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de la familia humana. Somos miembros de unareligión, santa y dulce y podemos, por medio de una

conducta consecuente y unos esfuerzos sabios ypacientes, convertirnos en los precursores de lapaz para una raza todavía trastornada y aplas-tada."

Empero, el problema que se plantea a todos losmisioneros es saber a qué conceder prioridad: ala industria o a la religión. Las respuestas varíansegún los individuos. Para Livingstone, separar am-

bas  sería un error.  Las  dos  se prestan m utuo apo-yo: el cristianismo introduce los gérmenes de "ra-cionalismo", que permitirá, más tarde a Ios indíge-nas utilizar los bienes materiales producidos por la civilización "cristiana". Lo mismo piensa otromisionero, el R. P. Pruen, que e n The Arab andthe African, 1891, dice: "el africano cristiano abra-zará la civilización mucho más fácilmente y más

naturalmente que el pagano. Intentar civilizar alafricano "antes" de convertirlo es," me parece, poner la carreta delante de los bueyes".

Los actos y las palabras de los misioneros dela época son una de las manifestaciones privile-giadas de este expansionismo lleno de buena con-ciencia que se llama hoy etnocentrismo. Sin em-

bargo, su actitud con respecto a África, y más ge-neralmente a las sociedades "paganas", conducea una ideología específica, "el humanitarismo". Elexplorador humanitario, cuyo tipo es Livingstone,no tiene por objetivo explícito modelar las socie-dades africanas a imagen de la Europa industrial.Y aún menos concibe el comercio en términos ex-clusivamente económicos: el comercio tiene para

él un contenido más ético que económico. Mejor que hablar, como los evolucionistas, de sociedades"atrasadas", más bien que "civilizarlas", se trata

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de "aliviarlas" de la miseria física y moral queles oprime, de "mejorar" su condición. Los afri-

canos tienen más de niños que de brutos primi-tivos y los gobiernos deben comprender que lo queellos necesitan es sobre todo protección.

La autoidentificación de los exploradores con lacivilización no es, en la práctica, sino el aspectopsicológico de una problemática central: la nue-

va relación de Occidente con lo que conocemoshoy por tercer mundo. Esa relación no se expresaya a través de la mediación de la razón naturaly universal, como en el siglo XVIII, sino por me-dio de una teoría de la historia de la cual Occi-dente sería el resultado único y la toma de con-ciencia.

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bida como pasividad u hostilidad. El lirismo de la

conquista (Kipling, Cecil Rhodes) expresa la mis-

ma repulsa: en la dominación no considera sino

únicamente su derecho, sus propias sensaciones.

Es verdad que la visión imperial no es negación

pura y simple de la otra. Tras las largas conside-

raciones sobre la expansión mundial de la civili-

zación vienen, llenas de "encanto", aquellas so-

bre la maravillosa variedad del mundo, sus mati-

zados perfumes (Loti); en resumen, sobre el

exotismo colonial. La diversidad del mundo es sa-

brosa para el colonialismo 1900. Esta diversidad

que la civilización pretende querer destruir "por ra-

zones científicas", y que, en todo caso, el capitalis-

mo destruye por "razones económicas", se con-

serva ilusoria y míticamente en la conciencia

imperial. Tal es la función del exotismo, de la diver-

sidad ilusoria, en el seno del monismo,

"Porque es poco explotar a otro. Es poco no sa-

borearlo, en tanto que tal... La inspiración exótica

y la curiosidad científica son la doble compensa-

ción del imperialismo" (Berque). Curiosidad de

un tipo bien determinado, ya que para ella "la re-

ligión se convierte en superstición, el derecho en

costumbre y el arte en folklore".

 Apenas importa entonces la naturaleza de lassociedades escudriñadas, contempladas; no inte-

resa que el "indígena" sea el heredero de v iejas

civilizaciones relativamente conocidas ya de Eu-

ropa. Las sociedades "indígenas", "tropicales",

cuya "grandeza" y "esplendor" pasados son a ve-

ces reconocidos con complacencia no existen ya

sino para el centro; ultramar sólo existe para la

metrópoli.