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Portada e ilustraciones interiores por Patricia Pérez Montes Digitorial recomienda la impresión de esta obra en papel reciclado de menos de 70 g. 2008, Eliel Luna Rodríguez Diseño editorial por Digitorial www.monomag.com.mx/digitorial Comentarios sobre la edición y contenido de este libro a: [email protected] Eliel Luna Rodríguez Laberinto

Laberinto

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Escritos anecdítocos escritos en prosa. Narrativa Mayo 2008

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Page 1: Laberinto

Portada e ilustraciones interiores por Patricia Pérez Montes

Digitorial recomienda la impresión de esta obra en papel reciclado de menos de 70 g.

2008, Eliel Luna Rodríguez

Diseño editorial por Digitorialwww.monomag.com.mx/digitorial

Comentarios sobre la edición y contenido de este libro a:[email protected]

Eliel Luna Rodríguez

Laberinto

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LaberintoEliel Luna Rodríguez

PrólogoVivo para escribir w 03El filósofo w 05El actor w 07El perro quiere ser perro w 09La piedra w 11El nombre w 13Él w 15Ella w 17Una representación w 19El loco w 21A Schopenhauer w 25Arjé w 27Arquitectura egipcia w 29Edificios de la historia w 31El nostálgico, melancólico e histórico

recuerdo del nombre de una calle w 33La nada, más allá de la muerte w 37Evolución w 39Los dos escritorios w 41

Déjame ser w 43No soy w 45¡Que vivan los jóvenes y estudiantes! w 47Tu nombre y yo w 49Irremediable w 51La idea de ti w 53Olvido w 55Escríbeme w 57Déjame encontrarte w 59

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Índice

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Laberinto es una representación que de una u otra manera siempre ha estado presente en mi manera de aceptar muchas cosas. ¿Será el universo un interminable laberinto?, lo único relativamente cierto es que en cada paso, en cada viven-cia creo encontrar una verdad de vida que al cabo del tiempo caduca, algo como una puerta tentativa e incluso como una falsa verdad. En este laberinto incluyo algunos textos de un conglomerado anterior titulado Historias en medio de todo. Dicho conglomerado resulto ser un pasadizo que hoy ha en-contrado una nueva puerta que quizás con el tiempo vuelva nuevamente a perderse hasta volver a encontrar sentido. La-berinto no es una palabra nueva. Ni la única vez que se aplica a un texto, recuerdo el laberinto de Paz y el laberinto de Bor-ges que tantos deliciosos conflictos me han dado. En el vivir y en el ser humano de todos los días recorro in-tensamente el enmarañado de pasillos. ¿Qué sorpresas o acci-dentes habrá de revelarme el laberinto?

— Eliel Luna Rodríguez

Prólogo

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Yo escribo por que no encuentro otra manera de exor-cizarme. En todas las palabras existen combinaciones mágicas que me elevan. Construyo enunciados, versos, historias, páginas que me delatan. El mundo de las letras es un océano inagotable que se con-vierte en mi lugar favorito. Es mi refugio. No imagino mi mundo sin letras o sin palabras que escri-bir. Cada símbolo es una ventana universal, abstracta; que me invita a pensar. Todos los seres de la naturaleza poseen un lenguaje para manifestarse. Yo escribo. Algunos hombres renuncian a la grandeza de las palabras para encontrarse en la rudeza de los golpes. Yo elijo escribir… o tal vez, la escritura me eligió a mí. Yo escribo en todas direcciones, sin prisas, sin culpas y sin prejuicios. Por medio de las letras expreso lo que veo, lo que invento y lo que vivo. Escribo para poder vivir…vivo para escribir.

Vivo para escribir

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complejidad de mi vida, a pesar de la angustia y la esperanza o la felicidad y el sufrimiento. Intento ser yo, ser alguien y tratar de entenderme. Ya lo dijo el maestro: «Conócete a ti mismo». Eso es lo que yo procuro. No intento influir en nadie. Aunque según algunos estudiosos de la sociedad, los com-portamientos de la generación con la que coincido están alie-nados a su momento histórico, yo prefiero creer que no tengo tiempo, que voy a otro ritmo, que pude haber sido en cual-quier lugar o cualquier época. Este pensamiento influye en todo mí ser. Soy un animal social aunque me considero un apolítico de mi siglo. No me importa ignorar el accidente de existencia de lo que se supone es mi tiempo. Ni siquiera sé que es el tiempo o si existe. A lo largo de mi vida he aprendido a amar mi existencia a pesar de todo. Amo la edad de los porqués. Amo la duda y la certeza de la incertidumbre. Amo la sabiduría.

El filósofo

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¿Quién soy? Desde hace mucho me confieso una y otra vez intentando saber quién soy. Jamás he salido de la tierra que me vio nacer. Aún así, no me considero un hombre de un solo lugar o de un pueblo es-pecífico. No sé si el universo nos tiene deparada una naciona-lidad específica. Recorro en mi pensamiento diversos temas: la eternidad, la muerte, la vida, el movimiento, los fines axio-lógicos y el conocimiento; todo aquello que la modernidad no puede venderme como producto con envoltura e instantáneo. De cierta manera, preguntar es también recorrer el universo. Mi instrumento es la razón, me interesan todas las cosas, me importan sus causas y me resisto a creer que algún día alcan-zaré una verdad. Grandes cuestionamientos habitan en mi, encuentro res-puestas tentativas y con el tiempo he aprendido a plantear mejor las grandes preguntas de la vida. Me gusta el diálogo, encuentro en las palabras mayor con-suelo que en actos bruscos de unos hombres sobre otros. Me gusta pensar y escribir lo que vivo. Me gusta vivir a pesar de la

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El actor

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A Margarita Robles

No recuerdo el día preciso en que quise ser actor. Es po-sible que mi voluntad lo haya decidido a pesar de mí. Es mi destino y mi condena. Me considero un loco y un conflictivo; lo cual es necesario para ser quién soy a través de la inter-pretación. Continuamente imagino cosas, temperamentos y situaciones; además me dejo arrastrar por la vida y algunas veces con toda intención experimento las emociones del vivir. Como todos, casualmente he actuado en mis vivencias, pero no puedo hacerlo todo el tiempo; perdería mi cualidad de humano y para serlo es necesario vivir bajo la incertidumbre de la improvisación y de la sorpresa. Para ser en el escenario tengo que ser también en la vida. Leo mucho; me convierto en testigo de los pensamientos de los grandes escritores. In-tuyo su verdadera intención aunque no se que sería de mí si en el público estuviera Cervantes mientras yo intento ser El Quijote. No tengo la memoria de Cervantes para saber que es-peraba de sus protagonistas o la forma en que los visualizaba; seguramente él no fue Sancho Panza o el molino de viento;

entonces al estar en dos planos distintos eso nos salva mu-tuamente. Soy actor a conciencia, lo llevo en la piel y en todo mi ser. Estudié arquitectura hasta el tercer año; mi madre no puede quejarse, intenté darle el gusto de verme como todo un profesionista aunque mis esfuerzos fueron vanos, siempre estaba ahí el escenario y yo en el. Me fastidian los actores de contentillo, esos que actúan de manera sublime cuando su vida afuera del escenario es sublime, o que actúan fatídica-mente cuando fuera del escenario son una tragedia. Se nace y se hace actor, es una unidad indivisible. Creo que el actor debe manejar magistralmente las máscaras de su vida para impactar contundentemente a sus espectadores. Sudo mi arte en cada ensayo hasta fatigarme. Hago lo que me gusta y ade-más, a veces me aplauden. Lucho por hacer que el público no olvide mi personaje; que vaya a casa pensando en las frases y las acciones, que ría y que llore, que antes de dormir piense la sagacidad o la valentía del héroe, que se sienta malvado o que odie al malvado, que le brote una lágrima ante el sufrimiento; que se vea reflejado en alguna frase o que se cuestione, que regrese al siguiente día y encuentre nuevas experiencias, que viva a través de mi ficción. Renuncio a todo por ser actor, por trascender a través de este arte. Para mí no pido nada. A mí… a mí que me olviden, que no recuerden mi nombre ni mi ros-tro. Yo soy yo, soy todos y soy nadie.

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profundo bosque, del olor a un aire sin cadena y sin nombre: sería simplemente lo que era. Lamentablemente el perro no sabía de distancias y toda su epistemología se basaba en su instinto empírico, por ello olfateo el camino hasta la barrera final que se abría ante su animalidad, entre más avanzaba el olor a hierba era más natural y fresco; se detuvo y giro su ca-beza hacia atrás, mostró con maestría una mirada nostálgica típica de su especie, como si no pudiera desligarse de su pa-sado y del destino de sus ancestros, avanzó un poco más y un poco de gloria se asomaba a su existencia, un leve gruñido le dio valor y un poco de esperanza, de hecho sonó más natural, más a perro. De pronto un silbido y una voz dieron fin a ese épico y ro-mántico momento. Su amo, ese ser frustrado que se creía su dueño, estaba destinado a aparecer para chantajearlo, llamán-dole amorosamente por el nombre que le fue impuesto: ese tono tierno lleva en sí una traición esclavista. Otro silbido, y miró nuevamente a su dueño de la única manera en que sabe hacerlo; corrió hacia él y renunció a su instinto, confundió la fidelidad con la domesticación, con ser un objeto con cuerpo de animal. Siempre tuvo esa mirada y es probable que en ella estuviera un mensaje subliminal hacia todos aquellos que se creen due-ños de un animal de su especie: «El perro quiere ser perro».

El perro quiere ser perro

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Aquella tarde olvidaron cerrar la puerta. Lo único valido de su existencia en ese momento era aquél instinto innato de bestia, mismo que le despertó la inquietud de salir al patio trasero de aquella mansión. De perro paso a mascota. Tuvo un precio. Posteriormente le asignaron un nombre, nada pudo hacer. Su padre, madre, hermanos y toda su genealogía padecieron el mismo mal y sufrieron la condena del capricho de los hombres. Las modas en su dialéctico retorno generan más vulgari-dad en cada vuelta, un día le pusieron un atuendo especial de marca «canino a la moda». Los humanos siempre tan domes-ticadores creían que su mascota era feliz. La vanidad humana incluso inventó una etiqueta falsa «el perro es el mejor amigo del hombre». El perro mostraba diversidad en los atuendos que sus due-ños le imponían. Ellos se jactaban de los colores, las formas y los costos, lo ridículo y lo humillante por parte de su mejor amigo el hombre. Esa tarde, con la puerta abierta en el patio trasero de aque-lla mansión, unos cuantos metros separaban al perro de un

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La piedra

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Un momento inesperado, el lugar, las personas y el tiempo. Mi voluntad siguió su camino, se entregó dócilmente a la traición. Mi nombre no es Judas. Me llamo Ernesto, como mi padre y como mi abuelo. Hoy traicioné a un amigo. Hermosas sin duda son las virtudes que Sócrates propone a los hombres, aunque conocernos a nosotros mismos puede llevarnos al espanto. ¿Podrá un hombre bueno convertirse en malo? ¿Podrá un hombre malo convertirse en bueno? ¿Qué o quién soy? Un cuchillo atravesando el corazón de un ser humano, un beso para entregarlo a la muerte, la palabra que hiere con su veneno, son tres acontecimientos que se repiten una y otra vez en la vida de los hombres de todos los tiempos. Yo herí con mi palabra. No resisto la carga tan pesada de aquél acto, de mi traición. No hay marcha atrás, arrojé la piedra y soy mi propia senten-cia. Nada me consuela, soy yo el miserable y soy yo el herido. No me queda nada, solo vencer mi orgullo y suplicar el per-dón desenmascarándome ante el traicionado.

Yo, hombre plagado de defectos, arrojé la piedra y ningún hombre puede juzgarme. Todos llevan consigo la piedra. Hoy mi conciencia perdió su propia batalla. El más dañado sigo siendo yo.

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El nombre

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En la antigüedad los egipcios advirtieron que el verdadero nombre de las personas permanece oculto a nuestras percep-ciones. Si alguien descifrara el verdadero nombre, aquella re-velación pondría al descubierto e indefenso a un hombre en poder de otro. No el nombre con el que llaman al hombre, sino el nombre que descifra lo que se es en sí. Una vez un hombre formuló la siguiente pregunta: ¿Quién eres? El otro respondió: Yo soy el que soy. Jamás reveló su verdadera identidad. Hace años un joven llamado Horacio se enlistó en la poli-cía local. Ayer, Horacio siendo un hombre de edad madura, recibió una medalla en reconocimiento por ser el policía de mayor éxito y valor en combate contra los delincuentes. Previno el delito y actuó en medio de la acción entre policías y ladrones y asesinos. Muchas veces utilizó su arma y supo lo que es pri-var de la vida a alguien.

En su discurso, Horacio ofreció un breve mensaje:«Cuando recibí mi licencia de policía, creí entender quién era. Además de Horacio también me llamarían policía. La lucha contra el delito y contra el hombre convertido en horror so-cial era mi misión de vida. Al recibir este reconocimiento, descubro en mí aquello contra lo que quise luchar. Yo, un asesino.» Al descubrir quién era, al descifrar su verdadero nombre. Horacio sacó su arma y se disparó.

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Él

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El pasado, el presente y el futuro retornarán en él. De nada sirvió su proximidad a los libros o a la fe. De nada sirvió intentar razonar en medio del amor frente a su nuevo amor. Simplemente siguió su destino de hombre. La mujer se ena-mora del amor, pero el hombre... En el lecho que construyó con su nuevo amor, consumó su pasión con otra mujer, carne con carne, no pudo evitarlo y no quiso evitarlo. La suave caricia, el beso profundo, la excita-ción y la intensidad fueron el proceso pasional que él vive de manera compartida con todos los de su especie. Su amor, ese amor que le dio nuevas alas, ese amor al que le juro entrega total y eterna, lo ha descubierto en medio de aquél intercambio de sensualidad sin límite. Es mejor no bus-car explicaciones sobre el amor: la desmitificación siempre es dolorosa. De nada servirá que él ofrezca repetidas veces la disculpa: ella ha tomado una decisión que le duele pero que es defini-tiva; puede hacerlo, esencialmente está preparada para tomar

decisiones que enfrentará durante toda su vida y que cum-plirá estoicamente en el ciclo de la vida humana. Él por ahora se siente infeliz y desgraciado, se reprocha a vulgaridades su brutalidad aunque de nada sirve y de nada tenga sentido. Mañana saldrá el sol reflejado en otra mujer y él seguirá el devenir. Seguirá siendo hombre, seguirá siendo él.

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Ella

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Su biología la ha preparado para las más sacrificables proe-zas. Todo podría concretarse a que ella es vida. La primera vez que lo vio, la idea de futuro era más que una simple idea. Así que le hizo creer que por él se definía el comienzo. El principio de todo ocurrió cuando ella lo había elegido. Él jamás se dará por enterado para beneplácito de su vanidad. Entregar el cuerpo y el alma tiene otro significado en ella a pesar de las leyes de la naturaleza. El hombre se enamora del objeto del amor, pero la mujer… Sin duda alguna le dijo que lo amaba, lo dijo con valentía, entendiendo el significado de sus palabras sin que ello repre-sente una verdad absoluta. Él, jamás podrá igualarla en ese sentimiento ingenuo y espontáneo, por ello se dedica a la es-cultura y otras artes, intentando compensar contra la senten-cia femenil: «Todos los hombres son iguales» Para ella, el lecho de amor representa el santuario donde su espíritu intenta fundirse a su amado. Es su espacio sagrado, donde justificará gran parte de su ser, el hogar mismo. Por ello su realización fue a paso lento, al ritmo de su amor. Él

no lo entendió así y por ello lo ofreció a otra mujer que pudo haber sido cualquier mujer. Ahora la proeza es desprenderse. Ella soportará el dolor en-frentando la decisión de alejarse de él. En ella afloran hazañas que la engrandecen en los actos del inicio hasta el fin de su vida. No hay marcha atrás, le ha dicho adiós y esta preparada para hacerlo, así como un día le dirá adiós a sus hijos después de haberles entregado su vida. Ella toma decisiones para el presente, decisiones drásticas que solo una mujer puede to-mar. Ella, que hoy sufre, encontrará regocijo mañana en lo que ha sido: sus recuerdos son su mayor tesoro. A diferencia de él, la pintura, la escultura, la música y todas las artes se en-cuentran en otro plano. Ella no las necesita. Ella es sabiduría y vida.

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Una representación

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¿Por qué algunas personas creemos que le somos indife-rentes a todo lo que nos rodea? Esta es la noche del 8 de julio de 2005; el único sentido de afirmar la fecha es para sentirme real y vigente. Seguramente algún hombre del siglo iii, una mujer del siglo xvi o un niño del siglo xxi encontrarán todas las noches iguales, con llu-vias, tormentas, descargas eléctricas o llenas de lo apacible y sereno, a lo largo del tiempo y en todas sus combinaciones, pero todas iguales. Hoy que he decidido sentarme en el césped de un legen-dario parque en medio de la noche y creyendo que nadie me busca y creyendo que nadie me entiende, las fuerzas del uni-verso no cesan en seguir provocando el devenir. La estrella más lejana juega conmigo; ella siendo estrella, provoca en mí una simulación de movimiento. Y yo aquí, estático, contemplo su luz. En estado de soledad los hombres se confiesan así mismos. Yo confieso que esa luz astral me envuelve en la inmensidad de la nostalgia. Sensación de haber vivido un siglo sin el abra-zo de un ser amado.

No se cuánto tiempo ha transcurrido desde que estoy aquí en este parque que no es más que un punto de la tierra, que no es más que un punto del vasto universo. Miro hacia arriba, indefenso ante el infinito. La estrella jamás podrá darme una explicación. Ella siendo lo que es, orgullosa y bella, me ignora. Esta noche podría ser igual a las noches de todos los tiem-pos y yo puedo ser un hombre como muchos hombres de to-dos los siglos con muchas incógnitas en medio de una noche, sin saber si soy percibido. Dudo del terreno que recorro en este instante… fantasía, suposición, realidad. A la distancia he descubierto a alguien que me observa. Desconozco su rostro. En su mirada al verme hay un gran cuestionamiento, segu-ramente enumera una y otra vez sus hipótesis. Camina hacia mí. Yo, que hace un momento me pregunto incesante si el uni-verso me percibe, quien quiera que sea el que me ve, ahora se encuentra frente a mí y me dice: ¿Por qué ignoras al mundo? No me atrevo a decirle, a contestarle algo, y ni siquiera me lo ha permitido; se ha ido. Ahora en mi pensamiento se ha construido la siguiente pregunta: ¿Quién ignora a quién?

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El loco

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— Buen día Andrés. ¿Cómo está? — En este momento, creo que bien. Aunque el horrible sabor del café me ha provocado malestar. En fin, nada grave. ¿En qué puedo ayudarle señorita?— Vengo a platicar con usted. — ¿Y sobré que?— Sobre lo que usted quiera, Andrés— ¿Sobre lo que yo quiera? Tomando en cuenta que ya nadie quiere platicar conmigo me parece una magnífica propuesta.— Cualquier tema es importante Andrés. ¿Qué es para usted el mundo?— Son muchos los años y aún no he podido definirlo. Entien-do al mundo como un lugar absurdo pero inevitable. Esta de-finición nada tiene que ver con mi felicidad o mi sufrimiento. En este mundo me llaman Andrés y con el paso de los años me he ido acostumbrando a ese nombre; incluso podría de-cir que me gusta. Da lo mismo el nombre, el cual no revela mucho de lo que somos; es solo una apariencia como lo es también este mundo.

— ¿Y esa idea gobierna ahora su vida Andrés?— De unos años para acá, el cinismo y el escepticismo go-biernan mi vida; me burlo de todo y de todos comenzando por mí. Antes no lo hubiera logrado, mi orgullo exagerado y mi vanidad sobre el conocimiento no me permitían romper los convencionalismos y sarcásticamente faltarme al respeto. Estudiaba medicina y eso lo justifica. Después de un tiempo abandoné esos estudios.— ¿La medicina le creó un conflicto?— No necesariamente la medicina, pudo haber sido el dere-cho, la arquitectura, la docencia o cualquier otra profesión o área del conocimiento. Es probable que el problema sea yo. Hablando de conflictos, ¿se ha enterado de la nueva guerra en oriente?— Sí Andrés.— Pues déjeme le platico que cuando por casualidad o acci-dente me entero que en algún lugar del mundo hay guerra, me da risa, nadie entiende por qué, muchos se dan por agredidos y ofendidos (como si de verdad les importara lo que sucede al otro lado del mundo) como si de verdad toleraran que allá creen en otro dios y tienen otras costumbres sociales que acá son repudiadas; aún así, cuando río procuro no limitarme, de hecho es algo incontrolable. Creo que los hombres somos siempre violentos y siempre queremos poseer todo, hasta la inmortalidad. Todos peleamos por todo: por la pasta dental, por ocupar el baño, por un lápiz, por un permiso, por ropa, por comida, por envidia, por las personas, por los sentimien-tos de las personas, por un pedazo de tela, por todo. La guerra está en todos lados y en todas las personas. Es absurdo, ¿acaso algo nos pertenece?— Entonces al decir que nada nos pertenece, usted no le en-cuentra sentido a la guerra.— Así es señorita. Dos hombres en estado natural pelean-do por un pedazo de carne es más justificable que miles de hombres peleando por una abstracción. Me fastidian los re-gionalismos, que en cierta forma son los iniciadores de las guerras masivas. El problema de la sustancia individual frente a la esencia general en los humanos. Vivir la vida peleando

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con otros me parece una perdida de tiempo, de esfuerzo y de ánimo. Cuando mi vida termine, para la muerte no seré un americano muerto, un europeo muerto, un asiático muerto, o un africano o antillano muerto; seré simplemente el fin de una vida, un muerto cuya nacionalidad universal es la muerte. Cuando le platico esto a alguien, ese alguien me observa con desagrado. ¿Qué si soy un desprendido? Es posible.— Andrés, decía usted al principio de esta plática que hace tiempo nadie quiere platicar con usted. ¿Qué hace usted con-tra la falta de conversación?— Tengo tantas preguntas sobre mi existencia que en ello ocupo el tiempo. Toda hora es mi hora (sin pretender creer que el tiempo me pertenece). Todas esas preguntas confabu-lan en mi contra. ¿Quién soy? Esta me ha llevado toda una vida. Hablo conmigo y esporádicamente con cualquiera como es el caso entre usted y yo. Cuando converso con alguien abuso de mi plática, no dejo hablar al otro. Acompañado o no, desde hace muchos años siempre termino hablando solo. Algunos dicen que estoy loco. Me gustaría ser un loco, uno de esos que vagan por cualquier calle, haciendo su propia región de la Mancha; uno de esos que es libre, al menos más libre que yo.— ¿Y qué...— ¡Doctora! ¡La visita ha terminado!— ¿Doctora?, ¿cómo que la visita ha terminado? ¡No! ¡Espere! ¡Por qué me agarran! ¡No!— Tranquilo Andrés, no pasa nada. Todo va a estar bien. Tranquilo. Muy pronto volveré a visitarte para platicar con-tigo. Cada martes desde hace meses estoy aquí contigo. ¿Lo recuerdas…? — Tranquilo, no te agites. Ahora descansa, cierra tus ojos y duerme. Hasta pronto.

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A schopenhauer

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Comprendí el misterio del reflejo, descifré lo infinito del espejo cuando al mirar, me sumergí en mí mismo, intros-pectivamente dí significado a todas las formas, todo estaba ahí y yo al frente era el reflejo, era yo en medio de una mareja-da de percepciones; el misterioso secreto en el contacto entre sujeto y objeto. Fue entonces cuando entendí que todo juega y proyecta una idea que me pertenece, que es mía y también de nadie. Padecí la idea de la fugacidad del tiempo, de la felicidad, de las verdades absolutas, del éxito y el fracaso, del amor y el odio, ignorando que la voluntad de vivir todo lo rige. Después del largo recorrido, descubrí que aquellos arquetipos eran un juego del cual me enajenaron las formas. Acepté que el mun-do es mi voluntad y mi representación

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Arjé

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Soy el talentoso conjunto de situaciones, lugares, épo-cas, personajes y horas. Todos son efecto de mi caprichosa causa. Soy el arjé, soy el que soy, lo que no ves. El griego, el egipcio, el hindú, el persa, el oriental, el andino, el africano y el latino; todas las razas, todos distintos y todos similares... individuos que padecen cíclicas tragedias. Todos son un juego de pensamientos y de sueños, todos son libres... en mi mente. Soy el eterno de manto trágico que labra el mapa de alguien que es y que no es, de quién me piensa porque lo pensé. ¿Cuándo, cómo, cuál, porqué el origen o fin del universo? Jamás te lo diré.

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Cuando el egipcio tomó la piedra, aceptó su destino en la historia. La belleza, las matemáticas y la majestuosidad ri-gieron la concepción de sus obras. El templo como lugar de reposo eterno, antesala a la infinidad. El egipcio, que entendió la dualidad de las cosas y que su-mergió en el misticismo su cultura, no desconoció la conexión de todo lo que existe, por ejemplo: los nombres, los ritos, los números, la vida, la muerte y las construcciones. De ahí su lugar como modelo para otras culturas; de ahí su riqueza. El templo, la pirámide, el speos, la mastaba, el hipogeo son un culto a la trascendencia del ser en la muerte, son formas variables y conexas para rendir tributo al poder dinástico, a la inmortalidad, y al enlace con el más allá. No en vano es considerado el arte egipcio maravilla del mundo. Parece asombrarnos las similitudes entre la arquitectura egipcia y otras culturas, al menos así parece... una similitud. ¿Cuántos secretos del pasado se ocultan a nosotros en la arquitectura egipcia?

Arquitectura egipcia

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¿Cuántos Egiptos ocultos se encuentran en otras civiliza-ciones del mundo? Sin duda, los egipcios aceptaron seriamente su tarea de rendir culto a la muerte construyendo impresiones maravi-llosas en la vida.

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Edificios de la historia

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A lo largo de los años, los hombres han procurado de-finir el extenso significado del tiempo. La historia como tal, ha provocado enumeradas variables a dicho concepto. Las evidencias le dan sentido a la historia y a la identidad de un pueblo, de ahí los hombres, la piedra, el Partenón, el Coliseo, la Gran Muralla, Machu Pichu, el templo, Tenochtitlán, La torre; los lugares que presenciaron acontecimientos determi-nantes. En la historia arqueológica, en la arquitectura, quedan im-presas las formas, los temperamentos, el folklore, la esencia, los rasgos, las hazañas y las desventuras de una cultura. Esta su definición y su proyección. De ahí que muchos crucen el mundo para atestiguar la historia, para sentirse identificados e incluso para encontrar una relación entre su lugar de origen y alguna cultura remota. Pareciera increíble sentirse egipcio frente a su Esfinge, o sentirse griego en el santuario a Apolo, sin embargo sucede. Muchos aseguran percibir una mística especial al convertirse en testigo, aseguran percibir la esen-cia de la majestuosa obra. De ahí que procuremos eternizar momentos, de capturar imágenes y de incluirnos en ellas con

el único fin de atestiguar la historia, de sentirnos parte, de encontrarnos. Cada siglo aporta capítulos que parecieran entreverados, cíclicos; para ello es necesario que los hombres aporten nue-vos escenarios y conserven los ya heredados, como una prue-ba de trascendencia, auto descubrimiento y belleza.

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nombre de Sección a, el resultado fue atroz, el recuerdo en si ya no representaba lo mismo. El legendario nombre encie-rra un romanticismo, un anhelo, un recuerdo, una identidad y una representación. Pienso en la historia, en mi historia y pienso en las calles. Pensar por ejemplo en las banquetas, en los jardines, en los árboles, en el ambulantaje, en los que sin conocernos vamos y venimos. Pienso en mi infancia y recuerdo la calle Toledano y Misión, en la calle México que me llevo a la docencia, en la calle Sonora como reunión de amigos. Pienso en la calle Ma-dero donde mis padres, en la calle Miguel Ángel de Quevedo y los libros, la calle Abbey Road y los Beatles, en la calle Stand-ford y un amor juvenil, la calle tercera y las deliciosas charlas de historia. Se dice que los importantes acontecimientos de una vida evocan una fecha, pero también... un lugar, una calle tal vez. Pienso en todas ellas y conforme transcurre el tiempo más disfruto deletrear sus nombres. En la literatura aparece el nombre de una calle donde siem-pre ocurre algo importante; en las canciones y en diversas ar-tes también.

El nostálgico, melancólico e

histórico recuerdo del nombre de una calle

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Cuando caminé por la extensa calle Victoria en Adelaide, Australia, ocurrieron (probablemente por la seriedad de los anuncios que dan nombre a la calle) diversas interrogantes acerca del nombre y el personaje implícito. Al hablar del tema con personas del lugar, surgieron un sin fin de hechos inte-resantes: una vieja expedición, una herencia monárquica, un conflicto familiar, un romance, decisiones difíciles y la le-yenda. El nombre de una calle involucra siempre una histo-ria y posiblemente nostalgia; el hombre que labró su nombre y que después al dar significado a una calle, la historia am-plia su significado con las múltiples historias divergentes transeúntes que se entretejen en la cotidianidad urbana. No imagino Champs Elisé a partir de hoy con el nombre de Ave-nida 5. Recuerdo en la distancia, jugar a imaginar las emo-tivas tardes caminando por la calle Carranza pero bajo el

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Hace algunos días, me enteré que en alguna ciudad del mundo habían decidido cambiar gran parte de los nombres de sus calles principales, y por consecuencia desprenderse de su herencia sociocultural, el motivo (probablemente) se atri-buya a una moda o un capricho producto de la modernidad y sus injusticias y sus olvidos. Ojalá que aquellas calles que en mi memoria nunca se ex-travían, no sean extraviadas por una moda, un capricho o un inconsciente olvido de las generaciones venideras.

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La nada, más allá de la muerte

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La primera revelación ocurrió ayer; mientras intentaba cumplir mi trabajo, que era mirar el trabajo de los demás en las aulas escolares. Observaba una clase, de la cual solo re-cuerdo los efectos de una meditación universal. El Maestro y filósofo habló de la nada y de la muerte como dos aconte-cimientos distintos, y que la muerte es un hecho natural de referencia a la nada. Por alguna íntima razón, yo quería refu-giarme en la nada y una idea me llevó a otra. Después de escri-bir algunas inciertas notas de evaluación, me sumergí dentro de mí y me olvidé de todo. Aunque Borges dijo que la idea de perderse no es nueva; por un momento creí que yo era el único que padecía o anhe-laba aquella arcaica fuga. Quise olvidar mis circunstancias, aquellos ensayos fallidos y dolorosos de mi vida, dejar de lado lo que nunca podré cambiar y no me enorgullece, olvidar las pérdidas y las angustias; aceptar que alguien o muchos me habían olvidado para cederme un perdón o un castigo. Escon-derme de la complicada combinación de fechas y lugares, de

regiones y de credos; de comunes padecimientos y coinciden-cias. Pensé en renunciar a la idea resignada de aceptar la natu-raleza del mundo y del universo; que todo me sucede a mí. ¿Y si fuera cierto que nos pasa lo que queremos que nos pase? Y que todo aquello que nos angustia o da esperanza, se ma-nifiesta subliminalmente en lo cotidiano. De ser así, entonces ¿cómo se debe vivir ante el insuperable hecho de la muerte? En plena metafísica existencial influye en mí otra interro-gante. A mí, que me sorprende la idea de lo eterno, me cues-tiono sobre cómo vivir ante la idea de la nada. ¿Cómo sería el mundo sin mí? fatigado busque otra manera ¿qué sería de mí sin el mundo? y ¿cuál es la verdad sin mí y sin el mundo? Tuve miedo de desprenderme de todo. Quizá la clase, el maestro y las palabras que dieron origen a esta incansable meditación, sean un juego alevoso de lo que no es. Me ha prestado un nombre, un oficio y un algún día, una muerte que me devolverá a la nada. Salí del aula a continuar mi vida.

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Evolución La relación hombre–medio ambiente

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Darwin divisó el instinto de supervivencia y la ley del más fuerte en la evolución de las especies como factores determi-nantes en el incansable ciclo de la vida. El mundo representa un escenario invaluable para el desarrollo de todas las espe-cies, sea cual sea su clasificación, localización y naturaleza. Si bien la relación entre las especies encierra un ciclo vital, amoral, voluntarioso y de equilibrio. El homo sapiens atenta contra ese escenario invaluable, contra las especies y contra sí mismo. No me atrevo a ofrecer respuestas o teorías con-tundentes sobre el tema, si acaso expreso el producto de las reflexiones al respecto por medio de las siguientes preguntas. Es quizá en la construcción de preguntas como se pueda en-contrar caminos cercanos a algunas respuestas. ¿Qué y quién es en si el hombre? ¿Cuál es la esencia axioló-gica del hombre y qué la determina? A diferencia de las gene-ralidades naturales de todas las especies y su voluntad natural ¿por qué algunos hombres deciden destruir el hábitat natural de todas las especies y por qué otros lo permiten? ¿Por qué la amoralidad de las especies animales y vegetales logra un equi-librio de conservación y la moralidad del hombre en algunos

casos destruye y pervierte los procesos naturales? ¿Cuál de-bería ser el fin del hombre en relación con su medio ambiente en un una época acelerada de revoluciones tecnológicas? ¿Por qué si el hombre ha pretendido conocer el fin último de las especies y su relación con el medio ambiente, entonces atenta contra el mundo, las especies y el medio ambiente? ¿En que ciclo de la evolución se encuentra hoy el género humano? Después de nuestro paso ¿Cómo será redefinidida la rela-ción hombre – medio ambiente por el próximo eslabón de la especie humana? Y antes de que eso suceda ¿Qué haremos al respecto?

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Los dos escritorios

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Dos escritorios rigen la vida de un hombre. No existe un orden, no hay primero ni segundo escritorio. Ni mejor ni peor, ni anhelado u odiado. En un escritorio un hombre se gana la reputación y el éxito de la vida útil. Desde ahí reproduce acciones mecánicas en beneficio de la eficacia y el profesionalismo, lo que algunos llaman los actos del hombre. Desde ese escritorio el pragmatismo gobierna las órdenes y decisiones. Para él, jamás debe desprestigiarse el poder. Con orgullo, el escritorio es adornado por estantes llenos de diplo-mas y reconocimientos que algunas veces logran dar mayor impacto a el antenombre clasificatorio de quién lo preside. En otro escritorio ese hombre juega al oráculo, al que es. Desde ahí reconstruye el universo una y otra vez. Lápiz y papel adornan este escritorio donde todas las cosas pueden ser, donde toda historia ilógica es posible bajo la certeza de la incertidumbre. Aquí un hombre conjuga los juegos de la inteligencia por medio de las palabras y de símbolos intem-porales como el tiempo y el espacio en formas no lineales, ni predecibles... y aunque en definitiva se considera mejor lector,

no aspira a más que seguir encontrando mundos dentro del mundo. Desde este escritorio ese hombre cree que lo esencial de las cosas no es una ilusión, por ello descree de la fama, el poder, el status y algunos convencionalismos. Dos escritorios comparten un mismo individuo si es que en verdad es uno solo (quizás sean dos o ninguno). Dos escri-torios son el arquetipo de la dualidad de los hombres de to-dos los tiempos, como de Hamlet y de Alonso Quijano que escondían tras de si la memoria de Shakespeare y Cervantes, o de Borges con el otro Borges y también de los dos detrás de los escritorios. A mi me gusta creer que es así (y aceptar ese pensamiento me consuela). Yo que vivo en ellos quiero pensar que así sucede y que sobrevive en mí el hombre íntimamente personal a pesar de lo que muchos superficialmente ven.

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Déjame ser

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Déjame emprender el vuelo y enfrentar el peligro de cada nueva aventura. Tolera mi valentía y mis valores. Disculpa mi derecho a decir no, a no estar de acuerdo, a mis jóvenes opi-niones. Déjame enfrentar el peso riguroso de la libertad: la de elegir y renunciar. Déjame errar y caer las veces que sean necesarias. No reprimas mi idea sobre la posibilidad de múl-tiples representaciones del vivir, no me digas que sólo existe una. Déjame intentarlo a mi propio ritmo. No decidas por mi, ni intuyas, ni supongas; no te enojes ni me exhibas, porque lucho por construir un ser que íntimamente se manifiesta en mí. Un ser que no eres tú y si interfieres, mi camino será más turbio y a pesar de ti intentaré ser yo.

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Tímidamente observo al astro que contempla las trage-dias de todos los hombres. No soy la excepción a la sentencia de vivir repetitivamente entre la angustia y la esperanza, ni tampoco vivo ajeno a las dudas sobre el tiempo y el arjé. En medio de las avenidas y calles, me siento sepultado por la indiferente urbanidad. Dis-tante caminante ajeno, extraviado, prófugo. Frente a los su-burbios, los aparadores, los autos, los semáforos, los ruidos y el mundo, sigo buscándome. Así inicia esta confesión. No soy las definiciones mezquinas de la tradición. No soy lo que ves, ni soy mi nombre. Tampoco soy mis años, ni ese personaje poco eficiente. No soy esa abstracción humana: las masas; ni un vacío certificado. Tampoco soy parte de una clasificación social, ni una forma de vestir, ni de hablar. No soy la representación del que percibe y evalúa.

No soy

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Si acaso, aspiro a ser aquél que no sabe nada, un hombre que por el camino de la razón encuentra consuelo a las difi-cultades, aspiro a ser impopular, invisible, apolítico. Un timó-crata bendecido de templanza, un hombre que sonríe bañado de eudemonia y porqué no… un cínico.

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LaberintoEliel Luna Rodríguez

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes!

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¡Que vivan los jóvenes y estudiantes! Porqué son fuerza y contracorriente.

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes!Porque son ruptura y nuevas oportunidades para sanar a los hombres.

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes!Porque siempre habrá amanecer y mañana.

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes!Por ser caída libre y aventura, por ser río y vertiente.

¡Que vivan! por hacer que los adultos no comprendan el ci-nismo más valiente, por ser nostalgia y dar oportunidad a los mayores de encontrarse a si mismos, de recobrarse.

¡Que vivan! porque de ellos esta hecho el reino de la alegría, la energía y la magia.

¡Que vivan! porque sudan adrenalina e inconsciencia, porque exhalan amor y pasión.

¡Que vivan y no se detengan por ser lo quisieron ser! Que vi-van y sean groseros con las ataduras, que rompan las cade-nas manipuladoras de los adultos.

¡Que vivan! y con el resplandor de su antorcha, incendien el mundo, a cada humano en cada lugar, que transformen todo lo que les rodea, la cultura misma, su sociedad.

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes!Porque su rebeldía es la mejor sabiduría y su sin razón la mejor razón.

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes!Porque en el reloj de la vida, el segundero marca la hora más intensa y lúcida de la existencia. Por ser devenir, cam-bio, movimiento.

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes! Y también sus extremos, su radical pensamiento y su necedad.

¡Que vivan! Porque siempre tendrán la oportunidad de hacer-nos sentir maravillosamente rebeldes, porque son águila en vuelo, porque son la altura más inmensa, porque en esos trotes del camino, nos hacen sentir más humano, más naturaleza, más revolucionario.

¡Que vivan los jóvenes y estudiantes! Y no olviden que su principal misión es afinar el intelecto, alimentarlo y com-partirlo, para avanzar un escalón más en la revolución de todos los días, en la evolución de la especie y de la vida.

¡Que vivan!

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Tu nombre y yo

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Pronuncio tu nombre como muchos hombres que aman y están condenados por designio del amor a consagrar en su corazón y su memoria al ser amado.

Yo, que intento desprenderme de todo regionalismo o de toda tradición, lucho por ser parte de ti y ser tuyo eterna y re-petitivamente.

¿No es acaso este intento una contradicción?En la sabiduría del amor, toda contradicción es lógica y toda

lógica es una contradicción.Un suspiro a media tempestad, una sonrisa en un momento

difícil, un instante de gloria en el café comercial de una esquina.

Bajo el efecto del amor la belleza está en cualquier parte.Yo, hombre enamorado, en eso me ha convertido el amor.Pronuncio tu nombre, como Lorca o Nervo y cualquier otro

hombre enamorado pronuncia alguno, pero tu nombre na-die como yo.

Hoy, este día, en este instante y por tiempo indefinido,nadie pronuncia tu nombre como yo.

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Irremediable

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Irremediablemente soy ese hombre que, frente a la ven-tana, queda impresionado ante la noche monumental que nos vigila y percibe melancólico la libertad del viento. Soy la mi-rada cautiva, soy tu espía, que se reconoce simétricamente en poesías y prosas y no en el reflejo oculto del espejo. Camino siempre alejado de la intención de distancias y sus mediciones o fracciones, extrañamente los lugares de siempre, los que pueblan mis recuerdos aparecen ante mis distraídos pasos y me cercan y me dirigen. Lugares donde retraído de la urbanidad leo algún libro o escribo frases que recientemente reclaman tu esencia. Disfruto los días ligeros, aquellos donde el único compromiso es escapar de lo rutinario y entregarse resignadamente a los libros, al mar, las charlas, los recorridos, los amigos, la música, al tinto, a tu andar, a tu voz y a tu ojos; a esa deliciosa sensación de felicidad. Celebro los encuentros accidentales que nos acercan, los caprichos del tiempo, los juegos del espacio, las coincidencias, los misterios. Comienzo a entender y aceptar la insoportable levedad y necesidad del ser. Irremediablemente soy ese hombre que, escéptico... te piensa.

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La idea de ti

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El épico momento en que se detiene la historia del hombre que te sueña, no es más que la representación de un instante poético. Renuncio a la mezquindad de fríos adjetivos conglo-merados y por ello intentaré excluirlos de esta confesión, sin quedar exento de alguna traición del inconsciente. Ante la fantasía y hechizo recuerdo poderosamente tus labios, recuerdo tu nombre, en diferentes tonos, en opuestas direcciones, cíclicamente. Tantos recuerdos de nada, tantos anhelos de nada, tanto tiempo de nada. Para ser, construyo la utópica ocasión en que me miras. Juego vanidosamente a la invasión de tu pensamiento y a que en los momentos felices te inundo de nostalgia. Juego a ser el motivo de tu sonrisa arrolladora e inocente. En la distancia, en medio de todo vivo adicto al ejercicio de extrañarte. Here-dé de los poetas el resignado y trágico anhelo de contemplar, de imaginar la esencia de las cosas, de falsear y construir fic-ciones. Tus besos, tus palabras, tu rostro, tus sentimientos, tú ética, tus sueños, tus miedos; todo aquello que es y que me ex-cluye de tu vida. Aquella mirada que solo yo interpreto y que no es para mí como las cosas que no son, como el caprichoso

juego de no ser. Porque es la idea de ti, no tú; como no soy yo porque no sabes de mí.

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Olvido

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Como Neruda, quisiera escribir desesperadamente los ver-sos más tristes esta noche… y exorcizarme. Entiendo profundamente la abstracción a pesar de todos, en contra de todos, incluyendo todo, pero no fuera de ti. Soy un especialista de tardes nostálgicas, de recuerdos adorable-mente tortuosos y necesarios y malditos. Soy un experto en el arte de justificarte y condenarme, de maldecirme… de per-donarte. Camino por rumbos lejanos, distintos, siempre solitario. La idea de la distancia nunca fue la solución a mis angustias. Existes porque pienso en ti. Quiero entregarme a la combinación idónea de circunstan-cias que me liberen de tu dominio, quiero no ser hoy, quiero entregarme al olvido y de pronto un día, sorpresivamente des-cubrirte en algún lugar y pensar que te había olvidado, que transito por aguas en donde tu imagen ya no se refleja en el andar de mi vida. Que pude desprenderte de mí.

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LaberintoEliel Luna Rodríguez

Escríbeme... Quiero saber que hay detrás de tus palabras,quiero saber si eres tú o soy yo en medio del vacíosin ti, con excesos de nada. Escríbeme, para interpretar tu indiferenciay aferrarme una y otra vez, descifrar tu mente.Escríbeme, para ser algo tuyoen la incertidumbre, en el desamor, en la desdicha, escríbemepara ser testimonioy prueba fiel de tus letras,de que existo fugazmente en ti.Escríbeme para consolarme con la utópica idea de que me perteneces.

Escríbeme

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LaberintoEliel Luna Rodríguez

Quiero conocerte y no buscarte más entre las sombras,entre la lenta oscuridad del vacío,salir del laberinto.Quiero escuchar tu voz secretamentey entender el designio de mi voluntadque en la nada me arrastra a ti.Quiero conocerte a pesar de mis dudasa pesar del miedo que rige mi vidaquiero encontrarte,para entender los caprichos del destino,que soy parte de el.Quiero reflejarme en tu ser, protagonizar tus sueños.Déjame encontrartey poder ser yo junto a ti.Busco una señalen todas las direccionesdéjame encontrarte

Déjame encontrarte

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