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107 FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO LAS HORAS CLARAS DE POMPEYA Josep Quetglas Más que Roma, es Pompeya, donde Jeanneret pasa seis días, desde el 8 al 13 de octubre de 1911, lo que cierra con un episodio intensísimo su Viaje de Oriente. Estambul y Pompeya habrán sido los dos grandes focos del viaje, a los que Atenas y Roma apenas servirán, pese a todo, como contraste y pausa de recuperación. El Viaje de Oriente había sido un viaje tanto en el espacio como en el tiempo. Si Estambul es el oriente espacial, Pompeya es el oriente temporal, en cuanto que ir hacia oriente significa moverse en sentido contrario al tiempo, hacia el origen del sol y de los días, hacia el pasado. El pasado de Atenas, como el de Roma, es completo: no hay ahí más que monumentos. Pero en Pompeya Le Corbusier en- cuentra algo que le resultará inesperadamente contemporáneo, algo que forma parte de cualquier presente: una invención y definición primaria del habitar, en tanto que consciencia de relaciones, gustos y necesidades que han llegado a convertirse en costumbre, y, por ello, capaces de haber ido generando todo un instrumental disciplinar —tipológico, constructivo, espacial—. Un monumento tiene su tiempo en un solar mítico, más allá, que él mismo funda y descarta del presente, mientras que el habitar pompeyano comparte con el visitante su pro- pia cotidianidad, y es, por tanto, arquitectura, aquí. La imagen de Walter Benjamin valorando Pompeya como «el mayor laberinto, la mayor confusión (Irrgarten) del mundo», e iniciando la descripción de su destrucción con el mito del Minotauro y el Laberinto, capta bien el carácter inex- tricable, enmadejado, del extraño tiempo presente que se recorre por las calles de la ciudad desenterrada. Sin embargo, Giuliano Gresleri ha señalado una significativa diferencia entre el manuscrito de los carnets y la redacción final que Le Corbusier prepara en Desenterrando la casa I 3, 13 de Pompeya; surge una pareja de mesa y brocal, prisma y cilindro, bien propios de la plástica de Le Corbusier. Soprintendenza archeologica di Pompei, negativo, 1660.

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107FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

LAS HORAS CLARAS DE POMPEYAJosep Quetglas

Más que Roma, es Pompeya, donde Jeanneret pasa seis días, desde el 8 al 13

de octubre de 1911, lo que cierra con un episodio intensísimo su Viaje de

Oriente. Estambul y Pompeya habrán sido los dos grandes focos del viaje, a los

que Atenas y Roma apenas servirán, pese a todo, como contraste y pausa de

recuperación.

El Viaje de Oriente había sido un viaje tanto en el espacio como en el tiempo. Si

Estambul es el oriente espacial, Pompeya es el oriente temporal, en cuanto que

ir hacia oriente significa moverse en sentido contrario al tiempo, hacia el origen

del sol y de los días, hacia el pasado. El pasado de Atenas, como el de Roma, es

completo: no hay ahí más que monumentos. Pero en Pompeya Le Corbusier en-

cuentra algo que le resultará inesperadamente contemporáneo, algo que forma

parte de cualquier presente: una invención y definición primaria del habitar,

en tanto que consciencia de relaciones, gustos y necesidades que han llegado a

convertirse en costumbre, y, por ello, capaces de haber ido generando todo un

instrumental disciplinar —tipológico, constructivo, espacial—. Un monumento

tiene su tiempo en un solar mítico, más allá, que él mismo funda y descarta del

presente, mientras que el habitar pompeyano comparte con el visitante su pro-

pia cotidianidad, y es, por tanto, arquitectura, aquí.

La imagen de Walter Benjamin valorando Pompeya como «el mayor laberinto,

la mayor confusión (Irrgarten) del mundo», e iniciando la descripción de su

destrucción con el mito del Minotauro y el Laberinto, capta bien el carácter inex-

tricable, enmadejado, del extraño tiempo presente que se recorre por las calles

de la ciudad desenterrada.

Sin embargo, Giuliano Gresleri ha señalado una significativa diferencia entre

el manuscrito de los carnets y la redacción final que Le Corbusier prepara en

Desenterrando la casa I 3, 13 de Pompeya; surge una pareja de mesa y brocal, prisma y cilindro, bien propios de la plástica de Le Corbusier. Soprintendenza archeologica di Pompei, negativo, 1660.

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108 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

1965, y que sólo se publica tras su muerte. El balance del viaje, escrito en un

impulso durante su estancia en Pompeya, ocupa cuatro densas páginas manus-

critas. Inicia con «Estoy muy afectado por todas estas cosas de Italia», sigue

con el duelo que para Jeanneret representa la deprimente visión del mundo

contemporáneo, contrapuesto a la dignidad y verdad manifestada en Turquía,

y concluye así:

¡Qué unidad! ¡Qué inmutabilidad, qué sabiduría! ¡Ay!, ¿por qué se derrumba? Por

todas partes cae. Toda honradez cae. La Suciedad sube. ¿Dónde queda todavía Vida

casta, dónde la hay? Los horrores humillan por todas partes a las virtudes naturales.

El candor se avergüenza, se aparta; el Progreso se hace atilesco. […] Madame de Staël

no desearía morir junto al Nápoles de hoy. El Partenón ha muerto. Es un espectro, allá

arriba, que se derrumba al fin. […] Piero della Francesca o César Franck, ¿necesitan que

la masa los conozca? ¿Los necesita la masa? La muchedumbre se avergonzará siempre

de Cézanne y de Claudel. Nos quedan santuarios, para ir a llorar y dudar para siempre

jamás. Allí nada se sabe de hoy, estamos en el antes. Lo trágico alcanza una exaltante

alegría; quedamos sacudidos por entero porque el aislamiento es completo. Es sobre la

Acrópolis, sobre las gradas del Partenón, es en Pompeya a lo largo de las calles. Aquí

se ven realidades de otro tiempo, y el mar inmutable más allá. Ahí, realidades de otro

tiempo, y un cráter lleno de misterio terrible por encima. A 10 de octubre.

Le Corbusier, Le Voyage d’Orient, Carnet IV.

Así acaba el manuscrito del viaje, a los pies del terrible misterio que colma el crá-

ter del Vesubio. Pero en la versión editada de Le Voyage d’Orient, las cuatro pági-

nas finales se han reducido a poco más de una, constituyendo el último capítulo

del libro, brevísimo —«En Occident»—, ya en despedida. Todo el párrafo final

del manuscrito ha sido suprimido, sustituido por tres líneas que ahora cierran

el libro: «Es sobre la Acrópolis, sobre las gradas del Partenón. Se ven realidades

de otro tiempo y el mar más allá. Tengo veinte años y no puedo responder…».

El nombre y la presencia de Pompeya han desaparecido, se ha producido un

verdadero deslizamiento hasta lo oculto, que haría quizás necesaria la sabidu-

ría arqueológica de un doctor Freud para desenterrar, tanto los motivos de la

exclusión como los de la nueva frase que la recubre. Pero Freud había escrito,

precisamente, sobre Pompeya, casi en las mismas fechas en las que Jeanneret

la visita, en el ensayo que dedica a comentar un cuento publicado por Wilhelm

Jensen en 1903, Gradiva: Ein pompejanisches Phantasiestück.

En la narración, un joven profesor de arqueología, Norbert Hanold, que vive

encerrado en un mundo de piedra y academia, se obsesiona por un bajorrelieve

romano que representa una muchacha andando. Norbert imagina la perso-

nalidad de la retratada, y le da nombre, Gradiva, «la que avanza». Decidido a

encontrar su igual, busca sus andares en las muchachas con las que se cruza,

pero, desengañado de llegar a conocer entre sus contemporáneas aquella sín-

tesis de naturalidad y decisión, marcha de viaje a Pompeya. En sueños había

visto a la muchacha, precisamente el día de la erupción del volcán, presenciando

impotente cómo quedaba recubierta de ceniza y petrificada. Un día, paseando

por Pompeya, a la fantasmal hora del mediodía, cuando todo lo vivo se detie-

ne, Norbert ve cruzar ante sí a la misma Gradiva. Sin saber si es un fantasma,

se dirige a ella, primero en griego, luego en latín, sin obtener respuesta, hasta

que la muchacha le pide hablar en alemán, si quiere hacerse comprender por

ella, puesto que es alemana y su nombre es Zoe, «vida». Es hija de un científi-

co entomólogo y se hospeda en el Albergo del Sole. Surge de ahí una relación El compluvium descargando agua de lluvia sobre el impluvium.

L’art Grec et l’art Romain. Le style pompéïen, 1927.

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109LAS HORAS CLARAS DE POMPEYA

entre ambos, que va y viene entre los sueños y el delirio de Norbert por quien

supone muerta y viva al mismo tiempo. Es Zoe quien dirige la relación, tratando

paulatinamente, con frases de doble sentido, de que Norbert vaya recobrando la

memoria de su propia infancia, en la que ellos dos habían sido, efectivamente,

amigos. «Gradiva» no era sino una traducción inconsciente del apellido de Zoe,

Bertgang, «resplandeciente al andar». Era la infancia común de ambos lo que ya-

cía sepultada, y cabía desenterrarla, reanudándola físicamente con el presente,

para obtener la curación de Norbert, desvanecer el delirio, apartar al mármol y

al bronce, y seguir a la razón y a la vida.

Si a Freud le interesa la finura inventiva de Jensen en el delirio de Norbert y en

el papel de analista terapeuta de Zoe, a nosotros nos puede afectar más directa-

mente, no tanto la coincidencia anecdótica entre los ambientes donde trascurre

la acción del cuento y los de la estancia de Jeanneret, cuando la relación que

establecen ambas narraciones, de Jensen y de Freud, entre pasado y presente,

porque es análoga a la actitud mostrada por Le Corbusier respecto al pasado de

la arquitectura.

El pasado no es un material inerte con el que levantar una historia que se loca-

lice allí, en su tiempo, alejado del presente, para que el presente la contemple

y comprenda, preservada como en un museo. Entre presente y pasado no hay

solución de continuidad, sino múltiples tangencias, contactos, anudamientos. El

pasado no puede ofrecer modelos ni citas, porque no está alejado del presente.

Pompeya es, precisamente, el lugar que impide cualquier historicismo, que no

permite distancia alguna entre visitante y pasado:

No debéis pensar que se puede pasear por esa Pompeya muerta como por un museo de

la antigüedad. No, en el bochorno que ahí normalmente reina, en las anchas calles sin

sombra, donde el oído no percibe ningún sonido y la vista sólo entrevé colores empa-

lidecidos, pronto el visitante se siente transportado a un estado singular. Se estremece

con sólo oír unos pasos, o cuando otro paseante solitario aparece frente a él.

Walter Benjamin, Untergang von Herculanum und Pompeji. Frankfurt, 1982.

Hasta Pompeya, el viaje de Oriente sólo ha llevado a Jeanneret hasta una exótica

naturalidad danubiana y mediterránea, y hasta verificar cuanto ya le era cono-

cido por los libros: nada que no pudiera encontrar en Choisy o Viollet. Toda la

arquitectura que lo había recibido, fuera popular o culta, histórica o tradicional,

estaba definida por un organismo articulado, en tanto que sistema lógico-cons-

tructivo, y por una posición en el paisaje, en tanto que objeto percibido desde

el exterior. Se trataba siempre de edificios presentados por sus rotundas masas

plásticas, matizadas por la ulterior composición de huecos y relieves. Cuando

se daban elementos de claroscuro siempre podían traducirse a una alternancia

rítmica en superficie de luces y sombras (en el templo griego, por ejemplo), o

a una puesta en orden escalonada de masas y contrafuertes (en Santa Sofía,

por ejemplo). Los espacios interiores, cuando existen, tienden a ser unitarios,

centrados, o a articular breves sucesiones que gravitan en torno a espacios cen-

trados. La construcción, como sistema operativo y mental, como sistema lógico

autónomo, es la base de toda esta arquitectura. El espectador es innecesario en

la constitución de tal arquitectura, y su experiencia perceptiva le dirige más

hacia el modelo al cual el edificio se refiere que a su experiencia concreta con el

propio edificio.

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110 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

Pompeya limpia a Jeanneret de toda esta academia. «Les éléments architectu-

reaux de l’intérieur»1 es el título de una de las ocasiones en las que Le Corbusier

explica lo aprendido en Pompeya. Se trata del abandono del sistema de órdenes,

como repertorio estilístico y como normativa sintáctica, y su substitución por un

dispositivo de elementos geométricos, es decir desligados entre sí, y abstractos,

sin significado previo, con un sentido obtenido sólo a partir de su combinación

concreta, aplicado intuitivamente cada vez sobre el tablero de la casa pompeya-

na: un escenario que construye espacios, usos y significados.

Uno de los principios arquitectónicos que primero caen, en Pompeya y para Le

Corbusier, es la identificación entre construcción y arquitectura, o la concepción

de la arquitectura como expresión de la construcción.

Ellos (los arquitectos romano) sabían cómo utilizar cada tipo de madera con seguridad,

en su lugar adecuado, con confianza, y cómo protegerlo de las inclemencias del tiempo.

Pero estos materiales de construcción y el sistema estructural de soportes verticales y

cargas horizontales eran de poco interés desde el punto de vista arquitectónico, puesto

que no tenían necesariamente una expresión visible. Era en las superficies dinámicas

de masa y volumen donde el arquitecto concentraba su esfuerzo y a las que confiaba

el efecto. Así, si bien el perfil, las juntas o el acabado de las piedras podrían ser trabaja-

dos para dejarlas vistas, y mostrar así sus cualidades, también, en el caso de muros de

ladrillo o de mampostería, podían quedar ocultos tras el estuco, el revoco o la pintura.

Del mismo modo, las superficies visibles de madera podrían ser talladas, pintadas o

revestidas con piezas de terracota.

Frank E. Brown, Roman Architecture, Prentice Hall. Nueva York, 1961.

Una superficie puede, o no, manifestar su procedencia constructiva. En todo

caso, su uso en arquitectura es para algo distinto que la confesión de su puesta

en obra.

No hay duda de que Le Corbusier es también uno de esos arquitectos que, como

los romanos, se apoyan en las superficies dinámicas de superficies, masas o vo-

lúmenes, en la inesperada secuencia de sus sucesivos equilibrios, más que en la

expresión «sincera» y descarnada de los materiales, en la tautología del sistema

estructural o en la autonomía de su sistema lógico. Henry-Russell Hitchcock ya

había tenido dificultades para hacer encajar a Le Corbusier en los principios del

International Style, el segundo de los cuales, «Concerning regularity», propug-

naba precisamente, partiendo de los sobrearticulados modelos góticos y griegos,

al sistema estructural como origen de la composición, y al valor del material

como origen del ornamento.

En cambio, en la Italia romana, específicamente en Pompeya, Le Corbusier se

enfrentará a un material nuevo, un material anticonstructivo, el espacio, con

Páginas de la guía baedeker de Le Corbusier, tachando o señalando en lápiz cada edificio visitado en Pompeya.

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111LAS HORAS CLARAS DE POMPEYA

sus componentes más abstractos: el plano, el vano, el diafragma, el eje, la luz, en

un dispositivo que Frank E. Brown ha llamado «conformación del espacio por

medio de la polarización y el recintado».

Se trata de un procedimiento donde se da, como punto de partida, la limitación

del espacio interior, encerrado por planos, para proceder inmediatamente, por

medio de pinturas, aberturas, fugas visuales y diafragmas, a una expansión es-

pacial ilimitada, casi gaseosa, que contagia a las paredes y suelos, y los extiende,

pasando a través de las barreras; expansión a la que se contrapone la presencia

de algunos elementos polarizadores de mucha densidad plástica: muebles,

fuentes, esculturas, focos de luz, que pueblan el espacio con puntos de atracción

capaces de recoger y anclar cada lugar.

La espacialidad central, la percepción unitaria, la autonomía formal de la plas-

ticidad, el recorrido exterior eran lo propio de la arquitectura griega, a las que

podríamos añadir la «ambientalidad» interior bizantina, como descubrimiento

del espacio. Eso queda sustituido en Roma por una experiencia vital, episódica,

narrativa, heterogénea, irresuelta, ligada a la tensión entre trayecto del visitante

y axialidades de lo construido, en la que participan objetos, usos y trayecto, que

no recorre y reconoce un espacio establecido, sino que participa activamente,

cada vez, en la fundación y formación de ese espacio, en su «representación»,

algo que se integra muy íntimamente con el activismo de la personalidad roma-

na. La arquitectura romana es algo que ocurre al paso del visitante, reuniendo

mirada y memoria.

CASA DE LAS NUPCIAS, en Pompeya.

También aquí el pequeño vestíbulo que aparta a vuestro espíritu de la calle. Y ya esta-

mos en el cavaedium (atrium); cuatro columnas en medio (cuatro cilindros) se elevan de

un trazo hacia la sombra del techo, sensación de fuerza y testimonio de medios podero-

sos; pero, hacia el fondo, el resplandor del jardín visto a través del peristilo que desplie-

ga con un gesto amplio esta luz, la distribuye, la señala, extendiéndose lejos a izquierda

y derecha, haciendo un gran espacio. Entre los dos, el tablinum cerrando esta visión

como el ocular de un aparato. A derecha, a izquierda, dos espacios de sombra, pequeños.

Desde la calle de todo el mundo y hormigueante, llena de accidentes pintorescos, hemos

entrado en casa de un Romano. La grandeza magistral, el orden, la amplitud magnífica.

Estamos en casa de un Romano. ¿Para qué servían estas cámaras? Está fuera de cuestión.

Tras veinte siglos, sin alusiones históricas, sentimos la arquitectura, y todo esto es en

realidad una casa muy pequeña.

LOS ELEMENTOS ARQUITECTÓNICOS DEL INTERIOR

Se dispone de paredes rectas, de un suelo que se extiende, de huecos que son pasos de

hombre o de luz, puertas o ventanas. Los huecos iluminan u oscurecen, alegran o entriste-

cen. Las paredes están deslumbrantes de luz, o en penumbra, o en sombra, ponen alegre,

sereno o triste. Tenéis dispuesta vuestra sinfonía. La arquitectura tiene como meta poner

alegre o sereno. Sentid respeto por las paredes. El pompeyano no agujerea sus paredes;

tiene devoción por sus paredes, amor por la luz. La luz es intensa si está entre paredes

que la reflejan. Los Antiguos hacían paredes, paredes que se extienden y se enlazan para

ampliar aún más la pared. Así creaba volúmenes, base de la sensación arquitectónica,

sensación sensorial. La luz estalla en intención formal en uno de los extremos e ilumina

las paredes. La luz expande su impresión por los cilindros (no me gusta decir columnas,

es una palabra estropeada), los peristilos o los pilares. El suelo se extiende por todo donde

puede, uniforme, sin accidente. A veces, para añadir una impresión, el suelo se eleva un

peldaño. No hay otros elementos arquitectónicos del interior: la luz y las paredes que la

reflejan como un gran mantel y el suelo, que es una pared horizontal. Hacer paredes ilu-

minadas es constituir los elementos arquitectónicos del interior. Queda la proporción. […]

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112 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

Y aquí, en la Casa del Poeta Trágico las sutilezas de un arte consumado. Todo está en

eje, pero pasaríais difícilmente una línea recta. El eje está en las intenciones, y el fasto

dado por el eje se extiende a las cosas modestas que este afecta con un gesto hábil (los

corredores, el pasaje principal, etc.), por las ilusiones de óptica. El eje no es aquí una

sequedad teórica; liga volúmenes capitales, netamente escritos y diferenciados unos de

otros. Cuando visitáis la Casa del Poeta Trágico, constatáis que todo está en orden. Pero

la sensación es rica. Observáis entonces hábiles desvíos del eje, que dan intensidad a los

volúmenes: el motivo central del pavimento queda desplazado hacia atrás, en medio de

la pieza; el pozo de la entrada está a un lado del estanque. La fuente, al fondo, está en el

ángulo del jardín. Un objeto puesto en el centro de una pieza mata a menudo esta pieza,

pues os impide colocaros en el centro de la pieza y tener la vista axial.

Le Corbusier, Vers une architecture, Op. cit.

Esos elementos arquitectónicos serán los adquiridos para siempre por Le

Corbusier. Es difícil encontrar un proyecto suyo que no cuente con su uso genera-

lizado (excepto, naturalmente, sus trabajos de formación en La Chaux-de-Fonds):

desplazamiento de las aberturas hasta la línea de encuentro entre planos, para

evitar el encierro del espacio en una caja y permitir la extensión ilimitada de los

planos; huecos centrales marcados por las diferencias de iluminación, convirtien-

do el espacio en una gradual transformación por diafragmas; iluminación difusa

reflejada en muros; iluminación focal por contraluces cenitales; ejes visuales que

atraviesan espacios heterogéneos, discontinuos, y ejes de recorrido escalonada-

mente desplazados; jardín exterior como resultado último del interior… Y todo

ello «sin alusiones históricas», es decir: sin tomar un modelo ya constituido, sin

citas eruditas o estilísticas, sino produciéndolo desde su interior, originándolo.

Andrew Wallace-Haddrill ha localizado en la transparencia visual de la casa

vesubiana una de las principales características del programa doméstico roma-

no, donde el dueño no se presenta ante familia, amigos y clientes retirado en la

privacidad de su estancia, sino que está, de algún modo, abierto en el centro del

mundo, abriendo él mismo el mundo, incorporándolo plano a plano a su influen-

cia y a la posibilidad de su acción.

Es significativa la coincidencia de vocabulario entre Wallace-Haddrill y Le

Corbusier: lo que el primero llama «simetría óptica», diferente de la «simetría

geométrica», coincide directamente con los «hábiles desplazamientos de eje» y

las «ilusiones de óptica» advertidas por Le Corbusier:

Una muestra evidente de esta falta de privacidad es la transparencia visual de la casa ro-

mana. Desde la entrada de una típica casa vesubiana, se le ofrece al visitante una visión

que llega hasta el corazón de la vivienda. La importancia enfática de esta visión es revelada

a través del elaborado encuadre simétrico, por medio de pasos y columnas a los lados, y

objetos focales a lo largo del eje central —el estanque del impluvium, una mesa de mármol

y una estatua o un altar al final—. El que esta visión no sea simétrica geométrica, sino

tan sólo ópticamente —es decir, simétrica desde el punto de vista del observador en una

Atrio de la Casa del Poeta trágico, con las fauces y la calle, al fondo.

El impluvium de la Casa del Poeta trágico, en Carnets IV.

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113LAS HORAS CLARAS DE POMPEYA

posición precisa— muestra que la simetría no es tan sólo una herramienta del arquitecto,

sino algo diseñado para provocar un efecto determinado en el visitante. Esta visual suele

pasar directamente a través del punto central del tablinum y, dada su función de zona de

recepción matutina, uno debe reconstruir visualmente al propietario sentado en el punto

focal de la visual (o la de su mujer, que «va de un sitio para otro en el centro de la casa»).

Pero la visión no acaba con el tablinum: lo atraviesa, hasta el jardín del peristilo o hasta un

jardín pintado, imaginario, o incluso más allá, hasta los picos de las montañas del mundo

real. Más allá del propietario visible se encuentra (aparentemente), no el mundo cerrado del

espacio privado, ni, por supuesto, el de los vecinos congregándose alrededor, sino el campo

y la naturaleza, aunque adecuadamente domesticados.

Andrew Wallace-Haddrill, Houses and Society in Pompeii and Herculanum,

Princeton Univ. Press. Princeton, 1994.

Un caso que integra todos los apuntes de Le Corbusier, y que puede ser tomado

como modelo de la casa pompeyana, es la Casa dei Ceii (I 6, 15), que «está entre

las viviendas más pequeñas de Pompeya, pero también entre las más graciosas».

No es probable que Le Corbusier la visitara, puesto que sólo es excavada siste-

máticamente después de su partida, pero, en cuanto que concentra el tipo de la

casa y arquitecturas pompeyanas, manifiesta una inevitable coincidencia con

los aspectos recogidos por Le Corbusier. La casa se levanta sobre un rectángulo

regular, orientado con su fachada a sur y sus medianeras a oeste y este, de 10 m

de fachada por 20 de profundidad, con un anexo al fondo, más irregular, de 12

m de ancho por otros 10 de profundidad, donde se dispone el huerto con pórtico

en un lado y tres pequeños ámbitos anexos.

El edificio está dividido en tres crujías, paralelas a la calle. En la primera, de unos

4 m, se disponen, desde la medianera izquierda, la cocina, el vestibulum y las

fauces, y un cuarto. La segunda crujía, un cuadrado de 10 x 10 m, está totalmente

ocupada por el atrio, de medianera a medianera, tetrástilo, con las columnas for-

mando un impluvium cuadrado de 2,5 m de lado; en el lado izquierdo del atrio,

una escalera encajonada sube a un segundo piso. No hay restos de ese piso supe-

rior, que probablemente sólo debía de ocupar ambientes sobre la tercera crujía.

En la tercera crujía, de 6 m, se encuentran la estancia del dueño —el tablinum—,

el corredor que lleva al huerto y al comedor —el triclinium—. Algunas de las

pequeñas dependencias junto al huerto quizás estuvieran destinadas a cocina,

apotheka y cubiculum.

Casa dei Ceii, el atrio, al desenterrarse y en la actualidad.

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114 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

En la reducción de su programa y en su limpieza geométrica, todo el partido ar-

quitectónico se juega por las axialidades desplazadas y los efectos espaciales en

diafragma: eje del vestíbulo y fauces, eje del impluvium y eje del corredor entre

tablinum y comedor se escalonan, en paralelo, desplazándose hacia la derecha,

como si designasen, sin ocuparlo, el eje de la casa. El eje de vestibulum y fauces

coincide con el eje de una ventana del tablinum, al otro lado del atrio, a través de

la cual llega el lejano y potente contraluz del huerto. Eso hace que, desde las fau-

ces, al entrar en la casa, la mitad izquierda del fondo del atrio sea transparente,

muy iluminada, mientras que la mitad derecha, abierta sólo hacia el comedor,

quede oscura y próxima. Del compluvium se desprende luz y agua, hacia las que

parecen aspirar la mesa del cartibulum, de tabla circular y tres patas, el brocal de

la cisterna y una fuente. Tras llegar por la rampa de las fauces (el atrio está 70

cm sobre el nivel del vestibulum), el visitante queda enfrentado a un mecanismo

exacto y poderoso, donde se engarzan un movimiento pendular del espacio, de

expansión horizontal, tanto hacia el fondo del huerto como proyectado contra

el visitante, y otro movimiento vertical, el de la luz descendiendo y los objetos

ascendiendo entre la penumbra.

¿Los colores de las paredes? Ocres, rojos, tierras, verdes, azules, negros… (la

identificación de Le Corbusier con la paleta de colores pompeyana es continua y

bien documentada). No es necesario describirlos: son los que se encuentran en

cualquier interior de Le Corbusier de los años veinte.

Porque lo que adopta Le Corbusier de Pompeya es algo más que elementos sim-

ples y sintaxis abstracta de la arquitectura: hay todo un esquema tipológico, que

Le Corbusier resume en la secuencia «petit vestibule», atrio, tablinum y peristilo,

junto con sus dependencias laterales, y hay un esquema ritual: el de estar «en

casa de un romano». Más que los elementos en sí, en su integración en un rito,

en una representación, en una vuelta a hacer presente —antes de la erupción

del Vesubio y ahora—, lo que otorga a la casa pompeyana su capacidad de saltar

por encima del tiempo y venir al encuentro de Le Corbusier. Comentando la

indiferente expansión del espacio romano, su abertura irresuelta, Brown iden-

tificaba en el acto ritual uno de los elementos encargados de recoger la forma

del lugar, en la seguridad de fundarlo una y otra vez: «El envoltorio del espacio

era completo y rígido, aunque invisible e impalpable. Su configuración interior

venía fijada por el acto ritual»2. Incluso propone precisamente identificar en el

rito lo característico de la arquitectura romana.

La arquitectura de los romanos era, de principio a fin, el arte de dar forma al espacio al-

rededor de los rituales. Deriva directamente de la inclinación de los romanos a transfor-

mar la materia prima de la experiencia y el comportamiento en rituales, patrones for-

males de acción y reacción. Desde los albores de su historia encontramos a los romanos

sintiendo, pensando y actuando ritualmente. De modo individual o en grupo, buscaban

identidad y satisfacción en la creación y en la representación de formas de conducta

habituales y establecidas. Esta era la manera específicamente romana de reducir el

caos de la experiencia a dimensiones humanas y controlables. […] El ritual es un arte de

acción, pero para los romanos implicaba también un arte de otro tipo: la arquitectura.

La forma del ritual es una forma fugaz, encarnada en el propio acto o grabada en el

sistema nervioso del actor. Pero, para los romanos, tenía el poder de generar formas

arquitectónicas por el mero hecho de que tenía lugar en el espacio. El espacio estaba

informado por el ritual. Del mismo modo que el ritual depuraba el patrón formal a par-

tir de la cruda experiencia, el espacio indiferenciado se transformaba en configuración

significante. Un fragmento específico de espacio tomaba forma a partir de la acción

que tenía lugar en él. Se convertía en una cápsula, que volvería a tomar forma cada

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115LAS HORAS CLARAS DE POMPEYA

vez que el ritual fuera repetido. Esta forma espacial, perteneciente a un ritual dado y

establecida por repetición, adquirió una existencia arquitectónica independiente. Podía

ser concebida separadamente y a voluntad específicamente para el ritual deseado. Esta

configuración espacial, aunque inmaterial, era arquitectura. Era arquitectura con un

programa funcional singular. Por su propia naturaleza, no sólo contenía la acción para

la que había sido diseñada, sino que la exigía, la provocaba, la forzaba.

Ibídem.

Esa experiencia del rito como consecuencia y condición de la arquitectura no se

conoce sólo en los edificios monumentales o de culto, en las fundaciones impa-

res, sino, sobre todo, en la casa, donde el rito funda cotidianamente el lugar: al

entrar, al salir, al recibir, al encender el fuego, al recoger agua. El rito convierte

cada gesto en simultánea inauguración y memoria, repetición de algo hecho mu-

chas veces, pero también, cada vez, en fundación. Es el rito lo que hace necesaria

la adopción de un tipo edilicio, mejor dicho: es el rito quien adopta e inventa al

tipo, cada vez.

La antigua casa romana […] se conformaba como el molde del complejo ritual de la

vida doméstica romana. Encerraba, en una envolvente estructurada, una jerarquía de

espacios tan fijos y formales como los nexos de unión tradicionales que representaban.

El mundo exterior de la casa no era sino el caparazón de un mundo interior variado

y rigurosamente ordenado, que era la matriz de la autoridad del padre —absoluta,

codificada y fijada por el uso—. Sus partes fundamentales eran el ancho pasillo de

entrada, el vestíbulo con luz cenital y habitaciones alineadas a ambos lados, las alco-

bas enfrentadas, y el amplio salón abierto al vestíbulo. Todos estos espacios giraban

alrededor del espacio central y fuente principal de luz, en una planta articulada y muy

congestionada. Su deliberada simetría e insistente axialidad eran subrayadas por la

secuencia, tamaño, forma y gradación lumínica de sus partes. Tenían el contrapunto en

la atracción ejercida por su luminoso centro. La clara idea de jerarquía espacial, la clara

forma de delante, detrás, y al lado, y de grande y pequeño, expresaban y conducían al

deber, a la disciplina y al decoro.

Ibídem.

Esta es la casa centrada en el atrio, con el tablinum, el espacio de la persona —

identificada con el dueño, con el padre—, en el lado contrario al de la puerta,

con el huerto tras suyo, y el resto de dependencias en los otros dos lados del

atrio. Todavía se conservan algunas casas así en Pompeya. Por ejemplo, ya ex-

cavadas cuando Le Corbusier visita la ciudad, la Casa del Chirurgo (VI 1, 10) o

la Casa di Sallustius (VI 2, 4). Pero, si las casas pompeyanas primitivas se arti-

culan en torno al atrio, el modelo cambia al incorporarse la novedad de los más

refinados modelos griegos. Puede decirse que entonces la casa se duplica, con

una parte, la más próxima a la calle, que conserva íntegro el esquema primitivo

romano, el descrito hasta ahora, articulado en torno al atrio, y una parte nueva,

la interior, articulada en torno al peristilo, según el modelo recién importado de

Grecia. August Mau ha señalado que ese doble origen se denuncia claramente

en la doble procedencia de las palabras que nombran las dependencias de cada

ámbito: términos latinos, para la parte arcaica de la casa, la representativa, en

contacto con la calle, y términos griegos para la parte moderna de la casa, la del

domicilio efectivo, retirada hacia la comodidad del interior. Delante: atrium,

fauces, ala, tablinum… Detrás: peristilum, œcus, exedra…3. El modelo de la nueva

casa pompeyana queda así constituido por la unión de dos casas completas —la

una recordada, casa de la memoria, la otra habitada, casa de la vida—, que se

recorren en espacios y trayectos entretejidos.

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116 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

La casa había sido la fiel imagen de las antiguas instituciones de la familia romana. Sus

viejas formas permanecían expuestas como el retrato convencional de una realidad ya

cambiada. La pérdida de los estrictos vínculos que habían mantenido atado al indivi-

duo le abrían ahora a una nueva vida privada, una vida de cultura, elección y desarrollo

personal. Su correspondencia espacial no sería ya el rígido molde formal de la casa

tradicional. Detrás de la fachada de la antigua casa, se añadió un jardín de un cierto

tamaño alrededor del cual se disponían de modo arbitrario distintas nuevas unidades

de espacio doméstico. Las formas del antiguo estilo, que eran ahora las antecámaras

de esta espaciosa privacidad, fueron majestuosamente rediseñadas para servir su prin-

cipal función representativa. La puerta de entrada se abría a una fachada interior cui-

dadosamente pensada al final del voluminoso vestíbulo, el cual era atravesado por la

enfilade a través de su centro, bañado por la luz, y la sala posterior en penumbra, hasta

llegar al nuevamente luminoso espacio del fondo. Avanzar por la línea de visión obliga-

ba a rodear el centro, ocupado por el estanque y ahora a menudo rodeado de columnas,

disolviendo una visión fija y abriendo sucesivamente las amplias medidas de la sala. La

vida interior en el jardín estaba también gobernada por leyes de movimiento y visión

que no eran menos constructivas por el hecho de ser más caprichosas. Su armonía

dominante quedaba afirmada por la pantalla de columnas situada en el espacio abierto.

Sin embargo, esto permitía, en calculadas variaciones de su distancia, a fin de destacar

ejes y establecer centros de atención visual, que la voluntad de una persona impusiera

una visión y un criterio únicos. Cada uno de los espacios que tiene por detrás —come-

dor, sala, biblioteca, galería— era moldeado intencionada y decisivamente de acuerdo

con su función específica para una forma de vida de variado refinamiento.

Fue también esta época la que descubrió el campo como el escenario de la plenitud de la

vida del romano culto y liberado, un escenario que iba a ser construido de acuerdo con

una visión deformada del mismo. El teatro de esta vida en el campo, aunque sin formar

parte del mismo, era la villa. Ésta se separaba claramente de su entorno como un cuerpo

compacto y extraño situado en una plataforma artificial. Su organización interior llevaba

la idea de urbanidad al campo, repitiendo el simétrico germen de la vida privada conven-

cional de la ciudad con su completa gama de obligaciones y compromisos, sus enfilades y

sus espacios envolventes. Pero la vida en el campo miraba también hacia fuera a través de

los ojos de la villa. Su caparazón estaba perforado por agujeros que procuraban vistas. Sus

habitaciones exteriores giraban alrededor de vistas previamente enmarcadas. Desde su

cota más alta, dirigía la mirada de su propietario con la misma seguridad con la que dirigía

los actos de su vida cotidiana, seleccionando las vistas de entre todas las que el campo

de visión podía ofrecer, dividiendo la extensión del paisaje en fragmentos significativos.

Frank E. Brown, Roman Architecture, Op. cit.

El modelo de la casa queda así constituido por la unión de dos casas completas:

una memorizada, la casa del recuerdo; la otra habitada, la casa de la vida, que se re-

corren en espacios y desplazamientos unificados. El modelo es el siguiente: frente

a la puerta, apenas como pequeño entrante escalonado que aparta de la calle a la

puerta, está el vestibulum. En «Les Heures Claires» (la Ville Savoie), está formado

por el entrante prismático de la puerta, con los dos breves tabiques laterales y el

escalón proyectado hacia el exterior, con la rejilla para desprender de la suela de los

zapatos el barro seco, tan abundante en las calles de Pompeya.

Cubo, cilindro y vegetación en la Vía Funeraria y en el Pabellón de L’Esprit Nouveau.

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117LAS HORAS CLARAS DE POMPEYA

Tras la puerta se abren las fauces, un estrecho pasillo, de longitud variable y de

suelo en rampa, para ganar la altura del interior y disponer en su desnivel las

evacuaciones de agua hacia la calle, pero también para representar de una forma

más explícita el acceso a la casa. Una sección en el libro de Mau así lo muestra.

Le Corbusier invierte su posición, y coloca las fauces tras el atrio, aprovechando

su rampa para acceder a la planta piso.

Las fauces llevan al atrio, uno de cuyos posibles tipos es el tetrástilo, según

Vitruvio, quien los clasifica por la solución constructiva de su cubierta. El atrio,

descubierto siempre en su centro, da salida al humo y recibe y recoge el agua

de la lluvia en su impluvium, un estanque poco profundo, a veces un simple

cambio de pavimento entre las columnas, entre las cuales, por lo tanto, no se

puede cruzar, tanto para no mojarse los pies como para no ensuciar el agua do-

méstica: es por esto que también Le Corbusier deja vacío el centro de sus atrios

tetrástilos en Garches y en Poissy. El agua del impluvium tiene una doble salida:

o expulsada hacia la calle, canalizada bajo la rampa de las fauces, cuando se trata

del agua de las primeras lluvias, sucia por la cubierta, o recogida en un aljibe

bajo el impluvium, que guarda el agua limpia para uso doméstico. Le Corbusier

anota que el pavimento del atrio fuera del impluvium se dispone en diagonal, y

así hará veinte años después en Poissy.

Entre el equipamiento del atrio está el brocal del aljibe y una mesa de piedra, el

cartibulum, que Varrón define como «una mesa en piedra, para la vajilla, cua-

drada, oblonga, con una pequeña columna: se llamaba cartibulum. Cuando yo

era niño muchos la tenían en un rincón junto al compluvium, y en ella y con ella

vasijas de bronce». Le Corbusier la hace de hormigón.

Cuando Varrón era niño el cartibulum aún era todavía una pieza viva del pro-

grama doméstico, como mesa de trabajo de la cocina, pero cuando escribe ya

es una práctica mantenida sólo en memoria de aquellos gestos. Varrón recoge,

pues, esa pérdida de actualidad del modelo primitivo de la mesa en el atrio, con-

servado como gesto simbólico, como memoria de la casa. Edmondo Saglio, en su

comentario a la definición de Varrón, escribe del cartibulum:

Mesa de piedra o de mármol, cuadrada, oblonga, sostenida por un solo pie o columna

y que hace las veces de trinchador para la vajilla. Varrón, que da estas informaciones,

añade que semejantes muebles se veían, cuando era niño, cerca del estanque del atrium

en muchas casas; se colocaban sobre él los jarrones de bronce, que se traían con el

mueble a este lugar. […] Varrón habla de ello como de una moda antigua: quizás el

nombre había envejecido y ya no se veía a menudo, en su tiempo, en las ricas casas de

Roma, la vajilla de cobre colocada en el atrium; pero, después, la transformación de la

casa romana relegó a cámaras diferentes todo el dispositivo de objetos necesarios para

la comida, al mismo tiempo que el fogón donde, antaño, se la preparaba; se conservó,

sin embargo, en la pieza principal de muchas viviendas, la traza de antiguas costum-

bres: es así que se ve en las de Pompeya, cerca del estanque central, una mesa (más a

menudo, es cierto, con dos pies que con uno, como lo dice Varrón) adosada a un cipo,

que no es otra cosa que el antiguo fogón doméstico, a veces cambiado fantasiosamente,

echando agua en un pilón (cantharus).4

Posiblemente el origen del bodegón en pintura esté en esta costumbre de disponer

sobre el cartibulum frutas y alimentos, visibles desde la calle a través de las puertas

abiertas, y ofrecidos a los visitantes. De ahí llega también una de las figuras que más

han hechizado a John Hejduk: su interés por el bodegón (en la contradicción de sus

expresiones inglesa y francesa: «still life» y «nature morte»), tanto en el ir y venir di-

mensional, desde las tres dimensiones naturales, a las dos de la pintura, otra vez a las

tres de la arquitectura, como en el ir y venir por el tiempo, en el proceso de pardeado,

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118 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

enmohecimiento y pudrición de los vegetales. En una entrevista al periódico El País,

Hejduk explicaba: «Mi mujer me dijo que los pompeyanos tenían siempre en sus casas

una fuente de fruta sobre la mesa, y que la familia no comía de aquella fuente. Era para

los transeúntes y los forasteros. Si esto no tiene que ver con la casa y la arquitectura, no

sé qué otra cosa puede haber».

El País, 31 de abril de 1994.

Es fácil ver en todos los cartibula vesubianos conservados la diferenciación en-

tre la tabla, un plano estrictamente horizontal, muy preciso geométricamente, a

menudo rectangular y en algún caso circular, y los pies que la sostienen, a veces

zoomórficos, pero siempre carnosos, sobresaturados de curvas, tan próximos a

las rebosantes fluencias de un balaustre como a las patas de un león. A menudo,

en la disposición actual de Pompeya, los arqueólogos han unido pies y tabla

que no corresponden a un mismo cartibulum, o han cambiado su posición,

pero siempre se mantiene el contraste entre las circunvoluciones del apoyo y la

estricta tabla geométrica.

Le Corbusier no únicamente coloca un cartibulum en el atrio tetrástilo de su

villa en Poissy, en la exacta posición al borde del impluvium, sino que es de los

cartibula y fuentes pompeyanos de donde extrae la composición, tanto de sus

propias mesas, como de ese modelo general en el que, a cualquier escala, sea

un mueble o una Unité, unos pies torneados emergen del suelo y sostienen un

prisma neto habitante del cielo.

En el atrio de «Les Heures Claires», el conjunto de cartibulum y fuente se separa:

recibe al visitante sólo el cartibulum, la mesa anexa al atrio, donde manifestar la

bienvenida, si no con frutas y comida, como en Pompeya, sí con su traducción

ritualizada: flores; mientras que la fuente de pies torneados se aparta hacia el

pasillo, en forma de la pareja de mesa y lavabo añadiendo a su uso práctico

quizás una nueva condición como larario, el discreto altar donde habitan los

antepasados y las presencias que cuidan y protegen la casa, situado en un punto

desde donde poder ver y ser visto por toda la casa. Tras el atrio, el tablinum, tam-

bién vaciado de su uso primitivo y convertido en «objetivo» fotográfico, como

lo llama Le Corbusier, comunica, por su transparencia, ambas casas, la ritual y

la habitada. La caja de la rampa, en el movimiento de tijera que abre y cierra el

espacio, cumple ese papel. Al fondo, a menudo en un nivel más alto, el peristilo,

es decir el jardín o huerto porticado, percibido desde el atrio por su luz, tras los

velos de claroscuros y penumbras y, alrededor suyo, las dependencias de la casa

efectiva. En el centro del peristilo pompeyano hay vegetación, huertos, a menu-

do una piscina, que tanto puede ser para criar peces, como denuncia la palabra,

o de ocio; para poder capturar con comodidad el pescado, un pilar central donde

Cartibula pompeyano.

Mesa del apartamento de Le Corbusier: una placa rectangular de mármol, de 4 cm de grueso, sobre unos pies de fundición, como resortes elásticos.

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119LAS HORAS CLARAS DE POMPEYA

apoyar una tabla emerge vertical del fondo oscuro de la piscina. En una visita

a la ciudad desenterrada, cuando cada peristilo ha perdido el tejado que cubría

los pórticos, las columnas aparecen sueltas, en fila, dibujando un rectángulo y

sosteniendo en el aire el prisma de una invisible casa virtual. En Poissy se repe-

tirá esa misma imagen, con la súbita revelación del prisma materializado sobre

el peristilo.

Lo que se encuentra en Poissy no es sólo una cita al atrio tetrástilo, sino que se

asume programa y figura entera de la casa pompeyana. Sin duda, algunas modi-

ficaciones al modelo se imponen. Puesto que vivimos «après le cubisme» no es

posible una reproducción literal del motivo, hay que introducir deformaciones,

tanto para restablecer una armonía tensa, como para ocultar discretamente las

referencias. Quizás las alteraciones al modelo pompeyano en Poissy sólo hayan

sido dos: el cambio de posición de las fauces, que, de estar ante el atrio, se dispo-

nen tras él, como rampa de acceso a la planta piso, y el movimiento en dirección

contraria del peristilo, que, de estar en el interior de la casa, sale al exterior,

como recinto de pilotis, dejando en el interior el jardín, con sus cultivos.

Podríamos cerrar el comentario volviendo a la carta de Le Corbusier a

Martienssen. Lo que parecía ser un alejamiento de los postulados del Movimiento

Moderno, en la escisión de la casa, dividida entre el efectivo ámbito doméstico,

sin forma, y la casa emblemática, sin vida, pura memoria, museo, es una coin-

cidencia exacta con el modelo binario de la casa pompeyana, es una vuelta al

origen de la casa, que está en la superposición en «Les Heures Claire» entre casa

de la memoria, en el vestíbulo, y casa de la vida, en la planta piso. En Sur les 4

routes, Le Corbusier propone la imagen de una casa análoga a la pompeyana,

y revela, sin dejar duda, su consciencia de esa ligazón: «Tokio, en el dilema de

su alta tradición ancestral y de su avidez de progreso, construye la casa con dos

compartimentos ligados por una puerta: la casa del kimono y la casa del smo-

king. Cosa a todo punto remarcable, el espíritu es el mismo y los éxitos, a veces,

sorprendentes: los japoneses han sido quienes mejor han mantenido, entre

todas las tradiciones vivas hasta hoy, el culto del hogar. Saltando a los tiempos

nuevos, no hacen más que reencontrar su tradición». Pero en el lejano borrador

de su libro La construction des villes, el todavía Jeanneret ya había sentido y

escrito algo muy parecido:

Las épocas pasadas, y también la vida moderna, nos muestran en la vivienda del hom-

bre dos tipos de estancias o salas. La sala donde se vive, toda ella empapada de la inti-

midad cara al corazón; la cámara de parada, cámara de recepción, vestíbulo de honor,

imagen del fasto, de la grandeza con que el hombre ama rodearse en ciertas ocasiones.

La cámara íntima estará llena de irregularidades, por la propia multiplicidad de los

gustos y deseos que debe satisfacer. Se necesita variedad, respetando sin embargo una

unidad, claridad y penumbra, aquí simplicidad y bonhomía, lujo refinado, delicado

e íntimo, en otro rincón que será el preferido para las ensoñaciones o la meditación.

Ninguna necesidad tiene de otorgarse, como en el vestíbulo de honor o la sala de re-

cepción, una voluntad única, clara, sin retorno, el carácter con el que quiere aparecer

el dueño de casa. Aquí, para expresar esta voluntaria unidad, la geometría ofrecerá la

claridad y la irrecusabilidad de sus figuras.

Es posible comprender así la profundidad de esta actitud, que atraviesa en pro-

fundidad por la obra de Le Corbusier, sin modificarse. Tanto en «épocas pasadas»

como en la «vida moderna» se da esa dislocación entre intimidad y sociabilidad,

entre privado y público, entre existencia y memoria. El procedimiento que parece

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120 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

ensayar Le Corbusier para superar esta escisión es de intercambiar los términos

de ambas partes: la existencia activa carece de imagen, se comporta con la efica-

cia de un mecanismo intercambiable, inadvertido e inadvertible, mientras que

a la memoria se le concede la presencia y el culto público de una forma estable.

Es, además, este alejamiento del Movimiento Moderno entendido como nueva

academia, lo que le permite a Le Corbusier acercarse hasta coincidir con el

origen de la Arquitectura, entendida como gesto cuyo sentido procede de la me-

moria, capaz de introducir o de reconocer, en el corazón mismo de las prácticas

cotidianas, la presencia afectiva del pasado. Del pasado, que no es una fecha, que

no es una cita, sino la atmósfera donde coinciden la memoria personal —el viaje

de Le Corbusier a Pompeya—, la memoria colectiva —la «historia» de la arqui-

tectura o, mejor, la «tradición» de la arquitectura, entendida como la sabiduría

práctica de las generaciones anteriores, las mismas que protegen la casa— y la

vida presente. «El ara de los sacrificios está solitaria, pero no fría», había escrito

Unamuno en 1982, en su artículo sobre Pompeya. Las villas de Le Corbusier ha-

cen que coincidan, en un mismo tiempo, la eficacia del programa doméstico y la

memoria íntima de la arquitectura, la obra de un arquitecto romano.

1Le Corbusier, Vers une architecture, París, 1923.

2Frank E. Brown, Roman Architecture, Op. cit.

3August Mau, Pompeji in Leben und Kunst, Engelman, Leipzig, 1908 (2).

4E. Saglio, voz «atrium», en Ch. Daremberg, Edm. Saglio, Dictionnaire des Antiquités

Grecques et Romaines, Hachette, París, 1908.

Les Heures Claires. Proyecto y arquitectura en la Villa Savoye de Le Corbusier y Pierre Jeanneret,

Massilia, Barcelona, 2008.

La casa doble del modelo pompeyano: una casa abierta a la calle, lugar del rito y la memoria, con dependencias de nombres latinos, y, a continuación, una casa práctica, con nombres griegos (de Mau).