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La vida, más que una espesa neblina (Testimonios del “Hogar de la Luz”)

La vida, más que una espesa neblina

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Page 1: La vida, más que una espesa neblina

La vida,más que una espesa neblina(Testimonios del “Hogar de la Luz”)

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El LibroTaller “Héctor Bello” es una metodología

formativa implementada por la Fundación Editorial

Escuela El perro y la rana (FEEPR) a comunidades

que desean visibilizar, rescatar y valorizar los co-

nocimientos que contribuyan a la construcción de su

propia identidad y se apropien de la historia local, la

memoria y el testimonio como elementos de la crea-

ción literaria del pueblo. La FEEPR sirve como puente

en el proceso de realización del libro, cuyo conteni-

do se enfocará en los saberes y experiencias populares

expuestos mediante los diferentes géneros literarios:

narrativa, crónica, poesía, relatos, entre otros.

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Lavida,más que unaespesa neblina(Testimonios del “Hogar de la Luz”)

Page 4: La vida, más que una espesa neblina

Fundación Editorial Escuela El perro y la rana

Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio

Caracas - Venezuela / 1010

Teléfonos: 0212 7688300 / 7688399

LibroTaller “Héctor Bello” realizado en

el “Hogar de la Luz” en junio - julio de 2017

Redes sociales

www.elperroylarana.gob.ve

Facebook: Fundación Editorial Escuela El perro y la rana

Twitter: @perroyranalibro

Facilitadores del libro taller

Elis Labrador / Arturo Mariño

Ilustraciones

Gustavo Montell

Edición

Yaneth Mendoza / Elis Labrador / Camilo Bello

Corrección

Yessica La Cruz

Diseño y diagramación

Arturo Mariño

Depósito legal: DC2017001784

ISBN: 978-980-14-3845-8

La redistribución, comercial y no comercial de la obra,

totalidad, con crédito al creador.

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A Livia Montes,

quien nos mostró, a través de cortos cinematográficos, que las cárceles y centros de reclusión son espacios

para que los privados y privadas de libertad cuenten sus propias historias.

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Agradecimientos

Los autores y autoras de estos testimonios

desean agradecer a familiares y amigos,

al personal de la Fundación “Hogar de la Luz”,

a los “hermanos” y “hermanas”, y a Dios:

en este hogar volvimos a nacer.

¡Hasta la victoria siempre! ¡Viviremos y venceremos!

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Nota editorial

Los testimonios reunidos en este libro fueron escritos entre los meses de junio y julio de 2017, producto creativo del taller “Al ras del texto: escritura y testimonio”, realizado con la participación de la Fundación “Hogar de la Luz”, y desarrollado por la Coordinación de Talleres de la Fundación Editorial Escuela El perro y la rana. Las y los integrantes del “Hogar de la Luz”1 escogieron el género testimonial como forma de apropiarse de su experiencia y valorarla, así como, al mismo tiempo, transmitir a la sociedad el profundo y sostenido esfuerzo por integrarse a la cotidianidad, a su familia y a la vida ciudadana. Nuestra Casa Editorial desea agradecer a todos los que pudieron hacer posible este libro; deseamos que su lectura sea un aporte, una voz solidaria, un acompañamiento y un espejo donde otros hombres y mujeres sientan que no están solos, que siempre habrá una oportunidad: La vida, más que una espesa neblina es una prueba de ello.

1El nombre real de la fundación y los nombres de las y los participantes fueron cambiados para proteger sus identidades.

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Un presente contra todas las adversidades

Muchos de los textos que integran este libro han sido “escritos” oralmente, es decir, los autores han contado sus experiencias a familiares, psicólogos, trabajadores sociales y amigos. Contar la vida no es igual a escribirla e idealizar la vida no es igual a vivirla, se sabe. La escritura permite un rango mucho más amplio que el “contar oral”, no porque ofrece legitimidad y preeminencia, sino porque es uno de los derechos humanos que da constancia al porvenir de nuestra memoria individual y colectiva. En este sentido, la experiencia necesita escribirse. Más allá de ser contada, es importante que sea aprehendida como reflejo vivencial, con todo lo que eso implica.

Ante la ficción o la poesía, el testimonio también se erige como una manifestación de valor hacia el “otro”: desconocido, invisibilizado, silenciado o marginal, su exis-tencia apenas es una referencia donde el “uno” pareciera no tener nada en común con el “otro”. Trato entonces de aclarar que si la ficción y la poesía tienen un vínculo sagrado con lo individual (no por eso individualista), el testimonio, por el contrario, lo posee con lo colectivo y con la vida de las democracias al mostrar sus acier-tos y sus fracasos como sociedad. Repito la pregunta ya

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expresada por otra autora: ¿puede ser escuchado este sujeto?, pero agrego: ¿cómo quiere ser escuchado? Lo cierto es que al contar, ya no desde la oralidad sino desde la palabra escrita, la experiencia y la memoria conver-tidas en testimonio pasan a reclamar una atención más dedicada por el “nosotros”, porque “escuchar” y leer im-plica un compromiso político por transformar la reali-dad, al menos solidarizarnos con la “verdad” escrita por el testigo. La palabra testigo tiene una acepción, en el diccionario, que nos ayuda a entender su valor: “Persona que ha presenciado un hecho determinado o sabe alguna cosa y declara en un juicio dando testimonio de ello”. Esta persona vive en situaciones límite, ha presenciado transgresiones por motivo propio o como observador.

Si cada vida es una historia, ¿cómo será aquella histo-ria que no llega a escribirse hasta perderse en la memo-ria? Con este libro quisimos invertir este orden: contar, escribir, corregir y revisar, así es como logramos hacer La vida, más que una espesa neblina (Testimonios del “Hogar de la Luz”). Cuando hablo de hacer es importante señalar que todos los autores y autoras escribieron y revisaron las transcripciones para evidenciar que no hubiera una reescritura por parte de nuestra editorial. El título del li-bro me parece importante aclararlo, es un sitio denomi-nado “Hogar de la Luz”, antigua casa de la dictadura perezjimenista: amplia, acogedora, con grandes espa-cios y un paisaje imponente. La neblina nos acompañó en todo momento; cuando lograba disiparse, nosotros salíamos a contemplar cómo se manifestaba el paisaje, en estos momentos observé cómo los “hermanos” volvían

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a sonreír mientras esperaban calentarse por el sol en la entrada de la casa.

Es preciso hacer un reconocimiento a la comunidad de esta. Goya decía en uno de sus Caprichos que “el sue-ño de la razón produce monstruos”. Curarse implica más que reconocer el problema y aceptarlo; la adicción, como la propia vida, siempre estará latente; en esta pulsión es preciso ganar, continuar y avanzar a otras experiencias, seguir creciendo. La comunidad que vive y comparte en este hogar, “los hermanos”, lo saben, y todos los días luchan contra la adicción. En una de las sesiones leímos fragmentos de libros testimoniales venezolanos; en uno de estos textos el autor reconocía, desde el simbólico Retén de Catia, que la escritura posibilitaba el anhelo de ser recordado por su familia, por sus hijos. Quiero pen-sar que estos autores continuarán escribiendo y leyendo, apostando por darnos una obra testimonial más extensa, donde puedan saldar su pasado en comunión con un presente que, contra todas las adversidades, les seguirá ofreciendo una oportunidad: necesitamos escucharlos.

Elis labrador

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Desde el vientre se definió mi vidaEva, 54 años

El amor o dolor que se recibe en la infancia define por completo nuestra personalidad, y nos marca,

no un destino, sino más bien un camino.

Son palabras sabias, pues desde el vientre se desenlazó mi vida. Querer nacer antes de tiempo era una señal de lo impulsiva que venía a ser en la vida, esa impulsividad que tanto daño les hizo a otras personas. Querer las cosas inmediatamente, o “como yo las quiero”, o “cuando las quiero”, ha sido mi peor compañera. Ustedes han oído el dicho: “Cuando la partera llegó, ya el muchacho camina-ba”. Así fue mi caso.

Desde el primer mes de embarazo quise salir, y, el día que de verdad salí, a mi madre no le dio tiempo siquie-ra de que llegara la partera, menos de ir a un hospital; ella misma me cortó el cordón umbilical. Le agradezco tanto que fuese una mujer sin miedo a las dificultades y adversidades que se le presentaran. Fue un gran ejemplo para mí, para mis hermanos y hermanas, y para todas las personas que la conocieron. La concepción y la infancia es un factor que definió nuestras vidas.

Mi infancia tuvo momentos buenos, como la de toda niña, pero también momentos difíciles. Cuando tenía 11 años ya planificaba mi vida: tres hijos; un varón que

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nacería el día de mi cumpleaños y dos hembras. Pero también planifiqué no vivir en mi casa, por los castigos y la disciplina que mis padres aplicaban; pensé que era injusto, y así era en ocasiones, pero hoy día sé que to-dos debemos estar sujetos a alguien o algo siempre, para andar en el camino recto de la vida, porque, como dice un pasaje bíblico: “No corresponde al hombre que está andando dirigir su propio paso” (Jeremías 10:23). Pero para mí era inaudito dejarme guiar; esa fue mi primera desilusión, que desencadenó un desastre total en mi vida hasta hoy, cuando, a los 54 años de edad, me encuentro en el “Hogar de la Luz”, haciéndome un tratamiento de rehabilitación para dejar, no tanto la sustancia (alcohol, en mi caso), sino una vieja personalidad impregnada de conductas nocivas y crónicas que me han mantenido en el más profundo hoyo emocional y que, aunque en reite-radas oportunidades he superado por espacios de tiem-po, saliendo victoriosa, al pasar esos lapsos de tiempo, cuando afloran dificultades, me envuelve de nuevo y me arrastra a mi vieja manera dañina de ser, y me hace revol-carme en el más profundo lodo de la vida.

Cuando tuve 15 años, decidí vivir mi vida sin perro que me ladrara, sin guía. Me fui de mi casa, y, como de-cíamos en esa época, en la calle se sufre pero se goza. No es fácil luchar a ese lado de la vida, hay que rajuñar y defenderse fuerte ante peligros reales de muerte, de li-bertad, de uno mismo (como el del suicidio). Realmente no le deseo esa manera de vivir ni a mi peor enemigo, si lo tuviera.

Un día fui al aeropuerto, pues quería ver los requi-sitos para estudiar para aeromoza, ese era mi sueño:

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viajar, conocer, ser libre. Esta era mi primera opción, ya que cuando una está niña no piensa en ser delincuente, o ladrona, o asesina, o drogadicta, no; siempre lo po-sitivo. Pero un requisito indispensable era medir 1,80. ¡Miércoles!, yo medía 1,55 y no creía que me estiraría mucho. Fue muy grande mi decepción. Mi mamá traba-jaba demasiado, pues ella sola llevaba la carga de todos los gastos, y éramos ocho hermanos, y yo no tenía una buena comunicación con ella. Los problemas de la ado-lescencia aparecían, y yo no estaba dispuesta a pasar por esa manera en que mi madre sometió a mis hermanos a esa edad. ¡Yo no, yo sería libre! ¡A esa mala madre no le daría el gusto de dominarme y de hacer conmigo lo que ella quisiera! Eso pensaba. Para mí, ella era un monstruo, una mala madre, lo peor que me pudiera haber pasado, una mamá demasiado brava y estricta, que haría de mí lo que a ella le diera la gana. ¡No, eso no!

Qué estúpida fui: la edad no va con la madurez, y eso lo supe después de muchísimos años. Decidí conocer Venezuela, por lo menos, y lo hice de mochilera, de cola en cola, hace más de treinta años; era normal dar y re-cibir colas, no era peligroso. Caí en drogas de todo tipo durante treinta años aproximadamente: me costó dema-siado salir de ellas.

Hoy tengo catorce años en abstinencia, le guardo rencor a las drogas. Agradezco a instituciones como esta por el tratamiento que me han dado y su apoyo durante todos estos años. Sin embargo, ha sido una experiencia muy dura; yo la comparo con estar llevando látigo en la espalda durante años, pues no son solo las sustancias las

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que afectan, sino la conducta que se adquiere en esa vida, una conducta desajustada, deshonesta, manipuladora, da-ñina, maligna, mal intencionada, descontrolada, y no me alcanzarían las líneas para describírsela.

Odio las sustancias químicas y no volví a utilizarlas. Pero el alcohol es “social”, dicen: dicen que un rico bo-rracho está pasado de tragos, y un pobre borracho está rascado. Pero el uso del alcohol, en esta sociedad, es algo normal; fue por eso que, estresada, obsesiva, frustrada, volvía a hacerlo mi confidente y supuesto amigo para olvidar las penas. Fue peor el remedio que la enfermedad. He sido depresiva durante mi vida, y, con la recaída en el alcohol, mi vieja conducta afloró, mi situación empeoró con el tiempo, y mi estado emocional, físico y social me llevó a ser presa de mí misma, haciéndome daño a mí y a mis seres más queridos.

Hoy me encuentro en este mágico y curativo hogar de rehabilitación, saliendo definitivamente de este gran problema en que me metí por falta de madurez y de conocimiento, y por necedad. Aquí tengo tres meses, y han sido unos buenos y grandes días. He identificado de raíz mi problemática, la confronto diariamente, la tra-bajo, y me esfuerzo por trascenderla, para eliminarla de mi vida y restaurar una personalidad basada en el amor a mí misma y a mis semejantes, el amor responsable, el autodominio, la gran paciencia, la bondad, la benignidad, la fe, la esperanza, la paz y la felicidad.

Por esto yo les digo, amados adolescentes que leen es-tas líneas, no se desvíen: la selva de cemento es engañosa, y a esa edad verás que todo lo que brilla no es oro; es

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mejor llevar una vida sana y apegada a las cosas correctas que tener una vida libertina, llena de desajuste y de malas conductas, que a la larga nos pasa factura, y el precio es demasiado alto, ¡no vale la pena!

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Él piensa que está despiertoJuan, 26 años

Un día cotidiano para un adicto es una rutina en la cual se sumerge, pasando a segundo plano cualquier otra ac-tividad de una persona sana: asearse y preguntarse qué hizo en el día y lo que puede mejorar para su vida. Un adicto solo piensa en descansar después de ese consumo obsesivo-compulsivo que su cuerpo no aguanta, solo piensa en comer y dormir, si es que puede.

Al llegar el amanecer, y estando dormido, ya en sus sueños está pensando en lo que va a hacer para conseguir la sustancia, y es tanta la rutina, que no ha despertado y ya cree que está despierto con la sustancia en la mano, y, si despierta dentro del sueño, justamente cuando la va a conseguir, se frustra el día sin pensar en rechazarla; solo piensa en ese momento en el que va a consumir sin pen-sar en que puede despertar de ese sueño, donde él piensa que está despierto, y lo que hace es seguir bajo el efecto de la sustancia; ese sueño en el que lo único que tiene en mente es consumir y llevarse a quien sea por delante, sin importarle su integridad física y sin pensar en su evolu-ción y en que puede despertar de ese sueño en el que ha desperdiciado su vida con esa sustancia que lo perturba hasta en los sueños, hasta llegar un momento en que no

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puede despertar, por una ciega adicción o una muerte que le ciega la vida.

***

Un día a la vez

Hoy me despierto de buen ánimo, y lo primero que me viene a la mente es pensar en mi familia, lo cual me des-compensa y me lleva a pensar en la calle y en lo que no aproveché en aquel momento; pero, mientras van pasan-do las horas, voy reflexionando y utilizo mi manipula-ción de forma positiva, para no seguir agrediéndome o haciéndome daño por pensar en ellos. Luego aparece la comida; no es mucho, pero está deliciosa, y lo primero que razono es lo que pudiera estar comiendo en la calle, y dejo mi mente volar, y me sigo haciendo daño, pero vuelve a aparecer el pensamiento opuesto que me hace recapacitar que tengo que cambiar mi forma de ver los alimentos. No he terminado de digerir esos pensamien-tos cuando hay cambio de guardia y llega un “guía de centro”, o “líder”, y me recuerda por qué estoy aquí en recuperación; y sigue la lucha interna, y esa sensación de odio al cual le pierdo el gusto, porque en la calle lo degustaba y era normal digerirlo, pero en recuperación es desagradable.

En el transcurso de la mañana empieza el entrena-miento y el aprendizaje para saber identificar qué tengo

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en cada momento. Pero es una lucha interna, como si tuviera dos personas hablándome, y me pregunto por qué pienso y actúo distinto, si yo reconozco lo que estoy haciendo y me doy cuenta de que es una lucha interna constante. Es mentira cuando me dicen que nada es para siempre, porque reconozco que la adicción siempre es-tará a mi lado; solo debo saber cómo ganar un día a la vez internamente, ya que la lucha es interna, no contra los que me rodean.

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Uno aprende a reconocerAlberto, 45 años

Mi nombre es Alberto. Soy oriundo del estado Lara, de un caserío llamado Veragacha. Vengo de una familia hu-milde y de ideología comunista. A los 8 años comienza mi vida entre cárceles, retenes y la calle: cuando tenía 15 años estuve detenido en un retén de menores, donde aprendí más de la vida. A los 20 años, debido a un robo, caigo en el Internado Judicial de Barquisimeto, donde pa-gué una condena de 5 años. Experimenté cómo un ser humano no vale nada a los 30 años. De nuevo en una cárcel, la famosa Cárcel de Uribana, de Barquisimeto, veo de cerca cómo, en una masacre, asesinan a sangre fría a varios de mis compañeros. A los 38 años soy detenido nuevamente, pero esta vez por tráfico de sustancias y por secuestro. Allí experimento lo que una vida vale, porque estoy dejando a una hija. Pero, cuando salgo, todo cam-bia: el desprecio de toda la gente y la humillación me permiten ver todo de otra manera. Algo grande toca mi corazón y permite que un cambio radical llegue: veo un nuevo día, un nuevo amanecer. Una esperanza recorre todo mi interior. En mis sueños veo cómo llego a un lu-gar, un paraíso llamado el “Hogar de la Luz”, y, desde que

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llego, comienzo a escribir mi relato para comprender que en esta vida todo se puede con amor responsable.

***

Cuando caía preso, me sentía nostálgico al ver a mi madre, Aída Luna, llegar con una bolsita de comida y con los ojos aguarapados, dándome un beso en la frente; y, cuando se iba, era tan fuerte ver cómo se alejaba. Fueron tantas cosas las que sufrí en prisión por mi ignorancia, pero todo en la vida cambia para bien o para mal.

Cuando llegué al “Hogar de la Luz”, con ayuda de la Misión Negra Hipólita, todo cambió. Mi madre, mi vieja bella, cómo se sintió tan feliz de saber que su hijo dio un gran paso, “‘na guará”; y otra cosa que me pasó fue que una hermosa dama llegó a mi vida: Yesenia; con su carisma, con su encanto y su humildad, me dio valor para seguir. Mi hermano, siempre ahí, apoyándome. ¡Dígame mi otro hermano!; siempre le decía a mi mamá: “Mamá, él solo no puede salirse de ese vicio. Tenemos que apo-yarlo”. Yesenia me decía: “Amor, yo te quiero ver curado. Te amo”. Mi hermano me decía: “Tú puedes, hermano. Yo a usted lo quiero”. Mi hermana es la que tiene un carácter fuerte, pero a ella la quiero burda, es mi hermana ma-yor. Y mi padre querido, mi viejo, mi querido viejo, tan-to consejo que me dio y que aún me está dando; cómo lo quiero, él es mi ejemplo a seguir, el hombre recto y de corazón revolucionario. Aquí en el “Hogar de la Luz” conseguí otra familia, la gran familia. Todos estamos en el “Hogar de la Luz” por un propósito: el cambio hacia una

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vida mejor. Yo aquí me di cuenta de que tengo mucho que dar en esta vida.

Solo sé, carajo, que cada mañana, cuando me levanto, veo el nuevo día en el “Hogar de la Luz”: mis añoranzas, mi ego, lo bueno que el día a día me prepara; y que mi pasado quedó en el pasado. Qué bueno decir: “Soy un hombre libre sin droga”. Yo digo que sí se puede, lo que hay es que tener fuerza, quererse a sí mismo. Con amor se puede todo, porque nacimos para vencer y no para ser vencidos.

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Me hizo perderlo todoFrancisco

Yo fui un niño muy rebelde desde mis primeros años de vida, pienso que para llamar la atención en el colegio; de los cinco días de la semana de clases, me expulsaban uno o dos, y siempre sucedía algo. Me metía en mani-festaciones en la universidad, y no por ser universitario (solo estaba en 4.º grado). Fui creciendo y dejé el liceo; comencé a trabajar con los “perroscalenteros” de noche, empecé a reunirme con malas personas, y, por tener su aceptación, comencé a consumir. Empecé con el alcohol, y luego con la marihuana. Todo fue en ascenso: llegué a la cocaína y al crack, lo hacía a diario. Mi familia casi no estaba pendiente de mí porque yo vivía con mi abue-la. Ella no me paraba mucho, y yo hacía lo que quería, mientras mi madre vivía en otra ciudad, en Mérida, y yo en Maracaibo o en Mérida.

Qué buenos tiempos esos que viví en Mérida; solo te-nía unos 12 años. Viví cuatro años de mi vida allí, fueron buenos tiempos, los mejores. Me fui a Maracaibo con mi abuela y todo cambió. Comencé el consumo y dejé los estudios. Luego fui a Puerto La Cruz con mi madre que se había divorciado. Fue muy difícil, yo trabajaba para comer y mi madre no estaba pendiente de mí. A los 19

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años tuve un accidente por el consumo y estuve seis me-ses en muletas; vendí todo lo que tenía para poder pagar una residencia. Me vine a Maracaibo a los 20 años. Tuve mi primer consumo con heroína. Recuerdo que me la re-galaron, y muchos me dijeron que me la fumara, pero eso fue horrible: me dieron ganas de vomitar. Yo la voté, no me gustó, y preferí que no me gustara, porque, muchos años después, fue la heroína mi droga de impacto, fue la que me hizo perder todo lo material.

En una oportunidad me compré un carro; tuve el chance y lo aproveché. Eso sí tengo: cuando quiero algo, lo hago. El carro lo compró mi familia, que es pudiente, y también me dieron una casa; menos mal que no a mi nombre, porque ya la hubiese vendido, como mi carro, que lo vendí para consumir heroína. Lo vendí por partes y muy barato. Cometí muchos errores por la heroína: no me bañaba, descuidé a mi hijo y a mi esposa y perdí casi todo lo material. Si no es porque mi esposa escondió en casa de los vecinos las cosas que nos quedaban, lo hubiese perdido todo. Algo bueno salió de todo esto: mi esposa aprendió a ser independiente de mí. Ella era muy mimada, todo se lo hacían; tuvo que buscar comida, di-nero y cosas para mi hijo. Mi vida la cumplía yo mismo. Por el consumo, tuve una vida de aprendizaje y de viajes, pero la droga cambió eso. No me arrepiento de lo que hice, pero sí perdí tiempo en cosas que hubiese podido hacer. Dejé de estudiar y trabajé mucho, pero todo era para el consumo. Me gusta viajar, pero era más lo que consumía que otra cosa. Estuve en dos centros antes de estar en el “Hogar de la Luz”: uno fue el Hogar Crea y el

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otro la posada El Peregrino. Son buenos hogares, pero, de verdad, no tenía la decisión de dejar la droga, no había tocado fondo como con la heroína, que llegué a buscar en la basura todas las noches. Vivía en una buena zona donde la gente vota cosas buenas, y sobrevivía cuidando carros y robando cámaras de vigilancia, bombillos aho-rradores, “Farmatodos” y supermercados; con eso tenía para mantener el consumo de heroína, pero no de mi familia, a la que descuidé por completo. Mi hijo y mi esposa rebajaron, no tenían ni para comer; pero sí fueron muy fuertes para aguantarme tanto y no irse. Me vi atra-pado en la adicción, no podía ni quedarme un día en mi casa, me sentía como un esclavo, porque la heroína causa dolor físico. Busqué ayuda en la ONA y me costó un poco conseguir el cupo, pero lo conseguí, y fue lo mejor que me ha podido pasar, por todo lo que se trabaja en el “Hogar de la Luz” para el crecimiento personal, por lo que pude cambiar mi vida en todo lo emocional y dejar la esclavitud que tenía con la heroína, que me hizo mu-cho mal y que casi me lleva a la indigencia y a perderlo todo. Mi vida cambió en el “Hogar de la Luz”.

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El amor trae más que compañíaCarlos, 34 años

Nos veíamos en el liceo todas las mañanas, y casi siempre yo hacía cosas indebidas, por eso mis notas y mi nivel académico empezaron a menguar de un modo precipi-tado. Definitivamente, lo que ella me ofrecía era más lla-mativo para mí que otra cosa que existiera en mi mundo, ya de por sí golpeado y resquebrajado. Seguíamos pla-nificando qué haríamos pasado el mediodía. Nos quería-mos tanto, y no sé si era por las ganas de vernos y por otras cosas que hacíamos juntos, que la ansiedad en mí empezó a brotar como si fuera un chorro de agua abier-to. Muchas veces no llegaba a la hora, y, otras, ni siquiera llegaba; eso no me gustaba para nada. No entiendo cómo carrizo se apoderó tanto de mí esa flaca. Claro, hoy día sí lo sé, aunque hubiera querido que no hubiera sido así, pero ya era algo que venía de mucho tiempo atrás, esa vulnerabilidad que se acentuó más y más en mí, y que al final no sé si será buena o mala, pero reconocerla, por lo menos, es lo mejor que puede pasar por ahora.

Bajaba del 5.º piso del edificio en el que vivía, para esperar verla, cruzando la calle de un lado al otro, vol-teando para ver cómo aparecía cruzando la esquina; esos minutos eran eternos y tan cargados de esos nocivos

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sentimientos. Yo sabía de algo que servía para aplacarme, yo sabía que mi madre había sentido lo mismo que yo, pero de modo exponencial. En su guardarropa, ella tenía la solución en unas cajas pequeñas, allí estaba por canti-dades industriales; primero tomaba una y todo cambiaba o bajaba, y me calmaba, me daba fuerza para seguir al otro día, y así sucesivamente. Dormir era mejor, dormir tranquilo y hacer, en mi orgullo, como si nada había pa-sado. Al otro día, otra vez lo mismo. ¡Qué cosas de la vida! Sin darme cuenta, ya había abierto esa puerta que me tendría sujeto por más de 16 años, haciéndome vil, sucio, cobarde, rata de la más baja calaña, pero un hom-bre solo, eso: un hombre esclavo.

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Los hombres nacieron para ejercer su libertadJeremías

Bueno, yo me siento capacitado para rehabilitarme y echar para adelante. Soy una persona amargada e irri-table, pero soy sincero y verdadero; no me gusta decir mentiras, aunque a veces miento: he robado a mis seres queridos; mi exnovia me montó cachos y me dejó por causa de la droga. Ahora, por eso, estoy en recuperación, para facilitarme un curso y un trabajo para ayudar a mi madre. El arte de quererse es como una danza que se baila a través del amor. Je t’aime.

***

Yo me siento bien por mi tratamiento. He sentido ver-güenza, dignidad, me he sentido inseguro, con ganas de evadir, pero yo sé que triunfaré. Debo demostrarle a mi familia que yo sí puedo cambiar, que yo sí podré lograr las metas que me proponga. Ya tengo diez días en la co-munidad, y eso para mí es tremendo avance; he dejado la droga, pero no me he rehabilitado. En el principio, los hombres nacieron para ejercer su dignidad.

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El otro LarrysLuis, 51 años

Mi nombre es Luis y tengo 51 años. Tomé la decisión de comenzar a tener una vida sana, a nivel interno y exter-no, en mi cuerpo y órganos vitales, como el corazón, el hígado, el páncreas; ya saben, por el fulano alcohol y por el daño a mi familia al no atenderla, el amor a mis hijos, esposa, madre, hermana, sobrinos, como se lo merecen; hasta pensé en mi padre fallecido. En lo social, cómo lo señalan a uno y lo tildan de borrachito. En lo laboral −30 años de servicio en Corpoelec−, recibí el llamado de atención por parte de mis supervisores, por el olor etílico, y llegué al extremo de tomar en horas laborales. Lo cierto es que después de más de 30 años libando, en el mes de octubre de 2016, comencé a realizarme exámenes de chequeo general, ya que en el año 1997 sufrí un infar-to debido al consumo de alcohol. Los resultados fueron extremadamente exagerados, hasta el límite de mostrar ya una cirrosis, o sea, la muerte a pocos meses si no to-maba una decisión en pro de mi vida.

Un buen día amanecí y me encontraba en el “Hogar de la Luz”, que con su brisa fría me hizo sentir que estaba donde hace tiempo debía estar, recibiendo toda canti-dad de ayudas para mí. Qué gran día ese. En este lugar,

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donde he aprendido no solo lo malo que es el alcohol, sino más adentro de mí, como ser humano con alegrías, tristeza, amor y muchas ganas de vivir, quien también toma decisiones, quien debe hacerse planteamientos sin ser manipulado, ser sincero y, sobre todo, positivo, sin miedo; y, al egresar del “Hogar de la Luz”, disfrutar con su familia y compartir todo el tiempo perdido dándoles mucho amor.

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No más yo: más Dios, la escritura, la vidaKarla, 31 años

En un episodio de mi vida, una vida desordenada y llena de intranquilidad, estando en sustancias tóxicas, me ente-ré de que estaba embarazada. Me sentí alegre y a la vez frustrada. A los dos meses, me di cuenta de que tenía que dejar todo eso que haría que mi bebé naciera mal. Aun así, no pensaba en un aborto. Pasaron cinco meses y aún no era tiempo de que el bebé naciera; aun así, el bebé decidió salir a ver la luz del mundo. Luchó entre la vida y la muerte. Dos meses después, lo cargué por primera vez, emocionada y angustiada. ¡Otro varón, Dios!

Pasaron horas, días, meses, años... y hoy en día es un niño perfecto, hermoso, sano y muy inquieto. Ya tiene tres años y medio, se llama Brian, quien no se merecía que su madre volviera a caer en este venenoso mundo de sustancias, necesitando él una madre, una buena mu-jer a su lado para crecer como un verdadero niño fe-liz y con amor, igual que sus hermanos. Y aquí estoy recaída otra vez, en esta vida de terror. No tenía que suceder. Frustrada, agonizada y sin rumbo, perdiéndolo todo o casi todo, y perdiendo a gente que me amaba, que

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confiaba en mí, que me dio otra oportunidad y la perdí. Pero aún me queda una esperanza: sobrevivir a esto.

Hoy por hoy estoy aquí, en el “Hogar de la Luz”, re-habilitándome, pero sé que, en el nombre de Dios, saldré adelante y seré fuerte, aunque haya gente que todavía no crea en mí. Solo yo me demostraré que sí puedo luchar y vencer este mundo lleno de dificultades y maldades; con la ayuda de Dios y de mis buenos compañeros y tera-peutas del “Hogar de la Luz” lo lograré. Venceré y viviré, bendecida, prosperada y en victoria.

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Para disfrutar terminé malJorge, 20 años

Vivir en un camino oscuro y en la vida negativa no es algo del más fuerte ni del “más malo”. Yo, en particular, fui una persona maliciosa, manipuladora, y lo que me proponía obtener lo conseguía siempre, con un antifaz para demostrar imponencia y fuerza, cuando, por dentro, la verdad es que era tímido y me daba miedo demostrar mi verdadera personalidad, por temor a lo que dirían de mí los demás. La vida externa se me convirtió en una gran mentira, la cual me era difícil de mantener. Despertar to-dos los días y ver el daño ocasionado a mis familiares y a mí mismo me carcomía la vida y la conciencia. Comencé a consumir para disfrutar, y terminé consumiendo para no sentirme mal. Al pasar el tiempo y al seguir creciendo y madurando, me di cuenta de que la buena vida y la vida de valientes realmente era la de las personas que enfren-taban con esfuerzo los obstáculos que se les interponían, y me di cuenta de que era de “pendejos” seguir en lo mismo toda la vida. Las personas que consumimos dro-gas, no es que somos personas “malas”, sino que somos personas que, durante nuestra niñez o adolescencia, tuvi-mos problemas que nos marcaron, y que en la actualidad seguimos consumiendo por no saber cómo afrontar o

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manejar eso que nos atormenta. No pretendo hacer que tomen conciencia, ni nada por el estilo. Esta es mi viven-cia, plasmada en un resumen; soy el portavoz de todos esos adictos que creen o creyeron que no podían lograr nada y que fueron juzgados por su condición.

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Otro tipo de liderazgoAlfredo

Me llamo Alfredo, “El Catire”. Éramos una familia muy querida. Mi niñez en la escuela fue muy tremenda, era muy mala conducta y peleaba todos los días. En mi ado-lescencia tuve una pelea con un conocido y con su tío y su primo; los golpeé a los tres y me fui adonde mi primo. Estando ahí, me fueron a buscar, y salí a pelear, y me dieron una pedrada en la cabeza y me fracturaron el cráneo, y estuve un tiempo inconsciente en el hospital. Cuando me dieron de alta me fui adonde mi hermana, en Barquisimeto, y empecé a trabajar con mi cuñado. Me iba muy bien pero llegó el hijo de mi cuñado y empe-zó la bebedera y la “putiadera”, y entonces tuvimos un problema él y yo, y regresé a Acarigua. Como ya era un adolescente empecé a juntarme con delincuentes, y eso me llevó al consumo de las drogas. En ese momento lo hacía solo por curiosidad, pero, transcurrido el tiempo, cuando era ya un adulto, empecé a pasármela con gente más peligrosa. Ya andaba en robos en ese momento. Caí preso con mi compadre “P.” y con otros panas, y en el calabozo los robaron a ellos, pero yo, como era el más atestado, peleé por lo de ellos y me lo gané. Yo ya era el líder del calabozo, y, como ahí estaban también privados

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de libertad unos conocidos, y eran mis panas, ya eran muchos los vínculos que tenía para ser el líder de mi calabozo. Luego salí de ahí y empecé a vender drogas con mi compadre “C.”, que en paz descanse. Duré un tiempo trabajando con él y con otro pana. Un día muy tranquilo yo estaba en el sitio donde vendía, en la cantina Villa Acarigua, y estaba de lo más tranquilo, cuando de repente salieron unos tipos de la cancha y empezaron a disparar contra nosotros, y en ese momento salimos co-rriendo para adentro, pero ya había agarrado un tiro en la espalda y me había rozado el pulmón. Gracias a Dios no fue nada que ocasionara daño alguno. Salí del hospital, y el mismo día que salí mataron a un conocido, en el mis-mo sitio donde me dieron los tiros a mí. Entonces mis pa-dres me enviaron adonde mis hermanos en Barquisimeto. Ahí empecé una vida nueva: conocí a una chama llamada María que estudiaba con mi sobrina Yohana, y estuve un tiempo con ella, pero lo nuestro no duró mucho, porque empecé a juntarme con otras personas, y con los taba-queros, y empecé a beber y a consumir cocaína otra vez, y ya era todos los fines de semana, amanecíamos y pasá-bamos tres días pegados. Ahí encontré el amor de mi vida y empezamos un romance: duramos tiempo, y salió em-barazada; ahí empezó mi alegría, porque iba a ser padre, pero no duró mucho, porque, por desgracia, perdió el bebé a los cinco meses. Entonces volví con los amigos de andanza, y empecé a recaer en el alcohol y en las drogas otra vez, y empezaron los chismes a “mi amor del alma”, y empezamos a tener problemas, y recaí en un mundo más oscuro, porque cambié de sustancia: caí en el crack,

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y eso me condujo a vender todo lo que tenía y todo lo que conseguía para poder fumar. Ya había perdido a to-dos mis amigos y familiares, y todo lo que me rodeaba, hasta que un día recibí una llamada de mis hermanos: me dijeron que iban a visitarme, eso me pareció raro, pero lo acepté y cuando llegó el día, me llegaron de sorpresa y empezaron a revisar el cuarto para ver qué conseguían, pero, como no consiguieron nada, preguntaron qué me pasaba, y yo respondí que nada. En ese momento mi her-mano me preguntó si me ocurría algo, porque cada día estaba más flaco, y eso los tenía preocupados, porque ellos me enviaban comida. No sabían que yo la cambia-ba por drogas. Y en ese momento empecé a llorar, y les dije, llorando, que era porque estaba pasando hambre: que mis hermanas me enviaban comida, pero que no era por eso; y me preguntaron: “¿Qué te pasa, hermano? Sé honesto”, y ahí me fui en llanto y les dije la verdad: que sí estaba consumiendo drogas; y me preguntaron que si quería ayuda, y primero dije que no, pero empezaron a decirme cosas, y recapacité y acepté la ayuda; y empe-zaron a moverse con el Dr. Juan, que es muy amigo de mi hermano y de mi madre, y me enviaron al José Félix Ribas en Barquisimeto; ahí y me mandaron a hacerme unos exámenes y unas terapias, y me enviaron al Centro de Rehabilitación “Hogar de la Luz”, en El Junquito.

Hoy estoy rehabilitado para salir como un hombre nuevo y enfrentar la vida de una manera sana y muy di-ferente a como la venía viviendo, y aprender a quererme a mí mismo y a mi familia. Doy gracias a todo el equipo terapéutico que hizo esta rehabilitación realidad y que cambió toda mi vida de negativa a positiva, para poder

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ser un hombre de éxito. En el “Hogar de la Luz” luchare-mos y venceremos.

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No todo es como se piensaMichael, 20 años

Soy Michael. Mi historia, como la de muchos, tiene un principio y un final. Me inicié en el consumo de sustan-cias a los 15 años: lo que no sabía era en qué me había metido, por el egocentrismo y la soberbia de querer de-mostrarme a mí mismo que, lo que habían dicho de las drogas, conmigo no iba a pasar. Pero con el transcurrir de los días me fui envolviendo más en esa forma de vida en la calle; por problemas familiares y de trabajo, me fui habituando a sustancias lícitas e ilícitas, pensando que podía vivir mi vida en un constante consumo sin afectar a nadie, ya que era un consumidor laboral.

De lo que no me estaba dando cuenta era de que sí se veían afectadas muchas personas: papá, mamá, fami-liares y yo mismo. Personas que me aman con tal fuerza y aferramiento que se preocuparon mucho cuando se dieron cuenta de mi situación; y a mí, cegado por una droga, no me importaba mi necesidad ni la de los que me rodeaban. Me hablaron de tantas maneras para que entrara en mí y dejara ese mundo; pero en mi mente yo tenía otras ideas, creía que la droga era buena y, aunque me dañaba, yo la quería seguir consumiendo. ¡En qué estaba pensando! ¿Acaso vivir un placer momentáneo es

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mejor que una vida sana? ¿O lo es compartir con la fa-milia y darle valor a las personas que de verdad te aman, sin apegarse a ellas?

Llegó un momento en el que mi desespero por no caer más en este mundo dañino les llevó a buscar ayuda por otro lado, a lo cual accedí abiertamente, para comprobar quién estaba mal. Lo que me llevó a conocer gente que tiene experiencia con jóvenes y toda clase de personas envueltas en esta situación, con las cuales me fui conec-tando y entendiendo; me gusta lo que me hacían enten-der. Con ayuda de unos tíos, mis padres buscaron un lu-gar donde internarme para mi mejora, a lo cual yo accedí. Estuvimos dando vueltas por toda Mérida, buscando el lugar correcto y haciéndome exámenes, hasta que por fin todo se dio y llegué a un lugar llamado “Hogar de la Luz”, donde no pensaba que iba a explorar tantos senti-mientos y actitudes. Al principio fue difícil, pero luego me di cuenta de todo el potencial que ya había en mí; fui cambiando poco a poco, dándome cuenta de lo que era capaz de hacer y que cuando consumía lo tenía cerrado. No tienes que tocar el fondo para darte cuenta de que estás mal y necesitas ayuda. Puedes poseer lo mejor de la vida, pero vive la vida sanamente.

En este primer tratamiento he convivido con gente de muchos caracteres y personalidades distintas. Me pongo a observar y a escuchar a cada uno de ellos, y de cada uno recibo un mensaje diferente que me hace crecer cada día más psicológicamente y como persona. En momen-tos recuerdo el pasado, y recuerdo cuando estaba en el consumo; como un día en el liceo: el director me miró y

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me dijo que mi corte de cabello no era el adecuado, y yo le contesté: “¿Qué quiere?, ¿que me lo corte como us-ted, pelón?”. Porque él es calvo. En pocas circunstancias yo faltaba el respeto, pero ya no era el mismo. En otro momento llegué a consumir tanto con unos compañeros, que en ese momento veía cómo algunos se quedaban dormidos en los bancos de los parques y las plazas, y se lo iban a contar a mi papá, diciéndole el pesar y lo mal que me sentía de verlos así; claro, yo haciéndome el que no lo hacía; era una forma de desahogarme con él.

Me llegó a pasar también que, en una falta de control de mis emociones, me dio un ataque de risa tan fuerte que me estaba ahogando; me hicieron algo que llamaron la prueba del eco, donde constantemente me repetían la misma palabra, lo cual era extraño: mi mente se sentía in-cómoda y llegaba a un punto de descontrol. Yo seguía en el mismo estilo de vida, llevándome a más experiencias. Otra de ellas fue cuando percibí lo que comúnmente lla-mamos “la pálida”, sudando frío y con taquicardia; me sentí muy asustado y lo dejé de hacer por un tiempo.

La única verdad, y es lo que más me gusta, es que desde que entré al primer centro de rehabilitación mi vida cambió: el cambio fue doloroso, fuerte y duro pero, al ver mi desarrollo, decidí quedarme. Hay una actividad llamada “Multifamiliar”, se trata de una terapia que inclu-ye a la familia, la primera vez que se hizo, de verdad que menosprecié a mis padres, no los valoré, ni me interesa-ban. La segunda vez ya había tomado algo de conciencia: me hacía falta mi madre y su rica comida, sus cuidados, el negocio de mi padre, y darme mis gustos, ese día partien-do en llanto con mi mamá al lado y mi padre, qué bien

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se sintió expresarme ese día. Hoy, 17 de junio de 2017, cuento una parte de mi vida: me siento bien sin consumir y quiero seguir adelante por mi bienestar y por mi futu-ro, el cual valoro cada día más.

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Toda una nueva personaDayana, 26 años

Tengo 26 años y soy de Boconó, cumplo el 6 de julio de 1991 y también el 6 de julio de 2017, que es la fecha en que ingresé en este hogar y lo que sigue es parte de mi vida.

Una jovencita madre que salió con su hijo de un año a consumir sustancias y hasta llegó a ser alcohólica, los tribunales vieron esos desastres porque el papá la denun-ció y se lo comunicó a una abogada. La joven respondió “ok”, no hizo rebeldía y asumió su consecuencia, luego le iban a dar libertad y quedó embarazada y volvió a cometer los mismo errores, su libertad fue negada. La mayor felicidad de esta joven son sus dos hijos, así es la vida: conservar lo bueno y lo malo.

Un día le dijo a la psiquiatra: “Quiero ayuda para re-cuperarme en un Centro de Rehabilitación”. La doctora le respondió: “Le ayudaré”. El papá la ayudó y también el pa-dre de los hijos estuvo a su lado cuando tomó esa decisión.

No quise matrimonio por mi edad. Ni apellido del pa-dre de mis hijos porque tendrían el mismo apellido que sus abuelos. La joven ha tenido problemas con la bebida, para ella es importante volver con su novio, transforma-da en otra persona.

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Rebeldía y violenciaSalvador

A la edad de 5 años me sentía consentido, y era demasia-do tremendo y muy desobediente. Muchas cosas me las dejaban pasar. Algunas veces me dejaban solo en casa y yo me escapaba a la calle. En mi adolescencia ya era muy rebelde: viajaba solo, salía y llegaba tarde, bebía, amane-cía y como si nada. En mi mayoría de edad era rebelde y un poco violento. Los dos últimos años cambié bastante mi rebeldía y mi violencia.

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El fugitivoAdrián

El fanatismo, la adicción o la enfermedad por un consu-mo me llevó a una dualidad. Yo usaba las drogas por el lado de lo espiritual, para conseguir puntos energéticos y divertirme, o por ejemplo escribir canciones, ya que soy cantante y compositor, al final las drogas me empezaron a usar.

Un día, mi padre se fue a Margarita y me dejó solo en la casa. Para esos momentos yo no trabajaba y solía pedir dinero para comer y conseguir como drogarme. Hubo una vez que tenía tanta hambre y pude entrar por el techo de la casa, no tenía acceso porque mi padre no compartía mi estilo de vida, en ese entonces dormía en un cuarto que estaba en la sala.

Encontré mucha comida y ropa, en momentos de ba-chaqueo y escasez de comida que estaba pasando el país, empecé a sacar de a poco y vendía para consumir, hacer música y por supuesto para yo comer. Poco a poco abu-saba y sacaba más cosas de mi casa.

Cierta noche me confié y me dispuse a dormir dentro de la casa y dejé sobre una cama lo que iba a bachaquear. Cuando estaba a punto de dormirme, entró alguien con una linterna y me despertó cortésmente. Era mi hermano,

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no discutimos porque yo no soy una persona agresiva y él tampoco. Solo me dijo: “Tenías un futuro tan brillante, ¿sabes lo que hará mi papá cuando llegue?, te mandará a meter preso”.

Recogió lo que dejé sobre la cama, salimos y fuimos al cuarto en el que papá dormía. Ya fuera de la casa mi hermano revisó, me quitó la ropa que había tomado de mi padre y se fue. Tomé la decisión de entrar otra vez a la casa para agarrar la carpa ya con el propósito de fugar-me. Agarré una chaqueta de lana, de las más caras que te-nía mi padre (no se la quería quitar), pero en la situación en la que me encontraba no lo pensé dos veces, me llevé también las cornetas de la computadora para venderlas.

Me fui y empecé a trabajar en una panadería de un sensei, pues también soy karateka. Volví a entrar a la casa y saqué toda mi ropa y la dejé en casa de un amigo donde hacíamos música. Un día estaba en la panadería y mi padre me buscó, hizo que recogiera mis cosas que le había robado y me dijo que buscara un lugar para rehabilitarme.

El centro me presta las herramientas pero la decisión está en mí. Yo he decidido no volver a la adicción por-que me llevó a una situación que no quisiera repetir. Me siento más verdadero y sé que puedo tener los estados de conciencia que necesito para para mi evolución espi-ritual y humana, con los alcaloides internos.

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ÍNDICE

Nota EditorialUn presente contra todas las adversidades

Desde el vientre se definió mi vidaEva / 17

Él piensa que está despiertoJuán / 22

Un día a la vezJuan / 23

Uno aprende a reconocerAlberto / 27

Me hizo perderlo todoFrancisco / 30

El amor trae más que compañíaCarlos / 33

Los hombres nacieron para ejercer su libertadJeremías / 36

El otro LarrysLuis / 37

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No más yo: más Dios, la escritura, la vidaKarla / 39

Para disfrutar terminé malJorge / 41

Otro tipo de liderazgoAlfredo / 43

No todo es como se piensaMichael / 47

Toda una nueva personaDayana / 51

Rebeldía y violenciaSalvador / 52

El fugitivoAdrián / 53

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La vida, más que una espesa neblina fue impreso en la Fundación Editorial Escuela

El perro y la rana en julio de 2017.

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La vida, más que una espesa neblina

Este libro no es el relato de la tristeza; más bien es el testimonio de mujeres y de hombres que nos describen con absoluta franqueza la experiencia de haber tenido una vida intervenida por el yugo de las drogas, y que nos cuentan cómo decidieron liberarse de estas. En sus palabras puede hallarse el reflejo de una sociedad que no solo desconoce en gran medida las señales de quienes han devenido en transeúntes del carril de las sustancias tóxicas, sino que en demasiadas ocasiones les da la espalda a estos y los rechaza, cuando la problemática de las drogas, en tanto realidad cuyas consecuencias no discriminan ningún estrato social, debería ser una situación que nos incumba a todos y todas.Quienes protagonizan estos testimonios no se identifican con el papel de víctimas, sino que reconocen la cuota de responsabilidad que pudieran haber tenido en su encuentro con las vivencias que aquí nos narran, porque, en el acto de explorar sus propias conciencias, entienden que la verdadera valentía es la que asumen las personas que se sobreponen a la desesperanza y “enfrentan con esfuerzo los obstáculos”.

Ministerio del Poder Popularpara la Comunicación y la Información