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1 San Crescente Nº 551 Las Condes Fono: 56-2-23684300 Fax: 56-2-232684302 e-mail: [email protected] twitter: @ced_cl Los Demócratas y Cristianos de 1964. Christian Parada 1 Lo doctrinario y lo técnico lograron combinarse desde el principio, al interior del núcleo de lo que más tarde sería el Partido Demócrata Cristiano, y se produjo en gran parte por el paréntesis político obligado, instaurado por el general Carlos Ibáñez del Campo durante su dictadura (1927- 1931). En efecto, la disolución de los partidos políticos llevó a muchos jóvenes católicos de la época a buscar refugio en la preparación intelectual. Sin embargo, como la natural posición en el activismo político universitario estaba bloqueada, tuvieron que concentrarse en organizaciones religiosas como los Círculos de Estudios (organizados por el sacerdote jesuita Jorge Fernández . “Las ideas tienen un misterioso modo de crecer. Como los árboles en invierno alzan el tronco yerto y las ramas desnudas en una aparente soledad desamparada. Así día tras día. Pero una mañana cualquiera, sin aviso previo, cuando el ciclo de su fortalecimiento interior está cumplido, cuando las raíces de la fe penetran y se alimentan de la fidelidad de los que esperan, el corazón helado de la tierra echa hacia arriba el golpe prodigioso de la savia, millares de otros hombres se reconocen atónitos en aquellos que hasta entonces se miraban impasibles… ¡y el milagro de la victoria se consuma con la rapidez fulmínea del relámpago!” Radomiro Tomic (1952) Eduardo Frei Montalva llegaba al gobierno en 1964, convirtiéndose en el primer democratacristiano que ganaba una elección presidencial en Latinoamérica. A lo largo de este documento, se mostrará cómo los dirigentes de la DC de la época conformaban un grupo socialmente bastante homogéneo y definido en torno a una ideología clara, y cómo estos ideales se llevaron a la práctica durante el sexenio 1964-1970. En la primera parte, se esbozarán las características comunes de este grupo, de las cuales la más determinante fue su doctrina, sustentada en los valores del humanismo cristiano. Se explicará de qué forma esta filosofía política permitió conciliar la fe cristiana con un programa político altamente reformista. En la segunda parte, se expondrán algunos ejemplos acerca de cómo la concepción socialcristiana de sus dirigentes se desenvolvió en la práctica política, antes y durante el gobierno de Frei. También se describirá brevemente el quiebre del partido en 1969, estableciendo que se produjo exclusivamente por la aparición de nuevas posturas ideológicas, provenientes en su mayoría de la generación más joven de la colectividad, lo cual demostraría que las pugnas intestinas no eran personales sino de fondo. BALANCE IDEOLÓGICO Calificación técnica y coherencia doctrinaria 1 Cientista Político. Pontificia Universidad Católica de Chile. Documento preparado para el III Encuentro Internacional sobre La Vigencia del Humanismo Cristiano. Santiago de Chile. Enero de 2015.

Los Demócratas y Cristianos de 1964. - ced.cl · 3 . San Crescente Nº 551 • Las Condes •Fono: 56-2-23684300 •Fax: 56-2-232684302 • e-mail: [email protected] • twitter: @ced_cl

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Los Demócratas y Cristianos de 1964.

Christian Parada1

Lo doctrinario y lo técnico lograron combinarse desde el principio, al interior del núcleo de lo que más tarde sería el Partido Demócrata Cristiano, y se produjo en gran parte por el paréntesis político obligado, instaurado por el general Carlos Ibáñez del Campo durante su dictadura (1927-1931). En efecto, la disolución de los partidos políticos llevó a muchos jóvenes católicos de la época a buscar refugio en la preparación intelectual. Sin embargo, como la natural posición en el activismo político universitario estaba bloqueada, tuvieron que concentrarse en organizaciones religiosas como los Círculos de Estudios (organizados por el sacerdote jesuita Jorge Fernández

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“Las ideas tienen un misterioso modo de crecer. Como los árboles en invierno alzan el tronco yerto y las ramas desnudas en una aparente soledad desamparada. Así día tras día. Pero

una mañana cualquiera, sin aviso previo, cuando el ciclo de su fortalecimiento interior está cumplido, cuando las raíces de la fe penetran y se alimentan de la fidelidad de los que esperan, el

corazón helado de la tierra echa hacia arriba el golpe prodigioso de la savia, millares de otros hombres se reconocen atónitos en aquellos que hasta entonces se miraban impasibles… ¡y el

milagro de la victoria se consuma con la rapidez fulmínea del relámpago!” Radomiro Tomic (1952)

Eduardo Frei Montalva llegaba al gobierno en 1964, convirtiéndose en el primer democratacristiano que ganaba una elección presidencial en Latinoamérica. A lo largo de este documento, se mostrará cómo los dirigentes de la DC de la época conformaban un grupo socialmente bastante homogéneo y definido en torno a una ideología clara, y cómo estos ideales se llevaron a la práctica durante el sexenio 1964-1970. En la primera parte, se esbozarán las características comunes de este grupo, de las cuales la más determinante fue su doctrina, sustentada en los valores del humanismo cristiano. Se explicará de qué forma esta filosofía política permitió conciliar la fe cristiana con un programa político altamente reformista. En la segunda parte, se expondrán algunos ejemplos acerca de cómo la concepción socialcristiana de sus dirigentes se desenvolvió en la práctica política, antes y durante el gobierno de Frei. También se describirá brevemente el quiebre del partido en 1969, estableciendo que se produjo exclusivamente por la aparición de nuevas posturas ideológicas, provenientes en su mayoría de la generación más joven de la colectividad, lo cual demostraría que las pugnas intestinas no eran personales sino de fondo.

BALANCE IDEOLÓGICO

Calificación técnica y coherencia doctrinaria

1 Cientista Político. Pontificia Universidad Católica de Chile. Documento preparado para el III Encuentro Internacional sobre La Vigencia del Humanismo Cristiano. Santiago de Chile. Enero de 2015.

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Pradel2), la Asociación Nacional de Estudiantes Conservadores (ANEC, fundada en 1915 por los estudiantes de la Universidad Católica3, Eduardo Cruz-Coke y Emilio Tizzoni) o la Acción Católica (fundada por el Papa Pío XI, en 1928, con el objeto de que cada miembro difundiera en su ambiente la Doctrina Social de la Iglesia). Precisamente de la Acción Católica saldrán varios dirigentes de la futura Democracia Cristiana (Bernardo Leighton, Eduardo Frei Montalva, Manuel Garretón, Radomiro Tomic, etc.), quienes se diferenciaban tanto de los “integristas” -como Jaime Eyzaguirre o Julio Philippi, los cuales tenían una aproximación más filosófica hacia la cuestión social- como de los “activistas sociales” -como Julio Santa María o Carlos Muñoz Montt, quienes se situaban fuera de la competencia partidaria4. Es decir, la simiente de la Democracia Cristiana estuvo conformada por un grupo bastante homogéneo de jóvenes con vocación política que, en general, eran católicos, profesionales y de clase media5

La formación universitaria fue vista por esta juventud católica como el mejor medio para que sus ideas no sólo tuvieran sustento teórico, sino también viabilidad técnica y política. No es casualidad que varios de entre quienes serían posteriormente destacados falangistas, dedicaran sus memorias de titulación a temas directamente sociopolíticos

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6. Refiriéndose a la necesidad de incorporar nuevos conocimientos a las políticas públicas, diría el futuro Presidente Frei que “el seguir la línea de batalla que plantean nuevos métodos de trabajo y producción, el adquirir los conocimientos y traer los hombres y los elementos que nos coloquen en este nuevo plano en que se abordan los problemas, ha dejado de ser una cuestión de derechas o izquierdas clásicas para constituir una cuestión de existencia”7. Fue precisamente la alta calificación técnica de esta generación uno de los factores que hizo de la Democracia Cristiana un partido único dentro de América Latina, pues poseía una plana dirigente “de alto calibre”8

2 De hecho, fue este sacerdote el que introdujo a los futuros líderes (Eduardo Frei, Bernardo Leighton, Ignacio Palma) en las ideas socialcristianas y en el “problema social”, a través de los “Encuentros de los Lunes”. Ver: Grayson, George W. El Partido Demócrata Cristiano Chileno. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires-Santiago de Chile. 1968. P. 77. 3 Reconstituida bajo el padre Óscar Larson en 1928, quien propagó los círculos de estudios a todos los departamentos de la universidad (derecho, medicina, ingeniería, etc.), encarando el problema de cómo aplicar la Doctrina Social de la Iglesia a las respectivas profesiones. 4 Grayson, Op. cit., P. 104. 5 No es el ánimo de este documento narrar la historia del Partido Demócrata Cristiano. Dígase solamente, a modo de resumen que, luego del auto-exilio de Ibáñez y a pesar del abstencionismo político que pregonaba el padre Larson, este grupo ingresó a la juventud del Partido Conservador, formando el Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora (MNJC). Muchos factores, entre ellos el nombramiento del Presidente Arturo Alessandri de B. Leighton para el Ministerio del Trabajo (1937) y la elección de M. Garretón como diputado por Santiago (Ibid., Pp. 139-140), aparte de las diferencias de opinión que tenían en lo referente a los cuestiones sociales (Ibid., P. 144), terminaron por separar a la juventud del partido, que había pasado a denominarse Falange Nacional. La gota que rebalsó el vaso fue la designación como candidato de los conservadores para las elecciones presidenciales de 1938, del ex Ministro de Hacienda de Alessandri, Gustavo Ross Santa María, considerado por los falangistas como carente de “sensibilidad social”. Debido a que el presidente del partido, Horacio Walker, quiso reorganizar la Falange, culpándola de la derrota de Ross, aquélla se escindió oficialmente de la colectividad conservadora en 1938, formando oficialmente un partido político (Ibid., P. 158). Durante las próximas dos décadas, el falangismo, aunque logró ganar algunos escaños en el Congreso, nunca superó el 4% de los votos en elecciones parlamentarias. Después del gran salto electoral de las parlamentarias de 1957 (12% de los votos a nivel nacional, eligiendo al senador Frei por Santiago y 14 diputados), la Falange Nacional se fusionó con el Partido Conservador Social Cristiano (fracción escindida algunos años atrás del Partido Conservador), dando origen oficialmente el 28 de julio de 1957 al Partido Demócrata Cristiano. 6 Menciónense como ejemplos a Frei, quien en su tesis de grado planteaba la revisión del régimen del salario, en cuanto aquél veía que la lucha de clases era promovida, en gran parte, por la creciente separación entre el capital y el trabajo; Leighton, cuya memoria proponía una organización corporativa de la agricultura; y a Manuel Francisco Sánchez, quien propugnaba en su tesis el reconocimiento legal de los cuerpos intermedios, dentro de un sistema corporativo. 7 Ver: Frei Montalva, Eduardo. La Verdad Tiene Su Hora. Editorial Del Pacífico. Santiago de Chile. 1955. P. 18. 8 Grayson, Op. cit., P. 417.

. Javier Lagarrigue, militante de los primeros tiempos se atreverá a decir que “la Falange Nacional ha sido pensada, construida,

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sostenida por las vidas de un pequeño grupo de hombres extraordinariamente superiores al promedio. Es un grupo de los que no se dan en todas las generaciones de un pequeño país”9. Una muestra palmaria de la preparación académica de sus dirigentes es que, con Frei Montalva, “fue la primera vez en Chile en que un gobierno asumía el poder habiendo preparado con bastante antelación un diagnóstico y un programa detallado de acción”10. Ya siendo gobierno, la calificación técnica fue un factor que incidió en que las políticas públicas no cayeran con tanta facilidad en la tentación del populismo. “Relacionado con su trasfondo educacional, se halla la actitud pragmática, técnica, que han mostrado los demócratas cristianos hacia el problema social”11. Este mismo autor apunta cómo, más allá de la dirección del partido, la bancada DC en el período contaba con una alta proporción de parlamentarios con educación universitaria12

Es ocioso señalar que una mayor preparación técnica o profesional implica no sólo diagnósticos de mejor calidad, sino también soluciones más complejas, pues se conocen con mayor exactitud las eventuales consecuencias que podría tener determinada política. Pero la seriedad en lo técnico y la búsqueda de resultados eficaces, debe ir de la mano de los principios democráticos, ya que la mera tecnocracia está orientada a los fines y, por ende, desprecia el juicio popular. ¿Cuáles eran los principios democráticos que defendían los falangistas? ¿Cuál era la argamasa que los unía para defender este régimen democrático? Como ya se dijo, una de las características comunes que tenían los fundadores de la DC era –como lo indica el nombre del partido- su credo cristiano, en particular, su filiación a la Iglesia Católica

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13. El nexo entre el partido y la fe cristiana se dio desde sus orígenes, ya que “sus principales dirigentes fueron católicos involucrados en las organizaciones juveniles de la Iglesia y durante su desarrollo recibieron el respaldo de importantes obispos y sacerdotes porque impulsaban una acción política que se identificaba con la doctrina social de ésta”14. Esta fe común le otorgaba a los conceptos de libertad, justicia e igualdad una dirección, una dotación de sentido, en torno a la idea central de persona humana15. A la luz de este concepto, el ser humano es un fin en sí mismo, que “tiene una dignidad absoluta, porque está en relación directa con el único que puede garantizar su realización plena”, es decir, Dios16. Así, la noción de persona “permite conectar la realidad del individuo con la realidad del grupo social, a través de un valor común que es el de la espiritualidad del hombre”17

9 Ver cita en: Huneeus, Carlos. “Un partido con un alto grado de institucionalización. El PDC de Chile”. P. 10. Versión previa en castellano, aparecida más tarde en: Mainwaring, Scott y Scully, Timothy (editores). Christian Democracy In Latin America. Stanford University Press. Stanford. 2003. 10 Ver: Molina, Sergio. El Proceso De Cambio En Chile: La Experiencia 1965-1970. Editorial Universitaria. Santiago de Chile. 1972. P. 2. 11 Grayson, Op. cit., P. 421. 12 Habían tenido educación universitaria un 70,9% de los parlamentarios democristianos, un 70% de los radicales y un 50% de los comunistas. La estadística corresponde al período 1965-1969 de la Cámara Baja y aparece en (Idem). 13 Sin embargo, la Democracia Cristiana nunca se definió como un partido confesional. De hecho, ya en su núcleo original hubo miembros no católicos y/o agnósticos. Destaca entre éstos últimos uno de sus máximos ideólogos, Jaime Castillo Velasco, quien se declaraba, de todos modos, cristiano “de cultura”. 14 Huneeus, Op. cit., P. 7. 15 No es posible profundizar aquí en este concepto tan relevante para la filosofía humanista cristiana. En este documento, se entiende a la persona humana según los términos expuestos en: Maritain, Jacques. Los Derechos Del Hombre Y La Ley Natural. Cristianismo Y Democracia. Ediciones Palabra. Madrid. 2001. Para una perspectiva más teológica del concepto, ver: Díaz, Carlos. ¿Qué Es El Personalismo Comunitario? Fundación Emmanuel Mounier. Madrid. 2002. 16 Maritain, Op. cit., P. 15. 17 Ver: Castillo Velasco, Jaime. Las Fuentes De La Democracia Cristiana. Editorial Del Pacífico. Santiago de Chile. 1968. Pp. 97-98.

. Ahora quizá se comprende mejor porqué el socialcristianismo impide que cualquiera de las metas

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propias de la democracia (libertad, justicia, igualdad) pueda ser sacrificada en aras de otra, pues se trata de “fines ordenados a un fin”, siendo este fin último todas las personas y toda la persona. De hecho, uno de los logros del humanismo cristiano es conservar la integridad de aquellos fines sociales, mediante su elevación a la dignidad de valores. No obstante, estos valores no son meras abstracciones, pues alcanzan una condición de inviolabilidad sólo en cuanto son concebidos como una consecuencia concreta de la realidad ontológica de la persona humana. Creer en la persona humana es hacer políticas para el hombre concreto, sin establecer un abismo entre transformaciones estructurales y políticas de corto plazo, que sólo sirven para justificar el sacrificio de una generación para el bienestar de la próxima. “Sustituir unas estructuras políticas por otras, sin que ninguna tenga al ser humano como centro, conduce a la sociedad a ninguna parte. Para nosotros, la persona es fin en sí misma, y ante ella no vale el lema de ‘el fin justifica los medios’”18. Es por ello que el éxito del gobierno de Frei estaba ligado “no sólo a las transformaciones de carácter estructural, sino también al buen resultado que tuviera la gestión económica en aquellos aspectos que constituían la diaria preocupación de los hogares más modestos”, es decir, el trabajo y la inflación19. Esto también vale para la vida partidaria. En efecto, un Tomic recién electo presidente de la Falange diría, en 1952, que “la Directiva Nacional tiene plena conciencia que no basta con diseñar grandes propósitos ideológicos, sino que es necesario asignar tareas concretas, de carácter inmediato, que canalicen constructivamente la voluntad de lucha y el espíritu de sacrificio de las jefaturas y las bases”20

Queda claro entonces que los valores democráticos defendidos por la Falange no son sólo parte de una declaración de principios, sino que están dotados de un sentido evangélico que los llena de vida, al punto que es posible afirmar, con Tomic, que “no hay social-cristianismo sin pueblo, y no hay social-cristianismo sin cristianos”

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21. Vale decir, la fe en el mensaje de Cristo es condición necesaria para lo que Maritain llamaba “fe democrática”. Naturalmente, este mensaje también puede ser compartido y comprendido por los llamados “cristianos de cultura”. De hecho, un agnóstico como Jaime Castillo Velasco establece una interdependencia entre cristianismo y filosofía cristiana, afirmando que es imposible “promover un movimiento político cristiano sin recurrir a la filosofía que se origina en dicha fe y tampoco podrá haber tal movimiento sin que los hombres que lo integran posean una convicción activa sobre el valor de las ideas evangélicas, en tanto ellos se traducen en labor social”22. Y es esta fusión entre la fe y el humanismo cristiano, la que ciertamente obligaba a los jóvenes católicos a que no solamente fueran asiduos lectores de las Encíclicas Sociales, sino a que las pusieran en práctica, a través de la acción propiamente política. “El hombre es un animal político, es decir, la persona humana exige la vida política”23

18 En: Díaz, Carlos. La Recepción Del Personalismo En España. Pp. 208-209. Versión electrónica disponible en:

. En la filosofía cristiana, entonces, la reflexión y la acción están indisolublemente unidas, pues “la

http://www.raco.cat/index.php/ArsBrevis/article/download/65856/76079 19 Molina, Op. cit., P. 68. 20 Ver: Tomic, Radomiro. Nuevos Testimonios. Ediciones ChileAmérica – CESOC. Santiago de Chile. 1999. P.121. (El porvenir requiere de un social cristianismo independiente, fuerte Y popular). 21 Ibid., P. 132. El énfasis es propio. 22 Castillo Velasco, Op. cit., P. 14. 23 Maritain, Op. cit., P. 17. Huelga decir que el pensador francés no se refiere exclusivamente a la política, en un sentido partidista. Maritain entiende aquí como política a la sociedad civil, en general.

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concurrencia de las diversas partes del acto teórico-práctico surge espontánea y naturalmente. El carácter estético de todas sus nociones está dado por la exigencia interna de una conducta racional que, por sí misma, debe finalizar en lo que la naturaleza pide. El pensamiento convertido en acto moralmente válido, es la fuente de toda acción humana y de toda acción política. La tarea política cristiana no es otra cosa que la praxis cristiana llevada al campo de la actividad social”24

Esta fue la primera generación de líderes democratacristianos en Chile. Pertenecientes a la clase media, pero no siúticos; católicos, pero no paternalistas; demócratas, pero no conservadores; profesionales, pero no tecnócratas

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En síntesis, es posible afirmar que la particular combinación doctrinario-técnica que se cultivó entre los líderes democristianos, situó al partido entre dos extremos igualmente nefastos, que representan males políticos de ayer y hoy: la ignorancia dogmática y la soberbia tecnocrática. Un técnico que no tenga principios democráticos claros, degenera en prácticas autoritarias; un político que carezca de la perspectiva técnica suficiente, degenera en prácticas populistas. Entre la “mano dura” que no escucha y el corazón débil que sólo sabe halagar, se halla el verdadero demócrata, ése que tiene fe en la democracia porque tiene fe en el pueblo.

Realismo político

25. A estas características comunes, debe añadirse otro factor de cohesión: el mal desempeño electoral de la colectividad política en sus primeras décadas. En efecto, siete años después de la caída de Ibáñez, en sus orígenes como Falange Nacional, el partido “tuvo un lento y difícil desarrollo, que permitió afiatar un grupo dirigente altamente cohesionado, formular una propuesta programática bien fundamentada y establecer bases organizativas, pequeñas, aunque muy activas, en diferentes provincias”26. La evolución electoral fue lenta, pues hacia 1938 “las afinidades electorales estaban ya sólidamente establecidas entre los partidos existentes”27. Todo esto pavimentó el terreno, de tal manera que, al llegar al poder en 1964, la Democracia Cristiana pudo gozar de una conciencia distintiva a la de los demás partidos chilenos de la época, la cual favoreció un accionar político por parte del gobierno que fue capaz de sortear diversos obstáculos y tentaciones, como se verá. Esta conciencia política distintiva del gobierno de Frei Montalva, llevada a la práctica gubernamental, bien puede tildarse como de realismo político28

Por cierto, este realismo implica una sabia combinación entre doctrina y praxis, al punto que Tomic afirma que “el secreto del éxito reside en la correcta aplicación de los principios a una determinada situación”

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24 Castillo Velasco, Op. cit., P. 20. 25 Grayson, Op. cit., P. 417. 26 Huneeus, Op. cit., P. 8. 27 Ver: Scully, Timothy. Los Partidos De Centro Y La Evolución Política Chilena. Cieplan. Santiago de Chile. 1992. P. 159. 28 Aunque no en el sentido maquiavélico con que frecuentemente se le dota. En este documento, se entiende por realismo a esa actitud del político, situada entre el pesimismo antropológico de los conservadores y el ingenuo optimismo de los autoproclamados “progresistas”. Para una lectura acerca de lo negativo que son estos extremos, especialmente en medio de un proceso de reformas, se recomienda ver: Hirschman, Albert. Retóricas De La Intransigencia. Fondo de Cultura Económica. México. 1991. 29 Tomic, Op. cit., P. 115.

. Puesto en fórmula: “A partir de los principios que inspiran a los demócratas cristianos, hay que analizar integralmente la realidad, proyectar sobre ésta la doctrina,

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concebir como resultado un planteamiento suficientemente concreto y flexible como para poder ser realizable, y desarrollar una estrategia para llevar a cabo dicho pensamiento”30. De este análisis de la realidad, los falangistas desprendieron diversas actitudes, entre ellas, el respeto por la tradición institucional, el reconocimiento del conflicto, el sentido práctico y la concepción de que la democracia exige sacrificios. Un profundo realismo político destacaba ya en la juventud del Centro Estudiantes Conservadores, cuando reconocía que “ninguna reforma puede ocurrir de modo sólido y definitivo si no es llevada adelante con respeto por el lógico y ordenado desarrollo de las instituciones fundamentales de la nación”31

Pero respetar la tradición democrática significaba también hacer frente al conflicto político. Un político realista reconoce el conflicto, pero no basa sus actos en el pesimismo antropológico, sino que se pone como principal meta sincerar las distintas opiniones y encauzarlas democráticamente. Refiriéndose a la inveterada costumbre “reivindicacionista” de nuestra historia política –esto es, que comenzando un nuevo gobierno, comienza casi de inmediato el “toma y daca” de las negociaciones salariales de distintos sectores de trabajadores-, el ministro de Hacienda de Frei Montalva, Sergio Molina, afirmaría años después de su salida del gabinete

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32 que “el enfrentamiento es real y en ocasiones inevitable, pero en vez de exacerbarlo habría que institucionalizar un sistema abierto al diálogo y a la crítica constructiva”33

El realismo también implica sentido práctico, que no es necesariamente un indicador de falta de ideología. Un político DC de la transición democrática habla de una síntesis entre pragmatismo e ideologismo, en que “buscamos el poder para transformar la sociedad”

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34. De hecho, la Falange Nacional desde sus inicios buscó colaboración con las coaliciones, partidos o fracciones que consideraba ideológicamente cercanos. Así sucedió, por ejemplo, cuando firmó un pacto parlamentario con el reformista Frente Popular en 1939; cuando participó en la coalición de centro-izquierda que apoyó la candidatura presidencial del radical Juan Antonio Ríos (1942); al apoyar al doctor Cruz-Coke, uno de los máximos exponentes del ala socialcristiana del Partido Conservador, para las elecciones presidenciales de 1946; cuando se pasó al bloque de oposición al Presidente González Videla, luego de la aprobación de la “ley maldita” (septiembre de 1948); al retomar relaciones amistosas con este gobierno, ingresando al gabinete de “sensibilidad social”35, etc. El mal desempeño tanto del sector social cristiano (2 diputados) -escindido oficialmente del Partido Conservador en 1950-, como de la Falange Nacional (3 diputados), en las parlamentarias de 1953, “incentivó la continuación de la cooperación entre ambas colectividades, que constituirán ese año la Federación Social Cristiana, lo cual preparó la fusión de ambos partidos en 1957, dando origen al PDC”36

30 Ver: Martínez, Gutenberg. Fuentes Doctrinales De La Democracia Cristiana. Organización Demócrata Cristiana de América. Santiago de Chile. 2006. P. 14. 31 Ver cita en: Grayson, Op. cit., P. 121. 32 El ministro Molina renunció al gabinete en febrero de 1968, poco después de que el Senado rechazara la propuesta del gobierno de crear un Fondo de Capitalización de los Trabajadores. 33 Molina, Op. cit., P. 192. 34 Ver: Mena, Carlos E. Pragmatismo E Ideologismo: Un Falso Dilema. Instituto Chileno de Estudios Humanísticos. Marzo 1993. P. 3. 35 Se trató de B. Leighton (Educación) e I. Palma (Tierras y Colonización). Ingresaron junto a ellos tres ministros del ala socialcristiana del Partido Conservador. Nótese que tanto la DC como esta fracción se habían opuesto a la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, que ilegalizara al Partido Comunista. 36 Huneeus, Op. cit., P. 10.

. Sin embargo, la actitud de la Falange, especialmente durante el

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segundo gobierno de Ibáñez demuestra que, en el ejercicio de la política, pragmatismo no equivale a oportunismo. Para muestra, nótese que la directiva electa luego del triunfo del general en 1952, propuso una línea de independencia frente a la nueva administración, pero “no por pequeñas razones oportunistas, no por cálculos de torpes ventajas, no por cobardías o temor a las responsabilidades”37. El entonces senador por Tarapacá y Antofagasta, barruntaba que la política anti-partidos de Ibáñez no duraría mucho, y daría paso a una realineación del espacio político donde el marxismo y el socialcristianismo serían los protagonistas. Otro llamado de la directiva era saber distinguir entre pactos político-programáticos y pactos electorales. En relación a los primeros, sólo se colaboraría con aquellas colectividades que compartieran la ideología socialcristiana –de aquí la formación de un frente común con el Partido Conservador Social Cristiano-; ahora, por ser de carácter puntual, distinta sería la actitud con respecto a los acuerdos electorales con miras a las elecciones parlamentarias de 1953, máxime cuando se competía en el marco de un sistema electoral desfavorable, “cuyo mecanismo permite que mientras el Partido Radical o Liberal elijan sus parlamentarios con un promedio de 3 mil votos, obliga a la Falange a un promedio de 7 mil”. Por ende, afirmaba Tomic que si no se despachaba la reforma electoral propuesta antes de los comicios de 1953, “no iremos solos a las urnas sino que buscaremos los acuerdos electorales de carácter local o regional, que nos convengan más (…) ¿Por qué aceptaríamos la necesidad de no utilizar la ley que ellos utilizan?”38

Al llegar al gobierno, el pragmatismo político no estuvo ausente. Es de notar, por ejemplo, el diálogo personal que el Presidente Frei sostuvo con los partidos de oposición (radicales, liberales y conservadores) y las diversas negociaciones en el Congreso, a raíz de las leyes del cobre en 1965, que representaban la “viga maestra” del programa de gobierno

.

39. Estudiar la historia de la DC y su desempeño cuando fue gobierno, relativiza la tan difundida etiqueta de “centro ideológico” que se le ha endilgado al partido40. Aunque algo más se dirá en la penúltima sección, baste señalar, por el momento, dos cosas. En primer lugar, que la misma victoria de Ibáñez fue, en parte, producto de un espacio político fragmentado, que mostraba “una derecha atrincherada y defensiva, un centro desacreditado y aislado y una izquierda crecientemente radicalizada”41. Luego, “los democratacristianos hicieron su aparición en este sistema de partidos ya polarizado”42

37 Tomic, Op. cit., P. 120. 38 Ibid., P. 134. 39 Ver: Olavarría, Arturo. Chile Bajo La Democracia Cristiana. Editorial Nascimento. Santiago de Chile. 1966. Vol. 1. Pp. 294-297. Con el objeto de empaparse de la política cotidiana del sexenio de Frei, se recomienda revisar la extensa crónica (dividida en seis volúmenes) que sobre ella hiciere este autor, quien fuera ministro de algunos gobiernos anteriores y, por entonces, furibundo opositor al de Frei. En particular, la importancia para el gobierno de Frei Montalva de aprobar las “leyes del cobre”, lo llevó a múltiples negociaciones y, por ende, a un arduo trabajo negociador con los partidos políticos que se oponían incluso a la idea de legislar sobre este proyecto. Sobre esto, el mismo Olavarría, refiriéndose a la negociación con el Partido Radical, afirma que el Presidente Frei “se anotó una gran victoria al conseguir, después de extraordinarios esfuerzos” que se aprobara este mensaje en el Senado (Ibid., P. 365). 40 Esta tesis se halla originalmente en: Valenzuela, Arturo. El Quiebre De La Democracia En Chile. FLACSO. Santiago de Chile. 1978. 41 Scully, Op. cit., P. 169. 42 Ibid., P. 183.

. En segundo lugar, nótese que, ya siendo gobierno, “encontrar socios disponibles en la izquierda era muy difícil por el contexto internacional y el potenciamiento de las lógicas competitivas de los partidos políticos chilenos frente a un proceso continuo de ampliación –además tardía- de la base

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electoral (ciudadanía)43 (…) [Por otro lado], en la derecha no había aliados, salvo que se renunciara, por ejemplo, a la reforma agraria”44

Como ya se ha visto, al optar por el camino democrático, los dirigentes de la Democracia Cristiana estaban conscientes de que ello les impondría una serie de condiciones que limitarían su acción política en un eventual gobierno suyo: respeto a las instituciones tradicionales, reconocimiento del conflicto y necesidad de comportarse pragmáticamente. La democracia, empero, es un compromiso que suscriben no sólo los gobernantes, sino también los ciudadanos. La democracia es un régimen que exige sacrificios de todos, aun de los gobernados. Esta opinión es compartida por el senador Frei

.

45, quien se hace cargo como político del hecho de que “hemos conformado la imagen de una democracia en la que todos tienen derechos, pero en la que nadie quiere reconocer las obligaciones correlativas”46. Esto pareciera ser aún más cierto cuando se le propone al país un programa reformista. “(…) se ha confundido el concepto de avanzada popular con el concepto de facilidad (…) ninguna revolución es fácil y ningún cambio profundo comienza con un reparto, sino con un sacrificio”47

De hecho, Frei piensa que “el drama de las ´democracias´ reside en que los que viven en ellas, por regla general, se niegan a los sacrificios voluntarios”

.

48. En cambio, los que tienen éxito electoral en muchas ocasiones son los demagogos, es decir, aquellos “que ofrecen ventajas, aunque estén ciertos de que no podrán cumplirlas”49. Vale decir, la poca disposición de los ciudadanos al sacrificio se ha nutrido de décadas y décadas de desengaño, producido por las falsas promesas de políticos demagogos. Este incumplimiento puede ser causa de múltiples factores: excesiva avidez de poder, falta de sustento técnico de las propuestas, poco tino político durante el mandato, tentación de diseñar políticas populistas de corto plazo, excesivo doctrinarismo, falta de diálogo ya sea con los partidos políticos o con la ciudadanía, sucesos imponderables50, etc. “Una y otra vez el pueblo ha sido defraudado, porque se le ha ofrecido más de lo que un gobierno estaba en situación de dar y se le han hecho promesas sin relación con los recursos reales del país”51

43 Recuérdese también la temprana oposición socialista –tesis ganadora dentro del FRAP- de formar cualquier alianza con los partidos “reformistas burgueses” del centro político. Para revisar la postura del PS, en materia de alianzas políticas, ver: Walker, Ignacio. “Del Populismo al Leninismo y la Inevitabilidad del Conflicto: El Partido Socialista en Chile (1933-1973)”. En Estudios Cieplan. Notas Técnicas N° 91. Santiago de Chile. Diciembre 1986. 44 Ver: Micco, Sergio y Saffirio, Eduardo. “El centro político: criterios para un discernimiento estratégico”. En Asuntos Públicos. Informe 1070. Agosto 2013. P. 4. 45 El texto al que se hace referencia, La Verdad tiene su Hora, fue escrito hacia 1955, cuando E. Frei era senador por las provincias de Atacama y Coquimbo. 46 Frei Montalva, Op. cit., P. 10. 47 Ibid., Pp. 59-60. 48 Frei recurre en este texto a la honrosa excepción de las democracias europeas de la posguerra, cuyos gobernantes exigieron ingentes sacrificios a sus ciudadanos. Pero lamentablemente es un ejemplo demasiado al límite, considerando que después de un conflicto bélico –especialmente si es tan devastador como lo fue la II Guerra Mundial-, la disposición a aceptar sacrificios por parte del pueblo es mucho más alta que en un contexto de normalidad, pues ya cualquier cosa le parece soportable. 49 Frei Montalva, Op. cit., Pp. 48-49. 50 Es decir, hechos ajenos a la voluntad de los gobernantes, como catástrofes naturales o la muerte misma, sucesos de los que la historia de Chile da muchos ejemplos. 51 Frei Montalva, Op. cit., P. 14.

. El problema de la desconfianza del pueblo hacia su gobierno es gravísimo, pues una manera de compensar las trabas naturales que la democracia impone a sus representantes, es justamente la confianza del pueblo. La fe debe ser recíproca entre el gobierno y la ciudadanía. El futuro

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Presidente de la República se hace una pregunta fundamental: ¿cuánto plazo pueden soportar las masas, mientras el proceso democrático se desarrolla? Esta es una interrogante que debe hacerse cualquier Mandatario que desee realizar reformas profundas. No hacérsela o responderla inadecuadamente puede significar un pésimo gobierno y un nuevo desengaño para los ciudadanos, cada vez más dispuestos a renegar de la democracia para caer en las manos de un “hombre fuerte”, ya sea bajo la versión desenmascarada de una dictadura o bajo la más sutil de un régimen populista. Para concluir esta sección, debe decirse que la idea de sacrificio se encuentra en el Tomic candidato de 1970 tanto como en el Frei senador de 1955, que se ha citado aquí. Aquél enfatizaba en su programa que “Chile no podrá salir de la pobreza interna y de la dependencia extranjera sino a base de un gran esfuerzo de trabajo y de disciplina, hecho por el pueblo y en su propio beneficio”. En efecto, uno de los lemas presentados por el candidato falangista era “producir, ahorrar e invertir”52

El lema de la campaña de Frei Montalva para las elecciones presidenciales de 1964, fue el de “Revolución en Libertad”, y fue creado por el economista Jorge Ahumada

.

¿Revolución en libertad?

53. La combinación de estos términos buscaba diferenciarse tanto de la candidatura del socialista Salvador Allende (que presentaba un programa revolucionario, pero del cual se dudaba si llegado al gobierno, respetaría la tradición democrática) como de la del radical de ala derecha Julio Durán (que encarnaba en ese momento una postura más bien continuadora de la del ex Presidente Jorge Alessandri). Pero más allá del eslogan –a la postre exitoso, principalmente por el carácter fuertemente anticomunista de la campaña electoral-, ¿qué entendía la Democracia Cristiana por revolución y por libertad? ¿Son conciliables estos términos o se trataba sólo de una especie de “mantra” efectivo, pero sin sentido alguno? Muchos, tanto en el pasado como en el presente, creen lo segundo. Ilustrativa es la opinión del liberal de la época, Eduardo Moore, quien fuera parlamentario y ministro de Educación de Jorge Alessandri, partícipe de la visión de que es de todo punto imposible una revolución dentro de un marco de libertad, pues son conceptos incompatibles. Afirmaba este político que “es absurdo juntar dos conceptos antagónicos: revolución, que se traduce prácticamente en violencia y desconocimiento de derechos humanos, y libertad, que representa garantía y paz para todos”54

No es este el lugar para analizar cómo han sido tratado estos conceptos a lo largo de la historia del pensamiento filosófico-político. Simplemente se tratará de establecer una aproximación a estos términos, relacionándolos a la luz del ya esbozado concepto de persona humana. En primer lugar, cabe preguntarse qué elementos de juicio son útiles para considerar si una revolución es o no exitosa. ¿Puede juzgarse como exitosa una revolución sólo porque se logró

. Pero revolución no equivale a violencia y libertad no es sinónimo de paz.

52 Ver cita en: Suau, Fernando. La Democracia En El PDC Chileno: De La Ambigüedad Política A La Crisis Institucional (1957-1970). Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. P. 159. 53 Junto al sacerdote jesuita de origen belga Roger Vekemans, fue también parte fundamental en la elaboración del programa presidencial. Pero la colaboración de Ahumada para con el gobierno de Frei quedó truncada, por causa de un repentino ataque cardíaco sufrido en Caracas, que le quitara la vida en 1965, teniendo apenas cincuenta años de edad. 54 Ver cita en: Olavarría, Arturo, Op. cit., P. 416.

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pasar desde un estado A hacia un estado B? Claramente esto es una condición necesaria, pero no suficiente. Pues si se pone el foco solamente en el cambio de estructura, las personas pasan a ser meros medios para conseguir ese cambio. Esto pone a la revolución en un plano de acción independiente del régimen político que sostenga el proceso revolucionario. Desligada la revolución de la más mínima obligación democrática y, por ende, del más mínimo respeto por los ciudadanos, es fácil pasar a una forma autoritaria de gobierno, donde se ponga el énfasis en el valor de la eficacia. No obstante, el autoritarismo es el atajo, no el camino. “Porque si el camino es suprimir la libertad todo se simplifica. A través de la fuerza y el sometimiento, todos los ensayos son posibles. Lo grave es que abandonado el régimen de libertad, se pierde el metro que mide el precio que se paga”55

Sobre este punto, el reformismo de Castillo Velasco es patente cuando declara que “los cambios sociales deben verificarse con energía, pero evolutivamente, midiendo con sabiduría y flexibilidad los pasos, sabiendo hasta dónde las reformas son duraderas. Nuestras doctrinas deben comenzar a aplicarse; mas, sabemos que ello no será automático. Es preciso ir planteando las reformas en la perspectiva de un comunitarismo social cristiano y saber avanzar gradualmente en la forma señalada por la reacción misma de las masas y de las realidades económicas”

. Alguien si bien de acuerdo con lo anterior, podría igualmente afirmar que una revolución

es entonces una cuestión de tiempos. La revolución sería un proceso acelerado de transformaciones y el valor exclusivo sería la eficiencia. Y esto es lo que probablemente pensaban quienes criticaban la “lentitud” que el gobierno de Frei Montalva mostraba en hacer cumplir su programa. Crítica esperable de la oposición de izquierda, pero no de aquellos que pertenecían al partido oficialista. Los democratacristianos que pensaban de este modo, aparentemente olvidaban la promesa principal del programa: que la revolución se haría “en libertad”. Aunque es evidente que cualquier mandatario desea que su programa de gobierno se lleve a cabo en el menor tiempo posible, si la promesa ha sido que ese programa debe realizarse asegurando, al mismo tiempo, la libertad de los ciudadanos, la rapidez deja de ser el parámetro exclusivo del éxito revolucionario, debido a que es necesario cumplir pasos no sólo en función del plano táctico –también presentes en un régimen autoritario-, sino también del cuerpo social.

56

55 Frei Montalva, Op. cit., P. 46. 56 Ver: Castillo Velasco, Jaime. Teoría Y Práctica De La Democracia Cristiana Chilena. Editorial Del Pacífico. Santiago de Chile. 1973. P. 48.

. Mas, ¿a qué viene esta gradualidad? ¿Cómo se condice con la revolución? En un intento por ligar la tesis expuesta por Castillo con lo que se ha dicho hasta el momento, el avance gradual vendría a ser una forma democrática de verificar: i) cómo el cuerpo social está respondiendo a la propuesta política; ii) cuánto roce está oponiendo el plano de la realidad (principalmente, su componente económico). Esto demuestra que la revolución no tiene nada que ver con el tiempo; una revolución –a secas- puede ser rápida o lenta, brusca o gradual, irreversible o reversible, pero una revolución democrática (o en libertad) siempre será lenta, gradual y, por lo tanto, reversible desde un punto de vista sistémico. La reversibilidad es defecto y virtud, a la vez: defecto en razón de los objetivos políticos, pues da más tiempo a las minorías reaccionarias para que puedan desarrollar

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una estrategia contundente que haga “retroceder” el proceso reformador; virtud porque permite ir rectificando constantemente, si así se requiere, el camino de reformas.

Se ha hablado de cambio de estructura y de actitud del gobernante, en sentido general, ¿pero a qué se refería la Democracia Cristiana con estas cosas? Castillo nuevamente da luces sobre el asunto. El cambio que se busca es “el paso del capitalismo a la sociedad comunitaria”, suponiendo a la vez “premisas ideológicas, condiciones sociales, etapas de realización y finalidades determinadas” que restringen, pero también enriquecen, el proceso revolucionario57. A estas alturas, parece ser que el concepto de revolución es destruido por la filosofía humanista cristiana, ya que, según lo expuesto, el cambio de estructura debe ser evolutivo y la actitud del gobernante debe ser reformista. Y es prácticamente de común acuerdo que “revolución” se opone tanto a “evolución” como a “reformismo”. No obstante, en el fondo mismo, ¿qué implica ser revolucionario? Sobre esto, Maritain señala que “toda revolución auténtica supone que ha empezado uno un día a apartarse del presente y, en cierto sentido, a desesperar de él”58. Aludiendo a este mismo pasaje del filósofo católico, Castillo Velasco dirá que “si uno quiere cambiar una cierta realidad, necesita separarse de ella. No puede ser su cómplice, no puede permanecer dentro del cuadro cuya tela y cuyo marco van a ser reemplazados. Eso es justamente la actitud revolucionaria”59. De aquí que la consigna que puede resumir la acción de la DC sea: “Idealismo para proyectar, realismo para avanzar”60

.

Esta especie de lema del ideólogo falangista es clave para resolver el problema sobre el juicio acerca de si la revolución es exitosa. Pues aunque el cuerpo social, ávido de señales, requiera ver resultados para pronunciarse sobre un proceso revolucionario, debe buscar la veracidad de la revolución en la consistencia democrática de sus líderes y en la disposición (fe democrática) del propio espíritu social. De esta forma, se establece como tesis que, en términos sustantivos, la revolución se constituye dialógicamente y de una sola vez, entre el partido de vanguardia (coherente doctrinariamente) y la comunidad (receptora fiel del mensaje). Vale decir, la revolución no puede formularse como un proceso juzgado a la luz de hitos realizados, uno tras otro, en una cierta cantidad de tiempo -de hecho, si fuera así, “evolución” y “revolución” sólo diferirían por el factor temporal-, sino como un “momento místico” de identificación entre la propuesta política y el anhelo del pueblo, proyectado en el tiempo y desplegado a través de la realidad factual. De aquí que no se pueda hablar de “revoluciones fallidas”, ya que se trata de un juicio asertórico: hubo o no hubo revolución. Y si hubo, pero no se cumplieron los objetivos políticos derivados de esa revolución, no se puede hablar de fracaso; al contrario, representa la esperanza de que nuevamente la chispa pueda ser encendida por un nuevo liderazgo político.

57 Ibid., P. 78. 58 Ver: Maritain, Jacques. “Carta sobre la independencia”. En Lecturas Escogidas De Jacques Maritain. Ediciones Nueva Universidad. Santiago de Chile. 1974. Capítulo XXI. P. 256. 59 Castillo Velasco, 1973, P. 25. 60 Ibid., P. 36. El énfasis es propio.

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Fe en la democracia, fe en el pueblo

Ahora, debe definirse también, aunque sea a grandes rasgos, a qué se refería específicamente la Democracia Cristiana cuando hablaba de “libertad”. Está claro que no es la “garantía y paz para todos” a que se refería el ministro Moore. Utilizando los conceptos de Isaiah Berlin, no es la libertad negativa de los liberales, en que la paz se traduce en indiferencia al prójimo; por el contrario, y máxime en un contexto revolucionario, es libertad positiva, es decir, una exigencia hacia los ciudadanos de participación activa en la sociedad, de involucramiento en los cambios promovidos por el gobierno. “La democracia sólo puede subsistir si hay confianza en cada hombre y este hombre se incorpora a la sociedad”61. Pero esta exigencia es plenamente humana, pues está basada en una inquebrantable fe en la capacidad política del pueblo. Aquí no hay espacio para ninguna clase de pesimismo antropológico. Como dijera el ministro Molina, “creemos firmemente que a los hombres también los mueven sus virtudes y no sólo sus pasiones”62

Entre estos dos extremos, se halla una genuina opción por la democracia, la cual implica “pensar que en todo hombre hay una semilla de inteligencia y bondad que debe permitirle un pleno desarrollo”

. Puede afirmarse que la posición del humanismo cristiano está nuevamente, acerca de este tópico, entremedio de dos actitudes extremas: por un lado, la autoritaria, que emana de una percepción negativa del hombre en cuanto capaz de desarrollarse por sí mismo y reconocer su propia realidad; por otro, la indiferente, que nace de una despreocupación por el ser humano. La actitud autoritaria cree saber las necesidades y fines del hombre, con mayor certeza que el propio hombre; la actitud liberal ni siquiera considera el problema sobre el fin del ser humano y piensa que lo único que debe garantizar un gobernante es una mínima interferencia en la libertad de los gobernados.

63. Luego, la democracia no es un mero procedimiento, sino que es un valor en sí mismo que integra armónicamente, a su vez, los valores de igualdad, libertad y justicia. Ahora bien, aquel conjunto de valores no debe ser impuesto –pues nuevamente se caería en una conducta autoritaria-, sino que debe integrarse a la esfera pública y ponerse al lado de otro tipo de visiones de mundo. De aquí que se defienda una sociedad plural, en que la definición de los valores en una nación no sea responsabilidad de una élite –ya sea burocrática, económica, tecnocrática, etc.-, antes bien que sea producto de la deliberación pública en la esfera política64. Una importancia adicional del pluralismo para la DC es que, al desplazar como receta política a la mera tolerancia -en sentido liberal-, viene a quebrar de paso la ligazón histórica entre democracia y capitalismo65

Sin embargo, para que el pluralismo sea real, debe promoverse la participación de los cuerpos intermedios, ya que para el humanismo cristiano, la priorización de los valores se va

.

61 Frei Montalva, Op. cit., P. 113. 62 Molina, Op. cit., P. 193. 63 Frei Montalva, Op. cit., P. 51. 64 Para una distinción entre esfera pública y esfera política, y su relación con el pluralismo, ver: Zamagni, Stefano. “El bien común en la sociedad posmoderna: propuestas para la acción político-económica”. En Revista Cultura Económica. Año XXV. N° 70. Diciembre 2007. Pp. 23-43. 65 Alusión al pensamiento de Castillo Velasco, en: Suau, Op. cit., P. 81.

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definiendo y redefiniendo constantemente, a través de la competencia en el seno de una sociedad plural. Pero, ¿qué asegura que dentro de esta pugna entre visiones de mundo, salgan airosos los mismos principios democráticos y cristianos que originalmente se defendían? La respuesta ya se ha señalado: esta lucha constante del socialcristianismo, al interior de una sociedad plural, es un desafío que implica una fe en que al final se ganará la batalla, una “fe democrática”. Y el Presidente Frei “creyó en la democracia como corolario natural de su fe en el hombre…”66

En síntesis, la “revolución” en sí misma es un concepto vacío que sólo puede ser rescatado por la concepción de la persona humana, a través del compromiso irrestricto con el pluralismo democrático. Esto no basta empero para escapar de las aprehensiones del ministro Moore, pues los mismos elementos que conforman la democracia en los términos en que se ha definido, la convierten, al mismo tiempo, en altamente vulnerable. Frei está con Castillo Velasco

. Esquemáticamente expuesto, la fe en la democracia requiere de fe en los ciudadanos y ésta exige, a su vez, una fe en el mensaje cristiano.

67 en cuanto a la vulnerabilidad del régimen democrático frente a los totalitarismos, a raíz de la existencia del pluralismo. Pero el propio pluralismo es una herramienta también para preservar la democracia. La democracia liberal, solamente dotada de procedimientos, está siempre acechada por fuerzas antidemocráticas, que aunque ya no estén representadas por totalitarismos de cara descubierta, son amenazadas por fuerzas de élite, minoritarias, pero altamente coordinadas. Ahora bien, una democracia pluralista se erige como paladín de la democracia, pues aunque sigue incubando en su seno estas fuerzas destructivas, les exige descubrir su rostro y entrar a competir en igualdad de condiciones con el credo demócrata. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, ¿cómo defender de mejor manera la democracia? No es prohibiendo, como se hizo con la Ley de Defensa de la Democracia (rechazada por los parlamentarios democristianos), sino integrando al pueblo a la vida política, para que, una vez imbuido de los valores de la libertad y de la democracia, sea capaz de defenderlos, como quien defiende lo suyo68

.

Quizás en este momento es posible ponderar las palabras de Moore, bajo una mirada humanista cristiana sobre el binomio de la campaña del ‘64: cuando se combina la intolerancia hacia el otro (actitud autoritaria) con la ansiedad política (actitud progresista), es fácil que un proceso revolucionario derive en violencia política (degradación autoritaria); por otro lado, cuando se combina la indiferencia hacia el otro (actitud liberal) con la resignación política (actitud conservadora), se está a un solo paso de caer en la ilusión de paz (degradación reaccionaria). Contra estos extremos, se halla la delicada línea trazada por una élite política reformista, sustentada por una sociedad activa y pluralista, que gradualmente debe ir siendo incorporada a la toma de decisiones tanto en el plano económico como en el político.

66 Ibid., P. 106. 67 Puede observarse más a fondo este problema –y su solución-, en el ya citado texto de Castillo, Teoría y práctica de la Democracia Cristiana chilena. 68 Frei Montalva, Op. cit., P. 66.

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BALANCE POLÍTICO

El programa

Para la Democracia Cristiana, un programa político no era solamente el anzuelo con que se capturaba al electorado. No era mero marketing. Presentar un programa ante la ciudadanía representaba una profunda necesidad. Como ya se ha dicho en varias ocasiones, el funcionamiento de una verdadera democracia requiere de una confianza recíproca entre los representantes políticos y los ciudadanos. No obstante, la fe y la abnegación del pueblo han sido resquebrajadas generación tras generación, por culpa de las promesas incumplidas de los gobernantes. Aunque sería en extremo injusto aseverar que el incumplimiento de la palabra empeñada ha sido sólo una consecuencia de la ambición de poder o de la maldad de políticos voraces, los ciudadanos están demasiado ocupados como para dedicarse a dilucidar si lo que ocurrió correspondió más a falta de veracidad o de capacidad. Es un hecho difícil de negar que, de algún modo, los políticos se han aprovechado muchas veces de la gran nobleza del pueblo. Sin embargo, los dirigentes de la DC no cayeron en la desazón y, a través de su fe en las personas, proponían como atenuante de esta desconfianza acumulada una cuestión que para no pocos es una contradicción en los términos: la honradez política. Para Frei, el asunto adquiere contornos aún más dramáticos, ya que “las democracias, para vivir, necesitan un nivel mínimo de honradez moral de parte de los que las dirigen”. ¿En qué consiste esta honradez? La respuesta del entonces senador suena trivial: “decir la verdad y vivir conforme a ella”69. ¿Cómo puede traducirse políticamente esta máxima? Por de pronto, con la presentación de un programa político claro. La demagogia es una enfermedad que nace de un vacío de ideas orientadoras, de una doctrina fuerte. Y uno de los paliativos es precisamente un programa madurado, realista y presentado oportunamente a la ciudadanía. Aquél es un genuino mecanismo de accountability, mediante el cual puede verificarse si hay consecuencia entre el proceso de conquistar el poder y el de su ejercicio, “aunque esto contradiga a los que no confían en la naturaleza humana y piensan que por este camino no hay posibilidades de éxito”70

El programa presentado a la ciudadanía en 1964 por la Democracia Cristiana, a través de su candidato Eduardo Frei Montalva, no era totalmente nuevo, ya que se venía entretejiendo desde los inicios mismos del falangismo. En efecto, muchas de las ideas presentadas por aquella candidatura eran un reflejo de la “Declaración de Principios del Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora” (1935). Sólo por mencionar algunas: respeto por la integridad de la persona humana, pues el Estado es para el hombre y no al revés; defensa de la libertad dentro del orden; defensa y protección de la familia, unidad fundamental de la sociedad; organización corporativa de la sociedad; descentralización administrativa y económica; propiedad como derecho y con una función social; defensa de la independencia de la economía nacional, frente al imperialismo; adaptación de la instrucción a las necesidades de la nación y sus provincias

.

71

69 Ibid., P. 52. 70 Ibid., P. 58. 71 Grayson, Op. cit., Pp. 130-132.

. Luego de la salida del MNJC del Partido Conservador y ya convertida en partido político, se establecieron

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los “24 Puntos de la Falange Nacional” (1939). La ideología de la flamante colectividad confirmaba la Declaración de cuatro años antes, aunque incluía políticas más específicas (Reforma Agraria; creación de un Consejo Nacional de Economía como paso para una organización corporativa; progresiva participación de los trabajadores en las utilidades y propiedad de las empresas; impulso a la actividad industrial; protección a la minería por parte del Estado; promoción de la enseñanza técnica) y otros elementos (rechazo claro al capitalismo, relevancia de la mujer72 y del campesino). La cuasi-candidatura presidencial de Frei en 1952, también alcanzó a asomar un programa, que entre sus puntos más destacables contaba: disminuir la inflación, mediante la regulación del crédito y el gasto fiscal; Reforma Agraria, que implicase una política crediticia y educación para el campesino, además de la división de la tierra; aumento de las organizaciones laborales; y reducir la desigualdad del ingreso73. Un lustro más tarde, la Falange se convertía en la Democracia Cristiana, cuya Declaración de Principios (1957) afirmaba fundamentalmente que “la familia poseía derechos anteriores al Estado y que las asociaciones profesionales, como los sindicatos, son esenciales para desarrollar la personalidad humana y para alcanzar el bienestar común”74. Algunos puntos generales de esta Declaración eran los siguientes: i) mientras que la riqueza podía servir como incentivo, debería hallarse subordinada al consumo como principio económico rector; ii) una economía humana no puede surgir de una masa de individuos ni de un Estado monopolista, ya que depende de la organización de los ciudadanos en comunidades de trabajo; iii) la propiedad, tanto privada como colectiva, debe hallarse encaminada al bienestar general; iv) la relación propietario/trabajador debe ser transformada gradualmente, asegurando la estabilidad en el trabajo y permitiéndole a los trabajadores participar en la dirección y propiedad de la industria; v) sindicalización de los trabajadores75

Así se llegó a la candidatura presidencial de 1964. Nacida del trabajo de comisiones y congresos al interior del partido, el programa de este año contiene muchos de los elementos de las declaraciones de principios y candidaturas anteriores. Eran algunos de sus puntos: duplicar la producción e ingreso de la industria del cobre en seis años; construcción anual de 60 mil unidades de vivienda, especialmente en los suburbios pobres; diversificación de la economía, a través del desarrollo de nuevas industrias (madera y celulosa, pesca y preparación del pescado, vinos); expandir las exportaciones hasta compensar las importaciones. No obstante, las más importantes eran las reformas estructurales, que le hacían honor al lema de “Revolución en Libertad”, a saber: i) Reforma Agraria, destinada a crear 100 mil nuevos propietarios; ii) “Promoción Popular”; iii) Descentralización; iv) Chilenización del cobre; v) Reforma a la Constitución (que, entre otras cosas, cambiaba el concepto de propiedad, otorgándole una función social, además de dotar al Ejecutivo

. La campaña de Frei para las elecciones presidenciales de 1958 tomaba algunas de estas ideas y anunciaba otras: restricción del consumo, reforma al sistema previsional, el aumento en la productividad de la tierra (mediante la colonización de terrenos fiscales, política crediticia, estabilidad en los mercados, aseguramiento de precios justos, aplicación de nuevas técnicas), etc.

72 La importancia que la Falange Nacional otorgaba a las mujeres, no era sólo palabrería. De hecho, se formó una Falange Femenina, cuerpo no politizado a cargo de actividades sociales. 73 Grayson, Op. cit., Pp. 276-277. 74 Suau, Op. cit., P. 78. 75 Ibid., P. 79.

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de mayores prerrogativas); vi) Reforma Educacional; vii) Reforma Tributaria, dirigida a mejorar la redistribución de los ingresos. El programa del rival Salvador Allende, candidato del Frente de Acción Popular (FRAP, que agrupaba a socialistas y comunistas), era bastante similar. En efecto, “el programa del FRAP (…) difería del de los demócratas cristianos más en el tono que en la sustancia”76. Para dar cuenta de aquello, baste con apuntar que dentro de las propuestas de Allende también se hallaban el cambio del sistema impositivo, la reforma agraria y un mayor rol del gobierno en la promoción del desarrollo del país. Tal vez, una de las diferencias más destacadas fue que el candidato frapista prometía una nacionalización no solamente del cobre -en vez de una chilenización-, sino también de los bancos, compañías de seguros y empresas de servicios públicos77

Probablemente, lo distintivo del programa de Frei era, en el fondo, su larga maduración intelectual y técnica –desde la época del MNJC como se vio-, y el hecho de que sus propuestas estuvieran enmarcadas dentro de una visión comunitarista de la sociedad. La reforma agraria, el programa de promoción popular, la ampliación de las organizaciones sindicales, la formación de cooperativas y empresas de trabajadores, y la reforma educacional; en fin, todo este paquete reformista no era al azar, sino que encontraba una armonía al justificarse teóricamente en cuanto “construcción de una sociedad más integrada con una diferente estructura de poder”

.

78. Cada propuesta del programa involucraba un problema, una solución técnica y una meta79. Por ejemplo, un viejo problema era el lento crecimiento del país. El diagnóstico era que se producía principalmente por tres factores concomitantes: la inflación, la desigual distribución del ingreso y la creciente dependencia respecto del exterior80. La solución, entonces, debía ser múltiple: reforma tributaria, disminuir del endeudamiento externo, chilenización del cobre, aumento del ahorro privado y la inversión, etc. Las metas eran claras: que la tasa de ahorro e inversión se aproximara al 20% del ingreso, una tasa de crecimiento del 5% anual, distribución del ingreso y de la propiedad más igualitaria, reducir la tasa de deuda externa, recuperar las riquezas básicas, etc.81

76 Grayson, Op. cit., P. 355. 77 No se hace mención de la candidatura del radical Julio Durán, ya que se volvió prácticamente irrelevante después de que la derecha (liberales y conservadores) decidiera apoyar a Frei, rompiendo el breve Frente Democrático, a raíz del “naranjazo”. En efecto, apenas bordeó el 5% de los votos, a nivel nacional. 78 Molina, Op. cit., P. 67. 79 Para un contraste entre lo prometido y lo cumplido, confiérase el honesto ejercicio que hace el ministro de Hacienda de Frei, en el libro considerado para este documento, El proceso de cambio en Chile. Para una visión más crítica y menos técnica, ver el ya citado texto de A. Olavarría, Chile bajo la Democracia Cristiana, en especial su Vol. 6, Pp. 179-186, donde se hace un breve recuento de los aciertos y desaciertos del gobierno de Frei Montalva. 80 Molina, Op. cit., P. 40. 81 Ibid., P. 78.

Pero tomando el conjunto del diagnóstico, se llegaba a la conclusión de que los problemas eran estructurales; de aquí que el programa de Frei fuera “revolucionario”, pues implicaba diversas áreas. En efecto, “la crisis integral constituía un diagnóstico global y detallado de la Democracia Cristiana frente a cada uno de los aspectos más importantes de la vida nacional. En consecuencia, la estrategia para abordar estos problemas debía también ser global y detallada. Era necesario extender la acción política a cada campo, lo que hacía que el programa de gobierno fuera

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sumamente ambicioso”82. Por otro lado, existía una “crisis sociopolítica”, que tenía que ver con fallas en la participación y en la representatividad, además de una falta de solidaridad83

Como resumen, las reformas propuestas por Frei Montalva en 1964 eran producto de un trabajo participativo y técnico al interior del partido. Además, habían sido pensadas desde el amanecer del grupo falangista, cerca de tres décadas antes, tiempo suficiente como para filtrar aquellas cuestiones que iban quedando añejas, ya fuera desde el punto de vista de la evolución doctrinaria del partido

.

84

Eran algunas tareas inmediatas de la DC: i) producir una férrea cohesión ideológica dentro del partido para reducir o eliminar los conflictos internos; ii) traducir los principales propósitos del programa en símbolos atractivos, accesibles a la masa

o en base a las nuevas experiencias comparadas.

El gobierno y la disidencia

85. Con respecto al segundo punto, algo se dirá en la última sección, donde se abordará el tema de la “promoción popular” y el significado que tuvo en la práctica. En relación a lo primero, los hechos demuestran que la tarea no se cumplió. La escisión del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) en 1969, fue un duro golpe para el partido y, en consecuencia, para sus pretensiones de continuar en el poder un período más. En general, puede afirmarse que “el PDC fue un partido que tuvo intereses propios entre 1965 y 1968 que llegaron a ser antagónicos a los del Gobierno”86

Carlos Huneeus presenta algunas hipótesis acerca del divorcio que se produjo al interior del oficialismo, ya no en términos de doctrina –que se verá un poco más adelante-, sino que en función de la división Ejecutivo-Legislativo. En primer lugar, la calidad de los parlamentarios DC se vio debilitada porque “la mejor gente del partido” fue llevada al Ejecutivo, “mientras que, con escasas excepciones, los dirigentes intermedios y los funcionarios del partido fueron reclutados al parlamento”. En segundo término, la bancada DC contaba con poca experiencia legislativa, ya que “de los 82 diputados elegidos en 1965, sólo 21 había estado en el Congreso Nacional”. Y considerando el ambicioso programa de reformas del gobierno, la falta de experiencia se amplificaba. Un tercer punto –menos inevitable- fue la decisión política de Frei de nombrar en su gabinete principalmente independientes y técnicos, tales como Juan Gómez Millas y Sergio Molina, con el fin de “matizar el carácter monocolor del gobierno”. En cuarto lugar, se halla el hecho de que la DC no haya podido lograr una mayoría en el Senado, cuestión que –como se veía en la sección “Realismo político”- “exigió largas y complejas negociaciones con los parlamentarios de oposición que le obligaron a hacer concesiones en el programa de gobierno y retrasaban o dificultaban su puesta en marcha”. En términos políticos, “el Senado se convirtió en la principal

. Este factor no sólo socavaba la posibilidad de un segundo gobierno falangista, sino que dificultaba el avance mismo de las reformas de la administración de Frei Montalva.

82 Ibid., P. 64. 83 Ibid., P. 54. 84 Este es el caso, por ejemplo, de la cada vez menor relevancia que se le dio a la estructuración corporativa de la sociedad, y del compromiso cada vez mayor con la democracia (pluralista, no liberal). 85 Molina, Op. cit., P. 67. 86 Huneeus, Op. cit., P. 17.

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arena institucional en que actuó la oposición, sufriendo el PDC los efectos de la competencia bilateral, porque en algunas oportunidades la izquierda y la derecha actuaron en su contra”87

En relación a la cohesión interna, las disputas no eran completamente nuevas, sino que se arrastraban desde décadas. Es por ello que “la disidencia comenzó relativamente temprano y se propuso controlar la dirección del partido para forzar a Frei a cambiar el sentido del programa de gobierno hacia una ‘auténtica revolución’”

.

88. De aquí que parece algo desmedida la crítica de Huneeus cuando afirma que no haber actuado a tiempo para detener el avance del grupo disidente, la cual “logró considerables apoyos en dirigentes intermedios e incluso, funcionarios de gobierno (…), constituyó uno de los más graves errores cometidos por Frei durante su gestión como Presidente de la República”89

George Grayson habla de una línea “popular”

. Sin embargo, ¿cómo pudo haber detenido Frei una disidencia que ya tenía algunos años y que además no tenía, como se verá, rasgos personalistas? Es difícil saberlo y no se tratará aquí de asunto tan complejo. Pero sí es necesario reseñar, aunque sea de modo muy sucinto, la evolución histórica de las diversas fracciones o líneas del partido. La primera división importante apareció cuando la Falange Nacional –por estrechísimo margen- decidió apoyar al doctor Cruz-Coke para las presidenciales de 1946.

90 (que buscaba alinear al partido con las masas y, por ende, con la izquierda) y una línea “independiente”91 (que defendía pactos con la izquierda o la derecha, pero sólo ocasionalmente). Durante el Congreso de 1959 –primero de la DC propiamente tal- se expusieron tres tesis: i) la “populista”92, que propugnaba que la lucha contra la oligarquía y el capitalismo requería de la alineación con las masas, pero era necesario hacer contactos con la izquierda. De allí que planteara la apertura frente a los partidos marxistas y la definición del partido mismo como colectividad de izquierda; ii) la “vanguardista”93, que buscaba trascender las clasificaciones políticas tradicionales (no considerarse un partido centrista, moderador del socialismo o popularizador del capitalismo) y un planteamiento de vanguardia acompañado por un sólido fortalecimiento doctrinario y disciplinario, a partir de la concepción ideológica del “comunitarismo” (que proponía reemplazar la estructura capitalista por un sistema comunitario). Ponía total énfasis en la clase trabajadora y defendía la existencia de pactos o alianzas políticas permanentes, no puramente electorales; iii) la de un “movimiento nacional y popular”94

87 Ibid., P. 16-17. 88 Ibid., P. 17. 89 Ibid., P. 18. 90 Esta postura era encabezada por Leighton, quien era apoyado por Rafael Agustín Gumucio, Alfredo Lorca, Rafael Arancibia, José Isla y Jorge Rogers. 91 El líder de los “independientes” era Tomic, quien heredaría la postura de Garretón. Esta postura táctica triunfaría, por poco margen, en el IV Congreso Nacional de la Falange (1946). 92 Entre sus miembros se hallaban R. A. Gumucio, A. Lorca, Julio Silva Solar, Alberto Jerez, Jorge Cash, Luis Ortega y, en general, los disidentes que una década más tarde conformarían el MAPU. 93 Esta postura era liderada por J. Castillo Velasco. Otros nombres eran Óscar Calvo, Hernán Frías, Bosco Parra y la mayor parte de la juventud del partido. 94 Línea oficialista que, a la sazón, ganaría el Congreso con 359 votos contra 201 de los vanguardistas. Entre sus defensores estaban Frei, Patricio Aylwin, Frei, Juan de Dios Carmona, Tomás Pablo y Pedro Muga.

, de integración de todos los chilenos. Se abogaba por una planificación central que no destruyera la propiedad privada, una reforma fiscal que incrementara los impuestos directos y progresivos, y una reforma agraria e industrial. A diferencia de los “populistas”, mantenían una

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“inalterable” oposición a los comunistas, por lo que estaban en contra de un pacto con el FRAP. Criticaban a los “vanguardistas” que no se podía caer en una postura aislacionista95

La llegada al gobierno no atenuó, antes al contrario, exacerbó las fracciones dentro de la DC. De hecho, en el Congreso de 1966, se hizo sentir el temprano descontento de algunos dirigentes que “deseaban una acción más enérgica y realmente revolucionaria que eliminara las posiciones administrativas que le quedaban a la Derecha y pusiera término a los abusos y especulaciones en el campo económico”

.

96. Las posiciones en este Congreso podían resumirse en las siguientes: “oficialistas” (que mantenían la adhesión a la línea política del Presidente y su gabinete), “rebeldes” (tenían una postura crítica que exigía mayor aceleración al proceso de “revolución en libertad”) y “terceristas” (quienes adoptaron una actitud crítica frente al gobierno, pero aun así eran solidarios de su gestión)97. El senador Alberto Jerez, del sector de los “rebeldes”, estuvo a pocos votos de vencer al oficialista Patricio Aylwin, quien obtuvo el apoyo de los “terceristas”. Luego de esta derrota, “los ‘rebeldes’ radicalizaron sus posiciones, asumiendo justificaciones ideológicas propias del marxismo y no del social cristianismo”98. El punto más crítico de las relaciones entre el gobierno y la disidencia se produjo cuando ésta –por un acuerdo entre “rebeldes” y “terceristas” en la Junta Nacional de Peñaflor (enero de 1968)- ganara la directiva. Luego de que el Presidente Frei forzara al partido para que decidiera su apoyo al gobierno, se constituyó una nueva directiva que respaldaba al Ejecutivo, lo que significó la salida de los “rebeldes” formando el MAPU (mayo de 1969) y, más tarde, de un sector del “tercerismo”, que creó la Izquierda Cristiana (1971)99

En efecto, la Junta Nacional (marzo de 1969) realizada con miras a la próxima elección presidencial estaba polarizada entre dos posiciones: la del “camino propio” (sustentada por Castillo Velasco y el oficialismo en general) y la de la “unidad popular”

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100 (apoyada por el grupo “rebelde” y que consistía en la alianza estratégica con los partidos marxistas)101

95 Para un resumen de las posiciones en el Congreso de 1959, ver: Grayson, Op. cit., Pp. 334-336; Suau, Op. cit., P. 22. 96 Olavarría, Op. cit., Pp. 401-402. 97 Suau, Op. cit., P. 24. 98 Huneeus, Op. cit., P. 18. Aunque muchas de las figuras más conocidas de este sector (A. Jerez, R. A. Gumucio, J. Silva Solar, etc.) nunca fueron marxistas, como sí lo eran varios jóvenes (como por ejemplo, quien fuera presidente de la juventud del partido hacia 1967, Rodrigo Ambrosio). De hecho, algunos pasaron más tarde a la Izquierda Cristiana (ver nota siguiente) o volvieron a la DC. Durante el paso de la dictadura a la democracia, varios ex mapucistas pasaron a formar filas en otros partidos de lo que sería la Concertación de Partidos por la Democracia. 99 A la Izquierda Cristiana se sumarán también algunos ex militantes del MAPU, que habían desertado luego de que esta colectividad se definiera ideológicamente, en su I Congreso (1970), como marxista-leninista. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con R. A. Gumucio, J. Silva Solar y A. Jerez. 100 A esta postura pertenecía Tomic, quien decidió quedarse en el partido y, finalmente, ser candidato presidencial. 101 Suau, Op. cit., P. 24.

. Nótese que los “rebeldes” de 1969 eran, en su mayoría, pertenecientes al sector más joven del partido (Rodrigo Ambrosio, Óscar Guillermo Garretón, Enrique Correa, Jaime Estévez, etc.), ideológicamente radicalizado. Este grupo logró adquirir mayor peso, gracias al amparo que le brindaron numerosos líderes de las primeras generaciones, como R. A. Gumucio o A. Jerez que, aunque no eran marxistas, siempre habían estado más abiertos al diálogo con los partidos de izquierda. Por otra parte, la tesis del “camino propio” probablemente cristalizó en base a las experiencias que la DC

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había tenido en gobiernos anteriores102, en especial, la colaboración casi ininterrumpida que les prestara a los mandatarios del Frente Popular. La lección aprendida fue que los gobiernos multipartidistas de las últimas décadas generaban una suerte de “empate político”, que impedía atacar los problemas de fondo103

En resumen, las fracciones dentro de la Democracia Cristiana no eran nuevas dentro del partido y algunas de ellas habían sido bastante estables en el tiempo, lo cual es la mejor prueba de que no eran simples pugnas personales. Sin embargo, nunca habían provocado un quiebre serio dentro del partido, pues representaban diferencias de orden más bien táctico. No obstante, la alianza entre el grupo históricamente más proclive a la posibilidad de generar acuerdos con la izquierda (línea “popular” del ’46 o “populista” del ’59), con la camada sesentera del partido - ideológicamente marxista, como pudo comprobarse en el I Congreso del MAPU-, que tenían en común el deseo de que se acelerara el proceso reformista, produjo el inevitable fin de la unidad en el partido a fines del gobierno de Frei. Surgen aquí varias preguntas: ¿por qué una fracción que compartía ciertos supuestos marxistas no abandonó el partido antes? ¿Había usufructuado del partido oficialista sólo para acumular mayor capital político? ¿O, más allá de una cuestión meramente táctica, quería esperar cuán “revolucionario” sería el gobierno de Frei Montalva? ¿O será más bien que la posición marxista que adoptó el MAPU no fue sino una justificación ideológica generada por la ansiedad política? ¿Puede compararse, al menos en un sentido político, el caso de los “rebeldes” de los años ’60 con el de la juventud conservadora de los ’30? Fuere como fuere, existen dos hechos difíciles de refutar. Primero, “la alta conflictividad en el PDC dañó seriamente su cohesión interna y su imagen ante la opinión pública”

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104

La campaña presidencial de 1946, “tuvo la importancia de que difundió a lo largo del país el pensamiento social cristiano, consiguiendo la adhesión de numerosos profesionales, trabajadores y mujeres que entrarán a la política a través de incorporarse a la DC”

, lo que perjudicó de paso la posibilidad de que Tomic continuara la obra democratacristiana. Segundo, lo referido en la primera parte a la coherencia doctrinaria histórica de la DC, no queda contradicho por la escisión del MAPU y de la Izquierda Cristiana, pues estos grupos fueron alentados principalmente por la generación más joven del partido y nunca pasaron de ser fuerzas políticas secundarias dentro de la Unidad Popular.

Avance de la DC y búsqueda de espacios políticos

105

102 La tesis del “camino propio” quizá fue incubada por Frei durante su breve experiencia como ministro bajo el mandato de J. A. Ríos. Ya siendo Presidente de la República, afirmó que “la Falange Nacional aprendió mucho en aquel período acerca de las facetas políticas de un gobierno compuesto por una combinación de partidos”. Revisar esta cita en: Grayson, Op. cit., P. 203. 103 Un magnífico ejemplo de ello es el dado por Tom E. Davis, en Ocho décadas de inflación en Chile, 1879-1959, una interpretación política, quien brinda una interpretación a este mal económico, que por esos años bien podía ser calificado como endémico. Afirma Davis que, en varios de los gobiernos policromáticos del período estudiado, se daba una pugna entre los conservadores, por un lado (que impedían el aumento de la tributación directa), y los radicales e izquierdistas, por otro (que obstruían la reducción de las remuneraciones reales de los empleados fiscales y de la fuerza de trabajo organizada). Esta lucha política impedía la aplicación de firmes y coherentes políticas antiinflacionarias, lo cual no hacía más que perpetuar la inflación, que tanto aquejaba a los chilenos. Revisar cita de Davis en: Molina, Op. cit., P. 58. 104 Huneeus, Op. cit., P. 18. 105 Ibid., P. 9.

. La pugna por el electorado de izquierda apareció tempranamente, en las elecciones municipales de 1950. Estos

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comicios confirmaron el crecimiento de la Falange, pues pasaron de 33 concejales a 55, mostrando especial fuerza en el norte del país, territorio tradicionalmente de izquierda. De hecho, el mismo año la Falange eligió a un segundo senador106: Radomiro Tomic, por Tarapacá y Antofagasta. El triunfo de Carlos Ibáñez del Campo en 1952, asestó un duro golpe al Partido Radical, que nunca se pudo recuperar del todo, lo cual abrió el centro político para la futura DC. Más aún, el reconocimiento moral que recibió la Falange después de que Ibáñez llamara a Frei Montalva como su jefe de gabinete en 1954107, a pesar de que esta colectividad nunca hubiera superado el 4% de los votos, llevó a Jaime Castillo Velasco a confirmar la doctrina Garretón-Tomic de lo que más tarde se llamó “camino propio”. Además, los “propios objetivos” de Castillo Velasco ahora encontraban un terreno político-social fértil: credibilidad de la opinión pública hacia la Falange por no formar parte del gobierno de Ibáñez del Campo; por lo mismo, elusión oportuna del peligro de absorber el mal desempeño de este sexenio; rápida desilusión con la “promesa populista” encarnada en el “general de la esperanza” y, por ende, nueva oportunidad dada por la ciudadanía para volver a encauzar el desarrollo político dentro de los marcos institucionales tradicionales. En efecto, el “terremoto ibañista” que remeció el sistema de partidos duró poco, ya que la única base de apoyo con que contaba el antiguo dictador, el Partido Agrario Laborista (PAL), no logró consolidar el triunfo conseguido en las parlamentarias de 1953108. Sin embargo, a pesar de ser un fenómeno efímero, el sexenio pre-populista de Ibáñez marcó “el comienzo de un período de transición crucial entre la política de compromisos del Frente Popular y la política partidista crecientemente polarizada de las décadas de 1960 y 1970”109. Con la rápida recuperación del sistema de partidos y el debilitamiento de los radicales, “la DC se perfiló como una alternativa nueva, favorecida por el creciente fortalecimiento del liderazgo de Frei como una figura presidencial, que se confirmó en las elecciones parlamentarias de 1957, en que fue elegido senador por Santiago con la primera mayoría nacional”110

De hecho, las parlamentarias de 1957 representaron un “boom” electoral de la DC. El partido obtuvo cerca de un 12% de los votos, eligiendo a Frei como senador y a 14 diputados. Esta enorme expansión fue confirmada al año siguiente, cuando Frei Montalva consiguió un tercer lugar en la contienda presidencial, superando al candidato radical Luis Bossay, “sobre la base de conseguir una amplia adhesión en los sectores populares, urbanos y rurales, así como también en las mujeres y en los jóvenes”

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111. “A pesar del triunfo de Jorge Alessandri en las elecciones presidenciales de 1958, apoyado por conservadores y liberales, puede decirse que el electorado, al recobrar su confianza en los partidos tradicionales, no había vuelto a la derecha”112. Además, la baja votación obtenida por Bossay, “hizo más patente aún el divorcio creciente que existía entre los electores radicales pertenecientes a la clase media baja y los que se habían incorporado al sector medio acomodado y a la burguesía”113

106 El primer senador DC fue E. Frei, electo por Atacama y Coquimbo en 1949, después de cuatro derrotas electorales. 107 Aunque esta nominación no llegó a puerto, por razones políticas. Ver: Grayson, Op. cit., Pp. 300-301. 108 Huneeus, Op. cit., P. 10. 109 Scully, Op. cit., P. 168. 110 Huneeus, Op. cit., P. 10. 111 Id. 112 Molina, Op. cit., P. 29. 113 Ibid., P. 30.

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Esta explosión electoral y subsiguiente consolidación de la DC “puede explicarse precisamente porque apareció antes –y en parte fue causa- del empuje final hacia la máxima movilización del electorado chileno”114. Por ejemplo, hasta comienzos de la década de 1960, el espacio del centro era lo suficientemente amplio como para que la DC pudiera “perfilar una clara propuesta diferenciada de los otros partidos”115. De hecho, la identificación del partido con una postura “clerical” en el sistema de partidos, combinada con su posición favorable a las demandas de la clase obrera vino a llenar -con ayuda de la Iglesia116-, “un espacio ideológico que previamente a la década de 1950, había permanecido vacante”117. En general, los gobiernos anteriores al de Frei Montalva “habían postergado más allá de lo tolerable la integración de vastos sectores al sistema político, a la economía y al proceso educacional. Tal era el caso del campesinado, que representaba más del 25 por ciento de la población, y de numerosos núcleos urbanos englobados dentro del concepto de marginalidad”118

En efecto, los partidos de izquierda “descuidaron la movilización del campesinado, bajo la premisa de que la revolución sería impulsada por los obreros, dejando un ámbito abierto a la movilización política por la DC”

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119. Y a diferencia de la derecha, “la DC disponía de ideas atractivas y renovadoras, que consiguieron la adhesión de destacados profesionales y académicos, de una organización eficaz y cohesionada para enfrentar las campañas electorales y de un líder notable, que concitó la adhesión de los independientes”120. Por lo tanto, entre una derecha debilitada y sin ideas, y una izquierda fragmentada en colectividades que “tenían posiciones ideológicas marxistas y compartían tesis leninistas”121, la colectividad democristiana era de gran atractivo para el electorado. El sexenio de J. Alessandri también favoreció el crecimiento de la DC, pues al apoyarse en un gabinete de políticos independientes (“gobierno de gerentes”) y en el Partido Radical para aprobar las iniciativas de ley, le quitó el piso a la derecha política, dejando así un flanco prácticamente inocuo para el falangismo. Este crecimiento fue confirmado en las elecciones parlamentarias de 1961 y en las municipales de 1963, cuando la DC “se convirtió en el principal partido de Chile, desplazando de este lugar al PR que lo había sido desde 1941”122

De este modo llegó la Democracia Cristiana a las elecciones presidenciales de 1964. Los resultados de estos comicios revelaron un desplazamiento de los bastiones frapistas por parte de esta colectividad. Considerando la alta votación obtenida por Frei

.

123, no es sorprendente que ganara prácticamente en todo el país124

114 Scully, Op. cit., P. 146. 115 Huneeus, Op. cit., P. 10. 116 Durante la década de los ’50, la jerarquía de la Iglesia Católica adoptó posturas cada vez más “progresistas” y, por ende, cada vez más cercanas a la Falange Nacional y más alejadas del viejo Partido Conservador. La intervención mediadora en la huelga campesina de Molina, en 1953, grafica con nitidez esta colaboración entre el episcopado y la Falange. Ver: Scully, Op. cit., P. 177. 117 Ibid., P. 184. 118 Molina, Op. cit., P. 31. 119 Huneeus, Op. cit., P. 10. 120 Id. 121 Id. 122 Ibid., P. 11. 123 Frei Montalva ganó en primera vuelta, con el 56.09% de los votos válidamente emitidos. Allende obtuvo un 38.93%, mientras que la candidatura testimonial del radical Julio Durán tuvo un 4,99% de adhesión.

. Lo que sí es relevante desde el punto de vista de los

124 Entre los factores del arrollador triunfo de Frei Montalva, se cuentan: i) la furibunda campaña anticomunista, contra el FRAP y Allende; ii) gran apoyo femenino (las mujeres empadronadas se habían triplicado desde 1958); iii) perfección de organización de las

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espacios políticos, es el cuasi-empate que se produjo en el norte –que, como ya se ha dicho, era una zona inexpugnable para los partidos de izquierda. En Tarapacá, por ejemplo, Allende obtuvo 24.204 votos, contra 23.738 de Frei. Otro tanto ocurrió en Antofagasta (40.209 contra 38.007) y Atacama (18.796 contra 18.256, respectivamente). En Chuquicamata, logró ganar Frei, a pesar de que era la ciudad donde Allende había prometido nacionalizar las propiedades cupríferas de la empresa “Anaconda”125. Curiosamente, el mayor problema que tuvo la DC durante el gobierno de Frei, en orden a mantener su electorado, fue su rápido crecimiento electoral. El éxito obtenido en las urnas en 1964 y 1965, debió haber sido relativizado por dos factores: i) el hecho de que la mayoría absoluta de Frei Montalva en las presidenciales había estado condicionada al apoyo del Frente Democrático; ii) el éxito de las parlamentarias del año siguiente se debía más a un fenómeno de “arrastre” del Presidente recién electo, que a una adhesión sincera a la DC como proyecto ideológico. Y esto “no constituía una base segura de sustento, porque después reaparecían los alineamientos más permanentes y el jefe de estado perdía respaldo electoral, como ocurrió a González Videla y a Ibáñez”126

Esta excesiva confianza en la adhesión popular

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127 –que de todos modos no cayó en una actitud demagógica o “mayoritarista”128- hizo que la DC y el Presidente Frei subestimaran “la capacidad de recuperación de la derecha, que en 1966 se reagrupó al fundar Liberales y Conservadores el partido Nacional, con la incorporación también de Acción Nacional. También subestimó la recuperación de la izquierda, que se vio reforzada por el giro del PR a ésta con la finalidad de recuperar el espacio perdido”129. Esta reagrupación fue parte de un círculo vicioso de polarización del sistema de partidos, que hizo sufrir a la administración de Frei lo que Sartori denominara “oposiciones bilaterales”130, costo que debió pagar la Democracia Cristiana por haber tenido la audacia de invadir “dominios electorales rurales y urbanos que habían estado antes en poder de la derecha y de la izquierda”131

secretarías de Frei; iv) programa del candidato; v) impacto de la clase media en los medios de comunicación. Por estos años, los transistores se masificaron, llegando incluso a los barrios pobres. Ver: Grayson, Op. cit., P. 358. 125 Revisar estos datos en: Grayson, Op. cit., P. 365. 126 Huneeus, Op. cit., P. 12. 127 Se critica aquí una “excesiva confianza” en el pueblo, en términos de adhesión puramente partidista. No confundir con la “fe en el pueblo”, entendida en la primera parte como una confianza en su capacidad de sacrificio. 128 Ya en el primer año del mandato de Frei, hubo señales de responsabilidad en la conducción, aun cuando el Ejecutivo pudo haber hecho uso de su amplia mayoría electoral. Un ejemplo es el veto presidencial a la ley de reajuste de remuneraciones (abril de 1965) –“ansiosamente” esperada por la masa asalariada-, entre otras razones, porque se creía desfinanciada. Ver: Olavarría, Op. cit., P. 74. 129 Huneeus, Op. cit., P. 12. 130 Para revisar la teoría sobre las oposiciones bilaterales, en un contexto de pluralismo polarizado, ver: Sartori, Giovanni. Partidos y Sistemas De Partidos: Marco Para Un Análisis. Alianza Universidad. Madrid, 1992. Capítulo 6. 131 Scully, Op. cit., P. 215.

. Este hecho es digno de considerar a la hora de juzgar responsabilidades acerca del quiebre del orden democrático de 1973. Es demasiado simple afirmar, sin más, que fue consecuencia de la sustitución de un “centro pragmático” (Partido Radical) por un “centro ideológico” (Democracia Cristiana). Timothy Scully da, por lo menos, dos argumentos que ponderan el juicio anterior. Primero, “la ‘flexibilidad’ de los radicales fue, al menos en parte, un atributo de un sistema político caracterizado por una participación política limitada”. Segundo, no puede afirmarse que la DC desplazara a los radicales, pues para el período

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1957-1969, “medido en términos absolutos132, los radicales lograron mantener su electorado”. Más bien, sucedió que “al no modernizar sus estrategias electorales, los radicales no pudieron atraer los grupos electorales recientemente disponibles en un universo electoral en expansión”133. Esto se suma a lo dicho en la primera parte, con respecto a la necesidad de relativizar la etiqueta de “centro ideológico” que tiene la DC de los ’60. Está claro que “es ineludible el deber democrático de los partidos que pueden desarrollar una tarea de centralidad dentro del sistema. Pero el precio a pagar no puede ser el ‘licuamiento’ doctrinario e ideológico de dichos partidos”134

Pero más allá de las elecciones, ¿qué sector del electorado podía servir de sustento del gobierno de Frei Montalva? Contra la ilusión “mayoritarista”, el ministro Molina diría algunos años más tarde que el favor electoral no bastaba para enfrentar los centros de poder real y permanente, constituidos por la oligarquía económica

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“Promoción Popular”

135. Un grupo que había sido abandonado y debía funcionar como base de apoyo del gobierno, era “el gran conglomerado de trabajadores no afiliados a partidos políticos [que] no se sentía realmente representado por los dirigentes de las organizaciones de trabajadores, ni por el Partido Radical ni por los grupos políticos llamados de izquierda”136. El realismo imponía la condición de no perder esta base de apoyo, la cual era “una masa de población, por el momento carente de organización e ideología, cuya adhesión debía mantenerse a través de su adoctrinamiento y de una acción económica y social orientada a solucionar sus problemas básicos de ocupación y de pérdida del poder adquisitivo de sus salarios”137. No obstante, “la DC no tuvo esa fase de preparación [que sí tuvieron los partidos europeos] para llegar a ser un mass party, sino que llegó a ese estadio abruptamente, apoyado en una organización reducida a los universitarios y los profesionales”. Además, “el salto adelante ocurrió con ocasión de un crecimiento electoral vertiginoso, capturando el electorado de partidos como el Nacional Popular, un sector de los Agrario Laboristas y los Conservadores Social Cristianos, en un escenario de rápida expansión de la ciudadanía política a los sectores populares y campesinos desde fines de los años ’50 y muy especialmente a partir de 1962, cuando se impuso la inscripción obligatoria”138

A pesar de esto, la convicción de la Democracia Cristiana era, más allá del cálculo electoral, que las clases populares debían ser integradas a la vida nacional, a través de dos pasos: organización y participación. Este era precisamente el espíritu de la “promoción popular”, prometida en el programa. Como diría uno de los cerebros detrás de este programa, no había que tener miedo de que la “movilización psicológica del pueblo” derivara en populismo: “Yo no le temo, porque creo que todas esas experiencias [populistas] no demuestran las debilidades del

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132 En las parlamentarias de 1961, el PR logró 169.828 votos, es decir, un 22,4% del electorado. En las elecciones parlamentarias siguientes (1965), este partido obtuvo más cantidad (312.912), pero menos proporción de votos (13,7%), a causa de la reforma de 1962, que había expandido enormemente el universo electoral, al hacer prácticamente obligatoria la inscripción electoral. 133 Scully, Op. cit., P. 194. 134 Micco y Saffirio, Op. cit., P. 5. 135 Molina, Op. cit., P. 66. 136 Ibid., P. 61. 137 Ibid., P. 67. 138 Huneeus, P. 11.

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pueblo movilizado, sino la incapacidad de los líderes”139. En consecuencia, esta perspectiva no era sino una apuesta más por la verdadera democracia, pues ésta, para que sea constructiva, debe sustentarse en una economía en expansión y en una participación orgánica del pueblo, es decir, debe ser un régimen que “no sólo se defienda en el ámbito político, sino se afirme en lo social, de tal manera que la libertad sea el modo de alcanzar la justicia”140. En efecto, los dirigentes de la DC, siguiendo las enseñanzas del padre Vekemans –quien fuera director de la facultad de Sociología de la Universidad Católica-, no veían la realidad social chilena como una pugna entre trabajadores y empleadores, sino como una tensión entre “marginalidad” e “integración”141. Sin embargo, la participación también tiene “un profundo sentido revolucionario, ya que a través de ella se pretende eliminar los sistemas de dominación de las minorías, tanto la que resulta de la propiedad y gestión capitalista de los medios de producción, como la que usa el poder que confiere la administración del Estado con el fin de perpetuar un sistema de gobierno en beneficio de determinados grupos políticos con exclusión de sus oponentes”142. Es absolutamente necesario para proyectar la revolución, transformar la energía potencial del pueblo, tantas veces engañado, en “participación” activa y masiva143. Pero esto se hace por pasos. De hecho, primero el pueblo debe tomar conciencia de sí mismo como tal y de sus capacidades (momento de autopercepción, campaña de Frei); segundo, se debe dar lugar a la organización popular (gobierno de Frei); tercero, se debe pasar a la participación popular144

Como se mencionaba, la participación popular no era solamente una cuestión de estrategia partidaria para mantenerse en el poder. La integración de las capas bajas sería, entre otras cosas, la mejor defensa del sistema democrático mismo. En efecto, la democracia es débil y requiere que sea defendida por quienes la integran. He aquí el problema: ¿quién está verdaderamente ligado a los beneficios de la democracia? La mayoría de los ciudadanos “están desinteresándose del orden democrático, no porque éste sea malo, sino, precisamente, porque no se ha realizado para ellos, y están dispuestos a perder las pocas libertades que tienen creyendo que sí van a encontrar al menos un mejor nivel material de vida”

. El riesgo de esta sucesión de pasos es que, a cada paso, la ciudadanía se torna más independiente del “partido de vanguardia”, lo cual representa un gran problema si la base partidaria se debilita –cuestión que lamentablemente le sucedió a la DC durante el gobierno de Frei, pues la energía de la masa popular, cada vez más activa, comenzó a ser disputada por los partidos del FRAP/UP.

145. En efecto, era tarea primordial para la DC comenzar “el estudio para obtener una adecuada organización de los grupos comunitarios, que posteriormente tendrían existencia legal y que servirían de medios educativos para la participación del pueblo organizado”146

139 Ver: Ahumada, Jorge. La Crisis Integral De Chile. Universitaria. Santiago. 1966. Pp. 43-44. 140 Frei Montalva, Op. cit., P. 16. 141 Scully, Op. cit., P. 196. 142 Molina, Op. cit., P. 18. 143 Programa presidencial de 1964, citado en Suau, Op. cit., P. 131. 144 Revisar propuesta de Tomic para las elecciones de 1970, en: Suau, Op. cit., P. 142-143. 145 Frei Montalva, Op. cit., P. 54. 146 Molina, Op. cit., P. 67.

. Este intento de involucrar a la ciudadanía en las decisiones gubernamentales se manifestó en varias políticas, como la creación del Comando

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Nacional de la Campaña contra la Inflación147. Como indica resumidamente Grayson, la misión del programa de “promoción popular” no era otra cosa que rejuvenecer (o fundar) organizaciones de base, que involucraran a los individuos en las actividades de su comunidad. La reunión de estas organizaciones podía formar federaciones regionales y nacionales, constituyendo un forum, en que se articularían los intereses de sus miembros, actuando como un enorme grupo de presión, por parte de la ciudadanía. De hecho, cada comunidad tendría la oportunidad de plantear y resolver los problemas locales, por intermedio de juntas de vecinos, a las cuales se les otorgaría personalidad jurídica. El programa también abarcaba préstamos y asistencia técnica para la comunidad que deseara, por ejemplo, “comenzar una cooperativa, colocar cloacas o erigir una escuela”. Puede afirmarse que uno de los mayores logros de la administración de Frei fue la creación de una “nueva organización del pueblo en entidades comunitarias”148. No obstante, hubo tres factores que hicieron que aquella participación del pueblo no alcanzara su plenitud: i) atraso en el despacho de la legislación necesaria en el Congreso; ii) la no inmediatez de los frutos del proceso educativo; iii) falta de flexibilidad de las instituciones públicas, que no actuaron con la agilidad y comprensión necesarias hacia las nuevas organizaciones149

Este esfuerzo por organizar y dotar de mayor participación a las capas bajas, fue premiado por las clases urbanas populares, quienes fueron relativamente fieles dentro del electorado, aunque su activación e incorporación fue, en parte, cosechada por la izquierda, la cual aprovechó la mayor prioridad que el gobierno de Frei estaba dando a los trabajadores del sector rural con la Reforma Agraria

.

150. Al no ir de la mano de un control político definido sobre los “organismos sociales estructurados”, la Promoción Popular pareció beneficiar más al marxismo que al propio gobierno de Frei, al “intensificar su activismo de todo orden en los niveles populares”151

147 Confiéranse los discursos de inauguración del encargado de este Comando, Mario Hamuy, y del Presidente Frei, en: Olavarría, Op. cit., Pp. 179-181. En ellos queda de manifiesto la responsabilidad del Presidente para con la ciudadanía. A pesar del optimismo transmitido por el presidente del Comando, el Presidente Frei reconoció: “Estoy consciente (…) que no basta una campaña en los precios para vencer definitivamente a la inflación”. 148 Molina, Op. cit., P. 194. 149 Ibid., P. 97. 150 Aunque durante la puesta en marcha de la reforma agraria, se produjo una “radicalización no buscada” (v. g. las “tomas” de terreno), factor que coadyuvó a una cierta pérdida de apoyo político en la “creciente clase de campesinos sin tierra, los afuerinos”, en aras de la izquierda. Ver en: Olavarría, Op. cit., P. 396; Scully, Op. cit., Pp. 209-210. Como dijera Tocqueville, “todo abuso que se elimina parece hacer resaltar más los que subsisten y los hace más intolerables: el mal se ha aminorado, en verdad, pero la sensibilidad se ha agudizado” (citado en Molina, Op. cit., P. 13). 151 Suau, Op. cit., P. 186.

. Con respecto al resto de las clases, la más privilegiada económicamente, que sólo había votado a regañadientes por Frei, se dio cuenta rápidamente de que la promesa del candidato de “no cambiar una coma de su programa, ni por un millón de votos” era cierta. Frei no moderó más su programa por devolverle el favor a la derecha política. Las capas medias, por su parte, recibieron el mayor impacto económico de las políticas impulsadas por el gobierno. Esta pérdida de popularidad es narrada por Arturo Olavarría, quien afirma que para las fiestas patrias de 1965, “el pueblo auténtico, el de la clase inferior, seguía teniendo fe en él [Frei Montalva] y le testimoniaba su cariño y adhesión. Pero de la expresión de estos sentimientos estaban ausentes la clase alta y gran parte de la clase media, que tenían explicables motivos para hallarse resentidos con el nuevo

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régimen imperante”152. A pesar de todo lo anterior, la constancia de la votación que recibió la DC entre las parlamentarias de 1969 y las de 1973, pasando por la presidencial de 1970, demuestran que, durante el gobierno de Frei, se formó un relativamente sólido núcleo de adherentes –cercano a un tercio de la ciudadanía-, que le permitió al partido “resistir la polarización entre la izquierda y la derecha”, producida durante el gobierno de la UP153. Aún más, hacia 1970, la Democracia Cristiana patrocinaba casi el 70% del campesinado organizado154 –a través de las confederaciones sindicales “Triunfo Campesino” y “Libertad”-155 y en las elecciones de la CUT de mayo de 1972, sus candidatos obtuvieron un 26.3% de los votos emitidos, virtualmente la misma cantidad que el PS (26,4%) y poco menos que el PC (30,9%)156

La Democracia Cristiana fue un proyecto político único en nuestro país, no sólo por la singularidad de su conformación, sino también por la forma en que desarrolló su actividad política desde sus orígenes como Falange en 1938. Las características compartidas por su núcleo primigenio (vocación política, adhesión al humanismo cristiano, pertenencia a las capas medias, formación profesional de excelencia) fueron determinantes en el actuar político del partido antes y durante el gobierno de Frei Montalva. Esta acción política fue distintiva del resto de las colectividades del período y encontraba sus raíces en una profunda convicción democrática, que evitó que el partido fuera presa de las diversas tentaciones que salieron a su paso. De este modo, la Falange fue un partido que no cayó en la ansiedad política y no vendió su doctrina por ventajas políticas pequeñas, a pesar de que por casi dos décadas no superó el 4% de los votos en ninguna elección popular. Tampoco tropezó, mientras fue gobierno, con la ilusión del mayoritarismo y la subsecuente tentación del populismo, a pesar de la alta votación obtenida por Frei en 1964 y confirmada en las parlamentarias del año siguiente, en que la DC logró una inédita mayoría absoluta en la Cámara Baja. En pocas palabras, la colectividad falangista pudo mantener una

, habiendo ganado incluso las elecciones en Santiago. Es verdad que en las elecciones presidenciales de 1970, la DC bajó del 56% de Frei al 28% de Tomic, pero debe considerarse que en 1964, el falangismo había recibido el apoyo incondicional de la derecha. Además, comparando los resultados obtenidos por Salvador Allende en ambas elecciones, puede sospecharse que la victoria de la UP en 1970 no era precisamente consecuencia de un flujo exitoso desde el centro falangista, durante el sexenio freísta. Sólo cabe apuntar que Allende obtuvo en 1970 cerca de dos puntos porcentuales menos que seis años antes, aun cuando ahora contaba con el apoyo de los radicales. Estos datos muestran que el cambio en la correlación de fuerzas entre 1964 y 1973, fueron más bien producto de una reestructuración de la derecha, que había tocado fondo en las elecciones parlamentarias de 1965.

CONCLUSIONES

152 Olavarría, Op. cit., Pp. 375-376. 153 Huneeus, Op. cit., P. 1. 154 Frei había promulgado en 1967 la ley de sindicalización campesina, postergada desde los tiempos de Aguirre Cerda, por un acuerdo implícito entre la derecha y la izquierda. Para profundizar en el contenido de este acuerdo, ver: Muñoz, Óscar y Arriagada, Ana María. “Orígenes Políticos y Económicos del Estado Empresarial en Chile”. En Estudios Cieplan. N° 16. Santiago de Chile. Septiembre 1977. Pp. 28-39. 155 Revisar los datos de afiliación sindical campesina en: Scully, Op. cit., P. 207. 156 Revisar los datos relativos a esta elección de la CUT en: Ibid., P. 214.

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actitud responsable, realista y democrática, tanto en la amargura de la derrota como en la gloria de la victoria.

También se trataron de modo breve algunos tópicos polémicos, tales como el quiebre de la unidad del partido en 1969 y la responsabilidad que le cupo a la Democracia Cristiana en la destrucción del régimen democrático en 1973, sin ánimo de establecer en espacio tan corto, conclusiones definitivas al respecto. En relación con la creación del MAPU, se expuso que no representa un episodio que pone en entredicho la alta consistencia doctrinaria que el partido demostró desde su nacimiento. Más bien, fue producto de una alianza entre un grupo históricamente más proclive a una alianza estratégica con la izquierda y la generación más joven del partido. Aunque ambos sectores hacían un diagnóstico negativo común acerca de la velocidad que el gobierno de Frei le había impreso al proceso reformista –de aquí la denominación de “rebeldes”-, no compartían los mismos supuestos ideológicos, siendo sólo la fracción joven la que había adoptado una postura marxista. Con respecto al argumento que afirma que una de las causas del golpe militar fue la actitud inflexible de la DC -que rompió con el rol negociador y flexible que tradicionalmente había jugado el centro radical-, se intenta relativizarlo, aduciendo principalmente dos razones ya conocidas, a saber: i) que el sistema de partidos ya estaba en un tren de creciente polarización desde el ascenso de Ibáñez en 1952; ii) que la actitud de aislamiento no fue exclusiva de la DC durante este período, sino que también se hallaba en otros conglomerados, como el Partido Socialista y la derecha, en general.