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nº 177 julio 2006 62 Se calcula que de las más o menos 6 mil lenguas que se hablan actualmente en el mundo, la mitad se habrá extinguido para finales de este siglo, lo que significa una desaparición de dos idiomas por semana. Por otro lado, hay idiomas minoritarios, como el catalán en España o el galaico irlandés, que han luchado —con mayor o menor éxito— para seguir existiendo. El quechua cuenta todavía con muchos hablantes, pero el quechua que hablan se parece cada vez más al castellano. ¿Cómo está evolucionando el idioma? Planteamos la cuestión a algunos especialistas, quienes nos ofrecen sus opiniones sobre la vida actual del quechua y acerca de varias iniciativas para mantenerlo y promoverlo. La lengua Marj Hogan >>> “Si tú me preguntas ‘¿cuántas personas saben el quechua?’, yo te diría unos 5 millones”, calcula Roberto Zariquiey, lingüista y profesor de Quechua en la Pontificia Universidad Católica del Perú. “Ahora, ¿cuántas personas usan el quechua en su vida diaria? Serán entre 500 mil y un millón. Tú migras, te instalas en una ciudad como Lima y de repente no tienes espacios para usar el quechua”, agrega. Un idioma “muere” cuando ya no existe ningún hablante nativo de él, lo que suele ocurrir cuando las últimas gene- raciones que lo usaron para comunicarse o prefieren o se ven obligadas a adoptar otro idioma. A escala mundial, son cada vez menos las comunidades lingüísticas que viven aisladas de la influencia de los idiomas mayoritarios como el español o el inglés, y cada vez más los hablantes que tienen que adoptar estos idiomas para acceder a la educación o al mercado laboral. En el caso del quechua, muchos hablantes bilingües ya viven, trabajan y se comunican casi exclusiva- mente en castellano. “Tanta práctica del castellano hace que esa lengua, aunque no sea tu lengua materna, vaya a ser tu lengua de uso predominante. En ese tipo de circunstancias, tu lengua materna es más propensa al préstamo o a la in- fluencia de tu segunda lengua”, dice Zariquiey. MADRE La tercera parte de los quechuahablantes son urbanos. Marj Hogan Lingüista de la Universidad de Boston y hoy cooperante en IDL ANDINA

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Se calcula que de las más o menos 6 mil lenguas que se hablan actualmente en el mundo, la mitad se habrá extinguido para finales de este siglo, lo que significa una desaparición de dos idiomas por semana. Por otro lado, hay idiomas minoritarios, como el catalán en España o el galaico irlandés, que han luchado —con mayor o menor éxito— para seguir existiendo. El quechua cuenta todavía con muchos hablantes, pero el quechua que hablan se parece cada vez más al castellano.

¿Cómo está evolucionando el idioma? Planteamos la cuestión a algunos especialistas, quienes nos ofrecen sus opiniones sobre la vida actual del quechua y acerca de varias iniciativas para mantenerlo y promoverlo.

La lengua Marj Hogan

>>> “Si tú me preguntas ‘¿cuántas personas saben el quechua?’, yo te diría unos 5 millones”, calcula Roberto Zariquiey, lingüista y profesor de Quechua en la Pontificia Universidad Católica del Perú. “Ahora, ¿cuántas personas usan el quechua en su vida diaria? Serán entre 500 mil y un millón. Tú migras, te instalas en una ciudad como Lima y de repente no tienes espacios para usar el quechua”, agrega.

Un idioma “muere” cuando ya no existe ningún hablante nativo de él, lo que suele ocurrir cuando las últimas gene-raciones que lo usaron para comunicarse o prefieren o se ven obligadas a adoptar otro idioma. A escala mundial, son cada vez menos las comunidades lingüísticas que viven aisladas de la influencia de los idiomas mayoritarios como el español o el inglés, y cada vez más los hablantes que tienen que adoptar estos idiomas para acceder a la educación o al mercado laboral. En el caso del quechua, muchos hablantes bilingües ya viven, trabajan y se comunican casi exclusiva-mente en castellano. “Tanta práctica del castellano hace que esa lengua, aunque no sea tu lengua materna, vaya a ser tu lengua de uso predominante. En ese tipo de circunstancias, tu lengua materna es más propensa al préstamo o a la in-fluencia de tu segunda lengua”, dice Zariquiey.

MADRELa tercera parte de los quechuahablantes son urbanos.

Marj HoganLingüista de la Universidad de Boston y hoy cooperante en IDL

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Especial Fiestas Patrias 63

Como resultado, el quechua se está transformando. “Cada vez tiende a simplificarse más. Por ejemplo, hay distinciones en el quechua entre cosas que uno cuenta del pasado que han sido vistas por el hablante y cosas que han sido contadas al hablante. En el quechua, ese tipo de diferencias se marca gramaticalmente con sufijos. Hay sufijos que significan ‘esto que te estoy diciendo yo lo he visto’, y otros que quieren decir ‘esto que te estoy diciendo me lo han contado’. Y ese tipo de distinciones tan ricas del quechua se están empezando a perder, se están dejando de usar. No pienso que haya que obligar a la gente a hablar su lengua. Pero sí me pregunto: ¿qué hubiera pasado con el quechua si no tuviera que estar viviendo en esta situación de marginación y maltrato? Cada día que pasa los dialectos se empiezan a separar más entre sí, se empiezan a vincular más al castellano, y de acá a treinta años la cosa va a ser más difícil”, señala Zariquiey.

El quechua de hoy incorpora no solo términos aisla-dos sino también frases enteras y construcciones del castellano. Por ende, muchos niños que crecen en un entorno quechuahablante aprenden una lengua que es en realidad una mezcla de los dos idiomas —el quechua, su lengua materna, tiene ya mucho del castellano—. La lingüística ha asignado a este proceso el término ‘criollización’: la mezcla de dos lenguas produce lo que es en esencia una nueva lengua. Este quechua se puede convertir en objeto de una doble discriminación, pues no es ni castellano ni quechua “puro”.

Sin embargo, hay iniciativas orientadas a promover el habla quechua en su estado actual de transformación. La antropóloga Cecilia Rivera dirige la página Runasi-miNet, un curso virtual impartido desde la Universidad Católica para la enseñanza del quechua como segunda lengua. Retomando datos y entrevistas con personas bilingües, el curso promueve, frente al prejuicio según el cual el quechua pertenece solo a un espacio rural, una imagen más actualizada del idioma. En realidad, destaca Rivera, un tercio de los quechuahablantes son urbanos. “Partimos de la idea de que no existe el quechua ‘puro’. Si puedes decir ‘colegio’ en castellano y yachay wasi en quechua, lo ponemos una vez de una manera y otra vez de otra manera, porque no somos nadie para decir ‘esta’ es la correcta. Vamos a procurar introducir la mayor cantidad de vocabulario quechua en quechua, pero no nos vamos a negar a incorporar vocabulario masticado, adaptado, con sus sufijos y todas las cosas, para que funcione en el quechua; si se usa, no nos negamos.”

Algunos sectores, no obstante, han mostrado resistencias a esta actitud. “En la medida en que lo difundimos hubo

un comentario de ‘esto no es el quechua, es demasiado españolizado’”, dice Rivera. La respuesta de la página consiste en incorporar también esta perspectiva más conservadora: “Si quieres colaborar, mándanos algo. Di-fícilmente puede haber oposición a algo que está libre”.

Y aunque el Estado ha propuesto algunas políticas para reforzar el uso de las lenguas indígenas en las comuni-dades donde están retrocediendo y donde están siendo sustituidas por otros idiomas, en la práctica estos pro-gramas sufren de una grave escasez de recursos, tanto para la formación de profesores cuanto para la producción de materiales de enseñanza. Por ejemplo, la Dirección Nacional de Educación Bilingüe (Dinebi) tiene iniciativas para la enseñanza de la lengua indígena como segunda lengua en algunas escuelas. Pero Leo Casas, del Minis-terio de Educación, indica que para muchos sectores la enseñanza de lenguas indígenas es ‘impráctica’ y hasta inútil; incluso, varios responsables de los programas de educación bilingüe la consideran “como sal que tú botas al agua y que se vuelve nada; no es rentable”.

Casas, quechuólogo y traductor, explica que esta ima-gen de la educación bilingüe ha contribuido a que las iniciativas estatales de enseñanza del quechua hayan perdido prioridad. De hecho, la Dinebi, creada en el Gobierno de Velasco, se mantiene principalmente con financiamiento externo; cuando se ha intentado reducir o eliminar programas de educación bilingüe, los organismos internacionales que los financian han insistido en que se mantengan.

Zariquiey sugiere que hace falta una política lingüística más integral: “Si no hay una política de lenguas para fuera de la escuela, la política de lenguas centrada en la

Lo que se conoce como quechua (o kichwa, o kechua, o runa simi) es en realidad una familia de lenguas que se hablan en Colombia, el Ecuador, el Perú, Bolivia y el norte de la Argentina y Chile. Su uso se difundió por los Andes con las conquistas incas del siglo XIV. Luego de la llegada de los españoles en el siglo XVI, se expandió aun más cuando diversos grupos fueron movilizados para trabajar en otras zonas. Más tarde, el proceso de evangelización impulsado por la Iglesia Católica lo usó como lingua franca.

Las muchas variantes del quechua suelen ser divididas en dos categorías: quechua I (de la región central del Perú) y quechua II (del oeste, norte y sur). El dialecto sureño o cusqueño cuenta con el mayor número de hablantes. Mientras estos dialectos comparten una buena cantidad de vocabulario con las variantes de la lengua aimara, los lingüistas discuten si sus similitudes resultan de un origen común o del amplio contacto entre hablantes de los dos idiomas.

¿El quechua o los quechuas?

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escuela no tiene ningún sentido. ¿Para qué les enseñas a leer a los chiquitos en quechua si no tienen nada que leer, si no hay libros, si más tarde no van a poder de-fenderse en un juicio en esa lengua? Aunque Bolivia y el Ecuador tienen miles de problemas, cuentan con pro-yectos de educación bilingüe que son más organizados, más sensibles; y lo propio ocurre hasta con Colombia, que tiene menos población indígena que nosotros. En Bolivia también hay muchos problemas de política lingüística —no es que las cosas estén de maravilla—, pero están bastante más avanzados que acá, a pesar de que disponen de menos dinero. Han hecho una reforma educativa muy centrada en la población indígena”.

A su turno, la quechuóloga Dina Cárdenas advierte que en Bolivia y en el Perú los proyectos de educación y promoción de lenguas indígenas no toman en cuenta los deseos y necesidades de los usuarios de la lengua. Bolivia ha visto fracasos en iniciativas educativas debido a que los

La traducción, tierra de nadie

La Ley de Lenguas del Perú afirma que las personas que no sean capaces de expresarse en castellano tienen derecho a “[...] ser atendidos por las autoridades y servidores estatales en su lengua materna, sin discriminación ni perjuicio alguno”, y que “[...] el Estado tiene la obligación de proporcionar un traductor para llevar a cabo trámites legales, administrativos y judiciales”.

Pero la traducción no es una simple transferencia de términos equivalentes. En la práctica, muchos de los que están tra-duciendo, sea textos literarios, sea en contextos sociales y laborales, se ven obligados a inventar soluciones cuando no hay una equivalencia exacta.

Marco Aparicio, periodista de Radio Laramani, del Cusco, ha trabajado organizando talleres en una escuela de formación de lideresas: “Es difícil traducir al quechua términos como ‘equidad de género’”, señala Aparicio. “Nadie ha publicado o analizado eso; nadie tiene cosas escritas para apoyarte. Necesitas juntar dos, tres, cuatro ideas para explicarlo”, añade.

De igual manera, la palabra ‘derecho’, término íntimamente vinculado a los conceptos occidentales de ciudadanía y Estado, no tiene una traducción literal. Gledy Mendoza, investigadora cultural de la Escuela Nacional Superior de Folklore José María Arguedas, en Lima, reconoce que: “A la hora de hablar de derechos, un dirigente campesino no va a estar complicándose la vida buscando una forma de expresar el concepto con una frase en quechua, sino que hablaría de dirichuninchik: nuestros dirichus. Se ‘quechualiza’ y se acabó el asunto”.

materiales producidos para la enseñanza no han tomado como base la realidad lingüística de la zona; incluso se han dado casos en los que los padres destruyeron los libros porque no enseñaban la forma correcta de hablar: “Dijeron ‘así no se habla’, los juntaron en una pila y los quemaron delante el profesor”, cuenta Cárdenas.

Aun cuando se reconoce su buena intención, estos pro-gramas resultan cuestionables porque no se sustentan en un proceso de consultas con las comunidades a las que van dirigidos. Y es que la política lingüística tiene que tomar como base la voluntad de los propios ha-blantes. Dice al respecto Cárdenas: “Acá los proyectos se siembran en las oficinas, se cosechan en los talleres y se venden a las financieras. En cambio, si tú incorporas a la misma gente, se lanzan a hacer, porque aman lo suyo y son conscientes de los riesgos que corren. No es un pleito de lingüistas: es una decisión de los dueños y usuarios del idioma”.

El curso virtual de quechua que se está construyendo desde la Universidad Católica enseña el idioma usando fuentes variadas y actuales.