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Las Hermanas

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Relato corto: O los hechos acaecidos en Morote por los cuales dos Caballeros de la Orden de Santiago fueron héroes, mártires y casi santos y dos campesinas fueron madre.

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Las HermanasO los hechos acaecidos en Morote por los cuales dos Caballeros de la Orden de Santiago fueron héroes,

mártires y casi santos y dos campesinas fueron madre.

César Colomer Morell

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El único rastro que queda de esta historia son dos partidas de bautismo contiguas de la Iglesia de la Santísima Trinidad de la ciudad de Alcaraz y que dicen:

En la santa pila bautismal de la Iglesia de la Santísima Trinidad de la Muy Leal Ciudad de Alcaraz, siendo el 5 de mayo del año del Señor de 1265, fue bautizada con el nombre de Ana una niña nacida en el lugar de Morote de esta ciudad, hija de Marta del Provencio, viuda, y de padre desconocido, de lo cual, yo Ramiro González de Haro, cuajutor de esta parroquia, doy fe y dejo constancia.

Apunte al margen: Por secreto de confesión, fue fruto de una relación forzada y su padre fue D. Rodrigo de Haro, Caballero de la Orden de Santiago.

En la santa pila bautismal de la Iglesia de la Santísima Trinidad de la Muy Leal Ciudad de Alcaraz, siendo el 5 de mayo del año del Señor de 1265, fue bautizada con el nombre de Isabel una niña nacida en el lugar de Morote de esta ciudad, hija de Sara Moya, soltera, y de padre desconocido, de lo cual, yo Ramiro González de Haro, cuajutor de esta parroquia, doy fe y dejo constancia.

Apunte al margen: Por secreto de confesión, fue fruto de una relación forzada y su padre fue D. Sancho Ochagavia , Caballero de la Orden de Santiago

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Hoy día ya no importa violar aquellos secretos de confesión, no creemos que nadie pueda verse identificado con los personajes participantes en el desarrollo de estos trágicos sucesos. Pero dejemos que sean ellos mismos los que nos cuenten la historia:

Don Rodrigo, ¿podría decirnos donde sucedieron los hechos?

Yo me llamo D. Rodrigo de Haro, aunque mi apellido parezca indicar que provengo de las tierras regadas por el Ebro, no es así, yo nací hace cuarenta y ocho años en la ciudad de Zamora, junto al no menos famoso río Duero. Me van a permitir que les explique el lugar donde sucedieron los hechos.

En el año del señor de 1212, nuestro Rey Alfonso VIII de Castilla, unido por Bula de Cruzada de su Santidad el Papa Inocencio III, al Rey Sancho VII de Navarra y al Rey Pedro II de Aragón, lograron vencer a las tropas almohades del Califa Muhammad An-Nasir, en un lugar llamado Las Navas de Tolosa, gracias a la intercesión de Santiago disfrazado de pastor, tomando cumplida venganza por la batalla de Alarcos.

Como consecuencia de esa victoria, Don Rodrigo Ximénez de Rada, “El Toledano”, el más aguerrido canciller de su Majestad Alfonso VIII, Arzobispo de Toledo, incansable batallador contra los infieles, general de las tropas cristianas en los prodigiosos hechos de las Navas de Tolosa, continuó la campaña y recuperó para la cristiandad muchas tierras, entre ellas, arrebató la Ciudad de Alcaraz a Aben Hamet. Este caudillo almohade se hizo fuerte en estas sierras, hasta que, tras duros enfrentamientos, quedaron libres

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de amenaza durante el reinado de Fernando III, pudiendo los colonos establecerse en el lugar de Morote, situado en la confluencia de dos arroyos y con abundancia de agua.

Y se preguntará qué hago yo aquí. Pues muy sencillo, en los esfuerzos de Fernando III de liberar estas sierras de infieles, conquisto Yeste en 1242 y se la encomendó a la Orden de Santiago, a la que me digno pertenecer, que me destinó a esta plaza.

Usted, Don Sancho, puede decirnos cuando sucedieron.

Yo me llamo Don Sancho de Ochagavia, soy Navarro, nacido en la villa que da nombre a mi apellido, aunque mi familia pertenece al Valle de Baztán, cuna de Hidalgos. Tengo veintisiete años y también pertenezco a la Orden de Santiago. Yo les pondré en antecedentes de las circunstancias que los rodearon.

Corría el año de 1264, Alfonso X reinaba en Castilla, los mudéjares, apoyados por el Rey de Granada, han roto su promesa de vasallaje al rey cristiano y se han alzado en armas contra Él. En el valle del Guadalquivir pronto se avinieron a razones, pero, en el Reino de Murcia, a las órdenes Al Watiq, se hicieron fuertes en las sierras, poniendo en apuros a nuestra Encomienda.

Marta, ¿cómo vino a vivir al lugar de Morote?

Me llamo Marta, nací en el lugar de Pinilla, de la ciudad de Alcaraz, donde mi padre trabajaba en las salinas. Vine a Morote al casarme, por tanto, le contaré la historia de mi marido.

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Se llamaba Martín de Moya, nació en El Provencio en 1218, cuarto hijo de un tejedor, en 1236 se trasladó a la Ciudad de Alcaraz, donde trabajó en varios oficios, en 1940 se alistó como lanza de a píe en la milicia que dicha ciudad puso a disposición del Rey Fernando III para la limpieza de la Sierra de almohades, participó en la conquista de Yeste y Taibilla. En 1943 le asignaron un haza en el lugar de Morote, nos casamos y vinimos a cultivarla.

Cuéntanos algo de ti, Sara.

Pues ya saben, me llamo Sara, soy la que menos tiene que decir, soy la más joven. Nací en 1244 en este mismo lugar, como fruto del matrimonio de mis padres, que por si no lo saben son Martín y Marta. Aun guardo algún recuerdo de mi padre, pero bastante borroso, él murió en 1252, cuando yo tenía 8 años, en un ataque de los bandidos mozárabes. Mi vida ha pasado en estás tierras, lo más lejos que he ido es a Ayna, a la boda de un primo.

Don Rodrigo, ¿puede explicarnos el motivo de su visita a estas mujeres?

Aquella mañana, se nos encomendó a Don Sancho y a mí realizar una visita por diversos lugares de está Sierra, para hacer averiguaciones de una banda de renegados. Pensamos que sería mejor comer antes de salir, pero la sobremesa se alargó más de la cuenta, nos encontramos a unos viejos amigos, recién llegados y nos entretuvimos contándonos los lances tenidos durante su ausencia... compréndalo. Salimos, ya tarde, siguiendo curso abajo el río Segura hasta las

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tierras de La Vicaría, vadeamos el río Tus y subimos por el Arroyo Odrea en dirección a Morote, donde pensábamos pasar la noche.

Nada más pasar el estrecho que da acceso a las huertas de Morote, vimos, un tanto extrañados, a dos mujeres que se afanaban en trabajar una huerta cercana. Comenté con Don Sancho esa circunstancia y no pudimos si no admirad la gran belleza de ambas.

La luz del sol, que buscaba esconderse, las iluminaba con sus últimos rayos, vestían camisa y faldas en lugar de la acostumbrada túnica, no llevaban cofia, lucían sus sudorosos y fuertes brazos, se notaba que eran dos hembras bien formadas y acostumbradas al trabajo en el campo. Además, lucían dos largas cabelleras morenas, agitadas por el movimiento de su cabeza y la brisa de la tarde.

Atraídos por tal gozoso espectáculo, comentamos la posibilidad de pedirles asilo, para pasar la noche. Compréndanlo, era mucho más prometedor gozar de su compañía que buscar alojamiento en algún molino de Morote. No olvidando los consejos del gran poeta Ovidio en su “Arte de Amar”, pensé que la mejor forma era el halago, con la palabra, y la esplendidez, ofreciendo dos dineros en lugar de uno.

Nos acercamos a ellas y, sin desmontar, les saludamos y les dije:

- Que gran don nos da Nuestro Señor, al mostrarnos, en este ocaso, a dos damas tan bellas adornando nuestro camino.

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Ellas, ante mis palabras, se rieron y preguntaron que era lo que buscábamos. En vista que mis agasajos les hacía más gracia que gozo, pensé que, a lo mejor, tenía más éxito mediante el oro, por ello les propuse, ante el asombro de Don Sancho:

- Deseamos que nos den hospedaje durante esta noche, por ello le ofrezco dos dineros y si lo acompaña de una buena cena, prometo duplicarles el sueldo.

Ante tan generosa oferta, ellas aceptaron, abandonaron sus tareas y nos acompañaron hasta su casa.

Marta, ¿cómo recuerda usted este encuentro?

Ya saben, la vida del que depende de la tierra, tiene muchos y muy duros trabajos. Aquel día, como en otras ocasiones, esperamos a última hora para arreglar nuestra pequeña huerta. Nos pusimos camisa y faldas, como es costumbre, para hacer más llevadero este menester. De la cofia solemos prescindir porque resulta molesta cuando el sudor no se puede evitar.

Casi se había ocultado el sol, cuando por el estrecho asomaron dos hombres a caballo, llevaban blancas vestiduras, a pesar de estar a contraluz, con facilidad los identifiqué como Caballeros de la Orden de Santiago, que solían pasar por allí.

Vi que dejaban el camino y se venían hacía nosotras. El primero era un caballero con una barba blanca, que aparentaba tener una edad avanzada, el otro, bastante más joven. Ambos se les veían fornidos, con buena

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planta, como suele ser habitual en los hombres dedicados a las armas.

Se acercaron y, muy amablemente, nos saludaron empleando un requiebro muy raro. No pudimos evitar la risa ente un piropo tan redicho. He de confesar que no me hizo mucho gozo, dos mujeres solas siempre temen estas circunstancias, por eso les pregunte:

- ¿Qué buscan Vuesas Mercedes al desviarse de su camino para saludar a dos humildes campesinas?

El señor mayor, Don Rodrigo, me pidió que le diera hospitalidad y cena y me ofreció una importante suma. Inicialmente me inclinaba por rehusar, pero después pensé que solo había querido ser amable a su forma y no habría nada que temer de dos caballeros que habían hecho votos de servir a Nuestro Señor Jesucristo, por lo que decidí darles alojamiento.

Don Rodrigo, ¿fueron bien atendidos por estás mujeres?

La verdad es que no tenemos motivo de queja. La casa era muy humilde, apenas tenía mobiliario y solo poseía dos estancias, la sala y la alcoba. Nos cedieron las dos únicas camas existentes, las suyas, no eran muy grandes y el colchón era de borra, pero los hombres de armas estamos acostumbrados a dormir en lechos muy diversos, cuando no en el mismo suelo. Con diligencia pusieron un barreño en una pequeña mesa en la alcoba y trajeron un cubo con agua, para que pudiéramos liberarnos del polvo del camino.

Nos sirvieron una abundante cena, los alimentos eran sencillos, de su propia cosecha o de la matanza,

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tomamos una sopa sobre la que escalfaron un huevo, algo de embutido y un suculento queso.

La velada fue amena, ambas eran buenas habladoras, nosotros contábamos nuestras hazañas y ellas las de su marido y padre, que también fue hombre de armas, aunque como soldado de a pie de una milicia, careciendo de toda hidalguía.

Fue una pena que no cedieran a nuestros requiebros y terminaran por retirarse, con una manta, al pajar, en lugar de compartir con nosotros lecho.

Don Sancho, ¿qué puede contarnos de aquella noche?

Poco puedo añadir a lo de mi compañero, fuimos siempre bien tratados, con la natural zafiedad de los que no han tenido buena cuna, pero hay que reconocer que su espontaneidad y llaneza era mucho más agradable que la afectación de las damas, la risa era franca, movían sin reparo su busto, se apreciaba que estaba libre, sin vendajes que lo sujetaran, lo que me atraía y encendía mi corazón. Sus movimientos eran desenfadados, agitaban los brazos, los levantaban, se movían sobre los taburetes.

Con la esperanza que por voluntad, o a cambio de cierta cantidad, yacieran con nosotros, procuramos seguir los consejos del poeta Ovidio, tan ducho en el arte de solicitar, no ahorramos en halagos, lisonjas y piropos, aunque su reacción fue más de hilaridad que de dejar caer sus defensas. Se mostraron inflexibles a la hora de aceptar nuestra compañía y se retiraron al pajar, dejándonos con las ganas.

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Tengo que reconocerlo, fue preciso esforzarme para contener la hombría y no dar satisfacción a cuerpos tan bien formados.

Seguro que a la hora de contar las aventuras en la taberna, daría por cierto lo que ahora era fantasía.

Marta, ¿puedes contarnos lo sucedido aquella noche?

Una vez en casa, les cedí nuestros lechos, para que se sintieran más cómodos, aunque los suponía acostumbrados a sedas. Supuse, que habiendo mujeres, se sentirían intimidados a lavarse fuera, junto al pozo, por ello les puse el barreño y el agua en la alcoba, para que tuvieran más intimidad

Les di lo mejor que tenía, incluso les escalfé en la sopa los dos huevos que me habían puesto las gallinas. La velada fue amena, se interesaron por la historia de Martín y por nuestra vida. Hablaban un poco raro, cosas como “lucíais como una Venus en el crepúsculo, cuando Febo desaparece del cielo” y no podíamos evitar reírnos de sus ocurrencias.

No me gusto mucho el tono empleado y su mirada, se fijaban demasiado en nuestros cuerpos, me daba la impresión que pretendían acostarse con nosotras, por eso cogí a Sara, que parecía sucumbir a los encantos de Don Sancho, y me la lleve a dormir al pajar. Por otra parte, me sentía halagada, siendo objeto de tan graciosos requiebros. El ser viuda y madre me obligan a ser prudente y contenida, aunque como mujer sienta el calor de mis entrañas en la presencia de ciertos hombre.

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Marta, ¿qué hicisteis antes de encontraros con los caballeros aquella mañana?

Como es costumbre en la gente del campo, las tareas se comienzan al asomar el sol, aquella mañana, como teníamos previsto, bajamos al caz a lavar la ropa. Al llegar, como es muy incomodo andarse con ropajes mojados, pesan e impiden el movimiento, hicimos lo de siempre, prescindir de las sayas y quedarnos con la camisa y las calzas

Nos pusimos a lavar la ropa sin acordarnos de los caballeros hospedados, es una actividad con la que disfrutamos siempre, permite permanecer juntas, comentar cosas, reírnos, jugar...

Recuerdo que comentamos lo apuestos que eran los caballeros. A Sara le gustó la planta de Don Sancho y el acento tan gracioso. Don Rodrigo, a pesar de ser mayor, se conservaba fuerte y su barba blanca, le daba un aire muy noble. Pero en ningún momento pensamos en ellos como posible pareja de cama.

Entre risas, le dije a mi hija, que no se entusiasmara, si no se lo diría a un pretendiente que tenía en Morote, y empecé a tirarle agua hasta que la dejé con la cabeza y la camisa chapodas, ella no fue menos y me devolvió la aguadilla. No molestaban para nada, el sol ya calentaba, el ejercicio de frotar la ropa da calor y era de agradecer un poco de agua.

Estábamos en esos menesteres, cuando escuchamos unos ruidos en la espesura, nos quedamos calladas, escuchando, pero no oímos nada más pensé que se trataba de un marrano y se lo comenté a Sara.

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Sara, ¿tienes algo que añadir a lo que dice tu madre?

Poco. Es cierto que Don Sancho, joven y fuerte, da ganas de abrazar y basar, un torso fornido llama a acariciarlo, no puedo evitar ser una mujer joven, sentir mis deseos, la idea de que sean de otro las manos que recorran mi cuerpo me da escalofríos, pero eso no me impide ser tan ciega que no me permita ver la realidad, soy una sencilla campesina, no puedo jugarme el ponerme en boca de todos.

Me gusta el juego de las aguadillas con mi madre, me permite comportarme como una niña, me siento libre sin el sayo, el notar como la ropa mojada se ajusta a mi cuerpo, hace que mis pezones se exciten. Creo que a mi madre también le gusta, me he fijado en como se mira y en como me mira.

Mi madre no es una mojigata, cuando tenemos ocasión, nos bañamos desnudas en la poza del río y estamos un rato jugando, es algo que hemos hecho desde que me acuerde, así aprendí a nadar, ella me comprende, sabe lo que siento. Al principio, hace años, era yo la que admiraba su cuerpo, lo deseaba para mí, pero ahora, lo veo en sus ojos, ella siente admiración por el mío y es una sensación que me agrada. Ella dice que todas las personas son así, que se atraen unas a otras, pero tienen miedo de reconocerlo.

Cuando estamos en la intimidad, intercambiamos con naturalidad opiniones sobre nuestros cuerpos, no tenemos reparos en contarnos nuestras fantasías, ella es mi confidente y yo la suya. Me contó un día, que ella se había acostado con mi padre antes de casarse,

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yo aun no he querido hacerlo, pero se lo que son las caricias intimas.

Don Sancho, ¿qué hicieron ustedes aquella mañana?

Cuando nos levantamos vimos que las mujeres nos habían dejado un cubo de agua para que nos quitáramos las legañas, y un trozo de queso y una hogaza de pan para que comiéramos.

Don Rodrigo me dijo mientras desayunábamos:

- Es una pena que las mujeres no hayan consentido.

- Tiene mucha razón, Don Rodrigo, es inusitado, que dos simples campesinas, rechacen la ocasión de tener en la cama a dos caballeros. ¡Qué veinte años más bien aprovechados!, ¡qué busto!, con que gracia lo movía al reírse, ¡qué mirada!, tenía una gran frescura, diría que era golosa, que me miraba con deseo, pero su madre pronto la retiró.

- Pues. Don Sancho, no piense que la madre le iba muy atrás, se notaba que está trabajada, conserva la dureza de sus músculos y la firmeza sus senos, se ve con energía, por no hablar de su largo cuello, sin dudarlo, hubiera sido una buena hembra de compañía. Da la impresión de ser experta y fogosa, si no fuera por su hija, creo que hubiera cedido a los envites de un caballero como yo, pocas ocasiones va a tener de gozar una compañía como la mía.

- ¿Se las imagina desnudas a las dos?, Don Rodrigo.

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- Pardiez, callé, uno no es de piedra.

Don Rodrigo, se quedó quieto, escuchó las risas de las mujeres y dijo:

- Don Sancho, ¿escucha al par de corzas como retozan?

- Cierto, Don Rodrigo, ¿qué tal si salimos de caza?

Don Sancho, ¿puede explicar eso de la caza?

Es una forma de decir “vamos a ver lo que podemos hacer”, aprovechando la metáfora con las corzas hecha por mi compañero. Sin terminar de vestirnos, dejando cualquier cosa que pudiera hacer ruido, nos dirigimos, hacía las voces con gran sigilo y, cuando estábamos próximos, nos escondimos tras unas matas de retama.

Vi a las mujeres medio desnudas, llevando solo su ropa interior, escuché sus risas, lo desenvueltas que hablaban, los comentarios de nuestras cualidades, sin duda, habían quedado gratamente prendadas de nosotros, como era natural. No se andaban con melindres, su lengua era llana, como corresponde a los villanos, sin amaneramientos, carente de vergüenza, en ocasiones mordaz. No cabía duda que conocían el trato con los hombres, algo natural en la viuda, pero sorprendente en la doncella.

Lo que vi y oí, termino por levantar mi hombría, estaba ante dos hembras que prometían en el cuerpo a cuerpo. Me parecía que ellas mismas se excitaban con

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sus palabras, gozaban de sus fantasías y las compartían para darles mayor realismo.

De repente, entablaron una batalla de aguadillas, sin reparo se echaron agua una a otra, en poco tiempo estaban totalmente mojadas, sus melenas y sus ropas chorreaban. Este inocente juego me proporciono un espectáculo aun mayor, sus ropas, que eran holgadas, se pegaban a sus cuerpos, dejaban ver claramente sus senos, abundantes y firmes, destacando sus pezones, enhiestos por el frió del agua, sus calzas se pegaban contra sus caderas, mostrándonos sus redondas formas.

No estaban cohibidas, no sentían ningún reparo por su estado, al contrario, era algo espontáneo, incluso intercambiaban piropos y buscaban mostrar sus encantos una a la otra. Como comprenderán, no hay hombre que se pueda resistir a semejante espectáculo.

En estas estábamos cuando Don Rodrigo perdió el equilibrio y se cayó haciendo ruido, las mujeres se silenciaron, se giraron y se quedaron escuchando durante unos instantes. Pensé que nos habían descubierto, pero escuché a la madre decir

- Habrá sido un marrano”.

Don Rodrigo, ¿está de acuerdo con lo dicho por su compañero?

Lo que vi y escuche coincide con lo dicho por Don Sancho. Respecto a las sensaciones, más o menos eran parecidas, quizás, un poco más comedidas, con

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la edad he ido perdiendo la fogosidad de la juventud. Siendo amplia mi experiencia, he de decir que el comportamiento en privado de las mujeres, era bastante más atrevido que el que puede verse entre meretrices en el prostíbulo, era claramente una provocación.

Mi torpeza me hizo resbalar y caer, lo que causó un ruido bastante fuerte, creí que nos habían descubierto, pero no fue así, nos confundieron con un marrano corriendo en la espesura.

Pensé para mis adentros: a la oportunidad la pintan calva, es una ocasión inigualable para solazarnos, las mujeres parecen haberse excitado entre ellas, sus defensas están descuidadas y seguro que no despreciarán la oportunidad de la compañía de dos importantes y apuestos caballeros. Propuse a Don Diego que nos desprendiéramos del jubón y la saya y nos presentáramos ente ellas.

Don Sancho acepto de buena gana, nos desprendimos de la ropa que sobraba, incluso mi compañero renunció a la camisa, y sigilosamente nos acercamos al caz donde trabajaban, les cogimos las ropas sin levantar sospecha, las escondimos en un rosal silvestre, fuera de toda vista, y nos plantarnos delante de ellas.

La presentación la hice yo:

- ¡¡Oh!!, ¡bellas ninfas!, ¡regalo de los dioses!, ¡servidoras de Venus!, enos aquí, ansiosos caballeros, dispuestos a saciar vuestra fogosidad.

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Reaccionaron con vergüenza y pudor, se taparon lo que se podían cubrir con manos y brazos e hicieron un amago de ir a recuperar los desaparecidos vestidos, aunque pronto se dieron cuenta que no se encontraban donde los dejaron. La mayor me dijo:

- ¿Qué pretenden Vuesas Mercedes?, ¿tienen alguna queja por el asilo que le dimos?, ¿no están conformes con el servicio dado?

Visto que el tratar como damas a vulgares campesinas no causaba ningún efecto, decidí dirigirme a ellas como les correspondía por su baja estofa

- Del albergue y la cena no tenemos queja, pero ahora requerimos de otros servicios que por lo oído y visto no os faltarán habilidades.

La madre, ocultando detrás de ella a si hija, me contesto.

- Yo, en vos confié por estar entregado por votos a Nuestro Señor Jesucristo, no creía posible que con tanta facilidad violara su voluntad y requiriera a dos pobres mujeres de esta forma.

Me indigné por el desprecio que me hacían dos plebeyas, yo que les hacía el honor de poder recibir en su cuerpo a un Caballero de la Orden de Santiago. Dije:

- No se ande con semejantes remilgos, no eres tu la que puede hablar sobre la voluntad del Altísimo, para ello tiene teólogos la Iglesia, piense solo en las cosas de la tierra y de la carne.

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La madre viendo que iba en serio y no pensaba dejar pasar la ocasión, suplico:

- Por favor, dejen que mi hija se valla, ella es inocente y virgen, yo tengo fuerzas suficientes para los dos, yo me encargaré de saciaros.

En estas estábamos cuando Don Sancho, sin poderse contener, salto al frente, y abalanzándose exclamando.

− ¡Zorras inmundas!...

Don Sancho, ¿qué ocurrió después de abalanzarse sobre las mujeres?

No comprendía como Don Rodrigo era tan condescendiente, no sé daba cuenta de que eran más putas que las gallinas, su osadía llegaba al extremo de tomar el pelo a dos Caballeros de Santiago, seguro que se resistían por conseguir mejor paga, incluso se atrevían a decir que faltábamos a nuestros votos. Era palpable el intento de tentarnos con su escaso y mojado vestuario y con su desenfrenada lengua. No hay duda que dentro de la piel de la mujer habita el mismísimo Belcebú en forma de serpiente. Necesitaban un buen escarmiento, a ver si la cruz de nuestra orden lograba expulsar al Demonio de sus entrañas.

No soportaba ya tanta espera, decidí no dilatarlo más, dirigiéndome a ellas dije:

− ¡Zorras inmundas!, ahora veréis lo que es bueno.

En ese momento, vista mi reacción, la madre grito:

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− ¡Corre!, ¡corre Sara!

Mientras decía eso, la madre, con los brazos abiertos, intento cerrar el camino por donde huía la hija. No podía consentir que una simple campesina impidiera mi esparcimiento, con la mano izquierda le doy un revés, ella sale lanzada, medio aturdida, hasta caer en la poza, me deja el paso franco.

Salgo en persecución de Sara. Es rápida, corre como una liebre, me hace sentir la pasión de la caza, me veo con mi arco montado tras una corza, no pienso rendirme, tengo que cobrad la pieza.

Tropieza en una rama, le cojo del brazo, con gran agilidad da un salto, se escapa como una anguila, me quedo enganchado a su manga, ella tira con todas sus fuerzas, la tela de la camisa se rasga y me quedo con parte de ella en mi mano.

Salto tras ella, ahora muestra su torso medio desnudo, la persecución me excita más, es una digna rival en la carrera, logro acercarme, me lanzo, le trabo las piernas, cae, se golpea con una piedra, se queda medio inconsciente, sin dejar de sujetar sus tobillos, la giro y me siento sobre su vientre para evitar que huya.

En su frente, se ha abierto una brecha, de ella mana sangre. La pieza está cazada, ya solo tengo que cobrarla.

Se agita con fuerza, grita como un cochino en la mesa de la matanza, temo que algún vecino la oiga, le arreo una serie de bofetones, le ordeno que se calle y lo consigo. Queda algo aturdida, pero no cesa de intentar zafarse de mi peso.

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Noto el cuerpo cálido de la muchacha, se contornea bajo mi entrepierna, sube mi excitación, la erección incrementa la sensación, le doy un tirón, le arranco los restos de camisa, sus pechos lucen ante mi, mis manos los estrujan con fuerza, ella lanza un quejido, lucha por librarse de la presa, los aprieto con más fuerza, grita llena de dolor, es una jodida, no se le excitan los pezones, siento rabia, le abofeteo, lanzo el puño contra sus pechos, insisto hasta que cesan los gritos.

Aprovecho su aturdimiento, me levanto, le arranco las calzas, ya la tengo dispuesta, me bajo los calzones, me echo encima, le sujeto los brazos, la inmovilizo, nota mi miembro, se mueve con más fuerza, se resiste, la muy puta me evita, lucha, el fragor de la batalla me excita, me hace más grata la experiencia, lucha, es diferente a los encuentros con pelanduscas.

Doy un fuerte empujón, la penetro, era doncella, aquella puta campesina era doncella, eso le da más mérito, más grande será la medalla, mas meritoria la pieza cazada.

Grita, se bate con una gran valentía, en ningún momento deja de intentar zafarse, empujo, golpeo el rostro, al fin, se queda quieta, deja de oponer resistencia, me siento eufórico, he domado la yegua.

Termino triunfante, derramo mis dones dentro de sus entrañas, ya sabe aquella moza lo que es un hombre, es una afortunada, ha sido dominada por un hidalgo, por un Caballero de la Orden de Santiago.

Me levante, vi su cuerpo desnudo, tirado como un guiñapo encima de la hojarasca, me di cuenta que

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estaba inconsciente, mis golpes habían sido demasiado fuertes. Lo lamenté, no habría pasado si la muy zorra no hubiera estado moviéndose y gritando.

Me subí los calzones, me arreglé las calzas y desande el camino recorrido.

Sara, ¿cuál es vuestra versión de estos hechos?

Estábamos mi madre y yo lavando la ropa, jugando y charlando, como era habitual, de repente se presentaron los caballeros en ropas menores. Nos dimos cuenta que no estábamos presentables, quisimos recuperar nuestra ropa, pero había desaparecido.

En principio, Don Rodrigo se presento con lisonjas similares a las empleadas el día anterior, pero no nos fiamos de sus intenciones. Mi madre le recordó su condición de religioso, lo que le causó más irritación. Ella quiso intervenir a mi favor ofreciéndose para calmar su ansiedad.

Súbitamente Don Sancho exclamo:

− Zorras inmundas, ahora veréis lo que es bueno.

Yo me asuste mucho, pegue un pequeño chillido y oí que mi madre me gritaba.

− ¡Corre!, ¡corre Sara!

Apenas puedo pensar, veo venir hacia nosotras a Don Sancho, salgo corriendo, creo que mi madre me seguirá, ella se queda intentando detenerlo. Pero, por lo visto, él se ha fijado en mi, no está dispuesto a que

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huya, escucho como decía un fuerte - ¡¡Aparta!! -, un golpe y un cuerpo caer sobre el agua.

Lo escucho muy cerca de mi, jadea ansioso, me duelen los pies, voy descalza, las piedras se me clavan, se que si me detengo, aunque sea un instante, me alcanza, con su fuerza, estaré perdida, mi única oportunidad es correr y esperar que él se aburra.

Tropiezo con una rama, caigo, no me hago nada, me empiezo a levantar, llega por detrás, logra alcanzarme, sujeta mi brazo, doy un rápido giro, pego un fuerte tirón, me libro de su presa, sujeta la tela de la camisa, cede ante mi fuerza, se rasga, queda libre.

Sigo corriendo, me doy cuenta que con la manga se ha ido parte del cuerpo de la camisa, llevo un pecho al aire, me persigue, profiere palabras amenazadoras, está fuera de si, parece una fiera rabiosa, no puedo más, mis fuerzas flaquean, me falta aire.

Se hecha sobre mis piernas, me sujeta por los tobillos, mi cuerpo cae como un saco, doy con la cabeza en el suelo, siento un fuerte dolor en la frente, me mareo, todo parece ocurrir lentamente, noto correr la sangre por mi frente, me gira con fuerza, me deja boca arriba, se sienta sobre mi, no puedo moverme, tengo que hacerlo, lo araño, grito pidiendo socorro, nadie me escucha, me golpea una y otra vez, me ordena callar, cada vez estoy más aturdida, pierdo el sentido durante unos instantes.

Noto un fuerte tirón, me despierto, veo los restos de mi camisa pasar por delante, estoy aterrorizada, me doy cuenta que mis pechos están totalmente desnudos, aquella bestia los mira con ojos lascivos, me los

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estruja, grito desesperada, intento librarme de aquella tortura, aprieta más, me golpea en la cara, con sus puños da en mis pechos, el dolor es inaguantable, no puedo más, cedo.

Medio inconsciente, con las fuerza agotadas, veo como se levantaba, tira con fuerzas de las calzas, las raja de arriba abajo, me siento desnuda ante él, no tengo fuerzas para continuar la huida, se baja los calzones, se echa sobre mi, su peso no me deja respirar, saco fuerzas, me agito, busco zafarme, lloro, suplico.

Su cara está desencajada, sus ojos saltones, su boca abierta, esa una mezcla de ira y lascivia, parece totalmente fuera de control, como si fuera una bestia desbocada, no parece un ser humano, es el mismísimo demonio.

De repente, noto un fuerte empujón, un agudo dolor en mis entrañas, me doy cuenta que me ha penetrado, instintivamente me muevo, chillo, él, como si fuera una muñeca de trapo, me golpea una y otra vez, ya no sé por donde no me duele, veo las cosas confusas, todo se vuelve oscuro, noto su cuerpo moviéndose encima del mío, su miembro parece quiere abrirme en canal, mi vida se va, ya no siento dolor, llamo a mi madre, me siento volar y después, nada.

Don Rodrigo, ¿qué hizo usted cuando su compañero salió en persecución de Sara?

Cuando vi que Don Sancho empujaba a la madre y salio tras la hija, me imaginé cuales eran sus intenciones, él había sido más rápido, le había

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permitido elegir el bocado más tierno y más sustancioso, a mi me quedaba conformarme con el premio de consolación, a mi me tocaba bregar con la viuda, aunque a pesar de los años prometía un buen encuentro.

El empujón de Don Sancho mando a la madre a una poza, mientras reacciona e intenta salir del agua, me da tiempo a desprenderme de los escarpines y las calzas. Ella, recuperada, sale del agua, su ya escasa ropa, tan mojada, marca perfectamente sus curvas, me quedo maravillado, a su edad muestra un busto firme, un vientre plano, esta visión incentiva más mi apetito sexual, no va a estar tan mal este ganado sobrero.

A mis espaldas, en la lejanía, se oye gritar a la moza, sin duda Don Sancho le ha dado caza, ante las peticiones de la hija, la madre intenta salir en su ayuda, pero yo, con habilidad felina, me interpongo una y otra vez, le hago rabiar, me encanta la cara de fiera que pone, es una auténtica gata protegiendo a su cría.

Visto que no puede burlar mi vigilancia, se acerca a los árboles, recoge un largo leño, arremete contra mi como si fuera una lanza, pero desconoce que en frente tiene un maestro de la lucha, curtido un innumerables asaltos, nada más tengo que desviar con el brazo el tronco y, haciendo un requiebro, dejo que con su mismo impulso caiga de nuevo en el río. No puedo evitar reírme y decirle con sorna:

− Espere bella dama, que a mi me gusta el agua, no se mueva que ya voy.

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Mientras, me libro de mi camisa, intenta salir del agua, salto sobre ella, la arrastro al fondo con mi peso, la abrazo fuertemente, se mueve violentamente, intenta zafarse, busca la superficie, la retengo, empieza a soltar el aire que lleva dentro, la suelto.

Como buen cazador sé que el placer esta casi tanto en acoso a la pieza, como en el momento de cobrarla. Por tanto le permito salir, que se acerque a la orilla, para, de un tirón, la retorno al agua. En estos juegos voy aprovechando para arrancarle trozo a trozo sus calzas y su camisa.

Al verla nadar desnuda, me enciendo mucho más, me quito los calzones, dejo a mi miembro en libertad. La persigo, la abrazó, la hundo, su cuerpo se sacude junto al mío, lucha por salir y respirar, la retengo hasta que abre la boca en busca de aire, la suelto, le dejo un instante, se recupera y a comenzar de nuevo.

En una de estas ocasiones, la pillo bien contra el fondo, en una zona no muy profunda, con fuerza arremeto contra ella, mi miembro la penetra hasta el fondo, me siento poderoso, mientras la jodo, mantengo su cabeza bajo el agua, suelta el aire, se mueve desesperadamente, patea, quiere sacar la cabeza, sus ojos se salen, abre la boca y busca aire a bocanadas, como si de un pez se tratara, los labios se le ponen azules, le dan una serie de espasmos que me llevan a derramar mi esperma.

Mientras, ha regresado Don Sancho, que contempla como termino con la furcia de campesina que ha osado rechazarme. Cuando me sacie, con su ayuda, sacamos el cuerpo, ya sin vida. Recogí mi ropa,

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escurrí con toda mi fuerza los calzones y me vestí de nuevo.

Marta, ¿cuál es tu versión de los hechos?

Como bien ha contado mi hija, estábamos contentas y disfrutando como cualquier día, cuando de repente se presentaron los caballeros medio desnudos, a mi no me dio buena espina, intenté ir en busca de nuestra ropa, pero había desaparecido, nos encontrábamos en ropa interior y mojadas, debíamos mostrar gran parte de nuestro cuerpo, puse a mi hija detrás de mí con la intención de ocultarla, de protegerla.

Don Rodrigo soltó una de sus peroratas, pero por su tono y su cara mostraba que sus intenciones y requerimientos estaban bastante alejados de la decencia. Intenté recordarle que habíamos cumplido en darle albergue, le dije:

- ¿Qué pretenden Vuesas Mercedes?, ¿tienen alguna queja por el asilo que le dimos?, ¿no están conformes con el servicio dado?

El me contesto:

- Del albergue y la cena no tenemos queja alguna, pero ahora requerimos de otros servicios que por lo oído y visto no os faltarán habilidades.

Estaba claro que había escuchado nuestra conversación, no habíamos medido nuestras palabras, nos creíamos solas, se había hecho una idea falsa de nuestra honradez, pretendía que yaciéramos con ellos, como si fuéramos rameras. Intente hacerle ver que lo

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que pretendía no cabía en la moral de una persona religiosa, y le dije:

- Yo, en vos confié por estar entregado por votos a Nuestro Señor Jesucristo, no creía posible que con tanta facilidad violara su voluntad y requiriera a dos pobres mujeres de esta forma.

A lo que me contestó, mostrando claramente que le había molestado que le recordara que estaba faltando a sus votos:

- No se ande con semejantes remilgos, no sois vosotras las que podéis hablar sobre la Voluntad del Altísimo, para ello tiene teólogos la Iglesia, piense solo en las cosas de la tierra y de la carne.

Vi que la cosa estaba perdida, no se iban a ir sin antes satisfacer su lascivia, tenía que librar a Sara, ella era demasiado joven para soportar aquello, a lo mejor, si me ofrecía a actuar de buenas, ellos se conformarían. Por eso le dije:

- Por favor, dejen que mi hija se valla, ella es inocente y virgen, yo tengo fuerzas suficientes para los dos, yo me encargaré de saciaros.

En estás estábamos cuando Don Sancho se nos echo encima diciendo:

− ¡Zorras inmundas!, ahora veréis lo que es bueno.

Yo lo vi claro, había dado comienzo la violación, solo pensé en librar a mi hija, por eso grité:

− ¡Corre!, ¡corre Sara!

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Cuando ella comenzó a correr, me lancé a los brazos de Don Sancho, tenía la esperanza que mi cuerpo le fuera suficiente, pero sus ideas estaban muy fijas, con su brazo izquierdo me dio un empujón, me lanzó a la poza, al mismo tiempo que gritaba:

− ¡¡Aparta!!

Cuando me recupero del manotazo y puedo salir del agua, D. Rodrigo, dispuesto a unirse a la labor de su compañero, se ha desprendido de los zapatos y las calzas. Me mira con unos ojos llenos de deseo, eso hace que me de cuenta que la ropa se me ha pegado y deja ver mis formas.

Escucho gritar en el bosque a Sara, me necesita. Intento salir corriendo en su ayuda, pero él es más ágil que yo a pesar de su edad, se nota que esta entrenado para la guerra, tengo que librarme de él como sea, cojo una larga rama terminada en punta, arremeto contra él como si fuera una lanza, cuando ya lo tengo casi ensartado, me desvía el palo con su brazo, se aparta ligeramente y yo, sin poder parar, voy de nuevo a la poza, el suelta una sonora carcajada y me dice:

− Espere bella dama, que a mi me gusta el agua, no se mueva que ya voy.

Se libra de su camisa, se lanza al agua junto a mi, abrazándome, arrastrándome hasta el fondo, pronto me falta aire, me debato con brazos y piernas, su abrazo es demasiado fuerte, no logro subir a la superficie, mis pulmones no pueden aguantar mas, me ahogo, él no me suelta, pienso que ha llegado mi hora, cuando ya no puedo más, el me suelta.

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Empieza un cruel juego en el agua, muy parecido al que nos gusta jugar a Sara y a mi allí mismo, pero mucho más violento, sin cariño, sin intimidad. Sus arremetidas están llenas de dureza, sus abrazos parecen de oso, disfruta metiéndome bajo el agua, apura mi resistencia, sus envites son fuertes y trozo a trozo va quitándome la ropa.

Momento a momento crece en él la violencia, parece disfrutar, tanto o más, por el daño que me hace, que por mi cuerpo. En este aquelarre de violencia termina por desnudarme, se me queda mirando fijamente, se desprende de sus calzones, los lanza a la orilla. A partir de ese instante no hay cuartel, me hunde, me abraza, se restriega contra mí, apura cada vez más mi capacidad de resistir.

En un momento dado me tomó contra el fondo en un lugar con poca profundidad, sujetándome bien, me acomete, clava su miembro hasta el fondo, yo ya solo quiero que se satisfaga, que termine, que acabe aquella tortura, él, entusiasmado, repite las embestidas, pero no me deja sacar la cabeza, parece que se ha olvidado que necesito respirar, me debato intentando salir, mis movimientos le excitan aun más, su locura se incrementa, ya no soporto más, pierdo todo el aire que tenia, mi boca se abre en una agónica búsqueda de aire, pero solo encuentro agua, cada vez veo todo más borroso, todo se vuelve negro, la vida se me va, intuyo que ha llegado la hora de mi muerte. Mi último pensamiento es para mi hija, qué le habrá pasado, tengo la esperanza de que ella no estuviera muerta, es tan joven, tiene tanta vida por delante, noto unos espasmos terribles, mi cuerpo se parte y... nada.

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Don Sancho, ¿que hicieron después de la violación?

Como ya he contado, me reuní en el río con Don Rodrigo, esperé que terminara y se vistiera y nos dirigimos tranquilamente a la casa, él me contó su batalla acuática y como los movimientos desesperados de la mujer que se estaba ahogando le daban una gran satisfacción, yo le conté la caza ocurrida en el bosque. Disfrutamos de nuestra hazaña y ardíamos en deseos de retornar a Yeste para poder contarlas en la taberna.

Al llegar a la casa, Don Rodrigo se encamino a la vivienda, se tenía que cambiar, llevaba los calzones mojados. Quedamos que el traería nuestros enseres y yo prepararía los caballos.

Comencé a ensillarlos para emprender de nuevo nuestro camino, escuché un ruido en el exterior y supuse que era mi compañero, por eso, sin descuidar mi labor dije:

− Don Rodrigo, ¿ya ha terminado?, que rápido que es usted.

Extrañado que no conteste, decido salir a ver lo que ha producido aquel ruido, cuando me giro, veo la figura a contraluz de una mujer desnuda, con las piernas abiertas y con un hacha grande en la mano. Mi primera impresión es que se trata de Sara, pero la he dejado muerta en el bosque y su madre yace junto al río.

Me entra un miedo terrible, por un instante siento vergüenza, será aquello un castigo de Dios, se habrá reencarnado el espíritu de la doncella. No creo que

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sea posible, no puedo merecer aquello, ha sido ella la que me ha tentado. Pronto comprendo que no he verificado su muerte, la figura es la de Sara, ha recuperado el conocimiento, es necesario defenderse.

Sin ningún arma es difícil enfrentarse al hacha, salgo corriendo en busca de la espada que tengo encima del caballo, todo parece suceder lentamente, veo mi sombra, como entra la suya por delante de la mía, como se levanta la herramienta, como baja sobre mí, me veo perdido, no me da tiempo a llegar, solo puedo amagar, grito con desesperación:

− ¡¡A mi!!, ¡Don Rodrigo!!

Siento como el filo alcanza mi hombro, un dolor intenso, como se abre mi carne, quedo en el suelo, sangrando, frente a mí, como si de una amazona se tratara, se encuentra Sara, con los ojos inyectados en sangre, el odio, el deseo de venganza se reflejan en sus ojos, alza el hacha sobre su cabeza, yo suplico a gritos:

− Por favor, no me mates, perdóname, no sabía que eras virgen, ten compasión de mi, te prometo compensarte, si quieres puedo casarme aunque seas una villana.

No responde a mi súplica, si no con más ira. Exclama:

− ¡¡Cerdo!!

Veo como cae el hacha sobre mí, intento ladear la cabeza, pero me alcanza en pleno cuello, de mí salta un gran chorro de sangre, salpica todo su cuerpo, comprendo que voy a morir, veo su rostro con una

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sonrisa de satisfacción, noto como mi cabeza estalla, pierdo la visión y la consciencia, luego nada.

Sara, ¿puedes contarnos tu versión de los hechos?

Como comenté anteriormente, perdí el conocimiento. Al despertar estoy totalmente desnuda, envuelta en barro y hojas, a mi alrededor están los restos de la batalla, mi ropa, totalmente destrozada.

De repente me acordé de mi madre, corrí hasta el río, la vi tumbada, como un guiñapo, la sacudí, la volteé, la golpeé, pero nada no reaccionaba, estaba muerta, la había matado Don Rodrigo, me prometí morir vengándome y me dirigí a la casa.

Al pasar por el leñero, veo el hacha, la he empleado muchas veces, me parece un arma muy apropiada, la cojo. Entonces escuché la Voz de Don Sancho llamando a Don Rodrigo, empezaré por él. Me dirijo con decisión a la puerta del corral, allí, frente a mí, se encuentra mi violador. Me paro un momento en la puerta, el pone cara de terror, como si acabara de ver un fantasma, cuando comienzo a subir en hacha, el sale huyendo hacía adentro, yo corro tras el, le lanzo el hacha con toda mi fuerza, el la esquiva, le golpeo en el hombro, rompe el hueso, penetra en su carne, cae al suelo, me acerco a él.

Levanto de nuevo el hacha con la intención de acabar la faena, él me suplica, el muy cínico, hasta se ofreció en matrimonio, como si eso fuera un gran pago, le grito:

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− ¡¡Cerdo!!

Dejo caer el hacha sobre su cabeza, el la aparta, pero le doy en el cuello, un chorro de sangre surge del corte, su sangre me baña.

No pude evitar sentirme satisfecha de verlo caer delante de mí, sentí que había hecho la justicia que no podía esperar por ningún lado, me quedé quieta, mirándolo, sin darme cuenta de lo que pasaba a mí alrededor.

Don Rodrigo, ¿qué hizo usted desde que dejo a Don Sancho?

Me dirigí a la vivienda, allí tenía unos calzones secos para sustituir a los mojados. Empecé recogiendo los bártulos de los dos, me cambié los calzones, me puse las calzas, cuando iba a ponerme la camisa, escuche un grito de Don Sancho, me llamaba con urgencia, me metí la camisa y la saya a toda velocidad, cogí mi espada y salí corriendo hacia el corral.

Nada más entrar me encontré el espectáculo, allí, frente a mi, completamente desnuda, cubierta de sangre y con un hacha en la mano, se encontraba la hija, resucitada de entre los muertos, a sus píes se encontraba mi compañero en medio de un charco de sangre.

Comprendí lo sucedido, Don Sancho no la había golpeado con suficiente fuerza, ella había recurado la consciencia, se había hecho con un hacha, había golpeado a mi compañero y lo había matado, contándole el cuello como a un cerdo.

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Cogí mi espada y avancé hacia ella diciéndole...

− !Inmunda mujerzuela¡, ¿qué habéis hecho con Don Sancho?, habéis matado a un hidalgo, a un Caballero de la Orden de Santiago, habéis asesinado a un miembro de Santa Iglesia Católica, a vuestro crimen de quitar la vida, hay que sumar el haber ofendido al mismísimo Dios, habéis atentando contra uno de sus representantes en la tierra. Sois merecedora de arder en la hoguera, agradecerme que sea clemente y os maté con mi espada.

Terminada la proclama de la sentencia me dirijo con decisión en su búsqueda.

Apenas he avanzado un paso, cuando siento un golpe en mi espalda, un agudo dolor en todo mi torso, lanzo un grito, miro hacia abajo, veo que dos estacas me salen del pecho, por los orificios mana mi sangre como si de una fuente se tratara.

Entiendo cual es mi situación, he sido empalado por la espalda, mis pulmones han sido ensartados, me se muerto, me giro para ver que ha sucedido, ante mi encuentro la figura de la madre, también completamente desnuda, soltando unas sonoras carcajadas.

Veo que finalmente han vencido ellas, se han tomado su venganza, han vuelto del mundo de los muertos para arrastrarnos a nosotros también.

El dolor es insoportable, los pulmones han colapsado, no puedo respirar, siento un gran mareo, pierdo el equilibrio, caigo al suelo, en ese instante siento que

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algo remueve mis entrañas me produce un gran dolor, todo se hace obscuro y unos instantes después dejo de sentir y de pensar.

Marta, ¿podía aclararnos lo sucedido con Don Rodrigo?

Yo había perdido el sentido al ser ahogada por Don Rodrigo, desde una especie de sueño oía a mi hija, sentía que alguien me sacudía. Esa idea me dio fuerzas para luchar por la vida, tosí, vomité y, poco a poco, recuperé el resuello.

Cuando logré centrarme y darme cuenta de lo sucedido, me acordé de Sara, me levanté, me di cuenta que estaba desnuda, en el agua flotaban los trozos de ropa que Don Rodrigo me había arrancado en su orgía de violencia. Sin importarme nada, me dirigí a la parte del bosque donde la había escuchado gritar.

Al llegar vi los restos de la lucha, pero no estaba su cuerpo, tenía que haber sobrevivido. Supuse se dirigía hacia el pueblo en busca de protección, yo previamente tenía una tarea que hacer. Bajé de nuevo al río en dirección a casa, escuché un grito de hombre y como mi hija gritaba: ¡¡Cerdo!!

Me doy cuenta que ella no se ha dirigido al pueblo, ha tenido la misma idea, está en peligro, echo a correr.

Cuando estoy llegando veo a Don Rodrigo que se dirige, con la espada en la mano, en dirección al corral, no me entretengo, está claro cual es su intención.

Cuando estoy llegando escucho las terribles amenazas que profiere de Don Rodrigo. No me lo pienso, tomo la

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horca que está apoyada junto a la puerta, la empleo como si de una lanza se tratara, me lanzo en busca de la espalda del caballero, cuando ya acomete a Sara.

Dos de sus tres puntas se clavan en su espalda, lanza un grito, se queda quieto, mira hacia abajo, se gira a ver lo que le ataca. Yo, segura ya de mi lanzazo, suelto el mango y, sin poder contenerme, suelto una carcajada de satisfacción, hemos vencido.

El me mira con un rostro de desesperación, se tambalea, se cae de lado, el mango retuerce la horca, remueve las vísceras con las puntas, suelta un terrible grito y cae en medio de horribles espasmos.

Me acerqué a Sara, le quité el hacha de la mano, la aparté a un lado, me eché en sus brazos y nos pusimos a llorar.

Marta, mejor que sigas tú, ¿qué hicisteis a continuación?

No sé cuando tiempo estaríamos llorando abrazadas, pero bastante. Cuando reaccionamos, pensé que había que hacer algo, fuimos a casa, nos lavamos, nos vestimos y nos sentamos un rato a decidir lo que hacíamos.

Finalmente, manchamos las sillas con su sangre, pusimos su albarda sobre los caballos y los espantamos con la idea de que regresaran a su corral en Yeste. Los cuerpos y sus ropas las enterramos en el píe de un pino que hay en las proximidades de la era y convenimos en guardar para siempre silencio.

Los caballos regresaron a Yeste, las autoridades pensaron que habían sido muertos por algún bandido mozárabe,

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fueron declarados héroes y mártires de la Santa Cruzada y si no subieron a los altares es porque carecían de allegados que los promovieran.

Nueve meses después, el mismo día, en aquella misma casa, nacieron dos niñas, una de la madre y otra de la hija, Tía y sobrina vivieron siempre en aquel mismo sitio, en la tierra de sus madres, jamás se enteraron de la forma que fueron concebidas, ni quienes habían sido sus padres, se casaron y tuvieron hijos. Una y otra se asemejaban tanto que parecían mellizas, tal era su similitud que todo en el mundo las conocía como las hermanas, aunque fueran tía y sobrina. Sara, despreciada por sus vecinos, nunca se casó, vivió siempre con su madre.

Un momento, soy Don Sancho, en nuestro descargo, he de decir que lo nuestro no fue violación. Una violación es cuando se toma a mujeres recatadas y pías, que saben cubrir sus vergüenzas y no ser una tentación del diablo. Pero, en casos como este, donde las mujeres consienten que se pueda ver sus cuerpos y que hablan con desenfado de sexo, son como las prostitutas, mujeres que tientan a los hombres con sus encantos y que nosotros no podemos resistirnos. Esto no es una auténtica violación, la culpa la tienen ellas por tentar a dos honrados caballeros, eso lo demuestra el que quedaran embarazadas*.

¡Espere!, !espere¡, soy Sara, quiero decirles una cosa: de esta historia han de aprender vuesas mercedes, que desde el principio de los tiempos, el débil, el

* Por lo visto, ya en aquellos años, existían hombres como el Senador Todd Akin.

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humilde, el pobre, la mujer... a soportado la violencia, el desprecio, el abuso... del rico, del poderoso... y estos siempre han tenido razones para justificar su injusticia. Gracias, ya puedo descansar.

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