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José Díaz Fernández (derecha) en 1940, en Toulouse. Le acompaña el rabino sefardí Coria.
Los Cuadernos de Asturias
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JOSE DIAZ FERNANDEZ:LA SUPERACION DEL VANGUARDISMO
José Manuel López de Abiada
Para Gustav Siebenmann,
maestro y amigo
Elaborar una lista de manuales e historias de la literatura que ignoran la validez de la obra de José Díaz Fernández, sería tarea más ardua que enu
merar aquéllos que le dedican algunas frases, aunque sea solamente de pasada. Pocos han sido los críticos que, sin elogiarle gratuitamente, han sospechado en su obra cierta transcendencia literaria.
Díaz Fernández coincide exactamente, tanto por el año de su nacimiento ( 1898) como por la publicación de su primer libro importante (1928), con los representantes de la generación del 27 y con la aparición de varias de las obras capitales del momento generacional (1). Es, además, uno de los pocos de esa promoción que, al margen de la literatura oficial, luchará desde un principio contra el distanciamiento frente a las generaciones inmediatas y contra la evidente ruptura con la tradición literaria («Clarín», Galdós, Blasco Ibáñez, Cigues Aparicio y otros). Tratará a su vez (aceptando y sirviéndose al mismo tiempo de las coordenadas estéticas de la época: la depurada técnica vanguardista y su estilo palpitante y fragmentario) de acercarla más aún a un objetivo concreto: la crí-
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tica constructiva de la sociedad y de las instituciones políticas de su tiempo.
Al contrario de la gran mayoría de sus coetáneos, que no veía en los acontecimientos italianos y españoles de los primeros años de la década de los 20 ningún signo alarmante, Díaz Fernández se percata claramente de la insensatez e ingenuidad del optimismo casi general en los círculos de la juventud intelectual (2) e intenta documentar en su obra la inmediata realidad social. No por ello renuncia a las válidas aportaciones que la vanguardia, la «nueva literatura», había empezado a descubrir (grosso modo en torno a la fecha del tricentenario de Góngora), pero que, a pesar de todo, desdeña la realidad social y se refugia en una problemática de menudencias altamente intelectualizada.
Asiduo de la tertulia de Ortega, lector atento de las numerosas traducciones de autores rusos y soviéticos, fue uno de los pocos que supieron percatarse del valor de la aportación orteguiana (de lo positivo y de lo contraproducente). En una época extremadamente rica en revistas (3), supo advertir sus «limitaciones» y, por dos veces, con un reducido grupo de colaboradores y con grandes dificultades económicas, promover dos revistas para llenar la laguna cultural existente: Post-Guerra(1927-28) y Nueva España (1930-31). Cooperó directa y decisivamente en la superación de la literatura vanguardista con su libro teórico El nuevoromanticismo (1930), obra clave que, además de presentar claramente las convicciones estéticas, poéticas e ideológicas del autor, aboga explícitamente por la politización del escritor, y hace un análisis agudo y detallado de la literatura de vanguardia española. No es de extrañar que este ensayo generase vasta e impetuosa polémica y que varios escritores, siguiendo su llamada, abandonasen definitivamente las filas estéticas en las que militaban para integrarse en el movimiento socialrealista. No se piense, sin embargo, que para Díaz Fernández la politización del escritor implicaba forzosamente que las obras desembocasen en el mero panfleto político carente de valor literario; sus dos novelas, El blocao ( 1928) y La Venusmecánica (1929), son ejemplos evidentes.
Pero pronto la literatura que él preconizaba en su ensayo -la literatura de «avanzada»-, que ensalzaba lo humano como elemento constitutivo indispensable del arte y declaraba el compromiso como suma obligación del escritor, se saldría de la senda señalada por su promotor teórico y se convertiría en objetiva, colectivista, impregnada de un crudo realismo exento ·de adornos verbales: en sólo dos años se pasa de la estética de El blocao a la de Imán de Ramón J. Sénder.
Con la llegada de la República,· en parte por hallarse absorbido por sus actividades políticas y periodísticas, pero sobre todo decepcionado estéticamente y sorprendido por el cariz que tomaba la literatura que él directamente había promovido, descuida definitivamente sus labores literarias: su
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obra se cierra sin haber llegado hasta dónde su capacidad le hubiese permitido. Pero no sin antes adelantarse e indicar claramente -sus dos novelas son verdaderos enlaces entre la novela vanguardista y la social- cuál había de ser el camino a seguir. Es, precisamente, esta situación de precursor la que también le condiciona fuertemente y casi le condena a ser un escritor de transición que sabe señr,Iar airosamente la salida del laberinto vanguardista, pero que a la vez se muestra incapaz de superar los límites del escritor pequeñoburgués-prerrevolucionario.
PERFIL BIOBIBLIOGRAFICO DE
JOSE DIAZ FERNANDEZ
Como hasta la fecha se desconocen muchos detalles de su biografía y esos son esenciales para la comprensión de su obra, nos parece oportuno reunirlos, aunque sólo sea de forma muy concisa.
Díaz Fernández nació en Aldea del Obispo (Sa-1 lamanca) el 20 de mayo de 1898, pueblo en el que entonces su padre era carabinero. Niño aún, sus padres se trasladaron a Castropol (Asturias), villa muy cercana a la aldea de origen de su madre, Viavélez. En Castropol, que él siempre consideraría como pueblo natal, cursó la primera enseñanza y, guiado por amigos mayores y por su madre, mujer de gran valía e inteligencia que fomentó las ambiciones literarias de su hijo, se preparó para la segunda. Su vocación literaria fue muy precoz y, todavík1 muchacho adolescente, fundó un periódico manuscrito de efímera vida, La Tinaja, y publicp sus primeros trabajos en Río Navia y Ecode Navia, periódicos de la villa que les da el nombre. A partir de 1917 comienza a colaborar regularmente con poesías y comentarios políticos y literarios en el periódico trimensual Castropol,al que es fiel hasta 1924. Funda con otros jóvenes de la villa el periódico Juventud y escribe la pri-
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mera novela corta El abrazo eterno y la comedia La pesca del novio. Se gana la vida como escribiente en una notaria.
Movido por su vocación literaria y con el deseo de estudiar se traslada en 1918 a Oviedo, donde trabaja como contable en un hotel y sigue lecciones de Derecho. Este mismo año funda con otros jóvenes la revista de cultura Alma Astur y publica cuentos y ;poesías en revistas de reputación, por lo que nace en él la idea de dedicarse exclusivamente al periodismo.
En 1920 entra en la redacción del diario gijonés de matiz republicano El Noroeste, donde se hace un nombre como cronista y como poeta. Su carrera en la redacción de El Noroeste es bruscamente interrumpida en septiembre de 1921, al tener l�ue incorporarse al batallón expedicionario del Regimiento de Infantería de Tarragona, compuest� exclusivamente por soldados asturianos. Su b*allón será destinado a las posiciones del Gorges (Marruecos). Con otros 16 soldados, un
• cabo y un sargento, es designado para oéuparblocaos en la zona de Tetuán y Beni Arós, dondepermanece hasta su licenciamiento definitivo, enagosto de 1922.
La experiencia africana, en la que vio claramente la realidad brutal del colonialismo y de laguerra, la corrupción de la administr.ación y losintereses bélicos defendidos por la clase domi0
nante española, dejó profundas huellas en su espíritu. Como muchos soldados españoles, regresóde Marruecos con la plena convicción de hacertodo lo posible para cambiar el Estado español.Durante su servicio militar, Díaz Fernándezmandó crónicas casi diarias a El Noroeste, quetuvieron gran eco entre los lectores y le hicieronmuy conocido en Asturias. Estas crónicas, variadísimas, sabrosas y prietas, abarcaban desde ladescripción del paisaje al arte arquitectónico deTetuán, de la cultura o la psicología del pueblomarrbquí a divagaciones líricas y filosóficas, de lapolítica militar en Africa a la vida en campaña yen el blocao, de anécdotas de soldados al sentidodel servicio militar y de la muerte de los soldados.En el fondo de cada crónica, que tenían comopretexto informar a los asturianos sobre sus soldados, late, muy bien mimetizado en su estilofluyente y ameno, un espíritu de preocupaciónsocial, antibélico y antimilitarista. Ello no obstante, fue acusado de vulnerar la disciplina military se le instruyó un proceso que pudo ser sobre�seído sólo después de largos y difíciles trámites ydiligencias.
De regreso en Gijón vuelve a ocupar su puestoen la redacción de El Noroeste e inicia la seccióndiaria «Reflejos», con la que adquiere gran prestigio. En el concurso celebrado por el diario madrileño La Libertad para premiar las mejores cróni-.cas de guerra, Díaz Fernández obtiene el segundopremio. Esto le proporciona la correspondencialiteraria de Asturias para el periódico madrileño,por lo que su crédito de critico sobrepasa los,
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límites provinciales de El Noroeste. También El:Sol le ofrece poco después el cargo de correspon-' sal literario. Para entonces ya había publicado, en la colección «La novela asturiana», El ídolo roto·(1923). A la par de estos trabajos de periodismo, desemp�ña otros culturales y políticos, sobre todo'. en el Ateneo Obrero de Gijón, cuya secretaría tuvo a su cargo. Desde un principio se declara contrario a la dictadura de Primo de Rivera y se convierte en uno de los principales organizadores de los movimientos de protesta y rebeldía en Gijón. Estas actividades políticas le acarrean contratiempos profesionales y una breve estancia en la cárcel, acusado de reunión clandestina.
En 1925 El Sol le ofrece un puesto en la redacción. Su amigo Fernando G. Vela, íntimo colaborador de Ortega y secretario de la Revista de Occidente, le introduce en el círculo intelectual del filósofo. Poco después acepta el cargo de critico literario en el diario nocturno de la misma empresa, La Voz. Nuestro autor se integra en la vida política madrileña, participando activamente en los movimientos estudiantiles y en la conspiración del 24 de junio, con motivo de la cual es detenido. Con otros correligionarios (Joaquín Arderíus, José Antonio Balbotín, Rafael Giménez Siles, Juan Andrade y otros), crea la empresa editorial Ediciones Oriente (4), cuyo programa era la traducción de obras avanzadas.
La reputación literaria de que gozaba en los círculos intelectuales madrileños se ve confirmada al concederle el jurado calificador del concurso de cuentos organizado por el Imparcial ( 1927) por su relato «El blocao». En julio del año siguiente publica bajo este mismo título, además del premiado, otros seis relatos cuya unidad común es la atmósfera de la guerra marroquí; de ahí el subtítulo Novela de Marruecos (5). Este libro es calurosamente acogido por la crítica y considerado unánimente como acontecimiento literario; a los tres
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meses se había publicado la segunda edición y, antes de que apareciese la tercera, ya había sido traducido al francés, inglés y alemán. En esta misma época colabora activamente en la revista de vanguardia política y literaria Post-Guerra, fundada por un grupo de jóvenes intelectuales de ideología afín (Balbotín, Girnénez Siles, Díaz Fernández, Venegas y otros), y cuyos objetivos principales eran: la transformación de la sociedad burguesa; la unidad sindical contra el imperialismo y la solidaridad con los pueblos colonizados; una literatura -y un arte- en función de esta lucha. Post-Guerra representa en su época la única tentativa de los intelectuales españoles para superar la neta división entre la vanguardia política y la vanguardia literaria.
Sigue combatiendo a la dictadura y colabora en la Acción Republicana, lo que le acarrea tres meses de cárcel en la Modelo de Madrid y otros tantos en el exilio en Lisboa (febrero-septiembre de 1929). En este período de cárcel y exilio escribe La Venus mecánica, que refleja el Madrid de entonces y las luchas e inquietudes políticas del momento. Para proseguir su combate contra la dictadura y la monarquía funda y dirige -con Antonio Espina y Adolfo Salazar (que se retira después del segundo número, cuyo puesto ocupa Arderíus)- Nueva España. La revista alcanza 40.000 ejemplares en su segundo número y aparece «con la aspiración de ser el órgano de enlace de la generación de 1930 y el más avanzado de la izquierda española»; la envergadura de este propósito muestra claramente su intención política.
A finales de 1930 aparece El nuevo romanticismo; su subtítulo ( «polémica de arte, política y literatura») indica con suficiente claridad su orientación.
Al cambiar de dueño El Sol veinte días antes de proclamarse la República y caer en manos de una empresa de carácter monárquico, Díaz Fernández se une a los redactores y colaboradores que abandonan el periódico ( entre ellos Fernando Vela y Ramón J. Sénder) y pasa a la redacción de Crisol y de Luz, fundados y mantenidos por quienes habían dejado El Sol.
En las elecciones constitucionales para las Cortes Constituyentes del 31, Díaz Fernández, candidato del partido radical-socialista, es elegido diputado a Cortes por Asturias. En este mismo año publica dos novelas cortas, La Largueza (6) y Cruce de caminos (7), y, en colaboración con Arderíus, La vida de Fermín Galán (8), una biografía del héroe y mártir del fracasado pronunciamiento de Jaca. En esta época, además de diputado a Cortes y de la actividad periodística, desempeña el cargo de secretario político del ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés.
Con el triunfo de las derechas en 1933, Díaz Fernández se aparta de la política activa. Al cambiar de orientación el diario Luz, deja su redacción y colabora en El Liberal con ensayos políticos y literarios y en otros órganos de información (La
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Estampa, La Vanguardia, La Nación, Buenos Aires, y La Dépeche, Toulouse). En 1935, bajo el seudónimo de «José Canel», publica Octubre rojo en Asturias, libro encendido y objetivo sobre la revolución asturiana del 34. Algunos de sus trabajos aparecen en revistas extranjeras. Con las elecciones del 16 de febrero del 36 vuelve a la política activa y ofrece su candidatura de diputado a Cortes por Murcia, en el Frente Popular, obteniendo el acta.
Durante la guerra es secretario político de Instrucción Pública, y, en 1938, jefe de Prensa en Barcelona. El 26 de enero de 1939 pasa con su mujer e hija a Francia, pero es internado inmediatamente en un campo de concentración, del que sale sólo después de largos trámites. En espera de un pasaje para Cuba elige Toulouse corno residencia provisional, por haber colaborado en La Dépeche. En Toulouse -corno su hija me comunicale sorprende la muerte el 18 de febrero de 1941, «en la miseria de una chambre meublée ( ... ). Los amigos tuvieron que hacer una colecta para su entierro. Llevaba encima del ataúd una cinta con los colores republicanos, que mi madre había cosido durante la noche» (9).
«EL BLOCAO» Y «LA VENUS MECANICA»
Hemos aludido al éxito de El blocao, novela que, además de colocar a su autor en un primer plano de actualidad literaria, constituye un logro sin precedentes dentro de las corrientes de la nueva narrativa. Hemos también vislumbrado su contenido: El blocao pretende la representación literaria de algunos aspectos de guerra. Ofrece, además, dentro del marco de la historia de la literatura española, otro aspecto importante: se trata del primer libro crítico de la guerra marroquí (10), presenta una áspera crítica social y reúne todas las peculiaridades principales que Gil Ca-
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sado especifica en la novela social (11): puede afirmarse que con El blocao se inicia la novela social de «el nuevo romanticismo», enlazando así con la tradición literaria interrumpida por la denominada novela deshumanizada (12).
Aunque la literatura sobre la guerra no fuese nada nuevo (Barbusse, Latzko y otros habían sido muy pronto traducidos al español) (13), la forma de presentarla sí lo es: en Díaz Fernández no encontramos, como por ejemplo en Barbusse, una continua y encendida protesta contra la carnicería de la guerra; pero sus imágenes no son por ello menos convincentes: exento de toda clase de enumeraciones monótonas de los hechos, no hallamos en todo el libro pasaje alguno de excesivo realismo en el que se dé un sobrevalor a los momentos externos. De ahí el sincero humanismo y la acusación a la guerra a través de una selección estricta de los hechos y de una severa composición.
Destruye despiadadamente todo tipo de ilusiones románticas y dibuja la realidad brutal de la guerra y sus funestas consecuencias para los soldados, por lo que no hay ni héroes, ni entusiasmo, ni momentos enaltecedores, demoliendo también el mito de la hombría del soldado español y del talento de sus caudillos: son presentados en toda su desgracia e infelicidad. La muerte acecha, pero el lector atento se percata en seguida de que el verdadero adversario del soldado no es tanto ni la muerte ni el enemigo invisible que el narrador de vez en cuando insinúa, sino -y he aquí las características bélicas nuevas- la monotonía, la inmovilidad, el aburrimiento, la futilidad de los sufrimientos, la conciencia de una juventud estéril, la abstinencia sexual forzosa y un largo etcétera, que rondan de continuo. Además, cuando Díaz Fernández presenta cuadros crudos sobre la guerra, no cae en el naturalismo, ya que huye sistemática y consecuentemente de la fotografía externa, y no se regocija en presentar al lector imágenes o estampas macabras y minuciosamente detalladas sobre los heridos o los muertos en el combate.
Si a lo largo de la narración acechan la muerte, la monotonía, la que, a medida que se avanza en la lectura, va aumentando en intensidad, hasta convertirse en martilleo obsesivo: la injusticia de la guerra y su falta de sentido. El narrador persigue un objetivo concreto: incitar al lector a la meditación y acrecentar su conciencia política.
El blocao está además caracterizado por una lengua clara y sencilla -y precisa al mismo tiempo-, exenta de todo ringorrango u ornamento estilístico superfluo que impida o dificulte la captación del mensaje (14). Su «estilo recto y desnudo» no sólo proviene de una posición ideológica concreta ante la función de la literatura, sino también del hecho de haber elegido como tema de narración algo profunda y dramáticamente vivido.
La falta de un diálogo diferenciado y extenso caracteriza también a El blocao. El diálogo es insólitamente corto: se establece sólo si es im-
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prescindible para el desarrollo y la fluidez de la acción, o para que los personajes expresen sus pensamientos y sensaciones. De ahí que sean los personajes quienes individualmente caracterizan el diálogo (el significado) y no los elementos constitutivos lingüísticos (el significante): la narración se lleva la parte del león, por lo que la historia, o sea, el contenido narrativo, aparece excepcionalmente dinámica.
Como no disponemos del espacio necesario para llevar a cabo un análisis detallado de la estructura novelesca, de su originalidad dentro del panorama literario de la época y de los principales aspectos del libro ( 15), haremos algunas consideraciones acerca de su mensaje capital, limitándonos a Magdalena roja, su relato central. Central no por su posición privilegiada -el cuarto de siete, es decir, el del centro- o por exceder claramente a los otros en extensión (76 páginas de las 199 de la primera edición), sino por la problemática que en él se aborda: el intelectual ambivalente que se acerca a los grupos obreros movido PQr una mezcla de romanticismo y conocimientos teóricos, pero que al fin no se inserta en el movimiento proletario revolucionario; la coherencia que ha de demostrar todo intelectual comprometido entre su teoría filosófico-política y su comportamiento práctico; la necesidad de crear un nuevo tipo de intelectual; la importancia de L1 lucha política y social para llegar a una sociedad más justa, o sea, socialista; el combate contra el imperialismo; la agitación política; el terrorismo revolucionario; la vocación universalista; la necesidad de la unidad sindical; el marxismo como concepción integral de la vida; la acusación al reaccionarismo -político y social- de la literatura de vanguardia.
Magdalena roja, con Barcelona y Marruecos como lugares de acción, presenta tres personajes del movimiento proletario revolucionario, fácilmente identificables como representantes prototí-
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picos de tres grupos políticos que difieren entre sí y que -en la opinión del narrador, que les toma el pulso política, social, cívica y humanamente- en modo alguno tienen un valor equiparable.
Pascual Domínguez, líder de los sindicatos, especie de reencarnación de Marx (16), es para el narrador el único personaje positivo del relato. En él constatamos en seguida una lucha desinteresada y honesta por una sociedad justa y socialista, una vocación universitaria (había hecho «viajes de agitador» a América), una actitud de comprensión generosa, afabilidad y cordialidad en el trato: es el representante por excelencia del hombre verdaderamente humano. Inteligente y responsable, trata con todas sus fuerzas de sanar los resquebrajos abiertos en la clase obrera por causa de la desunión sindical; personifica al intelectual que ha logrado insertarse plenamente en el movimiento proletario revolucionario; por su comportamiento realista y sus dotes de estratega debe ser tomado como ejemplo por los demás intelectuales, cuya meta ha de ser rendirse útiles, insertándose en la clase progresista para realizar la alta misión histórica que le espera: sacar la producción y la civilización de los parámetros de la sociedad burguesa. He aquí, pues, la moral del relato.
Por el contrario, Angustias, que también reúne cualidades positivas y es la verdadera protagonista, no está exenta de rasgos ambivalentes y dudosos que se revelan como factores contraproducentes para alcanzar los objetivos revolucionarios. Estos rasgos calificables de negativos, aparecen cristalizados especialmente en algunos epítetos y sintagmas individuales a lo largo del relato. Angustias es «altiva y fanática» (p. 57), «áspera, dominante y voluntariosa» (p. 58), «desdeñosa, impávida y glacial» (p. 84), «anarquista e individualista; una soñadora que se divierte con el peligro» (p. 78). El amor que siente por Pascual no es sincero: proviene más bien de una admiración que raya en el culto a la persona. Su ofrecimiento a la causa no es del todo desinteresado, pues que proviene de un resentimiento hacia su pasado, de un ahogado deseo de maternidad frustrada y de la erradicación sufrida al cambiar en su juventud el modesto círculo social de su niñez por el de cocota.
Pero, como decíamos, el narrador le concede cualidades positivas: su comportamiento rectilíneo y consecuente en la persecución de sus ideales. Angustias, en este aspecto, no admite compromiso alguno, y no duda en recurrir a cualquier clase de medios para conseguir sus propósitos (p. 77). Es «una obrera de la causa» (p. 61).
De ahí que ella juzgue a cada individuo por su «capacidad revolucionaria» (p. 61) y que la acción política sea, sin miramiento ni compromiso alguno, el punto central de «la causa», de la «idea»; es, como el narrador observa, «una obrera de la idea» (p. 61). Aunque Angustias, cegada por su rencor y resentimiento (pp. 63, 65 y 66) hacia el mundo burgués de su juventud, no obre en per-
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fecta cuenta de cuál es la vía que los trabajadores manuales han de seguir para cambiar sus condiciones vitales: unirse disciplinada y organizadamente para conseguir la fuerza, o sea, aspirar a la unidad sindical y educarse para poder captar racionalmente su situación y verbalizarla (p. 63). En suma, comprende la importancia política de la cultura, la cultura en función del triunfo político.
Al desplazarse de la gran urbe catalana al continente africano para desenvolver «su labor» (p. 77) de contrabando de armas para los moros, Angustias demuestra su solidaridad con los pueblos coloniales en su lucha por la liberación nacional. He aquí, pues, otro de los puntos clave de este relato: Angustias, convertida en Magdalena roja, representa la solidaridad de la población de la metrópoli en la lucha por la desconolonización.
El protagonista masculino del relato, Carlos Arnedo, proyección novelesca del propio autor, encarna al intelectual pequeño burgués que opta por inserirse en el movimiento revolucionario proletario, pero que, por toda una serie de hechos que le condicionan, no lo consigue. En concreto: nuestro intelectual llega a los sindicatos a través de la teoría, empujado más por un romanticismo juvenil que por el pleno convencimiento de la necesidad de cooperación en la lucha del proletariado contra la burguesía (p. 56), se siente incapaz, vacilante por falta de disciplina, y la conciencia le remuerde (p. 57). Ambiguo y titubeante ante la falaz tentación de la vida cómoda, esclavo de un erotismo exagerado y acosado al mismo tiempo por escrúpulos humanitario-burgueses, Carlos Arnedo se revela incapaz de rendir culto espontáneo a la acción directa. Su deseo erótico (p. 66) puede más que sus directrices marxistas, y le empuja a acompañar a Angustias en una empresa homicida y anárquica. Angustias constata que Carlos tiene «una visión literaria de la vida», e intuye, no sin razón, que en la primera ocasión «pasará al campo
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de enfrente» (p. 58). Carlos es, además, «dilettante del obrerismo» (p. 56) por su proveniencia burguesa, e incapaz de «trazar una vida dura, obstinada, rectilínea», y menos aún de seguirla: está perdido para la causa (p. 57). Condicionado, además, por una marcada carga de romanticismo nostálgico y un subjetivismo que borra los límites de la realidad (pp. 56-57), por sus rasgos de «mixtificador ideológico» (p. 75), Carlos Arnedo aparece demasiado ambiguo y contradictorio para poder servir a su ideal: por una parte, no puede liberarse del presentimiento de traición hacia los ideales de su juventud, en los que reconoce el «mejor heroísmo», la vocación universalista que le hace sentirse «camarada del africano o del mongol»; en parte, porque su solidaridad hacia sus compañeros expuestos al sufrimiento y al peligro no es del todo sincera: Carlos se niega a luchar «contra el imperialismo burgués, al lado de los pueblos que defienden su independencia» (p. 78) porque tiene miedo de las consecuencias quepueda traer esta lucha para él. Por eso, al hacersecargo del contrabandista detenido y descubrir quees Angustias, su mayor preocupación será ocultara toda costa que la conoce. De ahí el drama quevive y sus deseos de suicidio: «Volví al cuerpo deguardia y me desabroché la guerrera porque meardía el pecho. ¡ Tampoco entonces tuve valorpara peg�rI?e un tiro!» (p. 85).
Recapitulando, el protagonista masculino aparece como un personaje contradictorio: el narrador subraya el carácter de transición del individuo que todavía no sabe dónde integrarse, pero que opta al final por una de las dos alternativas existentes, que se excluyen por su carácter antitético (la solidaridad con los pueblos coloniales o, por el contrario, con los soldados de su campamento, que son en la práctica los enemigos de los primeros); el acercamiento del sargento Arnedo (que personifica al obrero intelectual) a los soldados (el obrero manual) parece ser la consecuencia de viviendas, peligros y luchas comunes. De esta constatación resulta que el personaje contradictorio de antes se ha transformado: ha pasado del personaje incoherente, indeciso y egoísta, sumergido en una tónica de individualismo, al personaje colectivo y solidario, aunque, como hemos visto, dado su carácter antitético, queda todavía una duda en cuanto a la sinceridad de su decisión. Ello no obstante -y a pesar de todo-, se puede afirmar que el protagonista masculino de Magdalena roja, al rechazar la propuesta de colaboración que Angustias le hace, opta conscientemente por su suicidio político.
Nos encontramos, pues, ante un personaje contradictorio, entre individualista y colectivista. Un personaje intermedio que, por su individualismo, inacción y erotismo parece reunir las cualidades típicas de los protagonistas de las novelas de vanguardia de la época, pero que por su tendencia al colectivismo, su ideología, su deseo de acción y
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de solidaridad, enlaza directamente con los personajes de la novela social.
Personaje intermedio -repito- que sin haberse despegado totalmente de lo tradicional, no ha logrado todavía integrarse por completo en la nueva novela, aunque haya ganado al final en coherencia ideológica y en personalidad: se trata, sirviéndonos del léxico del propio Díaz Fernández, de un personaje a caballo entre la «literatura de vanguardia» y la «literatura de avanzada» (17).
Al contrario de El blocao, La Venus mecánica (18) fue completamente ignorada por la crítica: sequiso ver en ella sólo una tentativa de acercamiento a las corrientes en boga del «arte nuevo».
Sin embargo, La Venus mecánica es una novela de acción: en ella muestra el autor la transformación ideológica de Obdulia, la protagonista femenina; expone minuciosamente la metamorfosis política del periodista Víctor, que acaba en la cárcel por identificarse y solidarizarse con las luchas e inquietudes del momento; opta, sobre todo, clara y sinceramente, por el contenido social, mostrando con pelos y señales la realidad político-social del Madrid de la época; defiende, en fin, a la mujer que, víctima del egoísmo del hombre, se ve reducida a «Venus mecánica», a muñeca de amor, y plantea abiertamente el tema de la emancipación de la mujer.
Es cierto -y esto es lo que ha desorientado a los críticos- que la novela está surcada por disgresiones líricas que parecen interrumpir a intervalos el flujo del discurso, de la historia y de la acción. Sin embargo, por medio de estas disgresiones líricas, el narrador, además de ofrecer una contribución a la estética de la época, trenza virulentas reverberaciones poéticas que recalcan y robustecen el contenido de la acción en general y, sobre todo, de sus elementos cardinales: se trata de alternaciones rítmicas en las que la velocidad narrativa se
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reduce con frecuencia a cero y el mensaje se desintegra totalmente de la historia.
Si en El blocao Díaz Fernández ensaya una técnica narrativa nueva que, en su opinión, correspondía a las exigencias de la época y de la vida ( 19) (por lo que la crítica le ha acusado de fragmentarismo y ha discutido a El blocao el rótulo de novela), La Venus mecánica se acerca más al modelo «tradicional» de la novela: la acción se desenvuelve en sucesiones lógicas y cronológicas hasta llegar a un fin. Y sin embargo, aunque algunos aspectos cambien, La Venus mecánica también acusa esta especie de falso fragmentarismo que proviene, como ya hemos dicho, de las digresiones líricas, reflejo a su vez de la constante búsqueda de «formas nuevas» que permitieran expresar lo más fielmente posible la problemática y las preocupaciones de la época.
Pero aunque estos pasajes líricos parezcan interrumpir la narración, tienen, por el contrario, su función dentro de la narrativa: los advenimientos que en ellos se relatan no sólo se integran en la historia, sino que forman parte de ella porque pertenecen y se refieren a su mundo espacio-temporal (20).
Al contrario de las novelas vanguardistas, aún absorbidas por la búsqueda de la pureza (que desde hacía años se venía preconizando en el grupo de la Revista de Occidente), La Venus mecánica, siguiendo y ampliando la pauta y el impulso creador manifestados en El blocao, se desenvuelve en un cuadro histórico real: las persecuciones políticas, las conspiraciones, las huelgas y las injusticias de los tres últimos años de la dictadura de Primo de Rivera. Incluso el mismísimo dictador pasa a ser uno de los actores de la narración, representado en la figura del general Villagomil.
El protagonista masculino de La Venus mecánica, el intelectual contradictorio y revolucionario Víctor Murias, es también fácilmente identificable con Díaz Fernández: como él es periodista (p. 23), escritor (p. 29) y tiene treinta años (p. 18). Víctor es un hombre antinómico: poseído de una cólera pueril (p. 10), «mezcla de memoria y corazón» (p. 11); perseguidor casi patológico de las mujeres, olvida por largas temporadas su responsabilidad profesional (p. 11). Hombre casi sin historia (p. 29), alberga en sí la tragedia de dos hombres: «el español secular y el europeo civilizado» (p. 21).
Pero en Víctor hay también gérmenes positivos que van creciendo claramente a la par que su relación con Obdulia y su ideología socialista se consolidan. El hombre de antaño, «voluntarioso e inadaptado» (p. 69), desconfiado y fatalista «hasta el punto de juzgar irremediables los males humanos» (p. 90), siente ahora y sufre «como nadie las injusticias del mundo» (p. 90). El hombre de antaño, sometido a sus «caprichos y aprensiones» (p. 152), siente el deseo de dedicarse al «alto mandato humano», la «necesidad de consagrarse a una gran obra»; se hace partidario de la acción, de
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«armar a los obreros, sublevar a los soldados, inyectar rebeldía a los proscritos» (p. 159), de «provocar la gran revolución» (p. 190).
El hombre que al principio flirteaba esporádicamente con las ideas socialistas, se convierte con el pasar del tiempo (al ir dándose cuenta de la urgencia de dar a la vida «un sentido más puro y un gesto más humano», p. 94) en auténtico socialista que ofrece desinteresadamente su ayuda a los oprimidos (p. 266); se convierte en socialista perseguido que escribe «artículos denunciados por el fiscal» (p. 246), en luchador dinámico y optimista (p. 310).
Vemos, pues, cómo Víctor -he aquí la funcionalidad de su nombre- deja atrás al hombre superficial, descontento y medio soreliano (p. 14) para convertirse en el hombre de acción (pp. 185 y 269) y revolucionario (p. 190). Sí, eso es Víctor: el hombre antitético por excelencia (pp. 90 y 200), el hombre transitorio -he aquí una de las claves principales de la novela- entre el escéptico, egocéntrico e individualista de la novela de vanguardia y el hombre de avanzada que, al contrario de Carlos Arnedo en Magdalena roja, llega a superarse y se compromete directamente en la acción revolucionaria, poniendo a su servicio todos los medios de que dispone.
Su ideología socialista, su amor a la justicia, el profundo de�eo de bienestar para todo el pueblo (pp. 158-59), le sacan definitivamente de los barrancos de las depresiones, del escepticismo y de las incoherencias de comportamiento, haciéndole creer en un futuro mejor. Es aquí precisamente donde nos parece encontrar más claramente aún que en El blocao los síntomas evidentes de una superación neta de la novela vanguardista, el arranque de la verdadera novela social española, de la novela revolucionaria que tanto auge tendría en los años de la República (21).
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Los Cuadernos de Asturias
CONCLUSIONES
Aunque nuestra exposición peque de concisa, hemos podido constatar que José Díaz Fernández juega un papel importante en la vida literaria y cultural española de los últimos años de la Monarquía y primeros de la República: sus postulados estético-literarios contribuyen decididamente a desintegrar la literatura de vanguardia y a marcar los caminos que había de seguir la que él denominó literatura de avanzada. La literatura de avanzada o nuevo romanticismo se opone a la concepción del arte vanguardista, en el que, en mayor o menor grado, predominaban la evasión, la intranscendencia de la temática, los ejercicios gratuitos de virtuosismo artístico, el apoliticismo y la actitud escapista o excesivamente metafísica. Pero, al mismo tiempo, optando por un arte no condicionado por la disertación política ni adscrito a una ortodoxia ideológica determinada; aunque convencido de que un escritor, «una sensibilidad de artista», nunca podrá «permanecer indiferente a los conflictos de la lucha individual o colectiva, ni a las reacciones de tipo humano dentro de la lucha social» (22). De ahí su reiteración en afirmar que la «vuelta a lo humano» habría de ser una de las características fundamentales del nuevo romanticismo, que además agregaría «a su pensamiento y a su estilo las cualidades específicas del tiempo presente», o sea: «síntesis, dinamismo, renovación metafórica, agresión a las formas académicas» (23). Convergencia, en su opinión, pues, de tres concepciones fundamentales para la creación artística: esmero en la elaboración formal como primera condición ineludible, sensibilidad y disponibilidad para afrontar «aquellos temas susceptibles de interpretación artística que posean, por propia naturaleza, un contenido moral» (24), intuición artística y habilidad práctica para lograr una confluencia ideal entre arte libre y compromiso consciente.
Pero José Díaz Fernández no se limita a las aportaciones teóricas: El blocao y La Venus' mecánica son dos pruebas elocuentes de la estrecha fusión de sus teorías y de su práctica literaria.
El protagonista-narrador de El blocao e� un digno representante del personaje egocéntrico e individualista (pero de un individualismo ya muy en crisis) de la novela de vanguardia, y del narrador dotado de conciencia política de la novela de avanzada. El protagonista masculino de La Venusmecánica es un hombre de transición entre el escéptico e individualista de la novela de vanguardia y el hombre que llega a superarse y se compromete directamente en la acción revolucionaria.
En los años de la República, cuando en las novelas del nuevo romanticismo español comienza a reflejarse una politización progresiva, un dogmatismo intransigente, unas ideologías disparatadas e irreconciliables, Díaz Fernández deja de escribir novelas: la novela de avanzada se ve desbordada por el nuevo idioma del realismo social revolucio-
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nario, acaparado por la revolución proletaria: se convierte en novela de consigna.
Díaz Fernández, quien, al contrario de Ortega, propugnaba un arte popular que respondiera a las preocupaciones colectivas y asumiera la obligación de cambiar toda una serie de situaciones humanas injustas, sirviéndose de un lenguaje revolucionario, se ve como marginado por los escritores de la novela revolucionaria, frecuentemente identificados con los partidos campesinos y obreros.
Por estas razones principalmente su obra queda truncada. Sin embargo, aunque ésta no ofrezca ningún punto culminante y aunque, como escritor (su prematura muerte se lo impidió), no llegara a plena madurez, encarna e indica un claro cambio de rumbo en la literatura española -de la �vanguardia al realismo, del apoliticismo �aséptico al compromiso aceptado. �
NOTAS
(1) Precisamente en este año aparecen (tanto en poesíacomo en prosa) varias de las obras capitales del momento generacional: el Romancero gitano de Lorca, Cántico de Guillén, Ambito de Aleixandre, Narciso de Aub, El blocao de Díaz Fernández, Yo, inspector de alcantarillas de Giménez Caballero. Si a este año se añaden uno más en ambas direcciones, mi afirmación resulta aún más obvia: tendriamos en el lapso de tiempo comprendido entre .los años 1927 y 1929 las importantes aportaciones de Alberti, Cernuda, Prados, Espina y otros.
(2) «Ciertamente, no todo era perfecto; ciertamente quedaban por hacer muchas cosas; pero la vía estaba expedita y no había motivo para preocuparse: era cuestión de tiempo y de detalle -aquí un retoque, una reforma allá, y el resultado del happy world estaba al alcance. ( ... ) En cuanto al fascismo italiano ... ¡un fenómeno marginal de pintoresca extravagancia!
En semejante atmósfera de confianza y seguridad que sólo
Los Cuadernos de Asturias
después hubo de parecer insensata, y de espontaneidad social muy efectiva, la literatura pudo avanzar, al lado de la pintura y de la música, en la dirección del arte, es decir, de la pura gratuidad estética, que venía marcada desde el siglo anterior y había de culminar en lo que Ortega describió como la deshumanización del arte.» (Francisco Ayala: «Función social de la literatura», en Revista de Occidente, enero 1964, pp. 97-98).
(3) Consúltese el libro de Juan Manuel Rozas: La generación del 27 desde dentro, Madrid: Ediciones Alcalá, 1974, pp. 32-39.
(4) Para más detalles cf. José Venegas: Andanzas y recuerdos de España, Montevideo: Feria del libro, 1943, pp. 147-48.
(5) El blocao ha sido reeditado, con prólogo de VíctorFuentes, por Ediciones Turner, Madrid, 1975. Cito siempre por esta edición.
(6) La Largueza apareció en el libro colectivo, prologadopor Benjamín Jarnés, Las siete virtudes, Madrid: Espasa Calpe, 1931.
(7) Publicado en la colección La novela de hoy, año X,Madrid, marzo de 1931.
(8) Madrid: Editorial Zeus, 1931.(9) Quiero expresar aquí a Mercedes Díaz mis más sinceras
gracias por haberme proporcionado estos datos. (10) Sobre la guerra de Marruecos habían escrito ya mu
chos por entonces. En lo que a la literatura se refiere, cabe mencionar -ello no quiere decir que tengan una posición critica hacia la guerra colonial africana- los libros de Víctor Ruiz Albéniz: ¡Kelb Rumi! (1922) y Ernesto Giménez Caballero: Notas marruecas de un soldado (1923). Desde el punto de vista «ideológico» quiero recordar al lector el libro de F. Franco Bahamonde: Marruecos. Diario de una bandera,Cuenca, 1922.
(11) Pablo Gil Casado: La novela social española, Barcelona: seix Barral, 1973, p. 66.
(12) No estoy de acuerdo con Pablo Gil Casado cuandoafirma que la novela de Julián Zugazagoitia: Una vida anónima, «inaugura la novela social del nuevo romanticismo» (0. c., p. 99), ya que, aunque el tema sea bien proletari� (el obrero con todos sus sufrimientos e ilusiones), faltan todav¡a la mayoria de los ingredientes estilísticos típicos del «nuevo romanticismo». Como muy bien apunta Gil Casado unas líneas más arriba, la novela de Zugazagoitia es «una obra híbrida de arte social y novela sentimental». Tiene razón en mi opinión Eugenio G. de Nora: La novela española contemporánea, Madrid: Editorial Gredos, 1973, vol. II, p. 437, al encabezar con El blocao la novela social de preguerra.
(13) Henri Barbusse: El fuego, Madrid, 1917 (en 1922 sehabía editado ya tres veces; en 1930 se volvió a reeditar).
Andreas Latzko: Los hombres en guerra, Madrid, 1926. (14) «El autor ha preferido para los siete relatos un estilo
recto y desnudo donde la economía verbal favorezca la emoción» (Prólogo de Díaz Fernández a la primera edición de El blocao).
(15) En mi ensayo; José Díaz Fernández: narrador, crítico,periodista y político, Bellinzona: Casagrande, 1980, se examinan minuciosamente cada uno de los siete relatos (cf. pp. 78-150).
(16) «Pascual, el 'líder', con su sonrisa, que era lo mismoque una grieta de sol entre la nube de la barba( ... )» (p. 57).
(17) El nuevo romanticismo, Madrid: Zeus, 1930, p. 13.(18) Madrid: Renacimiento, 1929.(19) Para Díaz Fernández se trataba de una época «sinté
tica y veloz, maquinista y democrática»; por ello rechaza categórica e intencionadamente la «novela tradicional», que «transporta pesadamente descripciones e intrigas», e intenta «un cuerpo diferente para el contenido eterno» (El blocao, pp. 26-27).
(20) En cuanto a la técnica narrativa en La Venus mecánica remito al interesado a mi citado ensayo, capítulo II. 5.
(21) No podemos detenernos a examinar el personaje femenino de la novela, Obdulia; asimismo excedería los límites que se nos concede analizar los principales aspectos de Elnuevo romanticismo. Sobre este ensayo diazfernandiano va a aparecer próximamente un detallado artículo en CuadernosHispanoamericanos.
(22) El nuevo romanticismo, p. 82.(23) El nuevo romanticismo, p. 47.(24) El nuevo romanticismo, p. 55.
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colección de poesía
14. Blues castellano
Antonio Gamoneda
15. Recuerdo del Bañista, 1950
Xavier Palau
16. Segunda mano
Víctor Botas
17. Antología del Silencio
Manuel Cristóbal
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