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Los Cuadernos de Literatura NUESTRA SEÑORA DE MONTEGRUMO Jerome Charyn L os ragazzi me daban de comer sopa de cubitos adquiridos en el mercado ne- gro. Yo estaba acostado arriba en una habitación llena de ungüentos. Desde allí veía por la ventana las balconadas que esta- ban al otro lado de la Bocea di Leone. Vivía de sol y sopa. Fueron unas cortas vacaciones. Los ragazzi aparecieron sin la sopa de cubitos. «Finito», me dijeron. Piero lloraba. -Volpe, lqué pasa? -El rey ha arrestado a Mussolini. -No pasa nada. Iremos con las SS italianas y rescataremos al Gran Bastardo. -Colonnello, las SS italianas han dejado de existir. -Entonces llamaremos a los Camisas Negras. -Los Camisas Negras desaparecieron del ma- pa después de lo de Mussolini. Sus unirmes flotan por el Tiber. -lY los Mosqueteros del Duce? -Lo hemos comprobado por las noticias de la radio. Somos los últimos scisti de Roma. -lUna brigada? -les pregunté. -Sí. Todo el mundo ensaya para parecerse a los ingleses. -lTambién los alemanes? -No, colonnello. Los alemanes no. Pero tene- mos que darnos prisa. -lPor qué? A los inglesi no les tengo miedo. -No pensaba en los inglesi -dijo Piero-. De quienes tengo miedo es de los conversos. Los que preparan la llegada de los ingleses. Serían capaces de matarnos mientras estuviéramos dor- midos. -lQuién te lo ha dicho? -Nuestras radios no duermen. Hemos capta- do señales de la Villa Wolkonsky. Los almiran- tes nos avisaron esta tarde. -lY a ellos qué más les da? A los almirantes no les gusta precisamente der Pinocchio. Para ellos no soy más que un chiflado. Piero tuvo que explicarme los principios más elementales de la guerra. -Colonnello, siguen atacando de nuestro la- do. Nos han oecido regio y asilo en su villa. Pero no es lugar seguro para usted. Los inglesi le consideran un criminal. Y algunos de nues- tros compatriotas están dispuestos a cobrar re- compensa. Tendremos que sacarle a escondidas de Roma. Los muy bastardos me sacaron de la cama. No tuve ocasión de poder salir de la Bocea di Leone con el unirme negro puesto. Me disazaron 43 con las ropas bastas de un granjero. Me había convertido en víctima de mi propia vía de con- trabando. Teníamos a nuestra disposición a un granjero idiota con su carricoche tirado por ca- ballos. El granjero aquel, Tullio, ni siquiera tuvo la suficiente cabeza como para indicárselo a los Giovanis. Le pagamos una porquería para que sacara de tapadillo a un puñado de judíos y para que nos trajera artículos de contrabando a domi- cilio desde los almacenes de Mamma Madrigale. Les pregunté a los ragazzi adónde iba. -Colonnello, hemos encontrado a un scista que está dispuesto a esconderle. El alcalde de Montegrumo. Ah, se proponían exiliar a Pinocchio a su pue- blo natal. Pero no tenía la menor intención de irme a vivir con el scista de Achille y sus cinco hijas batalladoras. -Piero, por vor, envíame a otro lugar. -No hay otra posibilidad. Sólo el alcalde de Montegrumo. -lAdoptará a toda la brigada? -Nosotros no vamos con usted -dijo Piero-. Nos vamos hacia el sur a buscar a Mussolini. Creemos que lo tienen los inglesi, y nuestra in- tención es rescatar al viejo. Me puse a dar voces con mi disaz de gran- jero. -Moriré antes de dejaros ir a luchar contra los inglesi. No sois más que unos niños, lme oís? Niños. La boca de Volpe hizo una mueca de des- precio. -Colonnello, es una asquerosidad que nos trate de ese modo. Somos la brigada Mussolini. lQué podía decir para retarles? Aquellos chicos eran más rubios y más valientes que Pi- nocchio. Así que les marcó un saludo, le dio a Volpe una palmada en el hombro. -Addio -les dije. -Addio, commendatore. Se acercaron uno por uno y me abrazaron con más cariño del que exigían las obligaciones de su rango. Eran los mejores chicos descarriados de toda la ciudad. Me subí en el carricoche de caballos, escondiéndome debajo de una manta. La coordinación había sido percta. Mientras el carromato chirriaba al salir de la Bocea di Leone, un rebaño de republicanos llegaba a la Boca del León para detener a Sir Pinocchio. -iAbbasso Sinbado! -gritaban en dirección a las ventanas de las casas-. iEvviva Matteotti! iEvviva il papa! iEvviva i1 re! El Espadita se había vuelto a convertir en hé- roe. Así era la política. Nuestra suerte se remon- taba y descendía como el precio de cualquier ob- jeto en el mercado libre. Si viviera lo bastante, podría llegar a ser emperador de Londres, de Roma, o de Addis Abeba. Pero estaba un poco dessado de chas. Tendría que haber salido a las calles durante el carnavale. Los romanos bai- laban en pijama. Se daban más besos que cuan- do estaban bajo la égida de Mussolini. Los abue-

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Los Cuadernos de Literatura

NUESTRA SEÑORA DE MONTEGRUMO

Jerome Charyn

Los ragazzi me daban de comer sopa de cubitos adquiridos en el mercado ne­gro. Y o estaba acostado arriba en una habitación llena de ungüentos. Desde

allí veía por la ventana las balconadas que esta­ban al otro lado de la Bocea di Leone. Vivía de sol y sopa.

Fueron unas cortas vacaciones. Los ragazzi aparecieron sin la sopa de cubitos. «Finito», me dijeron. Piero lloraba.

-Volpe, lqué pasa?-El rey ha arrestado a Mussolini.-No pasa nada. Iremos con las SS italianas y

rescataremos al Gran Bastardo. -Colonnello, las SS italianas han dejado de

existir. -Entonces llamaremos a los Camisas Negras.-Los Camisas Negras desaparecieron del ma-

pa después de lo de Mussolini. Sus uniformes flotan por el Tiber.

-lY los Mosqueteros del Duce?-Lo hemos comprobado por las noticias de la

radio. Somos los últimos fascisti de Roma. -lUna brigada? -les pregunté.-Sí. Todo el mundo ensaya para parecerse a

los ingleses. -l También los alemanes?-No, colonnello. Los alemanes no. Pero tene-

mos que darnos prisa. -lPor qué? A los inglesi no les tengo miedo.-No pensaba en los inglesi -dijo Piero-. De

quienes tengo miedo es de los conversos. Los que preparan la llegada de los ingleses. Serían capaces de matarnos mientras estuviéramos dor­midos.

-lQuién te lo ha dicho?-Nuestras radios no duermen. Hemos capta-

do señales de la Villa Wolkonsky. Los almiran­tes nos avisaron esta tarde.

-lY a ellos qué más les da? A los almirantesno les gusta precisamente der Pinocchio. Para ellos no soy más que un chiflado.

Piero tuvo que explicarme los principios más elementales de la guerra.

-Colonnello, siguen atacando de nuestro la­do. Nos han ofrecido refugio y asilo en su villa. Pero no es lugar seguro para usted. Los inglesi le consideran un criminal. Y algunos de nues­tros compatriotas están dispuestos a cobrar re­compensa. Tendremos que sacarle a escondidas de Roma.

Los muy bastardos me sacaron de la cama. No tuve ocasión de poder salir de la Bocea di Leone con el uniforme negro puesto. Me disfrazaron

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con las ropas bastas de un granjero. Me había convertido en víctima de mi propia vía de con­trabando. Teníamos a nuestra disposición a un granjero idiota con su carricoche tirado por ca­ballos. El granjero aquel, Tullio, ni siquiera tuvo la suficiente cabeza como para indicárselo a los Giovanis. Le pagamos una porquería para que sacara de tapadillo a un puñado de judíos y para que nos trajera artículos de contrabando a domi­cilio desde los almacenes de Mamma Madrigale.

Les pregunté a los ragazzi adónde iba. -Colonnello, hemos encontrado a un fascista

que está dispuesto a esconderle. El alcalde de Montegrumo.

Ah, se proponían exiliar a Pinocchio a su pue­blo natal. Pero no tenía la menor intención de irme a vivir con el fascista de Achille y sus cinco hijas batalladoras.

-Piero, por favor, envíame a otro lugar.-No hay otra posibilidad. Sólo el alcalde de

Montegrumo. -lAdoptará a toda la brigada?-Nosotros no vamos con usted -dijo Piero-.

Nos vamos hacia el sur a buscar a Mussolini. Creemos que lo tienen los inglesi, y nuestra in­tención es rescatar al viejo.

Me puse a dar voces con mi disfraz de gran­jero.

-Moriré antes de dejaros ir a luchar contra losinglesi. No sois más que unos niños, lme oís? Niños.

La boca de Volpe hizo una mueca de des­precio.

-Colonnello, es una asquerosidad que nostrate de ese modo. Somos la brigada Mussolini.

lQué podía decir para refutarles? Aquellos chicos eran más rubios y más valientes que Pi­nocchio. Así que les marcó un saludo, le dio a Volpe una palmada en el hombro.

-Addio -les dije.-Addio, commendatore.Se acercaron uno por uno y me abrazaron con

más cariño del que exigían las obligaciones de su rango. Eran los mejores chicos descarriados de toda la ciudad. Me subí en el carricoche de caballos, escondiéndome debajo de una manta. La coordinación había sido perfecta. Mientras el carromato chirriaba al salir de la Bocea di Leone, un rebaño de republicanos llegaba a la Boca del León para detener a Sir Pinocchio.

-iAbbasso Sinbado! -gritaban en dirección alas ventanas de las casas-. iEvviva Matteotti! iEvviva il papa! iEvviva i1 re!

El Espadita se había vuelto a convertir en hé­roe. Así era la política. Nuestra suerte se remon­taba y descendía como el precio de cualquier ob­jeto en el mercado libre. Si viviera lo bastante, podría llegar a ser emperador de Londres, de Roma, o de Addis Abeba. Pero estaba un poco desfasado de fechas. Tendría que haber salido a las calles durante el carnavale. Los romanos bai­laban en pijama. Se daban más besos que cuan­do estaban bajo la égida de Mussolini. Los abue-

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los se dedicaban a destrozar los emblemas fas­cistas que había por las paredes. Los chicos arrastraban una cabeza de piedra de Mussolini por las calles y querían meterla en una alcantari­lla. Nuestro carricoche tuvo que esperar a que la cabeza cruzara la Bocea di Leone.

Tullio, el granjero idiota, estaba sentado muy derecho en su asiento. No era ni fascista ni re­publicano. Era un granjero que le tenía respeto a la imagen de piedra de un hombre.

-Cavaliere -le dijo a la manta-, no deberíantratar al Duce de ese modo.

-Pero si no son más que unos niños que jue­gan en la alcantarilla, niños acarretando una piedra.

-De acuerdo, pero el rostro de un hombre essagrado.

Y el granjero volvió la vista al frente hacia su caballo.

* * *

Los Giovanis le habían dado instrucciones muy precisas. Me dejó en la vieja cabaña de Brunhilde. Dejamos atrás a una columna acora­zada alemana de camino hacia Montegrumo. Los inglesi no podían haber llegado tan al norte, ni siquiera los paracaidistas. Había compartido ya una docena de trozos de pan y queso con Tu­llio durante aquel viaje. Al granjero le gustaba comer en silencio. En realidad no era justo lla­marle idiota. Era una persona que le prestaba es­tricta y exclusiva atención a su caballo.

Traté de que aceptase otras cien liras. El gran­jero me dijo que no. No le parecía bien aceptar más de la cantidad del precio convenido como pago de sus servicios y de los de su caballo. Me bajé del carromato, y Tullio partió hacia otra mi­sión.

Azuzó al caballo. Lo que no iba a hacer era ir derecho a meter­

me en aquella covacha que estaba en las afueras del pueblo. Apestaba a bruja. Me buscaría un si­tio mejor para soportar el exilio. Seguí el muro de las brujas hasta la Vía Copérnico. Había mu­jeres en la calle junto a las puertas, que se santi­guaban cuando pasaba. Los bambini me besa­ban la manga de granjero. Era el hombre santo de Montegrumo.

Me detuve en la Casa del Fascio. Había arran­cado de la pared los lictores de bronce. Ahora era el cuartel general republicano, con las cinco estrellas doradas de Vittorio Emanuele. No se veían por lado alguno de aquel lugar maldito ca­misas negras ni calaveras de plata. Los fascisti iban vestidos ahora de azul oscuro, el color favo­rito de Vittorio. El traje de granjero les engañó por completo hasta que descubrieron mi nariz. Nunca en toda mi vida he visto tantos besama­nos.

Achille habló en nombre del pueblo. -Es un honor, commendatore. Insisto. Es us­

ted el héroe de Montegrumo, nuestro ciudada-

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no más famoso. El más conocido de nuestra his­toria.

-Achille, soy un muchacho de madera.Acuérdese de que quería adoptarme cuando se murió mi babbo y me marché de casa.

-Pero no todos los chicos de madera que semarchan de casa viven para llegar a convertirse en el Ducellino.

-lY para qué se quiere hoy al Ducellino? Noes más que polvo pasado. Achille, mi cabeza es­tá puesta a precio. A Churchill le encantaría po­nerla en una picota en Piccadilly.

-Eso ya lo sabemos, excelencia. Por eso tene­mos que tomar precauciones. Tampoco están los alemanes muy contentos con usted. Sus ge­nerales dicen que fue usted quien corrompió al Duce, pero eso no se lo cree nadie por aquí. Es usted el gran Simbado. Es usted quien ha con­vertido a Italia en una nación de guerreros. Des­pués del Duce, es usted nuestro hijo más noble.

lEl hijo más noble? Si no era más que un mo­coso de Charlotte Street.

-Achille, deberíamos luchar juntos contra losinglesi y enseñarle a Churchill dónde puede me­terse su Piccadilly.

Una sombra de tristeza recorrió el rostro re­publicano de Achille.

-Pinocchio, tenemos que navegar entre dosaguas, entre los alemanes y los inglesi.

-Sir Pinocchio -corregí.El alcalde hizo una reverencia.-Sí. Sir Pinocchio. Es usted un caballero. Pe­

ro por desgracia, los caballeros fascistas se han pasado de moda ... casi se han convertido en algo molesto. Tendremos que esconderle.

-lEsconder mi nariz, Achille? lEs usted ma­go ahora?

No pero podríamos maquillarle con colorete y una peluca ... para despistar a los ingle si. Quizás pudiera ayudarnos el carpintero.

Le cogí por las solapas. -No te creas que acabo de caerme de la hi­

guera. Mi nariz tiene ahora las mismas propieda­des que la piel.

La tensión creció entre nosotros. Le hubiera estrangulado antes de que el carpintero hubiese podido rebajarme la nariz.

Los de Montegrumo daban voces junto a la ventana.

-La Madonna -aullaban-. Achille, ha salidola Madonna.

Achille se acercó a la ventana y se puso pá­lido.

-La Madonna.-Lunáticos -murmuré-, os habeis escapado

de un manicomio republicano. La madoima ja­más aparecería en Montegrumo. Tiene mejores cosas que hacer.

Di un salto para cruzar la habitación y me do­blé para salir por la puerta. Brunhilde estaba desnuda en la calle. Esta vez no estaba menean­do las caderas. No tenía nada de provocativo. Estaba allí de pie. Y cuando empezaba a reíle-

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xionar sobre su aparición, Brunhilde desapare­ció. Eso es lo malo de las brujas. Son absoluta­mente imprevisibles.

-Un miracolo -dijo Achine, secándose la caracon un pañuelo inmenso-. La Madonna nos castiga por nuestros pecados. Esa vieja puta era una santa ... Nuestra Señora de Montegrumo.

-Usted no es más que el alcalde. Carece decompetencia para proclamar milagros. Tiene que cursar una petición a la Santa Sede. ¿y qué se cree que iba a pensar Pío de un pueblo que llevó a una mujer a la tumba obligándola a ser una puta?

Achine se mantuvo firme a pesar de sus mie­dos acerca de lo de la Santa Sede. Estaba dis­puesto a enfrentarse a Pío y a Pinocchio.

-Es un milagro clarísimo. Ahora la Madonnaestá entre nosotros ... ¿adónde va, commenda­tore?.

-A ver a su Madonna.-Se lo prohíbo -dijo Achille-. Es usted un

renegado. No se le permitirá andar por la calle. Dejé allí a los republicanos y reemprendí el

camino hacia la cabaña de la bruja. La casa esta­ba bastante polvorienta. No se había usado des­de la época de Brunhilde.

Mi madrastra la bruja estaba dentro. Segura­mente habría estado robando mozzarella en el pueblo. Nunca me había dado cuenta de que las brujas también comen.

Miré entre sus piernas. Para ser una bruja te­nía un montículo sedoso y simétrico. Y no tenía demasiadas arrugas en los muslos. Había mejo­rado en su condición de espíritu.

-Señora, ¿por qué habeis venido aquí?-Quería divertirme un poco. ¿Así que por

qué no hacer sudar un poco a los fascisti esos? Este pueblo me pertenecía. Quizás me lo hubie­ra pasado muy bien de maestra tuya.

-Jamás ha sido maestra mía. En cierta oca­sión me sirvió de tutora, me explicó el funciona­miento de una nariz.

-Pinocchio -me dijo-, querido Pinocchio,hazme cosquillas.

-Déjelo estar. Es usted mi madrastra. Ya ten-go bastantes problemas.

-Hazme cosquillas.-No haré tal cosa.Pero me traicionó mi narizota. La muy puta

crecía y crecía. Me habría gustado tener allí un carpintero, un Giuseppe que me desmantelara en piezas para siempre.

Le hize cosquillas a la bruja. No pude evitarlo. Había llegado a desarrollar

una técnica infalible cuando era Pincchio. Podía penetrarla de pie, sentada, o echada encima de mí. Levanté a Brunhilde en el aire, le apoyé los muslos en mis hombros, la sujeté por las nalgas, y me metí como un topo en el interior de la bru­ja mientras la paseaba por la cabaña poniendo en práctica mi versión personal del método de rescate de los bomberos. Estuvo suspirando du­rante veinte minutos. Y entonces desapareció.

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Los alemanes llegaron al pueblo. Ocuparon el único café, cerraron el cuartel general de los re­publicanos, registraron las casas, se instalaron en ellas, se metían en las bañeras, y pedían per­dón a las viudas, abuelas y esposas. Imponían su ley, pero no robaban. Pagaban todo lo que co­gían con billetes azules impresos en Viena. Aquel dinero no les servía de nada a los de Montegrumo, pero tenían que aceptar los bille­tes porque no estaban precisamente en situa­ción de llamar ladrones a los alemanes.

Los soldados silbaban de noche por las calles. Se sentaban en el muro de Brunhilde. Se aso­maban a la cabaña y le sonreían a der Pinocchio.

Era el muñeco de un gobierno depuesto. Su comandante en jefe me invitó a tomar el té en un campo de alfalfa. Se refería a los británicos llamandoles der Tommy. Y no tenía la más mínima duda de que der Tommy ganarían la guerra.

-Debería practicar más el inglés -me dijousando un italiano que no era menos fluído que el mío.

-Para ellos soy un criminal, Herr General.-Es lo mismo. Son gente muy amistosa. Si

uno habla su lengua se muestran muy amables enseguida.

El ayudante del general estaba borracho de al­falfa y té. Dijo que los alemanes deberían ven­derme a los británicos. El general le ordenó reti­rarse al campo de alfalfa más próximo, y me to­mó bajo su protección frente a der Tommy. Era como si tuviese mis propios Mosqueteros. Podía andar por el pueblo sin que me molestaran, be­bía en el café con los alemanes.

Cuando algunos que otros inglesi caían del cielo en sus paracaídas plateados, los alemanes los cogían por los campos como si fueran moras. No tenía nada que temer de der Tommy mien­tras el general estuviera por allí.

Die Brüder registraban el pueblo de vez en cuando, atacando las chimeneas, ametrallando carros tirados por burros y tanques alemanes. Los niños cantaban, pedían en sus canciones a los inglesi que bombardeasen y ametrallasen la carretera de Montegrumo.

Fue casi una guerra dormida ... hasta que lle­garon los goumiers. Eran tropas coloniales fran­cesas, tropas auxiliares bereberes que llevaban consigo jaurías salvajes. Eran cazadores de mon­taña, despreciaban a los tanques y a los vehícu­los acorazados. Los goums llegaban montados en burro o a pie. Llevaban chilabas de rayas, y el pelo recogido en una coleta debajo del casco. Los goums le rezaban a Alá mientras le degolla­ban a uno. Creían que todas las mujeres eran sus esposas. No les era ajeno el reclamar para sí a abuelas y jovencitas.

Todo el pueblo les tenía un pavor mortal. Na­die se atrevía a ir a coger moras. Los alemanes empezaron a celebrar sus fiestas campestres y a tomar el té en la plaza del pueblo. Me ordenaron que abandonase mi cabaña.

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-Búsquese algún sitio más céntrico, Herr Pi­nocchio.

Pero no tenía intención de mudarme de casa por culpa de unos guerreros con coleta. Era ca­paz de enfrentarme y superar en ingenio y ar­mas a los goums. Mi cuerpo era un escudo de madera.

Me había convertido en un paria tras tomar la decisión de seguir en mi cabaña. Las viudas jó­venes ya no venían a verme. Nadie me traía so­pa. Recogía la fruta que crecía junto a mis venta­nas. Me tenía que hacer mi propia sopa de hojas. Dialogaba con los muertos de mi vida, Lionel, Bathsheba, Bruno, y el corso aquel, Monsieur le prince. Era tan racional con los muertos como lo era con los vivos. Me habría dirigido a los goums en el mismo tono de crispación. Pero los goums no se acercaban.

Le pedí a Copérnicus que me aclarase el mis­terio de los pulpos y las chicas de segunda ma­no. «Lionel, lexistieron Tatiana y Belinda Hogg? No podría haberme inventado la tinta ne­gra de Tati ni el deje texano de Belinda. Soy un cuentista, claro, pero no tengo un cerebro fértil como el Nilo. No es más que una caja de mierda maloliente llena de cables.»

Mi tío no tenía nada que decir. Anduve hasta Florencia en el interior de la ca­

baña. La Florencia que vi no tenía cuestas ni ca­llejas judías. No hay ciudad que no pueda con­cebir la mente.

Vivía a base de moras. Nevó en una ocasión. Perdí toda esperanza en los goums. Y fue entonces cuando los cabrones esos se

llegaron a mi puerta. Tenían la piel más clara de lo que había creído. No llevaban coleta. Los goums llevaban cuchillos italianos.

-Entrez, mes amis. Pinocchio a votre service.J'adore les goumiers.

Me miraron como si fuera un camellero. Los goums aquellos ni siquiera entendían mi francés de escuela.

-lColonnello, está usted enfermo?Era Volpe y la Brigada Giovani vestidos de

harapos, sin una sola insignia en las mangas. Po­drían haber sido desertores o bandoleros comu­nes y corrientes.

Nos comimos unos macarrones crudos senta­dos en el suelo de la cabaña.

-lPor qué le ha abandonado todo el pueblo,jefe?

-Todos tienen miedo de los goums.-No hemos visto ninguno en la carretera.-Son cazadores de montaña. Atacan desde

los montes. Pero envían sus harenes por la ca­rretera. Capturan a las mujeres, los goums esos. Y una vez que te han secuestrado, vas listo.

-lEsta es del harem? -me preguntaron mien­tras empujaban a una criatura con coletas hacia el interior de la cabaña-. Nos la encontramos mendigando por el campo.

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-Es un goum.No se habían molestado en observar que su

supuesta mujer tenía barba. Se pusieron a palpar bajo la chilaba del berebere, le tocaban como un equipo de cirujanos.

-Es un hombre -concluyeron-. lPero colon­nello, dónde está su harem?

-Debe haberse perdido -les dije.Tenía los ojos lechosos. Le dimos los maca­

rrones que quedaban. Se los comió al estilo be­reber, sorbiéndolos como si fueran huesos con tuétano. Era un mariconcete peludo, y no con­seguí sacarle demasiada información. Me dirigí al goum en inglés, francés, italiano y alemán.

-Bist du ein goumier?El goum aquel no tenía chapa de identifica­

ción. El único distintivo que llevaba era la cole­ta. No era más que otro refugiado de mierda.

-lNo deberíamos entregárselo a nuestroshermanos alemanes? Le harían cosquillas en los pies. Sería un buen truco del goum, esconder los huevos en la cabeza.

-lQué ha sido de vuestra compasión? Le hanabandonado los suyos. No es más que un bere­bere muerto de hambre.

-l Y qué pasa si el resto de su harem está es­condido en los bosques?

-Piero -dije-, a veces sería incapaz de decirsi eres abogado o cura... dejadle marchar.

Lo llevaron en volandas sacándolo por la puerta, le tiraron de la coleta, y luego lo arroja­ron por encima del muro.

-Ragazzi, lme diréis ahora porqué estáis enMontegrumo?

Fruncieron el ceño. A sus ojos también yo po­dría haber sido un goum.

-Commedatore, hemos venido a rescatarle.-Pero si ya estoy custodiado por los ale-

manes. -Los alemanes no son de los nuestros -dijo

Volpe. -No lo entiendo. lNo ibais a ir al sur a buscar

a Mussolini? -Lo hicimos. Pero Mussolini está en el norte,

cerca del Lago de Como. -lMe estáis diciendo que el Quesazo ha vuel­

to a la carga? -Pues casi se podía decir, colonnello. Está

prácticamente libre. -Prácticamente libre -musité-. lQuerríais

contarme qué pasa? -Está construyendo los cimientos de una

nueva república bajo la tutela de los alemanes. -lEntonces por qué no han dicho nada los

alemanes que están aquí? -Porque todavía es un secreto. Hitler envió

planeadores a las montañas para rescatarle de las garras de los hombres del rey.

-l Y ahora está preso en su propia re-pública?

e-Sí -dijo Piero-. Es un prisionerode su propia república.