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LECTURAS INQUISITORIALES

LECTURAS INQUISITORIALES - … · Es un tejedor de 40 años, ca-sado y con tres hijas. Tres días después, Alonso es detenido e ... la verdad y descargar su conciencia. Dijo: ¡Ay

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LECTURAS INQUISITORIALES

LECTURAS INQUISITORIALES

Una introducción a la historia de las víctimas del tribunal de la Santa Inquisición

Este cuaderno pertenece a .......................................................................................Curso ................................

P R I M E R A H I S TO R I A : l a I n q u i s i c i ó n c o n t r a l a b l a s f e m i a , oE L C A S O D E L T E J E D O R T U L L I D O

El Tribunal de la Santa Inquisición era un tribunal re-ligioso, y por lo tanto se cuidaba de que nadie pudiera desca-lificar, insultar, faltar el debido respeto a las figuras y princi-pios de la doctrina cristiana. Pero, aveces, dentro de un catolicismo en general aplicado y obediente como el español, claro, había gente que decía co-sas, más o menos inconscientes de las consecuencias que les podrían acarrear.Una mañana del día 2 de junio de 1635, un cura de Toledo de-nuncia ante el tribunal de la inquisición a Alonso de Alarcón, con la acusación de blasfemias. Es un tejedor de 40 años, ca-sado y con tres hijas. Tres días después, Alonso es detenido e ingresa en la cárcel, donde permanecerá incomunicado hasta el final del proceso.Al parecer de los testigos, el dicho Alonso había tirado un crucifijo al suelo y había intentado golpear con él a los ve-cinos, además de proferir improperios como que «Nuestra Señora (la Virgen) no fue casada, sino amancebada y que se fornicó con muchos». En su defensa, amigos de Alonso aducen que es «hijo de madre loca, que como tal lunática y imaginativa se echó en el río donde se ahogó», y que lo han visto algunas veces «loco lunático que como tal alborotaba el barrio»; otros con-firman «que esta medio loco y también se murmura que se emborracha».Se procede entonces a escuchar los informes de los médicos, uno afirma que el reo «desde la niñez está paralítico del lado derecho, de cuya enfermedades s aliento el cerebro o nervio que de al salen. Y así juzgo fundado en razón habrá tenido y tendrá muchas partes de tiempo en que no sea dueño de su discurso, antes hable y proceda erradamente en los objetos conocidos, al revés y trastocado en las conveniencias».Otro informa que estaba tratando al detenido cuando arrojó

el crucifijo al suelo, ya que padecía unas fiebres muy altas y deliraba.En todo estos trámites han pasado ya 11 meses, en los que Alonso ha permanecido en prisión. Es entonces cuando el Tribunal decide aplicarle el tormento «para que en él diga la verdad de lo que está testificado y acusado, con protestación que le hacemos que si en el dicho tormento muriere o fuera lisiado o se siguiera efusión de sangre o mutilación de miem-bros, sea su culpa y cargo y no la nuestra.»Seguiremos a partir de ahora la transcripción del acta hecha por el escribano:«Fuele mandado desnudar, y estando haciendo, le fue dicho que diga la verdad.Dijo:No tengo qué decir.Y estándole atando le fue dicho que mire que el importa decir la verdad y descargar su conciencia.Dijo: ¡Ay Señor! Que no tengo que decir cosa ninguna. ¡Vir-gen Santísima! Mis hijas os encomiendo y mi mujer os en-comiendo; que me levantan testimonio. Pero soy tan pecador que no queréis hacer milagro.Ligaduras en los brazos. Advertido el verdugo que el tormen-to ha de ser solo en el izquierdo(pues tenía el lado derecho paralizado por la enfermedad)Dijo: ¡Ay Dios mío!¡Madre de Dios!¡Ay Señor!¡Que es ver-dad todo si ,me ponen así!¡Dios mío!Fuele dicho que diga qué es lo que es verdad.Y dijo: ¡Señor, todo será verdad, todo es verdad! ¡Por amor de Dios, que me quiten de aquí, que se me quiebra esta pierna!¡Ay, Señor!¡Doctor rosales: que estoy sin culpa!¡Ay Señor mío!¡Todo es verdad y no tengo culpa!¡Váyanse leyen-do, que todo es verdad!Fuele dicho que diga la verdad, que ya se le ha leído muchas veces, y si él lo ha dicho se debe acordar de ello. Que lo diga

y descargue su conciencia.Dijo: ¡Díganme lo que dije!¡Ay Señor!¡Díganmelo ustedes!¡Señores, por amor de Dios!Ligado en brazos y pies. Dijo el oficial que estaba y que tenía puesta la primera vuelta, y le fue dicho al reo diga la verdad o que se mandará continuar el tormento. El tribunal vuelve entonces a leerle los cargos.Fuele dicho si todo lo que ha dicho y confesado lo hizo es-

tando en su sano y entero juicio, conociendo el pecado y la malicia que hacía.Dijo: Que no tenía juicio cuando hizo lo referido.Fuele dicho que no es creíble que estuviese sin juicio y que ahora se acuerde de lo que entonces pasó y dijo. Y así, se le amonesta diga la verdad y descargue su conciencia.Y dijo: Que es verdad que estaba en su juicio. Y lo hizo por el fin que tiene dicho. Bueno, ya había confesado el pobre de Alonso. Ahí

acabó el trámite, hasta que diez días después se le leyó lo que había confesado en la sala del tormento, a lo que contestó :Que todo lo que se le ha leído que dijo en la cámara del tor-mento es mentira, y éste lo dijo sin saber lo que decía por miedo del tormento. Porque jamás ha dicho semejantes pala-bras como las que se le han leído. Y así, niega todo lo dicho en la cámara del tormento, porque éste cree que Nuestra se-ñora la Virgen María fue siempre Virgen, y que no es de creer dijese otra cosa estando en su juicio, siendo como es buen cristiano y temeroso de Dios, y que en su casa no consentía que sus hijas jurasen ni tomasen al Diablo en la boca, y si alguna vez le mentaban, les pegaba. Y así, niega todo lo que se le acusa y lo que se le ha leído dijo en la dicha cámara del tormento, remitiéndose a lo que tiene confesado antes de él, que aquello es la verdad y no otra cosa, para el juramento que tienen hecho. Y esto dijo ser la verdad.Así acabó el tormento, y ya solo faltaba la sentencia, que fue emitida por el Tribunal el 12 de octubre de 1636: Alonso ya llevaba un año y cinco meses encarcelado.La sentencia fue condenatoria, con la pena de recibir cien azotes y ser desterrado de todo el reino de Toledo durante seis años. Unos meses después. Alonso de Alarcón envió al Con-sejo de la Inquisición una petición de perdón ya que “tiene una mujer y seis hijas, las dos de ellas de edad muy peligrosa. No le es posible con tanta pobreza asistir para el remedio y guarda de tantas hijas si no es en esta corte o en Toledo, don-de por ser más las comodidades puede esperar el acomodar y remediar a sus hijas y sustentar a su mujer. Está manco de un brazo que apenas puede trabajar.”El Tribunal contestó que “según los méritos referidos no me-rece el dicho Alarcón que vuestra Alteza le haga merced al-guna, sino que cumpla con su sentencia.” Acabamos con las palabras de Francisco Tomás y Va-

liente, eminente jurista e historiador vilmente asesinado por ETA, y de quien hemos tomado esta historia:“Y ahí terminó todo, salvo los seis años de destierro que tuvo que cumplir(amén de año y pico de prisión preventiva en la cárcel secreta, cien azotes y alguna afrenta) un pobre hombre, tejedor de oficio, analfabeto, tullido y atormentado que había vivido en Toledo, más o menos tranquilo, hasta que un día del año de gracia de 1636 cayó en manos de la Inquisición mer-ced a la denuncia de un sacerdote paisano y vecino suyo”.

SEGUNDA HISTORIA: l a I n q u i s i c i ó n con t r a l o s j ud íos , oVIDA Y MUERTE DE LOS CHUETAS DE MALLORCA

Oficialmente, sólo existían en la España del siglo XVII cristianos católicos, no se permitía ninguna otra reli-gión. A finales del siglo XV, las minorías judía y musulmanas fueron obligadas a bautizarse, de manera que solo podría ha-blarse de conversos(exjudíos y sus descendientes) y moriscos (descendientes de musulmanes). Pero tampoco dudaba nadie que muchos de estos seguirían en su vida privada fieles a la religión de sus ancestros, por lo que la Inquisición siempre tendría como uno de sus principales trabajos la investigación y el castigo de estos herejes. En Palma de Mallorca estos conversos, a los que se les llama «chuetas», sumaban unas trescientas familias, es decir, tal vez 1.500 ó 2.000 personas, y se concentraban en torno a unas pocas calles formando el típico guetto. Corre el año de !678, y la vida en la ciudad de Palma de Mallorca transcurría con la misma tranquilidad de siem-pre; en el llamado barrio del Sagell, los vecinos trabajaban en sus tiendas confiados, pues allí el último juicio contra un judío del que se tenía noticia se remontaba a 150 años atrás, tiempo suficiente para borrar recuerdos, historias y temores. A pesar de la prohibición y del grave delito que su-ponía practicar una religión distinta a la católica una vez que estabas bautizado, los habitantes del guetto mantenían sus convicciones judías bajo una apariencia superficial de buenos cristianos, y la comunidad prosperaba . La mayoría de los vecinos de esas calles poseían tiendas, donde se vendían todo tipo de mercancías, pero sobre todo ropas y sedas. Otros pocos tenían negocios de exportación con el extranjero. Con un fuerte espíritu de grupo, los habitantes de la comunidad poseían cierto sentimiento de superioridad sobre el resto de la población local, los «cristianos viejos», supe-rioridad que ellos atribuían al «solo, verdadero, eterno y om-

nipotente Dios de Israel». Y para los cristianos viejos, esa sensación de superioridad que notaban en sus vecinos, esas di-ferencias evidentes(hablaban la misma lengua pero de forma distinta, su manera de saludarse, sus gustos alimenticios...), provocaban una clara antipatía si no odio hacia aquéllos que, seguramente, mantenían la fe prohibida de sus antepasados. Pero entonces, ¿cómo habían logrado conservar hasta entonces esa tranquilidad? Seguramente, la razón del largo período de inactividad del Tribunal de la Inquisición de Ma-llorca fuese la corrupción de sus miembros, que dejaban com-prar a los del barrio su seguridad colectiva.

XXX Pero las cosas van a cambiar en este último cuarto del siglo XVII: la necesidad de dinero del Tribunal, la creciente presión del Consejo del Inquisición de Madrid, y algunas de-nuncias que fueron llegando provocarán el arresto en masa en 1677 de la buena parte de los habitantes del barrio: hasta 250 vecinos pasaron por el Tribunal. Prácticamente no hubo familia del guetto cuyo nombre no figurase entre los reos que fueron exhibidos a la vergüenza pública en los autos de fe de 1679, forzados a renunciar a sus creencias, y sus bienes con-fiscados. Todos ellos pues fueron «reconciliados», es decir, se les volvió a considerar, después de cumplir sus penas, cristia-nos; ahora bien, el castigo por un reconciliado que volviera a practicar el judaísmo (llamado relapso) sería la hoguera. Sin embargo, no cabe duda de que en medio de la miseria en la que a partir de ahora vivirán los habitantes del barrio, aún mantendrían la confianza y la fe en su verdadero Dios de Israel, y con esto, la esperanza de salvación eterna. Es

cierto que desde entonces pocos eran los ritos y ceremonias que podrían guardar bajo el siempre vigilante ojo del Santo Oficio, pero ello no los desanimaba, por que como escribiría uno de ellos, «aunque hiciesen cosa alguna en observancia por temor de ser descubiertos, no dejarían de ser buenos ju-díos, porque Dios se contentaba con que en su corazón retu-viesen dicha creencia».

XXX

Era duro mantener la fe en aquellas circunstancias, y no todos lo lograron. Para Rafael Cortés de Alfonso, alias «Cabeza loca», resultó definitivamente más tentador irse apartando de la fe judía para llevar una vida más tranquila; en 1684, con cuarenta y dos años, se casa con una joven que no es del barrio. Este hecho le será reprochado por sus familiares y vecinos, que no pueden ver con buenos ojos que personas ajenas a su religión (y, claramente potenciales delatoras), se introduzcan en él. «Cabeza loca» no perdonará esta afrenta, y su resen-timiento hacia el barrio irá creciendo. Progresivamente va es-cribiendo y entregando a las autoridades distintos testimonios que denuncian prácticas en la fe judía que ha podido obser-var( y practicar él mismo) a lo largo de los años. Durante al menos dos años, entre 1685 y 1687, «Cabeza loca» espiará a sus vecinos e irá informando diligentemente al Tribunal. En la propia comunidad empiezan a sospechar que Rafael puede estar actuando de «malsín», es decir, de delator de sus paisanos. Sabemos que en el guetto de Mallorca se había con-servado una especie de administración autónoma de justicia, y que la tradición judaica indicaba que «siempre hubieron entre ellos por costumbre de matar cualquier judío que era malsín». De hecho, en 1687 muere Rafael Cortés, y la sombra

del envenenamiento se cierne sobre una muerte para muchos anunciada. Pero nunca pudo demostrarse. En todo caso, la máquina inquisitorial continuó su marcha, de forma que en la madrugada del 11 de febrero de 1688,es arrestado Pedro Onofre Cortés, primo de Rafael, de 50 años, «un hombre alto, blanco, delgado de rostro, con al-gunas señales de viruelas, nariz larga, ojos garzos y pelo ne-gro» que, como otros, será quemado tres años después. La noticia, por otra parte esperada, corrió como la pólvora por el barrio. Cundió el nerviosismo, el miedo y la indecisión. Nadie sabía qué opción tomar: ¿huir?, ¿confesar?, ¿declararse cristianos? Fueron al fin cuatro jóvenes, firmes y valientes, los que decidieron: Rafael Benito Tarongí, Rafael Ventura Cortés, Onofre Cortés de Agustín y Rafael Joaquín Valls salen en busca de un barco que les saque rápidamen-

te de Mallorca con destino al extranjero. En el puerto con-tactarán con un navío inglés que estaba cargando aceite para Inglaterra, y acuerdan con el capitán el traslado de 15 ó 20 pasajeros, los que más peligro corrían si eran delatadas por Pedro Onofre. Por fin, el domingo 7 de marzo, el capitán inglés se acercó al barrio para avisar que «aquella misma noche se que-ría partir porque hacía buen tiempo». A úiltima hora de la tar-de fueron saliendo hacia el puerto las mujeres y los niños en pequeños grupos, por diferentes puertas de la ciudad, como si fueran de paseo al campo. Entre las nueve y las diez de la noche, unas treinta personas, sin contar cinco o seis niños de pecho habían subido a bordo. Pero nunca salieron del puer-to, ya que «apenas estuvieron embarcados cuando el tiempo, habiendo sido favorable todo aquel día y los antecedentes, se volvió contrario». Esperaron tres horas, y «se pusieron a llorar muchas personas..., todo era una confusión y gritería de voces lastimosas, lágrimas y lamentos, pidiendo a Dios que pues se iban para servirle y observar enteramente y con liber-tad su santa ley que dio a Moisés, sus ritos y ceremonias, los diese buen tiempo, y les sacase de aquel trabajo y peligro». Nada cambió, de manera que finalmente intentaron volver a sus casa confiando en que nadie en la ciudad se diese cuenta de su intento de huida. Fue inútil, cuando volvieron, la mayo-ría de ellos ya «vieron cerradas las puertas y clavadas con he-rraduras. Y a poco rato los prendieron los ministros del Santo Oficio y los trajeron presos a la Inquisición». Desde pron-to, uno de los vecinos, Rafael Valls Mayor, hombre de gran prestigio en su comunidad, destacará por su actitud rebelde y firme, confesando que «en su corazón y en su mente siempre había retenido firme, fija y constantemente dicha creencia (en el judaísmo)..., en la cual se había mantenido hasta ahora y quiere mantenerse en adelante y vivir y morir». No flaquearía

jamás en los próximos tres años de juicio, y sería quemado vivo en 1691.

XXX

Mientras todo esto ocurría, ya vimos que Pedro Onofre, el primo de «Cabeza loca», había ido involucrando con sus declaraciones a muchos cien vecinos del guetto, que a su vez involucraban a otros. Es verdad que en un principio mantuvo su inocencia, pero finalmente, ante la amenaza de ser puesto en el tormento, declara que «deseando salvar su alma» quiere confesar la verdad de sus culpas y las de otros. Pero antes de hacer esta declaración, Pedro Onofre preguntó al tribunal «si a uno que había sido reconciliado y volvía a caer en el delito de judaísmo, se le perdonaría la vida», porque, agrega, «él por sí ni por su persona no repararía, pero que tenía muchos hijos pobres y desamparados». Los inquisidores no contestaron sí o no, le dijeron tan sólo que lo que le convenía era «confesar la verdad puramente, arrepentirse y volver a Dios de cora-zón, son total indiferencia para cualquier suceso,próspero o adverso». A partir de ahí se suceden las detenciones en cascada: son detenidas Juana Miró, esposa de Pedro Onofre, y sus hijos Juanot y Beatriz, que a su vez amenazados con la tortura, confesarán sus delitos y los que sabían de otros. Las cárceles se llenaron con los delatados y con todos aquellos que habían intentado huir en el puerto. Entre estos, cundió un inconsolable desánimo y, en muchos incluso se destruyó su creencia en el Dios de Israel, un Dios que, creían, les habría ayudado a escapar si fuese verdadero. Casi 150 reos, entre 1688 y 1691, llenaron las nuevas y espaciosas cárceles secretas de la Inquisición (construidas provisoriamente y, por cierto, financiadas con el dinero de las confiscaciones de 1679). Conforme pasaban los meses

prácticamente todos los presos fueron arrepintiéndose de su reincidencia en la fe prohibida, sin ni siquiera ser necesario el uso del tormento, pues su sola posibilidad o mención bas-taba para derrumbarlos. Viendo sus causas perdidas, todos, excepto tres, que serán quemados vivos, afirmarán que ahora sí se habían convertido «de todo corazón» a «nuestra santa fe católica», en cuyo seno quieren «vivir y morir». De hecho, 37 de ellos serán condenados a muerte.

Hay que decir que para los reos acusados de reinci-dentes en el judaísmo, el castigo era la hoguera. Ahora bien, si se reconciliaban de nuevo, es decir si volvían a arrepentir-se, tendrían la ventaja de ser agarrotados, es decir, estrangu-lados antes de ser quemados, en otras palabras, morirían pero no serían quemados vivos. En todo caso, todos los condenados fueron obligados a llevar un humillante hábito(el llamado sambenito) y les fue-ron Los autos de fe se celebraron en la iglesia del mo-nasterio de Santo Domingo, donde se leyeron en público las sentencias, allí abjuraron y fueron reconciliados los reos que escaparon con vida; desde allí se trasladaría a los condenados a muerte, montados en asnos, al quemadero instalado junto al castillo de Bellver, junto al puerto del que estuvieron a punto

de escapar. confiscados todos sus bienes. Según un testi-go cristiano, la reacción de la mayoría de la población mallor-quina «fue muy notable lo que se reparó comunmente que ni en la ejecución de las sentencias, ni en el camino, siendo tan natural la compasión en quien mira padecer..., no se escuchó una voz de lástima, como sucede a cada paso cuando se lleva a la horca un malhechor, testimonio no sólo del entrañable celo que se aviva en los corazones mallorquines para con la fe católica, sino también de aquel género de aversión natural que tienen a esta gente.» El primer auto se ejecuta el 7 de marzo de 1691, tres años después del malogrado embar-que). No hubo relajados (ajusticiados) entre estos 21 procesa-dos, entre los se encuentran la mujer de Pedro Onofre, Juana Miró(pena de tres años de cárcel), igual para su hijo Juanot, su hija Beatriz dos meses de cárcel. En los otros tres autos, los reos llegaron al quemade-ro sobre las cuatro de la tarde, «donde se vieron juntas pasa-das de 30.000 almas, habiendo concurrido, de todo el reino, muchos de la payesía, a la extrañeza de la función. Recon-ciliáronse sacramentalmente todos de nuevo con vivísimas muestras de dolor verdadero en loables prendas de su entera salvación...Acabóse con todos, y puestos sus cadáveres sobre la leña, pegado el fuego, se abrasaron en breve y consumie-ron todos»¿Qué fue de aquellos cuatro valerosos jóvenes que planearon la fuga en el barco? Rafael Ventura Cortés acabó renegando de su fe, y pereció agarrotado, con su madre, en el segundo auto de fe de 1691, a los 29 años. Rafael Benito Tarongí, de veinte años, fue el único de los cuatro que tuvo la fuerza de conservar su fe, llegó a circuncidarse en la cárcel, y sería quemado vivo. Desde luego pertenecía a una familia de extraordinaria fortaleza: su her-mana Catalina Tarongí, de 45 años, también tuvo el mismo

fin; sus tías Isabel y Margarita fueron agarrotadas antes de ser quemadas por que habían pedido misericordia; dos tíos, Fran-cisco y Guillermo sólo pudieron ser quemados «en estatua», ya que habían logrado escapar del reino pocos años atrás. El tercer joven, Onofre Cortés de Agustín vivirá con un fuerte sentimiento de angustia hasta el día de su muerte, pues en su arrepentimiento había declarado en contra de muchos de sus familiares y vecinos, declaraciones que revoca da por falsas poco antes de ser agarrotado. En cuanto a Rafael Joaquín Valls, será el único de los cuatro que logre salvar su vida, aunque condenado a penas muy severas: 200 azotes y siete años de galeras. Era hijo de la figura más respetada y prestigiosa del guetto, Rafael Valls Mayor, el único entre los presos de 1678 que no quiso pedir misericordia después de confesar sus delitos. El inquisidor entonces le advirtió entonces que si no lo hacía no tendría más remedio que «firmar su pena de muerte». Entonces, con-movido por el llanto de su hijo Rafael Joaquín, se retractó y no fue ajusticiado. Ahora, diez años después, en su segundo proceso, Rafel Valls Mayor se mantendrá inquebrantable en su fe, siendo quemado vivo. Como decimos, su hijo Rafael Joaquín Valls, sobreviviría al castigo, y aún lo encontramos en Mallorca mucho tiempo después: en 1722 es procesado de nuevo bajo la acusación de haber circuncidado con susuñas a dos hijos recién nacidos, que murieron poco tiempo después. Rafael Joaquín lo niega todo, afirmando que en 1691 había renunciado a su fe antigua debido a que el fracaso en aquella fuga en barco le había enseñado «el portento de Dios». Acabamos con las palabras de Angela Selke, la histo-riadora que ha investigado esta terrible historia:«Este proceso, que fue suspendido en 1723 por orden del Consejo, es un rarísimo testimonio de la vida de un hombre que sobrevive por muchos años las más severas persecucio-

nes y castigos físicos, con el recuerdo de haber visto morir a su padre quemado vivo, a su madre agarrotada antes de ser entregada alas llamas; a su abuela, a una hermana de su madre y un hermano de su padre, agarrotados y después incinerados, lo mismo que otros muchos parientes y todos sus amigos».

T E R C E R A H I S T O R I Al a I n q u i s i c i ó n c o n t r a l a s s u p e r s t i c i o n e s ,LAS BRUJAS DE CASTILLA

Como garantía de la pureza de la fe y la religión cató-licas, la Inquisición tenía entre sus competencias la vigilan-cia de todos aquellos casos en los que alguna persona tuviera contacto con el Mal, es decir, con el mismísimo Demonio. Para los hombres y mujeres de esta época, de los siglos XVI, XVII, incluso XVIII (aunque menos), si bien la existencia del Diablo, Belcebú, Satanás, o como quiera llamársele estaba fuera de toda duda, otra cosa era creerse a pies juntillas que tal o cual persona hubiera entrado en contacto de verdad con el enemigo de Dios. Eso no lo hicieron ni los propios inqui-sidores. Podemos hacer nuestro el argumento expuesto por el sabio Julio Caro Baroja, que es quien ha estudiado más y mejor estos temas:“¿Cómo, si no, a un hombre o a una mujer que adoran al demonio, que incluso tienen comercio carnal con él, que pro-ducen muertes, enfermedades y catástrofes-según la opinión del vulgar-, podían castigarlos, y de hecho los castigaban, con penas mucho más suaves que al judaizante que creía en la ley vieja, o al protestante que discrepaba en algún punto del Cre-do católico o, simplemente, en alguna cuestión de disciplina eclesiástica? Nadie dará una explicación de hecho tan incongruente en apariencia, si no se acepta un punto de mentira o enga-ño en todo lo que se dice y repite res-pecto a relaciones con el demonio”. Mediados del siglo XVI, un pueblo cualquiera de Castilla. Uno de tantos pequeños pueblos de vidas ce-rradas, donde las amistades y los odios, los amores lícitos y los no permitidos, los que más tienen y los que menos po-

seen, conviven en una existencia apretada, en un día a día donde el principal entretenimiento será la charla, los encuen-tros, y las habladurías... Allí vive Juana Dientes, viuda de 48 años, cristiana vieja, es decir, sin sangre de ningún antepasa-do musulmán o judío en sus venas. Porque debemos recordar que en estas tierras donde durante tanto tiempo convivieron cristianos, judíos y musulmanes, los problemas derivados de la limpieza de sangre contaminaban a me-nudo la convivencia de sus vecinos. Todo aquel con algún an-tepasado que hubiera sido condenado por la Inquisición, se veía marcado socialmente e inhabilitado para cier-tos cargos y oficios. Su tranquila vida de mujer más bien chismosa, contadora de historias creídas por las más ilusas del pueblo, pero sobre todo, con una fama cierta de curandera, aficionada a las hierbas me-dicinales y al arreglo de entuertos, se va a ver sobresaltada por una acusación formal de algunos vecinos ante el temido tribunal de la Inquisición. El cargo: bruja y hechicera. Por lo visto, Juana, ya viuda, había encontrado un nue-vo amor, una nueva pasión en la persona de Diego de Pinar, vecino del pueblo, con el que había mantenido relaciones por un tiempo, hasta que el susodicho se volvió a casar (aunque después de su matrimonio le fuera infiel a su mujer alguna

que otra vez). Definitivamente abandonada por Diego, Juana no era capaz de asimilar su situación y, desesperada, recurrió a unas amigas para intentar hacer volver a su lado al esquivo Diego de Pinar. La solución que procuraron fue ésta: “Tomando un poco de sal y un poco de vinagre, traídas de la casa de tres mujeres enamoradas por que así lo requería el conjuro, se pasaba la sal de una mano a otra diciendo: Conjúrote sal, con Satanás, con Belcebú, Barrabás y Lucifer, vengan todos los diablos y se junten a conjurar esta sal y este vinagre.Y luego esa sal y ese vinagre las mezcló con orina de la pro-pia Juana, y acercándose al fuego allí simuló que las brasa eran las distintas partes del hombre, diciendo:Aquí señalo la cabeza, aquí los ojos, aquí las narices, aquí la boca, aquí los brazos, aquí el corazón, y haciendo un hoyo en las brasa echó las mezcla de sal, vina-gre y orina diciendo:Así como aquella sal y aquel vinagre hervía, que así le hirvie-se el corazón en el cuerpo a Diego,Y luego Juana pasó tres veces por encima del fuego diciendo cada vez:Ven cabra, hija de cabra, que más vale lo mío que tu barba ”. Tenemos pues una clara acusación de brujería, pero que no quedará solo en eso. El fiscal del caso en sus averi-guaciones, recoge el testimonio de otra vecina a la que Juana le había contado “ que el diablo había venido una noche a ella vestido de negro y muy alto y muy gentil hombre, y tenía la barba negra y una gorra negra en la cabeza y le pareció a Juana Dientes que se parecía mucho a su amado Diego, y el diablo le dijo que si le daba su alma, él le traería cada noche a su casa a su amado, y también le contó Juana que la noche siguiente había vuelto el diablo y la abrazó, y le decía herma-na, amiga, y tuvo acceso carnal con ella, y le ponía muchos

dineros en las manos para que hiciese lo que él le rogaba, y que le daría cuanto ella quisiese.”Pero es que además de sus propios problemas, otras acusacio-nes afirman que Juana Dientes ha proferido amenazas contra personas que enfermaron y que luego le pedían que les devol-viera la salud. A ellas les dijo que no sanarían mientras ella no les curase. Peor todavía, en su rabia y sus celos crecientes, se la acusa de intentar matar a su rival, la mujer de Diego de Pinar. Por lo visto, “cuando quería la dicha Juana Dientes que una persona se fuese secando poco a poco, tomaba un sapo vivo y otras cosas de hechicerías y echábalos en la casa de la persona que quería que se secase, y a sí como el sapo se iba poco a poco secando, así `poco a poco se iba secando esa persona”. En fin, los cargos contra la pobre Juana Dientes no eran pocos ni menores: tratos con el demonio, conjuros y he-chizos variados, intento de asesinato , amenazas,...Tal acumu-lación de testimonios, la prisión a la que se ha visto sometida durante todo el proceso, la amenaza siempre del tormento(la tortura) para hacerla confesar, la han debilitado. Al oír la sen-tencia, prácticamente acepta todo lo que se ha dicho en su contra. Los inquisidores entonces la condenan a salir en auto de fe, con un capirote en la cabeza, una soga en la garganta, arrepentimiento público de sus pecados, cien azotes, y destie-rro de su pueblo por cuatro años. Acabamos con las palabras de Julio Caro Baroja:“Condenar a azotes, coroza (capirote) y destierro a una mujer acusada de homicida, envenenadora, separadora de matrimo-nios y autora de otras mil fechorías es cosa que ninguna justi-cia podría considerar como terriblemente dura”. Está claro, la sentencia se basa en las acusaciones, pero la pena minimiza el alcance real de los delitos cometidos, reduciendo a la realidad la credibilidad que les merecen esas historias de enamora-mientos, hechizos, sapos y orines.

C U A R T A H I S T O R I Al a I n q u i s i c i ó n c o n t r a l O S P R O T E S TA N T E S

La última historia se refiere a los protestantes espa-ñoles. Sí, aunque nos parezca raro, hubo en la ultracatólica España un inicio de luteranismo, inicio que sería implacable-mente reprimido por la Inquisición, totalmente apoyada por el rey Felipe II. La Iglesia Católica no permitía entonces la traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas, es decir, que sólo se podían imprimir en latín, griego y hebreo, las lenguas originales del texto sagrado. Lo más que se había permitido era una traducción del texto completo al latín, realzada por san Jerónimo y denominada “vulgata”. Fue precisamente un

monasterio dedicado a San Isidoro, y servido por frailes jeró-nimos, situado en las afueras de Sevilla, donde se concentró el grupo más importante de reformistas, de seguidores de las ideas protestantes en España. Las primeras versiones castellanas del Nuevo Testa-mento se realizaron por religiosos influidos por la Reforma, aunque no pudieron llegar a sus destinatarios debido al rígi-

do control que ejercían los inquisidores. La primera versión en español del Nuevo Testamento traducida directamente del griego fue obra de Francisco de Encinas, y editada en Bruse-las en 1543, no pudo distribuirse legalmente en nuestro país. Esto ocurriría cuando su revisor, Juan Pérez de Pineda, trabó contacto con Julián Hernández. Este hombre, de profesión arriero, que más tarde llegó a ser conocido bajo el seudóni-mo de Julianillo, se ofreció para introducir copias del Nuevo Testamento en España, que trasportaba en toneles. Julián fue un hombre valiente, pues bien sabía lo que le costaría si le cogían: la vida. La existencia de la Iglesia secreta fue denunciada por una mujer a quien, por error del encargado de repartir libros, entregaron un ejemplar de la Imagen del Anticristo. La mujer, al ver en la portada la figura del Papa arrodillado a los pies del demonio, sospechó que el contenido del libro no debía de ser ortodoxo, y lo entregó a la Inquisición, refiriendo cómo había venido a su poder. Huyó Julianillo, pero fue detenido y traído a la cárcel de Sevilla.

A partir de ahí se suceden las deten-ciones, y nadie puede librarse por su posición social son detenidos no-bles, predicadores, médicos, monjes de san Isidoro, mujeres jóvenes y viudas,...La máquina inquisitorial se pone en marcha, pero doce monjes de san Isidoro logran escapar antes de que los inquisidores se presenten, y acuerdan encontrarse en Suiza. Después de meses de cárceles, tor-turas e interrogatorios, se produce un primer auto de fe el día 24 de

Septiembre de 1559. En esta ceremonia fueron quemadas las siguientes personas, como varios frailes del monasterio y una mujer, Doña Isabel de Baena, cuya casa se mandó arrasar por haber servido de capilla a los reformadores. El 22 de Diciem-bre de 1560 otro auto de fe incluye la ejecución de Julianillo Hernández, conductor de libros heréticos, Nicolás Burton, comerciante inglés, y ocho señoras.

¿Y qué fue de los fugitivos de Sevilla? Todos ellos se movie-ron entre los países donde había triunfado la Reforma: Alemania, Suiza, Francia. Uno de ellos, Casiodoro de la Reina, es el au-tor de la primera versión total de la Biblia al idioma español. La financiación de esta Biblia, llamada del Oso por el dibujo que en ella aparece, fue posible, además de a su propio esfuerzo y dinero, al legado que le dejara para este fin Juan Pérez de Pine-da, traductor de un Nuevo Tes-tamento unos años antes, y a la

ayuda de sus amigos de Francfort. Precisamente esta ciudad le concede la ciudadanía en 1573. Otro, Antonio del Corro, que publicó en francés el año 1567 una carta al Rey de España (Lettre envoiée à la Maiesté du Roy des Espaignes) en que propone la libertad religiosa como única solución para apaciguar las turbulencias en que ardían los Países Bajos, y que enseñaría en Oxford.

Cuestiones a las Lecturas inquisitoriales

1-¿Cuál hubiese sido tu sentencia en caso de juzgar a Alonso de Alarcón?¿por qué? ¿Encuentras parecido entre esta his-toria y situaciones que se producen hoy día en España o en otros países?

2-¿Qué delitos perseguía el tribunal de la Inquisición?

3-¿Quiénes eran los judeoconversos y los moriscos?

4-¿Qué es un guetto?

5-¿Qué te ha impresionado más de la historia de los chuetas y por qué?

6-¿Qué opinión te merece la tortura como medio de interrogatorio?¿Por qué?

7-¿Qué te parece el castigo aplicado a Juana Dientes?

8-¿Qué opinas de las intenciones de esos reformadores españoles?¿Te parecen razonables sus intenciones?

NOTA FINAL

El caso del tejedor Alonso de Alarcón está resumido del ar-tículo de Francisco Tomás y Valiente El proceso penal, in-cluido en el número especial dedicado a la Inquisición de la revista Historia 16.Sobre los chuetas hemos tomado la información del estupen-do libro de Ángela Selke, Vida y muerte de los chuetas de Mallorca.Respecto a las brujas, el caso presentado de Juana Dientes en realidad supone la fusión de varias circunstancias, acu-saciones y delitos cometidos por varias mujeres castellanas que recoge Julio Caro Baroja en su libro Vidas mágicas e Inquisición.Lo relativo a los protestantes españoles procede del volumen protesantes, visionarios, profetas y místicos, dirigida por Fer-nández Luzón y D. Moreno.