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Lienzo sobre óleo Portada: Jorge Tamargo - Jornal de … · en esta informe red de cielos y de charcos, ... en obstinada rumia revenido. Presenta la memoria. Baila el olvido. Coleção

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Coleção de Areia - 2

© Lienzo sobre óleo, Jorge Tamargo | 2010 © Portada: Jorge Tamargo

© Proyecto gráfico | Floriano Martins Coleção de Areia – 05 Projeto Editorial Banda Hispânica Caixa Postal 52817 – Agência Aldeota Fortaleza Ceará 60150-970 Brasil

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Lienzo sobre óleo

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Prólogo

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Lienzo sobre óleo. Un velo. Uno que atempere el color cual uniforme crudo y alivie de manchas al indócil retrato de la vida. Uno sin arrugas ni remiendos que niegue a la luz cualquier ilusión de rendija hacia el asombro. Uno –da igual de cáñamo o piedra– que contenga la terca vocación para el sueño que manifiestan algunos animales. Uno que allane y discipline y tape y entrañe los números binarios que han de explicarlo todo para siempre. Un lienzo, en fin, que cubra el varicoso y complejo colorido del aceite para plantar el blanco y la tersura –cual impoluto manual de catequesis– en el jardín unipolar de quienes mandan, en la espera desigual de quienes ceden…

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El hombre global

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Acción de gracias. A quién agradecer la retirada de los agrios escombros del futuro de este rosa salón resuelto en antesala de tierno paraíso. A quién agradecer el decorado para las altas vallas. A quién enviar las huellas dactilares al pie de la doliente súplica: – Dejadme seguir siendo entre vosotros no yo sino ese otro que pasando no inquiere, no contesta, no duele, no respira…

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A crédito blando. Los intereses bajos y a muy largo plazo. Se pagan mientras dura la encandilada visión de halagüeños estándares y unívocos mandatos. No hay prisa por el cobro. La deuda se hereda como los roles de sus agentes. Se trata de sostenerla mientras la especie faene la muerte y su derrota. Alguien nos prestó a dios liado en un rosario de admoniciones y parabienes. Nos prestó un nombre. Nos anilló la muñeca y estampó su número al pie del escueto arco que registrará nuestro paso hacia la gloria. Todo ello a cambio de muy poco: La libertad extrema de resultar lo uno. La extrema libertad de aborrecer lo otro.

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Vivaz abstinencia. Desde el preciso alvéolo que ocupamos en esta informe red de cielos y de charcos, escuchamos voces que se empeñan en un confuso y contrahecho soliloquio que nos tienta a peligroso asomo. Qué voces ésas. De dónde vienen. A quién podemos imputar su madriguera. Qué confín desmesurado nos ofrecen. En qué hemisferio del opaco alvéolo se pudieran encontrar las claves para medir y pesar las tales voces. Voces que vienen, van, seducen, rozan como buscando una sombra en nuestro miedo o una frugal hendidura en nuestra roca. Voces que ponen a prueba diariamente la eficaz estanqueidad de nuestro vano, la sórdida concavidad que nos abraza, la vivaz abstinencia que escalamos.

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Selección artificial. No serán los más fuertes o sanos, los más guapos o rápidos o listos, los más hacendosos o sabios quienes se salven. Tampoco los más idos, lunáticos o locos. Se salvarán los débiles, los cobardes, los que huyen de la especie y de la casa para soñarse entre futuras máquinas que dancen levemente en el espacio. Acaudalados gestores de la muerte, elegidos por sí y entre sí mismos, hijos predilectos de la torpe selección artificial en que nos vamos. Intocables, entre metal y láser, habitarán en lo alto de la noche el ocioso sotabanco de la historia. Se subirán señalados en el arca para partir de sí y de los otros. Ya sin Mesías, ni Dios, ni semejanzas, se salvarán del miedo y de la muerte para plantar su babélica bandera en la cúspide virtual de la distancia.

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Ósmosis espontánea… Por ósmosis espontánea con la alteridad, y gracias a elevadas plegarias entonadas por tiernos ejércitos de paz, el hombre se avendrá al recorrido final de un par de genes que lo distinguen del orangután y del hondón que lo aleja de su arquetipo. Sólo habrá que añadir una pizca de buena voluntad: el mapamundi seguirá representado NORTE ARRIBA. Ya está.

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Rincón global. Mientras nevaba en el monte, el anciano en su casa acariciaba al perro y esperaba. Al tiempo llovía en la sabana y una niña con nada entre las manos mojándose jugaba. Ninguno supo bien lo que pasaba. Ambos jugaban y esperaban. Ambos fueron en el mismo instante un sólo ser frente a la extraña suerte de resultar una parte de sí mismos y del otro y del juego y de la espera. No hicieron falta grandes convenciones, ni liberales, ni jueces, ni oradores, ni operadores de bolsa, ni juglares, ni telepáticos influjos, ni chamanes; para que niña y anciano resultaran, desde el rincón global donde vivían, un sólo ser frente a la extraña suerte de jugar y esperar tranquilamente.

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Danza postmoderna. Tras el telón se cubren los bailarines mientras se apagan las grandes lámparas y se lustran los viejos candelabros. En el foso acalla la luna sus reflejos para que la historia pueda musicarse sin lerdas anotaciones ni locos desafíos. Hoy baila el hombre de siempre, ése que vuelve a la tibia humanidad de consabidas cavernas y sostenidos adioses para purgar sus locuras transitorias. El público –hoy también el de siempre– agradece la tenue luz, la danza ecuánime donde el equilibrio prescinde por fin de torre y de pañuelo para no despertar el apetito de extraviados paladines. …Comienza la función: nada que no fuera pasto del tiempo y del fuego en obstinada rumia revenido. Presenta la memoria. Baila el olvido.

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Libertad. Por sorpresa, de la mano de mis padres, se presentó la libertad en mi casa cuando apenas yo tenía cinco años. Elegante, refinada, vestía siempre de impecable-ayer y de feliz-mañana. En su carpeta un manual y un protocolo. En una mano su infalible brújula y en la otra su puntero nacarado. Debió instalarse en el brillo de mis ojos un lustro, dos, tres… quién sabe. Luego se fue. Huyó tal vez de mi escéptica mirada, de mi recelo ante tanta corrección y tanto polo. Hoy habita entre mis muertos. La requiero. Hoy soy yo quien demanda respuestas meridianas. ¿Era esto lo que me guardabas? ¿Debo sentarme a ovacionar tu gesta? ¿Debo seguir impasible tu reumática brújula y sostener alelado tu pertinaz puntero? ¿Qué hacer con la costra corrosiva que envenena tu fasto y envilece a tus héroes? ¿Dónde el manual y cuál el protocolo para librar a tu patria de toda periferia?

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¿Quieres ser eso, sólo eso: patria sin más, muerta, muerte?

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Democracia. Si su más allá muere de tedio entre las cuatro paredes que la ciñen y ciegamente la protegen de sí, para qué la ventana. Para qué ese amago de abertura en la choza elemental de la esperanza, si cada bocanada de aire nuevo, cada rayo de luz no registrado, cada llamada al contagio, a la insurgencia del sueño, se esteriliza y mal traga. Si se trata de endogamia a toda costa, a toda suerte, a toda muerte; si a la fiesta inaugural de la alegría no serán invitados quienes guardan su proyecto de risa entre los dientes; si no hay peligro, ni dudas, ni veredas que no se estrellen contra el mismo lienzo de la misma inequívoca muralla; si está todo sellado a cal y canto para qué el mensajero y el idólatra; para qué la ventana.

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En ciego zafarrancho las vestales… Sin comisuras ni pliegues. Todo terso, casto, limpio. Se derrotó al enemigo y donde antes afloraba el desconcierto se aposentó la cordura. Nada en Palacio presagiaba el descalabro de aquella paz ganada con el fuego piadoso y diplomático del miedo. La luz difusa de la noche plana hacía las delicias de las fieras de flácidos caninos y garras redondeadas. Un dulce trasiego de vestales de candoroso pubis rasurado derramaba el blanco y el rosa y el celeste en frescas galerías y tibios matacanes. …Pero quedaba vida fuera de Palacio. Esa parte impredecible de la vida que habita lo otro disoluta, y que tan desmandada como siempre se empeña en propicios lodazales, había decidido no extinguirse y afeaba el idílico paisaje. Una mañana, sin pretenderlo acaso, la espúrea vida colocó en peligro aquella paz ganada con el fuego piadoso y diplomático del miedo: se acercó a Palacio para aquilatar

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el tacto misterioso del sosiego. Entonces las aletargadas fieras pusieron a punto sus caninos, sus garras, sus bigotes, su mirada. El palacio se trocó en muralla. Se enervaron los tibios matacanes y en las frescas galerías depusieron su blanco, su rosa, su celeste en ciego zafarrancho las vestales.

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Acomodo No hay nada que más irrite a quienes mandan que ver cómo aquellos desmandados que no aceptan de buen grado sus galones hilvanan diferentes teorías para ir de la nada hacia la nada con un poco de amor entre las manos. Y no se trata de irritar a quienes mandan o de hacer por resultar irreverente. Se trata de avanzar en la ecuación que despeje, de una vez y para todos, en el camino de la nada hacia la nada el acomodo…. No se trata de irritar a quienes mandan pero es hora de que empiecen a entender que en el camino de la nada hacia la nada cada uno acarrea su espejismo, su quimera, su proyecto, su añoranza… y los hay que prefieren avanzar con su poco de amor entre las manos. También es hora de que empiecen a aceptar que al tropel del camino aventurados –incapaces los unos sin los otros– intentando encontrar el acomodo estamos todos.

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Bolsa de valores. Subieron el agobio y la distancia, las agencias de citas, los satélites, la realidad virtual, el psicoanálisis, los bancos de semen y las sectas, las misiones de paz, la democracia en su versión patentada y de mercado. Subieron las leyes migratorias, la carrera espacial, las pasarelas, el consumo no importa con qué máscara, el amor en la red, los ansiolíticos, los implantes corporales, los espías, cualquier proclama o acto virulento dirigido a estancar las confesiones… Bajaron el trabajo y el afecto, la lectura, el valor, la transigencia, el respeto por lo otro, la observancia de los pactos refrendados con un beso. Bajaron las caricias, la aventura, la virginal emoción del inocente, el invicto morral del peregrino, el reposado saber de los abuelos… Subieron y bajaron los valores en la tiránica faz de las pantallas –un día más, o menos, poco importa– bajo la zafia algarabía de las cifras y el ocioso percutir de las palabras.

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Anatomía de un sueño … conservaba restos de una melena rizada y cierta transparencia en uno de sus ojos. Había perdido el otro. Ya no necesitaba escrutar la oscuridad por ambos lados. Aunque bípeda, su figura no seguía el abecé de los cánones humanos. No era enteramente simétrica, y sus miembros, más que partes de un todo parecían apéndices autónomos, seres otros sin demasiado que ver con su cabeza. Sin aparente sexo, sus piernas acometían directamente al torso emulando a los brazos, cuyas bases, apenas se distinguían de su cuello. Aun así no resultaba grotesca. Era una figura bella a su manera, enigmática, con ese pecaminoso tacto que suele proteger a las estatuas. No reía ni lloraba. No sudaba. No excretaba. No mostraba indicios de cansancio… Hablaba sin embargo, y pudo presentar sus credenciales. Fue amable, incluso dulce. Dijo ser el súmmum de todo cuanto muere en versión inmune a todo cuanto mata. Dijo que nos seguiría, que nos pertenecía,

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que era un caro detalle de su dios empeñado en obsequiarnos un profético juguete.

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De qué nos vale… De qué nos vale la heredad de un tiempo y un espacio más allá de la carne, a plena idea, donde ser por siempre lo que fuimos –o no pudimos ser, o no quisimos– habitando dulces canales de energía, libres del cerco prensil de las imágenes y del escueto valladar de las palabras. De qué nos vale, digo, si avocados al final del desafío descubrimos alelados que llegamos al umbral de ese espacio y ese tiempo destruyendo el nexo con aquellos que debieran seguirnos entregados. Si devastamos la casa, si hacemos inviable el escenario donde imagen y palabra nos hicieron entre todos los virtuales elegidos; qué harán quienes hereden el vacío de señales legibles para el viaje. Y qué haremos en aquel vergel de calma sin esperar a nadie que sepa cohabitarlo, devenidos pura ánima, ignífuga armonía, atrapados en lo eterno sin tiempo para hijos.

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Amados icebergs. En qué mapa buscar al iceberg que se enfrentó al Titanic. En qué archivo su grito de victoria sobre el intento de contestar al mar la profunda y salada partitura. Dónde la huella del blanco titán que protegió a la luna del acero mientras ésta se afanaba con el vientre de una encinta ballena en Terranova. Cómo encontrar al patriarca entre los esotéricos fósiles de hielo para pedirle amparo, para pedirle que nos guarde del atronado casco en que viajan indolentes los ciegos porteadores del dinero; que no module la voz, que no la calle, que no llore en coro de glaciares sin presentar batalla. Cuántos tendremos que partir, a qué confines, si en la danza estival de la banquisa se nos van los esmerados albaceas de la profunda y salada partitura, los solemnes guardianes de las lunas que derraman su plata en las ballenas.

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Estática milagrosa. Mirad cómo se afanan los pájaros en sostener los hilos de la casa, cómo saben la fatiga en los cimientos y generosos participan de la carga. Fijaos cuán exigente su desvelo, a cuánto alcanzan sus pequeñas alas. Fijaos a qué ritmo viven, mueren, a qué metabolismo trepidante les avoca lo estoico de su anhelo. Todo pende más que apoya. Nunca fue tan leve lo que aún importa. Qué será del reino de los cuerdos el día que los pájaros se vayan.

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Casi iguales Ahora que al fin resultamos iguales, y no sólo ante Yahvé, Alá o Pacha Mama, sino ante el ojo del satélite, el texto de los derechos humanos, la criba de los mercados… Ahora que nos vemos la cara mutuamente en campañas publicitarias y filmes documentales; nos aferramos a banales diferencias como aquellas que afectan por ejemplo: a la esperanza de vida, a los implantes bucales…

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Idos. Palpita en los elegidos, los correctos, los que mandan, los que nunca se equivocan, la lección esencial de asimetría. Palpitan en la impronta de tales súper-hombres las ganas y las fuerzas para andar caminos diferentes motivadamente idos.

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Epílogo

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Dripping post-mortem. … y cuando estuvo todo listo, cuando el crudo de la tela resultó fiable y los viejos colores, doblegados, juraron bandera, mordaza, brazalete; el emergente artista agujereó su escudo y esparció el plomo de las balas sobrantes para tentar al semen del atónito arco iris. Mas sólo el gris goteaba vacilante. Ni siquiera en la despensa de los dioses se encontró a-de-ene de color primario. Un dédalo acromático avanzó inclemente como pago final al vidrio de los ojos.

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Jorge Tamargo

Nace en La Habana, Cuba, en 1962. Se gradúa de arquitecto en La Habana en 1985. Trabaja como arquitecto en La Habana Vieja entre 1987 y 1992. Emigra a España en 1992. Reside en Valoria la Buena. Valladolid. Trabaja como arquitecto y diseñador gráfico. Escribe poesía desde 1983. Tiene cinco poemarios publicados. Participa frecuentemente, junto a cantautores y músicos, en recitales conjuntos de poesía y música en diferentes foros

Obra publicada (poesía):

Avistándome. Editorial Betania, Madrid, 2004. Radiografía de la inocencia. Ayuntamiento de las Palmas de

Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria, 2007. Penúltima espira. Editorial Difácil, Valladolid, 2008 Los primeros días de una casa. Colegio Oficial de

Arquitectos de Castilla y León Este. Demarcación de Valladolid, Valladolid, 2008

Contigo. Edición de autor, Valladolid, 2009 Reconocimientos:

Finalista en el XXVII Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla” (2005), con la obra “Reverencia en el jardín de la penúltima espira”.

Finalista en el Premio Internacional de Poesía “Flor de Jara” (2006), con la obra “Radiografía de la inocencia”.

Accésit en el XIV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de las Palmas de Gran Canaria” (2006), con la obra “Radiografía de la inocencia”.

Obra inédita:

Cuenta con varios poemarios inéditos.

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Otras publicaciones:

Coautor del libro Plástica del Caribe. Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 1989.

Autor de numerosos artículos sobre arquitectura publicados en varias revistas especializadas y de temática varia, como por ejemplo: El Correo (UNESCO), Arquitectura Cuba (Cuba), Arquitectura y Urbanismo (Cuba), Zigma (Argentina) y Llave Maestra (España).

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