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ALGUNAS NOTAS INTRODUCTORIAS AL ESTUDIO DE LA PERCEPCIÓN José E. García-Albea Universitat Rovira i Virgili de Tarragona CUESTIONES PRELIMINARES. El término percepción nos remite al de percibir, verbo transitivo que, como tal, requiere un objeto directo. En el uso ordinario, dichos términos tienen variadas acepciones que van desde la de recibir, tomar o hacerse cargo de algo material (se percibe dinero, el sueldo, un regalo, etc.) hasta la de captar, aprehender o tener conciencia de algo en un sentido íntimo y subjetivo (se percibe un paisaje, la gravedad de una situación, una sensación de angustia, etc.). En todos los casos está claro que, al percibir, un sujeto se sitúa en un estado en el que, de forma más o menos activa, entra en posesión de un objeto, más o menos concretado físicamente. En todos los casos se establece una determinada relación entre el sujeto perceptor y el objeto percibido, aun cuando, según las distintas acepciones, pueda haber variaciones tanto en lo que respecta al tipo de relación como al tipo de objeto. Pues bien, para concretar en qué sentido le interesa el tema de la percepción a la psicología habrá que identificar cuál es la acepción que mejor le corresponde en términos, justamente, de los dos aspectos señalados antes, el tipo de relación y el tipo de objeto. Se trata, por lo tanto, de ofrecer una respuesta mínima, enraizada en la tradición psicológica, a dos cuestiones básicas: ¿en qué consiste percibir? y ¿qué se percibe? La respuesta máxima la dará, en cada momento, el desarrollo que vaya alcanzando la disciplina científica que denominamos psicología de la percepción. La percepción le interesa a la psicología por ser, ante todo, una función mental, con múltiples manifestaciones en las capacidades y logros del individuo que tienen que ver con la detección, discriminación, comparación, reconocimiento e identificación de estímulos. Como en toda función mental, el tipo de relación entre sujeto y objeto que se establece en la percepción es bastante peculiar, más allá de lo que supondría la mera relación física de contacto por la que se entra en posesión de algo material; es lo que podríamos llamar una relación intencional, en el sentido preciso por el que se caracteriza todo acto o estado mental que tiene una referencia externa a él mismo. La intencionalidad, quizá la propiedad más básica (y, por tanto, general) que caracteriza lo mental, es también el fundamento de la distinción misma entre sujeto y objeto, como términos de una relación de alteridad que empieza por establecerse desde la propia percepción.

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Lectura de percepcion y atencion

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ALGUNAS NOTAS INTRODUCTORIAS AL ESTUDIO DE LA PERCEPCIÓN

José E. García-Albea

Universitat Rovira i Virgili de Tarragona

CUESTIONES PRELIMINARES.

El término percepción nos remite al de percibir, verbo transitivo que, como tal, requiere un

objeto directo. En el uso ordinario, dichos términos tienen variadas acepciones que van desde la

de recibir, tomar o hacerse cargo de algo material (se percibe dinero, el sueldo, un regalo, etc.)

hasta la de captar, aprehender o tener conciencia de algo en un sentido íntimo y subjetivo (se

percibe un paisaje, la gravedad de una situación, una sensación de angustia, etc.). En todos los

casos está claro que, al percibir, un sujeto se sitúa en un estado en el que, de forma más o menos

activa, entra en posesión de un objeto, más o menos concretado físicamente. En todos los casos

se establece una determinada relación entre el sujeto perceptor y el objeto percibido, aun

cuando, según las distintas acepciones, pueda haber variaciones tanto en lo que respecta al tipo

de relación como al tipo de objeto. Pues bien, para concretar en qué sentido le interesa el tema

de la percepción a la psicología habrá que identificar cuál es la acepción que mejor le

corresponde en términos, justamente, de los dos aspectos señalados antes, el tipo de relación y el

tipo de objeto. Se trata, por lo tanto, de ofrecer una respuesta mínima, enraizada en la tradición

psicológica, a dos cuestiones básicas: ¿en qué consiste percibir? y ¿qué se percibe? La

respuesta máxima la dará, en cada momento, el desarrollo que vaya alcanzando la disciplina

científica que denominamos psicología de la percepción.

La percepción le interesa a la psicología por ser, ante todo, una función mental, con múltiples

manifestaciones en las capacidades y logros del individuo que tienen que ver con la detección,

discriminación, comparación, reconocimiento e identificación de estímulos. Como en toda

función mental, el tipo de relación entre sujeto y objeto que se establece en la percepción es

bastante peculiar, más allá de lo que supondría la mera relación física de contacto por la que se

entra en posesión de algo material; es lo que podríamos llamar una relación intencional, en el

sentido preciso por el que se caracteriza todo acto o estado mental que tiene una referencia

externa a él mismo. La intencionalidad, quizá la propiedad más básica (y, por tanto, general) que

caracteriza lo mental, es también el fundamento de la distinción misma entre sujeto y objeto,

como términos de una relación de alteridad que empieza por establecerse desde la propia

percepción.

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Entre las funciones mentales que componen el mapa del psiquismo humano, la percepción ha

estado ligada tradicionalmente a las funciones cognitivas más que a las conativas (relacionadas

con las pulsiones, deseos y afectos), y, dentro de las funciones cognitivas, a aquellas en las que

intervienen de forma directa los sentidos corporales. Como función cognitiva que es, la

percepción se caracteriza por ser una relación intencional, en la que se sustentan las llamadas

creencias perceptivas y que, como es propio de todo estado cognitivo, son susceptibles de ser

evaluadas en términos de verdad o falsedad. Por otra parte, y a diferencia del resto de las

funciones cognitivas, la relación perceptiva presenta la característica distintiva de tener su

origen en la interacción física que se da entre el medio y el organismo a través de los sentidos.

Si queremos, pues, reservar un apartado de la ciencia psicológica al estudio de la percepción, no

podemos dejar de enfatizar este último aspecto distintivo de la misma, el de ser un conocimiento

mediatizado por los sentidos. Lo cual tiene varias implicaciones importantes. En primer lugar,

que no se reconoce otra forma de percepción que no sea la percepción sensorial; hablar de

percepción extrasensorial o cosas similares sería, según esto, un auténtico contrasentido. En

segundo lugar, que la percepción ocupa una posición realmente especial frente al resto de las

funciones cognitivas, en la medida en que se basa directamente en la interacción física con una

u otra forma de energía; en este sentido, la percepción viene a ser el punto de encuentro entre lo

físico y lo mental, con las consecuencias que ello tiene a su vez para el proyecto de

naturalización de la psicología. En tercer lugar, y gracias a lo anterior, la percepción puede ser

considerada como el origen y la base de todo nuestro conocimiento del mundo (incluido el de

uno mismo), del que se alimentan las demás funciones cognitivas y del que llegan a depender,

en buena parte, las emociones, sentimientos y afectos que promueven la conducta.

Nos encontramos así con que la relación de posesión (o aprehensión) que se establece en la

percepción, siendo típicamente intencional, está basada en una relación física por la que una

determinada forma de energía suscita la respuesta fisiológica de un determinado receptor

sensorial. Esta especie de dualidad en el tipo de relación se manifiesta igualmente a la hora de

caracterizar el tipo de objeto sobre el que versa la percepción. Siempre que percibimos (vemos,

oímos, olemos, etc.), percibimos algo, y siempre lo hacemos bajo algún tipo de consideración

(categoría, concepto, descripción, etc.), por muy elemental y primitiva que ésta sea; al ver un

árbol, puedo verlo como tal o cual árbol (un roble o un ciprés), o simplemente como un árbol, o

como un bulto en el fondo del paisaje, o incluso, de forma equivocada, como una casa o como

un nubarrón.

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La percepción constituye un fenómeno (o conjunto de fenómenos) genuinamente psicológico y

su explicación requerirá que nos situemos en el nivel de explicación funcional que es propio de

la ciencia psicológica, aquél que trata de determinar las leyes intencionales que gobiernan el

ejercicio de nuestras capacidades básicas para resolver problemas adaptativos. Ello no obsta, sin

embargo, para que, especialmente en el caso de la percepción, la explicación psicológica se deba

construir a partir de los descubrimientos y el tipo de explicaciones que proporcionan las ciencias

más básicas, en concreto aquellas a las que compete la caracterización neutral de los estímulos

(la física y la química principalmente) o el estudio de los sistemas sensoriales en cuanto tales

(las disciplinas biomédicas y neurofisiológicas principalmente). Estas otras ciencias, aparte de

contribuir a una comprensión más global y completa de los fenómenos perceptivos, sirven

precisamente, por la constatación de sus propias limitaciones explicativas, para justificar la

necesidad de la explicación psicológica y acotar por abajo su campo de estudio. Se podría decir,

en este sentido, que la psicología de la percepción empieza donde termina la neurofisiología

sensorial, una vez que ésta ha subsumido las consecuencias de la acción física de la energía

estimular sobre el organismo.

LA PERCEPCIÓN, ENTRE LA SENSACIÓN Y LA COGNICIÓN

En psicología, como en toda ciencia natural, la explicación de los fenómenos viene precedida

por una toma de distancia ante los mismos, siendo ésta mucho más necesaria cuanto más

familiares y cotidianos resultan aquellos. Es así, poniendo en cuestión lo que se da por hecho, o

preguntándose por lo que a primera vista parece obvio, como suele avanzar el conocimiento

científico. Los fenómenos ordinarios, como el de la caída de la célebre manzana de Newton, no

entran en la órbita de la curiosidad científica hasta que uno deja de atribuirles carácter necesario

y se plantea, entre otras cosas, si no podrían haber sucedido de otra manera. Y si esto ocurre con

los fenómenos relativos al mundo externo, qué no se podrá decir de los fenómenos mucho más

cercanos que competen a la experiencia interna, especialmente de aquellos que se producen

habitualmente sin esfuerzo y no requieren un adiestramiento particular. La percepción es quizá

el mejor ejemplo de ello. Transcurre normalmente de forma tan fácil, rápida y efectiva, sin

plantear problema alguno al individuo, que cuesta advertir cuál es la razón de su estudio, qué

deba explicar la psicología que no quede ya explicado, en todo caso, por las ciencias más

básicas. Si tenemos un árbol delante, hay luz y no nos falla la vista, lo normal es que veamos el

árbol. ¿Qué misterio hay en ello?, ¿qué es lo que hay que explicar una vez conocidos los

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principios que regulan la distribución de la luz y el funcionamiento de nuestro aparato visual?

El punto clave para entender cuál es el tipo de problemas con qué se enfrenta la psicología de la

percepción es el de tomarse en serio lo que ya explican las ciencias más básicas para

cuestionarse justamente lo que éstas acaban dando por supuesto. Siguiendo con el ejemplo

anterior, tras la descripción precisa que quepa hacer del estímulo que impresiona nuestro

receptor sensorial y de los impulsos nerviosos que llegan al cerebro, todavía cabría preguntarse:

¿en qué consiste precisamente ver un árbol, reconocer una melodía o descubrir el olor del

azahar? En último término, se trata de saber cómo se las arregla el organismo para obtener

información (conocimiento) acerca del mundo (objetos, propiedades, eventos, etc.) a partir del

patrón de energía que incide sobre (y al que reaccionan) los sentidos corporales. Lo

verdaderamente admirable y sorprendente del fenómeno de la percepción no es tanto, con ser

mucho, que nuestros receptores sensoriales respondan de forma tan especializada a los distintos

tipos de energía del medio o la orquestación de impulsos nerviosos a que da lugar dicha

estimulación en el acto de percibir; lo admirable y sorprendente es que un organismo como el

nuestro y, en buena medida, el de otras muchas especies sea capaz de convertir esa interacción

energética en una transacción informativa, en conocimiento y experiencia, en la aprehensión -de

una forma vicaria, intencional- de los objetos, propiedades, eventos, etc. del mundo que nos

rodea. Aprehensión intencional que nos permitirá después referirnos a esos mismos aspectos de

la realidad aun cuando ya no estén físicamente presentes.

La mejor manera de valorar el problema fundamental con que se enfrenta la psicología de la

percepción es mediante la constatación de que la percepción es también, en sí misma, un

problema para el organismo, aun cuando, como señalábamos antes, éste lo resuelva

normalmente con extrema facilidad y sin hacerse problema de ello. La psicología de la

percepción tiene así como labor principal desentrañar los términos del problema (o problemas)

que afronta el organismo al percibir y dar cuenta de cómo y con qué grado de efectividad lo(s)

resuelve.

El estímulo de la percepción

Una forma clásica de describir el problema de la percepción es a través de la distinción entre las

dos facetas o modalidades que cabe considerar en el estímulo perceptivo, denominadas

estimulación proximal y estimulación distal. El estímulo o estimulación proximal consiste en el

patrón concreto de energía que actúa directamente sobre un receptor sensorial (o conjunto de

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receptores); produce, pues, un efecto físico/químico inmediato en el receptor, al que

corresponde éste con una reacción físico/química determinada. El estímulo o estimulación distal

es aquel aspecto de la realidad circundante (objeto, propiedad, evento o situación) que, de

alguna manera, participa en la génesis del estímulo proximal y que, sin necesidad de actuar

directamente sobre el receptor, se acaba convirtiendo en el referente del acto perceptivo. Cuando

veo el árbol, éste es el estímulo distal, mientras que la luz reflejada por su superficie, tal como

incide en los fotorreceptores de la retina, es el estímulo proximal. La situación con la que se

enfrenta el sujeto al percibir es la de que, por una parte, necesita el estímulo proximal como

condición sine qua non de su acto perceptivo y, por otra, que aquello que termina percibiendo

no es precisamente ese estímulo proximal, sino el estímulo distal. Como ha señalado James

Gibson repetidamente, vemos gracias a la luz (y a la integridad de nuestros fotorreceptores),

vemos en todo caso por medio de la luz, pero lo que finalmente vemos no es la luz en sí misma,

ni tan siquiera el efecto que ésta produce en nuestra retina; vemos objetos, lugares, eventos y, en

general, las propiedades invariantes que subyacen al flujo cambiante del patrón óptico.

De acuerdo con la distinción entre estimulación proximal y distal, la tarea que tiene por delante

el sujeto es justamente la de dar con el estímulo distal a partir del estímulo proximal. En

principio, dicha tarea podría resultar relativamente simple, siempre y cuando se diera una

correspondencia biunívoca completa (es decir, una correlación perfecta) entre los dos tipos de

estimulación; en definitiva, siempre que el estímulo proximal, punto de partida inexcusable de

la percepción, determinara necesaria y exhaustivamente cuál es el estímulo distal al que está

ligado (y fuera, por tanto, no sólo condición necesaria sino también suficiente para la detección

de éste). Lo que ocurre es que esto no es así en la gran mayoría de los casos. El estímulo

proximal es típicamente indeterminado con respecto al estímulo distal, lo cual se manifiesta en

la falta de correspondencia que se da entre ambos siempre que un mismo estímulo proximal

pueda estar ligado a más de un estímulo distal o viceversa, cuando el mismo estímulo distal

quede ligado a dos o más estímulos proximales diferentes. Tomando como ejemplo la

percepción visual del tamaño de los objetos, la primera situación queda ilustrada en la figura 1a,

donde dos objetos de diferente tamaño provocan la misma estimulación proximal (en cuanto al

tamaño de la proyección retiniana), mientras que la situación contraria se ilustra en la figura 1b,

donde a un mismo objeto, situado a diferentes distancias, le corresponden estímulos proximales

diferentes. Lo curioso de todo, en ambos casos, es que, a pesar de esta indeterminación, nuestra

percepción de las propiedades distales tiende a ser bastante consistente y, en la mayoría de las

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UNA ESTIMULACION PROXIMALPEDE ESTAR SOCIADAS A VARIAS DISTALES
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ocasiones, ajustada a la realidad. En los ejemplos anteriores, el sujeto tiende a ver de diferente

tamaño los dos objetos aun cuando den lugar al mismo estímulo proximal (1a) y, por otro lado,

tiende a mantener constante el tamaño del objeto situado a diferentes distancias (1b), dentro de

un rango de distancias determinado

Figura 1. Se ilustra la falta de correspondencia entre el estímulo proximal y el estímulo distal. En a, dos estímulos distales de diferente tamaño dan lugar a una proyección retiniana (estímulo proximal) del mismo tamaño. En b, un mismo estímulo distal da lugar a dos proyecciones retiniana (estímulos proximales) de diferente tamaño. a

b

La consecuencia natural que se sigue de esa indeterminación es la de que el estímulo proximal,

siendo necesario, no es suficiente para la aprehensión consistente del estímulo distal. Es preciso

recurrir a algún tipo de mecanismo adicional al de la propia sensación que permita trascender la

estimulación proximal. Tradicionalmente, dicho mecanismo se ha venido a concebir como un

mecanismo de inferencias inconscientes (Helmholtz, 1866), bien de carácter probabilístico

(Brunswick, 1956) o bien basado en principios de formación y comprobación de hipótesis

(Bruner, 1973). En cualquier caso, baste de momento con indicar que se trata de un mecanismo

cognitivo dedicado a resolver un problema complejo de cálculo que tiene claras repercusiones

adaptativas: el problema de cómo obtener información fiable del medio a partir de una

estimulación (proximal) generalmente insuficiente e inestable; o como gustaba de glosar al

propio Gibson (1966), el problema de cómo pasar del caos de sensaciones al cosmos percibido.

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Los órganos de la percepción.

Además de la presencia física del objeto, la percepción requiere la intervención directa de los

sentidos. En realidad, estas dos características, incluidas en la definición tentativa que

proponíamos de la percepción, van estrechamente ligadas. La presencia física del objeto es

efectiva para la percepción en la medida que el sujeto dispone del equipamiento indispensable

para acceder a dicho objeto. Desde la perspectiva del objeto, podríamos decir que éste se hace

accesible a través de la estimulación proximal. Ahora bien, ésta no se produce en el vacío, sino

que, como ya hemos indicado, va seguida de una respuesta sensorial. Ambos términos son

correlativos. A continuación, haremos un breve repaso de los sistemas encargados de la

respuesta sensorial, con el fin de apreciar una vez más, ahora desde la perspectiva del

sujeto/organismo que percibe, cuál es la naturaleza de los logros perceptivos.

A partir de la estimulación proximal, el relato de lo que ocurre al percibir un objeto, en términos

estrictamente neurofisiológicos, es suficientemente bien conocido en la mayoría de los casos.

De forma muy resumida, y volviendo al ejemplo de la visión, lo que ocurre es que la energía

luminosa del patrón óptico que llega a la retina produce unos determinados efectos químicos en

las células de la misma -los fotorreceptores (conos y bastones)-, efectos que van a extenderse, de

una forma peculiar, a las neuronas conectadas a dichos receptores y que formarán el nervio

óptico. Por él se transmite la estimulación en forma de impulsos eléctricos que se propagan de

unas neuronas a otras mediante los procesos bioquímicos que se generan en las terminaciones

sinápticas. De esta forma, los impulsos nerviosos alcanzan la corteza cerebral, en zonas donde

se establecen distintos tipos de conexiones entre unas neuronas y otras, cuya activación selectiva

va a determinar el tipo y la magnitud de la experiencia consciente que suele acompañar a la

aprehensión intencional del objeto.

En términos más o menos parecidos, este relato se podría aplicar a cualquiera de las otras

modalidades perceptivas, dejando para la disciplina de la neurofisiología sensorial la tarea de

completar los detalles de dicho relato y sus variantes. Aquí procederemos simplemente a

destacar los rasgos generales que son comunes a todos los sistemas sensoriales, para pasar

después a considerar la clasificación de los mismos, según los rasgos específicos que son

propios de cada sistema sensorial.

Cuando se habla de los sentidos corporales, o de los órganos de los sentidos, se suele pensar

solamente en lo que es el receptor periférico donde llega la estimulación, sin tener en cuenta que

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éste no es sino uno de los elementos integrantes de lo que constituye un auténtico sistema

organizado, responsable, todo él, de la experiencia perceptiva. De ahí que prefiramos hablar de

sistemas sensoriales y los consideremos en su integridad como los genuinos órganos de la

percepción.

En todo sistema sensorial se pueden distinguir tres componentes principales: los receptores

sensoriales propiamente dichos, las vías aferentes de transmisión nerviosa y las áreas de

proyección cortical. En cuanto a su morfología, los primeros pueden ser o bien estructuras

celulares diferenciadas (respecto al sistema nervioso), o bien terminaciones nerviosas libres; el

segundo componente viene dado por el conjunto de neuronas que dirigen sus ramificaciones

desde los receptores hasta la corteza cerebral, con varias estaciones intermedias de una mayor

interconectividad; el tercer componente está constituido por las agrupaciones neuronales de la

corteza cerebral, conectadas de forma más o menos directa con las vías aferentes

correspondientes a cada modalidad sensorial, y conectadas también entre sí en las denominadas

áreas de asociación. Los tres componentes anteriores también se distinguen, y de modo

principal, por sus funciones. Es importante entender bien lo más esencial de cada una de ellas,

desde el punto de vista neurofisiológico que ahora mantenemos, para acabar entendiendo su

relevancia psicológica de cara a la percepción. Veamos a continuación cuáles son estas

funciones principales, representadas en la figura 5. 2.

Figura 5.2. Componentes principales de todo sistema sensorial (nivel de implementación

física).

La función clave de los receptores sensoriales es la transducción sensorial o conversión de la

energía física del estímulo en señales eléctricas del sistema nervioso. Dicha función no es sino

la consecuencia de la posición de interfaz que ocupan los receptores e implica al menos dos

cosas: por un lado, que el receptor responde de forma selectiva a determinadas propiedades de la

estimulación (es sensible a un tipo o patrón específico de energía); y por otro lado, que su propia

Transducción Transmisión Integración e

Interacción

Respuesta sensorial

RECEPTORES SENSORIALES

VÍAS AFERENTES

AREAS CORTICALES

Energía estimular

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respuesta contribuye a generar el tipo de señales que caracterizan al impulso nervioso. Como es

sabido, las neuronas tienen la propiedad distintiva de responder a los agentes externos mediante

cambios en el potencial eléctrico de su membrana (por el mecanismo conocido como bomba de

sodio-potasio) que inducen, a su vez, cambios en el potencial de reposo del cuerpo neuronal.

Así se genera el llamado potencial de acción que se va a transmitir a lo largo del axón de la

neurona en forma de descargas eléctricas de una determinada intensidad y frecuencia. La

transducción es, por lo tanto, un proceso físico/fisiológico por el que se transforma un tipo de

energía en otro, se transforma la energía estimular en aquella con la que trabaja el sistema

nervioso.

La función obvia de las vías aferentes no puede ser otra que la transmisión del impulso nervioso

de unas neuronas a otras mediante las sucesivas sinapsis. Una vez que la estimulación de origen

ha sido codificada en términos de las señales eléctricas que viajan a lo largo de cada neurona,

éstas provocan la segregación de determinadas sustancias químicas (los neurotransmisores) por

parte de las vesículas situadas en el extremo del axón. Dichas sustancias van a actuar de forma

selectiva sobre la membrana de la neurona vecina, produciendo efectos en ésta que pueden ser

excitatorios o inhibitorios, según el sentido de los cambios que se den en su potencial de reposo.

El entramado global de conexiones que se produce a lo largo de las vías aferentes (y en la propia

corteza cerebral) servirá, en último término, para codificar aspectos tanto cuantitativos como

cualitativos de la estimulación que puedan quedar reflejados en las correspondientes variaciones

de la experiencia perceptiva. En el trayecto que va de los receptores sensoriales a la corteza

cerebral se suelen distinguir segmentos donde predominan las prolongaciones neuronales

(sustancia blanca) y zonas donde hay una mayor concentración de cuerpos neuronales (sustancia

gris) y, por lo mismo, de conexiones interneurales; estas últimas tienden a ocurrir a la salida de

los receptores, en determinados núcleos talámicos y, por supuesto, al llegar a la corteza cerebral.

Conviene además advertir que la disposición topográfica de las vías aferentes tiende a seguir, al

menos parcialmente, un sentido contralateral, dirigiéndose hacia el hemisferio cerebral del lado

contrario a áquel en que se situaban los receptores sensoriales.

Las áreas de proyección cortical desempeñan un papel determinante de cara al completamiento

de la actividad sensorial y, consiguientemente, respecto a sus efectos en la experiencia

perceptiva. Desde un punto de vista estrictamente neurofisiológico, la función de estas áreas

abarca dos aspectos principales: la integración de los impulsos nerviosos procedentes de un

mismo conjunto de receptores y la interacción de unas áreas con otras, posibilitando así la

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comunicación entre modalidades sensoriales diferentes y la formación de agrupaciones

neuronales de rango superior; de esta últimas dependerán los fenómenos referidos como de

percepción multimodal o supramodal y otros logros perceptivos considerados de alto nivel. De

acuerdo con ello, se suele diferenciar entre áreas de proyección primaria, áreas de proyección

secundaria y áreas de asociación, según el nexo más o menos directo que tengan con la fuente

específica de estimulación y, por lo mismo, con el sistema de receptores implicado en cada caso.

A la hora de determinar cuántos y cuáles son los sistemas sensoriales, es preciso señalar que se

trata, ante todo, de una cuestión empírica, abierta a distintas soluciones posibles. Para identificar

un sistema sensorial como tal, y como distinto de otros, habrá que recurrir a la evidencia tanto

neurofisiológica como psicofísica y conductual que nos permita comprobar al menos estas tres

cosas: a) que se da un tipo específico de energía al que responde un tipo particular de receptores;

b) que dichos receptores se integran en una estructura neural determinada; y c) que la

interacción física de esa energía estimular con el supuesto sistema sensorial tiene consecuencias

perceptivas.

Según el origen de la estimulación y el tipo de receptores implicados, los sistemas sensoriales se

suelen distribuir en tres clases principales: interoceptivos, propioceptivos y exteroceptivos. En

los dos primeros la estimulación procede del propio cuerpo, diferenciándose entre sí por el tipo

de órganos donde se ubican los receptores, mientras que en los últimos la estimulación es de

origen externo y los receptores se encuentran dispuestos de forma más periférica. Conviene

observar que en todos ellos sigue siendo pertinente la distinción técnica entre estimulación

proximal y distal, aun cuando la separación física de esta última respecto al receptor (y, en

general, respecto al sujeto que percibe) pueda variar de unos sistemas a otros.

Los sistemas interoceptivos tienen situados sus receptores internamente, en órganos ligados a

las funciones vitales más prominentes (vísceras, glándulas, etc.); proporcionan información de

carácter más bien difuso sobre el estado general de dichos órganos, que tiene que ver sobre todo

con el dolor y el placer. Constituyen auténticos sistemas de alerta ante los cambios internos del

organismo y tienen una incidencia obvia muy importante en el desarrollo y control de los

estados emocionales.

Con respecto a los sistemas propioceptivos, se ha de distinguir entre el sistema cinestésico y el

sistema vestibular. El primero vuelve a ser un sistema generalizado que extiende sus receptores

por los distintos tipos de articulaciones (músculos, tendones, etc.), proporcionando información

sobre la estructura, localización y movimiento de las distintas partes del cuerpo; tiene por ello

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un papel destacado en los procesos de monitorización perceptiva requeridos para la

coordinación sensomotora. Por su parte, el sistema vestibular se asienta en un conjunto de

receptores específicos alojados ya en un órgano particular y bien diferenciado: los canales

semicirculares que se encuentran en los vestíbulos del oído interno. Forman una estructura

próxima y comparable a la cóclea (órgano de los receptores auditivos), aun cuando nada tengan

que ver con la audición y dispongan de sus propias vías aferentes (el nervio vestibular). Su

función es la de aportar información sobre los movimientos rotatorios de la cabeza, cumpliendo

un papel decisivo en la monitorización de dichos movimientos y en el ajuste entre estos y los

movimientos oculares (con repercusión directa en algunos aspectos de la visión); en relación

con ello, el sistema vestibular está especialmente implicado en los estados de desequilibrio

(sensación de mareo) que puedan resultar de la intensidad de esos movimientos.

Por último, los sistemas exteroceptivos se corresponden, en líneas generales, con los cinco

sentidos clásicos y son los que nos ponen en contacto informativo con el mundo exterior.

Percepción y cognición

Tomarse en serio el relato neurofisiológico de la actividad sensorial de cara a explicar la

percepción implica, como mínimo, dos cosas: una, que la actividad sensorial es condición

necesaria de la percepción y mantiene con ella, por tanto, una determinada relación causal; y

dos, que dicha relación causal no se limita al hecho de que la actividad sensorial constituya la

implementación física de la actividad perceptiva, sino que además implica una cierta forma de

conexión informativa por la que, en principio, se podría trazar el parentesco entre el input

perceptivo y el ouputt sensorial.

El primer punto ya ha sido sobradamente tratado en los apartados anteriores, desde que

acotamos el ámbito de la percepción, restringiéndolo a la percepción sensorial, hasta llegar a

considerar los sistemas sensoriales como auténticos órganos de la percepción. Quizá sólo

convenga añadir que la actividad sensorial es causa de la percepción en el mismo sentido en que

decimos que el cerebro es el órgano de la mente o que un determinado mecanismo cerebral está

implicado en una determinada función psicológica. De acuerdo con ello, parece justificado

reservar el término sensación para designar la actividad sensorial y entender la distinción entre

sensación y percepción en términos de distintos niveles de agregación (o abstracción) a los que

corresponden distintos niveles de explicación. En este sentido, la sensación constituiría la

implementación física de la percepción, sin que ello suponga la reducción de ésta a aquélla o la

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eliminación explicativa de ésta por aquélla.

Ahora bien, ello no supone, por ir al otro extremo, que debamos limitarnos a considerarlas como

dos compartimentos estancos. Lo que se plantea en el segundo punto antes enunciado es,

precisamente, la posibilidad de establecer un nexo causal entre sensación y percepción que vaya

más allá de la mera implementación física y se adentre en el territorio de la explicación

funcional de los logros perceptivos. En último término, se trata de enfrentarse con la cuestión

capital de cómo es posible que un sistema físico, en interacción física con su medio, acabe

obteniendo información (conocimiento, experiencia, etc.) acerca del mismo. En principio, se

podría responder de forma expeditiva a esta cuestión, ateniéndose a la separación entre los dos

niveles de explicación y manteniendo una especie de paralelismo psicofísico que, como mucho,

sólo estuviera dispuesto a admitir una solución emergentista de compromiso: la sensación es

condición necesaria para la percepción, pero sin que haya conexión informativa entre los

resultados de una y otra. Esta sería la postura mantenida por Gibson (1979) con su teoría de la

extracción directa de la información. Frente a esta opción, queda la posibilidad de responder de

forma algo menos elusiva a la cuestión planteada, en un intento de aproximación naturalista a la

percepción y sus logros.

Desde el punto de vista neurofisiológico, la respuesta de los sistemas sensoriales se expresa en

la codificación neural del estímulo proximal, gracias al mecanismo de transducción y a las

modulaciones que puedan afectar a la transmisión del impulso nervioso, en virtud del tipo y

número de conexiones (excitatorias o inhibitorias) que jalonen su recorrido hasta las áreas de

proyección correspondientes. Para que dicha codificación neural tenga efectos perceptivos -y,

por tanto, psicológicos-, es preciso postular un nuevo tipo de codificación con dos

características principales: a) que los eventos neurales acaben constituyendo símbolos o

representaciones de primer orden con respecto a las propiedades relevantes de la estimulación; y

b) que dichas representaciones primarias sean utilizadas como la gran base de datos sobre la

que actúen los procesos perceptivos propiamente dichos. En realidad se trata de una forma de

codificación que es ya típicamente simbólica, aun cuando está directamente ligada (referida a)

las propiedades físicas concretas de la estimulación proximal que ponen en marcha la actividad

neural.

La percepción es así una actividad cognitiva en cuanto que transforma un tipo de representación

en otra a través de una o más operaciones intermedias de procesamiento de información. De este

modo es como se aborda la tarea de hacer corresponder la estimulación proximal con la distal y

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se convierte esta última en el referente del acto perceptivo; no por la extracción directa que

defendía Gibson (1979) en su enfoque ecológico de la percepción, sino por procesos mediados

por representaciones, como propone la tradición cognitiva, consolidada en el enfoque del

procesamiento de la información. Obsérvese que se postulan dichos procesos en la medida en

que la representación distal no coincide con la proximal, y ello es aplicable a propiedades tan

elementales de los objetos como el tamaño, la forma, el color o el movimiento (e incluso su

propio carácter de objeto) y, en general, a cualquier rasgo percibido que no venga dado directa y

explícitamente en dicha representación proximal. Esto es lo que propone David Marr, por

ejemplo, en las primeras fases del procesamiento visual, donde se parte de una representación

primitiva como la matriz de niveles de gris (en la que se especifica sólo aquello -el patrón de

luminancias- a lo que responden directamente los receptores sensoriales) y se van introduciendo

operaciones (o cálculos) que permiten derivar los bordes, contornos, orientaciones y demás

características que configuran la forma y el volumen percibidos de un objeto. Por lo demás, y en

relación con la teoría de Gibson, esta manera de entender la percepción permite constreñir de

modo suficiente la noción de extracción directa y evitar así la trivialización del problema

perceptivo en que, como bien señalan Fodor y Pylyshyn (1981), incurría el propio Gibson. Es,

en este sentido, en el que la percepción se manifiesta como una actividad cognitiva genuina, con

todos los requisitos para ser considerada como una auténtica actividad computacional (Marr,

1982).

Por otra parte, lo específico de la percepción, frente al resto de la cognición (o cognición de

orden superior), es que (a) su punto de partida son los datos sensoriales y (b) sus operaciones

están inicialmente guiadas por estos datos, de cara a hacer explícita y determinada la

información que, sólo potencialmente y de un modo generalmente indeterminado, contienen

sobre las propiedades relevantes del medio. Esas operaciones guiadas por los datos, propias de

los llamados procesos de-abajo-arriba (bottom-up), tienden a ser automáticas, rápidas y

eficaces, y restringidas por el tipo específico de información que utilizan para tratar los datos y

hacer inferencias; es fácil suponer que tienden también a ser básicamente inconscientes y

relativamente susceptibles de ser efectuadas en paralelo. Contrastan, por ello, con las

operaciones guiadas cognitivamente o procesos de-arriba-abajo (top-down), que tienden a

mostrar las características opuestas y disponen, en principio, de toda la información procedente

del sistema cognitivo general. Las operaciones de este último tipo también contribuirán, sin

duda, al resultado perceptivo final, integrándolo en dicho sistema general de conocimiento -

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como se integra la información nueva con la información dada- y haciéndolo servir para el

procesamiento cognitivo ulterior.

La distinción entre estos dos tipos de procesos es crucial para entender las etapas que atraviesa

la actividad perceptiva. Ello no quiere decir que dichas etapas estén perfectamente delimitadas y

se ordenen de forma estrictamente secuencial. Ya asumimos que, al final, la percepción es el

resultado de la interacción de ambos tipos de procesos. Ahora bien, es igualmente importante

establecer cuáles son los límites y las restricciones que operan sobre dicha interacción; o

expresado en otros términos, hasta dónde llega la influencia de los procesos top down en la

percepción y, complementariamente, cuál es el grado de impenetrabilidad cognitiva de la

misma (Pylyshyn, 1984). Dejando claro que estamos ante una cuestión enteramente empírica,

objeto preferente de una buena parte de la investigación actual, se trata, en último término, de

encontrar la forma en que el organismo compagina estas dos facetas de su actividad perceptiva:

el que, por una parte, ésta se mantenga ligada al estímulo y constituya una adquisición efectiva

de información sobre el medio; y el que, por otra parte, establezca contacto con lo que ya se

conoce y se vea beneficiada por la experiencia anterior.

OBSERVACIONES FINALES

La idea que nos debe quedar de esta manera de entender la percepción se podría sintetizar en los

siguientes puntos:

1) La percepción es, ante todo, una actividad del sujeto. A pesar de las apariencias y de la

concepción ordinaria predominante, el sujeto que percibe no es un mero recipiente pasivo de la

estimulación del medio. La percepción es una actividad que se manifiesta incluso externamente,

a través de movimientos de orientación y exploración, en prácticamente todas las modalidades

perceptivas.

2) Aparte de sus manifestaciones externas, la percepción es ante todo una actividad interna de

carácter típicamente computacional, en la medida en que opera formalmente sobre

representaciones y va más allá de la mera actividad sensorial. Tomando como punto de partida

el dato sensorial, lo transforma y transciende, por el uso de información adicional, para llegar a

una representación estable y consistente del mundo real.

3) La actividad perceptiva está constituida por toda una serie de procesos que son, en su

mayoría, de carácter inconsciente, aun cuando los resultados finales alcancen normalmente el

umbral de la conciencia. El hecho de admitir procesos y representaciones inconscientes en la

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actividad perceptiva supone un desafío al prejuicio tan extendido en el mentalismo clásico de

identificar lo mental con lo consciente, con el consiguiente sobrepeso otorgado a la

introspección.

4) Más que la dimensión consciente-inconsciente de la actividad perceptiva, lo que interesa

desde un punto de vista funcional son las restricciones externas (procedentes del estímulo) e

internas (propias del sistema) a las que está sujeta dicha actividad. A ello responden otro tipo de

distinciones que han resultado más útiles para el estudio de la percepción y su despliegue

temporal, así como para entender sus relaciones con otras funciones cognitivas. Es el caso de la

distinción aquí utilizada entre procesos guiados por los datos y procesos guiados

cognitivamente y el de otras más o menos relacionadas.

5) El programa actual de investigación en psicología de la percepción está principalmente

orientado a determinar la naturaleza de nuestras capacidades perceptivas básicas, como parte

integrante que son de la arquitectura mental. Interesan tanto los rasgos comunes a las distintas

modalidades perceptivas como los rasgos específicos de cada una de ellas, en dominios

informativos bien delimitados. De igual modo, interesa tanto la percepción estable del adulto

normal, como los estadios del desarrollo perceptivo en bebés y las alteraciones patológicas

provocadas por lesiones en el sustrato neurofisiológico. Interesan, por último, las conexiones

que se puedan establecer tanto con el nivel de la implementación neural como con ámbitos más

aplicados relacionados, por ejemplo, con la ergonomía o con la inteligencia artificial.