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La calle constituye uno de los elementos emblemáticos de la mltologra portef\a. Este estudio explora y describe a esos hombre~ que, habitándola y encarnándola, han adoptado el oficio de lustrar zapatos como modo habitual de proveerse el sustento. A partir de un trabajo de campo realizadc entre noviembre de 1977 y abril del afio siguiente, son examinadas las condiciones objetivas de ese oficio, la trama de relaciones en que se Inscribe y las definiciones subjetivas de quienes lo ejercen. Fusionando análisis y testimonio, el texto -redactado en 1980- da cuenta de un ac1ago período de la historia de la ciudad.

ESTUDIOS CEDES es una colección destinada a difundir los resultados de las investigaciones desarrolladas en el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES)

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Estudios CEDES

Los lustrabotas de Buenos Aires: Un estudió socio-antropológico.

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Los lustrabotas de Buenos Aires:

Un estudio socio-antropológico.

Juan José Llovet

REIMPRESION

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El Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES)

es una entidad civil sin fines de lucro con sede en Buenos Aires, Argentina:

Reúne .científicos socia!es dedicados a la investigación en la~ C!r~:as ~~ econom1a, administración pública, clenc1as pol1 t1cas, sociología e historia.

Su sede está ubicada en Av. Pueyrredón 510, 70 piso 1032 Buenos Aires, Argentina.

Registro de la Propiedad Intelectual en trámite.

INDICE

INTRODUCCION

CAPITULO l. Las pautas de reclutamiento y los patrones de permanencia en la ocupación

CAPITULO 11. El lustrabotas en escena: la interacción con el

Pág.

5

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cliente 27

CAPITULO III. La vida intragrupal 40

CAPITULO IV. Los lustrabotas y la acción del Estado respecto a la vía pública 59

CAPITULO V. Identidad social e identidad del yo en el lustrabotas 72

BIBLIOGRAFIA 89

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LOS LUSTRABOTAS DE BUENOS AIRES: UN ESTUDIO SOCIO-ANTROPOLOGICO*

Juan José lJovet

INTRODUCCION

Objetivo y marcos temáticos de la investigación

El propósito de esta investigación es explorar y describir en forma pormenorizada algunos aspectos de la vida de los lustrabotas porteños. Si bien el lustre de calzado en la vía pública ha reclutado y recluta esporá­dicamente fuerza de trabajo infantil, no son los niños los que aquí atraen mi atención, sino aquellos adultos que han adoptado esta ocupación por cuenta propia como modo habitual de proveer la totalidad o parte de su subsistencia. De manera especial, me interesa testimoniar e integrar analíti­camente tanto las condiciones objetivas que modelan la actividad de estos hombres como los contenidos simbólicos de su conducta y sus propias concepciones respecto del contexto que los rodea. Para abordar estas di­mensiones -la estructural y la vivencial- de la realidad de los lustradores, he recurrido a una indagación de carácter cualitativo.

• La primera 'rsión de este trabajo fue presentada como tesis de licenciatura en sociología ante Universidad del Salvador, y contó con la tutoría de Esther Hermitte, a quien a: adezco infinitamente sus consejos y guía. Desarrollé la inves­tigación siendo becario del Programa de Formación de Investigadores que el CEDES llevó a cabo con el aporte de la Fundación Ford, IDRC y SAREC.

No puedo dejar de expresar mi reconocimiento a Elizabeth Jelin por el apoyo brindado en todo momento y por sus sugerencias, las cuales me fueron de gran utilidad, en especial para la redacción defmitiva. A María del Carmen Feijóo y a Sil­vina Ramos, permanentes interlocutoras y entusiastas lectoras de los borradores, mi gratitud por sus provechosas críticas y por su fraternal compañerismo.

La publicación se hace gracias al apoyo de la Fundación lnteramericana.

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Antes de pasar a las características de las tareas de campo y de aná­lisis que dieron como resultado este informe, quiero establecer los marcos temáticos que sirvieron como puntos de referencia y motivación para en­carar el estudio. El primero de ellos se vincula con la problemática del llamado "sector informal del mercado de trabajo".

Desde hace aproximadamente una década, a favor de las nuevas orientaciones presentes en los estudios y programas de la OIT para solu­cionar los problemas de empleo en diversas regiones del mundo sub­desarrollado, muchos investigadores latinoamericanos empezaron a preocu­parse por un subconjunto específico de la economía al que se dio el nom­bre de sector informal. De acuerdo a los criterios más usuales, este sector fue defmido como aquel segmento del mercado de trabajo que agrupa a los ocupados en empresas pequeñas no modernas, a los trabajadores inde­pendientes con exclusión de los profesionales universitarios y a los que trabajan en el servicio doméstico 1• Hasta ese entonces, la considerable importancia cualitativa y cuantitativa que en América Latina tiene la fuer­za laboral ocupada en las actividades informales, había sido concebida como uno más de los síntomas del atraso relativo de la región. Se asociaba sin demasiados matices este fenómeno al problema de la marginalidad, y se creía que la desocupación y el subempleo inherentes a la economía latinoamericana sólo podían solucionarse a partir de la integración de cre­cientes masas de población a las plazas ocupacionales de las empresas orga­nizadas modernas y mediante el aliento de grandes obras públicas y de in­fraestructura que utilizaran mano de obra en forma intensiva. A principios y mediados de los af'los 70, al cambiar las perspectivas del diagnóstiCo en relación a los temas del crecimiento, mercado de trabajo y distribución del ingreso, las ocupaciones periféricas dejaron de ser consideradas en bloque como un remanente del estancamiento que debía ser erradicado si se quería alcanzar el "despegue" y el bienestar, y pasaron a ser pensadas como un generador potencial de empleo, que merecía un análisis parti­cular que permitiera identificar sus componentes funcionales al desarrollo. Al mismo tiempo, comenzaron a formularse políticas y estrategias concre­tas, dirigidas a la promoción y al fomento de algunas de estas actividades.

Este proceso fue apoyado por un gran número de esfuerzos intelec­tuales, que apuntaban, por una parte, a profundizar los aspectos teóricos y conceptuales ligados a la definición del sector y, por otra, a acumular información empírica que revelara sus componentes internos y sus meca-

1 Las actividades informales son identificadas como aquellas que se caracte­rizan por: a) facilidad de entrada, b) uso de recursos de producción doméstica, e) propiedad familiar de las empresas, d) operaciones en pequeña escala, e) tecnología adaptada y fuerza de trabajo intensiva, f) capacitación adquirida fuera del sistema formal, y g) mercados no reglamentados y competitivos. Cf., PREALC, 1976.

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nismos específicos de funcionamiento. Surgieron así tres tipos de inves­tigaciones: i) las que estudiaban las interrelaciones entre el segmento in­formal y el sector moderno integrado del mercado de'trabajo, ü) las que tornaban como eje del análisis alguna región o ciudad latinoamericana e indagaban dentro de ella el comportamiento del conjunto de las activi­dades informales y, por último, üi) las dedicadas a los estudios de casos 2

Por su naturaleza de trabajo por cuenta propia, que implica un l>ajo nivel de calificación y el uso de una tecnología muy rudimentaria, el lus­tre de calzado forma parte del cuadro de las actividades informales. En ese sentido, esta investigación representa un estudio de caso dentro de una problemática más general. Las interpretaciones y análisis que aquí se hagan no tienen pretensiones de generalización o extensión a otras actividades y se reducen a radiografiar exclusivamente la realidad del objeto en estudio. En verdad, tomo al sector informal sólo como referente temático, sin que ello signiflque adherir de manera estricta a los postulados teóricos con los que más corrientemente se lo intenta explicar. Por cierto, muy pocos de esos postulados han obtenido una validez defmitiva y aún el tema, inclu­sive en sus supuestos básicos, continúa abierto a la polémica y a la crí­tica 3 • Mi intención se limita a sumar material empírico y una cierta pro­puesta metodológica a una temática muy amplia que parece tener todavía mucho camino por recorrer.

Esta investigación además no enfoca determinados aspectos econó­micos que suelen estar presentes en otros estudios de ocupaciones infor­males. En otras investigaciones, puntos como la relación costos-ingresos, las barreras a la capitalización y a la acumulación, y el pronóstico sobre la sobrevivencia y expansión de la actividad, conflguran preocupaciones do­minantes; aquí, en cambio, esos aspectos no son tratados o bien sólo son

l Entre las del primer tipo se .encuentran los trabajos de Víctor Tokman y Larissa Lomnitz. La segunda clase de investigaciones está representada, por ejemplo, por el estudio de Paulo Souza sobre San Salvador y por el de Larry Coore y Jaime Mezzera sobre Kingston. Entre los estudios de caso pueden mencionarse el de Chris Birbeck sobre los recolectores de basura de Calí y el de Alois Moller sobre los vende­dores ambulantes de urna. Véase PREALC, 1978, y Klein y Tokman, comps., 1979.

3 Osear Marulanda, por ejemplo, cuestiona el concepto de sector informal, argumentando que es poco adecuado encuadrar bajo un mismo término a un conjun­to de actividades enormemente heterogéneas y disímiles. Por su parte, Usa Peattie señala la debilidad teórica que representa el hecho de que las actividades informales no sean definidas en términos positivos; vale decir, que se las identifique exclusiva­mente por lo que no son y sólo en virtud de su contraste con aquellas que pertene­cen al área formal o no marginal. Véase Marulanda, Osear, "Sector informal: algu­nas reflexiones surgidas a la luz de un estudio sobre la economía urbana de Bogotá", en K.lein y Tokman, comps., 1979; y Peattie, 1979.

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abordados de manera tangencial. Por las muy especiales características de este oficio que es el lustre de calzado y por la orientación que he procu­rado darle a la indagación, he colocado a lo económico como tributario de los factores relacionales y culturales.

Los lustrabotas pertenecen a un subgrupo muy particular dentro del mosaico que representa el sector informal; ese subgrupo es el de las acti­vidades callejeras. Esta pertenencia me introduce en el segundo referente de esta investigación.

No sólo me interesan los lustrabotas en tanto trabajadores desgaja­dos de la franja integrada del mercado laboral sino también, y me anima­ría a decir fundamentalmente, en tanto personaJ_es que realizan sus tareas e intemalizan sus vivencias en el marco de la vida cotidiana que trans­curre en las calles de Buenos Aires. El rescate de una arista de esa cotidia­neidad fue una de las razones temáticas que impulsaron la elección de estos hombres como unidades de análisis.

Debo confesar que ''la calle" -ese particular espacio que concentra el señalamiento geográfico y la designación connotada y mítica del por­teño- siempre me ha interesado sobremanera. Entre otras causas porque ella suele presentarse ante mi aproximación experiencia! como el elemento que aglutina un sub mundo muy peculiar, a la vez caótico y heterogéneo. Algunas veces ese submundo aparece como el objeto estereotipadp de la crónica policial; en otras, se transforma en materia del pintoresquismo des­preciativo de la fantasía colectiva. Sus seres componen la casta de los desvalorizados, de los menospreciados; son los "ciudadanos de segunda clase" en la exacta expresión de Erving Goffman 4 : las "y iras", los músi­cos sin orquesta que sobreviven en los pasillos del subterráneo, los vende­dores del stand móvil de colectivos y trenes, los cuidadores de automó­viles, los "cirujas", los "botelleros". Sólo determinadas expresiones del arte y la literatura de Buenos Aires y, en alguna medida, el periodismo recuperan y recrean parcialmente a estos actores sociales que habitan en la capa más sumergida de nuestra geología urbana y que encaman el sub­mundo de lo callejero. Curiosamente, aquellas disciplinas que tienen co­mo horizonte de su reflexión lo humano y lo social, no han dicho nada sobre ellos y no parecen siquiera haber reparado en su existencia. Más allá del juicio de valor que puedan merecer sus obras, sólo Martínez Estra­da desde el ensayo y Sebreli desde la sociología se distinguen como excep­ciones dentro de un panorama intelectual en el que nuestros ftlósofos y científicos sociales no se han preocupado por hablar de la vida porteña en general, ni de sus personajes orilleros en particular.

4 " ... aquellos miembros de la clase baja que en forma bastante perceptible llevan la marca de su status en su lenguaje, su apariencia y sus modales, y que, res­pecto de las instituciones públicas de nuestra sociedad, resultan ser ciudadanos de segunda clase". Goffman, 1970, p. 168.

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Esta omisión puede ser calificada como lamentable. Por dos razones. En primer lugar, porque al prescindirse de la realidad urbana contempo­ránea y sus perffies marginales como núcleos del interés indagatorio, se ha desaprovechado un magnífico campo empírico en el cual es posible poner a prueba muchos esquemas teóricos. La infinita gama de aconteci­mientos, estructuras interaccionales, códigos y normas subyacentes que pueblan las relaciones entre los actores ciudadanos, cris~alizan un ~rea ~e hechos muy rica y matizada, en la que la antropologia y la soc10logia (especialmente, la microsociología~ e_ncontrarí~. ~-fructífero ámbito de aplicación conceptual y metodolog¡ca. A rru JUICIO, el sondeo de ese ámbito develaría fenómenos desconocidos -o meramente intuidos hasta ahora por el sentido común- y permitiría una contribución signiflcativa respecto a nuestros conocimientos sobre lo social. En segundo lugar, el olvido es lamentable porque revela nuestro escaso apego por acercamos a aquella realidad que nos es más próxima, una realidad con la que debería­mos sentimos naturalmente comprometidos. Resulta llamativo comprobar que por lo general para los científicos sociales de Buenos Aires, ni Buenos Aires ni su gente son un terna. Con esto no quiero sugerir que la ciudad como problema debería convocar todos los empefios intelectuales, eclip­sando la inquietud por otras cuestiones que sin duda son también impor­tantes, sino simplemente que valdría la pena enfrentar el desafío elemental de explicar cómo viven hoy su vida de todos los días los que viven Y tra­bajan en esta urbe.

Este trabajo pretende constituir una respuesta a ese desafío Y. un mínimo aporte a una temática escasamente transitada por nuestras Cien­cias sociales. En este sentido, sólo busco rescatar las claves de un frag­mento de la realidad contemporánea de Buenos Aires, intentando des­cribir ciertos rasgos de su submundo y tratando de testimoniar a algunos de sus personajes.

Aspectos metodológico-técnicos de la investigación

Quiero introducirme en el plano de las características técnicas y me­todológicas que delinearon este trabajo. La primera pregunta que surge al respecto es: ¿qué tipo de lustrabotas es el que interesa considerar _e~ especial? En el Código de Habilitaciones y Veriflcaciones de la Mumci­palidad de Buenos Aires el lustrador aparece defmido com? "~quella persona que con los elementos indispensables para su tarea, limpia Y da brillo al calz~do de quienes requieren su servicio en la vía pública". En esta investigación las unidades de análisis son específicamente los individuos mayores de 18 afias que ejercen esta actividad como medio de vida. No he tomado en cuenta a los que trabajan en salones, sea que lo hagan como duefios o como empleados en relación de dependencia.

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La estrategia de investigación adoptada ha sido fundamentalmente cualitativa, y las técnicas empleadas en el acopio y construcción de los datos primarios fueron la entrevista inestructurada y la observación con particicipación. Este sesgo metodológico respondió a tres motivos: a) la inexistencia de información precedente sobre la situación de este oficio, b) las dificultades, impuestas por la índole de la materia a estudiar, para la aplicación de herramientas estadísticas, y e) la intención de plasmar la realidad de los lustrabotas, tal como ellos la perciben y relatan.

Al plantearme el lustre en la calle como área de indagación, una de las primeras tareas a las que me aboqué fue la búsqueda de material cientí­fico o de divulgación, artículos o libros, que aludieran aunque fuera indi­rectamente sobre el presente o el pasado de esta actividad. Lamentable­mente, poco y nada fue lo que pude hallar s. Esta carencia ensombrecía la posibilidad de seleccionar a priori indicadores estrictos a través de los cua­les acercarme al problema. En consecuencia, en lugar de asumir un rígido camino indagatorio que condujera a la contrastación y mensura de ciertas hipótesis previamente elaboradas, opté por encarar el trabajo con un espí­ritu exploratorio, abierto y permeable a la aparición de todo aquello que pareciera significativo en relación a la vida de los lustrabotas. Como se­ñala Hubert Blalock, cuando "un científico social debe estudiar un fenó­meno sobre el cual no conoce prácticamente nada ... la investigación de­berá ser, en alta medida, exploratoria. No podrá fundarse en hipótesis espe­cíficas o en una lista relativamente pequefia de variables probablemente importantes. El investigador debe sumergirse en los datos, aprender de ellos todo lo que pueda desde la mayor cantidad de perspectivas posibles, Y extraer información muy general en lugar de datos limitados a un ámbito reducido" 6 . Al desechar entonces cualquier esquema atado a la operaciona­lización de conceptos y a la cuantificación de lo empírico, quedó como alternativa la construcción de nociones y el recorte de los datos a partir del material que pareciera cualitativamente más relevante.

El segundo motivo para desplegar un estilo cualitativo de investiga­ción tiene que ver con el tipo de problemática de la que forman parte los lustrabotas. En un artículo sobre el sector marginal de la economía urbana, Usa Peattie subraya la esterilidad y la ineficacia de los métodos estadís­ticos para reflejar la situación de este sector en general o de cualquiera de sus actividades en particular. Según esta investigadora, es muy arduo y expone a serios errores de evaluación obtener de este modo datos sobre

s Lo único que pude ubicar fue una referencia tangencial de Martínez Estrada en su libro "La cabeza de Goliat". El ensayista santafecino incluye al lustrabotas en una lista de "los individuos parasitarios de la urbe, aquellos que viven sobre o en su piel". Martíncz Estrada, 1968, p. 153.

6 Blalock, 1971, p. 50.

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una multitud de empresas pequefias e individuos "que carecen casi por completo de registros formales y que, en su mayoría, procuran pasar inad­vertidos para evitar que se descubra alguna violación de uno u otro regla­mento". Como contrapartida, afmna que en este estadio del desarrollo de los conocimientos sobre las ocupaciones informales en que nos encontra­mos, lo que conviene en realidad es "llevar a cabo el tipo de investigación que se conoce como 'antropológica', aun cuando no siempre sea realizada por antropólogos". Según Peattie, este tipo de investigación se concreta "mediante observación participante para generar datos sobre unidades sociales pequel'las de los que se desprenden descripciones de fenómenos en categorías, que en cierto sentido se hallan más cercanas a la forma en que el fenómeno es experimentado por los participantes respecto de los hechos y fenómenos que ellos mismos describen" 7 .

Esta referencia acerca de la percepción que los propios individuos analizados tienen de su realidad, nos conduce a la tercer causa que me movilizó a recurrir a una estrategia no cuantitativa. Desde el comienzo mismo del estudio, una de mis preocupaciones básicas fue examinar la forma en que los lustrabotas defmían las condiciones y circunstancias en que trabajan; vale decir, me interesaba detectar sus propias concepciones y los significados que atribuyen a los procesos en que participan. En esa línea, la metodología cualitativa era la más pertinente, ya que lo que me importaba era la interpretación de conductas, representaciones y símbolos tal como ellos eran comprendidos al interior del contexto analizado, y no la inferencia de comportamientos a partir de la medición de rasgos "obje­tivamente" elegidos.

Las tres razones apuntadas me llevaron a efectuar un trabajo de cam­po que implicaba mi involucración personal en las actividades de los indi­viduos y mi contacto directo con ellos. Las herramientas más adecuadas para tales fmes, vuelvo a mencionarlo, fueron la observación y la entre­vista inestructurada con preguntas abiertas. En la mayoría de los casos trabé el contacto con los lustrabotas en sus propios lugares de trabajo, en los puestos o paradas, presentándome no en calidad de investigador sino asumiendo el rol complementario de cliente que demanda sus servicios. De esta manera pude cumplir con uno de los preceptos sugeridos por Severyn Brun: "Al tratar de compartir en alguna medida la experiencia del sujeto observado, el investigador. .. debe adquirir un rol que pueda funcionar dentro de la cultura de aquél " 8

• Al mismo tiempo, mi actitud me permitió satisfacer lo que Blalock llama "el requisito básico de toda observación participante", esto es, "que el científico se gane la conftanza de las personas que examina, de manera tal que su presencia no perturbe

7 Peattie, 1979, p. 11 O y 112. S Bruyn, 1972, p. 39.

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o interfiera de algún modo el curso natural de los acontecimientos y que se le proporcionen respuestas honestas" 9 • Mi actitud dio una garantía mínima de espontaneidad y además me posibilitó lograr en la mayoría de los encuentros el registros de las charlas mediante grabación magneto­fónica, circunstancia que me ayudó a alcanzar un acopio más minucioso de los datos y a alejar el recelo y las lógicas sospechas que hubieran aten­tado contra mi tarea.

Los lustrabotas entrevistados fueron 48: 3 lo fueron en tres oportu­nidades, 11 en dos y los 34 restantes una sola vez. En suma, un total de 65 entrevistas, de las cuales 45 fueron registradas en grabación directa y el resto volcadas en notas del cuaderno de campo. Solamente a seis de los lustradores se les informó acerca del trabajo que se estaba efectuando; dos de ellos accedieron a una charla fuera de la parada. La muestra obtenida, a pesar de no haber sido extraída siguiendo criterios estadísticos, cubrió un espectro amplio y porcentualmente importante del universo elegido. La selección de los casos en esta muestra no probalilística respondió a una pauta a la que podría denominar como geográfico-social. La búsqueda se orientó hacia lustrabotas con puestos en las zonas más diversas de la ciu­dad, en la suposición de que las presumibles diferencias en la extracción social de los clientes y en el tipo de barrio podían influir de alguna manera sobre los informantes. La muestra se compuso con 29 lustrabotas de la zona del Centro (al que he considerado como limitado por Entre Ríos­Callao al oeste, Independencia al sur, Paseo Colón-Leandro N. Alem al este y Córdoba al norte); 4 de Once; 3 de Retiro; 2 de Liniers; 3 del Barrio Norte; 1 de Flores; 2 de Pompeya; 3 de Caballito y 1 de Parque Patricios. También visité en tres oportunidades el Sindicato de Lustradores; en una de ellas mantuve una conversación con el Secretario General y en otra participé de una asamblea de aftliados.

A pesar de que la mayor parte de la información está basada en da­tos primarios, pude conseguir algunos datos secundarios y de archivo me­diante visitas a la Dirección de Vía Pública de la Subsecretaría de Inspec­ción General de la Municipalidad y consultando distintos números del Boletín Municipal.

Para fmalizar con este punto, quiero mencionar un hecho que poco tiene que ver con lo metodológico pero que de todos modos no puede ser pasado por alto antes de ingresar en los capítulos. El trabajo de campo fue realizado entre noviembre de 1977 y abril del año siguiente. Este en­cuadre temporal coincidió de manera casual y sin que yo me lo propusiera ex professo con una circunstancia muy especial para los lustrabotas: la ca­ducidad de todos los permisos otorgados para el ejercicio de actividades en la vía pública. Como se sabe, a la Municipalidad siempre le ha corres-

9 Blalock, 1971, p. 50.

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pondido legislar y encuadrar normativamente todas las cuestiones relati­vas a la ocupación del espacio urbano. En virtud de las disposiciones al respecto, los individuos que querían ubicarse como lustrabotas estaban formalmente obligados a llenar algunos requisitos, cuyo cumplimiento los hacia acreedores a una habilitación oficial. Si bien muchos operaban sin ella, la existencia de este documento certificaba la existencia de un deter­minado reconocimiento estatal a la ocupación y un cierto grado de pro­tección y regulación sobre quienes lo ejercían. En agosto de 1977, sin que tomara mucho estado público, la Municipalidad decide drásticamente, a través de una ordenanza, poner fin al otorgamiento de todos los permi­sos concedidos para trabajar en actividades callejeras, resolución que in­cluía obviamente a los lustrabotas. La ordenanza los hacía caducar a par­tir del 31 de diciembre pero este plazo se prorrogó más tarde por dos meses más, hasta el 28 de febrero. Mi trabajo de campo se superpuso con el desarrollo de ese proceso y estuve así en condiciones de apreciar tanto lo que ocurría antes del vencimiento de los permisos como después de esa fecha.

Ordenamiento de los capítulos y estilo de exposición

A pesar de que, como ya dije, mi aproximación a los lustrabotas estuvo abierta a todo tipo de información, a medida que avanzaba en el trabajo de campo la propia dinámica de lo que se me presentaba iba aco­tando temas y especificando aquellas cosas que merecían un tratamiento más profundo. Lógicamente, al terminar con esta etapa de la investigación, me enfrenté a la tarea de organizar el vasto material recopilado. Como sostiene Hubert Blalock en uno de los párrafos de su "Introducción a la investigación social": "En todos los estudios que entrañan observación participante existe la imposibilidad manifiesta de estudiarlo 'todo'. El científico social debe a la postre ordenar sus datos para extraer algún sen­tido de ellos" 10• Ese ordenamiento reveló en mi caso la posibilidad de arti­cular la información alrededor de tres ejes: la carrera ocupacional de los informantes, las relaciones en que participan durante el ejercicio de su acti­vidad, y los niveles de identidad del lustrabotas. Estos ejes están volcados en los cinco capítulos que forman este informe.

En el primero de ellos analizo la trayectoria laboral de los entrevis­tados, desde el momento inmediatamente anterior al ingreso al oficio en adelante. Esto· me lleva a examinar las características de la fuerza de trabajo que se incorpora, las causas de la elección de esa ocupación por parte de los informantes y la estructura de edades de la muestra. Pese a que la investigación es de una marcada orientación cualitativa, muchos de los

w Blalock, 197l,p.53.

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Jatos de este capítulo pudieron ser relativamente cuantificados, de modo tal, que en su procesamiento y exposición utilicé ciertas herramientas de estadística descriptiva.

Las tres secciones siguientes describen el complejo de relaciones en que los informantes se inscriben y los actores sociales -individuales y corporativos- que se vinculan con ellos. En el capítulo 2 indago, desde la perspectiva dramática creada por el sociólogo norteamericano Erving Goffman, el tipo de interacción que el lustrabotas intenta establecer con sus clientes y los recursos expresivos que pone en juego al hacerlo. En el 3 expongo la particular atmósfera que preside las relaciones entre colegas y la hostilidad que parece darse a nivel intragrupal alrededor de los dos factores que determinan la ubicación de cada lustrabotas dentro del mer­cado del servicio: la parada y el precio. Se comprobará así que la implícita competencia que existe entre unos y otros deriva muchas veces en conflic­tos que adquieren una expresión manifiesta. La última parte de ese capí­tulo está dedicada a la máxima expresión institucional de la vida del grupo: el Sindicato.

El cuarto capítulo abarca las relaciones de los lustrabotas con· los organismos del aparato estatal que intervienen en el control y regulación de las actividades callejeras: la Municipalidad y la Policía. Aquí examino el plano de la legislación que afecta de manera particular a los lustrabotas y el nivel de la aplicación concreta de las disposiciones.

En el quinto, y último capítulo, recurro nuevamente al enfoque de Goffman y aplico sus conceptos de identidad social e identidad del yo al estudio de los informantes. De este modo, puedo rastrear los significados que los "otros" -o sea, los no lustradores- asocian a la imagen social del lustrabotas y, a su vez, cómo los lustrabotas en tanto tales se evalúan y se perciben a sí mismos.

En la exposición del material que integra el contenido de los capí­tulos, intercalo textualmente el relato de los lustrabotas respecto a los puntos que se van tratando; sus palabras constituyen fragmentos de las transcripciones de lo grabado o anotado en las charlas. Las interpretaciones que se hacen son así apoyadas por lo que dicen los informantes, mante­niéndose la riqueza y frescura de sus recursos retóricos y el testimonio de sus propios puntos de vista. Este contrapunto de niveles discursivos -el del observador y el de los observados- respondió a la decisión deliberada de amalgamar la objetividad de las condiciones y hechos externamente iden­tificables con la subjetividad de las definiciones individuales.

14

..

1

CAPITULO l. LAS PAUTAS DE RECLUTAMIENTO Y LOS PATRONES DE PERMANENCIA EN LA OCUP ACION

En este capítulo indagaré qué tipo de alternativa labotal constituye el oficio de lustrabotas y qué clase de sujetos son los que lo ejercen. Este propósito implica tener en consideración lo siguiente: i) las características de la fuerza de trabajo que se incorpora a la actividad y las condiciones en que lo hace, y ü) el grado de permanencia en la ocupación. Para desarro­llar estos ternas instrumentaré un criterio secuencial, reconstruyendo mí­nimamente las tendencias relativamente típicas de las carreras laborales de los lustradores, desde el momento anterior a su ingreso al oficio hasta el período en que fueron hechas las entrevistas.

Edad de ingreso y motivos de incorporación

Para comenzar el análisis, quiero mostrar la distribución de los com­ponentes de la muestra según su edad al incorporarse al lustrado. A partir del ordenamiento de estos datos y su enlace con los motivos declarados de ingreso, se podrán entender los patrones de reclutamiento y seguir la lógica de las trayectorias 11

CUADRO l. - Distribución porcentual de loa lustrabotas de acuerdo a la edad de ingreso al Of"ICiO

Edad de lnan80

Hasta 29 30 a 39 40a49 50 y más años

Jl'recuencla porcentual

28 18 15 39

100 (n == 46)

La frecuencia más alta se da entre aquéllos que ingresaron a los 50 y más afios; en realidad, representan más de la tercera parte de la muestra. En orden de importancia, les siguen quienes lo hicieron antes de los 30.

11 Advierto al lector sobre la sorpresa que le puede acarrear ver distintas n en los cuadros. Lo que ocurre simplemente es que no se consiguió una información cuantitativamente part:ja para todos los ítems o campos de preguntas.

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Por detrás de la apertura de ambas categorías, los límites del rango de la distribución están representados, por un lado, por dos lustradores que han estado en el oficio con recurrentes entradas y salidas desde el inicio mismo de su vida activa en la nifiez; y, por otro, por un entrevistado que se incor­poró nada menos que a los 65 afi.os.

Las dos categorías que constituyen los polos del orden clasificatorio convocan a la gran mayoría de las unidades de la muestra; los que entra­ron más jóvenes y los que lo hicieron en las etapas más avanzadas del curso vital reúnen en conjunto más de las dos terceras partes de los lustradores registrados. Esta distribución cobra relevancia en la medida en que se la vincule con los datos relacionados a las causas declaradas de ingreso.

CUADRO 2. - Porcenayes de lustrabotas según motivo declarado de ingreso a la actividad

Motivo de in&reao

Deficiencia física Desempleo Edad avanzada Otros

Frecuencia porcentual

54 26

5 15

100 (n = 39)

Más de la mitad de los lustradores agrupados se incorporaron a la actividad por razones ligadas a un deficiente estado de salud. Podían dis­tinguirse tres clases diferentes de deficiencias físicas: las relacionadas a malformaciones congénitas y dolencias sufridas en la nifiez o adolescencia, que han dejado secuelas; lesiones graves o amputaciones, derivadas de accidentes que provocaron un estado de incapacidad parcial; y las enfer­medades asociadas al envejecimiento natural (sorderas, artrosis, afecciones cardiovasculares, etc.). Esta información especifica y aclara la distribución vista en el cuadro 1 : una alta proporción de los lustradores que se incorpo­raron antes de los treinta afl.os habían sufrido la ablación de algún miem­bro, habían nacido con alguna malformación congénita o bien habían tenido, por ejemplo, poliomielitis durante la niñez; aquellos que ingresaron con 50 y más afl.os lo habían hecho en función de dolencias típicas de la edad (problemas visuales, hipoacusia, trastornos cardíacos, etc.). El alto porcentaje de ingresados por causas de salud y los distintos tipos de dolen­cias explican en parte la distribución por edades de incorporación.

En general, las dolencias declaradas se traducen en un marcado es­trechamiento de la capacidad laboral requerida en los puestos convencio-

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r ¡ nales de trabajo. La emergencia de esa incapacidad constituyó en estos

casos una situación personal muy crítica, frente a la cual el lustrado, en virtud de las escasas barreras que antepone en un primer acercamiento, surgió como una opción poSible:

. .. yo estoy lustrando hace diez años. Tuve necesidad. Estuve operado y no podía doblar la pata tampoco. Salí del hospital y no sabía cómo ganarme la vida. Yo antes trab~aba de pintor. Entonces salí y se me dio por lustrar. "Me voy a meter de lustrador", dije. Yo fui a Constitución y miraba. Había un viejo y le preguntaba. Por ahí voy y encuentro a un viejo jubilado. Era de Salta, estaba con el clijón de lustrar. Y digo: "¿Pero si éste anda lustrando, por qué no lo puedo hacer yo?". Y ya me hice un clijoncito. En esa época con unos pocos pesos me lo armé el c~ón ...

En una línea semejante otro lustrador comentaba:

... pero, ¿qué querés?, tuve un accidente y perdí la pierna. Esto no nació de mí. Yo estuve dieciocho años de camionero, viejo. La ver­dad que· si no hubiera tenido el accidente, no estaría acá sentado. A lo mejor hubiera tenido un futuro mejor. ..

Retomando el cuadro 2, la segunda motivación es el desempleo. Entre los que entraron al oficio movilizados por esta causa, registré, por ejemplo, un individuo que quedó sin trabajo al ser desmantelada la Corpo­ración de Transportes, un ex capataz de la empresa Otto Bemberg que quedó sin empleo al cerrar el establecimiento, un radio-control de Radio Belgrano despedido por razones políticas en el afl.o 55, un marquista­vidrierista que aún no había encontrado ubicación en su oficio desde que había llegado a la Capital hacía menos de un año, y un gastronómico que manejaba la máquina de preparar café en el bar de un hotel. Es interesante señalar que en siete de los diez casos que componen esta categoría, la sa­lida o despido del trabajo inmediatamente anterior al lustrado se produjo cuando tenían más de 40 afl.os. En nuestra sociedad las posibilidades de re­ubicación de la mano de obra, pasada cierta etapa del ciclo vital, comien­zan a disminuir: no es lo mismo buscar trabajo a los 25 6 30 años que a los 45 ó 50. Este fue el escollo que debieron afrontar algunos de estos entre­vistados y ello los impulsó hacia el oficio como destino ocupacional.

Entre los motivos de ingreso también aparece una categoría a la que he llamado "edad avanzada". A ella corresponden dos sujetos que decla­raron no sufrir trastornos orgánicos ni haber sido dejado cesantes antes de incorporarse a la actividad. Ingresaron porque no estaban en condiciones económicas de estar "parados", y como ya eran muy viejos para aspirar a otro tipo de ocupación, vieron en el lustrado un medio probable de subsis­tencia. Ambos ingresaron cuando tenían más de cincuenta afl.os. Uno de ellos manifestaba:

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... yo soy jubilado y el jubilado tiene que trabajar. ¿No ve? Con la miseria de jubilación que cobro me alcanza para pagar el alquiler y nada más. Y, ¿dónde va a buscar trabajo un hombre de setenta años?, ¿adónde va a buscar? Ninguna casa quiere hombre viejo, quieren hombre joven. Al hombre viejo en ningún lado lo quieren, en ningu­na casa lo toman ...

La última categoría a considerar -"otros motivos"- es la más hete­rogénea. Incluye un entrevistado que ha lustrado prácticamente durante toda su vida, desarrollando la actividad en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires (San Andrés de Giles, Mercedes, Junín); un ayudante de confitería que comenzó a lustrar como complemento para aumentar sus entradas monetarias; tres personas que declararon haberse incorporado deliberadamente, alentados por el deseo de obtener un ingreso superior al que venían percibiendo en sus trabajos precedentes; y un muchacho de 29 años que comenzó a los 21, obligado por su padre, quien lo mandó a trabajar.

Los tres individuos que manifestaron haberse acercado al oficio mo­tivados por la expectativa de recibir mejores retribuciones en comparación con lo que venían cobrando en sus actividades anteriores, se emparentan de alguna manera con los desempleados, porque aunque en el momento inmediatamente anterior a su ingreso al oficio estaban desarrollando acti­vidades remuneradas -no habían sido despedidos ni habían cerrado los lugares donde trabajaban-, lo estaban haciendo en condiciones de subem­pleo y además,dado el estadio del curso vital en que se encontraban, te­nían reducido el espectro de alternativas de cambio hacia otras ocupacio­nes. Uno de ellos era dependiente en un puesto de diarios y a los cincuenta y cinco años decidió abandonarlo:

... antes estaba con los diarios. Pero ahora los diarios murió, viejo. Un día de trabajo con eso no vale ni para un café con leche ...

El segundo había sido cocinero en Santiago del Estero, en donde lustraba como actividad suplementaria. Al migrar a la Capital asumió el lustrado como único trabajo. El tercer caso -un hombre de 67 años que se incorporó a la ocupación a los 62- es la imagen de un curioso periplo vital, que desemboca en el lustrado bajo el influjo de un casual efecto de demostración:

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... yo tenía un puesto de almacén en la feria de Iriarte y Vieytez, en Barracas. Y se me ocurrió hacer más de lo que tenia que hacer y entonces perdí. Por las mujeres ... Yo quedé viudo en el 54. A mí en mi juventud me gustó trabajar. Y mientras mi mujer vivía, yo trabajaba bien, iba todo bien. Había dinero, había casa. Cuando murió mi mujer me empezaron a buscar mis amigos: "Che, mirá, vamos ... ". Yo la quería mucho a mi mujer, pero no me ponía

triste porque ya había muerto. Yo la quería, sabía que la quería pero podía yo también haber muerto, no? Entonces yo salía con los amigos. Y entonces ahí ... Me enamoré de una piba que no valía nada, y como estaba enamorado entonces lo que me pedía se lo da­ba. Y cuando no le quise dar más, me largó. Y para que vuelva en­tonces tuve que empeñar mi casa. Eso no es una novela, es verdad. Entonces me largó lo mismo. Me quedé sin nada prácticamente. Me había peleado con mis dos hijas. No les di nada, ni herencia ... No me había quedado nada, sin mina, sin nada, sin casa, sin mis hijas. Después el tiempo iba pasando y mis hijas me perdonaron. Después trabajé de peón ... Y un día se me dio por lustrar ... pero eso era allá por el año ... porque yo ahora tengo sesenta y siete. Vengo a Cons­titución y me hago lustrar por un pibe. Salía ochenta pesos la lus­trada. Entonces le digo: "¿Y vos cuánto hiciste?"; y dice: "Ya hice dos lucas, voy para tres". Y le digo: "¿En cuánto tiempo? .. ; "Y, hará dos horas más o menos"; "Ay, la pucha ... ". Yo andaba ven­diendo helados. Yo había salido hacía ya tres horas y había hecho recién mil pesos, de aquel tiempo, no?, ya se sabe ... Ellos trabajan­do menos horas que yo hacían más dinero. "Y éste en menos de dos horas ya va a hacer tres mil", me digo, "entonces me voy a buscar un cajón". Y ahí nomás empecé. Yo había lustrado de chico pero no me acordaba de nada. Me puse en Lima y O'Brien ...

Quizás, el caso más atípico sea el del lustrabotas más joven de la muestra:

... yo fui un vago casi toda la vida, no dependí de nadie. Vivía con mi viejo, y a veces me iba de mi casa, me iba a otro lado a vivir con un amigo, viste? El cree que yo soy un vago y entonces me dio que salga a trabajar con esto. La culpa no es mía, la culpa es de mi viejo. Yo por lo menos nunca quise hacer este trabajo. Pero, ¿qué va a hacer?, son cosas que ... mi viejo me dio el trabajo este. Yo le digo en honor a la verdad que yo fui un vago siempre ... Veintidós iba a cumplir. Yo aprendí solo, nunca había tocado antes el cepillo. Mi viejo me compró el cajón y salí a lustrar a Temperley. Me dijo: "Tomá y andá". Yo le dije: "Me voy a ir a Temperley a lustrar" ...

De lo expuesto hasta ahora, se infiere que la mayoría de los infor­mantes adoptó el oficio en condiciones personales muy desfavorables. Muchos de ellos carecían de historias precedentes a la incorporación que involucraran calificaciones laborales elevadas, circunstancia que reducía a~ más sus oportunidades de elección. Aunque los datos sobre los ciclos ocupacionales pretéritos son fragmentarios, pueden dar alguna idea de las tareas realizadas antes de lustrar. Una alta proporción de lustrabotas pro­viene de las categorías inferiores del gremio de la construcción y de la gas­tronomía: mozos, ayudantes de cocina, peones de obra y albaililería, pintores, etc. También había estibadores, zapateros remendones, algunos obreros con distintas calificaciones dentro de la industria metalilrgica (des-

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de simples operarios hasta un soldador), un camionero, etc. Los oficios de mayor calificación que pude encontrar fueron los de radio-control, rotisero y rnarquista-vidrierista. El individuo que trabajó en Radio Be~o fue despedido por motivos políticos y además tenía un defecto en ~s pternas, lo cual seguramente atentaba contra sus posibilidades ocupactonales; el marquista-vidrierista había llegado a Buenos Aires hacía pocos ~eses Y mi pronóstico era que podía llegar a desertar del lustrado en poco tlempo; por último, el ex rotisero había trabajado en el Plaza Hotel pero por pro­blemas en la vista había quedado sin empleo a los 48 aftas. Como se ve, incluso para estas personas con status ocupacional comparativamente me­jor, la emergencia de un estado crítico mermó en forma ab~pta sus oportunidades laborales, suscitando su incorporación a la acttv1dad de lustrabotas.

Otro elemento que puede ayudar a caracterizar el estado y situació~ dramáticos en que se hallaban gran parte de los entrevistados al adhenr al oficio es la carencia de beneficios jubilatorios o pensiones. Ya sea por negligen~ia estrictamente individual o falta de información y relaciones personales, por no haber llegado al mínimo de afi.os estipulados. por la legislación previsional para hacerse acreedor al amparo estatal, o bten por haber desarrollado sus trayectorias ocupacionales en empresas que no actuaban como agentes de retención, lo cierto es que muchos de lo.s lus~ra­dores no percibían ningún haber jubilatorio. Por supuesto, esta Sltuactón no se daba en todos los casos y, además, algunos declaraban en el mo­mento de las entrevistas que estaban haciendo los trámites para acceder a la cobertura previsional. Pero lo que me interesa remarcar en :ste punto no es tanto lo que ocurría en el período del trabajo de campo, SlfiO en rea­lidad reconstruir la situación prevalente durante la época de entrada al lustrado.

En resumen, la presencia de situaciones de enfermedad que inhabi­litaban la plena utilización de la fuerza de trabajo, el desemple~ a edades en las cuales el acceso a la franja formal del mercado de trabaJO se hace cada vez más difícil, la no posesión en algunos casos de oficios de alta c~­ficación que suelen ampliar las posibilidades ocupacionales, y la ausenaa de recursos sustitutivos, permiten establecer la idea de que el lustrado en­carnó una alternativa, seguramente no desea~ pero ~ternativa al fm, ante estados de necesidad imperiosa. En algún sentldo aqu1 valen, aunque están aplicadas al análisis del subproletariado argelino, las p~bras de Pierre Bourdieu: "En la gran mayoría de los casos, no es el trabaJador el que es­coge su trabajo, sino el trabajo el que escoge su trabajado~" (mi traduc­ción)1l. En su estudio sobre migración y movilidad ocupaCional en Mon­terrey, Batán et al. describen -obviamente en otro contexto- un rasgo

ll Bourdieu, 1979, p. 56.

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r ~ r i

de rigidez opcional semejante para otra ocupación por cuenta propia de baja jerarquía, los vendedores ambulantes: " ... son empleados por su cuen­ta no tanto por gusto como por no poder conseguir un trabajo mejor" 13•

Facilidad de ingreso, barreras a la instalación y estilos de permanencia

El seguimiento de las carreras laborales de los lustrabotas obliga a considerar el tema de la estabilidad en la ocupación; además, dados ciertos matices inherentes a la naturaleza del lustrado callejero, tales como la flexi­bilidad en el manejo del tiempo de trabajo y la ausencia de una relación de empleo contractual, vale la pena prestar atención también a la cue~tión del ejercicio paralelo de otras tareas.

Se dice habitualmente que uno de los rasgos distintivos de las acti­vidades informales es la "facilidad de entrada". Según Tokman, dicha faci­lidad "está proporcionada principalmente por la ausencia de barreras admi­nistrativas y en especial por los escasos requerimientos de capital tanto físico como humano" 14

• Es indudable desde este punto de vista que entrar a la ocupación de lustrador no exige, por lo menos en teoría, grandes re­quisitos: cualquiera, aun aquel que no tiene un ejercicio pleno de sus facul­tades físicas, puede armar un cajón, ponerse en una esquina y empezar a sacar lustre a los zapatos de los transeúntes. No se necesita una gran inver­sión ni tampoco largos afi.os de aprendizaje; ambos requisitos pueden pre­sentarse en la mínima expresión imaginable, y ello es lo que permite preci­samente que fuerza de trabajo de las características ya descriptas asuma el oficio. Pero en verdad esta "facilidad" es sólo virtual, potencial y no real. Cuando el analista penetra con mayor precisión en el mundo específico de esta ocupación. comienza a percibir que si bien es cierto que el acceso pri­migenio y el emprendimiento de la actividad son sencillos, esto no se tra­duce de ninguna manera en una facilidad de "iniciación".

¿Qué quiero significar con esto? Aunque potencialmente la actividad no presente requisitos de difícil cumplimiento, hay una serie de condi­ciones que traban el establecimiento en la ocupación, una vez soslayado el primer momento en que se decide probar suerte con el lustrado. Habría que distinguir tres etapas o niveles: el ingreso, la instalación y la perma­nencia.

En el caso de los lustrabotas, el primer momento impone un bají­simo tono de condicionamientos (ínfimas inversión y habilidad laboral). Pero una vez que el lustrador se ha equipado y ha decidido comenzar sus

13 Balán, Browning y Jelin, 1977, p. 261. 14 Tokman, 1979, p. 10.

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actividades como tal, aq~lla supuest:: ~~~~~~:C~~sr~~;r:~~~~;:;~~~~~ parece Y en su lugar se engen una sene k.i tiene en esta línea: a veces hostigan su instalación. Dagmar Raczyns sos. ión de las acti " ... diversos estudios han señalado aspect~s d\l:r~r:aa;~z~ entrada. Entr~ vidades informales que muestran que ~XISte? la clientela la locali­éstas se han mencionado los lazos parttculanstas con . , ceso a zación espacial de las actividades ( co?trol de call~~d barr:~~~~ ~~sos de fuentes no institucionalizadas de crédtto y la neceSl en

. fi . 1 "lS perm1sos o 1c1a es · ,

1 b sal dos clases de obstacu os que En el caso de los lustrabotas so re en . . , . . 1 aplicada , d . t l c'ón· a) la legislaclOn muructpa atentan contra una como a ms a a _1 , • d la caducidad de los per-

a través de los inspectores y la. p~hcta (el t~~a e la introducción, es un misos y las ordenanzas proscn~bvas anuncta. o en acio físico donde

~:::r~~:~~e~::i~~at;{ ~~:Oc~CSl~~t~;l~~p~!~:~~p~ r~~~~:~~l d~e~:!~:~~~~ arada sin interferencms. omo eJem . ,

una p 1 cuarto capítulo volveré al tema de las relaciones co~ ~ pohcta-, ~ ~~~r:dor describió sus accidentadas excursiones por dtstmtos puntos.

. b f mal me clavé. y fui al la primera vez fui a la estacl n y me ue , ' bia de zona ~tro día y también me quemé. Entonces habla que cam r cinco porque ahí no lustraba nada. Hacía una lus~~~e~.~~~\~;a~oiroa otro horas. Enton~~s estu~e un;lsem~a .Yu:~ia lJmtércoles, lustré jueves, lado a buscar . Me vme a ores, Ul ll en "naca" Me pidie­viernes, hast~ el sábado. ~1 sába~o ~~ :~~:o~incuenta. Yo ya pen­ron el permiSo, no lo tenása ... a en bÍa los problemas. Yo tuve mu­saba largar, no lustrar m porque sa ·eron a mi Iba a un chos problemas; cuando empecé todos me ~~~~ Me deci~: " ... ¿el lado y me corrían iba a otro lado y me co . . . la cuarta

" ' d E t ve en Tribunales y me corrto ' permiso? Y yo na a. s u . . á e use allá enfrente y estuve en la puerta .del p~cto. V~e a~~ ~s~ve dos meses Y me me 7orrieron. M~ fu~~e f:a~ ~=t~~1. ~~ corrleron. Me fui a Consti­co~1eron. A~e ~ volv' a Flores Y me volvieron a correr. Hasta tuc1ón, lo miSmo. •

1 á y nunca me corrieron. ¿Sabés

que al :~O:~r~~e~~=!~;e .. ~~:: :~~van nunca, los corremos todos por qu . " M h y y mañana vengo de nuevo, me los días y siempre... . eLocorren o ' Los canas nunca me llevaron corren y vengo de nuevo. s canas .... de acá. y después ya me quedé ...

'ó d un referente geográfico como El segundo escollo' la poseSl n ~vidad callejera generalmente no

condición b~sica de desarlrollo ~u:~~~ inicios introducirse en pugnas y ambulante, unpone por o com

15 Raczynsld, Dagmar, "Sector m orm ur . . f al bano· algunos problemas concep-tunlcs'~ en Klein y Tokman, comps., 1979, p. 27.

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conflictos con otros lustradores ya instalados que, por supuesto, no desean la proximidad de nuevos competidores que pongan en jaque su monopolio zonal:

... cuando yo vine acá, me querían correr los de allá, los de la plaza. Que no pertenecía a acá me dijeron: "¿Y esto qué es?", les dije y saqué el carnet, el permiso. Ahí se quedaron piolas pero igual me siguieron molestando por un tiempo, porque ellos siempre cobraron diez más que yo ...

Los conflictos por el control del territorio y las refriegas que provo­ca el tema de los precios, en verdad, subsisten más allá de la etapa de ins­talación, como se verá en el capítulo tres. Pero no obstante esta pervi­vencia de las pugnas, el período álgido para un lustrador se plantea al prin­cipio, cuando debe obtener su propio espacio. Una vez que lo logra, y a pesar de que pueda seguir teniendo problemas, ya puede considerarse un hombre del oficio.

Hasta aquí se tiene el siguiente panorama: una actividad en donde los requisitos de ingreso son bajos pero que exige la superación de ciertas dificultades para el establecimiento. ¿Qué ocurre con el tercer momento que he propuesto?, vale decir, ¿es duradera o no la permanencia de los sujetos en la ocupación, con qué grado de estabilidad se asume el oficio una vez trascendida la etapa de establecimiento?

El oficio no exige como en otros casos el cumplimiento de horarios y ni siquiera se está en la obligación de ubicarse todos los días sentado frente al cajón; es más, se puede permanecer durante algún tiempo sin ejer­cerlo y más adelante retomarlo. Una amplísima gama de combinaciones de entradas y salidas a la ocupación están abiertas y, dado el alto grado de flexibilidad intrínseca, los sujetos pueden ajustar su relación con la activi­dad de acuerdo a las situaciones y necesidades personales. Es por ello que hablar de estabilidad en el caso de los lustrabotas, no supone un recuento de afios de desempefio ininterrumpido y continuo -aunque en algunos de los entrevistados así sea-, sino más bien de una carrera que tomada en forma global nos puede dar alguna idea de los patrones de permanencia y antigüedad, a pesar de aquellos lapsos de salida. Hecha esta aclaración, si se toma la edad de los lustradores al ingresar al oficio y se la combina con las edades que tenían al momento del trabajo de campo, el 59 por ciento de los sujetos ejercen la ocupación ya sea de manera ininterrumpida o discontinua desde hace diez afias y más. En realidad, en algunos casos la antigüedad es elevadísima; vayan como ejemplo tres lustrado res que man­tienen una vinculación más o menos constante con el lustrado desde hace 22,25 y 35 ai'i.os respectivamente.

El hecho de que bastante más de la mitad de los entrevistados esté en el oficio desde hace más de una década, es sin duda función de la vigen-

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cia de las circunstancias personales que provocaron el ingreso. El trans~­so del tiempo ha reforzado aquellas condiciones de enfermedad Y enveJeCi­miento inhabilitante, estimulando la permanencia en el lustrado, una vez superado el trance de la instalación.

Esta inclinación a aferrarse al oficio aparecía notablemente remar­cada en las respuestas que daban algunos lustrabotas ante la pregunta sobre qué iban a hacer en caso de que la ordenanza que fijaba la ~aduci~ad de tos permisos se cumpliera estrictamente. Prácticamente nad1e de~1a que iba a abandonar el lustrado, todos sentían que más allá del oficto muy pocas eran las opciones que quedaban. Por eso, exp_resab~n que pensab~ continuar a toda costa, aunque no lo pudieran segurr hactendo en la calle.

. . . si prohíben, yo trabl\io en el mercado de acá a la vuelta, me voy con el cl\ión y chau... . ... yo me voy a lustrar adentro del bar; de ahí no me van a sacar, 01

Videla ... ... ya hablé con los de Chevalier y me van a dejar que me ponga en la playa de salida de los colectivos ... . . . tendré que buscar otra zona, en la provincia. Hay que buscar una zona en la provincia. Pero seguiría como lustrador ...

El patrón de estabilidad apuntado no debe hacer pensar en una tra­yectoria de permanencia lineal para el conjunt? de los caso_s. Algunos d~ los entrevistados comenzaron, dejaron por un ttempo y volVteron después, otros ejercen durante ciertos peri~dos más o men?s prefijados, alternando con cierta regularidad, preestablectda por ellos mtsmos, con el desempei\o de actividades sustitutas; otros,fmalmente, recurren comúnmente all~s­trado como ocupación de emergencia en coyunturas e?- las. c~es no tte­nen trabajo en el oficio que juega para ellos como medto prmctpal de sub-

sistencia. Un ejemplo de esta modalidad de carrera que incluye entradas Y sa­

lidas es el caso de un hombre de unos 40 afias que ha lustrado durante casi toda su vida activa. No lo hace en forma continuada: en verano lustra pero en invierno vende maníes en la puerta de la iglesia de Pompeya, aten­diendo un hornito en el que tuesta y prepara su mercadería. El sujeto, siguiendo un criterio estacional, tiene perfectamente pautadas .las ta:eas que debe cumplir a lo largo del año. El principio estacional tamb1én guta el ciclo anual de otro individuo, pero éste en lugar de lustrar en verano, lo hace en invierno, dedicándose en la temporada estival a vender helados por

la calle. Otro caso es el de un hombre que se vuelca al lustrado en aquellas

coyunturas en las que no tiene trabajo como pintor:

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... no tengo trab~o en la empresa. Yo soy pintor, preparo las ~intu­ras, todo. Pero me dan por temporadas porque no estoy efectivo en

la empresa. Ahora me van a dar un lugar para estar efectivo. De maestro, no? Pero cuando no hay, tengo que hacer una cosa u otra ...

La pauta de alternancia con otras actividades y la adopción coyun-tural del lustrado como recurso para engrosar ingresos, parecen guardar alg~ rela_ci~n con el período del ciclo vital y con el momento del tiempo familiar. St b1en los datos no permiten-generalizar ni f.tjar porcentajes, de­tecté dos casos en los que los individuos -uno era obrero industrial y el otro, mozo e~ una pizzería- comenzaron el lustrado como una changa compleme_ntana en la época en que tenían hijos que mantener, para luego pasar a eJercerlo como actividad exclusiva cuando los vástagos ya eran grandes y las responsabilidades paternales habían desaparecido .

La estructura de edades

Para finalizar con este capítulo voy a situarme en algunos aspectos ~ue mos~raba la situación del grupo, no ya en el pasado ni en las etapas mtermedtas de las carreras, sino en el período contemporáneo al desarrollo del trabajo de campo .

. En primer término, los datos señalan la existencia de algún tipo de vinculación -más o menos adelantada al fmal del punto anterior- entre las composiciones familiares y el ejercicio simultáneo de otras ocupaciones además del lustre. Aunque en el conjunto del grupo no son muchos los que desempeñan otras actividades -sean éstas principales o secundarias en tér­minos de ingreso Y horas de dedicación en relación a la importancia del lustrado-, ni tampoco es elevado el número de lustradores con obliga­ciones económicas hacia hijos (esto se asocia con la estructura actual de edades y hace pensar que la mayoría de los informantes está atravesando aquella etapa del ciclo vital en que la descendencia ya se ha ido del hogar), los datos tabulados en el cuadro 3 sugieren la existencia de alguna relación entre una circunstancia y otra. El desempeño dual de ocupaciones es alen­tado en parte por la necesidad de ingresos superiores, como consecuencia de las tE-ayores ero¡~aciones derivadas de las responsabilidades parentales. En el marco de esta dualidad, el lustrado puede ser ejercido bien como

CUADRO 3. - Porcentajes de lustrabotas que ejercen o no otras actividades en rela­ción a la existencia de obligación económica hacia hijos

Mantienen hijos

No mantienen hijos

EJercen a.Ia:una otra actividad remunerada

75 (6)

25 (2)

100 (8)

N o ejercen nincuna otra actividad remunerada

29 ( 9)

71 (22)

100 (31)

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changa supletoria o bien como recurso principal, quedando para el trabajo restante el papel de suplemento.

Finalmente, el cuadro 4 presenta datos sobre la edad de los lustra­botas en el momento del estudio.

CUADRO 4. - Distribución porcentual de los lustrabotas según edad en el período de las entrevistas

Edad

18 a 29 30 a 39 40 a 49 50 y más a1ios

Frecuencia porcentual

2 6

28 64

100 (47)

Estos porcentajes indican una muestra netamente "vieja". Casi las dos terceras partes de los lustrabotas tienen cincuenta y más años. La apertura del intervalo final esconde en realidad la presencia de hombres que tenían, por ejemplo, nada menos que 63, 64, 67, 70, 73 y 77 años. Estos resultados están en concordancia con lo postulado por el Progra­ma Regional del Empleo para América Latina y el Caribe respecto al con­junto del sector informal. Según estudios hechos en el marco de ese programa, por lo general los integrantes del sector son las personas de me­nor instrucción, las más jóvenes, y las de mayor edad de la fuerza de trabajo. En Asunción, por ejemplo, se observó que el sector incluía al 65 por ciento de los que contaban más de 54 años 16

• También vale_l~ pena citar a Tokman y Souza, quienes refuerzan la idea de que las act1Vldade_s informales concentran a los trabajadores de menor y mayor edad, especi­ficando que "en los casos de Asunción y San Salvador se pudo compro_b~r que los más jóvenes eran generalmente empleados y obreros (en el serv1c1o doméstico y en las pequeñas empresas), mientras los más viejos eran prefe­rentemente trabajadores por cuenta propia" (el subrayado es mío)

17-

Cabe hacer una consideración fmal. El contenido de este capítulo arroja un balance de carreras plagadas de limitaciones y dificultades. En este sentido, el ingreso a la ocupación y la permanencia en el~a parecen delineados por un marcado determinismo. Sin embargo, la VIda d_e los entrevistados no transcurre por caminos prefijados; por el contrano, el mundo del oficio está matizado de circunstancias y relaciones muy diver­sas a las cuales los lustrabotas simultáneamente modifican Y se adaptan, co~struyendo en ellas su propia realidad.

16 PREALC, "La polÍtica de empleo en América Latina: Lecciones de la expe-riencia de PREALC'~en PREALC, 1978, p. 11. , .

17 Souza, Paulo y Víctor Tokman, "El sector informal urbano en Amenca Latina", en K1ein y Tokman, comps., 1979, p. 32.

26

CAPITULO 11. EL LUSTRABOTAS EN ESCENA: LA INTERACCION CON EL CUENTE

El objetivo de este capítulo es delinear el tipo de relación que el lustrabotas establece -o por lo menos, intenta establecer- con quienes constituyen el referente básico de su actividad: aquellas personas que re­quieren de su servicio en la vía pública, los clientes. Para ello abordaré al lustrador en su situación y lugar de trabajo, exarrúnando en qué forma se presenta y se comporta ante ellos y cuáles son los propósitos que lo im· pulsan a hacerlo de la manera en que lo hace. La sugestiva perspectiva que el sociólogo norteamericano Erving Goffrnan propone para enfocar la interacción y las relaciones rnicro·sociales que los hombres mantienen du­rante la vida cotidiana, constituye el marco analítico del capítulo.

Según Goffman, en la vida diaria cuando un hombre se presenta en forma tísica inmediata ante otros, por lo general estará interesado en con­trolar la conducta de éstos y en especial el trato con que le corresponden. Independientemente de los motivos que lo animen a participar de la in· teracción y de los objetivos que persiga a lo largo de la misma, el individuo tratará de regular y guiar las respuestas que los otros puedan darle. Esto se logra en gran parte influyendo en el clima del encuentro y en la defini· ción de la situación interacciona} que los otros vienen a formular. Goffrnan apunta que la persona "puede influir en esta definición expresándose de modo de darles (a los observadores) la clase de impresión que habrá de llevarlos a actuar de acuerdo con su propio plan. De esta manera, cuando el individuo comparece ante otros, habrá por lo general alguna razón para que movilice su actividad de modo que ésta transmita a los otros una impresión que a él le interesa transmitir" 11~.

Para transmitir las impresiones el individuo utiliza una serie de re­cursos: el medio en que actúa, el vestuario, los gestos corporales, las pau­tas de lenguaje, los movimientos, las expresiones faciales, etc. Con el fln de impactar a sus observadores de una manera acorde con sus objetivos, también emplea determinadas técnicas: idealiza, dramatiza, tergiversa, rnistiflca, etc. Mediante la puesta en juego de estos recursos y técnicas, el individuo exhibe su capacidad para producir impresiones en otros, vale decir, despliega su expresividad. Considerada en su conjunto, la actividad expresiva de la persona está compuesta por dos tipos diferentes de comu­nicación: por una parte, la expresión verbal y, por otra, la expresión cor­poral, gestual y contextual.

A juicio de Goffman, se puede pensar al individuo en la vida real como alguien que opera de una manera bastante similar al actor que interviene en una flcción. El individuo también asume un papel, un modo

18 Goffman, 1971, p. 15 y 16.

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'" 1

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de expresarse y presentarse, a partir1 del cual pretende proyectar ciertos estímulos dirigidos hacia otras personas que conforman el público ante el cual actúa. Para describir la problemática de la interacción, Goffman pos­tula la aplicación de un peculiar modelo analógico: el de la actuación o representación teatral. De allí que él mismo califique a su perspectiva de dramática y que gran parte de sus conceptos deriven del teatro y de la dirección de escena.

Después de esta sucinta exposición de la perspectiva goffmaniana, debemos volver a nuestros personajes. ¿Qué clase de impresiones intenta provocar el lustrador al enfrentarse al cliente?, ¿qué mecanismos expre­sivos pone a prueba al hacerlo?. ¿qué objetivos persigue mientras interac­túa con quien demanda su servicio?

Los clientes representan la principal -o mejor dicho, única- fuente de ingresos del lustrabotas en tanto tal. Su sobrevivencia en el oficio está determinada por la cantidad de éstos que logre captar. Por consiguiente, todos sus empeños expresivos estarán orientados a conquistarlos y mante­nerlos. El lustrabotas recurrirá a su arsenal escénico para diferenciarse del resto de sus colegas, articulará explicaciones para justificar el precio de su servicio, fomentará impresiones dirigidas a resaltar la calidad de su trabajo, e idealizará el contacto con su cliente, acentuando la impresión de singu­laridad en el trato. En función de estos mecanismos, intentará, por un lado, extraer de la masa de gente que transita junto a su cajón el mayor número posible de personas que decidan hacerse lustrar y, por otro, con­vencer -más o menos explícitamente- a aquellos que han decidido re­querir de su servicio de que vuelvan a hacerlo en el futuro.

En este capítulo, imaginaré al lustrabotas como un actor que encama un personaje y ubicaré al lector en una platea de primera fila desde la cual pueda ver sin dificultades el espectáculo. La exposición seguirá la secuen­cia de la representación. De este modo, tendremos la oportunidad de per­cibir los recursos y técnicas que el lustrabotas maneja durante la actuación y los obstáculos que se le plantean en el desarrollo de la misma.

La disposición escénica y el vestuario

Como cualquier otro actuante, para desarrollar su representación el lustrabotas cuenta con una dotación expresiva específica. En primer lugar, debe armar un escenario. Habitualmente el lugar elegido para el montaje es la zona más estratégica de la calle: la esquina. Se ubica a la entrada de una terminal del ferrocarril, en la puerta de un banco o en los umbrales de una pizzería o un bar, pero siempre tratando de asegurarse la proximidad de un flujo incesante de peatones del que provendrá su audi­torio, el cliente. A diferencia de otras ocupaciones en las que el medio tiende a permanecer ftjo, el lustrabotas está en condiciones de trasladar su

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equipo pen:nane~tement~. _El médico n? puede desplazar su consultorio todos. los ~tas, nt el ~ecamco de automoviles movilizarse con su taller. En carnbto, SI el sol calienta demasiado o el frío lo hostiliza el lustrador corre unos metros su escenario buscando una ubicación más cómoda. y ~s aún, puede d~sechar ~ estabilidad geográfica de una parada y pe~e­gnnar con su eqwpo conVirtiéndose en un verdadero actuante nómade.

. . Al d~poner su_ medio, ubica en el centro del escenario su símbolo de tdentificactón: el Cél.JÓn de lustrar. El cajón es la señal que lo anuncia y ~o supone. ~ab~ que_, aunque se ausente unos instantes, la presencia del ca­JÓn es tan Sigruficatt~a qu~ los ~rasc:~ntes imaginarán su propia presencia. No hay lu~rabotas sm CaJÓn, m caJon sin lustrabotas a la vista. Además puede servrrle P~ distinguirse del resto de -sus colegas. No es extrañ~ enton~es que _dedtque sus mejores esfuerzos a la obtención de un modelo llamativo y original:

... ho~ traje este _cajón de Mercedes. Es muy bueno es una cosa ~spec1al. Me lo h~o un primo mío que es carpintee~. Yo le dije: . Hace me la atenc10n Y decorámelo ". Y cumplió con su misión Está

lindo ... Eh, vale dos millones de pesos! No es pavada... ·

. Los materiales utilizados en su elaboración son muy diversos. Hay qwenes op~n por el lujo del aglomerado y la fórmica; otros que les ponen tapas de _laton o br?nce, y fmalmente los más modestos, que se conforman con el CaJÓn hecho mtegramente de madera.

También varían los diseños. La mayoría tiene el cajón convencional con sobre de madera ~ los costados y el molde para la colocación del za­pat~.en la ~a~e ~upenor; otros aplican su imaginación a modelos "made in casa de aSimetncas formas, y en el extremo de la originalidad hay quien expone un remedo_ ~stronáutico: "Este es un cohete, es la Apolo". Ade­más, ~gunos lo u~ilizan como medio de publicidad y le pegan un papel anunetando el preciO de la lustrada: "lústrese por $ 25 .000".

Alreded?r de su cajón, el lustrabotas dispone los otros elemen­tos de su eqUJpo. Apoya sobre papeles de diario o trapos sus latas de po­mada, _botellas, cepillos Y franelas; otras veces, extrae lo que necesita de una CaJa de cartón corruga?o. Mi~teriosarnente, a veces las botellas y latas s~elen acumular~ en un numero mcomprensible: diez, doce o quince reci­p~e~tes que el cliente no puede diferenciar en sus contenidos. ¿Qué hay de distmto e~tre to~as esas botellitas de similar tamaño y color? Ese desplie­go~ escémc~, quizás, responda a la idea de mostrar la imprescindible ido­~eidad técmca que se necesita para hacer una adecuada elección del mate­na} más oportuno. Y esa idoneidad técnica no la tiene cualquiera de sus colegas y, menos aún, el cliente.

Para hacer más seductor el llamado a su público, el lustrabotas suele ofrecerle una cómoda platea: un banco en el que el peatón puede disrni-

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nuir las penurias de la caminata mientras se atiende. Sólo algunos privile­giados cuentan con este elemento adicional entre su arsenal escénico.

En relación a la fachada, también debe considerarse aquello que Goffman llama apariencias: "aquellos estímulos que funcionan en el mo­mento de informamos acerca del status social del actuante"

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• En el caso del lustrabotas, el vestuario determina gran parte de su apariencia. Como ocurre en toda ocupación en la que hay contacto con suciedad, la posibi­lidad de estar atildado y pulcro es escasa. La ropa es vieja y raída, y las manchas de pomada adornan camisas y pantalones. La impresión que se proyecta se acerca demasiado a la pobreza. Por lo general, el lustrador se resigna, autojustificado y persuadido de que en su trabajo está imposibili­tado de instrumentar la ropa como símbolo de prestigio y nivelación social.

Algunos adoptan como vestimenta los uniformes de otros oficios. Se ponen sacos cortos de color oscuro como los que usan los moros de algu­nos bares de baja categoría o lucen camisas similares a los obreros muni­cipales. Una minoría ostenta la insignia de su cargo, bordando sobre algún

bolsillo la palabra "Lustrador".

La distancia óptima

Hasta aquí tenemos al lustrabotas instalado en el escenario y asu­miendo la máscara de su personaje, pero sin la presencia inmediata de su auditorio natural. No ha comenzado aún la parte activa de la representa­ción. Esta sólo se inicia cuando el cliente se acerca y con un gesto o una

palabra le indica que requiere su servicio. El lustrabotas intuye que la primera impresión ejerce un efecto estra­

tégico sobre la vinculación con su audiencia. Al respecto, Goffmw sefl.ala que "la adaptación al trabajo de aquellos que se dedican a ocupaciones de servicio dependerá de la capacidad para tomar y mwtener la iniciativa en esa relación, capacidad que habrá de requerir una sutil agresividad por par­te del que presta el servicio cuando su status socioeconómico es inferior al de su cliente" 10• Desde el principio, el lustrabotas hará todo lo posible por hacerle sentir a su cliente que el que dirige la tarea es él y que no permi­tirá intromisión alguna en las áreas de su competencia.

El primer método que emplea el lustrabotas para asumir el control consiste en corregir siempre la posición con que el cliente apoya inicial· mente su zapato sobre el molde del cajón. En ninguno de mis contactos, Y puedo asegurarlo como el más común de los clientes, acerté desde el

19 Goffman, 1971, p. 36. ~ Goffl.llan, 1971, p. 22 y 23.

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comienzo en una ubicación de . . 1 modificación. El lustrabotas to nu yze que no fuera objeto de alguna colocarlo pero esta vez donde a r;:lee zapato_ ~n las manos y vuelve a su movimiento muchas veces conclu parece, sm unportade demasiado que origin~. Si en la marriobra de reac~~~~ un. retomo milimétrico al lugar (por eJemplo' que el molde esté fl . amrento sucede algo imprevisto turbación y el lustrabotas inte!ltará ~~ Y ~ suelt~ ), se percibe una Ugera do comienzo, retomando la act~ "6 rrar m~antaneamente ese desgracia-

Tamb·, ct n como SI nada hubiera pasado ten puede plantar 1 b d . . .

el zapato, limitándose a dirig" a an eJa de la _1Dlciativa sin siquiera tocar rr una a vertencta verbal al recién llegado:

Lustrabotas (enérgi )· . L Entrevistador: ¿Eh ;o . t.. e parece que está bien así?

V Led· · . . tgo SI le parece que está bien así E: ¿Qué cosa? · · · L: El pie, querido el pie . Le E: Ah, disculpe. ' . t. parece que lo puso como se debe?

L· O lo p b" . one ten o yo no puedo trab"i ..,ar ...

El mantenimiento de la dist . allá del momento inicial Du t andcm con el cliente se prolonga más "ó c1 · · ran e to a la lustrad · · • ct n ex USiva de su trabajo . a, pernstJra en la orienta-

tivas: ' comurucando gentilmente reiteradas direc-

... no me lo mueva al pie muchach tené.~melo un poquito derech o, por favor' eh ... trate de man-m'hJJO... 0 ' muchacho ... no me lo mueva,

Además del terreno técnico tambié . . . precio de su servicio. Si el cli '. ~ relVlndtca para sí el maneJ·o del

6 . ente mtenta unpon d. . ~ ~cos, el lustrador puede reac . d er con JCtonarnientos eco-

SIVldad· ctonar e una manera pr6..,;,.,.,, 1 • hU .... a a agre-

.. B . . . . u e~ o, señor, lústrese usted" le dig reacto. Lústrese usted Y le 1 'ás o yo cuando lo veo medio a su servicio acá''" Porque algusa e m . barato.¿ O se cree que yo estoy

C

• •• • no vtene y me d" . "U to no va a trab¡yar, no va a tener . , tce. sted a ese pre-señor, eso es cosa mía y

1 trab¡yo . Entonces le digo: "Mire

· 0 en as cosas suy • ocupo yo. Así que usted con lo . as no me meto, no me de mi trabajo. y si no va a d ~lo, aparte. Esto es cosa mía, lo ponga una tabla con cuánt: t y tgale a Martínez de Hoz que me pone ninguna tabla el prec¡·o lengo que cobrar. Como a mí nadie me

• o pongo yo" ...

Estos métodos de defiensa rt

. nos muestran que 1 1 d pe mente sostener la inviolabilid d d . e ustra or considera a. e Ciertas áreas. Podrá ser más o me-

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nos servicial simpático o cálido, pero siempre tratará de preservar una dis­tancia que 1~ permita no ser desbordado por el cliente durante su trabajo.

Dramatización e idealización

Después de establecer una distancia óptima con el público, ell~ra­botas se aplica a la tarea de dotar a su actuación de rasgos q~e le penm~~ comunicar lo que en realidad le interesa comunicar. Tratara de tran~tir las cualidades y atributos que alega poseer, empeí'íándose en ?~cer VlSlb~e todo aquello que, sin la intervención de su despliegue dramatlco, podna

permanecer inadvertido. Entre las cosas que más le preocupan está la justificación del precio

del servicio. Ensayará fórmulas para hacer notar los costos y necesi~ades que debe cubrir. Dejará de lado la agresividad que utiliza~a. con ~l. c_liente entrometido para reemplazarla por la persuasión drarnatlca dUlgl~a al cliente dócil. Naturalmente, la forma más común de explicar el preeto de la lustrada es relacionarlo con la carestía de la vida y su influencia sobre el costo de los instrumentos y materiales:

. . . es una barbaridad. Todos los días las cosas aumentan. Ayer fui a comprar esta pomada. Justito el doble que . el mes ~asa­do la tuve que pagar. Y lo mismo pasa con los cepillos, la t_mta. Y las franelas, ni le digo. Yo, por mí, mantendría siempre el mlSmo precio, pero no me queda más remedio que estar aumentando cada

tanto ...

En contraste con este argumento, puede hacer un llamado más direc­to a la conciencia íntima del cliente, dejando en segundo lugar el cálculo de costos y precio, para trascender a un plano que abarque más a la per-

sona que al personaje:

... es cierto, yo acá no gasto nada lustrándote el zapato a vos, ¿en­tendés'? ¿Qué gastaré? Cinco pesos gastaré acá. _Bueno_, pero hay un hombre que tiene que ganar, pagar el pan tremta mil pesos, _pagar el boleto siete cincuenta. Hay un hombre acá que te está atend1endo y a ese hombre tenés que pagarle. Eso algunos no lo quieren enten­der algunos clientes, digo yo. Te digo francamente yo acá no gasto nada en esto. Pero me tengo que mantener. Hay un hombre que está acá ...

Si la relación con el auditorio es más o menos amistosa, es posible que el lustrabotas le revele alguno de los secretos de su actuación an~e otros clientes. Sorpresivamente entonces puede suceder que relate sm reparos cómo dramatiza el precio en algunos casos:

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1 ¡

... si alguno me dice "Uy, el precio ... !", le miento un poco. Yo pago un millón y medio la pieza. Entonces le digo: "estoy pagando tres millones de pesos y aparte tengo que comer". En una de esas el tipo me dice: "¿Y a mí qué me importa'?"."Ah, ¿a mí que me im­porta?. ~o no voy a andar tirado como un ciruja", le digo yo." ¿O usted qmere que ande como un ciruja?" ...

Su empeño expresivo va más allá de fundamentar económicamente el valor del servicio. Mediante la realización dramática también tratará de desmentir uno de los atributos que pueden adjudicársele a su oficio: el de ser algo que no insume demasiado esfuerzo, algo ideal para gente con poca inclinación al trabajo. El problema con que se encuentra es que las carac­terísticas instrumentales de su tarea no exhiben por sí mismas la cualidad del sacrificio. No tiene que levantar enormes pesos como un estibador, ni soportar grandes tensiones como un colectivero, ni tampoco correr los presuntos riesgos de un policía. Por eso se le hace difícil mostrar las mo­lestias y responsabilidades que le impone la actividad:

... hay gente que dice: "Uh!, aquél gana así, gana asá". Y usted no le puede explicar a toda la gente. Pero acá hay que estar sentado. Porque si se levanta y se va un rato al boliche, pierde una lustrada o dos. Y ese no es el caso: hay que estar sin moverse ...

También puede ser que intente comunicar las penurias físicas que se ocultan detrás de su aparente imagen de actuante cómodamente sentado en un banquito:

. .. ¿sabe el frío que hay que chupar en la calle? Yo todo el reuma que tengo me lo tomé en la otra parada porque el agua de las paredes mojaba que da miedo. Además, en invierno usted no ve el sol ni por broma ...

Para entender estas dramatizaciones y captar el significado general de la representación, es necesario no perder de vista una cuestión esencial: el lustrabotas siente que vive y depende del mayor o menor caudal de clien­tes que lo requieran. Por eso, durante la lustrada hará todo lo posible por impresionar a su auditorio de manera tal que éste encuentre motivos para regresar en una próxima ocasión; así conseguirá que la demanda aumente Y se consolide. Tratará de idealizar la actuación que ofrece, esforzándose por resaltar lo mejor de sí y ocultando aquello que pueda perjudicar sus intereses. En su ejercicio de idealización, se presentará a sí mismo como el arquetipo del lustrabotas eficiente, equipad~ y barato, al tiempo que no dejará de lanzar juicios de descrédito hacia el resto de sus colegas:

... aquí no tengo competencia yo. De la Plaza se vienen a lustrar acá porque ahí lustran con trapos engrasados. Son todos borrachos. En

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la Recova también. Todos borrachos, alcohólicos. Y vea usted este zapato, vea. Y o nada más le puse el quitamanchas hasta ahora. Qui­tamanchas, ¿no? Vaya usted a la Plaza a ver si saben lo que es el quitamanchas o la tinta Arola. No saben lo que es. Además, yo cobro diez mil pesos menos. Cobro treinta mil, ellos cobran cuarenta ...

Como si su propia opinión no bastara, trasladará las voces del elogio para ponerlo en boca de otros observadores de reputada imparcialidad:

... muchos clientes vienen y me dicen: "Cuando tengo que lustrarme bien, vengo acá porque es el único que trabaja bien. Después todos los demás no saben nada". Entonces me agrandan ...

También podemos encontrar a quien, en su afán auto-laudatorio, reivindique para sí el dominio monárquico del oficio:

... soy el rey de los lustrad ores de Buenos Aires y de todo el mundo ...

O aquel que opte por títulos plebeyos:

... a mí me dieron el Premio de Campeón del Brillo ...

Sin embargo, es probable que no esté en condiciones de conservar todos los estándares ideales. Si ello ocurre, tendrá que mantener aquel cuyo déficit no puede ser encubierto, a expensas de otro cuyo sacrificio puede pasarse por alto. En su caso, sabe que la excesiva velocidad con que haga la tarea puede atentar contra la calidad del servicio. Pero mientras la rapidez se traduce en una diferencia de minutos que posiblemente pase desapercibida, la calidad se manifiesta a través de un signo de fácil percep­ción: el brillo del zapato al fmal de la lustrada. Además, sabe que el brillo constituye la principal expectativa del cliente y el elemento de juicio deci­sivo con que éste evaluará su tarea. En consecuencia, no dudará en evitar urgencias peligrosas que puedan atentar contra su imagen:

... porque a mí me gusta que el zapato quede bien. Si vienen y me dicen: "estoy apurado", entonces le digo: "no, así nomás no lo pue­do lustrar porque tiene que quedar bien. Si no, después dice que yo lo lustro mal y a mí me perjudica". Entonces para mí que quede bien es la propaganda. Es el sello ...

El lustrabotas no tiene alternativa: el cliente debe irse satisfecho, sintiendo que la actuación que ha presenciado vale la pena y que es acon­sejable regresar. Si el zapato ofrece un aspecto lustroso, el cliente queda conforme y volverá; si no, no. Por eso, y aún transgrediendo sus conviccio­nes técnicas más íntimas, el lustrador tratará de complacerlo, dándole pre­cisamente lo que viene a buscar:

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JL

... yo le voy a explicar el asunto: nosotros cobramos más caro por­que usamos tinta; en el salbn, en cambio, le cobran 20 pero porque le ponen agua y pomada, y entonces ahorran más. Ahora le voy a decir una cosa sinceramente: en realidad, es mejor el agua que la tinta para el cuero. Pero acá en la calle, hacéselo entender a la gente. La tinta saca más lustre, es cierto, pero a la larga te lo seca. Andá y hacéselo entender a la gente. Entonces no queda más remedio y hay que usar tinta ...

Además de cumplir con el requisito del brillo, tratará de fomentar la impresión de que la actuación corriente de su papel y su relación con el cliente tienen algo especial y único; intentará darle un toque personal al contacto para acentuar la singularidad del intercambio entre él y su pú­blico. No sólo querrá conformado a un nivel estrictamente limitado por las reglas técnicas, sino que también hará todo lo posible por gratificarlo con su afabilidad. El cliente se sentirá atendido en un clima idealmente espontáneo, y satisfecho de recibir el privilegio de un servicio personaliza­do. El lustrador intuye que si logra esto, crea las condiciones para que su actuación se encamine al éxito:

... y, es distinto con una persona que lo atiende bien. Tiene valor eso. Por ejemplo, si yo voy a un negocio en el que me atienden bien y sé que a lo mejor me están cobrando un peso más pero a mí me gusta como me atienden, yo sigo yendo. Pero si voy a otro en que me ponen cara de perro, aunque me cobren diez centavos menos, no voy más. El comercio es así. En el comercio, el 50 por ciento es la atencibn al público y esto es comercio ...

En su ejercicio de idealización, el lustrabotas se encuentra con un obstáculo impuesto por las condiciones operativas y físicas de la tarea. Su posición de trabajo, que lo obliga a estar sentado y con el rostro a la altura de la rodilla del cliente, dificulta el mantenimiento de una comunicación verbal normal. Si pretende cumplir con una de las reglas básicas de la in­teracción verbal -el diálogo cara a cara con la mirada proyectada a los ojos del interlocutor--, no tiene otra chance que suspender la lustrada y elevar su rostro en dirección al del cliente. Los más locuaces optan por esta maniobra: conversan o lustran alternativamente, dilatando el tiempo insu­mido en el servicio. Si en cambio conversa y lustra a la vez, tendrá que mantener la cabeza gacha con la voz dirigida al zapato, dificultando la percepción auditiva del cliente. En general, los más parcos o los ansiosos en hacer su trabajo lo más rápido posible, imprimen esta característica posicional al diálogo.

En todos los casos, sean locuaces, parcos o apurados, se enfrentan siempre a alguna dificultad originada en la disposición corporal durante la tarea. O la lustrada se dilata excesivamente o la conversación no puede transitar por carriles normales. Si a ello se agrega que Buenos Aires es una

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de las ciudades más ruidosas del mundo, no hará falta demasiada ~gi­nación para detectar que a veces la comunicación entre lustrador Y cliente se hace un poco accidentada.

La participación de los extraños y la relación con el trasfondo escénico

No solamente la posición en el trabajo crea pro~lemas exp~esivos al lustrador. La característica pública del escenario tambtén pone pted?.s en su camino de actuante. Al establecerse en un medio sin barreras f tstcas, puede ser visto con facilidad por cualquiera qu~ de~e ~cedo. Aunque s~ actuación vaya dirigida especialmente a un audltono untperso~l, no esta en condiciones de evitar que los extraños tengan acceso perceptivo a todo lo que hace o deja de hacer. Pero aquellos que son ~xtr~ños durante_ el desarrollo de una de sus actuaciones, pueden ser audttono en cual~wer otra. y lo serán solamente si las impresiones que reciben no son negativas. Nadie pondrá el pie en el cajón de un lustrador que da mal espectáculo, aunque el espectáculo en ese momento esté dirigido a otro. Ellu~rabo~as siente que debe extremar sus garantías expresivas más allá de las tmpresto­nes que pueda fomentar en un auditorio coyuntural:

yo por eso siempre pregunto antes: "¿Qué va?, ¿clara o marrón?" Si. usted estuviera sentado acá, se daría cuenta. Por ~jemplo, usted agarra, no dice nada y pone el pie con los zapatos clanto~; ¿y?, ¿qué hace si yo no llego a tener blanca? Tiene que sacar el pte e rrs~. La gente que pasa no tiene cbmo saber lo que pasb y capaz que ptensa mal...

La ausencia de fronteras físicas genera otras dificultades. Los extr~­ños no sólo pueden acceder visualmente sin re~ricciones,_ sino que ademas pueden en algunos casos intervenir e interrumprr la actuactón.

Goffman designa como "extraños" a todos aquellos individuos a los que no está específicamente dirigida la actuación que se desarrolla 21

.

Desde este punto de vista, aún aquella persona que conoce personalmente al actuante puede ser un extraño. Y est? es así po_rque lo que se toma como punto de referencia es una actuación en particular, y n~ todas las actuaciones de un irtdividuo. En el caso del lustrabotas, el cliente es la única persona no ajena a la dramatización de su rol laboral. Todos l_os de­más (amigos, conocidos, parientes, vecinos) son extraños e? la med~da ~n que sólo en otras circunstancias les corresponde la categona de audttono.

A favor de la carencia de barreras físicas, todos aquellos ~ue co?ocen al lustrabotas en otro rol podrán aproximarse a él mientras esta trabaJando.

21 Goffman, 1971, p. 146.

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_ _:¡

1

El resultado será la confusión y el entrecruzamiento de auditorios que pe~­tenecen a actuaciones distintas. El lustrador se turbará, atrapado en una situación de compleja resolución expresiva. ¿Qué hacer: seguir actuando como un circunspecto lustrabotas ante la aparición del amigo con el que intercambia chistes verdes o relajar su disciplina dramática al punto de correr el riesgo de espantar al cliente? Como señala Goffman, "la solución para este problema está en que el actuante separe a su auditorio de tal for­ma que las personas que lo observan en uno de sus roles no sean las mismas que lo observen en otro" 22

• El problema es que esta solución requiere prevenciones de tipo escénico, imposibles de organizar en el caso del lus­trador. No hay tabiques, ni paredes, ni puertas con el amenazante cartel que prohibe "la entrada a toda persona ajena". Su escenario no está pro­tegido: ni posee la antesala de los despachos de los ejecutivos, ni la sala de espera del consultorio del dentista. La separación apriorística de los audi­torios está condenada al fracaso. El extraño siempre puede irrumpir. Ante esto, el lustrador asume varias actitudes. Por ejemplo, obligar a retirarse al hijo menor que se ha acercado a la parada, señalándole que no lo puede atender porque está conversando con "el señor"; darle una gélida bienve­nida al conocido que viene con la intención de continuar la charla in­terrumpida hace un rato; o finalmente, apurar ostensiblemente el ritmo de la lustrada para que el cliente abandone cuanto antes el espectáculo. En todos los casos, cualquiera sea la maniobra, es posible percibir intranquili­dad y sobresalto; algo similar al actor que ha olvidado repentinamente el libreto y no sabe cómo proseguir.

Lo mismo ocurre cuando en la superposición del auditorio no inter­vienen extraños sino dos o más clientes: el que se está haciendo atender y aquel o aquellos que esperan el servicio. Si el cliente atendido en ese mo­mento es alguien que ha entablado un contacto muy íntimo al extremo de predisponer a una cierta relajación dramática, se verá sorpresivamente un violento giro de timón y una abrupta re-asunción del personaje. El lus­trador abandonará el tratamiento de urticantes temas políticos o dejará de hablar de su vida privada, y se ceñirá al trabajo, desviando la charla hacia vaguedades o respondiendo mecánicamente. Nada de mezclar repre­sentaciones diferentes: una cosa es la actuación dirigida al cliente-amigote; otra, es el juego expresivo reservado al cliente-cliente. Y aunque los mati­ces no son muy importantes, no es aconsejable correr el riesgo de pro­yectar imágenes equívocas.

Por supuesto, como cualquier otro actuante, el lustrador tiene mo­mentos en los que se despoja del personaje para descansar y hacer un alto reparador en la representación. En este verdadero entreacto, abandona por unos instantes la parada y se ubica en su trasfondo escénico, región a la

22 Goffman, 1971, p. 148.

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que Erving Goffman dcfme como "un lugar relativo a una actuación deter­minada en el cual la impresión fomentada por la actuación es contradicha a sabie~das como algo natural" :u. En su caso, el trasfondo no está sepa­rado drásticamente del escenario: no hay trastienda como en un almacén, ni sacristía como en una iglesia. En general, cuando deja el cajón, va al mostrador de la pizzería o bar en la puerta del cual tiene la parada, con­versa con los mozos y toma una bebida. O si no. se para, carnina unos me­tros y dialoga con el diariero o la persona que atiende el quiosco de golo­sinas cercano. Allí asume un papel distinto a su rol laboral y se convierte en el conocido que comparte la misma zona durante largas horas del día. Cruza chistes, ayuda a sus vecinos en alguna tarea coyuntural o hace inci­sivos comentarios acerca de la gente que pasa. La relación es amable Y amistosa, fortalecida por la mutua confianza que genera la proximidad geográfica cotidiana.

Pero además, este trasfondo escénico puede convertirse en una fuen­te suplementaria de ingresos o, por lo menos, en un factor que coadyuva a su sustento. Habitualmente el lustrabotas hace algún tipo de trabajo relacionado al mantenimiento de este trasfondo. Hace la limpieza del bar donde tiene su puesto o levanta los toldos de los comercios próximos. A cambio de eso, se le retribuye en dinero o se le da de comer todos los días. Además, puede guardar allí su equipo al abandonar la parada para ir a su casa.

Ya he dicho que el vínculo es amistoso; difícilmente surge algún tipo de conflicto, que sería negativo para ambas partes. La imagen exterior normalmente es de paz y estabilidad. Sin embargo, puede haber alguna confesión que desentrañe la posibilidad de otra realidad no tan idílica Y que muestre las limitaciones a las que se ve sometido el lustrador:

. .. me tengo que llevar bien con los del bar a la fuerza ...

En realidad, además del afecto sincero que pueda existir, el lustra­botas no tiene más remedio que aceptar los posibles condicionamientos que le impone el vínculo. Si no lo hace, será obligado a dejar el lugar o presionado con hostilidad. Incluso, puede surgir la discordia que degenere en formas de violencia:

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... cuando yo volví a lustrar me conseguí el permiso del ?ueño. de una confitería de "Juvens", un gallego. Yo aparte les barrta el ptSo, les limpiaba el baño, les plumereaba las mesas, les b~a?a las persia­nas. Trab¡ijaba afuera y tenía un saco azul que me habtan dado, que en el bolsillo decía "Juvens 2 Lustrador". Bueno, empezaron a abu· sarse, los mozos querían lustrarse gratis. El gallego que era c~ero Y

:23 Goffman, 1971, p. 123.

1

que era como el dueño, se enojó conmigo. Después había otro ~ue venía a la mañana y después se iba,y ese también me tenía bronca. Aunque yo tenía permiso del dueño principal. Bueno, un día yo estaba afuera, pasa el c~ero y me arranca el letrero del bolsillo. Yo me quedé tranquilo pero después pasó de nuevo y me tiró una ban­deja por la cabeza, pero no me pegó. Ahí yo agarré, lo empujé y le empecé a pegar. Al lado nuestro, había un abogado que era cliente mío que nos separó. Si no, esto lo estoy contando en Villa Devoto porque en el estado que estaba, lo iba a matar ...

Para fmalizar con esta parte, es conveniente subrayar la vinculación existente entre algunas de las tendencias expresivas del lustrabotas y las condiciones objetivas en que desarrolla su actividad. El lustrador ejerce un oficio de naturaleza unipersonal consistente en la prestación de un ser­vicio a cli.entes individuales. Su subsistencia depende de ellos: si tiene mu­chos ganará discretamente; si tiene pocos, apenas podrá sobrevivir. Por lo tanto, su esfuerzo va dirigido a conquistarlos y preservarlos. Claro está que en esta empresa tiene rivales, el resto de los lustrabotas, que persiguen el mismo objetivo. Todos pretenden obtener para sí el mayor volumen posible de demanda. Cada lustrador sabe que el cliente puede recurrir a él o a cualquier otro igual a él. De esta manera, se le plantean dos problemas directamente relacionados: por un lado, persuadir al cliente para que re­quiera su servicio y sólo el suyo; por otro, preservarse de la competencia, evitando que ésta lo afecte negativamente.

Para enfrentar el primer problema, pone en juego algunos de los me­canismos dramáticos que he procurado describir. Ante el segundo pro­blema, tiene que adaptarse a un clima, cuyas características estudiaré en el próximo capítulo .

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CAPITULO III. LA VIDA INTRAGRUPAL

Indudablemente, el propósito de describir y entender la realidad de los lustrabotas exige determinar el perftl de sus relaciones horizontales; vale decir, se hace necesario abordar el contenido y las características de las vinculaciones que se dan al interior del propio grupo. En esta sección analizaré los alcances y conflictos que se establecen entre colegas y, ade­más, indagaré los efectos que la vida intragrupal provoca sobre la máxima instancia de organización y articulación institucional del conjunto: el Sin­dicato Obrero de Lustradores de Calzado de la Ciudad de Buenos Aires.

El mundo intragrupal de los lustrabotas se asienta sobre un núcleo de relaciones de carácter competitivo. Hay que advertir que en la marcha hacia una permanencia fructífera en la ocupación, al lustrador se le pre­sentan ciertos factores insoslayables: a) la demanda total del servicio no es ilimitada ni creciente (el tamafío del mercado -constituido por aquellas personas que desean hacerse lustrar sus zapatos en la vía pública- parece fluctuar en el presente dentro de límites más o menos estacionarios), y b) otros semejantes a él, sus colegas, participan simultáneamente cada uno de ellos en la lucha por conseguir un flujo significativo de clientes. Sobre esta base, se gésta un campo de competencia entre unos y otros, que opera en torno de los elementos estratégicos que condicionan la situación de cada lustrador dentro del mercado: la tarifa del servicio y fundamental­mente el control de un territorio, esto es, la ubicación de la parada en un sitio ventajoso para el desarrollo de la actividad. Alrededor de la ocupa­ción de la calle, surge un clima conflictivo que en muchas oportunidades adquiere formas manifiestas y que incluso llega a veces a la pugna física y abierta; en relación al precio -una vez consolidadas las cambiantes jurisdic­ciones territoriales de cada uno-, germina una atmósfera que, si bien no culmina en la lucha directa, deriva en el recelo recíproco y la hostilidad subyacente.

Este énfasis sobre el disenso intragrupal no debe hacer pensar que a lo largo de toda su historia los lustradores portefíos carecieron de manera absoluta de algún órgano de representación colectiva. Por el contrario, en el año 1944 se constituyó un sindicato de lustrabotas que, por lo menos formalmente, existe hasta nuestros días. En verdad, la razón de ser y las posibilidades de su funcionamiento residieron en esencia en el hecho de que la institución no sólo agrupaba -mejor dicho, intentaba agrupar- a los cuenta propia callejeros, sino también a aquellos que se desempefíaban como dependientes en los salones de lustrar de Buenos Aires. Pero con el correr de los años estos negocios fueron disminuyendo en número hasta quedar reducidos a la categoría de un pintoresquismo en desuso y, por ende, la proporción de lustradores asalariados decreció sensiblemente. Sumado a ello, en 1975 se produjo la deserción voluntaria de los pocos

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dependientes que todavía continuaban aflliados, quedando el sindicat~ bajo la tutela exclusiva de los independientes.

Al debilitarse y fmalmente desaparecer las condiciones sobre las cua­les jugaba su función de vocero gremial en negociaciones obrero-patrona­les, el sin~cato entró en una franca agonía y quedó al escuálido amparo del pote_nCJ.al aport~ de un grul?o -los cuenta propia-, que además de ~ompartrr un clima mterno de diSputa que desest~ula la cooperación y el mterés por los problemas comunes, carece por su número-y composición de la mínima capacidad tanto para interactuar orgánicamente con el seg­mento del aparato estatal que reglamenta el ejercicio del oficio en la vía pública (la Municipalidad de Buenos Aires), como para garantizar las pau­tas el~men~les de funcionamiento de la institución. De este modo, se llega a la Sltuactón de hoy en la que el sindicato, reducido a una forma harto precaria de continuidad, parece encaminarse hacia su inexorable extinción.

Parada e ingresos diferenciales

Según mis observaciones y cálculos, en Buenos Aires debe haber en­tre 200 Y 250 lustradores, estimación que engloba a todo aquel que lustra en la vía pública en forma relativamente regular, cualquiera sea la modali­dad bajo la cual desempeña su tarea (todos los días o sólo algunos de la semana o el mes, con parada fija o ambulando por calles y bares, con per­miso municipal o sin él, etc .f 4•

Este conjunto de trabajadores depende de una demanda orientada a la búsqueda de un servicio ciertamente prescindible y no vital. Por lo que pude recoger de comentarios y señalamientos que me hicieron algunas personas que conocieron al Buenos Aires de los años 20, 30, 40 y 50, la demanda de lustrado ha variado con tendencia declinante a través de las décadas, no tanto en función de cambios en el comportamiento de varia­bles macroeconórnicas, sino en virtud de alteraciones en los hábitos urba­nos en cuanto a la atención del vestuario, el nivel de exigencia en la forma­lidad y el ornato, y además posiblemente también por la generalización y adopción de calzado confeccionado sobre la base de materiales que reem-

14 El Único Y Último dato oficial sobre el número de lustrabotas corresponde a 1976 Y se refiere a los 225 registrados con permiso en la Dirección de Vía Pública de la Municipalidad de Buenos Aires. Pese a que esta cifra coincide con mi estimación, no fue la que tuve en cuenta debido a que la información municipal es irrepresenta­tiva en relación al conjunto de lustradores por varias razones: i) el total de esos 225 incluye sin discriminar los permisos dados de baja, ii) no es descartable imaginar que algunos sujetos que obtenían la habilitación, con posterioridad al trámite, no ejer­ci~-~n efectivamente el oficio, circunstancia que obviamente este dato no contempla, Y u1) un elevado porcentaje de individuos lustraba sin permiso.

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plazan al cuero (gamuza, goma, jean, etc.). Con esto quiero decir que la disminución en el nivel de demanda de brillo y pulcridad en los zapatos, cuya contrapartida en el campo de la oferta son los salones y los cuenta propia de la vía pública, no ha tenido demasiada relación con la distribu­ción positiva o negativa del ingreso entre los posibles consumidores del servicio, sino más bien con la modificación de las costumbres vinculadas al aseo, el cuidado y mantenimiento de la ropa, y los patrones de presenta­ción estética de las personas 25 •

En realidad, no estamos en presencia de un mercado cristalino en donde los factores que operan en la correspondencia entre oferta y de­manda circulan libremente. Aquí no siempre gana más el lustrador que ofrece el mejor servicio al precio más tentador, constriñendo sus costos al mínimo. La determinación del ingreso individual y la frecuencia e inten­sidad de trabajo pasan fundamentalmente por las ventajas relativas asocia­das a una cierta ubicación de la parada en la ciudad, ubicación que por cierto no puede ser usufructuada por todos al mismo tiempo. En su infor­me preliminar sobre los vendedores callejeros de Lima, Alois Mollee pro­pone una reflexión perfectamente aplicable a nuestros lustradores: " ... el factor más importante para la determinación de la ganancia ... es la ocu­pación de la calle: a cada ambulante le conviene ocupar los sitios más cen­trales y frecuentados por el público, porque de esto dependen fundamen­talmente sus ingresos ... " 26 . Para el caso de los lustrabotas porteños puede postularse algo similar: de acuerdo al área en que el sujeto tenga estable­cido su puesto, serán mayores o menores sus ingresos.

Pero, ¿cuál es una "buena" parada, cuáles son los territorios urbanos que garantizan más y mejor trabajo y, por ende, mayores entradas moneta­rias para un lustrador? Hay dos aspectos que los identifican y de los cuales depende que un sitio sea favorable. El primero es el volumen del tránsito peatonal que fluye por la vereda, esquina o puerta del bar en la que está ubicada la parada. El transeúnte es el consumidor en potencia del servicio del lustrador y en consecuencia a mayor cantidad de gente que pase al lado de su puesto por día, mayor será la chance de trabajar positivamente. El lustrabotas trata de ubicarse en nudos neurálgicos de actividad comer­cial o administrativa o bien en zonas de entrecruzamiento de las redes de transporte (Constitución, Retiro, Once). A nadie se le ocurriría estable-

lS Este tipo de argumento puede extenderse para explicar la extinción de otra costumbre que antiguamente algunos porteños practicaban. Me refiero a los fomentos y al afeitarse en las peluquerías. ¿La gente ha dejado de hacerlo por una cuestión meramente económica y presupuestaria o más bien -esa es mi idea- porque los vir­tuales consumidores de ese servicio se someten a horarios y al impacto de la máquina de afeitar eléctrica de una manera distinta a nuestros abuelos urbanos?

116 Moller, Alois, "Los vendedores ambulantes de Urna", en Klein y Tokman, comps., 1979, p. 436.

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cerse, por poner algún ejemplo, en Bertres y Hualf"m o junto al paredlsn del cementerio de la Chacarita, sobre la calle Garmendia:

... esta parada es linda, no? Lo que pasa es que por acá corren miles de gente por día todo el día, viste? Acá corren miles de todos la­dos ...

... yo a esta parada y a esta calle no la cambio por los millones que hay en la Argentina. ¿Sabés la gente que camina acá a la tarde? ...

Pero el secreto de una buena parada no estriba únicamente en la cantidad, sino también en la "calidad" de la gente. Por la esquina de Fran­cisco de Viedma y Cuzco -a 50 metros de la estación de ferrocarril de Liniers-, seguramente no debe pasar mucha menos gente que por Carlos Pellegrini y Lavalle; sin embargo, al ser distintas la composición y el tipo de corriente peatonal en ambos sitios, cambian las condiciones que habili­tan un trabajo regular y sostenido. Una zona puede ser populosa y enor­memente concurrida, pero dentro del conjunto de transeúntes que circulan por ella, puede no abundar aquella franja de peatones de los que es dable esperar una inclinación más o menos periódica a hacerse lustrar. En gene­ral, el lustrador que cuenta con una cierta proporción de habitués y clien­tes fijos, es aquel que ocupa zonas con una gran densidad de labores admi­nistrativas y profesionales; allí se encuentra al abogado, al escribano, al empleado bancario, al contador, al vendedor de sastrería, que son quienes potencialmente pueden llegar a recurrir de manera más frecuente -por poder adquisitivo y por necesidades del decoro- al lustrado:

Entrevistador: ¿Por qué un lugar es bueno? Lustrabotas: Y, debe ser por la cantidad de gente que pasa. Pero por acá pasa mucha gente y sin embargo ... no es como el Centro. En el Centro es otro tipo de gente. Están los muchachos jóvenes que se la pasan marcando a las pendejitas, que les gusta estar bien arregla­dos. Y acá, a lo mejor, éstos de acá pasan tres meses y no se lustran nunca. Allá en el Centro les gusta andar impecables, lustrados, bien vestidos. Hay oficinas, negocios, vendedores. Y después están los de las casas de cambio, los profesionales ...

Sin embargo, esto último no debe hacer creer que una zona por la cual transita una mayoría abrumadora de trabajadores u obreros apurados por tomar el colectivo o el tren, es necesariamente mala. En verdad, los dos atributos que se asocian a la ubicación de "la parada ideal" (multitu­dinario tránsito peatonal y densidad de aquellas categorías de virtuales consumidores que pueden constituirse en clientes habituales), valen en un sentido amplio y como presupuesto general. Muchas veces la diferencia entre un buen lugar y uno malo, no parece residir estrictamente en estas condiciones sino en una misteriosa cuestión de pocos metros:

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... acá no tengo mucho trabajo, acá no hay muchos clientes. Me acuerdo adonde tenía muchos clientes era allá, pegado a la estacibn por Mitre. Bueno, yo le puedo asegurar que allá en Mitre, en la otra cuadra, yo al mediodía tenía más trabajo que todo el día acá. Estoy acá porque allá no dan más permisos. ¿Usted puede creer que acá no pasa nada? ¿Ve la gente que pasa? ¿Por qué ahí en la otra cuadra tenia más? Y, que sé yo ...

Incluso, se puede dar el caso de aquel lugar que reuniendo presunta­mente los dos atributos descriptos que habilitan al mejor rendimiento, termina en realidad revelándose como un fiasco ante las esperanzas más halaguei'ias:

... en una palabra, yo me clavé con esta parada. Pero ya me quedé acá. Yo acá cuando llego a trescientas lucas, hago un asado en casa de fiesta. Fijate vos que parecería un montbn pero no, no hay nada. Yo me clavé. Yo dije: "Bueno, acá me voy a hacer la guita". Y re­sulta que no ...

Más allá de estas apreciaciones, importa resaltar que son las condi­ciones del sitio donde el lustrabotas tiene instalado su puesto, las que in­fluyen en el número de servicios que se prestan. La dispersión es amplia:

... cobro veinticinco mil pesos la lustrada y estoy haciendo unos doscientos mil pesos por día (ocho servicios) ... ... vienen doce o diez por día ... . . . por día vienen más o menos veinte cliente~... . . ... mirá, cobrando veinte lucas, como mínuno, promedto mimm~ saco seiscientas lucas por día. Eso es cuando no pasa nada. As1 que son unas treinta personas ...

Esta dispersión en la magnitud de la ~emanda que sat~sfacen estos lustradores, obviamente debe reflejarse en los mgresos diferenctales de ca~a uno de ellos y es explicable básicamente por el hecho de que ocupan dis­tintas zonas de la ciudad. Sólo de manera supletoria pueden incidir facto­res tales como la tarifa, la calidad del servicio o el tipo de material utiliza­do en el lustrado.

El espacio como organizador del trabajo

En la medida en que desempei'ia sus tareas en forma autónoma, el lustrabotas tiene una mayor flexibilidad en el manejo de sus horarios Y jornadas de trabajo que la de una pers~na q~ _estando _en relación de de­pendencia, se ve obligada a la marcactón dtarta de tai]eta a la entrada Y salida de la oficina o la fábrica. No obstante, el lustrador en muchos casos

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r,

en lugar de actuar anárquicamente, suele encuadrarse dentro de una cierta regularidad. Se adapta en este sentido a las características de la zona en la que tiene su parada y aprovecha los momentos de mayor corriente peato­nal, fijando la iniciación de su día de labor de acuerdo a las pautas creadas por el pulso de actividad del barrio o área en la que está instalado. Un en­trevistado efectuaba el siguiente comentario:

... acá nosotros, todos los de la Plaza, estamos desde las seis de la mañana hasta las siete y media, ocho de la noche ...

Un colega suyo aludía a la imposibilidad de empezar tan temprano en otras zonas:

... en el Centro usted no puede ir a las siete de la mañana, a las ocho de la mañana. Puede ser que allá haya alguno que otro, pero allá empieza el movimiento desde las nueve para adelante. Los bancos, la Bolsa ...

Un lustrador de otro lugar al hacer mención a los efectos de la marea humana sobre la intensidad de las prestaciones, denostaba la temporali­dad matutina y rescataba el valor de lo nocturno:

... a la noche hay como hormigas. El sábado hay como hormigas. En el día no hay nada, no hay gente. La gente sale del trabajo y se va a dormir ...

Al compás de las ubicaciones diferenciales de las paradas no sólo va­rían los ritmos de trabajo dentro de la jornada, sino también los que se dan en distintos períodos de la semana. Un lustrabotas de la Avenida de Mayo expresaba:

... piense que se trabaja más o menos dieciocho días. Por los días de lluvia y por los sábados y domingos que por acá no hay movimiento. Los únicos que trabajan los fines de semana son los de Corrientes ...

Un informante de la zona de Tribunales coincidía con respecto a la esterilidad de los fmes de semana, imputándola en su caso a la ausencia de actividad judicial y oficial:

.. .los sábados y domingos no hay nada. No vengo. Al final gasto más en viaje que lo que puedo ganar acá. Si no trabaja Tribunales, no tra­baja el Registro Civil, no trabaja nadie. Yo trabajo de lunes a viernes ...

En una descripción diametralmente opuesta de su situación, un co­lega que tenía el puesto sobre Lavalle, en la zona de los cines, decía:

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b . todos los días, feriados, domingos, sábados. Qu_e para ~-st~ol;r~ir~o que para mí los mejores días de trabajo, son los sabados

y el domingo ...

La ubicación de la parada no sólo suscita cadencias labor~dles distmli·.­

. · · tra en un sentl o amp o tas entre los lustrabotas; a de~~~ de esto, s~mm~ ue deben atender. No 1 d·c-erenct·as en la compostcton de las cliente s q . as 11' . • r t 1 la que presta servt-es exactamente igual en su conftguraciOn la e ten e:- a do en Nueva Pom-cio un lustrador de Barrio Norte que _la de ?tro u tea cuencia. Un entre­peya. El lustrabotas sabe que eso es ast y ~ct~ ensc~:e Fe y Pueyrredón vistado cuyo puesto estaba en la esquma e a

comentaba:

d Claro en este barrio • 0 menos ésta es una buena para a. ' . 1 h~~ ;~e de plata y acá se cobra el trabajo bien cob~ado.d~ :~~t:. ~

mejor en el Centro trabajan por menos. Hay otra e ase

A veces una alta proporción de clientes de los sectores alt~s y m~-

d. en vez de constituir una ventaja, se traduce en una desventaja transt-tos, · · al d 1 demanda· toria manifestada en una catda estacton e a .

no acá hay poco trabajo. La gente de este barrio desapa-... y en vera . . De este barrio desaparece toda la gente. y' es rece en verano, vteJO. . ? por la clase de gente que hay' vlSte ....

b · n zonas donde circulan Por su parte, los lustra_d~res que t~:~b~~s e de la clase media baja,

flujos mayoritarios de trabaja ores y mt comentan:

. b . da Acá casi toda la gente va corriendo, toda ... aca no se tra ~a na · gente obrera.·· á taro tra-

. edio reo Hay que saber trabajar ac porque, e • d b:ac:oe~ :da gente.y clientes que son trabajadores. No hay que ar

mucha confianza ...

S d . pensar que en todos los casos el lustrabotas prefiere tener

e po rta . d la lientela potencial pertenezca en una su puesto en barnos en don e e . su eriores Curiosamente, las gran proporci?~ a lo~ees~:~~o:;:~~:ado c~ntradic~n esta suposición: personales opmtones

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. t y no con los del Centro. Son Yo Prefiero trabaJar con esta gen e . . d"ft'cil y yo · · · · 1 de o flema pero muy 1 · · ·

todos gente obrera; habra a guno d f ina Los de oficina son más la verdad, prefiero obrero~ ~.not ~ ~ ~mb~ados estos de acá, son delicados que el obrero. . s an ot o más que vengan como chanchos como los chanchos. y a mt me gus a ~ Y no que vengan todos de fifí como en el centro ...

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Los conflictos por los puestos

Si, como he tratado de mostrar, la parada en el caso de los lustra­dores independientes tiene una enorme significación en cuanto a sus in­gresos, ritmo laboral y características de la clientela, es natural inferir que el control y la ocupación del territorio de actividad asuman una importan­cia estratégica desde todo punto de vista. En el marco de este control se inscribe la matriz de conflictos intragrupales más importante.

Antes de indagar estas pugnas hay un paso preliminar: el análisis de los mecanismos de distribución de los puestos. Hasta el año 1978, el orga­nismo que tenía formalmente bajo su jurisdicción la regulación del lustra­do en la calle, era la Dirección de Vía Pública de la Subsecretaría de Ins­pección General de la Municipalidad de Buenos Aires. Este organismo otor­gaba los permisos habilitantes y adjudicaba las zonas entre los que se pos­tulaban. De acuerdo a la reglamentación, sólo podían aspirar a los permi­sos personas que fueran mayores de 45 años, o bien individuos que tenien­do más de 18 presentaran incapacidad física para tareas de más esfuerzo. La reglamentación estipulaba puntillosamente las características de los sitios donde podían establecerse los puestos, al tiempo que describía las de aquellos sobre los cuales existía la prohibición expresa de otorgar per­misos (en veredas de una ancho inferior a los tres metros; a menos de vein­te metros de las puertas de acceso a estaciones ferroviarias, sanatorios, hospitales, templos, bancos y oficinas públicas; a menos de una cierta distancia de las bocas de entrada a los subterráneos, paradas de transporte colectivo, locales habilitados para el lustre de calzado, etc.). Además, fijaba el mínimo de separación que podía haber entre un puesto de lustrador y otro.

Como sucede en casi todos los planos de la vida social, la empiria sobrepasa el estrecho horizonte de los códigos burocráticos. Una nume­rosa fracción de lustradores operaba -aun en plena vigencia de la regla­mentación- sin los correspondientes permisos y ocupaba, con menores o mayores dificultades, áreas que en algunos casos constituían buenas plata­formas para el desarrollo de la actividad. Tomando la muestra seleccionada en este trabajo, se puede arriesgar que un poco menos de la mitad de los entrevistados carecía de permisos y, sin embargo, se desempeñaba con una cierta regularidad. La explicación de este hecho debe buscarse en el sentido informal -oculto a veces al abordaje de la mirada superficial- que reviste el micro-mundo de la calle y de los actores sociales que la habitan. Este mundo, sobre el cual la legalidad de la letra escrita no siempre provoca efectos lineales y transparentes, se maneja en muchas ocasiones en conso­nancia con una trama de hechos de otro carácter. La favorable relación con el dueño de un bar que permite sottovoce ubicar una parada en la puerta de su negocio, la amistad con un policía, la latente protección y el apoyo territorial de un entorno de conocidos cercanos (el diariero, el flo-

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rista, el quiosquero) que pueden presionar positivamente ante cualquier in­tento de expulsión, o la simple capacidad que tiene la insistencia de contra­venir una norma para terminar creando una inercia refractaria a los regla­mentos, constituyen todos factores que posibilitan a muchos lustrabotas actuar al margen de las ordenanzas.

Con habilitación o sin permiso, dentro de la legalidad o fuera de sus límites, cualquiera sea la condición del lustrador, cada uno sabe que su suerte en el oficio tiene mucho que ver con la zona que ocupa. Si está en un buen lugar, querrá mantenerlo al amparo de posibles invasores o com­petidores cercanos; si está en uno malo, es probable que desee cambiarse a otro y de esta forma tiene grandes probabilidades de enfrentarse en re­friegas con los ya instalados. El relato de este lustrador con participación sindical en el gremio en épocas pasadas, pinta de manera global la atmós­fera que suele predominar entre muchos miembros del oficio:

. . . en el gobierno anterior hubo mucho perdón. Rabia gente que tra­b~aba sin permiso y nos quitaban el derecho a los viejos lustrado­res como el caso mío y de tantos otros, que nos hemos envejecido en la calle. Entonces trabajaban de "contrabando", como le llama­mos nosotros, sin permiso. Y si usted les hacía una observación, todavía ellos querían pelearlo. Como a mí. Yo siendo delegado en aquella oportunidad, se me prometió tiros y todo. Cosas de que ... de pavadas, no? Por eso, yo siempre les mencioné a mis compañe­ros que no se hagan charlaterías en la calle. Y no hablar como mu­chos que hablan cualquier cosa por ahí. Se me dijo muchas cosas en la calle: "A Fulano de Tal hay que sacarle el peso, porque trabaja mucho". Hasta se me tenía envidia en muchos compañeros por lo que yo trab~aba ahí en Lavalle y Carlos Pellegrini, porque es una parada muy buena. Y se comentaban esas cosas ...

Más allá de las posiblemente exageradas referencias a los balazos y otras represalias por el estilo, lo cierto es que la cuestión del puesto re­crea problemas. A veces el lustrador puede defender con firmeza pero también con cierta flexibilidad el monopolio sobre su parada:

. . . antes de que llegue yo, no importa. Pero si se queda algún lus­trador después del mediodía, llego yo y a rajar ...

En otras ocasiones la defensa del espacio, no ya ante furtivos inva­sores sino ante el hostigamiento de competidores que cohabitan en la zona, puede basarse en objetos más contundentes que el temperamento:

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... esto es un cable doble de acero. Porque una vez uno me vino a pegar por la espalda, me quería pegar. Un lustrador. Entonces yo empecé a traer esto, y tengo una pinza chiquita aquí adentro. Tam­bién la traje porque a veces viene algún loco, ve? Porque no. me quie­ren aquí. Ellos lustraban allá siempre. Uno que era mudo y otro que

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tenía dos autos de alquiler. Y no me querían a mí acá. Entoncds me querían pegar a. mí. Yo me agarré una vez a las trompadas cuando estaba descuidado. Pero después venía para pegarme por la espalda. Y cuando Y?. metía la mano para agarrar esto, salía dispa­rando. H<;>mbre~ maluu~?s. Y el otro día vino ese ciruja que está allá ,también. Vmo tambien alcoholizado un día. Me dice que yo no P<?dta tener el banco porque él no tiene banco, y yo le quitaba los clientes. Acá uno anda a los saltos ...

. Puede suceder también que el lustrador, en lugar de encarar por sí miSm~ el enfrentamiento ante sus rivales territoriales, delegue esta tarea en algun personaje conocido con mayor poder de maniobra:

... acá nunca se pone nadie. Y si se pone alguno, lo levantan nomás. Un botón que yo conozco de acá, un cabo. Aquí a la vuelta hay un cabo. Yo voy y le aviso, y él viene siempre ...

La participación del lustrador en la disputa por el espacio puede t~ostrarlo también asumiendo no ya el papel de defensor o defendido, smo el de atacante en digna retirada:

· .. antes cuando yo no tenía el permiso, me ponía en cualquier lado. Entonces me echaba algún otro. Yo lo aceptaba y le decía que no se hiciera el guapito ...

La ocupación de una zona a veces puede adquirir, más allá de las v_í~s de la adjudicación burocrática o el acceso ilegal relativamente subrep­tiCIO, una forma más negociada. La transferencia del monopolio zonal puede hacerse mediante una transacción comercial:

: .. yo le compré el c~ón al tipo de acá, que estaba acá. Había un veterano acá antes, lo vendió el cajón y se fue ...

En síntesis, en la mayoría de los casos el control del territorio -eje alrededor del cual el lustrador estructura las condiciones básicas de su la­bor-, constituye un punto de posible signo conflictivo dentro del grupo . Se~ para defender la p~rada de intrusos con avidez invasora, sea para des­Pej_ar la cuadra, _el hamo o la zona de competidores que lidian por la con­qwsta de un miSmo flujo peatonal, o sea para acceder a otros lugares, el l~strador debe enfrentarse con episodios de discordia que se crean en fun­CIÓn del monopolio de un cierto espacio. El manejo de ese monopolio puede provocar disputas relativamente ocultas o abiertas (el ataque con el rumor Y la insidia emitidos a la distancia, la pelea a trompada limpia, la pugna. resuelta con la intervención de un tercero, etc.), o bien, como hemos VlSto en el último ejemplo, derivar en una negociación que blo­quea -aunque sin eliminar los peligros futuros- las posibilidades de una lucha.

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El monopolio zonal y los precios del servicio

Hay otra faceta de la vida intragrupal de los lustrabotas que merece ser indagada: el precio del servicio, que aunque no provoca conflictos tan explícitos como los descriptos, se traduce en un elemento de distancia· miento, enojo y desacuerdo entre colegas.

Hay que tener en cuenta que, dada la posibilidad de mantener cier· to grado de monopolio zonal que influye sobre la accesibilidad diferen­cial de los consumidores a los puestos, se puede establecer un precio más alto sin correr demasiados riesgos de quedar eliminado por la competencia de otros que cobran más barato. Habitualmente, nadie que desee hacerse lustrar sus zapatos va a viajar un largo trecho o a desplazarse una larga distancia hasta la parada de un lustrador, por el simple hecho de que éste ofrezca su servicio a un precio menor que aquellos a los que el acceso es más sencillo. El consumidor opta por el lustrador que tiene más cerca (el de la esquina de su oficina, el que está enfrente de la parada del colectivo que tiene que tomar o el que está a pocos metros del lugar prefijado para la cita con una chica), sin prestar demasiada atención a lo que cobran en otros sitios ni detenerse a hacer un relevamiento del estado de la oferta en la ciudad. Además, como la suma de dinero a desembolsar por el servicio difícilmente desequilibre presupuesto personal alguno, la impor­tancia que para el consumidor pueden tener las diferencias entre tarifas, se·

. minimiza. Todo esto significa que, sobre la base del control zonal y dentro de un cierto rango, la demanda es in elástica al precio.

Lo dicho vale en un sentido introductorio y como factor que expli­ca la sobrevivencia y la incluso exitosa participación en el mercado de los lustrabotas que fijan los precios más altos. Al mismo tiempo, ayuda a entender porque no todos los que hacen la oferta más tentadora respon­den a una frecuencia importante de trabajo. Esta frecuencia, queda dicho, pasa por la ubicación de la parada y no por el lado de una demanda preo­cupada en encontrar los precios más convenientes.

De todos modos, el despotismo territorial y la posibilidad de fijar sin referentes estrictos el precio, tienen obviamente sus límites. En pri­mer lugar, el lustrador sabe que el consumidor no va a pagar cualquier precio por la prestación y que seguramente tenderá a compararlo con otros tipos de servicios y con el costo que le insumiría lustrarse los zapa­tos en su propia casa, si intuye que lo que se le cobra es exagerado. Por otro lado, son pocos los casos en que el lustrador está solo en la zona o el barrio; a lo sumo tendrá bajo su dominio un par de cuadras. Como hemos visto, la tendencia es intentar establecerse en zonas con determi­nadas características, por lo cual la mayoría se concentra en ciertas áreas urbanas y la chance de trabajar sin competidores a la vista no siempre se da.

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1

1 Para ilustrar el comportamiento de los lustrabotas en relación a este

punto, el cuadro S muestra la distribución de los entrevistados durante uno de los meses en que fue hecho el trabajo de campo, según el precio que imponían a su prestación. A partir de ello, quiero hacer algunos sefl.a­larnientos dirigidos en realidad no tanto a las frecuencias, sino a los nive­les de precios:

CUADRO 5. - Distribución de los lustrabotas de acuerdo al precio que fijaban a su servicio (febrero de 1978)

Precio del~~ervtcto

100 150 200 250 300 350 400 450 500

Frecuencia at.oluta

2 6 9 2 1 3

2

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En primer término, se observa una importante disparidad en lo que se cobra. Si partiéramos de un esquema de competencia perfecta, se po­dría pensar que los que están fijando su precio en $ 500 ahuyentarían a los consumidores y en un corto o mediano plazo serían desalojados del mercado por la competencia. Sin embargo, no es así porque estos lustra­dores tienen puestos muy bien ubicados y separados de otras paradas. Uno de ellos está en la esquina de Pueyrredón y Córdoba, y sus compe­tidores más cercanos están a seis cuadras hacia el sur y a cuatro hacia el norte, distancia que en una actividad como ésta es muy grande. El otro está en Retiro, zona numerosa en lustradores, pero ocupaba el único puesto en el pasaje hacia el subterráneo de la línea C; en su caso, la sepa­ración entre la planta en la que está la estación del ferrocarril y el subsuelo, operaba como un cordón protector y le daba a su lugar una cierta autono­mía. Hay además un detalle minúsculo, si se quiere, pero importante para entender por qué alguien que cobra más caro en este oficio puede sobre­vivir: a muy pocos de los que se acercan a un puesto para hacerse lustrar, se les ocurre preguntar el precio antes de apoyar el pie sobre el cajón, generalmente se enteran del mismo cuando el servicio ya fue prestado. Sólo les queda la posibilidad de no volver nunca más, si están discon­formes.

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Cuando varios lustradores compiten en una misma zona sin que existan entre ellos hitos espaciales notorios, las cosas cambian. Así, por ejemplo, tres de los cuatro lustradores ubicados sobre la avenida Corrien­tes entre libertad y Montevideo cobraban lo mismo: $ 250; el restante, $ 150. Los entrevistados que tenían sus puestos sobre las entradas del ferrocarril en Retiro, estaban simultáneamente en$ 200. En Once se daba una situación curiosa: los que se ubicaban en la plaza fiJaban todos su tarifa en$ 300; saliendo de la plaza, el precio aumentaba a$ 400.

En forma muy general, cuando no hay monopolio territorial y una misma área se ve ocupada con escasa distancia entre uno y otro por más de un lustrador tiende a darse una paridad, resultando muy difícil que alguno cobre más que los demás (puede ocurrir que alguno fije su ~r~cio en menos). Por el contrario, la ventaja relativa que otorga la exclusmdad en una zona parece permitir un manejo más autónomo, que a veces puede ser aprovechado para llevar la tarifa a un nivel más alto.

Siguiendo con el cuadro, cabe formular una pregunta: ¿existe algu­na relación entre el nivel relativo de los precios y los barrios o zonas toma­das en conjunto? En función de mis datos, no hay ninguna asociación positiva -negativa tampoco- entre status de la zona y tarifas. Los de liniers cobran lo mismo que sus colegas de Caballito o Tribunales; los de Once, más que los de Retiro e incluso por encima de alguno de Barrio Norte.

Pasando de las comparaciones globales al plano individual, el argu­mento que surge con mayor asiduidad al comentar la fijación Y modifi­cación de la tarifa, es el de los costos y la inflación:

... tengo que pagar 100.000 pesos por una botella ?e tn:tta, un e~ pillito de éstos vale 20 lucas. Y o de ~cue~do a la ~1tuae1ón _e cono­mica aprieto, porque si usted es un tlpo mdepend1ente Y tiene su trab~o, y si usted hoy esta pomada le sale 40 lucas, un suponer, Y mañana la va a comprar de nuevo y le sale 70, usted no puede mantener el mismo precio ...

Uno de los lustradores que cobraba más caro, invocaba como expli­cación de su diferencia la calidad superlativa y el costo mayor de uno de los materiales que utilizaba:

... yo cobro cincuenta mil pero, atención, porque yo pongo el mejor material. Ellos no ponen la Kiwi, no ponen ésta. ¿La conoce la Kiwi? Es la mejor de todas. Es de Inglaterra, vale ciento veinte mil pesos la cajita. Entonces yo pongo un chiquitito y con ese chiqui­tito, listo, cumplido ...

Un colega de Barrio Norte desplazaba la explicación desde el ám­bito de los costos al del status de los comercios de su zona:

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1

1

1 ... acá se puede cobrar más fuerte. Son muchos los negocios, acá los negocios tienen precios espantosos. Aqui se cobra más caro. En­tonces yo trato de hacer bien el trablijo y cobro bien. Estoy bien colocado ...

También están los que asocian el nivel del precio al estado de la demanda. Frente a la escasez detecté dos actitudes paradójicamente con­tradictorias. Está aquel que dice no poder cobrar menos porque hay poco trabajo:

... no, yo si hubiera más trablijo podría cobrar veinte también. Pero como no hay trablijo cobro treinta. Entonces uno trata de buscarle el punto ...

Y están los que cuando hay poco trabajo, rebajan el precio:

. .. cuando les conviene ellos cobran treinta. Cuando ven que vino laburo cobran treinta, ellos. Pero si ven que no hay laburo, ven que está flojo, pum!, se vino ablijo, a veinte, a quince ...

Hay quien regula su precio pensando en que el hecho de cobrar más barato podría afectar indirectamente su estado físico:

... yo no me quejo. Yo podría ganar más cobrando menos. Pero a la edad que uno tiene, suponga, yo tengo mi edad y yo en cual­quier momento tengo que largar, no puedo estar siempre. Yo sé que si trablijo más barato, si cobro veinte, voy a trablijar, póngale, un veinte, un treinta por ciento más. Pero resulta que yo me jodo mi salud también. Entonces trab~o más o menos, cobro lo que tiene que cobrar y ya está ...

Por último, también es posible encontrar a aquel que, en lugar de determinar un único precio, lo va adecuando según un criterio de varia­bilidad sujeto a la pertenencia social que intuye en el cliente:

. .. yo no tengo el cor~e de cobrar cincuenta mil pesos. ¿Cómo te voy a rebanar a vos cincuenta mil pesos si sos un laburante? Eso puede ser con la gente que es rica. Entonces cuando vos le ves la cara, le cabrás. Yo les puedo cobrar a unos menos, a otros más ...

Los conflictos por el precio del servicio

Hemos visto que las pujas por la ocupación y el control del terreno se desarrollan a veces abiertamente, llegando incluso al altercado físico. En tomo al precio la índole de la disputa es diferente; no se trata de una lu­cha en sentido estricto. Lo conflictivo no se manifiesta en una trompada

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o en la intervención de un policía, sino en algo que podría caracterizarse como un no acuerdo, en una forma contenida y sorda de discrepancia.

Al lustrador que está separado geográficamente de sus colegas no le interesa consultar o llegar a algún pacto con otros sobre el precio. Aprovecha su inmunidad territorial y punto. Sólo tendrá en cuenta sus costos y a lo sumo alguna información que le llegue indirectamente, o por su propio sondeo, con respecto a lo que se está cobrando en otras z.onas. Más allá de esto, hasta es lógico que no mueva un peto.

Pero esta situación es casi excepcional. Hemos comprobado que la mayoría de los lustradores tiende a agruparse en detennínadas áreas de la ciudad, y por lo tanto es de suponer que en esos casos, lo que sucede entre ellos en torno del precio interese y les interese para no quedar desubicados por la competencia. Es más, uno podría imaginar la generalización de acuerdos explícitos de precios y canales periódicos de comunicación para pactar los porcentajes y momentos de aumento. Pero parece que las cosas

no son siempre así:

... no, entre nosotros no hay problemas. Conversamos, nos jodemos unos a otros, hacemos chistes. Pero el precio, no. El precio cada uno se arregla como puede ...

Por lo general, en aquellas zonas donde hay más de un lustrador establecido, se da una cierta homogeneidad de precios. Esta paridad no parece ser el resultado de un consenso voluntario, sino el efecto de una situación de hecho a la que todos van adaptándose sin consultarse recí­procamente. Sólo el 32 por ciento de los lustra dores que componen mi muestra, declararon acudir a la consulta con uno o más colegas para fijar su tarifa. El 68 por ciento restante negó rotundamente cualquier tipo de arreglo explícito, haciendo hincapié en la decisión tomada individual·

mente: ... es que ahí no puede haber acuerdo ...

Entonces cabe la pregunta: si niegan la negociación, ¿cómo se da esa cierta paridad?, ¿es simplemente el resultado del azar, o los factores que determinan sus precios operan sobre todos al mismo tiempo y con la misma intensidad? Ni una cosa ni la otra. Al parecer, es cierto que la ne­gociación consensual por lo general no existe. Pero no podemos pensar en la casualidad como explicación, ni en los costos jugando simétrica­mente sobre cada uno. En realidad, una cierta hostilidad subyacente los lleva a mantenerse ajenos unos de otros en cuanto al precio pero tratando, por un lado, de estar enterados -mediante mecanismos subrepticios y no establecidos- del nivel en que los demás están fijando su tarifa y, por otro, de evitar el estallido de una refriega:

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• 1

... yo no lo consulto con nadie Pero más o ¡ altura que están los otros... . menos me pongo a la

Las . la 1

quejas y s protestas sobrevienen cuando a alguno d 1 se e ocurre sacar los pies del im 1' ·t la e a zona tonces el conflicto aunque no estallp etct ohp lto 1 cobl rand~ de menos, Y en-

' • se ue e en e ambrente:

. -~:s deor aJlj de la otra cuadra, es un jubilado. Gana sesenta mil ~no n~ le ==/~u~~otr~~ebnrad:~~tmás que siete milla lustrada. y a

Y br di ante ...

. . . o ca o ez mil pesos menos· cobro tr . . cuarenta. Me vienen a hablar er ' emta mil, ellos cobran que yo cobrara cuarenta . P o yo no hablo con nadie. Querían

. o cmcuen ta Les digo· "N , no me mteresa". Ni ellos, ni nadie y . o, porque a mt cobre lo que quiera... · 0 me arreglo Y que cada uno

·;.al de allá de la esquina coro d" . un tiempo yo estaba ca brand~ esu~e to cé~lifato, nunca le hablo. En Pero como tenía otro trabBJ·o qq ~~e ~ estaba cobrando cuatro. nada... ' u e lillportaba. No le importaba

Indiferencia hacia lo á 1 . nida hacia los que están s que Eelst n eJo.s, recelo y belicosidad cante-cerca. enrareCido clima

enlatorno a los precios, establece la pauta de una paz f¿~ad~e~ armularse a que muchos no tienen más rem di . mcons ta, quieren violar frente a la provocación de lo que cef'tirb se y a la que algunos e os que co ran menos.

El Sindicato

. Después de haber descripto un panorama intra al . flicto, o por lo menos de in , grup teí'íido de con-¿es posible entre estos hom:r:o~~· :j'::~ :~s pregunfi t_as casi obvias: ~arten un mismo ámbito de traba·o - rmsmo o. tcro ~ que coro­tipo de instancia articuladora sob J la calle-, la existencm de algún recelos?, ¿qué grado de unidad I:st~ b~ r!e un contex~o de disputas y en el marco de la desunión casi Jd ~cto d representativa puede darse en su composición Y número? co Wla, entro de un grupo tan débil

este ~m:~~a~~!'~:st~~o t que puede hacer suponer todo lo dicho hasta hasta hoy d, , o _as ?ortef!.os contaban y cuentan formalmente

en ta con un smdtcato que t. · sus estatutos, el planteo y la defensa d t;:"e .. com~ obJeto, ~e acuerdo a var las condiciones de vida . e s medidas que tiendan a ele­ta" El Sindicato Ob d y Lde trabaJO de aquellos obreros que represen­nos. Aires, tal su ;~~o . e . ustrado~s de Calzado de la Ciudad de Bue-1944 y obtuvo su inscri=~~~~ ~~~~~~edefunA da~ o .el 22 de ju?io de _.. soetacmnes ProfeSionales

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mediante el decreto 23.852 del afio 1945, por el cual se le otorgó la per­sonería gremial NO 32. Su personería jurídica la obtuvo en 194617.

La entidad también incluía a aquellos lustradores que estaban como dependientes en salones y peluquerías. En los estatutos, se establecía entre sus fmes principales la representación ante entidades patronales y la intervención en negociaciones colectivas con el propósito de celebrar y modificar pactos y convenios colectivos, fmes que sin duda tenían impor­tancia directa sólo para los trabajadores de los salones l&.

El paso del tiempo se vio acompafíado por una marcada reducción del número de salones en la ciudad y en consecuencia la cantidad de lus­tradores asalariados disminuyó, provocando un paulatino pero duro gol­pe en la vida del sindicato. Uno de los escasos lustrabotas que todavía desempefiaba funciones gremiales, comentaba nostálgicamente al res­pecto:

... yo me acuerdo que el día de San Crispín, el día del lustrador, ha­cíamos comidas en el club San Telmo, ahí en la calle Perú. Iban cien, doscientas personas, cualquier cantidad. Este fue uno de los gremios más fuertes en otra época. Cuando había lustradores en to­das partes y muchos salones. Ahora salones no debe haber más de doce ...

En 1975 los pocos dependientes que aún permanecían sindicaliza­dos, desertaron voluntariamente, dejando a la institución anclada al apor-

'r7 La fecha de constitución del sindicato coincide con un período histórico en el que, según algunos autores, el Estado tuvo una activa ingerencia en la creación de muchos organismos de representación obrera. Posiblemente el sindicato de lus­tradores fue uno más de los tributarios de este proceso de promoción "desde arriba", ya que por las características de la actividad y de la fuerza de trabajo que tiende a reclutar, resulta difícil pensar en una génesis autónoma que haya dado vida a la insti­tución desde sus "bases".

211 En su edición del día sábado 19 de mayo de 1956, el diario "La Nación" bajo el título "Fijóse en$ 1,50 la lustrada de calzado" publicaba la siguiente noticia: "En el Ministerio de Trabajo y Previsión firmóse un convenio de labor -el primero de los sometidos a revisión- entre representantes de los Salones de Lustrar y el Sin­dicato Obrero de Lustradores de Calzado. Por él establécese que esos trabajadores percibirán 600 pesos mensuales, más el 30 por ciento del importe de las entradas brutas correspondientes a su tarea, y el 60 por ciento de lo que exceda de 1.200 lus­tradas, por obrero y por mes. Los patrones están obligados a garantizarles un ingreso mensual mínimo de $ 1.120, y tendrán derecho al 30 por ciento de las ganancias que sus empleadores obtengan en la venta de cordones, plantillas, pomadas y otros artícu­los correspondientes al ramo. El contrato determina otras mejoras de carácter social con el fin de permitir la creación de un fondo de ayuda mutua y prohibe el trabajo de menores de 18 años en esa actividad. También instituye el 1° de marzo como el Día del Lustrador de Calzado, que deberá abonarse como todo dÍa de fiesta obliga­toria ... ".

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r

¡

te e,xclusivo de los callejeros, entre quienes -como ya hemos visto en ~1 capttulo 1- muchos son personas inválidas y/o de edad avanzada. Acle­mas, no todos los lustrabotas independientes eran pasibles de afilia ·, ya que el, sindicato prohibía expresamente la incorporación de aqu~~~~· ~~ carectan de permiso municipal, con lo cual los potenciales 200 0 25~ a , dos se red.ucen a ~na cifra bastante menor (el secretario general se­í'ialo que la entidad tenta alrededor de cien miembros aunque a mi

1·u·c·o

deben ser muchos menos). ' 1 1 •

. . P~r cierto, el único testimonio concreto de la continuidad de la mstitución es u~a vieja casa del barrio de Floresta, que pertenece a ella ~esd~ su fundación Y que constituye su solitario patrimonio. Las paredes

espmtadas Y cascadas por la cronología y las manchas de humedad sir­ven ~e entorno a los cuartos de techos altos, uno de los cuales es utilizado efectivamente par~ el funcionamiento del sindicato, ya que el resto es ocu­pado p~r. una anctana que alquila al sindicato ese sector de la propiedad como VI~enda. En la habitación que hace las veces de oficina del gremio sólo_ habta dos mesas destartaladas, una máquina de escribir, una pequeñ; biblioteca ~ un ret~at? del general San Martín. A ese espacio y a esos austeros ObJetos, se linúta toda la realidad física de la institución.

Pero 1~ situación de un sindicato no sólo se mide por la mayor 0

~enor magmtud de sus locales y propiedades, sino también por los servi­CIOS Y ~restaciones q~e otorga a sus aftliados. En este aspecto las cosas no son meJ?res; en realidad, ni siquiera son. El secretario general reflexio­naba reSignadamente:

· · ·no prestamos ningún servicio social. No podemos. Hasta hace cuat:o años teníamos contrato con una clínica pero no pudimos segurr ... Somos muy débiles. En el 75 cada afiliado hacía un aporte de do~ pesos; en el 76 y 77, diez pesos. Y recién ahora para el mes que VIene, lo vamos a llevar a cien pesos. Además, piense que a la CGT le tenemos que dar treinta pesos por afiliado. Así que algunos de nosotros ponemos plata de nuestro bolsillo. Hasta mis hijos gastan plata por el sindicato ...

Otro dirigente agregaba:

:·.lo que pasa es que la gente quiere las cosas fácil. Todo en bande­Ja. Y eso no puede. s~r. Por eso hay pocos afiliados. Si pudiéramos cobrar_ $ 150.000 vtejos, se podrían prestar servicios. Pero la gente no_ quiere .. Y claro, cuando se enferma tiene que desembolsar cual­quier cantidad de dinero ...

. En un verdadero contrapunto de apoyo a estas palabras el secre-tano recordaba: '

.. -~uis.i~~s poner seguro por servicio fúnebre. Uno me dijo: "Yo quiero vtvtr. Una vez que estoy muerto, ¿para qué me sirve?" Claro,

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no piensa que después la mujer y los hijos tienen que pagar todo eso ...

Sin duda entre la situación del sindicato y las actitudes de los 1~­trabotas hacia él, se establece un verdadero círculo vicioso: como el sm­dicato es muy chico y no otorga beneficio alguno, los lustradores se man­tienen a1 margen y no brindan su aporte (monet~r~o o de ot~a naturale~a~; al no contar con este apoyo, la institución se debiltta aún mas Y sus postbt­lidades de crecer o por lo menos de existir se anulan, hec~o que a su vez incrementa el desinterés de los lustrabotas y sobre ese desmterés vuelve a estancarse toda chance de recuperación.

Las razones esgrimidas por los lustrabotas para no aftliarse son di­

versas:

. . . ¡,para qué queremos sindicato si no tenemos patrón? Yo ~? s~ a qué, cómo salió e~ sind_icato. Además, no le aceptan la afiltacton si no tiene el permtso. Ast que no sé... . . . ... no estoy afiliado. Si no tienen sanatono, no tienen hospttal, no tienen nada. . . . ... para sacar el permiso tengo que and~ con_ un_ aboga~ o; ~ n~, no consigo. Así que, qué me importa a mt del smdtcato. St el smdtcato no da el permiso, no vale nada ...

Después de estas opiniones, un balance de la situación Y per_spect_i­vas del sindicato muestra dos factores harto lesivos para_ su sobrevtvencta futura: manifiesta debilidad estructural y marcado desmte~és por part~ de aquellos que constituyen su base potencial de sustent~ctón. Las poSI­bilidades de continuidad tienden a angostarse cada vez mas Y: de mante­nerse el cuadro de circunstancias descriptas, el fmal de la entidad parece estar ya decretado 19

l9 Poco tiene que ver esta situación con la vitalidad que, se~n Lisa _Peattie, tiene otras organizaciones representativas de indfor~ale~, d~A:n~n: 1!;:t~~~a~~~ tre las cuales incluye al sindicato de lustradores e ogo a. . . d t b · Peattie llega a señalar: "El Sindicato de Lustrabotas b~ne, por ~1emplo, c~;~c:~s af~ternacionales: se anunció que el Primer Congr_eso Lattnoamenc~no de Limpiabotas habría de celebrarse en Barranquilla, Colombta, en 1976 (El T1empo, abril5 de 1976)". Peattie, 1979, p. 125.

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1

1

CAPITULO IV. LOS LUSTRABOTAS Y LA ACCION DEL ESTADO RESPECTO A LA V1A PUBLICA

El ámbito donde el lustrador desarrolla su actividad es la calle. Esta circunstancia es la que determina que los lustrabotas tengan que par­ticipar, quiéranlo o no, en un cierto tipo de relaciones con algunos orga­nismos estatales, ya que las calles y las veredas al ser propiedad del Esta­do -vale decir, al constituir vía pública-, representan un área de com­petencia del mismo en cuanto a la reglamentación de su uso y respecto a la aplicación de la legislación correspondiente. Para cerrar el estudio de las diferentes relaciones en que se articula la vida de los entrevistados, quiero plantear en este capitulo lo que sucede entre los lustrabotas y los dos segmentos del aparato estatal con los que éstos deben interactuar: la Municipalidad de Buenos Aires y la Policía .

Las diversas reglamentaciones y la ordenanza del año 77

Durante muchos años la actividad de los lustradores estuvo regla­mentada por el decreto municipal 8.453, sancionado en 1954. Dicho instrumento legal establecía estrictamente las condiciones que debían reunir los individuos que querían acceder a las habilitaciones. En el ar­tículo 4 se sefialaba: "Solamente se otorgarán permisos a las personas del sexo masculino, mayores de 45 años, o bien a mayores de 18 afios, siem­pre que se encuentren físicamente incapacitadas para el desempeño de otra actividad y cuyas condiciones de salud no impliquen un peligro para terceros ni para sí mismos y, además, que no posean otros ingresos sufi­cientes para la atención de sus propias necesidades o de las de terceros a su cargo". También se f~aban las características de los sitios de la ciudad en los cuales se prohibía el ejercicio de la actividad.

Como se observa, el decreto trataba de encuadrar y proteger legal­mente a los sujetos que, por razones físicas o etarias, tenían visiblemente reducidas sus posibilidades de aspirar a otra clase de tareas. Si se quiere, revelaba una clara conciencia de aquello que la ocupación podía y debía representar como opción laboral, al tiempo que intentaba suprimir la com­petencia y la incorporación de persortaS que pudieran hacer otros trabajos. De esta manera, se preservaba la prioridad de los que por razones de so­brevivencia estuvieran necesitados de contar con los ingresos provenientes del oficio.

A pesar de tratarse de un área tan residual y secundaria, en la legis­lación referida a los lustrabotas es posible detectar el estilo y el clima polí­tico-oocial general de la época. En el procesamiento y formulación de la norma de 1954, se perciben los ecos de las líneas ideológico-institucio­nales que imperaban en la primera mitad de aquella década: el decreto

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toma como antecedente explícito una presentación hecha por el Sindi­cato Obrero de Lustradores de Calzado ante la Municipalidad y, entre los considerandos, se menciona que el proyecto propuesto a aprobación "se ajusta a las aspiraciones de la representación gremial de referencia". Por otra parte, el último artículo señala: "La Municipalidad reconoce perso­nería a las entidades sindicales que hayan sido reconocidas e inscriptas en legal forma por la autoridad nacional competente, a los efectos del tratamiento de los problemas que puedan interesar al gremio"

30• Más allá

de la posible manipulación y creación "desde arriba" que en aquel período se hizo de ciertos sindicatos a los que se oxigenaba artificialmente -Y en­tre los cuales no es descartable que estuviera el de los lustradores--, lo cierto es que por lo menos de manera formal la legislación, al considerar a la representación gremial, tenía en cuenta y contemplaba alguna participa­ción de los lustrabotas en las decisiones que pudieran afectarlos. Mal o bien, sustantiva o formalmente, la norma parecía poner límites a la arbitra­riedad del Estado, aludiendo a un cierto grado de consulta.

Durante más de dos décadas, con leves variaciones y esporádicos intentos de modificación, las características del decreto 8453 se mantu­vieron vigentes 31 . Pero en 1976, a favor de la puesta en funciones de un régimen que tiene como objetivo central un cambio radical de la polí­tica argentina, se inaugura una gestión en la Municipalidad de Buenos Aires que comienza a provocar notorias alteraciones en la realidad urbana a todos los niveles, llegando incluso a trastocar el ordenamiento de las actividades callejeras y, con ellas, al lustre de calzado. Un propósito claramente transformador, reorganizador y ordenancista alienta las deci­siones que se instrumentan desde la Intendencia, abarcando desde las cues· tiones más estratégicas hasta las más nimias. Bajo el influjo de un nuevo modelo de ciudad, una ideología que privilegia por sobre todas las cosas el encuadramiento del espacio y de los agentes urbanos dentro de un orden estricto y expeditivo, empieza a expresarse en las más variadas me· didas: erradicación de villas, expropiaciones masivas de inmuebles para permitir la construcción de autopistas, censura y control en algunas áreas de 1a cultura y los medios de comunicación, reforzarniento de la acción y el poder municipal sobre actividades comerciales de toda índole, etc. De esta manera, quieren sepultarse los últimos treinta o cuarenta años de zigzagueantes gestiones municipales; de los gobiernos comunales satura­dos de desordenada polémica y negociaciones sectoriales, se pasa a un

30 Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Boletín Municipal, martes 5

de octubre de 1954, año xxvm, NO 9.958. 31 Algunos lustradores señalaban que, durante la época en que Saturnino

Montero Ruiz era el Intendente, hubo amagos de reordenar drásticamente las normas de instalaciÓn de los puestos, pero ftnalmente no fructificaron.

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estilo que privilegia la cirugía y las decisiones tornad como forma de hacer política desde la Intendencia. as sumariamente

La etapa de transformacion b · rapi~ez al campo de las actividade:sc:n;~:/~1 1ij~ell:g~ c~n inusitada sanciOna el decreto 15 88 en el cual d . . e ese año se terios que se impondrán' más ad lantya pEue en mtwrse_algunos de los cri-

1 . e e. ste decreto fi•a la e du "d d d

os perrrusos precarios para venta de b .. ~ a ct a e sos, emblemas deportivos etc en la ;ahJ~~ll golosinas, artículos religio-requisitos para acceder a' ese .,tipo de ~~b~t e~. Hasta ese entonces, los rígidos, pero con la nueva n actones no eran demasiado mente reservada a los no vid~r;na la lve~ta d~ baratijas queda exclusiva­sólo a personas ma ores de es, y ~ e arttculos religiosos y golosinas caria situación eco~mica Lo~ ~fios, mcapacitadas físicamente Y de pre­en sus aspectos resolutivo~, qu:Oh:~~te de este decret? no reside tanto dos como absolutamente natu al a cterto punto podnan ser considera­dades a quienes potencialme:t es~ _sensa_tos ya ~ue adjudican estas activi· sino en la concepción que se t~Ju an mas neceS1~ados de desempefi.arlas, tificar la caducidad de los pe . ce en su~ constderandos. Así, para jus· d d d nrusos antenores se dice q "la dali

a e estos puestos de expendio en la , ú '. ue mo -inadecuadas crea serios problemas de trn::a. p blica ~mpl~ados en formas peatones, hasta llegar a constituir ve d d S1to ~ ~ libre ctrculación de los que se procura reorganizar dentro d~l a eros e r~e~e~ en una materia reclama"· además "la instala . , d or~en Y la dtsctplina que la ciudad que puedan afect~r legítimos c;~~re::sque ~s bocas de ~xpendio en lugares estético no concilia con los propósito ~~~c~es Y sm el menor sentido sus servicios y dar fiel cum limie 8 e g~ te~~ comunal de reordenar población el desarrollo depsus a~~~~:~~: t~~:~cwnes, que _a~guren a la conspiran contra su normal desenvolvimiento" 32. e entorpeCl.llUentos que

Orden, disciplina, sentido estét. La . cuadre que le lave la 1 . tco. concepctón de un nuevo en-des pueden pervivir e:~u=n~ c:ad y .establezca _quiénes y qué activida· aun en una temática tan ma:. ales, aparece refleja~a des~e un principio mismo ano los lustrabotas e gm. como las ocupaciOnes mformales. Ese pueden lle~r a ellos amenaz ~ptezan a palpar que las medidas también nuevas habilitaciones para el ~u~~mente: se co~gela el otorgamiento de los permisos de las personas y se puntualiza que sólo se renovarán a ftnes del 76 se b 1 que ~a cuenten con ellos. Paradóiicamente

aprue a e Cód¡go d H bili · J • cuerpo único de normas "dest· d e ul a tactones y Verificaciones, ciales e industriales ue _ma o a r~~ a_r, todas las actividades comer­lidad" d d" q. req~eren habihtaciOn por parte de la Municip •

, que e tea vanos arttculos a los requisitos y condiciones para lu~-

. 3l Municipalidad de la Ciudad de Bueno . --.---. -.-----de abrtl de 1976, año LII, NO

15_255

_ 8 Aires, Bolct1n Mumctpal, jueves 29

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trar en la vía pública 33. El conjunto de estos artículos es casi una dupli­

cación resumida de las disposiciones del afio 1954, con la lógica excepción de todo lo que hacía mención al sindicato.

Lo paradójico de todo esto es que al afio siguiente el mismo gobier­no comunal que había renovado la legislación de las actividades callejeras, reconociendo aunque fuera parciahnente la existencia de éstas y su dere­cho a la continuidad legal, determina la caducidad definitiva y sine die de todos los permisos para ejercer estas tareas. La desaparición de las habilita­ciones se ftjaba mediante la ordenanza 33.724, que establecía un llamado "régimen de capacitación física a personas disminuidas o incapacitadas", programa por el cual la Municipalidad se comprometía a rehabilitar a todos aquellos que hasta ese momento habían tenido que recurrir a esos trabajos como medio de subsistencia ante su imposibilidad de desarrollar "una actividad privada digna". Según la norma, se esperaba que la recuperación física de los individuos le hiciera innecesario a éstos el tener que andar vendiendo cosas u ofreciendo servicios por la calle, desembocándose así en una situación futura que le daba justillcación al artículo 17 que hacía caducar los permisos a partir del 31 de diciembre de 1977. En caso de que el discapacitado luego del proceso de rehabilitación no quedara en aptitud física, se le planteaban dos alternativas: "a) ser autorizado a vender barati­jas, fantasías y· aftnes, dentro de las ferias internadas o en lugares o edift­cios públicos que en cada caso determine la Municipalidad, con excepción de calles y veredas, o b) ser contratado por la Municipalidad con carácter transitorio para cumplir tareas acordes a sus aptitudes y capacidades reman entes" 34

En los considerados de la ordenanza, además de los extensos sefia­lamientos sobre las ventajas que tendría el programa para los discapaci­tados, aparecía un argumento de tono valorativo que mostraba nueva­mente la concepción del tipo de ciudad a la que se aspiraba y el tipo de problemas a los que se apuntaba suprimir. Se sostiene que el régimen "evi­tará recurrir al actual sistema de ayuda al discapacitado indigente auto­rizándole a vender baratijas en la vía pública", el cual entre otras cosas signiftca "una mendicidad simulada que afecta la imagen de la ciudad". Las loables intenciones y propósitos que una primera lectura de la norma sugería, se desdibujan rápidamente cuando uno asume la consideración de dos cuestiones, la primera de ellas, práctica. y la segunda, ideológica: i) de hecho, es bastante difícil pensar que un incierto e indeterminado proceso terapéutico pueda ampliar mecánicamente las perspectivas labo-

33 Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Boletín Municipal, miér­coles 22 de diciembre de 1976, año LII, N° 15.419.

J4 Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Boletín Municipal, viernes 26 de a~osto de 1977, año LIIl, N° 15. 590.

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1

rales de un conjunto de no "d 1

alto grado de disminución f' ~ ~ntes y hombres de avanzada edad con te "ó d tstca, concretamente e . ,

nst n e que una importante r . ' s cast utopica la pre-riori en condiciones de desemp f oporct6n d~ ellos pueda estar a poste­recería que existe un marcado ~ :C~ en trabaJo~ convencionales, Y ü) pa­y de la imagen que se ui m er s por erradtcar de la realidad urbana presente marginalidad, p~b::a ~r;;er:t:r ~e ~uenos Aires todo lo que re­fenoménicamente esos st'ntoma dig neta, mtentando que por lo menos

· s no sean Visibl una cmdad limpia reservada . es, ya que no condicen con . , a Clertos estratos y digna de ser habitada

Lo tmportante de todo esto es u , , . como remedio, la ordenanza con . q_ e, mas alla de lo que se anunciaba para las actividades de la vía pú~~Itut~ un~ verdadera acta de defunción ban suprimidas con lo cual al ca. or o menos oficialmente queda-

. ' corto plazo se ab · para qutenes hasta entonces se desem efi b na un oscuro horizonte denanza no se lo mencionaba ex l.P. a an en ellas. Aunque en la or­quedaba d:sautorizado el lustre d~ ~~~amente, por extensión también ~6mo reacci?naron los Iustradores ante la~~o. Veamos en, consecuencia ligro la propta sobrevivencia del oficio. rma que parecta poner en pe-

Las reacciones de los lustrabotas

Naturalmente, la decisión mu . . al ll a los Iustradores. Todos los entrevis~ct enó ~e contrariedad y enojo opuestos a la ordenanza U d 11 a os se. manifestaron absolutamente ·ó · no e e os descnb"' c1u

Cl n a que podía someterlos el nuevo ré . to am~nt~ la desprotec-con otras que se estaban poniendo ~en y relaciOno esta medida desde la MUnicipalidad: en practica con los mismos criterios

··.resulta que los lustrabot cuenta Y cinco años para :;;ib~orl~~ gene~!, todos tienen de cin­P_Or ~~ general, todos tienen , n que tienen permiso. Después, tiene Impedimento físico I ~ problema de salud. Hay quien los _cincuenta años a bus~ar n:::~n~s~, ~dó?de va usted después de decrr que esta gente lo cond a.¡o., ¿quién le da Iaburo? Quiere p ena a uno al hamb la

orque ésta es nuestra fuente de tr b . ~e y a ~eseperación. sacan esto, ¿adónde nos van a ; a.¡o. Quiere dectr que si nos otra cosa más. Usted calcule la ~an ~? A ningún lado. y después nuestra casa. Estos, yo no sé, la vC:~or a tenemos fa~, tenemos mero empezaron con los diari 1 ad no sé. Yo no entiendo. Pri­los diarieros. Los sacaron a lo:r~s, Los empezaron a hinchar a todos D~spués empezaron con los lus~ davalle. Todo para perjudicarlos. blicos en la calle. Ahora em iez a ores y co_n los vendedores pú­a todo el que labura esta ge:t anbcon los taxnnetreros. Embroman

, e em roma a! que Iabura ...

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En relación al programa de rehabilitación que incorporaba la orde­nanza, algunos pocos habían comenzado a hacer averiguaciones:

... cuando fui a la Municipalidad me hicieron propuestas. Primero, que me podían conseguir un puesto en la Municipalidad. Segundo, que me iban a mandar a aprender un oficio. Y tercero, que si yo quería, me mandaban a operar en el Instituto Rocca, asi yo que­daba bien ...

Respecto a los efectos concretos del programa terapéutico prome­tido y su aprovechamiento por parte de los interesados, la mayoría se mostraba francamente escéptico:

... está fuera de órbita eso. A los cieguitos también los quieren sacar, correr. Dicen que los iban a recapacitar para el trablijo. Los iban a recapacitar y les iban a hacerles dar un trablijo. ¿Pero a un ciego de cuarenta, cincuenta años, cómo lo van a arre¡l.ar ellos? Eso se puede recapacitar cuando es chico. Intentándolo de a poco, sí. Pero una vez que está todo duro, ¿qué le va a hacer? Una vez que está todo duro, no ... ... dijeron que a los lustrabotas nos iban a mandar a aprender ofi­cios. ¡oda biógrafo. Mire si usted a un hombre de setenta años le va a andar enseñando un oficio. Menos a un impedido, a uno que le falta una pierna. Aparte que durante los meses que a usted lo man­dan, hay que seguir comiendo ...

Casi todos los lustradores acordaban en que el propósito principal -aunque no declarado- de la nueva reglamentación, era el de eliminar a los trabajadores callejeros porque la presencia de éstos se podía interpretar como un signo de subdesarrollo y malestar socio-económico, que no se compadecía con el tipo de ciudad que se quería erigir. Muchos sospecha­ban que el hecho de que la ordenanza se implementara pocos meses antes de la realización del Campeonato Mundial de Fútbol, reforzaba la presun­ción de que lo que se estaba tratando era evitar que la gente que llegara con motivo de ese acontecimiento, pensara que en la ciudad existían focos o bolsones de pobreza y desviación social:

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. . . quieren dar una impresión de cosas que no hay y de cosas que no están. Tienen que dar una impresión de riqueza, una impresión de bienestar. Nos quieren sacar para que los que vienen de afuera, no vean que hay miseria en la calle. ¿Me entiende? Eso es lo que pasa. Que no vean que hay gente lustrando, vendiendo flores, vendiendo esto vendiendo aquello. Nada. Ellos quieren ver todo limpio. Que

, ll » nadie diga: "Señor, me compra esto; señor, me compra aque o o "se lustra, señor". Eso es lo que no quieren. Parece que ellos se avergdenzan de que los turistas que vengan por el Mundial, nos vean a nosotros que trablijamos humildemente. Para que no nos vea el turista ...

j

1

~n ~ustrador asimilaba lo que estaba sucediendo en Ja actualidad corl un ep~~ del pasado que, según él, también estuvo vinculado con un a~ntecuruento de repercusión internacional que tuvo lugar en Buenos Aires:

. :. usted pregúntele a cualquier persona. En el año 1934 cuando vmo el Congreso Eucarístico agarraban a todos los mangu~ros que andaban en la calle, a _los que los llamaban "crotos", y los mandaban a la Isla Martín Garcia. Cuando pasó el Congreso Eucarístico los larg~on . otra vez a todos. Y la historia se repite, siempre se r~pite la hiStona .. Me acuerdo bien, bien. Todo igual, viejo. Ellos quieren ~acer una Imagen del país como que estamos todos viviendo en el ~bo, allá arriba, llenos de plata. Pero no es verdad. y bueno esto s1empre pasó y va a seguir pasando. . . '

. Algunos manifestaban su oposición a la caducidad y a la pretendida rmagen ~ue. se suponía se quería fomentar, alegando que los lustrabotas no constttutan un fenómeno único y exclusivo de Buenos Aires:

··.no hay ninguna cosa valedera. Si en las grandes capitales están los lustra~ores, lustrando ahí. Ahora éstos quieren venir a descubrirle el B8UJero al mate, a queremos correr ... ··.imagínese que lustradores hubo toda la vida, desde siempre y en todo el mundo. En todos lados, hasta en Nortearnérica ...

Casi todos se manifestaban pesimistas en cuanto a la posibilidad de concertar una. ~cción grupal en contra de la ordenanza. Eran muy concien­tes de la. debilidad y falta de cohesión del conjunto, y del escaso efecto que podrta generar cualquier respuesta de parte de ellos:

···sí, nosotros tenemos sindicato, pero es lo mismo que la nada. Usted Parta de una base: ¿qué hacen los sindicatos?, ¿qué es Jo pri­mero que s~ hace? Se reúnen, ¿no es cierto? Y después se va al paro general. Y .81. nosotros vamos a un paro general, Cacciatore nos apo­ya, nos f~licita .. Claro, porque nosotros nos jodemos solos. Si fueran los colectivos, SI. Usted para el colectivo y entonces se arma un lío tremendo. Pero nosotros ...

Además, muchos contabilizaban como antecedente lo que había pasado con otras actividades más importantes:

··:tenemos ~~icato pero no se puede hacer nada. ¿Qué hizo el sin­dicato de d~eros, cuando los corrieron a todos los diarieros? Se armó la po~da, y ¿qué ganaron? Nada. Si los rajaron a ellos que son un gremio grande, ¿qué le parece que nos espera a nosotros? ...

De todos modos, algunos intentaron hacer algo. A fmes del 77, algu-nos lustradores se acoplaron a las gestiones que hicieron los vendedores de

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barajitas, a través de las asociaciones de no videntes y gracias a las cuales se obtuvo una prórroga de dos meses -hasta el 28 de febrero del 78- para seguir trabajando con permiso en la calle. En febrero, qui~ce lustradores del Centro envían una carta al Arzobispado de Buenos Arres, en la que plantean la situación y solicitan qut!"'las autoridades eclesiásticas inter~ed~ de alguna manera ante la Municipalidad; el intento no produc~ _nm~~ efecto favorable. Para esa misma época, hay una pequeña movilizacton frente al edificio de la Dirección de Asistencia y Promoción de la Comu­nidad; un funcionario atiende a una delegación de lustradores Y vendedo­res ambulantes, y un rato más tarde el grupo debe desconcentr~rs_e ante la llegada de la Policía. En marzo, veintiún días despu~s del venctm~en~o del último plazo otorgado, a instancias de dos o _tres rru~mbros del Smdtcato, se reúne una asamblea para considerar el ya rrreverstble panorama. Como signo de la patética labilidad de la institución, la reunión no logra convo­car más de una decena de lustradores. En forma paralela Y separada, _un grupo de la zona del Bajo trata de organizarse para ha~er una pr~sen~act_ó~ ante la Intendencia, pero el esfuerzo fmalmente se diluye. A ruvel ~diVl­dual algunos también hicieron lo suyo. Dos lustradores estaban hactendo gesti~nes, cada uno por su lado, a través de abogados que formaban parte de sus clientelas; uno de ellos había interpuesto un recurso de amparo contra la Municipalidad. Por último, algunos habían ~n~do carta_s con aviso de retorno a la Intendencia, exponiendo la drarnatlca alternativa en que podía sumirlos la desaparición del oficio.

Lógicamente, el abismo de poder que diferencia a la ~unicipali~ad de los trabajadores callejeros, condenaba al_ fracaso _cualqwer ten~~tlva. Además, el episodio tuvo una escasa repercUSión pública Y pasó caSI !n~d­vertido, sin que nadie alzara desde otro sector una protesta o una hmtda defensa. En el nivel de la letra escrita, la suerte de los lustrabotas estaba echada desde el mismo comienzo del proceso; sin embargo, en el nivel de lo que sucede en la calle todos los días, se podía pronosticar que las cosas no cambiarían demasiado y se mantendrían más o menos como antes, con ordenanza lapidaria o sin ella.

La aplicación de las normas y la actitud de la Policía

Si de lo que dice el Boletín Municipal pasamos a ver lo que _ocu.r:e concretamente, tenemos que introducirnos en el campo d«; la a_p~cacton y el control efectivo de las normas. Ciertamente, parecena extstu ~uy poca coherencia entre un plano (las disposiciones) Y otro (la empl.I1a). Tres factores bloquean y tergiversan los efectos esperados por las regla­mentaciones dirigidas hacia los lustrabotas: 1) la posibilidad aut?noma de éstos de hacer uso de una serie de recursos informales para eludir lo~ c_on­troles, 2) la prescirldencia y el escaso interés de los inspectores muructpa-

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l

l

les en dedicarse puntualmente a perseguir a los lustradores, y 3) la ambi­gua relación que la Policía -el principal organismo de preservación de la legalidad en esta área- mantiene por lo general con ellos, estableciéndose un modus vivendi entre los agentes del orden y estos trabajadores por cuenta propia, que entrafta un peculiar sistema de concesiones selectivas y recíprocas.

En primer lugar, hay una serie de mecanismos que los lustrabotas siempre han implementado y que les permiten resguardarse de cierta ma­nera, tengan o no permiso. Muchos han ejercido y ejercen la actividad, tornando como lugar para su parada la puerta de un bar o de una pizzería y manteniendo algún tipo de acuerdo con los dueflos del negocio (a cam­bio de la autorización para entrar y salir con el cajón, limpian y barren el local). Durante el día, el lustrador anda por las mesas ofreciendo sus ser­vicios o se ubica a la entrada, contando con la protección de los propieta­rios y pudieodo dejar en el depósito o detrás del mostrador los instrumen­tos de trabajo hasta la jornada siguiente. De esta manera, en virtud de la movilidad que tiene, y dada la poSibilidad de que alguien con más poder interceda por él ante algún intento de sanción, el lustrador se mantiene al margen del peligro. Por esta razón, muchos lustrad ores que tenían sus puestos a la entrada, por ejemplo, de bancos o estaciones ferroviarias, ante la eventualidad de que la ordenanza se aplicara con vigor en un principio, declaraban estar pensando en conectarse con confiterías y bares para obte­ner un espacio donde poder actuar sin problemas:

... yo voy a ver si puedo conseguir un café. Usted va a un café y dice: "Mire, ¿me dejaría trabajar? Yo le barro acá el salón". Si lo hacen todos, ¿qué va a hacer usted? Arregla con los tipos y lo dejan, y usted trabaja adentro. Hay que tener un pequeño rebusque ...

Si no es un café, puede ser otro tipo de negocio (mencionaban desde mercados hasta playas de estacionamiento). El asunto ha sido siempre, con esta ordenanza y con las otras, no quedar aislado y desprotegido en la vereda; hay que estar Vinculado a otro espacio, que permita despla­zarse con comodidad de un lado a otro ante la mínima amenaza. Pero además de contar con una alternativa territorial, hay otro elemento creado también por el propio lustrador que lo ayuda a sentirse medianamente preservado: la red de relaciones amistosas que va tejiendo a su alrededor, como consecuencia de su presencia cotidiana. Con el paso del tiempo, el lustrador va entablando vínculos con los personajes que comparten con él la misma zona. Así, puede vérselo mientras lustra o espera la llegada de algún cliente, conversando e interactuando amigablemente con el florista de la esquina, el diariero, el quioskero o el empleado de la tienda, todos conocidos que pueden ponerlo en sobreaviso ante la proximidad de alguna ftgura amenazante o, aún más, presionar a su favor ante cualquier propó­sito de expulsión y castigo.

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No debe pensarse que el lustrador vive constantemente atemorizado Y atento al uso de estos mecanismos que va construyendo casi espontá­neamente. En verdad, la fuerza de las ordenanzas le llega a través de con­troladores que actúan en escasa concordancia con lo establecido. Así por ejemplo, muy pocos de los sujetos entrevistados comentaron haber tenido desde que están en el oficio algún tipo de contacto o problema con los inspectores municipales, que en algunos casos están encargados del cuida­do de las actividades callejeras. Es de suponer que éstos, por lo general, canalicen su tarea haCia otras actividades más relevantes y centren sus ener­gías en f"lscalizar otro tipo de servicios o negocios. También es posible que ni se molesten por un área percibida como residual y que, en lugar de reprimir, opten por "hacer la vista gorda". Después de todo, uno puede imaginar en este sentido que en el fuero íntimo de los inspectores prevale­ce un sentinúento de complacencia y hasta de piedad, por estos hombres que no por placer están ganándose la vida con su cajón 35

Pero el factor decisivo de desajuste entre lo que se espera que pro­duzcan las reglamentaciones y lo que verdaderamente ocurre en la realidad, es la relación que se entabla entre los lustradores y la Policía. Para los pri­meros, la relación con este organismo constituye una cuestión inquietante e inestable, ante la cual se manejan con sumo cuidado y, me atrevería a decir, sutileza. Mientras la Municipalidad aparece como una institución alejada, de acceso tangencial y poseedora de un sistema de decisiones sólo legible por medio de rumores o mediante la mera intuición, la Policía re­presenta una presencia diaria y latente que cohabita el mismo espacio, al que f"lscaliza sin intennediaciones distantes. La Policía también está en la calle, y a veces eludirla no es sencillo. Obviamente, esta relación implica una absoluta desigualdad de poder: tenga o no permiso, hayan caducado éstos o no, el lustrabotas aparentemente puede ser detenido, expulsado de la zona o molestado en cualquier momento y con cualquier excusa, sin tener mayor chance de resistencia exitosa.

Sin embargo, su carencia de recursos no es total, y esto es lo que le da un matiz especial al vínculo. Por la naturaleza misma de su trabajo, el lustrador simboliza un espectador privilegiado del mundo de la vía pú­blica y de sus secretos. Por una parte, sentado o parado junto a su banco ocupa una platea de primera ma, que le permite percibir pasivamente innumerables actos y conversaciones, sin que el transeúnte pasajero repare muchas veces siquiera en su f"1gura; por otra, su permanencia de afias

35 Quiero aclarar que: formalmente la sanción que corresponde a quien ejerce actividades en la vía pública sin la habilitación pertinente, está constituida por una multa y la obligación de comparecer ante c:l Tribunal Municipal de Faltas. Esto ha sido así a través de todas las reglamentaciones. La persona que viola la norma es con­siderada un infractor municipal y sólo en caso de reincidencias reiteradas o de no que­rer pagar la multa, puede ser encarcelada.

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r 1

Y la interacción cotidiana le abren una f . d 1

fre~te al cliente f"ljo y los componentesr~{a e confumza_ y familiaridad

~~~:aJ:~~?s~:c-~ quienes pue~en to~~~t~=op~~X:~rl~ca~;~~ :~-y noticias De ligr st ' cual es poSible contarle las más diversas historias imag.irum: . e a manera, el lustrador puede conocer lo que otros ni

... esta esquina es el centro de las carreras, la joda, la droga ...

Por supuesto, ciertas aristas de l . fi .• botas son de interés paca la P< 1i • a m onnaclOn que acopia el lustra-rnante. Esto estimula la posibili~a~adeque. pued~ requerid~ como infor­transaccional: .infonnación (Y/ din eXIStencta de un Clerto esquema prescindencia o protección p~licial er~ e.n algunos_ casos) a cambio de esta idea: · anos entreVIStados confirmaban

···nosotros a veces laburamos por 1 nos dejan laburar Pe h a cana porque como nos conocen datos. Pero yo no.sé ::da~~p:er~~equed quie~en datos, hay que darle~ anda levantando quiniela?.~- an e en a calle voy a saber quién ··.sí, muy bien, le piden datos y si . pañeros que nosotros hemos ob dme permite la frase: hay com-a hablar asl: hacen el alcahueteserva o qut hac~n cosas malas. Voy miso. Que eso no me parece corr ptara que os deJen trab~ar sin per-

t eco ...

. .. en es e trabajo, hay muchos u d . soplbn o alcahuete es lo más ruk e anhcounpa o son soplones. y ser en la calle y sabe lo que pasa y qute ay· ?rque, claro, uno está &Unta... , en onces VIene la Policía Y pre-

El siguiente relato es sumamente revelad . . las cosas que pueden ocurrir: or Y ejemplifica algunas de

... bueno me pongo en Co titu "6 C cía Y lo~ inspectores Y lo~s ten~~ n. ad~ tanto me corría la Poli­llegb uno de la Policía' Y m ~~~ que counear. Hasta que un día d .. e w.uo que tenia que pasa 1 da ije que no quería pero él me d.. . r e tos. Y o le preso quince dias. 'Queda saber :ol que SI no quería, me hacía meter iba a hacer? Al final le dij e as carreras Y de la quiniela. ¿Qué metido el ~bcomisarlo de el:~: ex:a t~ p~rsona. Y resultó que estaba da llamar. Me llgJU:Ta y me dice~':.t~ i . 0. n~. sabía nada y me man­tiéndome en una celda veinte h .:C.liCJto . Bueno, terminó me­dijo que no podía seguir así Y que~!· . ~ sacaron Y un sargento me a conseguir un permiso. y elegí ésta ... eligiera una parada, que me iba

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esquema transaccional que he mencionado, supone una serie de peligros ante los cuales las posibles compensaciones se empequei'lecen. Sabe que la colaboración con la Policía le puede reportar más pérdida que bene-

ficios:

... los alcahuetes terminan mal porque el día que no sabés, te la dan para que hables ... ... y después que te usan bien, ahí te bajan la caña con todo. ¿Por qué? Por eso mismo, por alcahuete. Te b¡ijan la caña, ellos mismos. Así que de cualquier manera no te conviene. Yo trab¡ijo y listo ... ... sí, podrán preguntar pero si yo sé algo raro, ¿cbmo me voy a poner a decir? ¿Para que yo esté todo el día en la comisaria?, ¿espe­rando qué? Cuántas veces me vinieron a preguntar a mí si sabía de alguno que levantaba quiniela! Y, qué se yo, les digo. ¿Que yo me voy a poner para que el otro me encaje un tiro y después no pase nada? ¿Pero yo voy a ser tan zonzo, después de setenta años? Caramba. Eso pregúntele a un pibe así, que no sabe, que toma ma-madera ...

Es casi innecesario señalar que además del presumible cálculo de costos y réditos, el lustrabotas ciñe su actitud a la valoración ética que le merece la acción de suministrar datos a la Policía. No ve con buenos ojos ser un "soplón", un delator. Entonces, en general, opta por asumir un comportamiento selectivamente amistoso. Deja su trabajo y se acerca al patrullero para conversar, informa acerca de generalidades no compro­metedoras, lustra gratis o rebaja el precio de su servicio a agentes, oficia­les, suboficiales, etc. Pero sólo lo hace con aquella fracción de la Policía a la que está más próximo y con la que interactúa con mayor asiduidad; es decir, con los miembros de la secciona! o comisaría bajo cuya jurisdic-

ción se encuentra su parada:

... si vinieran yo les lustro, la verdad que no les cobro. Bah, si fueran de la Séptima ... . . . acá hoy se vinieron a lustrar tres de la Tercera, gratis ... . . . yo no les lustro gratis ni que sean policías. Lo que si, les puedo cobrar menos. En la seccional ya les dije que cuando hay revista policial, me llamen media hora antes y yo voy y les lustro a los que vinieron de la casa con los zapatos sucios. Siempre hay alguno. No les cobraré cuarenta mil pero si veinte o quince. El subcomisario que me conocía me presentó al comisario ...

Por consiguiente, el comportamiento amistoso parece ser selectivo en dos sentidos. Por un lado, se es concesivo sólo con aquellos policías con los que se tiene un trato frecuente, provo..:ado por la vecindad de ám­bitos laborales; por otro, se trata de reducir las concesiones a actitudes que no comprometan. Mas allá de esto, el lustrabotas en general es renuen-

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r ::ta~~~~io. Prefiere desentenderse y eludir la posible profundidad del

. En definitiva, se llega a un panorama de lo que pasa en la calle ~: t~ne nad~ que ver_ con lo que se proponen las reglamentaciones. T;;;;~

q . se legisla va diluyéndose en función de los factores ana1iz d espeCJ.ahnente por la actitud que to 1 li , a os, y ~~lina~os a obtener del lustrador c~~s 0~~ci~~a~u~u:e~e~:r~:;:~ás e~~ sm pro~~o .. Transacciones oblicuas y concesiones discrimina~~ cual soU::r:~~~b{; :fest~le, ~ cual el lustrabotas se adapta y dentro del

qAluehala orded~za 33a;;4 ~~nee :,~~e %n q~: ~:se::a~t~:a P;:;:~:s cer ca ucar los permisos de· . d · tegidos or 1 . , Ja margma os a todos Qos que eran pro-

ción u~s a. norma antenor y los que no lo eran), anarquizando la situa­efica~ia. p~ ~ual que lo que pasaba desde antes, no puede aplicarse con propios .lustra:or:enos en el pa.sado, :uando existían los permisos, los estaban en infracció~ue los po~~an ~ mter~saban en controlar a los que disposiciones y se man't~vi:ra~a~~t~ci~n hac¡~ que muchos aceptaran las tod~s formalmente abolidos, nadie otie~~nr:~:~~r~:!en. Ahora, al quedar

maSivo ~jercicio clandestino del oficio burla de maner~ ~~: ~~;!~~~y el ~~~ :n :ncuadre que qui_e~e imponer la Municipalidad. Todos estánq~: oficio y lo~q~:qa~!s cpoonddt~IOnes: los que sin lugar a dudas necesitan del

nan ocuparse en otras tareas.

seguir s~~u~:~~~e~::t:~tar~ la _imaginación de los lustradores para con­resarán demasiad o, os mspectores de todas maneras no se inte­se mantendr. p o p~r :o que pasa ,Y ~os pactos subterráneos con la Policía

~to ~o pue~~-lla~r:e ~: a~~:C~i~aa e~:~:r:e~~nq~~~~::~~~é:s ~~~~~· or en aparente de los autoritarismos y al desarra· . , códi~os, si~mpre les ha correspondido la respuesta ~~g~~t~~al dde ctertos

tendidas VIctimas y el marco de una realidad que se desboca.~ a e sus pre-

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CAPITULO V. IDENTIDAD SOCIAL E IDENTIDAD DEL YO EN EL LUSTRABOTAS

Después de haber indagado cómo se llega a la oc~pación Y t~~ ha­ber descripto el complejo de relaciones en que los entreVIstados partictpan al ejercer sus tareas, surge casi naturalmente un inte~ogante cuya respues­ta puede redondear este recorrido analítico que he mtentado hace! a tra­vés de algunos aspectos de la vida de los ~ustrabot~s ?orteños. El mterro~ gante es el siguiente: ¿,en última instanclll, qué ~ca ~er lustrabotas_­Sin duda, al plantear este foco de atención, nos ~trod~c~os en una di­mensión netamente simbólica que supone cierta mtangib~dad pero que en realidad, como se verá, se revela en fenómenos muy vtvidos Y concr~­tos. Detrás de la mencionada pregunta, qu~ c~nstit~yó una de las moti­vaciones básicas que animaron esta invest¡gaci~~· mtento_ englobar tres problemas analíticamente separables pero emptnca Y lóg¡cam~nte rela­cionados: i) qué representan, desde la óptica_ de o~ ros actor~s so~iales.esto~ trabajadores por cuenta propia y su ocupactón, u) qué estunactón valor~ tiva hace el lustrador de sus colegas, y por último ili) qué siente el propiO lustrador respecto de su situación individual Y del hecho de_ ~en~r ~ue gai narse la vida cumpliendo ese rol -o sea, cuál es la relacton tntlma de hombre con su trabajo-. Al tratamiento de esos temas (lo~ lustrabotas

· t p r los "otros" -los no lustradores-, los lustrabotas VIstos por sus :l~¿s,0 y el lustrador viéndose a sí mismo), estará dirigido el presente

capítulo.

Las apariencias y los otros

Las impresiones fenomenológicamente perceptibles , ~ue _transn:"te d un individuo al mostrarse y presentarse en forma ftstC~ mmedlllta

~tea otros, ayudan a definir la situación interacciona! _Y el c~a del e~­cuentro y además permiten a los otros tener alguna mformactón preli­minar a~erca del tipo de persona con la que tiene~ ~ue inte~ctuar en ese

to En virtud de esta información -constitUida de stmbolos ver­mamen . . cialmente re bales expresiones corporales y signos físicos- que expenen -ciben' de la persona, los otros adecúan el trato con que le3ócorresponden y construyen predicciones normativas alrededor de su figura ·

En este caso interesa saber, a partir de las impresiones que genera, ué clase de imagen del lustrador tienen los no lustrabotas ~t~ los que se

~uestra y con los que interactúa, y cómo éstos suelen perctbll'lo Y com-

36 Goffman, 1971,p.13-16.

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portarse ante él. En la búsqueda de alguna orientación al respecto, cobra relevancia otro sefl.alamiento de Goffman: "La sociedad establece los medios para categorizar a las personas y el complemento de atributos que se perciben como corrientes y naturales en los miembros de cada una de estas categorías. El medio social establece las categorías de personas que en él se pueden encontrar... Es probable que al encontramos frente a un extrafio las primeras apariencias nos permitan prever en qué categoría se halla y cuáles son sus atributos, es decir, su identidad social ... Apoyándo­nos en estas anticipaciones, las transfonnamos en expectativas normativas, en demandas rigurosamente presentadas ... 37

Si se quiere indagar la identidad social de los entrevistados, será necesario entonces caracterizar sus apariencias, ya que ellas nos guiarán para conocer la categoría en que los otros los ubican y los atributos que les imputan. Ya hemos visto que para Goffman las apariencias (que incluyen las insignias del cargo o rango, el vestido, el porte, el sexo, la edad y las características raciales, el tamafl.o y el aspecto, las pautas de lenguaje, los gestos) constituyen aquellos estímulos que operan en el momento de informamos respecto al status social del actuante.

Analicemos en primer término las apariencias del lustrador y la cate­goría en que podemos suponer los otros tienden a encuadrarlo. ¿Cuá1es son los rasgos primigenios que un observador genérico puede percibir en nuestros personajes? Dejando de lado obvios matices individuales, las ca­racterísticas preliminares que uno capta en todo lustrabotas son las siguien­tes: el estüo discursivo propio de un hombre de nuestros estratos popu­lares, la camisa ajada y el saco al que el sedimento del tiempo dejó su im­pronta de arrugas y brillo desparejo, las manos y las mangas manchadas por el negro y el marrón de la tinta y la pomada, la ausencia de sofistica­ción alguna en sus elementales instrumentos de trabajo, la hoja de un diario viejo como alfombra para los frascos y los pies, y la particular dis­posición corporal a que se ajusta mientras ejecuta sus tareas. Sin duda, todas y cada una de estas características representan signos harto elo­cuentes que inclinan al otro que ve al lustrador a localizarlo automática­mente entre los status inferiores de nuestra sociedad. No hay absoluta­mente nada en la fisonomía de un lustrador que éste pueda presentar como un símbolo de prestigio; vale decir, no cuenta con ningún signo que pueda interpretarse como un reclamo especial de prestigio, honor o posi­ción de clase deseada.

Hay además un aspecto O'.le distingue al lustrabotas respecto de otros roles en los cuales el individuo también adopta este estilo de apariencias: nuestro personaje despliega sus tareas en el marco de una exhibición pú­blica, en un lugar que no está limitado por barreras antepuestas a la per-

37 Goffman, 1970, p. 11 y 12.

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cepción. El dependiente de un taller mecánico seguramente se ensucia las manos mucho más que cualquiera de los entrevistados; el vestuario de un peón de la construcción, que transita por la obra en camiseta y con un pa­fiuelo de cuatro nudos en la cabeza para protegerse del polvo de la cal, no es mucho más distinguido que el afioso saco o el pullover agujereado de un lustrador; y la disposición corpórea que debe adoptar una empleada doméstica en el cumplimiento de algunas de sus labores, puede parecer tan servil como la del hombre que a los pies de otro hombre le limpia los za­patos. Sin embargo, en todos estos ejemplos, las actividades y las personas que las realizan se inscriben en un área cerrada o semi-cerrada que está acotada y separada del exterior por límites materiales (paredes, tabiques, empalizadas). En estos casos, la exhibición de las apariencias se da en un contexto que restringe la percepción y que fundamentalmente especifica el tipo de observadores que están habilitados a conectarse con la persona. Al dependiente del taller sólo lo ven los otros mecánicos, su patrón y los clientes; al peón de la obra, sus compafieros y el capataz; y a la empleada, la duefia de casa y sus familiares. Esto significa que sólo pueden verlos personas de su mismo status con similares apariencias, o bien unos pocos individuos que ocupando un status superior ya son conocidos, más o me­mos habituados a tratar con ellos y familiarizados con sus f¡.guras. De esta manera, los virtuales efectos "inferiorizantes" -perro ítaseme el neolo­gismo- que en otro entorno o en un área abierta y transparente genera­rían esos signos (ropa sucia, pobre vestuario, postura física servil), se re-

ducen y amenguan. Fllustrador, en cambio, instala su plataforma de actividad en un lu­

gar público por excelencia: la vereda. Sobre el espacio que ocupa, no hay interdicciones perceptivas de ninguna naturaleza. La pequefia parcela en la que ubica su cajón no está protegida por fronteras, y la vereda no sirve para establecer un "interior" y un "exterior". De este modo, cientos de personas pueden verlo a lo largo del día de trabajo mientras proyecta las pobres impresiones que se adhieren a su imagen. Más aún, por sus intere­ses profesionales está obligado a permitir que el mayor número poSible de gente esté en condiciones de visualizarlo sin dificultades. La percepción de sus apariencias no está circunscripta a una determinada cantidad de obser­vadores que deben acreditar un cierto rol. Al lustrador lo puede ver todo aquel que bajo el genérico e inespecífico papel de peatón transite cerca de su parada; ni siquiera hace falta ser su cliente para palpar su f¡.gura. En defmitiva, el carácter público de su exhibición lo deja totalmente desamparado ante el descrédito que pueden provocarle sus propias

apariencias.

De la naturaleza del marco en que el lustrador exhibe su fisonomía, volvamos a las apariencias en sí para analizar en forma particular algunas de ellas. Recurriré nuevamente a un criterio comparativo.

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Muchos trabajos implican la manipulación de suciedad basura excrementos Y. desechos; labores como las del cloaquista y el basurero:

por poner de ejemplo algunas pocas, son consideradas en ciertos aspectos tareas "s~cias" y desagradables. El lustrabotas también se inscribe dentro de e~e tipo de tareas pero con un agravante. A diferencia de los dos roles menaonados, en los que el individuo que ejecuta la labor debe ponerse en contacto sólo con objetos despersonalizados y abandonados el lustra­botas d~be limpiar la suciedad y el polvo de un elemento ab~lutamente personalizado: los zapatos. de un hombre en el momento en que este hombr~ los ~eva p~estos. S1 se me concede la digresión, el calzado puede conceblfSe Simbólicamente como una de las extensiones de la f¡.gura humana,_ como. algo en lo que la imagen de una persona se prolonga. En ese sentido, rruentras el cloaquista limpia inodoros y el basurero vacía tachos, el lustrador le lustra los botines a otro hombre. Esta ingrata carac­terística adscripta a la naturaleza de su labor, es la que lo puede llevar a comentar:

... hay tipos que se ve que no se lustran nunca. O que se ve que se lustran cada dos o tres meses. Y es una mugre que Dios me libre Hasta me da vergüenza lustrar eso. . . · .. _.este trab~o es br~vo porque es insalubre. Porque imaginate que v1enen cammando, plSan cualquier cosa. Y entonces, uno tiene que agarrarle el zapato y sacarle la tierra y todo. Hay veces que tengo que poner la cara para otro lado porque sale un tufo ...

La suciedad, la tierra y :1 polvo que por un lado debe despejar de lo~ zapatos, Y la P?~da y la tmta que por otro debe aplicar en ellos, no dejan sus huellas umcamente en los cepillos y las franelas. Aunque tenga el mayor de. los cui~ados, es inevitable que cubran sus manos y salpiquen su ropa. Ast, lo derugrante que subyace a la relación con aquello que es lo desechable para otro, termina cristalizándose en la apariencia desacredi­tadora de una mancha:

· .. esto es lo peor, lo más inmundo. Sí, esto es lo peor. Míreme las manos ...

. El lu~~ador articulará algunos mecanismos de defensa para neutra-hzar Y debilitar el carácter personalizado de su contacto con la suciedad. No es extrafio_, en consecuencia, que cubra sus manos con un par de viejos guantes de arruanto o que anude a su cintura un descolorido delantal que le resguarde los pantalones.

. Ya sea que el lustrabotas opte por vestirse con trajes "civiles", o b~en que adop~e como vestimenta algún tipo de "uniforme" -ya hemos VlSto en el capitulo 2 que algunos se ponen sacos oscuros iguales a los que usan los mozos de los cafés de baja categoría-, lo cierto es que todos

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ostentan ropa muy modesta. Para justificar la escasa estirpe y la pobre calidad de su vestuario, en lugar de plantear su presumible incapacidad adquisitiva, es posible que esgrima como argumento excluyente los riesgos que tiene de ensuciarse mientras lustra:

... ¿y quién va a trabajar limpio en esto?, ¿dónde se ha visto traba­jar limpio así? Esto no es un restaurant, ni una peluquería. En este laburo estás sucio, te ensuciás la ropa. Para venir a lustrar zapatos no podés traerte ni un traje, ni zapatitos nuevos, ni corbatita. Hay que estar loco. ¿Cómo me voy a venir con un pantalón nuevito? Lo voy a traer acá y al ratito se me arruina ...

No obstante, es probable que el entrevistado no se resigne a que se lo conciba como exclusivamente atado a las débiles apariencias de su rol de lustrador. De ningún modo querrá que los otros puedan imaginarlo portando, en cada una de las otras esferas de su vida, las mismas aparien­cias que encama detrás de su cajón de lustrar. Entonces, con el escaso poder expresivo que tiene el discurso verbal para demandar prestigio, nos aclarará:

... ojo, que yo cuando salgo de acá, me visto como usted ...

Sin duda, la eficacia de estas aclaraciones, en caso de que las haya, es muy escasa. La identidad social del lustrabotas en tanto tal se apoya fundamentalmente en las apariencias que proyecta mientras está en su lu­gar de trabajo, y no en lo que él pueda decir respecto de lo que es o apa­renta ser cuando juega otros roles. Sobre la exlubición pública de su f.~gu­ra, los otros pueden encuadrarlo como un hombre que pertenece a las categorías más bajas de nuestra sociedad, razón por la cual el lustrador está sometido al riesgo de ser encarado y tratado de una manera asimé­trica. Concretamente, sus apariencias lo exponen a recibir un trato no igualitario. El lustrabotas puede ser ideotificado como alguien que está "por debajo" y que, como tal, bien puede hacerse acreedor al trato que se dispensa a un subordinado. Aquí, pueden caber dos preguntas: ¿en verdad, suelen darse efectivamente estas situaciones?; y, en caso de darse, ¿cuál es la reacción del lustrador?

De acuerdo a mis observaciones, muchos de los que reclaman su ser­vicio y que detentan un status más elevado, intentan encararlo con una actitud casi autoritaria, en la creencia de que tratándose de un hombre de bajo status y humildes apariencias, seguramente recibirán como respuesta una acogida dócil y complaciente. Sin embargo, para desgracia de estos interlocutores agresivos, "es evidente que la apariencia y los modales pue­den tender a contradecirse mutuamente" 38

• Difícilmente el lustrabotas

38 Goffman, 1971, p. 36 y 3 7.

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acepte en forma pasiva un 1 d . . • el otro pretende com o ro e mteracc¡on marcadamente subalterno: si ponderá con duros m~~:S: ~c=era pre·1ftente y compulsiva, él res­tacto. Este comentario tefüd d f, es poSl e que corte de raíz el con­describe un tipo de hecho bast~ntee f;:c:~~~s simbólicas muy sugestivas,

···yo soy comunicativo pero hay ente . Y empiezan a gn"tar· ''Che g ánd que es obtusa. Y1enen acá

· · • a ver cu o atendé " E t digo y le muestro ue te . . . s · n onces yo le en hotel. Yo no so~ nin~o p~~~}~itiu~. fw cloaquista y que trabajé tengo más remedio H . 1 estoy en esto es porque no cualquier otra cosa .. ay que respetar. Uno puede ser barrendero o de. hacer lo que q~ie4:;? ~:f~~c~~e ~o[qu~ ti~~~ ~n portafolios pue-peJe que no lo atiendo ... " Y e d¡go. Vayase, vamos, de~

Si se quiere peñdar co · rt . "d . dor' no sólo debe tener n C1e a nth ez la_ Identidad social del lustra-ubicarlo Y en función d~ ~n ~nta la categona en que los otros tienden a terminada f, e a veces se comportan ante él de una de­tulo tambi~~· Deu:cuerd? a la defmición citada al comienzo del capí-dica;le. En este p~ia vu~~~d=~:nlos_ atributos .que los o!ros suelen adju-

er rrnportancta las apanencias. La gran mayoría de la gente que ·

de los lustrabotas, jamás se ha detenido ~a: Junto a los p~estos de trabajo no tiene la menor idea de la cia d nversar con nmguno de ellos y cajoncito. ¿Qué lógica puede pres:d.e 1h~mbre q~ puede ~aber detrás del hace sobre la f.~gura del lustrador si~ ~ ~putact .n v~?rahva que la gente impresiones más pobres y ocupa :m ; . o :te un m.diV!duo que ofrece las man puede damos una pista· "Sin it s ;tu~ _so~ial? Nuevamente Goff­los observadores pueden re~ger . o/ . an d amiliarizados con el individuo, les permitirán a li . m ICtos e su conducta y aspecto que

P car su expenencia pre · · d · · mente similares al que tienen delante o ~ con m md~os aproximada-carie estereotipos ue aún no han . ' o que es más unportante, apli­hace falta ser un e~ecialista en cienSJ~o proialbados" (mi subrayado)39. No personas o era un . . . ctas soc es para saber que en muchas exluben po~res apJ:e~:~oyq:t~s ~~a~ pensai que los individuos que seen, por lo general atributos m u tca .o.s en os st~tus más bajos po­caer bajo las tentaci~nes de los ~ral;.s cnttca?l~s Y ~erta proclividad a duos y a los grupos que detentan -~ 1~ersos VICios. Mtentra~ ~ los indivi­les relativamente altas se los co "b Slmulan detentar- poSiciones socia­mejores virtudes a los sectores ~Cl ~ co:o bnaturalrnente asociados a las la sociedad se lo' . a os om res que están en la sima de gilidad moral ¿ ~ como p~tencialmente inclinados a padecer cierta fra-

. marco e esta manera de pensar -o de no pensar-,

~ Goffman, 1971, p. 13.

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• 1

.i

por una suerte de mecanismo metonímico, la moral deja de ser la mani­festación del status y pasa a convertirse en el determinante exclusivo de la ubicación estructural de los individuos: se está más abajo o más arriba según las dosis de virtud que cada uno, por tendencia natural y propia voluntad, esté dispuesto a ingerir.

El lustrador no escapa a las reverberaciones de esta lógica estereoti­pada y estereotipante, mixtura insólita de mojigatería, tilinguería y apart­heid sui generis. El es un hombre cuyas apariencias lo condenan a ser categorizado como miembro de los estratos bajos y que se expone, por lo tanto, al albur de ser desacreditado en cuanto a sus atributos virtuales. Pero en su caso hay además una particularidad que ahonda este riesgo. No en todos los entrevistados se hacía evidente a primera vista y sin que ellos lo declararan, las causas por las cuales habían ingresado al oficio. Si bien en algunos casos la presencia de una muleta o una pierna amputada revelaban en forma inmediata el posible motivo de la elección del lustra­do como medio de vida, en otros no aparecía sefi.al alguna de impedi­mento físico. Algunas de las deficiencias orgánicas declaradas por los in­formantes, tales como una afección cardíaca o pulmonar o una artrosis, no pueden comprobarse visualmente y el observador genérico sólo puede enterarse de ellas a través de la confrrmación verbal de quien las padece. Dado que el lustre es una labor que no implica calificación alguna, posee . un carácter residual en el marco de la división técnica del trabajo y supone un esfuerzo físico comparativamente menor al de otras tareas, sobre el hombre que opta por él y que no posee argumentos fenomenológicos suficientemente contundentes que expliquen su ingreso a la actividad, recae la sospecha de que su presencia en el oficio se debe a su falta de inteligencia, poca voluntad, e incluso escasa inclinación a hacer trabajos aparentemente más agotadores.

Los otros pueden equiparar en algunas oportunidades el trabajo del lustrador a una forma indigna de obtener el sustento, atribuyendo a quie­nes están en el oficio rasgos descalificadores:

... este trab~o es igual que pedir limosna. ¿Comprende? Trab~o para atorrantes. Es para los que piden limosna, para atorrantes que no les gusta el laburo. Así dice la gente. Yo no pienso lo mismo porque vergüenza es robar y yo nunca robé, pero así dicen otros. Hay muchos que dicen así: "Los que lustran zapatos son atorran­tes, vagos que no les gusta ellaburo" ... ... éste es un trab~o, ya sé. Pero, sin embargo, es vagancia. Algunos dicen que es vagancia ...

Si bien desde ningún punto de vista puede generalizarse y afrrmarse que todo el mundo adjetiva en términos tan tajantes a los lustrabotas, resultaba notable apreciar en muchos informantes la sensación de que los otros los identifican de este modo. A veces esta percepción que los entre-

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vistados tenían de su identidad social, no estaba alimentada excl . te por rumores vagos e inespect'ficos ("as , d. la USivamen-d · ") . I Ice gente " "alg Icen . . . ' smo también por experien . . . . . ' unos e interacciones mantenidas en el dese cmsñ co~cretas Surgidas de episodios

~ptc:no~~sdey Oconce record~ba un he~~ q:e :j:~p\~c~-c~: ~::r:~o:: ...... nsecuencms de la n · "bil"d d

greso a la ocupación: 0 VISJ. I a de las causas de in-

... y desgraciadamente sí éste e f" · . Porque la gente dice: "Eh, un l~s~~d~r ICI~ ;edlO despr.estigiado. una persona que está laburando · · · . ero yo ~reftero ver a rti?banaldo. La g~nte tiene que hac~r ~~:ci::~PI~ ~~~eez~a Uasalnatanv do o

po poco tiempo de h be · ez un hablar ahí cerca Em ezlo a . r empezado a lustrar, se me puso a Entonces yo ag~é yple ~e ~~c!b~ueé~os lustradores es~o y aquello.

·si él sabía. y medio empezó a hporque yo ~rab~aba en esto, bien el carro y le dije. "M ir a q.uerer acerse el vzvo. y yo le paré problem~ muy serio en.las pie%: :~n~:v=t~o ~s u~~er¿ue teng~ un un trab~o yo dejo esto Ah h . · me cons.¡gue hablar de l~s demás porq~~ nadie ~a~~t;. que no···" Nunca ?ay que usted los ve y venden salud . Por é . o acepto que hay tipos que

;~~~Ír~~~~~r¿ ~~~sda~~e~~~~7~.~ni~ D~~;::e:~~!~b~::r a~~ e:~: Como consecuencia de los dif

~~~:0~/ce~~S:c~~~e~:ntos con~r:~~o;?~~~a:!~~(~~ead:eac;~p~:~~= cual Uier . ve .a perman~cer alerta Y en guardia frente a do c~nfir=;:~p~esi~nu~~CIOu~e~t~UIVocas. El relato ~e este ~ntrevista­síntomas arquetípicos de su identid ~t¡;e .que los de~as _conciben como que replica durante las circunst . a , tiempo que t~dtca la forma en suposiciones sobre lo que los otr~~~:;o~~n~ue pone en JUego sus propias

... yo a más de uno lo paré en seco y· . yo estoy adentro del café Entonces. al~nen y no ven a nadie porque y a veces se me queda~ "'''"and E tn mozo me avisa y yo salgo. t ........ o. n onces yo les dig . "·Q é engo que estar sucio o en curda para ser lustrabotas?" ... o. t. u '

Atorrante, vago curda La · f, . , por medio de su prop~ una· : "óm ormaciOn que el lustrador construye 1 gmact n ° en virtud del contact 1 e refuerzan la idea de que muchas de 1 . o con os otros, rol son francamente de . ratorias . a~ cu~dades que se adscriben a su mación no sólo a partir :sus vive. ~c~tt~ente, re_c~ge esta infor­(clientes casuales, peatones obse n~s co)~ tndlVlduos anontmos Y lejanos opinan de manera desfavor~ble a r;: ~f:~ , a veces entre los otros que sentar, pueden estar los miembros de s~CI~ ~lo qu~ éste. puede repre­familiares de un lustrabotas son a , · Y SI ~ ptensa que los

quienes estan en meJores condiciones

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de conocer las razones por las cuales un hombre en un determinado mo­mento eligió este oficio, y que pese a ello impugnan su elección, se tendrá otro dato más que subraya la suposición de que en cierto sentido la imagen . de los lustrabotas puede estar cargada de estimaciones negativas:

... a mí no me gusta este trabajo. Pero qué querés, lo que me gusta es comer. Mi señora está todo el dia hinchándome: "Uh, qué trabajo fuiste a hacer. Justo eso fuiste a agarrar". Le digo: "¿Qué querés que haga? ¿Qué voy a encontrar ahora'?" ...

Incluso, podemos hallar alguien que confiese que el desprestigio asociado a su identidad, es reconocido y vivido como propio por sus hijos. El comentario de este informante muestra que hay quienes pueden sentir­se englobados y "contaminados" por los ecos desacreditadores que emanan de la imagen de un padre ganándose la vida con un cajón de lustrar:

... mis hijos no quieren saber nada con que yo lustre porque dicen que sienten vergüenza ...

Los colegas

Ya se ha comprobado que las relaciones entre colegas se desarrollan en un clima matizado por cierta hostilidad y enfrentamiento. Las razones que dan lugar a esta particular atmósfera intragrupal, surgen de la compe­tencia que se establece entre unos y otros y de la lucha que se entabla en torno a los dos factores que condicionan la situación de cada lustrador en el mercado: la parada y el precio. Como consecuencia de ello, no podía llamar la atención que cada entrevistado se empeñara en dirigir críticas a sus colegas, tratando de poner de relieve que los demás lustraban mal y cobraban más caro. Hasta ahí el tono de las impugnaciones tiene un tinte "profesional", y parece apuntar básicamente a las cuestiones de tipo téc­nico y económico en que todos se ven involucrados al ejercer el mismo trabajo (calidad del servicio y precio). Pero en realidad, al profundiZarse en la exploración de las opiniones que cada entrevistado tiene de sus colegas, las impugnaciones recíprocas trascienden ese carácter y parecen adquirir el tono de una condena moral, orientada a resaltar las falencias personales y éticas de los demás. Los otros lustradores, además de ser vistos como malos lustrabotas, son acusados de adolecer de ciertos defec-tos muy serios que van más allá de lo puramente laboral.

La postura más frecuente es tan o más estereotipada que la que he podido describir en algunas de las personas que, estando fuera del oficio, opinan sobre los lustrabotas e interactúan con ellos. Cada entrevistado se empeí:'ia con un curioso tesón en enjuiciar a sus pares, reservándose para sí mismo el lugar de caso excepcional dentro de un conjunto en el que predominan los hombres de malos hábitos y la mala conducta.

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Este encono valorativo, que es recípro ul il en una especie de mito intragru al 1 ca y m t ateral, se condensa nutren sin los en la . p en _e _que todos creen y al que todos los que estÍ: en la ocu~:=· ~~ c:;,~v;:=óc~ón c~ctiva de que muchos de de los colegas no era def"mid o cos. te supuesto alcoholismo menos; en verdad era visto o como un~ simple enfermedad ni mucho mente se vinculaba con otracsomdo ~a. a errante cualidad que habitual-

bra "borracho" d · · "d califi .., en e pecammosas. La pala

eSV18cJOnes iaualm t .

ciones piadosas, sino ~o~; insul~: a un colega _no contenía connota-cada entrevistado al . te y desvalonzador. Naturalmente

alcohólico, tomaba elr:~~~~eala~~:.:~~~ndérico1 como sinónimo d~ e as generales de la ley:

... yo soy un hombre normal ero ha podridos, que se gastan toda 1: plat y pocos. Están los borrachos irresponsables.. a en carreras Y bebidas. Esos son

... hay lustrabotas que están or ah, -botella de vino así... p 1 ron osos, borrachos, con una

. · .. hay lustradores que agarran dos o tres lustrada vmo... s Y se van a tomar

... los que están allá en la Recova son todos borrachos ...

La llamativa frecuencia con que st t" d .. poner en tela de juicio la integridad e~ ;po e opm10nes, dirigidas a mada al antagonismo estructural ue roo e los cale~~· se repetía, su­tencia establecida alrededor de losq los separa en ~unc1o~ de la compe­cia casi total de un "esp, "t d puestos y el preCio, venfican la ausen-

tn u e cuerpo" A . . . d espíritu "puede entenderse como un sf . JWC10 e Lee Braude, este estructurar la afectividad gene al e b uer~o. de los grupos de colegas para caso de los entrevistados la in;~~ _ene 1~0 de la ocupación"40. En el ese esfuerzo que articub un sent· ~~ d~ mte~s alguno por emprender tivo, llegaba incluso a refle"arse e~n o e Uflida~ y compromiso colee­el de la caducidad de los ~errnisos N~e1f!R ~an espmoso Y delicado como ordenanza 33.724, cuyos efectos P~ . \:q~era cuando se ?ablaba de la voces demasiado entusiastas en haceriJU ca an a t~dos por Igual, surgían valor de sus hombres Aun en t duna defensa mtegral del oficio y del ciamientos a los cole~as y' para ocr:~o e~ punt?, continuaban los enjui­a las falencias de sus pares el hech d 1

a ~wene~ ~~caban en parte medida. Era muy común ue o e q~e . ~un1Clpalidad tomara esa genérico -esto es la ima \n el~ustra~or mdiVldual aludiera al lustrador factor desencaden~te del p~toe fi e~~ttpada del lustrabotas-, como un

m 1mpuesto a las habilitaciones:

... y bueno, es cierto hay al n Porque hay toda cta'se de g::s ~~~no se mere~n estar lustrando. dan mal espectáculo en la calle cobrancomalpor:tamtento, algunos que • cu quter cosa ...

40 Braude, 1978, p. 87.

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¡:¡', d.

... yo no quiero que nos echen pero estaría de acuerdo en que regla­menten. Y sí, en este gremio hay muchos alcohólicos, analfabetos y sin conducta. Claro, esos no pueden trab¡ijar así. Hay muchos desa­seados ...

Auto-percepción y compensaciones

Indudablémente, lo descripto en los dos puntos anteriores destila un sabor muy amargo. Nada de positivo parece desprenderse de los relatos. Desde los familiares que critican al hombre que decide optar por el lustra­do como medio de vida, hasta los colegas que se empei'ian en recubrir de una pátina desacreditadora al oficio, todo lo que se dice respecto a la ima­gen de los entrevistados debería sugerir que éstos viven sumergidos en un clima muy especial que seguramente los arrastra hacia una auto-desvalori­zación muy aguda. ¿Cómo es en el lustrabotas su "identidad del yo", entendiendo por tal lo que Goffman defme como "el sentido subjetivo de su propia situación, continuidad y carácter que un individuo alcanza como resultado de las diversas experiencias por las que atraviesa"? 41

Partiendo de la evidencia de que nadie llega a lustrar por vocación, si supusiéramos que la percepción íntima que el sujeto hace de su situa­ción y del hecho de pertenecer al oficio depende en gran medida de cómo los otros lo evalúan y lo valoran, tendríamos que imaginar que el lustra­botas es un hombre agobiado por su suerte y por la sensación de fracaso. Sin embargo, entre la forma en que el lustrador es identificado por los otros -sean éstos, colegas o no- y la forma en que él mismo se identi­fica y mide su situación particular, puede haber una enorme distancia: "La identidad del yo es, en primer lugar, una cuestión subjetiva, reflexiva, que necesariamente debe ser experimentada por el individuo cuya identi­dad se discute ... es evidente que el individuo construye una imagen de sí a partir de los mismos elementos con los que los demás construyen al principio la identificación personal y social de aquel, pero se pennite importantes libertades respecto de lo que elabora" (mi subrayado ) 42

El lustrabotas sabe perfectamente qué es lo que pueden llegar a re­presentar a veces su f~gura y su trabajo para los demás. Esto le pesa y lo inquieta. No obstante, la percepción que tiene de sí mismo sólo de manera muy parcial es afectada por su identidad social. En su caso, la identidad del yo depende de otros factores, que básicamente son: a) la existencia o no de anteriores experiencias laborales, percibidas como más ventajosas, que fueron interrumpidas por una situación imprevista y, b) el éxito rela­tivo dentro del oficio.

41 Goffman, 1970, p. 126. 42 Goffman, 1970, p. 126 y 127.

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1 Por lo general, la persona que ingresó como consecuencia de una

contingencia involuntaria que puso fm al desarrollo de la carrera ocupa­cional en otro tipo de tareas, se manifiesta disconforme con su destino y parece aflorar su anterior trabajo, que le sirve como referente cronoló­gico y punto de comparación para evaluar su actual panorama. El lustrado es experimentado como un recurso de última instancia, que fue utilizado para capear una situación de emergencia sumamente ingrata,y el individuo se siente un extraño dentro de un oficio al que jamás habría imaginado pertenecer:

... yo no le veo ninguna vent¡ija a esto. ¿Vent¡ija de qué? Yo no puedo conseguir trab¡ijo porque nadie me da trab¡ijo con la gamba así. A mí lo que más me gustaba era dar puntadas. Yo era soldador eléctrico. Lo hacía sin careta ni nada. Ahí sí que estaba bien; en cambio, acá ... ... yo siempre trab¡ijé de mozo, en restaurantes y confiterías. Era otra cosa. Y además me salía gratis la comida. Pero éste es un trab¡ijo chato, irlgrato. Esto es chato. Yo cada vez lo hago con menos ganas. Pero hay como una fuerza que me tiene atado acá ...

Pero no todo es reproche y resignación fatalista. También se encuen­tra a aquellos que declaran estar conformes y no manifiestan demasiadas quejas sobre su suerte. Entre éstos están básicamente quienes se recluta­ron en la ocupación en virtud de una dolencia congénita o a causa de un accidente o patología sufridos a edad muy temprana, circunstancias que desde un principio les impidieron tener demasiadas expectativas laborales. En estos casos, se palpa un sentimiento de gratitud hacia la actividad que les permitió mantenerse y un cierto orgullo por haber enfrentado la vida sin entregarse, a pesar de las difíciles circunstancias que los aquejaron desde un comienzo:

... yo tengo un problema en las dos piernas. Sin embargo, me las rebusqué como Dios manda. Y Dios me ha ayudado. En una de esas, si consiguiera algo en lo que ganara más, me cambiaría. Pero si no, no. Acá, siquiera, algún mango hago ... ... mire, yo tengo 47 años. Hace más de 20, yo tuve un problema de hernia muy serio y no puedo hacer ningún trab¡ijo de esfuerzo. Así que me puse de lustrabotas. La vida está muy difícil,y a pesar de eso, yo no me puedo quejar. Yo no tenía ningún oficio cuando quedé mal. Y además, peor que un lustrabotas está un pe6n ...

Más allá del momento del ciclo vital en que el individuo se incorporó y de la posibilidad de que las circunstancias que alentaron este ingreso hayan interrumpido o no la carrera iniciada en otra tarea, el factor que sin duda juega con mayor vigor en la determinación de la orientación valora-

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tiva del lustrador respecto a su situación, es el éxito o el fracaso dentro de la propia actividad. Si una persona ha logrado mantenerse y mantener dignamente a su familia durante cierto tiempo gracias al lustrado, su pasado y las oportunidades perdidas pasarán a un segundo plano Y ~ encontrará motivo alguno para actualizar permanentemente en su memona las desdichadas causas que lo obligaron a lustrar. Por eso, los lustradores que detentaban puestos realm~nte buenos y que er~ l~s ~~percibían ~os ingresos comparativamente mas altos mostraban, ~ d~metón de mottv.o de ingreso o historia ocupacional, una imagen de st mtSIDOS que los hacta aparecer como satisfechos y, si cabe el término, felices con lo que hacían. Estos casos son los que revelan con mayor holgura la abismal separación que muchas veces puede haber entre lo que los otros pueden suponer respecto a un hombre y lo que realmente éste es o, por lo menos, cree ser:

.. .la mayoría de la gente dice: "Puf, un lustrador ... " Pero ~ gente está equivocada. O sea, que no están al tanto de cómo vtv~n los lustradores, cómo viven los canillitas, cómo vive la clase mediB., c6-mo vive \a clase baja. No están al tanto. Si estuvieran al tanto, no dirían lo que dicen. Yo con esto como, fumo, tomo, voy al hipó­dromo, juego a la quiniela, al Ptode. ¡,Qué más querés? ...

En una misma línea de autoestirna y revalorización de la figura del lustrabotas, el entrevistado que poseía, a mi juicio, la mejor parada decla-

raba lleno de orgullo:

... yo eduqué a mis tres hijos y consegui todo lo que tengo, tra~a­jando de lustrador. Yo vivo como un rey. Le tengo mucho cariño a lo que hago porque llegué a la conclusión que este trabajo era como cualquier otro, y que no era ninguna deshonra Y qu~ se_~a el peso honestamente que es lo que a mi me gusta. Hoy miS hijos son chicos responsables' y muy respetuosos. Tal es _asi, qu~ m~ admira la gente, porque ellos vienen y me besan en mt trabaJO, stendo ~ue yo soy su padre y estoy lustrando calzad«;'· Sin embargo, no s~ sten­ten en ningún momento menos que nadte por eso. Yo, le digo la verdad, para mí me considero un señor ...

Trascendiendo las perspectivas individuales que dan cuenta de dis­tintos grados de auto-valoración y satisfacción, hay una serie de circuns­tancias que gratifican por igual a todos los lustradores y que éstos suelen contabilizar como elementos positivos que nacen a la luz de la naturaleza misma de la actividad. Aun los trabajos menos calificados sociahnente, a los cuales suele recurrirse como medio de vida sólo bajo la presión de situaciones personales muy extremas, poseen aristas que permiten a quie­nes los desempefúul encontrar algún resquicio aceptable qu~ ~os ay~~a a mantenerse en ellos. Si las personas no encuentran ese resqwcto positivo, se dedicarán a crearlo y recrearlo, ya sea en su conciencia o en la realidad.

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~ ~l lustrad~r. admite .Y tolera su trabajo no es solamente porque las co~­dictones objetivas le un ponen coercitivarnente permanecer, sino porque además f~ generando experiencias y circunstancias que colaboran para que ~~tmúe. Todo lustrador construye para sí un espacio simbólico constltwdo de factores que puede visualizar como compensatorios ante lo supuest~e~te ~gobiante. de su condición, una condición que implica desde la cot1diB.ne1dad hostil de las relaciones con los colegas y la autori­~d, hasta el riesgo del descrédito a que pueden someterlo los prejuicios aJenos. . El primero Y principal de estos factores compensatorios es la sensa-

etón de control sobre las condiciones de trabajo. Todo aquel determinismo que ~eva a ~ hombre a adoptar el lustrado como alternativa de emer­gencm_, _se reVI~rte durante su permanencia en la ocupación, en una amplia flexibilidad e mdependencia para manejarse y manejar su realidad laboral:

... a f!lÍ me gusta. ~cá los mu_chachos me ofrecieron todo tipo de trablijo, p~ro yo qutero estar libre. Me voy cuando quiero y vuelvo cuando qu1ero ... ... usted viene ~ la hora que quiere y se va cuando quiere. Nadie le va a poder dectr nada. S1 usted trabaja con patrón: "Permiso, que me voy al baño; permiso, que me voy a comer" Y acá no· acá puede. Se le da por ir a tomar un café con un amigo, va. S~ le da po; conversar, conversa. Y con el patrón, no ...

. Además de la natural satisfacción que le brinda esta sensación de libertad -fa~tor gratifJcante dado casi a priori por el hecho de ser un c~nta pr~piB.-, hay otras circunstancias asociadas a su trabajo que tam­btén lo estunulan Y confortan_. Estas tienen que ver con las relaciones que ~1 lustrador construye a parttr del trato con individuos que al principio mteractúan con. él en calidad de extraños, pero que con el paso del tiempo pasan a con~erttrse en personajes habituales y en parte corriente del paisaje en que se ~enta. Aunque la calle es un territorio anónimo. el lustrabotas logra confenrle su propia personalidad al minúsculo segmento espada] que pose~, Y sobre esa identificación entre hombre y lugar, va tejiendo una red de vmculos, compuesta por aquellos que trabajan o viven cerca de su parada _Y por quienes son sus clientes fJjos. Esa red puede erigirse en una fuente magotable de favores y ayudas:

· .. a la mañana trabajo en el Congreso. Yo trab¡ijo con los que pasan pero también tenso mis clientes. Por uno de ellos conseguí lo del Congreso, por un diputado de Santa Fe ... ... yo les he hecho muchos favores, y ellos me han hecho muchos a mi. Todos los. de los n~gocios de acá me aprecian mucho y por eso tengo la ch~g\uta de bajarles los toldos. Mire, me gano$ 2.500 por mes por b¡yar los toldos y levantarlos los días domingos y sábados ...

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!)

¡ ¡

... me llevo muy bien con la gente de los departamentos. Ac~ hay una señora que tiene estancia; el otro día me tr~o dos bifes y tam­bién empanadas ...

El vinculo con los conocidos no cobra importancia exclusivamente por el hecho de poder materializarse en una changa, una recomendación o un bife. Los conocidos pueden transformarse no sólo en emisores de cosas sino también de afecto:

... generalmente mis clientes conversan siempre conmigo. Casi a la mayoría le sé el apellido ·porque conversamos y ellos conversan conmigo. Me preguntan de mi señora, de los chicos. Y entonces yo me siento contento porque ya somos como de la familia ... ... yo me encuentro cómodo. Acá me paso charlando todo el día. Estoy con todos y todos me quieren: "Hola tío, ¿te enfermaste?, ¿qué te pasó que no viniste?" Así Il)e dicen. y entonces me hice una familia. "Si estás enfermo", me dicen, "haceme avisar, así te mando el médico". El portero, el florista, todos me quieren ...

Por último, los conocidos pueden transmitirle algo que su identidad social le impide proclamar con eficacia: honor y prestigio. De la misma manera que un hijo puede sentirse contagiado por el descrédito de un pa­dre, el lustrador puede sentirse alimentado de valoración social por el hecho de contar entre sus clientes con personas que él concibe o caracteri­za como "personalidades". Después de un rato de charla, por lo general, los entrevistados desenrrollaban el cuadro de honor de su clientela, espe­cificando muchas veces el nombre y apellido, la profesión y el origen de sus habitúes más egregios. La posibilidad que el hombre que lustra tiene de entablar relación con todo tipo de personas, y entre ellas gente "impor­tante", es también uno de los aspectos ligados a su rol que él puede expe­rimentar como gratificantes:

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... conmigo han venido a lustrarse personalidades políticas: Cámpora que se lustró conmigo antes de ser presidente, aunque no era cliente mío; el general Diego Masan, que era tío del general Suflrez Masan; los Perette, que el mayor era cliente mio. Después, artistas: Soffici, que venía y después siempre se tomaba un auto ... ... yo trab~aba en una confitería. Me dice el muchacho que era lustrador ahí: "¿Me relev~s?". Porque él a veces no podía trabajar. Dice: ''Te presto el c~ón". Y me senté. Y me gustó porque empecé a tratar con tanta gente, tengo muchas amistades. Con esto se conoce mucha gente ... . . . si usted es una persona decente, honesta y educada, se pueden conservar muchas amistades. Yo tengo relaciones con militares, con gerentes, con industriales, con grandes señores. Este trabajo es tam­bién relaciones públicas ...

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1 Al promediar este capítulo, un entrevistado contaba que hab'

sanas que e , 1 1 d ¡a per-• • TeUlll que ~ ustra o era una práctica muy parecida a la men-~dad Y un rese~ono de vagos y atorrantes; al fmal, un lustrabotas de­

que su trabaJo es, entre otras cosas, sinónimo de relaciones públicas con 8fli:Ddes sef'i?res. ~or debajo del contraste de caracterizaciones, subyace :n realidad la diStancta entre identidad social e identidad del yo dellustra­

or ·.Un .hombre pu~de ser absolutamente conciente de los efectos ue sus :r~enetas, c~tegona social !' atributos adjudicados, pueden ju~ sobre dra nusmo Y, sm _embargo, alejarse de la imagen en que los demás lo encua-

n Y construrr su propia imagen con un material totalmente distinto al que los otros_ emplean. Entre lo que el observador supone y lo que el o.bsertrvado experunenta, media la libertad que todo individuo posee hasta Cle o punto, para crear su realidad. '

ner Cab: agre~ una ~tima reflexión. Todo lo dicho puede hacer supo­fera que, ~ matices de ~~guna naturaleza, cada lustrador vive una atmós­. que .mtegra la hostilidad y el descrédito valorativo de los otros la ~~~~~Ión ~~ral de lEos colel?lls Y la. vigencia de una autopercepción r~la-

gra I Icante. n realidad, ru todos los extraños que interactúan ~ e~Iustrabotas son prepotentes, ni todos los colegas se dedican a man-

ar omogéneamente a sus pares, ni todos los entrevistados se desespe­ra~ por rescatar a toda costa algo que los gratifique. En este sentido el en oque puede resultar exagerado. Pero si, como decía Ortega y Gas~et ~sar es exagerar, aquí he tratado de pensar la identidad del lustrador' su. ~yalanddo y sobre~~-ensionando ex professo los aspectos más notables y' ongm es e su cond1c1on.

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ESTUDIOS CEDES

VOLUMEN 1, 1978

N• l. "Los programas de estabilización convenidos con el FMI y sus lm· pactos. internos" (Roberto Frenkel y Guillermo O'Donnell).

N• 2. "La presencia y comportamiento de las empresas extranjeras en el sector industrial argentino" (Juan V. Sourrouille)

~ 3. "Formación histórica del estado en Am6rica Latina: elementos teórico­metodológicos para su estudio" (Osear Oszlak).

N• 4/5. "Notas sobre el desarrollo agropecuario en la región pampeana ar­gentina (o por qué Pergamino no es lowa)" (Guillermo Fllchman). "La programación lineal en agricultura. El modelo 'Pef8amln'" (Fran­cisco Garra).

N• 6. "La mujer y el mercado de trabajo urbano" (Eiizabeth Jelin).

VOLUMEN 2, 1979

N• l. "Sindicatos y politica en Argentina, 1955-1958" (Marcero Cavarozzi).

N• 2. "Urbanización regional y producción agraria en Argentina: un análisis comparativo" (Jorge Balán).

N• 3. "Decisiones de precio en alta inflación" (Roberto Frenkel). N• 4. "Planificación, presupuesto y empresas públicas en América Latina"

(Horacio Boneo). N• !5. "Notas para el estudio de procesos de democratización politice a

partir del estado burocrático-autoritario. (Documento de trabajo)" (Guillermo O'Donnell).

N• 6. "La disciplina como objetivo de la politica económica. Un ensayo sobre el prosrama económico del gobierno &f8entino desde 1976" (Adolfo Canitrot).

N• 7/8. "Consolidación del sindicalismo peronista y emef8encia de la fór­mula politica argentina durante el gobierno frondizista" (Marcelo Cavarozzi).

N• 9. "La estructura social en la biografla personal" (Jorge Balan y Ell­zabeth Jelin).

N• 10. "El desarrollo reciente del mercado de capitales en Argentina" (Ro­berto Frenkel).

VOLUMEN 3, 1980.

N° 1. "La mujer, el desarrollo y las tendencias de población en América Latina. Bibliografía comentada" (María del Carmen Feijoó).

N° 2. "Pollticas públicas y reglmenes politices: Reflexiones a partir de algunas experiencias latinoamericanas" (Osear Oszlak).

N° 3. "Migraciones temporaria!> y mercado de trabajo rural en América Latina" (Jorge Baián).

No 4/5. "Los lustrabotas de Buenos Aires: Un estudio socio-antropoló­gico" (Juan José Llovet).

No 6. "Trabajo forzado y trabajo libre en el Potosi colonial tardlo" (Enrique Tandeter).