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40 EL ESPIRITU SOCIOLÓGICO tracto no hace aparecer de inmediato todo lo que entraña esa misma exi- gencia empírica, para tomar conciencia de eso basta con pensar en la importancia que tiene establecer que un individuo X perteneciente a tal confesión o etnia fue asesinado (asfixiado, fusilado, destrozado a mache- tazos, etc.) en tal época y lugar. A veces, el ultrarrelativismo cree poder deducir del carácter construido de los "datos", los "hechos" y lo "real" científicamente aprehendible, una suerte de irrealidad de los hechos (del mundo social podría decirse todo y su contrario). Sin embargo, el carácter relativamente arbitrario de cual- quier descripción no implica la inexistencia o el carácter amorfo de lo real descripto. Preferir una serie de rasgos de descripción en vez de otros es cosa de decisión y de construcción. Que para confeccionar otros cuadros posibles del mundo real se reemplace esa serie por otras, es algo absoluta- mente innegable. Pero las observaciones y descripciones realizadas a par- tir de esos rasgos llevan a conocer hechos que realmente existieron, y a aprehender acontecimientos que tuvieron lugar. Esos hechos ciertamente no constituyen todo lo real, pero ese real seleccionado y construido puede ser empíricamente observado, verificado, y aquella interpretación que dejara de lado esta fase de constitución sería de muy poco interés. Y enton- ces, sin el peso de hechos científicamente construidos, se diluiría perdien- do toda consistencia. —como en este ejemplo— el día, la hora y el lugar de determinada acción, según los marcos interpretativos, puede ser fuerte o débil. 2. ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN La libertad de opinión (de publicar) sólo puede tomarse sobre los hechos a expensas de los hechos, y, en consecuencia, la no demostración, la falsificación, omisión, disminución o exageración de los hechos —la confusión voluntaria de lo ver- dadero, de lo probable, etc.— SON la libertad de enunciar opi- niones PAUL VALÉRY, Les principes d'anarchie pure et appliquée, 1984 [Los principios de anarquía pura y aplicada, 19871 LOS DERECHOS Y DEBERES DEL INTÉRPRETE Tanto en los coloquios a los que asistimos como al escuchar el dis- curso corriente de los investigadores en ciencias sociales, parecería que, en materia de interpretaciones, pasara lo mismo que con los gustos, es decir, que cada cual pudiera reivindicar el derecho a tener su propia inter- pretación del mundo social y que esa interpretación personal no pudiera discutirse. Y que aquel que pretendiera querer examinar el valor heurís- tico o la legitimidad empírica de una interpretación fuera un enemigo de la democracia interpretativa y de los derechos fundamentales del hombre de ciencia para proponer su propia interpretación. No obstante, cuando un estudioso apela al irreductible derecho a la diferencia interpretativa, entendido como un derecho despojado de deberes teóricos, metodológi- cos o empíricos, el término "interpretación" constituye una forma de evi- tar el enfrentamiento de objeciones y de ponerle un prematuro fin al debate científico, lo cual, en todo caso, es una manera de abrirle camino a todas las formas de indiferentismo científico. Sin embargo, a la inversa del modelo igualitarista-democrático (de hecho demagógico), según el cual la interpretación es lo último que se pone en tela de juicio, cada especialista en ciencias sociales, al leer textos científicos (informes, investigaciones, tesis, artículos o libros), ha sentido que en el mercado real (y no idealizado o restringido al submercado de los productos "más puros") de la producción científica, existen interpre- taciones plausibles, fuertes o convincentes, y otras que no lo son o que lo son menos. Tal es la impresión que despierta en primer lugar la lectura de inves- tigaciones realizadas por estudiantes aprendices de sociólogos, historia- dores o antropólogos, y que ningún docente-investigador —por deber pro- fesional— se priva de corregir. Los juicios (mayormente) severos que

Lahire Bernard

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Arriesgar La Interpretación

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40 EL ESPIRITU SOCIOLÓGICO

tracto no hace aparecer de inmediato todo lo que entraña esa misma exi-gencia empírica, para tomar conciencia de eso basta con pensar en la importancia que tiene establecer que un individuo X perteneciente a tal confesión o etnia fue asesinado (asfixiado, fusilado, destrozado a mache-tazos, etc.) en tal época y lugar.

A veces, el ultrarrelativismo cree poder deducir del carácter construido de los "datos", los "hechos" y lo "real" científicamente aprehendible, una suerte de irrealidad de los hechos (del mundo social podría decirse todo y su contrario). Sin embargo, el carácter relativamente arbitrario de cual-quier descripción no implica la inexistencia o el carácter amorfo de lo real descripto. Preferir una serie de rasgos de descripción en vez de otros es cosa de decisión y de construcción. Que para confeccionar otros cuadros posibles del mundo real se reemplace esa serie por otras, es algo absoluta-mente innegable. Pero las observaciones y descripciones realizadas a par-tir de esos rasgos llevan a conocer hechos que realmente existieron, y a aprehender acontecimientos que tuvieron lugar. Esos hechos ciertamente no constituyen todo lo real, pero ese real seleccionado y construido puede ser empíricamente observado, verificado, y aquella interpretación que dejara de lado esta fase de constitución sería de muy poco interés. Y enton-ces, sin el peso de hechos científicamente construidos, se diluiría perdien- do toda consistencia.

—como en este ejemplo— el día, la hora y el lugar de determinada acción, según los marcos interpretativos, puede ser fuerte o débil.

2. ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN

La libertad de opinión (de publicar) sólo puede tomarse sobre los hechos a expensas de los hechos, y, en consecuencia, la no demostración, la falsificación, omisión, disminución o exageración de los hechos —la confusión voluntaria de lo ver-dadero, de lo probable, etc.— SON la libertad de enunciar opi-

niones PAUL VALÉRY,

Les principes d'anarchie pure et appliquée, 1984

[Los principios de anarquía pura y aplicada, 19871

LOS DERECHOS Y DEBERES DEL INTÉRPRETE

Tanto en los coloquios a los que asistimos como al escuchar el dis-curso corriente de los investigadores en ciencias sociales, parecería que, en materia de interpretaciones, pasara lo mismo que con los gustos, es decir, que cada cual pudiera reivindicar el derecho a tener su propia inter-pretación del mundo social y que esa interpretación personal no pudiera discutirse. Y que aquel que pretendiera querer examinar el valor heurís-tico o la legitimidad empírica de una interpretación fuera un enemigo de la democracia interpretativa y de los derechos fundamentales del hombre de ciencia para proponer su propia interpretación. No obstante, cuando un estudioso apela al irreductible derecho a la diferencia interpretativa, entendido como un derecho despojado de deberes teóricos, metodológi-cos o empíricos, el término "interpretación" constituye una forma de evi-tar el enfrentamiento de objeciones y de ponerle un prematuro fin al debate científico, lo cual, en todo caso, es una manera de abrirle camino a todas las formas de indiferentismo científico.

Sin embargo, a la inversa del modelo igualitarista-democrático (de hecho demagógico), según el cual la interpretación es lo último que se pone en tela de juicio, cada especialista en ciencias sociales, al leer textos científicos (informes, investigaciones, tesis, artículos o libros), ha sentido que en el mercado real (y no idealizado o restringido al submercado de los productos "más puros") de la producción científica, existen interpre-taciones plausibles, fuertes o convincentes, y otras que no lo son o que lo son menos.

Tal es la impresión que despierta en primer lugar la lectura de inves-tigaciones realizadas por estudiantes aprendices de sociólogos, historia-dores o antropólogos, y que ningún docente-investigador —por deber pro-fesional— se priva de corregir. Los juicios (mayormente) severos que

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aparecen al costado de los informes de investigación, insisten en señalar las imprudencias interpretativas o las interpretaciones fallidas, torpes, mal sostenidas, poco argumentadas o empíricamente mal fundadas. Entonces, siendo así, ¿por qué a aquellos que —en función de la lógica ins-titucional de reclutamiento— pasaron del otro lado de la barrera no se los podría someter a ese tipo de críticas y correcciones? ¿Y por qué no podrí-amos aplicarles, y aplicarnos a nosotros mismos, los mismos juicios a que deben lógicamente someterse los aprendices para pagar su derecho de entrada al oficio? ¿Por qué deberíamos ser normativos con unos (los estu-diantes) y relativistas con otros (nuestros pares)?

En vez de dejar correr el término "interpretación" hacia sus usos dema-gógicos, podemos tratar de enunciar aquello que define la interpretación sociológica (en el sentido amplio de la palabra que engloba al conjunto de las ciencias de los contextos sociales) y distinguirla del universo de la her-menéutica libre, es decir, de las interpretaciones salvajes, descontroladas, sin condicionamientos empíricos. Porque, en ciencias sociales, la investi-gación está puntuada por actos interpretativos (interpretación de indicios, de huellas, de operaciones de selección o codificación, de correlaciones estadísticas, de discursos o de gestos) y todos esos actos, si el trabajo está bien hecho, intervienen en cada momento de la investigación.

Las interpretaciones (en el sentido de "tesis") presentadas en artículos o libros pueden considerarse científicamente completas 1) si se apoyan en materiales empíricos; 2) si dan cuenta, con la mayor precisión posible, de los principios teóricos de selección y de los modos de producción de esos materiales; 3) si se encuentran claramente designados los contextos espa-ciotemporalmente situados de la "medida" (de la observación), y 4) si se hallan explicitados los modos de fabricación de los resultados a partir de los materiales producidos (modos de procesamiento de los datos y, si fue-ra posible, elección del tipo de escritura científica).

El trabajo interpretativo no interviene después de la batalla empírica, sino antes, durante y después de la producción de los "datos" que justa-mente nunca son dados sino que están constituidos como tales por una serie de actos interpretativos. Y puede verse muy bien hasta qué punto la expresión "interpretación de lo real" se aleja del oficio real de investiga-dor en ciencias sociales por el hecho de dar la impresión de que se trata-ra de un "pensador" frente a lo "real", de una suerte de intérprete final.

En ciencias sociales, la calidad del trabajo de investigación reside pri-mero y ante todo en la fineza y justeza de los actos interpretativos imple-mentados en cada tramo de la construcción de la investigación, en forma prospectiva, pero también retrospectiva. Cuando algunos actos se come-ten "a ciegas", las consecuencias que tendrán en el trabajo deben medir-se de inmediato para así poder entender qué se hizo sin saberlo en el momento mismo en que se los realizó. El conocimiento

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engendra y avanza sólo a través de un incesante trabajo de anticipación

de los actos de investigación venideros y de retorno reflexivo sobre los anteriores actos de investigación gracias a los logros progresivamente obtenidos a lo largo de la investigación. Los distintos momentos de la

i nvestigación nunca están entonces separados, como dejarían suponerlo los esquemas escolares hipotético-deductivos. De manera pragmática,

podría decirse que todo está bien, en cualquier momento del trabajo, para así entender mejor lo que se hizo en cualquier otro momento.

En vez de polemizar eternamente sobre el valor de tal o cual concep-to o paradigma, los investigadores en ciencias sociales saldrían mejor parados si revelaran y pusieran en debate sus propios actos investigativos —tanto concretos como interpretativos—, ya que suele ocurrir que, en los momentos más anodinos de la investigación, se planteen las tesis más fuertes aunque sin ser verdaderamente sostenidas. En esa perspectiva, se pasa del espacio seudodemocrático de las interpretaciones salvajes, libe-radas del peso de todo tipo de condicionamiento empírico de enuncia-ción, al espacio de las interpretaciones empíricamente condicionadas y sociológicamente controladas por las anticipaciones y retornos reflexivos.

¿QUÉ ES UNA SOBREINTERPRETACIÓN?

Es posible distinguir entre las interpretaciones según su grado de soli-dez o de fuerza desde el punto de vista del despliegue del razonamiento sociológico en los distintos momentos de la investigación, y desde el pun-to de vista del volumen y de la extensión del material interpretado (siem-pre es posible "sostener una tesis" fundamentada en una sola entrevista, pero si el investigador desarrolla una red articulada y coherente basada en cuestionarios, entrevistas, observación y análisis documental, su tesis tendrá mayor fuerza probatoria). También es cierto que hay interpreta-ciones menos pertinentes, menos adecuadas que otras, como puede verse en los informes de investigación de los aprendices, pero que se leen tam-bién en textos escritos por profesionales. Una parte específica de las inter-pretaciones débiles, imprudentes o inadecuadas está constituida por lo que podríamos llamar sobreinterpretaciones.

Ahora bien, ¿qué es una sobreinterpretación? ¿Acaso, en algún senti-do, toda interpretación no es una sobreinterpretación? Sería factible pen-sarlo, dado que los investigadores en ciencias sociales —incluidos los más " comprensivos" 1 de ellos— ponen generalmente más sentido en las accio-

1. Los que intentan restituirles el universo y la lógica propios a los sujetos 1 investigados.

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nes de los sujetos investigados que el que ponen estos últimos cuand o actúan u ocasionalmente comentan su propio accionar. Pero la sobrein-

terpretación no puede definirse como un excedente de sentido con rela-ción a las significaciones que dan los sujetos investigados a propósito de lo que hacen, creen, sienten o perciben, porque, de ser así, sería grande el riesgo de tener que rechazar como malas interpretaciones, por razones de sobreinterpretación, cualquier interpretación que no les agrade a ellos. y si científicamente tuvieran derecho a rechazar algunas, debería dárseles un rol explícito en la convalidación de las tesis científicas. 2

Es frecuente que, al leer informes de investigación referidos a la vida y actividades que desarrollan, los sujetos investigados consideren que esas interpretaciones no corresponden a lo que ellos viven, y que deforman la realidad tal como ellos la conocen y la perciben. Esos mismos sujetos investigados pueden a su vez estimar que los investigadores exageran determinados rasgos o comportamientos y hasta determinadas dimensio-nes de la actividad social que les parecen secundarias o anexas. Para peor, la experiencia enseña que, puestos ante la transcripción más lisa y llana de su discurso oral, no lo reconocen como suyo (de ahí, entre otras cosas, los consabidos "yo no dije eso", "yo no hablo así"). Y si bien tales reac-ciones de los sujetos investigados ante los productos de la investigación no deben dejar insensible al investigador (que debería poder entenderlas, al interior mismo de su modelo de inteligibilidad, como indicadores de determinadas características del análisis que hizo, llegando incluso en ese caso a enriquecerlo), tampoco es cuestión de dejarlos in fine encargados de decidir —incluso parcialmente— entre interpretaciones "buenas y malas", "justas" y "falsas. 3

En definitiva, cuando el sociólogo hace bien su trabajo, la significa-

2. Eso es lo que hace Frangois Dubet en su obra Sociologie de l'expérience (París, Seuil, La couleur des idées, 1994). Según el autor, los sociólogos deben someter sus "interpretaciones sociológicas" a los grupos de actores con quienes trabajan en el marco de una intervención sociológica. Luego, los actores "son invitados a interpretar, a su turno, los análisis de los sociólogos, a reaccionar frente a ellos" (pág. 244). En ese marco de validación de las interpretaciones sociológicas, el investigador puede considerar "falso" (pág. 246) su análisis si éste fue rechazado por "no verosímil a ojos de quienes (están) mejor armados para discutirlo" (pág. 246). Frangois Dubet insiste en el doble destino de la argumen-tación sociológica: "La comunidad científica, con sus criterios propios, y los acto-res, que dominan otros datos" (pág. 249). En "el espacio de argumentaciones recíprocas" entre sociólogo y actores, "el sociólogo puede hallar material para construir sus razonamientos y sus hipótesis; y también puede fundamentar cier-tas formas de validación" (pág. 252).

3. Si se decidiera sobre la calidad o la pertinencia de la interpretación en fun-

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN

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ción de los acontecimientos, las prácticas o las representaciones que pro-

pone, es siempre un plus, un agregado respecto de lo que se dice o se interpreta comúnmente en el mundo social. Por eso, interpretar es siem-

pre sobreinterpretar respecto de las interpretaciones (prácticas o reflexi-vas) habituales: decidir hilar la metáfora lo más lejos posible, 4 privilegiar una dimensión de las realidades sociales o una escala particular de obser-vación, implica volver ajeno a nuestros ojos, y a ojos de los sujetos inves-tigados un mundo habitual a veces tan obvio que realmente ya no lo vemos.

Pero no es de esa sobreinterpretación desde el punto de vista de los sujetos investigados, que cubre el conjunto del campo de la interpretación en ciencias sociales, sobre la que evidentemente quiero hablar. Por eso, en homenaje a la claridad, distinguiré tres tipos de sobreinterpretaciones: las debidas a rupturas interpretativas con respecto a las situaciones interpre-tadas (tipo 1); las provocadas por el desfase no objetivado, no controla-do y no corregido entre la situación del investigador ante los materiales estudiados y la situación de los sujetos investigados (tipo 2); las engen-dradas por la profusión de ejemplos (demasiado) "perfectos", que se con-traponen con los ejemplos y contraejemplos habitualmente producidos por toda investigación empírica (tipo 3).

LAS DESCONEXIONES INTERPRETATIVAS

Asistimos a tal tipo de sobreinterpretaciones (tipo 1) cuando los "datos", los materiales que le sirven de apoyo al autor, son insuficientes para sostener las tesis que éste propone. De ahí la impresión de estar ante una desconexión de la interpretación con respecto a las situaciones inter-pretadas. Y es frecuente que esa suerte de excrecencia interpretativa nos lleve a considerar que el autor "se excede" y se aleja demasiado del mate-rial que posee.

Cualquier docente encontraría múltiples ejemplos de versiones des-mañadas de ese tipo de sobreinterpretación, que muestran la dificultad en manejar los comentarios teóricos en relación con los materiales, medi-

e ciones e índices sobre los que se basan. En efecto, esa forma de descone-xión interpretativa respecto de los datos es muy frecuente en investiga-dores aprendices que, a veces sin llegar a controlarlo (u ocultarlo), hacen interpretaciones demasiado fuertes para el tipo o volumen de informa-

ción del punto de vista de los sujetos investigados, pocos trabajos de sociología del arte resistirían la crítica de los artistas o de los críticos de arte.

a t ranítviin .; t "SOC1010Ela v analogía".

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ciones en que se apoyan. Algunas interpretaciones pueden estar fundadas sólo en un breve extracto de interacción, un breve pasaje de entrevista o un fragmento de documento. ¿Cómo decidir entonces si la interacció n verbal o el discurso del encuestado no sean pasibles de otra interpreta- ción, más pertinente? El material presentado no aporta nada que sea capaz de ayudarnos a ir más lejos, ya que ninguna interpretación puede basarse en un solo extracto de material. Para empezar a prender, la inter- pretación debe apoyarse en una variedad de ejemplos extraídos de inte- racciones verbales recurrentes (que muestren, por ejemplo, la frecuente reaparición de algún tipo de actitud), o en una interacción verbal confir- mada por palabras dichas durante una entrevista, por la relación que el encuesta do pueda tener con la situación de entrevista y con el entrevista- dor, por entrevistas con otros encuestados, por fuentes escritas, etcétera.

Lo que se plantea entonces es el grado de forzamiento de la interpreta-ción en relación con las realidades evocadas. A veces, los autores de infor-mes de investigación usan los esquemas interpretativos a manera de lechos de Procusto,s es decir, poniéndoles dentro, por la fuerza, el escaso material recogido. En materia de estudio de casos, sobre todo, 6 cuanto más se apo-ye la interpretación en mediciones empíricas múltiples y teóricamente com-parables, menos riesgo de sobreinterpretación se corre. La multiplicación de datos que puedan serle útiles al investigador permite "tejer bien apreta-dos" los diversos hilos de la interpretación. Sencillamente hay que pensar en la considerable ganancia interpretativa que hay en trabajar, por cada pequeño punto de análisis, sobre varias informaciones que vengan, ya sea a confirmarse o por el contrario a contradecirse recíprocamente, permi-tiendo de ese modo poner razonablemente en duda la confiabilidad de par-te de las informaciones; a su vez, interrogarse sobre la confiabilidad de determinada información, en caso de considerarla parte integrante del tra-bajo interpretativo, permite reactivar o enriquecer el análisis de conjunto.

El valor relativo de las diferentes interpretaciones no depende sólo (y ni siquiera esencialmente) de la calidad o de la fuerza intrínseca que pose-an, sino del buen uso que se haga de ellas en función de los datos dispo-nibles. Y es entonces toda una ciencia del kairos interpretativo, de la oca-sión interpretativa, y todo un sentido de la dosificación de lo que puede anticiparse en un momento u otro del análisis en función de los materia-les sometidos a interpretación, lo que estará en juego en el aprendizaje del oficio de investigador en ciencias sociales.

Por su parte, la versión hábil-profesional (académica) de ese tipo de

5. Véase infra, M. Weber, Essais sur la théorie de la science, op. cit., pág. 178. 6. Que es lo más frecuente entre los aprendices que trabajan muchas veces en forma artesanal.

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN

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sobreinterpretación se caracteriza por una inflación del discurso inter-pretativo con relación a los materiales, es decir, por una escalada o una hinchazón interpretativa sin ganancia significativa en cuanto al conoci-miento de la realidad empírica.

La sociedad de consumo

411.» La obra de Jean Baudrillard La Société de consommation. Ses mythes,

ses structures [La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras] es un ejemplo revelador en este punto. Al contrario de lo que ocurre con otros textos del mismo autor, escritos con una vena aún más ensayística, 7 éste se inscribe explícitamentes en el campo de las ciencias sociales. El subtí-tulo, directamente inspirado en el ambiente estructuralista de la época, sus referencias a lugares, objetos, fenómenos sociales o situaciones socia-les "reales" (el drugstore, el centro comercial Parly 2, el televidente que mira relajado imágenes de la guerra de Vietnam, los noticieros de radio o de televisión sobre muertes en las rutas, el pronóstico del tiempo, la polu-ción, el hombre rico al volante de su 2 CV, el lavarropas, etc.), el uso de datos numéricos (tasas de mortalidad, aumento del consumo doméstico, etc.), contribuye a ubicar la obra en el universo de las ciencias sociales.

7. Por ejemplo, A l'ombre des majorités silencieuses ou la fin du social (París, Imprimerie quotidienne, Cahier d'utopie quatre, 1978) donde a partir de la intro-ducción misma se puede leer: "Todo el montón confuso de lo social gira en tor-no de ese referente esponjoso, de esa realidad opaca y traslúcida a la vez, de esa nada: las masas. Bola de cristal de las estadísticas, las masas están 'atravesadas por corrientes y flujos', a imagen y semejanza de la materia y los elementos natu-rales. En todo caso así es como nos las representan. Pueden ser 'magnetizadas', lo social las envuelve a la manera de la electricidad estática, pero la mayor parte del tiempo hacen 'masa' precisamente, es decir, absorben toda la electricidad de lo social y lo político y la neutralizan sin retorno [...]. En ese sentido la masa es característica de nuestra modernidad, a título de fenómeno altamente implosivo, irreductible a toda práctica y teoría tradicionales, quizás incluso a toda práctica y toda teoría a secas" (págs. 9-10).

8. Uno de los prologuistas considera que el libro "es una contribución magis-tral a la sociología contemporánea", arriesgándose a afirmar que "ciertamente tiene su lugar en la estirpe de libros como De la division du travail social, de

Durkheim; de La Théorie de la classe de loisir, de Veblen, o de La Foule solitai-re, de David Riesman". Véase J.-P. Mayer, "Avant-propos", en J. Baudrillard, La

Société de consommation. Ses mythes, ses structures, París, Idées-Gallimard,

1970, pág. 13 [trad. cast.: La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras,

Barcelnna. Plaza & lanés. 19741.

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Sin embargo, los ejemplos no conforman un corpus cuyos principio s teóricos de selección conozcamos. El autor ilustra sus interpretaciones con ejemplos fabricados, ficticios, con "clichés" salidos de la "actualidad" (en el sentido amplio del término), pero en ningún caso de registros de hecho s empíricamente atestados (con fecha y lugar). Esas evocaciones de la actua-lidad (versus la construcción metódica y teóricamente controlada de un corpus) tienen por única función producir efectos de realidad. Por eso en la obra no hay pruebas verdaderamente empíricas, sino referencias ecléc-ticas a diversos elementos del mundo social que componen una suerte de decorado teatral. En otros términos, la interpretación que hace Baudrillard de la sociedad de consumo no se funda en materiales empíricos sino que utiliza evocaciones empíricas no construidas para ilustrar un discurso construido por fuera de todo espíritu y de toda práctica de la investiga-ción. Dada la ausencia de anclaje empírico, la lectura de la obra le da al lector animado de ese mismo espíritu de investigación la impresión de cua-dros de pensamiento un poco aéreos que nunca tocan tierra, a la manera de esas capas de bruma que planean sobre los estanques.

Muchas veces, ese tipo de sobredimensionamiento de la expresión ver-bal significa que el autor se conforma con traducir a un lenguaje acadé-mico, filosófico, estético o poético, los temas comunes que flotan en el aire del tiempo (periodístico, publicitario, político o filosófico), compen-sando con ello la falta —o la desesperante ausencia— de datos empíricos por medio de un saber-hacer ensayístico. El autor podrá entonces seducir a los lectores ofreciéndoles los temas que prefieren pero sin jamás apor-tar el menor asomo de prueba que apoye lo que está diciendo. 9

La "lección de escritura"

Cuenta Claude Lévi-Strauss en Tristes trópicosl° que un buen día sale de viaje con unos cuantos nambikwara, llevando consigo regalos que se

9. En el presente caso no apunto a los "ensayos" como tales, sino al estilo ensayístico cuando aparece en el interior de las ciencias sociales. El problema es la confusión de géneros, o la importación no controlada de ciertos géneros al mundo de las ciencias sociales, sobre todo para ahorrarse los dolores de la inves-tigación empírica, y no la existencia de géneros diferenciados. Mi juicio tiene entonces como límite de validez el campo de las ciencias sociales, y no es un ata- que contra el género "ensayo" en general.

10. C. Lévi-Strauss, "LeQon d'écriture", capítulo XXVIII, Tristes Tropiques, París, Plon, 1955, págs. 337-349 [trad. cast.: Tristes trópicos, Barcelona, Paidós, 1988]. Todas las citas entrecomilladas pertenecen a esas páginas.

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN 49

propone distribuir entre sus anfitriones. Cuando llegan al término del curre "un incidente extraordinario" que va a desencadenar la imagi-a ocurre del antropólogo haciéndole escribir largos desarrollos sobre la

escritura, sus usos y sus funciones, el poder y el conocimiento, entre otras

cpuriemEstlei:ato

momento no les prestan mayor atención, pero que a pesar de todo nues.r cuenta que les da papel y lápiz a los indígenas, quienes en un

"un día empiezan a trazar sobre el papel líneas horizontales ondulantes", "tratando de darle al lápiz el mismo uso" que él le daba. Pero que, mien-tras que por lo general en los que se ejercitaban "el esfuerzo no pasaba de ahí", el "jefe de la tribu veía más lejos". Antes de la descripción pre-cisa del "incidente extraordinario" prenunciado, de buenas a primeras Lévi-Strauss nos da su interpretación de lo que ocurrió ese día: ese jefe, a quien el autor le atribuye capacidades de "ver más allá" que los demás, sencillamente "habría entendido la función de la escritura":

Por eso me reclamó un anotador y nos equipamos de la misma forma cuando trabajamos juntos. Él no me comunica verbalmente las informaciones que le pido, sino que traza en el papel líneas sinuosas y me las muestra, como si yo debiera leer su respuesta. Él mismo es hasta cierto punto víctima de su comedia: cada vez que su mano termina una línea, la examina ansiosamente como si la significación debiera brotar de ella, y en su rostro se pinta la mis-ma desilusión. Pero no quiere reconocerlo, y queda tácitamente entendido entre nosotros que su galimatías tiene un sentido que yo finjo descifrar; el comentario verbal llega casi de inmediato y me dispensa de reclamar las acla-raciones necesarias.

Ahora bien, apenas hubo reunido a su gente sacó de una canasta un papel cubierto de líneas retorcidas que fingió leer, buscando, con afectada vacila-ción, la lista de objetos que yo debía entregarle en contrapartida de los rega-los ofrecidos: ¡a éste, un machete por un arco y flechas, a tal otro, perlas para sus collares...! La comedia se prolongó dos horas. ¿Qué era lo que él estaba esperando? Equivocarse, tal vez; pero más bien asombrar a sus compañeros, convencerlos de que las mercancías pasaban por su intermedio, que había obtenido la alianza del Blanco y que él participaba de sus secretos.

Esa noche, al rememorar la escena observada —escena que, según los párrafos, califica de "comedia" o de "mistificación", y que había contri- buido a crear "un clima irritante", es cuando Lévi-Strauss se pone a inter- pretar el hecho del cual fue testigo. De entrada el etnólogo descifra, en el espectáculo que le es dado ver, el uso de la escritura "en vista de un fin

00°' más sociológico que intelectual": "No se trataba de conocer, de retener o de entender, sino de acrecentar el prestigio y la autoridad de un individuo —o de una función— a expensas de los otros. Un indígena todavía en la edad de piedra había adivinado que el gran medio para comprender, a falta CIP pntencler10_ al menos podía servir a otros fines". Y luego, inme-

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50 EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO

diatamente después de ese breve comentario, el autor esboza los funda-mentos de una teoría general de las funciones de la escritura, pasando así de la descripción y la interpretación etnográfica de un momento de l a

vida de los nambikwara a consideraciones mucho más vastas sobre la escritura, que en sí mismas no voy a comentar.

El escriba "es aquel que tiene dominio sobre los otros". Rechazando la hipótesis de una función principal y originariamente "intelectual" (cognitiva) o "estética" de la escritura, Lévi-Strauss vincula la invención de la escritura y el despliegue de sus usos a "la formación de ciudades e imperios, es decir, a la integración, dentro de un sistema político, de una considerable cantidad de individuos y su jerarquización en castas y cla-ses". La escritura, prosigue el autor, "parece favorecer la explotación de los hombres antes que su iluminación", siendo su "función primaria" "facilitar la servidumbre" y "afirmar las dominaciones". Saltando del Pakistán oriental a Egipto, Sumer, China, África y la América precolom-bina, para terminar con el ejemplo de los Estados europeos en el siglo XIX, el antropólogo ve incluso la "lucha contra el analfabetismo" y la "instrucción obligatoria" ("que va a la par de la extensión del servicio militar y la proletarización") como elementos de "refuerzo del control de los ciudadanos por el Poder".

Volviendo al elemento desencadenante, por último Lévi-Strauss alaba la sabiduría de los "rebeldes" que dejarán de ser solidarios con su jefe "luego de que éste intentase jugar la carta de la civilización". La sabidu-ría tiene que ver con que ellos "entendían confusamente que la escritura y la perfidia penetrarían entre ellos de común acuerdo". Con el siguiente agregado: "Refugiados en un monte más alejado, se procuraron un des-canso". Aun así, a la sabiduría de los "rebeldes" se le opone "el genio de su jefe", que había sabido percibir "de golpe el auxilio que la escritura podía aportarle a su poder", alcanzando así "el fundamento de la insti-tución sin poseer su uso".

Rebeldes pero sabios —figuras de "sociedades auténticas"— que sienten la perfidia vinculada a la escritura al percibir intuitivamente toda la fuer-za opresiva contenida en ella, y un jefe genial que, por su parte, en un abrir y cerrar de ojos captó el fundamento de la escritura, su función social primaria de servidumbre, de afirmación del poder: Lévi-Strauss les hace jugar a los actores (buenos y pérfidos salvajes nambikwara) una escena que ellos nunca vivieron. El intérprete sobresolicita los "datos" (la descripción de una escena un poco extraordinaria de la vida cotidiana) y desborda generosamente los límites de lo que esos mismos datos permiti-rían enunciar. Si bien la ropa y el decorado son de los nambikwara, el texto y la puesta en escena son de Lévi-Strauss. Las cosas pasan como si el etnólogo aprevechara la escena para enunciar una teoría de la escritu-ra que de ninguna manera se basa en los datos etnográficos. El autor

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN 51

construye la escena más como una parábola que como una secuencia de comportamientos observados relacionada con una serie de otros hechos

similares o diferentes," y para el autor es más la oportunidad de obtener

una lección sobre la escritura y el poder que de hacer la ciencia exacta de

lo que pasó ese día entre los nambikwara. Concretamente, no da para

nada la sensación de que Lévi-Strauss esté interpretando productos de la observación, sino que toma como pretexto una escena y la convierte en

un acontecimiento (un "incidente extraordinario") para desplegar una

teoría general )7 universal de la escritura conquistada en algún otro lugar

que está fuera del trabajo de investigación. Comentarista preciso y pru-dente de esta "lección de escritura", Jacques Derrida señalaba en De la

grammatologie [De la gramatología], la sobreinterpretación operada por el etnólogo diciendo: "La distancia más masiva aparecerá primero [...] entre el hecho pobrísimo del 'incidente extraordinario' y la filosofía gene-ral de la escritura. La punta del incidente soporta en efecto un enorme edificio teórico". 12 Y podría agregarse que el incidente relatado se des-morona bajo el peso del comentario teórico que en esas condiciones casi no encuentra sostén empírico. 13

LOS DESFASES NO CONTROLADOS ENTRE INVESTIGADORES Y SUJETOS INVESTIGADOS

Las sobreinterpretaciones de tipo 2 se caracterizan por el olvido, en la interpretación, de las condiciones reales en las cuales los actores eran lle-vados a actuar, pensar, ver o sentir, es decir, por olvidar el desfase entre el ojo científico (las condiciones científicas de percepción del mundo social) y el ojo común (las condiciones comunes de percepción del mun-

11. Por ejemplo, otros pasajes de Tristes Tropiques y de la tesis sobre los nam-bikwara muestran, por el contrario, una sociedad sin escritura marcada, a su manera y siguiendo formas específicas, por las jerarquías y la violencia.

12. J. Derrida, De la grammatologie, París, Minuit, 1967, pág. 184 [trad. cast.: De la gramatología, México, Siglo XXI, 20001.

13. Al análisis aquí realizado podría objetársele que Tristes Tropiques no es una obra perteneciente al género antropológico científico, sino más bien al de apuntes de viaje. Pero, por un lado, la misma descripción etnográfica (sin el comentario teórico) puede leerse en la tesis sostenida por el autor en 1948 sobre La Vie familiale et sociale des Indiens Nambikwara, y por otro lado, Lévi-Strauss tuvo ocasión de repetir varias veces su hipótesis respecto de la escritura (en An-

thropologie structurale, de 1958 [trad. cast.: Antropología estructural, México,

Siglo XXI, 19791 y en sus Entretiens con Georges Charbonnier en 1961), llegan-do incluso a hablar de una "teoría marxista de la escritura".

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52 EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO

do social ligadas a las formas de vida social). En un caso así, el investi-gador ignora la diferencia de situación y perspectiva entre él y aquellos a quienes estudia, atribuyéndoles a estos últimos capacidades visuales, auditivas, sensitivas y cognitivas "mayores" que (o simplemente distintas a) las que realmente poseen. Proyecta entonces en la cabeza (las repre-sentaciones o las estructuras cognitivas) de aquellos cuyas prácticas estu-dia, la relación que él mismo mantiene, en su calidad de sujeto cognos-cente, con el objeto de conocimiento.

Pierre Bourdieu hace una reflexión epistemológica similar cuando alerta contra ese tipo de intelectualismo consistente en "introducir en el objeto la relación intelectual con el objeto", es decir, "sustituir la relación práctica con la práctica por la relación con el objeto que es propia del observador". 14 Pero no toda situación de sobreinterpretación relativa al desfase no controlado entre el universo del investigador y el universo de los sujetos investigados concierne exclusivamente a la diferencia entre acción y conocimiento, sentido práctico y reflexividad, relación práctica con la práctica y visión teórica de la práctica, tiempo de la urgencia y tiempo intemporal de la ciencia, etcétera.

Por ejemplo, al evocar los bajorrelieves que representan diversos epi-sodios de las campañas dacias y que ornamentan en forma de friso espi-ralado la torre de la columna Trajana, levantada en Roma en honor del emperador romano Trajano (98-117), vencedor de los dacios en 112, 15

Paul Veyne subraya la muy débil pertinencia de interpretar esas escenas en términos de arte propagandístico imperial, ya que, desde el punto de vista arquitectónico, espacialmente eran invisibles para el público de la época. Esas imágenes son visibles, descriptibles y analizables para el estu-dioso que cuenta con los medios para trabajar en la reproducción de esas escenas (una tira de alrededor de quince metros de largo), fuera del con-texto espacial originario, y verlas como nadie pudo verlas antes que él. 16

El intérprete que habla de arte propagandístico "exagera" y, finalmente, yerra la interpretación.

Lo mismo ocurre con las innumerables sobreinterpretaciones en las exégesis contemporáneas de las prácticas intelectuales (como la lectura y sobre todo la escritura) de épocas antiguas. En un notable texto de antro-

14. P. Bourdieu, Le Sens pratique, París, Minuit, 1980, pág. 58 [trad. cast.: El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1994J. 15. P. Veyne, "Propagande, expression, roi, image, idole, oracle", L'Homme, XXX (2), 1990, págs. 7-26. 16. Véase también L. Marin, "Visibilité et lisibilité de l'histoire: á propos des

dessins de la colonne Trajane", De la représentation, París, Gallimard/Seuil, Hau-tes Etudes, 1994, págs. 219-234.

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN

53

polOgía histórica,17 Jesper Svenbro señala que para los antiguos griegos,

e1 texto escrito estaba incompleto sin la voz que lo oraliza. Y que, en el

momento de la lectura, la voz ya no le pertenece al lector sino al escrito, debido a que la lectura es parte integrante del texto. En esa economía de representaciones, la voz se pone al servicio del texto y aquel que presta

su voz es dominado: "Escribir, siempre y cuando hallemos un lector lis-to a ceder, es ser dominante, activo, victorioso. Leer, si nos decidimos a hacerlo (puesto que el lector —si no es de condición servil— por cierto es libre de negarse a hacerlo), es someterse a la huella escrita del escriptor,

es ser dominado, es ocupar la posición del vencido. Es someterse a ese

erastés metafórico que es el escriptor. Si bien escribir es honorable, no hay certeza de que la lectura, por su parte, sea sin problemas, es vivida como una servidumbre y una 'pasividad' (es pasivo aquel que sufre la escritura). [...] Y puede entonces pensarse que la lectura, tarea que los antiguos griegos dejan voluntariamente a los esclavos, como en el Thee-

teto de Platón, debe practicarse con moderación para que no se convier-ta en un vicio. O mejor dicho: si quiere seguir siendo libre, aquel que lee no debe identificarse con el rol de lector, es decir, libre de las obligacio-nes impuestas por el Otro. Más vale permanecer tá grammata phaidos,

`débil en lectura', o sea capaz de leer, pero sin más". 18 Es evidente que las condiciones de recepción de un texto (y, por lo tanto, las condiciones de trabajo sobre ese texto) son distintas según que el texto sea leído oral o silenciosamente, con los ojos; también según la función o el lugar que toma el acto de leer para quien lo efectúa. Por ende, sin saberlo, hoy podemos hacer hablar los textos griegos no sólo a través de intereses cul-turales distintos de aquellos que tenían los autores griegos, sino también, y eso es algo mucho menos controlado, a través del prisma de otras representaciones del acto de leer y de otras técnicas intelectuales de tra-bajo sobre los textos. Los exégetas pueden entonces olvidar en sus comentarios la distancia entre los modos contemporáneos académicos de tratamiento de los textos y los modos de tratamiento de textos propios de los lectores de la época.

El mismo tipo de error sigue llevando a tratar y comentar "literaria-mente" algo que de ningún modo es literatura. Por ejemplo, los poemas orales de la Antigua Grecia en ningún caso son un género literario. Expresados oralmente en contextos rituales o ceremoniales particulares, y orientados a funciones sociales prácticas (palabras pronunciadas en banquetes para invitar a libaciones y al amor), los poemas orales no

17. J. Svenbro, Phrasikleia. Anthropologie de la lecture en Gréce ancienne,

París, La Découverte, 1988. 10 '111_112

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54 EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO

ingresan en el mismo circuito de producción de sentido que el texto lite-rario escrito, destinado a un lector más que a un auditorio, leído solita-riamente en silencio, y que hace posible instrumentar una forma herme-néutica de apropiación del texto. 19 Hacer la semiología de los mitos o el estudio literario de las odas griegas cuando en realidad mitos y odas son pasibles de un análisis más pragmático y contextual, surge por el error de sobreinterpretación por olvido de las condiciones concretas de existencia de las realidades míticorrituales o de las poesías cantadas. 2° Por lo demás, endilgándoles sus propias categorías literarias, científicas o filosóficas de análisis a ese tipo de situación cultural, el investigador contemporáneo aplana todas las formas de expresión y circulación de la cultura de épo-ca, tomando objetivamente partido por quienes, ubicados en el centro mismo del acontecimiento, van históricamente en el sentido del trabajo de invención de la literatura, de la ciencia o de la filosofía. La sobrein-terpretación literaria, filosófica o científica de los productos culturales de la época, le yerra a una parte importante del objeto estudiado.

En esas condiciones, los comentarios que pongan entre paréntesis las condiciones efectivas de circulación, transmisión y apropiación de los textos filosóficos, mitos o poesías, forman parte del régimen de sobrein-terpretación. En vez de integrar a su trabajo interpretativo las reales con-diciones en que los actores eran llevados a actuar, sentir y pensar, los investigadores les hacen sufrir a los productos culturales estudiados una transferencia científicamente ilegal. 21 El investigador se pone entonces más cerca de la posición artística (creativa) que de la posición sociológi-ca: él dice del mito, de la poesía lírica o del texto filosófico lo que puede decir y hacer quien dispone de técnicas intelectuales escriturales y gráfi-cas contemporáneas, pero no —y sin embargo ése es el propósito de la investigación sociológica, antropológica o histórica— lo que eran (la fun-ción que tenían, el modo de enunciación y de transmisión) dentro de su contexto originario de producción y circulación.

19. F. Dupont, L'Invention de la littérature. De l'ivresse grecque au livre latin, París, La Découverte, 1994.

20. Desde ese punto de vista, puede leerse de Jack Goody La Raison graphi-que. La domestication de la pensée sauvage, París, Minuit, 1980 como un texto de reflexión epistemológica sobre las operaciones eruditas y/o académicas (escri-turales y gráficas), y en particular sobre las que despliega el estructuralismo. Véa-se también B. Lahire, "Cultures écrites et cultures orales", en Culture écrite et iné-galités scolaires, op. cit., págs. 7-41.

21. B. Lahire, "Linguistique/écriture/pédagogie: champs de pertinence et transferts illégaux", L'Homme et la Société. Revue Internationale de recherches et de syntheses en sciences sociales, N° 101, 3/1991, págs. 109-119.

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN 55

Acerca de este tipo de ejemplos podría hablarse de anacronismo, ya

que de eso se trata, pero llamándolo así no se describiría el problema con

l a precisión que requiere. En efecto, se trata de un anacronismo específi-co ligado al olvido de las condiciones más materiales de acción, repre-sentación y recepción de las obras culturales en que estaban insertos los protagonistas de la época considerada. Por eso, en ese terreno, para evi-

tar sobreinterpretaciones, hace falta prestarle particular atención a la

materialidad de los objetos, los actos, los gestos y las situaciones. Eso nos conduce al imperativo de la descripción fina de realidades que, en su mayor parte, los trabajos en ciencias sociales se limitan a evocar o sobre-

volar. el historiador hace sobreinterpretación a propósito de la columna Si

Trajana, comentando las imágenes como si pudieran ser vistas a pesar de que su tamaño y su disposición espacial las hagan invisibles a los actores comunes, si puede incluso ser sobrehermeneuta cuando lee los mitos, poe-sías o textos filosóficos griegos, usando otras convenciones, otras técni-cas intelectuales u otros procedimientos que no son los que podían utili-zar los lectores o enunciadores de la época, habrá que pensar también en los expertos en arte que les atribuyen a los visitantes cultivados de los museos (apurados o atentos, apasionados o indolentes) competencias en historia del arte, y asimismo en los semiólogos que les confieren a espec-tadores (distraídos o absortos) y telespectadores (ocupados en la cocina o cautivados por la película) una cultura y disposiciones semiológicas simi-lares a las que ellos mismos instrumentan al analizar programas televisi-vos o espectáculos culturales. Ahora bien, tanto las competencias poseí-das por el público (que están desigualmente distribuidas en lo social, pero que, especialmente en esos dominios, son patrimonio de una escasa mino-ría) como las condiciones efectivas de recepción del mensaje (valga como ejemplo que el análisis semiológico puede hacerse sólo en el tiempo largo de la ciencia mientras que el telespectador común mira televisión duran-te el tiempo real del desarrollo de las imágenes) en su mayor parte impo-sibilitan la visión semiológica espontánea o la interpretación de una obra pictórica utilizando conocimientos de historia del arte. La observación es más pertinente todavía a propósito del arte urbano, que ya no es visto como tal (i. e. en su dimensión estética) por aquellos para quienes cons-tituye un decorado urbano habitual.

Desde luego, los investigadores dotados de grandes conocimientos académicos, eruditos en obras pictóricas, textuales, arquitectónicas, etc., no pueden más que sentirse decepcionados por las recepciones reales (tal como se hacen en determinada comunidad, en determinado momento y en determinadas condiciones materiales), necesariamente menos detalla-das, menos ricas, pero también, en muchas oportunidades, capturadas en los enntra cpntiCing históricos. en los anacronismos y en otras improvisa-

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rase o no, el espacio científico competitivo conduce a la defensa de su teo

ría,24 y esa misma defensa puede a su vez arrastrar a una lógica de encie-

rro teórico y negación de los hechos. Esa lógica que, finalmente, lleva

• derecho al muro del dogmatismo interpretativo, debe, por consiguiente,

ser controlada y contrastada seriamente por la lógica de la investigación

y la confrontación con la diversidad de "hechos".-No es necesario adhe-

rir masivamente a la totalidad de las tesis popperianas para acordar con el autor en cuanto al riesgo que corre cualquier teoría que no hayamos intentado "poner en falta": "Porque de no tomar actitudes críticas, siem-pre vamos a encontrar lo que queramos: investigaremos y encontraremos

confirmaciones; evitaremos, y no veremos todo aquello que pudiera hacer peligrar nuestras teorías favoritas". 25

El caso que nos preocupa es entonces un caso límite (elegido como tal) de sobreinterpretación por sobreabundancia de ejemplos "hechos a medi-da" que contribuyen a convalidar el modelo, en el cual el autor tiende "a exagerar" haciendo así desfilar los elementos —ésos y sólo ésos— que tes-timonien a favor de la pertinencia interpretativa del modelo propuesto.

56

LA SOBREABUNDANCIA DE EJEMPLOS DEMASIADO "PERFECTOS"

Cabe preguntarse si el siguiente ejemplo —sacado de La Distinction [La distinción] de Pierre Bourdieu— es un caso de sobreinterpretación. El autor,

cuyo espíritu de investigación animó gran parte de la obra, no sobresolici-ta datos empíricos muy pobres o muy escasos; 23 tampoco peca por olvido de las condiciones efectivas y concretas en que se mueven los sujetos inves-tigados, sino que en cambio teje una apretada red de pruebas que constitu-yen la fuerza innegable de la interpretación ofrecida. El problema se ubica casi en la vereda de enfrente de la sobreinterpretación de tipo 1: en el pri-mer caso se deplora la ausencia de "datos" verdaderos o las licencias her-menéuticas que se permiten los autores habida cuenta del volumen, la cali-dad o la índole de los materiales movilizados ; en este último caso, en cambio, por un lado, cabe preguntarse por la sobreabundancia de "buenos ejemplos" desplegados para "dar prueba", es decir, para probar la perti-nencia del modelo intepretativo, y por otro lado, por la índole (o la lógica) misma de esos ejemplos.

A fuerza de consolidar, y hasta de fortificar su teoría, el sociólogo puede invertir progresivamente el curso normal de las cosas desde el pun-to de vista científico. Así es como oscila desde la voluntad de entender y explicar los hechos sociales que la teoría expone fatalmente a numerosas transformaciones, adaptaciones y, en ciertos casos, a cuestionamientos radicales, al deseo, consciente o no, de administrar el patrimonio con-

22. J.-C. Passeron, Le Raisonnement sociologique, op. cit., pág. 284. 23. De todas maneras, en la primera versión de ese texto (parágrafo "La lec-ture des données statistiques", señalé algunos ejemplos de diferencias, constata-bles por cualquier lector, entre los datos estadísticos y los comentarios teóricos. En esa oportunidad puntué, en el comentario teórico, la elisión de todo lo que pudiera ser contraejemplo, de todo lo que pudiera haber arrojado siquiera la som-bra de una duda o aportarles ciertos matices a la arquitectura teórica. A partir de ahí sistematicé esa lectura crítica en "Retour sur

La Distinction", La Culture des individus. Dissonances culturelles et distinction de soi,

París, La Découverte, La boratoire des sciences sociales, 2004, págs. 166-174. También hay una lectura crítica de los datos estadísticos de L'Amour de l'art, en E. Pedler y E. Ethis, "La légitimité culturelle en questions", en B. Lahire (comp.),

Le Travail sociologique de Pierre Bourdieu, op. cit., págs. 179-203.

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN 57

Entre categorías científicas* y categorías comunes

En primer lugar, y en su búsqueda de la administración de la prueba, Pierre Bourdieu teje con frecuencia una red apretada de hilos donde se termina por no poder distinguir lo que le pertence al sociólogo y lo que pertenece al orden de las categorías de sentido común. Reduciendo las diferencias de estilos de vida a la oposición conceptual "ntre forma y sus-

tancia, el autor puede intentar probar la pertinencia de esa oposición apo-yándose en palabras homónimas de los encuestados "materialmente emparentadas" con las suyas. El primero en comprobar "la confusión I.•.1 entre el lenguaje que se estudia y el metalenguaje a través del cual se lo estudia" 26 fue Oswald Ducrot, y más precisamente el "deslizamiento

24. B. Lahire, "La variation des contextes en sciences sociales...", en Anna-

les. Histoire, sciences sociales, op. cit.

25. K. Popper, Misére de l'historicisme, París, Plon, 1956 [trad. cast.: La mise-

ria del historicismo, Madrid, Alianza, 2000]. * Savant en el original. Véase nota de pág. 19 (n. de la t.). 26. 0. Ducrot, Le Dire et le dit, París, Minuit, 1984, pág. 117 [trad. cast.: El

decir ,,,1., A.;,--hn. ilraiínnía de la enunciación, Barcelona, Paidós, 1986].

EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO

ciones interpretativas. 22 Y también sentirse contrariados por la falt e

profanos por rasgos que los especialistas consideran secundarios.

ceptual que, poco a poco, lleva a evitar "ver" (incluso en sus propios aquello que pudiera servir de contraejemplo, aquello que podría

.;

111.111

con

interés en elementos centrales de la obra y por el insistente gusto de lods datos)

- decir la bella mecánica teórica. En el estado actual de cosas, quié-

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S8 EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO

subrepticio del lenguaje hacia el metalenguaje". 27 El lingüista comprueba que el autor de La Distinction pasa ilícitamente del uso común del len- guaje que lleva a decir, por ejemplo, que un plato es "nutritivo"

y "sus- tancioso", al uso filosófico, y en este caso sociológico, del concepto d e "sustancia".

El análisis puede ser reiterado para las oposiciones conceptuale s siguientes: naturaleza/cultura ("es natural") ; ser/parecer ("sin artificios", "con toda franqueza"); material/simbólico (alimentos "terrestres", "pro-saicos", "materiales"). Cabe preguntarse entonces si la interpretación nos parece pertinente por repetir en forma científica las categorías comunes de percepción usadas en abundancia. Esas categorías, tomadas en su mayor parte de expresiones oídas miles de veces, nos "hablan" casi con demasiada facilidad, produciendo así "efectos de real" (R. Barthes). El lector termina por perderse en esa profusión de expresiones, tanto como en el dédalo de microdeslizamientos semánticos (cuidadosamente diseca-dos por el lingüista). Y agotado por la virtuosidad de la escritura, ya no logra distinguir los diferentes registros de lenguaje: el análisis sociológi-co, la descripción fenomenológica hecha a partir de categorías comunes de percepción y aprehensión del mundo social, la cita (entrecomillada) o la cuasi cita (sin entrecomillado).

En la hábil mezcla de categorías comunes de aprehensión del mundo social (que permanecen como categorías a explicar) y categorías científi-cas, se termina por pensar que la prueba del carácter pertinente de la interpretación sociológica es producto de incesantes deslizamientos semánticos. Desde ese punto de vista, muchos pasajes de la obra se pare-cen casi demasiado a nuestras mitologías (literarias o cinematográficas) sobre los mundos populares, pequeño burgueses y burgueses. Y, en oca-siones, el autor parece exagerar en la escritura para evocar el mundo popular, adoptando, a través de la hinchazón estilística, acentos ra bele-sianos ("Y la filosofía práctica del cuerpo masculino como una suerte de potencia, grande, fuerte, con necesidades enormes, imperiosas y brutales, que se afirma en toda la manera masculina de sostener el cuerpo"; 28 "la carne, comida fuerte por excelencia, que da fuerza, vigor, sangre, salud, es el plato de los hombres"). 29

27. Ibid., pág. 124. 28. P. Bourdieu, La Distinction. Critique sociale du jugement, París, Minuit, 1979, pág. 211 [trad. cast.:

La distinción: criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1998]. El subrayado es del autor.

29. Ibid., pág. 214.

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN

59

Ejemplos confeccionados a medida

La mezcla de categorías científicas y comunes obra mayormente en los —muy frecuentes— momentos en que el autor se ubica entre la des-cripción fenomenológica y el análisis sociológico de comportamientos (gestuales y lingüísticos) marcados socialmente. A partir de ahí se plan-tea la cuestión del status de los ejemplos ofrecidos, de las escenas sim-plemente evocadas o cuidadosamente descriptas. En la mayoría de los casos, Bourdieu describe con gran agudeza escenas observadas, pero que no parecen salir de un trabajo de observación sistemática de comporta-mientos. Esas escenas no forman parte de un corpus teórica y metodo-lógicamente construido (lo cual supondría decir cómo se efectuaron las observaciones, a partir de qué construcción del objeto, y qué lugar ocu-pan en la necesaria dispersión y variación de las situaciones observadas, etc.), sino que derivan de lo que podría llamarse ejemplos confecciona-

dos a medida. Por lo tanto, esas escenas han sido escritas para ejempli-ficar el esquema teórico (oposiciones sustancia/forma, material/simbóli-co, necesidad/libertad, etc.).

En ocasiones, el ejemplo imaginario (pero que en realidad podría haber sido realmente observado) se enuncia con claridad para luego hacer entender —en forma pedagógica— el sentido de una proposición teórica. Así ocurre con la evocación de "un viejo artesano" para ejemplificar los conceptos de "fórmula generadora" y de "transferibilidad" de las dispo-siciones constitutivas del habitus.3 ° Es imposible negar la existencia de situaciones análogas a las del ejemplo dado por el autor (sólo cuestiones de mala fe teórica llevarían al investigador a negar haberlas encontrado ya en el transcurso de sus propias investigaciones), pero el ejemplo "a medida", que no tiene funciones de patrón de medidas y simplemente vie-ne a testimoniar a favor del esquema teórico, puede hacer olvidar que a

30. "El gusto, propensión y aptitud por la apropiación (material y/o simbóli-ca) de una clase determinada de objetos o de prácticas clasificadas y clasificato-rias, es la fórmula generadora que está en el principio del estilo de vida, conjun-

to unitario de preferencias distintivas que expresan, en la lógica específica de cada uno de los subespacios simbólicos, mobiliario, vestimenta, lenguaje o hexis cor-poral, la misma intención expresiva. Cada dimensión del estilo de vida 'simboli-

za con' las otras, como decía Leibniz, y las simboliza: la visión del mundo de un viejo artesano ebanista, la manera en que administra su presupuesto, su tiempo o su cuerpo, el uso que hace del lenguaje y las elecciones en la vestimenta que usa están enteramente presentes en su ética del trabajo escrupuloso e impecable, de lo cuidado, del último toque, de lo terminado y su estética del trabajo que le hace medir la belleza de sus productos en función del cuidado y la paciencia que han

.1) T 4 nictinrtinn. 011. cit.. nács. 193-194.

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60 EL ESPillITU SOCIOLÓGICO

través de la investigación empírica es posible mostrar que todas las situa-ciones sociales no surgen de ese mismo modelo. 31

Pero en su gran mayoría, las descripciones fenomenológicas de mane-ras de hacer o de hablar no son ni ejemplos meramente imaginario

s fi informes de situaciones singulares extraídas de una serie razonada de observaciones. Las descripciones tienen cierto parentesco con escena

s literarias, sociológicamente probables, tales como las que encontramos, por ejemplo, en las novelas de Flaubert o de Proust. Y el sociólogo que-da en total libertad —y con pocas obligaciones empíricas— para describi

r escenas capaces de movilizar las oposiciones teóricas ubicadas en el cen-tro de la interpretación sociológica:

En las situaciones habituales de la existencia burguesa, las banalidades sobre arte, literatura o cine tienen voz grave y bien impostada, dicción lenta

y desenvuelta, sonrisa distante o segura, gesto mesurado, ropa de buen corte y el salón burgués de quien las pronuncia [...]. 32

En materia de lenguaje, la oposición es entre el hablar franco popular y el lenguaje altamente censurado de la burguesía, entre la búsqueda expresionista de lo pintoresco o del efecto y la actitud de moderación y fingida simplicidad (litote

en griego). Igual economía de medios en el uso del lenguaje corporal: ahí también la gesticulación y la prisa, los semblantes y las mímicas se oponen a la lentitud —"los gestos lentos, la mirada lenta" de la nobleza según Nietzsche—, a la moderación y la impasibilidad por donde se marca la altura. 33

Sería fácil de mostrar por ejemplo que los Kleenex, que requieren que tomemos delicadamente nuestra nariz, sin apoyar demasiado y que en cierto modo nos sonemos por la punta de la nariz, a golpecitos, son al gran pañue-lo de hilo, en el que soplamos bien fuerte de golpe y con mucho ruido, achi-cando los ojos en el esfuerzo y sosteniendo la nariz con todos los dedos, lo que la risa retenida en sus manifestaciones visibles y sonoras es a la risa con ganas, que acompañamos con todo el cuerpo, frunciendo la nariz, abriendo grande la boca, retomando aliento bien profundo ("me partía en dos"), como para amplificar al máximo una experiencia que no soporta ser contenida y antes que nada porque tiene que ser compartida, y por lo tanto claramente mani-festada a la atención de los demás. 34

ARRIESGAR LA INTERPRETACIÓN

61

Sólo que a veces, el innnegable talento de escritura de Bourdieu lo

hace pasar de descripciones desingularizadas (no situadas en el espacio y

el t iempo geográfico y social), que podrían ser como el resumen típico- de múltiples observaciones realizadas 3s —por ejemplo, ambientes

pidoepaul tares y frecuentación de cafés—, 36 a la descripción de escenas singu-lares que, otra vez, tienen más que ver con escenas literarias que con deta-llados informes de investigación. En casos así, se hace visible que el gra-do de detalle alcanzado por el autor sólo puede corresponder a la descripción de una escena particular, singular, donde entran en escena personajes singulares. Pero, desde el punto de vista sociológico, esos per-sonajes son ficticios. Por lo tanto, hay voluntad estilística de producir un "efecto literario", que no es otra cosa que un "efecto de real", tras lo cual podemos preguntarnos si, en esa descripción de situaciones singulares tendientes a ejemplificar un estilo de vida, un habitus o una visión del

mundo,37 los efectos de real literarios no le llevan la delantera a la pro-

ducción de conocimientos sociológicos: Mai

[...] se tiende a ignorar el cuidado del orden estricto de la comida; todo pue-de así ser llevado a la mesa más o menos al mismo tiempo (lo cual tiene tam-bién por virtud ahorrarnos pasos), de modo que las mujeres ya pueden andar por el postre, con los hijos, que se llevan el plato delante de la televisión, mientras los hombres terminan el plato principal y el "joven" que llegó últi-mo se traga la sopa. [...] A la hora del café, es posible conformarse con una cucharita que le pasamos al vecino de mesa, después de haberla sacudido, para que él también "revuelva el azúcar". [...] Tampoco se cambia la vajilla entre un plato y otro. El plato sopero se limpia con pan, puede así servir has-ta el final de la comida. La dueña de casa no deja de proponer "cambiar los platos", mientras con una mano ya retira su silla y con la otra apunta al pla-to del que está sentado a su lado, y todo el mundo habla al mismo tiempo ("en

que viene luego de un "esta oposición se encontraría [...]". Véase también un poco más lejos: "Habría que someter a comparación sistemática [...]" (pág. 215).

35. Sólo que, una vez más, no se sabe si se hicieron observaciones y, si así fue-ra, qué volumen y extensión tuvieron y en qué condiciones fueron realizadas, etc.

36. P. Bourdieu, La Distinction, op. cit., pág. 204. 37. Si bien el novelista "recurre a la observación y la documentación", tam-

bién "siempre las sesga plegándolas al mero afán de la 'literalidad' de los 'efectos de real'". En ese momento, el autor "usa más un saber-hacer literario en el 'hacer-creer' novelesco" que "un uso limitante [...] de los métodos de observación, de investigación y de procesamiento de datos puestos al servicio de una actitud ten-diente sólo a reforzar las pruebas y controlar la interpretación". Véase J.-C. Pas-seron, R. Moulin y P. Veyne, "Entretien avec Jean-Claude Passeron. Un itinérai-re de sociologue", en Revue européenne des sciences sociales, tomo XXXIV, 1996, N° 103, pág. 293.

31. Véase B. Lahire, Tableaux de familles. Heurs et malheurs scolaires en milieux populaires, París, Gallimard/Seuil, Hautes Etudes, 1995; Portraits socio- logiques. Dispositions et variations individuelles,

París, Nathan, Essais & Recher-ches, 2002 y La Culture des individus, op. cit., 2004. 32. P. Bourdieu, La Distinction, op. cit., pág. 194. 33. Ibid., pág. 197. 34. Ibid.,

pág. 211. Obsérvese al pasar la fórmula "sería fácil mostrar 1...1"

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EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO

el estómago se junta todo"), pero si ella insistiera, daría la impresión de rer mostrar la vajilla [...I.38 que_

Encuadrando (o encuadradas por, como se prefiera) los comentarios de datos salidos de investigaciones cuantitativas, las evocaciones litera-

rias, ubicadas en el registro de la descripción de comportamientos sing u-lares de personajes singulares, tienden a capturar las clases o fracciones de clases (populares, pequeño burguesas o burguesas) y encerrarlas en los

casos singulares. Es la clase o la fracción de clase la que se da a ver en la singularidad del caso: por sinécdoque, los ejemplos ofrecen algo así como la quintaesencia de un estilo de vida o de un habitas de clase.

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El ambiguo status de las fotografías

Son muchas las fotos que salpican la obra de Pierre Bourdieu. Ahora, esas fotos funcionan como las pequeñas descripciones fenomenológico-literarias que singularizan y ejemplifican el propósito teórico, pero con un problema suplementario de que el autor no comenta muchas de ellas, 39 con lo cual son a la vez sobresignificantes (ellas parecen mostrar lo que describe el autor: maneras de estar más o menos derecho o relajado, dis-tancias espaciales mayores o menores entre interlocutores, mesas provis-tas con mayor o menor cantidad de vituallas y platos, y más o menos ordenadas, etc.) y también subsignificantes (las imágenes no nos dicen nada" y, cuando parecen "hablar por sí mismas", es mejor desconfiar, ya que hay gran riesgo de proyectar en ellas nuestras pequeñas mitologías sociales, personales o colectivas).

38. P. Bourdieu, La Distinction, op. cit., págs. 217-218. El subrayado me per-tenece. 39. Véase P. Bourdieu, La Distinction, op. cit., págs. 164-165; 186-187; 212-

213; 223; 434; 439; 449, y 529. Nótese además que a las clases populares se las fotografía más, pero se las analiza en menor profundidad desde el punto de vista discursivo que a las demás clases ("Le choix du nécessaire", capítulo consagrado a las clases populares, contiene 28 páginas de las cuales 4 corresponden a fotos; "La bonne volonté culturelle", sobre la pequefloburguesía, contiene 56 páginas sin fotos; y "Le sens de la distinction", que trata acerca de la burguesía, tiene 71 páginas de las cuales 4 son de fotos (pero exclusivamente de diarios).

40. Hay una distancia considerable, que cualquier lector puede apreciar, entre la impresión de comprensión espontánea que se siente al mirar las fotos —que pare-cen buenas ejemplificaciones de los análisis y de las descripciones ya leídas— y la sensación de dificultad y de no evidencia que provoca el esfuerzo de explicitar ras-gos pertinentes de descripción de representaciones fotográficas no comentadas.

Al igual que en las escenas descriptivas, era de esperar que el autor nos dijera en qué contextos o en qué ocasiones habían sido sacadas las fotos,

l o cual podría contribuir a menudo a explicar visibles diferencias: comi-

da fa miliar o comida con visitas, comida de domingo o comida de la semana, foto oficial y pública para un diario o foto de status más incier-

to por haber sido sacada por el sociólogo después de una entrevista, etc. Para que realmente hicieran corpus, en vez de ser sólo "un-buen-ejemplo-

para -la - teoría", las fotos tendrían que haber sido comentadas, como tam-bién deberían haberlo sido las condiciones de los diversos actos fotográ-ficos. Aquí se nos presentan sólo las fotos más "elocuentes", aquellas que vienen a dar testimonio a favor de la tesis central del autor. Y es por eso que, aquí también, su presencia participa más de un efecto de real que de

un real efecto de conocimiento. Producir un conocimiento sociológico supondría analizar un corpus de fotografías sacadas en condiciones rela-tivamente similares, en familias socialmente variadas y claramente situa-das (sobre todo desde el ángulo de los respectivos capitales económico y cultural).

LAS INTERPRETACIONES Y SUS LÍMITES DE PERTINENCIA

En la práctica, es decir, en la realidad de las producciones inscriptas en el campo de las ciencias sociales, desde las más noveles y torpes hasta las más profesionales y hábiles, no todas las interpretaciones valen. Pero si bien no todas son equivalentes, su valor tampoco está fijado de una vez y para siempre. Y en su esencia, esa variabilidad de los valores o de las pertinencias interpretativas se debe a que lo que define sociológicamente la pertinencia de una interpretación es su capacidad de dar razón del mundo social y no su fuerza intrínseca, su rigor lógico o su fineza argu-mentativa. Cualquiera sea la pertinencia atestada y probada en la inves-tigación empírica, de una interpretación compleja, relativamente cohe-rente y conceptualizada (una teoría de lo social), ningún investigador en ciencias sociales estará jamás dispensado de hacer la prueba empírica de esa pertinencia en otros terrenos, en otros objetos, en otras épocas o en otras poblaciones. Una interpretación (que es un conjunto coherente de esquemas interpretativos discretos así como una grilla de interpretación conceptualizada, formalizada) siempre tiene límites de validez, entonces, un campo siempre limitado de pertinencia.'"

Ya que en este capítulo se ha tratado largamente de sobreinterpreta-

41. B. Lahire, "Champs de pertinente", L'Homme pluriel, op. cit., págs. 241-254.

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Page 13: Lahire Bernard

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ciones, podríamos hacer notar que una porción no desdeñable de los tra-bajos en ciencias sociales sufre a su vez de subinterpretaciones: análisis sin inspiración, sociografías y demás descripciones sin vuelo nos prese

a -tan trabajos interpretativos embrionarios. Esto me lleva a proponer l a idea de que

toda interpretación sociológica pertinente es una sobreinter-pretación controlada.

Ninguna regla de método permitiría encontrar en forma certera el "buen nivel" de interpretación (ni demasiado arriba —sobreinterpretación— ni demasiado abajo —subinterpretación—). Toda interpretación, como para no quedarnos en el comentario banal de cua-dros estadísticos ni en esos relatos y descripciones que dejan con las ganas al lector deseoso de explicaciones, es potencialmente una sobreinterpr

e -tación siempre y cuando asuma riesgos. Pero cuando el trabajo interpre-tativo es controlado atentamente por los datos, por la reflexión sobre sus condiciones de producción, por la comparación de esos datos con series de datos producidos por otros, en otras condiciones, etc., el riesgo de sobreinterpretación es limitado. Ésa es la diferencia entre el riesgo con-trolado del profesional que mantiene el rumbo de la interpretación (res-petando los datos y los condicionamientos que siempre hacen pesar —por su diversidad, su aporte de contraejemplos o su incoherencia relativa—inevitablemente sobre el discurso del investigador) y el despiste descon- trolado del aficionado —o del profesional poco atento— que lleva en línea recta a la sobreinterpretación.

Los conceptos sociológicos (en el sentido amplio del término) son palabras sin ninguna fuerza o valor científico en sí mismo (es decir, pura-mente teórico), cuya única validez reside en el encuentro y confrontación con el mundo social y, en última instancia, en la capacidad que tengan para captar y organizar elementos del mundo social. Y mi forma de abor-dar los problemas que plantea la sobreinterpretación en ciencias sociales es fiel a esa perspectiva: no existe sobreinterpretación sociológica que pudiéramos llegar a desalojar desde el punto de vista estrictamente lin-güístico, lógico o estrechamente argumentativo, sino sobreintepretacio-nes situables a nivel de las relaciones que la interpretación mantiene con las situaciones interpretadas.

Entonces, para encuadrar el sentido de este texto y evitar los malen-tendidos que conciernen a su status, no está de más recordar que las refle-xiones epistemológicas recién formuladas son reflexiones de investigador en situación de trabajo para quien la palabra "investigación" no es una simple invocación verbal. Efectivamente, muchas veces pesa en quienes reflexionan sobre su disciplina, sus saberes, sus métodos y su forma de poner a prueba los hechos, una sospecha de inutilidad, de lujosa pérdida de tiempo que estarían marcando la falta de trabajo de investigación o el fastidio del trabajo "de campo". Hay quienes descalifican de antemano cualquier reflexión epistemológica como inútil, estéril, pretenciosa o ver-

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Y quienes lo hacen son siempre aquellos que tienen intereses parti-culares el orden científico se mantenga en su estado actual y para clbou:lsaaes en que oe ela epistemología "es algo obvio", "es algo de lo que no es nece-sario hablar", los mismos que no tienen ningún interés en ver llegar nue-

vas reflexiones. La descalificación es más difícil, y, en todo caso, está for-

zada a develar su motor, si los que reflexionan no abandonan el camino de la investigación y vuelven a él con más ganas debido a que sus refle-x iones epistemológicas mejoran la calidad de sus trabajos empíricos y

amplifican su imaginación sociológica en materia de construcción de objetos. Si es lección extraída de trabajos de investigación e invitación a volver sobre el oficio, la epistemología no tiene ningún carácter de algo previo insoslayable (y paralizante) a la investigación, que impediría la investigación misma por miedo a la falta cometida. Es guía, ayuda, apo-yo o golpe de mano, pero nunca derecho de pasaje o condición previa.