interrumpimos con esas tonterías.

Está muy ocupado con su gran tesoro.

- Bien, de acuerdo, pero yo os digo que hay algo extraño.

Debemos estar alerta; si pasara algo grave también nos

cortaría la cabeza por no haber actuado a tiempo.

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-¡Bah! No le des más vueltas. Nadie puede entrar aquí,

las babosas ya habrían dado la alarma. Este castillo es

inexpugnable.

De toda esta conversación era testigo el grupo mientras

Aldebarán se deslizaba, silenciosa y lentamente por un

lateral del muro, totalmente camuflada entre la piedra.

- ¡Aldebarán, noche negra!- y la burbuja se confundió

con la negra noche y voló hasta la segunda chimenea. Desde

arriba se podía ver que la chimenea estaba apagada pues de

su boca sólo salía oscuridad. La burbuja se situó frente a la

enorme boca e inició un descenso vertiginoso hasta alcanzar

el hogar de una gran sala sobre el que se posó suavemente.

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XIV

FREYA

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XIV

FREYA

Los tripulantes de Aldebarán abandonaron la nave y

pisaron un hermoso suelo de baldosas blancas y negras.

Entonces, la burbuja redujo su tamaño hasta convertirse en

una pelota pequeña y compacta y Ana la introdujo en uno de

sus bolsillos. La sala estaba oscura y olía a mar. El grupo se

dirigió hasta la puerta de entrada, en el lado opuesto de

donde habían caído. La sala estaba en penumbra y un el

miedo atenazaba las gargantas de las niñas y sus amigos.

Un rayo de luz plateado salió de algún lugar del techo de

aquella sala e iluminó la figura de una vieja dama que

vestía un extraño atuendo cubierto de algas y conchas

marinas, su piel estaba cubierta de finísimas escamas que

daban a su cara un aspecto nacarado Parecía estar

sumergida en el agua, pues sus vestiduras y su cabello se

movían acompasadas por unas olas invisibles, aunque no

había ni una gota de agua en toda la sala. Todo el mundo

quedó paralizado, no sabían qué hacer; habían sido

descubiertos dentro del castillo.

La mujer comenzó a hablar en una lengua muy extraña

que sonaba como si miles de burbujas pujaran por salir de su

boca. Ana y Piper no comprendían nada y se quedaron muy

asombradas cuando Mäel y Maëlick entablaron una

conversación con la dama en la misma lengua burbujeante.

Las niñas se tranquilizaron.

- Es Freya- dijo Mäel, admirado- es la Maga de todas las

aguas que estén en los territorios de Galahead. Los habitantes

de las dos cascadas y lagunas han sido encantados por

Galahead, pues ha secuestrado a Freya. Galahead le teme a la

humedad, ha capturado a la Maga y la ha confinado a estar

en esta sala, en una cápsula de agua invisible. Se puede

mover, pero no puede salir de aquí. Nosotros la hemos

liberado de su confinamiento al pisar las baldosas negras

con los pies llenos de cenizas del hogar. Dice que puede

ayudarnos y que está muy agradecida pues lleva aquí

encerrada más de cien años. Conoce los canales por donde se

puede filtrar el agua del castillo y todos los pasadizos que

pueden ayudarnos a cumplir nuestra misión.

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- Oh, bien. Pregúntale si sabe dónde tiene guardada la

Trufa ese tirano de Galahead- le indicó Piper a Maëlick.

La duendecilla se dirigió a Freya en aquella extraña

lengua. Freya puso cara de sorpresa, no sabía nada de

ninguna Trufa.

- Ella no sabe nada. Pero sospecha que algo extraño

sucedía pues había notado que la vigilancia se había

doblado en el castillo. A ella habían dejado de guardarla los

soldados y habían dirigido todos sus esfuerzos a vigilar las

torres. Lo que sí sabe es dónde está el gabinete de Galahead,

pero no será fácil llegar hasta allí, hay multitud de

vigilantes por todas partes. Ella está muy sorprendida que

hayamos podido llegar hasta aquí sin ser vistos.

- ¡Ah, bueno, dile que ya le contaremos toda la historia-

dijo Ana- El caso es que, con su ayuda, estamos seguras de que

lo conseguiremos. Ahora pídele que nos indique el camino

para llegar hasta el gabinete de Galahead. Lo demás, corre

de nuestra cuenta.

Precedidos por Freya, el grupo salió a los oscuros pasillos

del castillo. Bajaron a los sótanos por lugares estrechos y, al

parecer, poco utilizados, pus encontraron poca vigilancia que

no fue difícil de sortear. Por fin llegaron al tercer nivel en el

que la vigilancia y el movimiento de guardias era mucho

mayor que en los niveles superiores. Al llegar a un cruce con

otro pasillo, Freya retrocedió atemorizada: había guardias

con antorchas vigilando los pasillos y ella, que era una

criatura de agua, no podía exponerse a aquel fuego mágico

sin peligro a que las antorchas secaran su cápsula de agua.

- Irá detrás de nosotros- dijo Ana- Fijaos, más al fondo

hay más antorchas. Tendremos que recurrir al Mazapal si

queremos llegar hasta donde- estoy segura- está la guarida

privada de Galahead y, seguramente, la Trufa. Por cierto,

Mäel ¿has traído el silbato mágico?

- Naturalmente, pero el silbato sólo nos servirá para que

Oppi y nuestros amigos intenten llegar hasta la entrada si

estamos en peligro. En cualquier caso, la entrada al castillo

es imposible para ellos.

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- O sea- dijo Piper con resignación- que aquí tenemos

que arreglárnoslas por nuestra cuenta. Bueno, menos es

nada.

- Usaremos a Aldebarán para cruzar este pasillo y llegar

a la puerta del fondo. Tendremos que ir un poco apretados,

aquí la burbuja no se puede convertir en algo muy grande. Y

en total silencio. Será mejor que Freya nos espere a salvo en

algún lugar. Bien, vamos allá ¡Aldebarán, mimetízate! La

burbuja se mimetizó con el pasillo. Todos se introdujeron en

ella, menos Freya que hizo ruido con su cápsula de agua

para atraer la atención de los soldados.

En tan reducido espacio y en absoluto silencio,

Aldebarán se movía con lentitud hacia la entrada del pasillo

custodiado por los feroces soldados de Galahead, quienes,

alertados por el ruido del agua de Freya, se dirigieron hacia

el lugar de su escondite.

- ¿Habéis oído ese ruido de agua? Espero que esa

asquerosa criatura que Galahead tiene confinada en el salón

de arriba no se haya escapado. Si la pillo, me desharé de ella.

Estoy harto de oler su frescura a todas horas.- gruño un

capitán de la guardia.

- No ha podido ser ella, señor, Galahead no le permite

salir del salón de la chimenea.

-¡Ja, ja- rió con fuerza el capitán- la ha dejado en el

salón de la chimenea apagada. Si estuviera encendida, el

fuego acabaría con ella.

- En cualquier caso, vamos a ver de dónde viene ese

ruido.

Varios hombres se acercaron a la entrada del pasillo y

tuvieron tiempo de ver a Freya en el momento en que se

escabullía por una rendija y dejaba su voz en un eco de

burbujas. “Soy la Reina de las Aguas y el agua no tiene

límites. A veces, es imposible detenerme. No temáis, no creo ser

ninguna amenaza para vosotros, me iré enseguida pero hay

veces que necesito salir y expandirme un poco.”

- Claro que no eres una amenaza, vieja bruja; de todas

las maneras, le diremos a Galahead que has salido de tu

encierro y, entonces, encenderá la chimenea… y tú

desaparecerás.

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La voz de Freya se oyó nuevamente. “Si molestáis a

Galahead con estas tonterías, lo pagaréis caro. ¿Por qué creéis

que vuestro amo no se ha deshecho de mí en todo este tiempo?

Galahead me necesita. Cuando él reine en todo el Bosque,

necesitará toda mi agua para alimentar todos los territorios

que quiere conquistar. Hasta ahora, los ríos y las lagunas del

Bosque se han alimentado de las lluvias, pero llegará un día

en que no lloverá lo suficiente y, entonces Galahead me

liberará para crear más lagunas y para hacer un río que le

permita navegar por todos sus territorios sin tener que bajarse

de un barco y conquistar así nuevos mundos”.

- Creo que es mejor que volvamos a nuestros puestos- dijo

el capitán después de reflexionar un momento- ¡vamos, a

vuestros puestos!

Mientras esta conversación tenía lugar, Aldebarán pasó

silenciosamente por encima de las cabezas de los soldados y,

con gran dificultad por lo estrecho del arco que delimitaba

la entrada del pasillo, logró introducirse en el corredor. La

ligera brisa que levantó su paso hizo que uno de los soldados

se alertase. Freya fue consciente de ello e hizo un estruendoso

ruido de burbujas.

-¿Aún no te has ido, maldita bruja, no me hagas perder

la paciencia- gritó el capitán amenazadoramente. En ese

instante, Aldebarán se introdujo totalmente en el corredor y

ya no se volvió a oír nada más.

Aldebarán prosiguió su silencioso vuelo a través de

corredores iluminados guardados por soldados cada vez más

numerosos y con aspecto temible. Aquellos pasillos parecían no

tener fin. Después de mucho deambular, la burbuja llegó ante

un gran agujero rodeado de guardias que sujetaban leones

con fauces de fuego. La burbuja se detuvo.

¡Retrocede!- susurró Ana. Los leones, alertados,

comenzaron a rugir y a lanzar grandes bocanadas de fuego.

Ni ellos ni los guardianes podían ver nada, pero el más

mínimo ruido, el simple susurro de Ana, hizo que se

enfurecieran. Los guardianes trataron de apaciguarlos, y a

duras penas lo consiguieron.

-¡Quietos, quietos!- gritaban los guardias, tratando de

sujetarlos- Aquí no hay nadie. Ningún mortal se atrevería a

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acercarse hasta aquí, antes serían detectados por los

guardias de los corredores elevados.

- Y nosotros- dijo uno de aquellos terribles guardianes-

nosotros lo destrozaríamos antes de poder llegar al agujero.

- Entonces, ¿por qué se alteran de este modo? Será mejor

que hagamos una batida. Busquemos por el pasillo.- sugirió

otro guardián.

Se dirigieron entonces a lo largo del pasillo con los

leones lanzando fuego por sus fauces a la búsqueda del

enemigo. La burbuja huía a toda velocidad, pero fue

acorralada contra una pared que casi cerraba el pasillo. Ana

encendió el Mazapal. Esperaba que esta vez la respuesta fuera

directa y rápida; no había tiempo de adivinar acertijos.

Pero el Mazapal no parecía colaborar demasiado, pues

en la pantalla apareció una pregunta. ¿Dónde esconderías

un brillante falso?

Todos se miraron asustados. Los leones se aproximaban,

ya se podía sentir el calor del fuego que salía de sus bocas; no

había remedio si no encontraban la respuesta.

Cuando estaban a escasos metros de las terribles bocas y

parecía que iban a perecer en aquel estrecho pasillo,

achicharrados por el fuego, Ana encontró la solución:

¡Aldebarán, conviértete en león! En medio de aquella jauría,

un nuevo león se incorporó sin dificultad alguna. Ahí se

terminó la persecución. Los leones no avanzaron más allá de

la pared y los guardianes, tranquilizados por la falsa

alarma, frenaron a sus animales.

- Volvamos. Aquí no hay nadie- ordenó el capitán.

- Sí, volvamos, no podemos dejar la entrada al gabinete

sin vigilancia. Galahead se enfadará si nos descuidamos-

dijo otro guardián.

-Ya os lo dije ¿quién iba a entrar? Nadie puede vencer a

nuestros leones- rió el más feroz de ellos.

Pero nadie se apercibió que había un león más en la

manada. Fue un segundo, y Aldebarán se mimetizó de nuevo

con el entorno, emprendió un vuelo veloz y llegó antes que los

leones al agujero que conducía al gabinete de Galahead.

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- Ana, lo hemos conseguido- dijo Maëlick con gran

entusiasmo.

- Sí, pero ese león olía tan mal que creía que me iba a

desmayar- dijo Piper- Ana, eres un hacha descifrando

acertijos. No tienes rival. Creo que te voy a promocionar en el

colegio. Y conseguiré apuestas…

- Lo bueno es que no se hayan dado cuenta de que había

otro león.- dijo Mäel.

- Había demasiado lío- comento Maëlick con su fina

vocecita.

Estos comentarios los hacían mientras la burbuja

descendía por el agujero que conducía al gabinete de

Galahead. Arriba, los leones y sus guardianes volvían a

colocarse alrededor del agujero para proseguir con su

guardia.

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XV

EL GABINETE DE GALAHEAD

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XV

EL GABINETE DE GALAHEAD

Una atmósfera espesa impedía a la burbuja descender

con celeridad. Parecía como si unas manos invisibles

trataban de impedir que nada ni nadie pudiese adentrarse

en aquella sima sin fin; la oscuridad la envolvía, casi no se

podía respirar dentro de Aldebarán. Pasaron minutos que

parecieron siglos a Ana y sus compañeros.

- ¿Crees que este agujero nos llevará a alguna parte?- se

lamentó Piper.

- A menos que Galahead tenga su guarida en el centro

de la tierra, este viaje tiene que terminar pronto- comentó

Mäel.

- Allí estará la Trufa. Si no, ¿qué sentido tendría tener el

gabinete tan escondido?- dijo Maëlick- No creo que tengan

leones de fuego para guardar una simple habitación.

Durante un buen trecho siguieron descendiendo en

silencio y con lentitud en medio de aquel aire pesado y espeso.

Poco a poco, la oscuridad dio paso a una luz tenue y

aceitunada. El aire se hizo más ligero y la respiración fue

más fácil. La luz era cada vez más intensa hasta que

alcanzó la claridad del día. Descendían por una especie de

barranco pedregoso con pequeños troncos de árboles a ambos

lados de las paredes. Al rato, Ana divisó un prado al fondo de

aquel precipicio.

-¡Aldebarán, nube!- ordenó la niña.

La burbuja se transformó en una pálida nube rosácea

que acompañaba a otras nubecillas anunciadoras de un

atardecer tranquilo y cálido. Y allá, al fondo, vieron un

enorme árbol que ocupaba casi todo el espacio que ellos

podían divisar, un árbol repleto de hojas grandes, verdes,

rojas y doradas. Su copa ere tan grande que parecía un

océano en medio de aquel cielo de tímidas nubes.

Aldebarán descendió y se posó en una de sus ramas.

Inmediatamente se convirtió en una hoja roja que se

desprendió de la rama y fue a caer, revoloteando al pié del

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árbol. Desde allí se podía ver una puerta dibujada en el

tronco.

El silencio era total en aquel prado, nada ni nadie

parecía guardar la puerta que daba paso al interior. Las

niñas y los duendes observaron con cautela antes de decidirse

a abandonar la burbuja. Con precaución, los duendes

salieron de Aldebarán y volaron alrededor y a lo alto del

árbol. Desde allí, hicieron una seña y Piper y Ana se

dirigieron a la puerta dibujada en el árbol. La belleza del

enorme roble les dejó impresionados. Sus hojas alternaban los

colores con la armonía de un tapiz y un olor a hojas y resina

muy fresca se esparcía por el lugar.

- ¿Cómo vamos a entrar?- preguntó Piper.

- No tengo ni idea ¿Qué tal si intentamos abrir la

puerta?

Todos se lanzaron a empujar el enorme portón dibujado

en el tronco que, como era de esperar, no cedió ni un

centímetro.

- Me temo, querida Ana, que tendrás que recurrir de

nuevo al Mazapal- dijo Maëlick.

- Yo también lo temo- dijo Ana con cara de cansancio.

Aunque creo que va a acabar con mis nervios. En fin, no

podemos hacer otra cosa, vamos allá.

En la pantalla el Mazapal mostró su mensaje: “Hay una

llave verde, una roja, una amarilla. Todas y ninguna abren

la puerta”.

-¿Tantas llaves? – dijo Piper- Ahora pregunto yo. Eh, tú

cacharro ¿dónde están esas llaves?

- Esta vez es muy fácil, dijo Ana- tres llaves. Una roja,

otra verde y otra amarilla ¿No adivinas?

-Pues no, dímelo tú, listilla.

- Son las hojas de los árboles. Pero ¿qué querrá decir

todas y ninguna”.

- Probemos- dijo Mäel mientras volaba a lo alto del

árbol- os arrojaré una hoja de cada color, las juntamos y

veremos lo que pasa.

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Tres hermosas y frescas hojas de cada color aterrizaron

al pié del árbol. Todavía conservaban gotas de rocío que las

hacía brillar como si fueran gemas arrancadas de lo más

profundo de una mina de exquisitas piedras preciosas.

Ana tomó las hojas y las apretó entre sus manos. Un

fuerte empujón la impulsó hacia el suelo. No podía abrir la

mano. Todos intentaban ayudarla pero un profundo dolor le

impedía abrir los dedos. Al cabo de un rato, el dolor cedió y,

entre sus dedos apareció una llave de color rojizo con

destellos dorados e incrustes de esmeraldas. “Todas o

ninguna- dijo Ana- ese era el misterio”.

Temblando de emoción, se dirigieron a la puerta,

introdujeron la llave en la cerradura y una música metálica

se dejó oír mientras la puerta se abría y dejaba ver un

magnífico hall decorado con los colores de las hojas del gran

árbol pues grandes guirnaldas colgaban del techo hechas

con hojas rojas y flores azules; otras eran verdes y amarillas

con campanillas violetas cuyos pétalos volaban por la sala y

se depositaban en un suelo hecho con mosaicos de tierra de

color rojo y verde. Las paredes eran de madera labrada con

motivos de hojas de plata.

Las niñas y los duendes recorrieron aquella sala con

asombro y prudencia. Allí no parecía haber ninguna

vigilancia aunque el temor era cada vez mayor pues sabían

que habían conseguido entrar en la mismísima guarida de

Galahead y era muy extraño que estuviera sin vigilancia.

- Galahead no podría ni en sueños imaginar que dos

niñas y dos duendes hubieran podido sortear el círculo de los

leones de fuego. Es casi imposible- reflexionó Mäel.- No es

extraño que no haya nadie aquí.

- ¡Es todo tan bonito! No tiene aspecto de ser de

Galahead- Piper estaba encantada.

- Puede ser una trampa mortal. Debemos tener más

cuidado que nunca- Mäel no parecía muy confiado.

Al fondo de la sala, una pequeña puerta se escondía

detrás de una cortina de guirnaldas. La descubrió Maëlick

con su pequeña lucecita mientras revoloteaba por el gran

hall.

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- ¡Mirad! Aquí hay algo- susurró al resto del grupo que

andaba a la búsqueda de una entrada.

- Es una puerta, pero es muy pequeña, y no parece que

tenga cerradura. Abrámosla- aventuró Piper. Y dicho y hecho,

de un empujoncito, la puerta cedió en el mismo instante en

que Ana, Mäel y Maëlick le gritaron que no lo hiciera.

Inmediatamente, una bandada de Kartos derribaron a Piper

que cayó al suelo fulminada. Todos corrieron a esconderse

detrás de las guirnaldas que cubrían las paredes. Un horrible

olor llenó la sala; todos estaban embriagados y mareados,

entonces, sus fuerzas se debilitaron mientras los Kartos se

lanzaban en su búsqueda. Estaban a punto de darles caza,

cuando Mäel consiguió reaccionar y le gritó a Ana:

- ¡La burbuja, Ana, saca a Aldebarán o moriremos todos!

Ana estaba atontada con el apestoso aroma de los

Kartos pero acertó a sacar a Aldebarán de su bolsillo e,

inmediatamente ana susurró en el límite de sus fuerzas:

¡”Aldebarán, guirnaldas!”

La burbuja se transformó en una de aquellas hermosas

guirnaldas que envolvió a todo el grupo. Con ellos dentro, se

elevó hasta el techo desde donde podían ver a Piper tendida

en el suelo. Los Kartos se desvanecieron en el aire y fue

entonces cuando la burbuja pudo descender y acercarse a la

niña.

-¡Piper, Piper, despierta!- le decía Ana tratando

inútilmente de hacer volver en sí a su amiga. Mäel y Maëlick

se miraron entristecidos.

- Ana, no se puede hacer nada. Metámosla en la burbuja

e intentemos encontrar la Trufa.

-¿Quieres decir, Maëlick, que no podrá recuperarse? No

puede ser, esto no le puede pasar a Piper- Ana lloraba

desconsoladamente.

- Sólo hay una solución y es llevarla a la Casa de la

Medicina. Allí trabajan, desde tiempos inmemoriales con

antídotos de todo tipo. Es posible que pueda haber uno para

Piper- dijo Mäel.

- Vayamos allí inmediatamente- Ana se secó las

lágrimas con el reverso de la mano.

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- No, antes hay que encontrar la Trufa. Hemos venido

aquí para eso, no lo podemos dejar ahora que estamos tan

cerca.

- ¡Pero, Piper morirá!

- Confía en nosotros Ana, haremos todo lo posible por

salvar a Piper, pero no podemos abandonar ahora; piensa

que nuestro pueblo desaparecerá si no encontramos la Trufa y

estamos a un paso de conseguirla. Vamos, un poco de valor.

Ana no sabía qué hacer, miraba a su amiga, sin vida

aparente y sospechaba que no sería tan fácil ni tan rápido

conseguir rescatar la Trufa pues para Galahead el tubérculo

era su tesoro más querido, no la dejaría escapar sin luchar,

su pérdida significaría su destrucción. Por otra parte, con o

sin trufa tendría que contar con la ayuda de todos para

llevar a Piper a la Casa de la Medicina. Con lágrimas en los

ojos tomó una decisión.

- Bien, metamos a Piper en Aldebarán, espero que

encontremos pronto al Trufa ¿estáis seguro de que la curarán

en la Casa de la Medicina?

- De nada podemos estar seguros, Ana- dijo Mäel- pero

confío en que los duendes-sabios de la Casa de la medicina

puedan encontrar el modo de encontrar a tu amiga. Oppi nos

llevará enseguida allí, pues es él quien conoce el camino. De

todos modos, trata de enviarle un mensaje a través del

Mazapal, así podrá ponerse en contacto con la Casa de la

Medicina y tener todo listo para cuando lleguemos.

Así lo hicieron, Ana envió el mensaje por el Mazapal:

“para Oppi@bosquemágico.magia”

- No sabía que aquí tuvieseis correo electrónico aquí-

sonrió Ana.

-Oh, sí- dijo Maëlick muy orgullosa- sólo se usa en casos

de extrema gravedad y sólo para comunicarnos con los muy

importantes. Tenemos aparatos mágicos; de otro modo no hay

forma de ponerse en contacto con ellos.

- Sí, eso lo sé muy bien. Bueno, ¡allá va!, esperemos que lo

reciba- Ana apretó la tecla llena de esperanza- Y ahora,

vamos a buscar la Trufa, tiene que estar en algún lugar de

éste árbol. Mirad con detenimiento, presiento que el tiempo se

está terminando.

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Aldebarán recorrió todo aquel espacio subiendo y

bajando con lentitud. Miraron por todos los rincones y no

pudieron ver ninguna entrada o puerta en ningún lugar de

aquel inmenso hall. Estaban apunto de desesperarse cuando

Mäel dirigió su lucecita hacia una fucsia púrpura que

sobresalía por detrás de una guirnalda. Era la única fucsia

que había entre todo aquel grupo de guirnaldas y a Mäel le

llamó la atención. Al ser iluminada por la luz del duende, la

fucsia se encendió como una lámpara al tiempo que

descorría una cortina invisible que daba paso a una pequeña

sala redonda como un agujero en la que había un olor a

Trufa inconfundible. Y, efectivamente, allí estaba, en el

centro, en una urna de cristal la ansiada Trufa brillaba

como si fuera de Oro negro. Pero no estaba sola, un grupo de

enormes topos con lanzas de oro la guardaba de cualquier

posible robo.

¿Qué haremos ahora?- dijo Ana espantada-no podemos

sacar la Trufa de ahí, los topos nonos dejarán acercarnos.

- ¡Silencio!- susurró Maëlick- Veamos, creo que tengo

una idea ¿ves allí arriba aquella claridad? Creo que procede

de la copa del árbol. Podremos salir por ahí si logramos sacar

la Trufa sin que se enteren los topos.

- ¡Qué fácil! Te recuerdo un pequeño detalle, Maëlick-

dijo Ana- hay que sacarla de la urna y para ello tendremos

que burlar a los topos.

- Los topos tienen un olfato muy fino- apuntó Maëlick-

pero no pueden ver. Si logramos situar a Aldebarán justo

encima de la urna, tú puedes bajar a coger la Trufa, pero

tienes que hacerlo con gran rapidez, pues ellos olerán la

Trufa enseguida.

Esta vez, Aldebarán no tuvo que mimetizarse para

ascender. Subió muy lentamente y se detuvo justo encima de

la urna. Los topos armados con sus lanzas no se movieron;

guardaban aquel tesoro día y noche y aunque no podían ver,

su olfato era tan fino que cualquier alteración que pudiera

sufrir el aroma del lugar hubiera sido detectado

inmediatamente, pero Aldebarán se había cerrado

herméticamente y ni un olor ni un ruido podía salir de la

burbuja. “Espero poder salir y coger la Trufa con tanta

rapidez que a los topos no les de tiempo a reaccionar, de lo

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contrario todo habrá acabado. La máquina voladora

descendió hasta situarse a muy pocos centímetros de la urna.

Ana dudó, pero, al fin, sacó sus brazos por fuera de la

burbuja, levantó la urna y se apoderó de la Trufa. Unos

enormes rugidos salieron de las gargantas de los monstruosos

topos que se lanzaron hacia Aldebarán en el momento en el

que Ana entraba en ella con su presa. La burbuja inició un

ascenso vertiginoso, fue todo tan rápido que las lanzas de los

topos no consiguieron alcanzarla.

La cortina de la entrada se había cerrado y convertido

en un portón de madera con cierres de hierro. El árbol se

estremeció y comenzó a cerrar todos sus orificios creando

tupidas madejas de ramas y hojas espinosas. La burbuja

siguió ascendiendo vertiginosamente y consiguió alcanzar el

agujero de la copa justo en el instante en el que el árbol se

cerraba por completo.

Iniciaron el camino de vuelta. Los mismos peligros que

habían logrado sortear les esperaban ahora. Ana no dejaba

de temer que no hubiera tiempo de salvar a Piper si nuevos

obstáculos retrasaban su huida. Apretaba la Trufa contra su

pecho y se preguntaba que tendría ese delicioso fruto para

poder alimentar a todo un pueblo. Ahora tendrían que

cruzar el túnel y después sortear a los leones de fuego. Pensó

que, si lo habían hecho una vez, no sería imposible vencerlos

de nuevo. Al llegar al borde del túnel, la burbuja ralentizó su

movimiento. Todo parecía en calma, pero había que ser muy

cautos para no ser descubiertos; el proceso de mimetización

era rápido, sin embargo, no podían cometer ningún error.

Los guardianes y los leones habían desaparecido del borde

del pozo. Poco a poco, fueron ascendiendo y cruzando los

pasillos sin ser vistos. Ana y sus compañeros no podían creer

que todo hubiera terminado. Ahora la preocupación estaba

en Piper; su pulso y su respiración se habían debilitado.

Quedaba poco tiempo para salvarla.

Estaban a pocos pasos de alcanzar la sala de la

chimenea encendida. “Nuestros amigos estarán

esperándonos. Los duendes ya han tocado el silbato”, pensó

Ana con alegría, pero una sombra de preocupación cruzó su

mente ¿Galahead iba a rendirse tan fácilmente? La respuesta

la obtuvo en pocos segundos; en la sala de la chimenea

encendida estaba Galahead en persona rodeado de todas sus

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huestes, todos portaban grandes antorchas, los leones de

fuego esperaban su turno para atacar. Nuestros amigos se

vieron acorralados.

- Se que están aquí- gritó Galahead con su voz de

trueno- nunca conseguirán salir. Oppi les habrá dado

artefactos y poderes para burlarme, pero yo soy el Rey y no

podrán conmigo ¡No se llevarán la Trufa! Yo sabré cuando

están cerca, soy el único que puede olerla aunque esté

escondida y no se pueda ver.

Mientras esto decía, husmeaba por todas partes dando

grandes zancadas. Era enorme, con largas greñas y ojos que

parecían echar fuego. Llevaba una capa que le caía hasta los

pies y sus brazos estaban adornados de gruesos brazaletes de

hierro adornados con piedras y pinchos. Ana y los duendes se

asustaron mucho al verlo. Galahead se acercó hacia donde

estaba la burbuja y husmeó el aire.

- ¡Están aquí, los puedo oler! No se pueden ver, pero sé

que están aquí. Puedo oler mi Trufa ¡mi Trufa!, ¡os mataré a

todos!

Aldebarán ascendió un poco para apartarse, pero

Galahead era tan alto que no dejaba resquicio para poder

escabullirse.

-¡Llamaré a Frey, mi viento helado. Congelará todo el

castillo y os haréis visibles, entonces os dejaré morir

congelados! ¡Frey, acude de inmediato y muéstrame lo que

hay escondido!

Durante un tiempo que parecieron horas, todo quedó en

silencio. Galahead no se movía e impedía que nadie se

acercara a la puerta, fuera visible o invisible. Aldebarán se

sostenía en el aire, nadie en su interior osaba ni tan siquiera

respirar para evitar ser detectados. La Trufa parecía

languidecer, ya no lanzaba destellos, su color se volvía más

terroso por momentos. Piper no despertaba, su carita estaba

pálida y, a no ser por un ligero latido en su sien, se podría

decir que parecía estar muerta. Ana no sabía que hacer,

aquellos momentos habría de recordarlos como los más

angustiosos de su vida.

Entonces, a lo lejos, se oyó un silbido que penetró en los

oídos de todos como si miles de alfileres volaran por el aire.

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“Ya está aquí,- rugió Galahead- mi fiel Frey nunca me falla”.

Y se envolvió en su capa al tiempo que las antorchas se

apagaban y la puerta se cerraba de un golpe. Un viento

gélido penetró en el castillo; derribó mesas, sillas y

estanterías, zarandeó a Aldebarán con todos sus tripulantes

dentro. El viento formaba remolinos, removía cortinas y

helaba todo lo encontraba a su paso. Los guardianes de

Galahead se quedaron rígidos, congelados, las barbas y los

pelos se convirtieron en carámbanos blancos y las manos que

portaban las antorchas eran como palos blancos, duros como

piedras. Galahead se envolvió en su manto de pieles, que le

protegía de aquel frío terrible, y observaba con atención pues

todo lo que había en el castillo se iba helando al paso del

viento. Entonces, la vio.

Fue por un instante que consiguió ver a la burbuja a

punto de helarse con todos sus tripulantes dentro; también vio

a la Trufa que Ana sujetaba contra su pecho para preservarla

del frío.

-¡Ya os tengo, sois míos!- Galahead se precipitó hacia

Aldebarán que permanecía suspendida en lo alto del techo.

Sus manos se alzaron, poderosas, para recuperar a su posesión

más preciada, aquello por lo que había luchado, matado y

destruido, aquello que lo había convertido, por un tiempo, en

el señor más poderoso del Bosque y de las Montañas. Había

estado en peligro de perder su Trufa, pero al fin la tenía de

nuevo al alcance de su mano. Incluso llegó a rozar el fondo

de Aldebarán, pero sólo tocó enormes copos de nieve que

caían copiosos formando grandes remolinos. ¿Qué había

sucedido? Cuando Galahead se había precipitado a rescatar

a la Trufa, el frío intenso producido por Frey provocó una

nevada de grandes copos de nieve. Ana reaccionó al instante

y sólo tuvo una décima de segundo para darle la orden a

Aldebarán de que se transformara en uno de aquellos

grandes copos de nieve.

La burbuja y sus ocupantes fueron arrastrados por los

remolinos de viento hacia la puerta. Volaban despacio, sin

rumbo definido, llevados por el aire caprichoso. Desesperado,

Galahead, gritó con todas sus fuerzas, despojándose de su

manto mágico:

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-¡Frey, sal de aquí, desaparece, maldito viento inútil!-

Pero ya era demasiado tarde, Frey, furioso emprendió su

retirada y lo hizo de forma tan violenta que descargó todo su

frío sobre Glasead que quedó congelado al instante, con los

ojos y la boca abiertos, sorprendido ante la pérdida

irremediable de su Trufa.

Aldebarán recuperó el rumbo y voló muy rápidamente

hacia la puerta. Allí aterrizó, Mäel, Maëlick y Ana salieron de

la burbuja y abrieron la gran puerta, no sin haber hecho un

gran esfuerzo. Entraron en la sala de la chimenea encendida

y, todos juntos en la nave, fueron lanzados como un cohete al

exterior del castillo. Allí estaban todos sus amigos: Oppi y

Freya, el Cartero y el Bibliotecario Real; el primero que

reaccioné ante su llegada fue el pequeño Sakku que ladró de

alegría sacudió su cola al tiempo que corría hacia sus

amigos. Todos esperaban con emoción la salida de los

ocupantes y de la Trufa, pero contuvieron su emoción pues

sabían que Piper estaba moribunda. Oppi había recibido el

mensaje y fue el primero en entrar en Aldebarán para recoger

a la niña. El reloj se hizo visible en lo alto de cielo, “Ya no hay

tiempo”, marcaron sus agujas mientras una bandada de

pájaros negros cruzaba el cielo presagiando lo peor.

- Oppi, por favor, haz algo, Piper está muy mal, no

podemos permitir que se muera- rogó Ana entre lágrimas al

tiempo que depositaba la Trufa en las manos del mago.

-¡Rápido, Ana, toca el silbato! Ana se llevó a los labios el

silbato mágico y sopló con todas sus fuerzas. Del bosque surgió

una comitiva de diminutos gnomos que portaban un pequeño

frasco en un carro tirado por libélulas.

- Es el antídoto- explicó Oppi- Tu mensaje llegó a tiempo

y los gnomos de la Casa de la Medicina han estado

trabajando a contrarreloj para poder tenerlo a tiempo.

Esperemos que funcione. Levantadle la cabeza para que

pueda beberlo.

Así lo hicieron. Al principio Piper no reaccionó. Mäel y

Maëlick permanecían juntos, cogidos de la mano, sin

atreverse a mirar a Ana. Oppi se mesaba la abarba con gesto

de preocupación y Sakku no se movía ni agitaba la cola, su

amiga parecía no poder volver de la muerte. Pero, a los pocos

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minutos, Piper comenzó a recobrar el color en sus mejillas,

abrió los ojos y los miró a todos con extrañeza.

-¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde…dónde estoy?. No pudo

preguntar más, Ana se precipitó a abrazarla, “¡Piper, qué

susto nos has dado!”.

La alegría se adueñó de todo el grupo; todos saltaban y

se abrazaba; Sakku no paraba de ladrar y de tratar de jugar

con Piper. El Cartero y el Librero Real bailaban cogidos del

brazo.

-¿Me he perdido algo?- preguntó Piper asombrada-

¿Hemos recuperado la Trufa?- dijo, señalando el tubérculo

que ya estaba en manos de Oppi y brillaba y refulgía de

nuevo.

- Has estado en grave peligro, querida niña- le aclaró

Oppi- Pero todos habéis sido muy valientes y nos habéis

devuelto la Trufa. Gracias, mil gracias. Ahora debemos

llevársela a la Reina del Bosque para que despierte de su

sueño y todo vuelva a la normalidad- quedaba tan poco

tiempo que el reloj parecía desvanecerse.

Ya iban a apresurarse a partir cuando oyeron un

terrible estruendo a sus espaldas. Los leones de Galahead,

sueltos de sus correas, se les acercaban para detenerlos.

-¡Sakku, es tu momento!- dijo el Cartero Real dándole

una palmadita.

Sakku se separó de la comitiva y se dispuso a hacer frente

a los leones mientras el grupo seguía su marcha.

- Lo matarán sin remedio- dijo Piper- no podemos

dejarlo, pobrecito. Pero no tuvo tiempo de seguir su frase pues,

cuando los leones estaban a un palmo del perro, éste

aumentó su tamaño de tal manera que, de un zarpazo,

consiguió aplastar a los leones de Galahead que quedaron

muertos en el campo.

Mientras tanto Freya, que también se había quedado

junto al perro, elevó sus manos y llamó al agua de los arroyos

más cercanos; luego, elevó sus brazos al cielo y cayó tanta

agua detrás de ella que arrastró al Castillo de Galahead que

quedó sepultado bajo una nueva laguna que ocupaba su

lugar.

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Freya y Sakku recuperaron su aspecto habitual y se

unieron a la comitiva. Al llegar a la entrada del Bosque el

ejército de libélulas de la Reina los subió a sus carros y los

condujo al lugar donde dormía la soberana.

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XVI

LA TRUFA

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XVI

LA TRUFA

Al vuelo silencioso de las libélulas le seguía un crepitar

de hojas que anunciaban la vuelta de la Trufa; los ríos y los

arroyos borboteaban de alegría; viejas canciones surgían del

fondo del agua de la laguna, las flores exhalaban sus mejores

perfumes. Todo parecía despertarse de un mal sueño, era el

final de una pesadilla que los había atormentado durante

años, tantos, que ya ni sabían cuánto tiempo había

transcurrido. Los habitantes del bosque salían tímidamente

de sus habitáculos, “Corred, corred, vamos junto a nuestra

Reina”, anunciaban los pájaros que volaban frente a las

libélulas. “hemos recuperado la Trufa”.

Cantos de júbilo se extendieron por todo el bosque, hasta

los más recónditos confines todo parecía cubierto de una

nueva luz pues la Trufa volvía a su lugar de origen

emitiendo destellos dorados que iluminaban el bosque. Todos

contemplaban emocionados al cortejo que iba a despertar a

su Reina; el reloj anunciaba el final del tiempo. Oppi aceleró

el paso y su capa tintineó como si llevara miles de

campanillas escondidas. Ana y Piper estaban encantadas y

asombradas, Mäel y Maëlick encendieron sus lucecitas para

anunciar su llegada. Al fin, la comitiva llegó a su destino. La

Reina yacía hermosa y pálida en su urna de oro y cristal.

Oppi se arregló la capa, el Cartero Real y el Bibliotecario se

estiraron sus vestimentas y ordenaron a Sakku que estuviera

en silencio.

Los árboles de piedra parecieron ablandarse ante la

llegad de la comitiva. Oppi se adelantó con la trufa en la

mano. Los destellos que emitía iluminaban el claro en el que

se encontraba la Reina que abrió los ojos lentamente. Oppi

depositó la Trufa en su regazo y la Reina se incorporó con

toda su majestad y belleza. Sus ojos eran tan verdes como las

parras salvajes del Bosque y tenían destellos dorados al

iluminarlos la luz de la Trufa. Sujetando delicadamente el

fruto, los miró a todos y sonrió. Entonces, habló:

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- Ana, Piper, acercaos- las niñas avanzaron

tímidamente- quiero daros las gracias por habernos salvado

a todos al recuperar nuestro tesoro. Gracias a vosotras mi

pueblo podrá comer y ser próspero para siempre y nunca se

perderán los cuentos fantásticos. Galahead. Todos se

estremecieron al escuchar este nombre- no volverá a

molestarnos jamás. Vuestra acción será cantada por las

hadas durante el resto de las generaciones y mi pueblo, que

también es ahora vuestro pueblo, os llevará siempre en su

memoria. Y ahora, amigos, debemos ir a colocar la Trufa en

el lugar que le corresponde.

Presididos por la Reina que portaba la Trufa en una

urna de cristal, todos se dirigieron a l lugar en el que se

hallaba el pedestal de la fruta, custodiado por el ennegrecido

árbol que había sido, en otro tiempo, el Guardián del Bosque.

Con toda solemnidad, la reina colocó la trufa en su

pedestal y la cubrió con la urna de diamantes. El árbol negro

emitió un suave chasquido como un lamento melancólico, se

retorció estrepitosamente y se derrumbó. De sus cenizas surgió

un cerezo cubierto de flores que dejaban caer sus pétalos sobre

la urna de la Trufa.

- Mirad, es el Guardián del Bosque- exclamó Mäel- se ha

transformado en un cerezo.

- Así cuidará y escoltará a la Trufa para siempre.

Cuidarla ha sido siempre su trabajo y así será por toda la

eternidad- dijo la Reina- Ahora es tiempo de celebración,

festejaremos la buena nueva con los frutos recién renovados

del bosque.

Y así fue, todo el Bosque recubrió de frutos, los árboles

dejaban ver sus más hermosos ejemplares, las hadas

confeccionaban pasteles y helados; algodones de azúcar y

caramelos. Piper no cabía en sí de gozo. “¡Por fin podremos

comer en paz!”. Los duendes, capitaneados por Mäel y Maëlick

encendieron sus luces y llenaron al bosque de luz. Todos

cantaron y bailaron durante un buen rato. Pero el reloj era

implacable, en medio del bosque, en un claro iluminado por

la luna se elevó sobre los celebrantes y anunció.”El tiempo se

ha terminado”

- Bien- dijo Ana con emoción- creo que es hora de volver

a casa.

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-¿Podemos llevar algo de comida para el camino?- Piper

se apresuró a decir.

- Ha llegado la hora de decirnos adiós- dijo la Reina-

Despidámonos con alegría y agradecimiento. Toma Ana, esto

es para ti- la Reina entregó a Ana un pequeño anillo de

plata labrada con hermosas figuras de libélulas rodeando

una Trufa.

- Y estoes para ti- la Reina le entregó a Piper una

hermosa bolsa de malla de plata que llevaba en su interior

unas bolitas plateadas- Son dulces mágicos pues la bolsa no

se vacía nunca por muchas bolas que comas o que repartas.

Cada uno tendrá el sabor que tú desees en el momento de

comerlos…y también sabores sorpresa te aguardan en la

bolsa. Eso sí, no puedes comer más de tres al día, de lo

contrario, el hechizo se romperá y te quedarás sin bolsa y sin

dulces.

Las niñas agradecieron los regalos y se despidieron de

todos con grandes abrazos y lágrimas. Sakku no se pudo

contener y despidió a Piper con aullidos de pena, aumentó

tres veces de tamaño par poder abrazar a su amiga.

- Iré con vosotros en la burbuja hasta la laguna Negra-

dijo Freya- allí está mi hogar.

- Nosotros os acompañaremos hasta el limonero- dijeron

Mäel y Maëlick- allí termina nuestro mundo y comienza el

vuestro.

En medio de muestras de agradecimiento, las niñas y

sus acompañantes se introdujeron por última vez en

Aldebarán. En el viaje, vieron un bosque completamente

distinto al que habían conocido pues todo había florecido, los

duendes tenían sus huertos llenos de frutos y estaban al

descubierto, una nueva luz iluminaba aquellas hermosas

tierras. Enseguida llegaron a la Laguna Negra que ahora era

un hermoso lago de aguas color de esmeralda, llenas de

peces, sirenas y tritones que esperaban a Freya. La burbuja

descendió y Freya se sumergió en la laguna donde fue

recibida con honres de reina. La barca de plata estaba

esperándola, Freya surgió de las aguas y se encaramó a ella

para despedir a las niñas. Una brisa refrescante movía sus

vestiduras de finísima tela de cola de pez mientras la barca

se alejaba de la vista de las niñas.

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Después de cruzar el bosque, llegaron al limonero. La

burbuja se posó suavemente en la rama que daba a la

ventana de la habitación de Ana y desapareció.

¡Oh!- exclamó Ana- ¿dónde está Aldebarán? La voy a

echar de menos. Ya también a vosotros, queridos Mäel y

Maëlick. Gracias por vuestra ayuda y vuestro afecto.

- No, las gracias os las daremos a vosotras eternamente.

- Venid a visitarnos, por favor,- les rogó Piper- sois

nuestros queridos amigos, no podemos separarnos para

siempre.

- Eso es imposible- dijo Maëlick con pena- Pero, ¿quién

sabe? Quizá algún día volvamos a vernos.

- Estoy segura de que así será- dijo ana.

- Bien, es hora de que volváis a casa. La escalera de

rosas ya está dispuesta.

Mäel y Maëlick encendieron sus lucecitas y

emprendieron el vuelo de regreso al Bosque Mágico. Las niñas

los contemplaron hasta perderlos de vista. Luego se dirigieron

hacia la escalera de rosas y entraron en la habitación de

Ana. Todo estaba como lo habían dejado. La casa en silencio,

todos dormían.

-¿Es posible que todo el mundo esté durmiendo y sea

todavía de noche?- se preguntó Piper en voz alta.

- Supongo que todo es posible- dijo Ana bostezando.

Mañana hablaremos de ello, ahora tengo tanto sueño que no

puedo ni pensar.

- Sí, yo también tengo sueño, mucho sueño, aunque no

estaría mal comer un bollito antes de dormir ¿Quieres uno?

Metió la mano en la bolsa de malla plateada regalo de la

Reina y sacó dos bolitas. Una se la dio a Ana y otra se la

comió ella. Después, cada una se acurrucó en la cama e,

inmediatamente cayeron en un profundo sueño.

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EPÍLOGO

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EPÍLOGO

Una voz que las llamaban desde las escaleras las

despertó.

-¡Ana, Piper. Bajad a desayunar!- era la madre de Ana

que anunciaba el menú- Hay bizcocho de chocolate. No

tardéis.

Piper y Ana se frotaron los ojos y se miraron con

incredulidad. Durante unos segundos parecía que no sabían

donde estaban, pero el olor del bizcocho y del chocolate

recién hecho las devolvió a la realidad.

- Piper, creo que es mejor que no contemos a nadie lo que

nos ha sucedido, porque no ha sido un sueño ¿verdad?

- Claro que no, Ana- dijo Piper sacando la bolsita de

malla de entre las sábanas. Ana miró su mano izquierda,

allí estaba su anillo de plata, regalo de la Reina del Bosque.

Las libélulas que lo adornaban batieron sus alitas.

- No le diremos nada a nadie, nunca jamás, júralo,

Piper.

- Lo juro, Ana, además ¿quién iba a creernos?

Se levantaron de un salto y se dirigieron a la ventana.

Allí estaba el limonero, resplandeciente y dorado por el sol de

la mañana, pero ni un rastro del pájaro Flugg ni de la

escalera de rosas. El bosque que se veía a lo lejos era el de

siempre, pero Ana y Piper sabían que algo había cambiado y

que allí dentro vivían unos amigos de los que nunca se

olvidarían.

-No hagamos esperar al bizcocho- dijo Ana.

- Yo iré abriendo boca- dijo Piper sacando una bolita

plateada- creo que probaré uno de vainilla, va bien con el

chocolate.

¡Oh, mira quién está aquí!- Puff había entrado en la

habitación como una bala, de un salto se metió en la cama

de Ana; le lamía la cara y ladraba con tanta alegría que

parecía que no la había visto en años- Creo que él sí se ha

dado cuenta de que hemos estado un tiempo fuera.

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- Bueno, siempre ha sido un perrito muy listo. Lo mejor

de todo es que no puede hablar, de lo contrario, nos

habríamos llevado una buena regañina si nuestros padres se

hubieran enterado de lo que hemos hecho esta noche.

Entre risas y carcajadas, las dos niñas bajaron las

escaleras dispuestas a tomar un apetitoso desayuno y a

disfrutar del resto del verano.

FIN

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Dª. PAULA VÁZQUEZ PÉREZ

Licenciada en Filología Inglesa. Catedrática de

inglés de Instituto.

Master en Creatividad Aplicada Total.

Su carrera docente está concentrada en la aplicación

de nuevas metodologías participativas, creativas y

expresivas en enseñanza de la lengua y la literatura

española e inglesa.

Estudia los procesos de escritura creativa, cuyo fruto

son los libros: Técnicas creativas de escritura,

Fantástico va de cuento y Escribir creativamente

con los cinco sentidos.

Escribe poesía y narrativa.

Frei Rosendo Salvado, nº 13, 1ºportal, 7º B, Edificio Zafiro.

C.P. 15701- Santiago de Compostela - A Coruña - España.

[email protected] – http://educreate.iacat.com

©Educreate.IACAT-CI

El precio simbólico de éste libro va destinado enteramente al desarrollo e investigación en creatividad,

dentro del proyecto Educrea(te), para reInventar la educación por sus protagonistas.