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el-errante-insaciable
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"Lo superfluo" de Ludwig Tieck (1773-1853)
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cra tan tristc y dcprimcntc, quc cl ClJl1dc. al anD siguiclltc
de ocurrido aqucllo, sc auscllt6 cn compailia de toda SlI (a.
milia. Y su palacio, al qllcdar ahalldonado, sc dcsmoron<J y
arruin<J cn brcvc tiempo.
92
Sc consumi(). como Sll hijiLl. mes tras mcs. \1 a los
pocos aiios la sigui6 tamhicn al scpulcro. Entonecs, cl VICJO
Martin sc fue a vivir con SlI YCrllO, a la tierra cn que ya
habia vivido en t icmros pasados.
Elfrida pcrmancei6 dias y noehcs cntcras eOlltcmplan.
do cn silcncio Sll rosa, sumida cn la mayor llost,llgia. Rccor.
daba a su compaiiera dc jllcgos dc otros ticmpos. 1\1 fin:1I,
a! igual que la floI', quc se dohla y marchita, la nii'ia dobl6
LJ eahecita y 110 IIcg6 con vida ,\ la primavcra siguicntc.
Maria, quc ib,l con freclIcncia a aqllel rinc6n dclan.
te de la dW7.a. 1101'6 ;lI11argas I:igrilllas dc dolor ror la fcli-
cidad pcrdida.
" w,." ...., '1 , I.'~;..I, II" H':'.:"~I '\ /' 'I';",~"I ., " 'I':::"~'I: '11". " ",\f,l, -- , , - " I " ... - •• \'~ .~' - •• ,,(, •. -~ , , -- ,',1(:,(~!:~~1((~)"'. ;" :~)'J: ,~~II:\ (:, (:~W( ~~)':).!:'<:; :.L'(~;.\! :/' :~l'J' I::"'~,;:):'III\ { (,j'l (i'l ),'I \':(;;1I'j:) : iiI \ [ (:j'l (;i: .1/,1\ ( (i'I('i'l .1,'11
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Seria hacia fines del mes de febrero de uno de los
inviernos mas crudos que se recuerdan, cuando se produjo
en nuestra villa un tan notable tumulto, que por algun tiem.
po circularon en palacio los rumores m,ls peregrinos y con.
tradictorios sobre su origen, desarrollo y desenlace.
Ello se explica facilmente por el hecho de que, cuan-
do todos los que refieren un suceso, intentan comentarlo y
reperirlo sin conocerlo de primera mana, ,Kaban fatalmente
par dar a dicho suceso calidades de algo fabuloso, par mas
vulgar y corrtente que haya siclo en el rerreno de la pura
realidad.
JSI caso de que me ocupo se habfa producido en el
art'abal de esta villa, un barrio basrante poblado, y m,ls con-
cretamenre aun, en una de sus callejas 11I,IS estrechas y sor-
didas.
Por el barrio surgi6 y se difundi6 prontamente un
rumor, segun el cual habia sido descubierra la presencia de
un rebelde y lraidor al orden estalllido, cuyo escondire ha-
bia sido finalmente localizado por la h,lbilidad de la policia.
Eso era 10 que decian unos. Olros, por el conrrario, afirma-
ban con roda seriedad que se trataba nada menos que de un
ateo; un sujero infame que, aliado a otros de sus herma-
nos de impieclad, habfa illtenrado nada menos que arrancar
de cuajo los fundamentos mismos de la Ie de Crisro. Tras
una tenaz resistencia, aquel infame se habfa rendido final-
mente a las autoridades, y ahora va estaba a buen recaudo,
y allf seguirfa, hasta que la forwsa soledad de Ia ergastula
.,
96
Ie perrnltler~ tornar a unos prlnClplOs y convicciones mas
validos que los hasta ahora sustentados. Y se decia que aqucl
descsperado rebelde, antes de rendir sus armas a la valerosa
policia, se habia atrincherado en su propia casa y presentado
resiSlenci,l arrnad,l, con aYllda de una vieja escopeta de dos
cailones, e incluso sc dCcla que habia tenido todo un canon
cugado con postas. '\si pues. antes de conseguir su rendi-
cic'JI1, la autoridad se h,lbia visto ob!igad~ a derramar sangre,
v clio hasta t,d punto. que no s610 el cnnsistorio de la villa,
sino induso cI Tribunal de 10 Crimin,l! pens,lban solicit,u
para el reo de tanto erimen la pen;\ capital.
Y un Z,IP;lIC1'll remcllllt1n. de C50S que s;den sicrnpre
entcndidos en polftica, prelendfa sahel' que el ahora reo ha-
hia sidn nada menos que un emisario y cornunicante, cabeza
de muchas sociCtbdes seereLlS. \' que estaba en conhivencia
can la totalidad de los revolucionarios de Europa. Afirmaba
incluso que el rebelde habia rnantenido can todos elias rcla-
ciones de la mas estrecha amistad. Al igual que una mons-
truosa arana, habfa ido tejiendo los hilos de las dichas socie-
dades secretas en Paris, Londres v Espaila, asi como en las
provincias del Este. rvlas alll1: en breve iba a estallar una es-
pantosa rebelion en las Indias orientales, una sublevaci6n
que, como epidemia de c(J!era, pronto se contagiarfa nad~
menos que a la prnpia Europa, donde prenderi~ f<lcilmente.
dada la mucha materia inflam~ble acumulada en el Viejo
Continente. EI result~do seria. claro, una c()nfl~gracian que
estallarf" con las lIarnaradas 1ll;IS vivas v conV\dS,lS imagi.
n~bJes.
tbsta aqui, los comentmios v SUPOS1Clones. Todos
elias coincidi,ln h,]sic~l11ente en el hecbo de que en una de
aquellas casuchas del suburbio se habia producido un gran
alboroto. Habia tenido que ,1Cudir b poliefa, la multitud ha-
bia armado gran jaleo, sc habian visto impartantes persona.
jes metidos en cI alhoroto, incluso tomanclo parte activa en
d ... y, al cabo de poco tiempo. las aguas habia~ vuelto a
sus cauces, sin qlle nadie fuera capaz de explicarse los 010-
tivos de tanto baru1l0.
Esto, en cuanto a los hechos. En cuanto a la casa,
escenario de los rnisrnos: bien, era indudable que se habian
producido ciertos desperfcctos en cI edificio ... y al lIegar
a este Pllllto, cad a cual daba su versi()n favorita, cocinada
97
segun su humor y sus capaeidades de fantasia. Al cabo, una
turbamulta de carpinteros y de albafiiles fueron los ellcar-
gados de reparar los dcsperfcctos producidos par este con.
fusn y no aclarado suceso.
EI inclivicluo que habfa habitaclo en aquella casa ha.
bia sido un slljeto misterioso, desconociclo de toda ]a veein.
dad. Surgfan las pregulltas: (Acaso se trataba de un erudi-
to? (Quiza un politico? .. (0 tal vez habia sido un simple
paisarl\1? .. (quiz,] un [orastero? ..
En [in, sobre todos estos extremos, nadie, ni el rn;]s
avisado de los cspeculaclorcs, estaba en situacion de decir
una palabra que fuera 0 sonara a definitiva.
1,0 unico que parecia estar fuera de dud a era que
aqucl seilor inc6gnito habfa estado lIevanclo una existencia
10 Illas pacifica y retirada que debia imaginar. No se Ie habia
visto en ningull paseo 0 lugar publico. Nadie recordaba ha.
berle saludado en esos lugares que suele frecuentar ]a gente
en los dias de asueto. Sf se creia recordar que se trataba de
un hombre jovcn aun, de buena talla, y que su esposa era
una dama muy joven que, como cl, se habia dado a aqu~lla
existencia solitaria y discrcta. De ella se decia que merecia
sobrad~mente c1 calificativo de mujer de muy buen ver.
Seria mas a menos pm Navidad, cuando aquel hom.
bre, joven aun, sentado muy cerca de la estub de su saleSn,
Ie dijo a su esposa 10 que sigue:
-Bien sahes, amadisirna Clara, 10 mucho que me
gusta a mi la novela satfrica de Jean Paul, SichcnkaI. Re.
cuerda mi gran admiracion pm semejante libro, 10 que no
obsta para que siga preguntandome que harfa cf execelente
humorist;l que fue .Tean Paul, si estuviera en nuestro lugar.
Porque (no es verclad, carino mfa, que esta vez sf que esta-
mos al cabo de nuestros recursos?
-Asi es, Heinrich -fue la rcspuesta de la darna,
que sonreia al darla, pero tamhicn suspiraba en medio de su
sonrisa-, pero si tu sigues tan optimista y sereno como
hasta el momenta, tu, el mejor de todos los seres que pue-
blan el mundo, no pndre ell absoluto sentir por completo
Ia gravedad de Iluestra situacion.
-13;11" fclicidad, desgracia... iVanas palabras!
-eon testa a esto Heinrich-. l\lira, Clara, cuando te fugas-
" -
de cierto, digamos, apuro, pues Ia verdad es que no tengo
ni idea de donde sacaremos dinero para lena. Pew, en fin,
de algun modo nos arreglaremos, pues es impensable que
nos muramos de frio, estando como estamos arcliendo en
llamas de amor, de un amor que nos posee y unos ardores
de nuestra sangre que nos consumen ... i V,lmos, es totalmen-
te impensable!
Le miraba ella riendose carinosamente y deda:
-Ojala pudiera aun, como Lenette, vender mi
ropa, 0 unas cuantas de esas superfluas cazuelas de laton,
o tWOS morteros, 0 potes de esos de cobre, de los que forma-
ban parte del ajuar ... con eso, ya nos las compondriamos ...
-A buen seguro que sf -afirmo el en tono de su-
ficiencia-, si fucramos lInos ricaclJOs como Siebenhis, d
herae de la novda de Jean Paul, no iba a ser problema con-
seguir un poco de lena, ni tampoco adquirir algunos .t1imen-
tos mas, digamos, mas ... presentables, que los que estamos
consumiendo.
Ella echo una ojeada al estufon, donde se estaba co-
ciendo una sopa de pan que iba a constituir el almuerzo
m,ls modesto que es dable imaginar, y cuya conclusion iba
a ser un postre hecho con algo de manteca.
-Bueno, creo que 10 mejor es que, mientras tu vi-
gilas la cocina -dijo Heinrich- y Ie das al cocinera las
instl"llcciones oportunas, yo me siente a ocuparme de mis
trabajos habituales, aunque icon que gusto volveria a es-
nibir Algo, si no fuera porque tima, papel y pluma se han
aeabado completamente! Tal1lbien querria leer algo, es iguaI
que, pero 10 malo es que no me ljuecla ya ni un solo libra.
-No olvides, querido mio -recorda Clara can una
mirada pfeara-, que, segun espera, las ideas no se te han
agotado todavia ...
-Amadisima esposa -replica el-, nuestro hogar
es tan completo, tan enorme, que me explico perfectamente
que requiera de toda tu atencion, por 10 que te ruego no
te distraigas en tus tareas, dejando que Illlestras finanzas
se malgasten ... Y como voy a dirigirme a la biblioteca, te
mega me concedas unos lllomelHos de asuero, pues solo
asi podre ampliar algo mis cOllucimielllOs y ali men tar mi es-
piritu, hamhrientu dc saher. ..
- iNo hay dus como ell se dijo ella, soltando areiI', divertidfsima, aiJadielldo:
98
te conmigo de casa de tus padres, dejando par amar a mi de
lado toda clase de reservas, bueno, entonces fue cuando se
consumo nuestro destino, y fue para siempre. A partir de
entonces adoptamos la divisa: «Vive y ama». Y el modo y
manera en que esto se produjera, debia sernos indiferente a
los dos. Y por IOdo ello te ruego ahara me respondas 10 me-
jar que sepas a esta pregunta mia: (Ouien, en toda Europa,
puede afirmar ser tan'.fe!iz como yo, que tengo todos los
tttulos para serlo, tanto par derecho como par la vehemen-
cia de mis sentimientos?
-Carecemos, es cierto, de casi todo --dijo ella-,
a excepcion de nosotros mismos. Pero tambien es verdad
que yo, cuando me uni a ti, bien sabia que no tenias bienes
de fortuna. Y tu, por tu lado, sobradamente sabias que yo
no podia llevarme conmigo ni un ochavo de la fortuna pa-
terna, e! dia que nos dimos a la fuga. Par tanto, al final la
pobreza y eI amor han acabado por ser entre nosotros una
misma cosa. Y este salon, nuestras conversaciones, esta con-
tinua presencia mutua, este mirarnos en los am ados ojos,
eso, en fin, es todo cuanto poseemos.
- iAsi es! -exclamo Heinrich, dando un alegre
saito hacia su hermosa companera, a la que intento abra-
zar-. iOu~ trastorno eI nuestro, que mal estariamos, siem-
pre ausentes, solitarios, abstraidos, estariamos ahora en aquc!
sinfin de salones elegantes, si todo se hubiera desarrollado
en nuestras vidas segun 10 previsto! jOUe miradas, que con-
versaciones, que apretones de manos, que pensamientos los
que se piensan en salones semejantes! Se podrian domesticar
animales, se podrian hacer funciones de ti teres; harian exac-
tamente las mismas zalemas, dirian iclcnticas vanilocuas va-
ciedades corteses, es decir, harian y dirian exactamente 10mismo que hubieramos hecho y c1icho tu y yo ...
»Y ahara nos vemos aqui, tesoro mio, eI AcI.ln, la
Eva de este paraiso. Y con la ventaja de que aqui no hay af-
range! de espada f1amigera que tenga la ocurrencia de ve-
nir a expulsarnos.
-Si, si, solo que ... -deda ella bajando la voz un
poco- solo que la lena esta empezando a terminarse y que
este es eI invierno mas duro que hemos sufrido nunca.
Heinrich solto una carcajada:
-Mira -exclam6--, ya yes que me rio de puro in-
consciente ... pero no es la risa de la desesperacion, sino la
99
-j"
100
- iY que buen mow es' ...
-Bueno, pues volvere a leer algunos fragmentos de
mi diario -dijo I-Ieinrich- empezando pOl' donde interrum-
pi la lectura hace algun tiempo. Me interesa estudiar este
documento, pew retrospectivamcntc. Quiero decir, cmpe-
zar la Icctura pOl' cl final. para asi irllle preparando paula-
tinamcnte para iccI' cl principio, y entenderlo mejor que en
otras lccturas. Y clio porquc todo autentico sahel', tocb ver-
dadera obra de arte, lodo pcnsalllicnto verdaderamente pro-
fundo, debieran scI' como los extrcmos dc un circulo, en los
que se unan 1llUYcSlrcchamcnte principio y final, '11 igual
que la serpiente elllhlcll1,itica, que se Illuercle 1'1 cola ... pOl'
cierto, simbolo, como sahes, de Ia eternidad. Aunque oUos
dicen que 10 es de Ia inteligencia y de todo 10 verdadero, y
('stc ultimo extrcmo cs 10 que yo misll10 afirmo. \
Y se puso a leer la ultima pagina, pero en voz ape-
nas perceptible:
-Se cuenta Ia historia de un hombre que habia sido
un terrihle forajiclo. Lo apresaron y 10 condenaron a muer-
te. Debia morir de inanicion, asi que no tuvo mas remedio
que irse autodevor:lndo poco a poco.
»Y yo pienso ahor,l que, en el fondo, esta no es sino
la historia de Ia vida de un scI' humano cualquiera. En 1a
historia de aquel desdichado, al final, solo quedaron de C1
los dientes \' cl estolllago. En nosotros, 10 que qued:l es cl
alma, que es Ia p:llabra con que hov di:l se da noml')\'e a 10incomprensible. Y vo mismo, en 10 t(Jcante a 10 superfluo, a
10 extei'no, n() he hecho sino consull1irrne y agotarme de
manera parecida a la de aquel desdichado de Ia historia.
Porque era casi p:ua refrse, que yo tuvier:l entre mis vesti-
mentas nada lllel1l'S que un frac, can las prendas que hacen
juego con el, yo. que Ilunca salgo de casa. EI dla del cum-
pleanos de rni espc'sa. \'0 me presentare en chaleco y m:lngas
de camisa a felicitarla, y eso porque no serfa correeto en
gentes bien criadas como nosotros, que yo te felicitara ata-
viado en una bata de casa en verdad, bastante raida ya.
» ... aquf termina esta pagina y acaba el libro -iba
diciendo Heinrich- v todo el l11undo tiene totalmente claro
que nuestros Eracs son unas prendas estupidas y de pesimo
gusto, todos rechazan esta vestimenta masificante, pero ha-
cer, nadie hace 10 que yo, que me tome el asunto bien en
serio v elimine 1a halumba inutil. Y ni siquiera leo en los
~. #
101
periodicos que haya habido otros sabios que vayan a seglllr
mi audaz ejemplo y valiente decision.
Paso aquella pagina y siguio leyendo cn la siguiente:
-Item mas ... : es posible, puestos a prescindir, pa-
sarse de esas cosas llamadas «servilletas» ... Es que me pon-
go enfermo cuando reflcxiono hasta que punta nuestras exis-
tencias enteras han ido convirticnelose en toda una serie de
servidumhres a toela una balumba de surrogados, de super-
fluidades, de huccos mal rellenos, bueno; c\lando 10 pienso
me entra una Furia tal contra estos tiempos nuestros, tan
,lVaras y mezq\linos, que dccido, pues que 10 puedo haccr,
llevar Ia misma vida simplc y natural que lIevaban nucstros
desprendidos y liberales antcpasados.
»Esas miseras servilletas son -cosa que hasta los
ingleses de hoy dfa saben y par eso las desprecian-, con
tad a evidencia, simples inventos destinados a hermosear la
mantelerfa. Y si es senal de nobleza de espfritu no compli-
carse la vida por cosa tan infima, me refiero aqui a los man-
teles, yo voy a ailadir aqui algo mas: no solo declaro ahora
que las servilletas son superfluas, sino que anado aqui que
los mantell'S tambien 10 son. Vendanse, pues, ambas cosas,
y camamos sentados a una mesa sin tales ridiculeces, a una
mesa despejada, tal como 10 hadan nuestros patriarcas, a la
manera de los ... (de que pueblos? iBah, tanto da cuales
hayan sido! iHay tanta gente que came sin disponer si-
quiera de una simple mesa! Y, como ya he dejado dicho,
en todo esto no me guia un sordido afan de ahorro, ni cl
afan dnico, a la manera de Diogenes, de vivir de acuerdo
a la simple naturaleza. No, no es pOl' ello que expulso de
mi hogar todas estas innecesariedades. Todo 10 contrario;
10 hago poria clevada conciencia que tengo de mi bienestar,
y para evitar, como ocurre hoy can tanta frecuencia, qlle un
espiritu de ahorro malentendido haga de mi todo un dcrro-
chador impenitente. "
-Tu 10 has dicho -corrobo;o su esposa, sonrientc,
anadiendo-: Pero en tiempos hemos vivido del producto de
la venta de estas casas tan superfluas, y lIegamos a vivir con
desahogo. Incluso era frecuente que tuvieramos dos s~)peras.
Ahi los tenemos, a los dos conyuges, sentados a la
mesa para alimentarse con eI mas modesto de los almuerzos.
Y, sin embargo, cualquier espectador casual dc su agape,
'~
102
les hubiera tornado por los seres mas dignos de envidia del
munclo entero, tal era la felicidad 'I eI jubilo de que daban
rnuestras, sentados a su sencilla mesa.
Una vez consumicla la sopa cle pan, Clara, con un
gesto picaro, trajo de la estufa un plato tapado. De el saco
algunas patatas mas, que Ie sirvio a su sorprendido marido.
- jVaya! -cxclamo este-. jA esto Ie lIamo yo
dade a uno, un tanto atufado de tanta lectura, uno de esos
secretos placeres que uno mas ama! ... Ah, este glorioso tu-
berculo, tan modesto como parece, 'I ahf donde 10 yes, ha
sido el instrumento de la gran transformacion de Europa.
iUn viva al heroico inventor de todo esto, al heroico sir
Walter Raleigh! ...
EI brindis que siguio 10 hicieron con sus vasos cle
agua, que chocaron 'I Heinrich se apresuro a comprobar que
el entusiasmo del brindis no habia dejado huellas en forma
de grietas en su vasa.
- Y pensar que esta bestial artificiosidad -dijo-,
que este usa cotidiano de nuestros vasos hubiera siclo causa
de envidia par parte de los mas ricos principes de la anti-
gi.iedad ... Beber de un dliz de oro debe ser cosa sin alicien-
tes, beber un buen trago de agua hermosa, clara, sana ... En
cambia, en 'nuestros vasos, el refrescante liquida se agita
tan gozoso, tan transparente 'I unido al receptaculo, que
uno se siente tentado a creer que es €ler mismo 10 que esta
bebiendo, eter hecho liguido ... , ea, pues hemos terminado
ya eI almuerzo; dame un abrazo.
-Si te parece -propuso elIa- podriamos, por va-
riar algo nuestros habitos, acercar nuestras sillas a la vera
de la ventana.
-Bueno, la verclad es gue espacio, 10 que se dice
espacio, no nos falta aqui -c1ijo su marido-, comparaclo
con las jaulas en gue el rey Luis XI encerraba a los sospe-
chosos de conspirar contra su real persona, este salon es
todo un circuito de carreras. Es increible la felicidad gue
reside en la simple idea de poder levan tar los brazos 'I las
piernas todo 10 gue a uno Ie place ... Y aungue sea cierto
que los deseos que atenazan a nuestro espiritu son prueba
de que seguimos encadenados, hay gue conceder gue ello
es asi porgue nuestra psigue es como esos papeles cazamos-
cas en que nos guedamos pegados sin poder desprendernos
de ellos. Sabe e! cielo como fue gue nos ,guedamos pegados
103
ahi, pero el hecho es que somos una sola cosa con la tira
adhesiva, 'I hasta hay momentos en que nos parece que esa
horrible prisian pegajosa es la mejor parte de nuestro ser. ..
-Bueno, bueno, mocleremos esas reflexiones -dijo
Clara, cogiendo con sus dedos delicados 'I esbeltos la mano
hermosa mente farmada de su mariclo-; contempla ahora,
querido, como la helada ha ornado con sus flores de hielo los
cristalcs de nuestra ventana. Una tla mia sostenia que es-
tos cristales, cubiertos por cspesa capa cle hielo, calientan
mas la habitaci6n gue si los cristales no soportaran esa mis-
rna capa.
-Un punto de vista no despreciable, en absoluto
-opina Heinrich-, pero tarnpoco es motivo suficiente
para dejar de calentar la casa. Porque si 10 hicieramos asi,
las ventanas soportarian una capa de hielo tan gruesa que
Ia habitacion nos guedaria pequena, 'I estar!amos como en
ague! celebre palacio de hielo de San Petersburgo. Y agui
nos gusta mas vivir una existencia burguesa; estamos lejos
de envidiar a los principes 'I sus palacios.
- jQlIe maravilla -excIamaha Clara- la de estos
dihlljos f10rales que traza el hielo, que variedad de disenos!
Tengo todo eI rato la sensacion de haberlos visto ya anterior-
mente, aungue no C0l10ZCO bien sus nombres ... y mira, cad a
estrella de hielo se superpone a la otra 'I mientras chari amos
aqu! adentro, estas prodigiosas laminas parecen ir creciendo
m,ls v m,ls ...
. \,- Y yo me pregunto -empezo de nuevo I-Ieinrich-
si los especialistas en bot<inica se habdn ocupadl) alguna
vez de clasificar estas flores, si las habdn dibujado, incluido
en sus doetos manuales. c:' Es que esas flores, esas hojas se
reproducen segun leyes estables, 0 caela vez adquieren un
aspecto diferente? Ha sido tu alien to, esposa querida, 10 que
ha producido estas hermosas f1oraciones, estos espiritus de
un pasado ya muerto. Y al igual que tu fantaseas dulcemen-
te, con eI encanto que pones en rodo, debe existir un genio
humoristico que se divierte dibujando tus ocurrencias 'I sen-
saciones en forma de fantasmagorias f!ora!es, de espectros, es-
cribiendo con letra fantasmagorica, de modo parecido a esas
anotacioncs que se dejan cscri tas en fllgaces albumes de
recuerdos ... Y en todo esto vlIelvo a encontrar cuan fie!
me eres y cuan devoLl, ct1mo, inc!uso estando yo aqul a tu
lado, no dcjas de pensar en Ill! un s()lo momento.
~ 1il
I:I
I:j
:1
'I
IIII
"j/
104
- jGalante est,iis hoy, scI'ior mlo! -replica ella
muy gentilmente-, pero, mi buen senor: ~acaso podriais
explicarme de igual ingeniosa y erudita manera a que se de-
ben las forrnas de estas flores de hielo, de modo parecido
a las notas que figuran en las obras de Shakespeare que po-
seemos, tan eruditas, esas notas, tan elcgantes ... ?
- jChit6n, amor mlo! -contest6 su marido-. De.
jemos cl tema, te ruego no me 10 vuclvas a nombrar ni por
broma ... prefiero volver a hojear mi diario, ahora que ya
hemos concluido nuestro ,igape, pero ahara del incio al final.
Hay aqllf unos lllon610gos que, va ahora, mc ilustran aspec-
tos de Illf Illismo, y supollgo que mas adclante tal ilustraci6n
ira en aumento, quiero Jecir cuando Ilegue a una edad avan-
zada. rero ~acaso un diario es rnucho mas que una sucesi6n
de 1110nalogos? Bueno, sf; si 10 esta escribiendo algllien con
una gran alma de artista. Entollces es posible que los mono.
logos sean pensados y plasmados en forma de dialogos. Lo
que pasa es que no es frecuente que podamos oil' en nuestro
fuero interno otra voz ademas de la nuestra. Y es natural.
Porque ya en el mundo de las realidades externas, poeos
son los que oyen observaciones inteligentes y las respuestas
que tales observaciones provocan, cuando tales respuestas
no se refieren a In que eI monologuista esta acostumbrado
a decir.
-Eso es muy agudo -observo CIara- y por ello,
como culminaci6n de eso mismo, ha sido introducido el ma-
trimonio en 1,ls costumbres humanas. Porque la mujer, en
eI dialogo amoroso, es la que posee siempre Ia segunda voz,
la de la respuesta, es cI ceo Jel espiritu adecuado a Ia voz
de este. Y t6mame, por favor, en serio, si te digo que 10
que los hombres, a veces vanidosos, llama is nuestra <<tonte-
ria» 0 miopla, nuestra femenina falta de espiritu (me refie-
ro a la falta de espfritu «filos6fico»), nuestra incapacidad
de penetrar la realidad, etcetera, bueno, todo eso no es mas
que un autentico espfritu de clialogo por parte famenina. Es
el complemento, eI acorde armonico que cae sobre los se.
cretos de vucstras almas masculinas. Lo que pasa es que
casi todos los hombres se limitan a celebrar simplemente eI
cadcter de ecos en estas respuestas, los lIaman sonidos na-
turales, acordes del alma. Y resulta que todo eso no es sino
repeticion de una frase, de Ull deletreo de palabras inenten.
didas. Con frecuencia, todo esto no es sino reflejo del ideal
105
masculino de la feminidad, un ideal del que los varones sue.
len enamorarse perdidamente.
Ella oia, preso del mayor entusiasmo:
- iAngel mio, cielo mio! '" Si, sf, nos entendemos.
Nuestro amor es, ese sf, el verdadero matrimonio. To eres
quien ilumina y completa este paisaje mio, donde se revelan
las insuficiencias, los defectos, 10 confuso ... Y si existcn
en verdad oraculos, tambien han de existir mentes despier-
tas, ofdos atentos, para ofdos, para interpretarlos ...
Un largo abrazo de ambos conyuges puso fin a este
momento de su coloquio, y fue su ilustracion grafica. Pero
Heinrich seguia con el tema:
-EI beso ... he aquf uno de esos oraculos. Yo me
pregunto si alguna vez han existido seres capaces de pensar
algo inteligente al tiempo que se daban un prolongado beso.
Aloft esto, Clara solto una carcajada. Pero repenti-
narnente se puso seria, diciendo, un poco sotto voce, inc1uso
con cierto tonillo de conmiseracion: '
-Sf, sl, asi obramos con los criados, can los mayor.
domos, con los caballerizos y mozos de cuadra, a quienes tan
frecuentemente debemos valiosos servicios. Tan pronto sen-
timos respecto a clio nuestra insolente suficiencia, los des-
preciamos e incluso nos reimos de todos ellos. Me acuerdo
al respecto de una ocasion en que mi padre, que montaba
un vistoso potro color oscuro, saIto can el airosamente por
encima de un ancho £oso. Cuando todo el mundo apbudia
su hazana y las damas batfan palmas entusiasticamente, mi
padre observa que, cerca de el, uno de los encargados de
las cuadras movia pensativo la cabeza. Era un hombre rfgi-
do y severo, y su trenza larga y la nariz rojiza Ie daban un
singular aspecto. «~y bien, que os parece mi salta?», Ie
espeto mi padre, con suficiencia, anadiendo: «~Teneis alga
que criticar?» Aquel tieso sujeto seguia imperturbable ante
la pregunta, y cuando por fin rompioa hablar, 10 hizo can
una total serenidad: «En primer lugar, excelencia, vuestra
excelencia no ha soltado el freno 10 suficiente, y clIo por-
que ... vos, tenfais miedo. Os hubierais podido caer del ani.
mal, pues vuestro saito no ha sido ni 10 bastante airoso, ni
suficientemente largo como para evitar la caicb. Fn segundo
lugar, el corcel tiene por 10 menos tanto rncrito como vas;
en tercer lugar, de no haber sido por mi cOllcicl1zuda pre-
,-
.~
JI
~
106
p,lracloll cle! animal, ljue duro scmanas cnteras, amaestnin-
dolo, 10 que solo era posible si se resiste e! hastlo y se tiene
suficiente paciencia, ni el coraje de vuestra excelencia, ni la
buena voluntacl cle su montura hubieran servido gran cosa.»
AI oil' esto, mi paclre replico: «TenCis tocla la razon, alKia-
no.» Y dio orclenes cle gue se Ie hiciera un valioso obseljuio.
»Y a mi se me 'antoja gue a nosotros nos ocune algo
vagamente parecido. La fantasia nos esta permitida, pero
s610 en la medida en gue la fr/a razon ponga freno a los
corceles de nuestras suenos e invenciones. Y si hay un jinete
o un corce! de aficionados gue intente dar e! audaz saito
en condiciones diferentes a las explicaclas, a buen seguro que
acaban! cayendo al foso y guedanclose empantanado en el,
entre las risotadas de los espectadores cle turno.
-Eso es gran verdad -observo IIeinrich- y la his-
tori a cle nuestra epoca 10 confirma en eI caso de mas de un
sonaclor 0 poeta. Porque ahora existen poetas que Ilegan a
serlo incluso pOl' caminos eguivocaclos, y sin embargo, como
guien no quiere la cosa, quieren probar a ciaI' aquel salta
mortal. jAh, tu padre! ...
Clara Ie mil'O can aquella miracla compasiva que eI
no poclia re'sistir nunca, y dijo, media a disgusto:
-Ea, pues, si; mi padre. La sola palabra ya clice
mucha, pero (que puedo hacer yo? Ttl estaba5 clispuesto a
apartarte del lado del tuyo, pOl' mucho que Ie amaras.
Ambos, al llegar a este punta del coloquio, se ha-
bian puesto serios. Y e! joven mariclo corto el di,lIo~() cli-
ciendo:
-Mejor sed que vaya a proseguir mis estuclios.
Y cogio de nuevo e! cliario, pasanclo una nueva pd-
gma, siempre del final al principia, leyenclola en voz alta:
-Hoy Ie vendi al avaro clel librero mi valioso ejem-
plar de Chaucer, aquella antigua y valiosisima edicion cle
Caxton, recibicla en regalo de mi amigo, mi estimaclo An-
clreas Vancle!meer. Me la habia regalaclo e! dia de mi cum-
pleanos, cuanclo ambos estabamos en la universiclacl. La ha-
bia pediclo, para regalarme!a, a Lonclres, y pagado car/-
sima. La encuaclernacion la habia encargado segun su gus-
to, un tanto especial, y estaba muy bellamente ornada con
motivos goticos.
»Pues bien, aque! viejo tacano del librero, a buen
107
seguro que habd mulriplicado pOI' cliez fa escasa suma que
me dio a mi pOI' ella. Seguramente Ia envio de inmediato a
Lonclres, para ofrecerla alii nuevamente a la venta. jSi pOI'
10 menos hubiera yo sacado la hoja en que contaba In his-
toria cle la clonacion de Andreas, indicando nuestra clireccion
actual! '" A buen seguro que el Iibro ha ido a parar a Lon-
clres, a la biblioteca cle algLln colcccionisra muy ,ldineraclo.
jQue mal humor me da pensarlo' La perdida de ague! ejem-
pIaI' de valor inmenso, esa pesill1a venta, serian prucbas, a
falta de otras, de 10 arruinado que estoy, de las penurias gue
sufro. Sin ducla que aquel libra era el ejemplar cle mayor
valor de todos los mios. Y ademds jque recuerclo de mi ami-
go, mi unico y verdadera amigo Andreas' ... Ah, Andreas
Vanclelmeer, (sigues en el mundo de los vivos? (Donde es-
tads ahora? /re acordads aun de mi, tu amigo ... ?
-Va vi 10 l11ucho gue te dolia vender aguel libra
-dijo Clara- y, sin emhargo, nunca me has contado deta-
lIes de tu amigo cle la infancia.
-Bien, Andreas era ... un mozalbete -explico Hein-
rich-- fisicamente, algo parecido ami, pero un poco mayor
que yo y, desde luego, mds sensa to. Nos conoclamos ya des-
de Illiestra epoca cle colegiales, y desde entonces, no me falt6
Ilullca su afecto asiduo, gue acab6 pOI' imponerse a mi poco
inleres pOI' su amistad, y ello a fuerza de mostrarme una
inclinacion constante y fiel.
\»Anclreas era un l11uchacho cle casa rica, pern, a pe-
sar de su enorme fortuna y de una educacion un tanto de-
masiado tolerante, era un muchacho buenisimo, desprovisro
de todo egoismo. A veces se lamentaba de que yo no co-
rrespondiera a su afecro, cle que mi .1l11istad h,lCia el fuera
un tanto distante, desigual en comparacion con la que eI
me profesaba ... Estuclidbamos juntos y compartimos la mis-
ma estancia. A menudo me insistia en que Ie pidiera 10 gue
necesitara, pues a el Ie sobraba de toclo y estaba enterado
de que mi paclre tenia dificultacles para cubrir mis gastos.
Y cuanclo vo!vimos a la resiclencia, hizo pbnes cle irse a las
Indias orientales, pues ya pOl' aquella epoca se habia inde-
pendizado pOl' completo de toda tutela
»Era un muchacho inquieto, ambicioso, muy intere-
saclo pOI' conocer paises nuevos y fabulosos, nuevas formas
cle vida, cosas nuevas. Queria satisfacer su gran apetito de
--~
•
108
conocimientos y vlales. Por aquella cpoca se Ie ocurri6 que
yo le acompanara en sus viajes, y se puso a rogarme insisten-
temente que me deciJiera a hacerlo. A todas horas sacaba
cl tema y me aseguraba que en aquellas tierras era facil ha-
cer fortuna, que Jebia decidirme a probarla, que cI, que en-
tendia de esa clase de negocios, ya se encargarfa de que todo
fuera bien. Segun ereo, habia recibiJo en herencia de sus
padres enormes propiedades en aquellas lejanas tierras.
»Luego ocurri6 Ia muerte de mi madre, a quien no
IIcguc a tiempo de cOlllpensar en sus ultimas horas la gran
deuda de ,decto que tenia con ella. Mi padre estaba enton.
ces enfermo, v \'0 no sentia cl entusiasmo de l11iamigo por
aquellas tierras, y ademas, me faltaban los conocimientos
necesarios para esa clase de empresas. Era un ignorante de
las Icnguas que se hablan en aquellos paises, lenglJas que
cl, aficionado a los paises orientales, dominaba a la perfec-
ci6n. Ademas, sus parientes vivian todavia en aque110s pai-
ses, asi que el tenia cl aliciente de ir a reunirse con e1105,
y yo no.
»Asi fue como yo, que tenia que mirar por mi, con-
segul, por mediaci6n de amistades y protectores, una plaza
de diplomatico. Con ayuda de la fortuna heredada de mi ma-
dre, pude instalarme y dedicarme al desempeno de mi pro-
fesion. Me emancipc de mi padre, mya curaci6n del mal que
padeda pareda ser bastante problem,ltica.
»Mi amigo habia insistido mucho en que dejara en
sus manos una parte de l11i pequena fortuna. Su idea era
especular con aquel dinero y, una vez obtenidas las ganan-
cias del caso, quet'ia devolverl11e capital e intereses en for-
ma de un pequeno regalo. Asi 10 hice, separ<lndome de cl
y 11egando, con mis acompanantes a tu ciudad natal, donde
mi destino siguio los caminos que tu ya conoces.
-~ Y desde entonces no has vuclto a saber de tu
amigo? -pregunto Clara.
-Si, supe mas de el. Me llegaron aun dos cartas su-
yas, desde aquel ultimo rincon del mundo -contesto Hein-
rich- y mas tarde supe de un rumor, no confirmado, segun
cI cua] habia muerto en aquellas tierras, victima de una epi-
demia de colera. Pero, fuera como fuera, el se habia perdi-
do de vista para mi; mi padre, a todo esto, ya no vivia, de
modo que, en 10 referente a mis bienes de fortuna, tenia
que administrarme por mi mismo, pues estaba solo. Par
"109
fortuna, cl embajador me vela can buenos ojos, ademas, go-
zaba del favor de la corte y podia contar con el apoyo de
poderosos protectores. En fin, todo eso es historia ya pa-
sada ...
-Asi es, en decto -confirm6 Clara-, ttl 10 per-
diste todo por mi CatlSa, y yo, por mi parte, me gane la re-
probaci6n dcfinitiva de los mlos.
-Mayor motivo para que nos compensemos por vIa
arnorosa -dijo su esposo- y, en decto, aSI ocurre, pues
nuestra luna de micl -as I la llama la gente vulgar- viene
durando ya 111<ISde un ana.
-Pero, pienso en aqucl hermosa libra tuyo -dijo
Clara-, me refiero a tu libra de poemas ... Ah, si al me-
nos tuvieramos una copia de eHos ... Con que placer los re-
leerfamos durante estas largas veladas del invierno ... A huen
segura -anadio danclo un suspiro- que tenddamos la su-r
ficiente luz para hacerlo.
-Bien, Clarita, no te amargues par esa nimiedad
-la consolo su marido-. Aqui estamos, los dos de colo-
quia, y esto es mejor que tener los poemas. Escucho eI tonG
de tu hermosa voz, cuando cantas alga a cuando des can dna
de tus celestiales carcajadas. En toda mi vida no oi jamas
nada comparable a los sones de tu risa. Un jubilo tan puro,
un gozo tan celes tial en los tonos de tu risa; no puedes ha-
certe idea de 10 que experimento, que Intima conmoci6n
me asalta al oirte; te escucha extasiado y mientras 10 hago,
reflexiono sabre todo esto.
» ... pues sucede, tierno angel mia, que hay si tuacio-
nes, que existen ciertos estados de animo en que uno, in-
c1uso estando ante una persona conocida de mucho, mucho
tiempo att<ls, se sobresalta, casi ditia, se asusta, cuando tal
persona suelt.l de repente a refr, can una risa que Ie sale de
10 hondo del alma; que nunca habI~mos Oido de ella hasta
ese momento ... A mi me ha ocurrido esto oyendo refr a
ninos pequefios a quienes profesaba alglln afecto. Y como
a veces duerme en 10 hondo del corazon un angel de dulzu-
ra que solo espera un gesto para despertar, tambil~1l sucede
que en seres graciosos y amables, en su fondo mas hondo,
yazga una escondida veta de vulgaridad Una vulgaridad que
sale a relucir en sus suenos, cuando 10 inusual penetra can
toda su fuerza en las escondidas eSlancias de su animo. Y en-
••
110
tonces nuestro instinto nos avisa de que en tal ser hay algo
de 10 que dehemos guardarnos. iQue significativa, que ca-
racterizante es la risa de los seres humanos! Y la tuya, co-
razon mio, quisiera poder descrihirla alguna vez en sus ni-
veles poeticos.
-Pew no olvidemos evitar las inconveniencias en
estas cosas -recordo ella-, pues sucede a veces que una
observacion demasiado '-'exhaustiva de un ser humano cual-
quiera, facilmente nos aparta de 10 humano.
-Aquel librero joven y un tanto arolondrado --si-
guio Heinrich- que fue a 1'1 bancarrota y desaparecio de la
escena can mi manuscrito, en fin de cuentas, fue el ciego
instrumento de nuestra dicha. Y ello porque facilmente el
libra que imprimio, nuestra amistad can el, nuestras charlas
con el en 1'1 ciudad, en fin, todo ello junto, bien hubiera po-
dido atraer la atencion de los chismosos sobre nuestro es-
condido paradero. Porque a buen seguro que todavia no ha
remitido la tenaz persecucion pOI' parte de tu padre, de
tu parentela. Y, de habernos atrapado, hubieran revisa-
do mis documentos de viaje de nuevo, ahora mas a [on-
do, hubieran dado en sospechar que viajaba con nombre
supuesto. En fin, eI resultado hubiera sido, con mi actual
falta de rec'ursos y la persecucion de que soy vlctima pOI'
parte de mi gobierno, que nos hllbieran separado final men-
te, enviandote a ti con tus parientes, e implicandome a l11ien
un apabullante pleito. Y en cambio ahora, angel mio, tal
como estamos, en nuestro incognito, somas tan felices y vi-
vimos tan archicontentos.
Entre estos coloquios y bromas, habia Ilegado ya la
noche, y eJ fuego del estuf6n se habia ido apagando poco
a poco, pOI' 10 que ambos [elices c6nyuges se dirigieron a la
estancia mezquina v oscura que constituia su comun dormi-
torio. En aquel rincon era menos sensible el creciente frio
que reinaba en la casa, y se oia menos el estrepito de la tor-
menta de nieve que golpeaba contra sus ventanucos.
Sus suenos fueron serenos y alegres, les acuno la di-
cha y eI bienestar, les rode6 la tranquilidad, entre un en-
torno natural hermoso y cuando despertaron de tan agra-
dable reposo, verse juntos fue motivo de mayor gozo intimo
todavia.
Asi, siguieron conversando en la oscuridad, lratan-
111
do de retrasar eI momento de levantarse de la cama y vestir-
se, pues afuera les esperaba una feroz helada, un ida a las
dificultades y problemas del nuevo dia.
A todo esto, el dia difundia ya sus primeros rayos
de luz, y Clara se apresuro a entrar en la a!coba cerrada la
noche anterior para sacar de entre las cenizas del estufon
algunas brasas que Ia permitieran encender en el el fuegodel nuevo dia.
Heinrich la ayudo en la tarea y, a pcsar de las difi-
cliltades propias de ella, los dos se rieron C0l110dos ninos.
lIubieron de hacer bastantes intentos de avivar las brasas,
'11 principio sin mayor cxito, y al [in, tras gran cantidad de
bufidos, soplidos que pusieron granates sus mejillas, las vi-
rutas prendieron y la escasa lena f!oja que habia fue anadida
al naciente fuego para calentar sin demasiado gasto el estu-
fon y, con ello, tambien la pequei1a estancia entera.
-Como ves, querido -dijo ella-, solo nos queda
lei1a hasla manana, asi que se plantea 1'1 pregunta: ~y des-pues? ..
-Pues despucs ... ya veremos -respondio Heinrich,
Illidndola con la Illisma impasihilidad con Cjue la hubiera
Illiraclo cle haber hecho ella un comentario total mente nimio.
La claridad diurna era ya total en la cas a y la sopa
del desayuno, aunque aguada, les supo al mejor de los de-
sayunos imaginables, aderezac1<l, ademas, como 10 fue, con
carifioso$ besos y animada conversacion. Heinrich Ie explico
a su cara mi tad la falsedad -en su opini6n- de aquella mao
xima Jatina que a[irma: Sine Baccbo el Caere [rigel Venus.
Las horas pasaron para e1los insensiblemcnte, inrnersos como
eSlaban en sus coloquios y bromas del estilo de la culla Era-se latina.
-Me regodeo en vcrdad, cuando pienso -dijo Hein-
rich- que est3 cerca aquella pane de mi diario donde cuen.
to como procedi a raptarte de casa de tus padres, queridamia.
- iDios mio! -exclarn6 ella---. iToclo aquello nos
coglO de un modo pOl' sorpresa! i Fue lodo tan inesperado
y maravilloso! Yo ya hacia dLls qtle Ilotaba que mi padre
eSlaba de mal humor. Su lOI1()de voz na ahora diferente del
de olras ocasiones, sobre lodo cualldo se dirigL.l a mi. Ya se
habia amoscado con anterioridacl, al Vel' 10 [recuentemente
,-"
112
" ~
113
que nos visilabas. Y de repente, sin nombrarle, helo aqui
que se pone a murlllurar sobre esos buenos burgueses que
se olvidan de su lugar en la sociedad, aspirando a equiparar-
se con niveles sociales superiores ... Y como yo no me di
pm aludida, todavia se puso m,ls furioso y cuando rornpio
a habIar, su mal humor era ya una Furia sin disimulo aIgu-
no. Y yo, que me daba cuenla de que estaba buscando pe-
lea, y que sabia que llevaba el reconcomio a cuestas, que ha-
b,a hecllO que me vigilaran lerceros, cstaba ya curada de
cspantos. Por clio no me sorprendi() demasiado cuando,
unos ocho dias m,ls tarde de esta conversaci6n, un dia que
quise s,llir ;1 h;1Ccr un;\ visiLI, mi fie I sirvienta salia tras de
rni esealeras abajo y, aprovechando que el criaJo se nos ha-
bia adelantado, S(' pretexto de ayudarme a poner orden en
el vestido que lIevaba, me susurr6 al oido que tcldo habia
sido descubierto. Habian forzado rni secreter y encontrado
en el todas tus canas. Dentro de pocas horas iban a enviar-
me a casa de una Iejana tia mia, una mujer que vivia en una
comarca tristona ... jQuc pronto me decidi! Con 1'1 pretex-
to de hacer unas compras en una tienda de adornos para
vestidos, baje del carruaje v des pac he al cochero v al criado,
dicicndoles que me recogieran una hora m,ls tarde.
-Menuela sorpresa, vaya sobresalto y gustazo que
me Ilevc -excLlIll() su esposo-- cuando te vi entrar de so-
peton en mis habitaciones. Acahaha vo de lIegar de casa del
embajador v aun lIevaha puestos mis arreos de diplom,ltico,
y aquel inelivieluo h,lbi;l est;ldo diciendo exl r;1I1'lS COS'lS en
un tono diferente al habitu'll, v un tanto amenaz'Inte v amo-
nestatorio, pero, en toelo caso, tmL,via se podia decir que
habia estado amahle. Por sucrte conservaha en poder mio
varios salvoconductos. asi que, sin mavores prccaucioncs.
nos en(';lra111,I1110S a rod ,1 prisa en un carruaje de alquiler v
jen marcha' Una vez en la aldea, 10 cambiamos pm uno de
cabalIos con cI que pasamos 1a frontera, donde nos casamos
y empezamos nuest ra dichosa vida en comun.
-Asi fue, pero -prosiguio ella- nunca oIvidarc
los mil apuros que pasamos durante la fuga, las malas hos-
terias en que hubimos de dormir, la falta de ropa que pa-
deci, las deficiencias del servicio ... y tantas otras incomodi-
dades a las que ni ttl ni yo estabamos acostumbrados. Y eI
susto que nos lIevamos cuando, por azar, nos enteramos de
quc otro viajero sabia que nos perseguian, que nuestra fuga
era ya publico esdndalo, en fin, de que no iban a andarse
con conlernplaciones con nosotros.
-Si, si, amor mio -contest6 Heinrich-, aque!
primero fue eI peor dia de toda nuestra fuga. Y si no me
crees, recuerda «Jmo, para no despertar sospechas, hubimos
de corear las carcajadas de aquel forastero que se puso a
describir al raplor que, en su opinion, era 1'1 ejemplo mas
perfecto del peor diplomatico imaginable, pues no habia to-
mado ninguna precauci6n, ni mcdid,! de seguridad alguna.
Y aquel sujeto, repitiendo una y otra vez 10 de que yo era
«tu amante», te llama, sin conocerte, un «pobre dif1blo»,
un ser m<ls infcliz que un cubo. Y ttl recuerda que en poco
estuvo no Ie hicieras sentir tus iras, pew te dominaste ante
una sena mia, y te pusisle a rcir de nuevo ante Ja noticia
de todo el easo y, a mayor abundamiento, inc1uso les repro-
chaste a los fugitivos su poco seso, su falta de sentido co-
mun... Y al final, cuando aquel bocazas aJ que debiamos
tan valiosa informacion se ausent6 por fin, rompiste a lIorar. . . '. \.
en una lmprevista CtlSts nervlosa.
-Si, Heinrich, si -exc1amo elIa-, aquel fue un
dia por igual divertido y sombrio. Nuestros anillos y varios
objetos de valor que lIevabamos en cI equipaje nos ayudaron
a salir adelante. Pew la perdida de tus cartas fue y sigue sien-
do irreparable. Y siento una angustia terrible, cuando recucr-
do la pcrdida y pienso que unos ojos extranos hayan podido
leer rus inefables exprcsioncs de amm, aquell;1s palabras de
ardiente carillO y que las mismas expresiones que hiciewn
mi felicidad, para ellos sedn motivo de esdndalo y regocijo.
-Ah, si; esdndalo y cosas peores -asintio su es-
poso--, fue tenihle que eI descuido, la urgencia de la situa-
ci(Jn, nos hicicran perder todas aquellas paginas en que me
dcserihias tus diversos estados de animo, paginas que me en-
viahas sccreramcnte, 0 que me pasabas bajo mano. En todos
los pleitos, y no solo en los motivad~s.por amores, es siem-
pre csa c1ase de pruebas irrefutables la que revela secretos
o empema situaciones del proceso. Y sin embargo, no se
puede evitar sentir enormes ganas de describir sobre el pape!
todos estos matices del alma enamorada que son el verda-
dew significado del espiritu. Ah, querida mia, en aquellas
cartas aparedan frecucntemente expresiones cuya lectura
afectaba a un corazon conmovido par obra de tu mano, tan
espiritual, y por Ese soplo de divino alien to que tiene la
,.",
114
fuerza misma que hace brotar un capulIo. Y aquelIa impre-
sion me producia a mi la sensacion de estar a punto de es-
tallar, de modo parecido a cuando todas las hojas brotan
en primavera con una rapidez excesiva.
Ambos se abrazaron tras estas frases, y el silencio
que siguio a elias tLivo algo de solemne.
-Mi dulce a~or -dijo al cabo Heinrich-, ~que
biblioteca se formaria si, ademas de mi diario, se hubieran
salvaclo tus cartas y las mias durante aquella fuga y perse-
cucion dignas de los Omeyas? ..
Y tomanclo de nuevo su c1iario, 10 ley6, hojeandolo
del final hacia el principio, como habia hecho anteriormente.
-Fidelidad ... Esta situacian tan poco frecuente. en-
tre los humanos, y tan a menudo celebrada como cualidad
perruna, que poca at~ncion se Ie concede ... Resulta increi-
ble, y sin embargo es frecuentisimo que la gente se haga
de ella una curiosisima idea, un concepto a menudo muy
confuso, no s610 de la fidelidad, sino en general de los lIa-
mados «deberes» humanos ... si un mensajero hace 10 im-
posible por lIevar su mensaje, no hace sino cumplir con su
deber y las fuerzas vivas de Ia sociedad manipulan este de-
ber de modo que acaban pm convertirlo en mero inSlru-
men to de sus fines, por pone rio al servicio de sus objetivos
egoistas. Y de no ser pOl' el implacable trabajo de corregir
galeradas, por la ferrea ley de los papeJes y de las actas,
veriamos las cosas mas peregrinas que es dable imaginar.
Es innegable que ese trahajo de esclavos, esa infinita tarea
de los escribanos de nuestra epoca, es en gran parte inutil,
a menudo, incluso perjudiciaJ. Y sin embargo, piensese en
10 que pasaria si aqueJla pes ada rueda de la represion de-
sapareciera, en una epoca tan egoista como la nuestra, con
una generacion tan dada a los placeres sensuales ... , (que
evitaria que sucedieran cosas que destruyeran y confundie-
ran cuan to tocaran?
»La ausencia de obligaciones, en definitiva, es la si-
tuacion a la que los Jlarnados «individuos CLlItOS»tratan de
acercarse por todos los medios. Y a eso Ie Haman «indepen-
dencla», «autonomia», en fin, «Jibertad». Y no se dan cuen-
(a ,I,. ljllC, a medida que se acercan a esa meta, sus obliga-
( 1"11('\ vall (J,'(i"lIdo, justamente las rnismas que, hasta este
1"""1<'111". 11.">1.111 :"do ohjuo de atencion par parte clel cs-
115
tado, 0 de la gigantesca maquinaria de la organizaci6n so-
cial, si bien tal maquinaria se ocupaba de elias sin tener
eonciencia de que 10 hacia.
»Todos protestan contra la tirania ... pew a su vez,
no hay nadie que no aspire secretamente a convertirse en
un tirano. EI rico quiere estar libre de obligaciones frente al
pobre; d terrateniente, frente al aparcero, el principe, fren-
te a su pueblo. Y sin embargo, lodos dlos se enfurecen
cuanJo sus subordinados Ldtan a sus debe res y obligaciones
para con dlos. Por clIo, los hUlllildes lIaman a tales obliga-
ciones gabelas propias de tiell1pos ya idos, algo que ya no
va con estos tiempos, e intentan, pOI' Ia oratoria y la sofis-
tica, negar estos nexos 0 sujeciones; suprimirlos, si es po-
sible. Es decir, eliminar aquellas obligaciones que han he-
cho posibles los estados y la cultura de la humanidad.
»Pew fideJidad, autcntica fidelidad... iqlH~ diferen-
te cosa esl iQuc por encima est~l de todo contrato conocido,
de toda obligacion contraicla I Y que hermosa se muestra
en 1a conducla de los viejos criados que devotamente viven
dedicados abnegada y exclusivamente a sus amos, y que por
ello son las victimas de un verdadero amor, sacrificando
toda su vida a ese al11or, como en epocas rom,lnt icas del
pasado ...
»Por cierto que me pareee gran cosa que no haya
mayor felicidad para el escudero, que no tenga pensamienw
mas n<yhle que el de servir a su amo y senor. Si fuera asi,
toda d'uda, toda vacibcian \' sofisma desaparecerian para
siempre de sus vidas. Y su situaci6n en la sociedad estaria
clara como la luz del dia, como la diferencia entre verano
e invierno, como la que existe entre los fenamenos natu-
rales. En su amor por su seil0r, eI escuJero encontraria ex-
plicaclo todo \0 que ha de entenJer. Y sin embargo, pregun-
to yo: ~Es que el seilOf no tiene obligaciones con criados
semejaI~tes? Por supuesto que Sl, y no solo con ellos, sino
con toda su serviclumbre. Y aclemas, sus deberes de amo
rebasan la obligaci6n del simple pago cle un salario a sus
servidores de extremada fidelidad. [I senor tiene muchas
mas obligaciones frente a estos que con sus otros servidores,
a saber: les dehe autentico afecto, un afecto que correspon-
da real y autenticamente a la ilimitada abnegaeion de aque-
1I0s criados. Pues ~c6mo compensariamos (pues de pagarla,
mejor no hablemos) 10 que est<! hacienda pm noso( ros nues-
--.,
I J 6
tra VleJa servidora, Christine? Es la dama de compaiifa de
mi esposa. Nos la encontramos en eI primer descanso que
hicimos durante nuestra fuga, y casi nos oblig() a Ilevarla con
nosotros par la fuerza. IIablamos con ella de 10 que sea,
pues es la discreci6n personificada. No ha tenido dificulta-
des en aprenderse las obi igaciones y t rabajos que ha tenido
que desempeii,lr durante el viaje, y una vez Ilegados aqul.
Y jquc abnegada h,1 sido con nosotros, ell especial contigo,
Clara! Habita en el piso de ,lbajo, en un cuartucho pequeno
y sombrlo y, en fin de cuentas, se gana la vida con las fae-
nas que va haciendo oClsionall11cntc ell 1;ls elsas de algunos
vecinos nuestros. Nunca entendimos ClJlllO se las arregla,
con tan poca paga como Ie damos, para ocuparse de lavar
nuestras ropas, hacer nuestrns mezquinas compras, hhsta que
un dia nos dimos cuenta de que no ha hecho sino sacrificar-
nos a nosotros todo aquello que, de una u otra manera, era
superfluo. Ahora mismo esta trabajando afuera, s610 para
podernos servir, para poder seguir aqui con nosotros ...
»Por todo 10 anterior, tendre que renunciar a mi
Chaucer, edicion de Caxton, aceptando la mlsera oferta del
ronoso del librero. La expresi6n «renunciar» siempre me ha
conmovido mucho al oirsela a mujeres humiJdes a las que
Ia necesidad obligaba ;1 malvellder vestidos de caJidad con
los que se habian encarinado. Esa es una palabra que suena
como si la pronunciaran ninos: «renunciar» ... Como eI rey
Lear renuncia a su Cordelia, asi tuve \'0 que renunciar a mi
Chaucer... (Pero es que Clara no vend ill hace ya t iempo
su tlnico vestido de calidad. el que llevaba puestn cuando se
fuga conmigo? iAh, la oigo, ya Ilega' ... Si Christine vale
mucho mas que el Chaucer v del producto de la venta, it ell,1
tambicn Ie correspandc recihir parte. La que pasa es (jlle
no 10 querra aceptar.
»CaJiban, admirador del ebrio Stefano, si bien mayor
admirador de su vino, se arrodilla ante eI borracho y, con
las manos levant,H!as al cicio, Ie suplica: "iTe 10 ruego, se
mi Dios! "
» Y nosotros nos reimos con todo esto. Muchos em-
pleados publicos, gran cantidad de bienpensantes y de gen-
te de alto copete se rie con nosotros, cuando, tambien no-
sotros, nos dirigimos a rendir pleitesia al funcionario mez-
quino, al principe ebrio, a su repulsiva amante, y los abor-
"117
damos a todos con eI mismo ruego, diciendolcs: •• iTe 10ruego, sc mi Dios! "
»No se que hacer con mi veneracion, con mi fe, con
mis intensos deseos de arrodillarme, de inclinarme a rezar
ante algo. Me falta urgenternente un Dios en quien poder
creer, al que poder servir, al que poder dirigir el afecto que
rebosa en rni corazan ... , me falta de un modo total una di-
vinidad. Se, pues, tu esa divinidad, pues eres dueno de un
excelente vinn, y es seguro que seguini sicndolo ...
»Y sin embargo, nos da risa Caliban y su alma de
esclavo. Y nos reimos porque en toda fa obra. como es usual
en Shakespeare, se nos elicen verdades infinitas vestidas de
~omicidad, una hilaridad que acaba levantando roncbas, pues
reconocemos en ella al instante eI roder de metamorfosear
en nuestra imaginacion a miles de seres, convirtiendoles en
otros tantos Calibanes. Par eso nos reimos oyendo sus alti-
sonantes parlamentos.
»" iPar favor, se mi diosa!", fue tambien el ruego
de la anciana Christine, aunque en su fuera int~rno, a Clara.
Se 10 hizo Ilevando al hacerlo su viejo corazon en la mano.
y tanto daba que no pronunciara estas palabras. Y no 10
hizo como Cali ban y otras hombres munc1anos, con la espe-
ranza de recibir honores y dignidades 0 vino ... sino para que
Clara Ie dicra su conscntimiento para prcscinclir, sufrir, pa-
sal' hambre y sufrir sed, para trabajar para ella hasta altas
horas de la noche. Excuso cicci ric al lector, que 10 es como
yo, que haven Indo csto cicl"la diferencia entre Caliban y
Christine.
Veniall aqllcllas dllsiones sentimentales de Heinrich
a illtlTrtllllpir la scclIenC"i,1 de la !ectura de su diario. Y fue-
roll s["t!JiLl/nellle en aurnento cuando, en aque! mismo ins-
tanle, cI al1la, ulla anciana cubierta de arrugas y medio en-
£erma, mlseramente ataviaJa, hizo su entrada en aquella es-
tancin para anunciarles que aquella'. noche no iba a dor-
mir en SLJ cuartito de la planta baja. No obstante, afiaJi6,
manana par la manana mismo se ocuparfa de hacer las com-
pras necesarias para la economla domestica de la parcja.
La acompan6 Clara hasta la puerta, y eI coloquio de
am bas se prolong6 hasta mas alia del umbral. Y Heinrich,
golpeando la mesa con eI puno, grita bafiado en lagrimas:
-(Por que no he de trabajar yo tambien, aUllque
'"
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sea de siervo de la gleba? A fin de cuentas, hasta eI mo-
menta estoy bien de salud y mis energias siguen integras.
Ah, pero no, no me es dado hacerlo. ~Y par que?, pues par-
que eI primer decto de tal decision sobre ella seria que se
sintiera muy mal. Y a renglon seguido, ella querria empezar
a comprar casas, se preocuparia por poseerlas, buscaria quien
Ie ayudara para ello ppr todas partes, y ambos acabarfamos
sintiendonos desgraciados.
»Pero ademas, can todo 10 anterior, acabarian dando
con nuestro paradero. iEs mejor que vivamos y seamos fe-
Iices!
Vol via ahara Clara, alegre, y la menguada comida que
consumieron a continuacion fue para aquellos dos seres bien-
aventurados todo un suculento banquete. Y ya en la sobre-
mesa, Clara anuncio:
-De no ser porque nuestras reservas de lena esran
acabadas, podriamos estar total mente a salvo de preocupa-
ciones. Pero 10 malo es que Christine no encuentra que ha-
cer para remediar esta situacion.
-Mi querida esposa -dijo muy solemnemente Hein-
rich-, vivimos en un siglo civilizado, somos subditos de
un pais bien gobernado, no vivimos entre paganos ni cani-
bales, asi ql\e alguna solucian habra para nuestros proble-
mas. Si estuvieramos viviendo en la selva, haria como Ro-
binson Crusoe, 0 sea, me pond ria a talar arboles.Pero ~quien
nos dice que no vamos a encontrar un bosque donde menos
10 esperemos? Porque si en Macbeth fue eI bosque cle Bir-
nam eI que se acerco a Macbeth, no yeo par que no va a po-
der... hasta aqui... aunque en el caso de Macbeth fuera
para su perclicion. En ocasiones ha ocurrido que surgian de
repeme islas del seno del oceano, y que las palmeras cre-
dan a veces entre secos barrancos y asperos roquedos. Esas
mismas zarzas que arrancan a los carderos las lanas del cuer-
po, al pasar a su vera, son la gran solucion para los pardillos
que, cuando yen los copos de lana por el suelo, se los lIevan
a sus nidos para hacerles con ellos la cama a sus crias ...
Clara habia dormido aguel dia mas de 10 que tenia
pOl' costumbre, y cuando se desperta, grande fue su perple-
jidad al comprobar que ya era del todo de dia.
Pero mayor fue su perplejidad cuando comprobo
que Sll esposo no seguia en la cam a a su lado. Y su asombro
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lIego a su colmo cllilIldo, muy cerca de ella, la sorprendio
un fuerte ruido de chirridos y crujidos, un sonido que evo-
caba el de una sierra cuando corta una madera muy dura y
resistente.
Se vistio a toda prisa y decidi6 ir a vel' cual era la
causa de todos aquellos misterios.
- jHeinrich mio! -cxclamo al entrar--, ~que ha-
ces ahf?
-Estoy cortando la lena para la estufa -contesto
el, aun jadeante, alzando la vista de su faena y mostrando a
su esposa una cara roja y congestionada del esfuerzo.
-Antes que nada dime, pOl' los c1avos de Cristo,
de dande has sacaclo esa sierra y de donde s'lle ese tremen-
cia bloque de madera ornamental. ..
- Ya sabes -explico el- que hay una escalera de
cuatro 0 cinco peldail0s que sube a un pequeilo aposento de
esta casa que siempre esta desocupado. Pues bien, en un zulo
de dieho aposento, el otro dia, mirando pm el ojo de la ce-
rradura, vi una sierra de esas que se usan para cortar ma-
dera, y un hacha, ambos objetos olvidados a buen seguro
por nuestro casero, 0 pOl' Dios sabe quien.
»Uno, ya sabes, no se pierde detalle del transcurso
de la historia universal. .. , asi que yo tome nota in mente
de ambos utensilios. Y esta misma manana, mientras tu se-
guias durmiendo, sali de nuestro dormitorio todavia en ple-
na oscuridacl, salte a golpes la debit y misera portezuela,
mal eehada can un misero cerrojo, y me baje aqui ambos
instrumentos del crimen. Y como conozl'O bien la disposiciL)n
de nuestra casa, saque de su zocalo esta barandilLI larga )'
gruesa, no sin el consiguienle esfuerzo y lrabaju, y haciendo
uso del hacha.
»Hecho 10 cual, acarree la larga y pesada viga resul-
tante gue, como yes, ocupa tocla nuestra a1coba, y la deje
aqu!. A la vista de esta soberbia viga, se echa de vel', que-
rida Clara, que excelentes personas eran nuestros antepasa-
dos, segun las obras que emprenclian. Y si no me crees, no
tienes sino contemplar esa magnifica mesa de enjulldiosa ma-
dera de la mejor encina, la m,ls hermosa y mejor pulida que
encontrarse pueda, y no tengo la menur duda de que esta
madera nos dad un fuego bien diferente del misero fuegu-
cho debil a hase de ram3S de pinu, que helllos venido su-
frienclo hasta la feeha.
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- iPew, I Ieinrich! ... -grito Clara, juntando las
manos-: iEst<is arruinando toda esta casal ...
-Nadie viene a vernos -dijo Heinrich- y noso-
tros, aunque conocemos nucstra escalera, nunca la utiJiza-
mos p;lra subir 0 bajar por ella. 0 sea que, en defintiva, su
utilidad s610 In aprovecha nuestra vieja Christine ... y en
cuanto a ella, me figuro la sorpresa y el desconcierto que
se Ilevaria si alguien la dijera: «Mira, mujer, 10 que ha ocu-
rrido es que alguien ha derribado una de las mejores encinas
del bosque, la ha hecho pasar por las manos del carpintero
y del ebanista para que tu, vieja, cuando subas a bajes, pue-
das apoyar tus manos sobre estc precioso tranco de made-
ra de encina.» A bucn segura que nuestra bucna Christine
soltatia Ja carcajada al oir todo eso. jAh, no, una escalera
de madera de encina cs justamcntc una de esas casas per-
fectamente superfluas c inutiles cn la vida humana ... l Es
un poco como si eJ bosque, al enterarse dc que le neccsita-
bamos mucha, hubiera venido a vcrnos. Y yo soy un brujo,
pues a los pocos golpes de nucstra hacha magica, este her-
mosa tronco se ha rendido a ml y es ta ya cn mi poder... Y
todo csto es cosa de la lIamada «civilizacian», porque si
aqui existiera, como existe en las antiguas cabanas de los
basques, una escalera de cuerda, a aquella celebre jaula de
hierro can que, en los palacios, sc sube al pi so de arriba,
toda esta especulacian mia no seria necesaria, y yo hubiera
tenido que buscar y encontrar otras soluciones al problemaplanteado.
Cuando el cstupor hubo ccdido ante la hilaridad,
Clara no tuvo mas rcmedio que soltar una carcajada. LIIl'-
go dijo:
-Bien, la cosa ya no tiene remeJio, asi que al /llC-
nos voy a ayudarte a hacer de lenador, tal C0l110vi en tieIlJ-
pas que 10 hacian los ambulantes que iban a menudo par
las calles ofreciendo su mercancia ...
Apoyaron el tronco sobrc el asiento de dos sillas que
habia al fonda de la habitacion, pues tal exigia su longitud.
Y para acortar su excesiva longitud, ambos se pusieron a
serrar el bloque de madera por su mitad. Era una dura ta-
rea, pues ninguno de los dos cstaba acostumbrado a esta
c1ase de trabajos y la madera, muy resistente, se oponia ter-
camente al avance de los dientes de la sierra. Entre risas v
sudores, In facna mutua iba, no obstante, adelantando pau-
"121
latinamente, y al final, el tronco acabo por ceder a los ul-
timos cortes de la sierra.
Entonces hubo un descanso. Ambos sc enjugaron elsudor de la hente.
-Tienes a tu favor -dijo Clara- que, de momento,
todavia no has de encender la estufa.
Con todo esto, habian olvidado hacer eI desayuno
y se pasaron toda la mariana embebidos en la tarea, hasta
que el arbol queda serrado en tantas piezas como necesita-
ban para podcrIas partir.
-Bucn taller de artista ha resuItado ser nuestra so-
litaria habitacion -dijo Heinrich en uno de los descansos
que se hicieran-, aqucl arbol solitario y todavia intacto,
que se alzaba en medio de las tinieblas del bosque, sin que
nadie se detuviera a contemplarlo, se ve ahara meta morfo-
seado en estos lindos cubos de madera que, ahora, aI cabo
de algun trabajo y debidamente reducidos a menor tamano,
seran convertidos en lena de quemar can ayuda'de este ha-
cha, pasando a alimentar eI voraz entusiasmo de las llamas.
Y hablando asi, tomo con sus manos el primew de
los tacos, con 10 que pudo comprobar que eI trabajo de re-
ducirlo a pequenas piezas era mayor y mas penoso que 10habia sido e! de serra rIa.
A todo esto, Clara se bahia tom ado un breve descan-
so y contemplaha a su marido entre asombrada y alegrc. EI,
al caho de algllllOs illtelltos y fracasos, encontro la manera
de cOllseguir su prnp()SiIO. Y ella, mirandole, encontra que,
a sus ojns, (-I seguia siclldo un hombre hermoso, incluso es-
tando oCilpado ell aquel bajo menester.
Y la suertc de ambos quiso que la ausencia del due-
iio dc la casa durara eI tiempo que duraron todos aquellos
Irajines que habian hecho retumbar'- las paredes de la vi-
vienda. El duena, cuando estaba en la'casa, ocupaba la ha-
bitacion de la planta baja. Pero su ausencia fue ocasion de
que la infernal barahunda causada por los dos esposos no
fuera aida de nadie en toda la vivienda.
En cuanto a los vecinos, no prestaron atencion par-
ticular a aque! estruendo, pues en el arrabal es frecuente
que se produzcan actividades ruidosas, y ello era particular-
mente usual en aquella calleja.
..~
122
Al final, las existencias de lena de quemar estuvie-
ron listas y con elias se hizo eI intento de encender la estufa.
En un dia como aqucl, tan lIeno de novedades, e1
desayuno habla coincidido con la comida, pOl' 10 que la mesa
del almuerzo of red a un aspecto muy diferente de la de ayer
y de anteayer.
-No hayen, clio nada de particular, marido del
alma -dijo Clara-, poes, a la vuelta de la fiesta a la que
ha ido, nuestra fiel Christine nos ha traido toda clase de
provisiones, y se siente muy feliz de poder compartirlas con
nosotros.
Y mientras hablaba empezo a poner eI mantel, ana-
diendo, a guisa de explicacion:
-Yo, la verdad, no he tenido valor para rechazar sus
regalos, y espero que tu tendras tambien la amabilidad de
aceptarlos.
Sonriente, Heinrich replicaba:
-Ah, esa vieja hace ya tiempo que es nuestro ulti-
mo angel de la guarda ... trabaja par las noches para poder-
nos ayudar, literalmente se saca la comida de la boca para
darnosla a nosotros. Gocemonos, pues, en sus obsequios,
porque ella se regodee con nosotros. Que si ella muriera
antes de ql\e pudieramos mostrarle con hechos nuestra in-
finita gratitud, 0 si nos fuera definitivamente imposible
mostrarsela, al menos que el amor sea nuestradivisa, ahora
y slempre.
Aquella vez, la com ida fue de veras esplendida. La
anciana habla traido algunos huevos, algo de verdura y de
carne y hasta habia preparado cafe en una jarrita. Y duran-
te eI almuerzo, Clara estuvo explicando que la fiesta de las
lavanderas, celebrada la noche anterior, habla sido una mag-
nifica ce1ebracion. Dichas senoras se habian juntado a con-
tarse casas y gastarse bromas, pasando asi un rata divertido.
Tales reuniones solian atraer a su grupo a muchas intere-
sad as par el lavanderil gremio, can 10 que sus veladas noc-
!Lunas resultaban, par 10 comun, bastante alegres.
-Que suerte es -seguia explicando Clara- que
existan aun gentes que encuentren en esta" cosas motivos
de placer y contento, justamente las mismas cosas que no-
sotros tenemos pOI' trabajo de esclavos ... Asi suele ocurrir
COil las casas de la vida, en las que hay una especie de feliz
123
compenSaCll'll1, encontrandose en su dureza un motivo de
union y concordia entre las gentes, sin el cua! motivo, tales
aetividades sedan muy poco atractivas e incluso insufribles.
Pero (no hernos hecho nosotros mismos la experiencia de
que incluso la rniseria tiene sus ocultos encantos?
-Asi es, par cierto --dijo Heinrich, saboreando a
su placer la carne, que hacia tiernpo no probaba-, y si los
golosos y los tragones supieran que rico sabor, que dulce
condimemo preside hasta el disfrute de un simple mendru-
go de pan seco, y como el misero hambriento sabe hacerle
los honores, a buen seguro que los hartos envidiarian a los
hambrienlOs al extremo de buscar, siquiera par medios ar-
tificiales, medias de procurarse ellos tambicn goces seme-
james.
»Mas, que bien, que dicha, que justamente hoy, dia
de tan duro trabajo, nos haya tocado en suerte un festin
sardanapa!esco como el que hemos gozado. Esto nos permi-
tid restaurar fuerzas para nuevas empresas. Pero, animemo-
nos un poco y C<1ntameuna de aguellas dukes endechas que
siell1pre han hecho mis delicias.
Le complacio ella de buen grado, y luego, instalados
junto a la ventana, cogidos de la mana, mirandose de hito en
hito, pudieron observar gue las flares a estrellas del hielo es-
taban empezando a derretirse en los cristales de las ventanas.
Ello se explicaba quiza debido a la mejora de las temperatu-
ras propiciada par la madera de encina que ardia en el estu-
fon, a qOiza simplemente a que eI frio se dejaba sentiI' ahara
con menor intensidad.
-Mira, amor mio -exclamo Heinrich-, como has-
ta !a fria y helacla ventana lIora de emocion, de deleite al
oil' tu delicada voz. Ah, sicmprc volvemos a encontrarnos
ante la antigua fabula orfica ...
EI db era claro y el cielo volvia a tenirse de azul,
si bien solo en una peguena parte de su extension, pew 10
suficiente para que les Jlenara de animaci6n la transparencia
de su cristal, en Ia que observaron tambien lInas nllbecillas
blancas como la nieve, delgadas y finas, que sc deshacian
navegando pOl' el mar azul, como unos nirlos que estiraran
sus bracitos a su alrededor, tan gozOS<llllente bien se encon-
traban en aguellas alturas.
En aquella calleja repleta de genIe, Ia presencia de
124
un antiquisimo caseron y de una pequeila casucha eran alga
muy inusual. En ella, la pareja disponia lll1icamente de una
alcoba can dos ventanas y de una dtnara can solo una.
Abajo solia vivi r el viejo y gruilon casero, pew, siendo hom-
bre muy adinerado, se habia ausentado a pasar el invierno
a otra ciudad. someticndose allf a la cura de gota de un ami-
go suyo, medico.
EI constructor de aquella casucha debia haber sido
hombre de rams caprichos incomprensibles, pues bajo [as
ventanas del segundo piso -e1 mismo que ocupaban nues-
tros dos conyuges-, se extenclia un ancho tejado que imposi-
biIitaba par cOlllpleto vcr que ocurrla en la calle. Y si en
verano, esto les Illantenia aislados del trafago de la callejue-
la. tambien les aislaba de la casa, mas pequena que la suya,
que se aizaba frente a ella. \
Dicha casa solo disponia de aposentos a la altura de
la calle, y par ella nunca se veian en ella siluetas apdyadas
en las ventanas. Asi, 10 unico que se vela era el tejado de
marras, muy cercano, que se extendia hasta mucho mas
atras, negro \' sucio de hollin, y a su derecha e izquierda las
empinadas y frias paredes del cortafuegos de dos altas ca-
sas que mantenfan aprisionada par ambos lados a aquella
baja casucha.
En los dias iniciales del verano, cuando la pareja
acababa de instalarse en ella, habian tomado la costumbrc
de abrir a toda prisa ]a ventana, dctallc mLlY humano par
cierto, tan pronto oian hamllo ele pelcas 0 jaicos en aque-
lla estrechisima calleja. Pew aI asom,lrse, welo 10 que vclan
era ague! tejaclo de ladrillos y el de la casLlcha, cl L1no (ren-
te al otro.
Cada vez que esto ocurrfa. ambos soltaban a reiI' \'
Heinrich decia con cierta suficiencia:
-Si la esencia del epigrama (segun las antiguas rae-
ticas) esta en nanar «un suceso de expectativas desengana-
das», cada vez que nos asomamos a la ventana, vivimos un
eplgrama.
No es freeuente que existan personas que puedan vi-
vir en una soledad tan completa como la que ambos goZa-
ban en aquella casa. Y e!lo ados pasos de una suntuosa
mansion principesca v en una zona de mucha gentfo.
Y sin embargo, vivian tan apart ados de tado aquel
I
'"125
mundo, que la simple vision de un gato paseandose cautelo-
samente par el tejado de los descanocidos vecinos de en-
hente, la vista de la punta de una teja que sobresalia del
tejada, un tragaluz y un compadre a comadre de coloquio
en el, eran todo un acontecimiento. EI vuelo de las golon-
drinas desde sus nidos pegados al tejado, en los primeros
dias del verano, era toeb una cfemerides para elias dos.
Las aves pasaban volanda desde sus nidos hasta los
huecos de la pared-cortafuegos, gorjeando y repitiendo su
trayecto, sin dejar de charlar sabre sus nlas. Una vez, in-
clusa los conyuges se llevaron un sobresalto el dia que vie-
ron a un muchacho, un deshollinador, descolgandose desde
su estrecho saledizo cuadrangular, can su largo escobillon y
canturreando algunas notas de 10 que se suponia era alguna
cancion.
En realidad, toda esa soledad era muy del agrado
de ambos conyuges. Les permitia instalarse en el repecho
de su ventana, abrazandose y besandose alii, sin mieclo de
ser abservadas par vecino alguna. En aquclla 'posicion se
daban can gusto a la fantasia, dejando vagal' la vista sabre
aquellos tristes paredanes del cartafuegas, en los que su lma-
ginacion les permitia vel' una comarca pradigiasa de rocas
y mar, incluso alga vagamente parecida a las cercanias de
un lago suizo. La Iuz del atardecer llenaba sus imaginaciones,
can sus rojas fulgores temblorosos en las grietas de la cal
a de la gruesa piedra de los muros.
EI recuerdo de tales atardeceres les lIenaba a los dos
de nostalgia. Recorclahan entonces tambien los coloquios que
habfan tenido allf, las emociones experimentadas en aque!
Ingar, durante los interminables dialogos que habian mante-
nido, las bromas que se habian hecho durante sus colo-
quios ...
De todo esta hadan el10s arma de cambate contra
el rigor de la incesante he/ada, cuando. duraba 0 aumentaba
su virulencia.
Y como ambos csposos estaban mas que sobrados
de tiempa, el se dedico a facilitarse la tarea de hacer lena
sacanda del muw algunas astillas a cunas. Las mismas que
utilizo clavandolas en eI travesano de Ja escalera, que asi
cedio mas prontamente a los golpes, saltanda can mas fa-
eilidad fuera de SLIsoporte.
.~
126
A los pocos dias de este suceso de la escalera, la es-
posa de Heinrich, que observaba atentamente todas las ope-
raciones de su marido, pregunto:
-Pero, Heinrich, cuando todo ese monton de lena
que has ido apilando se haya consumido (que haremos?
-Corazon mio -contesto el-, aquel buen poeta
llamado Horacio da (si no me equivocoj, entre otros, este
sabio consejo, tan cortci como contundente: ;Carpe diem.':
goza del momento que vives, entregate a el totalmente, apo-
derate de el, pues no volvera jamas. A ti 10 que te ocune
es que no esras en situacion de hacerlo, ni 10 estaras en tan-
to sigas pensando, por breve que sea tu rdlexion, en un
posible manana.
»Porque cuando eso pasa, cuando tienes preocupa-
ciones y dudas, perqeras el dia y hasta la hora que estabas
gozando.
»La cosa es que solo somos plenamente conscientes
en el presente. Para poder vivir y ser felices, es preciso que
nos zambullamos total y plenamente en el. Y entonces se
ve la gran sabidutia de las dos palabras de Ia maxima hora-
ciana, cortante y exacta, tipica de una lengua como la lati-
na, famosa por su energia y concision, que tanto expresa
con tan pocos vocablos.
»Porque (no te acuerdas de la letra de aquella copla
que dice:
Todas las preocupaciones
sean para o/ras ocasiones.
;Buenas son,
mas 110 para el dia de hoy.'?
- jJusto y cabal! ---eomesto su esposa-, pues en
el ano que hace que adoptamos tal sabia filosofia, muy bue-
nos servicios nos ha prestado.
Asi iban pasando uno tras otro los dias, y aquella
joven pareja nada echaba a faltar en la dicha en que vivian,
pOl' mas que, la verclad sea c1icha, vivian como unos vercla-
dews mencligos.
Una manana, Heinrich anunci6:
-Anoche tuve un suefio harto extrano.
Pues cuentamelo, amorcito -exclamo Clara-,
127
pues soy de la opinion de que damos demasiada poca impor-
tancia a nuestros suei'ios, a pesar del papel import ante que
desempenan en nuestras vidas. En mi opinion -y siempre he
opinado asi-, si nos tomaramos en serio nuestros suenos,
nuestra vida diaria, nuestra, digamos, «vida rea!» perdetia
mucho de su dramaticidad actual y seria alga menos evanes-
cente cle 10 que suele ser hoy.
»Pera ademcis, no olvides que tlIS suenos me perte-
necen a mi, en cierto moclo, pues son en cierta manera du-
siones de tu corazon y de tu mente, y podda sentirme celosa
cle elIos, si considerara que hay suenos que te separan de
mi; pues, al estar inmerso en elias, te olvidas de mi clurante
horas enteras. 0 puecle ocurrir, aunque solo sea en tu fan-
tasia, que te enamores cle otra. Y yo me digo: (Es eso una
autemica infidelidad, puesto que transport a y somete el ani.
mo y Ia imaginacion hasta tal extremo?
-Eso ... depende -contesto Heinrich- de Ia me-
dida en que nos pertenezcan nuestras propios suenos. (Quien
puede explicar hasta lJUe pun to los suei'ios revelan la dispo-
sicion secreta de nuestro munclo interior? En suenos somas
frecuentemente cobarcles, mentirosos, incluso unos redoma-
dos bellacos; unos asesinos de inocentes criatmas que se go-
zan en sus crimenes. Y sin embargo, estamos seguros de que
todo esto es ajeno a nuestra verdadera naturaleza. Los sue-
nos, ademas, son de naturaleza muy diversa. Los hay lumi-
nosos, C1,asirevelaciones, y los hay que se originan en indis-
posiciones estomacales 0 de otras organos. Pues nuestro ser
es una mezcla tan maravillosamente compleja, a Ia vez ma-
teria y espiritu, animal y angel, sus funciones son tan infi-
nitas en matices, que es muy poco posible hacer afirmacio-
nes de tipo general al respecto.
-Ah, 10 general. .. -exclamo e1la-. iEsa maxima,
esas reglas basicas 0 como te guste llamaI' a toda esa balum.
ba! ... Me cuesta expresar hasta que extremo todo esto me
resul ta repulsivo, incomprensible... Es en el amor donde
'ie nos manifiesta claramente un semimiento que ya ilumino
en tiempos nuestra infancia: solo 10 individual, 10 unico, el
ser, 10 autentico son poeticos y verdaderos. EI fil6sofo, ese
ser que todo 10 generaliza, encucntra LIlla regIa para todo,
10 incluye todo en su sistema, no ducla nunca, y su incapaci-
dad de vivir algo autenticamente es precisamente 10 que el
128
llama su «seguridacb. Y de ella presume. Est~l orgul\oso pre-
cisamente de su incapacidad para la duda.
»En mi opinion, 1a correcci6n del pensamiento debe
ser producto de la vivencia. La idea verdadera debe desarro-
lIarse a partir de multitud de rcflcxiones y, si penetra de
repente en la existencia, su fulgor debe ilurninar mil pens a-
mientos diseminados, cl.indoles vida ... Pera yo te hablo de
mis sueiios y ttl ibas a contarme cI tuyo, que a buen seguro
es mejor v mas poctico que el mio.
--En verdad que me haces sonrojar -dijo Heinrich
enrojeciendo-, pues les atribuyes a mis meritos de sofia-
dor valores demasi:ldo altos, pem, en fin, si no me crees.
convencete oycndome.
»Sone que seguia trabajando v conviviendo, con mis
compaiieros de embajada, en aquella gran ciudad, clonde vi-
via, en uno de sus barrios residenciales. Durante la com ida
se hablaba de una importante subasta que iba a celebrarse
en breve en la ciudad.
»Apenas hube oido la palabra «subasta» durante la
comida, cuando sent; '111 miedo indescriptible, sin saber su
causa.
»Desde mi primera juventud, habia siclo una auten-
tica pasion en mi asistir a subastas de libros. Y aunque 1a
mayor parte de las veces no me era posible adquirir las obras
que amab:l, gozab:l oyendo las ofertas que se hadan y fan-
taseando con Ia posibilidad de adqui ri rlas yo. Conoda los
catalogos como un lector asiduo conoce las obras de sus poe-
tas predilectos. Esta mania v fantasia mia era s(')lo una de
las muchas otras que padeda en mi juventud.
»Porque yo estaba muy lejos de ser 10 que se ha
convenido en lIamar un muchacho «juicioso» y de ideas es-
tables, y mas de una vez, en mis soledades, elude de si Ile-
gada alguna vez a ser 10 que se llama un hombre «razona-
ble» y «practico» ...
Clara soluS una carcajada al oirle y Ie dio un abrazo
y un beso apasionado:
- jAh, eso si que no! -clijo contentisima-, por
ahora, de todo eso no hay ni rastra en ti, a Dios gracias. Y
espero poder mantenerte dentro de esa linea de conducta,
y que nunca se te vaya a ocurrir coger vicios de tal clase.
Pera ahora es mejor que sigas con el relato de tu suefio ...
-En aquella ocasian, mis temores ante Ia pahb,'I
"129
«subasta» no caredan de sentido, en verdad -sigui6 relatan-
do Heinrich-, pOl'que, como suele pasar en los suenos, ape-
nas 10 habia pens ado cuando me encontre de repente en Ja
sala misma de subastas y, con gran espanto por mi parte,
yo mismo formaba parte de los objetos que iban a ser su-bastados en breves momentos.
Clara volvia a soltar una carcajada:
- jBonita historia! -exc!am6-, a mi me parece
que ese seda un buen procedimiento para meterse en cas a
de la gente sin despertar sospechas.
-Pues a mi no me hizo la menor gracia -contesto
su mariclo-, porque 10 que vela a rni alrededor, apilados
aJ fondo de aquella vasta sala, era toda c1ase de trastos vie-
ios y muebles antiguos, y entre ellos , tambien en forma de
figuras, como yo, se Velan las de toda c1ase de ancianas, car-
teristas, escri[orzue1os, libelistas, estudiantes tronados v co-I ,
micos de la legua. Todos ellos esperaban ser ofrecidos en la
publica puja ague! mismo dia, y yo me encontrab~ en medio
de todas estas polvorientas antiguedades.
»En fa sala de subastas vi a algunos conocidos m10s
que contemplaban aguellos objetos expllestos a la general
curiosiclad, .v que miraban a las figuras de personas con ojos
de autenticos conoceclores de! genero. Mi reaccian ante todo
esto fue sentir una vergiienza infinita. Y cuando, al fin, hizo
Sll aparician e1 remataclor, yo me l!eve cI mismo susto que
se Ileva un reo al que van a Ilevar al lugar de su ejecucian.
»Aqllcl grave individuo se sento al pupitre de pu-
jas, carraspC<J ;dgo para aclararse la voz y empezo Sll traba-
jo echando mano de rni persona, para anunciarme ante los
pnsihles inlcrcsados presentes. Poniendome delante de si
sohrc cI pupil re, vocea: "V_can, senoras y senores, aqui a
1111 dip!om:itico bastante bien conservado, claro que algo
arrugado y raido, un tanto comido de\gusanos y polillas;
pero en fin, todavia usable para, pOl' ejemplo, servir de pan-
talla de chimenea, de prateccian contra las desaforaclas lla-
mas, aminorando su excesiva calor ... Tambien se Ie puede
usar de cariatide, calodndale quiza un reIoj sabre la ca-
beza. Otro de sus posibles usas cansistida en colgarlo ante
Ja ventana, para que indigue el tiempa que va a hacer. Es
un sujeta al que todavia Ie queda algun entendimienta, asi
que esta en situacian de asesarar en asuntos domesticos,
.""
130
cso si, siempre que no se espere demasiado de cl. .. Pero
veamos, (cuanto se ofrece por d ... ?"
»Silencio en la sala. EJ subastador gritaba una y
otra vez: "Y bien, seil0ras y senores, (quien ... ? No olviden
que se Ie puede emplear de portero en una embajada, 0 col-
garlo de arana gigante a la entrada del edificio, para que
sirva de soporte, corio~us brazos, piernas y cabeza, de las ve-
las de la iluminacion del vestibulo ... Es una persona amable,
servicial. Y si alguno de los caballeros presentes es dueilo
de un organo, puede usarlo para que accione el fuelle del
instrumento, pues sus piernas, como pueden ustedes vel',
son de fortaleza mas que mediana ... "
»Pero eI silencio mas completo seguia reinando en
la sala. Ami, todo aguello me estaba produciendo una pe-
nosa impresion, me sentia profunda mente humillado, y mi
verguenza no conoda limites, tanto mas, cuanto que veia a
algunos de mis conocidos mirarme haciendo muecas de sa-
dico deleite. Los habia, tambien, que se reian, otros, sacu-
dian los hombros, como si quisieran expresar con cI gesto
una compasion llena de desprecio.
»EI criado se acerco a la punta y hube de adelan.
tar me algo para darle un encargo, pero cI rematador mc,detuvo violentamente, gritando:
"jAlto ahi, trasto viejo! (Es que no conoces las
obligaciones propias de tu estado? Pues sabet~ que tu deber
es estarte quietecito... jVamos, es el colmo! (Que seria
de mi, si todos los objetos de esta subasta se pusieran por
las buenas en movimiento por su cuenta y riesgo ... ?" Y vol-
vio a ofrecerme a Ia publica puja, pero nadie dijo nada.
>,"Ese miserable no vale para nada", se oyo comen-
tar a alguien en un rincon.
»" (Quien va a ofrecer algo pOl' un vagabundo como
ese?", pregunto otro de los presentes.
»A mi me corria un sudor frio porIa frente. Par
senas, Ie dije a mi sirviente que intentara hacer que reba-
jaran la oferta. Pensaba yo que solo si alguien se decidia a
comprarme me libraria de permanecer en aquella maldita
sala de subastas. Una vez fuera, ya veria la manera de con-
vcnir con mi criado, indemnizandole los gastos hechos por
mi, y ailadiendo una buena propina, de manera de poder li-
brarme de todo aquello.
"Pero aquel maldito individuo, ya fuera porgue no
131
Ie interesaba el dinero, ya porque no entendia mis seiias,
no se movi6 un milimetro de donde estaba.
»A todo esto, eI subastador estaba ya de mal humor
por todo 10 anterior, y, haciendo una sen a a sus ayudantes,
Ies dijo: "Ea, traedme los nt:imeros dos, [res y cuatro del
almacen".
»Fucronse aquellos vigorosos individuos, y volvieron
al poco, [rayendo consigo a tres ripos harapienros. EI vocea-
dar, entonces, griro: "Como segun vemos, nadie ofrece nada
por este diplomatico, 10 vamos a ofrecer en late conjunto
con estos tres gacetilleros 'I un recL1ctor de revista despedido,
que se encargaba de Ia correspondencia de su publicacion,
'I con este critico teatral. .. Bien. (Que se ofrece ahora por
toda esta pandilla?".
»Un viejo baratijero grito, tras mantener la mano
en alto por algun tiempo, que eI ofrecia una moneda de diez
centimos y eI subastador pregunto: "Vamos, (solo diez cen-
timos) (Es que nadie ofrece mas? .. Pues bien, diez centi-
mos a Ia una ... ".
»Y levant6 eI martillo. Entonces un joven judio ba-
jito 'I de aspccto dcsalinado, grito: "jUna 1110neda de diez
centimosI,' seis peniques ... ".
»EI voceador repitio la of en a otra vez, una rercera
vez, e iba a hacerlo por cmma, dando con un martillazo par
concluida la puja y vendiendome al pequeno israelita, cuan-
do se abriG la puerta de la sala, y tu, Clara, penetraste en
ella en \todo tu esplendor, rocleada de un enorme conejo de
distinguidas damas de honor, gritando, imperiosa con or-
gulloso ges to: "j Alto! ».
Los presentes todos, sobrecogidos, C)lIedaron suspen-
sos ante tal aparici6n. A mi me latia el corazon de alegria.
Y tu preguntabas: "(Estan ustedes subastando a mi propio
marido? (Cwinro se ha ofrecido por el hasta este momen-;>"to ..
»EI subastador hizo una profundisima reverencia,
te ofreci6 una silla, y dijo, sonrojadisilJlo y muy corrado:
"S6iora ... hasta el momento, las of en as han sido una mone-
da de diez centimos y otra de medio ct;ntil11o, por la persona
de su seilor marido ... ».
»Pero tu, sin inJnutarte, declaras!e: "Muy bien. Pues
ahora sere yo sola, la que Pllje pm lui marido. Y deseo que
se expulse de aqlli a esas personas que, .. jOfrecer unica-
132
mente dieciocho pfennig por este hombre incomparable! ...
iEs inallditoi Yo inicio la puja con mil ulleros .
»Aquello me Ilena de alegria, pera tambicn me pro-
dlljo un enorllle susto, pues no podia expJicarme de dande
sacarias tu santo dinero. Y a todo esto, la oferta de otra her-
mosa dam,l, esta vez de dos mil ducados, vino a librarme
de mis preocupaeiones. Y entollees, entre aquellas ricas e
illlstres darnas se inici6 una competencia feroz por hacerse
conmigo. Las ofertas se sucedian eada vez a mayor rapidez,
y tan prollto ofrecian diel mil taleros pOl' mi, como eran
veinte. '
»AI oil' toclo aquello. fui ahindorne m,]s y 1ll,]S,v al
final me erguia ya toclo orgulloso v tieso, y empezaba a pa-
sear dando anehas zaTlcadas tras la mesa del voceador, de
un lado a otro, sin que este se atreviera ahora a Il~marme
al orden. Antes al contrario; ahora era yo quien lanzaba
miradas de desprecio hacia aquellos desconocidos que poco
antes habian murmurado sobre mi en tcrminos de «harapien-
to» y «vagabundo».
»Todas ellos me contemplaban ahora con respeto, y
ello, con tanto m,]s motivo, cuanto que la competencia entre
las dalllas iba ell aUlllento, en vez de moderarse. Y habia
alii una aneiana y fea damisela. que pareda estar dispuesta
a todo por no perderse el placer de cOlllprarme. Su naril,
raja y larga, iba adquiriencla un tono eaela vel mas radiante,
y fue ella la prilllera en lIegar a of recer hasta cien mil dle-
ros por mi humilde persona.
»Se proc!ujo entonees un silencio mortal. 1\1 caho,
se clejo oir una voz soJemne: "Seiiores, en 10 que va de si-
glo, naelie habia ofrecido nunca tanto por un ser humano. _.
Veo ahora que la puja queda demasiado al ta para mi. .. ".
»Cuando mire a mi bdo, vi que el autor de la £rase
habia sido mi propio embajador. Le dirigi un saludo dis-
plicente.
»En fin, para abreviar, contan~ que mi valor llego
a subir hasta dos veces cien mil t::ileros y algo mas, y par
este precia fui adjudicada a la aneiana dama de la naril roja
y brillante.
»Y cuando Ja adjudicaci6n estuvo hecha, se alzo un
gran tumulto en la sala, pues tad as los presentes querian ver
"133
de cerea eI motivo de tan enconada puja. Y no sc camo ocu-
rri6, pero la enarme suma por la que yo habia sida adqui-
rido me fue entregada, contra todo UsO propio de subastas,
en propia mano.
»Pero euando ya iban a Ilevarseme, apareciste tu,
gritando: .. iAlto ahi! Viendo a mi marido, contra todo uso
y costumbre cristiana, subastado y vendido, quiero someter-
me yo tambicn a su duro destino. Y par ella me pongo vo-
luntariamente a disposicion del martillo del sefior subasta-
d' ..or .
»EI viejo hizo una reverencia, se aparto, tu pasaste
a ocupar su lugar tras Ia larga mesa, y todos los presentes
contemplaron admirados tu belleza.
»La puja empelo y los javenes que estaban presen-
tes Ilegaron pronto a ofertas muy altas. AI principio, estuve
un tanto al margen de todo, en parte porque allll estaba ato.
nito ante Id ocurrido, en parte par efecto de la curiosidad. '
»Y cuando bs sumas ya iban pOl' los miles, peeli la
palabra e hice mi oferta. Fuimos aumentanelo Ihs cantidaeles
de las pujas, y mi embajador casi me hizo percler cl control
de los nervios con sus estusiasmos; me pareda incligno que
semejante vejestorio me arrebatase de aquclla manera a mi
esposa legitima. EI se clio cuenta de mi disgusto, pues me
vcla pOl' el rabillo del njo. sin dejaI' de somcfr hencvola-
mente.
»Cada vez eran 1ll,]S los acauclalados caballeros que
se unian a la PUj,l, y de no !label' poscido aqucIla gran can-
tidad de dinero qlle lIevaha en los bolsillos, hubiera tenido
que darte pOl' perdida Y no era poco el amor propio que
yo ponia en mi intento de testimoniarte mi amor de una
mancra mas generosa que 10 que habia sido la tuya par mi.
Pues ttl, tras olTecer aquellos mil taleros, me habias aban-
donado a mi SlIerte, en m~nos de la dama de la nariz raja,
que ahara pareda haberse esfumad6,,'pues ya no se la vcia
por parte alguna. .
»Ahora, la puja iba ya por encima de los eien mil
taleros, y tu me hadas gestos carifiosos pOI' enci ma de la
mesa, y como yo estaba en poses ion de aquel gran capital,
pude dejar atras a todos mis competidores. AI fin;ll, me im-
puse entre risas despeetivas y gestos insolenlcs dirigidos a
todos ellos. Y los presentes callaron, mohinos, cuando tu
me fuiste finalmente adjudicada.
.."
134
»Triunfaba, pues, yo. Pague la suma solicirada pOl'
ti, pero joh dolor! en los delirios de mi soberbia, no me
habia dado cuenta exact a de cuanto habia sido 10 ganado
co nmi propia oferta, y ahora resultaba que me faltaban aun
tnuchos miles de taleros para poder pagar tu precio. Y mi
desesperaci6n era motivo de burla para los demas.
»Viendo esto,"tu te retorcias las manos, desesperada.
Y al final nos metlan ~n una oscura mazmorra, donde nos
cargaban de pesadas cadenas. Solo nos daban pan y agua de
ali mento, y yo rei de buena gana, pensando que aquello
era un castigo, pera que, al cabo del t iempo que lIevabamos
de pasar hambre, aquel regimen alimenticio era un banquete
para nosotros. Que tal es el modo en que se confunden en
suenos los tiempos del pasado y del presente, y unas cosas
con otras; la lejanfa con la proximidad. Y el carcelero vino
a explicarnos que los jueces nos habfan condenaclo a muerte
por haber cometido fraude y engano con el era rio real y con
los bienes publicos, defraudando la confianza de la gente
y minando eI creclito del estado. flabia sido Ull tremendo
fraude haberse ofrecido a tan alto precio, y pl'rmitir que se
pafaran por mi tan altas sumas. Tales cantidades, al ser pa-
gadas, eran sustrafdas a la competencia y al biellestar pli-
blicos. Y tales acciones eran opuestas al patriotislllO, que
exige al individuo que se sacrifique al bien comllll. POl' tan-
to, nuestro atentaJo contra eI interes publico habia sido
considerado manifiesta alta naici6n.
»Pero tambien iba a ser ejecutado el viejo subasta-
dor, pues el tambien habia participado en el complot, al ha-
cer que fueran elevanJose las sumas ofrecidas pOl' los pu-
jadores. Y la causa de ello habia sido que el nos habia ofre-
cido ,:omo autenticas maravillas de la naturaleza, exageran-
do nuestras meritos en detrimento de la verdaJ.
»Ahora se descubria toJo y resultaba que habiamos
estado en connivencia con potencias extranjeras y con la opo-
sici6n del interior, en nuestros intentos de producir la ban-
carrota publica. Pues era evidente que invertir tan enormes
sumas en un solo individuo habia ocasionado falta de fon-
dos disponibles en los ministerios y, pOl' tanto, que no hu-
hina presupuestos para los colegios y universidades, y ni
\Iqlliera para mantener penales ni asilos de ancianos. lnme-
(IiaLimen te despues de nuestra partida, diez personajes de
1.1 Il"hll"la y quince damiselas de las mejores familias del pais
135
se habian ofrecido a ]a subasta, siendo las sumas resultantes
tambien detraidas del tesoro del estaclo y de sus ingresos.
Ejemplos tan funestos como estos daban al traste con toda
moral, invalidaban los valores de virtud y bondad, por tra-
l<lrse de individuos tasados tan e1evadamente, considerados
de un valor tan desorbiradamente alto.
»Y yo, oyendo todo esto, 10 enconrraba totalmente
razonable. Y lamenraba que, pm culpa mi,l, se hubiera pro-
ducido mda aquella confusicSn. Y cuando \,a nos lIevaban a
aplicarnos la Cdtima pena, desperre y me encontre yaciendo
en tus brazos.
-Pues tu his lOria, pOl' disparatatb que haya sido,
da su poco que pensar --fue eI comentario de Clara-, por-
que, en fin de cuentas, no es sino la hisroria de much as per-
sonas que se venden tan caras como pueden, solo que vista
con cl cristal de alll11enlO de los suenos. Y esta extranisima
subasta es concebible si se piensa en ]a vercLldera naturaleza
de las sociedades de nuestros dias.
-Asi es, y a mi este sueno tambien me da que pen-
sar-contest6 IIeinrich--, pues en el, el munelo me habia
lkjado solo l' yo Ie habia abandonadu a el tambien, en la
medida en que ninguno de los asistentes a ]a puja estaba
en situacion de tasar mi valor con ningun,l suma Jestacable.
EI credito que se me otorgaba en roda aquella enorme ciu-
dad no \Ilegaba ni a un centimo. 0 sea, que soy eso que eI
mundo de hoy llama literalmenre un harapiento. iY sin em-
bargo, tu me amas, tu, ser de valor incalculable! jCuando
pienso que eI telar mas complicado es burdo mecanismo com-
parado con la circulacion de la sangre, y cuando pienso que
este cerebra mio, que puede albergar nobles lx:nsamientos,
posiblemente tendd que ceder su puesto ante nllevos inven-
tos humanos, me rio de que haya millones de seres que no
pueden competir con la complejidad y efectividad de lin ce-
rebra, y pien so que ni el mas inteligente ni eI m,is orgulloso
est<in en situacion de inventar nada parecido! ...
»CuanJo nuestnls cabezas se acercan, los Cr<lneos se
tocan, los labios se aprietan uno contra otm y proJucen un
beso, es casi imposible comprender que lIlecanismo artificial
se necesita para producir esla uni<ln de hueso y carne, de
epidermis y linfas, de sangre y Illllllnlad, que se pone mu-
136
tuamente en activiJad para dirigir cI goce del beso hacia cl
sistema nervioso, hacia el sutil instinto, hacia el espiritu,
m,ls impenetrable todavia. Y si se observa la anatomfa del
ojo, ique cantidaJ de detalles asombrosos, maravillosos, re-
pulsivos se ofrecen al observador que, a partir de este bri-
lIatlte limo, de esta f1uidez Iechosa, intenta Jeslindar la di-
vinidad de la mirada humana!
-Bien, idejelllos esc tema! -dijo elb-, que todo
esto no son sino sufism as propios de gente atea.
-(Dc ... ateos? -pregunto Heinrich, atonito.
-Sf. no veo Ill<lnera mejor de Ibillarlos. Es posible
que sea cosa de medicos, eso de intentar superar estos espe.
jismos de la apariencia y b esencia de los fenomenos, tal
como 10 intenta la ciencia. Porque no hay que olv,iclar que
(odo investigador es proclive a caer en el espejisrno de la
belleza 0 en otro cualquiera, <11 que quiz,! Cl lIame «ciencia»,
o «conocimiento», 0 «naturaleza».
»Y si la curiosidad impertinente 0 un espfritu de
burla destruyen esta, ensoi'iaciones del cuerpo que retenfan
a la belleza y a la gracia, yo a eso le lIamo pruebas del in
gcnio desprovislO de ]a pieJad, si es que existe algo se-
mejante.
Heinrich se habL, quedado en silencio, reflexio-
nando.
-Quiz;! teng;ls tu p;lrte dc r;1Z(JIl--dijo tras bre-
ve pausa-, y resuite que todo 10 que cmhellece nuestra
existcncia se basa en el intento de evitar qlle In que yael'
envuelto en una luz crepuscular que da Ull alicilto de leve
placer a toda 10 Iloble; que todo clIo no quede demasiado
expuesto a un exceso de ilul11inaci6n ...
»La Illuerte. la corrupcion, la aniqllilaci6n, la cadu-
cidad ... en definitiva. no son Illas autcnticas ni verdade-
ras que la vida, penetrada del espiritu, rebosante de enig-
mas. Y al aplastar con los dedos aquella flor olorosa y de
vivos calores, scntinis que el resto htimedo que deja en tus
manos no es ya ni f1or, ni naturaleza.
»No, no debemos despertar de la divina embriaguez
en que nos sumen naturaleza y existencia, no debemos sa-
lir de este sueno de poesia; es justamente en esta insensa-
tez, mas alIa de ella, donde hemos de buscar la verdad.
-(Recuerdas aquella hermosa cita? -pregunto ella.
"137
S6lo pucdcll los bumallos dccinJos:
"aqui cstoy", para baecr quc sus amigos
.IC alcgrcll dc .>alira rccibirlas ...
- jVerdad absoluta! -exclamo Heinrich-, porque
todos, amigos, amantes, tienen la obligacion ell' amar a su
pareja 0 amistad con respeto, y con respeto deben sonar con
ella el seoTto de la vida, y deben evitar destruir la bella
apariencia de esa amistad 0 afecto, si verdacleramente 10
comparten con la otra parte.
»No obstante, hay siempre personas tan torpes que,
con el pretexto de vivir unicamente para la verdad, de so.
meterse unicamente a ella, solo contraen amistades que les
permitan poseer algo de 10 que no pueden ocuparse. Y tales
sujetos, no solo se dedican a atormentar a sus supuestos
amigos con ingeniosidades torpes y burdas marrullerias;
se dedicani incluso a observar incansablemente sus debilicla-
des y fallos hutnanos, sus contradicciones. La base de la exis-
tencia humana, los presupuestos de nuestra ~xistencia, son
vibraciones tan calladas y sutiles, que no es raro que tales
personas, con su sensibilidad de hrocha gorda, se lim;ten a
lIamar a tales conceptos de amistad "puras debilidades".
Asi, no tarda en ocurrir que todas las virtudes y talentos
que fueron causa inicial de estima de un amigo, se convier-
tan en faltas, debilidades e incluso estupideces. Y si surge
un espiritu superior que se opone a esto y no quiere tolerar
tal l1lutilaci6n, los de espfritu burdo 10 lIaman "vanic1oso",
"terco", "mani,ilico", y dicen de el que es uno que siente
mezquinalllcnte, demasiado bajamente para poder soportar
cI peso de Illla verdad. EI final de todo esto sera el fin de
aquclla amistad, una amistad que mejor hubiera sido que no
hllhiera existido jamas.
»Y si todo esto ocurre en en el terreno de Ja natu-
ralcza, de los seres humanos, del afn.or y de la amistad, tam.
bicn ocurrira en el del estaclo, la religion y la revelacion.
»EI conocimiento de que existen algunos ahusos que
deben ser suprimidos, no cia derecho alguno a abordar cI
tema del secreta de estado.
»Y si se desea acabar con el respeto religioso que in-
funde la poderosa maquina humana que es cI estado, que
permite al ser humano lIegar a serlo en una sociedad orde-
nada, y se coloca eI respeto a la ley y a la superioridad, al
-.'"
138
rey, demasiado cerca de la luz de una razon abusiva y preci-
pitada, la revelacion misteriosa que es el estado se disuelve
en la nada, en la arbitrarieJad.
»Pero ~acaso pasa otra cosa con la iglesia, la reli-
gIOn, la reve!acion y los demas misterios sagrados? Tam-
bien en ellos debe reinar una cautelosa penumbra, un deli-
cado sentimiento de respeto y atencion en torno a santua-
rios tales. Y como tales santuarios son de indole~ santa y na-
turaleza divina, nada raro gue se lIegue facilmente a la idea
de iluminar con insolente mano estos santuarios, ignorando
que 10 son, exponiendo a la conciencia de los ineptos, ayunos
de toda fe, el piadoso tejiJo, como un simple engano, con-
fundiendo 10 mas de!icado de los sentimientos de los seresdebiles.
»Es dificil comprender en gue medida se ha perdido
en nuestros dias el sentido de la existencia de una gran to-
talidad; de 10 indivisible, de 10 que solo puede surgir pOl'
influencia divina. Se sue!en glorificar solo los fenomenos
aislados gue se manifiestan en poemas, en obras artisticas,
en la historia y la naturaleza, en la revelacion, y se sUf-Jrimell
con todo cuidado detalles sueltos, cosa solo posible a grall-
des rasgos cuando se trata de obms de arte.
»Esto f'uede suceder si 10 que se glorifica es 10 posi-
ble. Pero la tendencia de aniquilar cosas es justamente 10opuesto a todo talento, y acaba convirtiendose eli incapaci-
dad de en tender cualquier fenomeno que se manifieste en su
plenitud. Y decir siempre «no» es 10 mismo que no decirnada.
Los dias y aun las semanas transeurrian en tales eo-
loquios y otras semejantes, para aguella pareja solitaria de
conyuges empobreeidos y sin embargo felices. Su vida se
man tenia con ayuda de una alimentacion de 10 mas mezqui-
na, pero la concieneia de su amor les hacia ignorar toda pri.
vaeion, y ni la mas dura podia alterar su estado de felicidad.
Y para la supervivencia en tal situaeion era fundamen-
tal aquella inereible frivolidad de ambos, gue les permitia
olvidar todo 10 que rebasase eI momenta presente.
Gcneralmente, el solia levantarse antes que Clara.
1-:lla, elllonees, le oia martillear y serrar y encontraba los
llOWS de madera ya apilaclos delante de la estufa, listos para
139
ser consumidos en la calefaccion, de la que se ocupaba ella.
Asi, Clara quedo sorprendida al observar que toda aquella
madera adquiria ultima mente formas diferentes de las que
ella habia venido observando. Y no solo formas, sino tam-
bien color y hasta aspecto. Pero como seguin encontrando
reservas de lena, renuncio a continual' con sus observaciones,
ya que las conversaciones, chistes, historias, usuales en el,
digamos, desayuno de ambos conyuges, Ie parecian mucho
mas importantes que aque! detalle cle la lena y sus formas
y colores.
- Ya se estan alargando los dias -empezo el a de-
cir- y pronto Ilegara el sol de primavera can sus rayos has-
ta alia arriba, al techo.
-Asi sera, seguramente -corroboro ella-, y no
tardara en lIegar el momento en que volvamos a abrir la
ventana, nos sentemos junto al alfeizar y respiremos aire
puro. Recuerdo 10 hermoso que fue el verano pasado, cuando
nos lIegaba del parque de afuera hasta aqui aquel aroma
de las flores de tilo.
Acercaba ella dos pequenas macetas lIenas de tierra,
ell las Clile habia plantado unas flores.
- jMiral -continuo diciendo-, este jacinto y este
tulipan estan brotando, a pesar de que ya los dabamos por
perdidos. Si ahora florecen, 10 considerare como un augurio
de gue nuestra suerte va a mejorar en un futuro proximo.
-Pero, carino mlo -dijo el, un tanto amoscado-,
~gue n6s va a nosotros en eso? ~Acaso nos han faltado has-
ta el momento, el pan, el fuego y el agua? Ademas, los ri-
gores del tiempo ya se esuin dulcificando a ojos vistas, de
modo que caela vez consumiremos menos lena, y luego ven-
ddn los calores del estlo. Y, si bien, ]a verdad sea dicha,
ya no nos gueda nada mas por vender, de algun modo en-
contraremos, deberemos encontrar ]a manera de ganar, de
que yo gane algun dinero. Y en todo caso, no olvides que
hemos tenido suerte al no ponernos enfermos ninguno de
los dos, ni tampoco nuestra vieja Christine.
-~Quien nos garantiza gue nuestra fidelisima sir-
vienta seguira d[lndonos muestras de ficleliclacl? -pregunto
Clara-, yo hace ya tiempo que no la he visto; tli la cles-
pachas siempre de madrugada, euando yo aLln cluermo, y re-
coges de su mana el pan que ha com prado y la jarra de agua.
Ya se gue suele trabajar para atras familias, y que ya
-----,
140
es Vle]a. Tambien se que se alimenta miseramente y que,
si esto sigue asi, facil sera que se enferme, pues debil ya
10 esta. (Peru como es que lIeva tanto tielllpo sin subir avernos?
-Bien ... -dijo Heinrich can cierto apuro que no
escapo a la observacian vigilante de Clara, a Ia que Ia car-
ted ad cle el habia Jlamado la atencion- ... bien, pronto ten-
dra ocasion de visit:unos, asi que ten paciencia.
-Ah, no, alllor mio -exclamo ella can su vehelllen-
cia habitual-, tu me est;]s ocultando alga, aqui ha deb ida
pasar algo. No dej;lre que me impidas averiguar que es, y
voy a bajaI' yo misma a comprobar si ella sigue en su cuar-
tito, si se encuel1tra mal, a tiene algun motivo de resenti.
mien to contra nosotros.
-Hace mucho que 110 pis;JS esta t1l;Jldita escalera
-advirtia I-Ieinrich-, y el rclbno esta oscuro, y poddas
caerte.
-Ah, no -eXCL1I11<Jelb-; no V;JSa retenerme mas
por eso. La escalera, bien me la conozco, asi que Y;Jme las
;Jrreglarc para bajar a oseuras.
-Pero, reeuercla que ya nos earg;Jmos tada la ba-
randilla par;J haeer lena para la estufa -recorda Heinrieh-
en su momenta, la barandilla me p;Jreei6 un luio superfluo,
asi que ahora me temo que al no tener donde sujetarte,
tropieces v te precipites esc;Jleras ahajo.
-Los esealones -replie6 clla-- de sohra los tengo
conociclos. Son c<Jmodos v tendre aun qlle Sllhirlos y hajar-
los varias veces.
-Esos esealones -dijo cl COil (ierto tonillo solem-
ne-. iEsos cs{'alones no ]os volvcds a pisar jalll;!s! ...
- iVaya! -exelamo elIa-. En est;J easa cst;] pa-
sando algo, ttl diras 10 que quieras, pero yo bajo ;, vcr c()lllO
sigue Christine.
Mientras hablaba, ella se habia acereado a mirarle
a la eara. Y ahora se volvia haeia la 1)lI crt a , para abrirla.
Pero el se levanto a toda prisa y Ia retuvo, abrazandoia 'y gri.
tando:
-Pero, criatura, (es que quieres romperte la crisma?
La cosa no podia ya segllir oculta par mas tiempo,
asi que cl abrio la puerta v ambos salieron al rellano de la
('scalera -Cl la segllia sujetando del brazo-, y ella vio en-
"141
tonces ... que para bajar al piso inferior ya no existta esca-
lera de ninguna e1ase.
Ante aquella sorpresa, ella dio una palmada y se in-
e1ina, mirando hacia abajo por el hueco. Luego se aparta de
aqucl abismo y cuando volvieron a Ia habitacion y -cerraron
la puerta dem!s de elIos, ella se sento para observar deteni-
damente la expresion de su marido.
Ante la mirada de ella, el puso una cara tan divert i-
da que ella ya no pudo contenerse y solto la carcajada. Des-
pues se acereo a la estufa, cogio uno de los Ienos Y ]0 mira
par todos ladas, diciendo Iuego:
-Bien, ahara entiendo por que la lena tenia un ta-
mano diferente ltltimamente... iResulta que hemos estado
consumiendo nuestra bonita escalera!
-Asi es -contesta Heinrich, tranquilo y dueno de
S1mismo desde aqucllos momentos-. Si 10 sabes, te 10 po-
dras explic~r. Yo, Ia verdad, no entiendo por que 10 he man-
tenido en secreta hasta ahara. Porque por mucho que lino
supere eierta clase de prejuicios, siempre queda algo par su-
perar, cierta, cligamos falsa verguenza, esas puerilidades
bobas ...
»Porque, veamos, en primer lugar, tll eres eI ser en
quien m;]s conf10 entre todos los que existen. En segundo
lugar, eres el unico, pues no cuentan mis tratos de tanto en
tanto con la vieja Christine. En tercer lugar, cI invierno to-
davia estaba en su pcor IIlOlllcnto y no habia de dande sacar
mas lena; en euarlo lugar, casi huhiera sido ridfeulo respetar
una inadcra COIllO(:sa, Ia rncjor que existe, la mas dura y
seca, Ia rn;is dispol1ihle que tentamos a mano ... En (in, en
quinto Illgar, ya no necesitahamos la escalera, y ademas, di-
eha cscalera, salvo unos pocos detalles, esta ya quemada en
SII fOlalidad Y ademas, no pucdes hacerte idea de 10 diffcil
que cs semlr esos viejos -peidanos retorcidos, repelentes', el
trahajo que cuesta partirIos ... A v'er::es, el trabajo me deja.
ba tan acalorado, que Iuego me pareda que hada demasiado
calor en nuestra alcoba.
-Pero (y Christine? -pregunto Clara.
-Bah, esta muy bien de salud -contesto el-, to-
das las mananas Ie bajo una cuerda, a Ia que ella ata su ces-
tita. Luego, tiro de Ia cuerda y de ese modo Ia eCOllOmta do-
mestica sigue Sll curs a de Ia manera mas perfecta y padfica ...
r.uando nuestra hermosa barandiIla ya se estaba acabando
.~
142
y segufa sin llegar el anhelado soplo de aire tibio gue indica
el fin del invierno, me puse a pensar y se me ocurrio gue
nuestra escalera bien pudiera aportar la mitad de sus esca-
lones. En fin de cuentas, tal como estaban las cosas, eran
algo sobrante, superfluo, un lujo comparable al de nuestra
gruesa barandilla. Al fin y a la postre, alJuella enorme can-
tidad de escalones habia. acabado par ser ridicula ... Si se cor-
taba mas arriba, como hii de hacerse a veces en algunas ca-
sas, eI gue viniera a reparar la escalera tendria suficiente can
la mitad. Y con ayuda de Christine, cuyo espfritu filosofico
1a hizo comprender la razon que me asistia, corte el primer
escalon de abajo del todo. Luego, siguiendola a ella, hice 10propio con el tercero, el quinto, etcetera. [sa tactica, una
vez acabado este trabajo de filigrana, result6 bastante eficaz.
Yo seguf serrando y cortando, mientras tu, lJue nada sabfas
de 10 gue ocurria, ibas guemando los pcIdaiios con la mis-
ma habilidad y eficacia gue habias invertido anteriormente
en quemar la barandilla. Pero el frio invernal continuaba,
y con ello parecfa necesario proceder a otra acolllet ida en
mi trabajo. Pues, en definitiva, ~que era aquclla vieja esca-
lera sino una especie de mina de carbon, una zanja que nos
ofreda su mineral carbonifero, una unica oCaSi(ln? ":Iltoll-
ces descendi par aguel pOlO de mina y llame a la vieia y as-
tuta Christine. Interrogada por mf sobre eI particular, resul-
to gue compartia mis puntos de vista. Ella estaba 'en la plano
ta baja. Haciendo un enorme esfuerlO, partf el segundo pel-
dano, y clIo con la natural dificultad, ya que ella, por estar
abajo, no pod fa prestarme ayuda alguna en mi labor:.. Y
cuando hube procedido asf con el cuarto, Ie tendi a nuest ra
buena vieja la mano a traves de aguel abismo, pues aquel
resto de escalera ya no servfa para la comunicacion. Asi que,
al fin y no sin trabajo, acabe por destruirla por completo,
siempre partiendo de los escalones aun salvos y hacia arriba.
Ahara ya has visto la obra acabada, querida criatura, yves
por ti misma 10 necesario gue es gue nos autoabastezcamos,
mas ahara gue antes. Porgue ~como iba a llegar a estas al-
turas el grupo de gente de una pen a de cafe gue nos trajera
noticias del resto del mundo? Ah, no, yo te basto a ti y tu
me bastas ami, la primavera esta a punto de llegar y tu vas
a coJocar tus jacintos y tulipanes en la ventana, y nos vamos
a sen tar aguf arriba ...
143
donde nos sonrian los iardines,
las colgantes terrazas de Semiramis,
que ascienden a las nubes ell esplelldido
y coloreado estio, y ehapoteall,
i eha poteais, si, SOlioras luell te,.'
Ell el largo verallo nos espera
paradisiaca vida de amores,
alii, ell la IIltis alta terr{lla qlliero,
oeulto elItrc rosas de lueg.o, 0'11 qllcdo
coloquio estar, CII tallto a IlIIestros pies,
del sol quo'mados, se tielldall los teehos
de Babilonia tada ...
-Nuestro VIeJO amigo, eI poeta Uechtritz, parece
haber escrito estos versos pensando en nosotros. Y mira,
aiLi tienes aquellos tejados guemados por el sol. Y solo falta
que llegue nuevamen tc el mes de julio, como esperamos. Y
cualldo tu tulip,in y tu jacinto florezcan, tendremos aguf,
ell lodo su esplendor, nada menos que los maravillosos jar-
dines colgantes de la emperatriz Semiramis, y anadiria yo
que los nuestros son mejores aLIll, ya que nadie, a menos
que sepa volar, podra subir aqui a visitamos, a menos que
Ie echen una mano, 0 Ie preparemos una escalera de cuerdas.
-La verdad es que tienes razon -contesto ella-,
pues estamos viviendo como en un cuento, como en uno de
esos ma~'avillosos de las Atil V una lIoches. Pew surge la
pregunta: 2que va a pasar ahora? Porque eso que Ilaman
«futuro inmediato» esta Ilegando, de una manera u otra,
a invadir nuestro prescnte ...
- Ya yes, queridisimo ser -dijo e1- que, de los
dos, eres la primera en volver a ser pwsaica. Serfa hacia San
Miguel cuando nuestro viejo y grullon casero salio de viaje
hacia aquella lejana villa donde esperaba encontrar alivio a
sus dolores de gota, en casa de su amigo el medico. Por
aguel entonces erarnos tan inmensamente ricos, gue hubie-
ramos podido pagarle no s610 el alquiler de un rrimestre,
sino incIuso hasta la Pascua. EI acepto eI pago con un gesto
de hosco agradecil11iento. 0 sea, que hasta la Pascua no nos
va a dar quebraderos de cabeza. Y 10 peor del inviemo ya
ha pasado, asi gue ya no necesitaremos mucha lena. Y en
todo caso, todavfa nos quedan los cuatro escalones que Ile-
l
144
" -.,
145
gan hasta el sueJo desde aquf arriba. Nuestro futuro, pOl'
tanto, duerme aUIl segura tras alguna vieja puerta, bajo las
tablas del suelo, bajo las trampi!las y entre algunos utensi-
lios. Asf pues, no te preocupes, querida. y gocemos can ttan-
quilidad de b dicha de vivir aqui arriba, tan apartndos del
mundo y sin necesitar de nadie. Una situacion que todo hom-
Inc sabio ha dese;ldo par;! Sl, pero que a pacos y en pocns
ocasiones les ha sido dado obtener del destino ...
Ah, pera el destino no tuvo a bien seguir el curso
que Heinrich habfn esperado. v aquel mismo dfa, apenas
ambos habfan consulllido su pobre comida, un carruaje se
detuvo ante la casucha en que ambos habitaban.
Desde ,lrrih:\ pudo oirse cI estrepito de las \ruedas,
eI ruido del vehfculo al detenerse, el de la gen te que se
apeaba de el. Claro que aquel extrano tejndo de alero sale-
dizo no permitfa a la pareja entcrarse de quicn 0 quienes
eran los recien !legados. Se bajaron equipnjes, eso sf 10 pu-
dieron ofr, y ambos conyuges tuvieron la horrible sospecha
de que eI recien lIegado, eI que acababa de !legal' era ... bien.
pues pudicra ser el gruiion de su casel'll, curado de su ataqm
de terrible gota en plazo Imls carto del previsto.
Ahora ya no cabia duda alguna: eI recien !legado se
estaba instalando en los bajos de la casa y era evidente que
era cl, el casero, de quien se trataha. Se habian descargado
las l11aJetas, las habfan entrado en la casa, se oian varias
voces hablando a la vez, se cambiaban saludos con la vecin-
d,ld ... Estaha claro, pues, que I Icinrich tClldria aquel Illislllo
dfa que superar una dura prueba.
De momento, se man tenia a la escucha, desconfiac!o,
de pie junto a b puerta, tan s610 entornada. Cbra Ie miraba
con expresion de duda, pero cl movfa la cabeza sonriendo y
no decfa palabta.
Abajo se hizo un silencio total. EI viejo se habia re-
tirado a sus habitaciones.
Heinrich se senta junto a Clara y Ie dijo con la voz
un tanto apagada:
-Es, en verdad, una hlstima que haya en este mundo
tanta gente que carezca de la fantasia que tenia eI viejo Don
Quijate. Recuerdo que cuando Ie tapiaron la entrada de su
biblioteca y Ie dijeron que un mago encantador se 1a habfa
arrebatado, dej;lndole, no s610 sin sus libras, sino incluso sin
la habitaci6n en que estaban, el anciano 10 entendi6 en eJ
acto, sin sentir b menor duda ante 10 sucedido. En ningun
momento tuvo 1a prosaica ocurrencia de preguntar adonde
podfa haber ida a parar una cosa tan abstracta como es cI
espacio. Porque (que es, en definitiva, el espacio? Algo abs-
tracto, una nada, una forma de la representaci6n ideal. (Y
que es una escalera? Un objeto limitado, pero no inferior a
un ser independiente, una mediacian, un medio de ascender
de abajo a arriba. Y ique relativos son estos conceptos de
«abajo» y «arriba»! EI viejo casera nuestro, a buen segura
no se dejara convencer de que donde ahora hay un Imeco,
hubo en tiempos una escalera. A buen seguro es en exceso
empfrico y racionalista, al extremo de comprender que cl
verdadero ser humano y Ja intuicion rn:ls profunda de las
metamorfosls usuales no requieren de la rniserable apro-
ximacion ptosaica de una escalera de conceptos. (Como
explicarle todo esto desde mi punto de vista' elevado, de
modo que 10 entienda con eI suyo tan bajo? EI se apoyara
en el viejo ernpirismo de la barandilla, para, al rnismo tiern-
po, y can toda comoclidad, it ascendiendo escalon tras esca-
lon. Para subir asf hasta las alturas del conocimiento -en
realidad, descendiendo-. Nunca podd seguirnos en nuestra
vision inmediata, vision que entre nosottos ha rota tad os
estos triviales escalones dc Ll experiencia, of rend andose asf
al mas puto de los conocimientos, segun la vieja ensenanza
de los Parsis, con ayuda de las purificadoras y calorfferas
llamas qllC cxislcn.
---Si, si--dijo Clara, sonriendo-, tu fantasea, haz
toda c1ase de chistes. cultiva esa clase de humor que no es
sino rcflejo del miedo que uno siente ...
-Nunca, nunca -=--segufa diciendo el- el ideal de
nuestra vision se disolvera al contacto con la turbia realidad.
La vulgar opini6n de que 10 terreno ~iempre sometera a su
yugo 10 espiritual, dominandolo ...
- iSilencio! -susurro Clara-, abajo vuelve aha.
bel' movil11iento.
Heinrich volvia a situarse junto a su pucrla, abriclI-
dala un poco.
-Tengo que volver a llacer una breve visiLI ;1 mis
estil11ados inquilinos -decla aiguicil ab;,jo COil lod;1 cL1I"i-
-~
146
dad-. Espero encontrar a la senora tan hermosa como de
costumbre, y que aquelios dos personajillos sigan bien de
salud, como siempre ...
-Ahora es cuando -dijo Heinrich en voz baja-
eJ va a tropezar con la Cuestion ...
Hubo una pausa. EI viejo estaba abajo, tanteando
en la oscuridad. '.
-(Qut~ diablos pasa? -se Ie oyo bramar-. (Como
es posible que no conozca yo ahora mi propia cas a? Aqui no
esra, alii tampoco, (que demonios?.. iEa, Ulrich, acercate
y echame una Olano! ...
EI anciano criado, que en aquelia peqllena mansion
ejercfa un poco de todo, salio de la camara.
-Ea, ayudame a subir poria escalcra -dijo el ca-
sero-. Estoy como embrujado 0 ciego ... y no pueclo en-
con trar los maldi tos peldanos grandes, los anchos... (Que
diablos es esto?
-Bien, acerquese, sefior Emmerich ~dijo el lllalhll-
. morado mayordomo-, 10 que pasa es que viefle listed del
viaje algo abotargado ...
-Ese -observo Heinrich en eI PISO de arriha- ..
esta establec1enclo una hipotesis que no va a poder man-
tener.
- jMaldita seal -aullo Ulrich-, acaha de darIne
un golpe en la cabeza, yo tambien estoy como aturdido, es
como si la casa nos hubiera tomado tirria ...
-EI se 10 explicad -(omen to Heinrich desde su
pucsto de observacion- con ayuda de supersticiones, pues
tal es Ia inelinacion humana en tales casos.
-Estoy dando manotazos a izquierda y derecha
-clecfa el casero-, los doy hacia arriba ... , casi diria que
el diablo se ha lievado Ia totalidad de la escalera ...
-Esto es casi -deda Heinrich- una repeticion
de Don Quijote. Pero su espiritu de investigaci()n no se dap.l
pm satisfecho con esto. En el fondo, esto es tambien una
hip6tesis [alsa, y ese que liaman diablo es el recurso que
solcllHls em pleaI' cuando no entendemos algo, 0 cuando 10
'I'j(' l'11tl'lldcIllOS IIUS pone furiosos.
A I"'io S('llo se oiafl lllurmulios, juramentos en voz
h''Ia I '1IIdl, hOlllh,l' I'l<ictico, se habia alejaclo en silencio,
147
en busca de una vela. Ahora, ya de vuelta, mantenia la luz
en alto, con su fllene puna, iluminando la vacfa estancia.
Emmerich miro, atonito, hacia arriba, y se quedo unos 010-
mentos con la boca abierta, tieso del susto y del asombro.
Luego se PllSO a bramar con toda la potencia de que eran
capaces sus pulmones:
- iRayos y true nos I iMenuda faeni ta! iSenor
Brand, senor Brand, el del piso de arriba! ...
De nada servia ya seguir negando nada. l-Ieinrich se
asomo, se inelino sobre el abismo y vio, a la luz insegura de
la vela, a las dos figuras demoniacas en la penumbra clel pa-
silio cle la casa.
-Ah, mi muy estimado selior Emmerich -grito 10
mas amablemente que pudo hacia 10 hondo-. Sea usted
bienvenido, pues supongo es senal de que se encuentra bien,
el hecho de que haya regresado a Sll casa en fecha anterior
a la anunciada. Celebro, pues, verle tan bien de salud ...
- jMi estimado senor' ... -bramo eI aludido-.
Bit'fl, m,is vale no hahlar de csto ahora. iCabaliero! (Que
se ha hecho de mi escalera?
~-(Que escalera, mi estimado senor? -pregunto
J leinrich, impasible-. (Que tengo yo que ver con sus asun-
tos? (Acaso me la encargo usted antes de salir de viaje?
-Vamos, no se haga el tonto -bramo el aludido-.
~Que se ha hecho de mi escalera? (Aquella escalera grande,
hermosa"1 que yo tenia? ..
-Ah, pero (es que habia una escalera aqui? -pre-
gunto Heinrich-. Vea, amigo Olio, soy una persona que
sale tan poco de casa, 0 mejor dicho, nunca, que apenas se
entera de 10 que ocurre en la propia casa ... Me paso el tiem-
po sumido en mis estudios y trabajos, y no se me ocurre
ocuparme de ninguna otra cosa ...
- Ya hablaremos de eso, senor Brand -gri to el alu-
dido-; la insolencia es algo que me deja suspenso... j Pero
ya hablaremos, y sera en tonos bien diferentes, senor mio!
Us ted es el unico inquilino de esta casa, asi que tendnl que
responderme ante los tribunales de todo esto que me est,l
dicienJo ahora ...
-Vamos, no se altere tanto -dijo J leinrich-, y si
tiene interes poria historiografia plledo cunlade algunas ca-
sas, pues en verdad que me aClIL'rdo de que en t iempos hubo
.• -....I
148
aqui una escalera, e incluso juraria que recuerdo haber hecho
usa de ella en alguna ocasion.
-(Haber hecho uso? .. --bram6 eI viejo, dando
patadas en eI suelo- (de lJIi escalera? .. (Es que me va
a arruinar Ia casa entera?
-Sea usted prudente con 10 que dice -clijo l--Iein-
rich-, pues al parecer el apasionamieilto Ie hace exagerar
un tanto ... ; su habitaci6n, ahi abajo, est;] intacta, y 10 mis-
mo ocurre con la nuestra, aqui ,1lTiba, que sigue impecable.
Lo unico que sllcede es que aquella misera escalera, propia
para uso cle arribistas, aqucl instrul11ento auxiliar para pier-
nas clebiles, puente de burros par,1 tediosas visitas y para
las de personas nada recol11endablcs, cOl11unicacion para in-
trusos molcstos, en fin, todo esto, can ayucla de mi esfuerzo
e inc!uso de mi duro trabajo, ha desaparecido. \
-Pues sepa usted, senor mio -bramo ahora Em-
merich hacia las alturas-, que aquella escalera tenia una
valiosa barandilla mllY salida, hecha de madera de encina,
y que sus veintidos solidos peldanos, tan anchos como eran,
eran tambien de madera de encina, en fin; que todo aquello
era parte integrante de l11ivivienda. (l-Iabre tenido que Ile-
gar a Ia edad que tengo para air de un inquilino usuario
de la escalera de mi «1S,1 adjetivos propios de un monton
de virutas 0 de una mecha de pipa?
-Quisiera hablar con usted estando ambos tranqui-
lamente sentados -dijo Heinrich-, de modo que me pue-
da oil' con toda tranquiliclacl. Porque ha de saber que esos
veintidos escalones de que tanto se ufana sirvieron para que
un infernal sujeto subiera aqui a arrebatarme con enganos
un manuscrito mio muv valioso, que luego hizo imprimir.
Y que, tras declararse en bancarrota, tal sujeto desapareci6
con el. l' que hubo ademas otro, este librero, que subi6 in-
cans able sus dichosos veintid6s pcldanos para, tras descansar
apoyado en su valiosa barandilla, llegar arriba, irse, volver,
irse, vol vel', hasta que, haciendo uso y abuso de mis proble-
mas economicos, me sa«) de las manos una valiosa edicion
de Chaucer, que se llevo bajo el brazo a cambio de un pre-
cio que es mas que ridiculo: ies una verglienza! Senor mfo,
cuando se hacen experiencias amargas de esta clase, es im-
posible tomarle carino a una escalera que ha dado tantas
facilidades a ciertos sujetos para que Ileguen al piso de
arriba.
"149
-Todo eso no son sino insensateces -grito abajo
Emmerich.
-Procure conservar Ia calma -grito Heinrich can
voz cada vez mas alta hacia los bajos-, usted queda saber
todo 10 rcferente a esa escalera, y yo ya Ie he contado como
me engai'iaron y timaron. l' pOl' grande que sea nuestra
Europa, para no hablar de Asia y America, de ninguno de
esos continentes me lIego a mi jamas un solo giro. Era como
si todos los creditos se hubieran agotado y todos los bancos
estuvieran vados. Y aquel invierno fue durisimo, cruel, y
hada falta lena para la calcfaccion, y yo no elisponia de nu-
merario para adquirirla del modo usual en estos casas. Asi
fue como se me ocurrio tomarme este pequeilo prcstamo, al
que no se puede llamaI' siquiera un crecli to forzado. l' ai ha-
cerlo, mi estimado senor, no creia que usted volviera antes
de los calurosos elias del verano.
- jQue estupidez! -dijo aquel-. (Acaso erda
usted, miserable, que mi escalera, al venir eI calor, volveria
a crecer como los esparragos?
-La verclad es que se demasiado poco sobre esca-
leras plan tables y sobre plantas tropicales como para aCrmar
cosa semejante -contesto- Heinrich--, y ademas, necesi-
taba la lena con urgencia, y como no salia, ni 10 hada mi
espasa, ni tampoco nos venia a visitar nadie, pues en mi
cas a no habia ya nada que ganar, lIegue a la conclusi{'lI1 de
que esa escalera era parte de 10 superfluo de la vida, un lujo
sin sentido, un invento sin utilidad. l' si, como afirman tan-
tos sabios varones, reducir las propias necesidacles y SCI'auto-
suficiente es prueba de inteligencia, dire que este armatoste,
para mi totalmente inutil, me ha salvado de morir de frio.
(No ha leido usteel nunca Ja historia segun la CLlalDiogcnes
tiro su escudilla de madera cuando via a un campesino beher
agua en eI hueco de las nianos?
-No hace usted mas que soltar disparates, hombre
-contesto Emmerich-. Yo vi a untipo que bebia agua di-
rectall1ente del cano, asf que su Diogenes, al verlo, hnbiera
debido cortarse la mano ... Pero vamos, Ulrich, carre a avi-
sal' a la polida, ya es hora de que todo este asunto pase a
otras manos ...
-No es preciso que se precipitc-. dijo II"i/lli, II
dese cuenta de que Ia operaci6n dc tLlspl:ull(' 'I'IC II<' /1<',1",
ha mejorado notah1cmenlc Sll CIS;l
150
Emmerich, que ya se dirigia hacia la puerta, volvio
sobre sus pasos.
-~Mejorado dice? -aullo en medio de un aceso
de furia-. jEsta si que es buena! ...
-La cosa es muy facil de en tender -contesto Hein-
rich-, esta al alcance de cualquier inteligencia. ~Es verdad
que su casa no esta .en la lista de las aseguradas contra in-
cendios? Pues ha de saber que yo he tenido mucho tiempo
sueiios de incendios, y que los ha habido aqui, en la vecin-
dad, de manera que tuve un presentimiento bastante con-
creto, casi dida que era un anuncio, de que a nuestra casa
iba a pasarIe otro tanto. Y entonces me pregunto (y Ie pre-
gunto a quien entienda de esto), ~hay algo mas peligroso
en caso de incendio que una escalera de madera? Encuentro
que Ia polida debeda prohibir eI uso de semejantes trastos
en las casas ... Tan pronto se produce un incendio, sea don-
de sea, la escalera de madera es 10 peor que puede tener una
vivienda. Y ello, no solo porque difunde eI fuego rapida-
mente hacia los pisos altos, sino tambien pOl'que cuando
arde imposibilita el salvamento de los inquilinos. Y como
yo, practicamente sabia que tal desgracia iba a producirse
aqui en breve, 0 en las cercanfas, me dedique, con bastante
esfuerzo y \Sudol' a eliminar de aqui esa maldita escalera,
para aminorar la desgracia y los dai'ios materiales en caso
de posible siniestro. j Y pen sal' que al hacerIo espere incluso
que me 10 agradecieran! ...
-~Ah sf? -aullo Emmerich hacia las alturas-,
pues estoy seguro de que si lIego a estar mas tiempo ausen-
te, a mi regreso hubiera encontrado que, por motivos pare-
cidos a los que usted aduce. me habia quemado la casa en-
tera. jMe Ia hubiera consumido! jComo si se pudieran con-
sumir casas! Ah, pero espera, muchacho ... ~Ha lIegado yala policia?
La pregunta iba dirigida a Ulrich, que lIegaba en
aguel momento de vuelta de la calle.
-Instalaremos -brama Heinrich hacia abajo-
una gran escalinata de piedra, y su residencia palaciega, mi
estimado amigo, ganara con ello tanto como ]a ciudad y eIestada entero.
-Bien, pero ahora vamos a acabar de una vez por
tadas con esta bufonada ... -contesto Emmerich, volvien-
dosce para recibir al jefe de polida, gue, en compania de al-
151
gunos ayudantes, acababa de entrar-. Senor inspector
-clijo, dirigiendose a tal personaje-. ~Ha aido usted al-
guna vez una desvergi.ienza mayor que esta? jMe ha arran-
cado de cuajo aquella escalera de madera grande de mi casa
y la ha echado a la estufa, usanclo!a de madera de quemar!
jSe ha aprovechado de que yo estaba fUel',1 para tal felonia!
-Semejante enormidad figurara en los ,wales de la
ciudad -replica el jefe severamente-, y' en cuanro a su
autor, ese delincuenle robaesca!eras, a ese Ie metemos en
un penal, 0 va a parar con sus huesos en la fortaleza ... jEsto
es peor que un roho con escalo I Pew adcm,ls, va a tener
que indemnizarle a usted pOl' los dai'ios sufridos... i Ea, baje
usted de una vez de alLl arriba, senor arruinacasas! ...
-Eso, nunca -grilo Heinrich-, que bien tienen
los ingleses razon en proclamar que su casa es su castillo, y
en cuanto a la mia, es evidente que 10 es, e inaccesible, asi
como inconquistable, pues ya me he cuidado yo bien de
sl,bir eI puente levadizo ...
-Pues eso liene facil remedio -grito eI jefe-; ea,
muchacho, traeme una escalera de bombero de las largas
y te subes a ella. Y si presenta resistencia, me traes a ese
delincuente atado pOl' los codos, para que reciba su me-
recido ...
A todo esto, la enlrada del piso de abajo se habia
ida lIellando del espeso gentio que habia acudido de roda la
vecindad. Era llluchedul11bre de hombres, mujeres y ninos,
atraidos por el tumu!to, que lIenaba la sa/;] y en la calleja
una ll1ultitud de curiosos esperaba ansiosa enterarse de que
ocurria en realid.ld; saber en que iba a parar rodu aCjuel ex-
trai'io albowro.
En cuanto a Clar<l, se habia sel1tado junto a la ven-
tana, cohibida, pero sin perder la compostura, pues vela
a su marido tan carnpante, tOlalmente dueno de si rnismo.
Y sin embargo, ella tampoco vela clara mente en que ida a
parar todo aguello. Heinrich. entro un momcnto en la ha-
bitacion y se aCerCD a ella para darle ,lnimos y coger algo
de la estancia. Le dijo:
-Mira, Clara, estamos ahora igual de sitiados que
nuestro buen Gi5tz en su fortaleza de lagsthausen. EI mis-
1110desagradablc heraJdo de la t rompel a me ha exigi do que
... -~
--
l.
152
me entregue a la gracia de los sitiadores, pero Ie voy a con-
testar que opino yo de toelo esto, si bien con mayor mesura
que la emplc:lCla par el ilustre ejemplo cl;lsico ...
Clara, sonricnclole carinosamente, dijo solo estas po-
GIS palabras:
-Tu suerle es la mia, pero estoy convencida de que
si mi padre me viera ahara, me perdonaria 10 pasado.
Volvio Heinrich al rellano, \' cuando vio que en ver-
dad trafan una escalera de mana para subir hasta alii, de-
claro en ton a solemne:
-Seil.ores, consideren bien 10 que hacen, pues hacc
va scmanas que he tomado la decisicSn de hacer frente <l 10que sea, aunque ello de lugar a la situacion mas .violenta,
y no voy <l darllle preso sin hacer antes Ia m;ls ten~z de las
resistencias, luchanclo hasta la tiltima gota de sangre. Tengo
aquf conmigo dos escopetas de doble canon, ambas carga-
das can postas y mas aun: un viejo canon, un artilugio en
verc!ad peligroso, lIeno de cartuchos y trozos de plomo, pe-
daws de vidrio v otros ingredientes par el estilo. En mi ha-
bitacion tengo almacenaclos polvora, balas, cartuchos y plo-
mo, en fin, todo 10 necesario para una buena defensa; mien-
tras yo disparo, Illi esposa cargar;i las armas, plles es mujer
valerosa y, por haber practicado la caza. sahe cargar v ma-
nejar las armas de fuego. Por tanto, no hacemos sino espe-
rar a que ustedes se acerquen, si es que quieren que corra
la sangre ...
-Est;1 sf que es dign<l de \In exconll1lgado --dijo cl
jefe de policfa-, lucia va muchisilllo tiempo que no mc
topaba vo can un clclincllente tan clesesperaclo v rcsucilO <l
todo, como este ... Me pregunto de que cabna es, pues en
estc oscuro agujero no se ve ni para jurar ...
A todo esto, Heinrich habia colocado en el suelo del
pi so un par de barras de hierro y una vieja bota que, al pa-
recer, ihan a servirle para representar un canon y las esco-
petas aludidos. EI jeEe de policia hizo senal de que se volviera
a retirar la escalera de mano.
-Senor Emmerich -dijo dirigiendose al aludido-,
aqui, 10 mejor que podemos hacer es sitiar par hambre a este
desesperado Abelino hasta que no Ie quede mas remedio
qllc rCl1dirse ...
" -153
- jDe eso, nada! -grito Heinrich desde sus altu-
ras can voz alegre-, pues aqui estamos ya provistos para
meses de sitio, y tenemos frutas, ciruelas, peras, man zan as
y galletas de barquillo. Y como eI invierno ya se bate en reti-
raela, poca sed la lena que necesitemos ya. Y si no fuese ese
eI caso, podemos sacar la necesaria ele las mansardas, tan
abundosas en viejas puertas, umbrales innecesarios, e inc1uso
del maderamen del techo se podra, a buen segura, sacar mas
de una buena pieza de madera que sea innecesaria en aque-
lIas alturas ...
- jOigan ustedes a ese maldito pagano! -brama-
ba Emmerich abajo-, primero me destroza eI piso hajo de
Ia casa, y ahora quiere seguir su obra en los altos de mi vi-
vienda ...
-Esto eS algo sin precedentes ... -decia el inspec-
tor de policia.
Pero mas de uno de los curiosos presentes celebraba
la decision de Emmerich, y la rabieta que se estaban Bevan-
do con ello, tanto eI casero aquel como el po1'icia, que pre-
guntaba:
-~Habra que hacer venir aI ejercito con las a;mas
cargadas?
- jAh, no, senor inspector, no! No, por los c1avos
de Cristo ... aI cabo, de mi casa no quedarian ni los cimien-
tos y solo podtia hacerrne cargo de unas ruinas, aunque al
final esos rchcldes hubicran de rendirse ante las armas ...
--Asi sed --gri t6 Heinrich c1esde arriba-. Pero
adem,ls, "ha olvidado usted ya 10 que hace anos anuncian
todos los pcri(')dicos? EI primer canonazo que se oiga, caiga
la Ida donde sea, pondd a Europa entera en pie de guerra.
Y IISICd, sellor jde de policfa, ~cargad con la terrible res-
ponsabilidad de hacer que esta casucha, embutida en esta
estrcchisima calleja, sea el nucleo de la terrible revolucion
que asole a toda Europa? ~Que pensaria de usted Ia poste-
ridad? ~Como se responsabilizarfa u'sted de esta irreflexion
ante Dios y ante nuestro monarca? Y sin embargo, aquf pue-
de ver el canon, ya cargado, que puede muy bien ser Ia chis-
pa que ponga en ignicion la mayor conflagracion que haya
conocido todo este siglo. ..
-Es un c1emagogo, un carbonario -deda el jefe
de polida-, se conoce que 10 es por su modo de arengar.
A buen seguro que pertenece a varias sociedades secretas y
'"
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154
que es asi cle insolente porque cuenta con ayucla desde el
exterior ... Es posible, incluso, que entre tocla esta muche-
dumbre que alborota y mira haya ya varios secuaces suyos
disfrazados, que solo esperan que nos lancemos al ataque
para caeI' sobre nosotros con sus fusiles asesinos ...
Pero cuando aquellos ociosos mirones oyeron el ru-
mor de que la polidales tenIa miedo, alzaron tal griterlo
de alhorozo, que el revu~lo aun aumento mas. Heinrich, en
tanto, Ie gritaba a su animosa conyuge:
~Tu quedate donde estas. Vamos a ganar tiempo,
y siempre podremos capitular, casu de que no venga a sa-
camos del aprieto un Sickingen de ultima hora.
~ jEl rey, el rey, viene el rey!
EI griterio se ola resonar ahora por toda la calleja.
Todo el mundo empezo a retirarse del escenario de los he-
chos, en apretada confusion. Habla, en declO, un vistoso
cortejo que avanzaba porIa calleja, intentando abrirse paso
entre sus estrechos Jimites. Detras del carruaje venian unos
lacayos uniformados y ataviados con gualdrapas. Un wche.
ro de aspecto flamante y habiles modales condUcla los cor.
celes de la carroza, de la que ahora cst aba descendiendo un
personaje de esplenclido atavio, que portaba al pecho una
condecoracioI~ y una estrella.
~(Vive aquI un tal seilor Brand? ~pregunto el
ilustre visitante, que anadio: I
~(Que significa todo este barullo? ...
~IIustrisimo senor ~Ie expJico un baratijero~, su-
cede que alia arriba, en la casa, la policia esta intentando con-
troIaI' a un rebelde gue intenta iniciar una nueva revolucion.
Ya ha acudido la gente de orden, y pronto lIegara, segLIIl
dicen, toJo un regimiento de la guardia real, pues el 0 los
rebel des se han neg ado a deponer las armas.
~Se trata Je toda una secta, excelencia ~exclam6
un frutero~, una secta de impios, que se han propuesto
abolir pOI' etapas toda clase de escaleras de madera.
~No acertais con la verdad ni pOI' casualiclad ~pun-
tualizo una mujer gue vino a mezclarse en el coloquio~, el
revolucionario, segun es notorio, se basa en los escritos del
('(lnde de Saint-Simon, segun los cuales toda madera y toda
pr<lpiedad deben ser comunes. Ya han trafdo la escalera de
l,lS hOlllhnos para subir a tomarle preso.
I'", lodo 10 anterior, el recien lIegado a c1uras penas
155
pudo acercarse a la puerta de la casucha, si bien todo el
mundo Ie abrfa camino respetuosamente. F.I viejo Emmerich
Ie salio al paso, explidndole, en contestacion a sus pregun-
tas, con toda cortesia, cwi! era la situaci6n y gue todavfa no
habia acuerdo sobre como apresar a aquel delincuente que
tan tenaz se mostraba.
Al fin pudo eI forastero penetrar algunos pasos pOl'
el oscuro zagwin de la casucha, y se puso a dar voces:
~(Es cierto que aqui vive un tal senor Brand?
~Asl es ~grito desde arriba lIeinrich~. (Quien
pregunta por mf ahf abajo?
~ jAcercad b escalera! ~ordeno el forastero~,
pues deseo subir a verle.
~Ah, eso sf que no se 10 permito yo a nadie ~gri-
to Heinrich desde 10 alto~, pues no hay forastero alguno
que tenga permiso para subir a verme aquf arriba, ni nadie
10 tiene para venir a rnolestarme en mi casa.
.--Pern, seilur l11io, (aciso flO va a dejarme subir a
dcvolverJc a listed Sll edici<5n de Challcer? ~grit<5 el foras-
tero hacia las alturas~. Se trata de la vieja edici<5n de Cax-
ton, que contiene una hoja escrita pOl' el senor Brand de su
puilo y letra.
~ jCielos! ~grito en 10 alto el aludido~, a ti te
abro paso, pues eres un ,ingel bueno, un angel forastero, y
puedes subir aqui cuando te plazca ... iClaral ... ~Ie grito
a su e~posa, jubiloso, pew con I,igrimas que Ie asomaban ya
pOl' los ojos~, jahf tienes a nuestro Sickingen que viste y
calza!
EI forastero cambi<5 unas palabr,ls con el casero, dan-
dole todas las seguridades que aquel queria of1', la policfa
fue despedida y compens,lda pOI' su cclo Y sus buenos ofi.
cios, y 10 mas diffcil fue alejar a aquel excitado genUo de
la calleja. Pero cualldo todo estuvo ya hecho, Ulrich trajo
la escalera de mana grande, y el distinguido visitante se en.
caramo par ella hacia los altos, entrando en la vivienda de
su amigo.
Sonriente, el recjen !legado pase6 b mirada porIa
pequena camara, saluda cortesmente a la senora de la casa,
lanz,lnc1ose acto seguido a los brazos del conmovido y mara-
156
villado Heinrich. Este solo pudo articular una frase 1I1com-
pleta:
- iMi Andreas! ...
Y Clara entendio en el acto que aquel ;ingcl salvador
era el amigo de juventud de lleinrich, el tan frecuentemen-
te nombrado y afiorado Andreas Vandclmeer.
Poco a poco, ambos amigos iban reponiendose del
alegron y la sarpresa de la inesperada visita.
EI destino y las desventuras de Heinrich con movie-
ron mucho a Andreas cn el primer momento, pero luego, el
recien Ilcgado no pudo evitar sol tar a refr ante 10 curioso del
caso y los recursos emprendidos por ambas partes para re-
solver/o. Luego admiro de nuevo Ia belleza de Clara, y am-
bos amigos no se cansaron de evocar una y otra vez escenas
de su vida juvenil, complaciendose en los sentimientos y
emociones que todo ello despertaba en ambos.
-Bien, pero ahara hemos de empezar a hablar en
serio -dijo Andreas-. Aquel capital que tu me confiaste
cuando yo parti de viaje, ha criado intereses en la India, al
extremo de que hoy te puedes tener por un hombre rico,
10 que te permitira empezar una nueva vida can una total
independencia, donde y como te apetezca.
»En cuanto a mi, con la alegria de volver a verte
pronto, desembarquc en Londres, donde tenia que liquidar
algunos asuntos de dinero.
»Me dirigi de nuevo a cas a de mi viejo anticuario-
librera para buscar alglIll regalo can que complacer tu aficion
par las antigueclades ... Vaya, me c1ije, se ve que ha habido
alguien que ha encuaclernado esta edicicSn de Chaucer can cl
mismo gusto especial con que yo mismo clegi en tiempos
para ti el diseno de la portacla ... Cogi el libra y jcual no
serfa mi sorpresa! , vi que era eI tuyo. De la hoja adjunta
supe 10 necesario sabre tu paradero, casi demasiado inc!uso,
pues solo la necesidad mas amarga habia podido ser causa
de que tu te desprendieras de aquella joya bibli6fila, eso,
a bien que la hubieras perdido par habertela robado alguien.
En la hoja vi tu escritura y lei que te considerabas clesgra-
ciado e infcliz por tener que desprenclerte de aquel libra, y
firmabas: "Brand", indicando luego tu direccicSn: ciudad,
calle y casa Pero de no ser par este libra querido y caro,
~c()l1l() encontrarte, can tu nombre cambiado y 10 oscuro.
"',157
del mensaje? .. EI libra fue quien te tralClono a mi curiosi.
dad. Par ello, recibelo de vuelta por segunda vez, y tenlo en
gran estima y homa, pues este libro es una especie de pro-
digiosa escala que nos ha vuelto a reunir a los dos ... En
fin, que abrevic mi estancia en Londres, me apresurc a venir
hacia aqui... y me entere por c1 embajador, que lleva ya
aqui, enviado por su soberano, ocho semanas, de que tu
habias raptado a su hija.
-( Mi ... padre esta agui? -exclamcS Clara, pal ide-
ciendo.
-Asi es, senora -prasiguio Vandelmeer-, pem no
se sobresalte usted, pues todavia 110 sabe eI paradero de
usted en esta ciudad ... Aquel anciano senor esta ahora ane-
pentido de su dureza para con usted, se acusa de ella y esta
inconsolable por haber perdido totalmente las hucllas del
paradero de su hija... Hace ya mucho quc Ic ha perdo-
nado su fuga, y una vez me conto conmovido que ttl ha-
bias desapareciclo par completo y que, a pesar de lodas las
averiguaciones que hizo, no pudo dar can tus huellas pur
parte alguna ... Y 10 comprendo, viendo como yeo, que vives
aqui como un eremita de la Tebaicla, a como aqucl ::limeon
Estilita, en total retiro del mundanal ruido, sin que lIegue
a ti noticia alguna, ni perioclico que te notifique que tu sue-
gro esta vivienclo ados pasos de ti. Y ique alegria pocler
anadir que te perclona! Justamente vengo de su casa, pcro
no Ie he dicho que te iba a vcr con casi total seguriclad hoy
mismo, antes de que acabara la jornada. Su deseo es, si Iii
vuelves a encontrarte con su hija, que vivas en sus propie-
dades, pUes supongo, y con razon, que no te in teresa volver a
ejercer tu carrera diplomatica de otros tiempos.
Todo era ahara alegria entre los tres arnigos. Para
los conyuges, la perspectiva de volver a vivir decentemente
y en desahogada situacion economica, era como el regalo cle
Navidacl que Ie hacen a un nino. De buen grado se clespren-
dian ahara de su obligacla filosofia de la miseria, cuyo con-
suelo y cuyas amarguras habian gustado hasta la ultima gota
del dliz.
Vandelmeer se apresuro a lIevarles en su carruaje,
primero a su prapia casa, dande de inmediato se oCllp6 de
conseguirles ropa decente, para lIevarlos seguid:lIllt'IIIC :1 pIC
sencia del padre d(' Clara.
~
158
Ni que decir tiene que la anciana y fidelfsima Chris-
tine no fue olvidada en todo esto. Ella, a su modo, conoci6
Ia misma dicha que sus senores de otrora, y fue participe,
como correspond fa, de su mismo hienestar.
Ahora, en la calleja habfa un trajfn febril de albani-
ks, carpinteros y ehanistas. El viejo Emmerich, sonriente,
revisaha la restauraci6n\.{e su escalera que, contra 10 anun-
ciado pOl' Heinrich, volvia a ser de nobles maderas. Sus
perdidas Ie habian sido compensadas tan generosamente que
el viejo avaro se frotaba las manos una y otra vez, !leno cle
gozo, y de buena gana hubiera admitido en su casa a otro
aventurero inquilino, tan «productivo» para el como el
ultimo ...
Tres anos mas tarde, el encorvado anciano recibia la
VISlta de un noble senor, al que abrumaba can excesiva~ y
torpes reverencias y exagerados cumplidos. El visitante habia
Ilegado en un rico carruaje y el mismo, Emmerich, se ocup6
de conducirle, subiendo porIa nueva escalera, hacia la pe-
quena vivienda, ahora habitada pOI' un modesto encuader-
nador. \
EI padre de Clara habia fa!lecido ya, y ella, acom-
panacla de su marido, habia regresado de las lejanas propie-
dades de su progenitor para verle pOI' ultima vez y recibir
de el su bendicion. Y ahora, cogidos del brazo, estaban am-
bos de pie junto a la pequeila ventana de antano, mirando
de nuevo el tejado rojo y pardo, observando nuevamente
agllellas tristes paredes del cortafuegos, sobre las cuales vol,
via a jllguetear la luz del sol, tambien como en otros tiem-
pos.
Aquel escenario cle su pasacla miseria y tambien de
su infinita feliciclad conmovio a ambos esposos hasta 10 mas
intimo. EI encuadernaclor estaba justamente ocupaclo encua.
clernando la segunda edicion de aquella obra que Ie habia
siclo vilmente robada al mtsero diplomatico empobreciclo.
-Este es un libro muy popular -decia mientras
trabajaba- y a buen seguro sera reedi tado cle nuevo.
-Nuestro amigo Vandelmeer nos espera -dijo
Heinrich.
159
Y, tras haber gratificado al artesano, subi6 con su
esposa a su carruaje. Y ambos tuvieroll cle nuevo ocasi6n de
reflexionar sobre el conteniclo de Ia existencia humana, he-
cha de necesidades, superfluidades y secretos ...
....,