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Premisa LAS MONEDAS DE SANCHO MARíA A. ROCA MUSSONS Universidad de Florencia Un proverbio árabe sostiene que «el azar vale más que mil citas». Cervantes decide que el acaso hará encontrar a don Quijote y Sancho. Este azar es el que explica, sin contarlo, este hecho. Y la inserción de Sancho en la aventura caballeresca se realiza con la misma naturalidad con la que podría desarrollarse un pacto durante una tertulia. Desde el principio Sancho es delineado como quien posee más hilos de contacto con la realidad, tantos que puede ser interpretado como la realidad misma. Bajo este aspecto, Cervantes lo presenta como la otra cara de don Quijote al hacerle protagonizar un proceso de monetización de motivos pertenecientes a las novelas de caballería con los que le pone en contacto, demoliendo también con este expediente el modelo literario. Nos es propuesto asimismo recorriendo un camino que unas veces le aleja y otras le acerca a la lógica de don Quijote. El afán que en Sancho despierta la promesa de la ínsula refleja la primera trayectoria, mientras que las modalidades de su asiento como escudero son una prueba de la segunda. Pero, sobre todo, es el elemento de la quimera el que caracteriza la tipología de ambos personajes y las características de su «convivencia». Quiero recordar aquí las palabras de Mario DomenicheUi [2002: 262] respecto a la semejanza que en algunos casos aúna a los dos protagonistas: «perché se don Chisciotte e pazzo, certo Sancho che lo segue non pare, in fondo, nemmeno un briciolo piú savio di lui, perso dietro al proprio sogno di diventare govematore dell'isola fantastica promessagli dal cavaliere». En realidad Sancho es, como su 163

Las monedas de Sancho - CVC. Centro Virtual Cervantes. · Las monedas de Sancho Tenemos aquí el inicio del proceso de monetización del servicio, del premio, a través de la renuncia

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Premisa

LAS MONEDAS DE SANCHO MARíA A. ROCA MUSSONS

Universidad de Florencia

Un proverbio árabe sostiene que «el azar vale más que mil citas». Cervantes decide que el acaso hará encontrar a don Quijote y Sancho. Este azar es el que explica, sin contarlo, este hecho. Y la inserción de Sancho en la aventura caballeresca se realiza con la misma naturalidad con la que podría desarrollarse un pacto durante una tertulia.

Desde el principio Sancho es delineado como quien posee más hilos de contacto con la realidad, tantos que puede ser interpretado como la realidad misma. Bajo este aspecto, Cervantes lo presenta como la otra cara de don Quijote al hacerle protagonizar un proceso de monetización de motivos pertenecientes a las novelas de caballería con los que le pone en contacto, demoliendo también con este expediente el modelo literario. Nos es propuesto asimismo recorriendo un camino que unas veces le aleja y otras le acerca a la lógica de don Quijote. El afán que en Sancho despierta la promesa de la ínsula refleja la primera trayectoria, mientras que las modalidades de su asiento como escudero son una prueba de la segunda. Pero, sobre todo, es el elemento de la quimera el que caracteriza la tipología de ambos personajes y las características de su «convivencia». Quiero recordar aquí las palabras de Mario DomenicheUi [2002: 262] respecto a la semejanza que en algunos casos aúna a los dos protagonistas: «perché se don Chisciotte e pazzo, certo Sancho che lo segue non pare, in fondo, nemmeno un briciolo piú savio di lui, perso dietro al proprio sogno di diventare govematore dell'isola fantastica promessagli dal cavaliere». En realidad Sancho es, como su

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amo, un loco atreguado solo que los tiempos de la cordura son más dilatados y los de la locura se concretizan, sobre todo, alrededor de un tema caballeresco: la ínsula y su gobierno.

l. Es a través de la voz del narrador, en un discurso indirecto, que Cervantes propone el pacto del servicio entre amo y criado. Don Quijote, siguiendo el tema de la ínsula, presenta a Sancho la áurea perspectiva del gobierno como premio a sus trabajos. Ni el don de la palabra ni el de la persuasión faltan al caballero quien, como buen flautista, atrae al paisano labriego hacia su aventura: «Decíale entre otras cosas don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della» [Cervantes, 1998: 1, VII, 91].

Hasta tal punto Sancho queda convencido que, en la primera conversación con su señor ya en el campo de Montiel, es él mismo quien le recuerda la promesa de la ínsula, identificándose así con el escudero medieval que espera en el beneficio de los premios, perfecto referente caballeresco literario a la vez que histórico. La ínsula va a constituirse en el sueño caballeresco de Sancho [Romero Muñoz, 1991] quien, yendo en pos de esta ensoñación, entra en el mundo alucinado de Don Quijote. Maurice Molho [1976: 275] señaló, con su conocida perspicacia, la guardia exarcerbada que el escudero parlante hace de su hipotético gobierno, indicando «que su defensa [del mundo caballeresco] atañe exclusivamente a la ínsula, que es el punto de fijación de su deseo; no protege el mito de la andante caballería, del que la ínsula no deja de ser parte integrante y solidaria». Si bien aquí no me es posible hacer todo el recorrido en pos de la ínsula y de Sancho, sí quiero detenerme en unas secuencias indicativas del binomio Sancho-ínsula: la renuncia, el espejismo y la dimisión del gobierno.

Tres son los momentos más significativos en que Sancho, explícitamente, renuncia al objeto de su deseo. Cervantes los elabora partiendo de motivaciones completamente distintas, casi opuestas, respetando el esquema dual de toda la obra. El primer caso aparece en el décimo capítulo de la primera parte cuando, a través del motivo literario del bálsamo mágico, don Quijote revela a Sancho la posesión de la fórmula del de Fierabrás. Sancho, inicialmente fascinado por sus maravillosas cualidades y luego, sobre todo, por las posibilidades pecuniarias que encierra, decide:

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-Si eso hay -dijo Panza-, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor, que para mí tengo que valdrá la onza adondequiera más de a dos reales. [1, x: 115]

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Tenemos aquí el inicio del proceso de monetización del servicio, del premio, a través de la renuncia a la ínsula que, según las rápidas cuentas de Sancho, resulta menos valiosa que la explotación del fabuloso bálsamo. La ganancia fácil le hace codicioso. Además, el episodio refleja asimismo la contextualización de la obra mediante un significativo referente histórico: la importancia que el dinero había adquirido en su época [Maravall, 1975; 1986]. A lo largo de la obra este tema aparecerá en otras circunstancias y tendrá por protagonista casi siempre, como en esta ocasión, al escudero. Otro caso lo representa un momento de la historia en que Sancho, después de haber recibido en las propias barbas el vómito de don Quijote y de haberse dado cuenta que han perdido las alforjas, fuera de sí, reacciona en los términos siguientes: «Maldíjose de nuevo y propuso en su corazón de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula» [1, xvm: 196]. En el momento en que Sancho, exasperado por las adversidades pierde paciencia y calma, Cervantes le hace reaccionar renunciando a las aventuras, a los premios. A veces, como en el caso que acabamos de ver, incluso al salario. Es el modo a través del cual el autor construye, con perfecta verosimilitud, el repligue del campesino a la tranquilidad de su antigua condición. Pero Sancho no se irá.

Durante la obra (tanto en la primera como en la segunda parte) encontramos al escudero padeciendo ocasionalmente el síndrome del abandonado que contraataca con la tentativa de ser él quien abandona. En la mayoría de los casos, la indiferencia o la ira de su señor invierten el mecanismo y Sancho, al final, no hará sino rogar su perdón y su compañía. En el parágrafo dedicado al tema del salario veremos cómo Cervantes perfila pulsiones y organiza estrategias hasta llegar a la resolución, revelándonos ulteriormente los infinitos lazos que desde el principio hasta el final unen a caballero y escudero.

El último episodio en el que el desánimo se apodera de Sancho lo encontramos en el capítulo ventiocho de la segunda parte donde, a causa del varapalo que le han dado los del pueblo del rebuzno, pero sobre todo dolorido por el abandono de su señor, Sancho decide terminar su aventura dirigiéndose en estos términos a don Quijote:

A la fe, señor nuestro amo, el mal ajeno de pelo cuelga, y cada día voy descubriendo tierra de lo poco que puedo esperar de la compañía que con vuestra merced tengo; [ ... ] harto mejor haría yo sino que soy un bárbaro y no haré nada que bueno sea en toda mi vida, harto mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa, a mi mujer y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fue servido de darme. [11, XXVIll: 864]

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En las negociaciones siguientes a las que se dedican amo y siervo por cuanto concierne al saldo del connubio, Sancho, en su lógica de perjudicado, pone precio también a su ilusión y derecho al premio que la conclusión del trato cancela: «Pero en cuanto a satisfacerme a la palabra y promesa que vuestra merced me tiene hecha de darme el gobierno de una ínsula, sería justo que se me añadiesen otros seis reales, que por todos serían treinta» [II, XXVIII: 865]. La pretensión de cobrar daños y perjuicios se configura, de nuevo, como signo de monetización del motivo caballeresco de la ínsula. La instancia narrativa da razón a Sancho si recordamos el parlamento que ocho capítulos antes ha puesto en boca de don Quijote, quien al despertarse había apostrofado a su escudero dormido enumerando las características del siervo bajomedieval que hacían resaltar las del señor de signo diametralmente opuestas. Los conceptos más reiterados son los de la carencia de ambición y lo reducido de las miras del criado:

pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento, que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto, contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. [ ... ]

A todo esto no respondió Sancho, porque dormía. [II, xx: 790-791]

Atañe pues al señor, y este es el punto que nos interesa, la protección del servidor así como el hecho de mejorar su estado. El trabajo del criado será pagado con la responsabilización que el caballero se hace de él. No olvidemos que don Quijote, como tal, se mueve dentro del siglo XV y por 10 tanto su modelo histórico y literario es el del bellator feudal. Hay que notar además que el discurso del caballero empieza, se desarrolla y finaliza con su interlocutor sumido en el sueño, símbolo de la no responsabilidad diseñada en toda la arenga.

Don Quijote, pues, al abandonar al escudero en manos enemigas, no respeta su modelo. Sancho no había escuchado la perorata de su señor pero sabe que es deber del caballero velar por su seguridad. De ahí la decepción cuando don Quijote se aleja del campo de batalla dejándolo en el peligro.

Más adelante, Sancho, al que Cervantes hace que crea en lo que ve, se cala perfectamente en su papel de escudero en el episodio que tiene como protagonistas a dos caballeros y dos escuderos. Me refiero, por supuesto, a la aventura del caballero del Bosque y de los Espejos. Sancho finalmente da con un signo tangible de la andante caballería, en el que puede reconocerse, del mismo modo que se desarrollan ante él los ritos a los que su amo ha aludido tantas veces. Por lo tanto, si su señor es un caballero de veras, él es realmente un escudero que puede recibir el gobierno de la «improbable» ínsula. Y aquí

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tenemos un momento de desmonetización de este motivo. Todo ello se refleja en su conversación con el otro «escudero», a quien, ante los comentarios sobre la finalidad y el sentido de la vida sacrificada de los andantes escuderos, Sancho responde: «-Yo -replicó Sancho- ya he dicho a mi amo que me contento con el gobierno de alguna ínsula, y él es tan noble y tan liberal, que me le ha prometido muchas y diversas veces» [II, xm: 727]. La ínsula, aquí, emerge de la conciencia de un pacto que ahora se traduce en deseo. La quimera de la ínsula se inmobiliza, transformándose en un espejismo exacto.

Cervantes organiza las modalidades por las cuales Sancho llega a ser gobernador de la de Barataria, así como las características de su regencia, recurriendo al motivo de los burladores burlados [Redondo, 1998], así como al del aparente necio que sorprende a todos por su buen sentido. Pero lo que aquí interesa es el mecanismo y la puesta en acto, no tanto de su gobierno cuanto de las modalidades con las que se presenta su renuncia.

Las prohibiciones y los sobresaltos a los que los criados de los duques han sometido a Sancho llegan a su ápice con la puesta en escena del «ataque» y de la defensa de la ínsula. Terminada la barahúnda «guerrera» Sancho se presenta ante el lector saliendo, transtornado y molido, de su caparazón de paveses. Este Sancho es ya otro Sancho. Ni siquiera presta oídos a quienes, ignorantes del cambio, espolean su codicia con el motivo del botín. A partir de aquí Cervantes presenta a Sancho apartándose voluntariamente de este tema caballeresco que tanto había defendido ya renglón seguido, lo hará con el del suspirado gobierno de la ínsula. En el fragmento que sigue se nos ofrece a un Sancho que, al retomar del desmayo que los tremendos espantos le han causado, regresa a su natural modelo de vida.

«Sepultado en el silencio» [ibídem] Sancho se desplaza con determinación, cumpliendo sus actos como en un ritual. Una vez recobradas y vestidas sus viejas prendas, el segundo movimiento será el de la recuperación del antiguo compañero, su rucio. Ahora el autor devuelve la palabra a su personaje señalando cómo el Sancho restablecido sabe valorar y escoger a su interlocutor. Después de la conmovedora escena del reencuentro, Sancho recoge sus pertenencias, siempre con movimientos contenidos y comedidos, concentrado en sí mismo, sin aspavientos. El silencio, de ahora en adelante, será de las comparsas ante la dignidad del labrador que ha salido del juego. A ellos dirige estas palabras: «Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad» [II, un: 1065]. Sancho ya no está dispuesto a pagar el precio del poder y rechaza de manera categórica el premio caballeresco y su inserción en aquel espacio que hasta ahora, con el afán del gobierno, había deseado creer. Pierde toda veleidad de señorío, se re encuentra a sí mismo y ello le lleva más adelante a solicitar en manera apremiante un salario. Aquí se deja de monetizar

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la ínsula, anulándola. Y acto seguido, el autor hace que Sancho con su rucio abandone el lugar del poder y de la burla, dejando una vez más sorprendidos a los fracasados burladores.

2. El motivo del salario aparece en diversos momentos de la obra [Close, 1996]. Aquí vamos a ver tres de ellos. El primero es asimismo el que inicia la serie de las secuencias en la novela. La instancia narrativa lo coloca en un discurso de modalidades caballerescas donde el tema del salario aparece al sesgo, como último expediente al que recurrir para recompensar los servicios del escudero: el testamento de don Quijote. La tentativa de concierto da comienzo de modo sosegado:

-Está bien cuanto vuestra merced dice -dijo Sancho-, pero querría yo saber, por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes y fuese necesario acudir al de los salarios, cuanto ganaba un escudero de un caballero andante en aquellos tiempos, y si se concertaban por meses, o por días, como peones de albañir.

-No creo yo -respondió don Quijote- que jamás los tales escuderos estuvieron a salario, sino a merced; y si yo ahora te le he señalado a ti en el testamento cerrado que dejé en mi casa, fue por lo que podía suceder, que aún no sé cómo prueba en estos tan calamitosos tiempos nuestros la caballería, y no querría que por pocas cosas penase mi ánima en el otro mundo. [1, xx: 221-222]

El diálogo entre señor y escudero propone a un don Quijote seguro del modelo que ha de seguir. Sin embargo, el autor nos presenta una de las primeras vacilaciones del caballero al mostrarlo consciente de que la Orden de caballería ha perdido sus viejas prerrogativas y funciones. Así pues, ante la incertidumbre de los tiempos, anuncia la solución puesta en acto antes de partir. No es el pago de un salario sino un legado monetario. En el fragmento de su discurso aparecen los términos: salario, merced, testamento. El primero pertenece al código mercenario, el segundo al caballeresco, mientras que el tercero se configura como un híbrido, pues por una parte alude a los usos cortesanos y burgueses pero por la otra hace referencia al buen morir de capitanes de ventura como Giovanni dalle Bande Nere [Aretino, 1997, 1, I: 54-59] así como de alguno de los caballeros literarios, uno por todos, Tirant lo Blanc.

El segundo episodio sobre el tema del salario se presenta antes de la última salida de don Quijote y Sancho. Este lo va a pedir con insistencia a don Quijote según las razones que han pasado entre marido y mujer en el capítulo anterior. Es la primera ocasión en que Sancho formula a las claras la petición de una soldada a su señor. Cervantes construye tal exigencia desplazando el papel decisional de

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Sancho al de Teresa, haciéndole señalar a esta como responsable de la demanda. Las alusiones son claras, sobre todo para el lector que ha asistido al coloquio de los Panza. Leamos: «-Teresa dice -dijo Sancho- que ate bien mi dedo con vuestra merced, y que hablen cartas y callen barbas, porque quien destaja no baraja, pues más vale un toma que dos te daré. Y yo digo que el consejo de la mujer es poco, y el que no le toma es loco» [11, Vil: 680]. La permanencia de Sancho en el núcleo familiar, con todo su peso de prosaica cotidianidad y sentido común, empuja al labrador fuera de la esfera caballeresca y lo proyecta volviendo a monetizar el servicio y la fantasmagórica Ínsula. Es un discurso puro y duro el que Cervantes hace pronunciar a Sancho, quien lo inicia requiriendo claramente un salario, desconfiando de las prometidas mercedes a las que 'casi' no ha visto nunca. Para hacer hincapié en sus razones, señalando su retomo a la lógica sedentaria, Cervantes ha vuelto a mostramos un Sancho ensartador de refranes. Ahora bien, en realidad Sancho no deja de hacer confusión entre las dos esferas (caballeresca y anticaballeresca) que presenta la historia, pues la sombra de la isla está siempre presente en él. Tal es la prosecución del discurso mercenario del extravagante escudero:

-Voy a parar -dijo Sancho- en que vuesa merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda, que no quiero estar a mercedes, que llegan tarde o malo nunca; [ ... ] verdad sea que si sucediese, lo cual ni lo creo ni lo espero, que vuesa merced me diese la Ínsula que me tiene prometida, no soy tan ingrato, ni llevo las cosas tan por los cabos, que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la tal Ínsula y se descuente de mi salario gata por cantidad. [ll, Vil: 680-1]

Convirtiendo la Ínsula en dinero a sustraer de su salario, Sancho la monetiza doblemente. La confusión de planos (si es tal) y la «generosa» restitución del valor del premio son aquí funcionales a la obtención del concreto salario.

La respuesta de don Quijote a las pretensiones de Sancho es perentoria: o Sancho se amolda a su sistema de mercedes, dejando de lado la opinión de su esposa que ha hecho propia, o se cancela el pacto inicial. A continuación el narrador introduce la figura de Sansón Carrasco [Romero Muñoz, 1991: 57-58], en este caso presentándose como sustituto de Sancho. Ahí es donde empieza el juego del bachiller «simulando» entrar en la ficción caballeresca. Pero don Quijote lo rechaza con una buena excusa. Cervantes presenta a Sancho, por vez primera en la diacronía de la historia, con el síndrome de abandono ante la afrenta de saberse ni único ni indispensable para su amo. Es mediante este escamotage que el autor construye el arrepentimiento del campesino modulando una gran

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congoja por su comportamiento y haciéndole recuperar así el puesto perdido. Y hay más: el renovado escudero cancela toda pretensión de salario, reafirmando su papel de dueño y señor de su casa y de sí mismo. Pero, siguiendo los trazos de su tipología, Cervantes, con el clásico vaivén en el que hace mover a sus protagonistas, inserta la petición del testamento en el que su amo hará aparecer el premio o ganacia. Y don Quijote acepta. Vale la pena leer el fragmento:

[don Quijote] ya que Sancho no se digna de venir conmigo. -Sí digno -respondió Sancho, enternecido y llenos de lágrimas los

ojos, y prosiguió-: No se dirá por mí, señor mío, el pan comido, y la compañía deshecha; [ ... ] y más, que tengo conocido y calado por muchas buenas obras, y por más buenas palabras, el deseo que vuestra merced tiene de hacerme merced, y si me he puesto en cuentas de tanto más acerca de mi salario, ha sido por complacer a mi mujer [ ... ] y pues yo soy hombre dondequiera, que no lo puedo negar, también lo quiero ser en mi casa, pese a quien pesare. y, así, no hay más que hacer sino que vuestra merced ordene su testamento, con su codicilo. [11, VII: 684]

Termina el capítulo con la tercera salida de caballero y escudero, quien entre otras cosas lleva, «la bolsa, de dineros que le dio don Quijote para lo que se ofreciese» [I1, VII: 685].

El último episodio examinado lo encontramos avanzada la segunda parte [11, XXVIII: 864-867] y ha sido parcialmente analizado al tratar de la renuncia de la ínsula. Si la abdicación de Sancho al anunciado premio tiene su origen en el afán de lucro y en la desconfianza, la del salario marca, al principio, el cansancio de la vida caballeresca y seguidamente la necesidad de no ser abandonado por su señor.

Finalizada la aventura del rebuzno con el enardecido y disparatado de Sancho, Benengeli nos presenta a este quebrantado por el vapuleo inesperado y dolido por el abandono, en la batalla, de su señor. Colmada su paciencia y puesta en crisis la fe en su amo, deja que se apodere de él el sentimiento de familia y hacienda. Quiere dar por finalizado el trato. Su astucia y su codicia campesinas se manifiestan sin reparos [Roca Mussons, 2001]. Es este uno de los capítulos elaborados a través del diálogo entre amo y criado. Diálogo que parte dolorido tomándose reclamatorio por cuanto concierne a Sancho; que coloca a don Quijote en una situación de pacto primero:

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y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer y hijos, no permita Dios que yo os lo impida: dineros tenéis míos, mirad cuanto

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ha que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano. [11, xxvm: 864-865]

y que causa estupor ante la codicia del campesino cuando Sancho afirma haber servido a su amo más de veinte años, continuando en una explosión: «Pero dime, prevaricador de las ordenanzas escuderiles de la andante caballería, ¿dónde has visto tú o leído que ningún escudero andante se haya puesto con su señor en cuanto más tanto me habéis de dar cada mes porque os sirva?» [1I,xxvm: 866], que finaliza con un castigo: «Vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo» [ibídem].

Como todas las ocasiones en que se manifiesta este esquema aparece el mencionado síndrome de abandono que renueva en Sancho el acatamiento a la voluntad de su amo: «Vuestra merced me perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda» [11, xxvm: 867]. La conclusión con la renuncia implícita del salario y el perdón de don Quijote, señala la armonía restablecida.

Por una parte, nos ha sido presentado Sancho engarzado en el código caballeresco que prevé la protección del señor sobre el escudero; por la otra, siempre a Sancho que rehúye el modelo de su amo reintegrándose a su privativo sistema de valores. Pero su movimiento pendular no se detiene aquí sino que prosigue con el regreso, rendidas sus armas, al universo caballeresco, a su señor. Y es en este momento cuando Cervantes, al final de lo que al mismo tiempo constituye un proceso de inversión, hace que, paradójicamente, el caballero que había caído en falta perdone al siervo que había desamparado.

Pasando al tema del testamento, hemos visto cómo en dos ocasiones el autor lo ha sacado a colación: en el pacto inicial con Sancho y en la renovación del mismo al proyectar la tercera salida. La mención al testamento, ya tanto por boca de don Quijote como por la de Sancho se presenta siempre como una indemnización. El motivo aparece asimismo dentro ya de las aventuras. Baste pensar en uno de los casos de supuesto peligro, terrible e inminente, al que don Quijote quiere hacer frente a solas: el episodio de los invisibles batanes. Cervantes nos ofrece al caballero despidiéndose de Sancho mientras le recuerda la embajada que debe hacer a Dulcinea si muere en la empresa, añadiendo

que en lo que tocaba a la paga de sus servicios no tuviese pena, porque él había dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad del tiempo que hubiese servido; pero que si Dios le sacaba de aquel

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peligro sano y salvo y sin cautela, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula. [1, xx: 217-218]

Notable contradicción la que en esta y en las otras ocasiones hemos visto y veremos caer a don Quijote: pone en directa relación lo que ha testado en favor de Sancho con el concepto de salario, extraño hasta ahora al caballero. Y no solo eso sino que, dando más valor a la pecunia dispuesta en el testamento, asistimos al primer momento de monetización de la ínsula por parte del mismo don Quijote. Nos encontramos ante una de las estructuras entrópicas diseminadas en el texto.

El siguiente episodio de tema testamentario aparece en la burlesca premonición que la voz misteriosa hace a don Quijote enjaulado, donde también es Sancho el destinatario. En este caso, al principio no se hace referencia al testamento sino al salario, la obsesión del Sancho sedentario. Pero es importante tener presente este primer fragmento porque luego permitirá introducir el tema testamental que Cervantes guarda para la respuesta de don Quijote. Veamos los términos con los que la enigmática voz se dirige a Sancho:

y no saldrán defraudadas las promesas que te ha fecho tu buen señor; y asegúrote, de parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo verás por la obra; y sigue las pisadas del valeroso y encantado caballero, que conviene que vayas donde paréis entrambos. [1, XLVI: 538]

En este caso, la voz, más que reflejar las líneas del código caballeresco sigue burlonamente, no tanto las nuevas disposiciones que rigen a la pareja de amo y criado del Seiscientos, cuanto la línea de la sana codicia de Sancho, acicateándola. La respuesta de don Quijote, por lo que concierne a Sancho, reza:

y en lo que toca a la consolación de Sancho Panza mi escudero, yo confio de su bondad y buen proceder que no me dejará en buena y en mala suerte; porque cuando no suceda, por la suya o por mi corta ventura, el poderle yo dar la ínsula o otra cosa equivalente que le tengo prometida, por lo menos su salario no podrá perderse, que en mi testamento, que ya está hecho, dejo declarado lo que se le ha de dar, no conforme a sus muchos y buenos servicios, sino a la posibilidad mía. [1, XLVI: 538]

y de nuevo nos encontramos con un don Quijote que da un precio a la relación con su escudero, monetizando el premio.

El último caso concierne a la redacción del testamento de Alonso Quijano, un testamento que en diversas ocasiones ya apuntadas y a través de don Quijote, el narrador había dado por hecho desde el momento de la segunda salida. Ahora, el

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testamento se nos plantea mediante el motivo de la buena muerte. El hidalgo así dicta al escribano:

-Ítem, es mi voluntad que ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas [el pago de los azotes], y dares y tomares, quiero que no se le haga carga dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece. [11, LXX[[JI: 1219]

Nos encontramos aquí con la formulación de un testamento en toda regla donde por última vez se monetiza el premio. Este testamento inspirará a Quevedo el hilarante romance «De un molimiento de güesos», compuesto después de la publicación de la segunda parte del Quijote. Sigue el afortunado modelo del testamento burlesco [De Diego, 1953, 1954; Rice, 1941; Brunelli, 1961; Camporesi, 1976]. Debo la señalización a la cortesía de Maria Grazia Profeti. Es significativo notar cómo Quevedo, al inicio del romance, presente a don Quijote en una situación que en el texto cervantino él no ha sufrido sino Sancho: atortugado en medio de un pavés. Quevedo rebaja a don Quijote identificándolo con Sancho en el único momento en el que es propuesto como guerrero. Solo que es un guerrero cómico, ridículo, aturdido por la confusión y paralizado por el miedo.

Volvamos al testamento cervantino: lo que hay que notar es que ahora este expediente cambia de protagonista y es al hidalgo Quijano a quien Cervantes hace redactar un documento que se ha estado dando por escrito durante toda la historia [11, VII: 681, n. 26 y xxvm: 865, n. 20]. El testamento con el que nos encontramos en esta ocasión es, respecto al fantasmagórico y a la historia, un documento que solo existe a posteriori, mientras asistimos a su formulación. Y en este no se menciona salario alguno, como iteradamente don Quijote aseguraba a Sancho, sino que se regulariza la posesión de los dineros que el caballero había puesto en manos de Sancho cuando salieron juntos por última vez. No nos es dado saber qué ha sido del testamento de don Quijote (ha desaparecido con él), testamento que, con toda probabilidad, corresponde a uno de los motivos literarios que constituyen su imitatio caballeresca (o la crisis de esta).

3. Cervantes atribuye a Sancho varios papeles respecto al dinero contante y sonante. En el caso recién analizado se ha hecho referencia a su carácter de administrador del dinero de don Quijote mientras que ahora voy a centrar la

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atención sobre las monedas que, más o menos, entrarán en directa relación de propiedad con él.

Don Quijote, para consolar a Sancho después del robo del rucio, le promete que, a través de una libranza, le dará tres pollinos suyos, pollinos que, en el cálculo del campesino, traducen preciosa moneda. Más tarde el caballero manda a Sancho al Toboso para entregarle una carta a Dulcinea y, al no tener papel adecuado para escribirla, pregunta a su escudero: «pero ¿qué haremos para escribir la carta?». La respuesta de Sancho no es sino una implacable solicitud sobre el objeto que a él le interesa: «-y la libranza pollinesca también -añadió Sancho». A lo que don Quijote responde: «Todo irá inserto» [1, xxv: 282].

La línea paródica y la inversión anticaballeresca, a la que Cervantes somete el motivo de los dones, se inicia con el mismo objeto en cuestión, dada su pertenencia a un registro bajo (no son alazanes sino pollinos), y continúa mediante su puesta en acto: la palabra dada no es suficiente sino que es necesario recurrir a la burocracia, a los papeles. Nada más lejos del mundo caballeresco.

Retomemos a Sancho. Cuando ya en la venta cree que ha perdido el libro de memoria donde iban escritas la carta para Dulcinea y, sobre todo, la libranza de los pollinos, reacciona como si fuera preso de violenta locura, pues

fuésele parando mortal el rostro; y tomándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tomó a echar de ver que no le hallaba, y sin más ni más se echó entrambos puños a las barbas y se arrancó la mitad de ellas, y luego

apriesa y sin cesar se dio media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en sangre. [1, XXVI: 295]

Hay que notar cómo Sancho no escatima la violencia contra sí mismo cuando se castiga por una pérdida material propia. Pero se trata solo de un raptus. Cuando en cambio tendrá que programarse los azotes para devolver a su estado natural a la dama de su señor, va a tratar con mucho más sosiego sus «delicadas carnes». Es una de las señales que lo apartan tanto de la locura como del universo caballeresco: la conciencia de protección y cuidado debidos al propio cuerpo, precisamente porque Sancho es todo cuerpo.

Recobrando el hilo de las monedas, es al inicio del episodio de Sierra Morena cuando encontramos las primeras que Sancho recibe para sí y dentro del sistema caballeresco [Romero Muñoz, 1991]. No llegan a él en pago de nada sino por costumbre codificada. Sancho obedece más que feliz y rápido al mandato de don Quijote sobre la suerte de lo abandonado y de lo hallado. Es a través de la voz del narrador y la de Sancho que Cervantes propone el descubrimiento y la consigna de las monedas encontradas así como las reacciones del escudero:

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Yen un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro; yasí como los vio dijo:

-¡Bendito sea todo el cielo, que nos ha deparado una aventura que sea de provecho!. [oo.] Mandóle [don Quijote] que guardase el dinero y lo tomase para él. Besóle las manos Sancho por la merced. [1, xxm: 252]

En esta ocasión se nos presenta a un Sancho que, por conveniencia, se acerca al universo de su amo comportándose consecuentemente. Al mismo tiempo don Quijote aparece como caballero que con autoridad y sabiduría protege y avala el proceder de su siervo. Estas monedas van a actuar de señuelo para la continuación de la permanencia de Sancho en la vida aventurosa. Y si bien los escudos pasan a propiedad de Sancho siguiendo el modelo caballeresco, también los justifica y recibe a modo de pago por los daños recibidos desde que ha iniciado la nueva vida. Esta es la primera ocasión en la que Sancho se nos presenta monetizando las fatigas.

Acto seguido, el silencio va a caer sobre estas monedas, hasta tal punto que, en el segundo capítulo de la segunda parte, van a ser requeridas explicaciones sobre su destino. Uno de los olvidos que Carrasco y los lectores achacan a la primera parte es el de no haber dado razones de cómo Sancho gastó los escudos de la maleta de Cardenio. Cervantes, que ha pasado al texto tal perplejidad, construye su explicación en dos fases: en la primera hace prometer a Sancho que la dará más adelante, delineando un Sancho taimado que, con la excusa de un hambre repentina, hace mutis por el foro [11, III: 655]. La dilucidación no llega hasta el capítulo siguiente donde Sancho cuenta:

Yo los gasté en mi persona y de la de mi mujer y de mis hijos, y ellos han sido causa de que mi mujer lleve en paciencia los caminos y carreras que he andado sirviendo a mi señor don Quijote: que si al cabo de tanto tiempo volviera sin blanca y sin el jumento a mi casa, negra ventura me esperaba; y si hay más que saber de mí, aquí estoy, que responderé al mismo rey en presona, y nadie tiene para qué meterse en si truje o no truje, si gasté o no gasté: que si los palos que me dieron en estos viajes se hubieran de pagar a dinero, aunque no se tasaran sino a cuatro maravedí s cada uno, en otros cien escudos no había para pagarne la mitad. [11, IV: 657]

Alejándole del modelo caballeresco, Cervantes nos muestra a Sancho reivindicando su pertenencia al sistema económico del labrador-padre de familia,

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su autonomía y su autoridad, reflejo de la del autor [Martín Morán: 1990; 1998a; 1998b], respecto a la opinión ajena.

Otras monedas recibirá Sancho, como los doscientos escudos que el mayordomo, de parte de los duques, le ofrece para los gastos del viaje y que en realidad es la paga de los bufones [JI, LVI!: 1090] o los diez escudos que Roque Guinart le dará antes de entrar en Barcelona [JI, LX: 1128]. Es a causa de todas ellas que, al regresar definitivamente a la aldea, Sancho puede decir a Teresa: «Dineros traigo» [JI, Lxxm: 1212]. .

Y también lo encontramos imaginándose poseedor de especiales monedas. En la fantasía de verse como escudero del rey de Micomicón -ubicado ya en Guinea ya en Etiopía como profundo sur- y por lo tanto poseedor de un feudo habitado por negros, Sancho piensa que podrá vender a sus súbditos y hacerse rico. Tal es el monólogo de su programa:

y díjose a sí mismo: -¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que

cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida? ¡No, sino dormíos, y no tengáis ingenio ni habilidad para disponer de las cosas y para vender treinta o diez mil vasallos en dácame esas pajas! Par Dios que los he de volar, chico con grande, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos. [1, XXIX: 340]

La esclavitud de las personas de color era una costumbre en la Europa de los siglos XVI Y XVII [Cortés López, 1989; Redondo, 1998]. Representaba un lucrativo negocio en el que participaban personas de la más variada extracción. Cervantes, al mostrar esta reacción de Sancho, nos lo presenta como alguien que está en consonancia con esa España de principios de aquel siglo en que la esclavitud desempeña un papel importante [Redondo, 1995]. Con todo, no debemos dejar de observar que, en este episodio, asistimos a la monetización del vasallo (plata y oro), invirtiéndose el orden natural donde el señor le debía su protección.

Más adelante, en la ya aludida conversación con el 'escudero' del caballero del Bosque, Sancho reflexiona sobre la dura vida que está llevando, explicando que ha incurrido por segunda vez en ella,

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cebado y engañado de una bolsa con cien ducados que me hallé un día en el corazón de Sierra Morena, y el diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no, sino acullá, un talego lleno de doblones, que me parece que

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a cada paso le toco con la mano y me abrazo con él y lo llevo a mi casa, y echo censos y fundo rentas y vivo como un príncipe; y el rato en que esto pienso se me hacen fáciles y llevaderos cuantos trabajos padezco con este mentecato de mi amo, de quien sé que tiene más de loco que de caballero. [11, XIII: 729-730]

El ensueño confesado a su par, que se apodera a veces de Sancho, traduce el deseo de iteración de la suerte que se le deparó en Sierra Morena: sin ningún esfuerzo entraron en sus manos cien escudos que, como hemos visto, llevó a su casa justificando su primera salida. Hay que notar que Sancho siempre piensa y desea los beneficios de su trabajo escuderil en vistas a su casa y familiares. Es, en este caso, también un escudero anómalo: tiene familia. Sancho sueña en grandes riquezas que le permitan, a él y a los suyos, vivir como los nobles de su tiempo [Redondo, 1995]. Tal es el motivo manifiesto mediante el cual Cervantes nos presenta al campesino como un ser enajenado -a intervalos- que vive en la dimensión del sueño-deseo.

En esta ocasión, el sueño, según Sancho, se presenta propiciado por el diablo, refrendando el carácter engañoso de la visión. También puede leerse aquí la raíz folklórica del sueño que coloca los tesoros escondidos y a veces encontrados en manos demoníacas, considerando el vínculo que, en la tradición popular, se establece entre las riquezas y el mundo subterráneo e infierno. Cervantes pone en contacto la avidez del soñador con la tentación diabólica. El relato de los proyectos a realizar con los doblones soñados nos llevan también a recordar otro motivo folklórico, el de los planes fantásticos elaborados sobre una base mínima, casi inexistente. El mismo motivo ha sido usado ya por el autor en el episodio de Sancho negrero así como en el quinto capítulo donde ha presentado la conversación entre Teresa y Sancho sobre los provechos que el gobierno de la ínsula podrá depararles [Molho, 1976].

Cervantes propone a Sancho como víctima de un espejismo. Cierto que el sueño del oro ha perseguido a los hombres en todos los tiempos. Cierto que la riqueza fácil tiene una fascinación oscura. Cierto que también aquí podemos ver un eco del mito del Dorado, del Dorado americano que para los españoles fue un espejismo peregrino que llevó a los que osaron ir más allá, a la locura y a la muerte [Roca Mussons, 2003].

y este no es el solo tema del parlamento pues Cervantes continúa haciendo afirmar a Sancho, con crudeza, lo que piensa de su amo (mentecato y loco). Pero asimismo, con el tipo de sueño propuesto, ¿no se perfila a un Sancho muy parecido a su amo como se apuntó al principio? Ambos sueñan, sueños distintos pero siempre sueños. En el caso de Sancho podríamos señalar aquí también un proceso de monetización: el del motivo del sueño o del deseo donde el errante escudero

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no abraza la sutil cintura de una dama sino la gruesa corpulencia de un saco de monedas. Representa el oro que Sancho sueña durante toda la historia.

La inicialmente evidenciada imposibilidad de enriquecerse fuera de sus propios principios funciona de nuevo en el episodio de Ricote [López Fanega, 1983]. Cuando el morisco le ofrece a Sancho doscientos escudos para que le acompañe a rescatar su tesoro escondido, este así renuncia:

-Yo lo hiciera -respondió Sancho- pero no soy nada codicioso, que, a serlo, un oficio dejé yo esta mañana de las manos donde pudiera hacer las paredes de mi casa en oro y comer antes de seis meses en platos de plata; y así por esto como por parecerme haría traición a mi rey en favor a sus enemigos, no fuera contigo, si como me prometes docientos escudos me dieras aquí de contado cuatrocientos. [11, LIV: 1074]

Llegado a este punto de la historia el lector sabe que Sancho conoce la amistad pero ha observado también que ha sido delineado con unos implícitos principios, como el que ahora se señala: es buen súbdito. De ahí que no sea inverosímil ni la primera respuesta dada ni la que va a dar a continuación, a pesar de la insistencia y el aumento de ganancia que Ricote le propone: «-Ya te he dicho, Ricote --replicó Sancho-, que no quiero: conténtate que por mí no serás descubierto, y prosigue en buena hora tu camino y déjame seguir el mío, que yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño» [ibídem].

Desde el principio, la figura de Sancho ha sido trazada asimismo como cristiano viejo [Barbagallo, 1995: 58] y ahora se hace hincapié en esta peculiaridad mediante su absoluto rechazo del dios Mamón, demoníaco señor de las riquezas.

3. Sancho, las pocas veces que aparece como sujeto pagador en moneda, lo hace usando el dinero que don Quijote le había confiado al iniciar, juntos, la aventura. Se trata de monedas tangibles: un real de a cuatro da Sancho de motu propio al «afligido» alcahuete, dos escudos de oro entrega al carretero y al leonero por el tiempo perdido, doce reales al paje que camina hacia la guerra; con ellas paga los desperfectos causados al barco «encantado» y también le sirven para costear los servicios del mono adivino así como para resarcir a maese Pedro de los destrozos causados a sus títeres. Al final, Sancho se desprende autónomamente de cuatro cuartos para desbaratar los malos agüeros que en don Quijote han suscitado, al entrar en su pueblo, una liebre y una caja de grillos, comprando esta última y ofreciéndosela a su señor [Poggi, 2004]. En todos los casos las monedas son materiales pero lo que Sancho obtendrá con las últimas es un objeto que, en relación a don Quijote, se convierte en alegoría [Riley, 1979].

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Pero Cervantes otorga también monedas simbólicas a Sancho, quien así las proclama: «a mí que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos, alfilerazos y azotes, no me dan un ardite» [11, LXXI: 1199]. Y va a ser ahora cuando el autor inicie el proceso de monetización de los azotes, al que don Quijote también contribuye (en teoría) intentando al mismo tiempo rechazarla por temor a que la terapia sea invalidada. De todos modos Sancho, en la burlona corte de los duques, es transmutado tanto en hucha como en forjador de moneda para curar, dehacer encantamientos y entuertos. Por chanza en los nobles y sin sombra de ella en don Quijote, ambos monetizan al mismo Sancho transformándole en objeto, unos de risa y otro, de esperanza.

Si los azotes que el campesino debe darse son la simbólica moneda que costea el desencantamiento de Dulcinea, también serán ocasión para su medro logrando la promesa de monedas reales. Pero este es un punto que merece una glosa.

Los azotes para «rescatar» a la dama han sido propuestos, a Sancho, por el fantomático Merlín en la conocida y solemne profecía:

Que para recobrar su estado primo la sin par Dulcinea del Toboso es menester que Sancho tu escudero se dé tres mil azotes y trecientos en ambas sus valientes posaderas. [Il, xxxv: 928]

La reacción del escudero ante la insensata y dolorosa propuesta se textualiza en una iteración de negativas razonadas impecablemente hasta que la posible dilación de los tiempos y su alma de cántaro no le llevan a aceptar la penitencia redentora. La impaciencia del caballero choca con la antiheroica flema de Sancho que va dando largas al asunto. Cansado de rogar dentro de su sistema, don Quijote se resigna a monetizar la redención de Dulcinea pagando los azotes que Sancho se dará, tanto porque sabe que es la única manera para que haga más aprisa la penitencia cuanto porque, en el mundo de valores de Sancho, todo lo que hace debe ser recompensado. Así se somete el caballero: «Mira, Sancho, el que quieres y azótate luego y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos» [Il, LXXI: 1199]. La claudicación de don Quijote puede reflejar asimismo una pérdida de su fe absoluta en los valores caballerescos pues no hay que olvidar que el paladín va regresando a casa porque ha sido derrotado.

Tomemos a los azotes. Cervantes propone al Sancho matemático, quien juega con el ansia de su señor logrando mil novecientos cincuenta reales. A ellos alude la manda del testamento de Alonso Quijano dedicada a Sancho con las frases: «porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares» [11, LXXI:

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1219]. Cervantes hace terminar, cerca de su casa, la penitencia de Sancho, quien al divisar su pueblo prorrumpe en una retahíla de gracias que cierra con estas palabras: «Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba» [11, LXXII: 1209].

Colofón

Un deseo es el que mueve a los protagonistas de la historia encaminándolos fuera de su casa y de sÍ. Cervantes hace que don Quijote retome sin haber logrado coronar su afán mientras que promueve el de Sancho. Para ello emplea la estrategia de la monetización de los motivos caballerescos que jalonan el modelo del señor: servicio, fatigas, premio, vasallo, sueño, magia, penitencia. Es un largo proceso que en diversas ocasiones parece cambiar de curso delineando una aparente entropía. El autor, también con las monedas de Sancho, marca el nuevo signo de los tiempos [Redondo, 1995; Domenichelli, 2002: 184-186] combinándolo con la melancólica capitulación del universo caballeresco al contextualizar su obra. Es en este espacio derrotado que Cervantes ha hecho mover a don Quijote, concretizando al final el sueño de Sancho y dejando al caballero el premio de la locura.

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