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Andrea Ramos – Karen Poliak Historia de la educación La vida de un joven romano Mi nombre es Claudio Augusto Graco, nací en el año VII a. c. en la ciudad de Roma, fui criado en el seno familiar bajo la autoridad soberana del “pater familias”, es decir, mi padre, los romanos prolongaban la adolescencia hasta los veintiocho o treinta años, así que no me consideraron un hombre hasta esa edad. Fui joven hasta cumplir los cincuenta, esto obedecía a que mi sociedad fomentaba la “patria potestas” o patria potestad, los padres tenían derecho sobre la vida o muerte de sus hijos, yo viví porque mi padre me declaró como su hijo frente al fuego del hogar, sino hubiese sido abandonado a mi suerte, Roma era una ciudad donde los bastardos y las niñas eran entregados a los sirvientes, condenados a morir de hambre o ser devorados por los perros. Mi padre guió todos los aspectos de mi vida aunque yo no estaba de acuerdo y esperaba que hiciese lo mismo por mis hijos, a veces creo que pensaba que era tonto, pero en realidad lo que quería era que por imitación adquiriera los valores de trabajo, sobriedad, moderación, seriedad y desafecto por los placeres que caracterizaban a un buen romano. La autoridad soberana de mi padre solo era opacada por mi madre, era una mujer fuerte y decidida que se honraba de permanecer en la casa para asegurar mi educación, no

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Andrea Ramos – Karen Poliak

Historia de la educación

La vida de un joven romano

Mi nombre es Claudio Augusto Graco, nací en el año VII a. c. en la ciudad de

Roma, fui criado en el seno familiar bajo la autoridad soberana del “pater familias”, es

decir, mi padre, los romanos prolongaban la adolescencia hasta los veintiocho o treinta

años, así que no me consideraron un hombre hasta esa edad.

Fui joven hasta cumplir los cincuenta, esto obedecía a que mi sociedad fomentaba la

“patria potestas” o patria potestad, los padres tenían derecho sobre la vida o muerte de

sus hijos, yo viví porque mi padre me declaró como su hijo frente al fuego del hogar,

sino hubiese sido abandonado a mi suerte, Roma era una ciudad donde los bastardos y

las niñas eran entregados a los sirvientes, condenados a morir de hambre o ser

devorados por los perros.

Mi padre guió todos los aspectos de mi vida aunque yo no estaba de acuerdo y

esperaba que hiciese lo mismo por mis hijos, a veces creo que pensaba que era tonto,

pero en realidad lo que quería era que por imitación adquiriera los valores de trabajo,

sobriedad, moderación, seriedad y desafecto por los placeres que caracterizaban a un

buen romano.

La autoridad soberana de mi padre solo era opacada por mi madre, era una mujer

fuerte y decidida que se honraba de permanecer en la casa para asegurar mi educación,

no confiaba en los esclavos para tal cometido así que ella misma cumplió con ese deber

hasta mis siete años.

Ella dejó en mi carácter huellas imborrables, fue a la única persona a quien le soporte

reproches y le tome en cuenta todos sus consejos, luego me eligieron como institutriz a

una parienta anciana que hasta en la hora de los juegos imponía una atmósfera de

elevada inspiración moral y de serenidad, yo me aburría bastante pero por suerte mi

padre empezó a intervenir en mi educación, liberando a las mujeres de esa misión.

Papá fue mi primer educador, él me llevaba a los campos, al “forum”, a los festines

y también al Senado, me preparó para la vida práctica a través de situaciones reales que

yo podía observar en lo cotidiano, su única regla era que yo respetara la tradición de

cómo se hacían las cosas, la costumbre ancestral o “mos maiorum” era un ideal

indiscutido que todo joven debía acatar, era la norma de toda acción y pensamiento,

también la principal tarea educativa de mi padre.

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Durante mi infancia me enseñaron a esculpir estatuas y retratos de mis antepasados

para adornar el “atrium” familiar y allí los venerábamos, en cada una de mis obras

escribía los hechos más importantes que habían realizado, así sus glorias no serían

olvidadas, nuestro hogar era un templo y a la vez un lugar de vida, nacíamos, nos

iniciábamos, cambiábamos la toga, nos casábamos y respetábamos todas las costumbres

bajo el mismo techo.

Cuando pase a la adolescencia no fue solo por mi maduración sexual, abandoné mi

“toga praetexta” bordada en púrpura y mediante una celebración formal dentro de mi

casa donde me dieron la “toga viril” que era blanca y me declaraba como ciudadano

libre, aunque suena bien seguía bajo el dominio del “patria potestas”, luego vino la

ceremonia pública en el Foro, me acompañaron mis amigos y pariente más cercanos,

adinerados e influyentes asumiendo actitudes fastuosas, esto representaba mi iniciación

en los asuntos públicos y mi ingreso a la vida comunitaria.

Ahora era ciudadano pero mi educación no estaba completa, debía empezar el

“tirocinium” aprender lo que era la vida de los adultos, mi padre eligió a un amigo de la

familia, un político anciano con mucha experiencia y honores, él me enseño sobre

derecho y me dejaba participar en sus consultas jurídicas, al año tuve que enrolarme en

el ejército, mi madurez social quedaba postergada para asumir la defensa de la patria,

las propiedades y la república.

A mi regreso encontré que otros jóvenes estaban interesados en aprender retórica,

pero para mi familia eso era una fuente de desmoralización que iba en contra de

nuestras tradiciones, las nuevas escuelas no buscaban el saber y la verdad, lo importante

era dominar el arte oratorio para disputar a favor o en contra y defenderse en los debates

del Foro, los tiempos cambiaban y yo podía notarlo.

El desprecio hacia las artes y la literatura fue el principio de la decadencia romana,

muchos jóvenes se revelaron y hubo caos, la sociedad inventaba fórmulas para

combinar los espectáculos permanentes y la sexualidad desenfrenada con la

revalorización de la vida familiar tradicional.

Yo mientras tanto preparaba mi matrimonio con una joven virgen romana, ella ya

había ofrecido sus muñecas a los “lares”, había vestido su túnica recta y me esperaba

con su cabello arreglado cubierto con un velo rojo, esa noche yo desataría el nudo de

lana de su vestido en el lecho nupcial y la convertiría en la madre de mis hijos, fue una

buena esposa y una buena madre, yo, después de todo seguí los pasos de mi padre.