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LAS POLITICAS ANTIDROGAS Y EL CONTROL TERRITORIAL EN EL GUAVIARE
UNA MIRADA ETNOGRÁFICA DEL ESTADO EN SUS MARGENES
Tomas Vergara
Daniel Ortiz
Pasantía Universidad Javeriana de Colombia
PROGRAMA NUEVOS TERRITORIOS DE PAZ
Guaviare - Noviembre 2014
CONSORCIO POR EL DESARROLLO INTEGRAL SOSTENIBLE Y LA PAZ DEL GUAVIARE
CONSORCIO POR EL DESARROLLO INTEGRAL SOSTENIBLE Y LA PAZ DEL GUAVIARE Nit. 900.506.838-2
CLAUSULA DE EXENCIÓN
«La presente publicación ha sido elaborada con la asistencia de la Unión Europea. El contenido
de la misma es responsabilidad exclusiva de los autores vinculados al consorcio DEISPAZ y en
ningún caso debe considerarse que refleja los puntos de vista de la Unión Europea, ni del
Departamento para la Prosperidad Social DPS».
CONSORCIO POR EL DESARROLLO INTEGRAL SOSTENIBLE Y LA PAZ DEL GUAVIARE Nit. 900.506.838-2
Contenido Introducción. ............................................................................................................................................. 3
2. Proceso social del Guaviare: Dinámicas económicas y sociales. ......................................................... 5
2.1 Una herencia colonial inacabada..................................................................................................... 7
2.2 La mercantilización de la selva: La extracción del caucho y el tigrilleo. ....................................... 8
2.3 Los procesos de colonización campesina del Guaviare ................................................................ 13
2.4 La llegada de la economía ilícita................................................................................................... 19
3. Acercamiento teórico a la antropología del Estado en sus márgenes ................................................. 23
4. Apropiación, control y jurisdicción sobre el espacio. ......................................................................... 29
4.1 La ley 2 de 1959 y la Zona de Reserva Campesina. ..................................................................... 32
4.2 La conservación, la preservación cultural y la militarización. ...................................................... 37
4.3 La conservación del bosque no estatalizada. ................................................................................ 41
4.3.1 Guerrilla y conservación. ........................................................................................................... 42
4.3.2 Los indígenas y la conservación. ............................................................................................... 45
5. Políticas antidrogas en el Guaviare .................................................................................................... 48
5.1 El origen de los cultivos de uso ilícito en el Guaviare: Génesis histórica e impactos socio
económicos.......................................................................................................................................... 50
5.2 EL Plan de Desarrollo Alternativo: Alternativas productivas sin erradicación y cambio cultural
dirigido. ............................................................................................................................................... 55
5.3 El Plante: desarrollo alternativo complementario a la erradicación forzada. ............................... 59
5.4 Familias Guarda Bosques .............................................................................................................. 61
5.5 Políticas de Interdicción ................................................................................................................ 64
5.5.1 La aspersión con glifosato. ......................................................................................................... 66
5.5.2 Grupos de erradicación manual.................................................................................................. 70
6. Conclusiones y recomendaciones ....................................................................................................... 73
7. Bibliografía ......................................................................................................................................... 75
CONSORCIO POR EL DESARROLLO INTEGRAL SOSTENIBLE Y LA PAZ DEL GUAVIARE Nit. 900.506.838-2
Las políticas antidrogas y el control territorial en el Guaviare:
Una mirada etnográfica del Estado e sus márgenes.
Introducción.
El presente estudio etnográfico fue posible y se vio delimitado en sus alcances por el desarrollo de unas
prácticas profesionales con el Consorcio DEISPAZ, el cual en uno de sus resultados de gestión del
conocimiento apoya el desarrollo de prácticas profesionales y tesis de grados. Las prácticas
profesionales permitieron a los investigadores una inmersión en las dinámicas del departamento del
Guaviare a partir de una lógica cotidiana y continuada de trabajo que posibilitó la indagación de algunos
problemas de la realidad social del departamento. La información aquí consignada proviene de la revisión
documental previa a la llegada a la región, de la observación de los investigadores, de algunas charlas
ocasionales y entrevistas estructuradas y semiestructuradas, tanto a funcionarios de distintas instituciones
regionales, como a campesinos dentro del área de colonización consolidada del departamento,
beneficiarios de programas del Consorcio. La posición privilegiada como practicantes dentro del
consorcio DEISPAZ nos permitió la creación de lazos sociales de confianza y el acceso a información,
que fueron de vital importancia para nuestro trabajo de campo. Así mismo nuestro lugar como
practicantes implicó que no se desarrollara un trabajo continuado sobre espacios físicos bien
determinados, como inicialmente se contempló, favoreciendo en cambio las miradas a nivel regional
complementadas con revisiones bibliográficas tanto temáticas sobre el departamento, como teóricas de
las ciencias sociales.
Para este estudio, primero caracterizamos la formación social regional, que debe ser entendida desde la
dimensión temporal y espacial, teniendo en cuenta la trayectoria histórica, las dinámicas y problemáticas
sociales, así como también las características biofísicas del territorio y los patrones de asentamiento, de
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intervención antrópica de los ecosistemas, y los diferentes usos del suelo. El concepto de formación
regional, implica así mismo pensar las articulaciones del Guaviare con otras unidades sociales más
grandes como la formación nacional y el sistema-mundo. De este modo, caracterizar la formación social
del Guaviare brinda varios elementos interrelacionados que pretenden explicar por qué la región se ha
construido de una forma específica y no de otra. Lo importante de la caracterización de la formación
social del Guaviare es que todo lo que se diga, incluyendo las políticas públicas que vamos a estudiar, se
deben entender de forma articulada con la formación social Guaviarense.
Seguidamente, hacemos una reflexión teórica desde la sociología y la antropología sobre la función social
del Estado en sus márgenes. Esta reflexión se encamina a pensar las presencias del Estado en lugares en
donde no ha tenido éste un control hegemónico como el Guaviare, pues estos lugares se constituyen como
márgenes, punto de expansión y afuera constitutivo del Estado. Así mismo, pensar el Estado en sus
márgenes implica alejarse de lo que idealmente el Estado es: un ente homogéneo que representa unos
supuestos intereses colectivos. Por el contrario, busca entenderlo desde el cómo este se configura en la
realidad social a través de presencias diferenciadas, simultaneas, intermitentes y contradictorias,
respaldadas por distintos tipos de violencia, legitimadas en el gobierno de la ley. Este capítulo termina
con algunas reflexiones sobre cómo hacer antropología de las políticas públicas.
Los otros dos capítulos del estudio recogen una serie de datos sobre la apropiación, control y jurisdicción
del espacio y sobre las políticas antidrogas en el departamento. En estos capítulos se hace un trabajo
metodológico a partir de observación participante, charlas ocasionales y entrevistas, contrastados con
bibliografía temática. Los capítulos sobre la formación social del Guaviare y la antropología del Estado,
sirven entonces como punto de partida para pensar la apropiación y jurisdicción sobre el espacios y las
políticas antidrogas, porque por un lado presentan el escenario que hizo que se dieran estas políticas en
el Guaviare y por el otro evidencia los lentes teóricos a partir de los cuales observamos la realidad social.
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2. Proceso social del Guaviare: Dinámicas económicas y sociales.
Para hacer una caracterización social e historia del Guaviare, no podemos partir desde sus límites
políticos y administrativos. Si bien dentro del departamento del Guaviare se dan procesos sociales
específicos, estos deben pensarse dentro de una realidad regional que incluye territorios de otros
departamentos como Caquetá y Putumayo, y las Sabanas del Yarí y la Bota Caucana. Estos territorios
que incluyen al departamento del Guaviare, los entendemos como la región de colonización de la
Amazonía Colombiana con unas características biofísicas naturales, una trayectoria histórica, unas
dinámicas y problemáticas sociales que difieren en cierta medida de las demás regiones colombianas e
incluso la de la región amazónica fronteriza que comprende departamentos como Guainía, Vaupés y
Amazonas y que a diferencia de la región amazónica de colonización “se integra de manera muy
marginal económicamente y tiene ciudades o poblados que no pueden considerarse exactamente núcleos
de colonización, sino como enclaves geopolíticos que cumplen la función de administración regional y
de protección de fronteras” (Domínguez, 1998 :13).
En este sentido podemos afirmar que la región de la colonización de la amazonia, que comprende los
territorios que mencionamos, tienen en común ser zonas de ampliación de la frontera agrícola, que se
han incorporado históricamente a la economía nacional a partir de la apropiación privada de tierras
baldías, “con el objetivo fundamental de producir, mercancías, llámese tierra, maíz, ganado, coca”
(Domínguez, 1998:13). También se caracterizan por haber sido receptoras de una migración tardía de
campesinos-colonos del interior del país, sobre todo después de mediados del siglo XX. Por ser una
región de bonanzas que incluyen: Caucho, Pieles, Marihuana, Coca, Minería Extractiva, entre otras,
siendo históricamente explotada, sin dejar excedentes y un consecuente desarrollo en la región. Por
constituirse como territorios periféricos del estado nación y haber reproducido en nuevos escenarios sus
problemas estructurales como el del modelo agrícola, y por haber tenido presencias diferenciales del
Estado que incluyen el impulso de procesos colonizadores (que no han sido ni continuos ni constantes),
una complicidad con la economía extractiva y con la acumulación por expropiación del trabajo que el
campesino-colono ha acumulado en la tierra con su trabajo (Domínguez,1998:14); y “ausencias frente a
servicios institucionales básicos y presencias policivas para controlar un territorio que se percibe por
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fuera de la ley y dominados por cultivos de uso ilícito promovido por actores armados” (Ramírez e
Iglesias, 2010 :538). Por haber sido estigmatizadas y entendidos como territorios “salvajes”, legitimando
la intervención “civilizadora” y la dominación territorial. Y simultáneamente por haber estado bajo el
control territorial de grupos para-estatales y subversivos etc.
En este orden de ideas, el departamento de Guaviare será entendido en las siguientes páginas como parte
de esta región de colonización Amazónica Colombiana, que se estructura en la relación que tiene con lo
nacional y lo global. Al respecto Salgado (2012:139) afirma que “Las estructuras sociales producidas,
intervenidas y alteradas en el proceso histórico de construcción social de la Amazonia tienen una relación
directa e indirecta con las dinámicas económicas nacionales y mundiales” un ejemplo de esto es la
relación directa que hay entre las guerras mundiales, y una gran demanda de caucho que genero
respectivamente dos bonanzas de este producto. Siguiendo esta idea, esperamos incluir en el análisis
tanto el plano local, y regional, como sus múltiples articulaciones con lo nacional y lo global, sin olvidar
la dimensión temporal que permite identificar cambios y continuidades de un proceso. Partiendo de estas
consideraciones para estudiar la región, explicaremos a continuación las características locales del
departamento, su historia y su poblamiento, su economía y su representación en el imaginario nacional,
estos son procesos que se dan de manera interrelacionada y que no se pueden explicar de forma
independiente unos de otros. Permiten contextualizar las dinámicas específicas de sus habitantes y tener
una visión holística que articule varios niveles de análisis de la realidad regional.
Intentaremos entonces hacer un análisis contextual de la región que articule múltiples niveles de
relaciones y con una perspectiva histórica. No podemos explicar la realidad regional del Guaviare sin
tener en cuenta como se ha configurado a través del tiempo. Una mirada exclusiva desde el presente
podría a lo sumo describir dinámicas regionales pero no explicar por qué se dan de esa forma y como
han llegado a ser lo que son. En este sentido, partiremos de estructurar cronológicamente momentos
claves que explican las dinámicas y estructuras específicas del Guaviare. Debe quedar claro que los
distintos momentos no constituyen una ruptura con el momento anterior y se dan de forma más bien
progresiva sin que se puedan identificar fechas precisas, que van incluyendo en la realidad regional
elementos que permiten entender su complejidad hoy en día. Cabe aclarar que los “momentos” en los
que dividimos la historia son parte de una construcción analítica, que sirven como herramienta para
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explicar a la región y a sus habitantes, pero que no están puestas allí en la realidad. Somos conscientes
que a pesar de poder identificar estructuras específicas, momentos históricos y dinámicas clave, la
realidad social trasciende cualquier elaboración teórica, y de que la historia de la humanidad se construye
de una manera interrelacionada, en infinidad de relaciones de múltiples niveles que no caben todas dentro
de ningún escrito.
2.1 Una herencia colonial inacabada
Para empezar a estudiar los procesos históricos de la región nos referiremos en primer lugar y de forma
breve al periodo colonial, debido a que “los tiempos coloniales dejaron profundas huellas en el espacio
amazónico. Esta época marcó el inicio de una ruptura ontológica para las poblaciones amazónicas, una
drástica transformación de sus territorios y un uso extractivo y destructivo de sus recursos naturales.”
(Salgado, 2012:141) Fue en el periodo colonial donde se empezaron a gestar las relaciones sociales y con
el medio, que dieron pie a lo que hoy es la sociedad de la zona de colonización amazónica colombiana.
Desde los primeros tiempos de la colonia, tanto la selva como las sociedades indígenas que habitaban la
amazonia colombiana se vieron inmersas en relaciones violentas y de explotación completamente
distintas a las de los tiempos prehispánicos. En lo que es el actual territorio de Guaviare, como parte de
la región Orinoco-amazónica, antes de los conquistadores y los misioneros ya había grupos humanos con
una organización social, unas relaciones de comunicación e intercambio entre ellos, una construcción
particular del espacio y adaptación al medio ecológico; que pasaron por un proceso disruptivo debido a
las relaciones con los holandeses y los misioneros jesuitas. Estos últimos, por ejemplo, con las haciendas
jesuitas del siglo XVII implantaron la ganadería extensiva (Sinchi: 1998:24) “crearon las condiciones
para la desaparición casi completa de los grupos ribereños que habitaban la región y condujeron a la
transformación de la organización social de otros grupos mediante la sedentarización o semi-
sedentarización de grupos que antes eran nómadas como los guhíbos (Siduani) o los guayaberos (Jiw)
(Sinchi: 1998:25). Frente a este tipo de procesos Henry Salgado afirma que “la negación del indígena
como ser humano, el declive demográfico de la población nativa y la des-estructuración de los espacios
inter-étnicos de comunicación económica, política y cultural fueron, sin duda alguna, las consecuencias
más nefastas provocadas por el dominio español y portugués.” (Salgado 2012:142).
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En este orden de ideas, este primer periodo estableció unas relaciones específicas de la población que
llego a la región con la población autóctona. Esta última fue vista y representada como “salvaje”,
“caníbal”, “inhumana”, parte de un entorno igualmente “salvaje” y agreste que necesitaba ser
“civilizado” y “aprovechado”. A grandes rasgos, las representaciones sobre la selva y la gente “salvaje”
legitimaron y aun lo hace, un tipo de intervención violenta que se justificaba en la necesidad de controlar
dichos territorios, sea por medio de la cristianización, de la expansión de las instituciones democráticas,
de la domesticación de la selva o ampliación de la frontera agrícola, de la extracción de la riqueza etc.
Podríamos decir que heredamos de este periodo, debido a un proceso de colonización inacabado que no
implantó un poder hegemónico del estado sobre el territorio nacional, una representación de la selva
amazónica como un lugar inhabitado, que necesita ser intervenido para la inclusión de él al poder central
del estado y para la explotación de las riquezas desconocidas.
Este periodo colonial, y las relaciones mercantiles que estructuraron las relaciones de la región con el
resto del territorio colonial, significaron un quiebre para los pobladores de la región y como indica
salgado “los tiempos de dominación, violencia y muerte para las poblaciones autóctonas no cesaron con
la época colonial, fueron su comienzo” (Salgado, 2012: 142). A partir de las relaciones que se
establecieron en la colonia se empezaron a gestar las condiciones que permitieron que, entrada la
república y más precisamente en el siglo XIX se diera una nueva forma de inserción a la economía
mundial. Este periodo lo llamamos mercantilización de la selva y se caracteriza por la entrada de la
región a las dinámicas de una economía extractiva que se dio no solo en la región amazónica de
colonización colombiana, sino en otras regiones amazónicas. La extracción de productos como el caucho
y la quina volvieron a este territorio, “salvaje” y “desconocido”, interesante para el capital de empresas
extranjeras, las cuales, con una pequeña inversión podían sacar grandes ganancias.
2.2 La mercantilización de la selva: La extracción del caucho y el tigrilleo.
La región amazónica de colonización, como el resto de la Amazonía colombiana, se ha integrado de
manera desigual y conflictiva a estructuras sociales más amplias como el estado nación y el sistema
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mundo, a partir de distintas bonanzas, legales e ilegales, que van desde el caucho hasta la hoja de coca.
Una de las maneras que se ha colonizado la selva amazónica y a sus pobladores, ambos concebidos en el
imaginario nacional como salvajes que hay que civilizar, ha sido precisamente a través de la
mercantilización de la selva y el trabajo de sus habitantes a partir de la economía extractiva de las
bonanzas. Las distintas bonanzas no han producido un desarrollo regional y han sido economías
extractivas enfocadas hacia afuera basadas en relaciones sociales de producción en muchos casos no
capitalistas, en la medida que no se basan en la relación capital-salario, pero contribuyen a la acumulación
de capital transnacional a partir de formas de trabajo profundamente explotadoras y el aprovechamiento
rapaz de los recursos naturales. Para entender las dinámicas locales y regionales de la bonanza hay que
considerar por tanto no sólo la región, sino dinámicas nacionales y del mundo, que explican que se
empiece a explotar ciertas materias primas debido a una demanda en el mercado internacional. Las
distintas bonanzas y sus ciclos que aún no terminan, y que siguen explicando parte de la realidad
económica regional, empezaron a finales del XIX y principios del XX con la bonanza del caucho, y para
antes de los 60´s ya se había dado en lo que es el actual territorio del Guaviare “tres bonanzas de caucho
y una de pieles” (Sinchi, 1998: 30).
La primera bonanza del caucho fue en alguna medida fugaz y ocurrió durante los primeros años del siglo
XX, y derivó de la demanda del producto en el mercado internacional para la fabricación de llantas. La
primera bonanza del caucho en la región dejó poco, la fundación de uno que otro poblado como Calamar
y la infraestructura básica y rústica para la explotación del látex (Sinchi, 1998:30). Calamar para ese
momento, dada su importancia como centro Amazónico cauchero, fue la capital de la, en ese entonces,
comisaría del Vaupés que incluía el actual territorio del Guaviare. Durante la bonanza del caucho en
cuanto economía extractiva enfocada al mercado internacional, la región tuvo mayores relaciones
comerciales con Manaos en Brasil que con otros territorios colombianos, ya que “el látex era en esa época
sacado por la aguas del río Vaupés y su comercio tenía como epicentro Manaos, de donde además se
llevaban las mercancías para abastecer a los intermediarios y cuadrilleros” (Molano, 1989:34). Con la
llegada de la bonanza del caucho empiezan a llegar también colonos con la ilusión de encontrar mejores
oportunidades, pero que en la mayoría de los casos no buscaban un asentamiento duradero en la región
sino que determinaban su estadía mientras durara el ciclo de bonanza.
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Con la llegada de la explotación del caucho a la región llegaron también relaciones de producción
profundamente explotadoras como la del endeude, que han dejado su huella a través de las distintas
bonazas y las relaciones de producción en la región. La institución del endeude en parte se mantiene,
puede encontrarse trazos suyos aún hoy en día debido a que de alguna manera ha habido continuidades
en el proceso social de la región que explican que se den aún las condiciones para que esta institución
perdure, aunque transformándose con múltiples matices, por ejemplo, “la coca empezó a ser explotada
mediante esta práctica económica -el endeude- y por eso no sorprende el uso de la violencia en sus
procesos y manifestaciones” (Molano,1989: 126). El endeude consiste en una práctica generalizada de
explotación garantizada también por la violencia física. En la primera bonanza del caucho consistía en
adelantar al trabajador objetos indispensables para explotar el caucho como las herramientas, la comida,
la ropa; el precio de los objetos lo determinaba de manera arbitraria el patrón o el cuadrillero que era
también el comerciante y compraba el caucho a precios convenientes cuadrados por él. “Como el saldo
era siempre negativo para el trabajador, fuera indígena o colono, el patrón ataba y endeudaba por el
tiempo que fuera fructífero el trabajo del trabajador (Molano, 1989:25). Estas relaciones de producción
tan desiguales explotadoras sólo podían ser garantizada en última instancia por la violencia física, y
dejaron un genocidio de la población indígena y a varios colonos que “se los trago la selva”.
Después del primer auge económico del caucho vino la primera crisis para la región, la mayoría de los
trabajadores emigraron a su lugar de origen, aunque algunos se quedaron como campesinos (Sinchi,
1998:30). “Durante el segundo boom cauchero, también se fundaron algunos centros habitacionales de
la mano de obra, de acopio de caucho y bodegas de víveres (Sinchi, 1998:30). Se originaron también,
establecimientos y puntos de compra sobre las márgenes de los ríos que con el tiempo se convirtieron en
pequeños puertos sobre el Unilla, el Itilla y el Vaupés. Estas dinámicas económicas de las Bonanzas del
caucho explican en alguna medida ciertos patrones de asentimiento poblacional que se mantienen
actualmente. El segundo auge económico del caucho en los 30´s liderado por la transnacional Rubber
Company fue breve, duro sólo tres años, pero dejo huellas en la formación regional como el poblado de
Miraflores. Como comenta Molano “Estas fundaciones contribuyeron alinderar territorialmente la nación
y a facilitar la presencia del estado, en esas, hasta entonces soledades (Molano, 1989: 26). La articulación
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de la región amazónica al estado nación a través de la bonanza del caucho fue tal “que las caucharías y
los caucheros eran la única presencia real de la nación, función que se hizo explicita durante la guerra
contra el Perú, cuando los pequeños puertos se volvieron puntos de apoyo logísticos para el ejército
Colombiano. Sea dicho de paso, el conflicto con el Perú que se originó por la fiebre expansionista
cauchera del Perú, obligó al gobierno Colombiano a mirar hacia el Sur y diseñar política de colonización
y poblamiento en la Amazonía Colombiana.
La tercera bonanza del caucho fue reactivada debido a la demanda de caucho de la segunda guerra
mundial. Fue liderada también por la Rubber Company, multinacional norteamericana. En la medida en
que la economía de enclave del caucho estaba enfocada hacia afuera del estado nación, todas las
mercancías necesarias para la explotación del caucho eran llevadas de Estado Unidos hasta la selva
amazónica en avioneta. De este modo, todo lo necesario para construir la infraestructura de explotación
y los centros habitacionales de los trabajadores, como: puntillas, cemento, tejas; además de los alimentos
para los trabajadores: comida en lata, leche en polvo, carne etc; eran de manufactura estadounidense
(Molano, 1989:176). Esta economía de enclave estaba por tanto mucho más vinculada con el sistema
mundo y no favorecía un crecimiento económico nacional y regional, en la medida que no estimulaba
una producción y comercio de mercancías locales para la explotación del caucho en la región. La tercera
bonanza del caucho sólo requería entonces del país explotar la fuerza de trabajo y los recursos de la selva
para extraer el caucho, y bajo las mismas relaciones de producción del endeude en las que la empresa
endeudaba a los comisionistas, estos a los contratistas, quienes de manera similar endeudaban a los
siringueros y estos a los indios (Molano, 1989:26). Esta tercera bonanza del caucho estimuló también
nuevas olas de migraciones, “engancharon a varios trabajadores de la cordillera y los trajeron
encuadrillados. Enviaban comisionistas al Tolima y haciendo mil promesas, que eso era el cielo, que se
podía hacer plata, y la gente ilusionaba se iba ¡No sabían en lo que se metían!” (Molano, 1989:176).
Las condiciones de explotación rapaz que llevó a cabo la Rubber Company, no se pueden pensar sin la
permisividad y el visto bueno que dio el Estado colombiano. En este sentido, más que una ausencia de
estado que permitiera la explotación cauchera bajo las condiciones en que se dio hay que pensar una
presencia diferenciada del estado en este proceso que legitimó y permitió la explotación cauchera. La
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Rubber encontró condiciones inmejorables precisamente por esto y concentró la producción cauchera en
Colombia, el estado Colombiano “acogía la política del buen vecino con la Rubber, mientras el Estado
Brasileño ponía condiciones. El estado Colombiano le puso la condición de construir una vía entre San
Martín y Calamar, la cual nunca construyó, abandonando su compromiso tan pronto terminó la bonanza
al final de la segunda guerra mundial (Molano, 1987: 29). Incluso cuando los siringueros mezclaban
caucho con piedra como una forma de ajustar la balanza que siempre convenía a la Rubber, la compañía
mandó a traer al Ejército colombiano para que judicializaran a los siringueros, era tan cómplice el Estado
de la explotación cauchera que incluso los soldados relevaron a los comisionistas (Molano,1989:182).
De lo que dejó la explotación cauchera quedaron los aislados poblados que se fundaron en la mitad de la
selva, aeropuertos que sirvieron para la exportación del caucho, uno que otro hospital rudimentario, la
trocha que iba de Calamar a San José, y algunos trabajadores que después de la bonanza se vincularon a
la región como campesinos (Sinchi,1998: 31); además de mucha gente sin saber qué hacer y enredada en
una cadena de endeudamiento que termino muchas veces en actos violentos (Molano,1989:183).
Después de la bonanza del caucho vino en el Guaviare una breve bonanza de pieles y pescado, que
supieron aprovechar algunos de los comerciantes que se quedaron en la región y lograron cierta
acumulación y ventajas comerciales que lograban al comerciar con los indígenas. Esta bonanza de los
50´s se conoció como los días del tigrilleo (Molano, 1989:30) e implicó un crecimiento poblacional y de
infraestructura para San José del Guaviare, por su ubicación estratégica sobre el río y ser el punto de
contacto entre la Amazonía y el interior del país. En el caso de la breve bonanza de las pieles, su
activación se debió nuevamente a las demandas del mercado internacional, vemos acá nuevamente la
relación entre la formación regional y el sistema-mundo, ya que la reactivación de la vida económica en
E.E.U.U y Europa después de la segunda guerra mundial abrió el espacio para un mercado de productos
suntuarios como las pieles. Por otro lado, la demanda nacional de pescado durante los días de semana
santa estimuló también la pesca en la región. De este modo, se empezó nuevamente a mercantilizar la
selva a partir de la explotación rapaz de sus recursos naturales por medio de la caza, para obtener la piel
de tigrillo, de perro de agua, de caimán, de chigüiro; y partir de la pesca para vender en el mercado
nacional. La bonanza del tigrilleo se dio bajo las mismas relaciones de producción del endeude. El
cazador cazaba con los adelantos que les daba el patrón: pólvora, armas, redes botes, alimentos. Tres o
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cuatro meses después el cazador regresaba con casi 1.000 pieles y el patrón descontaba los adelantos y
pagaba a precios ventajosos para él las mercancías producto del trabajo de los cazadores, quienes
gastaban sus excedentes en las cantinas para calmar las privaciones de meses (Molano, 1989:31).
Vemos así que los primeros días de mercantilización de la selva marcan el inicio de una serie de bonanzas
que deben ser entendidas en la relación entre lo regional, lo nacional y lo mundial. Las primeras bonanzas
que permitió en parte el estado nación, se basaron en la explotación rapaz de los recursos naturales y la
fuerza de trabajo de indígenas y mestizos venidos del interior del país, quienes participaban en relaciones
de producción explotadoras y mediadas también por la violencia física. Las primeras bonanzas no
produjeron un desarrollo regional sostenido ya que eran economías enfocadas hacia afuera, casi todo el
valor que producía el trabajador y los recursos selváticos salían de la región. Aun así, es partir de estas
primeras bonanzas como se explican los procesos de poblamiento y asentamiento del siglo XX, aunque
estos primeros procesos no implicaban un arraigo entre el trabajador y la tierra y asentamientos
permanentes, sino que la estadía del trabajador muchas veces se determinaba por la duración del ciclo
de una bonanza y los asentamientos eran también muchas veces transitorios. En este sentido no podemos
hablar en este periodo de una colonización constante y permanente propiamente dicha.
2.3 Los procesos de colonización campesina del Guaviare
A partir del tristemente célebre periodo de La Violencia en Colombia en los 50´s en donde miles de
campesinos del interior del país fueron expropiados de sus tierras y perseguidos políticamente, se
empiezan a dar procesos colonizadores en varias partes del país, que incluyen en general la región
amazónica como frontera de colonización y los territorios que actualmente abarcan la unidad
administrativa del departamento del Guaviare. Este proceso de colonización, lleva al Guaviare nuevas
formas de poblamiento, patrones de asentamientos y modos y relaciones sociales de producción que
tienen un origen en la base campesina colombiana, y van a ser determinantes en la formación regional.
El proceso de colonización campesina se basa a grandes rasgos en un proyecto esperanzador orientado
hacia el futuro, un dejar atrás, que busca a partir de su propio trabajo, herramientas y formas de
producción simples, y con la ayuda de una frontera agrícola abierta, procurar su subsistencia y lograr
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cierto bienestar que no ha tenido o le ha sido arrebatado. No obstante, esas esperanzas se han visto
frustradas una y otra vez por la fragilidad del modo de producción del campesino colono, que lo ha hecho
presa de la expropiación de sus mejoras por parte de terratenientes latifundistas y comerciantes
especuladores. A estas esperanzas frustradas se le suma el hecho del encarecimiento de la venta de sus
productos agrícolas debido a los costos de transporte que genera unas precarias vías de comunicación
que son expresión del aislamiento regional de las áreas de colonización colombianas: “aunque la tierra
era buena, lo que el trabajo y ella daban lo negaban las vías de comunicación (Molano, 1987:57).
La colonización forzada y la colonización armada, están estrechamente vinculadas con lo que ocurrió en
la formación social nacional con el periodo de la Violencia, que fue el periodo de ruptura para que
campesinos iniciaran solos con sus familias o políticamente organizados, el proceso colonizador. La
colonización del Guaviare en la segunda mitad del siglo XX difiere en gran medida de los otros
poblamientos regionales, como plantea Salgado “El proceso de asentamiento campesino durante la
primera mitad del siglo XX, fue poco significativo en la Amazonia y estuvo ligado fundamentalmente a
las avanzadas misioneras, a la definición estatal de las fronteras y a la economía extractiva del caucho,
maderas, pieles y pescado seco.” (Salgado, 2012:161) durante la segunda mitad del siglo XX, esta región
de la amazonia se caracterizó por ser un foco receptor de población proveniente de la región andina (Ruiz,
2010:339). Esto se explica por las dinámicas nacionales de violencia bipartidista y de implantación en la
región andina de un modelo agrario latifundista que beneficiaba al empresario agrario y negaba al
campesino, expulsándolo de su territorio, por vías legales, económicas y/o militares, y obligándolo a
emprender procesos de colonización. Siguiendo a Henry Salgado (2012) podemos decir que en la
amazonia colombiana para los años 50 y 60 hubo dos tipos de colonización articuladas:
“La colonización forzada, originada en la expulsión violenta de los campesinos por parte de los
empresarios agrarios y sus bandas de asesinos (conocidos como pájaros o chulavitas), contratados
para atemorizar y expulsar a los campesinos de sus territorios, y la colonización armada
(Ramírez, 1990), surgida de un proceso de autodefensa campesina para defender sus vidas y sus
territorios y enfrentarse al aparato militar gubernamental y a las bandas paramilitares. Las
principales áreas geográficas donde brotaron estas resistencias armadas fueron, como ya vimos,
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las regiones de Marquetalia, Riochiquito, El Pato, Guayabero, Sumapaz, la región del Ariari y la
intendencia del Vichada (González, 1992).”(Salgado, 2012:165).
Frente a estos dos tipos de colonización, generadas ambas por la expulsión del campesinado de la
comunidad política y de sus territorios, vale la pena resaltar que tienen más similitudes que diferencias
frente a sus causas pero tienen algunas diferencias en las formas en que se dan y frente a las consecuencias
que traen a la formación regional.
Lo que Salgado llama la colonización forzada, empieza a darse en el Guaviare a partir de la primera
violencia, de 1948 a 1953, que desencadenó una corriente migratoria de campesinos que huyendo de la
violencia y buscando tierras para trabajar y refugiarse de la persecución política; salieron de sus
departamentos Cundinamarca, Huila, Santander y Tolima y se dirigieron hacia el sur del país hacia Meta
y Guaviare. Este proceso de colonización forzada se dio por la vertiente del río Ariari, y posteriormente
se amplió por el río Duda, Guayabero y Lozada; se concentró sobre todo en la Macarena (SINCHI, 1998:
33). “Al Ariari llegaron muchos. Era un sitio muy propicio porque estaba situado a espaldas del Tolima
y de Huila y porque siendo llano, tierra sin autoridad, era al mismo tiempo selva, tierra para esconderse
(Molano, 1989).
Durante 1953, hubo una colonización semi-dirigida por el Estado, durante este periodo se presentó un
periodo de paz relativa y el gobierno dio apoyó a excombatientes de guerrillas para que se trasladaran al
Ariaría a colonizar. En este sentido, durante 1953 y 1955 llegaron miles de campesinos a asentarse en el
Guaviare por las ayudas que ofrecían el gobierno y la relativa paz que se vivía en la región (SINCHI,
1998:33).
La colonización armada en el Guaviare se da unos años después, tiene su origen en la segunda violencia,
entre 1955 y 1962, cuando la dictadura de Rojas Pinilla, que dio amnistía a algunas guerrillas liberales,
fue inclemente con las guerrillas comunistas y llevó a cabo operativos militares masivos contra las gentes
de Sumapaz y de Villarica, las cuales desencadenaron masivos desplazamientos de campesinos alzados
en armas que protegiendo a sus familias enteras de las operaciones del Ejército, bajaron de las cordilleras
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en las llamada columna de marcha y avanzaron una colonización por el río Duda que después se
expandió, por razones económicas y estratégicas para ampliar las autodefensas campesinas, hacia El
Pato, el Caguán, hacia el Ariari y hacia el Guayabero (Molano,1989:42).
Una de las características de la colonización amazónica de esta época son las unidades sociales de
colonización y los procesos organizativos de los campesinos-colonos que tuvieron lugar en estos nuevos
territorios donde pretendían forjar de nuevo su vida. Dentro de estos procesos podemos resaltar el papel
de la familia colonizadora. Esta es la unidad social básica del proceso de colonización agrícola. Es la
célula fundamental de poblamiento, producción y consumo, socialización y sociabilidad, del proceso
colonizador (Jaramillo, Mora y Cabiedes, 1989: 42). El modo de producción colono implica
necesariamente el uso de la fuerza de trabajo de toda la familia ya que exige una gran inversión de trabajo
en una tierra hostil que requiere desmonte, quema y cosecha, para ser productiva, lo cual se hace sin
recursos económicos previos y con herramientas elementales. Por el mismo aislamiento del colono, la
familia se vuelve también el espacio de sociabilidad y en donde se generan unos lazos sociales fuertes.
La vereda también juega un papel importante como unidad social del proceso de colonización (Jaramillo,
Mora y Cabiedes, 1989:46). La aventura de la colonización es colectiva, el colono necesariamente tiene
una naturaleza asociativa para el trabajo (Molano, 1987) que le permite formas de ayuda mutua y
prestación reciproca del trabajo y de bienes que se dan en el espacio vereda, sin los cuales no podría
subsistir, y que afianzan lazos sociales vecinales asociativa y organizativa que es necesaria además para
coordinar proyectos colectivos como caminos, escuelas y edificaciones comunales. La vereda también
se conforma como espacio de sociabilidad espontanea, de diversión con bares y cantinas, que son lugares
que afianzan relaciones sociales que se vuelven determinantes en un ambiente tan hostil. En este sentido,
la vereda es también un espacio en donde se conforman lazos sociales a partir del trabajo asociativo y la
organización comunitaria.
Otra característica que cabe resaltar de los procesos organizativos de colonización que se dieron a
mediados del siglo XX, es que dejaron en los campesinos, especialmente los que emprendieron procesos
de colonización armada, una herencia de lucha organizada en la defensa del territorio y un cierto
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descontento contra el estado que históricamente los negó y expulsó. Esta lucha tiene antecedentes en las
ligas y sindicatos agrarios que datan desde los 30´s vinculadas al Partido Comunista, admiradoras del
caudillo liberal Gaitán, y que luchaban en contra de los terratenientes y las relaciones serviles. Durante
la época de la violencia, dichas ligas y sindicatos fueron perseguidas por la policía y bandas de
hacendados, lo cual termina desarticulando estas formas organizativas campesinas que se terminan
reorganizando en armas (Molano, 1987:50). Estos campesinos alzados en armas se ven obligados a
liderar procesos de colonización huyendo de las fuerzas armadas con sus familias enteras. Este proceso
de colonización armada que implicó “que al fúsil se le agregara el hacha, se abriera selva y se sembrara,
cosechara y se defendieran colectivamente” (Molano, 1987:56) configura un tipo de colonización con
una base de lucha, con una gran organización y disciplinamiento, y un recelo heredado frente al Estado
y las fuerzas armadas. Esto explicaría en cierta medida que en años posteriores, sea en esta región de
colonización amazónica donde se encuentren las bases sociales para el surgimiento de las guerrillas.
Sin importar la razón que los había hecho emprender el proceso de colonización durante este periodo,
los campesinos-colonos que llegaron a colonizar la amazonia tuvieron que ver con las organizaciones
campesinas. Como lo ilustra Salgado:
“En este proceso de reasentamiento, las organizaciones campesinas, -tanto el Sindicato de
Pequeños Agricultores del Alto Ariari, como el Movimiento Agrario del Pato y el Guayabero-
jugaron un rol determinante en la conducción de la colonización hacia el Guaviare y el Caquetá,
respectivamente (Molano, 1987; González, 1992). Estas organizaciones indicaban la ruta a
seguir y el lugar donde los campesinos podían establecerse. Obviamente, igual papel central
jugaron los campesinos que estaban asentados de tiempo atrás en el área. Ellos le indicaban al
campesino recién llegado el punto o espacio donde podían construir su casa-que inicialmente no
fue más que un cambuche y su predio, es decir, el sitio donde podía fundar (una acepción
lingüística que denotaba que tenía que re-iniciar su vida familiar y social). Una vez escogido el
espacio donde fundar, el campesino le asignó un nombre. Los nombres asignados fueron los
“marcadores espaciales” - (geosímbolos, como los denomina Bonnemaison, 1995)- que dieron
inicio a la apropiación del espacio y la conversión de éste en su territorio. (Salgado, 2012:170)
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Vemos así como la organización de los mismos campesinos-colonos ordenó, estableció y significo el
espacio en el que se iban estableciendo los nuevos colonos que llegaban a la región. Ellos mismos fueron
quienes iniciaron el proceso de apertura y creación de asentamientos “que posteriormente, harían parte
de las colonizaciones dirigidas y espontaneas que han contribuido a la configuración del poblamiento del
territorio” (SINCHI, 1999:34).
Otro proceso de colonización que se dio en el Guaviare, después de la colonización armada y la
colonización forzada, fue la colonización dirigida o semi-dirigida por el Estado a finales de los 60´s y
principios de los 70´s. El origen de esta colonización dirigida está asociada a una campaña radial de un
programa llamado “al campo” de una emisora bogotana (González, 1998: 139). Esta campaña de
colonización impulsada radialmente, se dio debido a que innumerables personas de origen rural que
habían inmigrado a la ciudad o que habían pasado por procesos de latifundización, solicitaban “un pedazo
de tierra para trabajar”. Fue así como después de algunos acuerdos preliminares se coordinó desde el
Estado y con el apoyo de la emisora un traslado masivo de familias. “El área disponible para la
colonización estaba ubicada a lo largo de la trocha que desde la Fuga, comunicaba con Caño Grande (hoy
el Retorno,), Platanales (hoy la libertad) y Calamar” (González, 1998: 140). Allí se concentraron
entonces campesinos pobres que habían sido desplazados a los centros Urbanos y hacía algunas zonas de
colonización de los Llanos Orientales, de hecho el nombre de la cabecera municipal El Retorno, es
precisamente un nombre que se le da queriendo decir un “retornar” de los campesinos al campo
(SINCHI,1999:140). En este punto se debe aclarar que las ayudas del Estado para el campesino en esta
colonización no fueron muchas. Juan S. Vélez, durante su trabajo de campo en el departamento, escucho
la historia de un hombre que llego El Retorno en esta época. Vino en un avión que habían dispuesto para
tal fin y al llegar, se percató que El Retorno era prácticamente la pista y un “cambuche” al lado de esta.
Allí pasaban la noche los recién llegados. Esa noche conoció a una mujer, y al otro día fueron juntos a
buscar un lugar donde hacer su finca.
A partir de la promoción de este proceso colonizador llegaron innumerables familias buscando mejorar
sus condiciones de vida en el campo, también se formó un sólido eje terrestre de San José-El Retorno-
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Calamar, y se produce la segregación territorial del Guaviare de la Comisaría del Vaupés, creándose en
1977 la comisaría del Guaviare con capital en San José. Sin embargo, el proceso tuvo innumerables de
colonización tuvo muchas vicisitudes. A pesar de que el Estado haya promovido la colonización, no
apoyó con infraestructura, un plan de desarrollo regional y asistencia productiva y comercial para los
campesinos. La acción del INCORA, por ejemplo, sólo llegó a beneficiar a 170 familias de las 2500
establecida en esta zona de influencia (González, 1998: 141). Además las precarias vías de comunicación
de esta región en parte marginada de la economía nacional, hizo que los productos de los campesinos:
yuca, maíz, plátano, no pudieran competir en el mercado nacional y se abarrotaran los mercados locales.
De hecho para 1976 hubo una superproducción de maíz y las bodegas del IDEMA y otros edificios
gubernamentales se abarrotaran. En ese entonces quedo en evidencia la inexistencia de políticas de
mercado y comercialización regional y en general las dificultades de la Estado para dirigir la colonización
(González, 1998: 141).
2.4 La llegada de la economía ilícita.
Ante estas vicisitudes, y las constates frustraciones de la esperanza colonizadora, es de hecho el cultivo
de la marihuana y cultivo de la hoja de coca el que saca al campesino de su vida de privaciones y estreches
económica y le da un bienestar relativo, que incluso en los mejores momentos de la bonanza le permiten
darse ciertos consumos suntuarios. Aunque fuera ilegal, esta economía no era ilegitima por que se
encontraba allí una solución a las constantes frustraciones del proceso colonizador. Antes de las bonanzas
ilegales el campesino colono seguía produciendo más por inercia y por costumbre que por negocio.
Producía poco, lo que el mercado era capaz de absorber, e intentó buscar otros renglones productivos a
parte de los tradicionales cultivos del plátano la yuca y el maíz; como la pequeña ganadería, la caña de
azúcar y el cacao. Sin embargo, parecía que el resultado no correspondía al trabajo invertido (Molano,
1987:58).
Son en estas condiciones de frustración cuando llega la marihuana al Guaviare a mediados de la década
de los 70´s. Con la marihuana empieza otro ciclo de bonanza como el del caucho y el tigrilleo, pero esta
vez sería una bonanza de economía ilegal que le agrega otro nivel de complejidad y de problemáticas
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sociales a la formación regional. Los colonos que encontraban la mercantilización de sus productos
inviable por medio de los mercados locales y no poder competir en la economía nacional -por las
ausencias del Estado en cuanto a vías de comunicación y coordinación de una política económica agraria
consistente-; encontraron al principio una alternativa en el cultivo de marihuana. Ciertas condiciones
estaban dadas para que se introdujeran los cultivos ilícitos en el Guaviare: los campesinos contaban con
tierra abundante y barata para el cultivo de la marihuana e incluso los narcotraficantes les suministraron
gratuitamente las semillas para sembrar (SINCHI, 1998:35). “A la Serranía de la Macarena llegaron
pilotos con semillas que repartieron gratuitamente, instruyeron al colono y regresaron cunado las matas
empezaban a producir” (Molano, 1989). Los comerciantes pagaban de contado y pagaban bien, entre
mediados de 1974 y finales de 1976 la arroba de marihuana llegó a cotizarse a 12 mil pesos cuando el
salario mínimo mensual para el sector rural para entonces era de 1.320 pesos (SINCHI, 1998:36). El
cultivo se regó por toda la región, por todas las vegas del Guayabero, El Ariari y el Guaviare. Esta nueva
bonanza implica nuevas dinámicas de migración, “atrajo nuevos colonos, aventureros, comerciantes y
prostitutas (Molano, 1989:59) y además un cambio en las relaciones productivas pues se generalizó el
jornaleo pago en detrimento de las relaciones sociales de producción reciprocas como la mano de vuelta
(SINCHI, 1998:37).
El éxito de la nueva actividad se daba también gracias al aislamiento geográfico de colonización lo cual
facilitaba que los cultivos no fueran detectados por los órganos de seguridad estatales. Sin embargo, esta
primera bonanza de economía ilegal fue efímera. Al igual que lo que había pasado con otros ciclos de
bonanza, la producción se daba a partir de una demanda en el mercado internacional y en ese entonces
E.E.U.U, siendo el que mayormente demandaba la mercancía marihuana, pudo satisfacer la demanda de
su mercado interno mediante la producción de una nueva variedad sin semilla. De esta forma, la crisis de
la bonanza de la marihuana llegó tan rápido como el anuncio de la bonanza misma. La crisis implicó que
los excedentes de la bonanza se fugaran de la región en mano de comerciantes y empresarios. El
campesino se quedó con la mercancía que literalmente tuvo que tirar al río (Molano, 1989), además tenía
que pagar “jornales a sus trabajadores y firmar las facturas adeudadas a sus proveedores de los bienes
para producir” (SINCHI, 1998:36). En estas circunstancias, el colono tuvo que vender sus mejoras o
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entregarlas como parte de la deuda, generándose una nueva mercado de despojo de tierras y la vuelta del
campesino al frente de colonización (SINCHI, 1998:36).
La bonanza de la marihuana duró poco, pero preparó el terreno para una bonanza que tendría mayores
implicaciones en la formación regional; para finales de los 70´s ya se anunciaba la bonanza de la coca.
Nunca se había ofrecido en la región un precio de compra tan alto por un producto tan reducido. El
contraste de ganancia que recibía el campesino colono por la venta de hoja de coca e incluso la pasta que
aprendió procesar en cierto momento de la bonanza, frente a sus cultivos tradicionales como la yuca, el
plátano y el maíz; era abismal “una hectárea sembrada de coca en una cosecha producía todo el dinero
junto que no había visto pasar por sus manos (Molano, 1987: 61). Ante tal aliciente para el cultivo y el
campesino sumido en la crisis que había dejado la anterior efímera bonanza, no dudó en vender sus
ganados y endeudarse para poder empezar a participar de la nueva bonanza. Incluso si el campesino no
quisiera entrar al negocio ilegal del cultivo de coca, se vio en algún momento obligado a hacerlo ya que
la bonanza encarece el costo de vida en las regiones cocaleras y lleva al campesino a que forzosamente
tenga que sembrarla o se vinculara en su proceso productivo.
La misa red de traficantes que había introducido el cultivo de la marihuana introdujo el cultivo de la coca,
hubo simplemente un cambio de cultivos, el modo de producción y las redes de tráficos, estaban a manos
de los mismos actores que operaban de una forma similar. En pocos meses, se distribuyeron toneladas
de semillas y en poco tiempo los cultivos estaban listos para ser raspados. Muchos llegaron atraídos por
la nueva bonanza: comerciantes de todo género, desempleados de la ciudad, campesinos quebrados del
campo, capos con sus cuadrillas de trayectoria delictiva y organizados jerárquicamente (Molano,
1989:66); y los campesinos colonos se encontraban más que dispuestos a participar en la nueva bonanza
(Molano, 1987:60). Con el inicio de la bonanza de la coca hubo un gran dinamismo económico y
poblacional en el Guaviare. El comercio fue el primer sector que experimentó un vigoroso salto: crecieron
las tiendas de abarrotes, aumentó el precio de las herramientas para el procesamiento de la hoja – baldes,
mangueras, plásticos- y las herramientas para subsistir y derribar la selva (Molano, 1989:62). En San
José prosperaron otros negocios que antes no se habían visto como peluquerías, casas de modas,
papelerías y discotecas, bares, whiskerías etc. También aumentaron y se regularizaron los vuelos
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comerciales. Todo el mundo iba al Guaviare a hacer fortuna, incluso las autoridades estatales, en
particular y no como institución, se vieron favorecidas por la bonanza vía los sobornos que todos los
eslabones de la cadena de producción tenían que costear como parte de los costos operativos, lo cual
eleva los costos de producción y se carga al precio final de la mercancía (Molano, 1989:75). El soborno
se paga en los retenes, en los aeropuertos, al policía, al corregidor, al inspector y al alcalde; es una forma
en la que los agentes que encarnan el estado realmente existente, no su función ideal, participan y
permiten el funcionamiento del narcotráfico.
Como vimos con otros procesos de bonanza, la violencia ha estado imbricada con estas relaciones de
producción en la región. En el caso del Guaviare, los capos impusieron su ley en la primera bonanza de
la coca que se reducía a la ley del más fuerte: para obtener mayores ingresos recurrían a eliminar a los
cultivadores y recolectores, y éstos a su vez recurrían a las mismas armas. Al final se generalizó una
violencia indiscriminada que se nutría de su propia lógica (Molano, 1989:71).
Para 1983 ya se había popularizado el cultivo de la hoja de coca, y por lo mismo se dio una crisis debido
a la sobreproducción regional y nacional.” El kilogramo bajó del millón a 80 mil pesos” (SINCHI, 1989).
Bajo esta crisis se intensificó la violencia y San José entró en rápida decadencia la verse afectado también
el comercio. Muchos de los que participaron en la bonanza se fueron por amenazas o por quiebra, varios
colonos recientes venidos de la ciudad se fueron ya que no tenían ninguna otra actividad económica, y
en general los colonos viejos de tradición agrícola se quedaron pues muy pocos habían abandonado
definitivamente la agricultura y tenían sus lotes de “pan coger”. Después de esta primera crisis las FARC
toman cada vez mayor control regional que intervino en el proceso de reorganización social y económica
de la región (Acosta, 1983).
Suele presentarse a las FARC como agentes externos de la formación regional, olvidando su lugar en los
procesos históricos y en la cotidianidad de la región, mostrándolos además como simples
narcotraficantes. Sin embargo, estas afirmaciones hay que verla a la luz de los hechos históricos. Para el
momento de la bonanza de la coca a inicios de los 80´s, la colonización armada no se opuso a la siembra
de la coca, después, con una crisis de producción en donde los narcotraficantes foráneos perdieron cierto
poder y monopolio sobre el cultivo, la colonización armada empieza a dirigir y regular en cierta medida
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la producción de la cocaína beneficiándose de la bonanza a partir del cobro de impuestos. Las FARC
generan un orden y reclaman de los colonos cierta legitimidad, son solidarios con su régimen productivo,
limitando la expansión del latifundio y creando condiciones de seguridad y leyes como la de la siembra
de tres hectáreas de coca por cada hectárea de coca (Molano, 1987).
Si podemos hablar de unas bases sociales y de reclutamiento de las FARC, estas son sin duda las de los
campesinos colonos del sur del país, y en este sentido las FARC no son ajenas a la cotidianidad de
muchos campesinos-colonos cocalero ni a sus formas organizativas, ya que por ejemplo, las necesidades
de los colonos son recogidas por la plataforma ideológica de las FARC y sus formas organizativas como
la Juntas de Acción Comunal y los Subcomités de colonización son cobijados por el poder militar de la
guerrilla (Jaramillo, Mora y Cabiedes, 1989:251).
La presencia y la consolidación de grupos subversivos como las FARC articulados también a la bonanza
de la coca, añaden otro nivel de complejidad a la formación regional, articulación que genera una retórica
estatal que justica su presencia gubernamental en términos punitivos, a partir de la idea de combatir a la
insurgencia y al narcotráfico teniendo una representación cultural del territorio regional en términos de
un territorio fuera de la ley y controlado por actores armados y la economía de los cultivos ilícitos. Ahora,
esta relación entre coca y grupos armados es bastante compleja, y será tratada más adelante.
3. Acercamiento teórico a la antropología del Estado en sus márgenes
Lo que buscamos con esta investigación es mostrar cómo el Estado, mediante las políticas públicas
orientadas a la asignación jurídica del territorio y las políticas antidrogas, se ha proyectado sobre el
territorio especifico del Guaviare. Esta proyección sobre el territorio se da a partir de una violencia
coercitiva que se pretende legítima (policiva, militar) y una violencia simbólica que busca incorporar en
los individuos principios de visión y división que estructuran disposiciones durables y normatizan lo que
los individuos hacen y piensan sobre sí mismos y el mundo. Los principios de visión implican el
reconocimiento de la legitimidad del Estado y son a su vez la condición para que los individuos se
relacionen con éste.
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Para aclarar lo que llamamos violencia simbólica, podemos pensar en la forma que los campesinos sin
títulos en Colombia se vieron obligados, en un principio, a cumplir ciertas condiciones para poder recibir
la propiedad de la tierra. Sobre este tema Salgado (2012) y Ruiz (2010) hacen referencia a las exigencias
que el INCORA hacía a los campesinos para la titulación. A éstos se les exigía que debían tener “casa y
labranza” en los predios baldíos, y mejoras en “potreros y sementeras”. Esta condición hizo que muchos
campesinos incorporaran estas prácticas y, convencidos de que la tierra que trabajaran, que “civilizaran”
y “domaran” sería suya, invirtieron su trabajo y valorizaron la tierra mediante la tumba de la selva para
sembrar cultivos y hacer potreros. Ahora, Fajardo (2009) muestra además que estos campesinos serian
nuevamente expulsados de estas tierras por el mismo Estado y se verían obligados a ir colonizando
nuevas tierras, sobre esto no profundizaremos aquí.
En este punto lo que nos interesa resaltar es la imagen del colono como héroe que se impulsó desde el
Estado con el fin de avivar los procesos de colonización que en ese entonces construirían la patria. Esta
representación de los colonos, con sus respectivas prácticas e instituciones, corresponde a una proyección
sobre ellos, fundada en la violencia simbólica, que con el tiempo cambiaría drásticamente. Acá no
debemos olvidar el carácter histórico de estas representaciones que desde el Estado entienden y crean a
quienes participan de él. Así, con el pasar del tiempo, la representación del colono como héroe de la
patria, y las prácticas de construir una “casa” y “labranza” para domar la selva y hacer patria, cambiaron,
sin dejar de operar como una violencia simbólica legitima en la que los dominados se ven obligados a
imaginarse a sí mismos bajo categorías impuestas por el Estado. Este cambio al que no referimos
corresponde a los procesos actuales que se dan en torno al discurso de la conservación y la ecología. Al
respecto Iván Emilio Montenegro Perini (2014) muestra en su trabajo de grado como los campesinos-
colonos de Playa Güío, una vereda dentro del municipio de San José, han negociado estratégicamente
con el nuevo discurso estatal de la conservación, que los entiende como sujetos ambientales y les asigna
comportamientos y características específicas que condicionan sus posibilidades de acción en un lugar
específico. Ellos, y no solo ellos sino muchos otros, hoy ya han incorporado prácticas y discursos
ecológicos o “sostenibles” para legitimar su permanencia en territorios o áreas dentro del departamento
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y para poder interactuar con el Estado desde una retórica coherente con los discursos y prácticas
legitimados a niveles globales.
Para estudiar esta violencia simbólica, por medio de la cual el Estado funciona y se proyecta sobre
regiones específicas partimos de una definición de Estado que lo entiende como el conjunto de discursos,
prácticas e instituciones que encuentran su legitimidad en, o están instituidos sobre, la eficacia simbólica
que se le atribuye al “gobierno de la ley” (Bourdieu, 2000:171) y que pretende “monopolizar el uso de
la violencia física y simbólica en un territorio determinado y sobre el conjunto de la población que a él
corresponde (Bourdieu, 1993). De este modo, nuestra investigación se enmarca dentro de lo que se
conoce como la antropología del Estado. Busca alejarse de la concepción de éste como “un conjunto de
instituciones supuestamente neutras enmarcadas en un territorio y en una sociedad, dentro de los cuales
tendría el monopolio de la creación de normas abstractas que representarían el interés colectivo, gracias
al control monopólico de los medios de violencia y coerción” (Serje, 2005:17) Con esto queremos decir
que el Estado no se entenderá desde una definición ideal de lo que “debería ser”, sino que se pregunta
por sus acciones particulares que definen lo que en realidad “es”.
Ahora, pensando en que estas instituciones, prácticas y discursos, legitimados por el “gobierno de la ley”,
buscan ejercer control legítimo sobre el territorio nacional, podemos asumir que existe en las regiones
de colonización, un interés permanente por incluir a estos nuevos territorios y a las personas que los
habitan a la lógica de la legalidad. Este proceso de expansión del “poder de la ley” lo podemos definir
en estos territorios como una proyección del Estado sobre espacios en los que históricamente no ha tenido
la legitimidad necesaria para que sus portadores, agentes de estado, puedan ejercer un poder legítimo.
Así, La zona amazónica de colonización, se ha representado y configurado como margen del Estado-
Nación colombiano, como lugar en donde el Estado se encuentra parcialmente o ausente, siendo
significado como un espacio de estado de naturaleza y desorden que se contrapondría a la lógica de orden
y civilización del Estado moderno (Veena y Poole, 2008). Siguiendo esta idea, el espacio y los habitantes
de la región amazónica de colonización se han representado por los agentes que encarnan el estado
consolidado, como habitantes y espacios en donde no operan, o al menos no lo suficiente, la ley y el
orden del Estado. Por tanto, son estos espacios geográficos pero también sociales, las márgenes o el punto
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de expansión del gobierno de la ley, los lugares en donde la violencia simbólica y violencia coercitiva
legítima no está instaurada y hacia donde se debe instaurar y expandir desde la lógica estatal.
Ahora bien, si estos espacios y sus habitantes son las márgenes y el punto de expansión del “gobierno
de la ley”, también marcan el afuera constitutivo que conforma al Estado mismo. Es decir, que a la
conformación de márgenes es inherente a la lógica del Estado moderno. De este modo, el Estado se
legítima a partir de la demarcación entre espacios y prácticas estatales y no estatales. Lo no estatal se
concibe como un espacio de desorden y de ilegitimidad que marca por contraposición los bordes de
legitimidad y el orden de lo Estatal. Esto se puede ilustrar si vemos como se ha representado
recientemente a la región amazónica de colonización como un espacio sin ley en donde abundan los
cultivos denominados ilícitos y controlado por actores armados ilegales que ejercen una violencia
ilegitima. Sería esta concepción sobre el espacio y estos actores, lo que por contraposición permite
demarcar la unidad de la violencia legítima estatal sobre la cual se fundamenta el Estado mismo. La
proyección del Estado sobre sus márgenes territoriales implica una imposición más violenta que en
los territorios en donde el Estado está más consolidado, en tanto que estos nuevos territorios, antes de
la llegada de “la ley”, tienen siempre unas lógicas normativas previas que entran a jugar, a hacer
frente, y a negociar con las nuevas normas que progresivamente se implantan dentro del orden legal.
Esta imposición de la lógica estatal se legitima internamente por medio de la misma idea de la ausencia
de Estado y de la ley. Al respecto Margarita Serje (c2005) nos sirve para esclarecer el lugar que ocupan
estos márgenes dentro del imaginario de la sociedad mayoritaria. Estos territorios, pensados como
salvajes, exóticos y desordenados, ocupan en el imaginario nacional lo que ella, retomando a Michel
Foucault, llama un lugar heterotópico:
“lugares que seducen y disparan la imaginación por el hecho de que la densidad de su
representación los muestra como una inversión del orden del que hacen parte. Se fundan en una
tradición de interpretación a través de la cual se lee no solamente la realidad de estos espacios
y de sus gentes, sino la de la sociedad que los imagina. No gratuitamente constituyen el ámbito
privilegiado por la Nación y el Estado para situar los grupos que estos representan como
alteridad. Se legitima y se justifica allí su proyecto de desarrollo y modernización, es decir su
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proyecto civilización, pues los sujetos y paisajes ubicados en este contexto se ven desplazados
simultáneamente al ámbito de lo salvaje, al margen de la historia y quedan ubicados “todavía”
por fuera del dominio de lo nacional” (Serje, 2005c:10)
Este tipo de representaciones heterotópicas quedan en evidencia cuando se analizan los discursos que
muestran los márgenes del Estado como lugares de naturaleza exótica, donde las leyes que lo ordenan
están establecidas por grupos al margen de la ley, donde existe una riqueza inexplorada, oculta en una
naturaleza desconocida, o habitada por salvajes romantizados, erotizados. Esta forma de pensar a los
territorios marginados dentro de los límites del Estado-Nación es constitutiva del orden nacional, del
funcionamiento del campo legítimo, en la medida en que es en las intervenciones “civilizatorias” donde
se implanta el “gobierno de la ley” funcional al capitalismo moderno. Siguiendo esta idea, la formas en
que el “gobierno de la ley” ha intentado expandirse en sus márgenes heterópicas ha sido también
mediante presencias y ausencia de Estado que pretenden domesticar y organizar estos lugares mediante
la mercantilización de los recursos naturales y la fuerza de trabajo de sus habitantes. Así, la región
amazónica de colonización como margen heterotópica se ha pretendido integrar al Estado-Nación al
constituirse como zonas de ampliación de la frontera agrícola que se incorporan a la economía nacional
a través de la apropiación privada de tierras, “con el objetivo fundamental de producir mercancías,
llámese tierra, maíz, ganado, coca” (Domínguez, 1998:13); o mediante distintos ciclos de bonanza
económica que van desde el caucho, pasan por las pieles, y continúan con la coca; o más recientemente
a través de la apropiación hecha del territorio amazónico por medio ya no sólo de la mercantilización,
sino de la prestación de servicios ecoturísticos y etnoturísticos apoyados en los emergentes discursos de
la protección ambiental y de la diversidad cultural (Del Cairo, 2012).
Para este análisis tendremos en cuenta varias dinámicas que van desde lo global a lo local, en donde
Estado, antes de ser un ente homogéneo y coherente que representa la voluntad colectiva de un pueblo
soberano, se configura como realidad sociológica en las prácticas y discursos concretos que se encarnan
en agentes específicos y representa intereses particulares. Esto da cuenta de que el Estado no está fuera
de la sociedad sino que hay de estructuras sociales que lo determinan, como la estructura de clases
sociales que de entrada implica una heterogeneidad del espacio social y unas posiciones diferenciadas
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con intereses contrapuestos e irreconciliables. El Estado sería entonces como plantea Abrams: una
máscara del poder de clase que hace pensar en unos interés comunes a toda la sociedad pero que son en
realidad ilusorios (Abrams, 2000).
Este Estado al que nos referimos no es un ente neutral ni coherente, este más bien se configura como un
campo de lucha en donde la “legitimidad de la ley” permite varios tipos de intervenciones y acciones.
Con esto queremos decir que el Estado se ve reflejado, por ejemplo, tanto en el accionar de la Policía
Antinarcóticos y la militarización del departamento, como en la implementación de programas de
Desarrollo Alternativo o de conservación ambiental. Con este enfoque antropológico para estudiar al
Estado buscamos dar cuenta de una específica forma en la que este hace presencia en estos territorios
márgenes; donde los configura, crea y adhiere a la lógica estatal.
Si vemos al Estado como anteriormente lo definimos, debemos tener en cuenta que cumple con
características que lo definen, según Bernard Lahire, como campo social. En tanto que: es “un
microcosmos dentro del macrocosmos que constituye el espacio social (nacional) global” (Lahire,
2002:31); Constituye “un “sistema” o un “espacio” estructurado de posiciones” (Lahire, 2002:31); Posee
una lógica interna, reglas y desafíos específicos; está configurado históricamente como un espacio de
lucha entre los agentes que ocupan diferentes posiciones; es relativamente autónomo de otros campos y,
tiene límites más o menos definidos, que se evidencian en hasta donde llegan los efectos de campo.
Ahora, partiendo de esta última característica debemos agregar, para objeto de nuestra investigación, que
estos efectos del campo del Estado, legitimado, como ya lo anotamos, en el “gobierno de la ley” están
espacialmente y sociológicamente localizados. Para aclarar este punto se puede retomar a Javier Auyero
y María Fernanda Berti quienes explican en su libro titulado La violencia en las márgenes (2005), donde,
refiriéndose a la violencia que se reproduce con la presencia “intermitente, simultánea y contradictoria”
de la ley en las márgenes de las naciones, afirman que antes de una ausencia de éste lo que se configura
son prácticas de Estado especificas en lugares y personas concretos que, no solo por su ubicación
topográfica sino principalmente por su ubicación sociológica, ocupan posiciones dominadas por la
violencia simbólica legitima que condiciona las posibilidades de interacción con el campo.
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Teniendo en cuenta estos planteamientos preliminares para estudiar el Estado en sus márgenes, a
continuación vamos a tomar como objeto de estudio dos tipos de políticas públicas dominantes mediante
las cuales se ha presentado el Estado en la región del Guaviare: las políticas en torno a la asignación
jurídica del territorio, que incluyen protección y regulación de áreas específicas para determinadas
funciones: productivas, manejo de los recursos naturales, y “protección’’ de culturas y comunidades; y
las políticas antidrogas de desarrollo alternativo e interdicción. Estas políticas públicas nos muestran
cómo se ha presentado el Estado de forma concreta, diferenciada y hasta contradictoria en la región; dan
cuenta de las “racionalidades de gobierno” sobre el territorio específico del Guaviare que reflejan la
forma en que el Estado concibe al territorio y a sus habitantes, y como pretende de manera instrumental,
regularlos, administrarlos y transformarlos (Shore, 2010). Las políticas públicas también serían una
entrada para indagar las experiencias de Estado que han tenido las personas de la región relacionadas con
procesos de aceptación, oposición o negociación, que son de imprescindible registro a la hora de hacer
una antropología del Estado en sus márgenes.
4. Apropiación, control y jurisdicción sobre el espacio.
Diferentes actores, sean grupos armados, entidades del Estado, pobladores colonos, grupos indígenas o
grupos de investigadores científicos, se han apropiado del espacio del Guaviare a partir de un proceso de
dotación de sentido sobre el espacio que implica una forma determinada de ocuparlo. Este proceso se
denomina de territorialización. Nuestro objetivo en este capítulo es pensar estos procesos de
territorialización en el Guaviare, que implican formas de apropiación, control y jurisdicción -las que se
apoyan en el gobierno de la ley-, mediante los cuales se ordena y regula lo que las personas hacen en
determinados espacios. Si pensamos en estos procesos de territorialización en una zona colonización
como es el Guaviare, donde históricamente el Estado no ha tenido un control hegemónico, lo que se
registra es una sobreposición de lógicas territoriales, estatales y no estatales. Esta superposición da como
resultado especificas relaciones de conflicto, en las cuales diferentes agentes se disputan representaciones
y prácticas sobre un espacio y su respectiva legitimidad. En ese sentido, en este capítulo queremos
reflexionar sobre los problemas y tensiones que aparecen cuando sobre un espacio determinado, que
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podría medirse en kilómetros cuadrados, se superponen diferentes representaciones – y sus respectivas
prácticas- sobre él, y que se apoyan además sobre distintos recursos para legitimarse.
Partimos de que es en esta superposición de lógicas territoriales donde el Estado se proyecta sobre el
territorio intentando controlarlo, racionalizarlo y organizarlo. En esta proyección, veremos, al cuestionar
la figura del Estado como homogéneo y coherente, lo que el Estado en “realidad es” en sus márgenes, al
entender las formas en que efectivamente se presenta y opera en el territorio. En este sentido, e intentando
articular la antropología del Estado con la antropología del territorio, lo que queremos mostrar en lo que
sigue de este capítulo es esta superposición de lógicas territoriales, en las que se disputa la representación
legitima sobre el espacio que corresponde al departamento del Guaviare.
Hay que tener en cuenta que esta superposición de lógicas territoriales no sólo se da entre
territorilizaciones estatales y no estatales, sino que el Estado, al no ser un ente homogéneo, produce
diferentes representaciones sobre el mismo espacio, y esto se traduce en diferentes presencias sobre un
espacio, que pueden darse de forma simultánea y hasta contradictoria, siendo dominantes aquellas
presencias de Estado que normatizan y regulan el territorio favoreciendo la acumulación de capital y
aquellas que pretenden un control militar sobre el territorio. Este es el caso de la Zona de Reserva
Campesina, una figura jurídica que no se ha implementado pues limita la acumulación de capital
limitando la extensión de propiedad sobre la tierra dentro de un área importante del departamento. Esta
figura no ha sido efectiva, ni se ha hecho cumplir por parte de las instituciones estatales, como las notarías
o el INCODER. Sobre esto volveremos más adelante.
Para evidenciar el tipo de tensiones al que nos referimos con la superposición de diferentes
representaciones territoriales consideramos ilustrativa la experiencia de una mujer campesina de la
vereda El Boquerón, municipio San José (Diario de campo, Septiembre 2014). Ella nos contó que estaba
en un pleito jurídico hace nueve años, en el que, por permutar una casa que había conseguido en San José
del Guaviare, gracias a unos ahorros que obtuvo cocinando para treinta “raspachines” cerca de El
Retorno, recibió de palabra una finca de 130 hectáreas en lo que hoy es el resguardo indígena La Fuga.
Después de un tiempo descubrió que la figura jurídica de resguardo indígena englobaba casi toda la finca,
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quedándole solo 3 hectáreas por fuera de la finca. Hoy en día sigue en pleito para intentar recuperar su
casa. Esta historia se complementa con lo que un funcionario del INCODER, asegura respecto a la
historia del resguardo, y permite analizar cómo la autoridad jurídica, en el ejercicio de normatización del
espacio y ejerciendo violencia simbólica sobre las personas que lo habitan, se sobrepone con una
representación del territorio legitimada en el “gobierno de la ley”. Este proceso se explica en la lógica
jurídica con el cambio de figura de Reservas Indígenas a Resguardos Indígenas en donde el INCODER,
a falta de poseer los recursos para realizar el saneamiento del resguardo -es decir la compra de mejoras
de los colonos para asegurar la tierra de los indígenas-, sustrajo las zonas con más presencia de colonos,
quitándole la protección del territorio indígena y reduciéndolo legalmente de 8.660 hectáreas a 3.680.
Lo que le ocurrió a ésta campesina, como compradora de palabra1 de una finca dentro de esta área, es
que, de acuerdo a la forma en la que se hacían comúnmente las transacciones en zonas de colonización,
donde la legalización de la tierra llega después de que ya ha sido apropiada y usufructuada por las
personas, entregó su casa convencida de que la finca, que representa trabajo acumulado, seria suya. Pero
se encontró con que esta era una de las fincas de colonos que habían estado en el área que la legislación
declaró Resguardo, dejándola sin posibilidad de tener legalmente su tierra. Ahora, si se hubiera dado el
proceso de saneamiento, que habría dejado a los indígenas con algo así como 5.000 hectáreas más de
tierra asegurada para su comunidad, ella habría recibido un pago por la finca.
Este caso ejemplifica lo que queremos mostrar en cuanto a este aspecto: la existencia de diferentes lógicas
dentro de un mismo espacio, que genera conflictos, negociaciones y que además generan experiencias
de lo que es el Estado para las personas. En este punto quisiéramos resaltar que, a pesar de que exista
una superposición de lógicas territoriales sobre el mismo espacio, unas ejercen más poder que otras. Esto
debido al poder legítimo que cada una de las representaciones tiene en su territorio. Para el caso de las
dispuestas por el Estado, legitimadas en la autoridad jurídica, se imponen por medio del monopolio de la
fuerza y el ejercicio de la violencia simbólica. Ahora, el hecho de que la mujer acudiera a un juez para
aclarar la situación deja claro que ella confío en el Estado para solucionar un pleito que empezó
1 Dentro del territorio estudiado existe cierta lógica que implica el reconocimiento de la propiedad sobre la tierra sin el título
legal, sino más bien al reconocimiento a partir del trabajo sobre la tierra y relaciones de confianza que se dan en los vecinazgos
para marcar los linderos.
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precisamente por no tener los títulos legales, por no encajar dentro de la categoría legible que le deja a
unos usar un territorio y a otros no.
Habiendo mostrado grosso modo el problema en cuestión, queremos ilustrar el problema de la
superposición de lógicas territoriales que ejercen poder y violencia simbólica con diferentes casos de
superposiciones que hemos identificado en el departamento y que nos permitirán encontrar continuidades
y rupturas respecto al proceso de expansión legitimadora del “gobierno de la ley” por medio de las
legislaciones que buscan ejercer el control en áreas específicas. Cabe ahora aclarar que en estos territorios
de colonización no es el Estado el único actor que ejerce poder debido a la autoridad que le da el
monopolio de las armas. Por ejemplo, la presencia histórica de la guerrilla en una zona, implica para
muchos, incluyendo especialmente a funcionarios públicos de Parques Naturales, ICBF, CDA, entre
otros, la necesidad de pedirle autorización para la entrada a determinados territorios. También están los
campesinos-colonos, los indígenas, los empresarios agrarios, los científicos ambientales, etc.
4.1 La ley 2 de 1959 y la Zona de Reserva Campesina.
El primer caso, con el que queremos empezar, es bastante diciente en la medida que fue una legislación
estatal que abarcó casi la totalidad del territorio de lo que hoy es el departamento y definió áreas
específicas, con objetivos concretos y para personas determinadas. La ley 2 de 1959 declaro 40.600.000
hectáreas como Reserva Forestal Protectora donde se incluían los departamentos del Amazonas, Caquetá,
Guainía, Guaviare, Putumayo y Vaupés. Partiendo de que “una reserva forestal es un área de propiedad
pública o privada destinada exclusivamente al establecimiento y utilización racional de áreas forestales”
(SINCHI, 1999:67) se declaró la Zona de Reserva Forestal de la Amazonia. Esta declaración abarcó todo
el territorio del actual departamento y, en tanto que la región ya se habían dado procesos de colonización
previos, donde los colonos llegados antes habían construido, habitado, nombrado y semantizado el
territorio, junto a los pueblos indígenas autóctonos, se les impuso una categoría jurídica sobre el territorio
como condición para interactuar con el Estado, que buscaba legitimarse en la zona y adscribir estos
territorios al “gobierno de la ley”. En este punto debemos tener en cuenta que la violencia simbólica, que
implica que el dominado se vea obligado a pensarse y a pensar el mundo bajo categorías impuestas por
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el dominador, se ejerce para este caso solo en la medida que esté entra en contacto con las instituciones,
prácticas y discursos del Estado que llegan paulatinamente.
En este sentido, es interesante pensar que antes de que el Guaviare fuera declarado como un
departamento, con la constitución de 1991, fue declarado Zona de Reserva Forestal. Interesante en la
medida que desde el poder centralizado se le impuso una categoría jurídica, hace más de 50 años, con la
que, después de 1991, los gobernantes locales tuvieron que acoplarse y la cual todas las instituciones
tienen que tener en cuenta para ejercer sus funciones.
Dentro de la región declarada Zona de Reserva Forestal ya vivían colonos antes de dicha declaración de
la reserva, por lo que en 1971 se realizó la primera sustracción. Es más, la colonización había sido dirigida
por el estado antes de declarar la ZRFA (Zona de Reserva Forestal de la Amazonia)2. Así, esta sustracción
muestra “regazo en la acción estatal frente a la desbordante dinámica colonizadora, producto de los
determinantes sociales, políticos y económicos del país.” (SINCHI 1999: 69). Legalizada por la
resolución 222 de 1971, la sustracción se puede interpretar como un realinderamiento de la frontera
agrícola reconocida por el Estado, donde se sustrajeron 181.200 hectáreas que por sus condiciones
agroecológicas “no es apta para la producción agrícola y pecuaria” (SINCHI 1999:72).
En 1987 se hizo una segunda sustracción 128 de 1987 con la cual se reconoció la existencia de los
procesos de colonización sobre las márgenes del rio Guayabero y Guaviare. En un principio se sustrajeron
4.000 hectáreas, pero en 1990 por la resolución 4.196 del INCORA, se amplió a 429.243. Sobre estas
dos sustracciones es importante aclarar que una de las consecuencias no planeadas que produjo fue la
dinamización del mercado de tierras, haciendo que los colonos fundadores que llegaron entre 1971 y
1987, se vieran desplazados nuevamente a las puntas de la colonización. En este sentido se reprodujeron
las condiciones que impidieran la recomposición campesina y generaron el efecto contrario al
inicialmente buscado (SINCHI, 1999:77).
2 Claro ejemplo de esta contradictoria presencia es la colonización dirigida a El Retorno, en 1968.
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Ahora, la inclusión de la figura de la Zona de Reserva Campesinas al lenguaje jurídico legítimo, que se
hizo posible después de la ley 160 de 1994 y comprendió el área sustraída de la ZRFA, es un buen
ejemplo que nos servirá para entender la forma en la que el Estado se configura como un campo en donde
se disputa la forma legítima de representar a los pobladores y los espacios que habitan dentro de un
territorio. Las políticas y leyes que el Estado promulga son el resultado de las disputas políticas y
jurídicas, que se expresan en decretos, leyes y políticas públicas. Éstas, antes de ser la expresión de la
voluntad colectiva del pueblo soberano, son producto de las luchas internas y las relaciones externas en
las que se configura el mismo. Esto quiere decir que la ley 160 de 1994, al igual que todas las leyes,
expresa y es producto de un momento histórico determinado y de unas relaciones específicas que le
dieron cabida dentro del Estado. En el recuento histórico que el INCODER hace en el Plan de Desarrollo
Sostenible de la Zona de Reserva Campesina del Guaviare aparece que “solo hasta tres años después de
la expedición de la Ley, entre 1997 y 1999, el Gobierno empezó a constituir las primeras ZRC del País
en desarrollo de la Ley 160 de 1994, y ante la presión de colonos y campesinos que participaron
masivamente en las “marchas campesinas” de 1996, en los departamentos del Guaviare, el Caquetá,
Putumayo y el Magdalena Medio.” (2012:5).
Entonces esta ZRC fue posible debido a que la Constitución de 1991, que puede leerse como una
reestructuración de los fundamentos del campo del Estado (producto de luchas previas y disputas dentro
y fuera del campo), le abrió las posibilidades de acción dentro de él. Así, la ley 160 de 1994 aparece
como una “concesión” a los intereses populares, representados esta vez por los colonos y la inclusión de
la figura de Zona de Reserva Campesina” (Fajardo, 2009:101). Esta figura buscaba “estabilizar los
asentamientos de pequeños productores, con restricciones en la venta de los predios para neutralizar la
concentración de la propiedad y afianzar modalidades productivas ambientales sostenibles” (Fajardo,
2009:103). Sin embargo su aplicación no fue efectiva, y hoy en día aun no funciona, por la falta de
aplicación de la ley por parte del INCODER y el resto de entidades estatales. Esto da cuenta del interés
real del resto del país en que este tipo de legislación funcione. Es más, las ZRC fueron, ya entrado el
siglo XX, estereotipadas por algunas facciones de la política como fortines guerrilleros, lo que llevó a
que durante el gobierno de Álvaro Uribe se suspendiera una de ellas.
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Ahora, esta ZRC pensada como una forma de ordenar el territorio, de forma que permitiera a las familias
campesinas conservar mínimo una Unidad Agrícola Familiar que permitiera el sustento de la economía
campesina, es la forma en la que jurídicamente se estableció para el área que corresponde a la frontera
agrícola en el departamento del Guaviare. Fue así como el campo se proyectó jurídicamente, fue así como
racionalizó este territorio frontera, representándolo diferencialmente y asignándole, de nuevo, un carácter
ambiental o sostenible a las acciones que se esperan de las personas en esta región de colonización. Con
esta declaración, el Estado esperaba organizar y dirigir el proceso de ampliación de la frontera agrícola
en una zona que no controlaba. En este punto debemos detenernos para dejar claro lo que entendemos
por frontera agrícola. Esta corresponde para nuestro trabajo al límite representado, no por el avance de
la colonización ni por la presencia de campesinos-colonos o indígenas en una respectiva región, sino por
el límite legal que aparece entre las tierras tituladas dentro de las zonas sustraídas y el resto de la Zona
Reserva Forestal Protectora, correspondiente a la ley 2 de 1959. Esta frontera legal, que divide idealmente
a la región entre lo que es Zona de Reserva Campesina y Zona de Reserva Forestal, es precisamente
producto de esta violencia simbólica que implanta categorías jurídicas sobre territorios previamente
ocupados, donde se puede ver claramente la ineficacia estatal, y su incoherencia.
El siguiente caso da cuenta de estas tensiones y superposiciones generadas por esa “línea imaginaria”
que separa la Zona de Reserva Campesina de la Reserva Forestal.
Un campesino nos dio un testimonio (Diario de campo, Septiembre 2014) que tienen que ver con la forma
en la que la representación del territorio por parte del Estado se superpone y entra en conflicto con otras
lógicas territoriales locales. Es el caso de un campesino, ubicado en una vereda del municipio de Calamar,
en una finca que, según sus mediciones, es de aproximadamente 190 hectáreas. Casualmente, cuando
estaba aplicando para un proyecto, de los tantos que en la región buscan por medio de intervenciones
específicas mejorar las condiciones económicas de las personas en las áreas de colonización, descubrió
que la más de la mitad de su finca (114 Hectáreas) está por fuera de la Zona de Sustracción, al igual que
varios de sus vecinos. Esto significa, en términos concretos dentro de la legalidad jurídica, que ninguna
de estas fincas, ya intervenidas y trabajadas, puede recibir títulos por parte del INCODER, que son la
condición para recibir ayudas gubernamentales. Así, resulta particularmente interesante este ejemplo
pues muestra que las figuras jurídicas que se legislan sobre el territorio, después de que éste ya ha sido
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habitado, se alejan de la realidad social que lo ocupa y usufructúa. Existen fincas, intervenidas hace más
de 10 años, que legalmente no son tenidas en cuenta dentro de la autoridad jurídica por no corresponder
espacialmente al área legalizada. Por eso él dice “Estamos intentando que la CDA le haga una
modificación a la línea imaginaria que ellos tienen”. Este caso ilustrador muestra las dimensiones de la
violencia simbólica ejercida sobre el territorio; la incapacidad de la ley para representar la realidad social
del territorio.
Sobre esta “línea imaginaria” podemos decir que tiene el mismo carácter de imaginaria para algunas
acciones estatales. Según nos contó un funcionario de un programa estatal que lleva computadores a las
escuelas rurales, existen veredas dentro de la ZRFA en donde algunos campesinos tienen títulos que
consiguieron por “corrupción”, otros tienen luz eléctrica o escuelas. Esto demuestra que existen cierto
tipo de presencias estatales contradictorias y simultaneas.
Otro caso que desnaturaliza y problematiza la autoridad jurídica como elemento de apropiación territorial
y nos da cuenta del lugar que ocupa “el gobierno de la ley” y sus respectivas presencias en ciertas regiones
del departamento, donde las categorías jurídicas que ordenan el territorio no obedecen a la realidad, sino
que dan cuenta de una representación ideal de lo que “es” y “debe llegar a ser” el territorio y su gente,
tiene que ver con el municipio de Miraflores, del cual solo el área urbana ha sido sustraída de la Zona de
Reserva de la ley 2 de 1959, algo así como 90 hectáreas, según un funcionario de la CDA.
Esto quiere decir que legalmente solo los resguardos indígenas de ese municipio tienen títulos legales
sobre su propiedad colectiva, debido a que es la única figura legal que puede estar dentro de la reserva.
Así, vemos como el resto de pobladores campesinos-colonos no indígenas del área rural de Miraflores,
por el hecho de ocupar una zona que legalmente no está ocupada sino por los pueblos autóctonos -valga
aclarar que varias comunidades indígenas del Guaviare son desplazados, por lo que se podría decir que
no es su territorio ancestral-, se vuelven invisibles para las instituciones públicas. Esto precisamente
generó dentro del programa “Nuevos Territorios de Paz” que los beneficiarios del programa en el
municipio de Miraflores, que maneja recursos públicos y de cooperación internacional, solo pudieran ser
resguardos indígenas u organizaciones dentro de los mismos resguardos. En este caso queda planteado
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un problema y es que el Estado en sus márgenes, genera él mismo las leyes que marginalizan a un lugar,
generando presencias diferenciadas y diferenciadoras que excluyen y marginan a sus habitantes.
En este caso, por no ser reconocida como comunidad indígena, el resto de pobladores no puede “habitar
legalmente” la zona rural de un municipio. Ahora vale la pena aclarar que los programas de ayuda que
llegan a la región, gubernamentales o no gubernamentales, solo ayudan a las personas que tienen títulos
de su propiedad, es decir que están dentro del Área Sustraída. En resumen no se permite legalmente
invertir recursos en estas zonas, ni en sus habitantes, debido a que no han sido sustraídas, lo que deja por
fuera de la legalidad; de los efectos del campo del estado, a toda el área rural del municipio de Miraflores,
y a todos los campesinos-colonos que habitan por fuera de dicha “línea imaginaria”. Sin embargo, y sobre
esto habría que ahondar en una investigación más profunda, históricamente ha habido intervenciones
estatales dentro de la Zona de Reserva Forestal, ha habido titulaciones, construcción de vías, escuelas,
bases militares etc. Lo que ha fomentado la colonización y lo que muestra que el Estado mismo no es un
ente homogéneo y coherente que maneje y controle las dinámicas sociales en estos territorios.
4.2 La conservación, la preservación cultural y la militarización.
Otro elemento que nos sirve para problematizar la forma en la que el Estado se proyecta sobre el espacio,
lo ocupa territorialmente y busca establecer control sobre áreas específicas, es la forma como se prioriza
cierto tipo de presencias por sobre otras. Lo veremos ahora por medio de acciones contradictorias como
la construcción de bases militares en zonas de resguardo indígenas, como es el caso de la Reserva
Indígena del Barrancón creada en 1975 y decretada Resguardo en 1998, y en zonas protegidas, como es
el caso de cerro cerritos. El caso del resguardo de Barrancón fue documentado por Del Cairo (2012:208)
y da cuenta de las prioridades del Estado frente a la forma de ocupar el territorio. Ahora veremos más de
cerca el caso de la base militar en la Serranía del Capricho.
Dentro del área que se sustrajo de la ZRFA se encuentra una zona protegida, la Serranía del Capricho.
Allí se construyó, a pesar de su carácter de Reserva Nacional Protectora, una base militar, hoy activa.
Ahora, si bien en la legislación (Decreto 2372 del 2010) no se especifica si la presencia de militares en
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la zona contribuye o no a su preservación, lo interesante aquí es la priorización del tipo de control que se
ejerce sobre el territorio. Mientras que los campesinos-colonos tienen problemas con la Corporación
Autónoma Regional (CDA) por la tumba del bosque en esta área, se permite la construcción de la base y
la militarización de la región. Habría que ver si a los militares se les exigen ciertos comportamientos
“ambientales” dentro de la base, para mitigar el impacto que produce la base dentro de la serranía, pero
lo importante es que en este caso, el Estado priorizó su interés militar por sobre la conservación de dicha
área. Esto correspondería a dos presencias contradictorias de Estado, que se contraponen y afectan las
experiencias y percepciones que la gente tiene sobre el Estado.
Sobre esta base existen varias versiones. Algunas aseguran que hay extracción de algún mineral, pero
no ha sido posible triangular la información, ni hacer contacto con algún militar que de razón de esa base.
Un líder de las reservas naturales de la sociedad civil de la Serranía de la Lindosa (Entrevista, Octubre
2014) afirma que le parece inaudito que a los campesinos de El Capricho las autoridades ambientales de
la CDA les ponga tantas restricciones en cuanto al uso que hacen de los recursos naturales del cerro,
sabiendo que hay una base militar en la cima que causa un gran impacto ambiental como la tala y la
contaminación de fuentes hídricas. Él afirma que las regulaciones ambientales terminan siendo fuertes
para los débiles y débiles para los fuertes, y de manera jocosa agrega que le ponen más problema a un
campesino por tener una “marranito” en el cerro pero que a los “marranitos” del Estado (refiriéndose a
los militares) que causan mucho más daño ambiental no les hacen regulación alguna.
Al respecto del cerro escuchamos una historia que a pesar de no haber podido ser corroborada, concuerda
con las versiones que afirman que en el cerro existe alguna clase de la explotación minera. Un conocido
nos dijo que una vez, un militar que debe tener hoy entre 40 y 50 años, le conto que cuando tenía un
rango bajo lo enviaron a él con su tropa a cuidar al cerro. Específicamente nuestro conocido nos contó
que ese militar había estado, hace unos 20 años, cuidando a unos “gringos” que sacaban algo en volquetas
tapadas, las cuales eran escoltadas por el ejército hasta Buenaventura, donde eran embarcadas y sacadas
del país. De ser cierta esta historia se corroboraría nuestra hipótesis según la cual la presencia del estado
en los márgenes de la nación es intermitente, simultánea y contradictoria.
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Las personas de este corregimiento, que como queda registrado en la sistematización hecha por Kely
Peña (2014) para el programa “Nuevos Territorios de Paz”, son participes de un proceso de conservación
comunitaria desde el momento en el que comenzaron a colonizar la zona. Han habitado cerca del cerro
y han creado significados y sentidos sobre la importancia de su conservación. Prueba de esto es el trato
establecido en el momento de la llegada de los primeros colonos, en donde se optó por no tumbar selva
dentro del cerro. Ahora, para ejemplificar la percepción que tienen los pobladores sobre las diferentes
presencias de estado nos parece importante hablar sobre la estatua de una virgen que construyeron sobre
una colina del cerro, antes de la llegada de los militares, y a donde, cada 12 de diciembre, se realiza una
procesión. Una mujer del corregimiento nos comentó (Conversación, Octubre 2014) bastante molesta
que desde la llegada de los militares debían pedir permiso a los militares para subir al cerro. Estaba
bastante indignada y preocupada no solo por la seguridad de las personas que suben a la virgen, sino
también por las acciones que los militares pudieran hacer, que comprometieran el cerro y las fuentes
hídricas que en él nacen. Vemos así como las personas del Capricho interactúan con una presencia del
estado específica, que cuestiona la autoridad ambiental estatal, en tanto que la presencia de los militares
va en contra de su proceso de conservación comunitaria del cerro. Además cabe afirmar que en este
corregimiento solo tiene energía eléctrica 4 horas al día, no tiene presencia policial, ni vías de acceso
pavimentadas3.
Si bien puede decirse que las acciones militares se fundamentan según una lógica distinta, a la hora de
pensar al Estado como un conjunto de instituciones que son eficaces gracias al establecimiento del
“gobierno de la ley” en un territorio, podemos afirmar que la construcción de estas bases obedece a la
misma lógica de expansión del poder estatal. Junto con las categorías que designan lo que el territorio
“es”, se despliegan otra serie de instituciones que en teoría se aseguran (y decimos en teoría debido a que
en Colombia este tipo de instituciones han actuado a veces por fuera de la ley), esta vez por medio de la
violencia coercitiva, de que dichas leyes se cumplan. En este sentido, dentro el departamento del
Guaviare existen varias bases militares y de policía. La presencia de las fuerzas armadas es muy fuerte
3 En el departamento del Guaviare casi ninguna vía esta pavimentada, y existen veredas y resguardos, incluso cerca del casco
urbano de San José del Guaviare, donde no tienen puestos de salud, ni servicio eléctrico, entre otras carencias.
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en algunos lugares y permite entender otra de las características de la forma como el Estado hace
presencia en estos territorios heterópicos.
Para hablar del control territorial de áreas específicas y después de haber mostrado que éstas
corresponden a como el Estado, sus instituciones, prácticas y discursos legitimados en la autoridad
jurídica, se proyecta sobre el espacio intentando normalizarlo, ejerciendo una violencia simbólica, e
implantando a las personas unas categorías impuestas con las que tienen que cargar para ser legibles y
poder interactuar con el Estado, quisiéramos problematizar el planteamiento según el cual es el Estado
quien representa legítimamente lo que un territorio “es”. Por el contrario, existen sinnúmero de
representaciones y prácticas que, en el proceso de apropiación e interacción con el espacio, buscan
“protegerlo”, y más que protegerlo “controlarlo”, “racionalizarlo”. Todas estas representaciones exigen
siempre cierto tipo de comportamientos de los ciudadanos e implican también cierto tipo de violencia
coercitiva para hacer que la ley se cumpla. Los retenes, de las Fuerzas Armadas o de los otros grupos
insurgentes, son una clara muestra de cómo se hace presencia para controlar un territorio, militar pero
también simbólicamente. Esta práctica se puede ver tanto en el Estado como en otros grupos armados
que buscan ejercer el dominio de territorios específicos.
En este punto es interesante pensar en la cantidad y la cualidad de los retenes militares y de policías
fuertemente armados que se hacen antes y después de cruzar el puente “Nowen”, que comunica al
departamento del Guaviare con el Meta. En ellos, se requisan las maletas, se revisan la cedulas de
ciudadanía de los pasajeros hombres, y en resumen, se “hace presencia” en la zona que el Estado busca
controlar. Al igual que ellos, los grupos al margen de la ley hasta hace poco tiempo tenían un control
importante del territorio. Insurgentes, militares o paramilitares, hacían retenes en las principales vías. En
ellos, cada grupo busca ejercer un control sobre lo que entra y sale de su territorio, por ejemplo, cobrando
impuestos a la carga, como en el caso de los paramilitares en las épocas de apogeo de la economía de la
droga, en la vereda de Agua Bonita, a pocos cientos de metros del retén militar, o en el caso de los
guerrilleros restringiendo el paso de ciertos vehículos a ciertas horas del día, para regular el paso.
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Para pensar este punto queremos citar las reflexiones del libro de Veena Das y Deborah Pool (2008:33),
donde mencionan respecto a los puestos de control que “los residentes de una ciudad o zona de guerra
internalizan la imprevisibilidad de la violencia mediante la previsibilidad de los espacios físicos en los
cuales el estado ejerce su propio y aparentemente arbitrario derecho de soberanía sobre territorios que
claramente no puede controlar.” Esta idea se clarifica bastante bien si pensamos en el departamento del
Guaviare, donde los puestos de control aparecen tanto intermitentemente en unos lugares como
permanentemente en otros, visibilizando la presencia de determinado grupo en un territorio que no
controla hegemónicamente y que está en disputa.
4.3 La conservación del bosque no estatalizada.
En este punto quisiéramos hacer un acercamiento a la deforestación y la forma como se restringe por
parte de los diferentes actores no estatales presentes en un territorio. Esto con el fin de mostrar que no
solo el Estado y la legislación ambiental intervienen y buscan controlar este proceso antrópico que
degrada y disminuye la selva amazónica. Como vimos en un ejemplo anterior, no solo el Estado, por
medio de sus instituciones y programas de intervención, intenta desestimular la tala de la selva. Tanto
los campesinos-colonos como la guerrilla y los indígenas también ejercen ciertos controles y mediaciones
al respecto.
En el caso de los campesinos-colonos, podemos identificar prácticas que, si bien no tienen los mismos
fines conservacionistas que tienen las políticas estatales, si ejercen cierto control a la deforestación en
tanto que median y normatizan la relación de las personas con su medio físico. En el caso hipotético que
un campesino talara todo el bosque de su predio tendría problemas para conseguir leña para el fogón y
madera para otro tipo de actividades. Entonces, si pensamos en que la economía campesina produce para
el autoconsumo, veremos que los campesinos no tumbaran todo el bosque de sus predios, porque esto
implicaría que tendrían que comprar leña y madera.
Respecto a este punto se debe entender que los campesinos-colonos, en el proceso de significar el mundo
en el que viven, han construido sentidos, le han dado significado a su entorno y han creado con el tiempo
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sus propias formas de regular su relación con el medio no-humano, con la selva. Al respecto es ilustrador
la historia del Hachero, reseñada por Daniel Ruiz en su trabajo de la Serranía de la Macarena (2010,
2013) y citada en el Trabajo de Grado de Juan Sebastián Vélez (texto no publicado) en su etnografía con
campesinos de la vereda Playa Güío. Esta historia, que habla de un hombre que talaba y vendía madera
para obtener dinero y de su posterior “castigo” por parte de la selva, ejemplifica que, en la lógica del
campesino-colono, existen controles sociales establecidos que median las relaciones que tienen ellos con
su entorno. Para este caso, la historia deja una moraleja simple y fácil de entender: si talas para vender,
te pasara lo del Hachero, la selva se encargara de que te pierdas en ella, y no te dejara salir.
Este es solo un ejemplo que muestra que la deforestación, y en general las relaciones que establecen las
personas con su medio ecológico, son muy complejas y se deben entender desde las diferentes
perspectivas que significan el espacio. Lo mismo ocurre cuando los campesinos-colonos van a mariscar
(cazar). Existen normas instituidas culturalmente que dicen qué animales, cuándo y qué cantidad se
pueden cazar. Sobre esto existe bibliografía que documenta este tipo de relaciones en las zonas de
colonización amazónica. (Ruiz, 2010; Ruiz, 2013)
4.3.1 Guerrilla y conservación.
En este punto quisiéramos también resaltar el papel que la guerrilla ha jugado en la “conservación” del
bosque en algunos lugares del departamento, entendiendo esta conservación como el intento intencionado
de prevenir la tala del bosque y la degradación de la biodiversidad.
Una vez, hablando sobre un lugar conocido como cerro cerritos, dentro del área protegida de Cerro
Capricho, un habitante de San José con quien uno de nosotros de transportaba en moto hacia El Retorno
comento que en ese lugar solía haber una antena de telefonía móvil que hace aproximadamente 2 años
había sido destruida por la guerrilla. Ahora, si bien otro habitante de San José en otra ocasión me dijo
que la habían tumbado por no pagar la vacuna, el primer sujeto, mientras conducía la motocicleta ese día
me respondió a la pregunta de si sabía si ese lugar estaba protegido, me dijo “protegido, pero por la
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guerrilla”. Este comentario nos permite ahora profundizar en un tema que tiene que ver con la presencia
de guerrilla dentro de esas zonas que el estado pretende conservar y controlar.
Para empezar debemos decir que la guerrilla, que desde hace más de 50 años hace presencia en el
departamento, se encuentra también dentro de los dos parques naturales del departamento: Chiribiquete
y Nukak. Esta presencia corresponde a una intervención antrópica que según la legislación ambiental
está prohibida. Ahora, debido a la inaccesibilidad y la lejanía de estos lugares, a sus condiciones
ambientales y regionales, se convierten en sitios militarmente estratégicos para la guerrilla. Esto
condiciona y restringe las posibilidades de funcionarios de Parques Nacionales Naturales. Uno de ellos
nos contó en una entrevista que ninguno de los funcionarios de estos dos parques podía ir a los PNN a
hacer trabajo de seguimiento y control de vegetación, o de concertación con las comunidades, debido a
los “problemas de orden público”. Así, los funcionarios de esta institución se ven limitados a hacer el
trabajo que pueden desde las imágenes satelitales y la intervención en zonas de influencia, como son las
cabeceras de los ríos que nacen lejos del poder de la guerrilla. Tal vez por esta razón fue que un
compañero de trabajo dijo que los funcionarios de PNN “se la pasan es de reunión en reunión”. Este
último ejemplo nos permite reflexionar sobre la forma en la que el Estado pretende conservar zonas en
las que no tiene ni acceso, ni control, ni autoridad legítima. Según la lógica estatal y jurídica, el hecho de
nombrar un área como protegida pretende, pero a la vez da por hecho, que esta se protegerá, pero lo que
se observa cuando nos preguntamos por lo que el Estado “en realidad es” y como realmente funciona,
nos damos cuenta que la conservación ambiental no se logra simplemente con la legislación
conservacionista sobre el espacio. En estas áreas habitan personas hace tiempo. Personas que
posiblemente las únicas veces que hayan visto al Estado es cuando las avionetas pasan esparciendo
glifosato, o cuando los militares llegan para combatir a la guerrilla.
Esta guerrilla, en los territorios donde ejerce poder y control territorial, permite y fomenta ciertos tipos
de presencias estatales, lo que contradice la idea según la cual en estos territorios no existe el Estado. En
este sentido identificamos por ejemplo que en los territorios de la guerrilla, el Estado colombiano hace
presencia por medio de la escuela, del ICBF, de funcionarios de la CDA, entre otros. Sin embargo este
tipo de presencias, y en general todas la visitas que realizan funcionarios o empleados públicos a algunos
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territorios lejanos a las cabeceras municipales, tiene que ser previamente autorizada por la guerrilla.
Ahora, nos parece interesante el testimonio de un ex funcionario de la CDA que un día estuvo en una
vereda haciendo unas encuestas para el diagnóstico, seguimiento y control de los recursos naturales
renovables. En un momento llego la guerrilla y según su testimonio, ellos, después de preguntar lo que
hacían, los ayudaron a organizar a la gente para realizar la encuesta. En este caso podemos ver que la
guerrilla en cierto sentido contribuyó, en tanto que permitió su acceso y sus labores, al funcionamiento
de cierto tipo de herramientas estatales para cuantificar y racionalizar los recursos de la región. Esto no
es suficiente para decir que el comandante de esa tropa, en ese momento, estaba interesado en la
conservación, ni que la guerrilla tiene una agenda ambiental clara que es compatible con la del Estado.
Sin embargo, este último caso si nos permite problematizar y preguntarnos por la capacidad de acciones
conservacionistas que tiene el Estado, por medio de sus funcionarios, en territorios que no controla.
Un caso que ejemplifica como otros grupos armados también controlan el territorio y establecen formas
de “protegerlo” aparece en el testimonio del campesino de Calamar que se refirió a la “línea imaginaria”.
Su testimonio nos deja ver de alguna forma cómo otro agente que ejerce poder en algunas áreas del
territorio, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), por medio de sus prácticas y
discursos, también ejerce control territorial, un tipo de control que podría traducirse en “protección”, si
se piensa esta última únicamente en sentido ambiental o conservacionista.
El campesino nos contó que hace poco había tumbado 5 hectáreas de selva para sembrar plátano y yuca.
Al momento en el que él tumbó esas 5 hectáreas recibió un mensaje, por parte de la junta de acción
comunal de su vereda, en donde le advirtieron que él sabía que allí no se podía tumbar por orden de la
guerrilla. Lo interesante es que, independientemente de los intereses específicos de la guerrilla, sean
conservacionistas o estratégicos, ellos no son los únicos que intentan que los campesinos dejen de tumbar
la selva. Según él nos contó, en caso de que ampliaran el área de sustracción en esta zona, el no seguiría
tumbando porque la CDA le pondría problemas. Esto muestra que, con la llegada del discurso de la
conservación, la deforestación ha sido desestimulada por parte del Estado y las instituciones, y lo vemos
claramente en los criterios que usó el mismo programa “Nuevos Territorios de Paz” para la elección de
20 predios que serían objeto de intervención para el desarrollo de modelos producticos sostenibles. Estos
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criterios, que valoraban cuantitativamente una finca dándole unos puntos de acuerdo a lo que se encuentra
dentro del predio, establecían que entre más área de bosque tuviera dentro del predio, más posible seria
que recibiera el apoyo económico.
El anterior caso, que deja ver como varios agentes que representan y tienen prácticas específicas en un
territorio, nos permite hacer alusión al carácter normativo de las representaciones sobre un área específica
y problematiza además la conservación estatizada del medio ambiente amazónico. Al respecto nos parece
importante hablar del orden normativo que los grupos guerrilleros imponen en las áreas donde tienen un
control y una legitimidad considerable, respecto al medio ambiente y sus recursos. Un ejemplo es el
control sobre las áreas fluviales en donde imponen vedas de pesca en ciertos periodos del año o de ciertos
peces. De esta forma limitan la sobrepesca, que pone en riesgo tanto la seguridad alimentaria de los
campesinos-colonos como la de sus milicianos, además de normativizar el espacio e imponer un control
territorial.
4.3.2 Los indígenas y la conservación.
En este apartado trataremos sobre la representación que en la nación, y específicamente el campo del
Estado, se tiene sobre los pueblos indígenas y su territorio. Ellos, que cargan con una representación
sedimentada que les asigna un rol especifico -que reproduce también la violencia simbólica- en tanto que
los caracteriza y define como cuidadores del medio ambiente, se los encasilla y se les asigna un espacio
de lo posible dentro de la ley, que constriñe su capacidad de actuar y los obliga a interactuar con el Estado
de una manera diferencial y dominada. Para explicar este punto quisiéramos dejar claro que dentro de la
constitución política de 1991, donde se supone están establecidos los principios que fundan el Estado,
queda incluida una concepción del indígena que restringe a unas formas de producción ecológica,
tradicional y amigable con el medio ambiente. No es coincidencia que solo la figura de resguardo sea la
única que es compatible con la zonas de reserva de la ley 2 de 1959. El Artículo 20 que ordena sobre las
propiedades colectivas dice que:
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“Conforme lo dispone el artículo 58 de la Constitución Política, la propiedad colectiva sobre las
áreas a que se refiere esta ley, debe ser ejercida de conformidad con la función social y ecológica
que le es inherente. En consecuencia, los titulares deberán cumplir las obligaciones de protección
del ambiente y de los recursos naturales renovables y contribuir con las autoridades en la defensa
de ese patrimonio.”
Así queda claro como dentro del estado se relacionan “inherentemente” a las propiedades colectivas
indígenas con una función ecológica que se presupone y se espera de ellos. Ahora este tipo de
representaciones, que coinciden con lo que Margarita Serje llama lugares heterópicos en la
representación, condicionan las formas de interactuar del Estado con estas comunidades. Les dictan un
espacio de lo posible donde se condiciona su posibilidad de “ser” y se les impone un “deber ser”
ecológico. Sobre este punto se puede agregar que este “deber ser ecológico” no se les impone
jurídicamente solo a los indígenas. Si pensamos en el departamento del Guaviare, que antes de ser
departamento fue declarado Reserva Forestal, nos daremos cuenta que sus políticas, planes de desarrollo,
etc, han tenido que adaptarse a esa figura previa que ordena al territorio y limita las posibilidades de
acción de sus autoridades regionales.
La idea recurrente que se tiene sobre los pueblos indígenas, según la cual ellos están más cerca de la
naturaleza y la protegen, está presente en las políticas e intervenciones sociales. En ellas se presupone
que los indígenas son cuidadores del medio ambiente, y no con el ánimo de deslegitimar esta idea que le
ha dado a los indígenas herramientas políticas para la defensa de su territorio, sino de problematizar su
aplicación para mostrar que también corresponde a una violencia simbólica, podemos pensar en que se
le atribuye esta idea debido a su relación ancestral (en equilibrio con la naturaleza) con el territorio que
habitan. Frente a este tema Astrid Ulloa (2004) cuestiona la supuestamente natural relación entre los
indígenas y la ecología y da cuenta de una formación discursiva que permite hoy hablar de ellos como
ecológicos y amantes de la madre tierra.
Ahora bien, a pesar de que esta idea del nativo ecológico está presente en las representaciones que el
Estado hace sobre las personas y los territorios que habitan, en los campesinos-colonos no está presente.
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Por el contrario, es recurrente dentro de los pobladores no indígenas de la región la concepción de los
indígenas como depredadores del medio, como agentes que dañan el medio ambiente puesto que “son
los que más dañan” o “se comen todo lo que encuentran”. Este tema es interesante si pensamos que hoy
en día en el departamento del Guaviare el hecho de ser “sostenible” y “amigo del medio ambiente” se
configura como un capital que se posee y es útil para ejercer presión dentro del campo legítimo del
Estado. Tanto los campesinos-colonos como los pueblos indígenas deben, para interactuar con el Estado
y varias de sus instituciones, acudir a la retórica del medio ambiente para legitimar su estadía en el
territorio. Así, encontramos testimonios en donde aparece claramente la idea de campesinos-colonos a
quienes se le ha declarado sus fincas como áreas de protección de la sociedad civil como en el caso de la
Serranía de la Lindosa, diciendo que son ellos los que verdaderamente cuidan el medio ambiente, regulan
la marisca y conocen el territorio; y que en cambio los Nukak, son los que pasan por la serranía tumbando
cuanto palo encuentran sólo para sacar unas pepitas, o matan todos los micos que ven y tienen prácticas
de pesca insostenible como la del barbasco, que consiste en envenenar el río para sacar una gran cantidad
de pescado. Además de esto, los campesinos alegan que los indígenas no solamente son depredadores de
la naturaleza sino además son expropiadores y depredadores del trabajo humano, pues cuando pasan por
una finca campesina se llevan, las gallinas, los marranos y lo cultivos de pan coger. De este modo,
algunos campesinos que han participado en planes de comanejo con la autoridad ambiental, como el de
la Serranía de la Lindosa, han discutido el tema de “sacar a los Nukak” de la Serranía pues ellos no
conservan sino depredan, y el hecho de que ellos estén andando por toda la serranía es una amenaza
ambiental. Este tipo de discursos legitimadores que dan cuenta de la existencia de un tipo de capital,
ambiental quizá, con el cual hay que contar a la hora de hacer valer el derecho a la propiedad dentro de
ciertas áreas, es hoy en día bastante legítimo dentro del campo del Estado en el departamento, debido a
sus condiciones biofísicas y naturales. En este sentido podríamos hablar de la necesidad de ser
“sostenible” y ecológico a la hora de interactuar con los discursos y prácticas del Estado en la región y
de una disputa por quien es “verdaderamente ecológico”.
Ahora, para ahondar un poco más sobre la representación que se tiene sobre los indígenas desde el Estado
y los habitantes de San José. La forma de representar a los indígenas como sujetos exóticos y ambientales
es usada estratégicamente por algunas instituciones y personas para promover, por medio de la
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publicidad, representaciones del departamento como un destino eco turístico inalterado, donde vive el
último pueblo nómada del planeta en armonía con la naturaleza. Esta representación publicitaria de los
indígenas como tradicionales habitantes de la selva la vimos por primera vez al entrar al departamento
en un anuncio junto a la carretera, en donde la cara de un Nukak aparece junto a un felino amazónico y
otros animales exóticos. En la parte de abajo aparece un lema “Guaviare diferente a todo” que
corresponde a uno de los lemas que cada año la secretaria de cultura y turismo promueve. Además de
eso, lo indígena y especialmente lo Nukak es promocionado y utilizado como una marca, “una etnicidad
que vende” (Del Cairo, 2012:277). Así, encontramos en San José el restaurante “Nómadas”, el “Café
Maku”, la tienda “Etnikos” entre otros. Vemos aquí como las representaciones sobre lo indígena en San
José disfrazan su realidad de marginación y se los encasilla y asigna, dentro de una representación
sedimentada funcional al capitalismo.
5. Políticas antidrogas en el Guaviare
En este capítulo estudiaremos como se han dado las políticas antidrogas en el departamento del Guaviare,
que son una de las formas en que se ha presentado diferenciadamente el Estado colombiano en la región,
y ha tomado como objeto de política al campesino cultivador de coca. De alguna forma, han sido los
cultivos de coca un referente obligado del imaginario de la nación sobre el territorio del Guaviare, siendo
además un punto neurálgico en el planteamiento de políticas para el desarrollo, y junto con la asociación
mecánica que se hace entre coca y guerrilla, una de las justificaciones de la presencia militar y policiva
del Estado en la región. De este modo, no podemos hacer una antropología del Estado en el Guaviare sin
profundizar en el tema de las políticas antidrogas, pues las presencias concretas de Estado en el territorio
en las últimas décadas pasan necesariamente por el tema de los cultivos denominados ilícitos. En concreto
estudiaremos tres políticas de sustitución de cultivos: El Plan de Desarrollo Alternativo (1991), El Plante
(1995), Familias Guarda Bosques (2004); y las políticas de interdicción que incluyen fumigación con
glifosato, erradicación forzada y criminalización.
Es necesario tener en cuenta que las políticas antidrogas en el Guaviare se dan como respuesta al
crecimiento de la economía de las drogas en el departamento. Las políticas antidrogas se dan en gran
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medida por los compromisos que tiene el gobierno nacional con los países consumidores del primer
mundo, y éstas se basan en buscar un control de la oferta de todos los eslabones de la cadena de
producción y comercialización de los narcóticos; además buscan instaurar una presencia determinada
de Estado en los territorios en donde se cultivan cultivos de uso ilícito, para instaurar un orden legal, en
donde los individuos reconozcan la legitimidad del Estado que implica el reconocimiento de ese orden.
Como toda política, lo que se busca es hacer un cambio social dirigido, una intervención a partir de
distintos discursos, prácticas e instituciones, para que el campesino en este caso deje de sembrar cultivos
de coca y se instauren en un orden legal en donde reconozca la legitimidad del Estado. Las concepciones
del territorio y de los individuos, la pretendida trasformación que buscan las políticas, las herramientas
que permiten llevarlas a cabo, y las experiencias de los campesinos con estas políticas antidrogas; se han
dado de una manera distinta en cada política.
En Colombia las políticas antidrogas van desde una gama que concibe la siembra de la materia prima de
los narcóticos como producto de problemas de pobreza que hay que reformar para que el campesino no
siembre, y ha propuesto por tanto un desarrollo alternativo para mejorar las condiciones de vida del
campesino; a las políticas que conciben la siembra como una actividad criminal que hay combatir por
medio de políticas policivas y represivas, y ha llevado políticas de interdicción por medio de la presencia
de fuerzas armadas estatales y la erradicación forzosa manual o con aspersión aérea de los cultivos de
uso ilícitos (Ramírez e Iglesias,2010). Ambas políticas no han sido excluyentes una de la otra, y en la
medida en que la proyección del Estado en el Guaviare se da a partir de una violencia física y simbólica,
al llamado desarrollo alternativo se le ha acompañado en mayor o menor medida de políticas represivas
de erradicación de los cultivos y criminalización de los cultivadores, ambas amparadas en el mismo
marco de legalidad estatal.
Cabe resaltar que las políticas antidrogas en el Guaviare, se han dado y cambiado a través del tiempo,
pero también han tenido una distribución diferenciada a través del espacio. De este modo, por ejemplo,
mientras en Calamar, El Retorno y San José se han llevado a cabo distintos programas de desarrollo
alternativo y sustitución de cultivos, en Miraflores no se ha llevado ninguno. Esto por el hecho de que
Miraflores, a excepción de parte de la cabecera municipal, se encuentra por la misma jurisdicción estatal
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sobre el espacio dentro de la Zona de Reserva Forestal contemplada en la Ley Segunda. De este modo,
el municipio no sería objeto de políticas de desarrollo alternativo a pesar de que es uno de los municipios
que por aislamiento y difícil acceso presenta ventajas comparativas para el cultivo de coca. Aunque cabe
resaltar que la justificación de no llevar políticas de desarrollo alternativo a Miraflores por encontrarse
dentro de la Zona de Reserva, no aplica en cambio para las políticas de interdicción pues dentro del área
del municipio se han llevado a cabo fumigaciones, e incluso dentro del municipio hay una base
antinarcóticos.
A continuación veremos las distintas políticas antidrogas que se han dado en el Guaviare y ha tomado
como objeto de política al campesino-colono y lo ha representado de distintas formas: como campesino
pobre obligado por las circunstancias a sembrar cultivos ilícitos, como criminal y narcotraficante, como
auxiliador de grupos armados que se financian por el narcotráfico, como depredador del medio ambiente
al sembrar cultivos ilícitos en áreas de conservación ambiental. El estudio contempla las condiciones
históricas que llevan a que el campesino colono del Guaviare siembre hoja de coca; el momento histórico
en que se enmarca cada política; las formas en que cada política representa al campesino y pretende
transformarlo y/ o castigarlo; las herramientas mediante las cuales se pretende implementar las políticas;
los impactos reales y la experiencia de los campesinos y los funcionarios que las implementan en torno
a cada una de las políticas. Metodológicamente se hace un estudio discursivo de cada una de las políticas,
y entrevistas a funcionarios y campesinos que han sido respectivamente los ejecutores y los sujetos objeto
de la políticas.
5.1 El origen de los cultivos de uso ilícito en el Guaviare: Génesis histórica e impactos socio económicos.
Antes de explicar el inicio de los cultivos ilícitos en el departamento, consideramos pertinente hacer
referencia a las causas estructurales de orden global que permiten el surgimiento de este tipo de
economías ilegales en ciertos países. Para empezar, debemos tener en cuenta que, como afirma Thoumi
(2005:31) “Una rápida mirada al mapa mundial de la producción de drogas ilegales confirma la
importancia del imperio de la ley como determinante de su producción”. Esto quiere decir que la
aparición de economías ilegales se explica, antes que por una gran rentabilidad de estos productos, por
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unas “debilidades institucionales y estructurales y algunas características culturales” que se convierten
en “ventajas competitivas en actividades económicas ilegales”. Las economías de este tipo surgen en
países y territorios donde, además de una ausencia del gobierno de la ley, existen características históricas
y sociales que lo permiten. Estas características, si se quiere culturales, que dan cabida a que los
individuos se vinculen a este tipo de actividades, debido a la ausencia de controles institucionales y
sociales, están espacialmente situadas. Vemos por ejemplo como en Colombia, estos cultivos se dan más
que todo en:
“zonas de reciente colonización en las que el Estado ha tenido muy poca presencia. Muchos de
los colonizadores de estas zonas han llegado desplazados por la violencia política y, aunque no
pocos llevan allí una o dos generaciones, todos se sienten abandonados por parte del Estado. En
muchos de estos sitios las guerrillas de izquierda y derecha han reemplazado al Estado en algunas
de sus funciones clave, estableciendo así su propio orden” (Thoumi, 2005:32)
Estas zonas, donde el Estado no ha tenido una presencia hegemónica a lo largo de la historia y donde las
dinámicas sociales y culturales e institucionales no ejercen un control estricto sobre las personas frente a
la legalidad, tienen en se orden de ideas, ventajas competitivas ilegales respecto a otros lugares, que
facilitan que se desarrollen este tipo de economías. Un claro ejemplo de esto lo vemos en lo que hoy es
el departamento del Guaviare, donde los cultivos de uso ilícito se empezaron a dar a finales de la década
de los 70’s con la corta bonanza de la marihuana y principios de los 80’s con la bonanza de la coca.
Los narcotraficantes que desde los 70’s trabajaban con la hoja de coca proveniente de Perú y Bolivia
para convertirla en cocaína, fueron introduciendo la coca en los territorios de la Amazonía colombiana
de colonización para reducir riesgos y costos en el procesamiento y tráfico de la cocaína (Salgado, 2012).
La hoja de coca ofrecía una serie de ventajas para los campesinos colonos: crecía rápidamente, se da bien
en suelos ácidos y con varias cosechas al año; y era además rentable y de fácil transporte. Varios
campesinos trabajaron con narcotraficantes, empezaron a sembrar asociados con comerciantes que iban
por las veredas ofreciendo las semillas y se repartían lo producido por mitades (Diario de campo, Octubre
2014).
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Varias fueron las condiciones que hicieron que los campesinos-colonos empezaran sembrar estos cultivos
en esta región amazónica colombiana. Entre estas condiciones están: la demanda de drogas de los países
del primer mundo; las frustraciones de los campesinos colonos al no poder mercantilizar sus productos
al abarrotarse los mercados locales y no poder competir en el mercado nacional por el encarecimiento de
la comercialización de los productos debido a las precarias vías de comunicación, en contraste a las
facilidades de comercialización y ganancia de los cultivos de uso ilícito; el aislamiento geográfico frente
al control estatal de la región, que implicaba que los órganos estatales no pudieran controlar la siembra
y la comercialización de la coca.
Debido a las condiciones mencionadas, se expandió de manera considerable la siembra de cultivos de
coca en el Guaviare a partir de la década de los 80’s, y muchos campesinos pudieron alcanzar las
aspiraciones de la esperanza colonizadora de conseguir un bienestar a partir del propio trabajo en tierras
colonizadas, bienestar que no ha tenido por imposibilidad de ser propietario de tierra por la desigual
estructura agraria del país o que le ha sido arrebatado por procesos de despojo y persecución política.
Algunos campesinos aprovecharon la bonanza de la coca y de allí sacaron un capital de arranque que lo
invirtieron en mejoras, expansión de terrenos, y compra de ganado. Un viejo colono de Bocas del
Guayabero (municipio San José) cuenta, por ejemplo, que fue con la bonanza coquera que vivió hacia el
año de 1983, en la que trabajó primero como raspachin y procesador de pasta, y luego como cultivador;
que logró hacer casa y finca pues incluso como raspachin se ganaba en un jornal lo que ganaba en un
mes jornaleando con fincas ganaderas por el Barrancón. Incluso la bonanza de la coca le permitió a los
campesinos darse consumos suntuarios en el mejor momento de la bonanza ya que “una hectárea
sembrada de coca producía en una cosecha todo el dinero junto que no había visto pasar por sus manos
(Molano, 1987: 61).
Ahora, este dinero no siempre se convirtió en un capital reinvertido en su finca, solo lo hiso en algunos
casos. Al respecto Salgado afirma que:
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“Estos fuertes flujos de dinero, lejos de constituirse en capital, funcionaron predominantemente
como dinero atesorado que se consumía los fines de semana preferentemente en bares y
prostíbulos al calor de la música de Darío Gómez, Luis A. Posada o el Charrito Negro, sus
cantantes favoritos. Este dinero atesorado, era gastado, además, en prendas de oro y artículos
suntuarios que servían al campesino para adquirir cierto prestigio social y dar a conocer a sus
coterráneos la fuente económica de su efímero éxito”. (Salgado, 2012:195).
Sin embargo, la introducción de este cultivo no afecto de la misma forma a todo el mundo. Un ejemplo
de esto lo muestra Salgado (2012:194) donde considera importante “resaltar que en la nueva dinámica
familiar, que resultó de los altos flujos de dinero generados por la economía coquera, la mujer no ingresó
a las nuevas relaciones salariales. Si bien las actividades domésticas de la mujer crecieron como
consecuencia del incremento del número de comensales como los raspachines contratados, ello no
significó que empezará a devengar dinero”.
En este sentido, creemos pertinente anotar que con la llegada de la economía de la coca, se fomentaron
cierto tipo de comportamientos que afianzaron la dominación masculina en la región. Durante el trabajo
de campo en San José se analizaron testimonios sobre las “bodegas”, los burdeles o chongos, y en general
la dinámica festiva de la época de la coca. En los relatos aparecieron historias sobre las prostitutas que
volaban de Villavicencio, Calda, Medellín y otras ciudades, a los burdeles de municipios como el Retorno
o Miraflores. Eran las “universitarias” que venían a aprovechar la bonanza. Podían cobrar bastante por
‘’satisfacer a los patrones’’, a los “raspachines” y en general a hombres que, ya a los 13 o 14 años como
relato un hombre en San José, acudían a estos lugares (Diario de campo, Octubre, 2014). Las fiestas
duraban días enteros, hasta que se acababa el último peso de una raspada, mientras las mujeres
campesinas se quedaban cuidando la casa.
Para ejemplificar el impacto diferenciado de la bonanza coquera para hombre y mujeres campesinas, nos
encontramos con el testimonio de las mujeres de la organización Las Flores, una organización productiva
de mujeres campesinas de la Vereda La Floresta, Municipio de El Retorno. Para ellas la coca durante la
bonanza era un factor desorganizador de la unidad familiar, ya que los hombres se iban a gastar la plata
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los fines de semana en mujeres y en alcohol sin dejar buenos ingresos en el mejoramiento de la calidad
de vida de la familia. Cuentan ellas además que por la coca hubo mucha violencia que exponía a sus
esposos e hijos en los espacios festivos o por ajustes de cuentas, y que las afectaba a ellas en la esfera
familiar. De esta manera, las mujeres siguieron desempeñando su rol en la economía campesina sin
beneficiarse directamente de la bonanza, pues era el hombre quien manejaba la plata. En este sentido,
hay una manera diferenciada en que hombres y mujeres campesinos recuerdan la bonanza, ellos dicen
que “la pasaron hasta bueno’’, narran de manera épica las fiestas y los excesos, mientras para ellas es un
recuerdo amargo.
Otra de las consecuencias de la llegada de la coca fue la inserción del campesinado a un sistema de
relaciones capitalista de producción, la coca pudo haber acelerado este proceso aunque este ya se iba
dando en las zonas de colonización consolidada. En todo caso, la coca contribuyó en la atomización del
tejido social campesino y la desestructuración de relaciones de reciprocidad tradicionales basadas en las
relaciones de compadrazgo, de vecinazgo, y de otro tipo, que se heredaron y fueron fundamentales en
los procesos de colonización. En este sentido, debemos recordar que el proceso colonizador implicó un
alto grado de organización comunitaria de los colonos. Ejemplos de estas prácticas son “la mano
prestada-mano vuelta” o el “convite” que constituían parte fundamental de la economía colonizadora
con la que los colonos se establecieron en este territorio4.
La economía ilegal incentivó también a los campesinos a que dejaran de cultivar comida en sus parcelas
y se dedicaran únicamente a sembrar coca. Hay casos que se pudieron registrar en los que campesinos
que anteriormente sembraban cultivos de pan-coger fueran a comprar en la cabeceras municipales plátano
o yuca traída de otras regiones, o incluso que se abasteciera el mercado de lugares alejados de
4 La limpieza de caminos y de caños, la construcción de escuelas y otra infraestructura pública es un ejemplo de los trabajos de combite que, sin estar mediados por relaciones capitalistas, y para beneficio de todos realizaban los colonos-campesinos en su vida cotidiana. “La mano prestado-mano vuelta” o “ganando fuerzas” es una forma de trabajo basado en el principio de reciprocidad que consiste en que un campesino preste su fuerza de trabajo para la producción en una finca de alguien más, a cambio de recibir posteriormente el mismo favor. La economía ilegal afectó este tipo de prácticas y fomentó en los campesinos un comportamiento individualista en donde se creía que “todo se podía comprar con la plata de la coca”, incluso se habla de las trochas y caños se deterioraron como vías den ciertos lugares durante la bonanza. Sin embargo, existieron lugares en donde, después de la llegada de las FARC-EP, los “mandatos” de la guerrilla ordenaban a las personas a trabajar en obras comunitarias como el arreglo de los caminos entre otros.
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colonización como Miraflores, de productos básicos de la economía campesina que era llevados en avión.
Este abandono de los cultivos de autoconsumo género en las épocas de crisis, cuando los precios caían y
los campesinos se endeudaban, una escasez de alimentos en la región.
5.2 EL Plan de Desarrollo Alternativo: Alternativas productivas sin erradicación y cambio cultural dirigido.
Fue la organización de las naciones unidas (ONU) quien introdujo la noción de desarrollo alternativo en
Colombia en el 86 y con ello una forma de hacer política para la sustitución de cultivos ilícitos, cuando
el país comenzó a ser reconocido como productor de estos cultivos (Ramírez e Iglesias, 2010).La
iniciativa para la sustitución de cultivos de uso ilícitos se presenta como una forma de reducir la
producción de la materia primas y evitar nuevas zonas para el cultivo, bajo el supuesto de que la siembra
de cultivos de uso ilícitos es producto de la pobreza rural y no una decisión malintencionada de los
cultivadores. También se buscó generar un relativo desarrollo rural, no sólo con estrategias productivas
de sustitución de cultivos, sino también mediante la ampliación de infraestructura de puestos de salud,
de educación y vías de transporte. Las políticas del PDA fueron aplicadas con el consentimiento del
gobierno colombiano y reconocido como “una herramienta más sostenible, social y económicamente más
apropiada que la erradicación forzada en los casos de estructuras campesinas de producción”. Las
primeras acciones del PDA (Programa de Desarrollo Alternativo) fueron llevadas a cabo en regiones
con cultivos de amapola, y posteriormente se llevaron en áreas de colonización amazónica que incluía al
Guaviare (Ramírez e Iglesias, 2010:540).
La ONU reconoce que se requiere aplicar simultáneamente las políticas prohibicionistas y las de
desarrollo alternativo, pero diferenciando los instrumentos, los criterios y las instituciones relacionadas
con estas políticas. (Ramírez e Iglesias, 2010:540).
En el PDA hay una representación del campesino objeto de la política no como criminal, sino como una
víctima de la pobreza rural que se ve obligado por las circunstancias estructurales a sembrar cultivos de
uso ilícito. Pretendería en este sentido, un cambio social dirigido reformista, sin pretender en ninguna
caso una transformación de fondo de los factores estructurales que producen la pobreza rural en el
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Guaviare, dejando intacta, por ejemplo, la concentración de la tierra o las lógicas de expansión
latifundista desde el despojo. El PDA buscó, en este sentido, un desarrollo rural económico ofreciéndole
al campesino alternativas productivas denominadas licitas para que se inserte en el mercado produciendo
productos agrícolas ‘’deseables’’ y procurando un cambio cultural para que el campesino se inserte en
la lógica de la legalidad en donde reconozca los sistemas normativos legitimados y que legitiman al
Estado Colombiano y a sus acuerdos internacionales en materia de política antidrogas.
El PDA operó en el Guaviare desde 1991 hasta el 1996 con los recursos de las Naciones Unidas. Creó
una oficina para ejecutar los recursos a través de profesionales y técnicos colombianos, de los más
diversos saberes expertos: técnicos agrícolas, economistas, administradores, para llevar a cabo los
programas de sustitución y “reconversión productiva” de lo ilícito a lo lícito; y trabajadores sociales,
psicólogos y comunicadores sociales para llevar a cabo el cambio cultural dirigido que pretendería
cambiar la mentalidad del campesino en relación a su forma de producir. Según cuenta una funcionaria
que trabajó como agrónoma en el PDA la idea era también “cambiar la cultura de la gente, concientizarlos
para que salieran de la coca” (exfuncionaria PDA, San José, Septiembre de 2014).
El PDA tuvo estrategias productivas de sustitución de cultivos en el Guaviare de corto y largo plazo. Las
de corto plazo estaban planteadas para que el campesino pudiera obtener ingresos rápidamente con
cultivos como el borojó, el chontaduro o el arazá. También se llegó incluso a estimular la siembra de la
yuca mediante una planta de procesamiento para hacer harina. Consecuencia no planeada de estas
estrategias de sustitución para generar ingresos a corto plazo fue la sobre oferta regional de dichos
productos, y por la precariedad de las vías de comunicación el alto costo de transporte para poder
comercializarlo. Tal como ha pasado en otros momentos históricos en el Guaviare, lo que daba la tierra
se lo llevaban las vías, produciéndose una sobre oferta de los mercados locales y una imposibilidad de
competir en otros mercados por los costos de transportes.
Las estrategias de sustitución de cultivos de largo plazo como el caucho, fue una de las la apuesta de
desarrollo alternativo fundamentales del PDA en el Guaviare, pero como éste era un cultivo permanente
de ciclo largo, que empieza a producir después de casi 5 años, los campesinos que tenían su mentalidad
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ajustada a unos ciclos productivos muy cortos, de 45 días que es el ciclo se la coca; tuvieron una
reticencia a aceptar los cultivos de caucho pues tardaban mucho tiempo en ser productivos y generaban
muchos costos y trabajo de mantenimiento. En este sentido, el cambio cultural dirigido por los
funcionarios, se daba también en el plano económico, ya que tenían que ’’ir y hacerle caer en cuenta a la
gente de las bondades del cultivo del caucho, y decirles que podían estar generando ingresos desde la
primera rayada 5 años después de sembrado el caucho y hasta después de 30 años’’ (Agrónoma que
trabajó en el PDA en el 95)
A diferencia de otras políticas de sustitución en el Guaviare, el PDA no operó como una política
complementaria a la erradicación y fumigación, ya que no se imponía como requisito para recibir las
ayudas y la asistencia técnica erradicar o no tener cultivos de coca. Frente a la sustitución de cultivos de
coca, el programa pretendía era una sustitución voluntaria y gradual de los cultivos de coca, en donde el
campesino a medida que fuera obteniendo ingresos con cultivos reemplazará el mismo de manera
progresiva la coca. De esta manera, el PDA permitía que los campesinos sembraran cultivos alternativos
a los cultivos de coca, en los mismos terrenos en donde tenían la coca, e incluso los impulsaban a sembrar
cultivos de caucho y coca en el mismo espacio para que en algún punto el caucho le hiciera sombra a la
coca y dañara el cultivo. Al respecto una funcionaria que trabajó en el PDA dice:
“El PDA era sustitución de cultivos ilícitos, no erradicación, era que a pesar que la gente
tuviera su cultivo de coca, y devengara sus ingresos del cultivo de la coca y del
procesamiento…pudiera establecer dentro de sus cultivos de coca especialmente los cultivos
de ciclo largo como el caucho…la idea era que el mismo campesinos fuera sacando sus
cultivos de coca al ir generando ingresos productivos o que por lo arboles que se sembraban
dentro de la coca los iba a cubrir y se iban a morir por la sombra” (exfuncionaria PDA, San
José, Septiembre 2014)
Según cuenta un campesino de El Retorno, los campesinos implementaron abonos e infraestructura que
facilitaba el PDA para hacer más productivos sus cultivos de uso ilícito. Esto muestra que los campesinos
no son mero objetos pasivos de las políticas antidrogas, con sus acciones generan consecuencias no
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planeadas por las políticas, son sujetos activos que saben aprovechar tácticamente las políticas según sus
intereses, y además no tenían en todos los casos la necesidad sentida de reemplazar sus cultivos de coca
y fortalecer las alternativas licitas, pues no tenían interiorizada visión de que la coca era mala y era algo
de lo que había que salir.
Teniendo en cuenta que lo que se buscaba el PDA era precisamente que los campesinos incorporaran esa
visión de que la coca era un cultivo ilícito, algo que no se debía sembrar y de lo que no era legitimo vivir,
El PDA impulsó la infraestructura de las escuelas, no sólo como espacios neutrales de aprendizaje, sino
como una medida para implantar ‘’una cultura de la legalidad’’ y evitar que los niños se vincularan como
raspachines y se adentraran muy tempranamente en la economía coca. En este sentido, la expansión de
la escuela para el PDA fue un espacio privilegiado para ejercer una violencia simbólica que pretendía
que los niños y jóvenes campesinos incorporaran los principios de visión según los cuales sembrar coca
era algo malo, y ser campesino cocalero era algo ilegitimo. Sin embargo, la siembra de la coca era algo
tan cotidiano en el Guaviare, que hasta incluso profesores de instituciones educativas tenían sus lotes de
coca sembrados. El PDA también llegó a utilizar ciertos dispositivos para el cambio cultural, como
novelas radiales. Una novela radial que sacó el PDA llamada “Don Justo y Mala Coca”, pretendía que
“los campesinos se metieran en la cabeza que lo justo era salir de la coca…y les advertían de los
problemas que podía tener al cultivarla, como “el encarcelamientos, sus hijos metidos en los cultivos
ilícitos’’ (Exfuncionaria PDA, San José, Septiembre 2014). El principio de cambiar la visión de los
campesinos en torno a la coca para que éstos reconocieran los principios de la legalidad, tenía problemas
al no reconocer que las formas de visión están enraizadas en una forma de existir muy estrechamente
vinculada a la producción económica. La forma en que producían los campesinos era precisamente a
partir del cultivo de la coca, por lo cual no veían el cultivo como algo necesariamente ilegitimo.
Hacia 1995 se fue dando una transición de Plante a PDA, toda la infraestructura, carros e incluso
funcionarios pasaron de participar del PDA al Plante,
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5.3 El Plante: desarrollo alternativo complementario a la erradicación forzada.
Fue en 1994 cuando el Estado colombiano diseñó e implementó un plan de desarrollo alternativo
denominado Plante. El Plante a diferencia del PDA, operó con los recursos del gobierno nacional y el
BID, no con los recursos de las Naciones Unidas, y así mismo los lineamientos del programa fueron
definidos por el gobierno y difirieron en cierta medida del PDA de la ONU. Al cambiar el manejo del
desarrollo alternativo de cooperación internacional a gobierno nacional y departamental se dio
politiquería y clientelismo, pues varios funcionarios y políticos utilizaron los recursos y plataforma del
Plante para beneficiarse y hacer favores personales. También para el momento en que se introdujo el
Plante, las políticas de desarrollo alternativo van perdiendo su autonomía como una política autónoma
que tenía por objetivo modificar los contextos sociales de pobreza rural que hacen que el campesinos
siembre cultivos ilícitos, y empiezan a integrarse como políticas complementarias a las políticas de
erradicación forzosa que tienen como base la concepción del campesino como criminal (Ramírez e
Iglesias, 2010:544). El Plante de hecho dice que el desarrollo alternativo “busca complementar las
campañas de erradicación forzosa, mediante inversiones de carácter social para prevenir, frenar y
eliminar la producción de cultivos ilícitos’’ (conpes 2734, 1994) (la cursiva es mía). El hecho que el
desarrollo alternativo se vea como complemento de la erradicación forzada, responde a que por 1994 se
intensifiquen las presiones del gobierno norteamericano con desertificaciones que hacían perder
beneficios arancelarios y suspensión de ayuda antidrogas, lo cual presionó al gobierno de Samper para
que se implementara la fumigación con glifosato como herramienta principal de la lucha antidrogas. En
este sentido, lo que buscará el Plante es tratar de amortiguar los efectos perversos de las fumigaciones, y
así mostrar que el Estado no sólo se presenta de forma punitiva y violenta, sino también a través de
programar de desarrollo que ya no son el eje principal de la política antidrogas. Se cambia entonces el
PDA por el Plante, se siguió reconociendo a los campesinos como víctimas de condiciones socio
económico pero se sumó la idea de que dicha situación se daba por abandono estatal y que la enfrentar
dicha situación se combate al narcotráfico. Se buscaba ‘’contraponer el plante del narco por un plante
oficial, la idea era acabar el narcotráfico con el desarrollo alternativo ligado al domino y reconquista
territorial’’ (Ramírez e Iglesias, 2010).
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El Plante no se aplicó al principio a las zonas de colonización amazónicas, sino a zonas sólo dentro de
la frontera agraria, se concebía entonces que los campesinos colonos de la Amazonía no eran sujetos para
el desarrollo alternativo sino criminales objeto de fumigaciones y erradicación forzada. Fue sólo a partir
de paros cívicos de campesinos cocaleros que se amplió el programa Plante a las zonas amazónicas de
colonización (Ramírez e Iglesias, 2010). El Plante empezó entonces en el Guaviare a inicios de 1995.
A diferencia del PDA, el Plante exigía que los campesinos no pudieran tener cultivos de coca para recibir
ayudas del programa, pero según comentó un funcionario del DPS (departamento de la prosperidad
social) que trabajó en el programa Plante “el programa no fue tan riguroso con el tema de verificación
de los cultivos para que los campesinos pudieran participar en él, como si sucedería después con el
programa familia Guarda Bosques” (funcionario DPS, San José, Octubre de 2014) . De este modo, los
campesinos en teoría tenían que erradicar o haber sido objeto de fumigaciones para recibir los apoyos
del plante. Otro punto en que se diferencia el PDA y el Plante, era que el Plante daba créditos vía el banco
agrario y subsidiaba parte de los intereses, en muchos casos también hacia prestamos en especie .Un
campesino colono de bocas del guayabero que participó en el Plante cuenta que la condición para recibir
el apoyo del Plante que consistía en 12 reses, era que cuatro años después regresar las mismas 12 reses
más 3. Él fue objeto primero de fumigaciones, y se vio en la necesidad de buscar la ayuda del programa
en una vereda cercana pues a la suya el programa no había llegado, de este modo, se asoció a las reuniones
y pidió que lo inscribieran, además cuenta que para ese entonces cuando llegó el programa pusieron “un
guardia en cada piedra”, lo cual evidencia la presencia simultánea del programa de desarrollo alternativo
con la presencia militar. Él cuenta que a pesar de todo le fue bien con el programa pues las fumigaciones
casi lo arruinan. Los créditos, sin embargo tenían un problema y era que al erradicar el campesino sus
cultivos de coca, no tenía después el dinero para por ejemplo, adecuar el pasto para alimentar el ganado,
y si les fumigaban les dañaban la tierra y se complicada entonces responder por los créditos.
El cambio de PDA a Plante en el Guaviare fue tal, que de un año para otro a los campesinos que antes
les hablaban de alternativas productivas a los cultivos de coca, sin la necesidad de erradicar, les
empezaron a poner la condición de erradicar primero para recibir cualquier tipo de ayuda. Una
funcionaria que participó en el PDA y por convicción no quiso participar en el Plante cuenta que:
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“Yo ya no veía cabida para mí como profesional, porque iban a ser prácticamente o
probablemente los mismos usuarios; de un año a otro les tenía que hablar de que tenía que
hablar de erradicar cuando antes tenía que hablarles de sustituir. La gente debía arrancar
ella misma su coca, eso era cambiar todo el panorama” (exfuncionaria PDA, San José del
Guaviare, 24 de septiembre de 2014)
Según cuenta un ex funcionario del Plante, el programa en el departamento del Guaviare se dividió en
dos fases. La primera se basó en la articulación con los planes operativos municipales, y en este sentido
respondió a ciertas demandas locales, frente a los temas de infraestructura de salud, educación y vías de
comunicación. Se construyeron algunas vías secundarias y terciarias, puestos y micro puestos de salud
con dotación, y se ampliaron y construyeron escuelas rurales con dotación de bibliotecas. En la segunda
fase se fortaleció el tema productivo, se impulsaron unas propuestas regionales de desarrollo alternativo
con la articulación de la gobernación, las alcaldías y las instituciones y con la representación de las
comunidades y organizaciones de productores. El eje central de estos proyectos productivos fue de
caucho, ganado, seguridad alimentaria, y hubo también proyectos productivos y ambientales que se
trabajaron con el Sinchi en el tema de las evaluaciones de los modelos agroforestales sostenibles, y
modelos de enriquecimiento forestales de rastrojo. Este funcionario cuenta además que el programa
buscaba que el “Estado generara confianza a las entidades territoriales y a las comunidades’’, lo cual
confirma la idea de que el Plante precisamente concebía que el “abandono estatal y la falta de creencia
en las instituciones del Estado era causante de que los campesinos sembraran cultivos de uso ilícito”.
5.4 Familias Guarda Bosques
El programa de familia Guarda Bosques se enmarca en la política seguridad democrática, en donde el
Estado busca afianzar su control sobre el territorio nacional a partir de una presencia militar y del
reconocimiento de los habitantes de la legitimidad de las instituciones estatales, con la retórica de la
lucha contra el terrorismo y la lucha contra las drogas. En este marco es que se define que el desarrollo
alternativo tiene una importancia geopolítica además de económica. La caracterización del Amazonas
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como biodiversa también fue de gran importancia fue central en la formulación del programa (Ramírez
e Iglesias, 2010).
El programa de Familias Guarda Bosques se empezó a implementar en el año de 2004 en el departamento
del Guaviare, e inicialmente se vincularon cinco veredas cercanas a la cabecera municipal de San José,
posteriormente se llegaron a vincular entre 100 y 115 veredas de los municipios de EL Retorno y San
José. En Calamar no llegó Guarda Bosques ya que las Juntas de acción comunal que postulaban la vereda
para el programa no apoyaron el proceso en este municipio (ex funcionario de Guarda Bosques, San José,
Octubre de 2014).
El programa de familias Guarda Bosques que se desplegó en territorios frontera agrícola, consistió en
subsidios o incentivos para familias que hubieran erradicado o tuvieran sus predios libres de cultivos de
coca a cambio de un doble compromiso, que erradicara o no sembraran hoja de coca y protegieran áreas
ambientalmente estratégicas. A diferencia de los otros programas de desarrollo alternativos se buscaba
sobre todo lograr un dominio territorial con el subsidio y no lograr una vinculación productiva sostenible
de los campesinos, ya que no ofrecieron alternativas productivas viables que pudieran mejor realmente
los ingresos de los campesinos. Los subsidios eran condicionados y eran $300 USD en pagos bimestrales
durante 36 meses a las familias beneficiarias (posteriormente se disminuyó el incentivo a $204 USD y el
tiempo a 18 meses (Giraldo y Lozada, 2008), pues la idea del gobierno era tener el mayor número de
familias vinculadas así esto implicara una reducción de los subsidios. Una de las condiciones para seguir
recibiendo los subsidios era que el campesino voluntariamente obligado ahorrara parte del subsidio para
proyectos alternativos.
En guardabosques se representa al campesino colono como colaborador de grupos narcotraficantes e
insurgentes, y depredador del medio ambiente, y se pretende es generar un cambio social dirigido, a partir
de una violencia simbólica estatal para que los campesinos sean y se piensen como sujeto ecológicos
que cuiden el medio ambiente, y además erradiquen ellos mismos los cultivos de coca y se inserten en la
lógica de la legalidad estatal.
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Para volver a los campesinos ecológicos, Guarda Bosques operó una serie de dispositivos de cambio
cultural dirigido, que incluían talleres para que los campesinos protegieran áreas ambientalmente
estratégicas, por medio de “’talleres de protección, recuperación y preservación del bosque (Giraldo y
Lozada, 2008) aunque según cuenta un ex funcionario de guardabosques la verificación de la protección
y conservación de los bosques era más bien un interés secundario en el programa, que estaba además
vinculado al objetivo de que el campesino no tumbara más bosque para cultivar. También se impartieron
una serie de talleres de formación y capacitación en proyectos sociales y económicos que incluían: cursos
de economía solidaria, fortalecimiento de las juntas de acción comunal etc.
Aunque a diferencia del PDA y del Plante, El programa Guarda Bosques no era fuerte en ofrecer
alterativas productivas a los campesinos, se desarrollaron una serie de proyectos con el ahorro obligatorio
que cada familia debía hacer con parte del subsidio para implementar y fortalecer cultivos de caucho y
cacao. También hubo algunos proyectos productivos que fracasaron como el del montaje de una planta
despulpadora de frutos amazónicos que fracasó al no haber suficiente producción de frutos ni un buen
canal de comercialización (ex funcionario Familias Guarda Bosques, Octubre 2014).
La estrategia de Guarda Bosques para erradicar los cultivos de uso ilícito era que los mismos campesinos
erradicaran todos los cultivos de su vereda, no se podía participar en el programa individualmente ni por
familias, pues la participación debía ser por vereda colectivamente, ya que si una sólo personas tenía
cultivos de coca ninguna persona de la vereda podía participar. Lo que genera esto es que haya controles
internos de base en las veredas para la erradicación de los cultivos y que los mismos campesinos que
quieren participar en el programa denuncien a sus vecinos o negocien con ellos la erradicación. En este
sentido, Guarda Bosques pretende no sólo que los campesinos incorporen las visiones de legalidad en
donde se toma la coca como cultivo ilícito, sino que ellos mismos desplieguen una serie de controles en
su vereda y sobre sus vecinos para erradicar la coca, como una especie de agentes que ejercen controles
Estatales. Además de que cada persona y vereda que se vinculara al programa se comprometiera a
erradicar la coca, se conformaron unos comités de verificación y control con personas de cada vereda
para confirmar que efectivamente se erradicaran los cultivos, ya que si el comité de verificación de las
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Naciones Unidas confirmaba la presencia de cultivos en alguna vereda inscrita a Guarda Bosques
quedaba automáticamente fuera del programa (ex funcionario Familias Guarda Bosques, Octubre 2014).
Como en toda política pública en Guardabosques se dieron escenarios no contemplados por la política
que trajeron consecuencia no planeadas como el hecho de que grandes finqueros, profesores y
funcionarios se beneficiaran del subsidio del programa, por el hecho de que la política planteaba que
todos o ninguno de la vereda debían participar en el programa. Esto se fue corrigiendo sobre la marcha
del programa. Así mismo muchas personas arrendaron tierras dentro de una vereda Guardabosques con
el fin exclusivo de recibir el subsidio.
Para dar cuenta de las diferencia entre lo que dice la política y las condiciones reales en que opera, es
ilustrativo el caso de un campesino de la vereda de Santa Rosa, municipio San José. Él cuenta de que a
pesar de que su vereda fue denominada Guarda Bosques, siguió teniendo sus cultivos de coca pues según
él, el subsidio que ofrecían el programa no se comparaba con los 2.000.000 de pesos que tenía de ingresos
s raspando su hoja cada 45 días. Las otras familias que participaron en las veredas le llegaron a ofrecer
comprarle su lote para que el mismo lo erradicara, pero finalmente los denunciaron con la policía
antinarcóticos. Acá vemos como este programa vuelve también a los campesinos informantes del Estado,
generando tensiones entre vecinos de la vereda a nivel local, pero el otro hecho interesante fue que a
pesar de él no haber participado en el programa posteriormente se benefició de los apoyos productivos
del programa con un proyecto de caucho.
5.5 Políticas de Interdicción
Cuando hacia los 80’s se empieza a generalizar en Colombia la siembra de cultivos como materia prima
para la producción de narcóticos, y con la presión de los países consumidores, sobre todo E.E.U.U, para
que los países productores de drogas entraran en la llamada lucha contra las drogas; el gobierno
colombiano elabora las primeras políticas antidrogas basadas en la interdicción. Las políticas de
interdicción buscan reducir la oferta de narcóticos a partir de atacar todos los eslabones de la cadena de
producción y tráfico, lo cual tiene profundas implicaciones negativas para los campesinos cultivadores
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de cultivos de uso ilícitos pues pasan a ser criminalizados y a tener el mismo tratamiento punitivo que
tienen los otros eslabones de la cadena de las drogas. A diferencia de las políticas de desarrollo
alternativo, que conciben a los campesinos cultivadores de cultivos ilícitos como víctimas de
circunstancias estructurales que hay que reformar a partir de un relativo desarrollo rural: vías de
comunicación, salud, educación alternativas productivas; las políticas de interdicción operan mediante
presencias de estado policivas que toman al campesino cultivador como causante y participante del
problema de las drogas, y en este sentido, se le persigue, se le erradican sus cultivos forzadamente, por
vía manual o por fumigación área, con consecuencias tan perversas como afectaciones a la salud,
fumigación a cultivos lícitos y a potreros con daños permanentes a la calidad de la tierra, y daño a los
ecosistemas y a las fuentes de agua.
Las políticas de interdicción en Colombia se remontan a los años 80’s con la llamada guerra total contra
las drogas, en un contexto de crecimiento del narcotráfico y poder de los carteles de las drogas. Es como
consecuencia de esto, que el gobierno colombiano adopta el Estatuto Nacional de Estupefacientes (Ley
30 de 1986), que aún tiene vigencia con ciertas modificaciones. En el Estatuto es donde se empieza a ver
la criminalización del campesino cultivador de cultivos proscritos ya que “no se plantea ninguna
distinción entre diferentes conductas hacia la drogas y simplemente se generaliza un tratamiento punitivo
de cualquier individuo que tenga alguna relación con ellas. Textualmente se estableció que las personas
que tuvieran más de 20 plantas serían sancionadas con prisión y multas en dinero (Ramírez e Iglesias,
2010:541).
Las fumigaciones aéreas para la erradicación de cultivos ilícitos se dieron en Colombia a partir de los
años 80’s aunque se generalizan sobre todo desde mediados de los 90’s con las amenazas del gobierno
norteamericano al gobierno del presidente Samper de suspender la ayuda antidrogas, las preferencias
arancelarias, y las garantías de inversión. De este modo, en el Guaviare las fumigaciones áreas se dieron
desde 1994 pero se intensificaron desde 1996 y se fortalecieron posteriormente en el 2000 con recursos
del Plan Colombia que integraban la llamada lucha contra el terrorismo y contra las drogas.
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5.5.1 La aspersión con glifosato.
Queremos iniciar por citar en extenso un pie de página de la tesis doctoral de Salgado (2012: 207) que
dice:
La fumigación aérea con el herbicida glifosato es una política que ha sido fuertemente
cuestionada por los graves y nocivos efectos que ha provocado en la salud de los pobladores, en
su economía doméstica y en el medio ambiente amazónico (Vargas, 1999; Acción Ecológica,
2002, Salgado, 2004). Sin embargo, ni los organismos de control del Estado colombiano, como
la Defensoría del Pueblo (2002), han podido derogar esta medida. En nuestra opinión, la
persistencia de este tipo de políticas -claramente lesivas para las comunidades campesinas,
indígenas y afro-descendientes- expresan la continuidad de una política de menosprecio estatal
(Honneth, 2006), enquistada desde tiempo atrás, y que se manifiesta en el desconocimiento
jurídico y político de las comunidades, en la negación de sus derechos sociales, económicos y
culturales y en la expresión de odio hacia ellas, evidenciada en el acto de fumigar. La Real
Academia de la Lengua Española define fumigar como el acto de “combatir por estos medios, o
valiéndose de polvos en suspensión, las plagas de insectos y otros organismos nocivos”.
Esta cita introduce el problema de una forma bastante contundente porque se refiere en general a la
problemática que nos interesa y a la forma en que las acciones estatales ven al campesino. A pesar de
haber sido demostrado el daño que causa, esta acción es una política recurrente que da cuenta de un
“menosprecio” a estos “organismos nocivos”. El fenómeno de las fumigaciones y sus consecuencias han
sido reseñados por Vargas (2004 y 2006), y específicamente en la zona de colonización amazónica han
tenido consecuencias no planeadas que han causado el recrudecimiento del conflicto y de las
desigualdades. Entre estos efectos no planeados, son la erradicación de otros cultivos de subsistencia, la
aspersión sobre pastizales, platanales etc.
Para comenzar quisiéramos afirmar que las fumigaciones se generalizaron en todo el país en el año de
1994 y han sido una estrategia reiterada desde ese entonces para reducir las áreas cultivadas. Para ser
especifico, la tendencia hasta el año de 2003 fue un aumento prácticamente constante tanto para el área
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de cultivos como del área fumigada, lo que demuestra que, por lo menos durante esos años, las
fumigaciones no dieron resultados satisfactorios (Vargas, 2004). Sus resultados en la disminución de
áreas sembradas se han visto mermados por la falta de condiciones estables de vida que permitan a los
cultivadores entrar en una economía lícita y mantenerse en ella a través del tiempo.
Por la manera en la que se dan las fumigaciones, y en general la erradicación, estas han ocasionado el
desplazamiento y el empobrecimiento de muchas familias campesinas e indígenas en el departamento y
debido a que son el método menos riesgoso -en tanto que no expone al fuego enemigo y a las minas
antipersonas a nadie- para erradicar los cultivos de coca, son el método más utilizado por el estado para
luchar contra este fenómeno. Debido a que el narcotráfico, insurgencia y terrorismo son palabras que hoy
en día el discurso político dominante ha fusionado, y gracias a que los cultivos son vistos como el
principal financiador de los grupos al margen de la ley, las fumigaciones han sido una política bastante
persistente en el departamento. Tanto así que para el año 2003 fueron fumigadas en el departamento un
total de 37.493 hectáreas.
Ahora, los campesinos no han sido pasivos frente a la fumigación de sus cultivos de coca, han creado y
expandido una serie de mecanismos para contrarrestar los efectos de las fumigaciones y hacer más
productivos sus cultivos. Entre estos mecanismos está el de cortar las matas de coca después de la
aspersión área de glifosato dejando un tallo corto de aproximadamente 10 cm que se supone crecería con
normalidad. Otro mecanismo es el de bañar las plantas de coca con agua panela para crear una capa
protectora que disminuye los efectos del glifosato sobre las plantaciones (Policía antinarcóticos, San José
del Guaviare, Octubre de 2014). Así mismo, según nos contó un campesino colono, él nunca decidió
sembrar cultivos de coca dentro de predio, sino que sembraba en un lote alquilado para así evitar que las
fumigaciones fueron a dañar sus tierras y afectar la salud de su familia (Campesino colono, Septiembre
de 2014).
Otra forma de evitar las fumigaciones por algunos cultivadores ha sido la de trasladar sus cultivos a áreas
que estén dentro de Parques Naturales. Hoy son cientos de hectáreas de cultivos de coca que se
encuentran dentro de la Reserva Nacional Natural Nukak y dentro de la Sierra de la Macarena (Meta).
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Este fenómeno, que deja como resultado la deforestación y contaminación -por insumos químicos
utilizados en el cultivo y el procesamiento de la coca-, es bastante particular porque da cuenta de unas
dinámicas llevada a cabo en esferas nacionales y globales, pero que tiene consecuencias especificas en
los niveles locales debido a la forma en la que el estado ejecuta la ley. Específicamente, en el año 2005
el gobierno de Álvaro Uribe, se realizó en la Sierra de la Macarena “la Operación Emperador iniciada a
comienzos de 2005 como parte del Plan Patriota en esa área; y el inicio de las aspersiones aéreas a los
cultivos de coca ubicados en las zonas de amortiguación y en el área del mismo parque.” (Vargas 2006).
Esto nos deja ver que, junto con los hechos paramilitares que ocurrieron en la misma época perpetrados
por el Bloque Centauros, se configuró una arremetida contra la guerrilla paralela a otras acciones que
dejan ver que “la actual política antidrogas se inscribe fundamentalmente en la lucha contra las finanzas
de la guerrilla y esto acarrea una gran cantidad de consecuencias que merecen ser analizadas.” (Vargas,
2006:2) entre las que quiero resaltar el papel de la sociedad civil, que en este tipo de operativos militares
se ve como parte intrínseca de la guerrilla, lo que los deja en una posición vulnerable frente al estado5.
Ahora, específicamente sobre el fenómeno del traslado de los cultivos dentro de áreas de Parques
Naturales, debemos decir que es bastante importante que sobre este tema ha habido numerosos debates
y disputas jurídicas que terminaron por dictaminar que no se debe hacer fumigación en áreas del PNN en
por lo que en esas áreas la erradicación se debe hacer con los GME. En el caso de la Reserva Nacional
Natural Nukak, por su lejanía y por la fuerte presencia de guerrilla en la zona, los sembradores que viven
en la parte norte del rio Inírida han preferido, con el ánimo de evitar las fumigaciones, establecer sus
cultivos en el costado sur, es decir, dentro del área protegida.
Frente a las fumigaciones y las políticas de desarrollo alternativo se puede encontrar una presencia de
Estado que es diferenciada, pero a la vez se da de manera simultánea y contradictoria. Ésta encuentra su
máxima expresión cuando las mismas fumigaciones han afectado predios en donde se han desarrollado
5 Al respecto, en entrevistas realizadas tanto a un oficial de la Policía Antinarcóticos como a un funcionario de la Defensoría del Pueblo, se triangulo información que muestra como en operativos de los Grupos Móviles de Erradicación (GME) se capturan campesinos, son trasladados a centros urbanos, donde los jueces los dejan libres, por tratarse de capturas ilegales. Al respecto el oficial nos dijo que la Policía Antinarcóticos después tenía que devolver a las personas a los lugares donde los habían capturado ilegalmente, mientras que conocimos un caso de 2 “raspachines” que fueron capturados y liberados en Mitú (Vaupés) sin forma de volver.
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programas de desarrollo alternativo y sustitución de cultivos respaldados por el Estado. En este sentido,
fue común que cuando empezaron las fumigaciones en el Guaviare, campesinos que estaban llevando
programas de sustitución con el PDA se les fumigaran sus cultivos alternativos. Tal fue el caso de una
campesino del municipio de El Retorno, quien después de haber tenido un cultivo de caucho de algunas
hectáreas que implementó junto con el PDA y que ya llevaba 3 años (sólo le faltaban otros dos años para
empezar a ser productivo); fue objeto de fumigación. Los mismos funcionarios del PDA lo apoyaron en
llevar la denuncia a antinarcóticos pero simplemente le dijeron impunemente que ellos no habían
fumigado ese día en esas coordenadas (campesino-colono, vereda San Isidro I, Octubre de 2014).
Ahora, para tener una imagen de la posición que tiene el campesino frente a este tipo de políticas y las
posibilidades que tiene de incidir en su aplicación quisiera tomar el caso de las quejas por aspersión.
Según comento el Mayor de Policía Antinarcótico, existe la posibilidad de interponer quejas en la policía
por acciones indebidas en la fumigación. Para esto el ciudadano debe, con su título de propiedad –
condición que creemos ningún campesino en las áreas de colonización no consolidadas donde se dan los
cultivos ilícitos puede cumplir- y sus coordenadas, registrarse, para que desde Bogotá vengan a verificar
si la aspersión si se realizó y se evalúe su impacto en terreno. Ahora, esta verificación de las quejas es en
realidad una formalidad. Los costos de la verificación, junto con las condiciones puestas para interponer
la queja, hacen que no se aplique de forma eficiente. Prueba de esto es el caso del campesino el municipio
de El Retorno, a quien le fumigaron sus cultivos de caucho financiados por el PDA, y después de
presentar la queja ante antinarcóticos presentando las coordenadas y la fecha de fumigación, no le
solucionaron ningún problema alegando que en esa fecha y en esas coordenadas supuestamente nunca se
hizo una fumigación.
Ahora, si bien esta estrategia de erradicación por aspersión aérea se muestra dentro de algunas
instituciones estatales como una solución en la que no se deben ahorrar esfuerzos ni recursos, esta ha
demostrado que es insuficiente para acabar con la problemática. A pesar que es la forma de erradicación
que cubre más área en menor tiempo, y que es más segura de ejecutar que los Grupos de Erradicación
Manual que veremos más adelante, esta no es efectiva para acabar con los cultivos y ha generado un
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fenómeno que podríamos llamar la rotación de cultivos, además de grandes desplazamientos6. La
rotación de los cultivos ilícitos de la que hablamos es un fenómeno que deja ver como áreas de cultivos
que desaparecen en un área por las actividades de erradicación, aparecen en otras regiones y otros
espacios más remotos o que están protegidos por figuras jurídicas como resguardos, o zonas de
protección ambiental.
5.5.2 Grupos de erradicación manual.
Otra de las estrategias para erradicar los cultivos se creó en el 2004 con los Grupos Móviles de
Erradicación (GME) o por Escuadrones Móviles de Carabineros (EMCAR). Estos grupos, dispuestos
para arrancar manualmente las plantas de coca utilizadas para usos ilícitos, son llevadas a las zonas de
erradicación y, protegidas por las F.F.A.A hacen el trabajo. Según el Manual de Erradicación Manual los
GME están conformados por 122 hombres de las F.F.A.A. y por un grupo de entre 40 y 30 erradicadores
civiles. Esta modalidad de erradicación ha sido otra de las estrategias complementarias a la aspersión
contra los cultivos, sin embargo, según nos contó el Oficial de la Policía Antinarcóticos de la base de
Antinarcóticos en San José del Guaviare, esta es mucho más riesgosa y compromete la seguridad de las
tropas y de los erradicadores. Este aspecto es fácil de comprender si pensamos en que, para llevar a cabo
la erradicación manual de grandes áreas cultivadas en zonas selváticas, se deben adentrar por varios días
en regiones con fuerte presencia de grupos al margen de la ley, que hostigan, emboscan a los GME, y
minan los cultivos. Sin embargo es pertinente aclarar que esta forma de erradicar también tiene un
impacto grande en la economía campesina, en donde los cultivadores recién erradicados, al no quedarles
nada, se ven forzados a desplazarse.
Esta modalidad ha sido bastante eficaz para reducir áreas de cultivo, y en tanto que se arranca la mata de
coca completamente, implica mayor costos para el campesino cultivador, debido a que en la resiembra y
6 Para ver cómo ha sido específicamente este proceso de erradicación, y como este se ha interrelacionado
con otros procesos de desplazamiento ver Ávila Martínez (2011).
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hasta la primera cosecha se demora aproximadamente 6 meses, dependiendo de las características del
suelo.
Es debido a esto que a esta forma de erradicación se le han presentado algunas dificultades como lo que
el Oficial de la policía que entrevistamos llamo “bloqueos”. Según él, en los últimos 3 meses, ha habido
53 bloqueos a los GME en el Meta y el Guaviare. Estos bloqueos no son más que la reacción de la
comunidad a la presencia de los GME. Según lo explico el oficial, la comunidad impide el trabajo de los
erradicadores y bloquea a la tropa acorralándola, para que no erradiquen sus cultivos. Ahora a pesar de
que el Oficial aseguró tajantemente que estos bloqueos eran manipulados por la guerrilla merece darle
un matiz distinto. Si bien la guerrilla seguramente interviene e influencia a las comunidades de la zona,
estas prácticas expresan también el descontento de la comunidad frente a la forma en la que se presenta
el estado en la región. El mismo Mayor aseguró que los campesinos de las zonas muy alejadas acuden a
estos cultivos por la falta de vías para vender otros productos, entre otras dificultades como la falta de
servicios de salud o inclusión. Él, en cierta medida, era consiente que erradicas los cultivos es erradicar
el sustento económico de los campesinos, pero siempre hizo énfasis en que la erradicación, tanto manual
como aérea necesitaba más recursos para poder hacer un trabajo que mostrara resultados.
Ahora bien, no con el ánimo de denunciar, sino en aras de mostrar cómo se aplica la ley de manera
diferencial y selectiva, mencionaremos sobre lo que el oficial denominó casos aislados de corrupción por
parte de los GME, quienes son “comprados” por la comunidad para que no erradiquen. Al respecto un
campesino del Retorno nos contó que en su vereda la gente una vez “tranzo” a los erradicadores y con
esto lograron retrasar la erradicación 3 meses (Diario de campo, octubre 2014). Estos casos nos insinúan
que dichos GME tienen, a la hora de hacer su trabajo, que mediar y negociar con las lógicas locales, en
donde la tanto la comunidad, como los grupos armados influyen e intentan salirse con la suya. Otro caso
que demuestra esto es lo que un funcionario de la Defensoría del Pueblo, quien ha tenido acceso como
institución a lugares donde casi ninguna institución más del estado ha llegado, nos contó. Él dijo que
conoció casos en donde los erradicadores no erradicaban la totalidad del cultivo a propósito, “por pura
lastima”, para dejarle a los campesinos algo para su subsistencia.
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Este tipo de “irregularidades” se supone deben ser vigiladas por la Procuraduría. A pesar de esto y de las
invitaciones que se hacían, según el Mayor de la Policía, a la procuraduría, esta no suele hacer presencia
en los GME debido a que están en lugares bastante alejados, bastante tiempo, y bajo la presión de grupos
al margen de la ley. Debido a esto los entes de control “firman desde las oficinas y ya” (Entrevista Mayor
Policía Antinarcóticos San José, Noviembre 2014).
Otro tipo de irregularidades que se dan en los procesos de erradicación por los GME son las capturas
ilegales. Con esto nos referimos a las capturas de campesinos, y “raspachines”, las cuales, según el
Mayor, hace 5 años no los deben capturar por un cambio en la legislación. Este tipo de capturas se deben
hacer, según él, solo a la gente que trabaja en los laboratorios, pero se dan casos en donde se captura a
campesinos, y trabajadores del cultivo y son llevados a los cascos urbanos de los municipios. En estos,
los jueces determinan que son capturas ilegales y los dejan en libertad. Según el Mayor en estos casos,
la misma Policía Antinarcóticos debe llevar a la persona al lugar donde fueron capturados indebidamente.
Al respecto un funcionario de la Defensoría del Pueblo nos comentó casos de capturas ilegales, donde
como resultado dejaban a personas inocentes, lejos de sus comunidades y sus familias, en centros urbanos
sin la posibilidad de volver a sus casas.
En general las políticas de erradicación forzosa son una de las acciones que ha generado grandes
desplazamientos de población campesina e indígena. De estos procesos han salido “ganadores” la elite
emergente del Guaviare, quienes han accedido a tierras a precios muy por debajo de lo normal, debido a
las amenazas, a las erradicaciones y en general al conflicto armado en el departamento. Ávila (2011)
afirma que en el departamento del Guaviare ha habido 3 tipos de “ganadores” en términos de que han
adquirido predios que han sido despojados: Las elites emergentes, agentes externos que adquieren
predios previamente despojados y empresarios.
Estas políticas también han generado algunas tensiones entre comunidades indígenas y los campesinos.
Recientemente, en el mes de Noviembre del 2014, se están realizando las reuniones previas para hacer
la consulta previa a las comunidades Nukak frente al tema de erradicación de cultivos proscritos dentro
de su territorio. La lógica de la consulta es determinar si las comunidades indígenas tienen cultivos de
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coca de uso ancestral y determinar si están o no de acuerdo con la erradicación de los cultivos en la región
de forma manual voluntaria, manual forzada o con glifosato. A cambio les ofrecen proyectos productivos,
un dinero de desplazamiento, refrigerios etc.
Ahora, estas reuniones han suscitado un malestar en tanto que muchos líderes locales, al igual que
instituciones de orden regional y departamental, están preocupados por las consecuencias que esta
consulta puede traer para el pueblo Nukak. Argumentan que lo problemático de que participen en la
consulta tal y como está planteada y la aprueben, es que ellos, al vivir en las zonas coqueras, al trabajar
como raspachines y tener relaciones constates con los campesinos coqueros y los guerrilleros, pueden
verse directamente afectados por las fumigaciones y tener conflictos con los campesinos y los
guerrilleros, pues éstos, pueden interpretar que la participación de los Nukak en la consulta fue la que
legitimó las fumigaciones y además se verían como cómplices de los antinarcóticos y sapos que dicen
dónde están los cultivos y los laboratorios. Por otro lado, también se evidenció la preocupación por la
situación de desplazamiento que puede generarse en tanto que son un pueblo que sufre en una situación
bastante precaria en cuanto a salud, educación y autonomía.
6. Conclusiones y recomendaciones
Cómo hemos mostrado a lo largo de la etnografía la formación social regional del Guaviare se ha dado a
partir de la apropiación, que distintos agentes, han hecho sobre un espacio específico y a través del
tiempo. Esta apropiación implica una representación, unas prácticas, unas regulaciones mediante las
cuales los agentes construyen el territorio y unas relaciones sociales que se dan dentro de él y los
constituyen. Como vimos las distintas apropiaciones, con sus lógicas particulares, se pueden dar de
manera simultánea y contradictoria generando distintos conflictos y problemáticas sociales. De este
modo, como vimos, la lógica de apropiación del espacio a través de los procesos de colonización que
construyen el territorio como un espacio productivo y muchas veces al margen de lo estatal, se han
contrapuesto y entrado en contradicción con las lógicas de jurisdicción sobre el espacio que ha hecho el
Estado, para regularlo a partir de figuras de protección ambiental o preservación de las culturas indígenas.
Así mismo, la lógica de la legalidad estatal que no ha logrado proyectarse ni establecerse
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hegemónicamente sobre el territorio, o mejor sobre las categorías de percepción de los campesinos
colonos, ha implicado que sobre el mismo espacio se contrapongan distintos recursos de legitimidad para
sembrar hoja de coca y para erradicarla o sustituirlas. Es a partir de estos conflictos, contraposiciones
entre lógicas de apropiar el espacio, de tensiones entre distintos recursos de legitimidad (o desde la visión
estatal entre lo legal y lo ilegal); que hemos estudiado dos líneas para pensar la formación social del
Guaviare y sus problemáticas sociales, a saber: primero, las distintas formas de apropiación y jurisdicción
sobre el espacio que convierten al Guaviare como espacio productivo, espacio para la conservación
ambiental y cultural, o como espacio de conflicto armado; y segundo las relaciones y cambios sociales
a partir del cultivo de la coca y las políticas que ha llevado el Estado, y ha tomado como objeto de política
al campesino, para sustituir o erradicar estos cultivos denominados ilícitos.
En nuestro estudio, ha sido fundamental abordar el papel relativamente dominante del Estado en la
formación social de la región. Hemos querido mostrar cómo éste se ha proyectado y la ha constituido
como un territorio margen. También hemos insistido en estudiar el Estado en la región a partir de cómo
en realidad se presenta, a partir de presencias diferenciadas, simultaneas, intermitentes y contradictorias,
todas respaldadas en el mismo recurso de legitimidad del gobierno de la ley, y que en su conjunto resultan
potencializando y a veces creando problemáticas y conflictos sociales en la región. Esto lo hemos visto
cuando las autoridades ambientales se presentan diferencialmente “siendo débiles con los fuertes y
fuertes con los débiles”, como cuando imponen multa por la tala de dos o tres árboles, pero no regulan
ni imponen multas frente al manejo ambiental de una base militar en la cumbre de un cerro declarado
como área de protección ambiental, como vimos con el caso de Cerro Capricho. También hemos visto
estas presencias contradictorias de Estado cuando las políticas antidrogas de interdicción se contraponen
y contradice con las políticas de sustitución, a tal punto que los proyectos de sustitución de cultivos
llevados a cabo por el Estado son fumigados por otras presencias represivas del Estado mismo.
Con esto, y a manera de conclusión creemos que en el estudio realizado han quedado en evidencia
prácticas estatales que ponen en tela de juicio su supuesto carácter homogéneo y coherente. Al igual,
vimos prácticas no estatales que se forjaron y sedimentaron a través del tiempo “al margen de la ley” y
que entran en conflicto con las formas en que el Estado busca controlar el territorio. Dichos conflictos
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sociales son constitutivos de la formación regional y su existencia objetiva nos insinúa la necesidad de
tenerlos en cuenta en su complejidad a la hora de pensar en la formulación de políticas estatales que
afectan a esta región. Estas políticas, que históricamente han contribuido a forjar un Guaviare al margen
del estado-nación y que son la expresión objetivada, tanto de las luchas que dentro del mismo Estado se
llevan a cabo, como del lugar que ocupa la región en la sociedad y en imaginación, deberían, y
recordemos que la investigación partió de una distinción entre el “deber ser” del estado y lo que en
realidad es, articular sus acciones para que, busquen lo que busquen, se apliquen con coherencia y
adquieran legitimidad no por la fuerza de sus armas sino por la eficacia de sus funciones políticas.
Para terminar cabe hacer hincapié en que el primer paso para aminorar la distancia que existe entre ese
“deber ser” del Estado y la realidad social, debe ser el reconocimiento de los conflictos existentes en la
región y su complejidad. Queda claro que gran parte de dichos conflictos se dan precisamente porque la
realidad social se le escapa a la legibilidad estatal y este, en su afán de gobernar y tener control territorial,
impone categorías que no se acoplan a la realidad, haciendo que sea cada vez más difícil conducirla y
dirigirla. Frente a esto, empoderar y darle voz y reconocimiento a las demandas de los pobladores locales,
permitiéndoles gestionar, participar y decidir sobre su futuro y sobre las normas en su territorio es una
forma de contribuir al apaciguamiento de los conflictos sociales que esta región padece desde hace mucho
tiempo.
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