35
“Laberintos sombríos” (Las moradas secretas de la mente) Un drama romántico De Daniel Dagna Inspirada en cuentos y poemas de Edgar Allan Poe Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 1

Laberintos sombrios

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Laberintos sombrios

“Laberintos sombríos”

(Las moradas secretas de la

mente)

Un drama romántico

De Daniel Dagna

Inspirada en cuentos y poemas de Edgar Allan Poe

“Qué es la locura después de todo sino la

creencia de lo que no existe.”

Edgar Allan Poe

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 1

Page 2: Laberintos sombrios

PERSONAJES

José

Elena

Francisco

El cuervo

ESPACIO ESCÉNICO

* En el “Prólogo”: en el espacio escénico no hay ni muebles ni utilería.

* En “El reencuentro”: un sillón de terciopelo rojo y un óleo que retrata el

apacible rostro de Elena.

* En “La confesión”, “La visita inesperada” y “La caída”: el despacho de

Francisco. Un pequeño y hermoso escritorio de caoba casi negro. Un sillón

de dos cuerpos tapizado con terciopelo verde y un sillón, haciendo juego,

detrás del escritorio. Sobre el escritorio muchos libros, algunos apilados y

otros desparramados. Unas copas y un botellón de vino. En la pared que

hace foro, un óleo que retrata la figura de un hombre hidalgo, esbelto,

pulcro; que fuera pintado con naturalidad y realismo.

* En el “Epílogo”: un callejón con cajones de madera rotos y vacíos, mucha

basura dispersa.

ILUMINACIÓN

* Entre luces y sombras, donde predominan las sombras. La iluminación

juega un rol fundamental en la obra.

MUSICALIZACIÓN:

* Sólo instrumentos de cuerdas. Una balada de prólogo y de epílogo.

* El viento, incansable, temerario.

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 2

Page 3: Laberintos sombrios

“Laberintos sombríos”

(Las moradas secretas de la mente)

Prólogo

En el espacio oscuro el sonido de una guitarra cobra protagonismo y

una dulce voz femenina se deja oír.

El espacio permanece a oscuras por unos instantes, sólo la voz de

Elena abarca la escena.

ELENA:- (Cantando):

Una multitud de ángeles alados,

Con sus velos, en lágrimas bañados.

Son público de un teatro que contempla

Un drama de esperanzas y temores.

Mientras toca la orquesta, indefinida,

La música sinfín de los horrores.

Un pequeño hilo de luz, que proviene desde un lateral y casi rasante,

descubre al hombre. La luz le trepa por la espalda, el hombre está

agazapado, casi estático, casi de piedra, casi como una escultura…

Los bufones gruñen y murmuran,

Danzando aterrados un confuso carnaval.

Enormes formas amorfas los presionan

Y el escenario de continuo logran alterar.

La espalda encorvada del hombre tiene unos pequeños y

espasmódicos movimientos, tal vez… como los de un niño llorando…

o los de un hombre sufriendo y sin poder llorar…

Derramando por sus alas resplandores

De un largo e invisible sufrimiento

En el cielo ya no hay risas de bufones

Solo alaridos, llantos y padecimiento.

El hombre se retuerce, se contornea, sufre, sin abandonar su

posición agazapada… casi animal… casi un hombre vencido…

¡Entre ellos una forma reptante se aparece!

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 3

Page 4: Laberintos sombrios

¡Qué roja como la sangre se retuerce!

¡Se despliega y se retuerce y se dispersa!

Los bufones angustiados son su presa,

Y sus fauces sangre humana derraman.

Otro hilo tenue de luz descubre el rostro sereno, apacible de Elena,

sus ojos bañados por lágrimas, rebalsan, y las mejillas, casi pálidas,

casi blancas, se humedecen…

Y los ángeles alados no dejan de llorar.

Y los ángeles alados no paran de llorar.

¡Qué se apaguen todas las luces!

¡Qué el cielo queda a oscuras!

Desaparece el hilo de luz rasante que iluminaba la espalda del

hombre. Sólo queda en el espacio escénico la tenue luz sobre el

rostro conmovido de Elena…

Y que sobre cada forma estremecido

Un pesado telón duramente se desplome.

Y que con el estruendo del rayo enfurecido.

Baja lentamente el hilo de luz, hasta que solamente se perciben los

contornos del rostro de Elena…

Una negra cortina funeraria se asome.

Y que los querubes pálidos y cansados,

Puestos de pie, ya nunca ángeles alados.

La oscuridad ya ganó el espacio escénico, sólo la voz entrecortada

de Elena lo llena todo…

(Recitando):

Manifiesten que el drama es el del humano,

Y que el único héroe triunfador es el gusano.

Los últimos acordes de la guitarra se interrumpen, secos, abortando

el final de la balada e inmediatamente la oscuridad es sorprendida

por un suave hilo azul. La tenue luz descubre un pequeño ventiluz,

casi pegado al techo, que es por donde ella se cuela y gana el

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 4

Page 5: Laberintos sombrios

espacio interior. La sombra del enrejado del ventiluz se transporta y

se recorta en la espalda de un hombre y luego en el suelo.

El hombre sigue agazapado, casi estático, casi de piedra, casi como

una escultura…

La tenue luz azul lo invade…

Toda su espalda se tiñe, primero inmóvil, fría, lejana; luego de unos

instantes, los músculos se movilizan con pequeños movimientos casi

involuntarios, imprecisos, no terrenales.

La apacible y grave voz proviene desde muy adentro; desde mucho

más adentro que la propia garganta, tal vez desde las profundidades

mismas de las entrañas. Habla y sólo escucha su propia voz.

FRANCISCO:- (Ceremoniosamente, casi sacramental:) ¡Gracias a Dios la

crisis, el peligro, pasaron; y la pena interminable terminó, y esa fiebre llamada vivir

fue vencida… al final!

Breve pausa. Alza los brazos hacia la luz. Las sombras de sus

manos abiertas y de sus brazos extendidos son transportadas hacia

el lateral contrario. Su mirada viaja hacia la luz. Todos sus

movimientos parecen carecer de voluntad propia. Tal vez son

impulsados por un centro de energía externo. Luego se aquieta

físicamente. Sus ojos se pierden, viajan en busca de los ojos de

alguien, de algún interlocutor amistoso y comprensivo. Sus ojos,

negros y profundos, parecen anidar al fondo de dos oscuras fosas.

Miran casi sin ver.

La apacible y grave voz proviene desde muy adentro; desde mucho

más adentro que la propia garganta, tal vez desde las profundidades

mismas de las entrañas. Habla y sólo escucha su propia voz.

La delgadez de su cuerpo lo hace casi etéreo.

La palidez que luce estremece.

De todas maneras, a pesar de su apariencia casi fantasmal,

transmite una extraña alegría y su energía invade, llena, atrapa…

La tenue luz azul lo invade, lo pinta, lo aleja…

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 5

Page 6: Laberintos sombrios

FRANCISCO:- Se preguntarán dónde estamos, donde ocurre esta eterna

comedia… no lo sé. No tengo respuestas sensatas y precisas. No les puedo

definir el lugar donde vivo ahora. Y digo: “vivo”, porque no encuentro otra

palabra en su reemplazo. No encuentro otra palabra, cualquiera, que pueda

definir el estado en que me encuentro. Lamentablemente, no voy a ser yo

quien dilucide el enigma. Sólo sé que fui despojado de mis fuerzas y que no

es mi voluntad la que mueve mis músculos. Sólo sé que estoy en un lugar y

en un estado donde nada importa…

Un brazo cobra altura. Tal como si volara por el aire. Como si

perdiera peso, Como si la fuerza de la gravedad fuera otra. La

espalda se contorsiona, se retuerce, busca altura…

FRANCISCO:- Yo siento que al fin me encuentro mejor.

El otro brazo vuela. Los dos brazos viven la misma experiencia. Los

músculos de las piernas se conmueven involuntariamente, entre

piedra y arena, entre escultura y hombre…

FRANCISCO:- Y creo que tan quieto yazgo en mi lecho que cualquiera que

me viese podría imaginar que estoy muerto; podría estremecerse al

mirarme creyéndome muerto. Estoy en un lugar sin tiempos, sin horas, sin

inviernos, sin calzados, sin vestimentas, sin los “demás”… Donde el

lamentarse y el gemir, los llantos y los suspiros, fueron calmados; y con

ellos el horrible palpitar del corazón. ¡Ese horrible palpitar!

En el involuntario vuelo sus brazos palpan, dan vida a un objeto que

no tiene cuerpo a los ojos de cualquier humano. Sólo para el hombre

el objeto existe, es corpóreo, tangible… Las manos del hombre

acarician y dan forma, acarician paredes imaginarias. Paredes

imaginarias que se encuentran en el centro del espacio escénico.

Su lejana mirada se dirige hacia el frente, buscando a su amable

interlocutor; y luego de una breve pausa continúa hablando…

FRANCISCO:- Los mareos, las náuseas, el dolor implacable, cesaron con la

fiebre que laceraba mi cerebro, con la fiebre llamada v-i-v-i-r que quemaba

mi cerebro. (Pausa breve.) Se calmó también la tortura, de todas la peor:

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 6

Page 7: Laberintos sombrios

esa horrible tortura de la sed por las aguas mortales del río maldito de la p-

a-s-i-ó-n.

Casi involuntariamente todo su cuerpo se mueve por el espacio. Con

torpeza. Casi como aprendiendo a hacerlo. Su mirada, serena, casi

de niño, trasmite paz eterna.

FRANCISCO:- Para ello bebí de un agua que apaga toda sed. De un agua

que fluye con un murmullo de canción de cuna; una fuente que yace pocos

metros bajo la tierra; de una cueva que se halla muy cerca del suelo.

Ahora el cuerpo sabe lo que hace, casi danza…

FRANCISCO:- Mi espíritu atormentado descansa blandamente, olvidando,

jamás añorando sus rosas; sus viejos anhelos de vinos y rosas. Porque

ahora, mientras yace apaciblemente, se imagina alrededor un aroma más

sagrado; un aroma de pensamientos, un aroma de romero mezclado con

pensamientos, con las hojas de ruda y los hermosos y humildes

pensamientos.

El niño se hizo adolescente, sus movimientos ganan un erotismo

vago, ambiguo…

FRANCISCO:- Ella me besó delicadamente, ella me acarició con ternura, y yo

me dormí suavemente sobre su seno, profundamente dormido en el cielo de

su seno.

La danza lo transporta hacia el objeto que sólo tiene forma y cuerpo

para él. El hombre está de frente (hacia la cuarta pared) y dándole la

espalda al objeto que es inasible a los ojos humanos. El adolescente

crece, es hombre, hombre que envejece; niño-adolescente-hombre

que danza la vida misma…

El cuerpo del hombre se paraliza, se transforma en una escultura de

piedra. Su cabeza erguida, los brazos a los costados del tronco.

Leves y pausados movimientos de sus pies lo obligan,

involuntariamente, a caminar hacia atrás. A ir de espaldas hacia el

objeto que sólo tiene forma y cuerpo para él y que a los ojos

humanos es una forma imaginaria creada por el personaje. El

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 7

Page 8: Laberintos sombrios

hombre atraviesa de espaldas la imaginaria puerta. Experimenta el

asfixiante aire viciado del encierro.

Sus brazos a los costados, perciben las paredes imaginarias que

rodean todo su cuerpo. Luego, con sutiles movimientos, los brazos y

las manos, dan vida, recrean el pequeño espacio interior que

encierran las paredes del objeto que sólo él ve. Da vida a las paredes

que lo cobijan, que lo hospedan.

FRANCISCO:- (Luego de una breve pausa y con un sutil dejo de

apasionamiento, pero sólo un dejo): ¡Qué no se diga neciamente que mi

morada es oscura y que angosto es mi lecho! ¡Porque jamás hombre

alguno durmió en lecho distinto, y a todos ustedes, cuando les llegue la

hora de dormir, dormirán en un lecho idéntico!

El sonido de la guitarra deja oír el comienzo de la balada del prólogo.

FRANCISCO:- Cuando la luz se extinguió, ella me tapó cuidadosamente, y

rogó a los ángeles que me protegiesen de todo mal: a la reina de los

ángeles que me guardara de todo mal. Y tan quieto y apacible reposo

tendido en mi lecho, que imaginarán que estoy muerto; probablemente se

impresionarán al mirarme… creyéndome muerto.

El hombre ríe. Su risa es confusa, no podríamos decir que es una

risa alegre, colmada de felicidad, pero tampoco que es una risa

tenebrosa. El hombre por primera vez cierra sus ojos cansados.

FRANCISCO:- ¡Pero mi corazón es más brillante que las estrellas que

salpican en infinidades el cielo, brilla, resplandece con el amor, con el

pensamiento de la luz de los ojos de la vida y de la muerte!

El apagón lo sorprende entrecruzando las manos sobre su pecho.

Por unos segundos la oscuridad inunda, llena todo y luego, la voz del

hombre resuena en el vacío que produce la negrura cerrada…

FRANCISCO:- Y así permanezco en paz, sumido en el sueño sin fin de la

verdad y la belleza, inundado entre las trenzas de la vida y de la… muerte.

El sonido de la guitarra, paulatinamente sube su volumen y luego,

desaparece repentinamente…

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 8

Page 9: Laberintos sombrios

El reencuentro

La luz nos presenta un sillón de terciopelo rojo. Parado cerca de él y

tal vez observando un óleo que nos descubre el rostro apacible de

una bella mujer, que no es otra que la dulce y apenas sonriente

Elena, lo encontramos a José. Aparece ella. Se miran, se rozan con

las miradas…

ELENA:- Está descansando… cuando lo veas te va a costar reconocer

al hombre que fue… Seguramente, ningún hombre cambió tanto en tan corto

tiempo…

JOSÉ:- ¿Qué pasó con mi buen amigo?

ELENA:- Francisco pasó de la adolescencia a la vejez sin detenerse…

Físicamente está muy avejentado, su ánimo se fue transformando en

taciturno… Piensa demasiado, y sus pensamientos están ocupados en temas

muy oscuros…

JOSÉ:- (Seductor): No perdiste la naturalidad y el encanto…

ELENA:- Es solamente la apariencia externa…

JOSÉ:- Es lo que por ahora, descubro...

Elena se pone de pie y va hacia la puerta de ingreso. Escucha

atentamente y vuelve hacia José.

ELENA:- No nos queda mucho tiempo, en cualquier momento

aparecerá por esa puerta y no voy a poder decirte lo que hizo que te hiciera

venir con tanta urgencia…

José se le acerca provocativa y seductoramente.

JOSÉ:- Aguardé durante años una carta tuya, cuando la tuve entre mis

manos, no me atrevía a abrirla. Luego de hacerlo la leí casi sin respirar. Una

carta llena de hermosas y ambiguas palabras. Confieso que el relato no

conformó mis deseos.

ELENA:- (Esquivamente): Nosotros dos ya no tenemos tiempo.

JOSÉ:- (Reintenta su camino seductor): Mi dulce Elena, nosotros

siempre tendremos tiempo para amarnos…

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 9

Page 10: Laberintos sombrios

ELENA:- (Cortante): Lo que en apariencia ves en mí no es lo que hoy

soy en realidad…

Breve pausa. Elena se vuelve a poner de pie y va nuevamente hacia

la puerta. Al regresar, José la enfrenta con decisión.

JOSÉ:- Nunca voy a entender por qué nos dijimos adiós aquel día.

Porqué te dejé ir, sin retenerte de un brazo, sin un súplica… (No puede

contener la excitación que ella le produce.) Te tuve siempre en mis

pensamientos, cuando caminaba a la margen de un río, cuando miraba algún

retrato colgado en una pared de un sitio cualquiera, cuando leía algún antiguo

libro de poemas, cuando veía un par de ojos negros y penetrantes… ahí

estabas… siempre…

ELENA:- (Tajante): José, ya no hay tiempo para nosotros, lo que pudo

haber sido ya no tiene tiempo, ya no tiene espacio en esta vida…

(Secamente): Estoy muy enferma…

JOSÉ:- (No queriendo escucharla): Yo estoy enfermo de amor.

ELENA:- ¡No pudiste escuchar! ¡No quisiste hacerlo! (Lo mira

quedamente a los ojos. Lo repite con mucha angustia): Estoy muy enferma…

Me queda muy poco tiempo de vida. Hace unos meses sentí como el dedo de

la muerte se posó en mi pecho. En ese momento, en ese preciso instante tuve

la terrible sensación de que toda la belleza de la vida había sido creada sólo

para morir. ¿Recordás cuándo caminábamos a orillas del río?

Una profunda piedad, bajo un sutil manto de romanticismo, envuelve

a la pareja.

JOSÉ:- (Recordando): El Río del Silencio. Así lo llamábamos…

ELENA:- Caminábamos horas tomados de las manos y sin hablar…

JOSÉ:- Por aquellos días nos juramos amor eterno.

ELENA:- Yo cumplí con aquél juramento.

JOSÉ:- Nunca falté a mi palabra.

ELENA:- Hoy necesito un nuevo juramento.

JOSÉ:- No nos juremos nuevamente amarnos, ¡casémonos! Ahora

mismo, no necesitamos invitar a nadie más; con Francisco como invitado

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 10

Page 11: Laberintos sombrios

estelar será suficiente. Nos iremos unos días a Baltimore. Allí algún amigo

piadoso nos recibirá y nos dará abrigo; ¡tendremos una breve y apasionada

luna de miel!

ELENA:- No mi amor. Aunque ese haya sido mi deseo por aquellos

tiempos hoy el juramento que tengo que pedirte es otro.

JOSÉ:- Acaso no sentís lo mismo que yo siento.

ELENA:- (Es asaltada por la angustia): ¡Ya no importan los

sentimientos! Importa lo que irremediablemente va a ocurrir.

JOSÉ:- Vivamos juntos sin pensar en el tiempo que duré. Quiero

protegerte, amarte, tomarte de la mano y volver a caminar sin hablar; caminar

largas horas junto al Río del Silencio, por nuestro valle de hierbas… Sin perder

de vista, ni por un instante, tus hermosos ojos.

Elena en un esfuerzo sobrehumano toma distancia de José. Va hacia

la puerta, observa y escucha si desde el corredor llega algún sonido.

ELENA:- (Sobreponiéndose a la angustia, con determinación): ¡Tenés

que jurarme que no abandonarás a Francisco después de mi muerte! Temo lo

peor.

José queda abatido. Se deja caer sobre el terciopelo rojo del sillón.

JOSÉ:- ¿Cuál es tu temor?

ELENA:- No alcanzo a comprender la naturaleza de su enfermedad. Él

supone que es un mal constitucional y familiar. Su afección nerviosa se

manifiesta en una multitud de sensaciones anormales.

JOSÉ:- ¿Por ejemplo?

ELENA:- (Extrañada, con un profundo dolor): Observo en él una aguda

alteración de los sentidos y un interés morboso en vivir esos padecimientos.

Apenas soporta los alimentos más insípidos; no puede vestir sino ropas de

cierta textura; los perfumes de todas las flores le son aprensivos; la luz más

débil tortura sus ojos, y sólo pocos sonidos característicos, y éstos de

instrumentos de cuerda, no le inspiran horror.

JOSÉ:- (Con aparente conocimiento de los síntomas): Es un esclavo

sometido a una suerte anormal de terror…

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 11

Page 12: Laberintos sombrios

ELENA:- Coquetea a diario con el fantasma de la locura.

JOSÉ:- La locura.

ELENA:- Cuando yo no esté a su lado dejará de coquetear para

abandonarse a sus brazos.

JOSÉ:- Y yo, ¿qué puedo hacer?

ELENA:- Estar con él, no abandonarlo, ocurra lo que ocurra, estar con

él; acompañarlo en su agonía…

JOSÉ:- (Con verdadero y profundo amor): Mi dulce y eterno amor.

¿Qué habremos dejado de hacer para ser merecedores de éste sufrimiento?

ELENA:- Vivir, simplemente vivir; el sufrimiento existe para enaltecer la

belleza de la felicidad…

José la atrae hacia sí y la abraza profundamente. Ambos se

confunden en un abrazo lleno de amor. Elena lo aparta dulcemente

por un segundo.

ELENA:- Todavía no me lo juraste.

JOSÉ:- Las palabras ambiguas de tu carta ahora tienen sentido.

ELENA:- Lo jurás.

JOSÉ:- Lo juro.

Vuelven al profundo abrazo que intenta convertirse en eterno.

Apagón.

La confesión

El despacho de Francisco.

Francisco está sentado detrás del escritorio. José se pasea por el

despacho y luego se queda observando el óleo que cuelga en la

pared que hace foro.

FRANCISCO:- Nuestro bisabuelo. La primera generación que ocupó esta

mansión. Después de él, todos, toda su descendencia, habitó debajo de

estos techos. (Breve pausa.) Después de “su muerte”, (refiriéndose a su

hermana, con una profunda amargura), hará de mí, (el desesperado, el

frágil), el último de la antigua raza de los Usher.

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 12

Page 13: Laberintos sombrios

JOSÉ:- (Casi sin saber que decir): No somos quienes para aseverar el

desenlace de nuestras vidas.

Improvistamente aparece Elena trayendo una bandeja. Sus pasos

lentos, su voz cansina; provocan en José la certificación de las

palabras pronunciadas por Francisco.

ELENA:- (Le sirve láudano a Francisco en una pequeña copa.) Es hora

de tu medicina.

FRANCISCO:- (Bebe.) No es necesario que te molestes en traérmelo. Lo

podrías dejar sobre el escritorio. Lo tomaría cuando fuera necesario. Ya te lo

prometí.

ELENA:- No es para mí ninguna molestia ocuparme de mi querido

hermano.

Sale lentamente por la misma puerta por donde había ingresado. Al

pasar cerca de José le sonríe tiernamente. Con su pensamiento le

dice claramente: después de mí, serás el encargado de suministrarle

el calmante.

JOSÉ:- Hasta luego, Elena.

ELENA:- Hasta luego… (Sale. Se produce una breve pausa.)

FRANCISCO:- Si la escritura no te hubiera empujado hacia otros sitios, ella

podría haber sido la madre de tus hijos…

JOSÉ:- Y vos, mi querido cuñado.

FRANCISCO:- Y yo no sería el…

JOSÉ:- … ¡último de la antigua raza Usher!

FRANCISCO:- No me parece gracioso, hoy no me lo parece…

JOSÉ:- Perdón, no fue mi intención… ¿Te puedo hacer una pregunta?

FRANCISCO:- Por supuesto.

JOSÉ:- ¿Qué fue lo que le prometiste?

FRANCISCO:- ¿A quién?

JOSÉ:- A Elena.

Francisco mira a su amigo sin entender a qué se refiere.

JOSÉ:- Cuándo vino a proporcionarte el calmante…

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 13

Page 14: Laberintos sombrios

FRANCISCO:- Me pesa tanto la enfermedad de Elena que un día cometí la

locura de tomarme todo el frasco de láudano y de mezclarlo con mi botellón de

vino. Desde ese día…

JOSÉ:- Ella se convirtió en tu enfermera…

FRANCISCO:- Y yo no tengo fuerzas para convertirme en el suyo. El insólito

diagnóstico de Elena ya es irreversible. Su apatía es permanente…

JOSÉ:- No la veo tan así.

FRANCISCO:- Su apatía permanente ahora está alterada por tu presencia.

Sufre de un agotamiento gradual de su persona y sus trastornos neurológicos

se caracterizan por la pérdida completa de las facultades de modificar

voluntariamente el tono muscular; cada vez con mayor frecuencia permanece

en la misma postura durante un período prolongado de tiempo. No responde a

los estímulos, y el pulso y la respiración se vuelven lentos. Tan, pero tan lentos, que son

imperceptibles. La piel se le pone pálida; blanca, la blancura macabra y fétida de la

muerte.

JOSÉ:- ¿Desde cuándo soporta estos síntomas?

FRANCISCO:- Ya hace un largo tiempo. Pero ahora, sus crisis son cada vez

más frecuentes y su corazón ya no tiene la vitalidad suficiente como para

soportar ninguna crisis más. Por eso te hice venir con tanta urgencia.

JOSÉ:- ¿Por qué le pediste a ella que escribiera?

FRANCISCO:- Ella quiso hacerlo. Secretamente siempre tuvo deseos de

hacerlo. Cuando yo le sugerí que debíamos escribirte, no dudó un instante en

lanzarse al papel. ¡Ni me permitió leerla!

JOSÉ:- ¿Por qué no me escribieron antes?

FRANCISCO:- Porque sólo lo hacíamos para recomendarnos libros, cuentos

y poemas…

JOSÉ:- (Acercándose.) Tanta ficción nos alejó de nuestra propia

historia…

FRANCISCO:- Los recorridos de la vida son inescrutables…

JOSÉ:- Y nada se puede volver atrás…

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 14

Page 15: Laberintos sombrios

El apagón encuentra a los amigos muy próximos y no sólo

físicamente.

La visita inesperada

El despacho de Francisco.

Envuelto casi en una penumbra encontramos a Francisco muy

alcoholizado. Llama, enigmáticamente, sutilmente, con voz suave y

trémula…

FRANCISCO:- Elena… Elena… ¿Dónde estás? ¿Dónde está tu cuerpo y

dónde está tu alma? Tu cuerpo descansa en tu fría mortaja, pero, ¿y tu alma?

No la escucho deambular por las habitaciones; no la presiento ni en tu cuarto,

ni en tu jardín, ni en el salón… ¡Elena!, ¡Elena! ¿Dónde estás?

Inclina su cabeza sobre un libro intentando dormir. Se sobresalta

repentinamente.

FRANCISCO:- ¿Quién llamó a mi puerta?... ¿Elena?...

Nadie contesta, se levanta y tambaleante va hacia la puerta, pero no

se anima a abrirla y tambaleante vuelve a su sillón y a su libro.

FRANCISCO:- ¡Es el viento y nada más!

Vuelve a recostar su cabeza y se vuelve a sobresaltar. Mira hacia la

puerta y duda.

FRANCISCO:- ¡Es el viento que golpeó a mi puerta: eso es todo y nada más!

Trata de luchar contra su cuerpo ebrio e intenta concentrarse en la

lectura.

FRANCISCO:- ¡Tengo que leer! Tengo que concentrarme en la lectura para

olvidar. ¡Tengo que olvidar la muerte de mi querida hermana! ¡Tengo que

olvidarla! ¡Tengo que olvidarla! (Breve pausa.)¿Cómo te llamaran los ángeles?

¡Elena, ¿cómo te llaman?! Tal vez, ahora ya sin nombre… ¡nunca más!

Vuelve a escuchar un ruido y su tambaleante figura va hacia la

puerta. Vacila.

FRANCISCO:- ¡Es, sin duda, un visitante que a mi despacho quiere entrar: un

tardío visitante a las puertas de mi casa..., eso es todo, y nada más! (Con

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 15

Page 16: Laberintos sombrios

coraje se acerca sigilosamente hacia la puerta.) Caballero o dama: pido

disculpas; estaba tratando de conciliar el sueño, pero, con tanta gracia llamaste

a mi puerta, que no escuché… (Abre la puerta al punto.) ¡Sombras sólo y...

nada más! (Mira a su derredor, las dudas lo inquietan, lo atemorizan.) ¡Te

presiento! ¡Te presiento! (Intenta, tambaleante, regresar hacia a su sillón y a su

libro. Vacila.) Seguro que es algo que se posó en mi persiana. Tratemos de

encontrar la razón abierta y natural de este caso raro y serio. ¡Corazón! Calma

un instante, y aclaremos el misterio... (Va hacia la ventana. Y tratando de

tranquilizarse): ¡Es el viento y nada más!

Abre la ventana. Por ella aparece una figura fantasmagórica,

femenina, sensual, bella; y ágilmente comienza a revolotear por el

espacio.

FRANCISCO:- (Anonadado): ¿Un cuervo? (Tratando de restarle importancia):

Es sólo un cuervo… con rítmico aleteo y elegancia extraña…

La figura majestuosa, con gracia y sensualidad, coreográficamente,

dramatizará los textos de Fernando.

FRANCISCO:- ¡Vagabundo de las tinieblas!... ¿cuál es tu nombre?

EL CUERVO:- ¡Nunca más!

FRANCISCO:- ¿Nunca más?

El cuervo se posa, fijo, inmóvil, en la ornamenta del portal. Francisco

tambaleando y tratando de restar importancia al pájaro intenta volver

a su sillón y a su libro.

FRANCISCO:- (Cómo para sí, tratando de auto convencerse y de tomar la

situación casi como algo natural): Ya otros antes se marcharon, cuando

amanezca, él también se irá volando como mis sueños volaron.

EL CUERVO:- ¡Nunca más!

Francisco vuelve a su libro y trata de concentrarse en él, tal vez

creyendo que podrá olvidarse de la presencia del cuervo.

FRANCISCO:- (Tratando de calmarse): No hay dudas, lo que dice es

aprendido; aprendido de algún amo desdichado a quien la suerte persiguiera

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 16

Page 17: Laberintos sombrios

sin parar, persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su lucha, terminar

sus canciones con el triste estribillo de jamás, ¡y nunca más!

EL CUERVO:- ¡Nunca jamás!

Francisco se pone de pie y laboriosamente va hacia el cuervo. Duda,

regresa a su escritorio, ya no puede casi controlar sus nervios. Toma

el frasco de láudano.

FRANCISCO:- (Reprochándose a sí mismo): ¡Soy un miserable! ¡Dios me

escuchó! ¡Y como castigo me envió a éste ser! Voy a beber todo este nepente.

Así podré olvidar. (Se dispone a beber el láudano.)¡Por el olvido del recuerdo

de Elena!

EL CUERVO:- (Interrumpiéndole la acción a Francisco): ¡Nunca más!

Francisco, desafiante, con el frasco en una mano, va hacia el cuervo.

FRANCISCO:- ¡Profeta o duende! Ya seas ave o diablo; ya te envíe la

tormenta; ya te veas por los vientos barrido a mí desolado hogar; a esta casa

por los males devastada; (rogándole)… te lo suplico: ¿Voy a encontrar algún

consuelo para el mal que tristemente sufro?

EL CUERVO:- (Sentenciándolo): ¡Nunca más!

FRANCISCO:- (Subiendo el tono de su súplica): ¡Profeta o diablo! ¡Por el

mismo Dios del Cielo a quien ambos adoramos!... ¿en otra vida voy a abrazar

a mí querida hermana?

EL CUERVO: - ¡Nunca más!

FRANCISCO:- (Exultante): ¡Esa respuesta, cuervo, es la última y que sea la

señal de tu partida! (Descontrolado se abalanza hacia la puerta y trata de

ahuyentar al pájaro.) ¡Volvé, regresá a tu horrible guarida! ¡Dejá el busto! ¡Dejá

en paz mi soledad! ¡Quitá el pico de mi pecho! ¡Fuera de mi vista!

EL CUERVO:- ¡Nunca más!

Francisco golpea la puerta y cae penosamente al suelo, agitado,

angustiado… Su vista se clava en el piso y la puerta queda a

oscuras.

A los pocos instantes la puerta se abre y aparece José. Jadeando,

fatigado por causa de la lucha entablada durante varios minutos para

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 17

Page 18: Laberintos sombrios

lograr abrir la pesada puerta. Observa a su amigo caído y va hacia él.

Se agacha y lo abraza.

FRANCISCO:- (Con profundo dolor y horror): ¡El cuervo!… el cuervo…

inmóvil, sigue fijo… sobre el busto que decora la moldura de mi puerta....

Francisco le muestra a José el busto de Palas que ornamenta la

moldura de la puerta.

FRANCISCO:- …y sus ojos son los ojos de un demonio que cuando duerme

solo tiene visiones malignas; y la luz que cae sobre él, arroja al suelo su ancha

sombra funeral, y mi alma de esa sombra que flota en el suelo... ¡nunca se

alzará..., nunca jamás!

José abraza tiernamente a su amigo.

El busto de Palas que ornamenta la moldura está vacío. Apagón.

La caída

Despacho de Francisco. Una tormenta arrecia. El viento sopla

incesante y cruel. La ventana rechina empujada desde fuera. Los

árboles se bambolean frenéticos por la velocidad y la fuerza de los

brazos del temporal.

Francisco está solo, arrinconado entre las sombras; y a través de sus

ojos y de toda su gestualidad expresa el terror que lo aflige.

Se abre la puerta y aparece José. Absolutamente despeinado,

mojado, desalineado.

JOSÉ:- (Tratando de reacondicionarse.) Cuesta moverse por los

jardines, da la impresión de que el viento va a cortar a los árboles de raíz…

(Busca a Francisco con la mirada.) ¿Qué haces escondido ahí?

FRANCISCO:- (Con voz entrecortada por el pánico): ¿Lo viste? (Mira

temerosamente a su alrededor.) ¿Lo viste?

JOSÉ:- (Con seguridad): El cuerpo de Elena está dentro de su

vestidura, sobre los caballetes. Hace dos meses que estamos pasando, noche

a noche, por situaciones similares a ésta. Tenés que abandonar esta casa.

¡Definitivamente! El mal que nos arrebató a Elena ya logró su objetivo. ¡Es

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 18

Page 19: Laberintos sombrios

muerte, no catalepsia! ¡Está muerta, psíquica y físicamente! Su noble e

inocente espíritu estará danzando junto a los ángeles.

FRANCISCO:- (Sin abandonar su resguardo; aterrado): ¡Te aseguro que la

enterramos viva! Deambula, noche tras noche, por los rincones de la casa. ¡La

presiento! ¡Su espíritu me tortura día a día! ¡Nunca me perdonará! ¡Nunca,

jamás!

JOSÉ:- (Enérgico): Todavía estoy acá porque se lo prometí a Elena.

Yo le juré que no te iba a abandonar. Pero no le juré que íbamos a permanecer

en esta casa. ¡De modo que mañana mismo nos vamos de acá! Si no lo haces

por tus propios medios, me veré obligado a hacerlo por la fuerza. ¡De ninguna

manera pienso pasar una noche más en esta cripta llena de muertos y

fantasmas!

FRANCISCO:- ¿No lo viste?

Se pone de pie, toma la lámpara y la protege cuidadosamente para que

no se apague. Va hacia la ventana.

FRANCISCO:- (Muy consternado): ¿No lo viste? ¡Esperá, esperá, ya lo vas a

ver!

Abre a ventana de par en par. La ráfaga entró con furia impetuosa.

Un libro cayó al suelo. Se apagó la lámpara que Francisco sostenía

en su mano. José corre hacia la ventana y no sin esfuerzo logra

cerrarla. La luz que esparce la tormenta es sobrenatural, espectral…

JOSÉ:- (Enérgico): ¡Basta de locuras! Estos espectáculos, que te

confunden, son simples fenómenos producidos por la tormenta… (Sienta a su

amigo en el sillón de terciopelo verde.) Dejemos cerrada la ventana; el aire

está frío y es peligroso para tu salud. (Toma el libro que se había caído.) Aquí

tenés una de tus novelas favoritas. Voy a leer y me vas a escuchar. De esa

manera pasaremos juntos esta terrible noche. (Lee con fuerza y velocidad, tal

vez tratando de tapar la feroz tormenta, o tal vez para lograr aturdir a

Francisco y no dejarlo pensar): Y Ethelred, que era por naturaleza un corazón

valeroso, y fortalecido, además, gracias al poder del vino que había bebido, no

esperó el momento de parlamentar con el ermitaño, quien, en realidad, era de

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 19

Page 20: Laberintos sombrios

índole obstinada y maligna; sintiendo la lluvia sobre sus hombros, y temiendo

el estallido de la tempestad…

Se escucha un fuerte golpe que proviene desde la puerta del

despacho, ambos se alteran.

JOSÉ:- (Se esfuerza con mayor ímpetu con la lectura): …alzó

resueltamente su maza y a golpes abrió un rápido camino en las tablas de

la puerta, y, tirando con fuerza hacia sí, rajó, rompió, lo destrozó todo en tal

forma que el ruido de la madera seca y hueca retumbó en el bosque y lo

llenó de alarma.

Los ruidos son cada vez más notorios, como si algo pesado se

estuviera abriendo, levantando, descorriendo. La tormenta arrecia

con más vehemencia.

JOSÉ:- (Lucha con la noche, con los ruidos, y se esfuerza para poner

mucha energía con la lectura): Y del muro colgaba un escudo de bronce

reluciente con esta leyenda: Quien entre aquí, conquistador será; quien

mate al dragón, el escudo ganará.

Aquí, en éste preciso instante, José detiene la lectura y conducido

por la mirada fija y aterrada de Francisco, mira hacia la puerta.

FRANCISCO:- (Aterrorizado): ¿No lo oís? ¡Sí!, yo lo oigo. ¡Yo lo oigo! Mucho,

mucho, mucho tiempo... muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he

oído, pero no me atrevía...

JOSÉ:- (Protectoramente): ¡Es el viento! ¡Es la tormenta!

FRANCISCO:- ¡Soy un miserable! ¡No me atrevía... no me atrevía a hablar!

¡La encerramos viva en la tumba!

JOSÉ:- ¡No es cierto! ¡Soy médico! ¡Nunca podría confundirme ante la

muerte!

FRANCISCO:- ¿No te dije que mis sentidos eran agudos? Ahora te digo que

oí sus primeros movimientos, débiles, en el fondo del ataúd. Los oí hace

muchos, muchos días, y no me atreví, ¡no me atreví a hablar! ¡Y ahora, esta

noche…! ¡Ethelred! (Ríe casi demencialmente.) ¡La puerta rota del ermitaño, y

el grito de muerte del dragón, y el estruendo del escudo! (Vuelve a reír.)

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 20

Page 21: Laberintos sombrios

JOSÉ:- ¡Es la tormenta! ¡La furia del viento!

FRANCISCO:- (Desde ahora su vehemencia ira in crescendo): ¡No! ¡Decí

mejor, el ruido del ataúd al rajarse, y el chirriar de las bisagras de su prisión, y

sus luchas dentro de la cripta, por el pasillo abovedado, revestido de cobre!

JOSÉ:- (Intenta contenerlo, calmarlo, aplacarlo): Mañana ya no

estaremos acá. Te lo prometo, querido amigo, desde mañana…

FRANCISCO:- ¡¿Adónde escapar?¡ ¡¿Dónde podré estar a salvo?! ¡¿Dónde

podré esconderme?!

JOSÉ:- ¡En Baltimore! En una casa de campo…

FRANCISCO:- ¡No!, ¡muy pronto llegará ahí! ¡Se precipitará a reprocharme!

¡No puedo escapar! ¡Ya es demasiado tarde!

JOSÉ:- Falta muy poco para que amanezca…

FRANCISCO:- ¡Ya es demasiado tarde! ¿No escuchás sus pasos por la

escalera? Escucho muy cerca el pesado y horrible latido de su corazón.

José trata de contener a su amigo que se puso de pie y va hacia la

ventana. Ambos forcejean.

FRANCISCO:- ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! ¡Te digo que está del otro lado de la

puerta!

JOSÉ:- ¡No me obligués a golpearte! ¡No lo hagas!

FRANCISCO:- ¡Demente! ¡Insensato! ¡Loco! ¡Te digo que está del otro lado

de la puerta!

JOSÉ:- ¡Voy a tener que golpearte!

FRANCISCO:- (Fuera de sí): ¡Está detrás de la puerta!

La fuerza de Francisco es demencial, se desprende de José y luego

con violencia inusitada lo arroja al piso. Muy cerca de la puerta y

lejos de la ventana.

Francisco, casi sin dudar, se precipita hacia la ventana, la abre con

violencia y de un salto casi felino se arroja al vacío.

La tormenta tenaz entra en el despacho.

José se reincorpora en el preciso instante en que Francisco se arrojó

por la ventana. Con desesperación va hacia ella, mira hacia abajo y

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 21

Page 22: Laberintos sombrios

luego, librando una batalla denodada contra el viento, la cierra. En

ese preciso instante la puerta es abierta violentamente y la figura de

Elena, iluminada por detrás y a través de un intenso haz de luz,

recorta su silueta en la puerta y expande su sombra por todo el

espacio escénico. Toda la gestualidad de José se desencaja, se

desquicia, se trastorna… Luego sobreviene el apagón.

Epílogo

Una tenue luz de luna, que se abre paso entre oscuros nubarrones y

luego de una breve lluvia otoñal, nos descubre el cuerpo tirado de un

hombre. El hombre yace inmóvil entre bultos oscuros, cajones

vacíos, botellas esparcidas y vidrios rotos.

Todo el paisaje que nos revela la luz de la luna, que por momentos

desaparece y suavemente vuelve a reaparecer, incluyendo las

pobres y sucias ropas del hombre, nos representa un rincón olvidado

y convertido en un basural.

Elena, que luce la misma vestimenta que en la escena anterior,

iluminada por la luz de la luna, observa al hombre. Todos sus

movimientos son fantasmagóricos, livianos; recorre el espacio

escénico casi en una danza espectral.

De repente el hombre gira y se queda mirando al cielo. Está

alcoholizado en demasía y la gestualidad de su rostro trasmite un

profundo horror. Es evidente que las imágenes, entre luces y

sombras, más sombras que luces, le imprimen al protagonista una

patética expresividad. Se podría decir que estamos en presencia de

un hombre sucumbiendo en un fantasmal delirio.

JOSÉ:- (La palabras brotan de su garganta seca): ¡Siento tu mano

helada!, ¡la siento! Aunque no pueda verte, ¡te siento! ¡Sé que estás ahí!

ELENA:- (Seductoramente, intentando sumirlo en un hechizo casi

perverso): Levantate.

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 22

Page 23: Laberintos sombrios

JOSÉ:- De pronto tu mano helada se posa en mi frente y tu voz

impaciente, nerviosa…

ELENA:- (Sin cambiar su intencionalidad, pero algo más cortante):

¡Levantate! ¡Te ordené que te levantes!

JOSÉ:- (Se reincorpora, lenta y torpemente.) Estoy sentado. Me senté.

La oscuridad es casi total. No puedo ver la figura del que me despertó. No

puedo traer a mi memoria ni el período durante el cual caí en trance, ni el lugar

donde estoy ahora. (Su mirada abandona el cielo.)

La luna viaja por el basural sombrío. Todo es luz y sombra. Donde

las sombras ganan la batalla

JOSÉ:- ¿Dónde estoy? ¿Qué es todo esto? ¿Por qué estoy entre

cosas inútiles? (Su mirada vuelve a posarse en la luna, en los nubarrones, en

el cielo.) Mientras permanecía inmóvil, intentando reunir mis pensamientos, tu

fría mano me aferró con fuerza de la muñeca, sacudiéndola con insolencia.

ELENA:- (Su tristeza lentamente ira mutando en odio): Abro mis ojos.

Observo. Está oscuro, todo oscuro. El ataque terminó. La crisis de mi trastorno

ya terminó. Puedo ver claramente, recobré el uso de mis facultades visuales,

y, sin embargo, está oscuro, todo oscuro, con la intensa y total capacidad de la

noche que dura para siempre. ¡Voy a gritar!

José ya no mira la luna. Sus párpados cansados se alzan con mucho

esfuerzo y sus ojos aterrados miran fijamente a la mujer.

JOSÉ:- (Su atemorizada voz surge de la garganta seca y pastosa): ¿Y

vos?, ¿quién sos?

ELENA:- (Grita secamente): ¡No tengo nombre en las regiones donde

habito!

El hombre se acurruca, se arropa; temeroso, horrorizado.

JOSÉ:- Acaso sos…

ELENA:- (Irónicamente): ¡Fui una mujer y ahora soy un demonio!

JOSÉ:- ¿Cuál es tu nombre?

ELENA:- (Más cáustica): Soy cruel, pero digna de lástima.

JOSÉ:- (No queriendo decir su nombre): ¿Elena?

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 23

Page 24: Laberintos sombrios

ELENA:- (Su ironía, paulatinamente irá dejando expresar su odio):

Sentís como me estremezco. Me rechinan los dientes mientras hablo y, sin

embargo, no es por el frío de la noche, de la noche sin fin.

JOSÉ:- (Lleno de culpa): ¿Sos Elena?

ELENA:- (Con odio, con resentimiento): ¡Ya no tengo nombre! Lo que

no existe no tiene nombre. Lo que sí tiene nombre es este horror

insoportable. (En un claro intento por llenarlo de culpa): ¿Cómo podés

dormir tranquilo? No pueden dejarte descansar los gritos de esas grandes

agonías. Estos espectáculos son más de lo que se puede soportar.

(Cortante): ¡Levantate! (Ordenándole): Salí a la noche exterior y mirá las

tumbas. (Con mucha ironía): ¿No es éste un espectáculo de dolor?

¡Contemplá! (Gritándole): ¡¡Observá!!

JOSÉ:- (El hombre mira a su alrededor, aterrado… su voz llena de

miedo): No, por favor, seas quien seas, no abras las tumbas de toda la

humanidad, ¡Por favor, no lo hagas! (Se tapa los ojos, un fuerte resplandor

que proviene del suelo le golpea el rostro y lo ciega.) ¡No puedo soportar las

irradiaciones fosfóricas de la putrefacción!

ELENA:- (Su ironía cobra todo su esplendor): ¡No dejés de mirar! ¡No te

cubras el rostro! ¡No te lo cubras!

JOSÉ:- (Desprotege sus ojos y mira hacia el suelo): Estoy

observando… Puedo ver los sitios más ocultos, y el espectáculo de los

cuerpos amortajados en su triste y solemne sueño con el gusano. Pero, los

que duermen son los menos, entre muchos millones…

ELENA:- (Culpándolo): Allá está mi cuerpo: ¿lo ves?, ¡allá está, lo ves!

JOSÉ:- (Aterrado): Entre aquellos que parecían reposar tranquilos hay

un gran número que cambió, en mayor o menor medida, la rígida e

incómoda posición en que habían sido enterrados. ¡Algunos están casi

sentados! ¡Otros con los brazos levantados!

ELENA:- (Acentuando la intensión de llenarlo de culpa): Mis manos

golpearon hasta el agotamiento esa sustancia sólida, leñosa, que se extiende

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 24

Page 25: Laberintos sombrios

sobre mi cuerpo a no más de veinte centímetros de mi cara. ¡No hay dudas!

¡Ya no puedo dudar!

JOSÉ:- (Aterrado): Algunos rostros reflejan el horror del encierro…

ELENA:- (Con profundo dolor y odio): ¡Estoy encerrada en un ataúd!

¡Me enterraron viva! ¡Me enterraron viva!... Ya no puedo dudar… estoy

reposando… al fin… dentro de un ataúd…

JOSÉ:- (Rogándole): ¡Dejá de aferrarme!… ¡Quitá tu mano helada que

agarra mi muñeca!… (Mira hacia el suelo.) ¡Las luces fosforescentes no dejan

de cegarme! ¡Las tumbas, cerrá esas malditas tumbas!

ELENA:- (Seductora y diabólicamente): ¿No es, acaso, no es, acaso, un

lastimoso espectáculo?

José baja su mirada hacia el suelo, ya no hay luces, pero él ya no

puede distinguir ni la luz ni la oscuridad.

JOSÉ:- (Con sus ojos cerrados.) ¡Apagá esas luces fosforescentes!

¡Apagalas de una vez y para siempre!

ELENA:- (Más seductora y diabólicamente): ¿No es acaso, no es acaso,

un lastimoso espectáculo?

JOSÉ:- ¡Por favor, qué las tumbas se cierren con repentina violencia!

ELENA:- ¿No es acaso, no es acaso un espectáculo lastimoso?

La iluminación no nos permite seguir viendo a Elena. Sólo podemos

oírla repetir la pregunta varias veces, el tono va bajando

paulatinamente, como si quien preguntara se fuera alejando del

lugar.

ELENA:- ¿No es acaso, no es acaso un espectáculo lastimoso? ¿No es

acaso, no es acaso un espectáculo lastimoso?

El hombre se tumba y se protege entre los bultos y la basura.

JOSÉ:- (Atemorizado): ¡No quiero ver el alba gris, pálida, del día

espiritual! ¡No quiero sentir el primer esfuerzo por pensar! ¡El primer intento de

recordar! ¡No quiero que la memoria recobre su dominio, ni tener conciencia de

mi estado! Pero, ¿cuál es mi estado? Son tan sombríos y vagos los límites que

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 25

Page 26: Laberintos sombrios

separan la vida y la muerte. ¿Quién podría decir dónde acaba la vida y

comienza la muerte?

El sonido de la guitarra reaparece y la balada del prólogo lo invade

todo…

JOSÉ:- Siento que si despierto no voy a estar despertando de un

sueño ordinario. Pero no puedo permanecer sin abrir mis ojos. No puedo

quedarme aquí, inmóvil. ¡Estoy poseído por los recuerdos, por los miedos, por

las dudas! ¡Estoy poseído por la última imagen!… de mi querida… Elena…

Un hilo tenue de luz descubre el rostro conmovido de Elena.

JOSÉ:- ¡Estoy poseído por esta fantasía, aquí, inmóvil! ¿Y por qué?

No tengo valor para moverme. No me atrevo a hacer el esfuerzo… voy a

levantar los pesados párpados. Lo voy a hacer. ¡Qué es la locura después de

todo sino la creencia de lo que no existe! ¡No quiero padecer más el castigo de

pensar! ¡No quiero pensar más! ¡No quiero sentir! ¡No quiero ver! ¡No quiero!

¡No quiero!

Los pesados párpados del hombre se abren lentamente y los ojos

nublados, casi grises, miran fijamente hacia la nada… En éste

preciso instante, la voz conmocionada de Elena y la guitarra y la

balada lo invaden todo…

ELENA:- (Cantando):

Y los ángeles alados

No dejan de llorar,

Y los ángeles alados

No paran de llorar.

Elena deja de cantar y José cierra sus ojos y se tapa los oídos con

sus torpes manos.

ELENA:- (Sentenciando en voz grave, adusta y perdiendo

absolutamente su feminidad): ¡Puestos de pie, ya nunca más ángeles alados,

declaran que el drama es el del “humano”, y que el único héroe triunfador es el

“gusano”!

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 26

Page 27: Laberintos sombrios

Abruptamente se interrumpen los acordes de la guitarra y al unísono

se produce el:

Apagón final.

Laberintos sombríos Daniel Dagna Página 27