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LAS TRIBULACIONES DE UN CHINO EN CHINA JULIO VERNE

Las tribulaciones de un chino en china

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Las tribulaciones de un chino en china, de Julio Verne

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  • L A S T R I B U L A C I O N E SD E U N C H I N O E N

    C H I N A

    J U L I O V E R N E

    Diego Ruiz

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    CAPTULO PRIMERODonde se van conociendo poco a poco la fisonoma y la

    patria de los personajes.

    - Sin embargo, es preciso convenir en que la, vida tienecosas buenas, dijo uno de los convidados que tena los co-dos sobre los brazos de su asiento de respaldo de mrmol yestaba chupando una raz de nenfar con azcar.

    - Y malas tambin, responda, entre dos accesos de tos,otro que haba estado a punto de ahogarse con una espinade aleta de tiburn.

    - Seamos filsofos, dijo entonces un personaje de msedad cuya nariz sostena un enorme par de anteojos degrandes cristales, montados sobre armadura de madera. Hoycorre el riesgo de ahogarse y maana todo pasa como pasanlos sorbos de este suave nctar.

    Esta es la vida, ni ms ni menos.Esto diciendo aquel epicreo de genio acomodaticio, se

    bebi una copa de excelente vino tibio, cuyo ligero vapor seescapaba lentamentede una tetera metlica.

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    - A m, dijo otro convidado, la existencia me parece muyaceptable cuando no se hace nada y se tienen los medios deestar ocioso.

    -Error! Repuso el quinto comensal. La felicidad consisteen el estudio y en el trabajo. Adquirir la mayor suma posiblede conocimientos es buscar la dicha...

    - Y llegar a saber que en resumidas cuentas no se sabenada.

    -No es ese el principio de la sabidura?-Y cul es el fin?La sabidura no tiene fin, respondio filosficamente el de

    los anteojos. La satisfaccin suprema sera tener sentidocomn.

    Entonces el primero de los comensales se dirigi al anfi-trin que ocupaba la cabecera de la mesa, es decir, el sitioms malo, como lo exigen las leyes de la cortesa. El anfi-trin, indiferente y distrado, escuchaba, sin decir nada,aquella disertacin nter pocula.

    Veamos, Qu piensa nuestro husped de esas divaga-ciones entro copa y copa? Encuentra la existencia buena omala? Est en favor o en contra de ella?

    El anfitrin estaba comiendo negligentemente pepitas desanda y se content, por toda respuesta, con adelantar des-deosamente los labios, como hombre quien no interesa laconversacin.

    -Pse! Dijo.sta es la exclamacin, por excelencia, de los indiferen-

    tes. Dice todo, y no dice nada; es propia de todas las len-guas, y debe figurar en todos los diccionarios del globo; es

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    un gesto articulado. Los cinco convidados a quien daba decomer aquel aburrido personaje le estrecharon entonces consus argumentos, cada uno en favor de su tesis. Queran, detodos modos, saber su opinin. Al principio, se neg a res-ponder; pero, al fin, concluy por decir que la vida ni erabuena, ni era mala. A su entender, era una invencin bas-tante insignificante y, en suma, poco agradable.

    - Esa opinin pinta a nuestro amigo.-Y cmo puede usted hablar as, cuando ni una hoja de

    rosa ha turbado jams su descanso?-Y cuando es joven!-Y cuando, adems, tiene buena salud!-Y cuando, sobre todo, es rico!-Muy rico!-Riqusimo!-Demasiado rico, tal vez!Estas interpelaciones se cruzaron como petardos de un

    fuego artificial, sin producir siquiera una sonrisa en la impa-sible fisonoma del anfitrin. Se haba contentado con enco-gerse ligeramente de hombros, como hombre que, ni poruna hora siquiera, haba querido nunca hojear el libro de supropia vida y que no haba abierto ni las primeras pginas.

    Sin embargo, aquel indiferente tena, todo o ms, treintay un aos, salud robustsima, gran caudal y un talento regu-larmente cultivado. Su inteligencia era mas que mediana;tena, en fin, todo lo que falta a tantos otros para ser uno delos felices de este mundo. Por qu no lo era?

    Por qu?

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    La voz grave del filsofo se levant entonces y, hablandocomo un corifeo del coro antiguo, dijo:

    - Amigo, si no eres feliz en este mundo, es porque, hastaaqu, tu felicidad ha sido negativa. Sucede con la felicidad loque con la salud; para gozar bien de ella, es preciso habersentido su falta alguna vez. Ahora bien, t no has estadonunca enfermo, ni has sido tampoco desdichado. Eso es loque falta a tu vida. Cmo puede apreciar la dicha quien noha conocido la desgracia ni siquiera por un solo instante?

    Hecha esta sabia observacin, el filsofo alzando la copallena de champagne de la mejor marca exclam:

    - Bebo a que se presente alguna mancha en el sol denuestro husped y tenga algunos dolores en su vida.

    Despus de lo cual, vaci la copa de un trago.El anfitrin hizo un ademn de sentimiento y volvi a

    caer en su apata a habitual.Dnde ocurra esta conversacin? Era en un comedor

    europeo en Pars, en Londres, en Viena, o en San Pe-tersburgo? Los seis convidados conversaban en el saln deuna fonda del antiguo o del nuevo mundo? Quines eranaquellos hombres que trataban semejantes cuestiones en unacomida, sin haber bebido mas de lo que era de razn?

    En todo caso, no eran franceses, pues que no hablabande poltica.

    Los seis convidados estaban sentados la mesa en un sa-ln de regular, extensin, lujosamente adornado. A travs delos cristales azules o anaranjados de la habitacin pasaban, aaquella hora, los ltimos rayos del sol. Exteriormente, labrisa de la tarde mova guirnaldas de flores, naturales o arti-

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    ficiales y algunos farolillos multicolores mezclaban sus res-plandores plidos con la luz moribunda del da. Sobre lasventanas, se vean arabescos con diversas esculturas, repre-sentando bellezas celestes y terrestres, animales o vegetalesde una fauna y de una flora fantsticas.

    En las paredes del saln, cubiertas de tapices de seda,resplandecan grandes espejos, y, en el techo, una punka agi-taba sus alas de percal pintado, haciendo soportable la tem-peratura.

    La mesa era un gran cuadriltero de laca negra. No tenamantel, y su superficie reflejaba la vajilla de plata y porcelana,como hubiera podido hacerlo una mesa del ms puro cristal.No haba servilletas. Hacan el oficio de tales, cuartillas depapel adornadas de divisas, de las cuales cada convidadotena cerca de s una cantidad suficiente. Alrededor de lamesa haba sillas con respaldo de mrmol, muy preferibles,en aquella latitud, a los respaldos almohadillados del mue-blaje moderno. Servan a la mesa muchachas muy amables,cuyos cabellos negros estaban adornados de azucenas y cri-santemos y llevaban brazaletes de oro o de azabache en losbrazos. Risueas y alegres, ponan o quitaban los platos conuna mano, mientras que, con la otra, agitaban graciosamenteun grande abanico que reanimaba las corrientes de aire mo-vidas por la punka del techo.

    La comida no haba dejado nada que desear. No podaimaginarse cosa ms delicada que aquella cocina, a la vezaseada y cientfica. El cocinero a la moda, sabiendo que dabaa comer a estmagos conocedores, se haba excedido a s

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    mismo en la confeccin de los ciento cincuenta platos quese compona el men de la comida

    Al principio, como para entrar en materia, figuraban tor-titas azucaradas de caviar, langostas fritas, frutas secas y os-tras de Ning-po. Despus, se sucedieron, en cortos intervalos,huevos escalfados de nade, de paloma y de ave-fra, nidosde golondrina con huevos revueltos, fritos de Ging-seng, aga-llas de sollo en compota, nervios de ballena con salsa deazcar, renacuajos de agua dulce, huevas de cangrejo guisa-das, mollejas de gorrin, picadillo de ojos de carnero conpunta de ajo, macarrones con leche de almendra de albari-coque, holoturias a la marinera, yemas de bamb con salsa,ensaladas de raicillas tiernas con azcar, etc. Anades de Sin-gapore, almendras garapiadas, almendras tostadas, manguessabrosos, frutos del Long-yen, de carne blanca, y de Lit-chi,pulpa plida, castaas, naranjas de Canton en confitura,formaban el ltimo servicio de aquella comida que durabadesde tres horas antes, acompaada de una gran cantidad decerveza, champagne, vino de Chao-chigne, y cuyo arroz indis-pensable, puesto entre los labios de los convidados por me-dio de palitos, iba a coronar, a los postres, aquella lista cien-tfica de manjares.

    Lleg al fin el momento en que las jvenes sirvientes lle-varan, no esos vagos a la moda que contienen un lquidoperfumado, sino servilletas empapadas en agua caliente, quecada uno de los convidados se pas por la cara, con la ma-yor satisfaccin.

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    Aquel sin embargo, no era mas que un entreacto de lacomida. Una hora de farniente para escuchar los acentos de lamsica.

    En efecto, una compaa de cantantes e instrumentistasentr en el saln. Las cantantes eran lindas jvenes, de as-pecto modesto y decente. Pero qu msica y qu canto!Maullidos, graznidos sin mtodo y sin tono se elevaban ennotas agudas hasta los ltimos lmites de la percepcin delsentido auditivo. En cuanto a los instrumentos, eran violi-nes, cuyas cuerdas se enredaban entre los hilos del arco,guitarras cubiertas de piel de culebra, clarinetes chillones,armnicas que parecan pequeos pianos porttiles que erandignos del canto y de las cantantes a quienes acompaabancon gran estrpito.

    El jefe de aquella orquesta, o mejor dicho, de aquellacencerrada, haba presentado al entrar el programa de surepertorio. El anfitrin hizo un gesto que quera decir quetocaran lo que quisieran y los msicos tocaron el ramillete delas diez flores, fantasa muy a la moda que gustaba mucho lasociedad elegante.

    Despus la compaa cantante y ejecutante, bien pagadade antemano, se retir saludada por muchos bravos, pasan-do a otras casas en cuyos salones esperaba recoger una co-secha de aplausos.

    Los seis convidados se levantaron de sus asientos; peronicamente para pasar de una mesa a otra, lo cual hicieronno sin grandes ceremonias y cumplimientos de toda especie.

    En aquella segunda mesa, cada cual encontr delante des una tacita con tapadera, adornada del retrato de

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    Budhidharama, el clebre monje budista, en pie sobre subalsa tradicional. Cada cual recibi tambin un puadito det y ech en infusin sin azcar en el agua hirviente quecontena la taza, bebindolo casi inmediatamente.

    Pero qu t! No era de temer que la casa de Gibb-Gibby compaa que le haba vendido, lo hubiese falsificado conla mezcla deshonrosa de hojas extraas, ni que hubiera su-frido ya otra infusin y no sirviese ms que para lavar lasalfombras, ni que un preparador poco delicado la hubierateido de amarillo por medio de la curcunina, ni de verdepor medio del azul de Prusia. Era el t imperial en toda supureza; eran esas hojitas preciosas semejantes a la mismaflor, esas hojas de la primera recoleccin del mes de marzo,que raras veces se hace porque mata al rbol a consecuenciade ella, esas hojas en fin que slo tienen derecho a recogerlos nios con las manos cuidadosamente cubiertas de guan-tes.

    Un europeo no habra tenido bastantes interjeccioneslaudatorias para, celebrar aquella bebida que los seis convi-dados tomaron a sorbitos, sin extasiarse, porque eran cono-cedores que ya tenan la costumbre de tomar aquel t.

    En efecto, no era la primera vez que podan apreciar lasdelicadezas de aquel excelente brebaje. Personas de buenasociedad, ricamente vestidas con la jan-chaol, ligera camiseta,con el ma-cual, tnica corta, y con la jaol, larga tnica que seabotonaba al costado; calzados con babuchas amarillas ycalcetines calados; vestidos de pantalones de seda, sujetos ala cintura con una faja de borlas; llevando sobre el pecho elescudo de seda bordado de labores finas, en el cinturn el

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    abanico, haban nacido en el mismo pas en que el rbol delt da una vez al ao su cosecha de hojas odorferas. Losmanjares de aquel banquete, entre los que figuraban nidos degolondrina, holoturias, nervios de ballena y aleta de tiburn,los haban saboreado como merecan por la delicadeza desus platos. Un extranjero le hubiera admirado; mas para ellosno era cosa sorprendente.

    Sin embargo, ninguno esperaba la comunicacin que leshizo el anfitrin en el momento de ir a dejar la mesa. En-tonces supieron por qu les haba convidado aquel da.

    Las tazas estaban todava llenas; y, en el momento de va-ciar la suya por la ltima vez, el indiferente, poniendo loscodos sobre la mesa y con la mirada distrada, se expres enestos trminos:

    - Amigos mos: oidme sin rer. La suerte est echada; voya introducir en mi existencia un elemento nuevo que tal vezdisipar su monotona. Ser un bien? Ser un mal? El por-venir lo dir. Esta comida, a la cual os he invitado, es mibanquete de despedida de la vida de soltero. Dentro dequince das estar casado y...

    - Y sers el hombre ms dichoso de mundo, exclam eloptimista. Mira; los pronsticos te favorecen.

    En efecto, mientras las lmparas chisporroteaban despi-diendo plidos resplandores, las maricas chillaban en losarabescos de las ventanas y las hojillas de t flotaban per-pendicularmente en las tazas: otros tantos ageros felicesque no podan engaar. Todos felicitaron a su husped, elcual recibi los cumplimientos con la mas completa frialdad;pero como no haba nombrado la persona destinada a de-

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    sempear el papel de elemento nuevo, ninguno tuvo la in-discrecin de preguntrselo.

    El filsofo no haba contribuido con su voz al concierto.Con los brazos cruzados, los ojos medio cerrados y sonrien-do irnicamente, pareca no aprobar ni a los felicitadores, nial felicitado.

    Este se levant entonces, le puso la mano en el hombroy, con voz que pareca menos tranquila que de costumbre, ledijo:

    -Soy, por ventura, demasiado viejo para casarme?- No.-Demasiado joven?- Tampoco.-Te parece que hago mal?- Quiz.- La persona elegida, y a quien t conoces, tiene todo lo

    que necesita para hacerme feliz.- Lo s.-Y entonces?.- Eres t el que no tienes lo que necesitas para serlo.

    Aburrirse solo en la vida es malo; pero aburrirse en compa-a es peor.

    - No podr ser nunca feliz- No, mientras no hayas conocido la desgracia.- La desgracia no puede alcanzarme a m.- Tanto peor, porqu entonces sers incurable.-Qu filsofos! Exclam el ms joven de los convida-

    dos. No hay que hacerles caso; son mquinas de teoras y acada momento las estn fabricando de toda especie: came-

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    lote puro qu no vale nada cuando se usa. Csate, amigomo, csate; yo hara otro tanto si no me lo impidiese el ju-ramento que he prestado de no hacerlo. Csate y, comodicen loa poetas, que los dos fnix se te aparezcan siempretiernamente unidos. Amigos mos, brindo a la felicidad denuestro husped.

    - Y yo, dijo el filsofo, brindo a la prxima intervencinde alguna divinidad protectora, que, para hacerle feliz, lahaga pasar por la prueba de la desgracia.

    Con este brindis bastante extrao, los convidados se le-vantaron, juntaron los puos como hubieran hecho los pu-gilistas en el momento de la lucha, y, despus de haberlosbajado y subido, sucesivamente inclinando la cabeza, se des-pidieron unos de otros. Por la descripcin del comedor enque se daba este banquete; por la lista de los platos exticosde que se compona, por el traje de los convidados; por sumodo de hablar y tal vez por la singularidad de sus teoras,habr adivinado el lector que eran chinos, no de esos chinosque parecen arrancados de un biombo o de un vaso de por-celana, sino de esos modernos habitantes del celeste imperioya europeizados por efecto de sus estudios, de sus viajes y defrecuentes comunicaciones con los hombres civilizados delOccidente.

    En efecto, era en un saln de uno de los barcos-flores delro de las Perlas de Canton donde el rico Kin-Fo, acompa-ado de su inseparable Wang, el filsofo, acababa de dar decomer a cuatro de los mejores amigos de su juventud, queeran: Pao-Shen, mandarn de cuarta clase y botn azul; In-

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    Pang, rico negociante en sederas de la calle de los Farma-cuticos; Tsin; el epicreo endurecido, y Hual, el literato.

    Esto pasaba el da 27 de la cuarta luna, en primera de lascinco vsperas en que tan poticamente se distribuyen lashoras de la noche china.

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    CAPTULO IIEn el cual se presentan de un modo mas clarolos caracteres de Kin-Fo y del filsofo Wang.

    Kin-Fo, acababa de dar aquella comida de despedida asus amigos de Canton, haba pasado en esta capital de pro-vincia una parte de su adolescencia. De los muchos compa-eros que cuenta un joven rico y generoso, los cuatroconvidados del barco-flor eran los nicos que le quedabanen aquella poca. Le hubiera sido imposible reunir a los de-ms que se haban dispersado segn las vicisitudes de la vida.

    Habitaba entonces en Shanghai y, para pasear su aburri-miento yDivertirle con un cambio de aires, haba ido a residir unoscuantos das en Canton. Pero aquella noche misma debatomar el vapor que hace escala en los puntos principales dela costa y volver tranquilamente a su Yamen.

    Si Wang haba acompaado a Kin-Fo, era porque el fil-sofo no se separaba nunca de su discpulo, prodigndole confrecuencia sus lecciones, de las cuales ste, por lo dems, nohaca ningn caso. Eran otras tantas mximas y sentencias

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    perdidas; pero la mquina de teoras, como le haba llamadoel epicreo Tsin, no se cansaba de producirlas.

    Kin-Fo era el tipo de esos chinos del Norte, cuya razatiende a transformarse y que jams se ha fundido con lostrtaros. No se hubiera podido, encontrar un hombre se-mejante en las provincias del Sur, donde las clases altas ybajas se han mezclado mas ntimamente con la raza manch.Ni por su padre, ni por su madre, cuyas familias estabanretradas desde la conquista tena una sola gota de sangretrtara en sus venas. Alto, bien formado, mas blanco queamarillo, con las cejas trazadas en lnea recta y los ojos casihorizontales, inclinndose apenas en lnea diagonal hacia lassienes, la nariz recta, la cara achatada, habra sido notableaun entre los mejores mozos de las poblaciones de Occi-dente.

    En efecto, Kin-Fo, si pareca chino, era tan slo por sucrneo cuidadosamente afeitado, su frente y su cuello sin unpelo y su magnfica coleta, que, naciendo en el occipucio, sedesarrollaba sobre su espalda como una serpiente de azaba-che. Muy aseado en su persona, llevaba un bigote fino queformaba un semicrculo alrededor de su labio superior y unaperilla que figuraba exactamente por debajo una nota demsica. Sus uas se alargaban hasta mas de un centmetro,prueba que perteneca a esa clase de personas afortunadasque pueden vivir en la ociosidad.

    Quiz tambin su andar negligente y su actitud altivacontribuan a darle aquel aspecto aristocrtico que rodeabatoda a su persona.

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    Por otra parte, haba nacido en Pekn, ventaja que loschinos se muestran muy orgullosos y poda contestar sober-biamente al que le interrogaba: yo soy de arriba. Enefecto, cuando naci su padre, Chun-heu, viva en Pekn y eljoven Kin-Fo tena seis aos cuando pas a establecersedefinitivamente en Shanghai.

    Aquel digno chino, de una excelente familia del Nortedel imperio, posea, como sus compatriotas, una aptitudnotable para el comercio.

    Durante los primeros aos de su carrera, todo lo queproduce aquel rico territorio tan poblado, papeles de Swa-tow, sedera de Su-cheu, azcar cande de Formosa, t deHan-ku y de Fu-ch, hierros de Horn, cobre rojo o amari-llo de la provincia de Yunan, todo fue elemento de negocioy materia de trfico. Su principal casa de comercio, o sea suHong, estaba en Shanghai; pero tenia factoras en Nan-King, en Tien-Tsin, en Macao y en Hong Kong. Teniendofrecuentes comunicaciones con los europeos, los vaporesingleses transportaban sus mercancas y el cable elctrico ledaba los precios de las sederas en Lyon y del opio en Cal-cuta. Ninguno de esos agentes del progreso, que se llaman elvapor y la electricidad, le haba encontrado refractario comoa la mayor parte de los chinos que estn bajo la influencia delos mandarines y del gobierno, cuyo prestigio se va disminu-yendo poco a poco a medida que se introducen en el pasadelantos de la vida civilizada.

    En una palabra, Chung-heu se manej tan hbilmente,as en el comercio con el interior del imperio como en sustratos con las casas portuguesas, francesas, inglesas, nor-

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    teamericanas de Macao y de Hong Kong, que, en el mo-mento en que Kin-Fo vino al mundo, su caudal pasaba ya decuatrocientos mil duros.

    Durante los aos que siguieron, este capital deba dupli-carse por la creacin de un nuevo trfico, que poda llamarseel comercio de coolies del nuevo mundo.

    En efecto, sabido es que la poblacin de la, China es su-perabundante y desproporcionada para la extensin de suvasto territorio, llamado poticamente Celeste imperio, im-perio del centro, imperio o tierra de las flores.

    No se calcula esta poblacin en menos de 360 millonesde habitantes, lo cual equivale a casi una tercera parte de lapoblacin de toda la tierra. Ahora bien, por poco que comael chino pobre come, y la China, aun con sus muchos arro-zales y sus inmensos campos de mijo y de trigo, no bastapara alimentar a todos.

    De aqu que la poblacin sobrante tenga que escaparse yse escape voluntariamente por las brechas que los caonesingleses y franceses han hecho en las murallas materiales ymorales del Celeste Imperio.

    Esta poblacin sobrante se dirige principalmente hacia laAmrica del Norte y, sobre todo, al Estado de California:pero se ha precipitado all con tal violencia, que el Congre-so de los Estados Unidos ha tenido que adoptar mediasrestrictivas contra esta invasin, llamada, bastante descor-tsmente, peste amarilla.

    Algn observador ha dicho que cincuenta millones deemigrantes chinos en los Estados Unido no habran causadodisminucin sensible en la poblacin china y, sin embargo,

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    habran absorbido la raza anglosajona en provecho de la razamogola.

    Sea de esto lo que quiera, el xodo se verific en grandeescala y los coolies, viviendo con un puado de arroz, unataza de t y una pipa de tabaco y siendo aptos para todos losoficios, prosperaron rpidamente en el lago Salado, en Vir-ginia, en el Oregon y, sobre todo, en el Estado de California,donde hicieron bajar considerablemente el precio de los jor-nales.

    Formronse, pues, compaas para el transporte de estosemigrantes tan baratos y desde luego hubo cinco de ellasque los recogan en las cinco provincias del Celeste Imperioy una sexta que se fij en San Francisco. Las primeras en-viaban y la ltima reciba la mercanca y una agencia, llamadala Ting-Tong, la re exportaba.

    Esto exige una explicacin.Los chinos consienten de buena gana en expatriarse para

    buscar fortuna entro los melicanos, nombre que dan a losamericanos; pero con la condicin de que sus cadveressern fielmente devueltos a la tierra natal para ser enterradosen ella. sta es una de las condiciones principales del con-trato, una clusula sine qua non que obliga a las compaas yque no es posible eludir.

    La Ting-Tong, o, por otro nombre, la agencia de losmuertos que dispone de fondos particulares, est encargadade fletar buques para los cadveres. Estos buques salen car-gados de San Francisco para Shanghai, Hong Kong, o Tien-Tsin, y forman un nuevo ramo de comercio, una nuevafuente de ganancia.

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    El hbil y emprendedor Chung-heu lo comprendi as ycuando muri en 1866 era director de la compaa Kuang-Thon en la provincia de su nombre y subdirector de la cajade fondos de los muertos de San Francisco.

    Kin-Fo, hurfano de padre y madre, hered un caudal de4.000.000 de francos, colocados en acciones del BancoCentral de California que tuvo el buen acuerdo de conservar.

    El joven heredero tena cuando muri su padre dieci-nueve aos y es habra encontrado solo si no hubiera tenidoa su inseparable Wang para hacer las veces de mentor y deamigo.

    Quin era este Wang? Haca diecisiete aos que viva enel Yamen de Shanghai y haba sido comensal de padre antesde serlo del hijo. Pero de dnde vena? Qu antecedentestena? stas eran cuestiones bastante oscuras a las cualessolo Chung-heu y Kin-Fo habran podido responder. Sihubieran juzgado conveniente hacerlo, lo cual no era proba-ble, se habra sabido lo siguiente.

    Nadie ignora que la China es por excelencia el pas don-de las insurrecciones pueden durar muchos aos y sublevarcentenares de miles de hombres.

    En el siglo XVII haca ya trescientos aos que reinaba laclebre dinasta de los Ming, de origen chino, cuando, en1644, el jefe de esta dinasta, demasiado dbil contra los re-beldes qua amenazaban su capital, pidi auxilio a un rey tr-taro.

    ste no se hizo de rogar, acudi a China, derrot a losrebeldes, se aprovech de la situacin para derribar al empe-

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    rador que haba implorado su socorro y proclam a su pro-pio hijo Chun-Che.

    Desde aquella poca la autoridad trtara reemplaz a laautoridad china y qued el trono ocupado por emperadoresmanches.

    Poco a poco, sobre todo en las clases inferiores de lapoblacin, las dos razas se confundieron; pero entre las fa-milias ricas del Norte la separacin entre chinos y trtaros semantuvo mas estrictamente, y los diversos tipos se distin-guen todava sobre todo en las provincias septentrionales delimperio, donde se establecieron los irreconciliables quecontinuaron fieles a la dinasta cada.

    El padre de Kin-Fo era de estos ltimos y no desmintilas tradiciones de su familia que se haba negado a entrar enpactos con los trtaros. Una sublevacin contra la domina-cin extranjera, a pesar de haber pasado trescientos aos, lehabra encontrado dispuesto a favorecerla.

    Intil es aadir que su hijo Kin-Fo participaba por com-pleto de sus opiniones polticas.

    En 1860, reinaba todava aquel emperador Shien-Fongque declar la guerra a Inglaterra y Francia, guerra terminadapor el tratado de Pekn, firmado en 25 de octubre de aquelao.

    Pero, antes de esta poca, una insurreccin formidableamenazaba ya a la dinasta reinante. Los Chang-Mao o Tai-Ping, o sean los rebeldes de largas cabelleras, se haban apodera-do de Nan-Kingen en 1853 y de Shanghai en 1855. Shien-Fong muri y su pobre hijo tuvo que hacer grandes esfuer-zos para rechazar a los Tai-Ping; y sin el virrey Li, sin el

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    prncipe Kong y, sobre todo, sin el coronel ingls Gordon,quiz no hubiera podido salvar su trono.

    Los Tai-Ping, enemigos declarados de los trtaros yfuertemente organizados para la rebelin, queran remplazarla dinasta de los Tsing con la de los Wang.

    Formaban cuatro ejrcitos distintos: el primero, que lle-vaba bandera negra, estaba encargado de matar: el segundo,unido bajo, la bandera roja, tena la comisin de incendiar; eltercero, con bandera amarilla, se entregaba al pillaje, y elcuarto, bajo la bandera blanca, estaba encargado de propor-cionar provisiones a los otros tres.

    Hubo operaciones militares importantes en el Kiang-Su.Las ciudades de Su-Chen y de Kia-Hien, situadas a cincoleguas de Shanghai, cayeron en poder de los insurrectos, yno sin gran trabajo, pudieron recobrarlas las tropas imperia-les. Shanghai, muy atacada y amenazada en 1868, en el mo-mento en que los generales Grant y Montauban tomaron elmando del ejrcito anglo-francs, caoneaba los fuertes delPei-ho.

    Ahora bien, en aquella poca Chun-heu, el padre de Kin-Fo, ocupaba una habitacin cerca de Shanghai, no lejos delmagnfico puente que los ingenieros chinos haban construi-do sobre el ro de Su-Chen. No haba visto con malos ojosla sublevacin de los Tai-Ping, pues que se diriga principal-mente contra la dinasta trtara; y en esta situacin en lanoche de 18 de agosto, luego que los rebeldes fueron recha-zados de Shanghai, abri bruscamente la puerta le la habita-cin de Chun-heu.

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    Un fugitivo, que haba podido librarse de los que lo per-seguan, vino a caer a sus pies. El desgraciado no tena armaninguna para defenderse, y si aquel cuya casa haba buscadoasilo entregaba a la soldadesca imperial, estaba perdido.

    El Padre de Kin-Fo no era hombre capaz de entregar aun Tai-Ping, que haba buscado refugio en su casa.

    Volvi a cerrar la puerta, y dijo:- No quiero saber, ni sabr jams quien eres, ni lo que

    haz hecho, ni de dnde vienes. Eres m husped y basta;ests seguro en mi casa,

    El fugitivo quiso hablar para expresar su gratitud, perono tuvo fuerzas para tanto.

    -Cmo te llamas? Le pregunt Chun-heu.- Wang.Era Wang, en efecto, salvado por la generosidad de

    Chun-heu, generosidad que hubiera costado caro a este l-timo, si es hubiera sospechado que haba dado asilo a unrebelde. Pero Chun-heu era uno de esos hombres a la anti-gua para quien todo husped era sagrado.

    Pocos das despus, la sublevacin quedaba definitiva-mente reprimida, y en 1864 el emperador de los Tai-Ping,sitiado en Nankin, se envenenaba para no caer en manos delos imperiales.

    Wang permaneci, desde aquel da, en la casa de subienhechor. Jams tuvo que responder de su vida pasada;nadie le pregunt nada sobre este punto; quiz teman saberdemasiado. Las atrocidades cometidas por los rebeldes, se-gn se deca, haban sido espantosas. Bajo qu banderahaba servido Wang, bajo la amarilla, la roja, la negra o la

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    blanca? Mas vala ignorarlo, en ltimo resultado, y conservarla ilusin que haba pertenecido a la columna de provisiones.

    Wang, contento con su suerte, permaneci, pues siendocomensal de aquella casa hospitalaria. Despus de la muertedo Chun-heu, su hijo no quiso separarse de l, tan acostum-brado estaba a la compaa de aquel amable personaje.

    Pero, a la verdad, en la poca en que comienza esta his-toria quin hubiera podido descubrir un antiguo Tai-Ping,un asesino, ladrn o incendiario, segn se quiera, en aquelfilsofo de cincuenta y cinco aos, en aquel moralista deanteojos, en aquel chino tan chino, de ojos tan oblicuos quesuban hacia las sienes y de bigote y coleta tradicionales?Con su larga tnica de color oscuro, su cinturn levantadosobre el pecho a causa de un principio de obesidad, su bo-nete arreglado segn el decreto imperial, es decir, una espe-cie de sombrero de alas que rodeaba un casquete de dondese escapaban unos flecos rojos, presentaba el aspecto de unhonrado profesor de filosofa, de uno de esos doctores quepueden hacer uso corriente de los ochenta mil caracteres dela escritura china, de un letrado de dialecto superior, de unprimer laureado en el examen de doctores, con derecho apasar por la gran puerta de Pekn, reservada a los Hijos delCielo. Quiz, en resumidas cuentas, el rebelde, olvidando suhorroroso pasado, se haba mejorado al contacto del honra-do Chun-heu, y, abandonando su primer camino, haba to-mado el de la filosofa especulativa.

    Y vase por qu, aquella noche, Kin-Fo y Wang, quenunca se separaban, se hallaban en Canton, y por qu, des-pus de aquel banquete de despedida, ambos se dirigieron a

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    los muelles, en busca del vapor que deba llevarles rpida-mente a Shanghai.

    Kin-Fo caminaba en silencio, un poco pensativo. Wangmiraba a la derecha e izquierda, filosofando sobre la luna ylas estrellas; pasaba bajo la puerta de la Eterna Pureza, queno le pareca demasiado alta para l, bajo la puerta de laEterna Alegra, cuyas hojas le parecan abiertas sobre supropia existencia, y lleg, por fin, a perderse en la sombra delas torres de la pagoda de las Quinientas Divinidades. Elvapor Perma estaba all, dispuesto a marchar, Kin-Fo y Wangse instalaron en los dos camarotes que haban alquilado. Larpida corriente del ro de las Perlas, que arrastra diaria-mente, con el fango de sus orillas, los cadveres de los ajus-ticiados, imprimi al barco una gran velocidad. El vaporpas como una flecha entre las ruinas que haban dejado loscaones franceses delante de la pagoda de nueve pisos lla-mada de la Mitad del Camino, delante de la punta Jardyine,cerca de Wampoa, donde anclan los buques de mayor porteentre los islotes y las estacadas de bambes de las dos orillas.Los 150 kilmetros o sean los 375 lis, que separan a Cantonde la embocadura del ro, fueron recorridos en aquella no-che.

    Al salir el sol, el Perma pasaba por la Boca del Tigre; des-pus, atravesaba las dos barras del Estuario; luego apareci,entre la bruma matinal, el pico Victoria de la isla HongKong, de 125 pies de altura; y, por ltimo, despus de unafeliz travesa, Kin-Fo y el filsofo, cortando las aguas amari-llas del ro Azul, desembarcaban en Shanghai en la costa dela provincia de Kiang-Nan.

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    CAPTULO IIIDonde el lector, sin cansarse, podr dirigir una hojeada a

    la ciudad de Shanghai.

    Un proverbio chino dice:Cuando los sables estn enmohecidos y las rejas del

    arado relucientes.Cuando las crceles estn vacas y los graneros llenos.Cuando los escalones de los templos estn gastados por

    el paso de los fieles y los patios de los tribunales cubiertosde yerba.

    Cuando los mdicos van a pie y los panaderos a caba-llo.

    El imperio est bien gobernadoEl proverbio es bueno. Podra aplicarse justamente a to-

    dos los Estados del viejo y nuevo mundo, pero, si hay unpas en que este bello ideal se encuentre lejos de la realidad,es precisamente el Celeste Imperio. All son los sables losque relucen y los arados los que se enmohecen; las crceles,las que estn llenas, y los graneros los que estn vacos; alllos panaderos huelgan mas que los mdicos; y si las pagodas

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    atraen a los fieles, en cambio los tribunales estn llenos depleitistas y de acusados.

    Por lo dems, un reino de 180.000 millas cuadradas, que,desde el Norte al Sur, tiene una extensin de mas de 800leguas, y, del Este al Oeste, mas de 900, y que cuenta 18grandes provincias, sin hablar de los pases tributarios, comola Mogolia, la Manchuria, el Tbet, el Ton-King, la Corea, lasislas Liu-Chu, etc., no puede menos de estar muy mal admi-nistrado. S los chinos lo sospechan, los extranjeros no pue-den hacerse ilusiones sobre este punto. Solamente, quiz, elEmperador, encerrado en su palacio, cuyas puertas no tras-pasa sino muy rara vez, y protegido por las murallas de unatriple ciudad; solamente aquel Hijo del Cielo, padre y madrede sus sbditos, que hace y deshace las leyes a su voluntad,que tiene derecho de vida y muerte sobre todos, y a quienpertenecen, por derecho de nacimiento, las rentas del impe-rio; solamente aquel soberano, ante el cual se arrastran lasfrentes en el polvo, encuentra que todo va bien en el mejorde los mundos posibles, y no aconsejaramos a nadie quetratase de demostrarle su error. Un Hijo del Cielo no es en-gaa jams. Haba tenido Kin-Fo alguna razn para pensarque vale mas ser gobernado a la europea que a la china?Pareca probable, porque habitaba, no en Shanghai, sinofuera de la poblacin, en a parte de la concesin inglesa quese mantiene en una especie de autonoma muy apreciada.

    Shanghai, la ciudad propiamente dicha, est situada en laorilla izquierda del pequeo ro Huang-P, que, reunindoseen ngulo recto con el Wusung, va despus a mezclar sus a-

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    guas con las del Yang-Tse-Kian ro Azul, y, desde all, sepierde en el mar Amarillo.

    Es un valo formado de Norte a Sur, rodeado de altasmurallas e interrumpido por cinco puertas, que se abrensobre sus arrabales. Forma un laberinto de callejuelas cu-biertas de losas que estropearan muchas barrederas mecni-cas para poderlas limpiar. Sus infinitas tiendas no tienenmostradores, ni escaparates; en ellas los tenderos estn des-nudos hasta la cintura. No se ve un carruaje, ni un palan-qun, y apenas se encuentra gente a caballo; hay algunostemplos indgenas y algunas capillas extranjeras; por todopaseo hay un jardn de t y un campo de maniobras bastantepantanoso, establecido sobre un suelo de aluvin, que cubreantiguos arrozales y est sujeto a emanaciones paldicas. Atravs de aquellas calles y en el fondo de aquellas casas estre-chas, pulula una poblacin de doscientos mil habitantes,formando una ciudad poco envidiable para habitacin, perode gran importancia comercial.

    All, en efecto, despus del tratado de Nan-King, los ex-tranjeros obtuvieron, por primera vez, el derecho de esta-blecer factoras. Aquella fue la puerta abierta, en China, alcomercio europeo. Por eso fuera de Shanghai y de sus arra-bales, el gobierno, mediante una renta anual, conceda treslotes de territorio a los franceses, a los ingleses y a los nor-teamericanos que viven all en nmero de ms de dos milpersonas.

    De la concesin francesa hay poco que decir; es la me-nos importante. Confina casi con el recinto Norte de la ciu-dad, y se extiende hasta el arroyo de Yang-King-Pang que la

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    separa del territorio ingls. All se levantan las iglesias de loslazaristas y de los jesuitas, y, a cuatro millas de Shanghai po-seen tambin el colegio de Tsi-Kave, donde forman bachi-lleres chinos. Pero esta pequea, colonia francesa no tiene laimportancia que sus vecinas, ni mucho menos. De las veintecasas de comercio fundadas en 1861, no quedan mas quetres, y la Caja de Descuentos ha preferido establecerse enterritorio ingls.

    El norteamericano ocupa el recodo que forma el Wu-sung y est separado del territorio ingls por la ensenada delSu-cheu, sobre la cual se ha echado un puente de madera.All estn el hotel Astor y la iglesia de las Misiones; y all seabren los arsenales instalados para la reparacin de los bu-ques europeos.

    Pero, de las tres concesiones, la ms floreciente, sin dis-puta es la concesin inglesa. Habitaciones suntuosas en losmuelles; casas con balcones corridos y jardines; palacios delos prncipes del comercio; el Banco oriental, el Hong de laclebre casa Dent con su razn social de Lao-Chi-Chang, lasfactoras de los Jardyne, de los Russell y de otros grandesnegociantes; el club ingls, el teatro, el juego de pelota, elparque, el hipdromo, la biblioteca; tal es el conjunto de esarica creacin de los anglosajones, que ha merecido justa-mente el nombre de Colonia Modelo.

    Por eso, como dice el seor Len Rousset, no hay queadmirarse de encontrar en aquel territorio privilegiado y bajoel patrocinio de una administracin liberal, una ciudad chinade un carcter especial y que no tiene semejante en ningunaparte.

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    En aquel rincn de tierra, el extranjero que llega por elcamino pintoresco del ro Azul, va ondear cuatro pabellonesal soplo de la brisa: el tricolor francs, el yacht del ReinoUnido, las estrellas americanas, y la cruz de San Andrs,amarilla sobre fondo verde, del Imperio de las Flores.

    En cuanto a los alrededores de Shanghai, el pas llano,sin un rbol, cortado por estrechos caminos empedrados ypor senderos trazados en ngulo recto, agujereado por cis-ternas y por acequias que distribuyen el agua a inmensosarrozales, surcado de canales por donde navegan juncos, queatraviesan los campos, como los barquichuelos a travs delas campias de Holanda, constituye una especie de grancuadro, de tonos muy verdes, al cual faltara el marco. ElPerma, a su llegada, atrac al muelle del puerto indgena, de-lante del arrabal de Shanghai, y all desembarcaron Wang yKing-Fo, antes del Medio da. El movimiento de genteapresurada era enorme en la orilla e indescriptible en el ro.Los juncos por centenares, los barcos-flores, los sampanes,especie de gndolas conducidas por medio de la espadilla,los gigs y otras embarcaciones de varios tamaos, formabanuna ciudad flotante, donde vivan por lo menos cuarenta milalmas, poblacin que no sale de una situacin inferior, ycuya parte mas acomodada no puede levantarse hasta la cla-se de letrados mandarines.

    Los dos amigos pasearon un poco por el muelle, entreaquella multitud heterognea, compuesta de mercaderes detoda especie, vendedores de naranjas, de nueces de arec o depamplenusas, marinos de todas las naciones, aguadores, adi-vinos, bonzos, lamas, sacerdotes catlicos vestidos a la chi-

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    na, con coleta y abanico, soldados, indgenas, ti-paos, agentesde polica del pas, y compradores, especie de corredores quehacen los negocios de los comerciantes europeos.

    Kin-Fo, con el abanico en la mano, paseaba su miradaindiferente sobre la muchedumbre, y no tomaba intersninguno en lo que pasaba en torno suyo. Ni el sonido met-lico de los duros mejicanos, ni el de los taeles de plata, ni elde los zapeques da cobre (el tael vale 30 reales, y el zapequemedio cntimo de peseta) que vendedores y chalanes cam-biaban entre s, no haban podido distraerle: verdad es quetena dinero bastante para comprar el arrabal entero.

    Wang, por su parte haba desplegado, su gran quitasolamarillo adornado de monstruos negros, y, orientado sin cesarcomo debe serlo un chino de raza, buscaba en todas partesmateria para alguna observacin.

    Al pasar por delante de la puerta del Este, su mirada sedetuvo por casualidad en una docena de jaulas de bambdonde estaban las cabezas de los criminales que haban sidoejecutado la vspera.

    - Quiz, dijo, habra otra cosa mejor que hacer que cortarcabezas, y es darles mayor solidez y mayor juicio.

    Kin-Fo no oy, sin duda, la reflexin de Wang, queciertamente le habra admirado procediendo de un antiguoTai-Ping.

    Ambos continuaron por el muelle, dando vuelta a losmuros de la ciudad china.

    Al extremo del arrabal, en el momento en que iban aponer el pie en la concesin francesa, vieron un indgenavestido de una larga tnica azul, el cual daba golpes con un

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    palito sobre un cuerno de bfalo que produca un ruidoestridente. En torno de aquel indgena se haba formado uncorro de gente.

    - All tenemos un Sien-Chang, dijo el filsofo,-Qu nos importa? Exclam Kin-Fo.- Vamos a que te diga la buenaventura. Te vas a casar y

    es oportuno preguntar por tu suerte.Kin-Fo quiso continuar su camino, pero Wang le detu-

    vo.El Sien-Chang es una especie de profeta popular que por

    algunos zapeques predios el porvenir. No tiene mas utensi-lios profesionales que una jaula que contiene un pajarillo yque leva colgada de un botn de su tnica, y una baraja desesenta y cuatro cartas que representaban figuras de dioses,hombres o animales. Los chinos de todas clases general-mente supersticiosos, no desdean las predicciones del Sien-Chang, que por su parte no las toma por lo serio probable-mente.

    Wang hizo seas al adivino y ste extendi por tierra unaalfombra de algodn, dej en ella su jaula, sac las cartas, lasbaraj y las extendi sobre la alfombra de modo que lasfiguras fueran invisibles.

    Entonces abri la puerta de la jaula; sali el pajarillo; eli-gi una de las cartas y se volvi a entrar despus de haberrecibido un grano de arroz por recompensa.

    Sien-Chang volvi la carta, la cual tena una figura dehombre y una divisa escrita en kunanruna, la lengua de losmandarines del Norte; lengua oficial que es la de las perso-nas instruidas.

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    Entonces drigindose a Kin-Fo, le predijo lo que los adi-vinos de todos los pases predicen invariablemente sin com-prometerse, a saber: que, despus de alguna prueba prxima,gozara de diez mil aos de felicidad.

    - Con uno, respondi Kin-Fo, me contento y te doy debarato los dems.

    Despus arroj al suelo un tael de plata, sobre el cual elprofeta se precipit como un perro hambriento sobre unhueso sustancioso. Semejante propina era para l muy ex-traordinaria.

    Wang y su discpulo se dirigieron hacia la colonia france-sa, el primero pensando en la prediccin que concordabacon sus propias teoras sobre la felicidad, y el segundo per-suadido que no podra alcanzarle ninguna desgracia.

    As pasaron delante del consulado de Francia, subieronhasta el puente construido sobre el Yang-King-Pang, atrave-saron el riachuelo y torcieron a travs del territorio inglspara llegar al muelle del puerto europeo.

    Daban entonces las doce. Los negocios, muy activos du-rante la maana, cesaban como por encanto. El da comer-cial, por decirlo as, haba concluido y la calma iba a sucederal movimiento hasta en la ciudad inglesa que, bajo este con-cepto era ciudad china.

    En aquel momento, llegaron al puerto varios buques ex-tranjeros, la mayor parte con pabelln del Reino Unido.Debemos decir que de cada diez de estos buques, nueveiban cargados de opio, sustancia embrutecedora, venenocon que la Inglaterra inunda la China y que produce el 300por 100 de beneficio, emplendose en este negocio un ca-

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    pital que pasa de 260 millones de francos. En vano el go-bierno chino ha querido impedir la importacin de opio, enel Celeste Imperio; la guerra de y el tratado de Nan-Kinghan dado libre entrada a la mercanca inglesa y sentenciadoel pleito a favor de los prncipes del comercio. Debemosaadir tambin, por otra parte, que si el gobierno de Peknlleg hasta imponer pena de muerte a todos los chinos quevendieran opio, hay acomodamientos con los depositariosde la autoridad que hacen la vista gorda mediante algunacantidad y hasta se cree que el mandarn gobernador deShanghai se embolsa anualmente un milln de francos, slopor cerrar los ojos sobre la conducta de sus administradosen este punto.

    Ni Kin-Fo, ni Wang se dedicaban a la detestable cos-tumbre de fumar opio, costumbre que destruye todos losresortes del organismo y conduce rpidamente a la muerte.

    Jams haba entrado una onza de esta sustancia en la ricahabitacin a donde los dos amigos llegaron una hora des-pus de haber desembarcado en el muelle de Shanghai.

    Wang, cosa que hubiera sorprendido de parte de un Tai-Ping, haba dicho:

    - Quiz habra otra cosa mejor que hacer que importar elembrutecimiento a todo un pueblo. Bueno es el comercio;pero la filosofa es mejor. Seamos filsofos ante todo, sea-mos filsofos.

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    CAPTULO IVEN EL CUAL KIN-FO RECIBE UNA CARTA

    IMPORTANTE QUE TIENE YA OCHO DAS DERETRASO.

    Un Yamen es un conjunto de edificios diversos situadosen dos lneas paralelas cortadas perpendicularmente por otralnea de kioscos y de pabellones. Por lo general, sirve dehabitacin a los mandarines de elevada categora y perteneceal Emperador; pero no est prohibido a los chinos ricosposeer un Yamen en propiedad, y uno de stos era el quehabitaba el opulento Kin-Fo.

    Wang y su discpulo se detuvieron a la puerta principal,abierta en el frente del vasto recinto que rodeaba las diversasconstrucciones del Yamen, sus jardines y sus patios.

    Si en vez de la morada de un simple particular hubierasido la de un magistrado o mandarn, habra habido en elportal pintarrajeado un gran tambor donde da y noche ha-bran negado a dar golpes los que hubieran tenido que re-clamar justicia. Pero en lugar del tambor de lasreclamaciones, haba grandes jarrones de porcelana quecontenan t fro, incesantemente renovado, gracias al cui-

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    dado del mayordomo. El contenido de aquellos jarronesestaba a disposicin de los transentes, generosidad quehaca honor a Kin-Fo, el cual por lo mismo estaba muy bienvisto entre sus vecinos del Este y del Oeste.

    A la llegada del amo, la familia de la casa corri a lapuerta para recibirle. Ayudas de cmara, lacayos, porteros,mozos de sillas de mano, palafreneros, cocheros, criados,vigilantes nocturnos, cocineros, toda la gente que componela servidumbre china, formaron calle a las rdenes del ma-yordomo, y detrs haba una docena de coolies alquiladospor mozos para los trabajos mas penosos.

    El mayordomo dio la bienvenida al amo, el cual hizoapenas una sola con la mano y pas rpidamente.

    -Sun? Pregunt Kin-Fo.-Sun! Respondi Wang sonrindose; si Sun estuviese

    ah, no sera Sun.-Dnde est Sun? Repiti Kin-Fo.El mayordomo tuvo que confesar que ni l, ni nadie sa-

    ba lo que se haba hecho de Sun.Sun era nada menos que el primer ayuda de cmara, es-

    pecialmente agregado a la persona de Kin-Fo y sin el cualste no poda pasar un momento.

    Era Sun un criado modelo? No, al contrario, era impo-sible servir peor. Distrado, torpe de manos y de lengua,glotn, cobarde, un verdadero chino de biombo; pero fielen suma y el nico al fin y al cabo que tena el don de con-mover a su amo. Kin-Fo encontraba veinte ocasiones al dade enfadarse contra Sun y no le castigaba ms que diez; peroal menos estas diez le hacan salir de su indiferencia habitual

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    y ponan su bilis en movimiento. Era, pues, como se ve, un,servidor higinico.

    Por lo dems, Sun, como sucede a la mayor parte de loscriados chinos, tomaba por si mismo la iniciativa, sometin-dose al castigo cuando lo haba merecido. Su amo entonceslo castigaba; llovan los palos sobre sus espaldas; pero Sunno haca caso y solamente se mostraba sensible a los cortessucesivos que Kin-Fo impona a su coleta, que le caa sobrela espalda, cuando se trataba de alguna falta grave.

    Nadie ignora, en efecto, lo mucho que se cuidan los chi-nos de este apndice extravagante.

    La prdida de la coleta es el primer castigo que se aplicaa los criminales; es un deshonor para la vida. As el desgra-ciado sirviente nada tema mas que el ser condenado a per-der una punta de su coleta. Haca cuatro aos, cuando entral servicio de Kin-Fo, su trenza era una de las ms hermosasdel Celeste Imperio, pues meda un metro y 25 centmetros;pero en el momento en que le presentamos al lector no lequedaban ms que 57 centmetros. A continuar as, dentrode dos aos Sun deba estar completamente peln.

    Wang y King-Fo, seguidos de la servidumbre de la casa,atravesaron el jardn, cuyos rboles, la mayor parte coloca-dos en tiestos de barro y cortados con arte sorprendentepero lamentable, presentaban formas de animales fantsti-cos. Despus dieron vuelta al estanque poblado de garamisy de peces colorados, y cuyas aguas lmpidas desaparecanbajo las anchas flores rojas del nelumbo, el mas hermoso delos nenfares originarios del Imperio de las Flores. Saluda-ron un jeroglfico cuadrpedo pintado con colores vivsimos

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    en una pared construida ad hoc como un fresco simblico yllegaron al fin la puerta de la habitacin principal del Yamen.

    Era una casa compuesta de un piso bajo y otro principaly levantada sobre un terrero al cual daban acceso seis esca-lones de mrmol.

    Persianas de bamb colocadas delante de las puertas y lasventanas, hacan soportable la temperatura ya excesiva, favo-reciendo la circulacin del aire en lo interior. El techo planocontrastaba con los tejados fantsticos de los pabellonesesparcidos ac y all en todo el recinto, y cuyas tejas multi-colores y cuyos ladrillos labrados de finos arcos divertan lavista.

    En lo interior, a excepcin de los cuartos reservados pa-ra Wang y Kin-Fo, no haba ms que salones, rodeado degabinetes de tabiques transparentes adornados de guirnaldasde flores pintadas de inscripciones que contenan esas sen-tencias morales de que son tan prdigos los habitantes delCeleste Imperio. Por todas partes haba sillas de extraasfiguras de barro, de porcelana, de madera o de mrmol, cu-biertas de cojines; por todas partes, lmparas o faroles dediversas formas, de vidrios matizados, de colores suaves yadornados de bellotas, franjas y penachos como una mulaespaola; por todas partes tambin mesitas para tomar t,llamadas cha-ki, complemente indispensable de un mueblajechino. En cuanto a las cinceladuras de marfil, a los bronces,a las lacas con filigrana de oro en relieve, a los jarrones de uncolor blanco lechoso o verde esmeralda, los vasos redondoso prismticos de la dinasta de los Ming o de los Tsing, a lasporcelanas, mas buscadas aun, de la dinasta de los Yen, a los

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    esmaltes de color de rosa o amarillo traslucido, cuyo secretono se ha podido encontrar, se hubieran necesitado muchashoras para contarlos. Aquella lujosa habitacin contenatodas las comodidades europeas unidas a todos los objetosde la fantasa china.

    En efecto, Kin-Fo, como ya hemos dicho, y como loprobaban sus aficiones, era un hombre de progreso. Ningu-na invencin moderna de los occidentales lo encontrabarefractario; perteneca a la categora de esos Hijos del Cielo,demasiado raros todava, a quienes seducen las fsicas y qu-micas. No era de aquellos brbaros que cortaron los prime-ros hilos elctricos que la casa Reynolds quiso establecerhasta Wusung con el objeto de saber mas rpidamente lallegada de los correos ingleses y norteamericanos; ni eratampoco de aquellos mandarines atrasados, que, por no de-jar que el cable submarino de Shanghai a Hong Kong sefijase en ningn punto del territorio, obligaron a los encar-gados de tenderlo, a fijarle en un barco flotante en mediodel ro.

    No Kin-Fo se una a aquellos compatriotas suyos quehaban aprobado que el gobierno fundase los arsenales deFu-chao bajo la direccin de ingenieros franceses. Poseaacciones de la compaa, de vapores chinos que hacen elservicio entre Tien-Sing y Shanghai en inters puramentenacional, y estaba tambin interesado en la empresa de esosbuques de gran celeridad que iban y venan a Singapur, y queadelantan tres o cuatro das al correo ingls. El progresomaterial se haba introducido hasta en su interior. En efecto,aparatos telegrficos ponan en comunicacin los diversos

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    edificios de su Yamen. Campanillos elctricos unan los apo-sentos diversos de su casa. Durante la estacin fra mandabaencender fuego y se calentaba sin vergenza, ms juicioso enesto que sus conciudadanos que se hielan delante del hogarvaco, bajo su cudruple o quntuple vestido. Se alumbrabacon gas, como el inspector general de aduanas de Pekn,como el riqusimo Yang, principal propietario de los Montesde Piedad del Celeste Imperio. En fin, abandonando el usoanticuado de la escritura, en su correspondencia ntima habaadoptado, como se ver muy pronto, el fongrafo, recien-temente perfeccionado por Edison.

    As, pues, el discpulo del filsofo Wang, tena, en laparte material de la vida, tanto como en la parte moral todolo que necesitaba para ser feliz. Sin embargo, no lo era. Te-na a Sun para sacarle de su apata cotidiana; pero el mismoSun no bastaba para darle la felicidad.

    Es verdad que, por el momento, al menos, Sun, que ja-ms estaba donde deba estar, no se present. Sin duda,haba cometido alguna grave falta, alguna torpeza de marcamayor, en ausencia de su amo; y, si no tema por sus costi-llas, habituadas al rten domstico, todo induca a creer quetemblaba por su trenza de pelo.

    -Sun! Haba exclamado Kin-Fo, o entrar en el vestbulo,al cual daban los salones de derecha a izquierda y su vozindicaba una impaciencia grande.

    -Sun! Haba repetido Wang, cuyos buenos consejos yreprensiones, no producan el menor efecto en el incorregi-ble criado.

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    -Que me, descubran a Sun y le traigan aqu, dijo Kin-Fo,dirigindose el mayordomo, que envi toda su gente enbusca del criado.

    Wang y Kin-Fo se quedaron solos.- La sabidura, dijo entonces el filsofo, exige que el via-

    jero que vuelve a su casa tome algn descanso.- Seamos sabios, respondi simplemente el discpulo de

    Wang.Y, despus de haber estrechado la mano del filsofo, se

    dirigi a su cuarto, mientras Wang se encaminaba al suyo.Kin-Fo, vindose solo, se tendi sobre un de los blandos

    divanes, de construccin europea, cuyo mullido no hubierapodido arreglar jams un tapicero chino. All estuvo soan-do, despierto, en su matrimonio con la amable y linda jovenque iba a ser compaera de su vida; y esto no puede sor-prender a nadie, porque estaba en vsperas de ir a buscarla.Aquella graciosa persona no viva en Shanghai, sino en Pe-kn, y Kin-Fo se dijo a s mismo que sera convenienteanunciarle, al mismo tiempo que su vuelta a Shanghai, suprximo viaje a la capital del Celeste Imperio. Crey tam-bin que no estara de ms mostrar en la carta cierta impa-ciencia ligera, cierto deseo de volverla a ver. Sin duda,experimentaba un verdadero afecto hacia ella. Wang le habademostrado, con todas las reglas indiscutibles de la lgica,que aquel elemento nuevo que iba a introducir en su exis-tencia, podra producir lo desconocido... esto es, la felicidadque... que... cuya... Con estos pensamientos, Kin-Fo se habadormido insensiblemente, si no hubiera sentido una especiede cosquilleo en la mano derecha.

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    Inmediatamente sus dedos se cerraron, y, entre ellos, seencontr un cuerpo cilndrico, ligeramente nudoso, de untamao regular, que, sin duda, tena la costumbre de mane-jar.

    Kin-Fo no poda engaarse. Era un rten, que se habaintroducido en su mano derecha. Al mismo tiempo, oypronunciar, y en tono resignado, estas palabras:

    - Cuando el seor quiera.Kin-Fo se levant y, por un movimiento instintivo,

    blandi el rten corrector.Sun estaba delante de l medio encorvado, en la postura

    de un paciente que presenta sus espaldas. Con una mano seapoyaba sobre la alfombra de la habitacin, y, en la otra,tena una carta.

    - Al fin has venido, dijo Kin-Fo.- S, s seor, respondi Sun. No esperaba a mi amo

    hasta la tercera vspera de la noche. Cuando el seor quiera.Kin-Fo arroj al suelo el rten. Sun, aunque natural-

    mente muy amarillo, se puso plido.- Si me ofreces la espalda sin otra explicacin, dijo el

    amo, es seal que mereces ms.Qu ha pasado?- Esta carta...- Habla, exclam Kin-Fo, tomando la carta que le pre-

    sentaba Sun.- Se me olvid drsela al seor antes que saliera para

    Canton.-Ocho das de retraso, tunante!- He hecho mal, amo mo.

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    - Ven aqu,- Soy como un pobre cangrejo sin patas, que no puede

    andar. Ay, ay, ay!Aquel ltimo grito era de desesperacin. Kin-Fo haba

    cogido a Sun por la coleta, y, con unas tijeras bien afiladas,acababa de cortarle la punta.

    Si duda, al desgraciado cangrejo le nacieron patas inme-diatamente, porque se alej con presteza, no sin haber reco-gido de la alfombra el trozo cortado de su preciosoapndice, que, de 57 centmetros, qued reducido a 54.

    Kin-Fo, que haba vuelto a su perfecta tranquilidad ha-bitual, se sent de nuevo en el divn y examin, comohombre desocupado, la carta que haba llegado haca ochodas. No estaba irritado contra Sun nada ms que por sunegligencia, no por el retraso. Qu inters poda tener paral una carta cualquiera? Solamente podra interesarle, si leproporcionara alguna emocin.

    Miraba, pues, la carta distradamente.El sobre, era de una tela almidonada, mostraba, por uno

    y otro lado, diversos sellos de color vinoso y de chocolate,en los cuales, debajo de un retrato de hombre, se vean n-meros de centavos y de seis centavos.

    Esto indicaba que la proceda de los Estados Unidos deAmrica.

    - Bueno, dijo Kin-Fo, encogindose de hombros, unacarta de mi corresponsal de San Francisco.

    Y la dej sobre el divn.En efecto. Qu poda decirle su corresponsal? Que los

    ttulos que componan parte de su caudal, dorman tranqui-

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    lamente en las cajas del Banco Central de California, que susacciones haban subido un 15 20 por 100, y que los divi-dendos activos seran superiores a los del ao precedente,etc. Algunos miles de duros, de ms o menos, no podanconmoverle.

    Sin embargo, pocos minutos despus, volvi a tomar lacarta y rompi maquinalmente el sobre; pero, en vez deleerla desde luego, busc con la vista la firma.

    - Es, en efecto, una carta de mi corresponsal, dijo. Nopuede hablarme sino de negocios. Dejemos los negociospara maana.

    Y, por segunda vez, iba a dejar la carta cuando atrajo susmiradas una palabra, subrayada con varias rayas, en la se-gunda pgina. Era la palabra pasivo, hacia la cual el corres-ponsal de San Francisco haba querido, evidentemente,llamar la atencin de Kin-Fo.

    Ley entonces la carta, desde el principio hasta el fin, nosin cierto sentimiento de curiosidad, muy extrao en l

    Por un instante, sus cejas se fruncieron; pero cuandoacab la lectura, se agit en sus labios una sonrisa desdeo-sa.

    Despus se levant, dio unos veinte pasos por su cuartoy se acerc al tubo acstico que le pona en comunicacindirecta con Wang. Llevle a la boca y estuvo a punto delanzar el silbido de atencin; pero despus se contuvo, dejcaer la manga de goma y se volvi a tender sobre el divn,diciendo:

    -Bah!

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    Esta interjeccin pintaba el carcter de Kin-Fo. Despusdijo:

    -Y ella? Ella est mas interesada que yo todo esto.Se acerc entonces a una mesita de laca, en la cual haba

    una caja oblonga, preciosamente cincelada; pero, antes deabrirla, se detuvo su mano.

    -Qu me deca, en su ltima carta? Murmur.Y, en vez de levantar la tapa de la caja, apoy el dedo en

    un resorte fijado en uno de sus extremos. Inmediatamentese oy una voz suave, que deca:

    Mi hermanito mayor: No soy para ti como la flor mei-hua, en la primera luna, como la flor del albaricoque en lasegunda, como la flor del melocotn en la tercera? Coraznmo de piedras preciosas, te deseo mil y mil felicidades.

    Era la voz de una joven, cuyas tiernas palabras repeta elfongrafo.

    -Pobre hermanita menor! Dijo Kin-Fo.Despus, abriendo la caja, sac del aparato el papel cu-

    bierto de ranuras que acababa de reproducir todas las infle-xiones de la voz de la joven de Pekn, y le reemplaz porotro. El fongrafo estaba entonces tan perfeccionado, quebastaba hablar en voz alta para que la membrana quedaraimpresionada y el cilindro, movido por un movimiento derelojera, registrara las palabras sobre el papel del aparato.

    Kin-Fo habl por espacio de un minuto. En su voz,siempre tranquila, no hubiera podido encontrase la impre-

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    sin de alegra, ni de tristeza, conque pronunciaba su pen-samiento.

    Apenas si pronunci tres o cuatro frases; y hecho esto,suspendi el movimiento del fongrafo, retir el papel espe-cial, sobre el cual la aguja, influida por la membrana, habatrazado ranuras oblicuas, correspondientes a las palabraspronunciadas, y despus, metindolo en un sobre, lo sell, yescribi, de derecha a izquierda, lo que sigue:

    Seora Le-uCarrera de Cha-cua

    Pekn

    Toc un timbre elctrico, a cuyo sonido acudi inme-diatamente el criado encargado de la correspondencia, elcual recibi orden de llevar inmediatamente aquella carta alcorreo.

    Una hora despus, Kin-Fo dorma tranquilamente, te-niendo entre los brazos el chu-fu-yan. Especie de almohada debamb trenzado, que mantiene en las camas chinas unatemperatura muy apreciable en aquellas latitudes.

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    CAPTULO VEn el cual Le-u recibe una carta que hubiera preferido no

    recibir.

    -No ha venido carta ninguna todava para m?- No, seora.- Qu largo me parece el tiempo, buena madre!As hablaba por dcima vez en aquel da la graciosa Le-u

    en su tocador de la carrera de Cha-cua, en Pekn. La buenamadre que le responda, y a la cual daba este nombre aplica-do en China a las criadas de edad respetable, era la gruonay desagradable seorita Nan.

    Le-u se haba casado a los dieciocho aos de edad conun letrado de primer orden que colaboraba en el famoso Se-khu-Tsuan-Chu 1. Aquel sabio tena tres veces la edad de suesposa. Muri tres aos despus de aquella unin despro-porcionada.

    La joven viuda se encontr, pues, sola en el mundo a losveitin aos de edad. Kin-Fo la vio en un viaje que hizo aPekn por aquel tiempo, y Wang que la conoca llam la

    1 Esta obra, que principi en 1793, debe componerse de 160.000 tomosy no se han publicado mas que 78.738.

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    atencin de su indiferente discpulo, hacia su linda persona.Kin-Fo se dej conducir y acept la idea de modificar lascondiciones de su vida, casndose con la hermosa joven.Le-u no fue insensible a la proposicin que se le hizo, y elmatrimonio, arreglado con gran satisfaccin del filsofo,deba celebrarse luego que Kin-Fo volviese a Pekn despusde haber hecho en Shanghai los preparativos necesarios.

    No es comn en el Celeste Imperio que las viudas vuel-van a casarse, no porque no lo deseen tanto como las de lospases occidentales, sino porque de este deseo no suelenparticipar los hombres. Si Kin-Fo era una excepcin de laregla, es porque Kin-Fo, como ya hemos dicho, pasaba porun ente original.

    Es verdad que Le-u, casada en segundas nupcias, no ten-dra derecho a pasar por debajo de los pae lus, arcos conme-morativos que el emperador

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    Manda levantar algunas veces en honor de las mujeresclebres por su fidelidad al marido difunto, tales como laviuda Sung que no quiso abandonar jams la tumba de sumarido, la viuda Kung-Kiang que se cort u brazo, la viudaYen-Chiang que se desfigur en seal de dolor conyugal;pero Le-u pens que podra sacar mejor partido de susveintin aos. Iba a volver de aquella vida de obediencia queconstituye la misin de la mujer en la familia china, a renun-ciar a hablar de las cosas que pasan fuera de la familia, a con-formarse con los preceptos del libro Li-num sobre lasvirtudes domsticas y el libro Nei-tse-pien sobre los deberesdel matrimonio, a recobrar, en fin, aquella consideracin quegoza la esposa, que en las clases elevadas no es una esclavacomo se cree generalmente. As Le-u, inteligente, instruida,comprendiendo el lugar que ocupara en la vida de aquel ricoaburrido, y sintindose atrada hacia l por el deseo de de-mostrarle que hay felicidad en este mundo, estaba entera-mente resignada a su suerte.

    El sabio a su muerte haba dejado a la joven viuda en unasituacin bastante desahogada, aunque mediana. La casa dela carrera de Cha-cua era, pues, modesta; la insoportableNan compona toda su servidumbre; pero Le-u se habaacostumbrado a sus modales, que no son exclusivos de loscriados del Imperio de las Flores.

    En el tocador, donde la hemos presentado, era donde lajoven sola estar con mas frecuencia. El mueblaje hubieraparecido muy sencillo a no haber sido por los ricos regalosque desde dos meses antes llegaban de Shanghai. Colgabande las paredes algunos cuadros, entre otros una obra maestra

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    del antiguo pintor Haum-Tse-nem 2, que hubiera llamado laatencin exclusivamente de los conocedores entre una mul-titud de acuarelas demasiado chinescas donde se vean caba-llos verdes, perros de color violeta y rboles azules pintadospor algn artista novel. Sobre una mesa de laca se vean,como grandes mariposas de alas extendidas, unos abanicosprocedentes de la clebre escuela de Swatow. De un jarrnde porcelana se escapaban elegantes festones de esas floresartificiales tan admirablemente fabricadas con la mdula delarabia papyrfera de la isla de Formosa, y que rivalizaban conlos blancos nenfares, los crisantemos amarillos y los liriosrojos del Japn, que estaban llenos varios canastillos de ma-dera con labores finas. Sobre todo este conjunto las cortinasde bamb trenzado de las ventanas no dejaban pasar msque una luz tenue que desgranaba, digmoslo as, los rayossolares. Una magnifica pantalla hecha de grandes plumas degaviln, cuyas manchas artsticamente dispuestas, figurabanuna gran peona, emblema de la hermosura del Imperio delas Flores, dos pajareras en forma de pagoda, verdaderoscaleidoscopios de los pjaros de la India de ms brillantes 2 La fama de los grandes maestros se ha transmitido hasta nosotros pormedio de tradiciones, que , no por ser anecdticas, dejan de llamar laatencin. Se dice, por ejemplo, que en el siglo III un pintor, llamadoTsao-Puh-Ying, habiendo concluido una pantalla para el emperador, sedivirti en pintar en ella ac y all, algunas moscas y tuvo la satisfaccinde ver a S.M. coger su pauelo para espantarlas. No menos clebrefueHaum-Tse-Nen que floreci hacia el ao 1000. Encargado de lapintura mural de una sala del palacio, pint en ella varios faisanes, yhabiendo llegado unos enviados extranjeros que llevaban de regalohalcones al emperador, al entrar en aquella sala, los halcones, al ver losfaisanes pintados, se lanzaron sobre ellos con ms detrimento de suscabezas que satisfaccin de sus instintos voraces.

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    colores; algunos tiemaoles eolios, cuyas lminas de vidrio vi-braban al impulso de la brisa; mil objetos en fin que recor-daban al ausente, completaban el curioso adorno de aquellahabitacin.

    -No hay carta todava, Nan?-Eh! No, seora, todava no.La joven Le-u era una muchacha encantadora. Bonita

    aun para ojos europeos, blanca y no amarilla, tena dulcemirada en sus ojos que apenas se inclinaban un poco hacialas sienes; negros cabellos adornados con algunas flores demelocotn, fijas por alfileres de cristal verde; dientes pe-queos y blancos, cejas apenas teidas por un pequeo ro-que de tinta china; no se pona colorete, ni blanquete comogeneralmente lo hacen las hermosuras del Celeste Imperio,ni carmn en el labio inferior, ni una pequea raya verticalentre los dos ojos, ni ninguna capa de ese aceite en el cualgasta todos los aos la corte imperial unos diez millones dezapeques. No necesitaba ninguno de aquellos ingredientesartificiales; sala poco de su casa y poda desdear aquellamscara que, fuera de casa, hace uso toda mujer china.

    En cuanto a su tocado, no le haba ni ms sencillo, nims elegante. Llevaba un vestido largo, de cuatro aberturas,orlado de un ancho galn bordado. Bajo aquella tnica tenaun jubn plegado y un peto con adornos de filigrana; desdela cintura bajaba un pantaln que se anudaba sobre la calcetade seda de Nan-King y en los pies lindas zapatillas adorna-das de perlas.

    J.Thompson (Viaje a China)

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    No necesitaba ms la joven viuda para estar lindsima, sise aade que sus manos eran finas y que conservaba susuas largas y sonrosadas en estuchitos de plata, construidoscon arte exquisito.

    Y sus pies? Ah! Sus pies eran pequeos, no por esacostumbre de compresin brbara que por fortuna tiende aperderse, sino porque la naturaleza les haba hecho as.Aquella moda dura ya desde hace setecientos aos y se des-vi probablemente a alguna princesa estropeada. En su apli-cacin ms sencilla, haciendo la flexin de los cuatro dedosbajo la planta, dejando el taln intacto, hace de la pierna unaespecie de tronco de cono, dificulta absolutamente el andar,predispone a la anemia y no tiene siquiera, como ha podidocreerse, la excusa de los celos maritales. As es que se vaperdiendo poco a poco desde la conquista de los trtaros, yya de diez chinas apenas se encuentran tres que hayan sidosometidas desde su infancia a esa serie de operaciones dolo-rosas que desfiguran el pie.

    -No es posible que no haya carta hoy, dijo otra vez Le-u.Valo usted, buena madre.

    -Ya lo he, visto, respondi muy irrespetuosamente Nan,que sali del cuarto gruendo.

    Le-u se puso entonces a trabajar para distraerse, aunqueel trabajo le traa tambin a la memoria a Kin-Fo, porqueestaba bordndole un par de zapatillas de tela, cuya fabrica-cin est reservada casi nicamente a la mujer en las casaschinas, cualquiera que sea la clase a que pertenezca, pero enbreve se le cay la labor de las manos. Se levant. Tom deuna bombonera dos o tres almendras que mordi entre sus

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    finos dientes despus abri un libro, el Nushum, cdigo deinstrucciones que debe leer habitualmente toda esposa hon-rada.

    As como la primavera es la estacin ms favorable parael trabajo, el amanecer es el momento mas propicio para lalabor del da.

    Levntate temprano y no te dejes dominar de los atrac-tivos del sueo.

    Cuida la morera y el camo.Hila con cuidado la seda y el algodn.La virtud de las mujeres consiste en la actividad y en la

    economa.Deja a tus vecinos hacer tu elogio...En breve, Le-u cerr el libro porque no pensaba en lo

    que lea.-Dnde est? Se pregunt. Ha debido ir a Canton.

    Habr vuelto a Shanghai? Cundo llegar a Pekn? Lehabr ocurrido algo en el mar? Protjale la diosa Koanin!

    As deca la inquieta joven. Despus sus ojos se fijarondistradamente sobre un tapete hecho artsticamente de milpedacitos de tela reunidos formando una especie de mosai-co a la moda portuguesa donde estaban dibujados el patomandarn y su familia, smbolo de felicidad. Despus seacerc a uno de los canastillos de flores y tom una al acaso.

    -Ah! Dijo; no es esta la flor del sauco, emblema de laprimavera, de la juventud y de la alegra: es el crisantemoamarillo, emblema del otoo y de la tristeza.

    Para desechar la ansiedad que iba creciendo y apodern-dose de su espritu, tom su lad, recorri las cuerdas con

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    los dedos, y sus labios murmuraron las primeras palabras delcanto de las manos unidas; pero no pudo continuar.

    - Sus cartas, exclam, no se retrasaban tanto en otrotiempo. La lea con el alma conmovida; o, bien, en vez deesas lneas que se dirigen tan solo a los ojos, era su voz laque sola or; ese aparato me hallaba como si l hubiera esta-do cerca de m.

    Y Le-u miraba un fongrafo que estaba en un velador delaca y que era en todo semejante al que usaba Kin-Fo enShanghai. Ambos podan as hablarse y or mutuamente suvoz, a pesar de la distancia que les separaba... pero aquel da,como los anteriores, el aparato permaneca mudo y no co-municaba a Le-u los pensamientos del ausente.

    En aquel momento, entr la vieja diciendo:- Aqu est la carta.Nan sali despus de haber puesto en manos de Le-u

    una carta con el sello de Shanghai.La joven se sonri y sus ojos brillaron vivamente; rom-

    pi con presteza el sobre sin tomarse tiempo para contem-parle como tena de costumbre.

    La cubierta no contena carta ninguna, sino uno de esospapeles de ranuras oblicuas que, ajustadas al aparato fon-grafo, reproducen todas las inflexiones de la voz humana.

    -Ah! Mas me gusta as, exclam alegremente Le-u. Leoir por lo menos.

    Coloc el papel sobre el cilindro del fongrafo que, porun movimiento de relojera, comenz a dar vueltas, y Le-u,aproximando su odo, oy una voz muy conocida que deca:

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    Hermanita menor: la ruina se ha llevado todas mis ri-quezas como el viento de Este se lleva las hojas secas delotoo. No quiero hacerte miserable asocindote a mi mise-ria. Olvida al hombre abrumado de diez mil desgracias

    Tu desesperado Kin-Fo.

    Qu golpe para la joven! En adelante la esperaba unavida mas amarga que la amarga genciana. S, el viento del orose llevaba sus ltimas esperanzas con la riqueza de aqul aquien amaba. El amor que Kin-Fo le tena haba voladopara siempre? No crea su amigo que la felicidad consistieramas que en la riqueza? Pobre Le-u! Pareca una cometacuyo hilo se ha roto y que cae destrozada sobre el suelo.

    Nan entr en el cuarto llamada por su seora, se encogide hombros y la traslad a su hang. Pero, aunque ste erauna de camas-estufas que se caldean artificialmente, parecifra a la desgraciada Le-u. Cun largas le parecieron las cin-co vsperas de aquella noche sin sueo!

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    CAPTULO VIEn cual dar quiz al lector gana de hacer una visita

    a las oficinas de la Centenaria

    A la maana siguiente, Kin-Fo, cuyo desprecio de las co-sas de este mundo no se desmenta un solo instante, salide su casa y, con paso igual, baj por la orilla derecha deltorrente, y al llegar al puente de madera que pone la conce-sin inglesa en comunicacin con la norteamericana, atrave-s la corriente y es dirigi hacia una de hermosa apariencialevantada entre la iglesia de las Misiones y el consulado delos Estados Unidos.

    En la fachada de aquella casa se ostentaba una granmuestra de cobre en letras tumulares:

    LA CENTENARIACompaa de seguros sobre la vida.

    Capital de garanta: 20 millones de duros.Agente principal: William J. Bidulph

    Kin-Fo empuj la puerta, defendida por una mampara,y se encontr en un despacho dividido en dos partes por

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    una sencilla balaustrada a la altura del brazo. Algunos estan-tes para legajos, libros con abrazaderas de nquel, una cajaamericana de secretos que se defenda por s misma, dostres mesas donde trabajaban los empleados de la agencia, yuna complicada mesa de despacho, reservada para el ilustreWilliam J. Bidulph, componan el mueblaje de aquella piezaque pareca pertenecer a una casa de la calle Ancha de Nue-va York (Brodway) mas que a un edificio construdo a ori-llas del Wusung.

    William J. Bidulph era el agente principal en China de lacompaa de seguros contra incendios y sobre la vida, quetena su residencia social en Chicago. La Centenaria (buenttulo que debera atraer a los clientes), famosa en los Esta-dos Unidos, tena sucursales y representantes en las cincopartes del mundo, y haca negocios enormes, merced a susestatutos audaces y liberalmente redactados que la autoriza-ban a dar seguros contra toda clase de riesgos.

    As los habitantes del Celeste Imperio comenzaban a se-guir esas corrientes modernas de ideas que llenan las cajas delas compaas de ste gnero. Gran nmero de esas chinasestaban aseguradas contra el incendio, y los contratos deseguros en caso de muerte, con las mltiples combinacionesa que dan lugar, tenan muchas firmas chinas. Las placas dela Centenaria se vean en gran nmero en los dinteles de laspuertas de Shanghai y tambin sobre las columnas del ricoYamen de Kin-Fo. Este, por consiguiente, no llevaba la in-tencin de asegurar su posesin contra el incendio al visitaral ilustre William J. Bidulph.

    -El seor Bidulph? Pregunt al entrar.

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    William J. Bidulph estaba presente como un fotgrafo,que opera por s mismo, se encuentra siempre a la disposi-cin del pblico, y era un hombre de cincuenta aos, co-rrectamente vestido de negro, con frac, corbata blanca, todala barba, menos los bigotes, y aire completamente america-no.

    -A quin tengo el honor de hablar? Pregunt William J.Bidulph.

    - Al seor Kin-Fo de Shanghai.- Kin-Fo... uno de los asegurados en la Centenaria pliza

    nmero veintisiete mil doscientos...- l mismo.-En qu puedo servir a usted, caballero?Deseo hablar a usted particularmente.La conversacin entre los dos personajes deba ser tanto

    ms fcil cuanto que William J. Bidulph hablaba tan perfec-tamente el chino como Kin-Fo el ingls.

    El rico cliente fue introducido, con las consideracionesque le eran debidas, en un gabinete cubierto de sordos tapi-ces, cerrado con dobles puertas, donde habra podido cons-pirarse para derribar la dinasta de los Tsin, sin temor de serodos por los ms finos tipaos del Celeste Imperio.

    - Caballero, dijo Kin-Fo, luego que se hubo sentado enuna mecedora delante de una chimenea calentada con gas,deseara tratar con la compaa para asegurar a mi muerte elpago de un capital cuyo importe dir a usted enseguida.

    - Nada ms sencillo, respondi William J. Bidulph. Condos firmas, la de usted y la ma, al pie de una pliza, quedarhecho el seguro despus de algunas formalidades prelimina-

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    res. Pero permtame usted que le haga una pregunta. Su-pongo que tendr usted el deseo, muy natural por otra parte,de no morir sino a una edad muy avanzada.

    -Por qu razn? Pregunt Kin-Fo. Por lo general, el se-guro sobre la vida indica en el asegurado el temor de unamuerte prxima.

    -Oh! Dijo William. J. Bidulph con gran serenidad, esetemor no existe jams en los clientes de la Centenaria. Sumismo nombre lo indica. Asegurarse en su compaa estomar patente de larga vida. Es muy raro que nuestrosclientes no vivan por lo menos cien aos... Muy rraro... muyraro. Por su propio inters, deberamos quitarles la vida...Por eso hacemos tantos y tan grandes negocios. As, pues,prevengo a usted que asegurarse en la Centenaria es tenercasi la certidumbre de vivir cien aos.

    -Ah! Dijo tranquilamente Kin-Fo, dirigiendo una miradafra a William J. Bidulph.

    El agente principal, serio como un ministro, no parecadispuesto a chancearse.

    - De todos modos, repuso Kin-Fo, deseo asegurarmepor 200.000, duros.

    - Capital, 200.000 duros, dijo William J. Bidulph, escri-biendo en un cuaderno aquella suma, cuya importancia no lohizo siquiera pestaear.

    Ya sabe usted aadi, que el seguro es nulo y todas lasprimas pagadas, cualquiera que sea su nmero, quedan afavor de la compaa, si la persona asegurada pierde la vidaa manos del que debe obtener los beneficios del contrato.

    - Lo s.

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    - Y contra qu riesgos quiere usted asegurar su vida?- Contra todos.- Tambin los riesgos de viaje por tierra y por mar y losde residencia fuera de los lmites del Celeste Imperio?- S, seor.Y los de una condenacin judicial?- S, seor.-Y los de un desafo?- S, seor.-Y los del servicio militar?- S, seor.- Entonces las primas sern bastante altas.- Pagar lo que sea necesario.- Adelante.- Pero aadi Kin-Fo, hay otro riesgo muy importante

    del cual no he hablado a usted.-Y cul es?- El suicidio. Yo crea que los estatutos de la Centenaria

    autorizaban a asegurarse tambin contra los riesgos del sui-cidio.

    - Es verdad, caballero, es verdad, respondi Bidulph,restregndose las manos. Esa es, para nosotros, una granfuente de beneficios. Usted comprender que nuestrosclientes son, generalmente, personas que aman la vida y que,por una prudencia exagerada, se aseguran contra el suicidio,no se matan jams.

    - No importa, respondi Kin-Fo. Por razones particula-res deseo asegurarme tambin contra ese riesgo.

    - Como usted guste; pero la prima ser grande.

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    - Repito a usted que pagar lo que sea preciso.- Convenido. Decamos, pues, aadi Bidulph, conti-

    nuando sus notas en el cuaderno, riesgos de viaje por tierra ypor mar, de suicidio...

    -Y, en estas condiciones, qu prima tengo que pagar?Pregunt Kin-Fo.

    - Caballero, respondi el agente principal, nuestras pri-mas estn establecidas con una precisin matemtica que,honra a la compaa. No se fundan, como en otro tiempoen las tablas de Deparcieux... Conoce usted a Deparcieux?

    - No seor, no le conozco.- Un notable profesor de estadstica; pero ya antiguo...

    tan antiguo que ha muerto. En la poca que estableci susfamosas tablas que sirven todava para determinar la escalade primas de la mayor parte de las compaas europeas queestn muy atrasadas, la vida media era inferior a lo que esahora, gracias al progreso que se ha verificado en todos losramos. Nosotros nos fundamos sobre una vida media mselevada, y, por consiguiente, ms favorable al asegurado, quepaga menos caro y vive ms tiempo.

    -Pero, cul es el importe de mi prima? Pregunt denuevo Kin-Fo, deseoso de poner trmino a la verbosidaddel agente, que no desperdiciaba ocasin de cantar las ala-banzas de la Centenaria.

    - Si no soy indiscreto, deseo saber cuantos aos tieneusted.- Treintiuno.- Pues bien, a los 31 aos, si no se tratase ms que de

    asegurar la vida de usted contra los riesgos comunes; paga-

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    ra, en toda compaa, un 2.83 por 100; pero, en la Centena-ria, no pagara ms que un 2.70: lo que importa anualmente,para un capital de 200.000 duros, 5.400 duros.

    -Y en las condiciones que yo deseo? Pregunt Kin-Fo.- Asegurndose contra todo riesgo, incluso el suicidio...- El suicidio sobre todo.- En ese caso, dijo William J. Bidulph, desde haber con-

    sultado una tabla impresa en la ltima pgina de su cuader-no, no podemos asegurar a usted por menos de un 25 porciento.

    - Lo cual importa?...- Cincuenta mil duros.-Y en qu plazos debe entregarse esa suma?- En un plazo, o fraccionada por meses; a voluntad del

    asegurado.- Es decir que los dos primeros meses importaran...- Ocho mil trescientos treinta y dos duros, que, si se en-

    tregan hoy 30 de abril, darn a usted derecho a los benefi-cios de la compaa el 30 de junio del presente ao.

    - Me convienen esas condiciones, dijo Kin-Fo. Aqu tie-ne usted los dos primeros meses de la prima.

    Y dej caer sobre la mesa un gran legajo de papel mone-da que sac del bolsillo.

    - Bien... caballero... muy bien, dijo William J. Bidulph.Pero antes de firmar la pliza hay que llenar una formalidad.

    -Cul?- Tiene usted que recibir la visita del mdico de la -

    compaa.-Y para qu?

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    - Para saber si est usted slidamente constituido, si notiene ninguna enfermedad orgnica que abrevie su vida, y, enfin, si da usted garantas de existencia.

    -Y para qu? Pues no aseguro la vida contra el duelo yaun contra el suicidio? Observ Kin-Fo.

    - Amigo mo, respondi William J. Bidulph, sonrindose,una enfermedad cuyo germen tuviera usted y que le llevara alsepulcro dentro de algunos meses, nos costara 200.000 du-ros.

    - Supongo que mi suicidio le costara a ustedes lo mismo.-Pse! Respondi el amable agente tomando la mano de

    Kin-Fo y dndolo suaves palmaditas en ella. Ya he tenido elhonor de decir a usted que muchos clientes nuestros seaseguran contra el suicidio, pero que no se suicidan nunca.Adems, no nos est prohibido vigilarles, s lo hacemos conla mayor discrecin.

    -Ah! Dijo Kin-Fo.Aadir una observacin, que me es personal, saber que,

    de todos los clientes de la Centenaria, los que se asegurancontra el suicidio, son los que pagan mas tiempo sus primas.Veamos, aqu para entre los dos. Por qu se haba de suici-dar el rico Kin-Fo?

    -Por qu se haba de asegurar?-Oh! Respondi William J. Bidulph, para tener la segu-

    ridad de vivir hasta una vejez muy avanzada como cliente dela Centenaria.

    No haba medio de discutir con el agente la clebrecompaa; estaba tan seguro de lo que deca!

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    - Y ahora, aadi, en beneficio de quin se hace el segu-ro de los 200.000 duros? A quin han de entregarse, a lamuerte de usted?

    - A dos personas, respondi Kin-Fo.-Por partes iguales?- No; por partes desiguales. La una recibir 50.000 duros

    y la otra 150.000.-Quin debe recibir los 50.000 duros?- El seor Wang.El filsofo Wang?- l mismo.Y los 150.000 duros?- La seora Le-u de Pekn.-De Pekn? Dijo William J. Bidulph, acabando de escri-

    bir los nombres de los interesados en el contrato. Despusdijo: qu edad tiene la seora Le-u?

    - Veintin aos, respondi Kin-Fo.- Oh! Esa joven ser vieja cuando llegue a recibir el im-

    porte de la suma asegurada.-Por qu?- Porque usted vivir ms de cien aos, amigo mo. En

    cuanto al filsofo Wang...- Ese tiene 55 aos.- Pues bien, ese amable filsofo puede estar seguro de no

    recibir nada.- Ya se ver.- Caballero, respondi William J. Bidulph si a los cin-

    cuenta aos fuese yo heredero de un hombre de treintiuno

  • LAS TRIBULACIONES DE UN CHINO EN CHINA

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    que debe morir centenario, no cometera la inocentada decontar con semejante herencia.

    - Buenos das, caballero, dijo Kin-Fo, dirigindose a lapuerta del gabinete.

    - Servidor de usted, respondi el ilustre William J. Bi-dulph, que se inclin ante el nuevo cliente de la Centenaria.

    Al da siguiente, el mdico de la compaa hizo a Kin-Fola visita de reglamento y escribi su informe que deca: cuer-po de hierro, msculos de acero, pulmones como fuelles dergano. Nada se opona, por consiguiente, a que la compa-a a tratase con un asegurado de salud tan robusta. Se fir-m, pues, la pliza, con aquella fecha, por Kin-Fo, enbeneficio de la joven viuda y del filsofo Wang, y por Wi-lliam J. Bidulph, como representante de la compaa.

    Ni Le-u, ni Wang, a no ser en circunstancias improba-bles, deban saber lo que acababa de hacer, por ellos, Kin-Fo, antes del da en que la Centenaria tuviera que entregaraquel capital, ltima generosidad del ex millonario.

  • J U L I O V E R N E

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    CAPTULO VIIQue sera muy triste si no tratara de usos y costumbres par-

    ticulares del Celeste Imperio.

    Por ms que pensara y dijera el ilustre William J. Bidulph,la caja de la Centenaria estaba muy seriamente amenazada ensus fondos, porque el plan de Kin-Fo no era de aquellosque, despus de reflexionados, se aplazan indefinidamente.Arruinado del todo, haba resuelto concluir con su existen-cia, la cual, aun en tiempo de su riqueza, no l