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LORIS ZANATTA Perón y el mito de la nación católica Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo (1943-1946) Traducción de LUCIANA DAELLI

Loris Zanatta - Perón y el mito de la nación católica

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LORIS ZANATTA

Pern y el mito de lanacin catlica

Iglesia y Ejrcito en los orgenes del peronismo (1943-1946)

Traduccin deLuciana Daelli

Editorial SudamericanaBuenos Aires

ISBN: 950-07-1674-7

ndice

Introduccin5

1. La nacin catlica se convierte en Estado: la primera fase revolucionaria, junio-octubre de 1943 10El 4 de junio de la Iglesia 10Los primeros pasos del gobierno revolucionario 11La ideologa del GOU, entre catolicismo nacionalista ycatolicismo populista 16Iglesia y revolucin: la tentacin clerical 19Los catlicos y la democracia poltica en 1943 21La Iglesia al poder 25La poltica escolar: hacia la escuela confesional 28La poltica social de la revolucin: antes de Pern 33La Iglesia entre la neutralidad y el panamericanismo 40La apoteosis de la unin de la Cruz y la Espada 42El clero castrense en la revolucin: apogeo y crisis 45Notas 49

2. El giro nacionalista. La nacin catlica, de mito a realidad. Octubre de 1943 a marzo de 1944 58La Iglesia, la crisis de gobierno y el sistema poltico 58Un universo inquieto: el giro y el mundo catlico 61Cristo en la escuela: Martnez Zuvira, ministro de Instruccin Pblica 63La enseanza religiosa en las escuelas pblicas 66La Iglesia y el comienzo de la era de Pern 69Entre el sindicato nico y el sindicalismo confesional 71Pern, el catolicismo social, la nacin catlica 73La ruptura con el Eje, una cua entre la Iglesia y losnacionalistas 76La Iglesia y el gobierno en el terremoto de San Juan 78Notas 81

3. 1944. Auge y crisis del nacionalismo catlico: entre el Estado confesional y la democracia corporativa 86La Iglesia y el espectro de la liberalizacin poltica 86Un ao de inestabilidad: Iglesia y poltica en 1944 88Iglesia, partidos polticos, elecciones 92El mundo catlico dividido 96Enseanza religiosa, primer ao 102La cruzada contina: Baldrich, la Iglesia y el frenteuniversitario 106De la cruzada a la retirada tctica: la Iglesia y los efectosdel aislamiento 111Notas 114

4. La Iglesia y el ascenso de Pern 120Una primavera del catolicismo social? La poltica socialde Pern y la Iglesia en 1944 120Los catlicos, la utopa corporativa, el sindicato nico 125Los catlicos entre clase y nacin, entre pueblo yoligarqua 134La Iglesia, Pern, los Estados Unidos: la poltica exterioren 1944 139La cruzada antiprotestante: entre poltica interna y poltica exterior 145Consolidacin y crisis: la institucin eclesistica en 1944 148El Ejrcito, reducto de la cristiandad 154Militarizacin y fragmentacin: el clero castrense 158Notas 162

5. Crisis y retirada. El 1945 de la Iglesia 171Los dilemas de un futuro incierto 171La democracia cristiana y la fuga del nacionalismo 173El ocaso de las ambiciones revolucionarias: enero-abrilde 1945 183La conciliacin moderada: la Iglesia y el estatutode los partidos polticos 189La transicin democrtica y la trinchera de la enseanzareligiosa 194En el reino de lo opinable: la Iglesia y las reformas socialesen 1945 201Nacin catlica y cruzada antiprotestante 207La breve ilusin moderada de la Iglesia argentina: haciael 17 de octubre 213Notas 224

Eplogo. Hombre de la Providencia o mal menor: Pern,la Iglesia y las elecciones 236Notas 258

Loris Zanatta Pern y el mito de la nacin catlica

Introduccin

Este libro representa la lgica continuacin y en cierto sentido la necesaria conclusin de otro que lo precedi, dedicado a la historia de las relaciones entre la Iglesia catlica y el Ejrcito en la Argentina, entre 1930 y 1943.1 Es decir, a los aos de la melanclica declinacin de la hegemona liberal y de la formacin de un bloque poltico e ideolgico antiliberal que gir alrededor de la Iglesia catlica y el Ejrcito, y amalgamado en el mito de la nacin catlica. A esto, y no a una actitud narcisista, se deben las continuas remisiones, en los distintos captulos de este nuevo trabajo, al que lo precedi y que, por as decir, le allan el camino. Aunque este libro se diferencia en muchos aspectos importantes del otro, en especial all donde se mira a fondo la influencia de esa unin entre la Iglesia y el Ejrcito en el ascenso de Pern y en el nacimiento del movimiento peronista, sus races arraigan profundamente en el esquema analtico e interpretativo propuesto en aqul. Por otra parte, las races del peronismo no son solamente aquellas fcilmente observables, que pueden rastrearse en la actividad de la Secretara de Trabajo y Previsin, o bien en las manifestaciones populares del 17 de octubre de 1945, sino que se hunden con mayor profundidad en el proceso histrico cuyas directrices se haba esforzado por individualizar el primer trabajo. Con la gua de aquel esquema, que haca interactuar la historia de las ideas y la de las instituciones polticas y, en particular, de instituciones complejas como la Iglesia y el Ejrcito, se desarrolla el estudio de la evolucin del mito de la nacin catlica durante el tortuoso proceso poltico que, inaugurado con la revolucin militar del 4 de junio de 1943, desemboc en la victoria electoral de Pern, el 24 de febrero de 1946.

Libre, en cierta medida y por tales razones, del deber de volver a recorrer de manera exhaustiva las diversas fases y caractersticas del proceso paralelo de la declinacin del rgimen liberal y del resurgimiento catlico de los aos 30 proceso del que la fase poltica abierta por la intervencin militar del 4 de junio de 1943 es en gran medida la desembocadura, he considerado poder aligerar y, en cierto sentido, circunscribir, el aparato conceptual e interpretativo de este trabajo. Aligerar en el sentido, literal, de reducir en la medida de lo posible el espacio reservado a las reflexiones y sistematizaciones abstractas sobre el flujo de los acontecimientos, para dejar ms lugar a su narracin. Y esto por distintas razones: sobre todo porque considero que la narracin sigue siendo un gnero que el historiador debe tratar de cultivar, para comunicar a un pblico lo ms vasto posible y de un modo agradable los frutos de su trabajo; adems, porque no pienso en absoluto que el estilo narrativo sea necesariamente sntoma de escasa solidez cientfica; en fin, porque, en este caso especfico, la sucesin convulsionada de los eventos que se produjeron en la Argentina durante los aos 1943-1946, as como lo fragmentario de las reconstrucciones que existen, hacen inevitable un esfuerzo dirigido a reconstruir por lo menos las grandes lneas de aquellos hechos de los que los actores principales de este libro la Iglesia y el Ejrcito fueron protagonistas.Sin embargo como deca no se ha tratado slo de aligerar el esquema interpretativo, sino tambin de circunscribirlo. En qu sentido? El objetivo de este estudio ha sido, a sabiendas, el de enfocar solo y solamente el complejo proceso histrico que subi a escena precisamente durante esos tres agitados aos de la historia argentina. Todo lo ocurrido antes, y con mayor razn todo lo ocurrido despus, una vez surgido y afirmado el peronismo, queda por expresa voluntad fuera o al margen de estas pginas. Eso, que quede en claro, no contradice en absoluto cuanto ya se ha recordado acerca de lo inevitable que es, para comprender el sentido de esta historia, apelar incesantemente al legado de los aos 30. Antes bien, esta eleccin responde a la voluntad de no acreditar de ningn modo la existencia de una suerte de consecutividad determinista entre aquel legado y el nacimiento de un fenmeno en tantos sentidos tan imprevisible por lo menos en las formas que efectivamente asumi como fue el peronismo. As como por otro lado a la de rehuir toda explicacin de su nacimiento, fundada en reconstrucciones a posteriori dirigidas a explicar el pasado a la luz de lo que ocurri despus. En realidad, tratando de esquivar determinismos y racionalizaciones a posteriori, este libro elige un abordaje eclctico si as puede llamarse adems de voluntariamente parcial, del nacimiento del peronismo. Un abordaje que enfatiza, por ende, la interaccin entre elementos causales de larga data por as decir estructurales atinentes, en sentido lato, a la estructura social, al contexto institucional y la cultura poltica de los diferentes actores polticos y sociales involucrados, y elementos contingentes, fruto de circunstancias a veces imprevistas o directamente indeseadas por quien les sacara provecho, de eventos casuales, de poderosos condicionamientos externos y por lo tanto no planificables, de errores polticos y sus posteriores enmiendas, y de otros factores ms. Tanto que el peronismo, tal como emergi del proceso poltico inaugurado por la revolucin militar del 4 de junio de 1943, se perfila en este libro como un resultado en modo alguno necesario, deseado o planificado, de aquel suceso fundante al que, sin embargo, queda orgnicamente ligado. En fin, en muchos sentidos, aqul se perfila como su hijo ilegtimo, aunque siempre reconocido y a veces incluso amado por cuantos haban contribuido a generarlo, pero tambin desconocido o apenas tolerado por muchos de ellos. Ms an: se proyecta, desde sus orgenes, como un fenmeno en absoluto acorde, en importantes aspectos, con las intenciones y los ideales de su mismo fundador, el cual nunca cesar, por otra parte, de esforzarse por remodelarlo a su imagen y semejanza.

Por estas razones, adems de mi firme conviccin acerca de la importancia de los hechos como material primario de la investigacin histrica, se observar la insistencia, a veces tal vez incluso pedante, sobre la escansin cronolgica de los sucesos tan importante para comprender los complejos mecanismos de accin y reaccin que suelen desencadenarse cuando el flujo de la historia abandona, en determinadas fases de ruptura, el discurrir imperceptible de larga duracin para sufrir imprevistas aceleraciones. As como, por la misma razn, se observar el esfuerzo inevitablemente incompleto y naturalmente selectivo para fundar la interpretacin de los eventos sobre la mayor cantidad posible de evidencia emprica: documentos, publicaciones, testimonios, etctera.No obstante, hechas estas precisiones es necesario aadir algunas otras, capaces de dar cuenta de la peculiar perspectiva de investigacin adoptada en este estudio. ste se pone en marcha a partir de un dato tal vez banal, pero no por ello suficientemente explorado hasta ahora, ni por los historiadores ni, en general, por los cientficos sociales: la observacin de que el ciclo poltico iniciado en junio de 1943 no slo fue protagonizado en uno u otro sentido por el movimiento obrero, los partidos polticos tradicionales, los grupos nacionalistas de diversas tendencias, las asociaciones estudiantiles, algunas potencias extranjeras, las grandes o no tan grandes asociaciones de los grupos propietarios, adems de, naturalmente, las Fuerzas Armadas. Tambin la Iglesia, no menos que los actores recin recordados, fue otra de sus protagonistas principales, y ejerci en l una influencia decisiva, tanto en el plano de las ideas y de las propuestas polticas y sociales, cuanto en el plano del peso institucional en la lucha por el poder y la conquista del consenso. La Iglesia, para ser ms precisos, entendida ya sea como jerarqua eclesistica y clero, ya sea bajo el ropaje de sus mltiples organizaciones laicas, de su prensa, de sus intelectuales y fiduciarios polticos. Y aun ms como institucin profundamente enraizada en la sociedad y vehculo de un bagaje doctrinario articulado y slido, cuyo reflejo sobre la vida poltica y social apareca condensado en el mito de la nacin catlica, tan fuerte que le hubiera bastado por lo menos as pareca y ella esperaba el 4 de junio de 1943 para fungir como basamento ideal del nuevo orden. Un orden diferente de cualquiera de los rdenes polticos fundados por las ideologas seculares modernas, y por ende alternativo a la declinante democracia liberal, pero tambin a la aborrecida solucin comunista y la derivacin pagana asumida por la reaccin antiliberal en algunos Estados totalitarios. Un nuevo orden, en suma, integralmente catlico y, como tal de acuerdo con ese mito estrechamente nacional, coronacin del regreso de la Argentina al ncleo de las sociedades cristianas, de la reunin entre el Estado y el pueblo catlico, entre las instituciones polticas y sociales por un lado, y la nacin y su sempiterna identidad por el otro.Dicho esto, sin embargo, este trabajo se esfuerza por no aislar nunca a su actor principal, la Iglesia, del contexto histrico y social en el que acta. Ella es seguida y estudiada en sus expresiones temporales sean stas polticas, sociales, ideales y no meramente como depsito de una fe, o como institucin ontolgicamente perfecta y triunfante, cuyo soplo espiritual se irradiara casi naturalmente, y sin duda providencialmente, sobre la vida de las sociedades y de los pueblos. La Iglesia que emerge de estas pginas es una institucin humana, bien inmersa en la historia, constreida a la intensa interaccin con el mundo y sus actores, ms plural y articulada en su interior de cuanto ella trate de aparentar fuera de sus muros. Puesto en esta perspectiva, su extraordinario protagonismo en los acontecimientos histricos que siguieron a la ocupacin militar del poder en 1943 no puede entenderse prescindiendo de la relacin en muchos sentidos simbitica, en el plano ideal e institucional, que haba tejido con el Ejrcito en el curso del decenio precedente. Es ese trasfondo lo que hace del vnculo entre la Iglesia y los militares un objeto de anlisis central e ineludible, en modo alguno particular y marginal en el estudio del turbulento trienio del que iba a salir una Argentina radical y definitivamente distinta de como haba sido hasta entonces. Por eso vali la pena sondear la naturaleza de tal vinculacin, as como seguir sus transformaciones, que fueron numerosas bajo la presin de las tensiones contrastantes a las que dicho vnculo fue sometido entre la revolucin de junio y la eleccin de Pern. Sin determinismos, una vez ms, porque si es cierto que el humus ideal nacional catlico, que alimentaba el vnculo entre la Iglesia y el Ejrcito, fue sin duda el terreno del que se nutri tambin Pern, tambin es cierto que aquel vnculo pas, entre 1943 y 1946, a travs de distintas fases, profundos ajustes, borrascosas fracturas, bruscos y precarios reajustes. En suma, la nacin catlica invocada por Pern en 1946 ya no ser la misma que la que el bloque clrico-militar subido al poder tres aos antes haba caldeado, aunque exista una inequvoca filiacin. Y justamente de esto se ocupan en primer lugar estas pginas: del recorrido, de los cambios semnticos, de las contradicciones, de los cambios de referentes sociales y de modelos polticos, de las desviaciones obligadas, atravesadas por la nacin catlica en su pasaje de mito a realidad, a prctica poltica, a ejercicio del poder. De la materializacin, en suma, y de la consecuente transfiguracin, del mito nacional catlico.

Dicho en otros trminos, me propuse afrontar la compleja interaccin y los resultados peculiares del encuentro, y a veces del desencuentro, de un bagaje ideal profundamente radicado en el pasado, en la tradicin, con los tiempos modernos y sus caracteres. Es decir, de un universo ideal aquel sobreentendido en el mito de la nacin catlica estrechamente anclado en un imaginario religioso histricamente ligado a los regmenes de cristiandad, caracterizados por la homogeneidad confesional y por el vnculo orgnico entre la esfera espiritual y la temporal, por sociedades poco diferenciadas y a menudo bastante estticas, con una realidad radicalmente mutada respecto de aquella que l presupona. Una realidad que tal herencia ideal deseaba reconquistar, signada por el ingreso de las masas a la vida poltica y social, por la secularizacin de las costumbres y a menudo tambin de las creencias, por la multiplicacin de los derechos de los individuos, por el pluralismo de hecho en el plano poltico y cultural, por un extraordinario y siempre creciente dinamismo, por la separacin ya no remendable entre el poder temporal y el poder espiritual. Lo que brota de tal encuentro, va de suyo, no es una mera restauracin de un orden y de valores antiguos. Pero tampoco es un fenmeno del todo nuevo, eminentemente moderno, que hubiera perdido con aqullos todo tipo de vnculo. Como suele ocurrir en la historia, el resultado de tal interaccin es una mezcla inestable, mutable, de los ingredientes distribuidos de manera y cantidad cambiante entre lo viejo y lo nuevo. Mezcla, adems, que con el beneplcito de quien confa en el poder explicativo de las grandes dicotomas Estado y sociedad, liberales y nacionalistas, ilustrados y oscurantistas, democracia y autoritarismo, etctera las confunde, las somete a cambios de significado, trasciende los lmites demasiado rgidos entre ellas. En suma, aquello a lo que se asiste en el curso de tal proceso es la redislocacin de los valores y conceptos tradicionales del mito nacional catlico dentro de un universo semntico nuevo, en parte impuesto por las circunstancias, en parte fruto de su evolucin endgena. En tal sentido, aparecer totalmente paradigmtica la metamorfosis lingstica conocida por el trmino democracia entre 1943 y 1946. Un trmino antes desagradable a la ideologa nacional catlica, cuando no directamente rechazado o combatido, pero que fue luego revalorizado e incorporado como un elemento natural de su lenguaje. No obstante, esta revalorizacin e incorporacin, a travs de una frondosa adjetivacin no dejaba de conservar, dentro del universo de valores sobreentendido por el trmino democracia, el tradicional ethos nacional catlico. Y por lo tanto haca que ese trmino tuviera, en la cosmologa nacional catlica, una relevancia y una significacin distintas de las que el mismo posea en el universo ideal de las alineaciones ideolgicas y polticas que a ella siempre resultaron extraas o adversas.Entindase bien, todo esto no significa en absoluto teorizar una especie de relativismo histrico extremo. Vale la pena precisarlo. No pretendo afirmar que el resultado del trienio revolucionario el peronismo fuese del todo o en gran parte casual, o que esas dicotomas no resulten de algn modo tiles para describir su naturaleza. En este sentido, este libro se esfuerza por reconstruir una genealoga ideolgica o espiritual del peronismo, y sostiene que sus races calan profundamente en aquel imaginario tradicional, nacional catlico, del que se hablaba. Ms an, en tal sentido dicho sea de paso este trabajo se propone redimensionar el lugar comn, bastante difundido, que pretende que habra habido dos revoluciones de junio, la primera clerical y autoritaria, la segunda eminentemente popular, personalizada por Pern, separadas entre s por una brusca solucin de continuidad. Lo que trato de sostener precisamente en virtud de estas consideraciones, es que esas races ideales del peronismo ni se mantuvieron inalteradas en el convulsionado proceso del que concretamente naci, ni se desvanecieron, trastornadas por el aporte de hombres y tradiciones extraas a ellas. No hay, a mi juicio, muchas razones para que aparezca tan obsesivamente el dilema que tiende ms o menos explcitamente a emerger constantemente en los estudios acerca de la relacin entre el catolicismo y el peronismo, que separa a quien lo concibe como un movimiento protorreligioso, de quien lo considera un fenmeno poltico eminentemente secular y secularizante. Ms an, me parece ms bien el fruto de la resistencia a aceptar la presencia en l de ambos elementos. Ni, por un lado, el peronismo desintegra el vnculo con la cosmologa esencialmente religiosa nsita en el nacional catolicismo, ni, por otra parte, puede eximirse al trasponerla de mito a realidad de efectuar de ella una proyeccin secular.Muchas otras advertencias podran aadirse en la apertura de este volumen. Muchas ms de cuanto una introduccin que no acabe por inhibir la lectura pueda contener. Baste con subrayar, por ende, como prevencin de equvocos, que l propone una historia poltica, ni religiosa ni social, de la revolucin de junio de 1943. Esto no significa de ningn modo prescindir de la peculiaridad de la Iglesia para todos evidente e incesantemente enfatizada por los especialistas del ramo reasumible precisamente en su fundamento espiritual. Ni mucho menos implica algn desinters por la accin social del catolicismo. Todo lo contrario. Tanto que esos mbitos no se omiten en absoluto. Pero lo central del libro es la relacin entre la cultura poltica catlica y la cultura poltica de algunos actores los militares, los peronistas, los nacionalistas y otros ms que, tomndola, invocndola para s, injertndose en ella, pretendiendo con razn o sin razn encarnar su esencia, presidieron la entrada de la Argentina en la poca de la poltica de masas, condicionando en forma permanente sus valores, su estilo poltico, el sentido del Estado y de las instituciones, la reelaboracin de la identidad nacional y del concepto de legitimidad poltica.En fin, este trabajo se esfuerza por rehuir el idealismo a mi juicio abstracto de las reconstrucciones, frecuentes, que invocan paradigmas explicativos perfectos y universales, tan armoniosos arquitectnicamente como para resultar sospechosos, adems de escasamente crebles. Es decir, de reconstrucciones que tienden, de manera ms o menos articulada, a divisar en el devenir histrico la eterna reedicin de la lucha entre el bien y el mal, el progreso y la reaccin, la verdad y el error. Que transforman el anlisis histrico en juicio moral. Reconstrucciones ancladas en paradigmas inoxidables, impermeables a las esfumaturas, a las distinciones, a las crnicas hibridaciones que la historia en realidad propone. A menudo incluso a la evidencia emprica. Que vuelven a poner eternamente en escena la lucha del liberalismo progresista con el clericalismo reaccionario y elitista o a la inversa, que pretenden redescubrir el ethos democrtico de la tradicin escolstica-tomista para contraponerlo a la naturaleza ontolgicamente autoritaria y estatista del liberalismo y de sus epgonos. No dispuesto a soportar cualquier historia salvfica y providencial, he tratado ms bien de emplear esas imponentes categoras conceptuales, de por s ambiguas, ya no como instrumentos de absolucin o de condena funciones de las que el historiador no tiene por qu considerarse investido sino ms bien como tipos ideales para hacer interactuar con la sucesin concreta de los hechos, para cotejar con las contaminaciones a las que no pudieron escapar, luego del inevitable contacto con el mundo.

NOTAS

1 L. Zanatta, Del Estado liberal a la nacin catlica. Iglesia y Ejrcito en los orgenes del peronismo. 1930-1943. Universidad Nacional de Quilmes, 1996.

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La nacin catlica se convierte en Estado:la primera fase revolucionaria, junio-octubrede 1943

El 4 de junio de la Iglesia

El 4 de junio de 1943 la Iglesia alcanz el poder. La expresin sonar paradjica, tal vez provocativa. Y sin embargo es fundada. La revolucin militar fue para ella el esperado evento que pona fin para siempre al largo perodo de la hegemona liberal y abra de par en par el camino a la restauracin argentinista, o sea catlica. Tal circunstancia atena considerablemente una conviccin sumamente difundida, por lo menos en la historiografa: aqulla segn la cual la revolucin nacional de junio haba nacido bajo el signo de la indeterminacin ideolgica, de la confusin programtica. En realidad, su carcter genuinamente castrense implicaba de por s una matriz ideolgica suficientemente articulada, adems de algunas orientaciones programticas bastante definidas. De manera diferente de lo ocurrido en 1930, la institucin que se haba apoderado del poder en 1943 era la que la propaganda catlica defina familiarmente como el Ejrcito cristiano. Su intervencin coronaba la larga marcha de la reconquista cristiana de las Fuerzas Armadas. Y, a travs de ellas, del Estado. Era la desembocadura natural de la va militar al cristianismo.1Sin duda, aquel Ejrcito no era un monolito. Al contrario, casi como una suerte de partido catlico, estaba surcado por las diversas corrientes que tambin atravesaban el catolicismo argentino. Esto no quita que la Iglesia y el Ejrcito formaran desde haca cierto tiempo un bloque de poder consolidado por una densa red de alianzas institucionales, personales, ideolgicas, culturales. Es ms: el Ejrcito, con sus institutos educativos, sus tareas sociales, sus capellanes, su ideologa nacional, tradicionalista pero industrialista, haba encarnado cada vez ms, con el pasar de los aos, un embrin de nacin catlica. Despus del 4 de junio, ese embrin poda finalmente fecundarse, es decir, proyectarse sobre toda la sociedad. Desde esta perspectiva, la instalacin de un gobierno militar y el ascenso al poder de la Iglesia no eran sino dos aspectos de un mismo proceso.En el plano ideolgico, el elemento clave del vnculo orgnico entre las dos instituciones y, por lo tanto, del humus revolucionario, era el compartir un mito: el de la nacin catlica. Sobre la base de ese mito, el catolicismo representaba el ADN de la nacionalidad. De acuerdo con su doctrina y sus valores morales y sociales se reconstruira el edificio de la nacin.Como se ver, es cierto que el reclamo al catolicismo como elemento fundante, legitimante, del nuevo orden, llevaba en s, a su vez, un elevado grado de indeterminacin, sobre todo cuando de ello derivaban medidas concretas. Vale decir, cuando de la ideologa se pasaba a la poltica. Tanto, que la revolucin de junio devino pronto en el catico laboratorio de elaboracin de un rgimen cristiano, en el cual competan concepciones restauradoras e innovadoras, jerrquicas y populares: un laboratorio en el cual, en otros trminos, convivan distintas y a veces incompatibles concepciones de la misma cristiandad, las que, hasta el 4 de junio, slo haban podido aglutinarse por la comn fobia antiliberal. Pero tambin fue cierto que, inspirndose precisamente en el mito de la nacin catlica, las nuevas autoridades, desde el da siguiente de la revolucin, se ocuparon de redefinir los lmites y los criterios de la legitimidad poltica, ideolgica e incluso cultural, en la Argentina.A la luz de esto, es dable pensar que la Iglesia estaba al tanto de la inminente revolucin? Era posible que, dados los infinitos vasos comunicantes que la ligaban al Ejrcito, no estuviese al corriente de que un movimiento militar se anticipara a las elecciones presidenciales? Sobre todo porque ella comparta con el Ejrcito una aguda angustia respecto de su realizacin. En efecto, en dichas elecciones se perfilaban como alternativas un candidato del orden liberal, por lo dems contrario a esa poltica de neutralidad respecto de la guerra de la que la Iglesia era una ferviente sostenedora, y un candidato frentista, en el cual la Iglesia reconoca a ciencia cierta a un caballo de Troya del comunismo. En este sentido, tambin algunas personalidades vinculadas con el mundo catlico enfatizaron la sorpresa que les caus la revolucin;2 incluso, el mismo diario catlico de la Capital, en su edicin del 4 de junio, no dej transparentar en absoluto la inminencia de una intervencin militar. Todo lo contrario.3En suma, la documentacin conocida no permite afirmar que las autoridades eclesisticas hubieran sido informadas acerca de los planes de ruptura del orden constitucional. No obstante, se puede hipotetizar que amplios sectores catlicos y de la jerarqua misma no se sorprendieron en absoluto. Y no slo porque importantes exponentes del clero, bien integrados en la vida eclesistica, ya desde mediados de los aos 30 haban animado las recurrentes conspiraciones militares, sino, sobre todo, a la luz de las reacciones oficiales del mundo catlico respecto de la revolucin: tanto por su tono entusiasta como por la rapidez que ellos demostraron al reconocer la perfecta sintona del proceso poltico que se abra con las aspiraciones del catolicismo argentino.

Los primeros pasos del gobierno revolucionario

Segn un autor, la posicin de la jerarqua eclesistica respecto de la Revolucin del 4 de junio, fue positiva. Si bien no hay una manifestacin explcita al respecto, los mviles de la revolucin coincidiran con algunos signos de preocupacin que haba manifestado la Iglesia en la dcada del 40. Para otros, en cambio, no habra existido en absoluto ninguna referencia pblica de los obispos, en conjunto o individualmente, sobre la revolucin.4 Sin embargo, no era dable esperar que el episcopado publicara una carta pastoral de explcita adhesin a la revolucin. Adems de imprudente, un documento de esa ndole hubiera contradicho la doctrina por la cual el Magisterio no se compromete directamente en cuestiones polticas. Pero el anlisis de la reaccin eclesistica ante la intervencin militar ciertamente no puede limitarse a la bsqueda de una carta pastoral de los obispos. Ampliando un poco la perspectiva, no es difcil observar que no slo tal reaccin no fue en absoluto tibia, sino que los hechos del 4 de junio desencadenaron, entre las filas catlicas y en la misma jerarqua, un entusiasmo ilimitado. O, mejor an, encendieron en ellos el vrtigo del triunfo; perfilaron un futuro del que ellos mismos podran ser finalmente forjadores.Las publicaciones catlicas dan de ello una exhaustiva demostracin. Tampoco es verdad que los obispos se abstuvieran de hacer comentarios. Ya el 8 de junio de 1943, por ejemplo, monseor Guilland, arzobispo de Paran, no manifestaba dudas sobre la naturaleza del nuevo curso poltico, al felicitar al presidente Ramrez por su magnfico programa de gobierno.5 Y a slo un mes de la revolucin, el obispo de Ro Cuarto, monseor L. Buteler, directamente hizo celebrar una hora santa de agradecimiento a Dios por los propsitos que inspiraban al gobierno del general Ramrez.6La Iglesia haba contribuido en gran medida a crear el clima revolucionario.7 El hecho de que las Fuerzas Armadas hubieran tomado el poder era para ella, de por s, una garanta acerca de la orientacin de la revolucin. En este sentido es emblemtico que, mientras los partidos de la oposicin, los sindicatos y la opinin pblica manifestaban prudencia o dudas sobre las primeras declaraciones de las nuevas autoridades, los ambientes catlicos las celebraron al instante. Ya el 5 de junio, cuando an reinaba confusin en la Casa Rosada, El Pueblo refera los hechos del da anterior con un titular a nueve columnas: Triunfa un movimiento militar argentinista. Esa palabra ya mgica, argentinista, aluda a un humus ideolgico y al respectivo programa de gobierno. En cuanto a Criterio, el prestigioso semanario dirigido por monseor Franceschi, no iba a la zaga, tanto que defini inmediatamente a la revolucin como una racha purificadora.8 Tan slo algo ms de tiempo fue necesario para que la prensa catlica de Crdoba y de otras provincias del interior, alejadas del centro de los acontecimientos, se liberaran de la inicial prudencia y llegaran a las mismas, entusiastas, conclusiones: el programa de las nuevas autoridades era genuinamente argentinista.9Apenas llegado al palacio presidencial, el nuevo Presidente, general Rawson, que sera inmediatamente destituido por el general Ramrez, haba formulado declaraciones que reaseguraban a la Iglesia. Esta circunstancia no debe descuidarse, puesto que l representaba a aquel sector de la jerarqua militar que encarnaba, segn la interpretacin ms difundida, la tradicin liberal del Ejrcito. El hecho de que fuera l quien expresara como propias algunas de las ms significativas reivindicaciones de los catlicos indicaba hasta qu punto stas haban pasado a ser patrimonio comn de las diferentes corrientes del Ejrcito, y hasta qu punto constituan entonces una premisa ideal del programa militar. Tambin indicaban qu poco quedaba de ese liberalismo laico que en el pasado haban albergado las instituciones castrenses. En el fondo, ese efmero Presidente haba condenado globalmente la clase poltica tradicional, se haba comprometido a combatir el comunismo, activando a tal fin una nueva poltica de previsin en el terreno social, haba atacado el capital en su calidad usuraria y, en fin, haba pronunciado una frase que para los catlicos prometa por s misma un cambio histrico: [...] la educacin de la niez dijo Rawson est alejada de la doctrina de Cristo.10Para El Pueblo tales conceptos demostraban la intencin del gobierno militar de promover una regeneracin nacional a travs de un plan de accin fundado en esenciales principios, penosamente olvidados durante toda una poca de la historia nacional.11 En suma, dicho plan no se habra limitado a una superficial sustitucin de los hombres en el poder, sino que habra determinado un cambio de sistema, cerrando el largo parntesis liberal de la historia nacional.Pocos das despus el general Ramrez, que haba reemplazado a Rawson, repiti los mismos conceptos, expresando de manera aun ms definida su propia sintona con los anhelos del catolicismo argentino.12 Para los frecuentadores de los crculos catlicos y de su prensa, hasta el lenguaje del Presidente deba resultar claramente familiar, lleno como estaba de estereotipos comunes entre ellos.En efecto, la ms alta autoridad de la nacin haba hablado del noble y puro ideal de argentinidad que inspiraba al gobierno, de los cuarteles como escuelas de virtud y hogares del honor, cuyos fundamentos son tan hondos como el origen mismo de la argentinidad, de los jefes revolucionarios como los ms puros ejemplos de abnegacin y desinters puestos al servicio de Dios y la Patria.13Luego, el 15 de junio, el Presidente se reuni con la prensa aclarando una vez ms cules eran las bases ideolgicas de la revolucin. Algunos ambientes polticos prefirieron destacar en dichas declaraciones sobre todo la esperanza suscitada por la promesa de un futuro retorno a la normalidad constitucional, adems de la condena del fraude electoral y de la corrupcin administrativa; la Iglesia, por su parte, tena motivos mucho ms fundados para apreciarlas. En el fondo, ms all de esos principios generales, sobre los cuales la Iglesia poco tena que objetar, era importante el marco ideal dentro del cual se inscriban. En realidad, esto ltimo era lo que permita comprender el significado que el Presidente quera atribuir a esas afirmaciones genricas. Y en cuanto al marco ideal, Ramrez haba sido claro: la revolucin estaba guiada por la aspiracin de renovar el espritu nacional y la conciencia patria [...] infundindole nueva vida en concordancia con la tradicin histrica. Haba sido realizada para dar contenido ideolgico argentino al pas entero y entregarle, entonces, saneado y renovado en todos sus valores y fuerzas vivas, el brazo legal que debe gobernarle.14El significado de estas frases, que muchos autores consideraron vacuas, sntoma de una definicin ideolgica slo aproximativa de los revolucionarios, resulta ms claro a la luz de la identificacin, asumida profundamente por la cultura poltica de los militares, entre tradicin nacional y nacin catlica. El bagaje ideal ostentado por Ramrez era un rompecabezas compuesto por referencias a un catolicismo tradicionalista y paternalista, en cuyo imaginario el pueblo era una entidad abstracta y dependiente. El pueblo quiere ser interpretado y defendido, aspira a la tranquila convivencia en el orden, segn lo que haba subrayado Ramrez haba afirmado Santo Toms de Aquino, y reafirmara recientemente Po XII. Orden y justicia social deban ir de la mano, sin contraponerse. En cuanto a la ley electoral, que garantizaba el sufragio universal, la defini como una conquista, pero no excluy la eventualidad de que fuese necesario perfeccionarla. A los hombres de partido contrapuso, como valor superior, el hombre patritico. Por lo tanto, su proclamado constitucionalismo, que tanto haba ilusionado a los partidos de la oposicin sobre el carcter democrtico del nuevo curso poltico, deba enmarcarse dentro de las coordenadas ideolgicas del pensamiento catlico. No es casual que el diario de la dicesis de Crdoba, muy lejano a los tonos a menudo encendidamente nacionalistas de su correspondiente de la Capital, y ms bien alineado en posiciones de un confesionalismo moderado, celebrara en las afirmaciones de Ramrez la promesa de una restauracin constitucional. Lo haca all donde esto implicaba la restauracin de la Constitucin en su espritu ms profundo, eminentemente cristiano, contra los abusos interpretativos de los que, segn una fuerte corriente revisionista que se haba desarrollado en el catolicismo ya en los aos 30, era culpable la cultura liberal.15La interpretacin que el catolicismo argentino daba de la revolucin, coincidente con aquella que repetan frecuentemente, tanto por entonces como posteriormente, los propios revolucionarios, fue explicitada en su forma ms articulada por monseor Franceschi.16 ste neg, ante todo, polemizando con otras interpretaciones corrientes, la adhesin a determinadas fuerzas polticas de los dirigentes militares. Clara admonicin sta, dirigida a todos aquellos que haban querido ver en la revolucin un instrumento de mera recomposicin institucional; una antecmara, en ltima instancia, del retorno al poder del partido radical que, se supona, era con mucho el ms popular en el caso de elecciones regulares. De hecho, l insisti sobre un punto fundamental: el deber de la revolucin no sera solamente el cambio de los hombres del vrtice. Volva a proponer as el mismo dilema ya afrontado al da siguiente de la revolucin militar de septiembre de 1930: eran los hombres los que no funcionaban o el sistema? Pero si en 1930 la mayor parte de un mundo catlico an dbil y disperso se haba adecuado al mero cambio de los hombres del gobierno, en 1943 la alineacin a favor de la transformacin radical del sistema poltico y social era mucho ms vasta, del mismo modo que la Iglesia estaba en condiciones de ejercer un poder y de mover un consenso inmensamente mayores. Por otra parte, precisamente para que no se repitiera el fracaso de 1930, los oficiales revolucionarios de 1943 haban hilvanado un movimiento puramente militar, sin ninguna implicacin con los polticos, cuya influencia consideraban nefasta.En cuanto al contexto poltico general, Franceschi no tena dudas acerca de que la revolucin haba prevenido justo a tiempo una inminente convulsin social. Expresaba de ese modo la conviccin de que los militares haban realizado una saludable revolucin preventiva, de acuerdo con lo sostenido a menudo por importantes lderes revolucionarios, y en especial por los miembros del GOU.17 A su entender, exista en el pas un estado prerrevolucionario, que el proceso electoral interrumpido por la intervencin militar no haba sino agudizado. Y por cierto, los partidos opositores no constituan una barrera; consideraba que, aun definindose democrticos, estaban infestados por clulas comunistas y ncleos revolucionarios de toda especie. Entonces, cules podran ser los resultados de la revolucin? Ella segn Franceschi habra de imponer una va fundada en la justicia social casada con el orden, tal como en esos mismos das haba afirmado Ramrez citando al Pontfice. En caso de que al recorrer este camino fallara, los posibles resultados habran de ser o bien la vuelta a la politiquera y el derrumbe progresivo e irremediable hacia la podredumbre y la disolucin; o bien el rgimen de los cuartelazos y el imperio de un sargento triunfante. Ambos extremos nos llenan de horror.Sobre la explcita referencia de Franceschi a una incisiva poltica social como eje del programa revolucionario, completamente natural dada su calidad de exponente de vanguardia de la corriente social del catolicismo argentino, volveremos ms adelante. Por ahora baste puntualizar cmo las observaciones que formul al respecto en su primer comentario a la revolucin reflejaban de manera fiel el tipo de actitud de gran parte del mundo catlico ante la novedad que ella representaba. Lo que de esas observaciones se transparentaba era la enorme confianza que en sus filas se cultivaba ante la posibilidad de conciliar, en el contexto argentino, el orden y la justicia social. Esta confianza parta de la conviccin, expresada por Franceschi, de que las clases peligrosas, es decir la unanimidad de las clases modestas, est con la revolucin, as como la inmensa mayora de la clase media. A la inversa, los enemigos del nuevo curso estaban en el campo de la plutocracia y de los caudillos polticos desalojados. Tarea del gobierno deba ser, por ende, ir al encuentro del pueblo asegurndole una vida mejor y una justicia suficiente. En ese caso, conclua, no digo que el hombre del pueblo no desee dejar or su voz de vez en cuando, pero la preocupacin electoral pasar completamente a segundo plano.18 Por lo tanto, consideraba que la revolucin poda obtener el consenso de los sectores populares sin tener que movilizarlos. Las virtudes de la intervencin estatal en el campo social, inspirada naturalmente en la doctrina social catlica, habran en suma introducido condiciones de mayor justicia al prevenir el desorden y la agitacin clasista. Esta perspectiva, si en algunos aspectos iba a revelarse proftica, en el fondo apareca como veleidosa. En ella afloraba lo abstracto de un catolicismo crecido en la orgullosa reivindicacin de la absoluta autosuficiencia de su propia doctrina, ms preocupado por contraponerla a los errores liberales que a proyectar su concreta factibilidad en la realidad de las relaciones sociales. En otros trminos, la mayor parte de los catlicos, entusiasmados por la transicin de la Argentina liberal a la Argentina catlica, consideraba que por fin se estaba viviendo el momento tan esperado, en el que la nica doctrina verdadera, la de las encclicas sociales, iba a poder aplicarse en condiciones similares a las de un laboratorio, sin estorbos electorales y sin ruidosas oposiciones o inoportunos conflictos entre las clases sociales.Una simplificacin tan excesiva de las perspectivas polticas, cuyos lmites pronto saldran a la luz, no debe interpretarse sin embargo como una actitud de ingenuidad o pasividad por parte de los catlicos y de la Iglesia. Ellos se ocupaban tambin de que se aprontaran los instrumentos aptos para hacerlas realidad. As, se contaron entre los ms fervientes sostenedores de las primeras medidas concretas adoptadas por el gobierno en el intento de crear dichas condiciones de laboratorio. Estas medidas implicaban una sistemtica represin poltica, especialmente en perjuicio de los grupos o partidos de inspiracin marxista, y un rgido control gubernamental sobre la prensa.19Al mismo tiempo, siempre en la perspectiva de fundar las estructuras de esa suerte de laboratorio que se pretenda llegase a ser la organizacin poltica y social del pas, la prensa catlica volvi a lanzar diferentes proyectos de modificacin de la ley electoral y de reforma del sistema poltico que desde haca un tiempo circulaban entre las filas del catolicismo argentino. Soluciones corporativas, sufragio familiar, limitaciones del sufragio basadas en discriminaciones de carcter ideolgico, restriccin del derecho a ser elegidos: todas estas frmulas, total o parcialmente alternativas de la democracia parlamentaria, fueron mantenidas en vida, con diversa intensidad, hasta por lo menos los primeros meses de 1945. Ello confirm hasta qu punto el objetivo catlico de la conciliacin entre justicia social y orden poltico remita a una concepcin poltica tendiente a reducir el peso del consenso electoral en la estructura institucional y en el proceso de decisin poltica. En suma, los catlicos tendan a proyectar una organizacin poltica del Estado que integrara slo de forma indirecta y parcial, y en cualquier caso de manera no desestabilizadora, a las masas populares en la vida poltica nacional. En otros trminos, en los ambientes catlicos prevaleca el concepto de gobierno de los mejores, entendido como gobierno desde arriba, del que la revolucin de junio prometa ser el mejor ejemplo, que habra de conservarse en el futuro a travs de la predeterminacin institucionalizada de rgidos y selectivos criterios de eleccin de los gobernantes.A la luz de estas consideraciones es lcito preguntarse si el programa revolucionario cultivaba anlogos proyectos. El presidente Ramrez, como se recordar, en la entrevista del 15 de junio haba aludido la eventualidad de corregir la ley Senz Pea. Debe observarse que los peridicos catlicos presentaban habitualmente propuestas de reforma electoral. Cuando Franceschi public sus primeras consideraciones sobre la revolucin, el Presidente se apresur a enviarle una elogiosa carta, con la que Ramrez quiso manifestar su aprecio por los conceptos expresados por el director de Criterio. En dicha carta remarc con fuerza la propia adhesin al mito de la nacin catlica, remitindose al fulgor de las encclicas sociales, a la Cruz con que Espaa marc para siempre el alma del continente y manifestando un encendido espritu de restauracin cristiana frente a la negacin de la identidad nacional de la que haba sido vctima la Argentina.20 En general, el ideal de una organizacin poltica y social fundada en principios corporativos, as como una visceral hostilidad hacia el concepto liberal-democrtico de representacin, estaban profundamente arraigados en el pensamiento del catolicismo nacionalista que impregnaba los crculos militares. Por lo tanto es dable suponer, o al menos no se puede descartar, que las autoridades militares llegadas al poder prometiendo transparencia en los escrutinios contemplasen una normalidad constitucional por lo menos en parte corregida, es decir, una suerte de democracia restringida o de democracia corporativa.Siempre observando desde una perspectiva puramente poltica la fase abierta por la revolucin, puede extraerse otra consideracin. Por lo menos hasta la primera crisis de septiembre de 1943, entre las diferentes corrientes internas, tanto en las filas del Ejrcito como en la Iglesia, prevaleci una suerte de precario acuerdo de mxima sobre algunas cuestiones fundamentales. En esos primeros meses no se asisti, por lo menos pblicamente, a bruscas fracturas entre las corrientes opuestas, aunque ellas existieran y fueran fcilmente reconocibles detrs de la unanimidad de su fachada. El marco ideal fijado por las proclamas revolucionarias apareca suficientemente elstico o genrico como para permitir la convivencia de almas muy distintas entre s. ste es tal vez el nico, efmero perodo de la revolucin en el que una superficial alusin a la catolicidad de la nacin funcion como adhesivo, como elemento de cohesin espiritual de las diversas corrientes que haban confluido en ella. Muy pronto este marco consensual se rompi en pedazos para recomponerse, slo parcialmente, durante la campaa electoral para las presidenciales de febrero de 1946, cuando la formacin de la Unin Democrtica reflot el espectro del retorno de la Argentina laica y liberal. En la primera fase revolucionaria, vindolo bien, tal fenmeno se justificaba por las prioridades del momento. La revolucin se dedic mucho ms a reprimir a las oposiciones y a desmontar el orden liberal que a edificar un nuevo orden. Vale decir que esa precaria unanimidad inicial no era ms que una prolongacin de lo que ya precedentemente haba reunido a las diversas corrientes del mundo catlico en torno al comn antiliberalismo.Esta observacin es verificable tanto entre las filas revolucionarias como entre las catlicas. En el primer gobierno revolucionario, por ejemplo, convivieron algunos oficiales de tendencia catlica nacionalista, como lo eran el mismo Presidente y su ministro de Guerra, el general Farrell, y una amplia representacin de miembros de la Marina, comnmente definidos como de tendencia liberal, aunque sera ms apropiado decir conservadora. A su lado se alineaban, en un ministerio estratgico como el de Hacienda, un civil proveniente del ms tradicional conservadurismo, y como ministro de Educacin un general, Elbio C. Anaya, que tambin se contaba entre los moderados, es decir, entre esos liberales a los que el desorden poltico y el moderno conflicto social haban revelado las virtudes del catolicismo como factor de armona nacional. En conjunto, aunque fuera de perfil predominantemente moderado, la composicin del gobierno era muy heterognea, especialmente entre los rangos intermedios y en las intervenciones provinciales.Tal circunstancia, adems de presagiar las tempestades que minaran su estabilidad, ilustra las contradicciones con las que se enfrentaba el catolicismo argentino en la nueva fase poltica. Todos estos hombres se haban puesto, junto con el Presidente, bajo la proteccin de Dios y haban compartido los conceptos de inspiracin catlica genrica que el general Ramrez haba expresado al inicio de su mandato. No obstante, es ms que probable que no todos atribuyesen a esos conceptos el mismo significado. Para el Presidente, como para Farrell, y aun ms para muchos funcionarios de rango inferior, la apelacin a la identidad catlica de la nacin comportaba una concepcin militante del catolicismo. Presupona la construccin de un nuevo orden poltico y social fundado en sus principios. Para los otros miembros del gobierno, como el almirante Galndez o el general Anaya, el catolicismo era sin duda importante como fuente de legitimacin poltica, pero lo utilizaban en una acepcin negativa: la identidad catlica de la nacin se invocaba ms que nada como elemento apto para discriminar qu corrientes ideolgicas deban considerarse extraas al sentir nacional y, por ende, no legitimadas para la accin poltica. En esta funcin excluyente, que naturalmente tambin compartan los miembros nacionalistas del gobierno, consista para ellos la principal funcin desarrollada por la apelacin de la inspiracin catlica en el nuevo curso poltico. Por lo dems, la adhesin a la nacin catlica no les haca prefigurar un nuevo orden poltico.En los discursos del general Anaya, por ejemplo, aparecan a menudo muchos de los estereotipos del pensamiento catlico: la contraposicin entre el espiritualismo catlico y el materialismo liberal; entre la sacrosanta libertad y su crnico abuso, el libertinaje; entre un gobierno con fuerza, legtimo, y un gobierno de fuerza, que poda ser rechazado; la concepcin del Ejrcito como agente moralizador de una sociedad corrupta y la alineacin de San Martn, elevado a la calidad de hroe catlico, con Goyena, numen de la genealoga catlica argentina. No obstante, estos elementos no prefiguraban un Estado catlico. El Ejrcito deba moralizar la sociedad, pero no remodelarla. Deba ser, en cierto sentido, rbitro, pero no jugador. No es casual que Anaya enfatizara muy pronto la restauracin de las instituciones antes que su transformacin.21Esta frgil y del todo aparente22 cohesin militar encontraba no por casualidad un espejo aproximadamente fiel en las filas catlicas, donde el gobierno de facto recibi en esos primeros meses apoyos de casi todas las corrientes. Como vimos, hubo obispos que lo manifestaron abiertamente. Lo mismo hicieron los nacionalistas, ya sea conservadores o populistas, de El Pueblo y La Accin. Tambin los catlicos sociales de Criterio y los conservadores de Los Principios, por no hablar de la mirada de folletos y revistas de las parroquias o de los colegios catlicos, contagiados de un incontenible triunfalismo.23 Hasta ciertos catlicos democrticos del calibre de monseor De Andrea mantuvieron, en este primer perodo de la revolucin, una actitud optimista en lo que atae a sus resultados; tanto, que el 4 de julio de 1943, en ocasin del Da de la Empleada, De Andrea interpret pblicamente la asistencia del presidente Ramrez a la manifestacin como un smbolo de la unin en el pas entre pueblo y gobierno. Justicia social y democracia, los fundamentos de su apostolado, le parecieron entonces alcanzables dentro de las coordenadas del nuevo orden poltico.24 Expres de ese modo, como ya lo hiciera en 1930, su confianza en las virtudes democrticas del Ejrcito.

La ideologa del GOU, entre catolicismo nacionalistay catolicismo populista

Si en el primer gobierno formado por el general Ramrez sobreviva un fuerte componente de catolicismo cultural, no militante, no puede decirse lo mismo del GOU. En el ncleo de oficiales que diriga esta logia, que como una suerte de gobierno paralelo influa de manera determinante en las orientaciones polticas revolucionarias, y cuyos jefes informales eran los coroneles Juan D. Pern y Emilio Ramrez, la referencia ideal al catolicismo militante, tanto nacionalista como populista, era clara.25De ello dan amplia constancia algunos elementos del debate poltico en el interior del GOU. El primero es la insistencia, obsesiva en los documentos de la logia ya antes de la revolucin de junio, sobre la necesidad de unificar la doctrina de la organizacin. En otros trminos, de perfilar un consenso ideal acerca de la naturaleza del movimiento revolucionario in fieri. El segundo elemento, que como reflejo informa precisamente acerca de cul deba ser esa doctrina unificadora, es la asidua recurrencia en dichos debates de temas comunes al pensamiento catlico nacionalista y populista. Ya desde las Bases de accin del GOU, las principales preocupaciones por el futuro inminente de la vida poltica nacional, compartidas en trminos anlogos por el Ejrcito y la Iglesia, fueron tratadas con particular alarma. Tal era el caso, en primer lugar, de la eventual formacin de un frente popular sobre la base de una alianza entre las izquierdas y los radicales con vistas a las elecciones presidenciales: No pueden llegar al Gobierno del pas las fuerzas comunistas o las asociadas con ellas en cualquier forma, advertan las Bases.26 Con frmulas que parecan extradas literalmente del lxico del apostolado militar, enfatizaban el factor moral como alma del Ejrcito, definido a su vez como una escuela de verdadero carcter, una definicin recurrente en las conferencias del clero castrense a los militares.27 Incluso la referencia de las Bases a los antecedentes de Rusia y de Espaa, a propsito de los cuales afirmaban que el Ejrcito haba tenido grandes responsabilidades en el surgimiento del comunismo por haberse desinteresado de los problemas polticos nacionales, reproduca una interpretacin que desde haca un tiempo el periodismo catlico se empeaba en divulgar.28 Una vez que el gobierno revolucionario se asent, a partir de estos presupuestos ideolgicos y polticos, los lderes del GOU trataron de infundir homogeneidad doctrinaria a la revolucin. En esa perspectiva, las Nuevas Bases del GOU individualizaron como prioridad poltica el extender nuestra doctrina y establecer una distincin cada da ms neta entre lo tico y lo profano, con el objetivo de conseguir la purificacin moral del Ejrcito. Las huellas de la impronta catlica en la ideologa del GOU, que ya se reconocan en las Bases y las Nuevas Bases, asuman contornos ms ntidos en las Noticias, una especie de boletn que el GOU haba redactado con cierta frecuencia en los primeros tiempos de la revolucin.29 En su primer nmero, por ejemplo, se destaca, incluso por los tonos exacerbados, un ataque a la masonera, cuya bandera, se afirma, era contraria a la del Papa. Por entonces la masonera era el anti-catolicismo, y representaba, por definicin, todo lo que era anti-argentino. Del mismo modo, las Noticias pronunciaban una sumaria condena a toda la historia moderna, desde la Revolucin Francesa en adelante, de acuerdo con un clis patentado por el catolicismo tradicionalista. En el mismo nivel de la masonera estaba el Rotary Club, una institucin de la que muchas veces se haba ocupado el episcopado argentino para disuadir a los catlicos de que formaran parte de ella.30 La visceral aversin hacia estas instituciones representaba una de las expresiones de una particular mezcla de antisemitismo y antiimperialismo, tambin muy frecuente en la cultura catlica argentina, especialmente en ocasin de las recurrentes cruzadas antiprotestantes: el Rotary Club, se lea en una de las Noticias, es una verdadera red de espionaje y propaganda internacional juda al servicio de los Estados Unidos.Pero si estos y otros temas eran tpicos del nacionalismo restaurador, tradicionalista, representado en el GOU por Jordan Bruno Genta, lder nacionalista y dirigente perifrico de la Accin Catlica,31 junto a ellos aparecan otros destinados a ser referencias mucho ms fecundas en los dos aos venideros. En un documento que el historiador Robert Potash atribuye a Pern, y que se remontara aproximadamente al mes anterior a la revolucin, se propone una formulacin del programa poltico y social del GOU que por los contenidos y el lenguaje parece extrado de alguna publicacin del catolicismo populista. En particular, all donde se expresa una resuelta condena a los intermediarios econmicos, culpables de explotar tanto a los productores como a los consumidores, adems de a los grandes terratenientes y a la burocracia. La solucin escriba el autor de ese documento clasificado como estrictamente confidencial y secreto est precisamente en la supresin del intermediario poltico, social y econmico. Para lo cual es necesario que el Estado se convierta en rgano regulador de la riqueza, director de la poltica y armonizador social. Ello implica la desaparicin del poltico profesional.32 Precisamente, como en los escritos de los ms lcidos intrpretes del catolicismo populista, se fundan en la ideologa del GOU una profunda vena antipoltica, una acentuada inspiracin hacia una ms ecunime distribucin de la riqueza y una explcita teorizacin de la funcin de integracin social y nacional que sera competencia del Estado.La profunda compenetracin entre la ideologa del GOU y el catolicismo nacionalista y populista encuentra por fin una confirmacin aun ms explcita en otros documentos de la logia. En una colaboracin confidencial escrita por un annimo corresponsal del GOU el 7 de junio de 1943, el lenguaje y los temas reproducen casi literalmente los de la propaganda catlica. El movimiento revolucionario, se lee, tiene que dar un contenido ideolgico y argentino al pas entero. Hacen falta hombres jvenes, hombres nuevos y limpios. Aqul no puede ni debe perpetuarse, en su carcter militar; pero otra cosa es hablar desde ya de fecha de entrega del Gobierno a los polticos.33 En particular, all se sostiene que mediante un organismo paralelo al gobierno, formado por hombres pocos totalmente desinteresados e ntegros se podra lograr organizar los cuadros y clases o estamentos sociales en forma democrtica-corporativista. Paulatinamente se pueden organizar gremios y hacer jugar los principios corporativos insensiblemente, hasta que por la evidencia de sus ventajas cuajen, si es que resultan eficaces.34El anlisis poltico que segua, redactado en los das sucesivos por el mismo autor en otras colaboraciones, apuntaba significativamente a la composicin del gobierno del general Ramrez. A su juicio, sobre todo en la persona del ministro de Hacienda, transmita la imagen de un gobierno de capitalistas, lo que lo haca incompatible con la inspiracin ideal y los objetivos polticos del GOU. El corresponsal tena ideas claras sobre esa inspiracin y objetivos: el movimiento revolucionario tena como fundamento las ideas sociales de Po XII y deba ambicionar dar al pas una organizacin tal de abajo a arriba y de arriba a abajo, capaz de sobrevivir al retorno de los civiles al poder. Desde tal perspectiva invitaba a los miembros de la logia a respetar el concepto cristiano de autoridad-servicio, y adems sealaba que el enemigo era el liberalismo laico y agnstico, culpable de haber privado a la nacin de una doctrina moral. Al delinear la influencia profunda del pensamiento catlico sobre el GOU, afirmaba de manera aun ms explcita la colaboracin del 22 de julio de 1943: el gobierno debe ya definir su poltica. Podra ser, o mejor, debe ser, de acuerdo a la tradicin patria, la poltica social cristiana. Y prosegua: Lo ms importante es fundamentar doctrinariamente nuestra poltica, y qu mejor base que los principios sobre los que asienta el Vaticano su propia poltica?.35 En el conjunto de estos aportes a la definicin de la ideologa del GOU se identificaban el concepto de nacin catlica y el objetivo de una poltica catlica, completados con una excomunin, a la vez poltica e ideolgica, de las corrientes anti-nacionales, y por eso mismo anti-cat-licas.Tales citas son necesarias pues ha faltado hasta el momento un cuidadoso anlisis de los documentos del GOU a la luz del vnculo orgnico entre la Iglesia y el Ejrcito. El mismo Potash, aun reconociendo la filosofa corporativista del autor de una de las colaboraciones, y aun sealando, a propsito de otra, que por el estilo de la composicin, as como por las fuentes citadas, el autor era obviamente un intelectual catlico, quizs un sacerdote o profesor universitario, no saca de esas observaciones ninguna sugerencia significativa sobre la gnesis y la naturaleza de la ideologa del GOU.36 Tanto que incluso permanece sin solucin el misterio de quin podra ser el autor de esos documentos tan importantes. Lo que es casi seguro es que no se trataba de un militar. Las citas cultas en latn, las referencias a los clsicos del catolicismo francs, a San Agustn, inducen a excluir esa posibilidad. En cuanto a los civiles, del nico que se tiene noticia de haber desarrollado un papel activo en la vida del GOU, como se vio, es el profesor Jordan Bruno Genta, cuya formacin cultural permite sin duda considerar posible que fuese el autor de documentos tan cultos. Pero, al mismo tiempo, su adhesin a una concepcin rgidamente tradicionalista y jerrquica del catolicismo, cerrada a las instancias sociales expuestas en los citados documentos, hace dudar fuertemente de que l fuese su autor.En realidad existe la prueba de la estrecha ligazn con el GOU de otro exponente destacado del pensamiento catlico. En un memorndum de la logia, redactado en las primeras semanas que siguieron a la revolucin, se sealaba a los colaboradores directos o inmediatos del Presidente. Entre ellos sobresala la presencia del Capelln Wilkinson, el cual colmaba las aspiraciones y ofreca plena garanta del cumplimiento de los postulados de la revolucin al mismo tiempo que aseguraba tranquilidad para la Iglesia, cuyo beneplcito sobre esa persona, fortaleca al Gobierno al mismo tiempo que defina su posicin ideolgica concordante con la tradicin argentina. Adems ofreca al Gobierno un intrprete autorizado de las Encclicas Papales que encierran un verdadero programa de gobierno.37 Wilkinson, que el 8 de junio de 1943 haba sido destinado por sus superiores para un cargo en la secretara de la Presidencia de la Nacin,38 figuraba por lo tanto como un agente oficial de enlace entre la Iglesia, el gobierno y el Ejrcito.Hubiera podido ser el mismo Wilkinson el autor de aquellas colaboraciones? Por cierto, capacidad no le faltaba, tratndose de un sacerdote de notable espesor intelectual, formado en la Universidad Gregoriana de Roma. Adems, los contenidos de dichos documentos correspondan a los que l sola desarrollar en sus escritos y conferencias.39 Aunque esta cuestin pueda parecer totalmente bizantina, su dilucidacin permite abrir una ventana sobre el entramado de ideas y lazos que vinculaba el catolicismo populista con el cuerpo de oficiales, y en este caso especfico, con el GOU. En efecto, esos escritos testimonian no slo la presencia de ese catolicismo en un sector del Ejrcito que terminara por imprimir a la revolucin una definida caracterizacin populista, sino que, como asevera el memorndum citado, el padre Wilkinson contaba tambin con la plena confianza de las jerarquas eclesisticas. Por otra parte, de su completa organicidad con el movimiento catlico daban prueba aun en aquellos das sus actividades pblicas de apostolado, intensas como siempre.40 En conclusin, fuese o no ese capelln el autor de los documentos examinados, queda el hecho de que stos reflejaban la influencia sobre el GOU de los ideales del catolicismo populista. Esta influencia, cabe suponer, no era en absoluto marginal, como tampoco limitada al plano ideolgico, si se sigue el destino de Wilkinson en las agitadas semanas que siguieron al 4 de junio. En este sentido Potash consigna lacnicamente que luego de haber sido nombrado asesor del presidente Ramrez, l fue destituido de su puesto en la Casa Rosada pocos das despus de las celebraciones del 9 de julio de 1943. El legajo personal del capelln Wilkinson arroja luz sobre cuanto sucedi: del mismo resulta que l dej efectivamente la presidencia para pasar, desde el 19 de julio de 1943, a la secretara del ministerio de Guerra. Por lo tanto, devino directo colaborador del coronel Pern.41

Iglesia y revolucin: la tentacin clerical

La actitud de la Iglesia hacia el gobierno revolucionario se caracteriz, durante sus primeros meses de vida, por dos aspectos inmediatamente evidentes. El primero era el optimismo sobre el futuro del pas, absolutamente indito, que pareci contagiarla. El segundo la continua y perentoria presin sobre el gobierno para que operase de manera acelerada y eficaz en los ms variados campos de la vida nacional para promover medidas conformes a la doctrina catlica. Todo esto se haca con una modalidad tal que, como se ver, daba claramente a entender que la Iglesia no ocultaba dirigirse al gobierno revolucionario en calidad de gua y maestra.En ambos casos, tales elementos aparecen en cierto modo como estructurales en la relacin entre la Iglesia y el poder poltico en la Argentina en cada oportunidad en la que las Fuerzas Armadas asumieron el comando del pas. Pero en ninguna oportunidad anterior a sta, ni probablemente luego, los militares llegados al poder haban reconocido tan explcitamente, tanto en los hechos como en la doctrina, el papel de gua de la Iglesia, trastrocando la teora y la prctica de la relacin que haba prevalecido entre el poder poltico y el espiritual en la poca liberal.Sin duda, aquella Iglesia argentina de 1943 estaba an profundamente empapada por una concepcin teocrtica de la organizacin de la sociedad temporal, si bien ella se expresaba en formas ms o menos articuladas y sofisticadas. Sobre la base de tal concepcin, era un dato irrebatible que la legitimidad de los poderes pblicos derivaba de Dios, y que por lo tanto la Iglesia, en calidad de nica intrprete autorizada de su mensaje, posea el derecho de dirigir y guiar su actuacin. De modo que, lo que para la opinin pblica laica pareca una intolerable y anacrnica forma de clericalismo, para ella no era ms que el ejercicio de un derecho-deber, inscrito en su misin sagrada: el de vigilar que la sociedad temporal se conformara lo ms posible al dictado de la doctrina cristiana. A pesar de las frecuentes teorizaciones de algunos ilustres representantes, incluso en la Argentina, dirigidas a reconocer las diversas esferas de competencia y el mutuo respeto que deba existir entre ella y el Csar, en los hechos, y a partir de esos principios, la Iglesia estaba animada por su natural tendencia a erigirse en juez de los lmites entre lo lcito y lo ilcito. Y no slo desde el punto de vista espiritual, sino prcticamente en todos los campos de la vida social y poltica.En realidad, como se ver ms de una vez en el transcurso del proceso inaugurado el 4 de junio, esa pulsin de la Iglesia amenazaba con transformarse de elemento de gua y legitimacin ideal, en una verdadera camisa de fuerza, especialmente para un gobierno, como sin duda era el gobierno revolucionario, dispuesto a reconocerle ese papel. El condicionamiento eclesistico operaba, en efecto, en un plano escatolgico, totalmente ajeno a los delicados equilibrios, a los necesarios compromisos, a la lgica peculiar de la esfera poltica. Esto se ejerca de manera tal que tornaba rgida, ms all de la cuenta, la relacin entre los gobernantes y la sociedad. Tanto ms tratndose de una sociedad, como la argentina en 1943, cada vez ms articulada y diferenciada, pluralista en los hechos, en parte secularizada, y adems afectada por los agitados procesos de migracin del campo a la ciudad y de la industrializacin que tendan a producir nuevas formas de socializacin, nuevas costumbres y culturas, e incluso nuevos lenguajes.Ms all de tales lmites, de todos modos la gua moral de la Iglesia legitimaba adecuadamente el autoritarismo del gobierno militar. En efecto, ella le permita al gobierno proyectar su propia accin, y afrontar los conflictos y los disensos que determinaba, fortalecido por una frrea y sacralizada lgica maniquea y tambin por una indiscutible investidura moral. Tales atributos eran fiel reflejo del espritu de cruzada al cual las autoridades recurran constantemente, en nombre de la Argentina catlica en lucha contra la Argentina laica, indivualizada como enfermedad inoculada en la idiosincrasia nacional por letales influencias externas. Pese a la presuncin de que impondran armona y homogeneidad a la sociedad, acabaron, en un breve lapso, por profundizar sus laceraciones, agudizando dramticamente la brecha entre las dos Argentinas.A tales consideraciones induce una atenta observacin de los fenmenos que caracterizaron desde el da siguiente al 4 de junio la relacin de la Iglesia con la revolucin: optimismo y presin sobre el gobierno. De ambos existen infinitas demostraciones. Las mismas cartas pastorales de los obispos, que hasta el 4 de junio solan describir la vida nacional con tintes sombros, refirindose a ella como a una orga de materialismo, cambiaron sbitamente de tono. Monseor Hanlon, por ejemplo, obispo de Catamarca, consideraba finalmente llegado el momento propicio para moralizar la sociedad: el superior Gobierno de la nacin escriba el 22 de julio de 1943, lo mismo que la Misin Federal en nuestra Provincia, estn empeados en sanear y elevar el ambiente moral y espiritual en todas las esferas de la vida nacional.42 Por su parte, monseor Caggiano redescubri las virtudes de los hombres en el poder, destacando el contraste entre la obra de nuestros gobernantes, que viven en medio de tareas abrumadoras y todos esos ciudadanos que en el mismo momento se divierten locamente.43 El 4 de julio, monseor Buteler reuni en Ro Cuarto a una multitud de nios en oracin, con el fin de agradecer al Seor y rezar para que el presidente Ramrez tuviese la fuerza necesaria para derrotar a los enemigos de Dios, cumpliendo las promesas de la reimplantacin de la enseanza religiosa en las escuelas pblicas.44 Ms en general, las expectativas suscitadas en las filas catlicas por la revolucin, eran aquellas que expresara eficazmente el padre Badanelli el 9 de julio: por una especial bendicin de Dios [...] la Argentina acaba de entrar, por la gloriosa puerta del estupendo y salvador episodio del 4 de junio, en una nueva etapa histrica.45El nuevo clima de restauracin nacional que se respiraba en el pas se manifest pblicamente en innumerables ocasiones desde el primer mes de gobierno revolucionario. Numerosas celebraciones oficiales, realizadas con los auspicios de las autoridades militares y eclesisticas, sirvieron para dar el tono. Tal fue el caso de la del 12 de junio, cuando en la Catedral de Buenos Aires se conmemor a los cados en la revolucin. En esa ocasin el presidente Ramrez fue recibido en un escenario triunfal por el Nuncio apostlico y por el cardenal Copello.46 Tan slo una semana despus, el 20 de junio, el tradicional Da de la Bandera fue ocasin para celebrar actos religiosos y pronunciar encendidas alocuciones patriticas en las guarniciones del pas, presididos como siempre por los obispos diocesanos y por las nuevas autoridades militares de las provincias.47 Significativamente, para la ocasin el Ejrcito pidi, y obtuvo, la colaboracin de la Accin Catlica en una campaa de embanderamiento de los edificios pblicos.48 Particular relieve asumi, sobre todo por la movilizacin popular que implic, la procesin de Corpus Christi, realizada el 24 de junio en todas las ciudades importantes. En la Capital fue conducida por el general Pertin, que acababa de ser nombrado intendente municipal por el nuevo gobierno.49 En las provincias les correspondi en cambio a los respectivos interventores federales abrir las procesiones locales.50 El interventor de la provincia de Buenos Aires, el general Verdaguer, quiso testimoniar la adhesin de las nuevas autoridades a la 5 asamblea de los jvenes de la Accin Catlica, que se realiz en julio en la ciudad de La Plata; intervino activamente en ella y fue recibido con escenas de gran entusiasmo. De este modo tuvo oportunidad de escuchar al arzobispo platense, monseor Chimento, expresar pblicamente su apoyo propio al gobierno y a la inspiracin religiosa de la que ha hecho pblica profesin.51 Culminacin simblica de esa ininterrumpida liturgia patritica fueron las manifestaciones del 9 de julio, cuando el Te Deum celebrado en cada una de las catedrales argentinas se convirti en sendas consagraciones de las autoridades militares.52 El evento asumi sabor emblemtico sobre todo en Paran, donde por primera vez desde 1915 las autoridades provinciales solicitaron a la Iglesia tales celebraciones.53Al da siguiente de la revolucin se puso nuevamente en boga en la prensa catlica la tradicional doctrina que prescriba el deber de obediencia de los ciudadanos a las autoridades constituidas, doctrina que en los ltimos aos del rgimen liberal haba dejado paso a menudo a aquella otra que justificaba la revuelta contra el orden impo.54 La autoridad de quienes nos gobiernan escriba en este sentido el padre Ciuccarelli en El Pueblo les viene directamente de Dios. Tambin ellos por lo tanto son ministros de Dios, delegados de su poder.55 Siempre en el diario catlico, pero con el carcter mucho ms oficial que implicaba un comentario editorial, encontraba luego formulacin el significado militante de la admonicin sobre la colaboracin con el gobierno: como lo seal en una alocucin reciente el primer magistrado se lea el 29 de julio de 1943 cometen delito de traicin los que se opongan al cumplimiento de la regeneracin nacional; teniendo presente, agregaramos, que incurren en lesa patria quienes, movidos por egosmos, resentimientos o banderas perturbadoras, pretenden restar su apoyo a esa obra. Dicha obra consista en la reafirmacin de los postulados bsicos de la argentinidad, que no son otros que los que constituyen el orgullo de la civilizacin cristiana.56 En otros trminos, toda oposicin u obstculo a la instauracin de la nacin catlica a la que se estaba abocando el nuevo gobierno se configuraba en trminos de traicin.La regeneracin nacional se haba manifestado ante todo mediante formas especialmente represivas, dirigidas a golpear al comunismo, la prensa independiente o de oposicin, una parte para nada marginal del cuerpo docente, los sindicatos ms autnomos y batalladores. De ella formaron parte tambin significativas intervenciones de censura en el campo de las costumbres pblicas, inspiradas en una concepcin moralizadora de la vida social muy cara al catolicismo. El director de Criterio, por ejemplo, celebr como un triunfo en su propia batalla el decreto mediante el cual se impuso el respeto a la pureza de la lengua castellana en las transmisiones radiofnicas. Esto habra contribuido sin duda a depurarla de las contaminaciones que cada vez con mayor frecuencia amenazaban con desnaturalizarla.57 Con idntico aplauso los ambientes catlicos recibieron otro decreto, mediante el cual se prohiba a la prensa publicar anuncios relativos a trmites de divorcio, una medida fundada en el axioma de que el divorcio contrara la tradicin argentina.58 Por otra parte, decretos imbuidos del mismo espritu llovieron por todo el pas: el intendente de Buenos Aires prohibi, en septiembre, la venta, distribucin, exposicin o publicacin de libros, escritos, publicaciones ilustradas, imgenes, pinturas, emblemas u otros objetos inmorales, de cualquier naturaleza, en lugares pblicos o de acceso al pblico; la intervencin de La Rioja, al fundar el 8 de julio el Instituto de Cultura local, estableci que toda su actividad deber propender a la formacin humanista de los profesores y maestros [...] dentro del espritu de la cristiandad catlica; el importante decreto que el 21 de octubre defini las funciones de la Subsecretara de Informaciones y Prensa, destacando entre ellas la de contribuir a la defensa y exaltacin de la tradicin histrica, de la cultura y de los valores morales y espirituales del pueblo argentino.59Estas y otras numerosas medidas, cuyo impacto simblico no poda descuidarse, indujeron a la Accin Catlica a felicitar al gobierno.60 Ya desde comienzos de agosto, tan slo a dos meses de la revolucin, el diario catlico observ complacido que la obra desarrollada en un lapso tan corto es de una trascendencia extraordinaria.61 En sntesis, una Iglesia triunfante y optimista presenciaba el desmantelamiento de las piedras angulares del Estado laico, as como la restauracin de los valores catlicos, en los ms variados mbitos de la cultura, de la comunicacin de masas, de las instituciones educativas.

Los catlicos y la democracia poltica en 1943

La revolucin y el mundo catlico se encontraron en perfecta sintona, el da despus del 4 de junio, para conducir una virulenta cruzada contra los partidos polticos y, en general, contra los fundamentos institucionales del sistema poltico liberal. Al respecto, en el catolicismo argentino existan posiciones diferenciadas. Pero sin duda la cultura que dominaba su imaginario poltico en 1943 reflejaba una abierta hostilidad hacia los partidos polticos, concebidos sobre todo como elementos de divisin de la sociedad y atributos tpicos de la hereja liberal. Tanto, que precisamente en los partidos del sistema poltico liberal la cultura del catolicismo individualizaba el origen de la crisis nacional.A partir de tales presupuestos, algunos catlicos sostenan la necesidad de que fueran radicalmente reformados y purgados. Para muchos otros, en cambio, directamente hubieran debido desaparecer. Para gran parte de los mayores pensadores catlicos, el concepto mismo de partido contradeca la vocacin universalista y totalizadora del catolicismo, expresada en su identificacin con la nacin, con su tradicin y su espritu inmutable. Precisamente esta concepcin del catolicismo haba inducido a la Iglesia a bloquear anticipadamente el desarrollo de un partido catlico, y a tomar un camino ms seguro a travs del cual hacer valer la propia influencia en la esfera poltica y social: el de la presin directa, institucional o informal, sobre los poderes pblicos, y aqul basado en la Accin Catlica, es decir, en un movimiento de masas estrechamente eclesial, sometido a la jerarqua eclesistica.La cuestin del papel de los partidos en el nuevo orden posrevolucionario ocup el centro del debate poltico durante todo el tiempo que dur el rgimen militar. Sobre ella se volver ms de una vez, dado que permite reconstruir la evolucin, en esos aos de transicin entre dos pocas, de la atormentada relacin de los catlicos con la democracia poltica. En este sentido, el catolicismo argentino vio en la revolucin la oportunidad para refundar las bases filosficas y doctrinarias del sistema poltico y social. Semejante proceso hubiera conducido verosmilmente a una revisin de la Constitucin, aun cuando en el corto plazo a los catlicos les urga mucho ms que se plasmara un espritu nuevo en su interpretacin y aplicacin, adecuado con la lectura confesional del texto constitucional, evidentemente sesgada, que amplios sectores del catolicismo venan promoviendo desde haca tiempo.62No por casualidad en las publicaciones catlicas se reiteraban con particular frecuencia, acentuados por el clima de reconquista que las invada, los argumentos expuestos durante esos aos en forma articulada por Arturo Enrique Sampay, uno de los ms prestigiosos filsofos y juristas catlicos del pas.63 El defecto de fondo de la Constitucin argentina de 1853 sostena Sampay radicaba en su impronta iluminista; un iluminismo, adems, muy adentrado en su fase economicista. En su conjunto, la Constitucin era la expresin de una clase social que en su momento haba sabido universalizar el propio ethos, pero que en buena medida estaba en decadencia. En consecuencia, la Constitucin ya no reflejaba la realidad poltica argentina. Reconoca que cierto tesmo tradicional, presente en la Carta Magna, mitigaba en parte su concepcin antropocntrica, propia del iluminismo. Pero en su conjunto, la Constitucin se fundaba en un grave error doctrinario, al postular la neutralidad del Estado, entendido como entidad en ltima instancia agnstica y relativista. Por el contrario, una Constitucin adaptada para la Argentina contempornea debera reflejar la verdadera jerarqua de los valores espirituales. Tener en suma una inspiracin metafsica. Porque, afirmaba Sampay refirindose a De Maistre, la Constitucin poltica no poda ms que reflejar la Constitucin divina, que era anterior a ella.Expresados en una de las formas ms radicales, pero tambin ms coherentes en el plano terico, stos eran, en sntesis, los fundamentos de la crtica catlica al sistema poltico e institucional liberal: el contractualismo rousseauniano que permeaba la Constitucin vigente deba ser reemplazado por una fundamentacin metafsica del orden poltico.64ste es el fondo doctrinario sobre el que se alz la campaa contra los partidos polticos tradicionales y el orden poltico liberal conducido por la prensa catlica en los meses que siguieron a la revolucin. Depuracin enrgica de los partidos polticos, se titulaba el editorial de El Pueblo del 13 de junio de 1943, que se repiti con el mismo titular el 14 de julio. Para Los Principios no caba duda de que la revolucin haba interrumpido un largo proceso de involucin demaggica de los partidos. En tal sentido, se proyectaba como una revolucin reorganizadora.65 En sintona con ella , el 13 de septiembre el diario catlico de la Capital auguraba normas inflexibles y severas para el funcionamiento de los partidos polticos, y el 27 del mismo mes prevena a la clase poltica tradicional que deba dejar lugar a una nueva generacin inspirada en los valores de justicia social y equilibrio econmico.66El tono de esta campaa haba sido dado al da siguiente de la revolucin por monseor Franceschi, en sus ya recordadas Consideraciones sobre la Revolucin, en las cuales haba aplaudido la intencin, manifestada por los militares, de no rendir cuentas de sus propias acciones a los partidos polticos y de regenerar a la nacin sin su concurso. Tambin, segn el director de Criterio, era necesario erradicar la figura del poltico profesional, ms ligado al comit que al pueblo.67 No falt luego quien, en la prensa catlica, extrajese de esos mismos conceptos consecuencias extremas. Segn Jos L. Astelarra, por ejemplo, era evidente que de ninguno de los viejos partidos, por muy depurados que hayan llegado a estar, por muy honestos y decentes que sean los hombres que queden bajo sus rtulos, (vendrn) las soluciones cvicas que el pas necesita.68 Por lo tanto no sorprende que, cuando el gobierno decret, a finales de 1943, la disolucin de los partidos polticos, el mundo catlico recibiera con jbilo la medida. Para Franceschi, que se congratul, la medida no poda de ninguna manera considerarse antidemocrtica. Slo pueden ser aceptables nuevos partidos polticos sostuvo cuando ellos estn fundados en cuerpos doctrinarios constructivos.69 Por otra parte, en la revista terica de los Cursos de Cultura Catlica no era extrao, en aquella poca, que el sistema parlamentario se equiparara a los absolutismos y a las democracias de masas bajo la comn matriz de cinismo poltico.70En el plano poltico, esa campaa expresaba la voluntad del catolicismo ms intransigente y militante de impedir que la revolucin derivara en un efmero triunfo de ese catolicismo cultural, connotado ms en trminos negativos que por la promocin de un nuevo orden que, como se vio, caracterizaba a la ideologa de no pocos miembros del gobierno. En efecto, esto hubiera implicado como resultado la restitucin, de uno u otro modo, del poder al tradicional sistema de los partidos, con el consecuente renegar del carcter fundante que la Iglesia asignaba a la revolucin. Se debe subrayar esta circunstancia por cuanto, una vez ms, muestra un ejemplo de la coincidencia de las batallas polticas de los catlicos con las orientaciones del GOU.71 Vista desde esta perspectiva, la disolucin de los partidos polticos decretada el 31 de diciembre fue para ellos mucho ms que un motivo de complacencia: represent la obtencin de una victoria, la satisfaccin de una reivindicacin.Dadas tales premisas, qu estructura poltica consideraban los catlicos que hubiera debido surgir en la Argentina por obra de una revolucin militar? Sobre este punto no cabe duda de que entre ellos, como por lo dems en el gobierno, reinaba una notable confusin, surgida de una contradiccin potencialmente lacerante, de la que pronto deberan rendir cuentas. Aun habindose prefijado el ambicioso objetivo de refundar la estructura del Estado, ellos no posean para lograrlo ningn instrumento especfico, ya se tratara de movimientos o partidos. A la inversa, los catlicos legitimaban su derecho a reformular los fundamentos espirituales y materiales del Estado en los mismos trminos en que el Ejrcito legitimaba el propio derecho: ambos reivindicaban una vocacin nacional, apoltica por naturaleza propia, es decir, extraa y al mismo tiempo superior a los partidos polticos. De ello derivaba que los confusos proyectos de reforma del Estado que fueron ventilados cabalgando sobre el entusiasmo de la revolucin estuvieran signados por una comn tendencia a delimitar, cuando no a eliminar, el papel de las instituciones centrales del sistema representativo: el Parlamento y los partidos polticos.En general, el pensamiento poltico catlico estaba empapado de un genrico corporativismo. A veces en l tambin se teorizaba sobre sistemas electorales restringidos. Despus del 4 de junio de 1943, la intelligentzia catlica fue llamada a dar significado concreto a aquellas frmulas por lo general abstractas, para que se pudiera ensayar su viabilidad cuando se perfilaba la oportunidad de hacerlo. En aquel momento, en las filas catlicas se cruzaron varios proyectos. Franceschi, por ejemplo, no negaba que los partidos polticos deberan conservar importantes funciones en el futuro ordenamiento. Sin embargo, sobre todo le preocupaba que, ms all de ellos, se garantizara el gobierno de los mejores. Tal como l haba sostenido ms de una vez en el pasado, para conseguir ese fin hubiera sido legtimo introducir algunas formas de proscripcin, o de filtro electoral, que limitaran y canalizaran el impacto de las masas sobre el sistema poltico. La misma finalidad poda reconocerse en su invocacin a la depuracin doctrinaria de los partidos tradicionales, que en el lenguaje catlico de la poca aluda a la necesidad de que eliminaran de los propios programas toda huella de liberalismo o socialismo, para adecuarse a los caracteres eternos de la nacionalidad. En suma, la cristianizacin de sus presupuestos ideolgicos y de sus programas sera la antecmara de su legitimidad. Al mismo tiempo, la reforma sobre la base de esos lineamientos del sistema poltico responda en sus intenciones a otro objetivo: el de garantizar su moderacin y evitar que la radicalizacin del conflicto poltico condujera a una solucin bonapartista, guiada por un caudillo oportunista.Al mismo tiempo, no haba desaparecido en absoluto en el mundo catlico al contrario viva sus das de mayor fervor esa corriente nacionalista e hispanista que exaltaba la posibilidad de fundar el Estado catlico en el autoritarismo confesional. Como escriba, entre los numerosos propagandistas de esta corriente, el agustino Gabriel Riesco, el ser nacional no necesitaba en absoluto de la consagracin tributada por el recuento de votos; siendo de origen divino, aqul era inmutable. Por lo tanto no poda estar sujeto a la venalidad de las mayoras amorfas.72En el frente opuesto, finalmente, los dispersos sectores cristianos democrticos, a menudo estigmatizados por las corrientes mayoritarias del catolicismo argentino con la despreciativa definicin de catlicos liberales, relegados a los mrgenes de las instituciones eclesisticas, tendan a unirse a los partidos del viejo orden liberal en una protesta comn en contra del nuevo rgimen, a medida que ste revelaba sus rasgos autoritarios. Esta circunstancia contribua notablemente a hacer fermentar las tensiones en el interior del mundo catlico. Una parte de ellos encontrar, a partir de septiembre de 1943, una referencia ideal en monseor De Andrea, cuando, tras una primera fase de confianza en los resultados de la revolucin, ste empez a oponerse a sus manifiestas tendencias a borrar las instituciones democrticas.73Por lo tanto, en conjunto, no exista una postura unvoca del catolicismo y de la Iglesia argentinos respecto de la estructura institucional de la nacin catlica. Adems, sus posiciones variaran con el cambio del contexto poltico, en el transcurso del convulsionado proceso revolucionario. En la primera fase, por ejemplo, se perfil tmidamente entre los catlicos el compromiso de sostener un eventual partido de la revolucin que se formara como expresin de una nueva clase dirigente y como garanta de que los postulados de la nacin catlica quedaran inalterados en el futuro.74 El Pueblo declar en forma oficial el diario catlico el 5 de agosto de 1943 no slo acompaar al gobierno con todo su poder publicitario y su capacidad de expresin, sino que alentar igualmente [...] a aquellos movimientos limpios y elevados que tengan un objetivo regenerador.75 Y de manera aun ms explcita escribi Jos L. Astelarra en Criterio: el que espera cmodamente que el gobierno militar lo haga todo, sepa que si considera necesario que los viejos partidos polticos desaparezcan, hay que demostrar que se es capaz de crear un gran movimiento poltico nuevo, destinado a actuar en un nuevo ordenamiento jurdico. 76 La referencia al nuevo marco jurdico era importante porque supona una radical redefinicin de la estructura institucional del Estado. Tanto ms significativa si se recuerda que en el catolicismo estaba profundamente radicado el mito del corporativismo como alternativa cristiana por excelencia a los postulados individualistas del sistema institucional liber