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LAS CAUSALES DE EXCLUSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD DISCIPLINARIA EN GENERAL, Y EL ANÁLISIS DEL MIEDO INSUPERABLE, EN PARTICULAR PRESENTADO POR VANESSA CURE VILLA LAURA CORTÉS ROBAYO DIRECTOR: GUSTAVO QUINTERO NAVAS TRABAJO DE GRADO UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE DERECHO 2016

LAS CAUSALES DE EXCLUSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD

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LAS CAUSALES DE EXCLUSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD DISCIPLINARIA EN

GENERAL, Y EL ANÁLISIS DEL MIEDO INSUPERABLE, EN PARTICULAR

PRESENTADO POR

VANESSA CURE VILLA

LAURA CORTÉS ROBAYO

DIRECTOR: GUSTAVO QUINTERO NAVAS

TRABAJO DE GRADO

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE DERECHO

2016

TABLA DE CONTENIDO

I. INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………...1

II. SOBRE LAS CAUSALES DE EXCLUSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD

DISCIPLINARIA EN GENERAL…………………………………………………….....8

A. Por fuerza mayor o caso fortuito………………………………………………………....9

B. En estricto cumplimiento de un deber constitucional o legal de mayor importancia que el

sacrificado………………………………………………………………………………..10

C. En cumplimiento de orden legítima de autoridad competente emitida con las

formalidades legales……………………………………………………………………...12

D. Por salvar un derecho propio o ajeno al cual deba ceder el cumplimiento del deber, en

razón de la necesidad, adecuación, proporcionalidad y razonabilidad…………………..14

E. Por insuperable coacción ajena o miedo insuperable…………………………………....17

F. Con la convicción errada e invencible de que su conducta no constituye falta

disciplinaria…………………………………………………………………………...….19

G. En situación de inimputabilidad………………………………………………………....22

III. DEFINICIÓN DE “MIEDO” E “INSUPERABILIDAD” COMO CONCEPTOS

INDEPENDIENTES……………………………………………………………………………..23

IV. EVOLUCIÓN DE LA FIGURA DEL MIEDO INSUPERABLE COMO CAUSAL DE

EXCLUSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD…………………………………………………..26

A. El miedo en la jurisprudencia constitucional………………………………………….....27

B. El miedo insuperable en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia como causal de

exclusión de la responsabilidad penal…………………………………………………....28

C. El miedo insuperable como causal de exclusión de la responsabilidad en el ámbito

disciplinario………………………………………………………………………………33

V. CONCLUSIÓN……………………………………………………………………………….38

VI. LISTA DE REFERENCIAS…………………………………………………………………41

RESUMEN

El presente trabajo de grado tiene como propósito exponer las distintas causales de exclusión de

responsabilidad consagradas en el artículo 28 de la Ley 734 de 2002, haciendo especial énfasis

en el eximente relativo al miedo insuperable. Respecto de esta causal en particular, se estudiará

cómo ha sido entendida y aplicada por los operadores jurídicos puesto que por el texto tan

amplio y ambiguo de la norma que la contiene, es de difícil interpretación y aplicación en los

procesos que adelanta la Procuraduría y otros órganos que ejercen función disciplinaria. En este

sentido, la pregunta central de investigación cuestiona ¿cómo debe interpretarse el concepto de

“miedo insuperable” como causal de exclusión de la responsabilidad disciplinaria? Tal

interrogante proyecta como hipótesis que la noción de miedo insuperable fue trasplantada del

Derecho Penal al Derecho Disciplinario, y que como tal es un concepto jurídico indeterminado

que ha sido poco explorado y por ende poco desarrollado autónomamente en materia

disciplinaria. En aras de sustentar la hipótesis presentada, se realizará una revisión doctrinal y

jurisprudencial, empleando una metodología puramente dogmática a partir de análisis

documental.

PALABRAS CLAVE

Responsabilidad disciplinaria, causales de exclusión de responsabilidad disciplinaria, funcionario

público, miedo, insuperabilidad, interpretación normativa.

KEY WORDS

Disciplinary responsibility, disciplinary grounds for exclusion of responsibility, public official,

fear, untranscendability, normative interpretation.

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I. INTRODUCCIÓN

El Derecho Disciplinario es una manifestación de la potestad sancionatoria del Estado que

encuentra su fundamento en el artículo 6 de la Constitución Política colombiana que señala

que los particulares y los servidores públicos deberán sujetarse a las leyes y a la

Constitución y que serán responsables por las actuaciones que realicen contraviniendo tales

normas. Igualmente, indica la norma que los servidores públicos serán responsables por la

omisión o la extralimitación en el ejercicio de las funciones que les sean encomendadas. Es

así, que cuando el funcionario público, como ejecutor de los fines del Estado (CN. Art. 2),

incumple o desconoce el deber que se le ha asignado, se genera una respuesta represiva por

parte del Estado (Garcés, 2007, p. 161). La Corte Constitucional ha entendido a la rama del

Derecho encargada de regular y controlar el comportamiento de quienes ejercen la función

pública así:

El Derecho Disciplinario comprende el conjunto de normas, sustanciales y

procesales, en virtud de las cuales el Estado asegura la obediencia, la disciplina y

el comportamiento ético, la moralidad y la eficiencia de los servidores públicos, con

miras a asegurar el buen funcionamiento de los diferentes servicios a su cargo

(CConst, C-341/1996, A. Barrera)

Cuando la Corte reconoce que, en otras palabras, el Derecho Disciplinario comprende las

normas encaminadas a asegurar el buen funcionamiento de las diferentes tareas encargadas

a los servidores públicos, se refiere a las labores que la misma Constitución Política ha

asignado a los funcionarios como realizadores primarios de los fines del Estado. Tales

labores son: servir a la comunidad; garantizar la efectividad de los principios, derechos y

deberes consagrados en la Constitución; facilitar la participación de todos en las decisiones

que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la Nación;

defender la independencia nacional; mantener la integridad territorial y asegurar la

convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo (CN Art. 2). Teniendo en cuenta lo que

2

sostiene la Corte Constitucional y el texto de la Carta Política, el Estado y la colectividad

exigen a los funcionarios públicos que ejecuten los fines que se les han encomendado y que

además actúen bajo principios de transparencia, objetividad, honradez, lealtad, y

neutralidad so pena de ser responsables disciplinariamente por el incumplimiento de los

deberes que se les han conferido.

Recientemente, el ordenamiento jurídico colombiano introdujo la Ley 734 de 2002 o

Código Disciplinario Único que derogó la Ley 200 de 1995 y que modernizó esta rama del

Derecho. El nuevo cuerpo normativo redujo notablemente los vacíos que traía consigo la

norma de 1995, sin embargo, como afirma Hernández (2006), al no existir un consenso

generalizado en la aplicación de los principios señalados en materia disciplinaria, deben

emplearse contenidos propios de la naturaleza penal, ya que de no ser así, el operador

jurídico adquiriría un poder discrecional que no es adecuado para esta categoría especial del

Derecho (p. 16).

Es importante resaltar, que el ordenamiento jurídico no es indiferente ante el hecho de que

los funcionarios públicos y quienes ejercen función pública, como ciudadanos y seres

humanos, pueden actuar de forma tal que no cumplan con los deberes que les fueron dados

e incluso actúen contrario a ellos. Por tal motivo, el Estado dentro de la potestad

sancionatoria que está facultado para ejercer, también admite que existan eventos en los que

estará exento de responsabilidad disciplinaria el funcionario público que realice una

conducta reprochable. Tales causales que eximen de responsabilidad disciplinaria están

consagradas en el artículo 28 de la Ley 734 de 2002. Ahora bien, tomando en cuenta lista

que señala dicho artículo y lo expuesto en relación con los deberes que la Carta Política le

encarga a los funcionarios públicos, llama especialmente la atención la inclusión del

eximente de responsabilidad relativo al miedo insuperable, puesto que estos dos conceptos

que componen la causal son vagos e imprecisos y por lo tanto su interpretación y aplicación

a un caso concreto podría ser una tarea compleja.

3

Con respecto a esta causal vale la pena realizar una breve exposición de la noción de los

conceptos jurídicos indeterminados, puesto que, consideramos que el miedo insuperable se

ubica dentro de esta figura y se situará dentro de esta categoría a lo largo del trabajo.

Así pues, una de las características intrínsecas del derecho es su indeterminación, situación

que no puede ser evitada e incluso se entiende como necesaria. Al respecto H.L.A Hart

(2009) manifestó en su obra El Concepto de Derecho que no podría considerarse deseable

para un ordenamiento jurídico, ni como un ideal que desee alcanzarse, que exista una regla

tan detallada que la decisión acerca de su aplicación a un caso concreto, estuviera siempre

resuelta previamente y nunca exigiera en el momento de realizar su aplicación, la

escogencia entre varias alternativas (p. 155-159). Lo anterior en razón a que además,

proviene de la misma naturaleza del lenguaje jurídico, que no sea posible que un término

englobe todos los supuestos de hecho y pueda aplicarse directamente sin ninguna tarea

previa de análisis por parte del destinatario del Derecho.

Por consiguiente, podemos encontrar vaguedad en las normas jurídicas ya sea por lagunas

involuntarias del legislador en el marco de su potestad, o voluntariamente, como método

para que las disposiciones sean estándares de conducta abiertas para los destinatarios de las

normas jurídicas (Núñez Pardo, 2013, p. 16). En este punto es fundamental tener claro que

la indeterminación del derecho se produce en el lenguaje, ya que este tiene la característica

de ser vago e impreciso, como se señaló con anterioridad respecto del concepto de “miedo

insuperable”. En este sentido, Timothy Endicott (2009), afirma que el derecho es

indeterminado cuando una cuestión del Derecho, o de cómo el Derecho se aplica a los

hechos, no tiene una única respuesta correcta (p. 34-55), dicha indeterminación se produce

cuando se incluye dentro del ordenamiento un término cuya significación no está

determinada por el Derecho y como consecuencia de ello, se permite que se tengan en

consideración un amplio margen de posibilidades (Núñez Pardo, 2013, p. 17). Por lo tanto,

puede afirmarse que la indeterminación jurídica proviene principalmente de la

indeterminación semántica de los términos, situación que encuentra obstáculos cuando se

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pretende aplicar la norma a casos concretos, porque aun sabiendo el significado de la

expresión, surgen dudas acerca de su aplicabilidad.

Respecto de los conceptos jurídicos indeterminados, Ignacio Ara Pinilla (2004), considera

que son una forma de evidenciar que el lenguaje jurídico está abierto a la generalidad y es

el en marco de dicha amplitud que los operadores jurídicos deber realizar un esfuerzo

adicional, con el objeto de solucionar dicha indeterminación semántica, ya sea ellos mismos

otorgando un significado conforme a las herramientas que encuentre en el ordenamiento

jurídico, o acudiendo a una instancia superior para que el concepto sea determinado (p.

108).

Reconociendo lo anterior, no resulta sensato considerar que la explicación del

funcionamiento del Derecho esté en cabeza del legislador, puesto que lo que realmente

sucede es que este funciona sobre la base del significado que la multiplicidad de

destinatarios le atribuyen a sus enunciados y no sobre la voluntad que tuvo el legislador

cuando diseñó tales enunciados, porque es el destinatario quien obedece o desobedece las

normas de acuerdo con su conveniencia. Por lo tanto, el legislador no tiene la capacidad de

controlar el modo en el que en la práctica funciona del Derecho que ha creado (Ara Pinilla,

2004).

Concretamente, Melissa Núñez (2013) define los conceptos jurídicos indeterminados así:

“(…) Son precisamente los que se consignan en los diferentes cuerpos normativos,

formulados sin distinguir o fijar los parámetros de aplicación, y pueden

considerarse concepciones jurídicas que tienen en algún nivel de ambigüedad e

imprecisión y por tal, que pueden admitir aplicaciones diferentes, o ser perfilados

de forma distinta, lo que llevará a generar incertidumbre e incluso confusión y

consecuentemente, motivos de duda a la hora de fijar su significado jurídico (…)”

(p. 20)

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En la misma línea argumentativa Eduardo García de Enterría y Tomás Ramón Fernández

(2003), señalan que la ley no determina con exactitud el alcance de algunos conceptos

porque se trata de criterios que no admiten una cuantificación precisa, pero de cualquier

forma, ante un caso concreto, será determinado al momento de su aplicación (p. 448-449).

Si bien, podría entenderse que la esencia de los conceptos jurídicos indeterminados genera

incertidumbre y confusión, para Ara Pinilla (2004) es una forma de adaptabilidad de la

norma. Además, se tiene que los operadores jurídicos tienen la facultad acudir a otras

normas, incluso a otras ramas en las que dicho concepto jurídico indeterminado tenga un

carácter determinado con el fin de aliviar las dudas y la incertidumbre en la aplicación de la

norma. (p. 113).

Debe resaltarse que ante un concepto jurídico indeterminado, el operador se verá obligado a

tener una participación más sustancial, la cual será determinante en la construcción de un

significado conforme al caso que se examine, sin embargo, este receptor del Derecho, no

cuenta con una libertad absoluta. A pesar de que los conceptos jurídicos indeterminados

doten a los sistemas jurídicos de elasticidad para acomodar las nociones al contexto social

en el que se aplicarán, la labor que desempeña el receptor puede afectar la seguridad

jurídica del destinatario del pronunciamiento, ya que en ese margen de intervención, el juez

o la autoridad competente está facultado y obligado a intervenir y a manifestarse acerca de

una situación jurídica y para ello precisa de emplear otros términos y significados de

nociones que en sí mismas son variables e indeterminadas (Ara Pinilla, 2004, p. 113-124).

Concretamente en el ordenamiento jurídico colombiano, señala el jurista Héctor Orlando

Castro (2015) que esta categoría exhorta al operador judicial para que al momento de

emplear la indeterminación contenida en la norma, esta se precise de manera armónica y

sistemática con el ordenamiento en general. Si bien la indeterminación, como se expuso

previamente, supone un término abierto susceptible de aplicación, se exige a la autoridad

que no interprete y decida arbitrariamente su aplicación sino que enfoque su sana crítica a

la solución específica que el caso al que se enfrente demanda (p. 227).

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En materia disciplinaria, la Corte Constitucional colombiana ha admitido la aplicación de la

figura del concepto jurídico indeterminado en varias sentencias dentro de ellas la C-530 de

2003, la C-406 de 2004 y posteriormente la C-030 de 2012 en la que se señala que en

materia disciplinaria es válido el uso de conceptos jurídicos indeterminados:

“Siempre que la forma típica tenga un carácter determinable al momento de su

aplicación a una situación concreta, y para que ello ocurra es necesario que en el

ordenamiento jurídico, en la Constitución, la Ley o el reglamento se encuentren los

criterios objetivos que permitan complementar o concretar las hipótesis normativas

de manera razonable y proporcionada, de lo contrario vulnerarían el principio de

legalidad al permitir la aplicación discrecional de estos conceptos por parte de las

autoridades administrativas”.

En la misma sentencia, esta corporación señala que no desconoce ningún principio la

aplicación de los conceptos jurídicos indeterminados, con la condición de que sea posible

de forma razonable concretar su alcance, ya sea en virtud de remisiones normativas o de

criterios lógicos, técnicos, empíricos o de otra índole, que permitan observar con una

precisión suficiente el alcance de las conductas que se reprochan. En cambio, expresa la

Corte, desconocería el principio de legalidad, un concepto tan abierto que impidiera su

concretización en forma razonable debido a que la definición de la conducta prohibida

quedaría a la discrecionalidad de la autoridad administrativa, que valoraría la conducta sin

criterios objetivos. (CConst, C-030/2012, L. Vargas)

En este sentido, el ordenamiento jurídico colombiano exige que para que puedan existir

conceptos jurídicos indeterminados, deben también encontrarse en el sistema otras normas

o criterios que concreticen la hipótesis normativa, como sucede en el evento del miedo

insuperable, que encuentra criterios de interpretación en el ámbito penal.

Por tal motivo, el propósito de esta investigación es tratar de dar significado a la causal de

exclusión de responsabilidad disciplinaria “por miedo insuperable” y en este sentido, se

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formula la siguiente pregunta de investigación: ¿cómo debe interpretarse el concepto de

“miedo insuperable” como causal de exclusión de la responsabilidad disciplinaria? Este

cuestionamiento tiene como hipótesis que la noción de miedo insuperable fue trasplantada

del Derecho Penal al Derecho Disciplinario como concepto jurídico indeterminado, por lo

que ha sido poco desarrollado en esta última materia. Dicho de otro modo, es por medio de

la integración de la jurisprudencia, doctrina y pronunciamientos en el tema, que puede

darse un significado al miedo insuperable. El que en pocas palabras podría describirse

como el estado en el que una persona se ve obligada a comportarse de determinada forma,

anulándose sus facultades de decisión y raciocinio, y como consecuencia el servidor

público incurre en un ilícito disciplinario, pues sobre este se cierne un mal que es serio y

real.

En aras de cumplir con los fines trazados, la investigación se realizará a través de una

metodología esencialmente dogmática a partir del análisis documental de doctrina,

jurisprudencia en la materia, dado que no puede negarse el diálogo existente entre el

Derecho Penal y el Derecho Disciplinario y fallos provenientes de las autoridades que

ejercen la función disciplinaria.

En atención a lo anterior, el trabajo se estructurará de la siguiente forma: en la primera

parte se hará un breve análisis de las causales exclusión de la responsabilidad disciplinaria

exponiendo cómo la doctrina y los fallos de la Procuraduría General de la Nación han

entendido cada uno de los eventos contenidos en el artículo 28 del Código Disciplinario

Único que exoneran de responsabilidad. Posteriormente, se hará un análisis individual de

las nociones de miedo y se insuperabilidad. Luego se presentará cómo ha sido la evolución

del miedo insuperable como causal de exclusión de la responsabilidad en la jurisprudencia

constitucional, en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia en materia penal y en

los fallos proferidos por la Procuraduría en el ámbito Disciplinario. Finalmente, se

concluirá el trabajo con la exposición de los resultados de la investigación.

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II. SOBRE LAS CAUSALES DE EXCLUSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD

DISCIPLINARIA EN GENERAL

El Derecho Disciplinario como rama autónoma del derecho y como expresión del ejercicio

del ius puniendi del Estado, debe sujetarse a los principios y reglas que establece el

ordenamiento jurídico para garantizar la materialización del debido proceso a los

funcionarios públicos. Principios tales como el principio de legalidad, tipicidad, reserva de

ley, culpabilidad, derecho de defensa, entre otros, consagrados en la normatividad

colombiana (CConst, C-818/2005, R. Escobar). Con base en tales fundamentos, el

legislador consideró en la exposición de motivos de la ley disciplinaria, que es en virtud del

carácter garantista que ostenta la norma, que se incluyen dentro de la disposición causales

de exclusión de la responsabilidad (Congreso de la República de Colombia, 2000 párr. 19-

21). Estas situaciones descritas en la norma se encuentran directamente relacionadas, por

vía de exclusión, con la conducta, la tipicidad, la antijuridicidad y la culpabilidad,

elementos necesarios para que se configure una falta disciplinaria (Bulla, 2009, p. 170).

Un funcionario público puede incurrir en una falta disciplinaria, pero es posible que para el

momento en el que quebranta el deber funcional que está llamado a realizar, se encuentra

en una de las situaciones consagradas en la Ley, que lo exoneran de la responsabilidad

disciplinaria que pudiera imputársele (Bulla, 2009, p. 170). Esa exclusión que implica estar

exento, no ser responsable disciplinariamente aun así se hubiere cometido una falta, que en

principio ameritaría una sanción, es el reconocimiento que el legislador hace de la

naturaleza humana del agente quien puede ver comprometida su voluntad en determinadas

circunstancias.

Tomando en cuenta estas consideraciones, la Ley 734 del 2002 incluye dentro de su

articulado una lista de causales de exclusión de la responsabilidad disciplinaria, que

quedaron plasmadas en el artículo 28 de la norma. A continuación se estudiará de forma

individual cada una de las causales, exponiendo la interpretación que la doctrina y las

decisiones de la Procuraduría General de la Nación les han otorgado.

9

A. Por fuerza mayor o caso fortuito

Esta causal es la primera dispuesta por el Código Disciplinario Único y ha sido entendida

por la doctrina “como el hecho, la circunstancia, o conducta que no es posible prever o

resistir o el suceso que no es posible impedir y del cual no se es responsable” (Bulla, 2009,

p. 171).

La Procuraduría ha señalado en varios pronunciamientos, dentro de estos el Auto de

terminación de la actuación y archivo definitivo del 13 de agosto de 2010 con radicación

IUC-2010-43-246779, proferido por el Procurador Regional del departamento de Caldas,

que la fuerza mayor como evento en el que el sujeto disciplinable queda exento de toda

responsabilidad, debe tener dos características: la imprevisibilidad y la irresistibilidad; en

otras palabras, “no se trata de que el hecho sea desconocido, sino que por ser ocasional, no

se sabe o no puede preverse cuándo ni en qué circunstancias puede presentarse, pero una

vez presentado es absolutamente irresistible”. Al respecto se aclara que teniendo en cuenta

que ningún evento en sí mismo configura fuerza mayor, debe examinarse la naturaleza del

suceso para determinar si efectivamente este pudo ser imprevisible e irresistible para el

agente con el fin de que este sea liberatorio de la responsabilidad disciplinaria que recaería

sobre este.

En la misma línea argumentativa, la Sala Disciplinaria de la Procuraduría en decisión del

18 de febrero de 2010 que resuelve la apelación del fallo de primera instancia con

radicación No. 161-4064 (014-139663/06 – IUS 2006-68628), expone que esta causal

requiere que las razones por las que el disciplinado faltó a sus deberes funcionales

“correspondan a situaciones que no puedan sortearse debido a una coyuntura especial, o

de fuerza mayor, no previsibles o sobrevinientes a los hechos”. Posteriormente, la Sala

Disciplinaria de la Procuraduría, en el fallo de segunda instancia con fecha del 17 de

octubre de 2013 con radicación No. 161-5647 (IUC-D-2010-652-296720) afirma que la

operancia de la fuerza mayor se acoge para excluir la responsabilidad disciplinaria del

servidor, toda vez que se trate de un hecho externo imprevisible e irresistible a este y que

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por tanto excluye la conducta puesto que lo que realizó el sujeto no es jurídicamente

relevante para el Derecho Disciplinario. Retomando lo anterior, señala la Procuraduría, que

las características principales comunes a la fuerza mayor y al caso fortuito, son que ambos

eventos no son previsibles, no son prevenibles, no son evitables y no son resistibles

(Ordoñez, 2009, p.46).

De la interpretación que se le ha dado a esta primera causal puede resaltarse que al igual

que en materia penal, no se atribuye responsabilidad a un agente cuando en el

comportamiento realizado por este, medió una circunstancia imprevisible, inevitable e

irresistible. No obstante lo anterior, corresponde al operador jurídico determinar en cada

caso y dependiendo del sujeto disciplinado, si este se enfrentó o no a una situación de

fuerza mayor o caso fortuito para que pueda excluirse su responsabilidad.

B. En estricto cumplimiento de un deber constitucional o legal de mayor

importancia que el sacrificado

Respecto de esta causal de exclusión de la responsabilidad, la Sala Disciplinaria de la

Procuraduría General de la Nación, se pronunció en el proceso con radicado 161 – 5272

(IUS 2009 – 402663) señalando que esta causal también es llamada “colisión de deberes” y

que ha sido entendida como el choque que puede darse entre un deber funcional y un deber

personal, por lo que para determinar si el que se privilegia es más importante que el

sacrificado, debe analizarse la conducta del sujeto disciplinable desde el entorno en el que

ocurrió la preferencia de uno sobre la inobservancia del otro.

De modo similar, Alejandro Ordóñez (2009) señaló que debe hacerse especial énfasis en

que esta causal no habla de un deber que tenga mayor jerarquía sino mayor importancia, lo

que implica que debe analizarse la conducta del investigado a partir de la perspectiva del

contexto que rodeó la aplicación de uno y la inobservancia del otro. Igualmente, observa

que esta causal necesariamente prevé que el investigado desplegó su conducta a título de

dolo, pues para que el comportamiento ocurriera era necesario que el agente hubiere

actuado voluntaria y conscientemente, “pero por la necesidad de hacer prevalecer un deber

11

que en su sentir reviste mayor importancia” (2009, p.46). Asimismo, sostiene que cuando

el agente despliega la conducta en cumplimiento de un deber que, conforme su

razonamiento, reviste mayor importancia que el que se sacrifica, elimina la antijuridicidad o

en otras palabras diluye la responsabilidad por existir una justificación a su conducta.

Por su parte, por medio de la decisión del 11 de junio de 2013 con radicado 161 - 5263

(IUCD – 878 – 185214), la Sala Disciplinaria de la Procuraduría admitió que esta causal

supone la colisión de dos deberes, de los cuáles uno importa más que el otro y por eso se

justifica el sacrificio del segundo. Dicho de otro modo, esta causal se traduce en una

obligación de actuar para el servidor público, autorizándolo para concretar un

comportamiento en el que salva un deber y omite otro, a pesar de que esta conducta se

consagre como una falta disciplinaria (Mejía & Quiñones, 2004, p. 214).

Paralelamente a esta reflexión, la doctrina ha tratado el tema respecto de la colisión de

deberes funcionales con deberes ajenos a la función. Sobre ello ha expresado que los

deberes funcionales deben primar sobre los deberes ajenos a la función que el ordenamiento

jurídico le ha encomendado al sujeto disciplinable (Gómez, 2004, p.417). Además, se

sostiene que este evento se configura ante la necesidad imperiosa de cumplir lo dispuesto

en la Constitución o en la Ley en forma cierta, seria y objetiva, lo que implica que ante la

orden de un superior o un deber contenido en un reglamento, siempre prevalecerá el

cumplimiento de la Carta Política y de la Ley (Bulla, 2009, p.171). En todo caso, es

fundamental tener en cuenta que la misma Ley 734 de 2002 dispone en su artículo 34 que

es deber del servidor público cumplir y hacer que se cumplan los deberes que se encuentran

contenidos en la Constitución, los Tratados de Derecho Internacional Humanitario, los

demás ratificados por el congreso, las leyes y demás disposiciones normativas emitidas por

la autoridad competente, por lo que en la medida en que el ordenamiento jurídico tutela ese

comportamiento, en el que un deber de mayor importante se prefiere sobre el otro, se

excluye la responsabilidad disciplinaria del funcionario (Pineda, 2002, p. 40).

12

Una vez realizado un breve estudio de la interpretación que se le ha dado a esta causal de

exclusión, se encuentra que la aplicación de esta a situaciones concretas, puede verse

sometida inevitablemente a la discrecionalidad del operador disciplinario. En cualquier

caso, determinar la mayor o menor importancia de un deber, es una tarea que dependerá de

alguna forma del criterio subjetivo de quien investigue y del estudio que este haga del

investigado con el fin de definir realmente sí dependiendo del contexto en el que se

encontraba, el deber que sacrificó tenía menor importancia que el que decidió preservar.

C. En cumplimiento de orden legítima de autoridad competente emitida con las

formalidades legales

La tercera causal de exclusión de la responsabilidad disciplinaria se refiere al cumplimiento

de una decisión legítima, manifiesta e imperativa que se ubica en el marco de una relación

jerárquica en el que el superior le ha impuesto al destinatario de la norma disciplinaria un

proceder concreto, en cumplimiento de las formalidades legales y dentro de su competencia

(Mejía & Quiñones 2004, p. 216). Lo anterior, implica necesariamente que solo pueden

aceptarse y acatarse órdenes de las autoridades legítimamente constituidas, las cuales deben

proferirse conforme a las formalidades y ritualidades que la Ley prevé para estas (Bulla,

2009, p. 171).

Por su parte, la Viceprocuraduría General de la Nación el 23 de diciembre de 2014 en el

fallo sancionatorio con radicación No. 02-170809/08, expuso que para que pueda

ampararse el comportamiento susceptible de reproche en el cumplimiento de una orden

legítima de autoridad competente emitida con las formalidades legales, deben acreditarse

varios supuestos:

(i) se trate de una decisión de naturaleza vinculante; (ii) que dicha orden sea

legítima e imperativa; (iii) que cuente con todas las formalidades legales; (v) que su

acatamiento, comporte el necesario incumplimiento de un deber que se sacrifica y

cuya inobservancia se da inicio a la acción disciplinaria; (vi) que la conducta se

13

despliegue a título de dolo, toda vez que para que opere la causal, es necesario que

el autor de la conducta haya actuado en forma voluntaria y consiente del

desconocimiento de un deber exigible, pero en cumplimiento de una orden legítima;

lo cual explica el por qué el comportamiento típico no puede ser compatible con un

proceder culposo, dado que se desarrolla de manera voluntaria y con plena

consciencia de alejarse del cumplimiento de un deber funcional, de ahí que no sea

necesario ocuparse del análisis de la Culpabilidad y (viii) no prospera cuando la

orden emitida es contraria a derecho.

Debe resaltarse en este punto, que no se puede proponer como causal de exclusión de la

responsabilidad disciplinaria el acatamiento la orden de una autoridad que no sea un

servidor público es decir, no es válido el argumento de que se actuó por la orden de un

padre de familia o un clérigo, por ejemplo, ya que es el servidor público el que ostenta la

competencia para proferir órdenes con formalidad y esencia de licitud. En consecuencia

quedan descartadas las órdenes ilegales, ilegítimas y las órdenes al margen de la ley ya que

no serán consideradas órdenes (Bulla, 2009, p. 172).

En resumen, si pretende invocar la causal en mención, el sujeto disciplinable debe probar la

existencia de los elementos esenciales. A saber, debe existir una relación de subordinación,

debe existir una orden impartida en razón de la relación jerárquica, y por último la orden

debe gozar de legitimidad. Asimismo, de la mano de los precitados requisitos, la

Procuraduría o el ente encargado debe tomar en consideración la competencia del superior

para proferir una orden y del subordinado para cumplirla, ya que se alejaría del alcance de

esta causal, acatar un mandato emitido por un sujeto a quien no se le debe obediencia, o

bien infringir una norma de carácter disciplinario a partir del cumplimiento de una orden

que no era imperioso cumplir. Ahora, al haber analizado los elementos configurativos de

esta causal y contrastarlos con la misma en materia penal, se encuentra que guardan una

íntima relación en cuanto los supuestos fácticos y jurídicos que soportan su existencia y que

de cierta forma son equivalentes.

14

D. Por salvar un derecho propio o ajeno al cual deba ceder el cumplimiento del

deber, en razón de la necesidad, adecuación, proporcionalidad y razonabilidad.

El numeral 4 del artículo 28 de la Ley 734 de 2002 dispone que el servidor público que

actúe por salvar un derecho propio o ajeno por motivos de necesidad, adecuación,

proporcionalidad y razonabilidad no será responsable disciplinariamente. Dicho de otro

modo, esta causal consiste en el reconocimiento que hace el ordenamiento jurídico de poder

defender un derecho propio y ajeno, acción de defensa que puede darse ejecutando

comportamientos nocivos para la administración (Bulla, 2009, p. 172). Al igual que en las

anteriores causales, Alejandro Ordoñez ha dado su interpretación y en relación con esta

causal advirtió que excluye la responsabilidad en el evento en el que el servidor se aparte de

sus deberes o funciones, en tanto según su juicio, son incompatibles con el ejercicio de un

derecho propio o ajeno y no le deja otra alternativa que incumplir con el deber que se le ha

encomendado (2009, p. 51)

Acerca de esta causal, la Procuraduría Delegada para la Vigilancia Administrativa por

medio de del fallo sancionatorio de primera instancia con fecha del 17 de agosto de 2010

con radicado 2008 – 24253, manifiesta que para que pueda admitirse esta colisión de

derecho-deber, es fundamental tomar en consideración que esta se forma cuando deberes y

derechos inherentes a la función pública entran en pugna, situación en la que se está en el

marco de lo lícito. No obstante lo anterior, otro es el panorama cuando el conflicto

involucra un derecho que no se encuentra relacionado con la función pública en sí misma,

sea este propio o de un tercero, puesto que el estudio que debe llevarse a cabo en este

evento, es en sede de culpabilidad toda vez que no le era exigible otra conducta (Doctrina

de la PGN. Procuraduría Auxiliar, Radicación 009-56206).

Sumado a lo anterior, la Procuraduría, citando a la doctrina ha aceptado que para que opere

esta causal deben satisfacerse los siguientes requisitos:

15

1. Debe existir un derecho funcional propio o ajeno que se enfrenta a un deber

funcional.

2. El derecho funcional debe prevalecer sobre el derecho funcional.

3. Para resolver la colisión, se debe acudir a la necesidad, la adecuación, la

proporcionalidad y la razonabilidad. Criterios que servirán como raseros de

objetividad en la solución del caso.

4. El requisito subjetivo que hace referencia al conocimiento del servidor público

de que actuó sacrificando un deber para salvar un derecho funcional (Sánchez &

Bermúdez, 2007, p. 91 y 92)

Reafirmando lo anterior, la Viceprocuraduría General de la Nación, en el fallo de segunda

instancia del 22 de marzo de 2006, con radicación Nº 030-133604-05, sostuvo que en esta

causal, el agente se enfrenta a una situación en la que peligra un bien legítimamente

protegido, que solo puede ser salvaguardado lesionando otro bien jurídico. Así, dicha

circunstancia envuelve varios elementos tales como el peligro para el bien jurídico; el

conocimiento de ese peligro por parte del autor, la gravedad, actualidad o inminencia del

peligro; y la exterioridad entendida en el sentido de que el actor no debió ser quien haya

desatado el peligro y no debe tener el deber jurídico de afrontarlo. Posteriormente, la

Procuraduría Delegada para la Vigilancia administrativa en el fallo de segunda instancia del

5 de febrero de 2013, con radicación IUS 2011-387239- IUC-D- 2012-99455306 ratificó lo

expuesto previamente en tanto para tal decisión empleó los requisitos citados para

pronunciarse acerca de la responsabilidad disciplinaria del funcionario público en ese caso.

Paralelamente, la doctrina ha ampliado el contenido de esta causal al proponer sus propias

formalidades así: (i) que exista la inequívoca necesidad de defender un derecho propio o

ajeno: frente a esta exigencia se dice que el servidor público no tuvo otra alternativa más

que lesionar otro bien jurídicamente protegido con el fin de salvar su propio interés, lo que

necesariamente implica que no pudo actuar de manera distinta; (ii) se esté en presencia de

un peligro actual o inminente e inevitable: en dicho evento se requiere que el peligro sea

actual, es decir, cuando la lesión se prolonga en el tiempo o que sea inminente cuando el

16

peligro amenaza con afectar el bien jurídico tutelado en cualquier momento y respecto de la

inevitabilidad, esta se da cuando no existe forma de contrarrestar la lesión y sólo queda

enfrentarse a esta; (iii) el sujeto activo no haya generado el peligro en forma dolosa o

culposa: lo que quiere decir que el peligro o amenaza que se generó no debe provenir de

quien encamina su conducta para contrarrestarlo; y finalmente que (iv) el agente no tenga

el deber jurídico de afrontar el peligro generado, lo que en otras palabras quiere decir que

si la función del sujeto disciplinable es la de afrontar un peligro, no puede evitarlo ya que es

la función pública que se le asignó (Mejía & Quiñones, 2004, p. 218).

Del mismo modo, vale la pena resaltar que dentro de esta causal, para Ordoñez, (2009, p.

58) se ubica el ejercicio de la objeción de conciencia, que en la hipótesis de que cumpliera

con ciertos requisitos, podría excluir la responsabilidad de responsabilidad al agente que

cometió una falta. Tales características son: i) la objeción de conciencia tiene carácter

residual, el agente debió agotar sin tener éxito los recursos para proteger su conciencia; ii)

debe hacerse a través de manifestaciones respecto de situaciones concretas y no para

hechos generales y iii) el cumplimiento del deber que se le asigna al servidor representaría

una lesión de tal magnitud que afectaría la dignidad misma del agente que objeta

conciencia.

Dicho de otra forma, existen circunstancias en las que el comportamiento reprochable de un

funcionario público, o bien de un privado que ejerza funciones públicas, puede verse

justificado con motivo de la salvaguarda de un derecho propio o ajeno. Sin embargo, esta

causal no puede ser absoluta, ya que todo comportamiento podría excusarse en razón de

ella. Por ello, el operador disciplinario debe realizar una valoración donde sopese el

derecho frente al deber, haciendo uso de principios como el de proporcionalidad y

razonabilidad, siempre en procura de evitar que se perturben los intereses del estado o la

función pública como pilar del Estado Social de Derecho.

17

E. Por insuperable coacción ajena o miedo insuperable.

La quinta causal es la pertinente a la insuperable coacción ajena o miedo insuperable. En

esta parte solo se tratará la insuperable coacción ajena, puesto que el miedo insuperable se

desarrollará más adelante con mayor amplitud. Así pues, respecto de la insuperable

coacción ajena, la doctrina principalmente ha señalado que los servidores públicos pueden

verse obligados a faltar a sus deberes funcionales, cuando material o moralmente se ejerce

en su contra fuerza física o psíquica, actual e insuperable que los conduce a un

comportamiento que lesiona a la Administración (Mejía & Quiñones, 2004, p. 218). De

modo similar, Jairo Enrique Bulla (2009), observa que esta causal prevé el evento en el que

un tercero “determina psicológicamente al servidor público para que realice determinada

conducta” (p. 173). El tercero es un sujeto que ejerce presión externa y la coacción que

realiza puede expresarse en violencia física, presión psicológica o chantaje entre otros

comportamientos que le inducen al funcionario a cometer la falta disciplinaria objeto de

investigación, por lo que para exonerarse de responsabilidad deberá probar la existencia

real y cierta de tal coacción y su insuperabilidad. (Bulla, 2009)

A su vez, la Procuraduría sostiene que a pesar de que los fenómenos de coacción ajena o

miedo insuperable sean diferentes, por regla general, son causales de inculpabilidad.

Igualmente, resalta el ente de control que ambos tienen como elemento común y esencial la

insuperabilidad, por lo que pueden existir situaciones en las que el agente estatal sufra

algún tipo de coacción o miedo, pero las situaciones que no alcancen el grado de

insuperable, no podrán estar exentas del reproche disciplinario. Teniendo en cuenta que la

tarea en cabeza del operador disciplinario tiene cierto grado de subjetividad, la

Procuraduría enuncia los requisitos que deben cumplirse para que opere esta causal:

i) La coacción recae sobre el sujeto disciplinable y proviene de otra

persona, la cual la ejerce directamente;

ii) La coacción debe ser grave, injusta e idónea; es decir, de tal

trascendencia que se torne insuperable y no haya otra manera de evitarla.

18

iii) La coacción debe determinar el comportamiento del individuo, de tal

manera que no le deje alternativa para comportarse de otra manera.

iv) El sujeto pasivo debe actuar con conocimiento de la coacción que se

ejerce contra él (Ordoñez, 2009, p. 61)

Como se mencionó en líneas anteriores, y como lo sostiene Ordoñez (2009), es posible que

la coacción a la que sea sometido el funcionario público, y en virtud de la cual faltó a su

deber, no alcance el grado de insuperable, caso que no lo eximirá de responsabilidad pero

sí será una circunstancia que deba tenerse en cuenta al momento de la calificación de la

falta, el grado de reproche y la sanción pertinente. De cualquier forma, en el evento en el

que la coacción no alcance a ser insuperable, la imputación debe mantenerse dolosa, dado

que al ser superable la coacción sería incorrecto convertir la conducta en culposa. Así,

cuando el servidor dirija su comportamiento bajo coacción ajena, sea insuperable o no,

siempre actúa de forma dolosa y no se admite la modalidad de culpa en este caso.

Por su parte, la Procuraduría Segunda Delegada para la Vigilancia Administrativa en el

fallo de segunda instancia del 27 de septiembre de 2011 con radicación IUS 085-12411

advierte que es imprescindible que para que se configure la coacción ajena como causal de

exclusión de la responsabilidad disciplinaria deben cumplirse estos requisitos: i) la

existencia de una coacción; ii) que la coacción sea grave, injusta o contraria a derecho,

inevitable, actual e inminente; iii) la coacción debe afectar directamente al coaccionado de

tal forma que determine su comportamiento y iv) el coaccionado debe actuar conociendo

que es objeto de coacción.

En adición a lo anterior, la Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación en el

fallo del 21 de noviembre de 2013, con radicación 161 – 5421 (IUS 2008 – 259315)

reafirma que la coacción ajena puede configurarse como causal de exclusión de la

responsabilidad disciplinaria, pero que se requiere necesariamente que la misma pueda

calificarse de insuperable. Entonces, la insuperabilidad como elemento de la norma se

forma partiendo de un examen de la situación concreta, observando la naturaleza de la labor

19

que desempeña el agente; las posibilidades que tenga o no de resistirse a la coacción; la

cercanía o proximidad del mal que amenaza y las posibilidades de eludir la coacción. Lo

anterior, sostuvo la Procuraduría en esa oportunidad debido a que no puede ser equiparable

coaccionar a un funcionario que a un ciudadano común que puede tener a su disposición

nada más que su propia persona para defenderse.

De la interpretación que ha dado la Procuraduría de esta causal, se destaca el especial

énfasis que ha otorgado al criterio de insuperabilidad puesto este requisito es el que

efectivamente determina si el funcionario está exento de responsabilidad o no. Así pues, si

la coacción a la que se vio sometido el funcionario no ostenta la gravedad ni la magnitud

necesaria para que el agente haya visto restringido el ejercicio de su libre voluntad, no

podría predicarse que este quede exento de responsabilidad frente a un daño que haya

ocasionado a la administración.

F. Con la convicción errada e invencible de que su conducta no constituye falta

disciplinaria.

Un servidor público está exento de responsabilidad disciplinaria cuando realiza la conducta

constitutiva de la falta con la convicción errada e invencible de que su conducta no

constituye falta disciplinaria. Esta causal ha sido estudiada por la doctrina que ha otorgado

su propia interpretación, tomando como base lo expuesto por el Derecho Penal frente al

error de prohibición, específicamente lo explicado por el profesor Claus Roxin:

“(…) En sentido jurídico un error de prohibición no solo es invencible cuando la

formación de dudas era materialmente imposible, sino también cuando el sujeto

poseía razones sensatas para suponer el carácter permitido de su hecho, de modo

que la actitud hacia el Derecho que se manifiesta en su error no precisa de sanción.

En su punto de partida esta idea no es extraña tampoco a la jurisprudencia, cuando

la misma propugna graduar la magnitud del esfuerzo que hay que aplicar para

conocer la prohibición „según las circunstancias del caso y según el sector vital y

laboral del individuo‟ (…)”. (Roxin ctd. En: Bulla, 2009, p.173)

20

Citando al jurista alemán, Bulla (2009) advierte que existen medios para que el sujeto evite

un error de prohibición: la reflexión y la información. En este sentido, afirma que un error

del sujeto que no ha agotado tales medios, no puede considerarse invencible. Así bien, la

vencibilidad depende de tres requisitos, que dependen uno del otro:

i) El sujeto tiene que haber tenido un motivo para reflexionar sobre una

posible antijuridicidad de su conducta o para informarse al respecto;

ii) Cuando exista un motivo, el sujeto no debe haber emprendido ningún tipo de

esfuerzos para cerciorarse o bien estos esfuerzos deben haber sido tan

insuficientes que sería indefendible por razones preventivas la exclusión de la

responsabilidad

iii) Cuando el sujeto, pese a existir un motivo, se ha esforzado en pequeña

medida por conocer el Derecho, su error de prohibición sin embargo vencible

solamente cuando unos esfuerzos suficientes le habrían llevado a percatarse de

la antijuridicidad. (p. 174)

Por su parte, la Procuraduría Delegada para la Vigilancia administrativa en el fallo de

primera instancia del 8 de marzo de 2006 con radicación No. 074-3404-02, explicó que no

se considera culpable a quien realice el hecho bajo la convicción errada e invencible de que

la conducta no constituye falta disciplinaria, pero para ello es fundamental que concurran

dos situaciones:

(i) Que el disciplinado tuviera la creencia plena y sincera de que actuaba

ajustado al ordenamiento jurídico y

(ii) Que el error de apreciación no era humanamente superable dadas las

condiciones personales del procesado y las circunstancias en las que este

las realizó, eventos en los cuales, la conducta no es reprochable a título de

dolo, porque no hay conciencia de la ilicitud de la acción, sin el cual el

fenómeno no se estructura.

21

Del mismo modo, la Procuraduría en el fallo de primera instancia del 31 de agosto de 2011

con radicación No. 051-7298 observa que el elemento esencial para que pueda operar esta

causal, además de la existencia misma del error, es que este sea invencible.

Asimismo, Alejandro Ordoñez sostiene que el error en el ámbito disciplinario ofrece varias

posiciones ya que la norma no diferencia que clase de error es el que está previendo, si es

un error que recae sobre la tipicidad, sobre la antijuridicidad o sobre la culpabilidad. Lo

anterior se traduce en que es posible que se presenten errores sobre cualquiera de las tres

categorías y será tarea del funcionario disciplinario determinar la clase de error en la que

pudo incurrir el servidor, es decir, si es de tipo o de prohibición. No obstante lo anterior, y

fuere cual fuere el error este, debe ser invencible, lo que demandará del funcionario que

adelante el proceso, el estudio de las posibilidades efectivas de previsión y conocimiento

del agente que comete la falta. Sumado a lo anterior, Ordoñez advierte que como la

voluntad es un requisito necesario del dolo en materia disciplinaria, cuando se presenta un

evento de error de prohibición con la característica de vencible, la consecuencia es que el

investigado responda disciplinariamente por la comisión culposa de la falta y lo mismo

ocurriría con el error de tipo, siempre que la estructura del tipo disciplinario lo permita,

pues cuando media un error, la conducta del agente se tornó ajena a su propia voluntad

(2009, p. 61). Ello se ve aplicado en el fallo de segunda instancia del 25 de junio de 2015

con radicación 161 – 5584 (IUS 2010-62931) proferido por la Sala Disciplinaria de la

Procuraduría, dentro del que se reconoce que el error invencible excluye la responsabilidad

y con esta la sanción a imponer, mientras que el error vencible en materia disciplinaria

excluye el dolo pero no lo libera de la sanción respectiva por lo que se ubica su conducta en

el campo de la culpa.

De todo lo anterior se desprende que, para que proceda la exención de responsabilidad

fundada en el numeral 6 del artículo 28 de la Ley 734 de 2002, debe cumplirse que: (i) el

disciplinado haya actuado de buena fe, es decir bajo la creencia plena y sincera de que las

acciones desplegadas iban acorde al ordenamiento jurídico, y (ii) que el error cometido no

haya podido evitarse en razón de las circunstancias y condiciones personales del acusado.

22

En consecuencia, si el procesado que alega la configuración de la causal en mención logra

demostrar que se satisfacen las condiciones precitadas, queda exento de responsabilidad

pues su conducta no sería endilgada ni a título de dolo ni a título de culpa. Ello, debido a

que la conducta no puede ser reprochable si se desconoce la ilicitud del actuar, y mucho

menos si se actuó con el debido cuidado y diligencia.

G. En situación de inimputabilidad

La séptima y última causal de exclusión de la responsabilidad disciplinaria prevé que el

sujeto disciplinable cometa la falta en situación de inimputabilidad, lo que quiere decir que

“en el momento en el que se comete la falta el servidor no se encuentra en la capacidad

sicológica de comprender su ilicitud o la gravedad de la misma” (Bulla, 2009, p. 174). El

hecho de ser inimputable significa que sobre la persona no puede recaer un juicio de

responsabilidad disciplinaria en razón de que, el estado cognitivo en el que se encuentra o

se encontraba al momento de concretar la conducta que lesionó a la administración, no le

permitía tener conocimiento de la realidad y magnitud de su actuación. Para Ordoñez

(2009) este evento es especialmente diferente en materia penal y en materia disciplinaria

puesto que para esta última se trata de una causal de exclusión de responsabilidad, mientras

que para el Derecho Penal no se incluyó dentro de las causales de ausencia de

responsabilidad porque quien realiza una conducta típica y antijurídica pero no culpable por

ser inimputable, si es sujeto de una medida de seguridad.

Así pues, el Derecho Disciplinario tiene sus raíces en la infracción sustancial de los deberes

funcionales, lo que implica ineludiblemente que el servidor al que se le encomendó la

ejecución de una labor debe encontrarse en unas condiciones mínimas de entendimiento y

comprensión de esta, así como de las consecuencias que traería consigo el incumplimiento

de sus funciones, circunstancias que, en otras palabras lo convierten en un sujeto

disciplinable. (Ordoñez, 2009, p. 72). Por consiguiente, la inimputabilidad es una situación

excepcional que implica la afectación o disminución de la capacidad del agente, lo que

justifica que este no puede ser sancionado disciplinariamente. No obstante lo anterior,

23

reconoce Ordoñez que “la situación de inimputabilidad debe estar directamente

relacionada con el deber funcional que se estima incumplido, el que, en principio, es

susceptible de merecer la imposición de una sanción disciplinaria” (2009, p. 72). Del

mismo modo, advierte que no habrá lugar a la aplicación de esta causal de exclusión

cuando el servidor hubiere predeterminado su conducta, cuando por ejemplo, bebió alcohol

durante el servicio y causó daños a propiedad estatal. Finalmente, señala que las situaciones

en las que puede excluirse la responsabilidad disciplinaria de un funcionario por

inimputabilidad, están relacionadas solamente con trastornos mentales y estados similares,

de ningún modo las derivadas de inmadurez psicológica.

Luego de haber realizado un breve estudio de las causales de exclusión en general, se

encuentra que las primeras seis adoptan su texto y forma de interpretación y aplicación, casi

que calcando su contenido del Derecho Penal. No obstante, esta última causal es propia del

Código Disciplinario Único puesto que el Código Penal no la incluye dentro de los eventos

en los que hay ausencia de responsabilidad, como lo sostuvo Ordóñez en líneas anteriores.

En consecuencia, podría afirmarse que es la única causal de exclusión de la responsabilidad

perteneciente únicamente al Derecho Disciplinario y que por lo tanto podría ser la que

tenga realmente un desarrollo autónomo en las decisiones de los entes de control, sin

embargo, hasta el día de hoy ningún fallo de la Procuraduría se ha referido a esta causal.

III. DEFINICIÓN DE “MIEDO” E “INSUPERABILIDAD” COMO CONCEPTOS

INDEPENDIENTES.

El miedo insuperable se concibe como una causal compuesta, es decir, deben analizarse

tanto conjunta como individualmente las dos condiciones contenidas dentro de la eximente

de responsabilidad. En otras palabras, si bien se exige que el agente haya sufrido miedo al

momento de violar su deber es necesario que este haya tenido el carácter de insuperable.

Así, con el fin de limitar el alcance de la causal, deben exponerse los elementos que definen

ambos conceptos.

24

Respecto del concepto de “miedo”, es importante resaltar que concordamos con lo afirmado

por la filósofa estadounidense Martha C. Nussbaum (2006) en cuanto a que el derecho, sin

apelación a las emociones humanas, es prácticamente inconcebible. El Derecho toma en

cuenta las emociones del ser humano puesto que los seres humanos por su misma

naturaleza y por la vulnerabilidad intrínseca a esa condición, necesitan normas que los

protejan o reprochen los daños y perjuicios a los que puedan ser sometidos. Esa idea de

vulnerabilidad, se encuentra estrechamente ligada con la idea de la emoción que tiene un

rol fundamental en las vidas de las personas que habitan en un mundo de eventos que, por

lo general, no pueden controlar y que generan emociones como el miedo (p. 19-20).

El miedo como emoción inherente al hombre, ha sido definida por la Real Academia de la

Lengua Española como la “angustia por un riesgo o daño real o imaginario o el recelo o

aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. De igual

modo, la psicología como la ciencia que estudia los procesos mentales y comportamientos

de los sujetos y animales señala que, desde la perspectiva neurocognitiva, el miedo puede

definirse “como una emoción que se desencadena cuando el individuo es sometido a un

estímulo que interpreta como peligroso y/o desconocido” (Alva, Barrios & Antúnez, 2010.

p. 7).

De modo similar, las altas cortes colombianas han tratado de dar contenido al concepto de

miedo, como ya se señaló anteriormente, por la estrecha relación que existe entre las

emociones humanas y el Derecho. En la sentencia C-563 de 1995, con ponencia del

Magistrado Carlos Gaviria, se señaló que el miedo es una situación normal en el hombre

que acompaña los actos cotidianos y que de forma general, puede ser soportada por los

individuos. Por su parte la Corte Suprema de Justicia, en la sentencia del 12 de diciembre

de 2002 (CSJ Penal, 12 Dic. 2002, J. Gómez. Rad. 18983 p. 6), cuyo contenido se ampliará

en párrafos siguientes, reconoció que el miedo es una alteración en el ánimo que puede

perturbar las facultades mentales de los sujetos y que puede afectar su comportamiento

dependiendo del grado que alcance la situación a la que se enfrenta quien lo siente, pasando

desde la simple prudencia en la que el hombre se muestra desconfiado y precavido ante una

25

situación, hasta llegar al pánico donde la persona pierde absolutamente el dominio de su

voluntad y se anula completamente su personalidad por el sentimiento de absoluto terror

que lo invade. Esta caracterización del miedo se ha mantenido en la mayor parte de la

jurisprudencia proferida por la Corte Suprema, específicamente en materia penal, debido a

que el concepto de miedo está fuertemente ligado al de insuperabilidad para que pueda

configurarse como causal de exclusión de la responsabilidad.

En esta línea de pensamiento, se observa que tanto la doctrina como la jurisprudencia han

procurado delimitar el contenido del término “insuperable”, si se tiene en cuenta que la

causal exige que el miedo percibido por el procesado o disciplinado tenga el carácter de

insuperable, pues a falta de dicha condición normativa, el miedo sería ineficaz como

eximente de responsabilidad. Por ejemplo, la Corte Suprema de Justicia en sentencia de 4

marzo de 2015 determinó que, “el termino insuperable ha de entenderse como aquello

superior a la exigencia media de soportar males y peligros” (CSJ. Penal, 4 Mar. 2015, E.

Fernández. Rad. 38634). En otros términos, esta corporación estableció que el concepto

insuperable traía implícito el carácter de irresistible, es decir, que el hecho reprochado

debía ser ejecutado pues no existía otra manera de evitar el mal presagiado, sino a partir de

su realización.

Asimismo, se ha dicho que “lo insuperable no es el conflicto físico que el miedo

desencadena, sino la respuesta al conflicto que el ordenamiento se ve obligado a tolerar

por no ser exigible otra conducta distinta” (Tejera, 2014, p. 153). Entonces, “la cualidad

de insuperable debiera entenderse, dado el contenido de la realidad psicológica del miedo,

en el sentido de imposibilidad de vencimiento o apartamiento del estado emotivo por el

sujeto” (Tejera, 2014, p. 154). En síntesis, se entiende a la insuperabilidad como la

imposibilidad de aislarse de la realidad psicológica producida por el miedo, que enfrenta un

individuo en una determinada situación, que lo hace actuar de una manera distinta en

contraste con su reacción natural en circunstancias donde no se experimente miedo.

26

En consecuencia, para determinar la existencia de insuperabilidad del miedo se han

desarrollado dos criterios: el objetivo y el subjetivo, “según el primero, será insuperable

aquel miedo que no puede ser vencido por el hombre medio, por un sujeto común. Para el

segundo, lo será de acuerdo al caso concreto y al hombre concreto” (Tejera, 2014, pág.

157). Dicho de otro modo, al crear el miedo una importante e intensa perturbación en las

facultades psíquicas del individuo y en consecuencia imposibilitar la libre determinación de

su actuar, resulta idóneo valerse de criterios que contribuyan a la valoración de sí el sujeto

pudo o no sobreponerse al miedo y por ende actuar distintamente. Así, si bien el Derecho

mismo tiene como máxima que no puede obligarse a nadie a lo imposible, el ordenamiento

jurídico si está facultado para sopesar la levedad o gravedad del comportamiento de los

sujetos y por tanto identificar si su voluntad se puede ver afectada de tal manera que

determine su comportamiento hacia lo ilícito. Lo anterior, según la doctrina, puede

efectuarse teniendo en cuenta la conducta que le era exigible al agente, así como a las

condiciones particulares del individuo y de las circunstancias.

En este punto, cabe afirmar que a pesar de la aparente autonomía de los conceptos de miedo

e insuperabilidad, para efectos de alegarse como una causal eximente de responsabilidad,

bien sea en el Derecho Penal o en el Disciplinario, uno siempre dependerá del otro, puesto

que ninguna acción será insuperable si su fuente directa no es la percepción real o

imaginaria de un peligro, y tampoco podrá materializarse la causal si la conducta resultante

del miedo percibido por el individuo pudo ser distinta.

IV. EVOLUCIÓN DE LA FIGURA DEL MIEDO INSUPERABLE COMO CAUSAL

DE EXCLUSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD

Luego de una amplia investigación de lo que se ha plasmado desde los años

inmediatamente siguientes a la vigencia del Código Disciplinario Único hasta lo que se

conoce como lo más reciente, encontramos que la figura de miedo insuperable como causal

de exclusión de la responsabilidad disciplinaria ha sido desarrollado principalmente en los

27

pronunciamientos de la Procuraduría General de la Nación de Colombia, en las sentencias

proferidas por la Corte Constitucional y en menor medida en la doctrina.

En este punto vale la pena hacer énfasis en que tales fuentes tienen una influencia

significativa del Derecho Penal, que no se ha mantenido al margen de los

pronunciamientos. Teniendo en cuenta lo anterior, en esta parte se expondrán algunos de

los fallos más importantes proferidos por la Corte Suprema de Justicia en materia penal

respecto de esta causal de exclusión, con el fin de enriquecer el estudio que se hace de esta

en materia disciplinaria, porque además, la redacción de esta causal en el ámbito penal es la

misma.

A- El miedo en la jurisprudencia constitucional

Desde mediados de la década del 90, la Corte Constitucional hizo un intento por distinguir

entre aquellos actos que constituyen miedo y aquellos que pueden catalogarse como mera

cobardía y con ello buscó realizar un acercamiento a la definición de miedo como tal. Con

este propósito, en una oportunidad sostuvo que es erróneo pensar que el miedo es una

enfermedad insuperable, ya que:

“De acuerdo con los principios generales de la Medicina, la Psiquiatría y la

Psicología, el miedo es una situación absolutamente normal en el hombre,

susceptible de ser controlada, y sólo en casos específicos una minoría pierde el

control de su comportamiento, que es lo que generalmente se conoce con el nombre

de fobia, lo que da lugar a reconocer un estado de inimputabilidad, cuando la

persona es sometida a un proceso” (CConst, C-563/1995, C. Gaviria).

En la misma providencia, la Corte alude a la noción de miedo desarrollada por Kant, quien

distinguió “las emociones esténicas, que impulsan a la acción, como la ira, de las

asténicas, que sumen en la inacción, en la pasividad, como el dolor”. Tomando en cuenta

28

lo expuesto por el filósofo, y no obstante que considere que el miedo de forma general no

es insuperable, el máximo tribunal concluye que:

“Cuando su intensidad lo hace incontrolable, puede paralizarnos cuando era el

caso de actuar, o impulsarnos a una acción desbordada cuando era el caso de

evitar la actuación imprudente. Pero, de ordinario, no es incompatible con el

comportamiento sensato. A menudo, acompaña nuestros actos cotidianos: sentimos

miedo de un tratamiento médico doloroso, pero lo afrontamos; sentimos miedo de

transitar por una zona donde abundan los bandidos, pero lo hacemos; tememos

tomar una decisión de la que se siguen graves consecuencias, pero la tomamos. Es

decir, aunque sentimos miedo no actuamos cobardemente.” (CConst, C-563/1995,

C. Gaviria)

Las sentencias que ha proferido la Corte Constitucional en las que ha tratado de definir el

miedo, son una muestra de la voluntad que existe desde hace varias décadas de incluir

dentro del ordenamiento jurídico a las emociones humanas. Igualmente, reconoce la Corte

que existen situaciones en las que esas emociones pueden afectar de tal forma, por su

incontrolabilidad, la voluntad de los seres humanos, haciendo que estos se aparten de lo que

sería un comportamiento prudente y actúen contrariamente a la razón. No obstante lo

anterior, la Corte también parece tomar una posición firme en cuanto a que la

insuperabilidad o incontrolabilidad del miedo son circunstancias excepcionales, puesto que

en el diario vivir las personas sienten miedo, pero pocas veces este tiene la capacidad de

dominar su voluntad.

B- El miedo insuperable en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia

como causal de exclusión de la responsabilidad penal.

En varias oportunidades la Corte Suprema de Justicia se ha referido al miedo insuperable

como causal de exclusión de la responsabilidad en materia penal. A continuación se hará un

breve resumen de los fallos más significativos que han tratado la figura objeto de estudio de

este trabajo. En uno de los primeros pronunciamientos que hizo la Sala Penal de Corte

29

Suprema tras la entrada en vigencia del nuevo Código Penal, específicamente en la

sentencia del 12 de diciembre de 2002, explicó que:

“El miedo es una excitación anímica que puede perturbar las facultades psíquicas

del individuo, es considerado como una emoción que reviste el carácter de asténica

cuando impide la acción o esténica en cuyo caso la persona puede llegar a

emprender acciones muchas veces incontroladas” (CSJ Penal, 12 Dic. 2002, J.

Gómez. Rad. 18983 p. 6)

En esta providencia, se definió la noción de miedo remitiéndose al Diccionario de la Real

Academia, como la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario.

Además, reconoció la Corte que dicha circunstancia podía tener incidencia en el

comportamiento del individuo dependiendo de la intensidad y del grado que alcance el

estado emocional de este y citó al tratadista Emilio Mira y López quien advierte que existen

seis fases del miedo bien definidas. La primera fase se denomina prudencia, en la que el

individuo se muestra precavido y reflexivo frente a una situación y no tiene la voluntad de

entrar en conflicto; la segunda etapa es la cautela, momento en que el sujeto está

atemorizado pero aún tiene dominio de sus respuestas frente a la situación, presenta

exaltación anímica pero controla sus movimientos. Luego viene la fase de alarma en la que

la persona tiene consciencia de la situación amenazante, se encuentra alarmado,

desconfiado y su prospección disminuye; en la cuarta etapa el individuo pierde el control,

está ansioso, angustiado y no puede controlar su temor. La quinta etapa es la fase del pánico

en donde el individuo no actúa de forma consciente ni tiene dominio de su voluntad ya que

la respuesta que emite son impulsos motores automáticos y finalmente la sexta fase es la

del terror, grado de máxima intensidad del sujeto quien conserva únicamente sus

actividades neurovegetativas para subsistir dado que se anula completamente su

personalidad. (1962, p. 43 y ss.)

De lo anterior, concluye la Corte que, dependiendo de la fase emocional que presente el

individuo, la conducta será diferente y se presentarán varias consecuencias jurídicas

30

dependiendo de si se encuentra en una situación en la que no se le puede exigir un

comportamiento distinto, evento que tendría incidencia en el ámbito de la culpabilidad o si

alcanza una fase que afecta su capacidad mental, se afectará el ámbito de la imputabilidad.

Sin embargo, se aclara que el miedo que se estudia es el que aun afectando psíquicamente a

quien lo sufre, no excluye el aspecto volitivo de la acción, pero si lo priva de la normalidad

necesaria para poder atribuirle responsabilidad penal.

En este punto la Corte acoge que, para que pueda configurarse el miedo como eximente de

responsabilidad, es necesario que converjan los siguientes requisitos:

“a) La existencia de profundo estado emocional en el sujeto por el temor al

advenimiento de un mal.

b) El miedo ha de ser insuperable, es decir sólo aquel que no deje al sujeto

ninguna posibilidad de actuar como lo haría el común de los hombres.

c) El miedo debe ser el resultado de una situación capaz de originar en el

ánimo del procesado una situación emocional de tal intensidad que aunque no

excluye totalmente la voluntariedad de la acción, sí enerva la fuerza compulsiva

necesaria para autodeterminarse.

d) El miedo debe ser producto de una serie de estímulos ciertos, graves,

inminentes y no justificados.”

Con respecto a estos requisitos la Corte hizo especial énfasis en que uno de los aspectos

para la configuración del miedo como eximente de responsabilidad es que el miedo que

surge en el ser debe ser insuperable, lo que quiere decir que este debe dejar al sujeto

imposibilitado para actuar como lo haría el común de los hombres que se cualquier forma

deriva de una situación superior a la “exigencia media de soportar males y peligros”. (CSJ.

Penal, 12 Dic. 2002, J. Gómez. Rad. 18983 p. 11).

Posteriormente, la Corte Suprema de Justicia en la sentencia del 7 de marzo de 2007

manifestó sus consideraciones respecto del miedo insuperable en el ámbito penal. En esta

31

oportunidad, definió el miedo a partir de la noción contenida en el Diccionario de la Real

Academia, y adicionalmente se pronunció frente a las causas que el miedo puede tener. Así,

las clasificó en: miedo a los fenómenos naturales, que tiene su origen en las inundaciones,

naufragios, terremotos, huracanes, etc., y en ciertas circunstancias puede llevar a la persona

a un estado de sugestión patológica. Miedo a la conducta ajena de un tercero que infiere o

amenaza con causar un daño y miedo social relacionado con las situaciones en el que hay

inseguridad social y falta de recursos para subsistir.

Sumado a lo anterior, la Corte amplía en esta oportunidad los grados que puede alcanzar el

miedo y afirma que la primera etapa es la de la desconfianza en la que el sujeto tiene temor

de que un evento remotamente posible pueda presentarse y como consecuencia de ello

asume una actitud de cautela y atención ante el posible daño. Luego viene la etapa de

alarma en la que el sujeto tiene conciencia del miedo, de la fuente de este y busca

instintivamente una respuesta adecuada al momento. La tercera etapa es la del miedo

angustioso en la que el sujeto genera una serie de impulsos de forma caótica y su

comportamiento no responde a su voluntad. En seguida, se presenta la fase de pánico en la

que el comportamiento del agente se determina por los instintos y reflejos y pierde el

control de su voluntad. Finalmente la quinta etapa es la fase del terror en la que el miedo

anula al individuo tanto física como psíquicamente, se suspende la percepción y se

mantienen a penas las funciones vitales.

Finalmente, es importante resaltar que esta providencia se refiere a la diferencia que existe

entre la insuperable coacción y el miedo insuperable. Así, aclara que la primera es la que

sufre el individuo por actos que despliegan terceras personas que lo afectan psíquicamente

sin excluir el aspecto volitivo de la acción, pero si lo privan de la normalidad requerida para

poder atribuirle plena responsabilidad penal, “por encontrarse fuera de dominio el control

de la situación, haciendo que tal emoción supera la exigencia de soportar males y

peligros” (CSJ. Penal 7 Mar. 2007, J. Quintero. Rad. 21457 p. 15-17). En otras palabras,

advierte la Corte, que la principal diferencia entre actuar bajo insuperable coacción ajena y

obrar impulsado por miedo insuperable es que la coacción ajena tiene su origen en el

32

comportamiento arbitrario e ilegal de un tercero expresado en una fuerza irresistible

tendiente a condicionar la voluntad del sujeto con el fin de que realice una acción

específica. La segunda causal de exclusión de la responsabilidad nace del mismo centro

anímico del hombre sin que se presente algún tipo de coacción o intimidación, puesto que

el miedo puede presentarse ante “peligros reales o imaginarios o tratarse de un miedo

instintivo, racional o imaginativo” (p.18), distintos a la coacción de un tercero, motivo por

el cual, para librarse del mal que lo amenaza, el sujeto despliega un comportamiento típico

y antijurídico.

Más tarde, la Corte Suprema de Justicia se pronunció acerca del miedo insuperable en sede

de casación penal, afirmando en la sentencia del 12 mayo de 2010 que para que pueda

hablarse de miedo insuperable como causal de exoneración de responsabilidad o bien para

que pueda predicarse su eficacia, deben concurrir varios elementos ya descritos en la

sentencia de 2002, citada en párrafos anteriores que resumimos así: a) la existencia de un

profundo estado emocional por temor al acaecimiento del mal; b) la insuperabilidad del

miedo; c) la intensidad de la situación emocional con la capacidad de enervar la fuerza

compulsiva para autodeterminarse y d) el miedo como producto de estímulos ciertos,

graves, inminentes y no justificados (CSJ, Penal, 12 May. 2010, Y. Ramírez. Rad. 32585).

Finalmente en uno de los fallos más recientes, la Corte Suprema de Justicia en la sentencia

del 4 marzo de 2015 retomó los criterios para que el miedo pueda configurarse como causal

de exclusión de la responsabilidad, expuestos en las providencias de 2002 y 2010 citadas

previamente y añadió que no puede configurarse la causal relativa al miedo insuperable

cuando se está frente a una situación controlable que no afecta el raciocinio ni el control de

la voluntad del sujeto (CSJ Penal 4 Mar. 2015. E. Fernández p. 18).

En síntesis, la jurisprudencia en materia penal es consistente y unánime en el argumento

que para poder alegar miedo insuperable, deben comprobarse los elementos concurrentes y

esenciales que se replicaron en varias sentencias: a) la existencia de un profundo estado

emocional por temor al acaecimiento del mal; b) la insuperabilidad del miedo; c) la

33

intensidad de la situación emocional con la capacidad de enervar la fuerza compulsiva para

autodeterminarse y d) el miedo como producto de estímulos ciertos, graves, inminentes y

no justificados. Lo anterior debido a que como eximente de responsabilidad penal, se

requiere un estudio más riguroso por parte del juzgador ya que si bien los criterios pueden

aceptarse por consenso, cada situación es diferente en tanto cada procesado es un sujeto

distinto, manifiesta sus emociones de forma diversa y su tolerancia a las situaciones que

puedan causar miedo varía según sus propias condiciones.

C- El miedo insuperable como causal de exclusión de la responsabilidad en el

ámbito disciplinario

Dentro de los primeros fallos que trataron esta causal se encuentra la decisión de la

Procuraduría Primera Delegada de Vigilancia Administrativa, el 19 de julio de 2005 con

Rad. 086-11500 de 2004, en la que se refirió al miedo insuperable como causal de

exclusión de la responsabilidad disciplinaria concretamente y sostuvo que, en primer lugar

según lo define el Diccionario de la Real Academia el miedo es la perturbación angustiosa

del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; recelo o aprensión que se tiene de que

ocurra alguna cosa contraria a lo que se desea. Además, reconoce el ente de control que el

miedo puede alterar el comportamiento de las personas, dependiendo de la intensidad en

que se presente y del grado que alcance en el estado emocional del sujeto. Así, se cita al

tratadista Emilio Mira y con él la sentencia del 12 de diciembre de 2002 de la Sala de

Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia, que señala que el miedo como emoción del

hombre se presenta en diferentes etapas, a saber:

“A) Prudencia: Donde el sujeto se muestra cauto, reflexivo, no quiere entrar en

conflicto;

B) Cautela: Aunque el sujeto siente temor tiene manejo de la situación y de sus

movimientos;

C) Alarma: El sujeto ya es consciente de la situación amenazante, existe gran

desconfianza, su conciencia y prospección disminuyen;

34

D) Angustia: El individuo pierde el control, está ansioso y angustiado, hay mezcla

de temor y furor incontenibles, aparece la cólera;

E) Pánico: El individuo no actúa con conciencia y dominio, escasamente se da

cuenta de lo que ocurre y realiza;

F) Terror: Es el grado máximo de intensidad del miedo, existe una anulación del

individuo, solo conserva las actividades neurovegetativas mínimas para subsistir,

pero no hay vida psíquica y puede llegar hasta la muerte”

Luego, en fallo de primera instancia del 16 de junio de 2006, la Veeduría de la Procuraduría

General de la Nación advirtió que el miedo insuperable tiene relación directa con los

estados emocionales asténicos en los cuales “la voluntad queda anulada por la

característica del estado asténico, dentro de los que se hayan el miedo, el temor y la

ofuscación”. Así, este tipo de estados, son típicos en personas con una personalidad

dependiente, lo que permite que otros tomen decisiones importantes, y por su típica

voluntad sumisa y pasiva no se oponen a ello. Del mismo modo, asegura la entidad que el

miedo insuperable es “aquel estado en el que una persona se ve obligada a comportarse de

una determinada manera por un influjo externo, aun cuando entienda que no obra

correctamente, sintiéndose impulsada a hacerlo porque sobre ella se cierne un mal que es

serio y real”. Igualmente, el órgano disciplinario incluye el terror, el horror, el pavor como

elementos configurativos de esta figura.

En palabras de la Procuraduría, el miedo insuperable constituye una causal de exclusión de

responsabilidad porque “cuando existe miedo insuperable se presenta lo que se denomina

como la no exigibilidad de otra conducta ya que se acepta que se ha realizado típicamente

un comportamiento, que la antijuridicidad es indiscutible, pero lo que resulta anulado el

tema de la culpabilidad”. Por otro lado, reconoce que debe estudiarse si en la situación que

se analiza también tiene lugar la invencibilidad, debido a que si bien es comprensible que el

hombre pueda sentir miedo cuando se enfrente a ciertas situaciones, donde además tiene

especial relevancia la personalidad misma del sujeto, es necesario analizar la situación que

lo crea. Lo anterior, con el propósito de determinar si el estado psicológico en el que se

35

encuentra la persona es invencible como para que tenga la capacidad de reducir la voluntad

y ubicar al agente en el ámbito de la exclusión de la responsabilidad disciplinaria.

Igualmente, sostiene la Procuraduría que para que pueda aceptarse el miedo como eximente

de responsabilidad, es esencial que tal estado sea irreducible o invencible, en otras palabras,

que no exista forma de eliminarlo.

En 2009, el Procurador General de la Nación Alejandro Ordóñez Maldonado, publicó el

documento “Justicia disciplinaria: de la Ilicitud Sustancial a lo Sustancial de la Ilicitud”,

citado en partes anteriores, en el que intentó establecer criterios orientadores para un

adecuado entendimiento y aplicación del Derecho Disciplinario como manifestación de la

potestad punitiva del Estado. Con este objetivo, el Procurador expuso en su obra que deben

tenerse en cuenta ciertos elementos, entre otros, para que pueda reconocerse el miedo

insuperable como eximente de responsabilidad, a saber:

- Puede provenir de distintas situaciones (fobias, hechos de la naturaleza,

experiencias vividas, entre otras), incluidas aquellas causadas por otras personas

pero sin que estas signifiquen coacción.

- Debe tratarse de una perturbación angustiosa del individuo, caracterizado por su

temor a la ocurrencia de un riesgo, daño o mal.

- Debe ser considerable y trascendental; es decir, de tal importancia que se torne en

insuperable. Ello, desde luego, efectuándose el análisis para cada caso, pues para

lo que una persona puede ser algo normal, para otra puede comportar una

situación emocional que sea capaz de anularlo.

- Debe determinar el comportamiento del individuo, de tal forma que no le deje

alternativa para comportarse de otra manera.

- Debe alcanzar el grado de insuperable, es decir verificar que al sujeto disciplinable

le era inexigible un comportamiento diverso. (2009. P. 62-63).

Posteriormente, y observando los criterios propuestos por el Procurador, que de alguna

forma son similares a los requisitos que señala la Corte Suprema para que se configure esta

36

causal en materia penal, la Procuraduría Delegada para la Vigilancia Administrativa en el

Fallo de Segunda Instancia del 27 de septiembre de 2011, con Radicación IUS 085-12411,

dispuso que no encontró que se configurara en el caso objeto de análisis la causal de

exclusión de la responsabilidad de miedo insuperable, ello en virtud de que deben estar

presentes los siguientes requisitos, citados también en la sentencia del 12 de diciembre de

2002 de la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia:

a) La existencia de profundo estado emocional en el sujeto, por temor al

advertimiento de un mal;

b) Ha de ser insuperable, es decir, es sólo aquel que no deje al sujeto ninguna

posibilidad de actuar como lo haría el común de los hombres.

c) El miedo debe ser el resultado de una situación capaz de originar en el

ánimo del procesado una situación emocional de tal intensidad, que aunque no

excluye totalmente la voluntariedad de la acción, si enerva la fuerza compulsiva

necesaria para autodeterminarse.

d) El miedo debe ser producto de una serie de estímulos ciertos, graves,

inminentes y no justificados.

En esta misma línea argumentativa, el fallo de Segunda Instancia del 18 de diciembre de

2014 de la Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación con Radicación No.

161-4902 (IUS 0028-169653-2008) adoptó en su motivación la definición de la Real

Academia de la Lengua Española según la cual el miedo es “la perturbación angustiosa del

ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. El recelo o aprensión que alguien tiene de

que le suceda algo contrario a lo que desea”. A su vez, señaló que la Corte Constitucional

ha definido el miedo “como un fenómeno psicológico, un emoción originada en un proceso

fisiológico fatal y humanamente inevitable, éticamente neutro, por lo que hace referencia a

las emociones.” Además, incluyó en sus consideraciones la noción de Kant en la que ubica

al miedo entre las emociones esténicas que impulsan la acción y las asténicas que sumen en

la inacción, ubicando al miedo como una emoción derivada de la creencia que puede influir

en nuestro comportamiento al modo de las unas o de las otras, cuando su intensidad lo hace

37

incontrolable. Igualmente, sostuvo que el miedo “[p]uede paralizarnos cuando era el caso

de actuar, o impulsarnos a una acción desbordada cuando era el caso de evitar la

actuación imprudente”. Finalmente, resumiendo su posición sostenida a lo largo de su

motivación, la Procuraduría ratificó que el miedo como eximente de responsabilidad

disciplinaria es aquel que cancelando las facultades de autodeterminación y raciocinio,

estimula al servidor público a cometer un ilícito disciplinario y que debe cumplir con

ciertos requisitos para ser reconocido como eximente de responsabilidad, señalados por

Ordoñez y que fueron expuestos anteriormente: i) debe ser una perturbación angustiosa del

individuo, caracterizado por su temor a la ocurrencia de un riesgo, daño o mal; ii) debe ser

considerable y trascendental; iii) debe determinar el comportamiento del individuo de

forma tal que no le deje alternativa de guiar su comportamiento en otro sentido.

Luego de hacer un análisis de las decisiones que la Procuraduría ha proferido en relación

con esta causal, se observa que en primer lugar, es escaso el desarrollo y la aplicación a

casos concretos del miedo insuperable como eximente de responsabilidad disciplinaria. En

segundo lugar, en las pocas decisiones que se han proferido, de manera general, siempre se

han empleado los criterios que ha empleado la Corte Suprema de Justicia en materia penal

para dar contenido e interpretación a este evento en el que se excluye la responsabilidad de

quien realiza una conducta típica. Igualmente, se destaca el esfuerzo que realizó la

Procuraduría por tratar de establecer requisitos más o menos uniformes para que los

operadores disciplinarios pudieran aplicar esta causal y a su vez los investigados o

disciplinados pudieran gozar la de seguridad jurídica que debe garantizárseles en todo

proceso. A pesar de que se considere que el Derecho Disciplinario es autónomo e

independiente de las otras ramas del Derecho, no puede negarse que en ciertas ocasiones,

como la de la causal de exclusión de la responsabilidad disciplinaria relativa al miedo

insuperable entendida como un concepto jurídico indeterminado, es permitido e incluso

necesario que este adopte conceptos y nociones propias del Derecho Penal para que los

funcionarios puedan construir su motivación con base en criterios ya establecidos y

desarrollados más ampliamente en este otro ámbito, sin que ello pueda considerarse como

un retroceso en la evolución del Derecho Disciplinario como rama independiente.

38

Igualmente, se observa que además de lo expuesto por Alejandro Ordoñez en la obra que

publicó en 2009, no existen muchas otras fuentes que permitan entender u otorgar un

significado más o menos preciso al miedo insuperable, en particular, como causal de

exclusión de la responsabilidad en materia disciplinaria así como tampoco existe una

cantidad relevante de decisiones de la Procuraduría o de otros órganos que ejerzan función

disciplinaria que hayan desarrollado esta causal. Lo anterior trae como consecuencia que de

una forma u otra siempre se empleen los criterios usados en el ámbito penal para dar

contenido la causal estudiada, lo que en definitiva lleva a ratificar la posición adoptada en

el comienzo acerca de que el concepto de miedo insuperable se ubica dentro de la figura de

los conceptos jurídicos indeterminados.

V. CONCLUSIÓN

El miedo insuperable como causal de exclusión de la responsabilidad en el ámbito

disciplinario, apareció con la Ley 734 de 2002 y se trasplantó directamente del texto del

artículo 32 del Código Penal, Ley 599 de 2000. No obstante lo anterior y a pesar de que

ambas ramas del Derecho sean manifestaciones de la potestad punitiva del Estado, es

fundamental que quede claro que el Derecho Disciplinario corresponde específicamente a

las normas en virtud de las cuales el Estado garantiza la disciplina, la obediencia y el

comportamiento ético, la eficiencia y moralidad de los servidores públicos con el propósito

de poder realizar los diferentes deberes a su cargo, como ya lo expuso la Corte

Constitucional en su oportunidad.

En armonía con los fines que pretende cumplir el Estado, se justifica el reproche hacia el

incumplimiento de los deberes que se le asignan a sus agentes. Sin embargo, como se

expuso, existen causales de exclusión que contempla el legislador que eximen de

responsabilidad disciplinaria a los servidores públicos o a quienes ejercen función pública

dentro de las cuáles se ubica el miedo insuperable, figura que por la ambigüedad de su texto

puede catalogarse como un concepto jurídico indeterminado. Lo anterior, debido a que por

39

su vaguedad e imprecisión puede admitir interpretaciones y aplicaciones diferentes e

incluso confusiones al momento de emplearlo en un caso concreto. Por tal motivo,

únicamente se admite la existencia de conceptos jurídicos indeterminados dentro del

ordenamiento colombiano siempre que se encuentren presentes los criterios para que el

concepto sea determinable, ya sea la Constitución, la Ley o el reglamento, incluso como lo

aceptó la misma Corte Constitucional criterios lógicos, técnicos, empíricos o de otra índole

que provean las herramientas necesarias para observar con una claridad suficiente el

alcance del texto de la norma que prohíbe un comportamiento, puesto que no es aceptable

que quede discrecionalmente en cabeza de la autoridad competente de la investigación y

juzgamiento del procesado, la determinación del contenido de la norma que cobija la

conducta que se le reprocha al agente.

A pesar de que el Derecho Disciplinario es independiente del Penal, el mismo Código

Disciplinario Único consagra que en la aplicación de dicho régimen, prevalecerán varias

disposiciones dentro de las cuales se encuentran las normas penales. De ello se desprende

que, las leyes en materia penal, servirán entonces como pauta de interpretación e

integración normativa respecto del Derecho Disciplinario. Lo anterior ciertamente tiene

sentido en razón a que ambas ramas son manifestaciones del poder punitivo del Estado y es

en el marco de esa remisión que hace la Ley 734 de 2002, que para dar significado al miedo

insuperable como causal de exclusión de la responsabilidad disciplinaria, las autoridades

disciplinarias han adoptado lo que sostiene la Corte Suprema de Justicia cuando en sus

providencias se ha referido al miedo insuperable como causal de exclusión de la

responsabilidad penal. Ello puesto que ni siquiera el mismo Código Penal o la ley procesal

penal han definido que puede entenderse por miedo ni que puede entenderse por

insuperabilidad y las sentencias de este órgano de cierre son las que en su mayoría han

trazado una línea respecto del significado que se le pueden atribuir a los términos

mencionados.

En este punto debe resaltarse que aún para la Corte Suprema es complejo definir con

exactitud precisa y con criterios objetivos, cuáles son los significados de los términos

40

miedo e insuperabilidad porque por provenir de emociones atribuibles a la esfera interna

del ser humano entendido como sujeto, no puede hablarse de una definición absoluta e

inequívoca. Se observa que como el mismo máximo tribunal lo ha reconocido, se debe

estudiar caso a caso las condiciones que rodearon al individuo así como su ámbito personal

para determinar si ante él se presentó un mal serio y real y que como no pudo actuar de otra

manera terminó, transgrediendo una norma que prohibía una conducta. Además,

encontramos que no es posible hacer una diferenciación entre concepto de miedo

insuperable en materia disciplinaria y en materia penal porque finalmente las emociones y

el estado psicológico extremo en el que se puede encontrar un individuo, no diferencia

entre si se trata de un servidor público o un ciudadano común y porque ni para una rama ni

para otra existen descripciones indiscutibles de estas figuras. De cualquier forma, el

Derecho Disciplinario ha recurrido a la interpretación que se le ha dado en materia penal,

puesto que además es la que más desarrollo ha tenido en el ordenamiento colombiano. Lo

precedente encuentra fundamento, como se ha advertido, en que los fallos que se han

proferido en materia disciplinaria, hacen referencia directa a la jurisprudencia penal.

Con todo, como producto del análisis del presente texto, se podría tratar de definir de forma

general, el miedo insuperable para el Derecho Disciplinario como el estado en el que un

servidor público se ve obligado a comportarse de determinada manera debido a que se

anulan sus facultades de decisión y raciocinio, al enfrentarse a una situación real o

imaginaria que amenaza con perjudicarlo. A partir de la anterior definición que se trató de

dar, se evidencia como en lo único que podría discrepar una de la otra, es decir el concepto

en materia penal y en materia disciplinaria, sería el sujeto que realiza la conducta, puesto

que en el Derecho Disciplinario se exige la condición de ejercer una función pública,

mientras que en el Derecho Penal puede tratarse de cualquier individuo, pero como se

sostuvo en líneas anteriores dependerá del funcionario encargado de adelantar el proceso,

actuando en el marco de las leyes, del ejercicio de su sana crítica y especialmente con

ayuda de las pruebas que pueda valorar que determinará si efectivamente un servidor

público puede exonerarse o no de la responsabilidad disciplinaria al alegar la causal objeto

de estudio de la presente investigación.

41

VI. LISTA DE REFERENCIAS

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44

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Delegado Vigilancia Administrativa: César Augusto Amaya Medina.

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Hoyos López.

Procuraduría Primera Delegada para la Vigilancia Administrativa. Providencia por medio

de la cual se modifica un fallo sancionatorio de primera instancia del 17 de agosto de 2010.

Rad. No. IUS 2008-24253. Procuradora Primera Delegada para la Vigilancia

Administrativa: Clara Ivy González Marroquín.

Procuraduría Provincial de Ipiales. Fallo de primera instancia del 31 de agosto de 2011.

Rad. No. 051-7298. Procurador Provincial de Ipiales: Henry Orlando Burbano Villota

Procuraduría Segunda Delegada para la Vigilancia Administrativa. Fallo de Segunda

Instancia del 27 de septiembre de 2011. Rad. No. IUS 085-12411. Procurador Segundo

Delegada para la Vigilancia Administrativa: Fernando Brito Ruiz.

Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación. Fallo de Segunda Instancia del

10 de mayo de 2012. Rad. No. 161 – 5272 (IUS 2009 – 402663). Procurador Ponente: Juan

Carlos Novoa Buendía.

Procuraduría Segunda Delegada para la Vigilancia Administrativa. Fallo de Segunda

Instancia del 5 de febrero de 2013. Rad. No. IUS 2011-387239- IUC-D- 2012-99455306.

Procurador Segundo Delegada para la Vigilancia Administrativa: Fernando Brito Ruiz

Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación. Fallo de Segunda Instancia del

11 de junio de 2013. Rad. No. 161 - 5263 (IUC D – 878 – 185214). Procuradora Ponente:

María Eugenia Carreño Gómez.

Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación. Fallo de Segunda Instancia del

17 de octubre de 2013. Rad. No. 161-5647 (IUC-D-2010-652-296720). Procuradora

Ponente: María Eugenia Carreño Gómez.

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Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación. Fallo de Segunda Instancia del

21 de noviembre de 2013. Rad. No. 161 – 5421 (IUS 2008 – 259315). Procurador Ponente:

Juan Carlos Novoa Buendía.

Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación. Fallo de Segunda Instancia del

18 de diciembre de 2014. Rad. No. 161-4902 (IUS 028-169653-2008). Procurador Ponente:

Juan Carlos Novoa Buendía.

Viceprocuraduría General de la Nación. Fallo sancionatorio de primera instancia del 23 de

diciembre de 2014. Rad. No. 02-170809/08. Viceprocuradora General de la Nación: Martha

Isabel Castañeda Curvelo.

Sala Disciplinaria de la Procuraduría General de la Nación. Fallo de Segunda Instancia del

25 de junio de 2015. Rad. No. 161 – 5584 (IUS 2010-62931). Procurador Ponente: Juan

Carlos Novoa Buendía.

Normatividad

Asamblea Nacional Constituyente. (1991). Constitución Política de Colombia.

Congreso de la República de Colombia. (2000). Exposición de motivos de la Ley 734 de

2002. Gaceta del Congreso 291, de julio 27 de 2000.

Congreso de la República de Colombia. (2002) Ley 734 de 2002 por la cual se expide el

Código Disciplinario Único. Diario Oficial 44699 del 5 de febrero de 2002.

Otros documentos Procuraduría General de la Nación. Circular 038 del 13 de septiembre de 2001.