Las Muertes Concentricas - Jack London

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    Para este volumen hemos elegido cinco relatos que sern otras tantas

    pruebas de su eficacia y de su variedad. Slo hacia el fin de The House of

    Mappuhi el lector advierte cul es el verdadero protagonista; The Law of

    Life nos revela un destino atroz, aceptado por todos con naturalidad y hasta

    con inocencia; Lost Face es la salvacin de un hombre ante la torturamediante un artificio terrible; The Minions of Midas detalla el mecanismo

    despiadado de una sociedad de anarquistas; The Shadow and the Flash

    renueva y enriquece un antiguo motivo de la literatura: la posibilidad de ser

    invisible.

    Jorge Luis Borges

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    Ttulos originales: The House of Mappuhi (trad. de N. Dotori)The Law of Life(trad. de N. Dotori)

    Lost Face(trad. de J. L. Borges)The Minions of Midas(trad. de J. L. Borges)The Shadow and the Flash(trad. de N. Dotori)Jack London, 1901Traduccin: N. Dotori & Jorge Luis Borges

    Editor digital: orhiCorreccin de erratas: Astennu y ojocigarroePub base r1.2

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    Introduccin

    Jack London naci en 1876 en San Francisco de California. Su verdadero nombre

    era John Griffith; ese apellido gals basta para refutar la conjetura de su estirpe

    uda, propuesta por H. L. Mencken, segn la cual todos los apellidos que

    corresponden a nombres de ciudades son de origen hebreo. Se ha dicho que fue hijo

    ilegtimo de un astrlogo ambulante, rasgo proftico de su destino vagabundo. Su

    escuela fue el bajo de San Francisco, apodado la costa de Berbera y que gan

    una merecida fama por su malevaje violento. Despus sera buscador de oro en

    laska como Stevenson lo haba sido en California. De muchacho fue soldado y

    luego pescador de perlas, hecho que volvera a su memoria cuando urdi las

    vicisitudes de La casa de Mapuhi. Atraves el Pacfico en una nave que lo llev alJapn donde fue cazador de focas, esa cacera era ilcita; cierta balada de Rudyard

    Kipling nos revela que los cazadores ms audaces, rivales de los ingleses y de losrusos, eran los norteamericanos. A su vuelta curs un semestre en la universidad de

    su ciudad natal, ah se convirti al socialismo, cuyo sentido era entonces la

    fraternidad de todos los hombres y la abolicin de los bienes personales. Ya se haba

    destacado como periodista; fue enviado como corresponsal a la guerra ruso-

    aponesa. Vestido de pordiosero conoci la miseria y la dureza de los barrios ms

    srdidos de Londres. De esa voluntaria aventura saldra el libro The People of thePit. Sus libros, de muy diversa ndole, fueron traducidos a todas las lenguas, le

    depararon una gran fortuna que compens los das menesterosos de la niez. Armel barco The Snark, una esplndida embarcacin que le cost en mil novecientos,treinta mil dlares.

    Entre sus muchas obras no podemos olvidar Before Adam, la novela de un hombreque recupera en sueos fragmentarios las perdidas vicisitudes de una de sus vidas

    rehistricas. De carcter autobiogrfico y, sin duda, magnificado son Martin EdnyBurning Daylightcuyo escenario es Alaska. El protagonista de su ms famosa ficcinThe Call of the Wildes un perro, Buck, que en los pramos rticos vuelve a ser lobo.

    Para este volumen hemos elegido cinco relatos que sern otras tantas pruebas de sueficacia y de su variedad. Slo hacia el fin de The House of Mapuhi el lectoradvierte cul es el verdadero protagonista; The Law of Life nos revela un destinoatroz, aceptado por todos con naturalidad y hasta con inocencia; Lost Face es lasalvacin de un hombre ante la tortura mediante un artificio terrible; The Minionsof Midas detalla el mecanismo despiadado de una sociedad de anarquistas; TheShadow and fhe Flash renueva y enriquece un antiguo motivo de la literatura: la

    osibilidad de ser invisible.

    En Jack London se encontraron y se hermanaron dos ideologas adversas: la

    doctrina darwiniana de la supervivencia del ms apto en la lucha por la vida y el

    infinito amor de la humanidad.

    Sobre la mltiple labor de Jack London, como la anloga de Hemingway, que en

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    cierto modo la prosigue y la exalta, se proyectan dos altas sombras: la de Kipling y

    la de Nietzsche. Conviene no olvidar, sin embargo, una diferencia fundamental.

    Kipling vio en la guerra un deber, pero no cant nunca la victoria sino la paz que

    traen la victoria y los rigores blicos; Nietzsche, que haba sido testigo en el Palacio

    de Versalles de la proclamacin del Imperio de Alemania, dej escrito que todos los

    imperios no son ms que una tontera y que Bismarck haba agregado una cifra a esaestpida serie. Kipling y Nietzsche, hombres sedentarios, anhelaron la accin y los

    eligros que su destino les neg; London y Hemingway, hombres de aventura, se

    aficionaron a ella. Imperdonablemente llegaron al gratuito culto de la violencia y

    aun de la brutalidad. De ese culto fueron acusados en su tiempo Kipling y Nietzsche;

    recordemos las diatribas de Belloc y el hecho de que Bernard Shaw tuvo que

    defender a Nietzsche de la acusacin de haber compuesto un evangelio para

    matones. Ambos -London y Hemingway- se arrepintieron de su infatuacin por la

    mera violencia; no es casual que los dos, hartos de fama, de peligro y de oro,buscaran amparo en el suicidio.

    La eficacia de London fue la de un diestro periodista que domina el oficio; la de

    Hemingway, la de un hombre de letras que profesa determinadas teoras y las ha

    discutido largamente, pero ambos se asemejan, aunque no conocemos la opinin que

    el autor de El viejo y el mar pudo haber pronunciado sobre el autor de Sea-Wolfenlos cenculos de Francia. Es verosmil suponer que los vaivenes de la censura

    marquen ahora la diferencia entre los dos y oscurezcan su afinidad.

    Jack London muri a los cuarenta aos y agot hasta las heces la vida del cuerpo y

    la del espritu. Ninguna lo satisfizo del todo y busc en la muerte el ttrico esplendor

    de la nada.

    Jorge Luis Borges

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    La casa de Mapuhi

    No obstante la pesada torpeza de sus lneas, el Aorai maniobr fcilmente en la brisaligera, y su capitn lo condujo hacia adelante antes de virar apenas fuera del oleaje. Elatoln de Hikueru un crculo de fina arena de coral de un centenar de metros deancho, con una circunferencia de veinte millas se extenda bajo el agua, y emergaentre un metro y un metro y medio del lmite de la alta marea. En el lecho de lainmensa laguna cristalina exista abundancia de ostras perlferas, y desde el puente dela goleta, a travs del ligero anillo del atoln, poda verse trabajar a los buzos. Pero lalaguna no tena acceso, ni siquiera para una goleta mercante. Con brisa favorable, loscters podan penetrar a travs del canal tortuoso y poco profundo, pero las goletasanclaban fuera y enviaban sus chalupas adentro.El Aorai descendi con destreza una chalupa, a la que saltaron media docena de

    marineros de piel cobriza, vestidos slo con taparrabos color escarlata. Tomaron losremos, mientras en la popa, empuando el timn, permaneca un joven ataviado deblanco, segn la moda de los europeos en el trpico. Pero no era totalmente europeo.La ascendencia polinesia se revelaba en el tono dorado de su piel clara, y mezclabaresplandores luminosos al centelleo azul de los ojos. El joven era Alejandro Raoul, elhijo menor de Marie Raoul, una acaudalada mujer con un cuarto de sangre polinesia,propietaria y administradora de una media docena de goletas mercantes semejantes alAorai. Atravesando un remolino apenas fuera de la entrada, y el torbellino de la

    hirviente marejada, el barco se abri camino hacia la calma espejada de la laguna. Eloven Raoul salt a la blanca arena y estrech la mano a un nativo de elevada

    estatura. El pecho y las espaldas del hombre eran magnficos, pero el mun delbrazo derecho, bajo el que el hueso, blanqueado por el tiempo, se proyectaba variaspulgadas, testimoniaba el encuentro con un tiburn, que haba puesto fin a sus das debuzo, y lo haba convertido en un individuo servil y un intrigante de pequeosfavores.Te enteraste, Alec? fueron sus primeras palabras. Mapuhi encontr una perla.

    Y qu perla! Jams se pesc una perla como sa ni en Hikueru, ni en todas lasPaumotus, ni en el mundo entero. Cmprasela. La tiene ahora. Y recuerda que te lodije primero a ti. Mapuhi es un tonto y te la dar por poco dinero. Tienes un poco detabaco?Caminando en lnea recta por la playa, Raoul se dirigi hacia una cabaa construidabajo un rbol de pandano. Era el agente comercial de su madre, y su trabajo consistaen rastrillar todas las Paumotus buscando la riqueza de la copra, las ostras y las perlasque estas islas producan. Era nuevo en el oficio, y aquel era el segundo viaje quehaca con esa misin; le preocupaba mucho su falta de experiencia para tasar perlas.Pero cuando Mapuhi le mostr la suya, se las ingeni para contener el sobresalto quele provoc, y para mantener la expresin indiferente, comercial, de su rostro. Porqueaquella perla le haba causado una profunda impresin. Era grande como un huevo de

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    paloma, una esfera perfecta, de una blancura que reflejaba luces opalescentes detodos los colores en torno a ella. Estaba viva. Jams haba visto nada semejante.Cuando Mapuhi la dej caer en su mano, le sorprendi su pes, que demostraba quela perla era buena. La examin detenidamente, con una lente de aumento de bolsillo.No tena defectos ni imperfecciones. Su pureza pareca casi disolverse en la

    atmsfera, fuera de su mano. A la sombra era suavemente luminosa, como una tiernaluna. Su blancura era tan traslcida que cuando la dej caer en un vaso tuvo dificultadpara encontrarla. Se haba dirigido al fondo tan directa y rpidamente, que lcomprendi que su peso era excelente.Bueno, cunto quieres por ella? pregunt con un sutil aire de indiferencia.Yo quiero empez Mapuhi, y detrs de l, enmarcando su propio rostromoreno, los de dos mujeres manifestaban acuerdo con su peticin. Animadas decontenida impaciencia, los ojos destelleando avaricia, inclinaban las cabezas hacia

    adelante.Quiero una casa prosigui Mapuhi. Tiene que tener el techo de hierrogalvanizado, y un reloj de colgar, octogonal. Tiene que tener seis brazas de largo y unporche todo alrededor. En el medio, una habitacin grande, con una mesa redonda enel centro y el reloj octogonal colgando en la pared. Tiene que tener cuatrodormitorios, dos a cada lado de la habitacin grande, y en cada dormitorio tiene quehaber una cama de hierro, dos sillas y un lavabo. Detrs de la casa tiene que haberuna cocina, una buena cocina, con ollas, cacerolas y un fogn. Y debes construir lacasa en mi isla, que es Fakarava.Eso es todo? pregunt Raoul con incredulidad.Tiene que haber una mquina de coser dijo en voz alta Tefara, la esposa deMapuhi.Y no te olvides del reloj colgante octogonal aadi Nauri, la madre de Mapuhi.S, eso es todo dijo Mapuhi.El joven Raoul se ri. Se ri un largo rato, y de todo corazn. Pero mientras se rea,resolva secreta y mentalmente problemas de aritmtica. No haba construido unacasa en su vida, y sus ideas al respecto eran vagas. Mientras se rea, calculaba el costo

    del viaje a Tahit, para buscar materiales, el de los materiales mismos, el del viaje devuelta a Fakarava, y el costo del desembarco de materiales y de la construccin de lacasa. Sera de unos cuatro mil dlares franceses, dejando un margen de seguridad.Cuatro mil dlares franceses equivalan a veinte mil francos. Era imposible. Cmopoda saber l el valor de semejante perla? Veinte mil francos era mucho dinero ydinero de su madre, por aadidura.Mapuhi dijo, eres un gran tonto. Dime un precio en dinero.Pero Mapuhi sacudi la cabeza, y lo mismo hicieron las tres cabezas que estaban

    detrs de l.Quiero la casa dijo. Tiene que tener seis brazas de largo y un porchealrededor

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    S, s lo interrumpi Raoul. Ya s todo sobre tu casa, pero es imposible. Tedar mil dlares chilenos.Las cuatro cabezas opusieron a coro una negativa silenciosa.Y cien dlares chilenos en mercadera.Quiero la casa comenz Mapuhi.

    De qu te va a servir la casa? pregunt Raoul. El primer huracn que vengate la va a arrasar. Tendras que saberlo. El capitn Raffy dice que es probable quevenga uno ya mismo.No en Fakarava dijo Mapuhi. La tierra es ms alta all. En esta isla, s.Cualquier huracn puede barrer Hikueru. Mi casa va a estar en Fakarava. Tiene quetener seis brazas de largo con un porche todo alrededorY Raoul escuch una vez ms todo el cuento de la casa. Pas varias horas tratando dedesterrar de la mente de Mapuhi la obsesin de la casa; pero la madre y la esposa de

    Mapuhi, y Ngakura, su hija, lo apoyaban en su determinacin de obtener la casa.Mientras escuchaba por vigsima vez la descripcin detallada de la casa que queran,Raoul vi, a travs de la entrada de la cabaa, la segunda chalupa de su goleta,detenida en la playa. Los marineros reposaban en los remos, evidenciando prisa porpartir. El primer oficial del Aorai salt a tierra, cambi algunas palabras con el nativode un solo brazo, y luego se apresur al encuentro de Raoul. El da se habaoscurecido sbitamente, porque la borrasca estaba cubriendo el sol. A travs de lalaguna Raoul poda ver la lnea amenazadora de las rfagas que se aproximaban.El capitn Raffy dice que hay que salir de aqu por todos los diablos fue elsaludo del oficial. Si hay alguna perla, debemos correr el riesgo de venir a buscarlams tarde, as ha dicho. El barmetro ha descendido a veintinueve con setenta.La rfaga de viento acometi la copa del rbol de pandano y sopl con violenciacontra las palmeras de cocos maduros, que cayeron al suelo con un sonido sordo.Despus apareci la lluvia, que avanzaba con el rugir de la tempestad, haciendo queel agua de la laguna, barrida por el tumulto del viento, se levantara como en hilerasde humo. Cuando las primeras gotas caan ruidosamente sobre las hojas, Raoul selevant.

    Mil dlares chilenos, dinero en mano, Mapuhi dijo. Y doscientos enmercaderas.Quiero una casa comenz el otro.Mapuhi! grit Raoul para hacerse or. Eres un tonto!Se precipit fuera de la casa y, junto con el oficial, se abri camino trabajosamentepor la playa hacia el bote, que no podan divisar. La lluvia tropical caa salpicandoalrededor de ellos de modo tal que slo podan ver la arena bajo sus pies y lasmaliciosas olitas de la laguna que rompan contra la playa y la mordan. Una figura

    atraves el diluvio. Era Huru - Huru, el hombre de un solo brazo.Conseguiste la perla? grit al odo de Raoul.Mapuhi es un tonto! fue el grito de respuesta, y un momento despus se haban

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    perdido mutuamente de vista en el agua que caa. Media hora despus, Huru - Huru,que miraba desde el atoln hacia el mar, vio al Aorai izar las dos chalupas y volver laproa al mar abierto. Y cerca de la nave, recin venida del mar en alas de la tempestad,vio otra goleta que se pona al pairo y dejaba caer un bote al agua. La conoca. Era laOrohena, propiedad de Toriki, el comerciante mestizo que haca las veces de su

    propio sobrecargo, y que sin duda se encontraba en la popa de la chalupa. Huru -Huru se ri entre dientes. Saba que Mapuhi le deba a Toriki dinero en mercaderasque ste le haba adelantado el ao anterior.La borrasca haba pasado. El sol ardiente llameaba y la laguna era de nuevo unespejo. Pero el aire estaba pegajoso como muclago, y su peso pareca oprimir lospulmones, dificultando la respiracin.Te enteraste de la novedad, Toriki? pregunt Huru - Huru. Mapuhi encontruna perla. Nunca nadie pesc una perla as en Hikueru, ni en ningn lugar de las

    Paumotus, ni en el mundo entero. Mapuhi es un tonto. Adems, te debe dinero.Recuerda que te lo dije a ti primero. Tienes un poco de tabaco?Y Toriki se dirigi a la choza de paja de Mapuhi. Era un hombre autoritario y, porotra parte, bastante estpido. Observ con indiferencia la maravillosa perla laobserv slo un instante; y con indiferencia la dej caer en su bolsillo.Tienes suerte le dijo. Es una linda perla. Te abrir un crdito en los libros.Quiero una casa comenz Mapuhi consternado. Tiene que tener seis brazas delargoSeis brazas tu abuela! fue la respuesta del comerciante. T quieres pagar tusdeudas, eso es lo que quieres. Me debas mil doscientos dlares chilenos. Muy bien;ya no me los debes. La deuda est saldada. Adems, te fiar mercaderas por otrosdoscientos chilenos. Si cuando llegue a Tahit la perla se vende bien, te fo otros cien,y ya son trescientos. Pero recuerda, slo si la perla se vende bien. Hasta puedo perderdinero con ella.Mapuhi se cruz de brazos entristecido y se sent con la cabeza gacha. Le habanrobado su perla. En lugar de la casa, haba pagado una deuda. No tena nada quereemplazara a la perla.

    Eres un tonto dijo Tefara.Eres un tonto dijo Nauri, su madre. Por qu dejaste que te quitara la perla?Qu poda hacer? protest Mapuhi. Le deba el dinero. l saba que yo tenala perla. Ustedes mismas lo oyeron pedrmela para verla. Yo no se lo dije. l lo saba.Alguien se lo debe haber dicho. Y yo le deba dinero.Mapuhi es un tonto remed Ngakura.Tena doce aos y lo nico que saba hacer era imitar a la madre y a la abuela.Mapuhi mitig su ira dndole una bofetada en la oreja que la hizo tambalear, mientras

    Tefara y Nauri se echaban a llorar y continuaban vituperndolo como slo sabenhacerlo las mujeres.Huru - Huru, observando desde la playa, vio cmo una tercera goleta que l conoca

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    se pona al pairo fuera de la entrada a la laguna, y dejaba caer una chalupa al agua.Era el Hira, un nombre adecuado, pues perteneca a Levy, el judo alemn, el mayorcomprador de perlas del archipilago y, como era sabido, Hira era el dios tahitiano delos pescadores y los ladrones.Te enteraste de las noticias? le pregunt Huru - Huru apenas Levy, un hombre

    gordo de rostro enorme y asimtrico, baj a la playa.Mapuhi encontr una perla. Jams se vio una perla as en Hikueru, en todas lasPaumotus o en el mundo entero. Mapuhi es un tonto. Se la vendi a Toriki por milcuatrocientos dlares chilenos yo estaba escuchando afuera y lo o. Torikitambin es un tonto. Se la puedes comprar a l por poco. Recuerda que yo te lo dije ati primero. Tienes un poco de tabaco?Dnde est Toriki?En casa del capitn Lynch, bebiendo ajenjo. Hace una hora que est all.

    Y mientras Levy y Toriki beban ajenjo y regateaban el precio de la perla, Huru -Huru escuchaba y los oa convenir el fantstico precio de veinticinco mil francos.Fue a esta altura que tanto el Orohena como el Hira, acercndose rpidamente a laplaya, comenzaron a disparar salvas de caones y a hacer seales frenticamente. Lostres hombres salieron a tiempo para ver que las dos goletas viraban con rapidez y sedirigan a corta distancia de la costa, soltando las velas mayores y enarbolando losfoques, mientras se metan en la boca de la tormenta que los escoraba lejos, en lasaguas emblanquecidas. Despus, la lluvia los borr.Van a volver cuando haya pasado la tormenta dijo Toriki. Ser mejor que nosvayamos de aqu.Calculo que el barmetro ha bajado ms todava dijo el capitn Lynch.Era un capitn de mar con la barba blanca, demasiado viejo para navegar, y que habadescubierto que la nica manera de llevarse bien con su asma era vivir en Hikueru.Entr a mirar el barmetro.Gran Dios! lo oyeron exclamar, y se le unieron precipitadamente para mirarcomo hipnotizados el cuadrante, que marcaba veintinueve y veinte.Salieron otra vez, ahora para consultar ansiosamente el mar y el cielo.

    La tormenta se haba alejado, pero el cielo permaneca cubierto. Las dos goletas, a lasque se haba unido una tercera, volvan con las velas desplegadas. Un cambio en elviento las indujo a soltar la escotilla, y cinco minutos despus un sbito salto en elcuadrante opuesto llev a las tres goletas hacia atrs, y los que estaban en la costapudieron ver cmo los avos de botaln se aflojaban y soltaban al vuelo. El sonido deloleaje era turbulento, hueco y amenazador, y se estaba formando una fuerte marejada.Ante sus ojos estall un terrible relmpago, que ilumin la oscuridad del da, mientrasel trueno retumb salvajemente a su alrededor.

    Toriki y Levy echaron a correr en direccin a sus chalupas, este ltimo galopandocomo un hipoptamo aterrorizado. Mientras las dos embarcaciones recorranrpidamente el canal, se cruzaron con la chalupa del Aorai que entraba. En el timn,

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    alentando a los remeros, estaba Raoul. Incapaz de obliterar de su mente la visin de laperla, volva para aceptar como precio la casa solicitada por Mapuhi.Desembarc en la playa mientras la lluvia fragorosa azotaba, y era tan densa quetropez con Huru - Huru antes de verlo.Demasiado tarde aull Huru - Huru. Mapuhi se la vendi a Toriki por mil

    cuatrocientos chilenos, y Toriki se la vendi a Levy por veinticinco mil francos. YLevy la va a vender en Francia a cien mil francos. Tienes un poco de tabaco?Raoul se sinti aliviado. Sus preocupaciones acerca de la perla haban terminado. Yano tena por qu preocuparse, aun si no haba obtenido la perla. Pero no le crey aHuru - Huru. Mapuhi bien poda haberla vendido por mil cuatrocientos chilenos, peroque Levy, que entenda de perlas, hubiese pagado veinticinco mil francos, erademasiado. Raoul decidi interrogar al capitn Lynch al respecto, pero cuando lleg ala casa del viejo marinero lo encontr mirando el barmetro con los ojos

    desencajados.Qu lees aqu? pregunt ansiosamente el capitn Lynch, frotndose los lentes ymirando fijamente el instrumento.Veintinueve con diez dijo Raoul. Nunca lo haba visto tan bajo.Ya lo creo! respondi el capitn. Cincuenta aos en el mar, y ni de joven nide adulto lo he visto tan bajo. Escucha!Permanecieron callados un momento, mientras el oleaje ruga con estruendo,sacudiendo la casa. Despus salieron. La tormenta haba pasado. A una milla dedistancia podan ver el Aorai al pairo, inclinndose y bambolendose enloquecido enmedio de las tremendas olas que rodeaban en majestuosa procesin fuera delhorizonte hacia el nordeste, y se lanzaban con fuerza sobre la costa de coral. Uno delos marineros de la chalupa seal a la desembocadura del pasaje y sacudi la cabeza.Raoul mir y vio una anarqua blanca de oleaje y espuma.Supongo que me voy a quedar con usted esta noche, capitn dijo. Despus sevolvi hacia el marinero y le dijo que halara la chalupa y buscara albergue para l ysus compaeros.Veintinueve netos anunci el capitn Lynch, que vena con una silla en la mano

    despus de echar otra ojeada al barmetro.Se sent y contempl el espectculo del mar. Sali el sol, lo que aument el bochornodel da, mientras reinaba una calma mortal. El oleaje continuaba creciendo enmagnitud.Lo que no puedo comprender es qu hace que el mar est tan agitado rezongRaoul con petulancia. No hay viento, y sin embargo, mrelo, mire all a esecompaero!Extendindose a lo largo de millas y millas, llevando decenas de miles de toneladas

    de agua, su impacto sacudi el frgil atoln como un terremoto. El capitn Lynch sesobresalt.Vlgame Dios! exclam, levantndose a medias de la silla, luego dejndose

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    caer nuevamente.Pero no hay viento insisti Raoul. Yo lo entendera si junto con el oleajehubiese viento.Tendrs el viento pronto, sin que tengas que preocuparte por l fue la cortanterespuesta. Los dos hombres se sentaron en silencio. El sudor les sala de la piel en

    miradas de pequeas gotitas que corran juntas, formando manchas de humedad, quea su vez se unan en arroyuelos que chorreaban hasta el suelo. La respiracin deambos era jadeante, y los esfuerzos del viejo resultaban especialmente penosos. Eloleaje barri la playa, lamiendo los troncos de los cocoteros, y hundindose luego asus pies.Ha superado los lmites de la alta marea observ el capitn Lynch y yo estoyaqu desde hace once aos. Mir el reloj. Son las tres de la tarde.Un hombre y una mujer, seguidos por una abigarrada corte de chiquillos y perros,

    pasaron desconsolados. Se detuvieron cerca de la casa, y tras muchas vacilaciones, sesentaron en la arena. Minutos ms tarde, lleg otra familia en direccin opuesta; loshombres y las mujeres llevaban una variedad heterognea de objetos. Y pronto varioscientos de personas de todas las edades y sexos se congregaron alrededor de lavivienda del capitn. Este interpel a una recin llegada, una mujer que llevaba a unnio de pecho en los brazos, y como respuesta recibi la informacin de que su casaacababa de ser arrasada por la tempestad y se haba hundido en la laguna.ste era el lugar ms elevado en muchas millas, y ya en varias partes, de amboslados, las enormes olas estaban abriendo una clara brecha en el anillo sutil del atolny rompan en la laguna. El anillo del atoln tena una extensin de veinte millas, y suancho no superaba en ninguna parte a los cien metros. Era la culminacin de latemporada del buceo, y los nativos venan de todas las islas circundantes, inclusive deTahit.Hay mil doscientos hombres, mujeres y nios aqu dijo el capitn Lynch. Mepregunto cuntos habr maana por la maana.Pero, por qu no sopla el viento? Eso es lo que quiero saber inquiri Raoul.No te preocupes, muchacho, no te preocupes; bien pronto vendrn tus problemas.

    Mientras el capitn Lynch hablaba, una gran masa lquida castig violentamente elatoln. El agua de mar se agit en torno a ellos y se deposit hasta una profundidadde ocho centmetros bajo sus sillas. Un gemido sofocado de miedo se elev entre lasnumerosas mujeres. Los nios, con las manos aferradas, miraban con fijeza las olasinmensas, y lloraban lastimeramente. Pollos y gatos, vadeando con dificultad en elagua, se refugiaron como de comn acuerdo, volando y trepando, en el techo de lacasa del capitn. Un nativo, con una camada de cachorros recin nacidos en unacesta, se trep a un cocotero y una vez que estuvo a seis metros de altura, dej caer la

    cesta. La madre se precipit al agua, gimiendo y gruendo. Mientras tanto, el solbrillaba restallante, y la calma chicha continuaba.Raoul y el capitn, sentados, miraban las olas y la enloquecida inclinacin del Aorai.

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    El viejo marino contemplaba las inmensas moles de agua que avanzaban, hasta queya no pudo mirar ms. Se cubri la cara con las manos para no ver ese espectculo.Despus entr a la casa.Veintiocho y sesenta dijo tranquilamente cuando volvi.Llevaba en el brazo un rollo de soga delgada. Lo cort en trozos de cuatro metros, le

    dio uno a Raoul, guard otro para l, y el resto lo distribuy entre las mujeres, con elconsejo de que eligieran un rbol y se treparan.Empez a soplar una leve brisa del noroeste, y ese soplo en su mejilla pareci alegrara Raoul. Poda ver al Aorai que orientaba las velas y se alejaba de la costa, y lamentno estar a bordo. La goleta siempre poda huir, pero en cuanto al atoln El oleaje seabri camino y lo embisti hasta hacerle casi perder el equilibrio, y entonces eligi unrbol. En ese momento se acord del barmetro y volvi corriendo a la casa.Encontr al capitn Lynch que volva por la misma razn, y entraron juntos.

    Veintiocho con veinte dijo el viejo marinero. Esto se va a convertir en unverdadero infierno. Qu fue eso?El aire pareca estar lleno de algn mpetu desconocido. La casa vibr y tembl, yescucharon el estrpito de un sonido poderoso. Las ventanas tintinearon conviolencia. Los vidrios de dos de ellas se rompieron; una rfaga de viento se precipitdentro, golpendolas y hacindolas bambolear. La puerta del lado opuesto se cerrcon violencia, haciendo pedazos el cerrojo. El picaporte blanco cay al suelo,deshecho en fragmentos. Las paredes del cuarto se combaron como un globo de gasinflado demasiado rpido. Entonces vino un nuevo sonido, como una descarga defusilera, mientras la espuma del mar golpeaba las paredes de la casa. El capitnLynch mir su reloj. Eran las cuatro de la tarde. Se puso una chaqueta de tela depiloto, descolg el barmetro y se lo meti en un amplio bolsillo. Una ola embisti denuevo la casa con un violento impacto, y la ligera construccin se inclin, gir sobresus cimientos, y se hundi, con el piso inclinado en un ngulo de diez grados.Raoul sali primero. El viento lo atrap y lo hizo rodar. Observ que se habadesplazado hacia el este. Haciendo un gran esfuerzo, se arroj sobre la arena,agazapndose y tratando de resistir. El capitn Lynch, arrastrado como un puado de

    paja, cay sobre l. Dos de los marineros del Aorai, abandonando el cocotero al quese haban trepado, acudieron en su ayuda, recostndose contra el viento en ngulosimposibles, peleando y araando cada centmetro de terreno.Como las articulaciones del viejo estaban rgidas y no poda trepar, los marineros,atando cortos trozos de cuerda, lo izaron al tronco, lentamente al principio, luego msrpido, hasta llegar a la copa, a unos quince metros del suelo. Raoul pas su cuerdaalrededor de la base de un rbol vecino, y sigui mirando. El viento era terrible.Jams haba soado que pudiera soplar tan fuerte. Una ola rompi contra el atoln,

    empapando a Raoul hasta la rodilla antes de desaparecer en la laguna. El sol se habaocultado, dejando un cielo de plomo dbilmente iluminado. Unas gotas de lluvia quecaan horizontalmente lo golpearon. El impacto fue como de perdigones. Una

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    salpicadura de roco de sal le golpe la cara. Fue como si un hombre le hubiera dadouna bofetada. Las mejillas le ardan y lgrimas involuntarias de dolor asomaron a susojos. Varios cientos de nativos haban trepado a los rboles, y l podra haberse redoal ver los racimos de fruta humana que se apiaban en las copas. Entonces Raoul, quehaba nacido en Tahit, dobl su cintura, se aferr al tronco del rbol con las manos,

    presion con las plantas de los pies en la corteza, y comenz a caminar rbol arriba.En la copa se encontr con dos mujeres, dos nios y un hombre. Una niita aferrabaun gato domstico entre los brazos. Desde su nido salud con la mano al capitnLynch, y el valeroso patriarca retribuy el saludo. Raoul estaba aterrado ante elestado del cielo. Se haba acercado mucho ms en realidad, ste pareca estar justosobre su cabeza; y haba cambiado del color plomo al negro. Muchos estabantodava en tierra, agrupados alrededor de la base de los rboles. Algunos gruposrezaban, y en uno de ellos el misionero mormn diriga las plegarias. Un misterioso

    sonido rtmico, dbil como el chirrido de un grillo lejano, lleg a sus odos, pero slopor un instante, sugirindole vagamente la idea del cielo y de una msica celestial.Mir en torno suyo y vio, en la base de otro rbol, un grupo numeroso de personasque se sostenan unas a otras, todas tomadas de una cuerda. Pudo ver cmo cambiabala expresin de sus rostros, mientras sus labios se movan al unsono. No le llegabaningn sonido, pero saba que estaban cantando himnos.El viento continuaba soplando con ms fuerza. No poda medirlo mediante ningnproceso consciente, porque haca mucho que haba superado su experiencia en cuantoa vientos; pero no obstante, de alguna manera saba que estaba soplando ms fuerte.No lejos de all un rbol fue descuajado, despidiendo a su carga humana en la cada, ysta desapareci bajo una enorme ola que asol esa franja de playa. Losacontecimientos estaban sucediendo rpidamente. Vio una espalda morena y unacabeza negra perfiladas contra el blanco espumoso de la laguna. Un instante despushaban desaparecido. Otros rboles desaparecan, cayendo entrecruzados comofsforos. La violencia del viento lo asombr. Su propio rbol oscilabapeligrosamente, una mujer lloraba y estrujaba a la niita que a su vez todava aferrabaal gato.

    El hombre, que tena al otro nio, toc el brazo de Raoul y le seal algo. Mir y viola iglesia mormona, corriendo a toda velocidad, como si estuviera borracha, a unostreinta metros de distancia. Haba sido arrancada de sus cimientos, y el viento y elmar la levantaban y la empujaban hacia la laguna. Una espantosa pared de agua laacometi, la volte y luego la lanz contra media docena de cocoteros. Los racimosde fruta humana cayeron como cocos maduros. La ola, al retirarse, los mostr en elsuelo, algunos inmviles, otros retorcindose contorsionados. Extraamente, lerecordaron a las hormigas. No estaba conmovido, sino ms all del horror. Observ

    como una cosa natural a la ola siguiente, que barri la arena hasta dejarla limpia dedespojos humanos. Una tercera ola, ms colosal que cualquiera de las que hubieravisto, lanz la iglesia a la laguna, donde flot en la oscuridad a sotavento,

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    semisumergida, recordndole exactamente al arca de No.Busc con la mirada la casa del capitn Lynch, y le sorprendi no hallarla ms. Losacontecimientos se sucedan con rapidez. Not que muchos de los que estaban en losrboles haban bajado a tierra. El viento haba aumentado. Su propio rbol lodemostraba. Ya no se balanceaba ms, ni se doblaba hacia un lado y hacia otro. En

    cambio, permaneca prcticamente estacionario, curvado en un ngulo rgido, y tanslo vibraba. Pero la vibracin le haca dao. Era como la de un diapasn o lalengeta de un birimbao. Lo que lo haca insoportable era la rapidez de la vibracin.Aun cuando las races resistieran, el rbol no podra soportar el esfuerzo durantemucho tiempo. Algo tendra que romperse.Ah, otro rbol ms que caa. No lo haba visto romperse, pero ah estaba, el resto, conel tronco quebrado por la mitad. No se saba qu estaba sucediendo, a menos que unolo viera con sus propios ojos. En medio de ese estrpito ensordecedor, el sonido de un

    rbol que se quebraba, o los gemidos de desesperacin humana no podan captarse.Se hallaba mirando por casualidad en direccin al capitn Lynch, cuando sucedi.Vio el tronco del rbol hacerse pedazos y desprenderse sin ruido. La parte superior,con tres marineros del Aorai y el viejo capitn, sali disparada por sobre la laguna.No cay a tierra pero vol por el aire como una brizna de paja. Raoul sigui su vuelounos cien metros, hasta que vio el rbol precipitarse en el agua. Forz la vista y creyver que el capitn Lynch haca un gesto de adis con la mano.Raoul no esper ms. Toc al nativo y le hizo seas con la mano, invitndolo adescender a tierra. El hombre estaba dispuesto a hacerlo, pero sus mujeres parecanparalizadas por el terror, y decidi permanecer con ellas. Raoul pas su cuerdaalrededor del rbol, y se desliz hacia abajo. Un torrente de agua salada le pas sobrela cabeza. Contuvo el aliento y se aferr desesperadamente a la soga. El agua se retiry respir de nuevo. Se asegur la cuerda ms firmemente y fue sumergido por otraola. Una de las mujeres se desliz hacia abajo y se le uni, mientras el nativopermaneca arriba con la otra mujer, los nios y el gato.El agente comercial haba notado que los grupos que se aferraban a las bases de losotros rboles disminuan constantemente. Ahora poda indagar por s mismo cul era

    el motivo. Deba apelar a todas sus fuerzas para permanecer sujeto, y la mujer queestaba a su lado se estaba debilitando. Cada vez que emerga de una ola lemaravillaba encontrarse todava all, como tambin el hecho de que all estuviera lamujer. Finalmente, al retirarse una ola, se encontr solo. Mir hacia arriba. La copadel rbol haba desaparecido. A la mitad de la altura original, vibraba el troncodespedazado. Estaba a salvo. Las races todava resistan, porque el rbol haba sidoliberado de su peso. Empez a trepar. Estaba tan dbil que lo hizo lentamente; unatras otra, las olas lo alcanzaron hasta que logr elevarse por encima de ellas. Entonces

    se at al tronco y se arm de coraje para enfrentar la noche y lo desconocido.Se senta muy solo en la oscuridad. A veces le pareca que aquello era el fin delmundo y que l era el ltimo sobreviviente. El viento segua aumentando. Aumentaba

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    hora tras hora. Cuando, segn sus clculos, deban ser las once de la noche, el vientose haba convertido en algo increble. Era una cosa horrible, monstruosa, una furiaululante, una oleada que azotaba y pasaba, pero volva a golpear y a pasar un murosin fin. Raoul se senta leve y etreo; le pareca que el que estaba en movimiento eral, que viajaba a una velocidad incontenible atravesando una interminable solidez. El

    viento ya no era aire en movimiento. Haba adquirido consistencia, como el agua o elmercurio. Tena la sensacin de poder alcanzarlo y desgarrarlo, en pedazos, como a lacarne del esqueleto de un ternero; de poderlo aferrar y permanecer suspendido de lcomo si fuera un acantilado.El viento lo sofocaba. No poda enfrentarlo y respirar, porque se le precipitaba en laboca y la nariz, distendindole los pulmones como si fueran vejigas. En esosmomentos le pareca que su cuerpo estaba hinchado y repleto de tierra slida. Slolograba respirar si apretaba los labios al tronco del rbol. El impacto incesante del

    viento lo dejaba exhausto. El cuerpo y la mente debilitadas, ya no observaba nipensaba, y estaba semiinconsciente. Una sola idea constitua su conciencia: As queesto era un huracn. Esa nica idea persista irregularmente. Era como una dbilllama que fluctuaba de tanto en tanto. Volva a ella de un estado de estupor: As queesto era un huracn. Entonces caa en otros estados de estupor.El apogeo del huracn dur desde las once de la noche hasta las tres de la maana, yfue a las once cuando se quebr el rbol en que estaba Mapuhi con las mujeres.Mapuhi sali a la superficie de la laguna, aferrando todava a su hija Ngakura. Sloun isleo de los mares del Sur hubiera podido sobrevivir. El tronco al que estabasujeto giraba y giraba en el remolino de espuma, y slo aferrndose a l unossegundos para soltarlo despus y asirse a l de nuevo por un lugar diferente, logrsacar su cabeza y la de Ngakura a la superficie, a intervalos lo suficientementeregulares como para poder respirar. Pero el aire era sobre todo agua: una nube deespuma de mar y de lluvia que caa de todos los lados.Atravesando la laguna hasta el otro lado del anillo de arena haba una extensin dediez millas. Aqu, los troncos de rboles que caan, los restos de embarcaciones, lasruinas de las casas, haban matado a nueve de cada diez de los seres miserables que

    haban sobrevivido al cruce de la laguna. Semiahogados, exhaustos, se vean lanzadosa este mortero enloquecido de los elementos, y reducidos a una masa informe decarne. Pero Mapuhi fue afortunado. Tena una probabilidad entre diez, y, por uncapricho del destino, le haba tocado a l. Emergi en la arena, sangrando de unaveintena de heridas. Ngakura tena el brazo izquierdo quebrado; los dedos de la manoderecha estaban triturados; una mejilla y la frente estaban partidas hasta el hueso. Seaferr a un rbol que estaba todava en pie, sosteniendo a la chica y tratandodesesperadamente de respirar, mientras las aguas de la laguna lo cubran hasta la

    rodilla y a veces hasta la cintura.A las tres de la maana la espina dorsal del huracn se quebr. A las cinco slosoplaba una brisa obstinada. Y a las seis reinaba una calma chicha y brillaba el sol. El

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    mar se haba calmado. En una orilla de la laguna todava inquieta, Mapuhi vio loscuerpos destrozados de los que haban fracasado en el descenso a tierra. Sin dudaTefara y Nauri se hallaban entre ellos.Camin por la playa examinndolos, y se encontr con su esposa, que estaba mitaddentro, mitad fuera del agua. Se sent en el suelo y llor, emitiendo speros sonidos

    animales para expresar su primitivo dolor. Entonces ella se movi con dificultad ygimi. Mapuhi la observ con detenimiento. No slo estaba viva, estaba ilesa.Simplemente, dorma. Tambin a ella le haba tocado esa posibilidad entre diez.De los mil doscientos de la noche anterior, slo quedaban trescientos. El misioneromormn y un gendarme hicieron el censo. La laguna estaba repleta de cadveres. Noquedaba en pie ni una casa ni una cabaa. En todo el atoln no haba quedado piedrasobre piedra. De cada cincuenta cocoteros, slo quedaba uno en pie, y los quequedaban estaban destrozados, sin un solo coco. No haba agua fresca. Los pozos

    poco profundos que recogan el agua de lluvia filtrada estaban llenos de sal. De lalaguna se recuperaron unas pocas bolsas de harina, empapadas. Los sobrevivientescortaban la parte interna de los cocoteros cados y la coman.Aqu y all excavaban en la arena pequeas cuevas y las cubran con los fragmentosde metal de los techos. El misionero construy un alambique elemental, pero no pudodestilar agua suficiente para trescientas personas. Al final del segundo da, Raouldescubri, mientras se daba un bao en la laguna, que su sed se aliviaba. Grit atodos las noticias, y por consiguiente se pudo ver a trescientos hombres, mujeres ynios sumergidos en la laguna hasta el cuello y tratando de absorber agua a travs dela piel. Los muertos flotaban alrededor de la gente o eran pisoteados, ya que todavayacan en el fondo. El tercer da los enterraron y se sentaron a esperar las lanchas derescate.Mientras tanto, Nauri, separada de su familia por el huracn, haba sido arrastradalejos a una aventura solitaria. Aferrada a un tosco tabln que la lastimaba y se leclavaba en la carne, haba sido arrojada lejos del atoln y llevada por el mar. Aqu,bajo los golpes de olas altas como montaas, haba perdido el tabln. Era una ancianade casi sesenta aos; pero haba nacido en las Paumotus y en toda su vida no se haba

    alejado del mar. Mientras nadaba en la oscuridad, sofocada, asfixiada, luchando porun poco de aire, un coco la haba golpeado con violencia en un hombro. En uninstante haba formulado un plan y se haba aferrado al coco.Durante la hora siguiente, haba capturado siete cocos. Atados juntos, formaron unaboya salvavidas que le haba conservado la vida, aunque al mismo tiempo amenazabaconvertirla en gelatina. Era una mujer gorda y se magullaba con facilidad; pero tenaexperiencia en huracanes, y mientras oraba a su dios tiburn para que la protegiera delos tiburones, esper que el viento cesara. Pero a las tres estaba en tal estado de

    aturdimiento que no se daba cuenta de nada. Tampoco se dio cuenta cuando a las seisse haba instalado la calma chicha. Recin recobr la conciencia cuando las olas laarrojaron en la arena. Se abri camino con las manos y los pies ensangrentados, en

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    carne viva, y manote en el agua hasta que qued lejos del alcance de las olas.Saba dnde estaba. Aquella tierra no poda ser otra que la diminuta isla de Takokota.No tena laguna. All no viva nadie. Hikueru estaba a quince millas de distancia. Noalcanzaba a verla pero saba que estaba hacia el sur. Los das pasaban y Nauri sealimentaba de los cocos que la haban mantenido a flote. Le proporcionaban agua

    para beber y comida. Pero Nauri no coma ni beba cuanto hubiera querido. El rescatese haca problemtico. Vio el humo de las lanchas de auxilio en el horizonte, pero,qu lancha iba a venir a la solitaria, deshabitada Takokota?Desde el principio la haban atormentado los cadveres. El mar persista en arrojarlosa su parcela de arena, y ella, hasta que las fuerzas le faltaron, en devolvrselos al mar,donde los tiburones los destrozaban y los devoraban. Cuando las fuerzas le faltaron,los cadveres adornaron su playa en un espectculo horrendo, y ella se apart todo loque pudo, que no era mucho. Al dcimo da ya se haba comido todos los cocos, y

    estaba consumida por la sed. Se arrastr en la arena, buscando cocos. Le resultabaextrao que flotaran tantos cadveres y ningn coco. Tena que haber ms cocos quecadveres flotando! Finalmente abandon la bsqueda y se dej caer, exhausta. El finhaba llegado. Slo quedaba esperar la muerte.Mientras sala de un letargo, se dio cuenta con lentitud de que estaba contemplandounos cabellos rojizos de la cabeza de un cadver. El mar arrojaba el cuerpo cerca deella, despus lo retiraba. Las olas lo dieron la vuelta y ella se dio cuenta de que notena cara. Sin embargo, haba algo familiar en esos cabellos rojizos. Pas una hora.No se preocup por identificarlo. Estaba esperando la muerte, y le importaba pocosaber qu hombre podra haber sido aquel horror.Pero despus de un rato se sent lentamente y observ el cadver con atencin. Unaola desmesuradamente grande lo haba arrojado lejos del alcance de las olas menores.S, tena razn, ese pelo colorado slo poda pertenecer a un hombre en las Paumotus.Era Levy, el judo alemn, el hombre que haba comprado la perla y se la haballevado en el Hira. Bueno, una cosa resultaba evidente: el Hira se haba perdido. Eldios de los pescadores y de los ladrones haba traicionado al comprador de la perla.Se arrastr hasta el muerto. Tena la camisa arrancada y se le vea el cinturn de

    cuero con el dinero. Conteniendo la respiracin, luch para desprenderle la hebilla.Cedi ms fcilmente de lo que haba esperado, y se arrastr de prisa por la arena,llevando el cinturn tras de s. Uno tras otro solt los bolsillos del cinturn, y losencontr vacos. Dnde poda haberla puesto? La encontr en el ltimo bolsillo, laprimera y nica perla que haba comprado en el viaje. Se arrastr unos pocos metros,para huir de la pestilencia del cinturn y examin la perla, era la que Mapuhi habaencontrado, la que Toriki le haba robado. La sopes en la mano y la hizo rodaracariciadoramente en la palma. No vio en ella ninguna belleza intrnseca. Lo que vio

    fue la casa que Mapuhi, Tefara y ella haban construido tan cuidadosamente en laimaginacin. Cada vez que miraba la perla vea la casa con todos sus detalles,incluyendo el reloj octogonal colgando de la pared. Era un motivo para vivir. Cort

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    una tira de su propio ahuy at la perla firmemente en torno a su cuello. Despus fuea la playa, jadeando y gimiendo, pero buscando cocos con resolucin. Muy prontoencontr uno y, mirando alrededor, un segundo. Quebr uno, se bebi el agua, quetena gusto a moho, y se comi hasta la ltima partcula de la carne. Un poco despusencontr una piragua averiada. Le faltaba el tangn, pero la vieja estaba llena de

    esperanzas y lo encontr antes de que terminara el da. La perla era un talismn. Cadahallazgo era un augurio. Al atardecer vio una caja de madera que flotaba en el agua.Cuando la arrastr hasta la playa not que su contenido haca ruido, y encontradentro diez latas de salmn. Abri una martillndola contra la canoa. Cuando hubopracticado un pequeo orificio, sac el aceite. Despus de eso dedic varias horas aextraer el salmn, martillando y arrancando un bocado por vez.Esper el rescate ocho das ms. Mientras tanto, asegur el tangn en la parteposterior de la canoa, utilizando como ligadura las fibras de todos los cocos que pudo

    encontrar y tambin lo que quedaba de su ahu. La canoa estaba muy agrietada, y nologr hacerla a prueba de agua, pero deposit a bordo una media cscara de coco paradesagotarla. El problema de los remos le result de difcil solucin. Con un trozo delata se cort los cabellos al ras, y los trenz para hacer una cuerda. Con la cuerda ligun pedazo de mango de escoba de un metro a una tabla de la caja de salmn. Con losdientes roy cuas, y con ellas fij las ligaduras.El decimoctavo da, a medianoche, bot la canoa en la marejada y parti rumbo aHikueru. Era una mujer vieja. Las privaciones la haban despojado de grasa hasta talpunto que slo le quedaban los huesos, la piel y unos pocos msculos correosos. Lacanoa era grande y hubiera necesitado tres remeros fuertes. Pero lo hizo ella sola, conun remo improvisado. Adems la canoa haca agua, y haba que dedicar un tercio deltiempo a desagotarla. Cuando se hizo de da busc Hikueru en vano. A popa,Takokota haba desaparecido bajo el horizonte. El sol creca en su desnudez,obligando a su cuerpo a despojarse de su humedad. Quedaban dos latas de salmn, yen el curso del da les practic agujeros y se bebi el lquido. No pudo dedicar tiempoa extraer la carne. La corriente iba hacia el oeste; aunque ella remara hacia el sur, laarrastraba consigo. En las primeras horas de la tarde, de pie en la canoa, divis

    Hikueru. Su riqueza de cocoteros haba desaparecido.Slo aqu y all, a grandes intervalos, podan verse los restos de algunos cocoterosestropeados. La vista la alegr. Estaba ms cerca de lo que hubiera pensado. Lacorriente la arrastraba hacia el oeste. Luch contra ella y sigui remando. Las cuasde la ligadura del remo se aflojaron, y perdi mucho tiempo en repararlas a intervalosfrecuentes. Adems haba que desagotar: cada tres horas deba perder una paradesagotar. Y mientras tanto la corriente la llevaba al oeste.Hacia el ocaso, Hikueru estaba al sudeste, a tres millas de distancia. Haba luna llena,

    y a las ocho de la noche la tierra estaba en direccin al este, y a dos millas. Luch unahora ms, pero la tierra estaba siempre igualmente lejana. Estaba en poder de lacorriente; la canoa era demasiado grande; el remo demasiado inadecuado; y deba

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    emplear demasiado tiempo en desagotar. Adems, estaba muy dbil y cada vez sedebilitaba ms. Pese a todos sus esfuerzos, la piragua continuaba llevndola hacia eloeste.Susurr una plegaria a su dios tiburn, se desliz al agua y empez a nadar. El aguarealmente la refresc, y muy pronto la canoa qued lejos. Despus de una hora, la

    tierra estaba perceptiblemente ms cercana. Entonces vino el espanto. Delante de susojos, a menos de seis metros de distancia, una gran aleta cortaba el agua. Nauri nadcon decisin hacia la aleta, y sta se alej lentamente, describiendo una curva a laderecha, y girando alrededor de ella. La vieja sigui nadando, mientras vigilaba laaleta. Cuando sta desapareca, se tenda cara al agua, con los ojos bien abiertos.Cuando reapareca, continuaba nadando. Era evidente que el monstruo era perezoso.Sin duda haba estado bien alimentado desde el huracn. Ella saba que si hubieraestado muy hambriento, no hubiera dudado en atacarla. Tena casi cinco metros de

    largo, y con un solo mordisco la poda cortar por la mitad.Pero Nauri no tena tiempo para perder con el tiburn. Nadase o no, la corriente laalejaba de tierra de todos modos. Pas media hora, y el tiburn empez a hacerse msaudaz. Como no vio en ella ningn peligro, el monstruo se le acerc ms, nadando encrculos que se hacan ms estrechos; al pasarle cerca, le lanzaba miradas frontales.Tarde o temprano, ella lo saba bien, juntara coraje suficiente para atacarla.Resolvi adelantrsele. Lo que estaba meditando era una tentativa desesperada. Ellaera una mujer vieja, sola en el mar y debilitada por las privaciones y las penurias; ysin embargo, ella, frente a ese tigre del mar, deba anticiparse a su ataque atacandoprimero. Sigui nadando mientras esperaba el momento apropiado. Finalmente, eltiburn pas lnguidamente, apenas a dos metros de distancia. Ella se precipit contral, fingiendo que lo atacaba. El monstruo sacudi violentamente la cola mientrasescapaba, y su spero pellejo, al golpearla, le arranc la piel desde el codo hasta elhombro. Nad rpidamente, en un crculo cada vez ms amplio, y finalmentedesapareci.En un agujero en la arena, cubierto con fragmentos de techo metlico, Mapuhi yTefara estaban acostados disputando.

    Si hubieras hecho como yo te dije repiti Tefara por milsima vez y escondidola perla, y no se lo hubieras contado a nadie, ahora la tendras.Pero Huru - Huru estaba conmigo cuando yo abr la ostra. No te lo dije yainfinidad de veces?Y ahora no vamos a tener la casa. Raoul me dijo ayer que si no hubieras vendido laperla a TorikiYo no la vend. Toriki me la rob. que si no hubieras vendido la perla, l te habra dado cinco mil dlares

    franceses, que equivalen a diez mil chilenos.Estuvo hablando con la madre explic Mapuhi; ella s que entiende de perlas.Y ahora la perla est perdida se quej Tefara.

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    Pag mi deuda con Toriki. De todos modos son mil doscientos dlares.Pero Toriki est muerto grit ella. No han sabido nada de su goleta. Se perdi

    unto con el Aorai y el Hira. Te va a pagar Toriki los trescientos dlares de crditoque te prometi? No, porque Toriki est muerto. Y si no hubieras encontrado ningunaperla, le deberas hoy a Toriki los mil doscientos? No, porque Toriki est muerto y

    no puedes pagarle a un muerto.Pero Levy no le pag a Toriki dijo Mapuhi. Le dio un pedazo de papel queserva para el dinero, en Papeete; y ahora Levy est muerto y no puede pagar, y Torikiest muerto y el papel se perdi con l, y la perla se perdi con Levy. Tienes razn,Tefara. Yo perd la perla y no obtuve nada a cambio. Ahora vamos a dormir.Levant la mano y sbitamente escuch. De afuera les lleg un ruido, como dealguien que respiraba pesadamente y con dolor. Una mano tante la estera que servade puerta.

    Quin est ah? grit Mapuhi.Nauri fue la respuesta. Puede decirme dnde est mi hijo Mapuhi?Tefara dio un grito y se aferr al brazo de su marido.Un fantasma! grit mientras los dientes le castaeteaban. Un fantasma!El rostro de Mapuhi haba tomado un color lvido. Se prendi dbilmente de sumujer.Buena mujer dijo en un tono tembloroso, tratando de disfrazar su voz.Conozco bien a su hijo. Vive en el lado oriental de la laguna.De afuera les lleg un suspiro. Mapuhi comenz a sentirse triunfante. Habaengaado al fantasma.Pero, de dnde vienes, anciana? le pregunt.Del mar fue la abatida respuesta.Lo saba! Lo saba! grit Tefara mientras se balanceaba en un frentico vaivn.Desde cundo duerme Tefara en casa extraa? lleg la voz de Nauri a travs dela estera.Mapuhi mir a su esposa con miedo y reproche. Era su voz la que los habatraicionado.

    Y desde cundo Mapuhi, mi hijo, ha renegado de su vieja madre? continu lavoz.No, no, yo no he, Mapuhi no ha renegado de ti grit. l est en el ladooriental de la laguna, te digo.Ngakura se sent en la cama y se puso a llorar. La estera empez a temblar.Qu ests haciendo? requiri Mapuhi.Entro dijo la voz de Nauri.Un extremo de la estera se levant. Tefara trat de meterse bajo las mantas, pero

    Mapuhi se le aferraba. Tena que aferrarse a algo. Juntos, luchando uno contra otro,con los cuerpos temblorosos y los dientes que les castaeteaban, miraron con ojosdesorbitados la estera que se mova. Vieron a Nauri, chorreando agua, sin su ahu, que

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    se deslizaba dentro. Rodaron dndole la espalda, mientras se peleaban por la mantade Ngakura para taparse la cabeza.Podras darle a tu vieja madre un poco de agua para beber dijo el fantasmaquejumbrosamente.Dale un poco de agua exigi Tefara con voz temblorosa.

    Dale un poco de agua Mapuhi le pas la orden a Ngakura.Y juntos sacaron a Ngakura a puntapis de abajo de la manta. Un minuto ms tardeMapuhi espi y vio al fantasma bebiendo agua.Cuando tendi una mano temblorosa y la puso sobre la suya, sinti su peso y seconvenci de que no era ningn fantasma. Entonces sali afuera, arrastrando a Tefaratras de s, y en pocos minutos todos escuchaban el relato de Nauri. Y cuando lescont acerca de Levy y deposit la perla en la mano de Tefara, hasta ella se reconcilicon la realidad de que su suegra hubiera vuelto.

    Maana a la maana dijo Tefara le vas a vender la perla a Raoul por cinco milfranceses.Y la casa? objet Nauri.l va a construir la casa respondi Tefara. l dice que va a costar cuatro milfranceses. Tambin va a dar mil franceses a crdito, que son dos mil chilenos.Va a tener seis brazas de largo? indag Nauri.S replic Mapuhi. Seis brazas.Y en el cuarto del medio va a estar el reloj octogonal de colgar?S, y la mesa redonda tambin.Entonces denme algo para comer, porque tengo hambre dijo Nauri consatisfaccin. Y despus vamos a dormir, porque estoy cansada. Y maana, antes devender la perla, vamos a hablar ms sobre la casa. Sera mejor que nos dieran losfranceses al contado. El dinero siempre es mejor que el crdito cuando se trata decomprarles mercaderas a los comerciantes.

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    La ley de la vida

    El viejo Koskoosh escuchaba con avidez. Aunque haca mucho tiempo que la vista sele haba debilitado, su odo segua siendo agudo, y el ms leve sonido penetraba en lacentelleante inteligencia que todava mostraba tras la mustia frente, pero que ya nocontemplaba las cosas del mundo. Ah! Esa era Sit - cum - to - ha, que maldeca convoz estridente a los perros, mientras los castigaba y les pona los arreos a golpes.Sit-cum-to-ha era la hija de su hija, pero estaba demasiado ocupada para malgastar unpensamiento en su agotado abuelo, sentado solo, all, en la nieve, desamparado eindefenso. Haba que levantar el campamento. La larga senda aguardaba, en tanto queel breve da se negaba a persistir. La vida la llamaba, y tambin los deberes de la viday no la muerte. Y l ahora estaba muy cerca de la muerte.El pensamiento llen al viejo de pnico por un momento, y extendi una mano

    trmula que vag temblorosa sobre la pequea pila de lea seca que haba a su lado.Una vez que se hubo asegurado de que, en efecto, estaba all, su mano volvi alrefugio de sus pieles sarnosas, y l se dedic nuevamente a escuchar. El sperocrujido de pieles semicongeladas le inform que la tienda de piel de alce del jefehaba sido desarmada, y que en ese momento la estaban plegando y comprimiendopara poder transportarla. El jefe era su hijo, fornido y fuerte, cabeza de la tribu y uncazador formidable.Mientras las mujeres se afanaban con los trastos del campamento, su voz se elev

    para increparlas por su lentitud. El viejo Koskoosh aguz el odo. Era la ltima vezque escuchara esa voz. Ah se iba la tienda de Geehow! Y la de Tusken! Siete,ocho, nueve; slo la del hechicero poda quedar todava en pie. Ah, ahora trabajabanen ella! Pudo escuchar el gruido del hechicero mientras la cargaba en el trineo. Unnio llorique y una mujer lo calm con una suave cantinela gutural. El pequeo Koo- tee, pens el anciano, un chico inquieto y no demasiado fuerte. Tal vez morirapronto, y abriran un hoyo, con fuego, en la tundra helada, y apilaran rocas encimapara alejar a los glotones.

    Bueno, qu importaba? Unos pocos aos ms, en el mejor de los casos, y tantosestmagos vacos como llenos. Y al final, aguardaba la Muerte, siempre hambrienta,de todos ellos la ms hambrienta.Qu era eso? Oh, los hombres atando los trineos y poniendo tensas las correas. l,que ya no oira ms, escuch. Los ltigos gruan y dentelleaban entre los perros.Cmo geman! Cmo odiaban el trabajo y la senda! Ya partan! Trineo tras trineo,agitaban la nieve y se alejaban lentamente, hacia el silencio. No estaban ms. Sehaban ido de su vida y l enfrentaba, solo, la ltima hora amarga. No. La nieve crujibajo un mocasn; haba un hombre a su lado; una mano se pos con suavidad en sucabeza. Su hijo era bueno al hacer esto. l recordaba a otros ancianos cuyos hijos nohaban esperado tras la partida de la tribu. Pero su hijo s. Se dej llevar hacia elpasado, hasta que la voz del joven lo trajo de vuelta al presente.

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    Ests bien? pregunt.Y el viejo respondi:Estoy bien.Hay lea a tu lado continu el ms joven, y el fuego arde bien. La maanaest gris y helada. Pronto va a nevar. Ya est nevando.

    S, ya est nevando.La tribu est apurada. Sus fardos son pesados y sus vientres estn chatos por faltade alimentos. La senda es larga y viajan deprisa. Me voy ahora. Ests bien?Est bien. Soy como la hoja del ao pasado, que se aferra dbilmente al tallo. Alprimer soplo, caer. Mi voz se ha vuelto como la de una vieja. Mis ojos ya no memuestran el camino de mis pies, y mis pies estn pesados y estoy cansado. Est bien.Inclin la cabeza en seal de satisfaccin hasta que el ltimo sonido de la nievequejumbrosa se hubo apagado, y supo que ya no podra llamar a su hijo. Luego su

    mano se arrastr, presurosa, hacia la lea: era lo nico que se interpona entre l y laeternidad que se abra ante l. Finalmente, la medida de su vida era un manojo deleos. Uno por uno iran a alimentar el fuego, y del mismo modo, paso a paso, lamuerte se deslizara sobre l. Cuando la ltima rama se hubiese entregado al calor, lahelada comenzara a adquirir fuerza. Primero se rendiran los pies, luego las manos; yel entumecimiento lo recorrera, lentamente, desde las extremidades hasta el cuerpo.La cabeza se le caera sobre las rodillas, y l descansara. Era fcil. Todos loshombres deben morir. No se quejaba. Era el modo de vida, y era justo. l habanacido cerca de la tierra, cerca de la tierra haba vivido, y la ley de sta no era nuevapara l. Era la ley de toda la carne. La naturaleza no era bondadosa con la carne. Esacosa concreta que se denomina el individuo no le interesaba. Su inters seconcentraba en las especies, la raza. sta era la abstraccin ms profunda de que eracapaz la mentalidad brbara del viejo Koskoosh, pero la entenda cabalmente. La veaejemplificada en toda la vida. El desarrollo de la savia, el verde estallido de la yemadel sauce, la cada de la hoja amarillenta: en esto slo estaba narrada toda la historia.Pero la naturaleza le fijaba una tarea al individuo. Si no la cumpla, mora. Si lacumpla, era lo mismo. Igual mora. A la naturaleza no le importaba; abundaban los

    obedientes, y en esta cuestin slo la obediencia viva, y viva siempre, no losobedientes.La tribu de Koskoosh era muy antigua. Los ancianos que haba conocido cuando niohaban conocido a su vez a otros ancianos. Por lo tanto era cierto que la tribu viva,que representaba la obediencia de todos sus miembros, lejos, hasta el pasadoolvidado, cuyos propios lugares de reposo no se recordaban. Ellos no contaban, eranepisodios. Se haban disipado como nubes de un cielo de verano. l tambin era unepisodio y desaparecera. A la naturaleza no le importaba. Le fijaba una tarea a la

    vida, le dictaba una ley. Perpetuar era la misin de la vida, su ley era la muerte. Unadoncella era una criatura agradable de mirar, de pechos llenos, de andar elstico yojos luminosos. Pero an tena su tarea ante s. La luz de sus ojos se acentuaba, su

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    paso se haca ms rpido, y ahora era alternativamente audaz y tmida con los jvenesy les transmita su propia inquietud. Y cada vez se haca ms y ms hermosa de mirar,hasta que algn cazador, incapaz de contenerse ms tiempo, la llevaba a su viviendapara que cocinara y trajinara para l, y para que se convirtiera en la madre de sushijos. Y con la llegada de sus vstagos, la belleza la abandonaba. Sus miembros se

    arrastraban pesadamente, sus ojos se empaaban y se hacan legaosos, y los nicosque se regocijaban contra la mejilla marchita de la vieja, junto al fuego, eran losnios. Su misin haba concluido. Un poco despus, con la primera opresin delhambre, o con la primera senda larga, sera abandonada, tal como lo fue l, en lanieve, junto a un montoncito de lea. Tal era la ley.Coloc cuidadosamente una rama en el fuego y reanud sus meditaciones. Suceda lomismo en todas partes, con todas las cosas. Los mosquitos se desvanecan con laprimera escarcha. La pequea ardilla trepadora se arrastraba lejos para morir. Cuando

    el conejo envejeca se volva lento y pesado, y ya no poda huir de sus enemigos.Hasta el gran reno se volva torpe y ciego y pendenciero, para ser finalmentearrastrado por un puado de perros esquimales que gaan. Record cmo habaabandonado a su propio padre en un tramo elevado del Klondike en invierno, elinvierno anterior a la llegada del misionero, con sus libros que hablaban y su caja demedicinas. Muchas veces haba hecho chasquear los labios al recordar la caja, aunqueahora su boca rehusaba humedecerse. Lo que mataba el dolor haba sidoparticularmente bueno. Pero el misionero, en definitiva, era una molestia porque nollevaba carne al campamento, coma con voracidad, y los cazadores gruan. Pero secongel los pulmones en la vertiente junto al Mayo, y despus los perros apartaronlas piedras con el hocico y se disputaron sus huesos.Koskoosh puso otra rama en el fuego y busc ms profundamente en el pasado.Estaba la poca del gran hambre, cuando los viejos se acurrucaban, con el estmagovaco, junto al fuego, y deslizaban de sus labios borrosas tradiciones sobre los lejanostiempos en que el Yukn haba corrido libremente durante tres inviernos y luegohaba permanecido helado durante tres veranos. Durante esa hambruna haba perdidoa su madre. En el verano la pesca del salmn haba fracasado, y la tribu esperaba

    ansiosamente el invierno y la llegada del carib. Y lleg el invierno, pero el carib novino con l. Nunca haba sucedido nada semejante, ni siquiera a los ancianos. Pero elcarib no apareci, y era el sptimo ao, y los conejos no se haban reproducido, y losperros no eran ms que bolsas de huesos. Y durante la larga oscuridad los niosgeman y moran, y las mujeres, y los ancianos; y menos de uno de cada diezmiembros de la tribu sobrevivieron para saludar al sol cuando regres en laprimavera. Eso s que fue hambre! Pero tambin conoci pocas de abundancia,cuando la carne se les estropeaba en las manos, y los perros estaban gordos e

    inservibles por la sobrealimentacin; pocas en que dejaban que la caza se alejara sinmatarla, y las mujeres eran frtiles, y las viviendas estaban repletas de nios y niasque alborotaban. Entonces el vientre de los hombres creci y revivieron viejas

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    rencillas, y cruzaron las vertientes hacia el sur para matar a los pelly, y hacia el oeste,para poder sentarse junto a los fuegos apagados de los tanana. l recordaba, siendonio, una poca de abundancia, cuando vio un alce vencido por los lobos. Zing - hayaca con l en la nieve y miraba; Zing - ha, que ms tarde se convirti en el cazadorms avezado, y quien, finalmente, cay en un pozo en el Yukn. Lo encontraron un

    mes despus, como haba salido, arrastrndose a medias, congelado, sobre el hielo.Pero el alce. Zing - ha y l haban salido ese da a jugar y cazar, tal como lo hacansus padres. En el lecho del arroyo se toparon con las huellas frescas de un alce, y constas las de muchos lobos.Uno viejo dijo Zing - ha, que era ms rpido para leer las seales, uno viejo,que no puede continuar con la manada. Los lobos lo separaron de sus hermanos, ynunca lo van a dejar.Y as fue. Era su manera de ser. Da y noche, sin descansar, husmendole las patas,

    tirndole mordiscos al hocico, seguirn con l hasta el final. Cmo sintieron Zing -ha y l que la sed de sangre se les aguzaba! El final sera algo digno de verse!Con los pies ansiosos, tomaron la senda, y hasta l, Koskoosh, de visin lenta y nomuy experimentado en la huella, poda haberla seguido a ciegas, tan ancha era.Estaban ya sobre las huellas de la presa perseguida, y lean a cada paso la horrendatragedia. Llegaron a un lugar donde el alce se haba detenido. La nieve haba sidopisoteada y sacudida en todas direcciones, en una extensin equivalente a tres vecesel cuerpo de un hombre maduro. En el medio se vean las profundas pisadas delanimal de cascos hendidos, y alrededor, por todas partes, las ms ligeras de los lobos.Algunos, mientras sus hermanos acosaban a la presa, se haban echado a un costado adescansar. La impresin de sus cuerpos, extendida en la nieve, era tan perfecta comosi hubiera sido hecha un momento antes. Un lobo haba sido atrapado en unaacometida salvaje de la vctima enloquecida, y pisoteado hasta la muerte. Unos pocoshuesos bien rodos lo testimoniaban.Nuevamente cesaron de alzar sus raquetas para la nieve en una segunda parada. Aquel gran animal haba luchado desesperadamente. En dos ocasiones lo habanderribado, como lo atestiguaba la nieve, y las dos veces se haba sacudido de encima

    a sus atacantes, incorporndose nuevamente. Haca mucho tiempo que habacumplido su misin, pero de todos modos, la vida segua sindole cara. Zing - hahaba dicho que era raro que un alce cado lograra erguirse nuevamente; pero sinduda ste lo haba hecho. El hechicero, cuando se lo contaran, vera en esto signos ypresagios.Y una vez ms llegaron al lugar donde el alce haba intentado trepar la orilla y ganarel bosque. Pero sus enemigos lo atacaron por detrs, hasta que retrocedi y caysobre ellos, y hundi a dos profundamente en la nieve. Era evidente que la muerte

    estaba prxima, porque sus hermanos los haban dejado intactos. Pasaron de largorpidamente ante dos enfrentamientos ms, breves en el tiempo y muy cercanos.Ahora la senda estaba roja, y los limpios trancos del animal se haban vuelto cortos y

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    desaliados. Entonces escucharon los primeros ruidos de la lucha no el coro de lacacera, a garganta plena, sino el ladrido rpido y spero que hablaba de la luchacuerpo a cuerpo, y de dientes clavados en la carne. Arrastrndose contra el viento,Zing - ha rept sobre la nieve, y con l lo hizo Koskoosh, quien habra de ser jefe dela tribu en los aos venideros. Juntos apartaron las ramas inferiores de un abeto joven

    y espiaron. Lo que vieron fue el final.La imagen, como todas las impresiones de la juventud, permaneca imborrable en l,y sus ojos empaados vieron el fin con tanta nitidez como en esa poca lejana.Koskoosh se maravillaba de esto, porque en los das que siguieron, cuando eradirigente de hombres y jefe de los consejeros, haba realizado grandes hazaas yhaba hecho que su nombre fuera una maldicin en boca de los pelly, y ni qu hablardel extrao hombre blanco que haba matado, cuchillo contra cuchillo, en luchaabierta.

    Durante un largo rato, reflexion acerca de los das de su juventud, hasta que el fuegofue languideciendo y la helada mordi con ms fuerza. Esta vez lo aliment con dosramitas, y evalu su asidero en la vida por lo que quedaba en l. Si Sit - cum - to - hase hubiese acordado de su abuelo, y recogido una brazada ms grande, sus horas sehubiesen prolongado. Hubiera sido fcil. Pero ella fue siempre una chiquilladescuidada, y desde el momento en que Castor, el hijo de Zing - ha, haba posado sumirada en ella por primera vez, ya no honraba a sus antepasados. Bueno, quimportaba? Acaso l no haba hecho lo mismo, en su propia, fugaz juventud?Escuch un rato el silencio. Tal vez el corazn de su hijo se ablandara, y volviera conlos perros para conducir a su anciano padre con la tribu, hacia donde abundaba elcarib con su espesa grasa.Aguz los odos, su inquieto cerebro se calm un momento. Ningn movimiento,nada. Slo l respiraba en el gran silencio. Eh! Qu era eso? Un escalofro lerecorri el cuerpo. El aullido familiar, prolongado, quebr el vaco, y estaba muycerca. Entonces, en sus ojos oscurecidos se proyect la visin del alce el viejo alcemacho con los flancos desgarrados y cubiertos de sangre, el pelaje revuelto y dosgrandes cuernos ramificados, bajos y arremetiendo hasta el fin. Vio las

    centelleantes formas grises, los ojos fulgurantes, las lenguas que colgaban, loscolmillos rezumando baba. Y vio el inexorable crculo que se cerraba hasta que seconvirti en un punto oscuro en medio de la nieve pisoteada.Un hocico fro le roz la mejilla y el contacto hizo saltar su alma al presente. Sumano se lanz al fuego y arrastr una rama encendida. Sojuzgada un instante por suancestral temor al hombre, la bestia retrocedi, lanzando a sus hermanos unprolongado llamado; y stos respondieron con avidez hasta que en torno al viejo seextendi un anillo gris, agazapado, con hilos de baba en las mandbulas. El anciano

    escuch cmo se cerraba el crculo. Agit el tizn furiosamente, y los olfateos seconvirtieron en gruidos; pero las fieras anhelantes se negaron a dispersarse. Depronto uno avanz con cautela, adelantando el pecho primero, arrastrando las ancas

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    despus; luego un segundo, y un tercero. Pero ninguno retrocedi. Por qu habra deaferrarse a la vida?, se pregunt, y dej caer en la nieve el tizn ardiente. Este sise yse apag. El crculo gru inquieto, pero se mantuvo en su puesto. Koskoosh volvi aver la ltima batalla del viejo alce macho, y dej caer cansadamente la cabeza en lasrodillas. Al final de cuentas, qu importaba? No era sa la ley de la vida?

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    Cara Perdida

    Era el final. Subinkov haba seguido una larga huella de amargura y de horror,buscando las capitales de Europa como la paloma mensajera busca la querencia, yaqu, en Amrica rusa, la huella haba cesado. Sentado en la nieve, los brazos haciaatrs, maniatado a la espera de la tortura, miraba curiosamente a un enorme cosaco,postrado en la nieve, gimiendo en su agona. Los hombres haban terminado con elgigante y ahora les tocaba a las mujeres. Sus gritos atestiguaban cunto msdiablicas eran ellas.Subinkov miraba y se estremeca. No tema a la muerte. Demasiadas veces habaarriesgado la vida en esa fatigosa huella de Varsovia a Nulato, para que el hecho demorir lo arredrara.Pero se rebelaba contra la tortura. Su alma se senta ofendida. Y esta ofensa, a su vez,

    no se deba al mero sufrimiento que debera soportar, sino al doloroso espectculoque dara. Saba que llorara y rogara y suplicara, como Big Ivan y los otros que loprecedieron. Esto no era lindo. Morir valerosa y limpiamente, con una sonrisa y unaburla, eso hubiera estado bien. Pero perder el control, ver trastornada el alma por losparoxismos de la carne, chillar y balbucear como un mono, convertirse en unabestia eso era terrible.No haba habido medio de escapar. Desde el principio, desde que so el ardientesueo de la independencia de Polonia, haba sido un fantoche en manos de la

    fatalidad. Desde el principio, en Varsovia, en San Petersburgo, en las minas deSiberia, en Kamchatka, en los barcos desvencijados de los ladrones de pieles, eldestino lo haba empujado a este fin. Sin duda en los cimientos del mundo estabagrabado este fin para l para l, tan fino y sensible, con nervios a flor de piel, paral, un soador, un poeta y un artista. Antes de su nacimiento, ya estaba escrito queese trmulo haz sensitivo que era su yo vivira entre salvajes y perecera en estaremota tierra nocturna, en este lugar de sombra ms all de los ltimos lmites delmundo.

    Suspir. La cosa que haba frente a l era Big Ivan. Big Ivan el gigante, el hombre sinnervios, el hombre de hierro, el cosaco convertido en pirata, insensible como un buey,con un sistema nervioso tan pobre que el dolor de un hombre normal era, para l, casiuna cosquilla. Bueno, no hay como estos indios mulatos para encontrar los nervios deBig Ivan y llegar hasta las races de su alma estremecida. Y lo estaban haciendo. Erainconcebible que un hombre sufriera tanto y siguiera viviendo. Big Ivan estabapagando por la pobreza de sus nervios. Ya haba durado el doble que cualquiera delos otros. Subinkov sinti que ya no poda aguantar los tormentos del cosaco. Porqu no se mora Ivan? Si no cesaban esos gritos, iba a volverse loco. Pero cuandocesaran, llegara su tumo. Y ah estaba Yakaga esperndolo, sonriendo burlonamentea la expectativa, Yakaga a quien en la semana pasada haba arrojado del fuerte y cuyorostro haba cruzado con el rebenque de los perros. Yakaga se encargara de l.

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    Yakaga le reservaba, sin duda, tormentos ms exquisitos. Ah! sa debe haber sidouna buena, por el modo de gritar de Ivan. Las mujeres inclinadas sobre lretrocedieron riendo y aplaudiendo. Subinkov vio la cosa monstruosa que habanhecho y empez a rer histricamente. Los indios lo miraban asombrados de quepudiera rer. Pero Subinkov no poda parar.

    Esto no servira de nada. Se contuvo, las convulsiones espasmdicas declinaronlentamente. Se oblig a pensar en otras cosas, y empez a releer su propia vida.Record a sus padres, y el peticito overo, y el tutor francs que le ense a bailar y lepas de contrabando un viejo ejemplar de Voltaire. Volvi a ver Pars, el melanclicoLondres, la alegre Viena y Roma. Y volvi a ver ese entusiasta grupo de jvenes quehaban soado, como l, el sueo de una Polonia independiente con un rey de Poloniaen el trono, en Varsovia. Ah empez la larga huella. Bueno, l haba durado ms.Uno por uno, empezando con los dos ejecutados en San Petersburgo, fue recordando

    el fin de esos valerosos. Uno fue muerto a azotes por el carcelero, otro en laensangrentada carretera de los desterrados, andando meses infinitos, golpeado ymaltratado por los cosacos, qued en el camino. Siempre barbarie. Haban muerto defiebre, en las minas, bajo el knut. Los dos ltimos murieron despus de la fuga, enlucha con los cosacos, y slo l arrib a Kamchatka con los documentos y el dinerorobado a un viajero que dej tirado en la nieve. Nada ms que barbarie. Por aos, consu pensamiento en los estudios, en los teatros, en las cortes, lo haba cercado labarbarie. Haba comprado su vida con sangre. Todos mataban. l mat a ese viajeropor su pasaporte. Haba demostrado que era un valiente, batindose con dos oficialesrusos en un mismo da. Haba tenido que probarse para ganar un lugar entre losladrones de pieles. Haba tenido que ganar ese lugar. Detrs de l quedaba elmilenario camino a travs de Siberia y de Rusia. Por ah no haba escapatoria. Elnico camino estaba delante, a travs del oscuro mar helado entre Bering y Alaska. Elcamino lo haba llevado de una barbarie a una barbarie mayor. En los infectadosbarcos inmundos de los ladrones de pieles, sin comida y sin agua, azotados por lasinterminables tormentas de ese mar tormentoso, los hombres se volvan animales.Tres veces partieron de Kamchatka. Tres veces, despus de toda suerte de trabajos y

    sufrimientos, los sobrevivientes tuvieron que regresar a Kamchatka. No habanencontrado salida, y l no poda regresar, pues las minas y el ltigo lo aguardaban.Otra vez, la cuarta y ltima, haba zarpado hacia el este. Haba estado con aquellosque descubrieron las fabulosas Seal Islands; pero no volvi con ellos a compartir lafortuna de las pieles en las orgas de Kamchatka. Haba jurado no volver. Saba quepara ganar esas queridas capitales de Europa tena que seguir adelante. Cambi debarcos, y se qued en las oscuras tierras nuevas. Sus compaeros eran cazadoreseslavonios y aventureros rusos, mongoles y trtaros y aborgenes siberianos; y entre

    los salvajes del Nuevo Mundo se haban abierto un camino de sangre. Habandegollado aldeas enteras que les rehusaron el tributo de pieles; y ellos a su vez fuerondegollados por tripulaciones de barcos. l y un finlands, eran los nicos

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    sobrevivientes. Haban pasado un invierno de soledad y de hambre en una desiertaisla aleutiana, y su rescate en la primavera por otro barco de pieles, haba sido unmilagro.Pero siempre la barbarie lo haba cercado. Pasando de barco en barco, y rehusandosiempre volver, lleg al barco que exploraba el sur. A lo largo de toda la costa de

    Alaska slo haban encontrado tribus salvajes. Cada vez que anclaban entre las islas obajo arrecifes escarpados de tierra firme tuvieron una batalla o una tormenta. Osoplaba el vendaval, amenazando ruina, o se acercaban las canoas guerreras,tripuladas por nativos con la blica pintura en la cara, que venan a aprender lassangrientas virtudes de la plvora de los vagabundos del mar.Al sur fueron costeando, hacia la fabulosa California. Ah, se deca, haba aventurerosespaoles que se haban abierto camino desde Mxico. Haba confiado en esosaventureros espaoles. Llegando a ellos, el resto hubiera sido fcil un ao o dos,

    qu importaba uno ms o menos? y llegara a Mxico, luego a un barco, y Europasera suya. Pero no haban encontrado espaoles. Slo encontraron el mismoinexpugnable muro de barbarie. Los habitantes de los confines del mundo, pintadospara la guerra, los haban rechazado de sus costas. Al fin, cuando un barco quedaislado y todos sus hombres muertos, el comandante haba abandonado la busca ypuesto la proa al norte.Pasaron los aos. Haba servido a las rdenes de Tebnkoff cuando se levant elReducto Michaelovski. Haba pasado dos aos en el pas de Kuskokwin. Dosveranos, en el mes de junio, haba llegado al estrecho de Kotzebue. Ah, en esa poca,las tribus se reunan para traficar, encontraban manchadas pieles de ciervo de Siberia,marfil de las Diomedes, pieles de morsa de las costas rticas, extraas lmparas depiedra, que haban pasado de tribu a tribu, y cuyo origen se ignoraba y, una vez, uncuchillo de caza de fabricacin inglesa; y sa, Subinkov lo saba, era la mejorescuela de geografa. Pues ah encontr esquimales de Norton Sound, de King Islandy de la isla Saint Lawrence, del Cabo Prince of Wales, y de Point Barrow. Esoslugares tenan otros nombres, y sus distancias se medan en das.Estos salvajes eran oriundos de una vasta regin y de otra an ms vasta, de donde

    procedan tras muchos canjes las lmparas de piedra y aquel cuchillo solitario deacero. Subinkov amenazaba, adulaba y sobornaba. Cada miembro de tribudesconocida fue trado a su presencia. Hablaban de peligros infinitos e increbles,como tambin de animales feroces, de tribus hostiles, de selvas impenetrables y decordilleras tremendas; pero siempre de ms lejos vena el rumor y la noticia dehombres de piel blanca, de ojos azules y pelo rubio, que peleaban como demonios yque buscaban pieles.Eran del naciente, del remoto naciente. Nadie los haba visto. Se haba corrido la voz.

    Era un duro aprendizaje. No era fcil estudiar geografa a travs de extraosdialectos, de mentes oscuras que mezclaban hechos y fbulas y que medan lasdistancias por sueos que variaban segn las dificultades del viaje. Pero al fin vino el

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    rumor que anim a Subinkov. En el este corra un gran ro donde estaban loshombres de ojos azules. El ro se llamaba Yukn. Al sur del Reducto Michaelovski,desembocaba otro gran ro que los rusos llamaban el Kwikpak. Esos dos ros eranuno, deca el rumor. Subinkov regres a Michaelovski. Durante un ao aconsej unaexpedicin que remontara el Kwikpak. Surgi entonces Malakoff, el ruso mestizo,

    encabezando la ms desenfrenada y feroz resaca de aventureros que hayan venido deKamchatka. Subinkov fue su teniente. Atravesaron los laberintos del gran delta delKwikpak, arribaron a las primeras alturas de la ribera norte, y durante quinientasmillas, en canoas de cuero cargadas hasta la borda con mercancas y municiones, seabrieron camino contra la correntada de un ro de dos a diez millas de anchura en uncanal de muchas brazas de profundidad. Malakoff decidi construir el fuerte enNulato. Subinkov se empeaba en ir ms lejos. Pero pronto se reconcili con Nulato.Se acercaba el largo invierno. Sera mejor esperar. Al comenzar el prximo verano,

    cuando viniera el deshielo, desaparecera remontando el Kwikpak y se abrira caminohasta los puestos de la Hudsons Bay Company. Malakoff ignoraba que el Kwikpakera el Yukon, y Subinkov no se lo dijo.Vino la construccin del fuerte. Fue un trabajo forzado. Los rayados muros de troncosse levantaron ante los tormentos y quejas de los indios nulatos. El ltigo caa sobresus espaldas, y la mano de hierro de los salteadores del mar manejaba el ltigo. Indioshubo que se escaparon, y cuando los apresaron los amarraron con los brazos en cruzante el fuerte y aprendieron la eficacia del ltigo. Dos murieron, otros quedaronlisiados para siempre; los dems aprendieron la leccin y no se escaparon.El fuerte se concluy y lleg la poca de las pieles. Se impuso a la tribu un fuertetributo. Continuaron los golpes y los latigazos, y para que el tributo se pagara, setomaron en rehenes las mujeres y los nios que fueron tratados con la barbarie y laferocidad que slo conocen los ladrones de pieles. Bueno, fue una siembra de sangre,y ahora vena la cosecha. El fuerte haba desaparecido. A la luz de su incendio, lamitad de los ladrones de pieles cayeron. La otra mitad muri en las torturas. Sloquedaba Subinkov, o Subinkov y Big Ivan, si esa plaidera cosa gimiente sobre lanieve poda llamarse Big Ivan. Subinkov pill a Yakaga burlndose de l. No haba

    cmo burlarse de Yakaga. An tena en la cara la marca del ltigo. Subinkov nopoda reprochrselo pero le desagradaba pensar en lo que Yakaga le hara. Pensapelar a Makamuk, el jefe principal; pero su razn le deca que ese llamado era intil.Tambin pens en romper sus ligaduras y morir peleando. Sera un final ms rpido.Pero no poda romper sus ligaduras. Las correas de carib eran ms fuertes que l.Siempre cavilando, se le ocurri otra cosa. Dijo por seas a Makamuk, que le trajeranun intrprete que saba el dialecto de la costa.Oh, Makamuk dijo, no quiero morir. Soy un gran hombre, y sera una locura

    que yo muriera. En verdad, no morir. No soy como esta carroa.Mir esa cosa doliente que fue una vez Big Ivan, y la apart desdeosamente con elpie.

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    S demasiado para morir. He aqu, tengo un gran remedio. Slo yo lo conozco.Como no he de morir, compartir contigo el remedio.Qu remedio es se? pregunt Makamuk.Es un remedio raro.Subinkov se qued reflexionando un momento, como si le costara revelar el secreto.

    Te dir. Si se frota la piel con este remedio, sta se pone dura como la piedra, duracomo el hierro, y ningn arma puede herirla. El golpe ms fuerte de una hoja cortantees intil. Un cuchillo de hueso es como un pedazo de barro; y mellar el filo de loscuchillos de acero que les hemos trado. Qu me dars por el secreto de esteremedio?Te dar la vida contest Makamuk, por medio del intrprete.Subinkov ri desdeoso.Y sers esclavo de mi casa mientras vivas.

    El polaco ri con mayor desdn.Destame las manos y los pies y hablaremos dijo.El jefe dio la seal. Subinkov, en cuanto lo desligaron, li un cigarrillo y loencendi.Estos son cuentos dijo Makamuk. No hay tal remedio. No puede ser. Una hojaafilada es ms fuerte que cualquier remedio.El jefe era incrdulo y sin embargo vacilaba. Haba visto muchas hechiceras de losladrones de pieles. No llegaba a dudar por completo.Te dar la vida; pero no sers esclavo dijo.Ms que eso.Subinkov proceda framente, como si discutiera el precio de un cuero.Es un gran remedio. Me ha salvado la vida varias veces. Quiero un trineo y perros,y seis cazadores para acompaarme ro abajo y custodiarme hasta que aviste elReducto Michaelovski.Te quedars aqu y nos ensears todas tus hechiceras fue la respuesta.Subinkov, silencioso, se encogi de hombros.Ech al aire helado el humo del cigarrillo, y mir con curiosidad lo que quedaba del

    enorme cosaco.Esa cicatriz! exclam Makamuk, sealando el cuello del polaco, donde unacuchillada en una disputa en Kamchatka haba dejado una huella lvida. El filo fuems fuerte que el remedio.Fue un hombre fortsimo el que dio el golpe. (Subinkov reflexionaba.) Ms fuerteque t, ms fuerte que el ms fuerte de tus cazadores, ms fuerte que l.Y otra vez, con la punta del mocasn, toc al cosaco, a cuyo destrozado cuerpo an seaferraba la dolorosa vida.

    Y el remedio era flojo. Porque en aquel lugar no haba las bayas necesarias, queaqu abundan. El remedio aqu ser ms fuerte.Te dejare ir ro abajo dijo Makamuk y te dar el trineo y los perros y los seis

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  • 7/25/2019 Las Muertes Concentricas - Jack London

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    cazadores de escolta.Eres lerdo fue la fra respuesta. Al no aceptar mis trminos en el acto, hasofendido mi remedio. Ten cuidado, ahora pido ms. Quiero cien pieles de castor.(Makamuk hizo una mueca.) Quiero cien libras de pescado seco. (Makamuk asinti,pues el pescado era barato y abundante.) Quiero dos trineos, uno para m y otro para

    mis pieles y el pescado. Y que me devuelvan mi rifle. Si no aceptas, el precioaumentar.Yakaga habl en voz baja al jefe.Pero cmo sabr que tu remedio sirve? pregunt Makamuk.Es muy fcil. Primero ir a los bosquesVolvi Yakaga a hablar a Makamuk, que disinti sospechoso.Puedes mandar veinte cazadores conmigo prosigui Subinkov. Tengo quebuscar las bayas y las races para hacer el remedio. Luego, cuando hayas trado los

    dos trineos y estn