18
Lejos de Roma

Lejos de Roma

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Primeras páginas de "Lejos de Roma" de Pablo Montoya

Citation preview

Page 1: Lejos de Roma

Lejos de Roma

Page 2: Lejos de Roma
Page 3: Lejos de Roma

Lejos de Roma

Pablo Montoya

Page 4: Lejos de Roma

ISBN: 978-958-8794-28-0Lejos de Roma

© Pablo Montoya© Sílaba Editores

Primera edición: Alfaguara, Colombia, 2008Segunda edición: Sílaba Editores, Medellín, Colombia, 2014Editoras: Alejandra Toro y Lucía DonadíoImágenes carátula: Monedas romanas antiguas y Ars Amandi de Ovidio (Venecia, 1494)Cortesía de Saúl Vélez RollDiseño de carátula: Luz Arango

Distribución y ventas: Sílaba Editores. www.silaba.com.co / [email protected] 25A No. 38D sur-04. Medellín, ColombiaImpreso y hecho en Colombia por: Artes y Letras S.A.S. / Printed and made in ColombiaReservados todos los derechos. Prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento.

Montoya Campuzano, Pablo, 1963- Lejos de Roma / Pablo Montoya Campuzano. -- Medellín : Sílaba Editores, 2014. 146 p. ; 22 cm. -- (Trazos y sílabas) ISBN 978-958-8794-28-0 1. Novela colombiana 2. Exilio - Novela I. Tít. II. Serie. Co863.6 cd 21 ed.A1436323

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Page 5: Lejos de Roma

Para Alejandra Toro

Page 6: Lejos de Roma
Page 7: Lejos de Roma

Sors exitura, et nos in aeternumExilium impositura cymbae

Horacio

Page 8: Lejos de Roma
Page 9: Lejos de Roma

Contenido

La llegada 13La espera 15El brasero 18Lucio 21La serpiente 23El mensajero 26El asalto 29La fiesta 33La cicatriz 36El banco 41El olvido 44El despertar 47La desnudez 49El puñal 53Los cangrejos 55Un rumor 57El candil 59Marte 62La dádiva 64

Page 10: Lejos de Roma

La multitud 67Higinio 71El regente 75La palabra 79La conspiración 82La pregunta 87Julia 90La gema 95El guerrero 100El barro 104La escritura 107El amor 112Augusto 116La partida 119Póstumo 124El duelo 128Idamia 130La cena 132La epístola 135El pálpito 140La luz 142

Page 11: Lejos de Roma

13

La llegada

Mi mirada se proyecta hacia el horizonte. Desde él una gaviota se precipita. Bajo su vuelo el mar surge como una exhalación gris. Después aparece la nave. Más allá de sus velas un sol se oculta entre vagos resplandores. Los hom-bres van surgiendo y sus gritos pueblan el puerto de To-mos. En sus frases, vocablos de latín intentan despejar la confusión de las lenguas bárbaras. Empiezan a bajar los equipajes. Baúles con aceite de oliva y trigo, animales en jaulas –un pájaro carmesí, una culebra adormecida, roedo-res negros del tamaño de la liebre–, pequeños árboles de incienso protegidos por telas descienden también de brazo a brazo. Otra vez miro el mar y las olas son como el sus-piro de un dios inmortal pero cansado. Desde hace días cae una llovizna espesa. Una llovizna de la que surge esta región adonde he sido relegado. Trato de ver a través de ella, como quien mira a través de las entrañas de una oveja, para comprender lo que es llegar a Tomos. Antes, durante la travesía, los días de mar fueron como meses y éstos pa-recieron años y éstos siglos. La nave, encomendada a Mi-nerva, se adentró en un horizonte de nubes. Y era como si estuviera sumergiéndose en un paraje donde el Imperio es más una sombra evanescente que un cuerpo sólido. Llegar a Tomos es como llegar a la morada de los muertos. Estoy

Page 12: Lejos de Roma

14

seguro, me repito, de que éste es el último confín del mun-do. Y Brindis, Ilión, Samotracia, Bizancio quedaron atrás como lugares sórdidos que vieron mi sombra dirigiéndose al Infierno. Sé que estoy bajo el mismo techo donde Sísifo anhela el regreso a la tierra entre imploraciones inútiles. He llegado a Tomos, puerto del espanto. Y Calíope ha huido de aquí, si es que alguna vez vino. Reconozco, sin embar-go, que su vestigio desmedrado es el único refugio que me queda. Más que al rastro de los otros, más que al eco de sus palabras, debo aferrarme a las huellas de Calíope que son como mis propias huellas. Roma ya no es posible para mis ojos, ni para mis manos, ni para mi olfato. Jamás volveré a recorrer sus vías populosas. Ni volveré a perder mis pasos por entre los bosques de castaños próximos al Circo. Ni tampoco veré el bullicioso trasiego de los pescadores en las orillas del Tíber. De nuevo busco la gaviota, pero su vuelo ha sido tragado por la bruma. Poseer una memoria es también llegar a Tomos, me digo. Una memoria que se despedaza mientras intenta su propio reconocimiento.

Page 13: Lejos de Roma

15

La espera

Me siento sobre uno de los baúles en tanto la lluvia sigue cayendo. Con el cuerpo mojado, y las gotas rodán-dome por el sombrero, trato de imaginar un aposento cá-lido que pudiera hacer mío. Una estancia mínima donde la sucesión de los días que ha tramado este viaje empiece a convertirse por fin en un recuerdo vaporoso. Una habi-tación en la que pueda situar los pocos volúmenes –Ho-mero, Calímaco, Virgilio– que he traído de Roma. Y las tablillas de abeto, los punzones, algunos legajos de perga-mino, la pequeña clepsidra que me obsequió Higinio, mis queridas togas y mis manes. He presentado en el puerto el documento imperial donde se ordena la relegación. Un mensajero, de quien no entiendo ni una de sus palabras, ha ido y venido intermitentemente del puerto a la casa en donde, eso parece, organizan mi hospedaje. Pero esta palabra, y toda aquella que se le asemeje, para mí es impo-sible de comprender en estos lugares. Lo que idean, más bien, son las condiciones futuras de mi condena. Le he pedido, y la última vez lo he hecho casi a gritos, que me conduzcan adonde el Regente de Tomos. Pero, sin hacer caso a mis reclamos, el mensajero me ha traído a esta ca-baña. Está, por lo que deduzco, aunque las deducciones de un forastero siempre son torpes, cerca al muelle. Desde

Page 14: Lejos de Roma

16

aquí el mar, si es que es el mar y no el aturdimiento dejado por los que he cruzado desde que salí de Roma, se oye quejumbroso. El mensajero, cada vez que aparece como expelido por la neblina, me hace señas con sus brazos. Intenta asir alguna palabra latina que en su boca de inme-diato se desintegra. Quiere decirme algo que no descifro, y así pasamos un tiempo largo en silencio. Luego, cuando reinicio mis insultos, vuelve a desaparecer. Y yo continúo pateando contra el piso y golpeando mis piernas con mis manos en medio de la impotencia. Me pregunto, y nada respondo, si aquí puede haber un rastro de comunicación con los demás. Porque cuando hablo conmigo no hablo. No se habla con una sombra muda que, al arriesgarse a pronunciar alguna palabra, lo hace en medio de la con-fusión. Aquí, en realidad, soy nadie. Dejé de ser alguien desde el día en que me fue avisado el repudio de Augus-to. He sido nadie en todos los puertos que he atravesado hasta llegar a Tomos. Mi lengua, que podría actuar a mi favor, que siempre me protegió antes de este exilio, se estrella contra la ignorancia de los bárbaros. Y si soy un fragmento de alguien, es evidente que la indiferencia de ellos hace trastabillar cualquier atisbo de identidad. De repente, surge una figura del interior de la cabaña. Es un viejo que arrastra los pies por el suelo de barro. Me mira con los ojos llenos de estrías moradas. Evito esa mirada que tiene un oculto resplandor incómodo. Me ofrece un vaso y sus manos se ven como desolladas por el rigor del invierno. Es una bebida caliente cuyo vapor salado se une al que brota de la boca y la nariz del viejo. Me pregun-to cuánto tiempo llevo esperando a que me digan dónde debo dirigirme y voluntariamente lo ignoro. Él insiste por

Page 15: Lejos de Roma

17

un tiempo, pero apenas ve que no recibo su ofrecimiento, me da la espalda y se sumerge en las sombras de la cabaña. Adentro hay otra persona. Lo supongo porque escucho dos voces que dialogan.

Page 16: Lejos de Roma

18

El brasero

En la cabaña todo está tocado por la humedad. La ma-dera expele un olor a podredumbre. Sobre el piso hay pie-les de cabra que intentan amortiguar la pesadez del frío. Creo que estoy tratando de calentar mis huesos, no desde hace meses, sino desde hace años. Mis piernas, envueltas en fajas de lana, se niegan a cualquier tibieza. Me mantengo cerca de los maderos que arden. En varias ocasiones me he quedado dormido y he caído de bruces sobre los leños. Tengo quemaduras en la nariz, en la frente, en las manos. Sobre el camastro, aplastado por los cueros, en cuyo olor hay un eco asqueroso de sangre y vísceras de vaca, intento dormir. Para evitar las náuseas huelo uno de los velos que me dio Fabia en la despedida. En esa reminiscencia fami-liar, sin embargo, encuentro un motivo más de desdicha que de consuelo. Me he negado a ponerme el pantalón cosido por debajo que me han obsequiado el par de ancia-nos. La mujer, sobre todo, se ríe al verme con mis túnicas, mi gruesa toga de invierno y mi capuchón. En realidad, no se necesita perspicacia para darse cuenta de que soy el motivo de sus miradas burlonas. Cada vez que me cruzo con ellos, surge una estela de murmullos prolongados en risas. El Regente de Tomos, por otra parte, varias veces me ha invitado a su casa. Por medio del mensajero dice que, en

Page 17: Lejos de Roma

19

principio, ésta será mi residencia. También ha escrito, so-bre las tablillas que se me entregan, que si quiero recorrer la aldea y sus alrededores tengo a mi disposición un caballo y al propio mensajero como guía. A estos ofrecimientos, por supuesto, he contestado con un no rotundo. ¿Qué se puede hacer en medio de esta geografía si no combatir su frío universal? Caminar por la desembocadura congelada del Histro, o entrar en el mar y ver bajo la capa de hielo el gesto paralizado de los peces, como si estuviera viendo un reflejo de mi situación, me parece insensato. De tal modo que todo el tiempo lo paso en la cabaña, recibiendo a rega-ñadientes lo que me dan los viejos. Generalmente son so-pas de vegetales amargos y, de vez en cuando, carnes ahu-madas de chivo. Cuando pruebo la comida manifiesto de inmediato un gesto de repugnancia. Es una sensación de asco que mi lengua no alcanza a expresar del todo. ¿Cómo se llaman esos tubérculos violáceos que flotan en las so-pas? ¿Qué nombre tienen esas hojas llenas de escarcha que, al cocinarse, huelen a vómito de recién nacido? Y si mi boca reniega de esos sabores, el estómago es más radical en el rechazo. Defeco continuamente un líquido oscuro y espeso de un hedor que me avergüenza en lo más profun-do. El vino, que podría ayudarme a pasar el sabor de los alimentos, me lo dan en bloques. Hay que ponerlo al lado del fuego para que se derrita, y su sabor ocasiona agrieras que inflaman mi pecho. Escupo ese sedimento ácido que ni toda el agua concentrada del Ponto lograría desalojar de mi garganta. En el dormitorio, entre el camastro y la mesa, hay un pequeño brasero de hierro que siempre permanece prendido. Y es la mujer quien se encarga de que su flama no desaparezca. Pasa horas y horas alentando el calor, ya

Page 18: Lejos de Roma

20

sea con su boca o con la tapa de una marmita. Parece ser ésa su única función en el mundo. Calentar un fuego que evidentemente está destinado a apagarse. Me aterroriza, pero también siento una alegría secreta, pensar ¿qué pa-saría si ella no estuviera aquí? ¿Qué pasaría conmigo si la mujer desapareciera y el calor de esta cabaña dependiera solo de mí?