54
Historia de vida de los detenidos-desaparecidos de Concordia No son sólo memoria

Libro concordia a5 byn

Embed Size (px)

DESCRIPTION

 

Citation preview

Historia de vida de los detenidos-desaparecidos de Concordia

No son sólo memoria

Índice

Vicente Víctor Ayala ...................................................................................

Raúl María Caire Grass .............................................................................

Pacífico Francisco Díaz .............................................................................

Alfredo Omar Enrique Fiorito .....................................................................

Ileana Gómez ............................................................................................

Roberto Jornet ..........................................................................................

Jorge Oscar Kofman .................................................................................

Alfredo Elías Kohon ...................................................................................

Raúl Ramón Maschio ................................................................................

Orlando René Méndez ..............................................................................

Inés Menescardi de Odorisio ....................................................................

Alberto Teodoro Noailles ...........................................................................

Roberto Odorisio .......................................................................................

Leticia Oliva ...............................................................................................

Jorge Emilio Papetti ..................................................................................

Ana María Quinteros de Lescano .............................................................

Susana Quinteros de Morillo .....................................................................

Mario Sánchez ..........................................................................................

Julio Alberto Solaga ..................................................................................

Sixto Francisco Zalasar .............................................................................

5

Jorge Oscar Kofman

Jorge Oscar Kofman

9

Jorge Oscar Kofman fue secuestrado entre el 6 y el 8 de junio de 1975. Su familia tomó conocimiento de su desaparición dos meses después. La mañana del 6 de agosto, Beatriz Gerber, su esposa, llamó a Celina de Kofman para comunicarle que su hijo no había acudido a ninguna de las citas previstas y que había que actuar urgente.

En investigaciones posteriores se supo que fue secuestrado en un control realizado en la Ruta Nacional 38. El colectivo de la empresa El Trébol había pasado una requisa y algunos de los pasajeros, obligados a bajar, fueron detenidos. Se dijo que Hippicito, como lo apodaban sus compañeros, iba junto a Nelio Rougier, un sacer-dote tercermundista, con quien compartía la militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Viajaba con el objetivo de reencontrarse con Baty, que transitaba los últimos meses del embarazo, para acompañarla en el parto y conocer a su hija. Nunca llegó.

Su madre, Queca, dejó Concordia junto a su esposo, Marco, y en Córdoba comenzó la búsqueda de su hijo, que nunca abandonó. Fueron los primeros pasos de un largo camino de lucha por la memoria, la verdad y la justicia, que estos padres iniciaron. En su andar, ambos llegaron a Tucumán acompañados por su hijo Hugo, quien también era militante.

Eran los tiempos del general Acdel Edgardo Vilas, el primer jefe militar del Operativo Independencia, comandante de la Brigada de Infantería de Monte 5, quien antecedió al represor Antonio Domingo Bussi.

Por entonces, Jorge formaba parte de la Compañía Ramón Rosa Jiménez y resultó herido en la denominada batalla de Manchalá, librada en cercanías de la localidad tucumana de Famaillá. Aún con su rodilla sangrante, logró escapar, refugiándose en un cañaveral, y recibió ayuda de una familia, que lo cobijó y lo curó, según los datos

Jorge

10

No son sólo memoria

que logró recabar el abogado y defensor de presos políticos Ángel Pisarello, quien a su vez fue secuestrado por un grupo de tareas, asesinado el 1 de julio de 1976 y permanece desaparecido.

Cuentan que Jorge, recuperado de su herida, ayudaba en la recolección de caña, y que una mañana pidió ayuda para viajar a reencontrarse con su familia. Faltaban dos meses para el parto de su mujer, que lo esperaba en Córdoba. Él no sabía la fecha exacta en que llegaría su segundo hijo, porque las comunicaciones no eran tan flui-das por su situación de clandestinidad, pero había dado su palabra de que allí estaría. Quizás no evaluó el riesgo en que se encontraba.

Un integrante de la familia que lo albergaba lo llevó en un sulky hasta la ruta, donde quedó esperando el colectivo. Hay testimonio de que ascendió al micro y que kiló-metros después, lo detuvieron. Fue el principio del fin.

En Tucumán, el abogado Arturo Lea Place, padre de Clarisa Rosa, fusilada en la masacre de Trelew, orientó a Queca, Marco y Hugo en sus primeras diligencias. Les advirtió que eran vigilados desde el primer momento en que habían pisado el territorio tucumano y, tras 20 días de búsqueda, se comprometió a identificar el cuerpo de Jorge, en caso de que apareciera. A diario, los cadáveres se multiplicaban en la morgue. Pero el cuerpo no apareció y Lea Place fue asesinado tras la voladura de su casa, el 22 de agosto de 1975.

Luego de mucho peregrinar y con muchos hábeas corpus presentados, los Kofman desandaron los últimos momentos de Jorge. Fue identificado por un preso de ape-llido Andrada, que cumplía cadena perpetua en la cárcel de Concepción, y que luego de declarar ante la Justicia colaboradora de la última dictadura, apareció muerto de un balazo, que recibió en un supuesto intento de fuga. Jorge pasó por el llamado “pabellón de la muerte” de la cárcel de Villa Urquiza, un área reservada a los pre-sos políticos mantenidos en condición de desaparecidos. Relataron que el joven se lamentaba por no tener a mano una guitarra. El sobreviviente Julián Montero dio testimonio de estos hechos. Y luego llegó el destino final: la Escuelita de Famaillá, que funcionó hasta 1977 como centro clandestino y hoy es un sitio de memoria.

Por aquellos años, Celina aun ejercía la docencia en Concordia, adonde regresó jun-to a su esposo. Inmediatamente inició los trámites para jubilarse, ya que no estaba en condiciones de seguir frente a esa tarea, y sólo pensaba en la forma de luchar para

Jorge Oscar Kofman

11

encontrar a su hijo. Mientras, Beatriz, ya con dos niños pequeños, seguía viviendo en Córdoba, donde la represión era cada día más fuerte, por lo que le pidió a los padres de Jorge si por un tiempo podían hacerse cargo de la nena, ya que tenía un problema de piel y necesitaba de cuidados especiales, que en la situación de clandestinidad en la que vivía no podía sostener. Fue así que a fines de abril de 1976, Queca llevó a su nieta y más tarde también a su nieto, mientras su nuera estaba cada vez más acorra-lada por los represores.

Baty consiguió una casa donde vivir y fue a buscar a su hijo primero, para después llevar a su hija. Pero cuando llegó, se dio cuenta de que la vivienda había caído en manos de los militares y que sus compañeros habían sido asesinados —según le contaron los vecinos—. Debió esconderse con su pequeño por un tiempo hasta que viajaron a Santa Fe, donde dejó al niño con Hugo y Julia, que tenían a su hijo Ernesto. Unos días después, fueron a buscarlos sus abuelos y los llevaron a Concordia. Beatriz decidió irse a vivir a Buenos Aires, donde residía su hermana con su familia, y buscó un lugar donde poder estar junto a sus hijos. Sus padres, Meira y Salo, ya se habían exiliado en Israel, escapando de las persecuciones a que los sometieron en Córdoba.

Los Kofman le alquilaron una casa y en diciembre volvió a reunirse con sus hijos en un barrio de la capital. Allá se vio regularmente con Raúl, el hermano mayor de Jorge, que había tenido que transitar hacia el exilio interno, luego de ser amenazado de muerte por la represión cordobesa, debido a su militancia gremial en el sector combativo, como delegado de fábrica.

Pero ante el avance represivo decidió que su único camino posible era el exilio. Queca y Marco tuvieron que reponerse a una nueva pérdida y una vez más estuvieron para ayudar-los. Había que sacar a los pequeños del país, pero no podían salir con su madre, buscada por la represión. Entonces, Hugo y su esposa los sacaron como hijos suyos. El problema que se presentaba era que el nene tenía en su documento apellido paterno y ma-terno, no así la nena, así que a él lo sacaron con el documento de su hijo Ernesto. Viajaron junto a los abuelos por la ciudad de Paso de los Libres hacia Uruguayana. Allí llegó Beatriz en un colectivo, con documento falso, y se reencontraron. Hugo y Julia regresaron al país, y el resto, tras recalar en San Pablo, arribó a Río de Janeiro. Desde allí, con apoyo de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), los chicos junto a su madre llegaron a su nuevo destino: Israel. Pasaron muchos años hasta que los hijos de Jorge regresaron, aunque transitoriamente, a su país natal. El calendario marcaba 1990.

12

No son sólo memoria

Queca nunca abandonó la búsqueda de los restos de Jorge ni el reclamo de justicia, y con el correr del tiempo se convirtió en emblema de la lucha por la defensa de los derechos humanos. Enviudó y decidió instalarse en la ciudad de Santa Fe, donde se sumó a la delegación local de Madres de Plaza de Mayo y donde lucha junto a Hugo, Julia y cientos de compañeros por Memoria Verdad y Justicia; aunque desde hacía muchos años venía construyendo vínculos muy fuertes con Familiares de Desapare-cidos de Santa Fe, en sus frecuentes viajes y estadías en esa ciudad.

Testimonios

14

No son sólo memoria

Recuerdos de una madreCelina Z. de Kofman

Escribir tu historia no me es fácil. El corazón se me inunda de dolor, de bronca, pero también de ternura y de orgullo. Naciste como tus hermanos mayores, Héctor Raúl y Hugo Alberto, en el pequeño pueblo de Villa General Campos, a 45 kilóme-tros de Concordia. Llegué allí en 1942, con mi flamante título de maestra, donde me inicié como docente en la escuela N°26 José María Campos. Formé mi hogar con tu padre, Marco Kofman, fallecido en 1981, a seis años de tu desaparición.

Naciste en la ciudad de Concordia, un cálido día 28 de marzo de 1976, a las 15:30, en una clínica maternal. Con tu llegada se completó nuestra hermosa familia, feliz. Un hogar sencillo, de trabajo y amor. Con una infancia feliz, llena de alegrías, de juegos infantiles, de cuentos, de paseos con abuelos adorables. Llegaste a la edad escolar, recuerdo tu primer día de clase, saliste con tu inmaculado guardapolvo blan-co de la mano de tus dos hermanos que te protegieron desde los primeros pasitos que diste por la vida. Cursaste en la escuela N°26, donde ejercía la docencia, único establecimiento escolar, hasta tercer grado. En 1961 , que pedí traslado a Concordia por los estudios secundarios de tus hermanos.

Creciste libre como un pájaro, por las sencillas calles de tu pueblo, General Campos. Lleno de amigos, compañeros y compañeras. Fuiste tan libre, que recuerdo que cuando te aburrías en las clases, saltabas por la ventana de la escuela y agarrabas las calles de General Campos por tu cuenta, ante la desesperación de tu maestra. La escuela primaria, de cuarto a séptimo grado, la hiciste en la Escuela N°42 de Concordia. Aprendías todo con facilidad, pero “nunca te sometiste” a la habitual disciplina escolar y pasaste, muchas veces, junto al busto de Belgrano, donde la maestra te mandaba con demasiada frecuencia porque le rompías la disciplina del grado. Tú que siempre encontraste justificativo a tu conducta de libertad, decías con orgullo: si le estoy haciendo la guardia al General Belgrano.

Hiciste el estudio secundario en el Colegio Nacional Alejandro Carbó, donde también demostraste que jamás te someterías a disciplina ni autoridad alguna. Es-tudiabas, aprendías y sobre todo leías y leías, y consultabas textos. Te interesaba mu-cho historia, geografía y soñabas con conocer el mundo. Pero paralelamente me lla-maron varias veces del rectorado por problemas de disciplina. Pero eras tú, auténtico, y si

Jorge Oscar Kofman

15

bien no te dieron nunca un diploma por mejor alumno, siempre recibiste el premio por ser el mejor compañero. Indudablemente se estaba modelando tu personalidad.

Y llegó también el momento de la adolescencia. De la inclinación innata por la música, que no abandonaste jamás. Aprendiste a tocar la guitarra y a cantar, y tu pasión era imitar a Leo Dan, Sandro y Leonardo Favio. Les compramos un equipo Ransel y siempre escuchabas música: desde el baño matinal hasta cuando estudiabas. Era parte de tu alegría, de amor a la vida que sentías con tanta pasión. Conservo tus discos preferidos, de Los Beatles y el Che Guevara, a quien empezaste a admirar y tener como referente y ejemplo desde muy joven.

Con la alegría y el amor a la vida, la solidaridad sin límite, terminaste la escuela secundaria. El Bachillerato. Se estaba definiendo, con cada vez más intensidad, tu inclinación por luchar por un país para todos, uniéndote a todos los que pensaban como tú.

Llegó el momento de la despedida: la universidad en Córdoba. Elegiste inscribirte en Filosofía y Letras, en La Docta. Qué rápido ingresaste a las luchas, porque allí encontraste compañeros y compañeras que, invocando al Che Guevara, a quien admirabas y te marcaba el camino, tal vez sin medir espacios ni tiempos, estabas ya en las luchas revolucionarias por un país sin discriminaciones y con derecho a una vida digna.

Te agradezco hijo querido que hayas compartido tu militancia conmigo, abriéndome un camino de lucha y compromiso hasta el final de mis días. Me tramitiste tu se-guridad en la lucha, junto a miles y miles de compañeros, la mayoría de los cuales tuvieron el mismo destino cruel e implacable que tú: secuestro, torturas, campo de concentración, desaparición.

Cuando vi mis brazos vacíos, sin poder encontrarte, y hasta que nos organizamos en la resistencia y en la búsqueda de todos ustedes, en mi soledad y desesperación, al igual que otras madres, expresé en imperfectas poesías, lo que tú habías sido y el vacío terrible por tu desaparición, tratando de expresar lo que jamás pudieron ro-barme. El orgullo de ser tu madre, junto al dolor de haberte perdido, como también el haberte encontrado en la lucha por la que tú y miles y miles de compañeros dieron la vida por su pueblo, por su país, demostrando haber pertenecido a lo más lúcido de una generación y que hoy siguen marcando el camino a las generaciones que siguieron.

16

No son sólo memoria

Quiero decirte que estoy orgullosa de ti, desgarrada y con el corazón sangrante por siempre. Pero que gracias a tu claridad política supiste transmitir. Felizmente salva-mos a tu compañera, madre de dos hermosos hijos y la nena que llegó después de tu desaparición es madre de tu hermosa nieta y el hijito mayor que dejaste tan pequeño es padre de un hermoso nieto. No te puedo imaginar abuelo, cuando pienso en ti diariamente. Te veo como te dejé de ver, lleno de alegría, de esperanza, de sueños y proyectos por otro país, y que hoy junto a otras Madres tratamos de seguir adelante con este sueño inconcluso y ser el puente transmisor de las banderas de lucha que recogimos para entregarlas a jóvenes generaciones.

Con lágrimas y dolor trato de transmitirte en estas páginas todo lo que hubiera querido decirte, pero las urgencias de la lucha no me dieron tiempo y lugar. Sé que estabas seguro que no te fallaría. Querido hijo mío, seguramente será muy difícil en-contrar tus restos para que descanses en paz, junto a tus compañeros, pero te tengo a mi lado todos los días de mi vida y termino repitiendo lo que tú decías con tanta fuerza: “A vencer o morir por la Argentina, hasta la victoria siempre”.

Reportaje a duras penasNoni Kofman, la hija que Jorge Kofman no llegó a conocer

¿Son altos tus huesos?O quizás – cortos y rojizos…De la sangre….donaciones…. Que manía para ir repartiendo órganos vitales…vos…

O tal vez – incoloros como la tortura,… como la fuga, como el fuego detrás de las cejas heladas.Oliva y aceite, pero no en la cocina(tampoco para cocinar con la mugre que se traían esos)

O será que …son verdes.como los peces.

Jorge Oscar Kofman

17

Los que te hicieron tragar.(sí, ya lo dije antes, no fue así – acepto pero no me lo trago)

¡Ya sé!Son azules …. sí….como nuestra casa en el fondo del mar… (“la mar” – más poético)las huellas ahí están…..(Me preguntas si sigo con esos sueños infantiles, ay no te enojes)

Porque…. ¿sabes? los míos son duros y hermosos(¡los huesos! – sé con quien estoy hablando. Sí, aun sin conocernos)hermosos, como tu espejo cuando te amaba a ti.Ay, los tendrías que ver.

Te tendrías que ver.

Mi hermano JorgeHugo Kofman (6 de agosto de 2012, Santa Fe)

Frente al compromiso de escribir un testimonio sobre Jorge, la verdad es que no sé bien por donde empezar, no solo por los años que han pasado desde su secuestro y desaparición, sino por todo lo vivido en ese tiempo. Mirando en forma retrospec-tiva me doy cuenta hasta donde quedé y quedamos marcados por lo ocurrido, por el dolor que produce su injusta ausencia, y por lo que incidió en toda nuestra vida. Por la búsqueda individual primero y por la posterior militancia en Derechos Humanos después. Porque en definitiva lo que terminamos haciendo, detrás del camino abierto por las Madres de Plaza de Mayo, fue tratar de llevar adelante sus banderas, de una u otra forma, y levantar su nombre y su ejemplo con mucho orgullo. Nada pueden decir de él, solo que fue un luchador inclaudicable que no dio tregua a los explotadores y a su brazo armado.

Hoy nos sentamos en el juicio a los represores con su foto colgada al cuello, para que desde su mirada firme y serena pueda seguir combatiendo a quienes cometieron

18

No son sólo memoria

el más aberrante genocidio de la historia argentina. Todo al servicio de los sectores del privilegio y del Imperio que puso de rodillas a nuestra patria.

A través de él hablan los humildes de nuestro pueblo con los que intentó liberarla, muchos de los cuales cayeron con él en Tucumán. Jorge era mi hermano menor. Ingresó a la militancia en Córdoba en 1970, unos años después que yo en Santa Fe, en el marco de una efervescencia popular incontenible. Llegó a la misma con algu-nas inquietudes en las que seguramente algo habré tenido que ver, aunque para esa época yo tenía una postura crítica con la opción que él abrazó. Pero Jorge pensaba por si mismo, siempre lo hizo, era rebelde, decidido, generoso, sin medias tintas. Ejemplo de esto es cuando fue a Córdoba a estudiar Arquitectura, se puso a leer los programas de las distintas carreras en un pizarrón, y terminó inscribiéndose en Filosofía. Porque le gustó.

Cuando pienso en él, lo veo con su guitarra alegrando alguna reunión familiar, en la que era infaltable su imitación a Sandro cantando “Muchacha de Abril” de Leonardo Fabio, con gestos y todo. O entonando alguna canción revolucionaria, una zamba clásica como Luna Tucumana, o una de los Beatles. Lo veo alegre y optimista, con una confianza absoluta en la potencialidad del ser humano y de nuestro pueblo.

Decían sus compañeros que era poco disciplinado, que no volvía a la casa a hora prudente, porque se quedaba a tocar la guitarra o comer un guiso en alguna casa. Pero le tenían una enorme confianza, razón por la que lo convocaron a la Compañía de Monte. Y cuando cayó detenido y fue

desaparecido, nadie se movió de su lugar, porque sabían que él no iba a quebrarse por más tormentos que recibiera. Y no se equivocaron.

Jorge tenía la alegría a flor de piel y el temple del acero por dentro. No hay duda que hizo suyo el precepto del Che: endurecerse sin perder nunca la ternura. Amó a su compañera y a su hijo Paco, y fue apresado cuando intentó regresar a Córdoba para esperar a la hija que crecía en las entrañas maternas. Aun tenía sin cicatrizar una herida en una pierna del combate de Manchalá.

Él sabía que yo no compartía su línea política, pero me llevaba a su casa operativa, junto a mi compañera. Julia lo amaba y tenía muchas coincidencias con él. Cuando discutíamos,

Jorge Oscar Kofman

19

ella se ponía siempre de su lado. En su casa conocimos a varios de sus compañeros y de hecho colaboramos con él en alguna tarea de “logística”. Jorge lo concebía así, como una lucha de todo el pueblo, aunque luego las circunstancias le fueran adver-sas, cuando la represión feroz produjo el repliegue popular.

Él, que amaba los chicos y deseaba una educación digna para todos, a los 23 años de edad fue recluido y torturado en lo que tenía que ser una escuela: la tristemente célebre “Escuelita de Famaillá”, a la cual los militares tomaron antes de su inauguración y convirtieron en el primer centro clandestino de detención del país, aun durante el gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón. Rindo homenaje a quien ya en esa época puso todo de sí para bus-carlo, a él y a otros compañeros: el Doctor Angel Pisarello, a quien conocí en agosto de 1975, cuando acompañé a mispadres en su primer viaje a Tucumán. Las balas le pasaban cerca a este abogado radical revolucionario, que sin custodia visitaba cárceles y concurría a reuniones con compañeros para buscar un dato, un testimonio con el que pudiéramos llegar a Jorge. Quizás ya cerca de la verdad, los criminales lo asesinaron, luego de haberlo torturado en forma bestial, en tiempos de dictadura en 1976. Recuerdo a Ángel Pisarello tomán-dose un jerez en el bar Quico de Tucumán, donde daba sus citas. Creo que quedaba en una avenida...También cuando lo fuimos a buscar, con Julia, al aeropuerto de Fisherton y lo trajimos a Santa Fe, a visitar a su hermano que estaba mal de salud.

En noviembre de 1977, con Julia y mis dos padres sacamos a Paco y Noni, los hijos de Jorge a Brasil, como si fueran hijos nuestros, ya que Bati, la compañera de Jorge, estaba clandestina, perseguida por la represión. Simplemente no nos pidieron la libreta de familia en la frontera, sólo los documentos. Luego ella logró pasar con identidad cambiada y así logró ir con sus hijos a Israel.

Hoy Jorge sigue desaparecido, pero los tiempos han cambiado. Hay una política decidida a hacer Justicia, y eso tiene un valor enorme, no solo porque resulta po-sible condenar a muchos genocidas, sino también rescatar los restos de los com-pañeros y sobre todo reivindicar sus luchas y su testimonio, que los necesitamos para construir una sociedad como ellos la imaginaron. Quizás por otros caminos y con otros tiempos, pero con los mismos principios de justicia y hermandad entre los seres humanos.

20

No son sólo memoria

Siempre será poco lo que podamos hacer por la memoria de Jorge, porque él lo dio todo, y su ejemplo, y el de todos sus compañeros, debe ser bandera para las nuevas generaciones que luchan por una vida digna para todos. Hermano Jorge: ¡Hasta la Victoria Siempre!

Era mi hermanoHéctor Raúl Kofman (12 de agosto de 2012, Concordia)

Jorge Oscar, como decir lo que sentí y siento ante tu temprana ausencia, quizás el desgarro sea la palabra que he llevado en mi alma por todos estos años, desde el amor y recuerdo de los años compartidos en nuestra niñez y adolescencia, hasta la enorme magnitud de los tiempos en los años que nos tocó estar juntos en Córdoba en tiempos difíciles, donde la dureza nunca le quitó lugar a esa enorme alegría de compartir la vida.

Quiero empezar hablando de mi hermano recordando nuestra infancia feliz en General Campos, donde atesoro hermosos recuerdos de años compartidos junto a nuestros padres y Hugo, y allí como no recordar tu brillo, la espontaneidad enorme de tu carácter, tu enorme creatividad y tu desacato permanente ante lo formal y vano. Como no recordar lo hermoso como cantabas y tocabas la guitarra, si conser-vo una grabación de esa época cuando junto a Hugo hacíamos un trío de folklore, como no recordar la enorme cantidad de amigos que te rodeaban y que siempre lle-naban nuestra casa, como no recordar tus largos relatos y tus cuentos maravillosos.

Quizás muchos de los años que estuvimos juntos se vieron interrumpidos porque cuando yo vine a estudiar la secundaria a Concordia compartíamos mis regresos de fines de semana, y cuando nos vinimos todos a Concordia, yo ya me iba a estudiar a Córdoba. Sin embargo, la vida pareció darme una revancha cuando al final de la secundaria elegiste una carrera en Córdoba.

Allí si compartimos la misma pensión durante un tiempo, que pude disfrutarte, hasta que desplegaste tus propias alas, formaste pareja y echaste a volar tus sueños, que tengo que decirlo eran los sueños de todos, de toda una generación que quería cambiar el país y el mundo.

Jorge Oscar Kofman

21

Fuiste un militante del Ejército Revolucionario del Pueblo surgido de la efervescencia de la última parte de la dictadura militar iniciada por Onganía en 1966, continuada por Levingstone y Lanusse y de la última etapa del gobierno de Isabel Perón y López Rega, la triple A y el Operativo Independencia. Ni siquiera la cárcel de la que saliste con la amnistía de 1973 a la que fuiste a parar por realizar tareas de las mas arriesgadas, sin dudarlo, pudo con tu determinación, es más creo que acrecentó tu militancia y compromiso.

Eran tiempos difíciles en los que cada uno elegía un camino para llevar a la realidad las ban-deras que abrazamos, las banderas del Socialismo militante, las banderas de la revolución.

Y vos no solamente abrazaste sin ambigüedades esas banderas, sino que adoptaste un camino para hacerlas realidad, que no tenía mezquindades, que implicaba la entrega hasta de la propia vida. Nunca mediste consecuencias, siempre te trazabas objetivos y mirabas para adelante. Eras un soplo, aparecías y desaparecías cuando tu deber mi-litante lo requería, tu determinación era absoluta, ante las más terribles dificultades siempre eras optimista, no había dificultad a la que no te animaras.

Mi hermano Jorge Oscar era un ser que había renunciado a su propia clase social, para adoptar las banderas revolucionarias del Socialismo y antiimperialismo tratan-do de representar los intereses de la clase obrera. A la distancia, hoy tal vez se puede decir que se equivocó, que ese no era el método para conseguir lo que quería, o que no midieron bien al enemigo, pero lo que no se puede decir es que se equivocó en abrazar con entrega total las banderas revolucionarias que aún hoy están más vigen-tes que nunca, en la búsqueda inexorable de un mundo igualitario que tenga que ver con la verdadera dimensión que debería tener la humanidad.

Era mi hermano.

Jorge, un hermano para míEstela Zeigner, esposa de Héctor Kofman

Jorge niño, Jorge hombre, Jorge compromiso, cómo pensarlos sino como una unidad. Fue para mí no sólo mi cuñado menor, sino mi compañero de juegos de

22

No son sólo memoria

la infancia. Estar con él era reír, disfrutar de sus juegos, de su guitarra, de sus imitaciones, de sus travesuras.

Ya de estudiante y militante compartíamos charlas, mates, visitas intempestivas, risas, esperanzas, ansias de poder lograr un mundo nuevo, más justo, más solidario. No importaban las dificultades, siempre una sonrisa, siempre alegre, siempre la pala-bra justa, no importaban las diferencias siempre con cariño sustentaba sus pareceres.

Cómo olvidar tantos años de lucha, cómo olvidar a toda una generación aniquilada, miles de sueños arrebatados, miles de caricias que no llegaron, miles y miles de vo-luntades asesinadas en un plan macabro y sistemático.

Jorge siempre estuvo y estará en cada uno de los que lo conocimos, en cada uno de los que tuvimos el privilegio de conocer su entrega, en cada uno de los que como él pensamos que un mundo mejor es posible.

Querido Jorge, en tus hijos, en ahora tus nietos, en tus compañeros de siempre brillará esa llama que incendiaba tus ojos color miel cuando hablabas. Esa llama que tomó en sus manos tu madre, esa pequeña pero enorme mujer que supo en todos estos años llevarla con orgullo, con presencia, con convicción y que no se apagará nunca porque ya es parte de una lucha colectiva sin precedentes. Hasta siempre querido amigo, querido hermano.

Jorge, hermano, compañero Julia Gaitán, esposa de Hugo Kofman (8 de agosto de 2010, Santa Fe)

Cuan grande y valiente ese hombre,Casi niño todavía!Se marchó tan firme y seguro,Estaba tan decidido!Amaba tanto la vida!Que decidió para todos,Hacerla digna de vivirlaPor eso abrazó el fusil

Jorge Oscar Kofman

23

Partió un día hacia el montePleno de sueños y utopíasEn la Patria liberadaNuestros hijos creceríanEl sueño del Ché GuevaraEn Tucumán renacíaEran muchos compañerosPara al sueño darle vida

No lo volvimos a ver,Lo secuestraron los asesinos De nuestros 30 milSin piedad lo torturaronEn la escuelita de FamalláMás no pudieron con élDicen que lo mataronSin doblegarlo jamás

Su sueño sigue de rondaPor los montes tucumanosAmanece cada díaEn las luchas liberadasEncabeza todas las marchasContra el hambre y la injusticiaPor la fábrica al obreroY la tierra al que la trabaja

Por la autodeterminación De los pueblosPor los niños asesinadosAquí y en todas partesNo pudieron con él, Su sueño sigue intactoY las consignas de entoncesAmanecen en su garganta

24

No son sólo memoria

Santucho Guevara, la Patria Liberada!A vencer o morir por la Argentina!Jorge, Hermano, Compañero No me dejes caerLevanta siempre mi manoQue nunca deje de dolerUn solo niño con hambreCompañero:¡Hasta la Victoria Siempre!

En recuerdo y homenaje al compañero Jorge KofmanEduardo Anguita

Hace unas semanas, tuve el gusto de recibir el llamado de Queca Kofman, esa madre de Plaza de Mayo que sigue siendo un ejemplo para muchos que fuimos militantes en los setentas. Queca, con sus 88 años bien llevados, me dijo que estaban por publicar un libro con las historias de los 23 detenidos-desaparecidos de Concordia, donde su hijo Jorge –al que muchos llamaban Diego o Hippicito- nació y fue criado por ella, su esposo Marco junto a los otros dos hijos del matrimonio. Queca me sugirió que sumara unas líneas a este tributo-homenaje-recuerdo militante que tiene tanto valor en un momento en el que la lucha por el juicio y castigo a los culpables tiene que ser acompañado de la memoria de cuáles fueron los motivos por los cua-les militantes como Jorge Kofman entregaron su juventud y su vida. Agradecí este convite porque milité en el PRT-ERP igual que Jorge y nacimos en la misma época.

Sacando cuentas, Jorge debía llevarme unos pocos meses. Le dije a Queca que probablemente yo no haya conocido personalmente a Jorge y ella me dijo, con razón: “Vos escribiste sobre él, en La Voluntad, al referirte al combate de Manchalá”. No pude menos que recordar el honor que significaba, para quienes integrábamos las filas del PRT-ERP, ser convocados o ser aceptados para sumar nuestro compromiso en los montes tucumanos. Sentíamos, especialmente quienes éramos bichos de ciudad, aquello que el Che le había escrito a Fidel cuando decidió ir a pelear a otros lugares. “Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modes-tos esfuerzos”, decía aquel titán de la revolución. Y calculo que Jorge habrá sentido algo similar cuando, como a otros militantes, se los invitaba a incursionar en la guerrilla rural.

Jorge Oscar Kofman

25

Debo aclarar que no tuve la oportunidad de sumarme porque yo estaba preso en el momento en el cual la compañía de monte Ramón Rosa Giménez preparó el asalto al comando táctico de la Quinta Brigada; es decir, el asiento de mando y centro de torturas en Famaillá, una localidad donde hubo mucha militancia debido al papel jugado por la industria azucarera y, sobre todo, por la historia de lucha de la Fede-ración de Obreros y Trabajadores de la Industria Azucarera, en la cual se formaron muchos de los cuadros y militantes que acompañaron a Mario Santucho.

Ya a principios de 1975 se había puesto en marcha el llamado Operativo Independencia, comandado por el general Acdel Vilas, destinado no sólo a perseguir y tratar de aniquilar a la guerrilla rural sino que estaba determinado a exterminar a toda la mi-litancia política, sindical y estudiantil, estuviera o no relacionada a la lucha armada.

Voy a transcribir un fragmento de un documento escrito por el propio Vilas, que incluí en una novela llamada precisamente La compañía de monte. Este breve ex-tracto exime de mayores comentarios sobre lo que perseguían los militares instalados allí, y que explica sobradamente por qué valientes, como Jorge, habían ido a pelear a esos montes.

Durante 1975, la persecución tanto a los guerrilleros como a la población civil llegó a niveles desconocidos en la Argentina. El gobierno de Isabel puso en marcha el Operativo Independencia, al mando del general Acdel Vilas. Desde la sede de la Quinta Brigada de Infantería, Vilas escribió un documento cuya circulación fue res-tringida al gobierno y los jefes militares. “Si no despertábamos a tiempo, si aceptába-mos que todos los resortes públicos y privados fuesen dominados progresivamente por la estructura que el marxismo montaba en los claustros, si tolerábamos que el ámbito gremial, religioso, educacional, económico y político estuviesen regidos, sino por hombres, por ideas emanadas del veneno marxista, si seguíamos permitiendo que los medios de difusión masivos resultasen voceros concientes o inconcientes del proceso de marxistización de la sociedad y al propio tiempo, permitíamos la proliferación de elementos disolventes -psicoanalistas, psiquiatras, freu-dianos, etc.- soliviantando las conciencias y poniendo en tela de juicio las raíces familiares, estábamos vencidos. De nada valía comandar tropas en la selva, mientras no tuviéramos claro el problema psicopolítico (...). Porque negarlo sería inútil; des-de un primer momento inculqué a mis efectivos la idea de que debían reprimir sin consideraciones toda acción subversiva, viniese de donde viniese y aún cuando en su transcurso se perdiese la vida. No se me escapaba que modelar un ejército teórico, académico, apegado a tradiciones caballerescas, propias de una guerra convencional,

26

No son sólo memoria

instruyéndolo en el arte de la guerra contrarrevolucionaria, donde el honor con el enemigo resulta suicida, era una labor paciente y difícil”.

Y en la escuelita Diego de Rojas, en el centro de Famaillá, ya empezaba a funcionar la tenebrosa Escuelita, un campo de exterminio de especial salvajismo. Pues bien, lo que querían Jorge y el centenar de compañeros que fueron convocados para aquel acontecimiento era liberar a los compañeros que estaban sufriendo tormentos. Desde ya, hay que recordar siempre las cosas sin esquivar la verdad, la idea de copar el comando de Famaillá estaba concebida en una lucha frontal, en el marco de una estrategia de guerra revolucionaria. Pero, ¿qué propósitos perseguía-mos? Dicho de modo simple, terminar con las injusticias sociales, tratar de hacer valer el ejemplo de grandes revolucionarios de la historia de la primera independencia y de la lucha de otros pueblos que desafiaban a los poderes imperialistas y a quienes defendían sus privilegios en países oprimidos. Pasados 37 años podrán ponerse en tela de juicio muchos de los pasos dados no sólo por el PRT-ERP sino por muchas otras organizaciones de vanguardia. Siempre hay que estar abiertos al debate y a escuchar las críticas. Pero no por ello debemos olvidar que aquellas gestas de lucha y de entrega fueron la fragua donde muchos jóvenes aprendimos de nuestros mayores que la única batalla que se pierde es la que no se libra.

Cuando Queca y otras queridas madres y abuelas de Plaza de Mayo dicen que fueron paridas por sus hijos, creo que nos están diciendo que ellas tomaron una posta en la lu-cha por una sociedad justa. Y quienes sobrevivimos a aquellas luchas debemos sentirnos convocados a no bajar la guardia. Como seguramente no bajó la guardia Jorge cuando lo convocaron para ir a luchar a Tucumán. Es cierto que éramos muy jóvenes, pero no tan inocentes como para no saber que teníamos grandes desventajas. Sabíamos que la victoria no estaba asegurada. Por eso, la militancia estaba concebida como el compromiso con la austeridad, con el ejemplo, con la proletarización; de modo de vivir, alegrarse y sufrir por las mismas cosas que vivía el pueblo trabajador. Muchos de los militantes proveníamos de hogares de clase media. Y leyendo la vida de Queca, podemos decir que de las mejores tradiciones de la clase media en muchos casos. Queca, maestra y estudiando, ya con tres hijos grandes, para recibirse de profesora de francés y empezar a dar clases en la Alianza Francesa. Es decir, aquellos buenos ejemplos del hogar, de una madre que se exigía a sí misma, seguramente llevaron a Jorge a no dejar solos a sus compañeros y a sumarse a aquel desafío de la lucha en los montes. Jorge quería ir a liberar a los que estaban presos en un campo de concen-tración. Tenía 23 años y sabía lo que era la cárcel, porque la había vivido dos años

Jorge Oscar Kofman

27

y medio antes cuando caía preso en Córdoba, en los últimos tramos de la dictadura de Lanusse. Jorge quiso ir a liberar a los cautivos de Famaillá pero el destino quiso, según supe, que lo detuvieran al día siguiente del combate, herido en una pierna, y lo llevaran a Famaillá. Al poco tiempo, según pude leer, Queca y Marco estuvieron en Tucumán y llegaron hasta la Escuelita de Famaillá. Ella gritó por su hijo hasta que los sacaron a ambos a punta de fusil y sin darles una respuesta. Desde entonces, hace 37 años, Queca lleva el pañuelo blanco, con dolor y con orgullo. Con el respeto y el cariño a esta querida madre, voy a transcribir el final de La compañía de monte.

A uno de los personajes de la ficción, pero inspirado en la vida real, lo llamé Alejandro. Y lo que puse en boca de Alejandro, lo sentí yo mismo, en una tarde de hace unos años, cuando fui a conocer esta escuelita, que sigue albergando el grito de los tortu-rados y asesinados junto a la educación de los niños.

“(Alejandro) Al cabo de una hora, llegó a Famaillá. Casi no caminaba gente por las calles. En medio del calor y el silencio, pasó por la estación de tren. Estaba abandonada, el tren había pasado a la historia, junto con las toneladas de caña que transportó por décadas. Alejandro caminó tres cuadras en dirección a la ruta y llegó hasta la escuela. Dio vueltas en busca de signos, algo que diera cuenta de aquellos años. Una vieja placa de bronce le devolvía a “la escuelita” su nombre original: Diego de Rojas, el conquistador que había llegado con Pizarro en busca del oro del Perú. Las caras de los chicos que lucían guardapolvos blancos eran aindiadas, pero la escuela homenajeaba al conquistador muerto en combates con indios cuyos nombres nadie registró. A Alejandro le resultó doloroso ver que todavía se rendía recuerdo al invasor. Buscó alguna placa de bronce que remitiera a los gritos desgarradores de los torturados de cuatro siglos y medio después, pero no la encontró. No había registro de cómo se vivía la guerra desde ahí, desde la estaca del torturado, al pie del terror. Se sentó a la sombra de un eucaliptus. –Pasan los años y la historia sigue plagada de silencios, pensó.

Sonó el timbre del recreo y los chicos se abalanzaron al patio, corrían atrás de una pelota o jugaban a la mancha. Ese mismo patio donde habían estacado a cien-tos de personas. Alejandro ahogó un grito, lloró sentado a la sombra del árbol. Tomó dimensión de lo que significaba hacer la guerra y perderla. Tenía un cuaderno y empezó a tomar notas. Le costaba hacer memoria, los recuerdos se volvían con-fusos. La escuela y los niños, que semejaban la alegría de una pacífica escena rural, las vivía con una carga inmensa de dolor y violencia. Por otra parte, el recuerdo

28

No son sólo memoria

de la muerte estaba teñido de heroísmo y de belleza. Le daba vértigo registrar sus emociones de esa manera. Se le hacía dificultoso separar el pasado del presente. Se daba cuenta de que adjudicaba felicidad y entusiasmo a aquello que, a tra-vés de los años, había intentado mirar con sentido crítico y, ciertas veces, con espanto. Si los recuerdos estaban dañados, el presente también estaría dañado. Alejandro se dijo que no quería también perder la historia y pensó que escribirla, dejar un registro, lo ayudaría. Eso significaba que debería transitarla, recorrerla con paso cauteloso, con decisión y paciencia. Con pasión y respeto. Sorteando fantas-mas, desafiando mitos, desenterrando a sus muertos. De esa manera, pensó, su his-toria, ese hecho singular asociado a su pasado, no moriría ahogada y sin sepulcro”.

Zamba de JorgeAutor: Jorge Kofman. Música: Marco, sobrino de Jorge Kofman

IEl sol se esconde en el montela tarde tiende a ser noche Pero el río sigue su camino rumbo a su muerte

Sobre las copas se divisala silueta de un gran gigante De un gigante vegetal que se adormece

IIRemando me alejaréy dejaré correr la nostalgiaGritaré al aire tu nombre¿por qué no estás?El monte llorará al oirmi lento sapukay

I bisLa tarde se hace plomiza

Jorge Oscar Kofman

29

las nubes ya quieren llorar y el aguacero dejará un río de fe

El monte me está llamandocon su grito gutural por mis venas correrá sangre animal

IIRemando ...etc..etc

Galería de fotos

32

No son sólo memoria

Cantando en un actoen la escuela Belgrano

Primer día de escuela con sus hermanos

Jorge Oscar Kofman

33

Con sus primos

En Concordia,jugando a los soldaditos

34

No son sólo memoria

1968. Recibiendo el diploma de Bachilleren el Colegio Nacional de Concordia

1975. Sus últimas fotos enla Casa de Tucumán

Jorge Oscar Kofman

35

Concordia, enero de 1974. Con su hijo, Paco, sus padres y su abuelo

Con su hijo, Paco,y su compañera Baty

36

No son sólo memoria

Famaillá, 10 de febrero de 2007.Marcha contra el Operativo Independencia

37

Sixto Francisco Zalasar

Sixto Francisco Zalasar

41

Sixto

Nadie se hizo cargo de la detención ilegal de Sixto Francisco Zalasar, ejecutada por medio de un violento operativo a primera hora de la mañana del 26 de mayo de 1976. Cuatro hombres de civil, que se identificaron como pertenecientes a las fuerzas de seguridad, lo sorprendieron cuando salía de su casa, en inmediaciones del cementerio nuevo de Concordia. Lo rodearon, lo persiguieron hasta la casa de una vecina, lo atraparon, lo esposaron y lo golpearon con furia. Lo hicieron frente a su esposa embarazada, sus dos hijas y su madre y a la vista de varios vecinos que salieron a ver qué pasaba, mientras él gritaba que lo iban a matar. Lo metieron en un auto, le siguieron pegando, en la cara y en el estómago, y se lo llevaron. El auto, un 4L celeste, pertenecía al Ejército.

Esa mañana hacía mucho frío. Antes de salir a esperar el colectivo para ir a su trabajo en el ferrocarril, Sixto se vistió con una polera gris y un saco azul con bo-tones dorados. Levantó a su hija Sandra, de 8 años, le dio un fuerte abrazo y la metió en la cama grande con la pequeña Carina, de 5, Elba y su panza conteniendo a José, de nueve meses de gestación. Pasaron pocos minutos hasta que los gritos llegaron desde la calle: “¡Elba, me llevan para matarme!”.

El 23 de mayo de 2012, Sandra Daniela Zalasar, ya con 44 años, pudo reconstruir ante un tribunal la última vez que vio a su papá. Lo hizo a pesar del dolor que a cada instante le quebraba la voz. Dijo que ella sostenía a su hermanita de la mano, en la vereda de su casa, cuidándola para que el grupo de tareas no se la llevara. Que su mamá se aferraba del picaporte de una de las puertas del 4L, mientras uno de los secuestradores le apuntaba con un arma directo a la panza. Que vio al auto alejarse por calle Diamante y girar en Avellaneda. Que intuyó que tomaría por Tala y luego por Las Heras. Que entonces corrió hasta la esquina de Diamante y Las Heras, pensando en llegar a tiempo para interceptarlo, pero no lo logró: sus ojos de niña vieron pasar a los secuestradores y a su papá rumbo al centro de la ciudad. “Me quedé paralizada en mis ocho años”, sollozó.

42

No son sólo memoria

El entonces teniente coronel Naldo Dasso, jefe militar y político de Concordia y alrededores, nunca se hizo cargo del secuestro y negó información a los familiares sobre el paradero de Sixto. Los atendió y reconoció que aquel auto pertenecía al Regimiento, pero argumentó que el 26 de mayo lo habían “prestado”. Les recitó el libreto de que era un guerrillero, que andaba en cosas raras y que tal vez se lo habían llevado sus propios compañeros. Se lavó las manos.

La familia hizo denucias en distintas fuerzas de seguridad y recorrieron varias ciudades y sus cárceles. No pudieron encontrarlo vivo en aquellos años, cuando así lo buscaban. Tampoco han aparecido sus restos.

Con el correr de los años, el aporte de los testigos permitió identificar al conductor de aquel coche celeste: el chofer de la Policía de Concordia Miguel Arcángel Castaño, quien mantiene su silencio y su impunidad. El único dato sobre su presen-cia en algún centro de detención lo dio Alfredo Hermosid, por entonces mozo de la Jefatura Departamental de Policía, quien manifestó haberlo visto en un calabozo del edificio de la institución ubicado frente a la plaza 25 de Mayo y que incluso bromeó con los botones dorados de su saco.

Sixto Francisco Zalasar militaba en la Juventud Peronista y participaba activamente de la Unión Ferroviaria. También realizaba tareas sociales con el grupo del sacer-dote Andrés Servín, en el barrio Gruta de Lourdes. Entre otros trabajos militantes, construía viviendas para los más necesitados.

Durante el año 2012, luego de 36 años de impunidad, se desarrolló ante el Tribunal Oral Federal de Paraná el juicio por la desaparición de Sixto y otros crímenes de lesa humanidad cometidos en la costa del río Uruguay. Además de Sandra, declararon la esposa, Elba, y la hermana, Graciela Margarita. Sus testimonios fueron un compen-dio de emoción, de alivio y del reclamo incesante de que los genocidas rompan su pacto de silencio de una vez por todas. Ellos continúan la lucha de Elba Margarita Trinidad y Saturnino Zalasar, quienes murieron sin saber cuál fue el destino de su hijo. También están en ese camino Carina, aquella niña que apenas tenía 5 años la mañana del secuestro, y José Francisco, que nació nueve días después, pero que desde el vientre de su mamá también tironeaba la puerta del 4L.

El 27 de diciembre de 2012, los jueces condenaron a prisión perpetua al genocida Naldo Miguel Dasso, quien durante la época de los hechos se desempeñaba como

Sixto Francisco Zalasar

43

jefe del Regimiento de Caballería de Tiradores Blindados 6, con asiento en Concordia, y jefe del Área 225. Sin embargo, el tribunal le mantuvo el arresto do-miciliario de que venía gozando y esto empañó en parte la celebración por el adve-nimiento de la justicia.

Testimonios

46

No son sólo memoria

Padre, esposo, hermano y militanteJosé Francisco Zalasar, hijo de Sixto Zalasar

Una mañana de mayo de 1976 en calle Diamante 1062, alrededor de las 06.30, un grupo de tareas de la Policía de la provincia conocido como “Las Tres M” lleva acabo el secuestro de un joven militante obrero ferroviario ante la presencia de sus padres, esposa (embarazada), hijas (8 y 5 años) y vecinos.

Fueron los años más oscuros que atravesó nuestra patria, oscuridad que arrastraba años de golpes, atropellos a la libre expresión, censuras, fusilamientos, secuestro y desaparición forzada de muchos compañeros; causa que llevó a esos militantes setentistas a decir “basta”, y enfrentando así sus propios miedos arriesgaron lo más preciado que tenemos todos nosotros: la vida misma. Luchar por un país más justo y libre para todos en aquellos días tenía un alto precio.

Entre esos militantes se encontraba Sixto Francisco Zalasar; Coco para la familia, Flaco o Piolín para los compañeros de trabajo. Para otros sería simplemente El Loco, porque no se callaba nada a la hora de reclamar derechos cuando no tenía-mos voz ni voto.

Coco nació el 4 de octubre de 1949 en Concordia, Entre Ríos. Hijo de Elba Mar-garita Trinidad y Saturnino Zalasar (padre adoptivo) y hermano de Graciela Mar-garita Zalasar. A la edad de 15 años conoció a quien sería su gran y único amor. Su nombre: Elba Irene Consol, con quien viviría una corta pero muy linda historia que hasta el día de hoy perdura en el tiempo como lo expresa en estas páginas quien fuese su compañera.

El 4 de abril de 1968 y el 22 de enero de 1971, serían dos de los momentos inolvidables en la vida de Sixto; nacían sus hijas: Sandra en el 68 y Carina en el 71.

Sixto Francisco Zalasar

47

Amor de hermanoGraciela Margarita Zalasar, hermana de Sixto Zalasar

Somos hijos de madre soltera, ella nunca nos negó quién era nuestro padre a pesar de que nos había abandonado a la edad de tres y un año; tal vez por ser tan chicos no lo extrañabamos, aunque Coco lo sufría porque lo recordaba siempre. Fuimos criados con mucho amor por mi madre; recuerdo que ella se levantaba a las 3.30 de la madrugada para ir a trabajar a la fábrica CAP Yuquerí y volvía alrededor de las 17. Pero nunca nos dejó solos, nos iba a buscar una abuela del corazón, Mercedes y su esposo Celestino, que nos cuidaban y querían como a los suyos. Ellos nos acompañaron a la escuela cuando Coco iniciaba el primer grado. Yo lloraba porque me quería quedar con mi hermano, pero bueno, me tuve que con-formar con solo acompañarlo, lo recuerdo con su guardapolvo impecable como siempre.

Mamá se lamentó mucho no poder estar ese día con nosotros. Simple detalle, porque si hubo algo que siempre le reconocimos con mi hermano fue que ella siempre se sacrificó por darnos lo mejor... Cuando mamá quedo sin trabajo, siendo muy chico mi hermano salía a vender diarios. Recuerdo que me llevaba porque a las mujeres les entregaban los diarios primero y sin turno de llegada; yo se los entregaba y él me acompañaba hasta casa, era muy cuida conmigo.

Un día mamá nos sentó a los dos y nos dijo que se iba a casar. Coco se enojó mucho y mamá nos explicaba que ese hombre iba a ser un buen padre para nosotros y de hecho lo fue; era un trabajador ferroviario, un hombre de gran corazón al que a pesar de su cariño hacia nosotros y de darnos su apellido, nos costaba decirle papá y lo tratábamos de usted... Pero a pesar de eso Saturnino siempre nos amó como a sus hijos propios.

A medida que íbamos creciendo, él se volvía más cuida conmigo. A él le gustaba mucho el estudio, el trabajo, era muy prolijo en muchos aspectos y yo la verdad re-conozco que era un poco vaga, pero siempre estaba ahí para decirme lo que estaba bien, lo que estaba mal y a pesar de que muchas veces se enojaba conmigo porque por ahí no le hacía caso, también me demostraba ese amor de hermano que jamás voy a olvidar.

48

No son sólo memoria

Recuerdo que siendo adolescente, y como muchos jóvenes de esa época, él ya soñaba con cambiar el país. Cuando se casó con Elba, a quien mi madre quiso como a una hija y para mí es mi hermana de la vida, al tiempo Jorge y yo nos casa-mos. El 25 de mayo de ese año fue la última vez que estuvimos juntos, hasta ese día eramos dos matrimonios muy unidos y felices con nuestras hijas. Mi cuñada y yo estábamos embarazadas, ella a días de parir, yo de seis meses. Al día siguiente, alre-dedor de las 7 de la mañana, golpean fuerte la puerta de mi casa: era Selva (mamá de Elba) diciendo que fuéramos urgente para la casa. Con mi marido salimos corriendo pensando que había nacido mi sobrino. Cuando llegamos nos enteramos de lo ocu-rrido, se habían llevado a mi hermano...

Un día vamos a encontrarnos para no separarnos másElba Irene Consol, esposa de Sixto Zalasar

Cuando nos conocimos me enamoré de su sonrisa, fui su primer amor y él soñaba con tener una familia conmigo. No teníamos nada material, solo sueños y un bonito amor...

Recuerdo que cuando él conseguía un trabajo, a los dos o tres días llegaba contento a contarme que los compañeros lo habían elegido delegado, y yo me ponía contenta por él pero sabía en qué terminaba todo eso. Al tiempo siempre conseguía un be-neficio para sus compañeros pero a la hora llegaba a casa el telegrama de despido... Recuerdo que en el año 68 o 69 viajó al sur por la temporada de cosechas y volvió enojado porque decía que a las mujeres, y entre ellas chicas de 14 y 17 años, las ha-cían trabajar a la par de los hombres y les pagaban menos. Me dijo que iba a volver para cambiar eso y así fue; al tiempo recibí una carta suya diciéndome: ‘mi amor, estoy muy contento porque logré que a las compañeras se les pagara lo mismo que a los compañeros, aunque a mí me echaron. Pero no te preocupes, ya estoy por conseguir trabajo en otro pueblo...’. Así era Coco, terco, muy fiel a sus convicciones. Recuerdo siempre su mirada perdida en la época de Reyes, nos costaba el regalo a cada hija y nos conmovía verlas felices, pero cuando estábamos a solas él me decía que le molestaban las injusticias; decía que en ese día un patrón le podía regalar a sus hijos lo que sus hijos desearan, mientras que los obreros que eran los que le hacían ganar dinero al patrón se tenían que conformar con las migajas salariales y que a

Sixto Francisco Zalasar

49

muchos obreros esas migajas ni siquiera les alcanzaba para hacerles en ese día un regalo a sus hijos.

Esa clase de hombre era él, alguien que se preocupaba por aquel que tenía menos, muy solidario y amigo de sus compañeros de trabajo mas allá de cuánto le dolía cuando alguna vez se sentía traicionado. Y yo me enojaba porque era terco, pero ahí estaba a su lado como siempre, el amor que sentíamos el uno por el otro lo podía todo, y así lo recuerdo, más allá de su lucha por los que más necesitaban... Fue un verdadero hombre con un gran corazón, un padre cariñoso y presente. En mi co-razón guardo los momentos que pasamos juntos y sus palabras son como melodías que guardan mis oídos por siempre... Y esa triste despedida no es un adiós definiti-vo, porque un día vamos a encontrarnos para no separarnos más... Creo mucho en Dios, ésa es mi única esperanza y por ella vivo...

Jamás voy a olvidar esas palabrasSandra Zalasar, hija de Sixto Zalasar

Soy su hija mayor, tenía 8 años cuando vi que estas personas se llevaban a mi papá. En ese momento, sin entender lo que estaba pasando, yo pensaba que mi papá vol-vería después... Hasta que mucho, mucho tiempo después me di cuenta que sería casi imposible y digo casi porque las esperanzas aun están en mí digan lo que digan. Él está desaparecido, nadie me ha entregado sus restos hasta el día de hoy.

Aquel día triste quedó marcado en mi memoria, pero pude transformar mi tristeza en felicidad. Solo me basta con cerrar mis ojos y volver a esos momen-tos cuando éramos niñas con mi hermana y jugábamos, y él llegaba de trabajar con su sonrisa feliz y nos alzaba y abrazaba. Nos hacia sentir que éramos todo para él. Recuerdo que solía llevarme a caminar por los lugares donde él andaba y me mostraba cómo vivían esas personas, lo pobres que eran, y me decía que eso no debía ser así, que teníamos que ayudarnos entre todos. Es como si lo es-tuviera escuchando ahora, cuando vimos a unos chiquitos descalzos en una casilla chica de madera, me dijo: ‘Mija, vos tenes que agradecer lo que tenés, tus za-patos, tu ropa y que no pasas frió’. A lo que yo le respondía mirándolo fijo a los ojos y le decía ‘sí papá, sí papá’. Luego me decía que me haría estudiar mucho para que cuando sea grande fuera doctora de niños y cuando ese día

50

No son sólo memoria

llegue ése sería mi lugar de trabajo, cuidando la salud de esos niños que estaban desprotegidos. Jamás voy a olvidar esas palabras...

La última anécdota que llevo conmigo siempre es cuando dos o tres días antes de que se lo llevaran... yo no sabía restar y papá era muy estricto con el estudio. Recuer-do que me sentó a su lado y me enseñó cómo se hacía, aprendí enseguida. Luego él me hacía unas cuentas y yo las hacía mal a propósito para que me las explicara de vuelta. Él se preocupaba y a mi me causaba gracia verlo así. Y así seguíamos hasta que me decía: ‘bueno, después vamos a seguir con las cuentas, no te preocupes, te van a salir bien...’. El día que se lo llevaron busqué el cuaderno, hice todas las cuen-tas bien para cuando volviera, quería darle una sorpresa y decirle que solo le habia mentido para hacerlo enojar, quería hacerlo feliz pero ya no pude... Esperé día tras día pero ya no lo volví a ver....

Hoy sé las cuentas de restar que él me enseñó, pero no soy doctora de niños. Los seres humanos somos tan diferentes, seguramente debí cumplir con el sueño de mi papá, pero la verdad que sin él a mi lado no le encontré el sentido.

Si me preguntan qué es lo más hermoso que me dejó, diría: la humildad en el corazón, no sentir jamás que soy más que otra persona, valorar y agradecer todo lo poco o mucho que tengo, ser leal a las personas que confían en mí y sobre todo leal a mis principios y sentimientos... Es así como él sigue viviendo dentro de mí.

Galería de fotos

52

No son sólo memoria

Sixto Francisco Zalasar

53