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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 Participación electoral y legitimidad democrática en Venezuela Carmen Pérez Baralt 1. Introducción Los últimos años del siglo XX han sido particularmente importantes en la política venezolana. El triunfo electoral de Hugo Chávez Frías en 1998 ha conducido a un proceso de profundo cambios políticos y una nueva institucionalidad que se patentiza en la promulgación de una nueva constitución. En este proceso destaca particularmente el énfasis que la nueva dirección política le da a la participación popular, y que ha llevado a la realización de múltiples procesos electorales: el referendo para aprobar la convocatoria a una Asamblea Constituyente, la elección de los miembros de tal Asamblea y el referendo para aprobar la nueva constitución, realizados respectivamente en abril, julio y diciembre de 1999. Asimismo se efectuaron elecciones generales para “relegitimar” los poderes públicos a todos los niveles: Presidente de la República y diputados a la nueva Asamblea Nacional (en sustitución del antiguo Congreso); gobernadores y diputados de los nuevos Consejos Legislativos de los estados (antiguas Asambleas Legislativas) en los estados y Alcaldes en el nivel local, todos ellos electos en julio de 2000. Por último, miembros de los Concejos Municipales en diciembre del mismo año, junto a un referendo en materia sindical. Todos estos procesos tienen una característica común: la escasa participación electoral. La más atrayente de estas elecciones, la “relegitimación” del Presidente Chávez, logró un 56.5% de participación, pero el promedio se sitúa alrededor del 40%. Estas cifras confirman una tendencia a la baja participación iniciada en los finales de los años 80, que cambió por completo el panorama de alta participación electoral que había caracterizado el comportamiento electoral venezolano y que coincidió con los síntomas de una crisis de legitimidad del sistema político instaurado en 1958. Sin embargo, a pesar de la alta abstención, cada uno de los procesos de consulta popular llevados a cabo durante el mandato de Hugo Chávez ha servido para consolidar la posición del presidente y han sido interpretadas como un respaldo al conjunto de transformaciones que impulsa el nuevo gobierno. De esta forma pareciera que la crisis de legitimidad política ha sido superada con un nuevo esquema institucional, donde la participación electoral deja de ser un elemento clave para la estabilidad y permanencia del sistema político democrático. En el presente trabajo se examinarán los cambios ocurridos en la relación entre participación electoral y legitimidad a partir de la llegada al poder de Hugo Chávez. 2. Participación electoral y legitimidad La legitimidad es un concepto complejo que abarca tanto las propiedades formales de un sistema político, como las actitudes y comportamiento de los ciudadanos (Weatherford, 1992). Generalmente se acepta como una condición necesaria a los sistemas políticos, por cuanto implica aceptación por parte de los ciudadanos, de las instituciones políticas: las personas respetan las normas y leyes, sometiéndose voluntariamente a la autoridad en la creencia de que se trata de normas y leyes justas, y autoridades erigidas con pleno derecho. A pesar de que se trata de un concepto frecuentemente utilizado, su significado no es unívoco, siendo posible encontrar diferentes definiciones del mismo. Sin embargo, dos aspectos básicos son esenciales a la definición de legitimidad: titularidad y aceptación.

Legitimidad Democracia

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legitimidad en la democracia

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001

Participación electoral y legitimidad democrática en Venezuela

Carmen Pérez Baralt 1. Introducción

Los últimos años del siglo XX han sido particularmente importantes en la política venezolana. El triunfo electoral de Hugo Chávez Frías en 1998 ha conducido a un proceso de profundo cambios políticos y una nueva institucionalidad que se patentiza en la promulgación de una nueva constitución. En este proceso destaca particularmente el énfasis que la nueva dirección política le da a la participación popular, y que ha llevado a la realización de múltiples procesos electorales: el referendo para aprobar la convocatoria a una Asamblea Constituyente, la elección de los miembros de tal Asamblea y el referendo para aprobar la nueva constitución, realizados respectivamente en abril, julio y diciembre de 1999. Asimismo se efectuaron elecciones generales para “relegitimar” los poderes públicos a todos los niveles: Presidente de la República y diputados a la nueva Asamblea Nacional (en sustitución del antiguo Congreso); gobernadores y diputados de los nuevos Consejos Legislativos de los estados (antiguas Asambleas Legislativas) en los estados y Alcaldes en el nivel local, todos ellos electos en julio de 2000. Por último, miembros de los Concejos Municipales en diciembre del mismo año, junto a un referendo en materia sindical.

Todos estos procesos tienen una característica común: la escasa participación electoral. La más atrayente de estas elecciones, la “relegitimación” del Presidente Chávez, logró un 56.5% de participación, pero el promedio se sitúa alrededor del 40%. Estas cifras confirman una tendencia a la baja participación iniciada en los finales de los años 80, que cambió por completo el panorama de alta participación electoral que había caracterizado el comportamiento electoral venezolano y que coincidió con los síntomas de una crisis de legitimidad del sistema político instaurado en 1958.

Sin embargo, a pesar de la alta abstención, cada uno de los procesos de consulta popular llevados a cabo durante el mandato de Hugo Chávez ha servido para consolidar la posición del presidente y han sido interpretadas como un respaldo al conjunto de transformaciones que impulsa el nuevo gobierno. De esta forma pareciera que la crisis de legitimidad política ha sido superada con un nuevo esquema institucional, donde la participación electoral deja de ser un elemento clave para la estabilidad y permanencia del sistema político democrático. En el presente trabajo se examinarán los cambios ocurridos en la relación entre participación electoral y legitimidad a partir de la llegada al poder de Hugo Chávez.

2. Participación electoral y legitimidad

La legitimidad es un concepto complejo que abarca tanto las propiedades formales de un sistema político, como las actitudes y comportamiento de los ciudadanos (Weatherford, 1992). Generalmente se acepta como una condición necesaria a los sistemas políticos, por cuanto implica aceptación por parte de los ciudadanos, de las instituciones políticas: las personas respetan las normas y leyes, sometiéndose voluntariamente a la autoridad en la creencia de que se trata de normas y leyes justas, y autoridades erigidas con pleno derecho. A pesar de que se trata de un concepto frecuentemente utilizado, su significado no es unívoco, siendo posible encontrar diferentes definiciones del mismo. Sin embargo, dos aspectos básicos son esenciales a la definición de legitimidad: titularidad y aceptación.

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En primer lugar, siguiendo la formulación de Weber, la legitimidad está determinada por la forma en la cual quien ejerce el poder lo ha obtenido. El poder es legítimo cuando ha sido obtenido con plenos derechos para hacerlo (Bobbio y Bovero, 1984). Esta visión de la legitimidad hace referencia a los problemas de la representación, de la elección de los gobernantes y de los mecanismos para ello. En segundo lugar, la legitimidad está referida a la aceptación de la autoridad. En este sentido Lipset define legitimidad como “...la capacidad del sistema para engendrar y mantener la creencia de que las instituciones políticas existentes son las más apropiadas para la sociedad...” (Lipset, 1988: 67). Dada esta aceptación, el uso de la fuerza se hace admisible para la ciudadanía. Sin embargo, el problema de la legitimidad no parece agotarse en estos dos aspectos.

Mucha de la discusión sobre legitimidad gira alrededor de la ‘legitimidad democrática’, en el sentido de establecer cómo mantiene la democracia niveles suficientes de legitimidad como para garantizar su estabilidad. “...La legitimidad democrática postula que el poder deriva del demos, del pueblo, es decir que se basa en el consenso ‘verificado’ (no presunto) de los ciudadanos. La democracia no acepta auto-investiduras, ni tampoco acepta que el poder derive de la fuerza. En las democracias el poder está legitimado <además de condicionado y revocado> por elecciones libres y recurrentes...” (Sartori, 1992: 27).

Ahora bien, no es solamente necesario que quien detenta el poder haya accedido a él por los mecanismos expresados en un acuerdo general, expresado la mayor parte de las veces en un Constitución y un sistema de leyes. También es imprescindible que ese acuerdo general sea renovado periódicamente a través de consultas populares y elecciones, que no solamente designan representantes sino que además funcionan como mecanismos para la expresión del consentimiento. Nuevos elementos se añaden a la consideración del concepto de legitimidad: se debe ir más allá de las estructuras formales que la posibilitan, para establecer si las decisiones políticas aseguran la defensa de los derechos de los ciudadanos, y por otra parte, qué tan eficiente es el Estado para atender las demandas de su población. Igualmente importantes son las percepciones individuales de los ciudadanos sobre el sistema político. En este sentido, Weatherford (1992) distingue dos dimensiones en el concepto de legitimidad, por una parte, una visión “objetiva” desde el sistema político, donde los aspectos a considerar están referidos a los términos señalados de titularidad, aceptación formal, mecanismos de participación, e incluso eficiencia, entre otros. La otra dimensión es una faceta “subjetiva” relacionada con procesos internos de los individuos acerca de su aceptación de la autoridad; aceptación que está condicionada por una serie de factores tales como el sistema de valores prevaleciente en la sociedad, la estructura de la personalidad de los sujetos, sus habilidades para relacionarse con los miembros la sociedad, sus expectativas y sus condiciones materiales de vida.

En este contexto teórico se plantea el problema de la participación electoral como un mecanismo legitimador del sistema político. La participación electoral es una señal importante del respaldo que puede obtener el sistema político y constituye un preciado bien para los regímenes democráticos, siendo la actividad de participación política más igualitaria (Liphjart, 1997). A pesar de su importancia, la participación electoral, considerada en forma aislada, no es un indicador válido del grado de legitimidad. En el caso de las democracias consolidadas y estables como la norteamericana se presentan niveles muy altos de abstención electoral, sin que ello indique ausencia de apoyo al sistema político, por el contrario, puede ser interpretada como la expresión de satisfacción con el sistema y confianza en que cualquiera de las opciones electorales será beneficiosa. Por lo tanto, más allá de los porcentajes de abstención electoral que una democracia exhiba, es necesario

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 indagar sobre los motivos que impulsan la abstención, es decir, los elementos que sirven de base a los ciudadanos para tomar la decisión de votar o abstenerse. Por ello, es necesario apelar a la dimensión individual de la abstención, aquella que remite a las condiciones sociales, demográficas, culturales y actitudinales de los ciudadanos. La consideración teórica de la participación tiene consecuencias normativas: si los individuos evaden la política porque no les preocupa, la falta de participación se asume como un problema de elección personal, pero si otros elementos como la carencia de los recursos se convierten en obstáculos para involucrarse en política, la falta de participación puede convertirse en un problema del sistema político (Brady, Verba y Lehman, 1995).

Por último, la legitimidad no puede ser considerada como un elemento estático que un sistema político puede o no poseer, sino que hace más bien referencia a un proceso dinámico, donde intervienen las evaluaciones que los ciudadanos realizan constantemente del gobierno y las instituciones políticas. En este sentido, resulta de gran utilidad el concepto de “apoyo difuso”, planteado por Easton (1965), dado que lo plantea como un elemento de soporte genérico al sistema político, diferente al apoyo específico, que en un momento determinado la población puede darle a determinadas decisiones emanadas del gobierno. En otras palabras, una parte de los ciudadanos puede estar en desacuerdo con determinadas políticas, sin que ello signifique una discrepancia absoluta con el sistema político, la forma en que son tomadas las decisiones y los actores que intervienen en el proceso. La expresión del descontento a través de la abstención electoral no indica necesariamente una acción contra el sistema democrático como tal (Schultze, 1995). 3. Las etapas de la participación electoral en Venezuela

Los primeros procesos electorales en Venezuela estuvieron caracterizados por la masiva concurrencia de los electores. A partir de 1978 la abstención aumenta en una pequeña proporción, principalmente en los procesos locales que comienzan a darse a partir de 1979.

En el actual periodo democrático es posible distinguir tres momentos en cuanto a la participación electoral:

a) Desde 1958 hasta 1973. Esta etapa que abarca las primeras cuatro elecciones, es la fase de consolidación democrática, y se caracteriza primordialmente por el alto promedio de participación electoral, cercano al 90%. Es el momento de surgimiento de las lealtades partidistas y la consolidación en 1973 del sistema bipartidista.

b) Desde 1978 hasta 1988. En este periodo, marcado por el patrón electoral de la polarización, comienza a apreciarse un descenso gradual de la participación electoral. Comienzan a realizarse los procesos electorales locales, marcados por la abstención.

c) Desde 1993 hasta 2000. Las elecciones de 1993 marcan una nueva etapa electoral en Venezuela. Por primera vez en comicios nacionales la abstención alcanza casi el 40% de la población electoral inscrita; el alto promedio de abstención se repite en las elecciones regionales y locales. La alta abstención se mantiene en los procesos realizados en 1998, tanto nacionales como regionales, y se convierte en una característica permanente en todos las consultas populares llevadas a cabo en 1999 y 2000.

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 4, Inicio y consolidación de la democracia: la legitimidad electoral

En el caso venezolano la alta participación electoral durante las primeras etapas de la democracia jugó un papel importante para su consolidación y el mantenimiento, produciéndose un solapamiento entre ambos conceptos, en el sentido de considerar la alta participación electoral como un indicador inequívoco de apoyo al sistema democrático. Según lo expresa Rey, el voto “...inicialmente fue interpretado por la mayoría de la población venezolana como la expresión de un fuerte compromiso emocional de adhesión a la democracia, y no como un acto meramente instrumental...” (Rey, 1989: 21). Votar no solamente era considerado como una manera de expresar preferencias por candidatos y partidos, sino que además constituía el mecanismo por excelencia para demostrar respaldo a la democracia. En este sentido, los altos niveles de participación electoral contribuyeron a la estabilidad del sistema democrático. La legitimidad estaba asegurada por la alta participación electoral.

En este arreglo inicial del sistema político democrático los partidos fueron los principales protagonistas. Dentro de un esquema inicialmente multipartidista, que se consolida a partir de 1973 en un bipartidismo atenuado (Molina y Pérez, 1996) con Acción Democrática y COPEI como elementos primordiales, los partidos políticos se constituyeron en el centro de todos los procesos políticos, ellos organizaron a la sociedad civil bajo su tutela, y se convirtieron en mediadores exclusivos entre la sociedad y el Estado, abarcando prácticamente todos los espacios de la vida nacional. Esta “partidocracia” se apoyaba en gran parte sobre la existencia de fuertes vínculos partidistas de tipo afectivo entre los ciudadanos y los partidos (Torres, 1980), los cuales servían como guías que orientaban el comportamiento electoral. De esta manera, los partidos políticos eran los principales promotores de la participación electoral, con una gran capacidad de convocar y movilizar a los electores sin distinciones de ningún tipo. 5. La crisis de legitimidad.

El panorama político venezolana comienza a cambiar a partir de 1989. En febrero de ese año ocurre el estallido de violencia generalizado que evidencia la grave crisis de legitimidad del sistema político. En 1992 se producen los dos intentos de golpe de Estado y al siguiente año la destitución de presidente Carlos Andrés Pérez. El clima político de esta época estuvo signado por la inestabilidad y la desconfianza en las instituciones.

Es en este periodo cuando la participación electoral comienza a decaer, primero en los procesos electorales municipales, y a partir de 1993 en los nacionales cuando la participación desciende 22 puntos porcentuales, pasando del 82% en 1988 al 60% en 1993.

Este continuo y manifiesto descenso de la participación fue interpretado como una señal de alerta para el sistema político venezolano. Los estudios de opinión pública en Venezuela reportaban un creciente descontento de la población con respecto al sistema politico. Si bien es cierto que ya en 1973 los venezolanos manifestaban opiniones negativas en contra del gobierno, los políticos y los partidos, el nivel de apoyo al sistema político democrático era sólido. Este se deterioró profundamente en los finales de la década de los ochenta y principios de los noventa. El politólogo Arístides Torres planteaba en ese momento que los acontecimientos de 1989 fueron expresión de un “...cambio cualitativo en las actitudes de la población hacia el sistema político. La crisis económica y las evaluaciones negativas de la población sobre los políticos y los partidos, que hasta entonces no habían minado la confianza en el sistema, empezaron a actuar, disminuyendo los niveles de

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 legitimidad del mismo”. (Torres, 1991: 178). A partir de entonces el sentimiento de desconfianza y rechazo hacia las instituciones políticas y en particular hacia los partidos tradicionales se profundizó.

Si bien la reducción de la participación se produce en un clima de desconfianza y descontento, es posible establecer cuáles las causas de esta disminución, las cuales pueden ser distinguidas en factores institucionales e individuales (Molina y Pérez, 1995; Pérez, 2000). Los factores institucionales están referidos a las condiciones y al contexto en el cual se desenvuelven las elecciones, Están determinados por el ordenamiento jurídico que rige los procesos electorales en cada país, el cual establece la naturaleza del acto electoral y quienes son incluidos o excluidos como electores. Así mismo, comprende al sistema de partidos políticos, y en particular la capacidad de los partidos para movilizar a los ciudadanos hacia los centros de votación. Por otra parte, los factores individuales se relacionan con características propias de los electores, tanto socioeconómicas como actitudinales. Los factores institucionales tienden a determinar el nivel general de participación electoral, mientras que los factores individuales entran en juego cuando se debilitan los primeros (Verba et al. 1978).

Entre los factores institucionales más importantes para determinar los niveles de participación electoral se encuentra la existencia del voto obligatorio. Los estudios clásicos sobre participación electoral dan cuenta de una más alta tasa de participación en aquellos países donde el voto es obligatorio, y constituye un instrumento institucional particularmente efectivo para elevar las tasas de asistencia electoral e igualar la participación ciudadana (Lijphart 1997). En Venezuela el voto obligatorio constituyó en los inicios del sistema democrático un incentivo de primer orden para la participación electoral; sin embargo, las sanciones previstas para la no asistencia a las urnas electorales dejaron de ser aplicadas por parte de las autoridades. De esta manera el voto fue perdiendo paulatinamente su carácter impositivo, debilitando el sentimiento de “deber cívico” que impulsa a muchas personas a votar (Schultze 1995). En consecuencia la decisión de no votar se convirtió en una opción válida para los venezolanos. Aunque se sigue considerando que el voto es un deber, en la práctica funciona como un sistema de voto voluntario1. Parte del descenso de la participación electoral puede ser atribuida a la eliminación del voto obligatorio, sin otra indicación que la puramente instrumental.

Otro factor institucional de igual capacidad explicativa sobre la participación lo constituye la movilización partidista del voto. Mientras mayor sea la vinculación entre los partidos políticos y los ciudadanos, éstos se sentirán más motivados a votar. Esta vinculación puede expresarse en términos de adhesión formal, o simplemente confianza o credibilidad de los electores hacia los partidos. En Venezuela la identificación de los electores con los partidos tradicionales había sido un factor clave para impulsar la asistencia electoral (Molina y Pérez 1995). Durante la etapa de alta participación electoral (entre 1958 y 1988) los partidos eran los principales movilizadores de los electores. La evaluación de las candidaturas y del proceso electoral mismo se simplificaba por la óptica partidista, el apoyo a los candidatos del partido con el cual el elector se identificaba tenía una significación no solo racional, sino además afectiva. Por último, las maquinarias partidistas aseguraban la participación de sus seguidores.

En cuanto a los factores individuales es necesario distinguir dos tipos de varialbes, Las sociodemográficas tales como la edad, el género o la clase social no presentaban relaciones

1 Al voto voluntario debe agregarse que la inscripción en el registro electoral también es discrecional.

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 significativas con la asistencia electoral. Por su parte, dentro de las variables actitudinales, el apoyo a la democracia y la vinculación psicológica a los partidos resultaban los mejores incentivos para la asistencia electoral. (Molina y Pérez, 1995).

Los resultados de las elecciones de 1993 evidencian cambios sustanciales en el comportamiento electoral del venezolano. El desprestigio de los partidos principales, AD y COPEI marca claramente las actitudes políticas de los venezolanos. Los partidos se vuelven el centro de la crítica, que por otra parte no es gratuita; y la desalineación se convierte en la característica principal del electorado venezolano de los noventa. En 1973 quienes se consideraban a sí mismos como independientes constituían apenas el 19.2% de los electores; éste porcentaje crece en 1983 al 38%; en 1990 el 47%; y en 1998 el 41% de los electores dice ser independiente2. El crecimiento del sector independiente, menos propenso a votar, abre un espacio cada vez mayor a la abstención.

Dado que los partidos constituían el eje del arreglo político de la democracia “puntofijista”3 al convertirse en el centro de las críticas por parte del electorado y experimentar el rechazo generalizado de la población, el sistema político en su conjunto entra en una crisis de legitimidad. Las antiguas lealtades se desvaneces y crece el sentimiento de desconfianza hacia todas las instituciones políticas y particularmente hacia los partidos políticos que habían sido ejes de este sistema, AD y COPEI. En esta situación, su facultad para obtener el apoyo electoral decrece.

En 1993 por primera vez gana la presidencia Rafael Caldera siendo candidato de un partido distinto a los tradicionales, aunque muy relacionado con ellos4, lo cual constituye un indicador de la pérdida del predominio de estos partidos dentro del sistema político. En 1998 el deseo de cambio de electorado venezolano se profundiza y lleva al poder a Hugo Chávez (Molina, 2000) quien utiliza como una de sus consignas principales la liquidación de los partidos tradicionales y la imposición de una nueva institucionalidad política, donde los partidos, antiguos o nuevos, ya no tendrían protagonismo.

La merma en la capacidad de los partidos de convocar a la población debido a su desprestigio que ya se había hecho evidente en las elecciones de 1993, se refuerza en los procesos de 1998 y se profundiza en 2000. La figura del partido fuerte, con una eficiente maquinaria electoral y una gran cantidad de leales seguidores, que garantizaba la alta tasa de participación, queda atrás para dar paso a esquemas mucho más personalistas. Los partidos emergentes, Movimiento V República (MVR) y Proyecto Venezuela, Primero Justicia, parecen depender mucho más del destino de sus líderes que de la generación de identidades partidistas fuertes y estables. 6. Las nuevas bases de la legitimidad

Uno de los cambios más notorios que se han producido en la institucionalidad política venezolana se ha verificado en el sistema de partidos. Los partidos tradicionales que ya 2 Los datos corresponden a las encuestas de opinión pública realizadas en 1973 por Baloyra y Martz (1979); en 1983 por Torres y Baloyra (Torres, 1985); en 1990 por IIDH/IEPDP; y en 1998 por la Red Universitaria de Cultura Política (Redpol). 3 Se denomina “puntofijista” al periodo comprendido entre 1958 y 1998. Toma su nombre del Pacto de Punto Fijo, acuerdo inicial entre los partidos políticos tradicionales para consolidar la democracia, y es utilizado frecuentemente por el gobierno con una connotación negativa y ofensiva. 4 Caldera había sido fundador y máximo líder de COPEI. Su primer período presidencial lo obtuvo en 1968 con el apoyo de COPEI.

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 venían en declive, quedan reducidos, tanto en representación como en influencia; además cambia la naturaleza misma de los partidos (Molina y Pérez, 2001), en un sistema conformado por partidos nuevos formados alrededor de la figura de un líder. El caso más evidente es el MVR, creado como plataforma electoral de Hugo Chávez, pero también Convergencia (Rafael Caldera) Proyecto Venezuela (Henrique Salas Römer). Este tipo de partido, dominado por el liderazgo personal encuentra muchas dificultades para su consolidación, y su continuidad depende sobremanera del éxito o fracaso de su líder. Así, mientras el MVR obtiene en las elecciones de 2000 el 48% de los diputados a la Asamblea Nacional, mientras que Convergencia y Proyecto Venezuela quedan reducidos a espacios regionales.

Este cambio en la naturaleza de los partidos responde a un proceso más amplio de personalización de la política, donde las personalidades dominan por encima de las instituciones. Ello se corrobora no solamente en la figura del presidente, sino también en los niveles regional y local, donde la figura del gobernador y el alcalde dominan el escenario político. La aceptación de la autoridad se cumple en función de la capacidad del líder de convencer a los ciudadanos alrededor de un proyecto político.

En la medida en que los partidos pierden centralidad con respecto al sistema político, las bases mismas de su legitimidad cambian también. En un nuevo esquema de política personalista, la noción de legitimidad adquiere otro matiz, la identidad social y la aceptación de un nuevo orden político comienzan a depender en mayor medida de la capacidad del caudillo de convencer a los ciudadanos de que el orden existente es justo y válido en el presente o que lo será en el futuro, aglutinando los diversos intereses en torno a un proyecto común, en este caso la “revolución bolivariana”.

Desde la dimensión “objetiva”, la legitimidad del gobierno de Chávez se asegura por su origen electoral, aunque ya la alta participación no sea un elemento de importancia. Desde el punto de vista “subjetivo” la figura carismática del presidente convoca a la aceptación de su proyecto político.

¿Cuáles son los peligros de esta nueva legitimidad? En primer lugar, existe el riesgo de confundir la legitimidad con la lealtad de las masas. La legitimidad implica la aceptación generalizada de la creencia por parte de los ciudadanos de que ese orden político es el mejor posible, mientras que la lealtad “...puede deberse a la mera rutina en el cumplimiento de unos procedimientos en ausencia de un debate al respecto...” (Monedero, 2001). Hasta ahora, esta lealtad ha sido demostrada en términos de apoyo electoral (las opciones que apoya el presidente Chávez han resultado ganadoras, aún cuando la participación haya sido exigua), aclamación popular, y el apoyo en los sondeos de opinión pública (la popularidad del presidente Chávez se mantiene alrededor del 60%). Su presencia constante en los medios de comunicación y sus recurrentes polémicas lo mantienen en el centro de la atención.

En segundo lugar, planteada en términos instrumentales, la legitimidad necesariamente se relaciona con la eficiencia gubernamental: se es legítimo en cuanto puede satisfacer las demandas y exigencias de los ciudadanos, aunque no en un sentido estricto. Por una parte, no es necesario satisfacer totalmente las demandas, siempre y cuando se logre convencer a los demandantes de que en algún momento éstas serán satisfechas; por la otra, tampoco es necesario satisfacer demandas (aunque sea parcialmente) de todos los ciudadanos, sino solamente de aquellos sectores con capacidad de poner en peligro la estabilidad del sistema. El peligro estriba en que a medida que se agudiza el deterioro de las condiciones de vida de la mayor parte de la población, se hace impostergable la respuesta efectiva a demandas puntuales de la población. En este sentido,

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 las medidas para el control de la inflación y los programas como el Plan Bolívar 2000 y 2001 han intentado dar respuestas momentáneas y provisionales a exigencias básicas de la población más desasistida. Sin embargo, si no hay una recuperación real e importante de la economía, será difícil atender las demandas de una ciudadanía que insiste en ver al gobierno, y en particular al presidente Chávez como el único responsable en la solución de sus problemas, actitud que el mismo presidente alienta y estimula.

Por último, el peligro de la tentación autoritaria. Disuelta la intermediación de los partidos políticos, con una sociedad civil débilmente organizada, y una ausencia casi absoluta de oposición política, el nuevo régimen insiste en apelar directamente a la población para apoyar toda acción de gobierno. En su discurso el presidente hace muy frecuentes alusiones al “pueblo” y al “soberano”, asumiendo por sí mismo una representación que va más allá de su origen electoral, y que le permite una amplia libertad de actuación para logro de los objetivos que asume como legítimos. 7. Conclusiones

Los profundos cambios en la institucionalidad política venezolana incluyen también una modificación en la relación entre participación electoral y legitimidad. La alta participación electoral que servía como un elemento legitimador del régimen democrático y de los gobiernos particulares declina como resultado de las variaciones en el sistema de partidos. Ello no significa que el argumento electoral haya desaparecido, los repetidos triunfos electorales del actual gobierno son utilizados como un argumento importante en el discurso legitimador.

El arreglo político conocido como sistema populista de conciliación de élites (Rey, 1991) ha sido superado en la medida en que las bases que lo soportaban se deterioraron a un ritmo acelerado: un sistema de partidos fuerte que daba carácter partidista a todo el quehacer político y social, el clientelismo sostenido por una economía rentista y el apoyo electoral de la población. En los finales de la década de los 80 el profundo desprestigio de los partidos tradicionales, la caída de los ingresos fiscales petroleros en el marco de una crisis económica sostenida, y los cambios en los patrones del comportamiento electoral del venezolano, particularmente el descenso de la participación electoral, se conjugaron para evidenciar la necesidad de transformaciones profundas en el sistema político. Parte de estos cambios han sido ejecutados por el presidente Chávez, especialmente la transformación del sistema de partidos.

El centro focal del nuevo contexto político es el líder, principalmente la figura carismática del presidente Chávez. En este proceso de personalización de la política, las evaluaciones de las actuaciones de las personalidades cobran mayor importancia, dejando de lado las orientaciones partidistas. La legitimidad del nuevo gobierno se basa en su potencial de convencer, contraponiendo la esperanza de un mejor futuro con el pasado calificado como perjudicial y dañino, “los cuarenta años de democracia corrupta” como lo repite insistentemente el presidente Chávez.

Esta legitimidad carismática, en términos de Weber, ha permitido avanzar en la consecución de transformaciones necesarias y deseadas por la población, sin embargo, entraña peligros con respecto al apego a la democracia por dos vías. En primer lugar, en términos del discurso político es el pueblo directamente el que otorga el mandato, por lo tanto todo está permitido en función del logro de las metas propuestas por el líder, incluso pasar por encima de las instituciones democráticas, si éstas se constituyen en obstáculos; a la

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 larga, la democracia misma, como régimen político puede ser descartada. En segundo lugar, siendo que las esperanzas en una mejora sustancial de las condiciones de vida de gran parte de la población venezolana están en la raíz del apoyo al liderazgo de Chávez, la posibilidad de un desencanto con el gobierno puede conducir a una decepción generalizada hacia la democracia.

El proceso de construir la legitimidad democrática, más allá del apoyo a un gobierno en particular, implica la generación del consenso y la internalización de valores políticos y sociales, lo cual no es una tarea fácil, y se obstaculiza aún más en la medida en que el conflicto y los enfrentamientos se encuentran permanentemente en el discurso del presidente Chávez. En los actuales momentos se hace imprescindible tanto como asegurar beneficios materiales a la población, un mayor respeto por las instituciones democráticas, para conservar el apego que tradicionalmente el venezolano ha sentido por la democracia. Bibliografía BOBBIO, N. y M. BOVERO (1984) Origen y fundamentos del poder político, citado por

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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001 Reseña biográfica Carmen Pérez Baralt, licenciada y magíster en Ciencia Política. Profesora titular e investigadora del Instituto de Estudios Políticos y Derecho Público de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela. Dirección postal: Avenida 12 esquina calle 66A, No. 12-05, Urbanización Maracaibo, Maracaibo, Estado Zulia, Venezuela. Teléfonos: 0261-7596764 / 7982244. Fax: 0261-7596676 E-mail: cperez2@ iamnet.com

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