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7/30/2019 LANDER, Edgardo Comp. El limite de la civilizacin industrial
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E l limitsciviUzacionindustrial
-rccoordinador)
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E l fin de siglo es propicio para los balances,para la disertacion sobre graves problemas. Enel eje de esos balances esta el bienestar alcan-zado por la sociedad industrial, que se presentaalgo mas que magro a la hora de una verifica-tion geografica. Al respecto, El limife de la civi-lizacion industrial sencda a los que propician laexacerbation industrial neoliberal de nuestrosdias (el "sometimiento definitive") como fieles se-guidores de la tradition de los conquistadoresdel siglo XV o de los positivistas del siglo XIX.
Esta comprobado que las sociedades menosmodernas gozan de una relation mas organicaentre laproduction de sus nor mas y lavida dia-ria. Y aunque los trabajos aqui incluidos no su-gieren un retornoa la Edad de Piedra, si apun-tan la necesidad de una racionalidad ambien-tal que promueva un desarrollo regional equili-brado, un "etno-eco-desarrollo" que permita laautogestion de las comunidades, y conella algotan basico como la autosuficiencia aliment aria.
Vladimir AcostaArturo EscobarEdgardo LanderEnrique LelfFernando MiresAlvaro PedrosaI S B N 980-317-081-3
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EL LIMITE DE LACIVILIZACION INDUSTRIAL
Perspectivas latinoamericanas en torno alpostdesarrollo
Edgardo Lander
Editor
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Agradecimiento:
A los autores de estos textos por su disposicin a participar en el presente proyecto editorial,
as como por su paciencia ante el largo proceso que culmina en la publicacin.
A Julieta Mirabal, por su invalorable trabajo editorial.
P.D.
Nunca me perdon el hecho de que en la versin publicada de este texto no apareci un
expreso reconocimiento y agradecimiento a la contribucin de la profesora Lolola Hernndez
Barbarito que desempe un papel central en la organizacin del evento en el XIX Congreso
a la Asociacin Latinoamericana de Sociologa (Caracas 1993) que sirvi de base a este
libro.
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TABLA DE CONTENIDOS
1. El dogma del progreso universal. Edgardo Lander
2. La revolucin ecolgica de nuestro tiempo. Fernando Mires
3. La crisis mundial actual, la crisis de America Latina y la problemtica ambiental.Vladimir Acosta
4. Democracia participativa, racionalidad ambientaly desarrollo sustentable: una utopiaen construccion. Enrique Leff
5. El Pacfico Colombiano: Entidad Desarrollable o Laboratorio Para el Posdesarrollo?Arturo Escobar V. Y Alvaro Pedrosa G.
6. Amrica latina: historia, identidad, tecnologa y futuros alternativos posibles. EdgardoLander
7. Los autores
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EL DOGMA DEL PROGRESO UNIVERSAL
La religin del progreso universal parece estar montada sobre un dogma ubicado ms
all de toda de discusin, posibilidad de duda, o refutacin emprica. La nocin del progreso
contina siendo probablemente la idea-fuerza ms potente de la sociedad contempornea. Y
sin embargo, la inviabilidad a mediano y largo plazo del modelo civilizatorio industrialista y
depredador se hace cada vez ms evidente. La destruccin de la capa de ozono, el efecto
invernadero, la devastacin de bosques, el empobrecimiento de suelos frtiles, la creciente
escasez de agua tanto para la agricultura como para el consumo humano, la acelerada
reduccin de la diversidad gentica, la contaminacin del aire y del agua, son las principales
seales de alarma que nos indican que la humanidad est llegando a los lmites (o ya los
habr sobrepasado?) de una degradacin de los sistemas ecolgicos, ms all de los cuales
podra llegarse a alteraciones irreversibles que haran imposible la vida. No son inagotables
los recursos, ni es infinito el potencial de los ecosistemas del planeta para procesar y
compensar las alteraciones que en ste produce la accin humana. Estamos cerca o hemos
llegado al lmite de la capacidad de carga de la Tierra. (Postel, 1994, pp. 4-5)1
Y sin embargo, destacados economistas lcidos y brillantes en su oficio, profesores de
las mejores universidades del mundo y premios Nobel, tecncratas con responsabilidades en
la toma de decisiones del ms alto nivel pblico y privado, nacional e internacional, continan
promoviendo el crecimiento econmico indefinidamente hacia el futuro. En el Informe
1. El Worldwatch Institute, tomando en cuenta las proyecciones de crecimiento de lapoblacin y las tendencias previsibles en el uso de recursos, calcula que entre 1990 y el ao2010 se producir una reduccin de la disponibilidad global per cpita de recursosrenovables en las siguientes proporciones: pesca 10%; tierra irrigada 12%; tierra cultivada21%; pastos 22%; y bosques 30%. (Postel, 1994, p. 11).
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Brundtland, como una de las recomendaciones centrales dirigidas a abordar los problemas
de destruccin ambiental, se proponen tasas de crecimiento anual para el mundo
industrializado de 4% a 5%, con el fin de generar mayores niveles de demanda de los bienes
que exportan los pases del mundo perifrico, y as fomentar su desarrollo (Comisin Mundial
del Medio Ambiente y Desarrollo, 1989). El nuevo modelo de xito de las economas "en
desarrollo" es China. La cuarta parte de la humanidad expande su produccin a un ritmo de
ms del 10% anual. Continan juzgando el desempeo econmico con medidas de
crecimiento como el producto nacional bruto o el ingreso per cpita que hacen abstraccin
del deterioro o consumo del capital natural sin el cual sera imposible esa produccin 2. Con
qu lgica nos podemos considerar ms ricos si el logro del aumento del bienestar material
se da al costo de destruir en forma irreversible los recursos que permitieron ese bienestar?
Es imposible pensar que no les ha llegado noticias de las amenazas a la sobrevivencia, no
slo de la humanidad sino de la vida misma en el planeta, a las cuales parece estar
conduciendo el modelo civilizatorio hegemnico. Cmo fue posible llegar a la construccin
de modelos de conocimiento como la disciplina econmica actual -cientficos y rigurosos- que
han resultado ser tan extremadamente impermeables al mundo que los rodea?
Una sociedad postmaterial?
En estos tiempos postmodernos se habla con desdn y cinismo de la utopa, de los
proyectos colectivos de futuro. Es comn or hablar de la modernidad y el industrialismo
2. "Como los clculos realizados para medir el Producto Nacional Bruto no toman en cuentala destruccin o agotamiento de los recursos naturales, esta popular medida econmica esextremadamente engaosa. Nos dice que estamos progresando mientras nuestrasfundaciones ecolgicas se estn derrumbando." (Postel, 1994, p. 20)
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como si fuese cosa del pasado. La sociedad industrial estara siendo reemplazada por la
sociedad postindustrial, la sociedad materialista -depredadora de la naturaleza- superada por
un orden social postmaterial.
Y sin embargo, a pesar de toda la retrica postmoderna y de todas las profundas
transformaciones culturales que recorren al planeta, no parecemos estar acercndonos al fin
de la modernidad, slo a la crisis de su razn histrica y al despliegue hipertrofiado de su
razn instrumental (Quijano, 1988). La utopa de la sociedad de la abundancia material sin
lmite se impone en todo el planeta. Hoy, en una forma mas acelerada que nunca antes en la
historia, con una eficacia slo posible gracias al prodigioso desarrollo tecnolgico, se dan en
el mundo "subdesarrollado" compulsivos procesos de modernizacin. A nombre de los
dogmas del mercado y del progreso -que la ceguera caracterstica de todo dogma hace ver
como la realidad, como la nica realidad posible- se est sometiendo a una alta proporcinde la humanidad a procesos de desarraigo, acentuacin de las profundas desigualdades
existentes, destruccin de identidades y races culturales. Formas de produccin, de
relacionarse con la naturaleza, de concebir y asumir el tiempo, prcticas sociales y culturales,
as como cosmovisiones "atrasadas" son sacrificadas. Todo considerado como desechable
en funcin del grandioso nivel de bienestar material que el dogma del progreso ofrece como
meta al alcance de cada uno de los hombres, mujeres y nios del planeta. Todos los
sufrimientos humanos implicados no seran sino los costos del progreso, los traumas
inevitables de toda profunda transformacin, recompensados en una prxima generacin con
una vida de abundancia.
Pero, y si esa vida de abundancia generalizada no fuese posible? Y si esa oferta de
futuro a nombre del cual todo puede ser sacrificado es una promesa irrealizable? Y si los
recursos totales del planeta simplemente no son suficientes para lograr que toda su
poblacin humana alcance los niveles de consumo material que tienen en la actualidad las
clases altas y medias de los pocos pases industrializados que hoy sirven como modelo a
alcanzar? No tendramos que cambiar nuestras nociones sobre el futuro del planeta si
constatramos que los niveles de vida de pases como el Japn slo son posibles gracias al
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uso del "excedente ecolgico" no utilizado por otros pases3. Que sentido tendran esos
inmensos engranajes del proceso universal de modernizacin compulsiva que a su paso
homogeneizador va sometiendo y/o destruyendo toda identidad y forma cultural alterna a esa
opcin civilizatoria inviable?
La pobreza, ms all de un nivel fsico difcilmente cuantificable, es un hecho cultural
que se construye a partir de la nocin de riqueza. El modelo civilizatorio actual, al definir
como riqueza y como bienestar -como buena vida- algo que est fuera del alcance de una
mayora de la humanidad, no slo construye la pobreza mediante la apropiacin
profundamente desigual de los recursos (sin la cual seran, por supuesto imposibles los
actuales niveles de opulencia de una minora de la humanidad) 4, sino condena para siempre
a la mayor parte de la humanidad a la carencia, y a la pobreza al definir como tales a
cualquier opcin de vida diferente a los niveles de consumo propios de las sectores msprsperos de las sociedades industriales contemporneas. As como no es posible abordar
los problemas ambientales por la va de remiendos o ajustes secundarios a las tendencias
medulares de la civilizacin industrial contempornea, tampoco es posible abordar el tema de
la pobreza sin cuestionar el modelo civilizatorio del cual forma parte y haciendo abstraccin
de la nocin de riqueza5.
3. "En principio no hay nada inherntemente insostenible en que un pas dependa delexcedente ecolgico de otro. El problema est en la percepcin generalizada de que todoslos pases pueden sobrepasar su capacidad de carga y crecer econmicamente por la va dela expansin de sus manufacturas y bienes industriales a expensas del capital natural -pavimentando tierras agrcolas para construir fbricas, por ejemplo, o deforestando paraconstruir viviendas. Pero, todos los pases no pueden continuar haciendo estoindefinidamente. Como observa el economista Herman Daly,
La habilidad de un pas para
sustituir capital hecho por el hombre por capital natural, depende del que otro pas tome ladecisin opuesta (complementaria).
" (Postel, 1994, p. 17)
4. "En 1960, el 20% ms rico de la poblacin del planeta se apropiaba del 70% del ingreso
global; para 1989 (ltimo ao para el cual existen cifras comparables), esta proporcin subeal 83%, mientras que el 20% ms pobre ve descender su participacin de 2,3% a 1.4%, conlo cual la relacin entre el ingreso del 20% ms rico y el ingreso del 20% ms pobre pas de30 a 1 en 1960 a 59 a 1 en 1989." (Postel, 1994, p. 5. Datos de: United Nations DevelopmentProgramme, Human Development Report 1992, New York, Oxford University Press, 1992).5. En este sentido, al igual que la Cumbre de la Tierra realizada en Ro de Janeiro 1992 entorno al tema ambiental, de la Cumbre Social de Copenhagen de 1995 no puede esperarsesino resultados en extremo limitados en relacin a la pobreza.
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El pensamiento sobre el planeta y su futuro que es hoy hegemnico, es un
pensamiento desde y para el mundo industrial central. Un pensamiento donde todo es
posible... menos poner en duda los dogmas que estn en la base de la civilizacin industrial.
Los trabajos recogidos en este libro pretenden, desde otro lugar, a partir de una ptica que
tiene sus races en la experiencia particular de Amrica Latina en torno a los temas de la
modernizacin, el desarrollo, la diversidad cultural y la destruccin ambiental, contribuir a la
indispensable gestacin de otras miradas sobre estos asuntos. Los textos, con la excepcin
del de Enrique Leff, tienen su origen en ponencias presentadas y debates realizados en la
Comisin de "Desarrollo latinoamericano: Modelos alternativos, economa y ecologa", del
XIX Congreso de la Asociacin Latinoamericana de Sociologa, celebrado en Caracas entre
el 30 de mayo y el 4 de junio de 1993.
Edgardo Lander
Caracas, febrero 1995
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REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Comisin Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo, Nuestro futuro comn, Editorial Alianza,
Madrid 1989 (1987).Quijano, Anbal: Modernidad, identidad y utopa en Amrica Latina, Lima, Sociedad y PolticaEdiciones, 1988.
Postel, Sandra: "Carrying capacity: Earth's Bottom Line", en Lester Brown et. al., The State ofthe World (A Worldwatch Institute Report on Progress Toward a Sustainable Society),Washington D.C., 1994.
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LA REVOLUCION ECOLOGICADE NUESTRO TIEMPO
Fernando Mires
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El ao 1992, el entonces senador norteamericano, y actual Vicepresidente de los
Estados Unidos, Al Gore, public un libro titulado Earth in the Balance: Ecology and Human
Spirit. Ese libro ha llegado a ser un hit editorial, y sin duda, ser para arquelogos de futuros
milenios (suponiendo que la especie humana sobreviva a algunos pronsticos contenidos en
ese mismo libro) un documento histrico quizs ms decisivo que Los Lmites del
Crecimiento publicado el ao 1972 por El Club de Roma, o que el Fin de la Historia de
Fukujama. Con deliberada exageracin, podra afirmarse que representa una especie de
Perestroika de Occidente.
Sin negar los indudables mritos literarios, filosficos, e incluso cientficos del texto
sealado, es evidente que gran parte de su importancia histrica reside en el propio autor.Pues, que un Vicepresidente de USA -que no es precisamente el pas ms ecolgico de la
tierra- escriba un libro acerca de las relaciones entre la naturaleza y el espritu humano, es
algo que hay que tomar en serio. Este es un hecho que delata, en cierto modo, como un
determinado tipo de articulacin discursiva ha alcanzado un lugar hegemnico. El
pensamiento ecologista despus de ser, cuando no vilependiado, ignorado, parece,
definitivamente, haber llegado a las ms altas esferas de la poltica, del mismo modo como
cuando el cristianismo hizo su entrada triunfal despus de haber habitado largo tiempo en las
catacumbas, hasta alcanzar a los propios personeros del Estado.
Un palimpsesto de nuestro t iempo
No estoy muy seguro si en la futura historiografa relativa a nuestra "Antigedad" a Al
Gore le estar reservado el rol de Teodosio o Constantino. Si estoy, en cambio, seguro, que
la articulacin discursiva condensada en los estilos de pensamiento ecolgicos parece,
efectivamente, hacer su entrada triunfal en los salones del Estado. Al Gore lo demuestra, y
de una manera contundente. Lejos estn los tiempos en que la palabra ecologa slo la
conocan algunos bilogos. Despus de largusimas discusiones, las tesis que plantean
como condicin esencial de la sobrevivencia humana, la defensa de la naturaleza, han
pasado a ser cdigos indispensables del pensar poltico. Hasta el poltico ms industrialista
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se siente obligado hoy, a incluir en algn punto de su programa conceptos como medio
ambiente, ecologa, o simplemente naturaleza. Una poltica que no recurra a la ecologa
parece ser tan impensable, como una que en el pasado no hubiese hecho recurrencia a la
economa.
Pero no son slo las cavilaciones eco-filosficas de Al Gore las que marcan un
quiebre terico en los discursos polticos, sino el hecho de que stas alcanzan en su libro
una dimensin programtica expresada en lo que l llama un Plan Marshall para salvar al
planeta, tarea que a su juicio nos incluye a todos en tanto ciudadanos de la misma tierra. Por
primera vez, y sta
parece ser una opinin cada vez ms pre-dominante, la humanidad se enfrenta a una tarea
comn, la que implica, para ser realizada, una verdadera revolucin que abarca todos los
niveles de la existencia (Gore, 1994, p. 20). Pero no se trata a su juicio de un proyectopuramente organizativo a ser realizado por determinados Estados -aunque efectivamente Al
Gore compromete como principales ejecutores de la revolucin ecolgica global a los pases
ms industrializados, y dentro de ellos, en primer lugar a USA dado la responsabilidad que le
incumbe en la destruccin ecolgica (Op. cit., p. 318)- sino que tambin en el alma de cada
individuo, pues, es ah donde se ha anidado la lgica que ha hecho posible que, sobre otros
principios ticos y polticos, se haya impuesto el de la destructibilidad. La destructibilidad
frente a la naturaleza sera en este sentido una expresin ms de una destructibilidad inter-
social, y, no por ltimo, inter humana. La revolucin que l propone no es por lo tanto slo
ecolgica, sino una revolucin integral que se expresara ecolgicamente. La ecologa sera
pues, en el discurso de Al Gore uno de los ms decisivos puntos en la transformacin radical
de las lgicas de accin que hasta entonces vienen rigiendo el curso de la historia humana.
Las bases de la teora poltico-ecolgica de Al Gore son antropolgicas. Segn su
opinin, las relaciones agresivas que mantenemos con el medio ambiente son presentadas
como producto de un desequilibrio existencial entre el ser humano y el contorno natural. A su
vez, ese desequilibrio, opera como consecuencia de una disociacin entre las personas y la
naturaleza. Esa disociacin al producir relaciones de desequilibrio con el medio ambiente, al
ser interiorizada, se traduce en una disociacin espiritual o psquica. "Por eso estoy
convencido" -escribe- "que la restauracin del equilibrio ecolgico de la Tierra depende de
algo ms que de nuestra capacidad para restablecer una equivalencia entre la enorme
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avidez de la civilizacin en bsqueda de recursos, y el frgil equilibrio de la Tierra; eso
depende adems de nuestra capacidad para restablecer el equilibrio entre nosotros mismos
y la civilizacin. Por ltimo debemos reencontrar el equilibrio en nosotros mismos entre lo
que somos y lo que hacemos" (Op. cit., pp. 24-25).
Precisamente apelando a algunas tesis psicolgicas relativas a las llamadas "familias
disfuncionales", que son las que no se encuentran en condiciones de formar a sus miembros
de acuerdo a las pautas de la normatividad social imperante, Al Gore entiende a la sociedad
moderna tambin como disfuncional, pues sta no se encuentra en condiciones de integrar a
sus miembros, ya que esta misma civilizacin se basa en una realidad escindida (naturaleza/
sociedad). La desvinculacin producida entre seres humanos y contorno natural, determina
un comportamiento agresivo respecto a todo lo que provenga o tenga que ver con el mundo
natural. Una de las formas ms notorias de esa agresividad es el consumo desenfrenado. Atravs de los productos que consumimos, transformamos a la realidad natural en un objeto
pasivo, al que poseemos mediante la violencia ejercida en el mercado. La naturaleza es
reducida as al papel de simple recurso, al servicio de nuestras ambiciones, deseos y lujurias.
En consecuencia, la civilizacin moderna, para Al Gore, est psquicamente enferma y por
eso mismo, muchos de sus miembros ni siquiera captan la profundidad de la enfermedad que
los acosa. "Como los miembros de una familia disfuncional que se anestesian
emocionalmente frente al dolor, que de todas maneras sienten, nuestra civilizacin
disfuncional ha desarrollado una anestesia, que nos preserva del dolor de nuestra
disociacin respecto a la Tierra" (Op. cit., p. 237). De este modo, sta es la conclusin que
puede ser extrada de las tesis antropolgicas de Al Gore, experimentamos una suerte de
triple separacin. Entre nosotros y la naturaleza, entre nosotros y la sociedad, y dentro de
nosotros mismos (Op. cit., p. 255).
Hecho tal diagnstico, Gore propone la terapia correspondiente: restaurar las
relaciones de equilibrio, mediante la superacin de la escisin producida entre los seres
humanos respecto a su ambiente. La ecologa se transforma en un medio que hace posible
esta integracin; el camino que permite resolver la disfuncionalidad vital de nuestra
civilizacin.
Equilibrio e integracin
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El planteamiento de Al Gore es fascinante, como lo es el de muchos msticos -y l lo
es desde un punto de vista ecologista-. Por lo mismo, parece ser inevitable que en algunos
momentos caiga en la tentacin de absolutizar algunas premisas. Por lo menos dos
conceptos muy caros a Al Gore se encuentran para l fuera de toda discusin. Uno es el de
equilibrio; el otro es el de la reintegracin.
La idea de que es necesario restablecer un equilibrio al interior de los llamados eco-
sistemas es uno de los puntos centrales del ideario ecologista, entendiendo por ecologismo
aquella tendencia poltica que hace de la ecologa una matriz fundamental. De acuerdo a ese
tipo de ecologismo, existe un equilibrio objetivo que es necesario restaurar. Hay que convenir
en que la nocin de equilibrio es bastante subjetiva. (Mires, 1990, p. 36). En efecto, lo que
parece a veces bsico como condicin de equilibrio, no lo es necesariamente para todos loselementos que conforman esa supuesta condicin. Nuestro concepto de equilibrio natural no
es el mismo que el que imaginaran las ratas, si es que tuvieran imaginacin. Si nuestros
hogares se llenaran de ratas (horrorosa visin), es porque las ratas han encontrado en ellos
condiciones de equilibrio que les permiten reproducirse. De la misma manera, la idea de que
existen ecosistemas que se rigen por un orden natural absoluto, y que es necesario
preservar desde un punto de vista ecolgico debe ser rechazada. No existe un ecosistema
ideal, absoluto u objetivo. Un ecosistema es lo que nosotros queremos que sea un
ecosistema. Pues un sistema es, antes que nada, una invencin humana. Antes de que los
seres humanos hubieran inventado la nocin de sistema, no existan los sistemas. Por lo
tanto, un ecosistema (en cuyo interior existan condiciones equilibradas) es no slo un
concepto subjetivo, sino que adems antropocntrico. Eso por lo dems no tiene ninguna
connotacin negativa. Pero s seala que aquello que est en juego no es la idea de
restaurar un sistema de equilibrios objetivos, sino el problema, mucho ms complejo, y por
cierto, ms poltico, relativo a cuales son las condiciones de equilibrio que deseamos o
necesitamos. Si un fantico automovilista, para quien el auto es lo ms importante de su
vida, tiene argumentos suficientes para demostrarnos que el auto es objetivamente an ms
importante que las vidas humanas que se perdern como consecuencia de las emisiones de
CO2 habr obtenido un notable triunfo poltico. Pero como hay algunos, desgraciadamente
no suficientes, que pensamos que es necesario salvar vidas humanas limitando las
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emisiones de CO2, tendremos que argumentar a favor de "nuestro" ecosistema, para lograr
"nuestro" triunfo poltico. Pues una regin desertica es tambin un ecosistema, y por lo
dems muy equilibrado (ya que sus elementos interactivos son mucho menos que en un
ecosistema boscoso). Si alguien quiere vivir en un ecosistema desrtico, o rodeado de ratas
y cucarachas, enfermo de cncer a la piel, bebiendo agua envenenada, y conservar su
automvil, es su opcin. Los ecosistemas y los equilibrios que predominen no resultarn de
la restauracin de un equilibrio natural, sino de una eleccin, que a su vez resultar de
colisiones argumentativas y, no siempre por ltimo, de decisiones polticas.
El segundo motivo central de Al Gore, es el de una supuesta reintegracin del ser
humano en el orden de la naturaleza. Por lo dems, una idea muy antigua. El concepto de
reintegracin natural tiene incluso un origen religioso. En algn momento el ser humano
cometi un pecado imperdonable, y fue expulsado del Paraso. Desde entonces vagaerrando buscando el paraso perdido. En algn momento, dice a su vez Al Gore -utilizando el
lenguaje mesinico, tan propio a la poltica norteamericana- el ser humano se separ de la
naturaleza, y hoy ha llegado el momento de reintegrarse a ella, salvando a la naturaleza, y
por tanto, a nosotros mismos, de la catstrofe final (Gore, 1994, p. 217). Muchas
revoluciones, no hay que olvidar, se hicieron en nombre de la integracin del ser humano en
un orden natural supuestamente violado por los opresores. El derecho natural que an
mantiene cierta vigencia en algunas Constituciones, parte precisamente de la premisa de que
hay un orden natural previo con el cual es necesario vivir en consonancia. El romanticismo
europeo, a su vez, frente a las relaciones de produccin industrial que amenazaba a tantos
habitantes del mundo feudal, levant tambin como lema, el regreso a la naturaleza. La
"utopa del regreso" es el punto central de la filosofa de Fichte que tuvo mucha influencia en
el pensamiento del joven Marx. La teora marxista de la enajenacin supone, en efecto, que
como consecuencia del predominio de las relaciones de produccin capitalista, el ser
humano, como productor de sus condiciones de vida, ya no se pertenece a s mismo. Est
alienado; enajenado; respecto a qu? es la pregunta. Respecto a s mismo, es la respuesta;
esto es, respecto a su propia naturaleza, la que se encuentra en contradiccin con el orden
social. Subvertir al orden social es la condicin de regreso al orden natural. No es casualidad
que Marx hubiera visto en el Comunismo la posibilidad de la recuperacin del ser humano
como ser social y natural al mismo tiempo ya que "...la sociedad es la unidad completa del
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ser humano con la naturaleza, la verdadera resurreccin de la naturaleza, el naturalismo
consumado del ser humano, y el humanismo consumado de la naturaleza" (MEW, E1, p.
516). La idea del regreso o de reintegracin al orden natural fue defendida posteriormente
por movimientos ecologistas europeos (Bahro, 1987, p. 268). Hoy, el Vicepresidente de USA
retoma esa idea, y no con menos fuerza que anteriores naturalismos.
Supongamos por un momento que exista un orden natural. Quin sabe cmo es? Es
necesario recordar, en este punto, que en nombre de un orden natural objetivo, el catolicismo
medieval, y hoy en da algunas fracciones islmicas, decretaron como pecados o delitos
contra-natura las energas ms vitales del ser humano. No olvidemos que en nombre de una
supuesta naturaleza humana, los hombres mantuvimos durante siglos a las mujeres
encerradas en las cocinas, alejadas de las profesiones y de la poltica. En nombre de la
naturaleza se han cometido crmenes horribles. Hay que evitar, por lo tanto, que profetas ypolticos, aunque sean personas tan democrticas como Al Gore, se arroguen el derecho a
hablar en nombre de un orden natural.
Es evidente, por cierto, que el ser humano mantiene muchas relaciones equvocas con
su ambiente externo, y que el principio de destructividad es todava dominante en nuestra
cultura. Pero ese ser humano destructivo sigue siendo parte de la naturaleza, esto es, acta
no desde su exterior, sino desde su propio interior, como un ser que es tambin natural. Y si
acta desde dentro, es obvio, no puede haber reintegracin posible. Lo que s es posible, es
establecer una relacin distinta con lo llamado "natural" (interno y externo). De lo que se
trata, en buenas cuentas, es superar la nocin de que existe una disociacin con la
naturaleza. No se trata pues de lograr una reintegracin objetiva, sino de lo contrario,
desalojar del alma la idea de que estamos "afuera". La sola creencia de que existe el "afuera"
y el "adentro" o lleva a suponer que somos algo "superior" a la naturaleza y por lo tanto es
nuestro derecho reducirla a la condicin de "recurso", o que somos algo as como parsitos,
cuyo objetivo es destruirla (por eso hasta el SIDA ha sido perversamente interpretado como
un medio del que se sirve la naturaleza para defenderse de la especie humana).
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La desnaturalizacin de la razn
El error que lleva a deducir la condicin antropolgica como externa al "orden natural"
se deduce de la observacin correcta de que en efecto, parece que con el "homo sapiens" la
naturaleza se dio un elemento que hasta antes de nuestra llegada no tena: la autorreflexin,
o lo que es parecido: la capacidad de pensarse a s misma. Esta capacidad portada por la
especie humana, la de elaborar teoras, maravill tanto a sus portadores, que los llev en
algn momento a imaginarse que exista independiente a su condicin natural. Este fue el
momento durante los tiempos modernos, cuando algunos iluminados llevaron su capacidad
de razonar hasta el punto en que fue posible razonar sobre la razn. Para realizar esa
complicada operacin, fue necesario separar artificialmente a lo racional de lo que
supuestamente no lo era, paso que a su vez llev a un momento paradjicamente muyirracional: cosificar a la razn. Este fue el momento del racionalismo. Bacon, Newton,
Decartes, y tantos otros, fueron cirujanos que creyeron extirpar a la razn de la naturaleza, y
por lo mismo, de nuestros cuerpos. Disociada artificialmente la razn de las cosas, no
tardara en convertirse, artificialmente, en un antagonismo frente a lo natural. La
desnaturalizacin de la razn llevara a la desracionalizacin de la naturaleza.
La razn cosificada, o lo que es parecido: desnaturalizada, llev inevitablemente a su
sobre-naturalizacin, que es lo mismo que decir, a su endiosamiento. Por esas razones se ha
insistido acerca de la necesidad de realizar un proceso de segunda secularizacin -que a
diferencia de la primera que fund una cientificidad en base a la religin de la razn
(resultado de su desnaturalizacin), paradjicamente, en contra de la religin- desacralice a
la propia razn, desmontando el supuesto antagonismo que se da entre lo racional y lo
natural (Mires, 1990; 1991; y 1994). Eso pasa a su vez por un cuestionamiento radical de los
principios constitutivos de la cientificidad moderna basados en determinaciones
indeterminables organizadas en supuestas leyes objetivas, que no son sino la proyeccin de
una conciencia no plenamente secular.
Basta simplemente observar como el racionalismo ha juzgado a lo supuestamente no-
racional para darse cuenta cuan necesario es comprometerse en un proceso de segunda
secularizacin. En nombre de la racionalidad basada en el progreso, la civilizacin o el
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desarrollo, ha sido destruida la naturaleza hasta haber llegado a la situacin que hoy
estamos viviendo: al de los lmites objetivos de sobrevivencia de la humanidad.
Todo lo que, de acuerdo a relaciones de poder pasaba a determinarse como no
racional, o natural, ha podido ser explotado, saqueado o destruido. Ya la esclavitud griega
estaba racionalizada sobre la base de supuestos derechos naturales. Las mujeres, durante
milenios, fueron homologadas con la naturaleza no racional, principio sobre el cual se fund
la civilizacin patriarcal hasta nuestros das. El racionalismo moderno, a su vez, no hizo ms
que interiorizar normas culturales que ya estaban dadas, creyendo subvertirlas. Lo que para
el espritu medieval era lo "pecaminoso", pas a ser en el espritu moderno lo "irracional". A
travs de la naturalizacin de nuestra exterioridad, y en nombre de una razn sobrenatural,
obtenamos la absolucin para destruir nuestra propia realidad. El "reino vegetal" y el "reino
animal" estaban fuera de "nuestro reino". "Nuestro reino" convertido en imperio, ocup ydestruy a los otros reinos. Hoy quedan de esos reinos derrotados slo algunas ruinas que
testimonian plidamente la grandeza que alguna vez alcanzaron. Los ms expresivos
sobrevivientes, aquellos que hemos considerado necesarios para nuestra alimentacin, los
animales, agolpados en campos de concentracin, sin saber lo que es la luz del da,
industrializados, o convertidos en "seres domsticos" (sobre quienes se proyectan
sentimientos que ya es "irracional" expresar entre nosotros) nos contemplan -como escribi
una vez Doris Lessing- con sus ojos hmedos, como preguntndonos, por qu les hemos
hecho tanto mal. De acuerdo a la ideologa racionalista, el hecho de que no tuvieran una
razn parecida a la nuestra ha sido motivo suficiente para asesinarlos. Por cierto, al igual que
muchos seres humanos, los llamados animales no resuelven problemas algebracos, pero es
difcil negar que carecen de sentimientos, que saben jugar, amar, construir nidos con una
precisin que puede envidiar cualquier ingeniero, y viajar miles de kilmetros sin perder
nunca la orientacin. Eso es instinto, afirmamos, sospechando que tal no es ms que una
palabra inventada para designar a todas las formas de inteligencia que suponemos
puramente naturales (ya que se da por sentado que nuestra razn es sobre-natural). Por lo
menos, los llamados despectivamente "pueblos primitivos" entendan inteligentemente a la
ejecucin de un animal como un acto de sacrificio o de inmolacin. Hoy devoramos a
nuestros hermanos de la creacin sin hacernos el ms mnimo reproche. La
desracionalizacin de lo natural lo justifica todo.
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A fin de destruir lo natural, declaramos igualmente la guerra a la naturaleza no
racionalista que habitaba dentro de nosotros. Lo instintivo o lo animal, fue convertido por la
religin en pecado. Por el racionalismo fue convertido en "inferior". La antropologa y la
etnologa moderna, calificaron a muchos pueblos como "naturales", ponindose al servicio de
un colonialismo, mental primero, militar despus. De la misma manera, reprimimos en
nuestras almas los sentimientos "inferiores" o "animales". Impotencia, frigidez, perversiones,
son slo testimonios mnimos de la declaracin de guerra hecha por la razn a la naturaleza.
Esa guerra, en tanto la razn no es sobre ni no-natural, ha terminado siendo una guerra en
contra de la propia razn. Las clnicas psiquitricas estn pobladas de vctimas de esa
guerra. Las calles de nuestras ciudades tambin. Tiene razn Al Gore. La civilizacin misma
se ha vuelto disfuncional, que es parecido a decir, enferma.
Que la razn sea uno de los instrumentos autorreflexivos que se ha dado la naturalezadel cual la especie humana es portadora, es una buena noticia, pues si la razn conduce al
exterminio de la naturaleza, querra decir que la naturaleza es suicida, algo que es difcil
creer. Luego, existen motivos para pensar que esa misma razn, en tanto es natural, se
encuentra en condiciones de salvar a la naturaleza y con ello, a su especie portadora:
nosotros. Pues, autorreflexin quiere decir, pensarse a s mismo. Si la razn es
autorreflexiva, significa que se encuentra en condicin de aprender de sus errores. Esta es a
fin de cuentas una de las mejores propiedades de la inteligencia humana: la de cometer
errores, ya que si no los cometiera, no podra superarse a s misma, y por tanto, no habra
reflexin, luego, ninguna racionalidad. Slo quien comete errores puede pensar
racionalmente.
La entrada de la ecologa en el pensamiento poltico ofrece sin dudas la posibilidad de
enmendar el error que nos hizo suponer que la razn viva fuera de lo natural. Corregido este
error, la recuperacin de la naturaleza pasa necesariamente por la recuperacin de la razn
en contra de un racionalismo que en su esencia era la negacin de toda racionalidad. Slo la
razn salvar a la razn.
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La teora de la revolucin global
La ecologa en el discurso poltico -el libro de Al Gore es un buen testimonio- subvierte
principios esenciales del racionalismo moderno. Quizs estamos asistiendo a uno de los
procesos ms revolucionarios que haya conocido la historia de la humanidad, pues gracias a
los servicios que nos presta la ecologa podemos realizar una suerte de cuestionamiento
tridimensional. En primer lugar, a un orden civilizatorio: la propia modernidad. En segundo
lugar a un orden socioeconmico: el industrialismo, predominantemente su forma capitalista
(ya que su forma socialista se cuestion a s misma, y muy radicalmente). En tercer lugar, a
nosotros mismos. No hay revolucin global sin subversin del individuo, y viceversa. Pues,
los proyectos revolucionarios del pasado reducan los cuestionamientos a una relacin de
externalidad. El que se realiza apelando al recurso de la ecologa, internaliza y externaliza losproblemas al mismo tiempo. Porque no es slo un sistema externo a nuestra conciencia el
que puede ser hecho responsable del exterminio del planeta. Somos tambin nosotros
mismos. Como deca un amigo, miembro del Partido Verde Alemn, es ms fcil que las
empresas capitalistas internalicen criterios ecolgicos, a que los ecologistas se deshagan de
sus automviles. Dicho an ms radicalmente: quien calla sobre su automvil, debe callar
tambin sobre la Amazonia.
No obstante, la idea de una revolucin global que se sirva del conocimiento ecolgico,
no es nueva. En cierto modo Al Gore ha dado formato poltico a un proyecto que vienen
presentando desde hace algn tiempo instituciones como el Club de Roma.
Cuando en 1972, en medio de la llamada crisis petrolera, Denis Meadows, en
representacin del Club de Roma hizo pblico el ya legendario The Limits to Growth
(Meadows, 1992)) caus un efecto impactante. Por primera vez un organismo tecnocrtico
autorizado planteaba abiertamente lo que extremas minoras gritaban en las calles de las
grandes ciudades. Hoy en da, releyendo el Informe, se podra decir que no todas sus
proyecciones se han cumplido, pues los autores trabajan con clculos lineales que no dejan
espacio para el aparecimiento de factores imprevisibles. Pero, por otro lado, se puede afirmar
que en cierta medida algunas de sus predicciones catastrficas se han quedado cortas pues
en ese tiempo no haban sido computado hechos como el SIDA o el hoyo de ozono. De la
misma manera, se puede seguir criticando Los Lmites en el sentido de que hace de la
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llamada explosin demogrfica un hecho extremadamente determinante, sin preguntarse
demasiado acerca de las razones que producen el crecimiento poblacional. No obstante,
independiente a sus muchas carencias, es posible afirmar que el impacto del Informe no
resida tanto en sus proyecciones, sino en el hecho de que planteaba en forma taxativa que
el llamado crecimiento, tanto poblacional como econmico, haba llegado a sus lmites. "Si se
mantiene sin modificar el actual crecimiento de la poblacin mundial, de la industrializacin,
de la contaminacin ambiental, de los medios de produccin alimenticios, en el curso de cien
aos sern alcanzados los lmites absolutos del crecimiento" (Meadows, 1992, p. 17). Est
de ms decir que en los industrialistas aos setenta eran muy pocos los que se atrevan a
pensar que el llamado crecimiento econmico tena lmites. Ya esa constatacin era
revolucionaria.
Haciendo justicia a Los Lmites, hay que decir que ah no se entenda todava elproyecto de salvar ecolgicamente al planeta como una idea revolucionaria. De la misma
manera a como postulara Al Gore despus, se trataba de una proposicin para subvertir a la
economa oficial, teniendo como objetivo, ya no el crecimiento, sino el equilibrio (Meadows,
1992, p. 17). En ese perodo, el Club de Roma pensaba que era posible convencer a los
monitores de la economa mundial para que enmendaran rumbo. No obstante, aventuraba
proposiciones que en la prctica implicaban una revolucin global, usando el trmino que el
mismo Club utilizara en el futuro para designar a la transformacin ecolgica de nuestro
tiempo. "En el presente, y durante un breve momento de la historia, el ser humano posee la
eficaz combinacin de saber, medios tcnicos y recursos naturales, todo lo que es
fsicamente necesario, para crear una nueva forma de comunidad humana, que pueda
mantenerse para las futuras generaciones" (Meadows, 1992, p. 164). Tres principios bsicos
de la "revolucin global" ya estaban pues formulados en Los Lmites. Uno, que la economa
debe regirse por el criterio de responsabilidad ms que por el de ganancia inmediata. Dos,
que es necesario crear formas econmicas sustentables. Tres, que para ello es necesario
una "nueva comunidad humana" lo que quiere decir, en trminos ms claros, nuevas
relaciones sociales y polticas.
Fue el ao 1991 cuando el Club de Roma decidi pasar a la ofensiva proponiendo lo
que ni siquiera los partidos ecologistas y verdes ms radicales se atrevan a plantear: un
programa de salvacin del planeta bajo el ttulo de The First Global Revolution (Spiegel
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Spezial 2, 1991). Aqu es necesario puntualizar que el concepto "global" encierra dos
connotaciones. La primera, que es un proyecto planetario. La segunda, que es globalizante,
esto es, que no se concentra slo en cuestiones ambientales o ecolgicas, sino que, lo que
es distinto, la realizacin de estas ltimas supone un programa de transformacin
econmico, poltico y cultural extremadamente radical. En efecto, La Primera Revolucin
Global puede ser entendido como una suerte de "plaidoyer" por una nueva visin de la
realidad que cuestiona los cimientos de la civilizacin contempornea.
Para los redactores de la Primera Revolucin Global lo que caracteriza al nuevo
proceso revolucionario es que carece de un sujeto particular como una clase, una nacin, o
una ideologa, pues compromete a toda la humanidad en su realizacin (Op. cit., p. 10). Su
objetivo es, en esencia, normativo. Como postulan sus redactores: "Nosotros necesitamos
una nueva visin del mundo en el que queremos vivir; debemos incorporar a nuestrasreflexiones los recursos humanos, materiales y morales existentes a fin de que nuestra visin
sea realista y viable; y debemos movilizar la energa humana y la voluntad poltica para crear
la nueva sociedad global" (Op. cit., p. 10).
Los objetivos de la Revolucin Global no son nada modestos. Se propone, entre otras
cosas, alterar las relaciones de desigualdad entre norte y sur a fin de superar el llamado
"subdesarrollo" (Op. cit., p. 91), reformular el papel de los Estados (Op. cit., p. 20), la
limitacin del propio concepto de soberana nacional en funcin de los intereses globales
(Op. cit., p. 128), una nueva economa que sea determinada por valores extraeconmicos
(Op. cit., p. 17), limitacin consciente de la poblacin (Op. cit., p. 30), etc. Interesante en el
informe es el llamado a apoyar iniciativas civiles, partidos polticos y movimientos sociales
que se orienten en la perspectiva de negacin del modo industrialista de produccin. En
sntesis, el motivo central del informe es la idea de una revolucin que debe realizarse
primero en nuestras conciencias; segundo, en la accin poltica; tercero, en el desmontaje
del orden econmico mundial; y cuarto, en la creacin de una sociedad ms humana.
Si la revolucin ecolgica de nuestro tiempo es entendida por el Club de Roma como
la primera "global", en el segundo informe Meadows -publicado en 1992 bajo el sugestivo
ttulo Beyond the Limits (Meadows/Randers, 1992)- es entendida como la tercera revolucin
industrial. La intencin es algo equvoca. En la literatura econmica se entiende comnmente
por "tercera revolucin industrial" la generada por la introduccin de nuevas tecnologas en
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los campos de la energa atmica, de la computacin y de la gentica, cuyas consecuencias
se encuentran muchas veces en contradiccin con el proyecto de "revolucin global". Pero
independiente a la enumeracin de las revoluciones, lo que nos est diciendo el Club de
Roma es que necesitamos incentivar un proceso que desmonte el andamiaje industrial
prevaleciente y lo reemplace por uno cuyo objetivo sea el mantenimiento de la tierra, de sus
recursos, y de la especie (Op. cit., p. 97). Precisamente en este punto, el nuevo informe hace
suyo un concepto que se viene abriendo paso con mucha fuerza: el de autosustentacin y,
como el Club de Roma se ha decidido por una revolucin, no trepida en proponer una
revolucin por la autosustentacin (Op. cit., p. 269) que no sera otra cosa que la revolucin
global aplicada al campo especfico de la economa (suponiendo que ese campo especfico
exista).
La tesis de la autosustentacin fue popularizada gracias al Informe de la ComisinBrundtland, WCDE, en 1987 conocido con el ttulo de Nuestro Futuro Comn. La diferencia
de ese informe con los publicados por el Club de Roma en 1991 y 1992 es que en el primero
la sustentabilidad es entendida como una forma de desarrollo; en cambio, en los dos ltimos,
es entendida como revolucin. La diferencia no es semntica. El Club de Roma parece
hacerse eco del clamor cada vez ms amplio en contra del concepto sociobiolgico de
desarrollo el que se encuentra en contradiccin con la propia filosofa de la sustentabilidad.
Por esa razn, los desarrollistas intentaron durante algn tiempo equilibrar lo inequilibrable:
desarrollo y sostenibilidad. As naci el concepto de Sustainable Development, ltimo grito de
la moda en mltiples conferencias y congresos. Hoy, los propios industriales parecen advertir
que el concepto de sustentabilidad no slo no tiene que ver nada con el de desarrollo, sino
que adems quiere decir todo lo contrario. Por ejemplo, un consejo empresarial para el
"desarrollo sustentable" celebr una conferencia en la que participaron representantes de
BP, Dow Chemical y Ciba Gelgy. En el informe se puede leer que si se quiere salvar al
planeta, las naciones industriales deben reducir el consumo material, su consumo energtico,
y la destruccin del medio ambiente en un cincuenta por ciento en un plazo mximo de
cincuenta aos (Die Zeit 30, p. 15). En breve: se trata de terminar con la produccin en masa
y con la sociedad de consumo o, como formula an ms radicalmente el Club de Roma, de
poner fin al sueo americano (Spiegel Spezial 2, 1991, p. 65). Y que han sido las ideologas
del desarrollo sino el intento por realizar ese sueo?
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La sustentabilidad no es para El Club de Roma contradictoria con el desarrollo de la
tecnologa. De lo que se trata, a juicio de sus autores, es de inventar un tipo de tecnologa en
funcin de la sustentabilidad. Por eso se refieren al proceso como a una "revolucin
industrial". En funcin de esas razones proponen incentivar tecnologas de reciclaje, de
mayor grado de eficacia, elevada utilidad productiva y mejor utilizacin de los recursos
disponibles (Meadows/Randers, 1992, p. 113). En trminos escuetos, el Club de Roma se
plantea en contra de la produccin masificada orientada a la obtencin de ganancias
inmediatas y sugiere aumentar el valor cualitativo de la produccin, aumentando su
durabilidad. En fin, se tratara de fundar una economa del ahorro, y no del crecimiento.
Hay pues una relacin de continuidad entre las tesis de Al Gore y los ltimos informes
del Club de Roma. Tanto el conocido poltico, como la afamada institucin, han oficializado
con sus publicaciones la idea de una revolucin global. Qu lejos estn los tiempos en que laecologa era una palabra polticamente desconocida. Hoy est tan politizada que ya parece
difcil nombrarla sin asociarla con la idea de revolucin. Pero, si es as, se tratara, la
ecolgica, de una revolucin sin revolucionarios, pues como ya ha sido subrayado, para sus
mentores es el ser humano, como entidad genrica, esto es, como portador de la conciencia
autoreflexiva que se ha dado la naturaleza, el llamado a realizar esta revolucin. En eso hay
plena sintona entre Al Gore y el Club de Roma. Hay, adems, otro punto en comn. No se
trata, la que proponen, de una revolucin puramente ecolgica, sino que, como repiten
incesantemente sus mentores, global. Esto quiere decir, que se trata de una revolucin que
se da en mltiples espacios al mismo tiempo. Para expresar esa idea de un modo ms
plstico, se tratara de una revolucin que se refleja en mltiples crculos concntricos. La
ecologa es slo uno de esos crculos. De la misma manera podramos hablar de una
revolucin ecolgica que se expresa poltica o econmicamente, o de una revolucin poltica
y econmica que se expresa ecolgicamente. Sobre esto ltimo parece ser necesario insistir.
La impureza esencial de la ecologa poltica
Que estemos en vsperas de una revolucin global que adems se expresa
ecolgicamente, quiere decir que lo ecolgico no existe polticamente en forma "pura" sino
imbricado en un contexto poblado de conocimientos que no son puramente ecolgicos. Pero,
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a la vez, el elemento ecolgico impurifica a los dems (polticos, econmicos) y les da una
connotacin que sobrepasa su forma especfica hasta tal punto que lo llamado especfico se
convierte en un dato abstracto, imposible de ser ubicado en algn punto de la realidad.
Ya he insistido en otros trabajos en que la ecologa no es en s un discurso (Mires
1990:35). Ms an; aqu se afirma que ningn discurso es un "en s". El discurso no es ms
que la articulacin imbricada de mltiples formas de referencia a la realidad. De la ecologa
"en s" no hay que esperar nada (Dahl 1985:23-43). Su no neutralidad no deviene de s
misma, sino de quienes han decidido recursarla hacia otros niveles que no son ecolgicos. El
discurso es la cadena en donde ha sido encadenada la ecologa. Si la ecologa fuera un
discurso slo podran hablar de ecologa los eclogos. Esto quiere decir, que la entrada de la
ecologa en lo poltico (y viceversa) es parte de un proceso de mltiples interacciones.
Ahora bien, la articulacin de lo ecolgico en un discurso no se dio slo de modoacadmico. Tuvo lugar muchas veces en las calles. En Europa, la formacin poltica
ecologista no puede entenderse sin la constitucin de movimientos sociales, en los cuales,
sectores que provenan, en gran medida, de las izquierdas polticas, le dieron un sentido de
protesta en contra de determinadas formas de concentracin del poder. Eso signific adems
que, gracias precisamente a la "impureza" del discurso, esos mismos sectores de izquierda
entraron en conflicto con su propio ideario, pues esa izquierda se haba formado como tal en
los marcos del industrialismo que los movimientos ecologistas y ambientalistas pretenden
subvertir. En el Partido Verde Alemn, la expresin poltica ms organizada de los
movimientos ecolgicos europeos, se dio, y en cierto modo todava se da, el conflicto que
surge frente a la "impureza" de las luchas ecolgicas. Por un lado, los ecologistas "puros"
que entienden lo poltico como una reduccin a lo puramente ambiental. Una de las muestras
del enorme grado de absurdidad de la "ecologa pura" fue el lema electoral del Partido Verde
alemn en los momentos de la reunificacin nacional: "Todos hablan de la nacin. Nosotros
hablamos del tiempo". Dicho eso, en los momentos cuando era necesario hablar ms que
nunca de la reconstitucin poltico-ecolgica de la nacin. Por otro lado, tenemos a los
"anticapitalistas puros" que ven en lo ecolgico slo un medio en su lucha contra "el sistema",
con lo que no se puede evitar la impresin que la defensa del medio ambiente es para ellos
slo un recurso instrumental para realizar objetivos "ajenos" a lo ecolgico. Pero,
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independientemente a las fracciones fundamentalistas que surgen en todos los lados, lo
cierto es que lo ecolgico se da en la realidad de un modo absolutamente inespecfico.
El discurso en el que en nuestro tiempo ha sido involucrada la ecologa no proviene
pues slo del saber ecolgico, sino de una suerte de permanente contacto transformativo
entre muchas formas del saber. A fin de subrayar la tesis del contacto transformativo en la
formacin discursiva de la poltica ecolgica, utilizar el ejemplo de las relaciones tensas que
se han dado entre dos ciencias, la economa y la ecologa que siendo, en su origen
hermanas (eko quiere decir casa en griego. La economa es la administracin de la casa -
familia, comunidad, nacin-. La economa es el estudio de la casa) fueron separadas
artificialmente la una de la otra, de modo que muchos han credo observar hoy da una
colisin entre el pensamiento econmico y el ecolgico. En cambio aqu se postula que esa
colisin no existe slo fuera, sino que al interior de cada una de esas ciencias, pues a travsdel contacto transformativo, la una se sirve de la otra, hasta el punto que, por lo menos hoy
da, se hace imposible hablar de economa sin relacin con lo ecolgico. Por lo tanto, no
habra una colisin entre ecologa y economa, sino entre dos economas: una que incorpora
a su racionalidad la temtica ecolgica, y otra que, ya no pudiendo ignorarla, la relativiza, o la
secundariza.
En otras ocasiones he postulado que en virtud de la insercin del saber ecolgico en
el econmico se ha hecho necesario realizar una suerte de Segunda Crtica a la Economa
Poltica (Mires 1990; 1994). La primera fue llevada a cabo en gran medida por Marx, quien al
polemizar con las ideas de Ricardo, descubri que en la valoracin de los productos, el valor
de la fuerza de trabajo era en gran parte escamoteado, producindose un plus-valor que
constitua la base de la ganancia capitalista. Una Segunda Crtica a la Economa Poltica
debera postular que no slo el valor de la energa humana, sino que adems, el de la no-
humana, no est involucrado en los procesos de valoracin. En otras palabras: se necesita
una nueva teora del valor, lo que supone una nueva teora del clculo econmico que
incorpore aquella parte de la "naturaleza muerta" (en analoga al concepto marxista de
"trabajo muerto") contenida en los procesos de produccin. Esto supone a su vez, una
revolucin terica sin precedentes al interior del pensamiento econmico moderno.
Hay, sin embargo, una buena noticia: la Segunda Crtica a la Economa Poltica est
siendo realizada, y de una manera colectiva, desde distintos ngulos, y por distintos autores.
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Los criterios centrales de la Economa Poltica moderna han sido cuestionados en su propia
esencia. A fin de demostrar esa afirmacin, tratar de precisar los momentos que han llevado
a ese proceso deconstructivo, sin detenerme, por razones de espacio, en el anlisis
particular de cada uno de ellos. Al mismo tiempo tratar de demostrar como por medio del
contacto transformativo que se da entre ecologa y economa, otras formas del saber han
sido incorporadas al nivel de la reflexin terica, de modo que las fronteras que existen,
metodolgicamente entre estas, se abren, dando origen a un discurso poblado de unidades
interactivas carentes de especificidad absoluta.
El momento inicial fue sin dudas el del establecimiento de lmites en el crecimiento
econmico. De ah la relevancia del primer informe Meadows. Los lmites se daban a su vez
no objetivamente, sino en el marco de una relacin entre diversos factores, como por
ejemplo, el crecimiento exponencial de la poblacin, el agotamiento de las materias primas yde los llamados recursos naturales, el incremento tecnolgico, y el consecuente aumento
indiscriminado de la productividad.
Que entre los lmites, Meadows, y despus muchos otros autores hubieran inscrito en
primer lugar el crecimiento demogrfico, ha llevado a acusar al Informe Meadows de
malthusiano. Y en efecto, al amparo del ecologismo, parece tener lugar, en el ltimo tiempo
un renacimiento de las teoras de Thomas Robert Malthus (1766-1834) relativas a la
inequivalencia entre el aumento poblacional (geomtrico) y el de los alimentos (aritmtico).
Sin embargo, no todo anlisis que llame la atencin sobre el crecimiento demogrfico es
malthusiano.
El malthusianismo (que es una caricatura del pensamiento de Malthus, como el
marxismo del de Marx) parte de dos premisas. La primera, que el aumento de la poblacin es
la causa primera y final de la crisis econmica. La segunda, es que tendencialmente, de no
sobrevenir epidemias, guerras, y desastres, esto es, factores "autoreguladores", la poblacin
mundial avanza hacia el precipicio (Kennedy 1993:51). Hoy en da, hay ecologistas que
postulan una disminucin drstica del nmero de nacimientos a fin de restablecer el equilibrio
entre alimentacin y ser humano. A ellos, les contestan los "sistemistas" que el problema no
est en el aumento de la poblacin sino en el de la distribucin de bienes. A estos responden
los eco-malthusianos que eso significa pensar que los recursos naturales son ilimitados. Los
sistemistas aducen que no se trata de ajustar al ser humano a la capacidad productiva del
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sistema, sino que al revs. Y la discusin contina. Es la misma que la del huevo o la gallina
Qu est primero? la disminucin de la poblacin o la distribucin de bienes?
Por supuesto que no es muy moral hablar de la explosin demogrfica sin hacer
mencin a la "explosin de automviles". Pero por otro lado, el aumento poblacional
descontrolado, tambin afecta al deterioro ambiental. Ambos procesos, el aumento
poblacional y el aumento de la produccin, no parecen sino ser las dos caras de la misma
moneda. Esto quiere decir que no es posible analizar el tema de la reproduccin sin hacerlo
con el de la produccin, y viceversa. No es posible tampoco hacerse responsable del uno,
desresponsabilizndose del otro.
Por cierto, hay diversas formas de limitar la poblacin. Los chinos demostraron que
con un Estado dictatorial es posible prohibir la existencia de nios. La pregunta en este punto
es en que medida el remedio resulta peor que la enfermedad pues convierte en lcito que elEstado intervenga en lo ms ntimo de la esfera privada: la sexualidad. Igualmente, se ha
sabido de casos de activistas malthusianos que en nombre del desarrollo propician la
esterilizacin de las mujeres. La estupidez se junta en este caso con la maldad. Los
partidarios del neoliberalismo, tambin recurriendo a Malthus, nos dirn que el problema no
existe, pues tarde o temprano, gracias a las guerras, epidemias como el clera y el SIDA, la
poblacin mundial se autoregular (Whlke 1987:84). La solucin no puede ser ms
perversa. Los partidarios de la modernidad aducen en cambio, y no sin cierta razn, que
gracias al bienestar alcanzado por la sociedad industrial, la poblacin disminuir ya que en
un automvil no caben ms de dos hijos, y en los nuevos departamentos no ms de uno, y si
se quiere conservar al perro y al gato, ninguno.
Sin tratar de establecer una ley demogrfica, parece s ser cierto que una precaria
integracin social colabora al aumento poblacional, aunque no todo aumento poblacional se
origina en la falta de integracin social. Integracin social supone la aceptacin de normas
generales, sin necesidad de coercin. Con la destruccin de mltiples comunidades, la
creciente expulsin de fuerza de trabajo agrcola hacia las ciudades, y en estas ltimas, la
desocupacin en masa que ocurre como consecuencia del declive del modo industrialista de
produccin, las relaciones sociales entran en un profundo proceso de deterioro hasta el
punto que algunos socilogos como Touraine han llegado a proclamar el fin de la sociedad
(Touraine 1985:31). No existiendo cohesin social, no hay pautas culturales homogneas. En
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lo que se refiere al tema demogrfico, la poblacin no se encuentra en condiciones de
discutir normas regulativas, pues faltan los lugares que lo permitan. En otros trminos: la
cadena que se da entre lo familiar, la comunidad, y el Estado, se encuentra, en muchos
lugares, despedazada; y esa es la cadena que permite, precisamente, hablar de sociedad en
cuanto tal. De este modo, o las organizaciones familiares quedan libradas a su arbitrio
(desocializadas), o a merced de los respectivos Estados, y por lo mismo, no es posible una
planificacin de lo familiar en un marco ms amplio. No puede haber planificacin familiar sin
planificacin social, y para que esta ltima sea posible, se necesita, lgicamente, que exista
algo parecido a una sociedad.
El fin de la utopa del crecimiento eterno
Si el crecimiento tiene lmites objetivos, debe existir un momento en que, a partir del
reconocimiento de esa realidad, la economa en tanto ciencia deja de ser una ciencia del
crecimiento. Eso significara desplazar su centro desde la produccin de riquezas hasta el de
la administracin de la pobreza.
Quizs la economa moderna naci el da en que Jesucristo, segn el Nuevo
Testamento, tuvo la fantstica idea de multiplicar los panes para dar de comer a los
hambrientos. Si se escribiera de nuevo la misma historia, Jesucristo debera haber
enfrentado el problema, no de multiplicar panes, sino que de repartir, entre muchos, los
pocos disponibles. Esa es la tarea cientfica de la economa del futuro, la que slo puede
cumplir reconcilindose con su hermana, la ecologa.
La economa moderna se ha centrado hasta ahora en el tema del crecimiento
econmico, o lo que es igual, en el de la multiplicacin de los panes. Para ello le ha bastado
echar mano a los recursos disponibles: la fuerza de trabajo y la naturaleza no humana, los
que se suponen inagotables. La constatacin de los lmites en el crecimiento, obliga a
pensar, en cambio, que la tarea de la economa del futuro es como seguir viviendo con lo
poco que nos queda. Esa es, en palabras simples, la teora de la sustentabilidad a la que el
Club de Roma entiende como una revolucin epocal. No obstante, de modo ms sabio que
muchos economistas, las dueas de casa en los hogares de bajos ingresos han aprendido,
literalmente, a hacer milagros, al repartir entre muchas bocas pocos panes. De eso
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precisamente se trata: la tierra es un hogar cuyos ingresos son cada da ms bajos, y habr
que alimentar a sus habitantes, y a los que vendrn en el futuro, con lo poco que
disponemos.
Quizs sea necesario recordar que a quien la economa moderna reconoce como su
fundador no es a Jesucristo, sino al monje romano Luca Piccioli (1445-1514). A Piccioli se le
concede el mrito de haber inventado el llamado sistema de doble contabilidad que hizo decir
al economista alemn Werner Sombart "que naci en el mismo espritu que el sistema de
Galileo y Newton, o que las lecciones de la moderna fsica y qumica". En realidad, sin el
llamado sistema de doble contabilidad, el capitalismo sera impensable. En su esencia es
muy simple: cada empresario debe llevar una doble contabilidad: la de su economa privada,
y la de su empresa. Esa sentencia, que hoy resulta obvia, tuvo un efecto revolucionario en su
tiempo, pues la doble contabilidad supona que haba una racionalidad del individuo comopersona privada, y otra que era la de sus negocios. Al ser realizada esa disociacin, se
estableca que la empresa era un fin en s, o lo que es parecido: que el valor de cambio no
tena porqu tener correspondencia con el valor de uso. Hoy en da, despus de siglos de
economa empresarial, podra hacerse una correccin a la tesis de Luca Piccioli la que
quizs puede tener un efecto no menos revolucionario que la formulada por el monje italiano.
Esta sera: en virtud de la certeza de que el crecimiento econmico tiene lmites objetivos, es
necesario llevaruna triple contabilidad. La de cada persona (o familia); la de las empresas; y
la de la naturaleza. Ahora bien, lo subversivo de esta teora es que la contabilidad de la
naturaleza hace variar la contabilidad privada y la de las empresas al mismo tiempo, y de una
manera muy radical, pues lo que puede aparecer con signo ms haciendo omisin del
desgaste de la naturaleza, puede aparecer con signo menos, si la contabilizamos. No
obstante hay un problema: en la contabilidad privada es el individuo el interesado en llevarla
a cabo; en la empresarial, es el empresario. Quin est interesado en realizar la
contabilidad de la naturaleza? Objetivamente el individuo y el empresario al mismo tiempo,
pues ninguno de ambos puede subsistir sin que se realice esa contabilidad. Esto es, la
contabilidad de la naturaleza devuelve al individuo y al empresario a su condicin genrica:
ser humano o persona, minimizando el valor de las dos primeras contabilidades pues, como
dice genialmente un afiche del movimiento ecologista: "el da en que no quede ningn rbol y
ningn ro, descubriremos que el dinero no se puede comer".
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La no contabilidad de la naturaleza tiene incluso fundamentos bblicos. Quizs no
puede haber nada ms antiecolgico que las palabras que pronunci Dios el da de la
Creacin: "Sean fructferos y hganse muchos y llenen la tierra y sojzguenla, y tengan en
sujecin los peces del mar y las criaturas voltiles de los cielos y toda criatura viviente que se
mueve sobre la tierra" (Gnesis 1:26-2:19). De acuerdo a ese mandato divino, los servidores
ms grandes del Seor han sido las empresas forestales, ganaderas y pesqueras. Pero la
Biblia no slo hay que leerla; hay que interpretarla. En la antigedad no haba otra forma de
prestacin de servicios que la sujecin, especialmente en la forma de esclavitud. Por lo tanto,
a las Sagradas Escrituras fueron trasplantadas el sentido de las palabras que regan en las
relaciones sociales durante los tiempos en que la Biblia fue escrita. En nuestro tiempo, donde
priman las relaciones contractuales de trabajo por sobre las sujecionales, Dios debera haber
hablado de un modo distinto para que lo entendiramos. El podra haber dicho, por ejemplo:"Haced un contrato con la naturaleza; servos de ella, pero no olvidis pagarle puntualmente
su salario y respetar sus das de reposo como respetis vuestras propias vacaciones". Esa
sera, precisamente, la tercera contabilidad.
La constatacin obvia de que el crecimiento econmico tiene lmites objetivos es la
base argumental que cuestiona a las ideologas del progreso, tanto en sus formas bblicas
como cientficas. De lo que se trata, de acuerdo a las criterios derivados de la tercera
contabilidad -la de la naturaleza- es de crear una economa del ahorro, o del autosustento.
Esa constatacin a su vez, ha preparado el ambiente para que hayan salido a luz teoras que
en otras ocasiones habran sido consideradas como exticas y que hoy en da aparecen
como realistas. Una de esas teoras deriva de la incorporacin al saber econmico de la
segunda ley de la termodinmica, o ley de la entropa, que nos dice que si bien la energa se
mantiene constante (primera ley) hay un cuantum que no es recuperable en los procesos de
produccin material.
Nicholas Georgescu-Roegen (1966,1971,1976) considerado el mentor de una
economa entrpica, ha postulado, partiendo del criterio de la irreversibilidad, un cambio
radical en el pensamiento econmico pues, si tomamos en serio la ley de la entropa, el
crecimiento en cuanto tal resulta absolutamente imposible. Efectivamente: en la medida en
que producimos ms en menos tiempo, mayor es la cantidad de energa no reinvertible que
producimos, y en consecuencia, menor es la cantidad de energa disponible. Eso significa
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que a mayor crecimiento econmico, mayor es el decrecimiento de la naturaleza. Tal
constatacin nos entrega una nocin muy diferente del tiempo econmico a la que
tradicionalmente poseemos, pues mientras mayor es el avance de la produccin, menos es
el tiempo, traducido en energa disponible que nos queda. Es, en cierto modo, lo mismo que
ocurre con nuestra vida. Celebrar un cumpleaos no es como se piensa ilusoriamente,
celebrar un ao ms, sino uno menos de vida. En el fondo, deberamos estar tristes el da de
nuestro cumpleaos. Pero vivimos de ilusiones. Los economistas, seres humanos al fin,
tambin. En sus clculos econmicos se imaginan que produciendo ms, avanzan por los
caminos del progreso y del desarrollo. En realidad, retroceden, y a veces, vertiginosamente.
La segunda ley de la termodinmica nos dice en cambio que el tiempo de la economa
moderna avanza en la forma de count down. Mientras ms se avanza, ms se retrocede.
Mientras menos avanzamos, ms tiempo ganamos. Esa es la amarga leccin de Georgescu-Roegen.
Georgescu-Roegen es una persona con buena suerte. Sus trabajos han encajado en
el espritu ecolgico de nuestro tiempo. Pero, como el movimiento ecolgico ya est
produciendo sus historiadores, hoy sabemos que l slo es uno de los ltimos nombres en
una larga lista que podramos llamar "economa maldita" o "economa soterrada". Gracias a
investigaciones realizadas por autores como Martinez-Alier y Schlpmamn (1991) se sabe
que desde los fisicratas hasta nuestros das, hay una larga lista de personajes que
intentaron introducir el concepto de "prdida energtica" al saber econmico. Nombres como
Podolinsky, Fischer, Sacher, Clausius, Soddy, Oswald, Popper, Linkeus, Ballod-Atlanticus, y
el propio Bujarin, son slo algunos que se han convertido en indispensables en la
reconstruccin de la economa como ciencia de la escasez.
La tarea histrica que encomiendan las lecciones de Georgescu-Roegen es la de
estimular economas de bajos niveles entrpicos, o economa sintrpica (Altvater 1992:34-
35) lo que significa entrar en abierta contradiccin con muchas empresas orientadas a la
obtencin inmediata de ganancia monetaria, dosificar ciertas tecnologas, recurrir a otras que
permitan la utilizacin de recursos renovables, y el reciclaje, etc. De todas maneras, hasta
que surja una nueva invencin "prometica" como suea el mismo Georgescu-Roegen, como
la utilizacin masiva de la energa solar -en la cual pone tantas esperanzas Altvater (1992:
235-247),- no queda otra alternativa que proponer polticas de ahorro energtico, que implica,
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en los trminos del mismo Altvater, devolver a la economa a su lugar originario: ciencia de la
administracin de la escasez pues "si el crecimiento de la entropa fuese igual a cero o
incluso negativo no habra escasez y luego la economa carecera de sentido" (Altvater
1991:49).
Como de un rbol podemos hacer un mueble, pero no de un mueble un rbol -al
escribir esta frase no puedo sino echar una mirada triste al escritorio en que estoy
escribiendo- pero como al mismo tiempo no podemos prescindir de muebles, de lo que se
trata es que nos midamos un poco ms en la adquisicin de muebles. Quizs no sea tan
necesario cambiar de mobiliario de acuerdo a cada moda, y que tengamos que
desprendernos de un poco ms de dinero, en la forma de impuesto ecolgico, o
indemnizacin a la naturaleza, cada vez que adquiramos un mueble nuevo. Con el impuesto
ecolgico se podra, por ejemplo, financiar programas de reforestacin, con lo que,efectivamente, podramos realizar el milagro de reconvertir mi escritorio en un rbol. Lo que
s es imposible realizar, es reintegrar la cantidad de energa disipada a los procesos
materiales de produccin. Pero s podemos retardar el tiempo de su disipacin, con lo que,
objetivamente, ganamos tiempo. "Por medio de la ignorancia del tiempo y del espacio, la
naturaleza es suprimida, y ya que el ser humano es naturaleza, es tambin suprimido como
ser natural" (Altvater 1991:263). En ese bien entendido, el valor de un producto sera mayor
mientras ms bajo fuese su nivel entrpico, o menor su produccin de desorden (Altvater
1991:256). Pero con esa simple reflexin se est nada menos que subvirtiendo la idea del
valor, y por consiguiente, del clculo econmico, del que se vena sirviendo hasta ahora la
economa moderna. Ese es tal vez el punto ms radical de la revolucin ecolgica de nuestro
tiempo.
La revaloracin de los valores
Como ya ha sido dicho, el valor del desgaste de la naturaleza no est involucrado, por
falta de una tercera contabilidad, en el clculo valrico de cada producto y, por lo mismo, no
forma parte del clculo preciatorio. Una nueva teora del valor, parte central de la Segunda
Crtica a la Economa Poltica que -como tambin ha sido establecido- se encuentra en
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marcha, pasa por incorporar la parte que se pierde de la naturaleza en la produccin. Ahora
bien, este tipo de clculo ofrece una breve dificultad: matemticamente es incalculable.
En otro trabajo haca una pregunta Cuntas vidas vale un rbol? (Mires 1990:137).
Porque ya se sabe que el proceso de deforestacin aumenta la sequedad de los suelos,
apresura el recalentamiento de la atmsfera, derrite las capas polares, hace subir el nivel del
mar, provoca inundaciones; la sequedad de los suelos, ms las inundaciones, producen
emigraciones en masa, las migraciones superpueblan las ciudades, aumenta la miseria; la
miseria produce desintegracin social, la desintegracin social aumenta la poblacin, el
aumento de la poblacin causa daos ecolgicos, la poblacin sobrante se apodera de
terrenos boscosos; aumenta la desertificacin, la sequedad, etc. etc. En breve: un crculo
infernal. Imposible entonces saber cuantas vidas vale un rbol. Slo sabemos que un rbol
menos es peligroso para la vida humana; y no slo para los que viven debajo de los rboles.Cuantas vidas vale un rbol es incuantificable. Pero s es evaluable. La diferencia
entre cuantificacin y evaluacin, hay que remarcar, no es semntica. Mediante una
evaluacin es posible saber que con la deforestacin, o con las emisiones de gases de
industrias y automviles, se producen peligros para la vida humana. Lo que no se sabe es
cuantos peligros se producen, o cuantas personas morirn por efecto de esos fenmenos.
Ahora bien: una nueva teora del valor que integre en su composicin orgnica el valor de la
naturaleza, adems del de la maquinaria y del de la fuerza de trabajo, nos remite a la
imposibilidad de calcular el valor de los productos pero, a la vez, nos remite a la posibilidad
de su evaluacin. Ese es el "quid" del problema: formular una nueva teora del valor que
reemplace el criterio de cuantificidad por el de evaluacin, con lo que, de paso, entraramos a
reemplazar una economa basada en cantidades, por otra basada en probabilidades.
Cmo traspasar entonces un valor no cuantificable al nivel de precio, categora esta
ltima que no puede ser sino cuantificable? Esa es la pregunta que se har cualquier
economista moderno. La respuesta es sencilla: estableciendo los precios de acuerdo a
convenciones que surjan de una evaluacin general de las cosas. Esto supone fijar precios
de acuerdo a criterios incuantificables, con lo que en la prctica, el dinero vuelve a ser
aquello que nunca debi haber dejado de ser si no hubiese sido transformado por los bancos
en una mercanca en s: un simple intermediario entre las cosas. Por supuesto, la idea de
que el valor del dinero se fije por acuerdos convencionales es aterradora para liberales y
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marxistas. Los primeros han vivido convencidos que el precio de los productos se fija de
acuerdo a una suerte de autoregulacin natural producida por efecto de la demanda y la
oferta en el mercado. Para los segundos, el precio es la expresin de un valor casi
matemtico: fuerza de trabajo, ms desgaste de maquinaria, ms plusvalor. Para ambos, en
consecuencia, el mercado es una categora "dura". Los liberales lo aman. Los marxistas lo
odian. Para los liberales, el mercado es el lugar natural de la autoregulacin, una especie de
coliseo donde compiten capital y trabajo. Para los marxistas, es el lugar en donde se realiza,
en ltima instancia, el plus-valor, esto es, el lugar en que se consuma la explotacin de los
asalariados. Para los primeros, es el mercado, Dios. Para los segundos, Satn. Para ambos
es causa inicial y final del proceso de produccin, un determinante indeterminado. En ningn
caso es lo que para Altvater -que viniendo del marxismo ha hecho un esfuerzo enorme por
crear criterios relativos a una economa de bajos niveles entrpicos- slo puede ser: "Unensemble de formas sociales" (Altvater 1992: 74-75).
Si no se quiere hacer teologa en lugar de economa, tenemos siempre que pensar
que categoras indeterminadas no pueden existir pues, quin y -cmo se- determina al
mercado? La respuesta en este caso tambin es sencilla: las relaciones de poder que
constituyen el mercado. Esto quiere decir que el mercado no slo se conforma de acuerdo a
la actuacin de agentes puramente econmicos, sino que tambin intervienen factores
extraeconmicos, cmo cultura, religin, poder poltico. Si el computador en que estoy
escribiendo cuesta ms dinero que uno igual en Japn, es quizs porque los obreros
alemanes estn sindicalmente mejor organizados que los japoneses. Si el vaso de vino que
beber es diez veces ms barato que uno igual en Irn, es porque en ste ltimo pas hay
que comprar el vino en el mercado negro, pues el poder religioso de los Ayatolah lo ha
determinado como pecaminoso. Si mi escritorio lo pagu a bajo precio, es porque en el
bosque de donde viene todava no se han organizado sus representantes, y porque sus
fabricantes piensan que todo lo que viene de la naturaleza, es gratis. En el primer caso, el
precio lo ha determinado el nivel de organizacin de los obreros; en el segundo, el poder
poltico de una casta dominante; en el tercer caso, una cultura, la nuestra, que es
esencialmente antiecolgica. En los tres casos, el precio ha resultado de un juego donde
intervienen factores extraeconmicos. Por lo tanto, el mercado no es slo el lugar de
competencia de productores y productos; es tambin el espacio en que se conjugan y
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materializan mltiples relaciones que en ningn caso pueden ser definidas como puramente
econmicas (Razetto 1985:126). La economa, en ese sentido, es tanto o ms impura que la
ecologa.
El clculo exacto de valores y precios nunca ha sido posible en la prctica. Lo que
muestra entonces la incorporacin de los criterios incalculables que ofrece la ecologa al
pensamiento econmico, es que la idea del clculo econmico, y sobre todo su traspaso
exacto a los precios, es slo una ilusin de la ciencia econmica dominante. Decir en
cambio, que el valor y los precios se rigen de acuerdo a convenciones en las que intervienen
predominantemente relaciones no econmicas, adems de cuestionar a los economistas
como cientistas puros, ofrece una perspectiva poltica que no es otra que la de organizar
conscientemente las interferencias no econmicas al interior del mercado. Eso implica
enfrentar el superoptimismo de algunos liberales que suponen que el mercado poseepropiedades poco menos que divinas pues por su sola existencia regulara armnicamente
valores y precios. Tambin implica terminar con el pesimismo de algunos marxistas que
piensan que la nica funcin poltica que les queda es la de denunciar montonamente la
maldad del mercado codificado tericamente -y en eso no se diferencian de los liberales- por
ellos mismos. Una perspectiva, en cambio, que compute la posibilidad de interferir
conscientemente la formatividad del mercado, significa, al mismo tiempo, despedirse de la
idea de que en algn lugar de la tierra hay un poder econmico omnmodo que se
autodetermina y que nos condena a ser meros espectadores de la degradacin de la
naturaleza y de la vida.
La sola idea de que se postule la necesidad de interferir mediante fuerzas no
econmicas la constitucin del mercado debe sonar a los partidarios de teoras econmicas
puras, como un sacrilegio sin nombre. Interferir el mercado? Vamos a insistir en un
intervencionismo estatal que fracas estrepitosamente en Europa Oriental? Frente a esta, en
cierto sentido, justificada rplica, hay que dejar en claro que no toda interferencia en el
mercado tiene que ser necesariamente estatal. El antagonismo: economa de libre mercado-
estatismo, es esencialmente maniqueo. Las modas, los cambios culturales, los sentimientos
colectivos, interfieren permanentemente el mercado, y son manifestaciones que no tienen
nada de estatales. Lo que se quiere, por tanto, formular aqu, es que un mercado no
interferido por lo no-econmico no ha existido nunca sino en la cabeza de algunos
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economistas; es una imposibilidad total. El mercado es tambin la articulacin de las
interferencias que lo constituyen. De lo que se trata, en consecuencia, es de asumir
conscientemente una realidad dada; no de inventar un nuevo tipo de mercado, aunque s, de
inventar un nuevo tipo de economistas que no slo sepan economa, pues quien slo sabe
economa, no sabe nada de economa. Como dijo una vez Galbraith: "No creo que alguien
que sea slo economista pueda tener algn significado para el mundo real" (1993:103).
La intervencin ecolgica
La intervencin ecolgica en el mercado supone, a la vez, la organizacin poltica de
los agentes ecolgicos interventores. Esto no quiere decir, aunque no descarta, que una
organizacin ecolgica deba ser partidaria. Tampoco quiere decir que deba ser puramentecultural. En ese sentido, no hay una receta universal. De pas a pas, las constelaciones
polticas de donde puedan surgir interferencias en el mercado, son diferentes. En algunos
pases latinoamericanos, por ejemplo, supone vincularse con demandas campesinas e
indgenas largamente postergadas, lo que en algunos casos implica cuestionar el sentido
puramente geopoltico (o estatista) de la nacin lo que puede a su vez ser fuente de
conflictos de alta intensidad en el futuro.
Dado que la intervencin no econmica en el mercado es un elemento normal a los
procesos econmicos, la intervencin ecolgica no slo supone una ruptura sino que tambin
una continuidad con determinadas teoras. Por ejemplo, es sabido que la genialidad de las
teoras econmicas de J. M. Keynes (1883-1946) deriva del hecho de haber reconocido que
el Estado, al intervenir como corrector en procesos econmicos, estableca la primaca de lo
poltico en lo econmico (Keynes 1983). Esta constatacin que incmoda por igual a liberales
y a marxistas, la conocan desde tiempo atrs los transadores de Bolsa, pues cualquier
incidente poltico puede variar los precios de las acciones, e incluso provocar quiebras de
bancos completos. De la misma manera, cualquier empresario sabe que condicin para
invertir en un pas es la estabilidad poltica. Ms all de su formatividad poltica, la economa
como tal no existe. Pero Keynes trabajaba con