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HANS LEBERT LA PIEL DEL LOBO Traducido del alemán por Adan Kovacsics

Lebert, Hans - La Piel Del Lobo [1960]

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HANS LEBERT

LA PIEL DEL LOBOTraducido del alemn por Adan Kovacsics

La traduccin de esta obra ha sido posible gracias a la ayuda del Bundesministerium fr Unterricht und Kunst de Austria

Ttulo de la edicin original: Die Wolfshaut En esta edicin de LA PIEL DEL LOBO han intervenido: Pilar Brea y Montserrat Monell (correccin tipogrfica) No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un sistema informtico, ni su transmisin en cualquier otra forma o por cualquier medio, sea ste electrnico, mecnico, reprogrfico, gramofnico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del COPYRIGHT. Hans Lebert, 1960 Europa Verlag GesmbH, 1991 1993 by Muchnik Editores, S.A., Aribau 80, 08036 Barcelona de la traduccin: Adan Kovacsics, 1993 Cubierta: Bengt Oldenburg Ilustracin: Collage basado en la pintura Varus de Anselm Kiefer ISBN: 84-7669-190-4 Depsito legal: B-25.608-1993 Impreso en Romany Valls. Capellades Impreso en Espaa Printed in Spain

Doch ward ich vom Vater versprengt; seine Spur verlor ich, je Unger ich forschte. Eines Wolfes Fell nur traf ich im Forst; leer lag das vor mir: Den Vater fand ich nicht.RICHARD WAGNER,

Walkre

Pero de mi padre / fui separado; / y cuanto ms lo buscaba, / ms perda yo su huella. / Slo la piel de un lobo / encontr en el bosque; / vaca / estaba ante m: / al padre / no lo encontr.

Uno

Los misteriosos hechos que tanto nos inquietaron elpasado invierno no comenzaron, mirndolo bien, el nueve, sino con toda probabilidad ya el ocho de noviembre, concretamente con aquel extrao ruido que afirma haber odo el marinero. S. Pero echemos primero un vistazo al mapa. Esto de aqu es Schweigen; aqu, ms al sur, se encuentra Kahldorf. sta es la estacin de Kahldorf-Schweigen y el ramal de una sola va que muere tres estaciones ms all. El lomo de una sierra, de la Ebergebirge, se desplaza desde el oeste hacia Schweigen; la carretera de Kahldorf a Schweigen bordea la montaa. Aqu, en esta curva al sur de Schweigen, se halla el objeto de las sospechas, el horno de ladrillos. Y qu ms...? Estos son los campos, y aquello es el bosque; los puntos indican granjas aisladas; y las rayas, caminos que se pierden en el bosque. Es una zona dejada de la mano de Dios, una zona que no tiene nada que ofrecer y que, por tanto, apenas es conocida. Su vida opaca transcurre lejos de las grandes vas de comunicacin, y quien, como yo, cree conocerla slo sabe, en definitiva, que existe y que los zorros de por aqu se dan las buenas noches en una lengua difcilmente comprensible para nosotros (suena como si alguien refunfuara entre dientes). Por la maana vuelven a desli11

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zarse por la espesura, husmean las lejanas granjas donde el humo asciende de las chimeneas y donde huele a plumas quemadas. Entonces aguzan el odo y pasean la mirada de sus lumbreras por los alrededores: vaco. Las copas de los rboles atrapadas en las nubes; la lluvia tamborilea suavemente sobre los campos segados. Y ahora, ivolvamos a nuestro asunto! El ocho de noviembre, hacia las tres de la madrugada, una sensacin de malestar, glida y repugnante, despert al marinero, como si la puerta de casa estuviera abierta. Se levant, pues, y comprob que estaba cerrada. Se volvi a acostar, pero ya no pudo conciliar el sueo. Molesto, se levant de nuevo al cabo de un rato, encendi la pipa y mir por la ventana. Afuera haba una luz tenue y lechosa. La luna, oculta tras las nubes al este, dibujaba una mancha difusa sobre la niebla: un charco que brillaba con la palidez de un tsico y que haca resaltar las ramas desnudas de los rboles frutales como sombras. No difera mucho esa imagen de la de siempre y todo tena su lgica. Sin embargo, el marinero se sinti de pronto como si esperara algn acontecimiento; y mientras estaba all, de pie, pensando de qu acontecimiento se tratara, oy de repente aquel extrao ruido que hasta el da de hoy nadie ha sido capaz de explicar. Vena, segn dice, de donde est el horno de ladrillos y poco a poco fue llenando toda la bveda celeste. Sonaba como si le zumbaran a uno los odos o como un arpa eolia, casi como si el aire vibrara all al igual que una cuerda bien tensada. Ese ruido volvi a desaparecer, se rezum de forma indefinida en la amplitud de la noche, se perdi en los bosques, se hundi en los terrenos bajos y pantanosos donde la niebla se haca ms espesa cuanto ms se acercaba la maana y donde la escarcha brillaba sobre la hierba. Finalmente, pas a fundirse con el suave tintineo de los cables de la lnea telefnica (con el que tena 12

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cierto parecido), de modo que finalmente no se los poda distinguir. En aquella poca, nosotros ya volvamos a dormir de lo ms bien. De hecho, tampoco tenamos motivos para no hacerlo. Creamos haber superado laguerra y sus diversas consecuencias; el pas entero volva a progresar e incluso se avistaba un perodo de bonanza; y si algo nos atormentaba, a lo sumo era, como antes, el aburrimiento que en tiempos de paz reside por aqu y que se pasea como un fantasma gris e intangible entre las casasy los cercados de alambre de pas. Con l (con el aburrimiento) empez tambin el da, como cualquier otro de ese mes. Envi, como avanzadilla, un rojo lloroso (rojo de la conjuntiva inflamada que, sin embargo, se desvaneci al cabo de un rato) y se fue deslizando, gris y de mala gana, por los lomos de los montes. Aunque era sbado e incluso haba programado un baile en el Traube, no existan motivos para esperar que algo fuera de lo comn rompiera el anillo paralizador de la monotona, ese anillo de agricultura y ganadera, de bosques desnudos y terrenos ondulados y marrones, que forma un crculo particularmente estrecho alrededor del pueblo cuando se acerca el fin de ao. Todo transcurra como siempre. Comenzaban a zumbar los camiones y las motocicletas. La mquina a vapor del aserradero empezaba a jadear como quien est afiebrado, y en los bosques de los alrededores, ya sometidos a la tala, las hachas de los leadores se despertaban ladrando. Como cada maana, se abran las tiendas de Schweigen, la panadera, la tienda de gneros mixtos, la carnicera(que pertenece al Traube); y como cada maana, los chicos corran a la escuela con sus nubecitas de hlito plateado ante los rostros. Y, sin embargo, algo era distinto (haba de serlo, necesariamente) aquel sbado sooliento que slo unas semanas ms tarde nos resultara sospechoso. Pero, por13

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extrao que parezca, slo el marinero lo percibi, y lo percibi, adems, como algo totalmente indefinido, a lo sumo como una tensin que le rasgaba las fibras nerviosas ms delicadas, y por mucho que se esforzara, no saba decir ni qu era ni si, en definitiva, era algo. Se plant ante el umbral de su casa (la cabaa del alfarero, que yaca aislada y como acurrucada en el linde del bosque por encima del pueblo), mir hacia arriba, a las nubes, e hizo una mueca. No era el aire. Tampoco era la luz. Qu era entonces...? Nada. Aguz el odo, pero slo oy la crepitacin de la hierba, el crujido de las ramas secas en el bosque y el resuello del aserradero desde ms all del valle. Llen de agua una jarra en la fuente y volvi a su casa a prepararse el caf. Desenterremos a un muerto! No a uno de aqullos sin nombre que el marinero intent desenterrar, sino a uno bien conocido por todos nosotros (y que an se estaba dejando acicalar, preparndose para el domingo que ya no vivira); concretamente a Hans Hller, hijo de Hller, el campesino propietario de grandes extensiones de tierra (un potentado del municipio, dueo de la granja de Lindenhof, sita junto a la carretera de Kahldorf). Hacia las diez lleg al pueblo en su motocicleta, entr en la peluquera y se tir sobre una silla desparramando sus anchos muslos. Era un muchacho guapo y fuerte, vestido de cuero brillante de pies a cabeza, y haca una perfecta pareja con su blido. l tambin pareca acabado de esmaltar, en l tambin todo pareca resplandecer como recin salido de fbrica; y cuando se repantig lleno de satisfaccin y estir las piernas embutidas en sus botas canadienses (quiero decir, cuando uno lo vea as), uno tambin intua en l un motor potente; es decir, uno estaba convencido del buen estado de su corazn. iAfeite! dijo en tono brusco. Ferdinand Zitter (un hombrecillo viejo y enclenque, con rizos canos y gafas de concha, tan bajas sobre la nariz

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que amenazaban con caerse en cualquier momento) se inclin y se frot las manos. Ahora mismo dijo, enseguida vendr Irma. Quiere echarle un vistazo al diario mietras tanto? El de hoy? No, el de ayer. Ya lo he ledo gru el muchacho. Se contempl en el espejo, mientras silbaba una meloda de moda. Ferdinand Zitter nos lo cont ms tarde, una vez ocurrida la desgracia: Irma se haca esperar, como siempre. Seguroque estaba comiendo su tentempi y tena los dedos llenos de queso o de mermelada. Me decid, pues, a aprovechar el tiempo y enjabonar al menos al seor Hller, aunque saba que no le hara mucha gracia, porque en realidad haba venido por Irma. Cog, pues, una toalla limpia y se la met entre el cuello y la camisa. Mientras, le pas la mano por la mejilla para comprobar la dureza de la barba. Entonces fue cuando me estremec. S. Me estremec de verdad. Su cara pareca muerta, tena un tacto fro y pastoso... como la cara de un cadver. En esto lleg Irma y me relev. Gracias a Dios! Pues resulta que me temblaban las manos, y adems, se me haban ido las ganas de hacer nada. Hans Hller invit a la ayudante de peluquera al baile que organizaba el Traube. Ella acept la invitacin (tras vacilar un buen rato, aunque ya tena previsto ir), pero l deba comprometerse primero a ir a buscarla a su casa, pues as le asegur ella no poda caminar con zapatos de baile por el fango y la oscuridad y llegar hecha un asco a la fiesta. l asinti con la cabeza. Dijo estar de acuerdo; antes daran una vuelta, y as ella tendra la oportunidad de conocer su nuevo blido. Mientras lo afeitaba, inclinada suavey clidamente sobre l, Hans Hller hablaba de esa inagotable fuente de alegras que era la motocicleta, y lo haca sin mover los labios por temor a algn corte, ms o15

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menos como hablan los ventrlocuos. Irma lo escuchaba, crdula y un poco soolienta, tena los prpados semicerrados y reprima de vez en cuando un bostezo. A veces sonrea, haca aparecer los dientes entre los labios y deca (sonaba como el canto de algn grillo): --- Ah s? De verdad? iPues mira qu bien! Luego le enjuag los restos de espuma de la cara, lo sec con cario, lo roci con agua de Colonia y le repas con peine y cepillo los rizos de color de hierba segada. El da aclaraba el cristal opalino con una luz gris y repelente. Ferdinand Zitter estaba sentado, observando todo cuanto ocurra, al lado de la estufa que chisporroteaba y zumbaba con suavidad. Tena la sensacin cont l ms tarde de que aparte de nosotros tres haba un cuarto en la tienda, alguien invisible que sealaba a Hans H6ller. --- Y eso cmo? le preguntamos . Cmo era esa sensacin? Y l contest: Una cosa as es difcil de describir. Era como un gran fro. Crea congelarme pese a estar sentado junto a la estufa. (iUna salamandra que produce un calor fortsimo!) Casi en frente de la peluquera est la casa de la familia Suppan. Es un edificio viejo y robusto, probablemente del siglo xvii, y tiene un frontn con una ventana abuhardillada que da a la calle como una cara. Cuando Hans FiIler sali del establecimiento, cuando se mont en su blido e hizo bramar el motor de forma ensordecedora, de suerte que todos los cristales de las inmediaciones comenzaron a tintinear, ocurri lo siguiente en esa casa: la cortina que adornaba la ventana (cortina blanca con borde de encaje) fue desplazada ligeramente hacia un lado, creando una grieta oscura y suficientemente ancha como para permitir que un ojo espiara. As se qued un rato, y el ojo, que era imposible de identificar, pero que

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sin duda estaba ah al acecho, sigui con la mirada a ese maldito tipo hasta que desapareci en la siguiente curva entre los diablicos estallidos del tubo de escape. iLo admito! Esto no es nada del otro mundo. Cuando alguien pasa por la calle en Schweigen, podr ver en todas las ventanas ojos que lo siguen con mayor o menor desconfianza. Sin embargo, y como excepcin, mencionamos este caso, pues tras la mentada ventana abuhardillada viva, como todos sabemos, Karl Maletta con nuestras fotografas. Pero sigamos el hilo de nuestras reflexiones: Media hora ms tarde (debe de haber sido hacia las diez y media) Konstantin Ukrutnik nos honra con su visita acostumbrada. Ukrutnik es tratante de ganado, tiene veintiocho aos, metro noventa de estatura y es un magnfico ejemplar de hombre. iParece un luchador! Su trax recuerda un timbal; dan ganas de golpearlo para ver si resuena (como una cavidad, como un barril vaco). Pero quin de nosotros provincianos se atrevera a golpearle el pecho al gran tratante de ganado? Afirma tener una fuerza descomunal y lo que es mucho ms peligroso se considera todo un caballero porque se ha hecho de oro y porque tiene tantas novias como dedos tienen sus manos. Por aquella poca vena casi cada sbado y se quedaba (no se saba muy bien por qu) durante el fin de semana. Viva en el Traube, donde tena reservada una habitacin,y discuta con Franz Binder, hostelero, agricultor y carnicero, los diversos y a menudo un poco oscuros negocios que entre los dos se traan entre manos. Ya se interesaba por Herta Binder, la hija del hostelero. Muchas veces le traapequeos regalos, generalmente un par de medias de nylon que ella apreciaba sobremanera, pese a que esos teji os tan delicadamente transparentes se solan q d disolver en grandes carreras la mayora s de las veces el mismo da del estreno al verse sometidos a una excesiva17

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tensin (pues la seorita Binder es gimnasta y tiene unas pantorrillas de extraordinaria fortaleza). En esta ocasin tambin recibi un regalo, pero no fueron medias, sino perfume, como si l hubiera adivinado sus ms secretas preocupaciones, porque un cuerpo como se, la verdad sea dicha, vale lo suyo. Radiante de alegra (as se dice, no?), radiante de alegra estaba ella, pues, de pie en la entrada abovedada, entre el hostal y el matadero. Sus dedos cortos y macizos, pringosos de grasa de cerdo, estrechaban con cario el frasquito que, incluso envuelto, desprenda una distinguida fragancia. Mientras, Ukrutnik condujo su coche (un antiguo automvil de la Wehrmacht) al llamado garaje, situado detrs de la casa. All, en ese cobertizo sin ventanas que pareca un ciego agazapado al lado del montn de estircol, haba almacenados sin orden ni concierto algunos objetos inservibles, restos de viejos carros campesinos y de utensilios agrcolas, todos cubiertos de polvo y revestidos del color gris de las telas de araa. Un gato estaba acurrucado en un rincn y no le quitaba la mirada de encima al gran tratante de ganado. Le segua los movimientos con sus ojos de un amarillo otoal, como si as fuera acumulando las fuerzas secretas del odio. Guard el coche y se dispona a salir del cobertizo, cuando vio el gato y se detuvo. Era un gato negro. Se miraron fijamente, se clavaron los ojos sin moverse, como agazapados y dispuestos a saltar. Los ojos otoales del gato iluminaban el cobertizo como una luna que, duplicada por un espejismo, proporciona un color dorado al crepsculo. Los ojos de Ukrutnik tambin brillaban, pero de manera muy diferente de los del animal. Eran oscuros e indolentes y tenan el color de las aceitunas podridas, el brillo verdoso de algn lubricante. Los entorn, de manera que se convirtieron en dos estrechas ranuras, apret fuerte los dientes, avanz la quijada con energa, y los msculos de su cara se tensaron. Estaba li-

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geramente inclinado hacia adelante, cerca de lapuerta que dejaba entrar la luz del da, y el gato permaneca acurrucado en el fondo del cobertizo, una bola de tinieblas que no se mova. As se acechaban, los dos conteniendo la respiracin, y entre ellos centelleaba algo as como una descarga elctrica en el aire que, inmvil, tambinpareca estar al acecho. De todo ello, sin embargo, el tratante deganado no intua nada. (La intuicin no era lo suyo.) Slo sinti un golpe en la espalda, el golpe de algn puo misterioso, se tambale hacia adelante y, todava agazapado, se acerc al gato con pasos quedos, deslizndose como una fiera. Entonces hizo un gesto brusco, como queriendo cogerlo de la cola; y en ese preciso instante, el gato se incorpor de un salto y pas corriendo a su lado como una rfaga de viento negro. Slo pudo ver cmo sala por la puerta a la claridad gris, con los pelos de punta y las orejas extraamente echadas hacia atrs y corra como una exhalacin hacia uno de los edificios contiguos, donde desapareci por una de las ventanas del stano. (Eso sucedi hacia las once, y el humo de las chimeneas ya ola a comida, pero no suba al cielo, sino que se expanda como una neblina asfixiante por el paisaje.) Ahora, i hablemos de Maletta! En el tercer ao tras la derrota (o la liberacin) una maana de mayo, fra y hmeda como un hocico apareci en casa de los Suppan. Se present a los dos viejos, que hasta ese momento ignoraban su existencia, en primer lugar como pariente y en segundo como vctima de la guerra. Qu pariente? preguntaron. No pudo explicarlo con claridad. Y en qu sentido era vctima, inquirieron. Tampoco pudo precisarlo. Alquil una de las dos habitaciones de la buhardilla (la otra ya estaba cedida a la seorita Jakobi, la nueva maestra), mand19

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una yunta de bueyes a traer sus valijas de la estacin, desembal sus pertenencias, instal su aparato y fij en la verja una placa, segn parece pintada por l en persona. FOTOS MALETTA, PRIMER PISO A LA IZQUIERDA, deca. Y puesto que somos tan guapos y puesto que, desde luego, tambin nos moramos de curiosidad, fuimos casi todos y nos hicimos retratar. No tard en tapizar las paredes de su habitacin con nuestras caras; el aspecto del lugar debe de haber sido horroroso, pues todo cuanto se presenta en forma masiva tiene un efecto terrorfico. Escuchemos las palabras de un testigo imparcial, un vecino de otro lugar, propietario de un carruaje, que se hizo fotografiar por Maletta, pero que nada tiene que ver con nuestro asunto. Nos lo cuenta as: Vamos, que eran casi las doce, pero cuando entro en su habitacin, me encuentro al to se an tumbado, que de seguir as se lo comern los gusanos. Bueno, y yo, que soy muy temperamental y no me ando con chiquitas, enseguida lo saco de la cama, claro. Que si tiene que meditar algo, le pregunto. Pues s, dice, pues s. Entonces se levanta, se pone los pantalones que tena colgados de la silla y se embute la camisa por todos los lados. Resulta que debo reflexionar, dice, y la mejor manera de reflexionar es estando en la cama. Mientras prepara su aparato, echo una mirada a la habitacin. iVaya desbarajuste! iHorroroso! iY las paredes llenas de fotografas! Todos los cabezudos de Schweigen y de Kahldorf, uno al lado del otro, y eso que apenas hay manera de distinguirlos! Caray!, digo. Vaya un grupito que ha juntado usted. No se enferma de tenerlos siempre a la vista? Todo es cuestin de costumbre, dice y sonre (con esa cara parecida a queso para untar), cuestin de costumbre. Quiere hacer el favor? Me siento en un taburete ya dispuesto y l desaparece tras su caja. Estas fotos, digo, pueden dar miedo. Te miran directamente a la cara como si quisieran hipno20

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tizarte. l se re, oculto tras elpao negro. Porque toda la gente tiene la vista clavada en el objetivo, dice,pensando que as su carcter quedar mejor reflejado en la fotografa, dice. iA ver, por favor, mire mi dedo! (Un dedo que recuerda un gusano del queso.) Lo tiene levantado, como si quisiera explicar algo. Atencin...! Muchasgracias, dice. Pero es verdad, dice luego, cuando le pago, a veces resulta difcil aguantar aqu; a veces uno tiene la sensacin de ser una violeta prensada dentro de un lbum con fotos de delincuentes. Aquel sbado de la sospecha se dirigi (de hecho, como haca siempre) a comer al Traube poco despus de las doce. Lo vimos bajar por la calle con su sombrero de Aussee y su abrigo de loden verde, con el que daba la impresin de ir disfrazado. Ya nos habamos acostumbrado a l y no le prestbamos mucha atencin, pues, si bien somos un villorrio en que cada uno acecha al otro, eso no quiere decir que. seamos un villorrio con unos habitantes incapaces de acostumbrarse a la facha del vecino. Se detuvo unos segundos en el umbral de la entrada abovedada (con la magnfica inscripcin: HOSTAL Y CARNICERA ZUR TRAUBE, PROPIETARIO FRANZ BINDER, en la parte exterior), como si vacilara ante una linde secreta, o quiz tambin asqueado por los olores provenientes de la cocina a la derecha y del matadero a la izquierda. Se quit el sombrero, se pas la mano por el pelo, se retoc la corbata... finalmente se dio impulso y entr en el estableci. miento. Franz Binder, que ocupaba su trono tras la barra como si fuera la encarnacin del dios de la cerveza, lo salud como siempre, es decir, con cierto desprecio. Pero entonces Maletta hizo lo que nunca haba hecho. Ignor el saludoy pas sin decir ni po junto a la barra y a la podeg rosa barra del hostelero. Se quit el abrigo y se sent a la mesa ( al lado de la puerta que daba a la cocina y a los

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servicios) en la que tambin sola comer el maestro de la escuela. Este, que ya estaba sentado y cuchareteaba educadamente su sopa (un agita tibia y amarillenta donde nadaban algunos fideos aislados), nos ha suministrado un informe preciso de lo acontecido luego, que sin embargo hemos tenido que modificar un poco para aproximarnos a la realidad. Maletta se sent, pues, cogi de la mesa un platillo de fieltro de esos que se ponen bajo las jarras de cerveza y comenz a desgarrarlo con placer. En sus ojos, que normalmente solan mirar inquietos, pero que hoy miraban como si estuvieran cautivados por un punto, por un lugar del revestimiento de la pared donde en realidad no haba nada que ver, en sus ojos, digo, se observ de pronto el titileo de un resplandor como el producido por una superficie de agua que tiembla suavemente. (Por ejemplo: hay un vaso con agua en la mesa; la luz del sol otoal entra por la ventana; afuera pasa un camin con gran estrpito; el agua del vaso comienza a temblar y el sol reflejado comienza a bailotear, titilando, en el techo de la habitacin.) Cmo va eso? pregunt el maestro. Bien, gracias dijo Maletta. el negocio? Y Igualmente, gracias. Hablaba de forma entrecortada y con parquedad. La camarera, un dragn vetusto y esmirriado que bizqueaba horrosamente, le lanz la carta al pasar. Gracias dijo Maletta, pero no toc ese papelucho grasiento que haba cado boca abajo sobre la mesa, es decir, mostrando la cara en blanco. Hoy hay cerdo dijo el maestro. Vaya dijo Maletta. asado de ternera dijo el maestro. OAh dijo Maletta. La camarera pas como un rayo. Quiere sopa? le grit.

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Maletta segua mirando con los ojos titilantes aquel punto del revestimiento de madera. S, por favor dijo, mirando en lnea recta como si la camarera estuviera all pintada. Ella sali como una exhalacin, envuelta en el torbellino de su vestido folklrico de invierno,y cuando volvi al cabo de unos minutos, clav con un movimiento de la mueca (para demostrar cmo estas cosas se resuelven en un coser y cantar) un plato de sopa sobre la mesa, y lo hizo con tal vehemencia que el caldo se derram. Maletta solt la vista de la pared y mir el desaguisado. El plato estaba ms o menos delante de l; al lado del plato haba un charco; la cuchara sopera faltaba. i Oiga, seorita! grit. Pero, qu le haba entrado de pronto? Si conoca las costumbres de esta regin y haba vivido hartas veces situaciones parecidas. El cliente que no recibe cuchara se levanta sin ms ni ms y la va a buscar. Es el servicio que se acostumbra por aqu desde la guerra: por entonces lo probaron y, como dio buenos resultados, se ha mantenido. Y si a algn forastero no le gusta, fique se vaya a comer a otro lado! En Schweigen slo existe este hostal. En cuanto al charco junto al plato: tampoco era una desgracia (para el hostelero). Casos como ste estaban previstos: haba un pliego de papel de embalar sobre el mantel. Maletta, sin embargo, de pronto dej de mostrarse comprensivo. - iSeorita! grit. iFalta la cuchara! Y adems, i ha vertido usted la sopa! La camarera no oa o no quera or; sea como fuere, estaba ocupada con otros clientes (cocheros que coman cerdo ahumado, trabajadores del aserradero que haban terminad la faena y se gastaban el salario semanal en alcohol). m Maletta segua sentado, a la espera, las manos en el regazo, mientras su sopa se enfriaba. iTendr que ir a buscarla! dijo el maestro. 23

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Nipensarlo declar Maletta. Pero por qu? Yo tambin he ido a buscar mi cuchara. Depronto, su voz haba adoptado un tono pastoral. En eso, Maletta mir al maestro. La luz de sus ojos se desliz como una exhalacin por la cara de su compaero de mesa. ste contest a la mirada como suele hacerlo un maestro de primaria, de forma un poco extraada, un poco amonestadora, y al mismo tiempo un poco como quitando hierro al asunto... Los dos hombres una pareja reunida al azar, colocada en la peor mesa por Franz Binder, que tena reservadas las mesas ms acogedoras a clientes ms conocidos, por ser del pueblo, y ms populares , los dos hombres, digo, se miraron, y si bien uno de ellos se esforzaba por conservar una pose profesoral, mientras el otro trataba de ensombrecer y ocultar la mirada bajando los prpados, no pudieron evitar que una antipata sin lmites, que probablemente ya exista desde haca tiempo entre ellos, se encendiera como una seal de alarma eh los ojos de ambos. a buscarle la cuchara dijo el maestro. Hizo Ir ademn de incorporarse, ya haba aireado el trasero. - iHaga el favor de quedarse sentado! sise Maletta. Acaso quiere corregirme? El maestro volvi a caer sobre el banco. Pregunt: Qu demonios le pasa? Est irritado? Levant la mano como un escolar y llam con tono amable: iEh! Seorita Rosl! El seor Maletta quiere una cuchara. Y entonces sucedi aquello que indujo a Maletta a abandonar sin ms dilacin el hostal. Vino la camarera. S, seor, vino. Pero no traa la cuchara, sino cubiertos y platos sucios (con los huesos rodos y otras cosas) que haba retirado de las dems mesas; y como el hostelero la llamaba diciendo que el vino ya estaba escanciado y que lo fuera a buscar, los deposit en una mesa, la ms apropiada a su juiciopor encontrarse

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j unto a la puerta de la cocina, es decir, nada ms y nada menos que ante las narices del fotgrafo. l se levant de golpe. Ya est bien declar, y p recisamenteporque no dej de conservar una calma absoluta, la impresin que daba era tan desagradable. Se puso el abrigo y, una vez j unto a la barra, pregunt a Franz Binder cunto costaba una sopa que se derrama por la mesa y que l ni siquiera haba podido tomar. Uno cincuenta lo adoctrin el hostelero. Maletta pag y sali por la puerta. Qu quiere que le diga? Cuando se encontr en el vestbulo, oy unos pasos que se acercaban y se qued como clavado. Eran los pasos de Herta Binder, pasos duros, giles, imperturbables. Procedan de la oscuridad donde se ahogaba la luz del da que, desde la calle, entraba por el portal abovedado. Y despertaban, en los rincones de las paredes y de las escaleras que conducan arriba y abajo, un eco sordo como el de un stano, un sonido que pareca provenir de los infiernos. An tena tiempo para huir, unos cuantos saltos habran bastado para salir a la calle. Pero no lo hizo; se detuvo como si hubiera quedado clavado, con el cuerpo vuelto a medias hacia el interior de la casa y a medias hacia la salida, y esper la llegada de esa persona que marchaba con pasos a su entender tan provocadores. iTratemos de comprender sus sentimientos! No haba comido nada; tena hambre. Haba renunciado a su almuerzo. Slo tena en la boca del estmago el enfado que se haba tragado, y eso no era suficiente para sentirse satisfecho. Pues bien, cuando se dispone a marcharse para digerir su enfado lejos de nosotros, se le acercan en aquella entrada abovedada entre el hostal y el matadero, ntre el olor ligeramente cido de la cerveza y el olor e de los cerdosy los terneros sacrificados se le acercan, digo, esos pasos, expresin de la vida que le hace padecer dig25

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hambre en medio de la abundancia, de la vida que pasa por encima de l de manera tan brutal como burlona: se le aproxima la hija del carnicero con pasos que denotan unas ganas enormes de aplastarlo. - iNi siquiera a la hora de la comida la dejan a una en regaa ella. i Usted ya sabe que est cerrado! paz! Maletta se qued perplejo. La luz de sus ojos centelle de tal forma que (segn afirma Herta Binder) era de temer que encendiera la casa. No s lo que quiere usted de m balbuce l. iDe usted yo no quiero nada! Y yo nada de usted. Pero i si acaba de tocar el timbre! El timbre...? Yo...? iQu va! Hemos de saber lo siguiente: al lado de la puerta del matadero hay un timbre. Quien encuentra la puerta cerrada, toca el timbre (siempre y cuando tenga el valor de hacerlo) y solicita as ser atendido. Ahora bien, es muy posible que otra persona (un cliente que luego se hart de esperar o algn nio travieso) accionara el timbre poco antes. Pero puesto que era Maletta quien estaba all y Herta ya lo haba increpado, ella sigui tomndolo por el infractor, porque no estaba dispuesta a disculparse y porque, adems, necesitaba un chivo expiatorio. Dijo ella: Bien, ipor esta vez vale! iPero slo por esta vez! Y abri con estas palabras y con una llave. Pero, isi yo no he tocado el timbre! dijo Maletta. Pues nada, da igual. Ya estoy aqu. Qu desea? Empuj la puerta y entr en la sala resonante. Sus nalgas se meneaban bajo la falda y las pantorrillas se movan bajo el dobladillo. Maletta, embrujado, la segua. iNo quiero nada de vosotros! iSi sois una gentuza! Por lo visto, lo tena en la punta de la lengua, para soltarlo de una vezpor todas. Y debera haberlo dicho en el instante en que lo pens, 26

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para luego largarse adoptando unapostura heroica, pues los doscientos gramos de embutidopara dar de comer a los perros tambin se podan conseguir en la tienda. Pero no: debido a un embrujo (no hay otra explicacin), embrujado por los pasos de Herta, embrujado por las nalgas de Herta, embrujado por esaprovocacin carnal y por el hecho de que esa chica le resultaba tan repugnante como excitante, es decir, embrujado por sentimientos contradictorios, por una mezcla de avidezy de asco que le provocaba un agradable dolor, la sigui a tranquitos hasta el mostrador, tras el cual desaparecieron los muslos de la deseada. ver, qu quiere? pregunt ella de mala gana. A Doscientos gramos de embutido de Braunschweig dijo Maletta. Sac un trozo de embutido, lo arroj sobre el tajador y lo cort en lonjas. Sus dedos macizos se movan con agilidad. El cuchillo (un poderoso cuchillo de matarife) pasaba como una exhalacin junto a las uas, an embadurnadas con los restos de una laca de color sangre. En el fondo, en la pared de azulejos blancos, medio cerdo colgaba de un gancho; mostraba su interior con toda la desvergenza del mundo, como diciendo: Ya veis, i no es ms que esto!. Pero Maletta no lo vio. Miraba con un odio lleno de avidez y con una avidez llena de odio los dedos macizos de la hija del carnicero, como si observara unas garras que ejecutaban el diablo sabe qu cosa. Y fue entonces cuando se dio cuenta: el embutido tena unas manchas, manchas grises como el da que miraba, por la ventana. Era un trastorno visual sooliento, causadopor la laca de las uas? O era el hambre? Segnero estaba gn j ura y rej ura la seorita Binder, el ervado; Maletta slo buscaba camorra y bien cons todo era producto de su imaginacin. Puso el embutido cortado en la balanza, y puesto que an no haba alcanzado27

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el peso, cort dos lonjas ms y las agreg; Maletta aprovech ese momento para declarar con voz temblorosa y excitada: iNo coger ese embutido! Tiene manchas! Manchas? Dnde? iAqu! En todas partes! Si slo es la pimienta. No lo creo. Cogi una lonja y la oli. Apesta! declar. Huele a trapo viejo! Eso lo aguantar usted, pero yo no. Ahora le tocaba el turno de atacar a Herta (se puso las pilas y pas a hablar en un tono popular). Sus ladridos llenaron las bvedas vacas con un eco estridente. Que qu se haba credo, gritaba. Si crea que ella era capaz de encajarle una cosa podrida. iPor favor! i Que se vaya a comprar su manduca a otro sitio! Adems, lo mejor sera que se fuera al sitio de donde haba venido! (Maletta tena la boca entreabierta, pero era incapaz de pronunciar una palabra, ni encontraba el momento para hacerlo porque la descarga sigui sin interrupcin.) Ella envolvi el embutido en papel de diario. Lo senta, declar, pero ya estaba cortado y no poda aceptar su devolucin. As, pues, l sac su cartera y pag (porque no slo la sopa derramada, sino tambin el embutido podrido tiene su precio). Su cara se haba vuelto gris como el hormign, ms gris que las manchas putrefactas del embutido, ms gris que ese medioda de noviembre en la ventana, y las manos le temblaban tanto que el dinero contado que se dispona a dar a Herta cay al suelo y se fue rodando y tintineando. Recogi las monedas, las arroj sobre el mostrador y se volvi hacia la salida. iSu embutido! grit Herta. Qu hago con l? Estir el brazo hacia atrs para coger el paquete y se lo meti en el bolsillo.28

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Para los perros murmur l, casi en la puerta. El brillo de sus ojos se haba apagado degolpe, como si tambin lo hubiese embolsado. Un enorme charco se haba formado durante los ltimos das en la calle del hostal, a lo largo de la acera. Los nios, al salir de la escuela, hacan navegar barquitos de papel en el charco: Acababan de reunirse unos cuantos chicos a practicar ese deporte en medio de un gran alboroto. El viento que recorra la calle conduca los barquitospor el lago y produca una marejada suave y amarillenta. Cuando Maletta sali del portal y dobl a la derecha para huir del pueblo (pues ese da ya estaba harto de nosotros), Ukrutnik, calzado con botas de caa alta, vino a su encuentro en la acera, tan estrecha en aquel lugar que apenas pueden pasar dos personas una al lado de la otra. Maletta se detuvo, se apoy en la muralla para no obstaculizarle el paso, y lo que hizo no slo era lo correcto, sino adems un signo de deferencia, pues en primer lugar se encontraba, tal y como corresponde, a la derecha, y en segundo se ahuec lo ms que pudo. Ukrutnik, en cambio, un seor de las aldeas, un zar con olor a res y a brillantina y con grandes pretensiones espaciales, no se content con media acera. Le pareca indigno de su persona ahuecarse como haba hecho el fotgrafo y no quera pisar el charco, pues se dispona a presentarse ante Herta y quera hacerlo de forma cuidada, elegante y con las botas limpias. Qu ocurri, pues? l tambin se detuvo. Pero ya ue Maletta no se aprestaba a abandonar la acera, es decir, q a que no saltaba hacia la izquierda, porque poda meter Y los zapatos en un mar de fango y porque a la derecha tena la muralla, ya que Maletta se abstuvo de hacerlo resaldado por la norma, p Ukrutnik le dio sencillamente un empujn, lo apart de una manera, por as decir, clsica y se abri el camino necesario para proseguir su marcha por el ancho de va que le corresponda. 29

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Maletta se tambale hacia un lado, dio primero con un pie en el charco y luego con el otro, entre todos esos barquitos que zozobraron y fueron a la deriva; el agua le salpic las perneras, y antes de ponerse a salvo, ya le haba penetrado por arriba en los zapatos; los nios chillaban de entusiasmo. Es... esto... esto es un... empez a echar pestes, esto es un... No encontraba el trmino adecuado. Ukrutnik, en cambio, sigui imperturbable su camino, y los transentes prximos al lugar de los hechos le oyeron decir: iVenga, djalo estar, imbcil! sas fueron las aventuras de Maletta aquel sbado, de las cuales fuimos testigos. No existen testimonios de lo que contar ahora, pero el clculo de probabilidades (y sobre todo mi desorientacin en este asunto) me hace suponer que as ocurri. Dej atrs el pueblo, azuzado por el gritero de los nios, fue aplastando con rabia la calle, incluidos sus agujeros, levantando las piernas como un caballo de Lipizza. Se senta con ganas de vomitar, de devolverlo todo en los bosques federales, o de clavar la cabeza en el suelo para taparse la boca con tierra y hojas. El agua chasqueaba y susurraba dentro de sus zapatos; era una sensacin como la de vadear descalzo una cinaga. Y, de hecho, as fue a parar en ese sino que haca tiempo lo aguardaba en aquel lugar. Fue caminando hacia Kahldorf. Siempre actuaba as cuando parta sin un plan preconcebido. Por qu? No lo s. Kahldorf es tan asqueroso como Schweigen. Por cierto, generalmente no sola ir hasta la aldea, sino que se volva a medio camino, all donde la carretera empieza a bajar al valle serpenteando tras haber atravesado una parte estrecha del bosque. Unos ochocientos metros antes de este punto, sin embargo, la franja plida la atraviesa. Estoy convencido de que fue all, en esa franja, donde Ma30

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letta se vio sorprendido, y donde nuestra historia adquiere, de pronto, un carcter sumamente serio. Contemplemos el lugar con toda tranquilidad: la carretera con sus escasos arces bordea serpenteando la Ebergebirge; yendo de Schweigen a Kahldorf, es el sitio donde uno se adentra muy en lo hondo de la sombra de la montaa. A la derecha, en la falda arcillosa, abrupta y cubierta de maleza, aparece acurrucada, lindando con el bosque que empieza ms arriba, la casa del marinero,que mira hacia abajo, acechando con sus minsculas ventanas como ojos. Frente a ella, se levantan sobre un terreno sin cultivar (donde nunca nada quiso darse bien) las murallas semiderruidas del ladrillar: un estigma tosco y rojo en medio del paisaje. Atrs abre sus fauces, como si tuviera un trismo, el yacimiento de tierra arcillosa que poco a poco se va tapando con basura: una boca rodeada por la barba rubia clq los juncos, que susurran en torno a la inmvil superficie visible de la capa fretica. Hay un roble viejo y totalmente deforme en el sendero que, cerrado por la vegetacin, en ese punto se desva de la carretera y conduce al ladrillar a travs de maleza y hierba amarillenta. Un rayo lo parti hace unas dcadas; tiene una mitad muerta, y las enormes grietas de su tronco son negras, como si la madera estuviera carbonizada por dentro. All, j unto a ese roble, a unos cien pasos del horno de ladrillos, comienza la llamada franja plida. No tenemos ni la menor idea en cuanto a su porqu. Se desliza como una serpiente por el erial y cruza la carretera hasta llegar a la ladera de la montaa. No siempre se la ve. Aparecey desaparece. En aquella poca resultaba difcil reconocer su curso, pues eran ya las ltimas semanas del ao y haba tambin otros lugares con la hierba reseca. Lo siguiente ocurri, suponemos, cuando Maletta se acerc a ese lugar viniendo por la carretera, concretaa , al atravesar la franja y adentr rse, por as decir, en mente su mbito de influencia:31

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Va andando sin tener en cuenta el camino, que proba-

blemente ya conoce de memoria e incluso podra haber recorrido durmiendo. De pronto, algo lo obliga a detenerse, detenerse en medio de la calzada, como si hubiera un obstculo atravesado en la calle. Si el automvil que lo adelant poco antes hubiera venido en ese momento, Maletta se habra dejado atropellar sin ms y me habra ahorrado el considerable esfuerzo que me supone penetrar de forma continua su mente. Qu haba sucedido? Nada. Reinaba el silencio. El zumbido del coche ya haba perdido su sustancialidad y se desvaneca tras las montaas; el paisaje dormitaba en el crepsculo; las nubes lo cubran como una plancha de pizarra. FY sin embargo! Algo pareca haber sucedido. Algo lo haba rozado, de manera fugaz como el ala de una liblula, y ahora brotaba de su bveda craneal, le bajaba por los hombros y los brazos y le caa por las puntas de los dedos. Permaneci como hechizado durante unos segundos, sin apenas atreverse a respirar. Estaba inmvil en la carretera, con los ojos casi del todo cubiertos por los prpados, acechando a cuanto ocurriera dentro de l. Al mismo tiempo (o ms tarde... es algo que aqu siempre ocurre y no tiene mayor importancia...), dos cornejas levantaron vuelo en el barbecho de la izquierda y se elevaron en una enhiesta espiral a lo alto del cielo. Alz un poco los prpados, espiando el ladrillar que estaba al otro lado, sin volver la cabeza, como aquejado de una tortcolis. El horno de ladrillos continuaba all, como siempre. No se poda observar en l nada fuera de lo normal. Las dos cornejas dieron vueltas por encima de la carretera, emitiendo un desagradable graznido. Alz la vista para contemplarlas, volviendo los ojos convulsivamente hacia arriba dentro de sus cavidades, a fin de no mover la cabeza. Los pjaros negros trazaron una curva y se posaron con las alas desplegadas sobre la copa de algn rbol en la Ebergebirge. Maletta, que haba seguido su vuelo con la vista,32

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miraba hechizado la casa del marinero en loalto. All arriba vio algo, una persona?, un objeto?, una cosa de forma extraa bajo la rama de un manzano, una cosa inexplicable que, sin embargo, le recordaba algo. De pronto mene la cabeza. Un malestar lo embargaba, ms fuerte que su irritacin, ms torturanteque su rabia, una sensacin de asco, un suave cosquilleo, causado por ese contacto, como si tuviera pelos pegados al paladar o telas de araa en la cara. La cosa pareca balancearse un poco, pero sin cambiar de posicin. i Como si hubieran colgado un espantapjaros de la rama del rbol! Y de pronto tuvo la sensacin de haberse convertido en una cruz, en una cruz de miles de hilos que vibraban suavemente y se tensaban de forma invisible desde Schweigen hasta la estacin de ferrocarril de Kahldorf, desde el silencio del bosque hasta el silencio de las granjas aisladas, desde la cabaa del alfarero hasta el ladrillar. Pero el centro era l, l era el punto en que se cruzaban todos esos hilos, donde se tocaban temblando ligeramente, provocando en l un ruido similar al matraqueo que producen las alas de una liblula. Tres factores habr que tener en cuenta: Primero: Maletta se hallaba en la franja plida, en el mbito de influencia de fuerzas misteriosas. Segundo: Ya entonces, cuando an no se conocan, exista entre l y el marinero una relacin. Tercero: Hubo un ahorcado en su pasado, cierta cochinadaque l reprimi y elimin de su conciencia por considerarla embarazosa, pero que de vez en cuando aprovechaba la ocasinpara ascender desde el fondo, oculta tras una u otra mscara, y asustarlo. Qu hizo, pues, en esta situacin, tocado por el hlito de lo inasible? En lugar de seguir caminando por la carretera, como sola hacer generalmente, salv la cuneta de un salto, gir a la derecha, y escal la pendiente de la33

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montaa, pasando entre la maleza y los matojos secos, ansioso de resolver el misterio. Y efectivamente, arriba encontr la solucin: la cosa (el ahorcado, el espantapjaros) result ser ni ms ni menos que la fuente cercana a la casa: un tronco con las dimensiones de un ser humano, de un hombre, del que sobresala un poderoso tubo. de plomo y que, segn cmo soplara el viento, o bien orinaba dentro del bebedero cubierto de musgo o bien lo haca al lado, sobre el suelo. Maletta descubri este hecho y poda estar convencido, pues, de que todo ello era absolutamente natural y dentro de lo comn. Sin embargo, no se libraba de la sensacin que lo haba embargado antes. iAl contrario! Ahora era ms intensa: el silencio le llen de pronto los odos con un cuchicheo colrico. Y ello no poda deberse a que se encontraba precisamente en el lugar donde ms tarde lo alcanzara su suerte, pues era incapaz de intuirlo. Pas, deslizndose a cierta distancia de la cabaa del alfarero, junto a ese cobertizo expuesto al viento donde se secaban las vasijas de barro, y puesto que no tena ganas de volver a la carretera, subi a buen ritmo al bosque que, desnudo y esmirriado, se extenda como un desierto de andamios negros tras la finca. Cada vez ms aturdido por el silencio que reinaba en medio de la crepitacin de las hojas cadas, continu subiendo montaa arriba a travs de esas interminables columnatas, adentrndose cada vez ms en el fro y en la inhumanidad del bosque como en el zumbido de una narcosis. Ser un actor?, se pregunt (el cuchicheo se haca ms denso a su alrededor y le tapaba los odos). Quin me estar soplando...? Cmo...? Qu...? El mal...? iMs fuerte...! que no entiendo... Entonces se cerr la noche, la noche del primer golpe. Se fue extendiendo. Inund la regin con una oscuridad gruesa y gris que caa del cielo como una lluvia de ceniza.34

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Ya estaban encendidas todas las lucesy celadas las cortinas de las ventanas en el Traube. Franz Binder estaba sentado tras la barra, confiado en hacer un buen negocio y aguzando el odo para escuchar los ruidos nocturnos de la calle, donde de tanto en tanto alguna motocicleta o algn automvil pasaba zumbando y perforaba la oscuridad con los conos luminosos y cegadores de sus faros. Acababa de encentar un barril de cerveza, tena preparados los licores, vistosas monstruosidades, entre ellas algunas botellas de .refosko, una bebida particularmente popular entre las mujeres. Miraba sin objeto fijo, con la boca entreabierta y haca girar un lpiz entre los dedos con gesto soador. La radio meta bulla en el reservado contiguo. Frente a la barra, en la mesa a la que no a todos les est permitido sentarse, haba dos hombres barbudos, con los sombreros calados, que beban mosto y chupaban sus pipas. Uno de ellos era Alois Habergeier, el cazador (en la actualidad diputado en el parlamento regional), y el otro, nuestro maestro talador Vinzenz Rotschdel (a quien hemos enterrado en febrero). Rotschdel tena una vez ms, para hacer honor a su apellido, la cara de color bermelln. S, i efectivamente! Pareca el diablo en persona. Probablemente se deba a la rabia que siempre llevaba dentro y que, afortunadamente, no slo desfogaba ensandose con su mujer y sus hijos, sino tambin en la tala. Habergeier, en cambio, pareca Dios padre (quiero decir, un hombre sumamente digno de confianza), pues por aquel entonces llevaba una imponente barba de patriarca, de esas que tanto respeto infunden aqu. Antes, durante laguerra, tena un aspecto muy diferente; entonces llevabapegado un extrao bigotito, parecido a un reco.P golpe emocos, bajo laero en 1945 desapareci de nariz g haba crey porrazo y cuando regres, al cabo de un ao, le ocultaba las dos cido ese colchn de pelos grises que le terceraspartes de la cara, de tal modo que la gente se35

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acostumbr a tomar la barba por la cara (cosa que a veces tambin ocurre con Dios padre), es decir, dej de conocer al hombre que haba tras la barba. La conversacin, que mantenan tartamudeando un poco y arrastrando las palabras, no giraba en torno a la tala, en torno al bosque que haban de liquidar. A alguien desconocedor del pueblo le habra resultado oscura, oscura como la noche otoal tras las ventanas, y en algn otro sitio habra comentado las extraas cosas que se decan por aqu. Para nosotros, en cambio, as como para el marinero, que volva a estar al corriente de cuanto ocurra en nuestra zona, la chchara de estos tipos se dilua en un mar opaco de indiferencia. iNosotros seguiremos siendo nosotros! dijo Habergeier, tras echarse un trago al cuerpo. Nosotros seguiremos siendo nosotros dijo Rots chdel, por lo visto movido por una irresistible compulsin de imitar al cazador. iSeguiremos siendo los de siempre! confirm ste y se ech otro trago. iLos de siempre! dijo Rotschdel. Pase lo que pase. Pero dijo Habergeier levantando el dedo hay que saber conectar, hay que ir con el tiempo. - iMuy bien dicho! Hay que ir con el tiempo. Hay que saber conectar. Habergeier (llevndose de pronto la mano al corazn y aplastando, por consiguiente, el extremo de la barba contra la chaqueta): cierto... ya lo sabis vosotros... yo nunca estuve Por a favor. Y entonces Rotsch,del solt una de sus verdades. Se inclin hacia adelante dndose airesy declar: Pues yo siempre digo: i la orden es la orden! Ycuando la dan, pues... iChas! Se haba i ncorporado de un salto, se cuadr chocando36

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los talones bajo la mesa y salud de forma reglamentaria a la cosa o persona que an segua gobernando su mundo onrico. Habergeier prob de cantar algo, estimuladopor este exabrupto. Pero el resultado fue nulo. Sufri un fortsimo acceso de tos tras los primeros tonos que emiti. Pues s, mi querido dijo despus de haber esputado, pues s, mi querido amigo... iLos tiempos siguen! Hay que saber olvidar. Rotschdel (abalanzndose sobre la mesa y gritando de pronto como si estuviera a punto de estallar): iHoy as! iA ver si me entiendes! iY maana as! iA ver si me entiendes! es la poltica. As son los tiempos. As Franz Binder, que hasta ahora slo haba estado escuchando la conversacin, intervino. Dijo lo siguiente: El tema es el negocio. Acaso estuve yo a favor? Pero el tema es el negocio. Siempre he sido fiel. No es as? Pero el tema es el negocio. Ya lo s, ya lo s dijo Habergeier, te dedicaste a fondo a matar reses para el mercado negro. Acaso los dems no lo hacan? Eran los aos de vacas flacas! iEn los que engordaste de lo lindo, mi querido amigo! iJa, ja! iA ti! dijo Rotschdel silbando como una serpiente. iA ti! iA ver si me entiendes! iA ti te tendramosque haber liquidado! iA ver si me entiendes? Tendramosque haberos liquidado a todos vosotros! iA todos juntos! iComo a un bosque, caray! Si me apunt a todo dijo Franz Binder. Desde luego he sido siempre fiel, pero me apunt a todo. iApuntarse! dijo Habergeier. Siempre apuntar se! Estar en el ajo! iDe eso se trata, claro!37

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As es la poltica. -As es el negocio. -Pero seguiremos siendo los de siempre. Nosotros seguiremos siendo nosotros. Depronto se arm un gran alboroto en la calle. Llegaban los invitados a la fiesta, jvenes de Schweigen, de Kahldorfy de las granjas de las inmediaciones. Se presentaban uno tras otro con sus motocicletas y permanecan un rato juntos afuera, conversando. Pero de repente lanzaron un grito de guerra, como obedeciendo a una voz de mando, y entraron en el establecimiento todos juntos, en masa (como cuando un rebao entra en el establo). Herta Binder sali de la cocina a saludarlos. Llevaba un vestido de seda de un color rojo chilln, zapatos con unos tacones bestialmente altos y un collar de corales. Su pelo, peinado con unos ricitos rgidos por Ferdinand Zitter, se levantaba sobre su frente como la crin de caballo cuando se sale fuera del colchn. iBuenas tardes! dijo y dio la mano (con la palma un poco hmeda) a cada uno y a cada una. Los tacones altos hacan resaltar particularmente los msculos de las pantorrillas, hendidos por la costura de las medias. Entretanto, se haban presentado los siguientes invitados: el agente forestal Strauss, que haca de lder; Eduard Zotter, hijo del comerciante en gneros mixtos; las hermanas Schmuck de lagranja de Schattenhof; las hermanas Bieber de la granja de Rosenhof; Siebert, un invlido de guerra con unapierna artificial, y su mujer de aspecto ligeramente esmirriado; Alois Hackl, hijo del panadero; Alois Zopf, hijo del alcalde; un funcionario del ferrocarril de Kahldorf; un trabajador del aserradero (a quien nadie prestaba atencin); luego Paula Pock, la costurera; Herbert Hauer, hijo de un restaurador de Kahldorf; Ernst Hintereiner, hijo del carpintero; y Erna Eder (la rubia guapa que siempre huele fuerte a sobaco y pretende ser una s upermodelo o una estrella de cine). Por38

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supuesto, tambin el joven Holler y la ayudante delpeluquero. La haba ido a buscar a casa, tal y como acordaran, y haban dado tambin la vuelta prevista. Si le hubiera ocurrido alguna desgracia durante el trayecto, a nadie le habra extraado, pues en primer lugar era un conductor imprudente, y en segundo, los accidentes son la regla hoy en da. Sin embargo, lleg intacto, entr dando pasos pesados y ruidosos, golpendose los muslos con los guantes y palmeando el trasero de la seorita Irma; una vez ms, su ngel de la guarda lo haba protegido. Todos se dirigieron al reservado, se quitaron las chaquetas de cuero, subieron el volumen de la radio, y as empez el baile. La noche acechaba tras las cortinas blancas que se mecan suavemente, como algas, movidas por la corriente de aire. Maletta regres a eso de las siete de su paseo (la maestra lo vio llegar). Su ropa estaba sucia y empapada; su cara, araada por el ramaje. Para encontrar el camino de regreso, haba andado a tientas como un ciego por el bosque nocturno. (Pero no hay regreso para quien tiene un ahorcado a sus espaldas, pues aunque vuelva sigue hacia adelante... sigue y sigue hacia lo desconocido. Sea cual sea el rumbo que tome, siempre saldr fuera de s mismo.) Se detuvo unos segundos, llave en mano, ante el portal de la casa. Permaneca inmvil en la oscuridad, respirando rpido y con fuerza. El tableteo de varias motocicletas llenaba el pueblo como un fuego graneado; an seguan llegando los invitados al Traube. Se los oa saludarse vociferando, como si quisieran superar en noble competencia la radio que chillaba desde dentro y retumbaba en elportal. Maletta entorn los ojos, y le rechinaron los dientes. Los hilos invisibles vibraban en l como los hilos de la lnea telefnica vibran al viento. Meti la llave en la cerradura y abri el portn. La lmpara estaba encendida en el vestbulo y proyectaba una luz cruel so39

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bre l. Las paredes blanqueadas con cal lo cegaban y exalaban fro. A su juicio, todo pareca haber sufrido un h cambio fantasmagrico, aunque segua como siempre. Ya no era casual que fuera as y no de otra manera. Denotaba una intencin alevosa: era una casa construida expresamentepara l y llena de olor a podrido expresamente para Atraves el pasillo arrastrando las piernas, y el crujido del entarimado desgastado lo rodeaba como el clamor de una jaura camuflada en el silencio de la casa. Intentaba sobresaltarlo. Lo salv la escalera. En los primeros escalones se top con la seorita Jakobi que, preparada para salir, vena a su encuentro desde arriba. Era lo contrario de Herta Binder: alta, rubia, de ojos azules, alemana, pero su efecto era ms o menos el mismo. Lo examin con mucha atencin y, segn pareca, con cierto aire burln. Qu pasa? pregunt l. Nada. Qu quiere que pase? Por qu me mira as? Acaso lo he mirado? Pues s. Pues ni me he enterado. Tanto mejor. Para quin? Para los dos. Va al baile? Por supuesto. Usted no viene? No me venga usted con bromas dijo Maletta. Pas a su lado apretndose contra ella y percibi las formas angulosas de su cuero... y mientras ella cerraba p de un golpe el portn de la casa, l llegaba al extremo de la escalera y entraba en su cuarto. En ese mismo instante, apenas cruzado el umbral, concibi una sospecha. De pronto tuvo la sensacin de que algo especial estaba ocurriendo en la oscuridad, que abra para l su boca fray hmeda. Haba all una presen40

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coa peligrosa, una atencin amenazante dirigida hacia l. Ya no estaba solo entre sus cuatro paredes. Algo se hallaba oculto en ese lugar. Para ganar tiempo (y recobrar el nimo), primero no encendi la luz. Se sent sobre la cama con sombrero y abrigo, sac el paquete con el embutido de Braunschweig del bolsillo y se lo acerc a la nariz, husmeando cuidadosamente. Carroa! iPura carroa! Un olor dulce y repugnante como el de las exhumaciones! Temblando de asco, baj el brazo y sostuvo el embutido entre los dedos como cogindolo con pinzas, sin saber qu hacer con l. El traqueteo de las motocicletas que haca vibrar los cristales le perforaba los odos y, como un insecto, haca estragos en sus conductos auditivos. La tensin se le hizo insoportable; crea or el susurro de labios negruzcos en la oscuridad: iVenga, busca, cobarde! De todos modos no escapars de nosotros!. Y entonces lo toc, s, lo toc y se mantuvo, sin embargo, apartado, permaneci a una distancia inalcanzable como si, al igual que hacen las araas, slo hubiera tendido un hilo hacia l. En esto, se incorpor de golpe y encendi finalmente la luz. Apareci ante l la buhardilla, tan desoladora como siempre. La cama, la mesa con el aguamanil, la cmara fotogrfica. La estufa que llevaba das sin ser encendida. El armario, puesto para ocultar la puerta que daba a la habitacin de la seorita Jakobi. En el fondo, la ventana con la cortina que cada tanto se pona a zumbar suavemente. Las fotografas que le clavaban la mirada desde las paredes ( nuestras fotografas del todo inofensivas). Observaban a Maletta. Miles de jetas sin carcter, miles de caras fotografiadas y retocadas para hacerlas ms bellas. iReses!, pensaba. iReses! Se crea un vaquero de los Alpes. Estaba entre ellas, bajo, desgarbado, insignificante, en medio de esa exposicin de ganado, con la mano izquierda aferrada al interruptor y la derecha cogieno copulsivamente el paquete, y habra escupido d 41

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hipcritas o testarudas, de pronto le parecieron ser meras mscaras a travs de cuyas rbitas algo escudriaba, algo que no guardaba relacin alguna con esa mirada de ciudadanoque tena la gente. Atravesaba la pared, atravesaba laspiedras, el mortero, el revoque, y se perciba en el papel fotogrfico como una mancha invisible de moho. Se diriga a l, pareca suplicarle. Y entonces le inspir algo. Rpidamente, volvi a apagar la luz. Los cristales seguan zumbando en la oscuridad, que lo rodeaba de nuevo. Zumbaban como las alas de la liblula. Zumbaban como un redoble lejano. Zumbaban como esos hilos y alambres intangibles que coincidan en l y en cuyo ominoso cruce haba quedado atrapado. Y de pronto comprendi lo que pensaba. iMatar!, pensaba. iMatar a alguien! Esta idea, la ms ajena de todas, de pronto se instal en su cerebro. Mientras, seguan bailando con ganas en el Traube. Haban llegado ms invitados, y uno de ellos, un tipo delgado al que llamaban Fuchsenschneider y a quien despreciaban por su aversin al trabajo, traa un acorden; a su son lastimero, bailaban segn las pautas del estilo popular (siguiendo las normas marcadas por los estatutos de la asociacin folklrica), cuando se hartaban de la msica de jazz, cosa sta que suceda de vez en cuando. Hans F-10511er bailaba con la peluquera; el agente forestal Strauss con la seorita Jakobi; Ukrutnik, que tambin se haba sumado a la juerga, con Herta Binder y Erna Eder, mientras que el trabajador del aserradero (a quien seguan sin prestar atencin) bailaba, casi al margen de la fiesta, con la aosa Paula Pock. Bailaban swing, samba y boogie-woogie, luego una polka, luego un vals, y despus otra polka. La transpiracin era copiosa, y el aire, una masagruesa y fluctuante compuesta de las ms diversas emanaciones corporales, todas superadas en i ntensidadpor la fragancia axilar de la 42

con todo el placer del mundo. Pero todas esas caras,

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seorita Eder. En las pausas que se concedan y i e lu n p melaban, co hacan tonteras y se sobaban; o bien Ukrutnik nario de ferrocarriles competan enquin deca el chiste ms verde, y las mujeres chillaban como locas, vindose en la obligacin de apretar los muslos para no empaparse. Entonces, todas j untas corran a los servicios. Entretanto, los muchachos entonaban una cancin militar, golpeaban la mesa con los puos marcando el comps, o cantaban con voz gutural alguna cancin tirolesa sentimental, mientras ponan los ojos en blanco y balanceaban las cabezas. Todos hacan como si fueran excelentes amigos y no pudieran imaginar nada ms hermoso que tan fraternal reunin. No obstante, algo acechaba en ellos. Bajo la alegra exagerada, bajo la risa que desfiguraba las caras, haba proliferado algo as como un fuego subterrneo, excitado por el vino y un tardo celo otoal, algo que poda estallar en cualquier momento. Sobre todo los mayores Siebert, Ukrutnik, Hauer, el agente forestal Strauss, el funcionario de ferrocarriles... es decir, todos los que an haban participado en la guerra y haban matado (o torturado) a personas miraban como si llevaran puestos los cascos de acero y presentaban unos rostros tensos y crispados, como si todava siguieran agazapados en las trincheras, dispuestos a rechazar algn ataque o (ante cierta seal) a atacar ellos mismos, a avanzar hacia lo ilimitado, a avanzar desde el desierto gris de la monotona, de la terrible nada que es el ritmo de vida ordenado de la agricultura, de la ganadera y de la administracin forestal, donde ya no existan enemigos, a avanzar desde ah hacia donde cada uno haba de convertirse en enemigo del otro. Pero esa seal no se produjo; ningn cohete sali disparado a lo alto, silbando. Slo las cortinas de las ventanas se mecan en silencio, como si una boca invisible soplara algunas palabras inaudibles dirigidas al establecimien to. Ya se haba superado el apogeo de la fiesta.43

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Esto est aburrido constat el agente forestal, incorporndose de golpe. S, se levant como obedeciendo a una inspiracin y sali (aunque slo para orinar). Rotschdel y Habergeier haban partido poco antes. Estos dos, sin embargo, no haban visto nada (con sus ojos de lince acostumbrados a la caza). La calle haba estado vaca ante ellos, barrida por el viento como por una gran escoba. Nada sospechoso, ninguna sombra especial. Slo que la noche se haba aclarado un poco; se asomaban algunas estrellas aisladas; el viento desgarraba la piel que formaban las nubes y expona la regin al fro del espacio. Sin embargo, cuando el agente forestal sali al exterior y roci con sumo esmero una de las motocicletas (cuidando, claro, que no fuera la suya, pues tan borracho no estaba), observ al otro lado de la calle la figura negra e inmvil de un hombre que destacaba claramente del muro de la casa de enfrente, marcado por un brillo crepuscular. Y puesto que se senta obligado a hacer de polica en la regin y a proteger a las personas, llam al tipo del otro lado. - E,h! berre . Quin anda vagabundeando por ah? iQuien quiera algo que se venga a este lado! Se oy su chapaleteo, y cuando hubo acabado, cruz la calle tambalendose, con la mano derecha en la bragueta; con la izquierda sac el mechero del bolsillo, prendi una llama que se encoga cada tanto e ilumin sin ms prembulos la cara del testarudo se. Unos ojos glidos, azules como el agua, lo alcanzaron como un rayo, y una boca casi carente de labios traz una sonrisa. El marinero! Y, por qu no? S. Pero qu haces por aqu?. Pues ya ves. Estoy aqu, escuchando vuestra msica. Espiando, eh?

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Crees t? De eso nada! No sois ni tan i mportantes ni tan interesantes como para que a uno se le ocurra una cosa as. iPues entra entonces! Por qu? Si estoy de lo ms bien aqu. iBbete una copa con nosotros! Yo invito. iNo gracias! No somos tan amigos. Mi vino me lo pago yo mismo. No tienes ganas de bailar con las mujeres? Tampoco. Prefiero contemplar la luna. Qu luna? Dnde? Si no la veo. iAll! El marinero seal a levante, donde la media luna se meca estirada en el ramaje de un rbol. Acaba de salir. ;Aj, aj! Muy importante. A m me divierte. iPues entonces mratela y vete a tomar por culo! dijo Strauss. Y se march de vuelta al hostal, tambalendose sobre las piernas que le flaqueaban. El marinero se ri en silencio, para sus adentros. Saba lo que le erizaba agradablemente el plumaje y le andaba dando vueltas por el cerebro de pjaro al avestruz (que as llamaba l al agente forestal): Qu demonios est haciendo ese tipo all fuera? Que anda dando vueltas por el pueblo de noche? Querr robar una motocicleta? O entrar en un gallinero? O prender fuego en algn sitio?. Si lo crea capaz de cualquier cosa! Pero se rea sobre todo porque su actitud le resultaba bastante sospechosa hasta a l mismo; porque l mismo tampoco poda encontrar una explicacin, es decir, no poda explicar a nadiequ lo haba impulsado a detenerse de pronto aqu en el transcurso de su correra. A veces le sucedan cosas inexplicables en la vida (de la que a menudo estaba hasta las narices). Como tambin ocurri esta noche llena de insomnio que empezaba a levantar su velo de niebla: algo lo haba retenido cuando, contento ya de llegar a casa45

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ues la velada comenzaba, poco a poco, a resultar desa(p acible), quiso pasar por el hostal de Binder. No era la P msica, ni la luna que se haba subido al rbol; tampoco era la esperanza de encontrar a algn conocido e intercambiar con l algunas palabras (eso era lo que menos quera). Era, ms bien, una repentina sensacin de inseguridad, el presentimiento inconsciente de un peligro, un escalofro como el que se presenta en sueos, como si flotara el suelo sobre el que an bailaban ah dentro, ese suelo de planchas del que se levantaba el polvo y que se tambaleaba, colgando cada vez con mayor peligro sobre un abismo insondable. Miraba la luna con los ojos entrecerrados, observaba cmo ascenda de una rama a la otra en cmara lenta. No. No era miedo lo que tena, ni por l mismo ni por los dems. Slo estaba tenso y alerta como un espectador en el teatro antes de subir el teln. X t qu esperas?, se pregunt. Nada. Slo estoy aqu, contemplando la luna. Venga, ino mientas! Ests esperando algo. Llevas todo el da esperndolo. i Qu va! Varios das, semanas! Y ahora ests aqu y no te mueves, porque de pronto lo sientes muy cerca, tan cerca que casi lo rozas; la luna ni la ves. Siempre se est esperando algo. Quieres que siga de largo? i Intntalo! No puedo. iPues ya ves cmo te retiene! iTonteras! Ya te has vuelto como el peluquero. Tambin te has embrutecido en esta regin, en este mar que ya no se mueve, que se ha endurecido, que se ha convertido en barro y se pega a las botas... Y esta noche...? Qu fue eso? Puede haber sido un sueo. O algn golpe poco comn del viento. Esas crestas solidificadas con sus ar46

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bustos y esqueletos de rboles p roporcionan una extraa voz al viento; se oye hasta en los sueos. iDesde luego! El viento, ese nio celestial! iY por esa razn vagabundeas aqu delante de la hostera! Por esa razn...? No. No es eso. Simplemente tengo demasiado tiempo. Ese es el motivo. (An segua invisible e indemostrable. An estaba agazapado, al acecho. An no tena nombre. Slo seperciba, a lo sumo, como un olor, parecido a la fragancia de las hojas secas, que se depositaba como un fino velo sobre los sentidos en esa noche cada vez ms clara.) Pues s, tienes razn, es as, i de verdad! Cuando uno tiene tiempo, se detiene de pronto y mira fijamente la oscuridad, sin moverse, siempre en el mismo lugar. Uno sabe que ah hay algo; slo que no puede distinguirlo. Los ojos tienen que acostumbrarse primero a la oscuridad; primero tendran que crecernos ojos de lechuza. Mientras, adentro la alegra se vio empaada; se haba agriado como la leche antes de una tormenta. Haca tiempo que ya era hora de volver a casa, pero nadie era capaz de decidirse; siempre que se pasaban tantas horas juntos, a cada uno le resultaba rematadamente difcil hacer algo por impulso propio, o sea, por ejemplo, dejar la reunin. Vacos y embrutecidos como despus de un trabajo pesado, se apoyaban sobre las mesas cubiertas de charcos, cada uno esperando la partida del otro... en vano, porque nadie tena el valor de ser el primero. Luego, con el bro deguerreros a quienes se les cae el alma a los pies, volvan a entonar una cancin militar, pero era simplemente un tartamudeo absurdo , tambin desafinaba al y el acorden acompaarlos. De repente, Hller lanz una mirada de odio a Fuchsenschneider. ste devolvi la mirada. Eduard Zotter miraba a unoy a otro, boquiabierto. Entonces todos se miraron de hito en hito y se interrumpi la cancin. Qu? 47

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Qu? A Hans Hller, que tena fama de muchacho alegre, le rechinaban los dientes como si estuviera mascando guijarros. iIntil! dijo a Fuchsenschneider. iEres un gan dul! iUn vagabundo! Ya se haban enzarzado. (Hay montaas verdes e inofensivas. Los pjaros anidan en sus rboles; pacficos rebaos pastan en sus prados. Son montaas para hacer la siesta. Pero un da comienzan a estremecerse por dentro, escupen rocas al cielo, y luego sale la lava abrasadora desde su interior: el odio ardiente que acecha bajo la corteza terrestre.) Volcaron sillas. Un vaso se rompi en pedazos. Paula Pock, que se haba quitado los zapatos para ventilarse un poco los pies transpirados, lanz un grito largo y agudo que parti la comunidad en dos, como un cuchillo. Los dos muchachos ya formaban un ovillo inextricable que rodaba por el suelo... bajo las piernas levantadas de las damas, bajo las faldas que se haban recogido. Si Ukrutnik no los hubiera separado, si no los hubiera puesto fuera de combate con unos cuantos ganchos, se habran aplastado con gusto los crneos, y por fin habra pasado algo. As, en cambio, aterrizaron jadeando en los bancos, apuraron los restos de cerveza y de vino, y luego se esmeraron en arreglarse el peinado y la ropa: i un ridculo incidente, y nada ms! De todos modos, signific la seal para la partida. Hans Hller fue uno de los primeros en abandonar la casa. La ayudante del peluquero lo sigui cansada y con cara de pocos amigos. Vacil en el portal, se detuvo y se encogi de hombros. Encorv la delgada espalda y cruz los brazos bajo los senos. Se estremeca por algo concreto? Tena escalofros? Probablemente le duele la barriga, pens el marinero. l segua en el mismo lugar (ya sin la luna, ahora oculta tras una chimenea), mientras mo48

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va los dedos de los pies en los zapatos, pues amenazaban con dormirse. Pero luego dio unos pasos, unos cuantos pasos para probar. No tena ganas de volver a ser descubierto ni de despertar ms sospechas. O bien sigui pensando , la noche la ha asustado. Adentro haba olvidado del todo que afuera la esperaba la noche. Se puso a andar cojeando como un anciano (se le haban entumecido las articulaciones), poniendopie ante pie con dificultad. Las escorias que. cubran la acera crujan bajo sus suelas. Pero nadie pareca orlo; nadie pareca notar su presencia. Se fue alejando cada vez ms del hostal, su figura se hizo cada vez ms imprecisa y ms difcil de identificar en esa calle desgarrada por la luna y las sombras. Entretanto, Hans Hller se haba montado en su blido; se despidi de la seorita Irma con pocas palabras. Luego hizo bramar el motor (el estruendo rebotaba berreando entre las casas; el rayo de luz del faro se deslizaba a lo largo de los muros; el pueblo se despert maldiciendo), por fin apret el acelerador y sali como una rfaga. El marinero se ocult a la sombra de un rbol del paseo hasta que hubo pasado como una exhalacin el loco aqul. Ahora tiene prisa pens i ahora de repente! i Cuando ya es demasiado tarde! Demasiado tarde? Para qu? No lo saba. Algo parecido a un dedo glido se desliz por su columna vertebral. Mir hacia atrs, para ver a la peluquera, antes de proseguir su camino. La vio cruzar la calle con sus piernas cortas, y su espalda encorvada se sumerga en la oscuridad como el lomo de un pescadito de brillante color lateado que se hunde entre P algas y hierbas de mar en busca del fondo marino. A esa hora(habr que mencionarlo para prevenir cualquier malentendido), Maletta, tumbado por la fatiga, dorma profundamente. La seorita Jakobi, que parti poco despus de Hans Hller, cuando lleg a la casa lo oy roncar en su habitacin como una sierra circular,49

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mientras ella se desvesta y an despus, mientras se toba el tiempo de hacer diversas abluciones. Eso, declar ma ella ms tarde, le haba crispado los nervios, pues, como seal, tena ganas de vomitar y dolores de cabeza (i tras haber bebido una copita de refosko!) As, pues, realmente pareca como si una pelea, un incendio provocado por el alcohol, que ni siquiera haba llegado a mayores, sino que haba acabado ahogado en los puos de Ukrutnik, es decir, una llamarada breve y lamentable, fuera el nico acontecimiento de esa noche del 8 de noviembre (de hecho ya era el 9 de noviembre, pues entretanto haba dado la una y media y, por ende, haba pasado incluso la hora de los fantasmas)... Pero en los pocos minutos llenos de la luz fra de la luna, mientras los jvenes se retiraban a sus casas, ocurri aquello que hizo saltar en un punto no determinado hasta el momento ese anillo de monotona (en el que se dorma tan bien), ese anillo de agricultura y ganadera (que nos rodeaba como una fortaleza): ocurri aquello que haba presentido el marinero. Haba pasado las ltimas granjas del pueblo y se acercaba ya a aquella curva donde un sendero cubierto de hierba se bifurca a la derecha y conduce montaa arriba hacia su cabaa. Todo segua como siempre: la carretera, los arces desnudos, la hierba blanqueada por la sequa, la escarcha y la luz de la luna; los contornos oscuros e imprecisos de la montaa, algunas estrellas que colgaban de esa reja que era el bosque; el suave cntico de las lneas telefnicas; los charcos con unapiel delgada y crujiente de hielo: el susurro de la noche otoal, desolada y fra... Qu le resultaba extrao? Qu lo inquietaba? Era imposible sacudirse de encima esa alucinacin? Volva a moverse con libertad. S, volva a ser dueo y seor de sus miembros. Y pronto estara durmiendo; las ropas de cama lo rodearan como la nieve; llegara el ardor de la congelacin; el viento en la chimenea, la tierra, el mar que meca 50

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la cabaa sobre sus olas negras e inter minables... Pero que el diablo se lo lleve! aquello que lo haba retenido y paralizado, ese olor a desgracia inminente, volva a estar all, estaba alrededor en esa amplitud nocturna y azul, lo rodeaba como el horizonte, lo abovedaba de una forma extraamente cambiada: i de una forma audible! Como una cpula de cristal sonoro, de ondas sonoras que vibraban en torno a su crneo y hacan temblar la luz de la luna... como la helada... como el rechinar de los dientes... Se detuvo en la bifurcacin, aguz el odo, mene la cabeza con rabia como esforzndose por escapar de una red, de una red de malos sueos. Y de pronto supo qu era. El traqueteo de una motocicleta. i Claro! Haca minutos que lo oa; llevaba minutos oyndolo, pero sin ser consciente de ello. Haba superado, sin variar en intensidad, el coro de las dems ruedas y continuaba haciendo ruido entre el cielo y la tierra, sin alejarse ni acercarse, mantenindose siempre igual, eternizado, como congelado dentro de un trozo de hielo. No era normal, vaya! Enarc las cejas (cejas espesas, con hilos plateados entretejidos). Luego reemprendi la marcha, pero en vez de subir la montaa y volver a casa, dio una vuelta al timn, impulsado por un arranque repentino, y sigui recto por la carretera al encuentro de ese algo indecible y amenazante que se haba instalado en aquel traqueteo. Aceler los pasos. Su figura comenz a mecerse como un barco. El ruido vibraba a su alrededor. Pareca venir de la izquierda. De la zona entre el horno de ladrillos y la carretera, all donde estaba el roble lisiado. No sonaba precisamente con fuerza. No, era ms bien tenue. Si el viento no hubiera soplado de esa direccin, apenas se habra odo. Escudri hacia aquel lado. Distingui el horno de ladrillos. Asimismo el roble: garras negras extendidas hacia el cielo, esqueleto negro que se meca a la luz de la

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luna. Y cuando se acerc an ms, tambin descubri la motocicleta. Estaba apoyada en el tronco del rbol, como si alguien la hubiera afirmado all con prisa; las luces estaban apagadas, pero el motor segua en marcha, traqueteando solitario y misterioso en el vaco de la noche. El marinero dio un salto hacia la izquierda para salir de la carretera y se dirigi hacia el esqueleto del roble, atravesando la maleza y la broza hmeda; incluso recorri los ltimos treinta metros corriendo. All estaba l, jadeando ante el blido abandonado, mirando alrededor como acuciado. Nadie! Ni un ser humano, ni un ser vivo; slo el ladrillar como una muela cariada; ni un conductor ni ua acompaante: nadie. Slo la mquina apoyada en el tronco, haciendo bulla como si debiera ahuyentar a un espritu maligno. iEh! grit el marinero. Su voz dura y metlica de navegante acall el traqueteo. Se volvi hacia el horno de ladrillos, dio, vacilante, unos cuantos pasos. Hay alguien ah? grit. Las murallas le devolvan un eco. Y de pronto vio al hombre. Le daba la espalda, estaba apoyado en una ventana, aferrndose a la muralla en una posicin muy inclinada y al mismo tiempo relajada, y pareca mirar fijamente, intensamente, incluso con fascinacin, hacia dentro, hacia esa oscuridad de color tinta que llenaba el edificio. En ese preciso instante el ambiente se ensombreci. Las nubes haban ido ocupandoposiciones ante la luna, hacindose cada vez ms densas, hasta taparla del todo. La luz sobre la ropa de cuero del hombre se apag. iOye! grit el marinero. Y cuando al cabo de un segundo se dio cuenta deque en este caso era intil gritar, fue tanteando con los brazos extendidos en la penumbra, caminando a tientas hacia lo desconocid o, y choc de golpe contra el cuerpo del hombre... y lo reco-

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gi en sus brazos cuando se bambole y cay sobre lcomo un saco de cemento. Encendi un fsforo y a la luz de la llamita, que enseguida se fue apagando, lo miraron sin mirada los ojos de Hans Hller, bien abiertos por la muerte como dos agujeros que dan a la nada.

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Dos

se fue el primer golpe asestado desde la oscuridad, el primer ataque del desconocido: ataque cardaco lo denomin el mdico municipal llamado de la capital del distrito para hacerle la autopsia al cadver de Hans Mien En la llamada cmara mortuoria, un cobertizo adosado a la iglesia, inclin durante quince minutos su rostro de estudiante pendenciero sobre ese cuerpo desnudo, inanimado y ya intil, all tumbado con la indiferencia de un mueco de algn museo de cera. No consigui encontrar en l nada sospechoso, ni siquiera un mnimo rasguo, y menos an signos de violencia o sntomas de alguna enfermedad, ni tampoco nada que indicara un envenenamiento, nada: inada de nada! Y estando como estaba sin saber qu decir, y porque siempre quedaba bien y resultaba ms lucido que una seal de interrogacin, dio, sin pensrselo dos veces, un ataque cardaco como causa de la muerte y con ese ataque al corazn cort el nudo gordiano. Redact su dictamen en la comisara de la gendarmera, dando as el asuntopor concluido (para l y para las autoridades, que nopara nosotros). Preguntado por el viejo Hller (que estaba a su lado, totalmente aturdido) si era posibleque algo as ocurriera, no hizo ms que encogerse de hombros y decir: Pues s, como puede usted comprobar. 54

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mujeres lo seguan llenos de asombro con la mirada, se puso los guantes de piel de cerdo, apret fuerte el acelerador...y se fue para casa (al encuentro de la comida), dejndonos solos con este misterio que l pretenda haber aclarado, solos como a bordo de un navo con un muerto en la bodega, cosa que, como bien sabemos todos, no es ninguna buena seal. Durante un rato, el abejorreo del motor vibr por encima de los montes y, pese a que se alejaba con rapidez, sonaba extraamente cercano, casi inquietante en el silencio, de pronto audible, de aquel domingo. A la misma hora comenz a caer esa lluvia que nos tendra atrapados en su red hasta concluir el ao. Era una lluvia repugnante como nunca: una meada fina y llorosa que suma los bosques en un velo gris y que poco a poco iba impregnando el suelo como una esponja. Pero ello no fue bice para que la gente fuera a ver al difunto Hans Hller. Sobre todo las ancianas, que mantenan asediada la cmara mortuoria desde el amanecer, penetraron finalmente para derramar unas cuantas lgrimas de cocodrilo junto al fretro, mientras arriba la lluvia sollozaba sobre el tejado de la iglesia y compona emotivos cnticos fnebres dentro de la tubera de desage. Luego, hacia el medioda, cuando poco a poco se fueron marchando porque, en definitiva, deban preparar la comida), Karl ( Maletta tambin se present a examinar el cadver. Resulta chocante que l un forastero mostrara tal inters, y de hecho a la gente le choc. Algunas mujeres que an estabanpresentes y discutan lo ocurrido (slo entre susurros, claro,pues la paz del difunto es para ellas cosa sagrada), algunas mujeres, digo, lo vieron llegar e interrumpieron por tanto su pltica; lo miraron absortas y boquiabiertas: de este modo podan observar mejor cuanto haca. Primero as lo contaron ellas ms tarde se quit el sombrero. Luego se acerc suavemente al fretro y alz s55

Luego se subi a su coche mientras nio

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peridico que puesto sobre la cara la hoja de l haban en aquel momento le del muerto. Fue una revelacin que result aterradora, una estacin ms en el camino a la oscuridadque estaba recorriendo. Los ojos vidriosos de Hans Hller lo miraron de hito en hito, dos huevos de paloma azuladosy descaradamente desnudos (pues seguan abiertos de par en par, y eso realmente era una cochinada): ninguna de las personas que tantos aires se haban dado en este asunto, ni el mdico municipal ni el gendarme, ni el viejo Hller, ni el marinero, nadie se los haba cerrado, pese a que slo haca falta un gesto de la mano. Ahora lo intent Maletta, pues esos ojos le recordaban, desde luego, la mirada penetrante y fija de sus retratos fotogrficos. Mientras las mujeres lo observaban, tensas y desconfiadas, desde un rincn y la lluvia organizaba su concierto fnebre en el techo de eternita, l se esforzaba torpemente en entornar los prpados de ese pobre diablo. i En vano! Ya no poda ser. Ya se haba producido el rigor mortis. Esos ojos, esos huevos de paloma desnudos seguan mirndolo de hito en hito, implacables; los prpados volvan a abrirse cada vez (capullos malignos que se abren intempestivamente) y desvelaban el blanco horror de la muerte. As, pues, no le qued ms remedio que volver a tapar tan desagradable espectculo con el peridico (era laHoja Parroquial).

Por la tarde es decir, al anochecer cinco hombres de la tertulia se reunieron en el hostal. El alcalde Franz Zopf; el comerciante engneros mixtos Franz Zotter; el panadero Hackl, socialista; Alois Habergeier, nuestro cazador, y Johann Sc hreckenschlager, el maestro serrador (un hombrecito viejoy tembleque que, por as decir, se mantena oculto dentro de la esfera de influencia de la barba del cazador, con ojos que miraban desconcertados y sin rumbo fijo). Llegaron como cada domingo, uno tras el otro; se quitaron el barro de los zapatos dando pata-

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das en el suelo y entraron luego en el comedor, colocaron los paraguas empapados en un rincn y se sentaron a su mesa de siempre, la de la tertulia. Un leador que vigilaba desde el otro extremo de la sala y que fue consumiendo, sin parar, dos litros de mosto (lo cual por lo visto leproporcion esa asombrosa lucidez de que uno goza de vez en cuando estando borracho) nos describi la escena siguiente. Primero hablaron del tiempo, y la opinin fue unnime; todos convinieron, concretamente, en que era malo. Luego, as dijo el leador, se callaron de golpe (como si la lluvia se hubiera secado en sus cerebros), hicieron una pausa en que todos respiraron profundamente, y pareca como si esperaran a que alguien les diera el pie. Franz Binder, el encargado de servirles, inofensivo y carente de humor como siempre, les proporcion finalmente la palabra clave mientras escanciaba la cerveza. Dijo desde la barra, poniendo esa cara indescifrable que lo caracterizaba: Cinco jarras de medio y siete copas de schnaps se tom, y media hora ms tarde todo haba acabado. Pues s dijo Zotter, es realmente extrao cmo suceden las cosas. iVaya un toro! Quin lo hubiera credo al verlo? Los jvenes ya no valen nada dijo Zopf. Les falta el tutano; es eso. Hackl lo mir desafiante con el rabillo del ojo. Pregunt: Cmo que les falta el tutano? Qu quieres decir con eso? Pues loque he dicho gru Franz Zopf. O te crees acasoque una motocicleta es un tutano? Todos se miraron. Hackl: No s qu diablos ests diciendo. El schnaps es el es? schnaps, pero un tutano...? Eso qu57

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Pausa tensa, y luego Habergeier (sonriendo, la pipa entre los dientes): - iLo que quiere es politiquear! Ese es el tutano del asunto! iPues claro! dijo Hackl. Qu si no? El alcalde se hinch como un pavo. iIros a frer esprragos! dijo con encono. A ver, quin ha hablado aqu de poltica? Yo acaso? iPues nada...! El tutano es el tutano. Se tiene o no se tiene. iUna cosa o la otra! Entendido? Tiene que haber un tutano, isea como sea! Pero qu hacen los jvenes gandules? Tienen ideales o algo parecido? Van tirndose pedos en sus motos, ieso s! Pero ideales...? iDe eso nada! - iVale! dijo Hackl. iDe acuerdo! iS! Pero dime una cosa: qu tiene que ver esto con lo otro? - iMucho, mi querido amigo! Muchsimo! Quien no tiene tutano, acaba metindose en asuntos como ste. Pero Hackl sigui hurgando. En qu asuntos? pregunt. Pues en asuntos como ste le adoctrin Zopf. Venga, os creis realmente eso del ataque cardaco? Se reclin, dio una chupada a su cigarro y mir uno a uno a sus contertulios, sonriendo misteriosamente. Algo apesta dijo. Y cualquiera puede olerlo. Largo silencio. Por ltimo, la voz del cazador: iTonteras! Haba bebido demasiado. Como siempre, se mostraba superior a los dems. Y sin embargo, se le notaba cierto nerviosismo. Estuvo dijo Zotter y baj la voz con la peluquera... --Y qu? Nada. Que se me acaba de ocurrir. Y adems prosigui, bajando an ms la voz, se pele con Fuch senschneider. Y como todos sabemos, Fuch senschneider es... i ...un intil! confirm Zopf.58

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qu? pregunt Hackl. A ver, qu ms? Pero Franz Zotter no sigui hablando. Slo mir al panadero con aire significativo y dej al silenciopronunciarse. Hackl (ya harto enfadado): Quiero decir que si el mdico municipal ha constatado un ataque cardaco, pues habr que asumirlo como vlido. Franz Zopf estaba sentado con la frente gacha, haciendo girar su mechero entre los dedos. Slo quiero saber una cosa dijo lentamente. Qu demonios buscaba en el horno de ladrillos? Se miraron. El silencio empez a crujir. Iluminados por el tubo fluorescente (el ltimo logro de Franz Binder), tambin parecan unos muertos; parecan una sociedad de ahogados. Seguro que quera mear dijo Habergeier con un gruido. El maestro serrador tragaba saliva, como disponindose a decir algo, pero lo engull, y slo se le mova la nuez. Estos jvenes gandules murmur Zotter tienen cada ocurrencia. El ao pasado, por ejemplo: fundaron una cuadrilla, una banda de gngsters al estilo americano. Primero fueron varias veces al cine a Kahldorf y luego, pues ya lo sabis, se incendi un henal. Y elgendarme dijo Hackl tuvo que callar la bocaporque uno de ellos era el hijito del alcalde. iRetira lo que has dicho! grit Zopf. Golpe la mesa con el puo, haciendo brincar las ja--Y

rras de cerveza. Fue un caso de inflamacin espontnea explic Franz Zotter. La paja se incendi por inflamacin espontnea. Hackl: hablemos ms del Bueno, por m, que as sea. No59

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tema. Todo el pueblo acabar un da reducido a cenizas... por inflamacin espontnea, claro! iPorque todos son unos santos! Pero ahora se las carg el panadero. Tuvo que aguantar una tormenta que llevaba aos preparndose: que el incendiario en Schweigen era l, que incitaba a todo el mundo a la rebelda con su chismorreo, que instigaba a todos contra todos y que probablemente lo haca por encargo de su partido. El leador, a quien haban olvidado del todo, haca tiempo que no se haba divertido tanto. En eso entr en el establecimiento al principio sin apenas ser percibido el agente forestal Strauss. Se sacudi el agua del sombrero, bebi una jarra de un tercio en la barra y escuch un poco la discusin. De qu va la cosa? pregunt finalmente. Al guien ha pegado fuego a algo? Estn hablando de Hller murmur Franz Binder. s! empez el agente forestal, en voz tan alta iS, que todos haban de or y entender sus palabras. (Volvi a colocar la jarra vaca en la barra y se sec los labios, de los que goteaba la espuma de la cerveza.) iS, s! iEl Hans Hller! iIba con la moto que desempedraba la calle! Un muchacho como la copa de un pino! Qu lstima! Y aquella vez, no fue l quien incendi el henal, no. En el municipio slo hay uno que puede haberlo hecho. Se acerc a la mesa, y al apoyar los puos en las caderas bajo el amplio abrigo sin manas pareca como g si desplegara las alas, las gigantescas alas de un murcilago de loden gris y verde. Dijo: S, seores, slo uno. Lo vi vagabundear por ah. No lo quiero nombrar. Vosotrosya sabris a quin me refiero. El alcalde le clav la mirada. Los dems tenan la ca60

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beza gacha. De golpe, la cruzada contra el d panaero haba quedado anulada. No lo sabis? pregunt Strauss. Y luego, tras una breve pausa: Vamos a ver, ireflexionad un poco! Hller estuvo bailando aqu. Luego le dio unapaliza a Fuchsenschneider. Despus sali, se mont en su blido y parti, ms sano que nunca; ni siquiera estaba borracho. Nada, que media hora ms tarde est muerto en el horno de ladrillos... Y, quin lo encontr...? Esper la respuesta con la boca abierta y la mirada rgida. Sus ojos de color gris claro y sus dos dientes de oro relampagueaban. Franz Zopf, Franz Zotter y Franz Binder (que se haban sentado a la mesa con una jarra de medio cada uno) alzaron la vista y se miraron. iClaro! iAhora entendan! No, no slo ahora; siempre lo haban sabido. Simplemente haba estado enterrado muy en lo hondo de sus cerebros y no haban tomado conciencia de ello. Tragaron saliva y le echaron cerveza encima: el marinero! iEl huevo de Coln! Y el agente forestal Strauss, ese tarado de gris y verde, lo haba puesto en el mismo centro de la mesa sin necesidad de apretar mu