266
Las aventuras de Pinocho ____________________________ Carlo Collodi

Las aventuras de Pinocho - Cuentos infantiles...Las aventuras de Pinocho _____ Carlo Collodi I Cómo fue que el maestro Cereza, carpintero de oficio, encontró un palo que lloraba

  • Upload
    others

  • View
    6

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

  • Las aventuras de Pinocho

    ____________________________ Carlo Collodi

  • https://cuentosinfantiles.top

    https://cuentosinfantiles.top

  • I

    Cómo fue que el maestro Cereza, carpinterodeoficio,encontróunpaloquellorabayreíacomounniño.

    Habíaunavez…

    —¡Un rey! —dirán en seguida mis pequeñoslectores.

    —No,muchachos,seequivocan.Habíaunavezunpedazodemadera.

    No era una madera de lujo, sino un simplepedazode leñadeesospalosqueen inviernose meten en las estufas y chimeneas paraencenderelfuegoycaldearlashabitaciones.

    Norecuerdocómoocurrió,peroeselcasoque,undía,esetrozodemaderallegóaltallerdeunviejo carpintero cuyo nombre era maestroAntonio, aunque todos lo llamaban maestroCereza, a causa de la punta de su nariz, queestaba siempre brillante y roja como unacerezamadura.

  • Apenas vio el maestro Cereza aquel trozo demadera, se alegró mucho y, frotándose lasmanosdegusto,murmuróamediavoz:

    —Esta madera ha llegado a tiempo; con ellaharélapatadeunamesita.

    Dicho y hecho. Cogió en seguida un hachaafilada para empezar a quitarle la corteza y adesbastarla. Cuando estaba a punto de dar elprimergolpe,sequedóconelbrazoenelaire,porqueoyóunavocecitamuysuavequedijo:

    —¡Nomegolpeestanfuerte!

    ¡Figúrensecómosequedóelbuenviejo!

    Giró sus espantados ojos por toda lahabitación, para ver de dónde podía habersalidoaquella vocecita, ynovioanadie.Miródebajo del banco, y nadie;miró dentro de unarmario que estaba siempre cerrado, y nadie;miróen la cestade las virutas ydel aserrín, ynadie; abrió la puerta del taller, para echartambién una ojeada a la calle, y nadie.¿Entonces?…

    —Yaentiendo—dijo,riéndoseyrascándoselapeluca—;estáclaroqueesavocecitamelahefiguradoyo.Sigamostrabajando.

  • Y, volviendo a tomar el hacha, descargó unsolemnísimogolpeeneltrozodemadera.

    —¡Ay! ¡Me has hecho daño! —gritó,quejándose,lavocecita.

    Esta vez el maestro Cereza se quedó con losojos saliéndosele de las órbitas a causa delmiedo, con la boca abierta y la lenguacolgándolehastalabarbilla,comounmascaróndelafuente.

    Apenasrecuperóelusodelapalabraempezóadecir,temblandoporelespanto:

    —Pero, ¿de dónde habrá salido esa vocecitaque ha dicho «¡ay»” …? Aquí no se ve ni unalma. ¿Es posible que este trozo de maderahaya aprendido a llorar y a lamentarse comoun niño? No lo puedo creer. La madera, ahíestá: es un trozo de madera para quemar,comotodoslosdemás,paraecharloalfuegoyhacerhervirunaolladeporotos…

    ¿Entonces?

    ¿Se habrá escondido aquí alguien? Si se haescondido alguien, peor para él. ¡Ahora loarregloyo!Y,diciendoesto,agarróconambasmanos aquel pobre pedazo de madera y lo

  • golpeó sin piedad contra las paredes de lahabitación.Después sepusoaescuchar, a versioíaalgunavozqueselamentase.Esperódosminutos, y nada; cinco minutos, y nada; diezminutos,ynada.

    —Ya entiendo —dijo entonces, esforzándosepor reír y rascándose la peluca—. ¡Está vistoqueesavocecitaquehadicho«¡ay!»melahefiguradoyo!Sigamostrabajando.

    Y como ya le había entrado un gran miedo,intentó canturrear, para darse un poco devalor.

    Entretanto, dejando a un lado el hacha, cogióun cepillo para cepillar y pulir el pedazo demadera; pero,mientras lo cepillaba de abajo,oyó la acostumbrada vocecita que le dijoriendo:

    —¡Déjame!¡Meestáshaciendocosquillas!

    Esta vez el pobre maestro Cereza cayó comofulminado. Cuando volvió a abrir los ojos, seencontrósentadoenelsuelo.

    Surostroparecíatransfiguradoyhastalapuntade lanariz,queestabarojacasisiempre,se lehabíapuestoazulporelmiedo.

  • II

    El maestro Cereza regala el palo a su amigoGeppetto, que lo acepta para fabricar con élun maravilloso muñeco que sepa baile,esgrimayquedésaltosmortales.

    Enaquelmomentollamaronalapuerta.

    —Pase —dijo el carpintero, sin tener fuerzasparaponerseenpie.

    Entróeneltallerunviejecitomuylozano,quese llamaba Geppetto; pero los chicos de lavecindad, cuando querían hacerlo montar encólera, lo apodaban Polendina, a causa de supelucaamarilla,queparecíadechoclo.

    Geppetto era muy iracundo. ¡Ay de quien lollamase Polendina! De inmediato se poníafuriosoynohabíaquienpudieracontenerlo.

    —Buenos días, maestro Antonio —dijoGeppetto—.¿Quéhaceahí,enelsuelo?

  • —Enseñoelábacoalashormigas.

    —¡Buenprovecholehaga!

    —¿Qué le ha traído por aquí, compadreGeppetto?

    —Las piernas. Ha de saber, maestro Antonio,quehevenidoapedirleunfavor.

    —Aquíme tiene, a su disposición—replicó elcarpintero,alzándosesobrelasrodillas.

    —Estamañanasemehametidounaideaenlacabeza.

    —Cuénteme.

    —Hepensadoenfabricarunbonitomuñecodemadera; un muñeco maravilloso, que sepabailar,quesepaesgrimaydarsaltosmortales.Pienso recorrer el mundo con ese muñeco,ganándome un pedazo de pan y un vaso devino;¿quéleparece?

    —¡Bravo, Polendina! —gritó la acostumbradavocecita,quenosesabíadedóndeprocedía.

    Al oírse llamar Polendina, Geppetto se pusorojo de cólera, como un pimiento, yvolviéndose hacia el carpintero le dijo,enfadado:

  • —¿Porquémeofende?

    —¿Quiénleofende?

    —¡MehallamadoustedPolendina!

    —Nohesidoyo.

    —¡Lo que faltaba es que hubiera sido yo! Ledigoquehasidousted.

    —¡No!

    —¡Sí!

    —¡No!

    —¡Sí!

    Y acalorándose cada vez más, pasaron de laspalabras a los hechos y, agarrándose, searañaron, se mordieron y se maltrataron.Acabada la pelea, el maestro Antonio seencontró con la peluca amarilla de Geppettoenlasmanos,yéstesediocuentadequeteníaenlabocalapelucacanosadelcarpintero.

    —¡Devuélveme mi peluca! —dijo el maestroAntonio.

    —Ytúdevuélvemelamía,yhagamoslaspaces.

  • Losdosviejos,trashaberrecuperadocadaunosu propia peluca, se estrecharon la mano yjuraronqueseríanbuenosamigostodalavida.

    —Así, pues, compadre Geppetto —dijo elcarpintero,enseñaldepaz—,

    ¿cuáleselservicioquequieredemí?

    —Quisieraunpocodemaderaparafabricarunmuñeco;¿melada?

    El maestro Antonio, muy contento, fue enseguida a sacar del banco aquel trozo demadera que tanto miedo le había causado.Pero,cuandoestabaapuntodeentregárseloasuamigo,eltrozodemaderadiounasacudiday,escapándoseleviolentamentede lasmanos,fue a golpear con fuerza las flacas canillasdelpobreGeppetto.

    —¡Ah! ¿Es ésta la bonita manera con queregala su madera, maestro Antonio? Casi mehadejadocojo.

    —¡Lejuroquenohesidoyo!

    —¡Entonces,habrésidoyo!

    —Todalaculpaesdeestamadera…

  • —Ya sé que es de la madera; pero ha sidoustedquienmelahatiradoalaspiernas.

    —¡Yonoselahetirado!

    —¡Mentiroso!

    —Geppetto, no me ofenda; si no, le llamo¡Polendina!…

    —¡Burro!

    —¡Polendina!

    —¡Bestia!

    —¡Polendina!

    —¡Monofeo!

    —¡Polendina!

    Al oírse llamar Polendina por tercera vez,Geppettoperdiólosestribosyselanzósobreelcarpintero; y se dieron una paliza. Acabada labatalla, el maestro Antonio se encontró dosarañazosmásenlanarizyelotro,dosbotonesmenos en su chaqueta. Igualadas de estamanerasuscuentas,seestrecharon lamanoyjuraronqueseríanbuenosamigostodalavida.

  • DemodoqueGeppettotomóconsigosubuentrozo de madera y, dando las gracias almaestroAntonio,sevolviócojeandoasucasa.

    III

    Unavezencasa,Geppettoseponeatallarsumuñeco y le da el nombre de Pinocho.Primerastravesurasdelmuñeco.

    LacasadeGeppettoeradeunpisoyrecibíaluzde una claraboya. El mobiliario no podía sermássencillo:unamalasilla,unacamanomuybuena y una mesita muy estropeada. En lapared del fondo se veía una chimenea con elfuegoencendido;peroelfuegoestabapintadoy junto al fuego había una olla, tambiénpintada, que hervía alegremente y exhalabauna nube de humo que parecía humo deverdad.

  • Tan pronto como entró en su casa, Geppettotomó las herramientas y se puso a tallar yfabricarsumuñeco.

    —¿Qué nombre le pondré? —se decía—. LellamaréPinocho. Esenombre le traerá suerte.He conocido una familia entera de Pinochos:Pinocho el padre, Pinocha lamadre, Pinochoslosniños,ytodoslopasabanmuybien.Elmásricodeellospedíalimosna.

    Cuandohuboelegidoelnombredesumuñecoempezóatrabajardeprisaylehizoenseguidaelpelo,despuéslafrente,luegolosojos.

    Unavezhechoslosojos,figúrensesuasombrocuando advirtió que se movían y lo mirabanfijamente.

    Geppetto, sintiéndose observado por aquellosojosdemadera,selotomócasiamalydijo,entonoquejoso:

    —Ojazos de madera, ¿por qué me miran?Nadiecontestó.

    Entonces,despuésde losojos, lehizo lanariz;peroésta,tanprontoestuvohecha,empezóacrecer y creció y en pocos minutos era unnarizónquenoacababanunca.

  • El pobre Geppetto se cansaba de cortarla;cuantomáslacortabayachicaba,máslargasehacíaaquellanarizimpertinente.

    Despuésdelanarizlehizolaboca.

    Aún no había acabado de hacerla cuando yaempezabaareírseyaburlarsedeél.

    —¡Dejadereír!—dijoGeppetto,irritado;perofuecomohablarconlapared.

    —¡Terepitoquedejesdereír!—gritóconvozamenazadora.

    Entonceslabocadejódereír,perolesacótodala lengua. Geppetto, para no estropear susproyectos, fingió no advertirlo y continuótrabajando.

    Traslaboca,lehizolabarbilla,luegoelcuello,los hombros, el estómago, los brazos y lasmanos.

    Apenas acabó con lasmanos, Geppetto sintióque le quitaban la peluca. Se volvió y, ¿quévieron sus ojos? Su peluca amarilla enmanosdelmuñeco.

    —Pinocho… ¡Devuélveme ahora mismo mipeluca!

  • Y Pinocho, en vez de devolvérsela, se la pusoen su propia cabeza, quedándose medioahogadodebajo.

    Ante aquella manera de ser insolente yburlona, Geppetto se puso tan triste ymelancólicocomonohabíaestadoensuvida.Y,volviéndoseaPinocho,ledijo:

    —¡Hijopícaro! ¡Todavíaestásamediohaceryya empiezas a faltarle el respeto a tu padre!¡Esoestámuymal!

    Ysesecóunalágrima.

    Sóloquedabanporhacerlaspiernasylospies.

    CuandoGeppettohuboacabadodehacerlelospies, recibió un puntapié en la punta de lanariz.

    —¡Me lo merezco! —se dijo para sí—. Debíahaberlopensadoantes.

    ¡Ahora ya es tarde! Tomódespués elmuñecobajo el brazo y lo posó en tierra, sobre elpavimentodelaestancia,parahacerloandar.

    Pinocho tenía las piernas torpes y no sabíamoverse, y Geppetto lo llevaba de la manoparaenseñarleaponerunpiedetrásdelotro.

  • Muypronto,Pinochoempezóaandarsoloyacorrerporlahabitación,hastaque,cruzandolapuertade la casa, saltóa la calley sedioa lafuga.

    El pobre Geppetto corría tras él sin poderalcanzarlo, porque el granuja de Pinochoandaba a saltos, como una liebre, golpeandocon sus pies de madera el pavimento de lacalle,hacíatantoestruendocomoveinteparesdezuecosaldeanos.

    —¡Agárrenlo, agárrenlo! —gritaba Geppetto;pero la gente que estaba en la calle, al ver aaquelmuñecodemaderaque corría comounloco, se paraba embelesada a mirarlo, y reía,reía,reíacomonosepuedenimaginar.

    Alfinllegóunguardia,elcual,aloírtodoaquelalboroto, creyó que se trataba de un potrilloque se había encabritado con su dueño, y sepusovalerosamenteenmediode la calle, conlas piernas abiertas, con la decidida intenciónde pararlo y de impedir que ocurrieranmayoresdesgracias.

    Pinocho, cuando vio de lejos al guardia queobstruía toda la calle, se las ingenió para

  • pasarle por sorpresa entre las piernas, perofalló en su intento. El guardia, sin moversesiquiera, lo atrapó limpiamente por la nariz(eraunnarizóndesproporcionado,queparecíahecho a propósito para ser agarrado por losguardias)yloentregóenlaspropiasmanosdeGeppetto.Este,paracorregirlo,queríadarleunbuentiróndeorejasenseguida.Perofigúrensecómosequedócuando,albuscarle lasorejas,no logró encontrarlas. ¿Saben por qué?Porque, con la prisa, se había olvidado dehacérselas.

    Asíqueloagarróporelcogotey,mientrasselollevaba,ledijo,meneandoamenazadoramentelacabeza:

    —¡Vámonosacasa!Cuandoestemosallá,notequepadudadequeajustaremoscuentas.

    Pinocho,antesemejanteperspectiva,setiróalsuelo y no quiso andar más. Entre tanto,curiosos y haraganes empezaban a detenersealrededoryaformartumulto.

    Unodecíaunacosa;otro,otra.

  • —¡Pobre muñeco! —decían algunos—. Tienerazónennoquerervolveracasa. ¡QuiénsabecómolevaapegaresebrutodeGeppetto!

    Yotrosañadíanmalignamente:

    —¡Ese Geppetto parece una buena persona!¡Peroesunverdadero tiranocon losniños!Siledejanesepobremuñecoentrelasmanosesmuycapazdehacerlotrizas.

    En fin, tantodijeronehicieronqueel guardiapusoenlibertadaPinochoysellevóalacárcelalpobreGeppetto.Este,noteniendopalabraspara defenderse, lloraba como un becerro y,caminodelacárcel,decíasollozando:

    —¡Qué calamidad de hijo! ¡Y pensar que hesufrido tanto para hacer de él unmuñeco debien! ¡Pero me lo merezco! ¡Debía haberlopensadoantes!

    Lo que sucedió después es una historiaincreíble, y se la contaré en los próximoscapítulos.

  • IV

    LahistoriadePinochoconelGrillo—parlante,donde se ve que muchos niños se enojancuandoloscorrigequiensabemásqueellos.

    Muchachos, lescontaréquemientras llevabanal pobreGeppetto a la cárcel, sin tener culpadenada,elpillodePinochosehabíalibradodelas garras del guardia y corría a través de loscamposparallegarprontoacasa.Ensufuriosacarrera saltaba riscos, setos de zarzas y fososllenos de agua, tal como hubiera podidohacerlo un ciervo o un conejo perseguido porloscazadores.

    Cuandollegóalacasa,encontrólapuertadelacalleentornada.Laempujó,entróy,encuantohubo corrido el pestillo, se sentó en el suelo,lanzando un gran suspiro de contento. Peropocodurósucontento,puesoyóunruidoenlahabitación:

    —¡Cri—cri—cri!

    —¿Quién me llama? —dijo Pinocho, muyasustado.

  • —Soyyo.

    Pinocho se volvió y vio un enorme grillo quesubíalentamenteporlapared.

    —Dime,Grillo,ytú,¿quiéneres?

    —Soy el Grillo—parlante y vivo en estahabitacióndesdehacemásdecienaños.

    —Pues hoy esta habitación es mía —dijo elmuñeco— y, si quieres hacerme un favor,ándateenseguida,yrápido.

    —Nomeirédeaquí—respondióelGrillo—sindecirteantesunagranverdad.

    —Dímelaypronto.

    —¡Ay de los niños que se rebelan contra suspadres y abandonan caprichosamente la casapaterna! No conseguirán nada bueno en estemundo, y, tarde o temprano, tendrán quearrepentirseamargamente.

    —Canta,Grillo,cantaloquequieras.Yoséquemañana, demadrugada, pienso irme de aquí,porquesimequedomepasaráloquelespasaa todos los demás niños: me mandarán a laescuela y, por gusto o por fuerza, tendré queestudiar. Y, en confianza, te digo que no me

  • interesa estudiar y que me divierto máscorriendo tras las mariposas y subiendo a losárbolesasacarnidosdepájaros.

    —¡Pobretonto!¿Nosabesque,portándoteasí,demayorserásungrandísimoburroytodossereirándeti?

    —¡Cállate, Grillo de mal agüero! —gritóPinocho.

    Pero el Grillo, que era paciente y filósofo, envez de tomar a mal esta impertinencia,continuóconelmismotonodevoz:

    —Ysinoteagradairalaescuela,¿porquénoaprendes, al menos, un oficio con el queganartehonradamenteunpedazodepan?

    —¿Quieres que te lo diga?—replicó Pinocho,que empezaba a perder la paciencia—. Entretodos los oficios delmundo sólo hayunoquerealmentemeagrada.

    —¿Yquéoficioes?

    —El de comer, beber, dormir, divertirme yllevar, de la mañana a la noche, la vida delvagabundo.

  • —Pues te advierto —dijo el Grillo—parlante,consucalmaacostumbrada

    —quetodos losquetieneneseoficioacaban,casisiempre,enelhospitaloenlacárcel.

    —¡Cuidado, Grillo de mal agüero!… Si montoencólera,¡aydeti!

    —¡PobrePinocho!Medaspena…

    —¡Porquétedoypena?

    —Porque eres un muñeco y, lo que es peor,tienes la cabeza de madera… Al oír estasúltimas palabras Pinocho se levantóenfurecido,agarródel

    bancounmartilloy loarrojócontraelGrillo—parlante.

    Quizá no pensó que le iba a dar; pero,desgraciadamente, lo alcanzó en toda lacabeza, hasta el punto de que el pobre Grillocasino tuvo tiempoparahacer cri—cri—cri, ydespuéssequedóenelsitio,tiesoyaplastadocontralapared.

  • V

    Pinochotienehambreybuscaunhuevoparahacerse una tortilla, pero ésta vuela por laventana.

    Anochecía y Pinocho, acordándose de que nohabía comido nada, sintió un cosquilleo en elestómagoqueseparecíamuchoalapetito.

    Peroelapetito,enlosmuchachos,marchamuyde prisa; en pocos minutos el apetito seconvirtióenhambre,yelhambre,enunabrirycerrar de ojos, se convirtió en un hambre delobo.

    ElpobrePinochocorrióal fuego,dondehabíauna olla hirviendo, e intentó destaparla paraver lo que tenía dentro… pero la olla estabapintadaenlapared.Figúrensecómosequedó.Su nariz, que ya era larga, se le alargó por lomenoscuatrodedos.

    Entoncessededicóarecorrerlahabitaciónyahurgar en todos los cajones y escondrijos, enbusca de un poco de pan, aunque fuera unpoco de pan seco, de una cortecita, de unhuesoviejoolvidadoporelperro,deunpoco

  • depolentamohosa,deunrestodepescado,deun hueso de cereza; en fin, de algo paramasticar. Pero no encontró nada,absolutamentenada.

    Mientras tanto, el hambre aumentaba,aumentabacadavezmás.ElpobrePinochonoencontraba más alivio que bostezar. Lanzabaunosbostezostangrandesqueaveceslabocale llegaba a las orejas. Cuando acababa debostezar,escupía,ysentíacomosielestómagoselefueracayendo.

    Entonces,llorandoydesesperándose,decía:

    —El Grillo—parlante tenía razón. He hechomuy mal en rebelarme contra mi papá yescaparmedecasa…Simipapáestuvieraaquí,ahora no me moriría de bostezos. ¡Ay, quéenfermedadmásmalaeselhambre!

    Y, de repente, creyó ver en elmontón de losdesperdicios algo redondo y blanco, queparecíaenteramenteunhuevodegallina.Darunsaltoylanzarseencimadeélfuecosadeunmomento.Eraunhuevodeverdad.

    Es imposible describir la alegría del muñeco:hay que imaginársela. Creía que estaba

  • soñando, daba vueltas al huevo entre susmanos,lotocabaylobesaba,diciendo:

    —¿Cómo lo prepararé ahora? ¿Haré unatortilla?… No, será mejor hacerlo a la copa…¿Noestarámássabrososi lofríoenlasartén?¿Ysilopasaraporagua?No,lomásrápidoseráfreírlo: ¡tengo demasiadas ganas decomérmelo!

    Dicho y hecho. Puso una olla encima de unbrasero lleno de brasas; en la olla, en vez deaceite o mantequilla, puso un poco de agua.Cuando el agua empezó a humear ¡tac! …,rompió la cáscaradelhuevoe intentóecharlodentro.

    Pero, en vez de la clara y la yema, salió unpollito muy alegre y educado, que dijo,haciendounareverencia:

    —¡Muchas gracias, señor Pinocho, porhaberme ahorrado el trabajo de romper lacáscara! ¡Adiós,que tevayabien, saludosa lafamilia!

    Dicho esto, abrió las alas y, atravesando laventana, que estaba abierta, voló hastaperderse de vista. El pobremuñeco se quedó

  • paralizado,con losojos fijos, labocaabiertaylascáscarasdelhuevoaunenlamano.Cuandoserecuperódesuasombroempezóa llorar,achillar, a patear el suelo, desesperado,mientrasdecía:

    —¡El Grillo—parlante tenía razón! Si no mehubiera escapado de casa, y si mi papáestuviera aquí, ahora no me moriría dehambre. ¡Ay, qué enfermedadmásmala es elhambre!

    Ycomoelcuerposeguíaprotestandocadavezmás,ynosabíaquéhacerparacalmarlo,pensóensalirdecasayhacerunaescapadaalaaldeavecina, con la esperanza de encontrar algúnalma caritativa que le diese de limosna untrozodepan.

    VI

    Pinocho se duerme con los pies sobre elbraseroyporlamañanasedespiertaconellosquemados.

  • Era aquella una horrible noche de invierno.Tronabamuyfuerte,relampagueabacomosielcielo fuera a arder, y un ventarrón frío ymolesto, que soplaba con furia y levantabagrandes nubes de polvo, hacía crujir yestremecertodoslosárbolesdelacampiña.

    Pinocho tenía miedo de los truenos y de losrelámpagos, pero el hambrepudomás que elmiedo.Demodoqueabriólapuertadelacasay, corriendo, llegóenuncentenarde saltosalpueblo, con la lengua afuera y el alientoentrecortado,comounperrodecaza.

    Encontró todo oscuro y desierto. Las tiendasestabancerradas,laspuertas

    delascasas,cerradas,lasventanas,cerradas,yen las calles no se veía nadie. Parecía unpueblodemuertos.

    EntoncesPinocho,presadeladesesperaciónydel hambre, se aferró a la campanilla de unacasa y empezó a tocarla fuertemente,pensandoparasí:

    «Alguienseasomará».

  • Enefecto, seasomóunviejecitoconungorrode dormir en la cabeza, quien gritó, muyenojado:

    —¿Quéquieresaestashoras?

    —¿Me haría el favor de darme un poco depan?

    —Espera, que ahora vuelvo —respondió elviejo, que creyóquePinochoeraunodeesosmuchachos traviesos que se divierten por lasnoches tocando las campanillas de las casas,paramolestaralasgenteshonradasqueestándurmiendotranquilamente.

    Medio minuto después volvió a abrirse laventana,ylavozdelviejecitogritóaPinocho:

    —¡Pontedebajoypreparaelsombrero!

    Pinocho, que no tenía sombrero, se acercó ysintiócaerleencimaunaenormepalanganadeaguaquelomojódelacabezaalospies,comosifueraunflorerodegeraniosmustios.

    Volvióacasamojadocomounpollito,agotadoporelcansancioyelhambre;comoestabasinfuerzas para tenerse en pie, se sentó,

  • apoyando los pies empapados y enlodadossobreunbraserollenodebrasas.

    Allí sedurmió;mientrasdormía, suspies, queerandemadera,seprendieronfuegoy,pocoapoco, se carbonizaron, convirtiéndose encenizas.

    Pinochoseguíadurmiendoyroncando,comosisuspiesfuerandeotro.Porfinsedespertó,alhacersededía,porquealguienhabíallamadoalapuerta.

    —¿Quién es? —preguntó, bostezando yrestregándoselosojos.

    —Soyyo—contestóunavoz.ReconociólavozdeGeppetto.

    VII

    Geppetto vuelve a casa y le da almuñeco lacomidaqueelpobrehabíatraídoparasí.

    Pinocho, aún con los ojos cargados de sueño,no había advertido que tenía los piesquemados.Asíque,encuantooyólavozdesupadre, saltó de la banqueta para correr el

  • pestillo, pero, después de dar dos o trestumbos, cayó cuan largo era sobre elpavimento.

    Al caer en tierra hizo el mismo ruido quehubiera hecho un montón de cacerolascayendodesdeunquintopiso.

    —¡Ábreme! —gritaba mientras tantoGeppetto,desdelacalle.

    —¡No puedo, papá! —contestaba el muñeco,llorandoyrevolcándoseporelsuelo.

    —¿Porquénopuedes?

    —Porquemehancomidolospies.

    —¿Quiénteloshacomido?

    —Elgato—dijoPinocho,alverqueelgatosedivertía haciendo bailar entre sus patitasdelanterasunasvirutas.

    —¡Tedigoqueabras!—repitióGeppetto—.¡Sino,cuandoentreencasa,yatedaréyogatos!

    —No puedo tenerme en pie, créame. ¡Ay,pobre demí! ¡Pobre demí, tendré que andarconlasrodillastodamivida!…

    Geppetto,creyendoquetodosestoslloriqueoseranunanuevatravesuradelmuñeco,decidió

  • acabarconelladeunavezytrepóporelmuro,paraentrarencasaporlaventana.

    Alprincipiosólopensóenactuar;perocuandovioasuPinochotendidoentierraydeverdadsin pies, empezó a enternecerse. Lo tomó enseguidaensusbrazosylobesabaylehacíamilcaricias.

    Unosgruesoslagrimonescaíanporsusmejillasyledijo,sollozando:

    —¡Pinochitomío! ¿Cómo te has quemado lospies?

    —Nolosé,papá,perocréamequehasidounanocheterribleyquenoolvidarémientrasviva.Tronaba, relampagueaba, y yo tenía muchahambre,yentonceselGrillo—parlantemedijo:«Te está muy bien; has sido malo y te lomereces»,yyoledije:«¡Cuidado,Grillo!,»yélmedijo:«Eresunmuñecoytieneslacabezademadera» y yo le tiré un martillo y él murió,pero la culpa fue suya, porque yo no queríamatarlo. Luego puse una olla en el brasero,pero el pollito escapó y me dijo: «Adiós… ysaludos a la familia», y cada vez tenía máshambre,yportalmotivoelviejecitocongorro

  • dedormirqueseasomóa laventanamedijo:«Pontedebajoypreparaelsombrero»yyoconaquella palangana de agua en la cabeza(porque el pedir un poco de pan no es unavergüenza,¿verdad?)yvolvíenseguidaacasay,comocontinuabaconhambre,puselospiessobre el brasero para secarme, y usted havuelto, y me los encontré quemados, y sigoteniendohambreperoyanotengopies…

    ¡Ay!…,¡ay!…,¡ay!…¡ay!…

    YelpobrePinochoempezóa llorar tan fuertequelooíanencincokilómetrosalaredonda.

    Geppetto,quedeaquelenredadodiscursosólohabía entendido una cosa: que el muñecoestabamuertodehambre;sacódelbolsillotresperasyselaspasó,diciendo:

    —Estastresperaseranparamicomida,perotelasdoyconmuchogusto.

    Cómetelasyqueteaprovechen.

    —Si quiere que las coma, hágame el favor depelarlas.

  • —¿Pelarlas?—replicóGeppetto,maravillado—. Nunca hubiera creído, hijo mío, que fuerastanmelindrosoydelicadodepaladar.

    ¡Mala cosa! En este mundo hay queacostumbrarse desde pequeños a comer detodo, porque nunca se sabe lo que puedeocurrir.¡Pasantantascosas!

    —Quizá tenga usted razón —respondióPinocho—. Pero nunca comeré una fruta queno esté pelada. No puedo soportar lascáscaras.

    El buen Geppetto sacó un cuchillo y,armándose de santa paciencia, peló las tresperasypusotodaslascáscarasenunaesquinadelamesa.

    UnavezquePinochosecomióendosbocadosla primera pera, hizo ademán de tirar elcorazón;pero

    Geppettolesujetóelbrazo,diciéndole:

    —No lo tires; en este mundo, todo puedeservir.

  • —¡La verdad que nuncame comoel corazón!—gritó el muñeco, revolviéndose como unavíbora.

    —¿Quién sabe? ¡Pasan tantas cosas!—repitióGeppetto, sin acalorarse. De modo que loscorazones, en vez de ser arrojados por laventana, quedaron en la esquina de la mesa,encompañíadelascáscaras.

    Cuandohubocomido,omejordicho,devoradolas tres peras, Pinocho abrió la boca en unlarguísimobostezoydijo,lloriqueando:

    —¡Tengomáshambre!

    —Peroyo,hijomío,notengomásquedarte.

    —¿Nadadenada?

    —Solamente estas cáscaras y estos corazonesdelasperas.

    —¡Paciencia!—dijo Pinocho—. Si no hay otracosa,comeréunacáscara.

    Y empezó a masticar. Al principio torció unpocolaboca;peroluegosetragóenunminutolascáscaras,unadetrásdeotra.Despuésdelascáscaras fueron los corazones y cuando huboacabado de comerse todo se golpeó muy

  • contento el cuerpo con las manos y dijo,alegremente:

    —¡Ahorasíqueestoyagusto!

    —Ya vez —dijo Geppetto— que tenía razóncuandotedecíaquenohayqueserdemasiadoescrupuloso,nidemasiadodelicadodepaladar.Querido,nuncasesabeloquepuedeocurrirenestemundo.¡Pasantantascosas!

    VIII

    GeppettovuelveahacerlelospiesaPinochoyvendesucasacaparacomprarleunsilabario.

    El muñeco, en cuanto se le pasó el hambre,empezó a refunfuñar y a llorar porque queríaunpardepiesnuevos.

    PeroGeppetto,paracastigarloporlatravesurahecha, lo dejó llorar y desesperarse durantemediodía;luegoledijo:

    —¿Por qué tendría que volver a hacerte lospies?¿Paraquéteescapesotravezdecasa?

  • —Le prometo—dijo el muñeco, sollozando—que,dehoyenadelante,serébueno…

    —Todos los niños—replicó Geppetto— dicenlomismocuandoquierenobteneralgo.

    —Le prometo que iré a la escuela, queestudiaréyquemeluciré…

    —Todos los niños, cuando quieren obteneralgo,repitenlamismahistoria.

    —¡Pero yo no soy como los otros niños! Soymásbuenoquetodosysiempredigolaverdad.Le prometo, papá, que aprenderé un oficio yseréelconsueloyelapoyodesuvejez.

    Geppetto, que aunque había puesto cara detirano tenía los ojos llenos de lágrimas y elcorazón henchido de pena al ver a su pobrePinocho en aquel lamentable estado, nocontestó nada, pero tomó en sus manos losutensilios del oficio y dos trocitos de maderaseca,ysepusoatrabajarcongrandísimoafán.

    En menos de una hora había ter minado lospies; dos piececitos ligeros, delgados ynerviosos, como si los hubiera modelado unartista genial. Entonces Geppetto le dijo almuñeco:

  • —Cierralosojosyduérmete.

    Pinochocerrólosojosyfingiódormir.Mientrassehacíaeldormido,

    Geppetto,conunpocodecoladisueltaenunacáscaradehuevo,lepególospiesensusitio,yse lospegó tanbienqueni siquiera seveía laseñal.

    Encuantoelmuñecoadvirtióqueyateníapies,saltó de la mesa en la que estaba tendido yempezó a dar mil tumbos cabriolas, como sihubieraenloquecidodecontento.

    —Para recompensarle por todo lo que hahecho por mí —dijo Pinocho a su papá—quieroirinmediatamentealaescuela.

    —¡Buenchico!

    —Parairalaescuela,necesitoalgunaropa.

    Geppetto, que era muy pobre y no teníaninguna moneda en el bolsillo, le hizo untrajecitodepapel floreado,unparde zapatosde corteza de árbol y un gorrito de miga depan.

  • En seguida Pinocho corrió a mirarse en unapalanganallenadeaguayquedótansatisfechodesímismoquedijo,pavoneándose:

    —¡Parezcounverdaderoseñor!

    —Desde luego—replicó Geppetto—, pero nolo olvides, no es el buen traje lo que hace alseñor,sinoeltrajelimpio.

    —Apropósito—añadióelmuñeco—,para irala escuela me falta todavía algo, me falta loprincipal.

    —¿Quées?

    —Mefaltaelsilabario.

    —Tienesrazón.Pero,¿cómoconseguirlo?

    —Es facilísimo: se va a una librería y secompra.

    —¿Yeldinero?

    —Yonolotengo.

    —Pues yo, menos —añadió el buen viejo,entristeciéndose.

    Y Pinocho, aunque era un muchacho muyalegre,sepusotambiéntriste,pueslamiseria,

  • si es verdadera, la entienden todos, hasta losniños.

    —¡Paciencia! —gritó Geppetto, levantándosedeunsalto.Sepuso laviejacasacade fustán,llena de remiendos y de piezas, y saliócorriendo de la casa. Volvió poco después; ycuandovolviótraíaenlamanoelsilabarioparael chico, pero venía sin casaca. El pobrehombre estaba enmangas de camisa, y en lacallenevaba.

    —¿Ylacasaca,papá?

    —Lahevendido.

    —¿Porquélahavendido?

    —Porquemedabacalor.

    Pinochocomprendiólarespuestaalvueloy,sinpoder frenar el ímpetu de su buen corazón,saltó a los brazos de Geppetto y empezó abesarloportodalacara.

    IX

  • Pinocho vende su silabario para ir a ver elteatrodetíteres.

    En cuanto dejó de nevar, Pinocho, con susilabarionuevobajo el brazo, tomóel caminoque llevaba a la escuela. Mientras caminaba,iba fantaseando en su cerebro sobre milrazonesymilcastillosenelaire,cadacuálmásbonito.

    Discurriendoporsucuenta,sedecía:

    —Hoy en la escuela voy a aprender a leerenseguida, mañana aprenderé a escribir, ypasado mañana aprenderé a hacer losnúmeros.Después,conmishabilidadesganarémuchas monedas y con el primer dinero queme embolse voy a comprarle a mi papá unabonitacasacadepaño.¿Quédigo,depaño?Selaencargarédeplatayoro,conlosbotonesdebrillantes. El pobre se la merece de verdad:paracomprarmeloslibrosyhacermeeducarseha quedado enmangas de camisa… ¡con estefrío! ¡Sólo los padres son capaces de ciertossacrificios!…

  • Mientras, muy conmovido, razonaba así, lepareció oír en lontananza una música depífanos y golpes de bombo: pi—pi—pi…, pi—pi—pi…,zum,zum,zum,zum.

    Separóaescuchar.Lossonidosllegabandesdeel finaldeuna larguísimacalletransversalquellevaba a un pueblecito situado a orillas delmar.

    —¿Qué será esa música? ¡Lástima que yotengaqueiralaescuela!Sino…

    Sequedóallí,perplejo.Detodosmodos,habíaquetomarunaresolución;oalaescuelaoaoírlospífanos.

    —Hoy iré a oír los pífanos y mañana a laescuela; para ir a la escuela siempre haytiempo —dijo finalmente Pinocho,encogiéndosedehombros.

    Dicho y hecho; enfiló la calle transversal ycorriócuantoledabanlaspiernas.Cuantomáscorría, más claramente oía el sonido de lospífanos y los golpes del bombo: pi—pi—pi…,pi—pi—pi…,pi—pi—pi…,zum,zum,zum,zum.

    Yheaquíqueseencontróenelcentrodeunaplaza llena de gente, que se amontonaba en

  • tornoaungranbarracóndemaderaydetelapintadademilcolores.

    —¿Quéesesebarracón?—preguntóPinocho,volviéndoseaunmuchachoqueeradeallí,delpueblo.

    —Leelainscripcióndeesecartelylosabrás.

    —Laleeríadebuenagana,pero,demomento,noséleer.

    —¡Québurro!Telaleeréyo.Hasdesaberqueenelcartelestáescrito,con letrasrojascomoelfuego:GRANTEATRODETÍTERES.

    —¿Hacemuchoquehaempezadolacomedia?

    —Empiezaahora.

    —¿Cuántohayquepagarporlaentrada?

    —Cuatrocentavos.

    Pinocho, con la fiebrede la curiosidad,perdiótodacontenciónyledijo,

    sin avergonzarse, al muchacho con quiénhablaba:

    —¿Me prestarías cuatro centavos hastamañana?

  • —Te los daría de buena gana —respondió elotro, burlándose—, pero, demomento, no telospuedodar.

    —Te vendo mi chaqueta por cuatro centavos—dijoentonceselmuñeco.

    —¿Quéquieresquehagaconunachaquetadepapel?Sillueve,nohayformadequitárseladeencima.

    —¿Quierescomprarmiszapatos?

    —Sólosirvenparaencenderelfuego.

    —¿Cuántomedasporelgorro?

    —¡Bonita compra! ¡Ungorrodemigadepan!¡Solo faltaba que los ratones vinieran acomérseloenmicabeza!

    Pinochoestabasobreascuas.Apuntodehaceruna última oferta, no se atrevía; vacilaba,titubeaba,sufría.Porfindijo:

    —¿Quieres darme cuatro centavos por estesilabarionuevo?

    —Yosoyniñoynocompronadaaotroniño—contestó su pequeño interlocutor, que teníamásjuicioqueél.

  • —¡Yo te doy cuatro centavos por el silabario!—gritó un revendedor de ropa usada queasistíaalaconversación.

    Ellibrofuevendidoenunsantiamén.¡Ypensarque el pobre Geppetto se quedó en casa,temblandodefrío,enmangasdecamisa,paracomprarelsilabarioasuhijo!

    X

    LostíteresreconocenasuhermanoPinochoyle tributan un gran recibimiento; pero, en lomejordelafiesta,saleeltitiriteroComefuegoyPinochocorreelpeligrodeacabarmal.

    Cuando Pinocho entró en el teatro de títeressucedióalgoqueprovocócasiunarevolución.

    Hayquesaberqueeltelónestabalevantadoylacomediahabíaempezado

    ya.

  • EnelescenarioseveíaaArlequínyPolichinela,que peleaban entre ellos y, como decostumbre, se amenazaban con darsebofetadasygarrotazosdeunmomentoaotro.

    Laplatea,muyatenta,semoríaderisaaloírelaltercado de aquellos dos muñecos, quegesticulabanyseinsultabancomosifuerandosanimales racionales, dos personas de estemundo.

    De repente Arlequín dejó de recitar y,volviéndose al público señaló con la mano aalguien en el fondo de la platea y empezó agritar,contonodramático:

    —¡Dios del Cielo! ¿Sueño o estoy despierto?AquéldeallíesPinocho…

    —¡ClaroqueesPinocho!—gritóPolichinela.

    —¡Sí que es él! —chilló la señora Rosaura,haciendounabreveapariciónporel fondodelescenario.

    —¡Es Pinocho! ¡Es Pinocho! gritaron a corotodos los muñecos, saliendo a saltos de losbastidores—. ¡Es Pinocho, nuestro hermanoPinocho!

  • —¡VivaPinocho!…

    —¡Pinocho, ven conmigo! —gritó Arlequín—.¡Venaarrojartealosbrazosdetuhermanodemadera!

    Anteestaafectuosa invitación,Pinochodiounsaltoy,desdeelfondodelaplatea,pasóalasprimeras filas de butacas; luego, dando otrosalto, se subió a la cabeza del director de laorquestaydesdeallíseencaramóalescenario.

    Es imposible figurarse los abrazos, losapretones, y las cabezadas de verdadera ysincera hermandad que recibió Pinocho, enmedio de aquella confusión, de los actores yactricesdelacompañíadetíteres.

    Elespectáculoeraconmovedor.Peroelpúblicodel teatro, viendo que la comedia nocontinuaba,seimpacientóyempezóagritar:

    —¡Queremos la comedia, queremos lacomedia!

    Fue aliento perdido, porque los muñecos, envez de continuar con la representación,redoblaronlosgritosyelbullicioy,subiendoaPinochoensushombros,lollevaronentriunfoantelaslucesdelascandilejas.

  • Entonces apareció el titiritero, un hombretónfeo que daba miedo sólo mirarlo. Tenía unabarba negra como un borrón de tinta, y tanlarga que llegaba desde el mentón al suelo;basta con decir que, cuando andaba, se lapisaba.Subocaeraanchacomounhorno,susojosparecían faroles de vidrio rojo, con la luzencendida dentro, y con las manos hacíachasquear una gruesa fusta, hecha de piel deserpientesydecolasdezorroentrelazadas.

    Antelainesperadaaparicióndeltitiriterotodosenmudecieron: nadie resolló. Se habría oídovolar una mosca. Los pobres muñecos,hombresymujeres,temblaban.

    —¿Por qué has venido a organizar semejantedesbarajusteenmiteatro?

    —preguntó el titiritero a Pinocho, con unvozarrón de ogro, como si tuviera un enormeresfrío.

    —¡Créame, ilustrísimo señor, la culpa no esmía!…

    —¡Basta!Estanocheajustaremoscuentas.

    Y, en efecto, cuando acabó la representaciónde la comedia, el titiritero fue a la cocina,

  • dondelehabíanpreparadoparacenarunbuencordero,quegiraba lentamente,ensartadoenel asador. En vista de que faltaba leña paraterminar de asarlo, llamó a Arlequín yPolichinelaylesdijo:

    —Tráiganme a ese muñeco que encontraráncolgado de un clavo. Me parece que es unmuñeco hecho de leña muy seca y estoysegurodeque,siloechoalfuego,medaráunaestupenda fogata para el asado. Arlequín yPolichinela vacilaron al principio; pero,aterrorizados, por una mirada de su amo,obedecieron, y poco después volvían a lacocina con el pobre Pinocho en brazos; éste,debatiéndosecomounaanguilafueradelagua,chillabadesesperadamente:

    —¡Papá,sálvame!¡Noquieromorir,noquieromorir!…

    XI

  • Comefuego estornuda y perdona a Pinocho,quien,después,salvadelamuerteasuamigoArlequín.

    El titiritero Comefuego (éste era su nombre)parecía un hombre horrendo, sobre todo conaquella barbanegraque, amododedelantal,lecubría todoelpechoy laspiernas;pero,enel fondo, no era mala persona. La prueba esque, cuando vio delante de sí a aquel pobrePinocho, que se debatía desesperadamente,gritando:«¡Noquieromorir,noquieromorir!»,empezó a conmoverse y a apiadarse de él y,tras haber resistido un poco, no pudo más ydejóescaparunsonoroestornudo.

    Ante aquel estornudo, Arlequín, que hastaentonceshabíaestadoafligidoydolientecomoun sauce llorón, alegró la cara e, inclinándosesobrePinocho,lesusurróbajito:

    —Buenas noticias, hermano. El titiritero haestornudado y eso es señal de que ha tenidocompasióndeti;yaestásasalvo.

    Mientras todos los hombres, cuando seapiadan de alguien, lloran o por lo menos

  • fingensecarselosojos,Comefuego,encambio,cadavezque seenternecíadeverdad ledabapor estornudar. Era un modo como otrocualquieradedaraentenderlasensibilidaddesucorazón.

    Despuésdequehuboestornudado,eltitiritero,haciéndoseelmalgenio,gritóaPinocho:

    —¡Deja de llorar! Tus lamentos me hanproducidouncosquilleoaquí,enelestómago…Siento una congoja que casi, casi… ¡atchís,atchís!—Yestornudóotrasdosveces.

    —¡Salud!—dijoPinocho.

    —¡Gracias! ¿Viven tu padre y tu madre?—lepreguntóComefuego.

    —Mipadre,sí;amimadrenolaheconocido.

    —¡Hay que ver qué pena tendría tu ancianopadre si yo ahora te hiciera arrojar a estoscarbones ardientes! ¡Pobre viejo, locompadezco!… ¡Atchís. atchís, atchís! —yestornudóotrastresveces.

    —¡Salud!—dijoPinocho.

    —¡Gracias!Tambiénhayquecompadecermeamí,porque,comovez,nomequeda leñapara

  • acabardeasaresecordero;¡ytú,laverdad,mehabrías venido muy bien! Pero ya me heapiadadodetiyhayquetenerpaciencia.Entulugar,echaréalfuegoaalgunodelosmuñecosdemicompañía…¡Eh,gendarmes!

    Ante esta orden, aparecieron dos gendarmesde madera, muy altos y muy secos, contricornioenlacabezaysabledesenvainadoenlamano.

    Eltitiriterolesdijoconvozronca:

    —Detengan a ese Arlequín, átenlo bien yéchenlo al fuego para que se queme. ¡Quieroquemicorderoseasealaperfección!

    ¡Figúrense al pobre Arlequín! Fue tan grandesu espanto que se le doblaron las piernas ycayóalsuelodebruces.

    Pinocho, ante aquel espectáculo desgarrador,se echó a los pies del titiritero y, llorando alágrimavivaymojándoletodos lospelosde lalarguísima barba, empezó a decir con vozsuplicante:

    —¡Piedad,señorComefuego!…

  • —¡Aquí no hay señores!—replicó con durezaeltitiritero.

    —¡Piedad,caballero!…

    —¡Aquínohaycaballeros!

    —¡Piedad,comendador!…

    —¡Aquínohaycomendadores!

    —¡Piedad,Excelencia!…

    Al oírse llamar Excelencia, al titiritero se leiluminó la cara y, convirtiéndose de golpe enun ser más humano y tratable, le dijo aPinocho:

    —Bueno,¿quéquieresdemí?

    —¡LepidoqueperdonealpobreArlequín!

    —Nohayperdónquevalga.Siteheperdonadoati,esprecisoqueloecheaélalfuego,porquequieroquemicorderoestébienasado.

    —¡En ese caso —gritó altivamente Pinocho,levantándose y tirando su gorro de miga depan—, en ese caso, ya sé cuál es mi deber!¡Adelante, señores gendarmes! Atenme yarrójenmealasllamas.¡No,noesjustoqueelpobre Arlequín, mi buen amigo, tenga quemorirpormí!…

  • Estaspalabras,pronunciadasconvozsonorayacento heroico, hicieron llorar a todos losmuñecos que presenciaban la escena. Losmismos gendarmes, aunque eran de madera,llorabancomocorderitos.

    Comefuego al principio se quedó tan duro einmóvilcomounpedazodehielo,pero,pocoapoco, también él empezó a conmoverse y aestornudar. Estornudó cuatro o cinco veces,abrió afectuosamente los brazos y le dijo aPinocho:

    —¡Eres un buen chico! Ven aquí y dame unbeso.

    Pinocho corrió hacia él y, trepando comounaardilla por la barba del titiritero, le dio unmagníficobesoenlapuntadelanariz.

    —Entonces, ¿me concede el perdón? —preguntóelpobreArlequín,conunhilodevozqueapenasseoía.

    —¡Concedido!—respondió Comefuego. Luegoañadió,mientrassuspirabaymovíalacabeza—:¡Paciencia!Estanochemeresignaréacomerel corderomedio cocido; pero ¡ay de aquel aquienletoquelapróximavez!…

  • Ante la noticia de la obtención del perdón,todos los muñecos corrieron al escenario yencendieron las luces y los focos como parauna funcióndegala, y empezarona saltar y abailar. Era ya de madrugada y continuabanbailando.

    XII

    El titiritero Comefuego le regala a Pinochocincomonedasdeoro,paraqueselaslleveapapáGeppetto.PinochosedejaembaucarporlaZorrayelGatoysevaconellos.

    Al día siguiente, Comefuego llamó aparte aPinochoylepreguntó:

    —¿Cómosellamatupadre?

    —Geppetto.

    —¿Quéoficiotiene?

    —Eldepobre.

    —¿Ganamucho?

  • —Gana lo necesario para no tener nunca uncéntimo en el bolsillo. Imagínese que, paracomprarmeelsilabariodelaescuela,tuvoquevender la única casaca que tenía: una casacaque, entre piezas y remiendos, estaba hechaunalástima.

    —¡Pobrediablo!Medapena.Ahí tienescincomonedas de oro. Ve corriendo a llevárselas ysalúdalodemiparte.

    Pinocho, fácil es imaginárselo, agradeció milvecesal titiritero;abrazóunoporunoatodoslos muñecos de la compañía, incluidos losgendarmes,ysepusoencaminoparavolverasucasa,locodealegría.

    Pero aún no había andado medio kilómetrocuando se encontró en el camino una Zorra,cojadeunpie,yunGato,ciegodelosdosojos,que iban de aquí para allá, ayudándosemutuamentecomodosbuenoscompañerosdedesgracia. La Zorra, que era coja, caminabaapoyándose en el Gato, y el Gato, que eraciego,sedejabaguiarporlazorra.

    —Buenos días, Pinocho —dijo la Zorra,saludándolocortésmente.

  • —¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó elmuñeco.

    —Conozcomuybienatupapá.

    —¿Dóndelohasvisto?

    —Lohevistoayer,enlapuertadesucasa.

    —¿Quéhacía?

    —Estabaenmangasde camisay temblabadefrío.

    —¡Pobrepapá!Pero,siDiosquiere,dehoyenadelanteyanotemblará…

    —¿Porqué?

    —Porquemeheconvertidoenungranseñor.

    —¿Ungranseñortú?—dijolaZorrayempezóareírseconunarisadescaradayburlona;yelGatosereíatambién,pero,paranodejarlover,sepeinabalosbigotesconlaspatasdelanteras.

    —¡No hay por qué reírse! —gritó Pinocho,enojado—sientomuchoquese leshagaaguala boca, pero éstas, para que se enteren, soncinco hermosas monedas de oro. Y sacó lasmonedasqueComefuegolehabíaregalado.

  • Ante el simpático sonido de las monedas, laZorra, en un ademán involuntario, alargó lapataqueparecíaencogida,yelGatoabrió losojosdeparenpar,comodoslinternasverdes;peroloscerróinmediatamenteyPinochonosediocuentadenada.

    —Y ahora —preguntó la Zorra—, ¿qué vas ahacerconesasmonedas?

    —Ante todo —contestó el muñeco—, voy acomprarleamipapáunabonitacasacanueva,todadeoroyplata,conbotonesdebrillantes.Yluegocompraréunsilabarioparamí.

    —¿Parati?

    —Claro; voy a ir a la escuela y a estudiar deveras.

    —Mírame—dijo la Zorra—: por el tonto viciodeestudiar,perdíunapata.

    —Mírame—dijoelGato:porel tontoviciodeestudiar,perdílavistadelosdosojos.

    Enesemomento,unMirloblancoposadoenelcercadodelcaminosepusoacantarydijo:

    —Pinocho,nohagascasodelosconsejosdelasmalascompañías.¡Tearrepentirássilohaces!

  • ¡PobreMirlo,nunca lohubieradicho!ElGato,dandoungransalto,seabalanzósobreélysindarletiemposiquieraadecir«¡ay!»selocomiódeunbocado,conplumasytodo.

    Tanprontocomose lohubocomidose limpióla boca, cerró otra vez los ojos y continuóhaciéndoseelciego,comoantes.

    —¡PobreMirlo!—dijoPinochoalGato—.¿Porquélotratastetanmal?

    —Lohiceparadarleunalección.Asíaprenderáanometerlanarizenlasconversacionesdelosdemás.

    Habían hecho yamás de lamitad del caminocuandolaZorra,deteniéndosedeimproviso,ledijoalmuñeco:

    —¿Quieresdoblartusmonedasdeoro?

    —¿Qué?

    —¿Quieres convertir tus cinco miserablesmonedasencien,mil,dosmil?

    —¡Ojalá!¿Dequémanera?

    —Lamaneraesfacilísima.Envezdevolverteatucasa,tendríasquevenirconnosotros.

    —¿Adóndemequierenllevar?

  • —AlpaísdelosBadulaques.

    Pinocho lo pensó un poco, y luego dijoresueltamente:

    —No,noquieroir.Ahoraestoycercadecasayquierollegaracasa,puesmipadremeespera.¡Pobre viejo, quién sabe cuánto ha suspiradoayeralverquenovolvía!Desde luegoquehesido un mal hijo, y el Grillo—parlante teníarazóncuandodecía:«Losniñosdesobedientesno conseguirán nada bueno en estemundo».Yoloheexperimentadoamicosta,porquemehanpasadomuchasdesgraciasyaunayerporla noche, en casa de Comefuego, he corridopeligro…¡Brr!¡Sólodepensarlosemeponelacarnedegallina!

    —Asíque—dijolaZorra—,¿deverdadquieresirteacasa?¡Ándate,entonces,ypeorparati!

    —¡Peorparati!—repitióelGato.

    —Piénsalo bien, Pinocho, porque estásdándoleunapatadaalafortuna.

    —¡Alafortuna!—repitióelGato.

    —Tus cinco monedas, de hoy a mañana, sehubieranconvertidoendosmil.

  • —¡Dosmil!—repitióelGato.

    —Pero,¿cómoesposiblequeseconviertanentantas? —preguntó Pinocho, quedándose conlabocaabiertaporelestupor.

    —Ahoramismote loexplico—dijo laZorra—.Hasdesaberque,enelpaísdelosBadulaques,hay un campo bendito, llamado el Campo delosMilagros.Túhacesenesecampounhoyitoymetes dentro, por ejemplo, unamonedadeoro.Recubreselhoyoconunpocodetierra,loriegas con dos baldes de agua de la fuente,echasencimaunpuñadodesalyporlanochete vas tranquilamente a la cama. Durante lanoche, la moneda germina y florece y a lamañanasiguiente,cuandotelevantas,regresasal campo y, ¿qué es lo que encuentras?Encuentras un árbol cargado de monedas deoro, tantas como granos puede tener unaespigaenelmesdeenero.

    —Así que —dijo Pinocho, cada vez másaturdido—, si yo enterrara en ese campomiscinco monedas, ¿cuántas encontraría a lamañanasiguiente?

  • —Es una cuenta muy fácil —contestó laZorra—; una cuenta que se puede hacer conlos dedos de la mano. Calcula que cadamoneda te dé un racimo de quinientasmonedas;multiplica quinientos por cinco y, ala mañana siguiente, te embolsas dos milquinientasmonedascontantesysonantes

    —¡Oh, qué estupendo! —gritó Pinocho,bailando de alegría—. Apenas recoja esasmonedas, me guardaré dos mil para mí y lesdaréaustedesquinientas,comoregalo.

    —¡Un regalo para nosotros! —gritó la Zorra,muy desdeñosa, haciéndose la ofendida—.¡Diostelibre!

    —¡Diostelibre!—repitióelGato.

    —Nosotros —continuó la Zorra— notrabajamos por el vil interés; trabajamosúnicamenteparaenriqueceralosdemás.

    —¡Alosdemás!—repitióelGato.

    «¡Qué buenas personas!», pensó para síPinocho;enelactoseolvidódesupadre,delacasaca nueva, del silabario y de todos losbuenospropósitosquehabíahecho,ydijoalaZorrayalGato:

  • —Vámonos.Voyconustedes.

    XIII

    LahosteríadelCamarónRojo.

    Despuésdemuchocaminarllegaronporfin,alcaer la noche, muertos de cansancio, a lahosteríadelCamarónRojo.

    —Detengámonos aquí —dijo la Zorra— acomer un bocado y descansar unas horas.Saldremos a medianoche para estar mañana,demadrugada,enelCampodelosMilagros.

    Entraronen laposaday se sentaronanteunamesa;peroningunodelostresteníaapetito.

    El pobre Gato, que se sentía gravementeindispuesto del estómago, sólo pudo comertreintaycincosalmonetesconsalsadetomatey cuatro raciones de callos a la parmesana. Ycomo los callos no le parecían bastantesazonados, pidió tres veces mantequilla yquesorallado.

  • LaZorrahubierapicadocongustoalgo;peroelmédicolehabíaprescritounagrandísimadietaytuvoquecontentarseconunasimpleliebreycon un ligerísimo guiso de pollos cebados.Después de la liebre se hizo servir, comoaperitivo, un guisado de perdices, conejos yranas, y ya no quiso más. La comida le dabatalesnáuseas,segúnella,quenopodíallevarsenadaalaboca.

    Quien comió menos de todos fue Pinocho.Pidióunanuezyuncachitode

    panylosdejóenelplato.

    El pobre niño, con el pensamiento fijo en elCampo de los Milagros, había sufrido unaindigestión anticipada de monedas de oro.Cuando acabaron de cenar, la Zorra le dijo alposadero:

    —Denosdosbuenashabitaciones,unaparaelseñorPinochoyotraparamíymicompañero.Antesdepartir, dormiremosun corto tiempo.Pero no olvide que a medianoche debendespertarnosparacontinuarnuestroviaje.

  • —Sí,señores—respondióelposadero,yguiñóun ojo a la Zorra y al Gato, como diciendo:«¡Hecomprendidoalvuelo!¡Entendido!»

    TanprontocomoPinochosemetióenlacamaquedódormidodegolpeyempezóasoñar.Ensusueño,leparecíaqueestabaenmediodeuncampoyestecampoestaba llenodearbolitoscargados de racimos, y estos racimos estabancargadosdemonedasdeoro;bamboleándoseaimpulsosdelviento,hacíanzin,zin,zin,comosi quisieran decir: «Quien nos quiera, quevenga a sacarnos». Pero cuando Pinochoestabaen lomejor, esdecir, cuandoalargó lamano para agarrar a puñados todas aquellasmonedas y metérselas en el bolsillo, lodespertaron de repente tres violentísimosgolpesdadosenlapuertadelahabitación.

    Era el posadero, que venía a decirle que yahabíandadolasdoce.

    —¿Miscompañerosestánlistos?—preguntóelmuñeco.

    —Más que listos. Se han marchado hace doshoras.

    —¿Porquétantaprisa?

  • —Porque el Gato ha recibido el mensaje deque la vida de su gatito mayor, enfermo desabañonesenlospies,corríapeligro.

    —¿Yhanpagadolacena?

    —¿Qué cree usted? Son personas demasiadoeducadasparahacertalafrentaasuseñoría.

    —¡Lástima! ¡Me hubiera gustado tanto esaafrenta!… —dijo Pinocho, rascándose lacabeza.

    Después,preguntó:

    —¿Y dónde han dicho que me esperan esosbuenosamigos?

    —En el Campo de los Milagros, mañana, aldespuntar el día. Pinocho pagó una monedaporsucenayladesuscompañeros,ypartió.

    Sepuededecirquepartióaciegas,puesfuerade lahosteríahabíaunaoscuridad tangrandeque no se veía nada. En el campo no se oíamoverse una hoja. Solamente algunospajarracos nocturnos atravesaban el camino,decercoaotro,yveníanagolpearconsusalasla nariz de Pinocho, el cual, retrocediendo deunsalto,temeroso,gritaba:«¿Quiénva?»,yel

  • eco de las colinas circundantes repetía, enlontananza:«¿Quiénva?…¿Quiénva?…

    ¿Quiénva?…»

    Entonces, mientras caminaba, vio sobre eltroncodeunárbolunanimalitoquerelucíaconuna luz pálida y opaca, como una mariposadentrodeunalámpara.

    —¿Quiéneres?—preguntóPinocho.

    —Soy la sombra del Grillo—parlante —respondióelanimalitoconunavozmuydébil,queparecíavenirdelmásallá.

    —¿Quéquieresdemí?—dijoelmuñeco.

    —Quiero darte un consejo. Retrocede y llevalas cuatromonedas que te han quedado a tupadre, que llora y se desespera porque no tehavueltoaver.

    —Mañanamipadreseráungranseñor,porqueestas cuatro monedas se convertirán en dosmil.

    —No te fíes,muchacho, de los que prometenhacerte rico de la noche a la mañana.Normalmente, o son locos o embusteros.Créeme,retrocede.

  • —Yo,sinembargo,quierocontinuar.

    —¡Esmuytarde!…

    —Quierocontinuar.

    —Lanocheesoscura…

    —Quierocontinuar.

    —Elcaminoespeligroso…

    —Quierocontinuar.

    —Acuérdate que los niños que pretendenobrar a su capricho y a su modo, tarde otempranosearrepienten.

    —Las historias de siempre. Buenas noches,Grillo.

    —Buenas noches, Pinocho, y que el cielo tesalvedelrocíoydelosasesinos.

    Una vez dichas estas últimas palabras, elGrillo—parlante se apagó de golpe, como seapaga una vela a la que soplan, y el caminoquedómásoscuroqueantes.

  • XIV

    Pinocho, por no haber dado crédito a losbuenosconsejosdelGrillo—parlantetropiezaconlosasesinos.

    —Desde luego —dijo para sí el muñeco,continuando su viaje, nosotros, los niños,somos muy desgraciados. Todos nos gritan,todosnos reprenden, todosnosdanconsejos.Si los dejáramos, a todos se lesmetería en lacabeza convertirse en nuestros padres ymaestros; a todos, hasta a los Grillos—parlantes. Ya lo estoy viendo: ¡cómo no hequerido hacer caso a ese pesado de Grillo,quién sabe cuántas desgracias me van asuceder, según él! ¡Hasta voy a encontrarmeconlosasesinos!Menosmalqueyonocreoenlos asesinos, ni he creído nunca. Paramí quelos asesinos han sido inventados a propósitopor los padres, parametermiedo a los niñosque quieren salir por la noche. Y, además,aunquelosencontraraaquí,enelcamino,¿medarían miedo? Ni soñarlo. Me encararía conellos, gritando: «Señores asesinos, ¿quéquierendemí?Noolvidenqueconmigonose

  • juega. Conque, ¡sigan con sus asuntos ycalladitos!». Ante estas palabras, dichasseriamente, me parece ver a esos pobresasesinosescapando, rápidoscomoelviento.Yen el caso de que fueran tan mal educadoscomo para no escapar, escaparía yo, y asíacabaríamos…

    Pero Pinocho no pudo terminar surazonamiento, porque en ese momento leparecióoírasusespaldasunlevísimocrujirdehojas.

    Se volvió a mirar y vio en la oscuridad a dosfiguras negras, completamente encapuchadasendossacosdecarbón,quecorríandetrásdeél a saltos y de puntillas, como si fueran dosfantasmas.

    —¡Aquí lo tenemos!—se dijo; y, no sabiendodónde esconder las cuatro monedas, se lasescondióenlaboca,precisamentedebajodelalengua.

    Después trató de escapar. Pero aún no habíadado el primer paso cuando sintió que loagarraban por los brazos y oyó dos voceshorriblesycavernosas,queledijeron:

  • —¡Labolsaolavida!

    Pinocho,quenopodíacontestaracausadelasmonedasqueteníaen laboca,hizomilgestosy pantomimas para dar a entender a los dosencapuchados, de los cuales no se veíanmásque losojosa travésde losagujerosdel saco,queéleraunpobremuñeco,yquenoteníaenelbolsillonisiquierauncéntimofalso.

    —¡Vamos, vamos! ¡Menos cháchara y saca eldinero!—gritabanamenazadoramente losdosbandidos.

    Elmuñecohizocon lacabezaycon lasmanosunademáncomodiciendo:

    «Notengo».

    —¡Sacaeldineroodatepormuerto!—repitióelotro.

    —Y después de matarte a ti, ¡mataremostambiénatupadre!

    —¡Tambiénatupadre!

    —¡No, no, no! ¡Ami pobrepadre, no!—gritóPinocho, con desesperado acento; pero, algritarasí,lasmonedasresonaronensuboca.

  • —¡Ah, tunante! ¡Conque te has escondido eldinerobajolalengua!

    ¡Escúpeloahoramismo!

    YPinocho,comosinooyese.

    —¡Ah! ¿Te haces el sordo? ¡Espera un poco,queteloharemosescupirnosotros!

    Enefecto,unodeellosaferróalmuñecoporlapunta de la nariz y el otro lo cogió por labarbillaempezaronatirardescomedidamente,hacia un lado y otro, para obligarlo a abrir laboca;peronohubocaso.Labocadelmuñecoparecíaclavadayremachada.

    Entonceselasesinomásbajodeestaturasacóun gran cuchillo y trató de clavárselo amodode palanca y de cincel, entre los labios; peroPinocho, rápido como un relámpago, leenganchólamanoentrelosdientesy,despuésde habérsela arrancado del mordisco, laescupió;figúrensesuasombrocuandoadvirtióque, en vez de una mano, había escupido alsuelounazarpadegato.

    Animadoporestaprimeravictoria,selibróporlafuerzadelasuñasdelosasesinosy,saltandoel cerco del camino, empezó a huir a campo

  • traviesa.Losasesinoscorríantrasélcomodosperros detrás de una liebre; y el que habíaperdidounapatacorríaconunasolapierna,ynuncasesupocómoselasarreglaba.

    Trasunacarreradequincekilómetros,Pinochono podía más. Entonces, viéndose perdido,trepó por el tronco de un altísimo pino y sesentó en lo alto de las ramas. Los asesinostrataronde trepar también,pero resbalaronala mitad del tronco y, al caer al suelo, sedespellejaronlasmanosylospies.

    No por ello se dieron por vencidos;más aún,recogieronunhazdeleñasecaalpiedelpinoyle prendieron fuego. En menos de lo que setarda en decirlo, el pino empezó a arder y aquemarse como una candela agitada por elviento. Pinocho, al ver que las llamas subíancada vezmás, y no queriendo terminar comoun pichón asado, dio un buen salto desde lacopadel árbol y se lanzó a correr a través delos campos y de los viñedos. Y los asesinosdetrás,siempredetrás,sincansarsenunca.

    Entretanto, comenzaba a amanecer y seguíanpersiguiéndolo; de repente, Pinocho seencontróconunfosoanchoyhondísimo,lleno

  • deunaguasucia,decolorcaféconleche,queleimpedíaelpaso.¿Quéhacer?

    —¡Una, dos, tres! —gritó el muñeco y,tomandocarrera,saltóalaotraparte.

    Y los asesinos saltaron también, pero nocalcularon bien la distancia y, ¡cataplum!…cayeron justo en el medio del foso. Pinocho,que oyó la zambullida y las salpicaduras delagua,gritómientrasreíayseguracorriendo:

    —¡Buenbaño,señoresasesinos!

    Y ya se figuraba que se habían ahogadocuando,alvolverseamirar,advirtióqueamboscorrían detrás de él, siempre encapuchadosconlossacosysoltandoaguacomodoscestosdesfondados.

    XV

    LosasesinospersiguenaPinochoycuandoloalcanzan lo cuelgan de una rama de la GranEncina.

  • Pinocho, ya sin ánimo, estaba a punto dearrojarsealsueloydarseporvencido,cuando,al girar los ojos en torno, vio blanquear enlontananza, entre el verde oscuro de losárboles,unacasitablancacomolanieve.

    —Si me quedara aliento para llegar hasta lacasa,quizásestaríaasalvo—sedijo.

    Y,sindudaunminuto,continuócorriendoporel bosque con renovadas fuerzas. Y losasesinos, detrás siempre. Después de unadesesperada carrera de casi dos horas, llegójadeante a la puerta de la casita y llamó. Nocontestó nadie. Volvió a llamar con violencia,pues oía acercarse el rumor de los pasos y laafanosarespiracióndesusperseguidores.

    Elmismosilencio.

    Advirtiendo que el llamar no servía de nada,empezó,ensudesesperación,adarpatadasycabezadasalapuerta.

    Entonces se asomóa la ventanaunahermosajovendecabellosazulesy rostroblancocomouna figuradecera, con losojos cerradosy lasmanos cruzadas sobre el pecho, la cual, sin

  • mover los labios, dijo con una vocecita queparecíallegardelotromundo:

    —En esta casa no hay nadie. Están todosmuertos.

    —¡Ábreme tú, por lomenos!—gritó Pinocho,llorandoysuplicando.

    —Yotambiénestoymuerta.

    —¿Muerta? Y entonces, ¿qué haces en laventana?

    —Esperoelataúdquevendráallevarme.

    Apenas dicho esto la niña desapareció y laventanasecerrósinhacerruido.

    —¡Oh, hermosa niña de cabellos azules —gritaba Pinocho, ábreme, por caridad! Tencompasión de un pobre niño perseguido porlosases…

    Pero no pudo acabar la palabra, pues sintióque lo aferraban por el cuello y oyó losconsabidos vozarrones, que gruñíanamenazadoramente:

    —¡Ahorayanoescaparás!

    El muñeco, viendo relampaguear la muerteante sus ojos, fue acometido por un temblor

  • tan fuerte que, al temblar, le sonaban lasjunturasdesuspiernasdemaderaylascuatromonedasqueteníaescondidasbajolalengua.

    —Entonces —le preguntaron los asesinos—,¿quieres abrir la boca, sí o no? ¡Ah! ¿Nocontestas?…Deja,deja:¡estaveztelaharemosabrirnosotros!…

    Y sacando dos cuchillos muy largos, afiladoscomonavajasdeafeitar,

    ¡zas!…. le encajaron dos cuchilladas entre losriñones.

    Por suerte el muñeco estaba hecho de unamadera durísima y por tal motivo, las doshojas,quebrándose, sehicieronmilpedazos ylos asesinos se quedaronmirándose las caras,conelmangodeloscuchillosenlamano.

    —Ya sé —dijo entonces uno de ellos—, esprecisoahorcarlo.

    ¡Ahorquémoslo!

    —¡Ahorquémoslo!—repitióelotro.

    Dicho y hecho. Le ataron las manos a laespalda,lepasaronunnudocorredizoentorno

  • al cuello y lo colgaron de la rama de un granárbol,llamadolaGranEncina.

    Luego sequedaronallí, sentadosen lahierba,esperando que elmuñecomuriera; pero, treshoras después, continuaba con los ojosabiertos,labocabiencerrada,ypataleabamásquenunca.

    Aburrido al fin de esperar, se volvieron aPinochoyledijeron,riendoburlonamente:

    —Adiós,hastamañana.Esperamosquecuandovolvamos aquí mañana tendrás la amabilidaddeestarbienmuertoycon labocaabiertadeparenpar.

    Ysefueron.

    Entretanto se había levantado un impetuosovientoque,soplandoyrugiendorabiosamente,azotaba de aquí para allá al pobre ahorcado,haciéndolo oscilar tan violentamente como elbadajodeunacampanaquellamaaunafiesta.Este bamboleo le ocasionaba agudísimascontraccionesyelnudocorredizo,apretándosecada vez más a la garganta, le cortaba larespiración.

  • Poco a poco se le iban apagando los ojos; yaunque sentía acercarse la muerte, seguíaesperandoquedeunmomento a otropasaraun alma caritativa y lo ayudara. Pero cuando,espera que te esperarás, vio que no aparecíanadie, le vino a la mente su pobre padre… ybalbuceó,casimoribundo:

    —¡Oh,papá!¡Siestuvierasaquí!

    Notuvoalientoparadecirmás.Cerrólosojos,abrió la boca, estiró las piernas y, dando unagransacudida,sequedótieso.

    XVI

    Lahermosa jovende loscabellosazuleshacerecogeralmuñeco,loponeenlacamayllamaa tres médicos para saber si está vivo omuerto.

    Mientras el pobre Pinocho, colgado por losasesinos de una rama de la Gran Encina,parecía ya más muerto que vivo, la hermosa

  • joven de los cabellos azules se asomó a laventana y, apiadada ante la visión de aquelinfeliz que, suspendido por el cuello, bailabacon las ráfagasdelviento, juntó tresveces lasmanosydiotrespalmaditas.

    Aestaseñalseoyóungranruidodealas,quese batían precipitadamente, y un enormeHalcón vino a posarse en el alféizar de laventana.

    —¿Qué ordenas, mi graciosa Hada? —preguntóelHalcón,bajandoelpicoenseñaldereverencia(pueshayquesaberque laniñadelos cabellos azules era una bondadosa Hadaque vivía desde hacíamás demil años en lascercaníasdeaquelbosque).

    —¿VesaquelmuñecoquecuelgadeunaramadelaGranEncina?

    —Loveo.

    —Vuelahaciaalláinmediatamente,rompecontupicoel nudoque lo tiene suspendidoenelaire,ypósalodelicadamentesobrelahierba,alpiedelaEncina.

    El Halcón salió volando y volvió dos minutosdespués,diciendo:

  • —Yaestáhecholoquemehasordenado.

    —¿Cómolohasencontrado?¿Vivoomuerto?

    —A primera vista parecía muerto, pero nodebe de estar aún muerto del todo, porqueapenas he desatado el nudo corredizo que leapretaba el cuello, ha dejado escapar unsuspiro.

    EntonceselHadadiodospalmadasyaparecióun magnífico perro de aguas, que caminabaerguidosobrelaspatasdeatrás,comosifueraunhombre.

    El Perro de aguas estaba vestido de cochero,con librea de gala. Tenía en la cabeza unsombrero de tres picos, galoneado de oro, yunapelucablancaconrizosquelebajabanporel cuello; vestía una levita de color chocolate,con botones de brillantes y dos grandesbolsillos para guardar los huesos con que loregalaba suama,unpardepantalones cortosde terciopelo carmesí, medias de seda yzapatos escotados, y llevaba detrás unaespecie de funda de paraguas, toda de rasoazul, para meter el rabo cuando empezaba allover.

  • —¡Aprisa, Medoro! —ordenó el Hada alPerro—.Hazengancharen

    seguidalamáshermosacarrozademicuadraytomaelcaminodelbosque.CuandolleguesalaGranEncinaencontrarás,tendidoenlahierba,a un pobremuñeco,mediomuerto. Recógelocon cuidado, pósalo delicadamente sobre loscojines de la carroza y tráemelo aquí.¿Entendido?

    El Perro, para dar a entender que habíacomprendido, meneó tres o cuatro veces lafunda de raso azul que tenía detrás y partiócomoun rayo.Pocodespués se vio salir de lacuadraunahermosacarrozadelcolordelaire,acolchadaconplumasdecanarioy forradaensu interior con nata, crema y pastelillos.Tiraban de la carroza cien pares de ratonesblancos, y el perro, sentado en el pescante,restallabaellátigoaderechaeizquierda,comouncocheroquetemellegarconretraso.

    Aún no había pasado un cuarto de hora y yaestaba de vuelta la carroza. El Hada, queesperabaen lapuertade lacasa, tomóensusbrazos al pobre muñeco y, llevándolo a lahabitación que tenía las paredes de

  • madreperla, mandó llamar inmediatamente alosmédicosmásfamososdelavecindad.

    Losmédicosllegaronenseguida,unotrasotro.Eran un Cuervo, una Lechuza y un Grillo—parlante.

    —Señores,quisierasaberporustedes—dijoelHada,dirigiéndosealostresmédicosreunidosentornoal lechodePinocho—,quisierasaberpor ustedes si este desgraciado muñeco estávivoomuerto…

    Anteesta invitación,elCuervo,adelantándoseel primero, tomó el pulso a Pinocho; luego letocólanarizylosdedosmeñiquesdelospies;cuando hubo palpado todo bien, pronunciósolemnementeestaspalabras:

    —Amientender,elmuñecoestábienmuerto;pero, si por desgracia no estuviera muerto,entoncesseríaindiciosegurodequeestávivo.

    —Losiento—dijolaLechuza—,perotengoquecontradecir al Cuervo, mi ilustre amigo ycolega. Paramí, elmuñeco está vivo; pero, sipordesgracianoestuvieravivo,entoncesseríaseñaldequeestáverdaderamentemuerto.

  • —Yusted,¿nodicenada?—preguntóelHadaalGrillo—parlante.

    —Yodigoqueelmédicoprudente,cuandonosabeloquedice, lomejorquepuedehacerescallarse.

    Además, este muñeco no es una cara nuevaparamí.¡Loconozcohacemucho!

    Pinocho, que hasta entonces había estadoinmóvilcomounverdaderopedazodemadera,tuvo una especie de temblor convulsivo quehizovibrartodoellecho.

    —Este muñeco —continuó el Grillo— es unpícaroredomado…Pinochoabriólosojosyloscerróinmediatamente.

    —Esunpilluelo,unperezoso,unvagabundo…Pinochoescondiólacarabajolassábanas.

    —¡Estemuñeco es un hijo desobediente, queharámorirdepenaasupobrepadre!

    En estemomento se oyó en la habitación unsonidoahogadodellantosysollozos.Figúrensecómo se quedaron todos cuando, levantandoun poco las sábanas, advirtieron que quienllorabaysollozabaeraPinocho.

  • —¡Cuandoelmuertollora,esseñaldequeestáen vías de curación!— dijo solemnemente elCuervo.

    —Lamento contradecir a mi ilustre amigo ycolega—intervino la Lechuza—; paramí, si elmuertollora,esseñaldequenolegustamorir.

    XVII

    Pinochocomeelazúcarperonoquieretomarelpurgante;mascuandovealosenterradoresque vienen a llevárselo, se purga. Despuésdiceunamentirayencastigolecrecelanariz.

    Apenas salieron los tres médicos de lahabitación,elHadaseacercóaPinochoy,trashaberletocadolafrente,sediocuentadequeteníaunafiebrealtísima.

    Entonces disolvió unos polvos blancos enmedio vaso de agua y, tendiéndoselo almuñeco,ledijocariñosamente:

    …Bébetelaytecurarásenpocosdías.

  • Pinochomiróelvaso,torcióunpocoelgestoydespuéspreguntó,convozquejicosa:

    …¿Esdulceoamarga?

    …Esamarga,peroteharábien.

    …Siesamarga,nolaquiero.

    …Créeme,bébetela.

    …Nomegustaloamargo.

    …Bébetela;cuandotelahayasbebido,tedaréun terrón de azúcar para que se quite elmalsabor.

    …¿Dóndeestáelterróndeazúcar?

    …Aquí …dijo el Hada, sacándolo de unazucarerodeoro.

    …Primero quiero el terrón de azúcar y luegomebeberéesaaguaamarga.

    …¿Meloprometes?

    …Sí…

    ElHadaledioelterrónyPinocho,traschuparloy tragárselo en un instante, exclamó,relamiéndose:

    …¡Québuenosielazúcarfueraunamedicina!…Mepurgaríatodoslosdías.

  • …Ahora cumple tu promesa y bébete estasgotitasdeaguaquetedevolveránlasalud.

    Pinocho tomó de mala gana el vaso y metiódentrodeéllapuntadelanariz,despuésseloacercó a la boca, después volvió a meter lapuntadelanariz,yporúltimodijo:

    …¡Esdemasiadoamarga! ¡Demasiadoamarga!Nomelapuedobeber.

    …¿Cómo dices eso si ni siquiera la hasprobado?

    …¡Me lo figuro! Lo he notado por el olor.Primeroquierootroterrónde

    azúcar…,yluegomelabeberé.

    EntonceselHada,contodalapacienciadeunabuenamadre,lemetióenlabocaotropocodeazúcarydespuéslepresentóelvaso.

    …¡Así no me la puedo beber! …exclamó elmuñeco,haciendomilmuecas.

    …¿Porqué?

    …Porque me molesta ese almohadón quetengo ahí, a los pies. El Hada le quitó elalmohadón.

  • …¡Es inútil! ¡Ni siquiera así me la puedobeber!…

    …¿Quéotracosatemolesta?

    …Memolesta la puerta de la habitación, queestáabierta.ElHadafueycerrólapuertadelahabitación.

    …¡No! …gritó Pinocho, estallando en llanto….No quiero beberme esta agua amarga. Noquierobeberla,no,noyno.

    …Hijomío,tearrepentirás…

    …Nomeimporta…

    …Tuenfermedadesgrave…

    …Nomeimporta…

    …La fiebre te llevará en pocas horas al otromundo…

    …Nomeimporta…

    …¿Notienesmiedoalamuerte?

    …¡No tengo miedo! … Es mejor morir quetomaresamedicinatanmala…

    En aquel momento se abrió de par en par lapuerta de la habitación y entraron cuatro

  • conejos, negros como la tinta, que llevaban ahombrosunpequeñoataúd.

    …¿Qué quieren de mí? …gritó Pinocho,sentándoseenlacamamuyasustado.

    …Hemos venido a buscarte …contestó elConejomásgrande.

    …¿A buscarme?… ¡Pero si aún no estoymuerto!

    …Aún no, ¡pero te quedan pocos minutos devida,porquetehasnegadoabeberelremedioquetehubieracesadolafiebre!

    …¡Oh, Hada! ¡Oh, Hada! …empezó a chillarentonces el muñeco…. Dame enseguida esevaso… Date prisa, por caridad, porque noquieromorir,no….noquieromorir…

    Tomóel vaso conambasmanos y se lobebiódeuntrago.

    …¡Paciencia! …dijeron los conejos…. Esta vezhemoshechoelviajeenbalde.

    Y, echándose de nuevo el ataúd a hombros,salieron de la habitación, murmurando yrefunfuñandoentredientes.

  • A los pocos minutos, Pinocho saltó del lechocompleta—mentecurado;pueshayquesaberquelosmuñecosdemaderatienenelprivilegiode enfermar raras veces y de curarsevelozmente.

    El Hada, viéndolo correr y retozar por lahabitación,ágilyalegrecomoungallitojoven,ledijo:

    …¿Asíquemimedicinatehahechobien?

    …¡Mucho más que bien! ¡Me ha devuelto almundo!…

    …Entonces,¿porquétehicisterogartantoparabeberla?

    …¡Nosotros, los niños, somos así! Tenemosmás miedo a los remedios que a laenfermedad.

    …¡Qué vergüenza! Los niños deberían saberqueunbuenmedicamento, tomadoatiempo,puede salvarlos de una grave enfermedad yhastadelamuerte…

    …¡Oh! ¡Otra vez nome haré rogar tanto!meacordaré de aquellos conejos negros con el

  • ataúdahombros…,tomaréelvasoenseguiday…¡adentro!

    …Ven ahora junto a mí y cuéntame cómollegasteacaerenmanosdelosasesinos.

    …Sucedió que el titiritero Comefuego me dioalgunas monedas de oro y me dijo: “Toma,llévaselasa tupadre”,yyo,encambio,porelcamino, encontré una Zorra y un Gato, dosbellísimaspersonas,quemedijeron:“¿Quieresque esasmonedas se conviertan enmil y dosmil? Ven con nosotros y te llevaremos alCampodelosMilagros”.

    …Y yo dije: “Vamos”; y ellos dijeron:“Detengámonos aquí, en la hostería delCamarón Rojo, y saldremos después demedianoche”.Cuandomedesperté,ellosyanoestaban, se habían ido. Entonces empecé aandar. Había una oscuridad muy grande yencontré en el camino a dos asesinos dentrodedossacosdecarbónquemedijeron:“Sacaeldinero”;yyodije:“Nolotengo”,porquemehabíaescondidolascuatromonedasdeoroenlaboca,yunodelosasesinosintentómetermela mano en la boca, y yo de un mordisco le

  • cortélamanoyluegolaescupí,peroenvezdeunamanoescupíunazarpadegato.

    Y losasesinoscorríandetrásdemí,yyocorreque te corre, hasta que me alcanzaron y meataronporelcuelloaunárboldeestebosque,diciendo:“Mañanavolveremosaquíyentoncesestarásmuerto y con la boca abierta y así tequitaremos las monedas de oro que hasescondidobajolalengua”.

    …¿Y dónde has puesto ahora las cuatromonedas?…lepreguntóelHada.

    …Lasheperdido…contestóPinocho;perodijounamentira,porquelasteníaenelbolsillo.

    Tanprontodijolamentira,sunariz,queyaeralarga,lecrecióderepentedosdedosmás.

    …¿Dóndelashasperdido?

    …Enelbosquevecino.

    Ante esta segunda mentira, la nariz siguiócreciendo.

    …Si las has perdido en el bosque vecino, lasbuscaremos y las encontraremos …dijo elHada…, porque todo lo que se pierde en elbosquevecinoseencuentrasiempre.

  • …¡Ah! Ahora que me acuerdo …replicó elmuñeco,haciéndoseunlio,lascuatromonedasnolasheperdido;melashetragadosindarmecuenta

    mientrasbebíasumedicina.

    Anteestaterceramentira, lanarizse lealargóde forma tan extraordinaria que el pobrePinochonopodíavolversehacianingúnlado.Sisevolvíahaciaunaparte,chocabaconlanarizen la cama o los cristales de la ventana; si sevolvíahacialaotra,chocabaconlasparedesocon lapuertadelcuarto;si levantabaunpocola cabeza, corría el riesgo demetérsela en unojoalHada.

    ElHadalomirabaysereía.

    …¿Por qué te ríes? …le preguntó el muñeco,muy confuso y preocupado por aquella narizquecrecíaaojo,vistas.

    …Meríodelasmentirasquehasdicho.

    …¿Cómosabesquehedichomentiras?

    …Las mentiras, niño mío, se reconocen enseguida, porque las hay de dos clases: lasmentiras que tienen las piernas cortas y las

  • mentiras que tienen la nariz larga; las tuyas,porlovisto,sondelasquetienenlanarizlarga.

    Pinocho, avergonzado, no sabía dóndeesconderseeintentóescapardelahabitación;pero no lo logró. Su nariz había crecido tantoquenopasabaporlapuerta.

    XVIII

    Pinocho vuelve a encontrar a la Zorra y alGato y se va con ellos a sembrar las cuatromonedasenelCampodelosMilagros.

    Comosepuedenimaginar,elHadadejóqueelmuñeco llorara y chillara una buena mediahora, con motivo de aquella nariz que nopasabaporlapuertadelcuarto.Así lediounasevera lección para corregirle el feo vicio dedecir mentiras, el vicio más feo que puedetenerunniño.Perocuandoloviotransfiguradoy con los ojos fuera de las órbitas, por ladesesperación,entonces,movidaapiedad,dio

  • unas palmadas y, a aquella señal, entró en lahabitaciónporlaventanaunmillardegrandespájarosllamadoscarpinteros,

    que se posaron en la nariz de Pinocho yempezaronapicoteárselatantoytanbienqueen pocos minutos aquella nariz enorme ydisparatadaseencontróreducidaasutamañonatural.

    —¡Qué buena eres, Hada! —exclamó elmuñeco,secándoselosojos—.

    ¡Ycuántotequiero!

    —También yo te quiero—aseguró el Hada—,y, si quieres quedarte conmigo, serás mihermanitoyyotubuenahermanita…

    —Mequedaríaencantado…pero,¿ymipobrepadre?

    —He pensado en todo. Tu padre ya estáavisado;yantesdelanochellegaráaquí.

    —¿De veras? —gritó Pinocho, saltando dealegría—. Entonces, Hadita, si te parece,querría ir a su encuentro. ¡No veo la hora depoderdarunbesoaesepobreviejo,quetantohasufridopormí!

  • —Vete,perotencuidadodenoperderte.Sigueel camino del bosque y estoy segurísima dequeloencontrarás.

    Pinocho se fue; apenas entró en el bosque,empezóacorrercomouncorzo.Cuandohubollegadoa cierto sitio, casi enfrentede laGranEncina,sedetuvo,puesleparecióoírgenteenmedio de las frondas. ¿Adivinan a quién vioaparecerenelcamino?AlaZorrayalGato,suscompañeros de viaje, con quienes habíacenadoenlaposadadelCamarónRojo.

    —¡Mira, nuestro querido Pinocho! —gritó laZorra, abrazándolo y besándolo—. ¿Cómoestásaquí?

    —¿Cómoestásaquí?—repitióelGato.

    —Esuna largahistoria—dijo elmuñeco—, sela contarédespacio.Hande saberque la otranoche, cuandome dejaron solo en la posada,encontréalosasesinosenelcamino…

    —¿Losasesinos?¡Oh,mipobreamigo!¿Yquéquerían?

    —Queríanrobarmelasmonedasdeoro.

    —¡Infames!—dijolaZorra.

  • —¡Infamísimos!—repitióelGato.

    —Pero yo empecé a escapar —continuó elmuñeco—yellossiempredetrás,hastaquemealcanzaronymecolgarondeunaramadeesaEncina…

    YPinochoseñaló laGranEncina,queestabaadospasosdeallí.

    —¿Se puede oír algo peor?—dijo la Zorra—.¡En qué mundo estamos condenados a vivir!¿Dónde encontraremos un refugio seguro laspersonasdecentes?

    Mientras hablaban así, Pinocho se dio cuentade que el Gato cojeaba de la pata delanteraderecha, porque le faltaba toda la zarpa,inclusoconlasuñas;asíquelepreguntó:

    —¿Quéhashechodetuzarpa?

    ElGatoquería contestaralgo,pero sehizounlío,EntonceslaZorradijoenseguida:

    —Mi amigo es demasiadomodesto y por esonocontesta.Contestaréyoporél.Hasdesaberquehaceunahoraencontramosenelcaminoaunviejolobo,casidesfallecidodehambre,quenos pidió una limosna. Y como no teníamos

  • nadaquedarle,¿quéhizomiamigo,quetieneun corazón de oro? Se cortó con los dientesunazarpadesuspatasdelanterasyselaechóal pobre animal, para que pudiera quitarse elhambre.

    YlaZorra,aldeciresto,seenjugóunalágrima.

    Pinocho, también conmovido, se acercó alGato,susurrándolealoído:

    —¡Si todos los gatos fueran como tú, felicesratones!

    —¿Quéhacesporestoslugares?—preguntólaZorraalmuñeco.

    —Espero a mi padre, que debe llegar de unmomentoaotro.

    —¿Ytusmonedasdeoro?

    —Lastengoenelbolsillo,menosunaquegastéenlahostería.

    —¡Y pensar que, en vez de cuatro monedas,podríanconvertirseenmilodosmil!¿Porquéno sigues mi consejo? ¿Por qué no vas asembrarlasalCampodelosMilagros?

    —Hoyesimposible;iréotrodía.

    —Otrodíaserátarde.

  • —¿Porqué?

    —Porque el Campo ha sido comprado por ungranseñorydesdemañanayanodarápermisoanadieparasembrarallídinero.

    —¿A qué distancia está de aquí el Campo delosMilagros?

    —Apenasadoskilómetros.¿Quieresvenirconnosotros?Enmediahoraestarásallí;siembrasen seguida las cuatro monedas; al cabo depocos minutos recoges dos mil y esta nocheregresasaquíconlosbolsillosllenos.

    ¿Quieresvenirconnosotros?

    Pinocho vaciló un poco, al acordarse de labuena Hada, del viejo Geppetto y de lasadvertencias del Grillo—parlante; pero acabóporhacerloquetodoslosniñosquenotienennipizcadejuicio;esdecir,acabóporsacudirlacabezaydeciralaZorrayalGato:

    —Vamos;voyconustedes.Ysefueron.

    Después de caminar durante medio día,llegaron a una ciudad que se llamaba«Atrapa—bobos». En cuanto entró en laciudad, Pinocho vio las calles llenas de perros

  • peladosquebostezabandehambre,deovejasesquiladas que temblaban de frío, de gallinassincrestaysinbarbasquepedíanlalimosnadeun grano de maíz, de grandes mariposas queno podían volar porque habían vendido susbellísimas alas coloreadas, depavos reales sincola que se avergonzaban de dejarse ver, defaisanes que caminaban a pequeños pasos,echandodemenossusbrillantesplumasdeoroyplata,perdidasparasiempre.

    Enmediodeestamultituddepordioserosydepobrespasaba,devezencuando,unacarrozaseñorial,llevandoensuinteriorunazorra,unaurracaoalgúnavederapiña.

    —¿Dónde está el Campo de los Milagros? —preguntóPinocho.

    —Estáahí,adospasos.

    Atravesaronlaciudadysalierondelasmurallasparairadetenerseenuncamposolitario,que,a primera vista, era como todos los demáscampos.

    —Ya hemos llegado —dijo la Zorra almuñeco—.Ahorainclínateatierra,excavacon

  • lasmanosunpequeñohoyoymetedentrolasmonedasdeoro.

    Pinocho obedeció. Excavó el hoyo y pusodentro las cuatro monedas de oro que lehabíanquedado;luegorecubrióelhoyoconunpocodetierra.

    —Ahora —dijo la Zorra—, ve a la acequiacercana, saca un balde de agua y riega elterrenodondehassembrado.

    Pinocho fue a la acequia y, comono tenía unbalde, se quitó del pie un zapato, lo llenó deagua y regó la tierra que cubría el hoyo.Despuéspreguntó:

    —¿Quémásdebohacer?

    —Nadamás—contestólaZorra—.Yapodemosirnos. Tú, vuelve dentro de veinte minutos, yencontraráselárbolyacrecidoyconlasramascargadasdemonedas.

    Elpobremuñeco,fueradesíporlaalegría,diomilveces lasgraciasa laZorrayalGato,y lesprometióunbuenregalo.

    —Noqueremosregalos—contestaronaquellosdos malean— tes—. Nos basta con haberte

  • enseñado la forma de enriquecerte sinesfuerzo y estamos más contentos que unaspascuas.

    Dicho esto se despidieron de Pinocho y,augurándole una buena cosecha, se fueron asusasuntos.

    XIX

    APinocho le robansusmonedasdeoroyencastigosufrecuatromesesdeprisión.

    Elmuñecovolvióalaciudadyempezóacontarlosminutos,unoauno;

    cuandoleparecióqueyaerahora,emprendióel caminoal Campode losMilagros.Mientrascaminaba con paso presuroso, el corazón lelatía muy fuerte y le hacía tic, tac, tic, tac,como un reloj de pared que corriera mucho.Ibapensandoparasusadentros:

    Mientras caminaba con paso presuroso, elcorazón le latíamuy fuerte y le hacía tic, tac,

  • tic, tac, como un reloj de pared que corrieramucho.Ibapensandoparasusadentros:

    —¿Ysienvezdemilmonedasencontrasedosmilenlasramasdelárbol?…¿Ysienvezdedosmil encontrase cinco mil?… ¿Y si en vez decinco mil encontrase cien mil?… ¡Oh, meconvertiría en un gran señor!… Tendría unhermosopalacio,milcaballitosdemaderaymilcuadras, para poder jugar, una bodega delicores finos y una estantería llena deconfituras, tortas, pan dulce, almendrados ybarquillosconcrema.

    Fantaseando así, llegó cerca del campo y sedetuvo a ver si distinguía algún árbol con lasramascargadasdemonedas,peronovionada.Dio otros cien pasos, y nada; entró en elcampo…, fue justamente al sitio del hoyodonde había enterrado sus monedas, y nada.Entonces se quedó pensativo y, olvidando lasReglasdelaeducaciónydelabuenacrianza,sesacóunamanodel bolsillo y empezó rascarselacabeza.

    En ese momento llegó a sus oídos una granrisotada; volviéndose, vio sobre un árbol un

  • gran Papagayo, que se despiojaba las pocasplumasqueteníaencima.

    —¿Por qué te ríes? —preguntó Pinocho, convozairada.

    —Me río porque, al despiojarme las plumas,mehehechocosquillasbajolasalas.

    Elmuñeconocontestó.Fuealaacequia,llenódeaguaelzapatoysepusoaregardenuevolatierra que recubría las monedas de oro. Otrarisotada,aúnmásimpertinentequelaprimera,sedejóoírenlasilenciosasoledaddelcampo.

    —¡Vamos a ver! —exclamó Pinocho,enfurecido—. ¿Se puede saber, Papagayomaleducado,dequéteríes?

    —Me río de los bobos que se creen todas lasbobadasysedejanestafar

    porlosquesonmáslistosqueellos.

    —¿Terefieresamí?

    —Claroquemerefieroati,pobrePinocho,ati,queeres tan ingenuoque creesqueel dinerosepuedesembraryrecogerenelcampo,comosesiembranlosporotosyloszapallos.Tambiényolocreíentiemposyahorapagomisculpas.

  • Hoy(¡demasiadotarde!)mehepersuadidodeque, para reunir honradamente algún dinero,hay que saberlo ganar con el trabajo de lasmanosyconelingeniodelacabeza.

    —No te entiendo —dijo el muñeco, que yaempezabaatemblardemiedo.

    —¡Paciencia! Me explicaré mejor —añadió elPapagayo—. Has de saber que, mientrasestabas en la ciudad, la Zorra y el Gato hanvueltoaeste campo,han sacado lasmonedasde oro enterradas y después han huido comoelviento.¡Listoseráelquelosalcance!

    Pinocho se quedó con la boca abierta y, nopudiendo creer las palabras del Papagayo,empezóaexcavarconmanosyuñaselterrenoquehabíaregado.Y,excavaqueteexcava,hizounhoyotanprofundoquehubierancabidoenélunpajar,perolasmonedasnoestaban.

    Entonces, presa de la desesperación, volviócorriendoalaciudadyfuederechoaltribunal,adenunciaranteel jueza losdosmalandrinesquelehabíanrobado.

    El juez era un viejo simio de la raza de losGorilas, respetablepor su avanzadaedad, por

  • su barba blanca y, especialmente, por suslentesdeoro,sincristales,queestabaobligadoa llevar continuamente a causa de unaenfermedad a los ojos que lo atormentabadesdehacíaaños.

    Pinocho,enpresenciadeljuez,contóconpelosy señales el inicuo fraude de que había sidovíctima;dio losnombres, apellidos y señasdelosmalandrinesyacabópidiendojusticia.

    El juez loescuchóconbenignidad, se interesómuchísimo por el relato, se enterneció yconmovió; cuando el muñeco no tuvo nadamás que añadir, alargó la mano y tocó unacampanilla.

    Al campanillazo acudieron dos mastinesvestidosdeguardias.Entonceseljuezlesdijoalosguardias,señalándolesaPinocho:

    —A ese pobre diablo le han robado cuatromonedas de oro; así que aprésenlo y llévenloenseguidaalacárcel.

    Elmuñeco, al oír por sorpresa esta sentencia,se quedó turulato y quiso protestar; pero losguardias, para evitar inútiles pérdidas de

  • tiempo, le taparon la boca y lo condujeron alcalabozo.

    Allítuvoquepermanecercuatromeses,cuatrolarguísimosmeses;yhubierapermanecidoaúnmás tiempo si no fuera por una afortunadacasualidad.PorquehayquesaberqueeljovenEmperador que reinaba en la ciudad deAtrapa—bobo obtuvo una gran victoria sobresus enemigos y ordenó grandes fiestaspúblicas, luminarias, fuegos artificiales,carreras de caballos y de velocípedos, y, enseñal de gran júbilo, quiso que se abrierantodas las cárceles y que salieran de ellas losmalandrines.

    —Sisalendeprisiónlosdemás,tambiénquierosaliryo—dijoPinochoalcarcelero.

    —Usted, no —respondió el carcelero—,porquenoesdeésos.

    —Lo siento —replicó Pinocho—; yo tambiénsoyunmalandrín.

    —En ese caso, tiene toda la razón —dijo elcarcelero; y, quitándose respetuosamente elgorro, lo saludó, le abrió las puertas de laprisiónylodejómarchar.

  • XX

    Pinochosaledelaprisión,sedisponeavolvera casadelHada.Enel caminoencuentraunahorrible serpiente y después quedaaprisionadoenuncepo.

    Figúrense la alegría de Pinocho cuando se violibre.DeinmediatosaliódelaciudadytomóelcaminoalacasitadelHadadecabellosazules.

    Acausadeltiempolluvioso,elcaminosehabíaconver