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LIBELO DE VARIA NECROLOGÍA

LIBELO DE VARIA NECROLOGÍA - conaculta.gob.mx fileEsta ciudad, de varias cabezas, de vientres de todos los tamaños, con la mirada torva y ardiente por momentos, las manos sucias,

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LIBELODE VARIA NECROLOGÍA

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Balam RodrigoLIBELO

DE VARIA NECROLOGÍA

FONDO EDITORIAL TIERRA ADENTRO 380

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Primera edición 2008Fondo Editorial Tierra Adentro

Diseño de portada: Natalia Rojas Nieto© Balam Rodrigo

© Nacho Chincoya por ilustración de portadaD.R. © 2008, de la presente edición Consejo Nacional para la Cultura

y las Artes, Dirección General de Publicaciones, Programa Cultural Tierra Adentro.

Av. Paseo de la Reforma 175, Col. Cuauhtémoc, CP 06500, México D.F.Coedición: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/

Dirección General de Publicaciones/ Programa Cultural Tierra Adentro.

Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad de la Dirección General de Publicaciones/

Programa Cultural Tierra Adentro del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcialo total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidosla reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación,

sin la previa autorización por escrito del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Dirección General de Publicaciones/

Programa Cultural Tierra Adentro.Impreso y hecho en México

ISBN978-607-455-089-4

CONACULTA

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Índice

11 De Madame La Loca y sus noches gáticas

43 En de la lengua del cardo ya más muerto

65 De los ebrios cazadores de luz

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A ItzelA mis padres

A mis hermanosA la memoria de Ana Nazar

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DE MADAME LA LOCA Y SUS NOCHES GÁTICAS

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Esta ciudad, de varias cabezas, de vientres de todos los tamaños,con la mirada torva y ardiente por momentos, las manos sucias,

se está acicalando. Y yo estoy aquí alineando palabras para una mujer que se sumerge en un sueño dulce,en una paz extraña que uno siente a su alrededor

rodeado de objetos amontonados para narrar una vida [...]

Tahar Ben Jelloun

[...] los gatos, siempre inevitablemente los minouche, morrongos, miaumiau, kitten, kat, chat, cat, gatto,

grises y blancos y negros y de albañal,dueños del tiempo y de las baldosas tibias.

Julio Cortázar

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*

Sobre las aguas capitales del crepúsculo, tejen los gatos su roja dentellada: El sílex de su boca abre las plumas y los pechos de exquisitos cardenales. El viento arrastra los huesos, las hojas, las prístinas cadenas de la edad entumecida. Inicia gatopías el corazóny la ciudad pregona el filo que al ojo de la noche sólo empieza.

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*

Dobla la voz y las campanas se marchitan. La herrumbre dorada que desprenden las flores del ciruelo tiene su música en mis ojos y mi oído. Babélicoes el trajinar de los gatos que recorren la cama donde se ovilla mi sueño. Entre cardos, escucho a Madame, La Loca: Eres el ahogado y resucitas para espetar la roca oscura, para redimir al herrumbrado corazón felino, para escaldar la lengua elegida por las hordas del silencio... Abro los ojos y una almendra me ciega la garganta. Escupo el minús-culo terror hacia los llanos de la noche: Un rojísimo gato palpita en la ventana.

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Bajo el ardor de la noche que calcina sus luces mercuriales, viajan las calles a la par de los sueños del vitriolo. Rompen cristales los gallos y las hidras en las sombras. Arden también los gatos que bosteza Madame desde la luna y sus astros de batalla. Y en la alta hora del relámpago, quema su música un violín de tripa humana: Maúlla la ciudad por su orfandad y por su nombre.

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La locura es un manzano cuyos frutos abismancatedrales en el sueño. No hay quicio ni techumbre ajenos al ojo de Madame que llora gotas de gato y los vuelos de su falda —alondra y ruiseñor en mocedad— ovillan noche a noche su latir de golondrinas en el frío. Madame es la prisión de la cordura y la memoria: ¡Qué bien cifra su lengua de laúdes, sus gaterías de mármol y las plegarias que el relámpago susurra a los insomnes! Bebo de su rostro y la ciudad se pierde en sus arrugas, en las lenguas de asfalto que simulan las calles y avenidas que recorren su frente. Busco el añil de sus ojos mientras el viento lame el erizo pelaje de la noche que maúlla.

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Aquí donde el sol es un insomne gato de ámbar que eyacula oro sobre las capas del silencio y las flores traspasadas por los áticos... Porque no hay sino la sola ciudad y el ácido zarpazo de sus calles, sino el solo pentagrama de sus cables que estrangulan sueños y zapatos desahuciados: Pájaros de asfalto. (A lomo del invierno, Madame camina. Acaricia entre sus pechos un imán para suicidas: Amamanta la misericordia y sus cuchillos.)

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Ata el ronroneo de las pupilas al crepúsculo. La sólita paz de la adormidera dilata su memoria, hoja diáfana que engulle al pez de vidrio que nada entre la escoria. Un racimo de gatos madura su maullar en lejanías, arpa niña que entona la canción del aguanieve. ...recuerdo que Madame, La Loca —azulejana como el mar— reía con los ojos abiertos, con esos ojos que beben horas muertas y los niños gato que trae marzo. Y eran el aire y las campanas espetadas por su lengua, y era la ciudad un hato de maullidos que el silencio acuchillaba. Y aquel azur abismo domeñado a la orilla de sus ojos —cronopio de buhardillas y fantasmas— era la misma vacuidad, la misma deshora de su muerte... (Los pasos de la noche se alejan del alba y su ciliar cristalería: Té de uñas de gato para escuchar a la savia del ciruelo que llora entre sus ramas.)

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En la estación que redime al cruel otoño, La Loca déjase robar el sueño en las oscuras callejuelas, en las esquinas uncidas a la sal de sus visiones. Roca erizada entre los gatos, salta Madame desde su lecho y asoma en la ventana donde ostenta sus álgidas reliquias: Una guija de ámbar pulida por su vientre; una botella de ajenjo y pez umbría; un rosario de lunas engastadas en el ojo:

Fugaz constelación de gatoperlas.

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Rodajas de sol y desmemoria en el plato calcinado de la tarde: Lenguas de ángel y el corazón en estropajos de luz lamiendo la cobriza pelambre de los gatos y la sombra de las piedras peregrinas de la fuente.

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Ella cuenta los hijos apagados en almohadas, los años disueltos en carcomas, los raudos humos del deseo. Fatiga el sueño cantando una canción de cuna que asciende promontorios de hulla y mordaz pedacería: Alada roca, negra hoja de un árbol peregrino, jirones de asfalto levitan su costilla, desyerban la palimpsestía de su nombre, rescriben la trémula noche de su idioma. (Madame desfila y ronronea desde el tejar de su memoria. Maúllan los gatos hacia el cielo: Han visto al arquetípico antigato: Can Mayor.)

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El soliloquio corazón de Madame es llama limpia. Ni hablar del fuego griego que lame —cruel vitriolo— sus desastradas y malvas coyunturas. Ella riñe los dolores pero nada la detiene cuando agota —y agata— los dedos en lomos de impertérrito pelaje: Sonríe al más leve ronroneo y gusta prodigar de vero amor a todo gato que beba de sus llagas. Madame se mofa de sí misma en las más tórridas y amargas agonías. El gatido de su corazón fenece, pero no su gatedad: Esboza ante la muerteuna mínina sonrisa.

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Encumbrada en azoteas, recita por las noches a su tártaro minino de angora levedad: Habitante del azur esdrujulatrio: Que la intensa pez de tu pelaje subordine a la desconstelada manta de los cielos, y que la orilla de la mar noctivagante, la sí, la agatada nochedumbre, sea relamida por tu lengua gaturnal: Maulluvie la negrura el gatopacio nuberizo.

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Enroscada en sus visiones, Madame susurra —casi maúlla— al oído de sus gatos: El más alto grado de lucidez es la locura...

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Madame añora la pitanza de sus gatos y entre sueños, un anémico bufón le anuncia desde el cielo sus límbicas vituallas: Gatas y gatazos, gatillos y gatúbelas: Gatún es pábulo catado por los más finos y excelsos paladares gatinos, sabroso refrigerio que le augura reciedumbre a usted, sagaz felino, ofreciendo respeto al vuestro dueño sin lapidar su bolsillo, y, nuevamente a vosotros —descendientes de la estirpe del sagrado y excelso Micifuz— promete los más selectos mimos que amo alguno prodigara jamás en vuestros lomos. Gatún arrancará desde el más hercúleo maullido del tímido gaznate al famélico felino, hasta los más sensuales y exquisitos ronroneos de las mininas sin libido que sufran el estro glacial y los tósigos del hielo... Al despertar,Madame predica en las aceras: Gatún será viandaje a mis gatísimos virreyes, dignos jerarcas de la alta felinez de la ciudad...

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Enciende Madame las grillerías de la noche, los gatos que despiertan a cazar las palomas en duelo por la muerte del amor y sus tejados. La eternidad del gato no es un mito: Milagro es que remuere y resucita nueve veces. No así el minino que —suicida— salta al vacío los varios metros de su error: Luna de siempre en las ventanas y palomas en espejos le han timado. Llora La Loca sus charcos de dolor. Ríe la luna los dientes de la luz y su espejismo.

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Abre la boca y un largo anhélito de ajenjo disipa su derrota. Al fondo de su voz cavilan ya las rocas su áspero metal de soles redimidos. El crepúsculo es de oro, de ala mercurial y agua atravesada por maullidos. Gatear ha si la víspera de su reposo final anocheciere. Gatear ha si en los crepúsculos rotos se yergue sobre los tejados del insomnio a maullar lunas, allí donde ágata es la noche y los zurdos gatos se ponen a lamer el corazón de la ciudad y sus bemoles: Gatávico el lenguaje, gatísima la letra y la aprehendida palabra, y gáticas las noches del idioma porque inmortal es la ciudad en su más honda felinura... (La ciudad balbuce los ovillos que asfixian a la noche con su estambre. Urde también al gallo que ahoga con su himno al torpe corazón que repta sobre el polvo de las calles.)

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Soliloquia Madame ensoñecidamente: Atas a tu corazón la soga del olvido, la roca del ausente, y luego arrojas su latir infame al agua impura de las marginaciones, a la estéril placenta de la noche que bautiza los guijarros de la muerte... En rededor de su almohada y su cabeza revolotean pelambres de hondísima tersura, sutiles ronroneos, aullantes látigos de felpa: Salta Madamedesde el ensueño, toma el arma recién salida de entre sábanas, la coloca sobre su sien izquierda, aprieta el gatillo, y abre el cráneo silencio de la noche en dos: Un sonoro dispardo y su maullido le despiertan del sonámbulo gazapo del suicidio.

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La antigua sed del hielo atiza llamas de ártico en el albino liquen de su trenza: Imán para la nieve. Ancladoal entrepaño en la ventana de sus ojos, un gato de yeso devora gorriones y vencejos de neblina. Bostezaen la tibia soledad de la sangre y el fiordo de su lengua lleva tatuados la orilla de la noche y el oculto cerrojo de las máscaras.

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Albo gato, avanza la nieve a cuatro patas: Grita inviernos desde el oro felino de su voz. (Trigo subterráneo el que apuñala su garganta.) Si maullase la ciudad, escucharía los trenos de la usura, los desbocados himnos de la muerte, la palimpséstica ira de sus signos. Saudade gatedad, avanza Madame sobre la nieve a cuatro patas.

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El envés en las hojas del chopo es una brújula de nieve. La quietud de las campanas no puede ocultar las agujas del estruendo y el lenguaje que contienen. Un gato sueña con Madame y ella acaricia los copos apagados, las hojas de los chopos que guardan las tijeras del invierno y sus campanas. Un gato es una brújula de sueños, un copo erizado que tañe las campanas del invierno y lame las manos de Madame que apaga chopos en la nieve.

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La Loca ensombreciendo, mortuoria al paso del pa-nal presagio entre las glaucas las avispas, entre los gatos que desgrano en blandas colmenas que en-mielan —y animalan— los votivos gestos de su rostro. Harapienta va la ensombrecida, la murienta y avispera en la ciudad: Esa que viste los escombros ropajes de la luz en el vacío. Y en el umbral de las lunas maulladoras, Madame no adivina sino los diminutos linces que le crecen en los ojos cuando calle bajo el brazo la ciudad le despetala, le arranca al vuelo los pájaros latidos que le arterian y le escalda la garganta con el eco gatuno de sus voces.

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a)

El alma pétrea y la recámara. Los andamiajes del polvo y los dorados orines de los gatos. La Loca sueltauna carcajada que atraviesa el corazón y tapiza los postigos del óxido y el cielo. Ha caído el ocaso como un pájaro anémico, lengua de azafrán impuro: Numismática,recoge Madame de entre la alfombra las bruñidas monedas que el oro de la tarde acuña al tamizar su luz enferma al través de las roídas y pálidas cortinas: Comprará el insomnio en la garganta de los gallos, la gris herrumbre de la plata, el cierzo, la nieve; comprará el tordo corazón decapitado y su metal oscuro derritiendo los racimos del invierno, la sangre, la muerte.

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b)

Del día la luz anciana filtra lentas dagas por los huecos de la tela. La Loca deslagaña la cuenca azur yacija de sus ojos. Ha decidido comprar nuevos gatos e hipogrillos. Recoge con avidez numismática —por enésima vez— el oro en monedas que acuña más de un haz de luz sobre las sábanas: Barrotes fantasmas que encierran ángeles sedientos de olvido cuya lengua siega las ortigas del relámpago y el trigo negro del mercurio.

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¿Sucedía o no, Madame, tañer tan sólo puentes y campanas en el aire, si acaso sí los gatos, la luz? ¿Tañerel aire y la no luz bajo los puentes donde sí, si sólo sucedía Madame en los acaso gatos, las campanas? ¿Acasono las campanas si Madame la luz y sí los solos puentes bajo el aire? : —Al tañer los gatos, sucedía.

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Lagrima el clavicordio sus notas de licor allende el hielo. En vano espero las claras humedades del amor, las monedas del invierno que la nieve me deja en los bolsillos. Nadie ha visto a la que no amanece, ni a su séquito felino que mora en los suburbios. La ciudadse levanta y amuralla las visiones, el álgebra de signos que fustiga con música las sombras. Lagrima el clavicordio sus notas de abedul en las aceras. Arroja cuchillos al amor, al invierno que pule las monedas del insomnio que pago por buscar a la que habita en el ojo del oboe.

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Un maullido tenso y el silencio aniquilado debajo de los párpados. Lanza Madame sus dardos de saudade hacia la espera. Alrededor de los jardines y la niebla, la pluvial almohada le murmura: Ciudad. Sola extensión del odio y la tristeza de los animales sin luz. Cordón umbilical del polvo que nos une a la placenta del deseo. Pureza del vértigo y el fuego. Dama de los pájaros de la sed. Negra flor cuyos frutos sin destino, crecen en los huertos de la fiebre. Atroz y vacua porque ni las calles, ni los sueños, ni los gatos que ejecutan su música, pueden domesticarse. Ciudad. Bestia oscura del corazón que se alimenta de las sábanas ensangrentadas y de los desperdicios del dolor bajo la inmóvil liturgia de la nieve.

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Ay del ajenjo y de los nobles campos del sur y del estaño. Ay de la noble zarpa de felinos que, azogada, vuelve una y otra vez saltando tapias. Bien sabe el ojo del gato lo que hay debajo de los cielos baldíos, lo que muere al sur de la ciudad y de sus dones.

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Decían que Ana era su nombre. Nunca la vi de espaldas. Siempre ojos y boca fraguaban el aire y la prisión de sus campanas. Decían que Ana era su nombre: Capicúa de crueles signos. Nunca la vi dormida. Nunca nombrarla. Siempre signos maullaban capicúas, siempre gatos arañaban su nombre por la espalda.

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EN DE LA LENGUA DEL CARDO YA MÁS MUERTO

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[...] para ustedes camaradas entre los ojos acezantesatormentados por las oscuras preguntas negadas

esta canción bajo la tierraesta última canción que es posible

el más secreto crimennada más la cosa posible —como una semilla,

como una flor.

Östen Sjöstrand

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Amargos cardillos desataba la palabra, luenga hora de nimbos que si otrora milagrosa fuera, encinta iría derramando bosques, degustando flores fatuas: Avispas tenues y un resabio de moluscos bajo el agua. Lloverá sin el verano en los bolsillos, será la lluvia un clamoreo de zopilotes a la espera —bajo los mismos cardos— del dulcísimo cadáver de la muerte.

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48

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Del dulce vino que muere entre tus muslos, del ojo de la hidra que bebe en tardes ebrias las últimas barcazas las palomas heridas por el llanto —sí— de solitarios hombres y perros álgidos y vacuos, de aquellos mortales más que el odio, tan secos ya de tan memoria y de pulmones, tan secos ya de crueles gritos que desgajo a dentelladas: Ebria de mí, de mi silencio que respiro a puñaladas, va la muerte musitando su muertura.

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Habrá de morir el mar en la gota de sal que devoran tus ojos, y allí donde bautizas a los pájaros de junio con tu primer aliento, vendrán las malvas golondrinas las gaviotas a esconderse, a tallar un erizo y una playa en el oriente, y brújula no habrá para esconderte ni el deseo, ni la ruta ni el camino que te toquen. Más tu hora será la del jilguero: Un breve canto a las orillas de su muerte.

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No así ni la hedonía de los años, no así ni el otro afán ni el otro cuerpo y no ni sus bastardas lauderías. A la caída del oboe desde tus pechos llega un vésper viento amurallado por arcillas, llega esa paz de laberintos que promete largas cópulas y músicas desde los falsos instrumentos del deseo: Muertas notas de rota cuerda.

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No eran siquiera esos pedazos de lluvia madurando en alambradas, no era ni el ese sol ni el astro cruel ni circunciso: Y no ni la menguante: Corazón era el del aire adivinando las miradas —aquí, muertamente— donde el oro de los sueños elevaba sus plegarias hacia el alba.

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Me gustaría saber del aire ahogado en el humo de ciudades, de las estatuas peregrinas del dolor, del llanto sórdido de páginas y calles. Decapitada luz del aire fatigado, la hoja funeral del día que se prepara: Ala que monta sobre el potro de los verbos y cabalga en la escritura hacia las prístinas batallas.

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Ciega y amalvada golondrina, bebo tu luz en aluviones de oro, en rota máscara afónica, en tu morfosis de cuervo que aletea siglos de brea, tinta rota de agrietada sangre: Pez de faz desnochecida. Pupila abre y cierra los hatos de tu imagen, los párpados luyendo azur en cielos más baldíos: Joya de engastada gula en el que mira: Ojo y espejo.

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Una gota de noche, un inclinar el aire y habituar la oscuridad al bautismo de los ojos, al vientre subterráneo de los soles: Mortal refugio del autismo, un ir y venir desde las llagas: Escombro eres de los dioses.

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De la tierra, del infinito vientre de las eras, la amorfa voz del oro, la larga lengua de los dioses olvidados: Lilas muertas relumbrando azar en el vacío. Allende el agua desleída y el sórdido guijarro que yace anfiteatros de neblina, aquel sordo bramar del corazón dolido y su reptar entre los burdos y los crueles, los más signos: He ahí la saudade, vera exactitud de la ancestral melancolía.

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Al saber del trasterrado sueño de la jibia en los solares del mangle, allí donde bifúrcase horizonte en de las llamas y los mares, allí donde la tierra es finitud de horas y ora ya caída la lluvia en vendavales de artificio la sed es que te bebe, la húmera y espesa sed de muerte y el ese horror de no ser y no saberse sino sólo y solo polvo en los domésticos altares del vacío.

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De las meditaciones del cirio, de los ojos del ciego que desllora sus fardos calcinados en esta la desnoche en que aúlla la materia su dogal al infinito. He aquí en de los llantos, he aquí la inapagada lumbre de los siglos: He aquí, del dolor, uno y vencido.

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Dulce y hendida, líquida distancia dilataba tu memoria, agua de los cóncavos recintos donde el aire se fraguaba: Allí donde el ocio y la tristura, allí donde también los alquitranes de la noche, la espesa soledad trozaba lirios: Y allí vos —agazapada y muerte— royendo del amor las coyunturas.

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Podrás bien ver la cicuta, los años de ajenjo que te corren en la lengua y en los astros, en la rota camisa donde llevas corazón contrito, aquel que muere al ocultarse ya los párpados del día. (La mezquina hora del suicida y de quien yace ovillado en este limbo.) Así que solo aquí —solar, desnudo—, al igual que el tordo ciego que bebe sólo su fetal penumbra, dilectamente esperas —sí, de tu siniestra—, la honda y certera puñalada.

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Aliento queda el de los labios, el resuello de mil canes azogados hacia el alba, cuando muros —los del frío— afilan sus colmillos —largas y amargas púas— en de la ardiente zarza que tirita.

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Cantar de ecos, hojas, la hora más amarga y animal que te bebía, allí, doblado como un cirio, en sitio aquel en donde el plato de veneno relamía tus crueles frutos. Hágase un jardín a tu medida: Sin llagas, sin espinas, y sin soles: Las solas hojas del otoño y sus mortíferos rincones. Cae de canto la moneda de los dones. No cruz, ni cara: Sólo tu ojo muerde el haz de luz que cae desde las ramas del estío.

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Aquí, en la agonía de la sed que imagina agua y perpetúa su sonido, su amorfa lengua de luimientos. Aquí, decantado el corazón desde la sed —es decir, en de la vida, el ahogo—, la sangre bebe a gotas de rabia, a tragos de agua herida, la ira, la nostalgia.

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Los pasos mutilados de la almohada que sostiene sus insomnios, su hoguera de sombras descifrada, de amargo mar su gota cayendo a bocanadas en las grietas mínimas del ojo: Ojo que relame la noche y la aniquila. (Cascabeles de oro en la garganta del occiso.) Y sí, tú ya no gritas: Crepita el arduo treno en tu memoria porque tu aullar ha fenecido, dejando aquí este mudo cuerpo y su lenguaje a la deriva.

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A veces, corazón muriendo, se agita en mi mano la oscura roca de los cementerios, la ebria ya por lutos. Lengua del cardo ya más muerto, no puedo más ni qué decir —siquiera—, qué ojo me verá mañana.

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DE LOS EBRIOS CAZADORES DE LUZ

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Tenue luz invariable sin par en su memoria de días y noches de antaño en los que la noche venía

puntualmente a relevar al día y el día a la noche. Única luz pues apagada la suya de ahora en

adelante aquélla le llegaría del exterior hasta que a su vez se apagara dejándolo en la oscuridad.

Hasta que él a su vez se apague.

Samuel Beckett

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(Palabras del Ojo en una exposición fotográfica

de Josef Koudelka)

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Para Canek, Fridah,y Roberto Molina Tondopó:

Ebrios cazadores de luz

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(El sol es latigazo profundo en la espalda del poniente.)

Luego del crepúsculo, los craquelados ojos vivensólo de luz de luna y claroscuros.

Gradación del ojo que supone los excesos del polen—o del grano— que rasga la visión que late sobre argéntea superficie.

Estallan las negras y las blancas —tan parvadas—en el cuadro:

Lenguas de pájaro lamen el iris que migra entre las tordas y perfectas marialuisas.

A la mañana siguiente lanzamos el grito de párpadoscuando el dogo negro que huye

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devora nuestra mirada que vacila entre un cielo fugitivo y un mar de nieve muerta:

El Ojo en pleno vuelo.

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Tactar la cicatriz que deja la luz en el papel y en la pupila, es un festín de pocos.

Dicen que los sueños de los lunáticos son en blanco y negro, que sólo aquellos que se dicen cuerdos devoran con ansias el color.

Fantasmas de sí mismos, tejen los locos un áspero y amplio manto —jauría de insomnios hecha con escombros de luz— para borrar con él, los tenues rastros que la muerte deja en la retina mientras hurga con afán en nuestros ojos.

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Detrás de la lente, la vida es una gota de humo.

Las percusiones del diafragma que cierra y que abre son el parpadeo de un cielo herido, la válvula de un corazón enfermo que imprime su paso por caminos de utopía en un mecánico aleteo por secuestrar los apenas signos de la vera vida.

En el polígono de la pupila —diafragma nuestro— las imágenes se debaten entre el olvido y la muerte,cegándolas de toda huida.

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Pleno de cielos, de ámbares pizarras y grises destinos, reposa el ojo sobre mares de plata y celulosa:

Siglos de luz fosilizada.

(Pétrea es la mirada que se yergue en los espejos,corazón del hombre y de la imagen:

Fugaz e impasible eternidad.)

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Allí donde no hay memoria ni pupilas, el fotógrafo arrebata el olvido —patria de toda luz— al inmortal exilio de las sombras.

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Si el revelador no me engaña, los negativos —cuervos filicidas— han de sacarme los ojos:

Hijos de la luz en desbandada.

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Cercenadores del vacío, ebrios cazadores de luz, son los fotógrafos la quimera, la innominada bestia que deambula con refulgente y vítreo tercer ojo por los exiguos páramos de la tierra.

Cíclopes de un mundo ciego, cabalgan sobre siglos de tácita memoria segando las vértebras del icono y el sino.

Ciegos ya de toda luz y toda sombra, al cruzar las aguas del Estigia no pagan sus monedas a Caronte:

Depositan los ojos y la lente.

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Revelar es un acto de la huida. Sordos al designio de los dioses, cercenamos la luz en cruel mordida:

Corazón del ojo: Fotografía.

Efímeros a la estocada de párpado y retina, las imágenes cuentan un tiempo ya perdido, muerto.

(Por ello es necesario revelar nuestro dolor en la total oscuridad.)

La ausencia de la luz no es la penumbra:

Es la efigie adulterada, la brutal falsificación, la quimérica imagen aprehendida:

Daguerrotipo de la muerte que aún estando ciega nos contempla.

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El ojo es un arquetipo de la luz: Imagodel alba primera.

Descifrar el tiempo y atraparlo en la imagen —es decir, atrapar el tiempo y cifrarlo en imagen— no nos absuelve del pecado del horror.

Nos sonríe La Eternidad detrás del ojo de la muerte —su justa y exacta lente.

Nuestra prístina y fetal imagen —luna fósilque aúlla en este cielo atiborrado de errores— no es otra que la última del hombre:

Inútil guiño de la luz en una eternidad de sombras.

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Libelo de varia necrología, de Ba-lam Rodrigo, se terminó de im-primir en el mes de diciembre de 2008, en los talleres de Sevilla Editores, S.A. de C.V., Vicente Guerrero 38, Col. San Antonio Zomeyucan, Naucalpan de Juá-rez, Estado de México, CP 53750, con un tiraje de 1 000 ejemplares y estuvo al cuidado del Programa

Cultural Tierra Adentro.

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