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128 LA ALOSOFIA GRIEGA peripatéticos de su tiempo; no se conserva ya interés alguno en lo tocante a la consecuencia del pensamiento. 3. LA ESCUELA dNICA Poco es lo que hay que decir acerca de los cínicos, ya que no imprimieron gran desarrollo a la filosofía ni supieron crear tampoco un sistema de las ciencias; fué más tarde cuando los estoicos se encargaron de elevar sus proposiciones a una disci- plina filosófica. Los cínicos, lo mismo que los cirenaicos, trataban de deter- minar cuál debía ser el principio de la conciencia, tanto en lo referente a su conocimiento como en lo tocante a sus actos. Ahora bien, los cínicos proclaman el bien como fin general del hombre y preguntan: Zdónde ha de buscarse el bien para el horn- bre individual? Y mientras que los cirenaicos, con arreglo a su principio determinado, cifraban la esencia de la conciencia en la conciencia del hombre como individuo, o en el sentí- miento, los cínicos, por el contrario, la buscan en la individua- lidad en cuanto tiene directamente para mí la forma de lo general, es decir, en cuanto yo soy una conciencia libre e in- diferente frente a todo lo individual y concreto. En este sen- tido, los cínicos se enfrentan, a primera vista, con los cirenaicos, pues mientras que éstos consideran el sentimiento como prin- cipio, aunque ampliado en términos de generalidad y de perfecta libertad en cuanto que tiene que ser determinado por el pen- samiento, aquéllos arrancan de la libertad e independencia completas como determinación del hombre. Sin embargo, como esto es, en realidad, la misma indiferencia de la conciencia de sí mismo que HeguesÍas proclamara como la esencia, tenemos que los extremos del pensamiento cínico y del cirenaico se levantan por obra de su propia consecuencia, convirtiéndose en fases de transición del mismo pensamiento. Entre los cirenaicos se da el movimiento de retorno de las cosas a la conciencia, según el cual nada es para mí la esencia; también los cínicos proclaman que el hombre debe preocupar- se solamente de sí mismo, y su principio es, lo mismo que el de los cirenaicos, la conciencia de sí mismo individual. Pero los cínicos proclamaron, por lo menos al comienzo, este prin- cipio en cuanto a la determinación del hombre: libertad e in- diferencia, tanto del pensamiento como de la vida real, frente a todos los detalles externos, a todos los fines, necesidades y goces particulares; por donde la formación, en ellos, no con- ---L LOS SOCRAllCOS 129 duce solamente a la indiferencia ante todo eso y a la inde- pendencia, como entre los cirenaicos, sino a la privación ex- presa, a la limitación de las necesidades del hombre a lo estrictamente necesario impuesto' por la naturaleza. Por tanto, los cínicos establecen como el contenido de lo bueno la suprema independencia ante la naturaleza, es decir, la reducción de las necesidades al mínimo; según ellos, debe huirse del placer, de lo que las sensaciones puedan tener de agradable. La actitud negativa ante eso es, aquí, lo deterrni- nante, y este mismo antagonismo entre los cínicos y los cire- naicos lo veremos manifestarse, más tarde, entre los estoicos y los epicúreos. Ahora bien, la misma negación que los cínicos elevan a principio se revela, asimismo, en el desarrollo ulterior que la filosofía cirenaica había de tomar. La escuela cínica no reviste importancia científica alguna; constituye solamente un momento histórico que tiene que darse necesariamente en la conciencia de lo general, a saber: el momento que consiste en que la conciencia, en su individualidad, se sepa libre de toda dependencia con respecto a las cosas y al disfrute. Quien se sienta sujeto por la riqueza o el placer, cifrará la esencia de las cosas, forzosamente, como conciencia real, en esas cosas o en sus detalles particulares. Sin embargo, los cínicos fijaban aquel momento negativo de tal modo, que cifraban la libertad en la renuncia real y efectiva a las llamadas cosas superfluas; sólo reconocían aquella independencia abstracta e inmóvil que no se deja llevar por el disfrute o por el interés por la vida general y en ella. No obstante, la verdadera libertad no consiste preci- samente en huir del disfrute y de las actividades para provee- tarse sobre otros hombres y otros fines de vida, sino en que la conciencia, dentro de este embroLlo con toda la realidad, se halle por encima de ella y libre de ella. a) Antístenes. El primer cínico fué AntÍstenes, ateniense y amigo de Sócrates. Vivía en Atenas y enseñaba en un gim- nasio llamado el Cinosargo; a este pensador se le conocía por el nombre del Simple Perro (ú:n:AOI<:úwv). Su madre era una tracia, y no pocas veces se le echaba esto en cara al hijo, de un modo, a juicio nuestro, bastante injusto. Antístenes repli- caba a ello diciendo: la madre de los dioses era de Frigia, y los atenienses, que tanto se jactan de ser autóctonos, no tienen por ello más nobleza que la que puedan tener las lapas o la lan- gasta. Se formó cerca de Gorgias y de Sócrates y cuéntase que

Los cínicos

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128 LA ALOSOFIA GRIEGAperipatéticos de su tiempo; no se conserva ya interés algunoen lo tocante a la consecuencia del pensamiento.

3. LA ESCUELA dNICA

Poco es lo que hay que decir acerca de los cínicos, ya queno imprimieron gran desarrollo a la filosofía ni supieron creartampoco un sistema de las ciencias; fué más tarde cuando losestoicos se encargaron de elevar sus proposiciones a una disci-plina filosófica.

Los cínicos, lo mismo que los cirenaicos, trataban de deter-minar cuál debía ser el principio de la conciencia, tanto en loreferente a su conocimiento como en lo tocante a sus actos.Ahora bien, los cínicos proclaman el bien como fin general delhombre y preguntan: Zdónde ha de buscarse el bien para el horn-bre individual? Y mientras que los cirenaicos, con arreglo asu principio determinado, cifraban la esencia de la concienciaen la conciencia del hombre como individuo, o en el sentí-miento, los cínicos, por el contrario, la buscan en la individua-lidad en cuanto tiene directamente para mí la forma de logeneral, es decir, en cuanto yo soy una conciencia libre e in-diferente frente a todo lo individual y concreto. En este sen-tido, los cínicos se enfrentan, a primera vista, con los cirenaicos,pues mientras que éstos consideran el sentimiento como prin-cipio, aunque ampliado en términos de generalidad y de perfectalibertad en cuanto que tiene que ser determinado por el pen-samiento, aquéllos arrancan de la libertad e independenciacompletas como determinación del hombre. Sin embargo, comoesto es, en realidad, la misma indiferencia de la conciencia desí mismo que HeguesÍas proclamara como la esencia, tenemosque los extremos del pensamiento cínico y del cirenaico selevantan por obra de su propia consecuencia, convirtiéndoseen fases de transición del mismo pensamiento.

Entre los cirenaicos se da el movimiento de retorno de lascosas a la conciencia, según el cual nada es para mí la esencia;también los cínicos proclaman que el hombre debe preocupar-se solamente de sí mismo, y su principio es, lo mismo que elde los cirenaicos, la conciencia de sí mismo individual. Perolos cínicos proclamaron, por lo menos al comienzo, este prin-cipio en cuanto a la determinación del hombre: libertad e in-diferencia, tanto del pensamiento como de la vida real, frentea todos los detalles externos, a todos los fines, necesidades ygoces particulares; por donde la formación, en ellos, no con-

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LOS SOCRAllCOS 129

duce solamente a la indiferencia ante todo eso y a la inde-pendencia, como entre los cirenaicos, sino a la privación ex-presa, a la limitación de las necesidades del hombre a loestrictamente necesario impuesto' por la naturaleza.

Por tanto, los cínicos establecen como el contenido de lobueno la suprema independencia ante la naturaleza, es decir,la reducción de las necesidades al mínimo; según ellos, debehuirse del placer, de lo que las sensaciones puedan tener deagradable. La actitud negativa ante eso es, aquí, lo deterrni-nante, y este mismo antagonismo entre los cínicos y los cire-naicos lo veremos manifestarse, más tarde, entre los estoicos ylos epicúreos.

Ahora bien, la misma negación que los cínicos elevan aprincipio se revela, asimismo, en el desarrollo ulterior quela filosofía cirenaica había de tomar. La escuela cínica noreviste importancia científica alguna; constituye solamenteun momento histórico que tiene que darse necesariamente enla conciencia de lo general, a saber: el momento que consisteen que la conciencia, en su individualidad, se sepa libre de todadependencia con respecto a las cosas y al disfrute. Quien sesienta sujeto por la riqueza o el placer, cifrará la esencia de lascosas, forzosamente, como conciencia real, en esas cosas o ensus detalles particulares. Sin embargo, los cínicos fijaban aquelmomento negativo de tal modo, que cifraban la libertad en larenuncia real y efectiva a las llamadas cosas superfluas; sóloreconocían aquella independencia abstracta e inmóvil que nose deja llevar por el disfrute o por el interés por la vida generaly en ella. No obstante, la verdadera libertad no consiste preci-samente en huir del disfrute y de las actividades para provee-tarse sobre otros hombres y otros fines de vida, sino en quela conciencia, dentro de este embroLlo con toda la realidad, sehalle por encima de ella y libre de ella.

a) Antístenes. El primer cínico fué AntÍstenes, ateniensey amigo de Sócrates. Vivía en Atenas y enseñaba en un gim-nasio llamado el Cinosargo; a este pensador se le conocía porel nombre del Simple Perro (ú:n:AOI<:úwv). Su madre era unatracia, y no pocas veces se le echaba esto en cara al hijo, deun modo, a juicio nuestro, bastante injusto. Antístenes repli-caba a ello diciendo: la madre de los dioses era de Frigia, y losatenienses, que tanto se jactan de ser autóctonos, no tienen porello más nobleza que la que puedan tener las lapas o la lan-gasta. Se formó cerca de Gorgias y de Sócrates y cuéntase que

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130 LA FILOSOFIA GRIEGA

iba diariamente desde el Pireo hasta la ciudad, para escucharal segundo de sus maestros. Compuso varias obras, cuyos títu-los indica Diógenes Laercio; todos los testimonios lo presentancomo a hombre de extraordinaria cultura y severas costurn-bres.81

Los principios de Antístenes no pueden ser más simples,ya que el contenido de su doctrina no se sale de los marcos delo general; no hace falta, pues, detenerse a examinarlos de cer-ca. Este pensador nos ha legado algunas reglas generales devida, expresadas en tópicos muy hermosos muchas de ellas,tales como los siguientes: "la virtud se basta a sí misma y sólonecesita una cosa: la fuerza de carácter de un Sócrares. El bienes bello y el mal feo. La virtud consiste en obras y no necesitade muchas razones ni de doctrinas. El destino del hombre esllevar una vida virtuosa. El sabio se contenta consigo mismo,pues posee cuanto los demás parecen poseer. Le basta con supropia virtud; tiene por casa el mundo entero. Si no le rodeala fama, esto debe considerarse más bien como un beneficioque como un mal", etc.82

Es, de nuevo, la aburrida retórica acerca del sabio, que mástarde recibirá nuevo incremento, hasta el fastidio, con los es-toicos y los epicúreos. En este ideal, en que se trata del destinodel sujeto, se considera como el camino hacia su consecuciónla mayor simplificación posible de sus necesidades. Pero, cuan-do AntÍstenes dice que la virtud no necesita de razones ni dedoctrinas, olvida una cosa, y es que él mismo llegó a la inde-pendencia de su espíritu mediante la -formación de éste, lle-gando de este modo a renunciar a cuanto apetecen de ordinariolos hombres.

Vemos, al mismo tiempo, que la virtud adquiere ahoraotra significación; no es ya una virtud inconsciente, como lavirtud inmediata del ciudadano de un pueblo libre que curn-ple con sus deberes para con su patria, su clase social y sufamilia tal y como estas condiciones lo exigen de un modoinmediato. Ahora, la conciencia desprendida de sí misma debe,para llegar a convertirse en espíritu, captar y comprender todala realidad, es decir, adquirir la conciencia de ella como lasuya propia. Ahora bien, estos estados de ánimo, a los que seda el nombre de inocencia o belleza del alma y otras cosasparecidas, son estados de ánimo un tanto pueriles, que ahorase exaltan, pero a los que el hombre, como ser racional, debe

81 Diógenes Laercio, VI, 13, 1 s., 15-18.82 Diógeries Laercio, VI, 11 s. (104).

LOS SOCRATICOS 131sobreponerse para recobrarse por encima de este plano de loinmediato. Pero la libertad y la independencia de los cínicos,consistentes simplemente en limitar al mínimo la vinculacióndel hombre por las necesidades, son puramente abstractas, yaque por su negatividad debieran consistir, esencialmente, enrenuncias o abstenciones. La libertad concreta estriba, induda-blemente, en ser indiferente a las necesidades, pero sin rehuir-las, sino manteniéndose libre también en este disfrute y sindesligarse de la moralidad ni de la vida jurídica y social delos hombres. La libertad abstracta, en cambio, entraña la re-nuncia a la moralidad, ya que el individuo se repliega dentrode su subjetividad: esta actitud lleva consigo, por tanto, algoinmoral.

AntÍstenes es todavía una figura noble dentro del campode la filosofía cínica. Pero no están ya lejos de ella la tos-quedad, la vulgaridad de la conducta, el impudor que carac-terizarán a los cínicos de una época posterior. Esto explica lasmuchas burlas y las bromas de que eran objeto estos pensado-res; sólo las maneras individuales y la fuerza de carácter hacede ellos figuras interesantes. Ya de Antístenes se cuenta queempezaba a dar cierta importancia a la pobreza exterior de susmaneras. La indumentaria del cínico era extraordinariamentesabría: un grueso garrote de olivo silvestre, un manteo aguje-reado y lleno de remiendos sin más ropa debajo y que, por lasnoches, hacía además de cama, un saco de mendigo paraguardar los víveres más indispensables y un vaso para beberagua:83 tal era, sobre poco más o menos, el atuendo de loscínicos.

Lo más importante, para ellos, era la simplificación de lasnecesidades. La creencia de que esto hace al hombre libre pa-rece bastante plausible, ya que las necesidades, evidentemente,supeditan al hombre a la naturaleza, la cual es contraria a lalibertad del espíritu; el reducir al mínimo aquellos vínculosde dependencia es, por tanto, un pensamiento bastante ten-tador. Ahora bien, este mínimo es, de suyo, indeterminado, ysi lo que se preconiza es seguir, exclusivamente, los mandatosde la naturaleza, con ello se atribuye excesivo valor, evidente-mente, a las necesidades naturales y a la privación en lo tocantea las otras. Es lo mismo que ocurre con el principio en quese inspira la vida monacal. Lo. negativo encierra, al mismotiempo, una orientación positiva hacia aquello a que se renun-

83 Diógenes Laercio, VI, 13, 6, 22, 37; Tennemann, t. II, p. 89.

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~--------------------""""""""""""".I"""""132 LA ~LOSOFIA GRlEGAcia; y la abstinencia y la importancia de aquello de que elhombre se abstiene se exagera, con ello, excesivamente.

De aquí que ya Sócrates considerara como una manifesta-ción de vanidad. la buscada pobreza de los cínicos en el vestir."Como Antístenes pusiera al descubierto uno de los agujerosde su manteo, Sócrates le dijo estas palabras: 'por el agujero detu manteo veo tu vanidad.''' 84 El vestido no tiene nada quever con las determinaciones racionales, sino que es reguladopor la necesidad, que se manifiesta por sí misma: es naturalque las gentes se vistan en los países nórdicos de otro modo queen el interior del África y que en los meses del invierno nose lleven encima vestidos de algodón, sino de lana. Lo de-más es juguete de las contingencias y las opiniones: así, en estosúltimos tiempos, por ejemplo, se ha dado importancia al trajetradicional alemán por razones de patriotismo. El corte de milevita se halla determinado por la moda, pero de ello se en-carga el sastre; no es misión mía meterme a inventar en estamateria, pues hay, gracias a Dios, otros que lo hagan.

Esta supeditación a las costumbres y a la opiniones es siern-pre mejor, sin embargo, que la supeditación a la naturaleza.Pero no hay por qué orientar el entendimiento en tal sentido;la indiferencia es el punto de vista que aquí debe reinar, ya quese trata de cosas de suyo indiferentes. Hay gentes que preten-den ser originales en esto, llamando la atención en el vestido;pero es una necedad eso de querer ponerse en contra de lamoda. No debemos tener la pretensión de determinamos anosotros mismos, en tales cosas, ni encuadrarlas dentro delmarco de nuestros intereses, sino obrar, sencillamente, tal ycomo lo indiquen las normas establecidas.

LOS SOCRATICOS 1.pensaban como él y tomaban a chacota su manera de viviSabido es que arrojó para siempre el vaso, cuando vió a umuchacho beber en las manos.. .El carecer de necesidades, dice Diógenes, es una cual ida

divina; el. hombre que tiene las menos necesidades posibles (el que mas cerca se halla de los dioses. Este filósofo rondal::por todas partes, viviendo a la ventura: en las calles y plazade ~tenas, en un tonel; ordinariamente, pasaba el tiempo e in:talabas e a dormir en la Sioa de júpiter, en Atenas, diciendque los atenienses le habían construido una magnífica resdencia.s"

Como se ve, el pensamiento de los cínicos no se referíexclusivamente al vestido, sino que se hacía extensivo tambié.a las o.tr~s. necesidades. Sin embargo, un tipo de vida como ede los ClOlCOS, que era el resultado de la cultura hallábasesencialmente condicionado por la formación del espíriru elgeneral. Los cínicos no eran todavía anacoretas; su concienciguardaba todavía, esencialmente relación con otra concienciaA . ' e

r:tlstenes y Diógenes vivieron en Atenas, y sólo podían existialbo Pero, en general, para que haya cultura es necesario quel espíritu se oriente hacia la más grande variedad de necesidad es y de modos de satisfacerlas. Las necesidades se hatmultiplicado mucho en los tiempos modernos, y esto hace qu.las necesidades generales se dividan en muchas necesidadeespeciales y en muchos modos especiales de satisfacerlas; est:forma parte también de las actividades del entendimiento entre las cuales encuentra cabida el lujo. Cabe declamar contriello desde el punto de vista moral, pero en un Estado deberencontrar holgado sitio y poder desenvolverse a sus anchas todas las dotes, tendencias y modalidades; y cualquier individucdebe poder participar de ellas en la medida en que quierasiempre y cuando que, en conjunto, se oriente a tono con legeneral. Lo fundamental es, por tanto, no dar a ello mayoivalor que el que la cosa misma requiere o en general ncatribuir valor alguno al hecho de poseerio ~i al de ca:eceJde ello.

Lo único que de Diógenes podemos referir son anécdotasEn un viaje por mar a Egina cayó en poder de los piratas quie-nes decidieron venderlo como esclavo en Creta. Preguntadcacerca de lo que sabía hacer, contestó: "mandar sobre horn-bres" y pidió al heraldo que pregonase: Zquién quiere comprar

b) Diógenes. El más célebre de los cínicos, Diógenes deSinope, se distinguía más aún que Anrístenes por sus modalesexteriores, así como por sus ocurrencias mordaces, no pocasveces muy ingeniosas, y por sus amargas y sarcásticas réplicas.Se le llamaba "el perro", lo mismo que él había llamado aAristipo "el perro real", pues a Diógenes le ocurría con losmuchachos de la calle lo mismo que a Aristipo con los reyes.Diógenes se hizo célebre solamente por su manera de vivir; enél, como en los cínicos posteriores, el cinismo adquirió másbien la significación de una forma de vida que de una filo-sofía. Diógenes limitábase a satisfacer en su persona las máselementales necesidades naturales y se burlaba de quienes no

84 Diógeries Laercío, VI, 8; II, 36.85 Diógenes Laercio, VI, 74, 61, 37, 105, 22.

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134 LA FILOSOFlA GRIEGAun amo? Lo compró un tal [eníades de Corinto, cuyos hijosrecibieron sus enseñanzas.

De su estancia en Atenas circulaban gran número de his-torias. Era, allí, el reverso zafio y desdeñoso de la filosofíade vagabundo de Aristipo. "Éste no daba el menor valor asus goces ni a sus privaciones; Diógenes, en cambio, atribuía granimportancia a su pobreza. Diógenes estaba, un día, lavando unacol cuando acertó a pasar por delante de él Aristipo, y le gri-tó a éste: si supieses lavar tú mismo la col, como yo lo hago,no andarías corriendo detrás de los reyes. A lo que Aristiporeplicó, bastante certeramente: si tú supieses tratar a los hom-bres, no necesitarías lavar coles. Una vez, entró en casa dePlatón, pisando con sus pies sucios las hermosas alfombras ydiciendo: ved cómo pisoteo la soberbia de Platón. Sí, le re-plicó Platón, no menos certera mente, pero con otra soberbia.Un día en que Diógenes estaba completamente calado por lalluvia y los circunstantes se apiadaban de él, dijo Platón: la me-jor muestra de vuestra conmiseración que podéis dar es mar-charos de aquí. También en esta historia debemos represen-tarnos su vanidad, que le llevaba a mostrarse en público y asuscitar admiración, como la razón que le llevaba a proceder asíy que desaparecería tan pronto como el cínico se viese solo.Cuando le daban una paliza,' lo que debía ocurrir con hartafrecuencia, a juzgar por las muchas anécdotas que acerca deello circulaban, se ponía grandes parches sobre las heridas yescribía encima los nombres de los agresores, para exponerlosde este modo a la censura de todos. Cuando los muchachos dela calle le rodeaban y le decían, para irritarJo: tenemos mie-do a que nos muerdas; les replicaba: no tengáis cuidado, pueslos perros no comen acelgas. En una comida, uno de los co-mentales se dedicó a arrojarle huesos, como a los perros; enton-ces, el filósofo se fué hacia él, levantó la pierna y lo meó, comoun can. A un tirano que le preguntó de qué bronce debíanfundirse las estatuas, le dió esta excelente respuesta: del bron-ce de que se fundieron las estatuas de Harmodio y Aristogitón.Diógenes intentó también comer carne cruda, pero el ensayole dió malos resultados; no pudo digerirla y murió a edadavanzadísima, en medio de la calle, como había vivido.s"

e) Cínicos posteriores. Antístenes y Diógenes eran, comohemos visto, hombres de espíritu muy cultivado. Los cínicos

86 Dióge nes Laercio, VI, 29 s. (74); II, 68; VI, 26, 41, 33, 45 s., 50,76 s. (34).

PLATÓN 135que vienen después producen también indignación por sus ex-tremos de desenfado; no son, por lo demás, sino repugnantesmendigos a quienes produce indecible satisfacción irritar a losdemás con sus desvergüenzas. No hay para qué tenerlos encuenta en una historia de la filosofía, y merecen en el plenosentido de la palabra el nombre de "perros" que en tiempos sedió a esta escuela filosófica, pues el perro, esta bestia desver-gonzada, caracteriza plenamente su modo de ser. Crates deTebas e Hiparquia, una cínica, se ayuntaban en la plaza pú-blica.s"

La independencia de que los cínicos se jactaban tanto era,más bien, dependencia, pues mientras que toda otra esfera dela vida activa entraña el momento afirmativo de la libre espi-ritualidad, aquello equivale a volver la espalda a la esfera enque puede disfrutarse del elemento de la libertad.

CAPÍTULO 3

PLA TON Y ARISTóTELES

La ciencia filosófica empieza a desarrollarse como tal y elpunto de vista socrático empieza a adquirir rasgos de cientifici-dad a partir de Platón, y la trayectoria que éste inicia llega a suremate con Aristóteles. Nadie tiene más derecho que estos dospensadores a llamarse maestros del género humano.

A) PLATÓN

Platón tiene también su puesto entre los filósofos socráticos;es el más famoso de los amigos y oyentes de Sócrates y concibióen toda su verdad el principio de su maestro según el cual laesencia reside en la conciencia, ya que de acuerdo con él lo ab-soluto ha de buscarse en el pensamiento y toda realidad espensamiento: no el pensamiento unilateral o el pensamientoconcebido en el sentido del idealismo malo, según el cualel pensamiento reaparece en uno de los lados, se concibe comopensamiento consciente y se enfrenta a la realidad, sino el pen-samiento que abarca en una unidad tanto la realidad como elpensar, el concepto y su realidad en el movimiento de la cien-cia, y la idea de un todo científico. Así, pues, mientras queSócrates sólo concebía el pensamiento que es en y para sí como

87 Diógeries Laercío, VI, 85, 96-97.