42
Prólogo 11 Fernando Eguren O Las comunidades campesinas en el siglo XXI: balance jurídico 15 Pedro Castillo Castañeda Introducción 15 1. Reconocimiento jurídico de las comunidades campesinas 16 1.1. La comunidad campesina en el Perú 16 1.2. Bolívar y el primer siglo de la República 17 1.3. El reconocimiento constitucional de las comunidades 20 2. Autonomía comunal: la elección de autoridades comunales 35 y su relación con el exterior 2.1. Los personeros 36 2.2. Los personeros y los nuevos organismos comunales 41 2.3. Subordinación del personero a los nuevos organismos comunales 42 2.4. Un nuevo representante legal de la comunidad: el presidente 45 2.5. Autonomía comunal en la Constitución de 1979 y leyes especiales 49 2.6. La Constitución de 1993 57 3. La protección de las tierras comunales 59 3.1. Garantías proteccionistas: la Constitución de 1920 61 3.2. Aumento de las garantías proteccionistas: la Constitución de 1933 63 3.3. Reducción de las garantías proteccionistas: la Constitución de 1979 68 3.4. El mínimo de garantías: la Constitución de 1993 71 3.5. El panorama al inicio del nuevo milenio 75 3.6. El derecho a la consulta 82 4. Los recursos naturales: la minería 85 4.1. Evolución de la legislación nacional sobre minería 85 Contenido

Los Estudios Sobre Comunidades y La Perspectiva de Genero Jaime Urrutia Ceruti

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7PRÓLOGO

Prólogo 11Fernando EgurenOLas comunidades campesinas en el siglo XXI: balance jurídico 15Pedro Castillo CastañedaIntroducción 151. Reconocimiento jurídico de las comunidades campesinas 16

1.1. La comunidad campesina en el Perú 161.2. Bolívar y el primer siglo de la República 171.3. El reconocimiento constitucional de las comunidades 20

2. Autonomía comunal: la elección de autoridades comunales 35y su relación con el exterior2.1. Los personeros 362.2. Los personeros y los nuevos organismos comunales 412.3. Subordinación del personero a los nuevos organismos comunales 422.4. Un nuevo representante legal de la comunidad: el presidente 452.5. Autonomía comunal en la Constitución de 1979 y leyes especiales 492.6. La Constitución de 1993 57

3. La protección de las tierras comunales 593.1. Garantías proteccionistas: la Constitución de 1920 613.2. Aumento de las garantías proteccionistas: la Constitución de 1933 633.3. Reducción de las garantías proteccionistas: la Constitución de 1979 683.4. El mínimo de garantías: la Constitución de 1993 713.5. El panorama al inicio del nuevo milenio 753.6. El derecho a la consulta 82

4. Los recursos naturales: la minería 854.1. Evolución de la legislación nacional sobre minería 85

Contenido

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8 FERNANDO EGUREN

4.2. Minería y comunidades 884.3. Servidumbre minera 92

Conclusiones 98Bibliografía 102

Organización y poder en comunidades, rondas campesinas y municipios 107Alejandro Diez Hurtado

1. El gobierno de las comunidades campesinas 1081.1. De las comunidades a las dirigencias comunales 1081.2. Los trabajos contemporáneos 111

2. Las rondas campesinas 1243. El municipio y la organización comunal 129

3.1. El municipio: espacio de poder 1303.2. La tensión entre municipio y comunidad 1313.3. De los procesos de concertación a los presupuestos participativos 133

Hacia una reflexión de balance 136Bibliografía 139

Propiedad y tenencia de la tierra en comunidades campesinas 153Revisión de la literatura reciente en el PerúZulema Burneo de la RochaIntroducción 1531. Propiedad, tenencia y control sobre la tierra 157

1.1. Aproximaciones estadísticas a la propiedad comunal 1571.2. La propiedad comunal 1591.3. La tenencia de la tierra 1611.4. Parcelación, parcelas y diferenciación 1701.5. Los conflictos por tierras 179

2. Procesos de propiedad y titulación de la tierra en 197 comunidades campesinas

2.1. Estado actual de la titulación de las comunidades campesinas 1972.2. Posibilidades y nuevos escenarios frente a la titulación 203

3. Debate actual, legislación y políticas sobre la propiedad comunal 224 3.1. La coyuntura nacional 225 3.2. El contexto internacional 231

A modo de conclusión 243

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9PRÓLOGO

Bibliografía 250Anexo 256

Los estudios sobre comunidades y la perspectiva de género 259Jaime Urrutia Ceruti1. De la «problemática de la mujer» al «enfoque de género» 2592. Los estudios de género en las comunidades campesinas 2663. Complementariedad y subordinación 2694. El «empoderamiento» de la mujer comunera 2735. El acceso a la tierra 2786. Preguntas pendientes 283Bibliografía 286

Identidad y comunidades campesinas: un ensayo de balance 291Pablo del Valle CárdenasIntroducción: las dificultades para abordar el balance 2911. Principales formas de análisis de la identidad 2952. Las elaboraciones del discurso de identidad comunal 2983. Definiciones de identidad rural 300

3.1. Las denominaciones identitarias rurales o los lugares 301 comunes a cuestionar: el dilema indio / campesino3.2. El debate sobre la etnicidad 306

4. Las formas referenciales de la identidad: la fiesta 3244.1. Nuevas formas de categorización de la identidad 324 a través de la fiesta4.2. Los cambios en las fiestas patronales 330

5. Definición local de identidad u otras definiciones: un debate 332 no suficientemente asumido6. Violencia, campesinado e identidad 339A modo de conclusión 348Bibliografía 353

Sobre los autores 363

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10 FERNANDO EGUREN

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11PRÓLOGO

Prólogo

No deja de sorprender que las comunidades campesinas, que son las organiza-ciones rurales más importantes del Perú, sean invisibles para la clase política

y la opinión pública. Dos de cada cinco hectáreas de uso agropecuario pertenecen alas comunidades, y también dos de cada cinco pobladores rurales son comuneros.Aunque esta información está lejos de ser exacta —lamentablemente, no existe in-formación alternativa a la del Censo Agropecuario de 1994—, es suficiente para daruna idea de magnitudes.

A pesar de ello, buscará en vano quien quiera encontrar en los discursos polí-ticos de las campañas preelectorales de los últimos tres lustros siquiera algunaalusión a las comunidades. Por el contrario, existe la idea de que estas son un lastrepara el desarrollo del país. Esta convicción sustenta las modificaciones de la legis-lación comunal durante la década de 1990 y en buena medida las orientaciones delextinto Programa Especial de Titulación de Tierras que pretendía formalizar laindividualización de la propiedad de las tierras comunales e incorporarlas al mer-cado, y así poner fin a institución tan antigua por supuestamente obsoleta. Preten-sión que no ha prosperado.

No se encontrará tampoco alusión alguna a las comunidades campesinas en laEstrategia Nacional de Desarrollo Rural, oficialmente aprobada en 2004; ni en elPrograma Sierra Exportadora lanzado en 2006 por el gobierno de Alan Garcíacomo eje de su política para el desarrollo en esa región; ni en la propuesta «Haciauna Política de Estado para el Desarrollo de la Agricultura y la Vida Rural en elPerú», puesta en discusión por el ministro de Agricultura en junio de 2007.

Además, también contribuyen a mantener marginadas a las comunidades quie-nes ven en ellas la encarnación de una suerte de socialismo igualitario e idílico,impermeable a las influencias del contexto y de la historia.

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12 FERNANDO EGUREN

A pesar de esta persistente actitud marginadora, hoy existen más de seis milcomunidades campesinas formalmente reconocidas —y este número no cesa deaumentar—, la mayoría en la Región Andina.

En las tierras de esas comunidades está probablemente la mayor parte de larica biodiversidad andina, y son los comuneros quienes se encargan de mante-nerla y desarrollarla, sin compensación económica alguna. En las tierras altas delas comunidades se originan también la mayoría de las fuentes de agua, vistassiempre como un recurso a ser utilizado en la costa, sea para regar tierras desti-nadas a la agroexportación, abastecer a las ciudades o generar energía eléctrica.Igualmente, en ellas están la mayor parte de los camélidos sudamericanos queproducen una de las fibras más cotizadas por la industria textil y de confeccionesdel mundo, pero que son de escaso provecho para los comuneros pastores poracción de oligopolios explotadores. En los comuneros pervive también la mayorparte del conocimiento acumulado sobre cómo explotar de manera sostenible,utilizando fuentes de energía renovables, los recursos vegetales y animales enáreas con una gran variedad climática, ecológica y topográfica en espacios cerca-nos. El subsuelo de las tierras de muchas comunidades encierra inmensos yaci-mientos de minerales que constituyen una de las principales fuentes de riquezadel país, mejor aprovechadas por grandes empresas que por las propias comuni-dades, para las que suelen ser más una amenaza a su calidad de vida que unafuente de beneficios.

Lo real es que sin la presión de las comunidades campesinas, desde por lomenos la década de 1940, la difusión de la educación formal en las áreas rurales nohubiese ocurrido en los plazos ni en la extensión en la que ocurrió. Lo propiosucede con la salud pública: la demanda de postas médicas ha sido una constante.Una parte importante de los caminos rurales no existiría si no fuese por la iniciati-va y la acción directa de las comunidades, en su deseo y necesidad de vincularse alos mercados. Asimismo, las comunidades han reclamado —y continúan haciéndo-lo— una mayor presencia del Estado como ente político-administrativo en lasáreas rurales. La presión de muchas de ellas por constituirse en distritos es unamanifestación de esta demanda. Por lo tanto, la acción y la presión de las comuni-dades han sido importantes factores para la modernización del mundo rural y laformación de los mercados. Y todo esto ha ocurrido a pesar de la indiferencia, si nola hostilidad, del propio Estado, los gobiernos de turno, el «sentido común» urba-no y aun de una parte del mundo académico, frecuentemente dispuesto a ver en esas

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13PRÓLOGO

organizaciones exóticos y anacrónicos objetos de estudio más que institucionesvivas del mundo contemporáneo.

El Grupo Allpa, integrado desde 1997 por organizaciones interesadas en lascomunidades campesinas, tomó la iniciativa de promover la realización de un ba-lance de los avances a los que ha llegado el conocimiento sobre estas institucionesen el Perú. Con este propósito, convocó a los especialistas que son los autores de losinformes, quienes revisaron y analizaron los estudios publicados en las dos últi-mas décadas.

La motivación fue triple. En primer lugar, contrarrestar los difundidos prejui-cios que contribuyen a mantener en la «invisibilidad» a las organizaciones ruralesmás importantes del país, o a subvalorar sus capacidades de articularse activa ypositivamente a las corrientes de cambio contemporáneas (así, las comunidadesson más objeto de «programas sociales» o «de compensación» que de políticas dedesarrollo). En segundo lugar, estimular una reflexión sobre el papel de las comu-nidades campesinas en el desarrollo social, económico, político y cultural del paísy las regiones. Finalmente, estimular también a jóvenes investigadores para quecontinúen estudiando a las comunidades campesinas como organizaciones vivas,dinámicas e indispensables para al desarrollo del país.

El libro está organizado en cinco secciones. La primera, realizada por PedroCastillo Castañeda, es un balance de las normas jurídicas referidas a las comunida-des campesinas que se han producido desde 1920 —año en que se dio la Constitu-ción que por primera vez reconoce el carácter legal de las comunidades— hasta laactualidad, alrededor de los siguientes aspectos: reconocimiento legal, representa-ción comunal, protección de las tierras y recursos minerales.

La segunda sección, a cargo de Alejandro Diez Hurtado, esboza los principalestemas, descubrimientos y constataciones mostrados en los últimos años por losestudios sobre la organización y el poder en las comunidades, así como su relacióncon las rondas campesinas y los municipios.

En tercer lugar, Zulema Burneo de la Rocha revisa la literatura reciente sobrela propiedad y la tenencia de la tierra en las comunidades campesinas, tema que,como subraya la autora, a pesar de su importancia no ha ocupado el espacio que lecorrespondería en la historia de las investigaciones sociales.

La revisión bibliográfica realizada por Jaime Urrutia Ceruti sobre comunida-des y perspectiva de género, en la cuarta sección, constata que los trabajos sobre el

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14 FERNANDO EGUREN

tema son aún escasos, pues se remiten a la problemática de la mujer rural o campe-sina no de la mujer como miembro de la comunidad.

Finalmente, en la última sección, Pablo del Valle Cárdenas hace un balance delas publicaciones y la reflexión sobre identidad y comunidades campesinas a partirde los grandes cambios de la sociedad peruana ocurridos como resultado de suproceso de modernización.

Este libro, elaborado en el marco del proyecto «Propuestas de las Comunida-des Campesinas para la Reforma Constitucional y la Reforma del Estado», no po-dría haber sido producido sin el apoyo de Misereor, institución a la que expresa-mos nuestro especial reconocimiento.

Fernando EgurenJulio de 2007

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259LOS ESTUDIOS SOBRE COMUNIDADES Y LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

LOS ESTUDIOS SOBRE COMUNIDADES

Y LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

Jaime Urrutia Ceruti

De la voluminosa y reciente producción editorial que reúne centenas de librosy artículos, la revisión de investigaciones y documentos vinculados a la pro-

blemática de género en las comunidades campesinas que se realiza en este trabajoalcanza a cerca de cuarenta textos de diversa extensión que permiten obtener unavisión general de este tema. Se busca destacar algunas ideas centrales sobre la pers-pectiva de género que aparecen de manera consistente en los distintos estudiossobre comunidades campesinas. Como es evidente, esto implica el riesgo de dejarde lado otras ideas, omisión que no desvirtúa este balance que se ciñe a los estudiossobre comunidades campesinas, lo cual deja pendiente otra evaluación acerca delas relaciones de género en las comunidades nativas o las etnias amazónicas.

1. DE LA «PROBLEMÁTICA DE LA MUJER»AL «ENFOQUE DE GÉNERO»

En primer lugar, se deben aclarar los alcances de la categoría «género» y las parti-cularidades del «enfoque de género». El término «género» es una categoría cons-truida socialmente para definir lo masculino y lo femenino. En palabras de JoanScout: «El género es una manera primera de significar las relaciones de poder»(citado en Pinzás 1997: s. p.). De acuerdo con la definición de un estudio sobre eltema:

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260 JAIME URRUTIA CERUTI

El término «género» se refiere a las diferencias y responsabilidades sociales a nivelde familia, que son aprendidas y son cambiables, pudiendo variar considerable-mente entre culturas y dentro de éstas. «Género» no es lo mismo que «sexo», quese refiere a las diferencias entre mujer y hombre, y que son diferencias biológicasfijas.

Los roles de género son comportamientos aprendidos en determinada sociedadbasados en condicionantes sociales que asignan las actividades consideradas apro-piadas para mujeres e igualmente las consideradas apropiadas para hombres, an-cianos, adultos y niños. Los roles de género no son fijos; pueden cambiar —y dehecho ocurre— como respuesta a condiciones sociales cambiantes.

El análisis de género es una herramienta que permite descubrir información útilen cuanto a las características de una población, examinando las actividades, las res-ponsabilidades, las oportunidades y las restricciones en la vida de cada miembro en-cuestado. Para ello, las preguntas claves son ¿quién hace qué y cuándo? (Tapia y De laTorre 1991)

Todos los balances sobre estudios de género revisados coinciden en señalarque estos adquieren importancia en nuestro país en la década de 1970 a partir delactivismo de los grupos feministas (Fuller s. f.; Vattuone y Solorio 1997; Ruiz Bravo1990a y 1990b). En la década siguiente, en cambio, no solo se empieza a reconocer alas organizaciones de mujeres sino que aparece el movimiento feminista en la esce-na social.

El término «género» no es utilizado de manera significativa hasta la década de1980. Una clara muestra de ello es el balance realizado por Maletta (1979), quienrevisó 400 tesis doctorales estadounidenses escritas entre 1869 y 1976. En este im-portante corpus de trabajos apenas se encuentran seis tesis sobre el Perú cuyotítulo incorpore el término «mujer», un solo título hace referencia a la «familia» yninguno menciona la palabra «género».

Ruiz Bravo sostiene que es posible distinguir dos periodos más o menos defi-nidos en los estudios sobre género y mujer. El primero se ubica entre los años 1970y 1980, y en él surge el tema de «la mujer»: «con tono de denuncia y con articulacióna proyectos partidarios» (1990a: 116). En este periodo están en plena efervescencialos movimientos gremiales y barriales que proponen opciones políticas opuestasal statu quo imperante y son numerosas las organizaciones de mujeres que desta-can en las organizaciones barriales hasta el surgimiento en la escena nacional deSendero Luminoso en el año 1980.

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261LOS ESTUDIOS SOBRE COMUNIDADES Y LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

El segundo periodo, de acuerdo con Ruiz Bravo, parte de la década de 1980 yllega hasta la de 1990, luego del desconcierto y las limitaciones impuestas por elaccionar subversivo y la respuesta oficial. En este segundo periodo el análisis de larealidad con enfoque de género conduce a la elaboración de propuestas de incor-poración de la mujer en las distintas esferas de la escena pública, pero también auna intensa labor de conceptualización que permita aclarar y aplicar conceptosque en su mayor parte provienen de la academia y los movimientos feministas delos países desarrollados.

No es, sin embargo, la única periodización. En efecto, en un balance realizadopor Vattuone y Solorio se señalan las características de los trabajos con enfoque degénero a partir de una clasificación de acuerdo con las distintas décadas. Así, en laprimera etapa de la década de 1970 la tendencia de la mayoría de investigacionesera mostrar la existencia de la mujer «en tanto ente económico, que desempeña unrol complejo y contribuye de forma importante a la reproducción familiar y so-cial» (1997: 73).

Esta aproximación inicial se modifica para interpretar la capacidad de lasmujeres de transformar su realidad inmediata, incluyendo su participación en eldesarrollo rural. En otras palabras, en los distintos estudios se comienza a consi-derar a la mujer como sujeto del desarrollo en el campo. En suma, en la década de1970:

…el eje temático fue el trabajo de la mujer campesina, abordándose los temas dedivisión sexual del trabajo, roles, manejo y control de ciertas actividades, toma dedecisiones en la familia, valoración y reconocimiento del trabajo femenino, y mercadode trabajo femenino. Este interés deviene posteriormente en la discusión sobre subor-dinación y complementariedad en las familias comuneras campesinas, desde un enfo-que básicamente etnicista, donde prevalecen los mitos sobre los valores y la moralandina. Aunque el tema no se agota, «por el momento se ha llegado a una transacción:no es lo mismo complementariedad que igualdad». (Vattuone y Solorio 1997: 53)

En la década siguiente la mayoría de investigaciones y propuestas sobre lamujer campesina se orienta a abordar la división sexual del trabajo en la familia, ydescribe sus principales características y su aporte a la economía familiar. Esta esuna década de violencia en los espacios rurales, lo cual limita las posibilidades derealizar investigaciones de campo. A pesar de ello, según Vattuone y Solorio esnecesario resaltar la importancia de algunos estudios:

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262 JAIME URRUTIA CERUTI

…[el] trabajo de Carmen Diana Deere (1982), sobre los efectos del desarrollo delcapitalismo y la modernización tecnológica en el campo; el de Pilar Campaña (1982),sobre la ubicación de las actividades económicas de las mujeres en zonas de bajarentabilidad; y el de Blanca Fernández (1982), sobre los efectos de la ReformaAgraria en la condición socioeconómica de las mujeres de dos cooperativas agra-rias de producción. (Vattuone y Solorio 1997: 54)

Estos estudios tomaban como eje central del análisis a la mujer campesina yno a la «mujer comunera», aunque ambas categorías compartan la mayoría de suscaracterísticas. Sin embargo, contribuyeron a mejorar el conocimiento de la divi-sión sexual del trabajo como fundamento de la reproducción familiar en el contex-to de la economía doméstica campesina.

Como se ha señalado, a partir de la década de 1990 la discusión sobre losconceptos de género y las relaciones de género se amplía, superando así el enfoquerelativamente limitado de los estudios anteriores concentrados en la participaciónde la mujer en las economías familiares. Según distintas autoras, este interés pormejorar las definiciones conceptuales se vincula a la reconceptualización del de-sarrollo rural.

Para algunas investigadoras se trataba en esencia de asumir las prioridadesde diversas agencias de desarrollo —Agencia para el Desarrollo Internacional(Usaid), Comisión Económica para América Latina (Cepal), Banco Mundial— queen esa década definieron como objetivo estratégico enfocar su acción en la pobla-ción femenina como parte de los programas de lucha contra la pobreza. En subalance de los estudios de género en el ámbito sudamericano, Fuller (s. f.) destacasu coincidencia temática, pues se concentran en los cambios en la estructura agra-ria de la región, la economía doméstica y la división sexual del trabajo. Todo esto enel contexto del impacto sobre las relaciones de género de los ajustes estructuralesde la región y la globalización de la economía. Fuller cita como ejemplo los trabajosde Roldán, Gonzales de la Rocha, Fernández Kelly y Arango. Para el caso peruano seañade a los temas mencionados el de las poblaciones desplazadas por la violenciapolítica y sus secuelas sobre las relaciones de género.

En realidad, esta preocupación por definir con mayor claridad los conceptosde género y enfoque de género tiene también una línea evolutiva en el ámbito aca-démico que intenta ser complementaria de las propuestas de agencias y promoto-res de los nuevos enfoques del desarrollo rural.

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263LOS ESTUDIOS SOBRE COMUNIDADES Y LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

Data de 1991 el trabajo de De la Cadena citado en todos los estudios posterio-res porque es uno de los pocos que cubre la dimensión cultural de la relación degénero en una comunidad, Chitapampa, ubicada a media hora de la ciudad deCusco. Es fácil comprobar como, a partir de este estudio que mostraba desde sutítulo (‘Las mujeres son más indias’: etnicidad y género en una comunidad del Cusco)la subordinación de la mujer dentro de la familia comunera, se amplía la produc-ción teórica sobre el enfoque de género. En palabras de Jeanine Anderson este tra-bajo: «viene a sumarse a una pequeña pero afortunadamente creciente bibliografíasobre el género en la sociedad andina» (De la Cadena 1991: 35). En realidad, se debereconocer también el aporte pionero de Isbell (1985) con sus estudios sobre temascomo parentesco, aillu, matrimonio, etc.

En esencia, la propuesta de De la Cadena y su significativo impacto sobre losestudios posteriores plantea un enfoque distinto de lo que se concebía como com-plementariedad en la relación hombre – mujer y desmitifica la percepción respectode las relaciones armónicas o igualitarias en la pareja. Por el contrario, sostiene queel espacio conyugal indígena muestra claras evidencias de jerarquía y diferencia-ción. Si se retoma la definición de Scout citada al inicio de este balance, la mujerindígena casi carece de poder al interior de la familia. La dimensión étnica habíasido considerada en estudios anteriores, pero el trabajo de De la Cadena se enfren-ta a estos porque idealizaban la relación de género al interior de las familias co-muneras.

En efecto, según Fuller, los trabajos antropológicos de Núñez del Prado, Ossioe Isbell, corroborando paradigmas establecidos sobre todo por la antropología enel Perú, afirmaban que en los grupos indígenas las relaciones de género se explica-ban por el concepto de complementariedad antes que por el de jerarquización. Es-ta percepción de la complementariedad implica cierta equidad en el poder entrehombres y mujeres. Ante la ausencia de las mujeres en los espacios públicos, estosautores destacaban las características culturales que condicionaban la presenciaindirecta de las mujeres en cargos y decisiones públicas. Estas investigaciones an-tropológicas, remarca Fuller, muestran un excesivo acento culturalista y no tienenen cuenta que los sistemas de género andinos tienen en realidad mayor amplitudque la unidad conyugal pues incluyen circuitos de intercambio de bienes, redeslaborales, expresiones rituales y relaciones políticas.

De hecho, es difícil sustentar la equivalencia de sexos en la relación de génerode la familia campesina, específicamente la indígena y comunera, pues es notoria la

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264 JAIME URRUTIA CERUTI

subordinación o la ausencia de la mujer en determinados espacios, como se verámás adelante. También se verá que la alusión a la complementariedad en las rela-ciones de género dentro de las familias campesinas no puede ocultar la existenciade una realidad de desigualdad que configura una «estructura de poder patriarcal»(De la Cadena 1991: 10).

En resumen, los conceptos de «género» y por consiguiente de «relaciones degénero» fueron introducidos con amplitud a partir de la década de 1980. Hastaentonces se hacía referencia general a «la mujer», especialmente a las mujeres ur-banas quienes eran el objeto de estudio más importante en relación con su capaci-dad de organización y sus vinculaciones a la actividad política y gremial. Luegoaumentaron los estudios sobre «la mujer rural» y, por último, sobre la mujer «indí-gena» o «andina».

De alguna manera esta evolución, que ha conducido al crecimiento significa-tivo de los estudios referidos a las relaciones de género, tiene, como se ha señalado,relación con el interés de las agendas planteadas por los organismos internaciona-les. Para algunas investigadoras el condicionamiento es directo pues, por ejemplo,en la actualidad quien no vincula los aspectos de género con aquellos de medioambiente corre el gran riesgo no solo de no tener financiamiento para investigar oproponer actividades, sino también de quedar fuera de la discusión internacionalde estos conceptos. Antes que referirse solo a imposición, se debería aludir a unacorriente internacional mayoritaria.

También se ha señalado que la discusión conceptual mayor, que abarca entreotros conceptos el de relaciones de género, remite al replanteamiento de la defini-ción del «desarrollo rural». Esta redefinición incluye la perspectiva de género. Sonnumerosas las propuestas que dan cuenta de programas de intervención que in-cluyen la perspectiva de género. Como se señala en la convocatoria del SeminarioPermanente de Investigación Agraria de 2005:

La incorporación del enfoque de género en proyectos de desarrollo no sólo debeconsiderar la atención de las necesidades e intereses específicos de los diferentesgrupos, sino sobre todo el impacto de las inequidades de género en estos intereses.

Mujer en el desarrollo es el título de una antología de textos editada por Patri-cia Portocarrero (1990a), quien en el artículo inicial hace un balance de los cambiosoperados en el concepto y la práctica del desarrollo en relación con la mujer. Segúnesta autora, redefinir el concepto de desarrollo implicó redefinir el rol de la mujer y,

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265LOS ESTUDIOS SOBRE COMUNIDADES Y LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

por ende, poner en cuestión los conceptos involucrados en el término MED (Mujeren el Desarrollo) acuñado y utilizado en diversos análisis hasta la publicación deeste texto. La propuesta de Portocarrero es reemplazar MED por GED (Género yDesarrollo) y se sustenta en las características culturales que, basadas en diferen-cias biológicas, condicionan las particularidades y las desigualdades en la relaciónintersexual. Se retoma así el ya mencionado concepto de subordinación como refle-jo de un ciclo nuevo donde el término y la perspectiva de género se afianzarán entodos los enfoques sobre la mujer. Sin embargo, se debe aclarar que no hay en esteartículo ninguna alusión a la especificidad de la mujer indígena o rural o campesinao comunera.

Además, Ruiz Bravo resume, en otro texto publicado el mismo año, los vacíosmás saltantes que se encuentran en las investigaciones sobre la mujer. Sostiene estaautora que el primer vacío es el olvido del otro componente de la relación de géne-ro, es decir, el olvido de la perspectiva masculina; otra omisión en estos estudiosque señala es la carencia de análisis sobre las mujeres de clase media y, en granmedida, de la mujer campesina; y, por último, también encuentra la ausencia de ladimensión cultural (Ruiz Bravo 1990b).

En los años siguientes diversas investigaciones se dedicarán precisamente a lamujer rural y también aumentarán los trabajos que buscan aportar o redefinirnuevos conceptos en relación con las construcciones culturales específicas de lasrelaciones de género en las familias campesinas.

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2. LOS ESTUDIOS DE GÉNERO EN LAS COMUNIDADES CAMPESINAS

Si se hace referencia a los estudios tradicionales sobre las comunidades indígenas(después llamadas campesinas) a partir de los trabajos de campo realizados sobretodo por antropólogos hasta la década de 1970, se encuentra que solo se consignanalgunos datos generales sobre la familia sin hacer casi ninguna referencia a la rela-ción de género a su interior.

Ante el riesgo de considerar «la familia» como centro de análisis, Vattuone ySolorio (1997) advierten, en su balance de la investigación económica sobre géneroen el ámbito rural en el Perú, que representa un grave error considerar el estudio dela familia rural como eje, pues esto oculta los distintos intereses de sus miembros,sus especificidades y las relaciones que se establecen entre ellos.

Se debe añadir que en el balance del enfoque de género de los 161 estudioseconómicos auspiciados por el Consorcio de Investigación Económica y Social(CIES) que tratan sobre los temas empleo, educación, salud, microfinanzas y po-breza no aparecen en ninguno de ellos las palabras «cultura», «etnicidad» o «co-munidad» (Anderson y León 2006).

A partir de la revisión realizada de balances y trabajos de las dos últimasdécadas se puede afirmar que la mayoría de los estudios recientes sobre la mujerrural están vinculados o han sido preparados en función de la elaboración de pro-puestas de desarrollo en las cuales se considera fundamental lograr «la equidad degénero».

De acuerdo con Vattuone y Solorio (1997: 56), la investigación realizada porCasafranca y Espinoza (1996) resume en las conclusiones de su balance sobre losprogramas de desarrollo dirigidos a la mujer campesina las deficiencias más sal-tantes que encuentran:

• Las propuestas sobre desarrollo rural están ausentes de los programas degobierno.

• Las políticas sectoriales y globales no son neutras en términos de género.• Existe un acceso diferenciado a la tecnología moderna según género.• Hay una carencia de diagnósticos sobre las necesidades y las habilidades de

la mujer campesina.• La mujer campesina está muy involucrada en el trabajo reproductivo do-

méstico.

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267LOS ESTUDIOS SOBRE COMUNIDADES Y LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

• En cuanto a volumen y mercado, la comercialización en la economía cam-pesina está diferenciada según género.

• Las familias participan en un mercado imperfecto.• Para el caso de los trabajadores familiares no remunerados, las definiciones

relativas a «actividad económica» y «trabajo» no permiten registrar el tra-bajo estacional, múltiple y disperso de las mujeres y los demás miembros dela familia.

En otras palabras, son numerosas las propuestas para adoptar una «perspec-tiva de género» en proyectos de desarrollo dirigidos a las mujeres campesinas, peroson muy pocos los trabajos que incorporan el análisis de género en los estudios decomunidades. En todo caso, es una perspectiva reciente, tal como se afirmó al citara De la Cadena.

Los datos aportados por Vattuone y Solorio (1997) son demostrativos. Estasautoras señalan que aunque el 43% de los estudios que revisaron se ocupan de lasierra y analizan especialmente la organización del trabajo de la familia:

Carmen Diana Deere es la única economista que ha realizado estudios rigurosos,con mucha información de campo, sobre el tema de género en el sector ruralperuano. Su labor marcó época en el estudio del ámbito rural de nuestro país.(Vattuone y Solorio 1997: 61)

Si se adopta un criterio estricto, se debería incluir solo los trabajos que res-pondan a una pregunta específica: ¿Cuál es la particularidad de la relación de géne-ro en las comunidades campesinas? Pero esta pregunta no ha sido planteada en lamayoría de investigaciones. Incluso no se toma en cuenta en los balances la parti-cularidad de la «comunidad campesina».

Así, los conceptos mujer rural, campesina, indígena o comunera son tratadosen algunos casos como si fueran sinónimos, por ello casi no se encuentran trabajosespecíficos sobre «la mujer comunera». Incluso, cuando se hace mención a «estu-dios andinos», en realidad se hace referencia a un universo heterogéneo, aunquepara muchos investigadores significa «estudios indígenas andinos». Otros autoresse refieren a «cultura andina» pues reemplazan el concepto de «indígena» por el de«andina».

Para Fuertes (1996), quien ha analizado la condición socioeconómica dela mujer rural (entiéndase aquí diversas categorías como campesina, indígena o

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comunera), quedan fuera de duda sus mayores limitaciones en educación, salud,productividad, acceso al crédito, capacitación técnica y participación en el merca-do. Por esta razón, Fuertes ubica a la mujer rural en la categoría de los más pobres,analfabetos, monolingües, desnutridos crónicos, productores con menor produc-tividad, sin acceso a capacitación ni asistencia técnica. Así, siguiendo el enfoque derelación de género, la autora destaca la existencia de importantes desigualdades alinterior de la familia rural y sostiene también la existencia de un vínculo entreexclusión, pobreza femenina y feminización de la pobreza rural.

Por lo tanto, si se es estricto en la revisión bibliográfica, el componente «comu-nidad» ha sido tratado en la mayor parte de estudios sobre mujer rural de maneramuy breve y general, sin otorgar ninguna particularidad a esta institución en lavisión sobre género y mujer campesina. Según Fuertes, el vacío es aún mayor pues:«los estudios en el medio rural andino han tenido como principal deficiencia eldejar fuera del análisis las grandes desigualdades entre los miembros de la familiarural andina, y considerar que todos tienen similar grado de pobreza y margina-ción» (1996: 12).

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3. COMPLEMENTARIEDAD Y SUBORDINACIÓN

En este acápite se verán los principales conceptos en discusión al abordar el temade la mujer campesina-indígena-comunera que están directamente vinculados ados reflexiones centrales: de una parte, las percepciones sobre la mujer campesinaen su contexto cultural y, de la otra, las apreciaciones acerca de su empodera-miento real.

Según Francke (1990), para comprender las características de la mujer indíge-na en las relaciones de género es útil la imagen de una «trenza», puesto que de lostres componentes que explican la situación de la mujer, dos aparecen claramenteentrelazados —la estructura de clase y la estratificación étnica— mientras que eltercer componente, la subordinación de género, es invisible.

Como se verá, algunos estudiosos de la cultura, no solo el caso de los Andes,han postulado la complementación entre lo masculino y lo femenino. De esta per-cepción de complementariedad, explicada en función del análisis de simbologías,mitos, tradiciones, etc., se desprendería una suerte de participación indirecta de lasmujeres en los espacios públicos al poseer capacidad de decisión compartida alinterior de la familia, mientras el hombre canaliza en los espacios públicos estasdecisiones compartidas.

Esta discusión introduce dos de los conceptos antagónicos discutidos en va-rios trabajos sobre las relaciones de género en la sociedad campesina: complemen-tariedad y subordinación. A la propuesta acentuadamente culturalista de quienesafirmaban la existencia de una relación de género complementaria que igualaba laposición de poder entre hombres y mujeres indígenas se han opuesto algunas au-toras que enfatizan la subordinación de la mujer indígena frente al varón al inte-rior de la familia.

El estudio de De la Cadena pretende superar esta dicotomía al afirmar queambos conceptos, complementariedad y subordinación, usados en la mayoríade estudios andinos son «insuficientes para explicar las relaciones entre varonesy mujeres» (1991: 8). El estudio de los patrones de herencia realizado por De laCadena mostraba la existencia en las últimas décadas de importantes cambios enrelación con la herencia masculina, pues no solo comprobó que las mujeres tam-bién heredaban sino que el acceso a la tierra se había «femineizado». En consecuen-cia, resalta la flexibilidad de las categorías étnicas que no deben ser interpretadasrígidamente.

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Pinzás (1997), por su parte, revisa los trabajos «clásicos» de Isbell (1985) yHarris (1985), los cuales enfatizan la relación de la pareja como una estructura de«complementariedad» donde cada uno de los miembros es «la otra mitad esen-cial». Se deriva de esta percepción, nuevamente, la afirmación de relaciones si-métricas entre varón y mujer, sin posiciones dominantes ni subordinadas que re-sultarían como producto de la influencia del mercado y los agentes externos. Se-gún Pinzás se habría desarrollado así una especie de ‘utopía andina’ de la rela-ción de género la cual debe ser vinculada a la interacción social que forma identi-dades:

…[pues es] en la interacción donde el sentido social de cada uno de los actores seexplicita, entra en conflicto, se negocia, y va configurando identidades y colectivos.Las relaciones entre hombres y mujeres en un espacio comunal, la relación depareja dentro de la familia, las relaciones de cada uno de los miembros de estapareja con el exterior, son tipos de interacciones sociales, fuertemente pautadas enel mundo rural andino. (Pinzás 1997: s. p.)

Una aproximación novedosa proviene de algunos estudios realizados en elmundo indígena boliviano. En este sentido, Barrig (2001) cita a Olivia Harris quienafirma a propósito de sus interesantes investigaciones en comunidades altoandi-nas de Bolivia:

La palabra en lengua nativa para «pareja» es chachawarmi, compuesta por laspalabras «hombre» (chacha) y «mujer» (warmi). El chachawarmi alude a una uni-dad complementaria a través de la cual la pareja se vincula a otras unidades do-mésticas y redes de intercambio. Es entonces un principio organizativo-normativode la vida en comunidad que apela a la esposa y al esposo, pero que deja fuera lasrelaciones que establecen los hombres y mujeres en tanto grupos sociales, en don-de son los varones quienes detentan el poder y la autoridad comunal, develandolas asimetrías de género.

Extendiendo el argumento de Joan Scott respecto de algunos análisis multicultura-listas, podríamos advertir que en este caso, para quienes subrayan la complemen-tariedad e igualdad de los géneros en el mundo andino, las diferencias de gruposon concebidas «categorialmente» y no «relacionalmente». (Barrig 2001: 86)

En opinión de Paulson (1998), la crítica a las percepciones tradicionales acercade las relaciones de género en el mundo indígena andino es contundente. Esta auto-ra ha publicado la reseña del libro Más allá del silencio: las fronteras de género en los

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Andes (Arnold 1997), que precedió a otro en prensa en aquel momento: La gente decarne y hueso: tramas de parentesco en los Andes (Yapita y Arnold 1998). Ambaspublicaciones fueron resultado de la Conferencia Internacional sobre Parentescoy Género en los Andes realizada en Escocia en 1993. Citando a la compiladoraDenise Y. Arnold, Paulson afirma que a partir de los textos presentados en el libro«las vacas sagradas de los estudios andinos han sido derrotadas» (1998: 481).Aunque no menciona nombres, Paulson se hace eco de las crecientes críticas a lasideas de «complementariedad», «dualidad andina», «matrimonio de prueba» de la«interpretación principalmente patrilineal del parentesco andino» (1998: 482). Lacontrapropuesta de esta investigadora es realmente provocadora: «pensar sólo enla dicotomía hombre-mujer para analizar el género no es viable pues se trata deuna visión ‘occidental’ que no contempla varias identidades sexuales y de género»(1998: 482).

Según autoras como Fuller (s. f.), los riesgos de discurrir por la senda del rela-tivismo cultural son muy grandes y podrían alejarnos de posibilidades de inter-pretación que vayan más allá de los espacios locales. Los estereotipos desempeñantambién un papel importante, sobre todo en el mundo de la promoción agraria queintenta mejorar las condiciones de vida de la mujer indígena-comunera. En la mis-ma línea, Barrig cita como ejemplo característico la opinión de un funcionario deuna ONG:

Hay comunidades de cabecera de cuenca donde se mantiene lo tradicional; sonmás naturales, ahí todavía es lo puro. Una pareja de comunidades de cabecera decuenca es más inocente, más ingenua y más honesta, más responsable, porquetodavía no han entrado en contacto con la gente de la población urbana. Porqueesa gente sólo va a la ciudad en ocasiones, pero no va la pareja, sólo va el varón,porque la esposa es de casa, la esposa no debe salir. Si sale es por un caso especial.Las mujeres dicen «Ay qué miedo, cómo será, estoy feliz acá». Entonces es unapareja que está todavía con las costumbres propias de estas comunidades, ellosviven felices como están; y el esposo es el mensajero, el que va a la ciudad y el quese comunica. (Barrig 2001: 89)

Barrig se pregunta: ¿Qué es lo natural y qué es lo tradicional? ¿Qué es «lopuro»? Como se ve, al analizar las relaciones de género en las comunidades existendiversas interpretaciones de aquello que se puede concebir como «utopía indíge-na». Así, para Claverías (2002) buena parte de las características actuales de lainstitucionalidad comunal tienen origen reciente. Según este autor, son «reglas de

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juego modernas» las asambleas comunales, los reglamentos, los libros de actas, etc.que han sido adaptados a la cultura andina y sus principales características (reci-procidad, ayuda mutua, sentido de cooperación, etc.). Esta situación ha generadouna fusión entre lo andino tradicional y lo moderno, lo que lleva, entre otros pro-cesos, a la asimilación de:

…las relaciones de inequidad de género de la cultura occidental, pero aún de tipocolonial dentro de la nueva dinámica andina, donde las mujeres representan elsector excluido por no haberse occidentalizado; por ejemplo, por no haber apren-dido a leer y escribir. (Claverías 2002: 32)

Esta visión es compartida por otros autores para quienes el llamado «enfoquede género» es una imposición política e incluso cultural proveniente de los paísesdesarrollados y los organismos internacionales que pretenden establecer su hege-monía. Esta concepción, como afirma Barrig, genera un «neoandinismo» que buscapreservar a las familias indígenas en sus supuestas características y, más aún, de-fender a la comunidad que las agrupa, puesto que:

…el imperialismo ha optado por el enfoque de género en el desarrollo con elpropósito específico de lesionar a la familia y a la mujer en nuestros países, porqueellas son el núcleo fundamental de la regeneración de las culturas originarias delmundo y de su gran diversidad. (Barrig 2001: 111)

Se vuelve así a la discusión respecto de la interpretación de una supuesta com-plementariedad en la familia indígena que tendría larga data cultural, incluso pre-hispánica, y que no sería comprendida por los investigadores quienes, adecuán-dose a propuestas en curso impuestas desde los centros de poder internacional,sustentan la subordinación de la mujer hacia el varón. Sin embargo, de la revi-sión bibliográfica se desprende que en la mayoría de investigaciones de la últimadécada el supuesto igualitarismo de la pareja indígena ha merecido serios cuestio-namientos.

Para terminar se debe mencionar que en algunos estudios sobre la relación degénero en las etnias amazónicas también se colocan como referencias centrales lascategorías de complementariedad e igualdad; por ejemplo, Heise y otros (1999) ensu trabajo sobre los Asháninka, los Yagua, los Shipibo y los Chayahuita.

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4. EL «EMPODERAMIENTO» DE LA MUJER COMUNERA

Si, como se afirmó al inicio de este trabajo, la relación de género se puede concebiren gran medida como una «manera primera de significar las relaciones de poder»,el objetivo central de las propuestas de desarrollo rural en su nueva concepciónserá buscar «la equidad de género» en el sentido de aumentar la capacidad de lamujer de tomar decisiones tanto en la esfera privada como en la pública. Estosignifica aumentar su cuota de poder, o su «empoderamiento».

En la revisión bibliográfica realizada se ha encontrado un número significati-vo de trabajos y propuestas para incluir la visión de género y ampliar la participa-ción de la mujer en diversas actividades; es decir, para avanzar en el empoderamien-to de la mujer rural. La discusión gira en torno a la necesidad de modificar lospatrones culturales tradicionales si se pretende lograr ese empoderamiento, encontraposición a la preservación de las costumbres y la supuesta complementarie-dad que no se puede violentar a partir de criterios «occidentales».

Por lo tanto, se necesita hacer referencia a las características culturales que expli-can la relación de género en las familias indígenas. En Bolivia existe un mayor núme-ro de investigaciones sobre las particularidades culturales de las relaciones de génerovinculadas a las culturas indígenas. Según Carafa (1994) es fundamental comprenderel concepto de «dualismo» en la estructura social andina, el cual implica a la vezcontradicción y oposición complementaria. En el caso boliviano que presenta, laspolaridades entre puna y valle o entre parcialidades Aransaya y Urinsaya ordenan yregulan las relaciones sociales y se expresan también en referencias simbólicas.

Algunos autores han intentado explicar a partir de rasgos culturales la pre-sencia de la mujer indígena-comunera en la esfera de decisión pública. Carafa cita aAlbó para quien si bien el dominio público está «culturalmente en las manos de loshombres», la mujer participa activamente en él pues:

• Los cargos públicos recaen sobre la unidad familiar y en ausencia del varóncualquier persona de la familia puede representarla.

• En los actos comunitarios participan juntos hombres y mujeres, cada unocon un papel específico.

• La mujer participa también en los procesos de toma de decisiones de lasasambleas comunitarias pues las familias siempre son consultadas antesde llegar a cualquier acuerdo. (Carafa 1994: 149)

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Según Carafa, lo más saltante es la permanencia y la fortaleza de la estructuraandina pues existe una dinámica de resistencia cultural que explica esta realidad.Una afirmación como esta remite a investigaciones históricas que han sustentandoel concepto de «adaptación en resistencia» para explicar cómo la población indíge-na preservó sus esquemas culturales aceptando en apariencia el ordenamientoimpuesto por la estructura colonial.

Los trabajos revisados en este balance dan cuenta del concepto de sistemaproductivo agropecuario que se sustenta en el aporte de ambos sexos, lo que con-duce a algunas autoras a afirmar que en el mundo campesino no se puede estable-cer una delimitación entre los ámbitos doméstico y privado tradicionalmente asig-nados en la cultura occidental. Por esta razón es necesario comprender los meca-nismos de complementariedad e interdependencia presentes en diversos estudiossobre la mujer campesina. Estos mecanismos de sustento de la economía campesi-na, sin embargo, no ocultan en opinión de algunas autoras el papel subordinado dela mujer en la toma de decisiones tanto en el ámbito familiar como en el espaciopúblico comunero. Otras investigadoras afirman, por el contrario, que debido a suimportante papel en la economía familiar la mujer está lejos de constituirse enfigura subordinada y, por lo tanto, resulta un mito hablar de una campesina sumi-sa, ausente, marginada. Así, según Muñoz (1993), algunos investigadores conside-ran que al interior de la familia habría un equilibrio de poder que no se manifiestaen la esfera pública comunal.

A partir de estas diferentes aproximaciones es posible plantear una preguntacrucial para quienes proponen programas de desarrollo en las comunidades cam-pesinas: ¿Cómo se puede lograr el equilibrio entre el respeto a la tradición y losusos del derecho consuetudinario y, a la vez, buscar empoderar a las mujeres? Di-cho de otra manera: ¿Cómo será posible respetar las costumbres superando lasubordinación que sustenta las relaciones de género en las familias comuneras?

Muñoz encuentra variados puntos de vista en relación con conceptos como«complementariedad, diferencia, oposición, poder, autoridad y jerarquía en la fa-milia campesina» (1993: 94). Por lo tanto, la interrogante que queda pendiente es sila reciprocidad y la igualdad son la base de las relaciones entre los sexos en lasociedad campesina.

Si se retoman estos conceptos básicos que se reiteran en las diferentes investi-gaciones se encuentra que son analizados sin incorporar la variable comunidad,

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salvo cuando se afirma en algunos trabajos que el hombre es el representante polí-tico de la familia (ante la asamblea comunal entre otras instancias) mientras que lamujer administra la esfera económica.

Para Deere y León (1982), las teorías del patriarcado son las que explican me-jor la posición social desventajosa de la mujer. En un estudio sobre el impacto de laviolencia en las familias comuneras, Reynaga (1996) analiza esta estructura pa-triarcal tradicional alterada por el conflicto armado interno. Sostiene que el espo-so representa formalmente a la familia ante la comunidad: está registrado en elpadrón general, asiste a las asambleas, opina y toma decisiones. Las mujeres asistensolo si son viudas, madres solteras o cuando su esposo está ausente; en general, suopinión no tiene mayor impacto. Sin embargo, antes de ir a la asamblea, el marido«consulta con la esposa e indirectamente transmite la opinión de ella o la tomacomo referencia» (Reynaga 1996: 23).

Reynaga (1996) matiza esta subordinación al afirmar que si bien en las relacio-nes familiares comuneras la mujer aparece como subordinada, esta subordinaciónse expresa con menor intensidad que en las áreas urbanas pues la pareja se comple-menta en muchos aspectos imprescindibles. Incluso muchas mujeres señalan quetoman decisiones conjuntas con su pareja y utilizan el término warmi qari para des-cribir las relaciones familiares, que puede ser traducido como «mujer y varón» o«esposa y esposo» concebidos como una unidad. Este término recuerda el conceptosimilar de chachawarmi, hombre-mujer, como complementariedad básica de la eco-nomía tradicional andina que, como se señaló, ha sido enfatizado por Harris (1985).

Según De la Cadena (1985), la comunidad campesina es una unidad organiza-cional que tiene dos elementos fundamentales: la organización comunal y la fami-lia campesina entendida como familia nuclear y como el grupo de parientes al cualse adscribe. Por lo tanto, como se indicó, es preciso comprender al interior de lainstitución comunal las características de la familia nuclear y las de la familia ex-tensa o, como la designa De la Cadena, el grupo de parientes, puesto que: «A pesarde las transformaciones y reacomodos de las instituciones andinas, hay algo que semantiene y es […] el hecho de que las instituciones parentales continúan siendorecipiente de reglas reproductivas, tanto económicas como sociales.» (De la Cade-na 1985: 5).

De la Cadena afirma que en la historia reciente se ha modificado la relaciónentre géneros en las familias comuneras y, por ende, la valoración que sugería lacomplementariedad de las tareas femeninas y masculinas en la economía familiar;

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ahora, por su creciente vinculación al mercado, hay que agregar un nuevo factorque otorga mejores precios al trabajo masculino que al femenino. En su análisis dela mujer comunera como productora, aclara no haber utilizado la categoría desubordinación pues se pregunta: «¿Cómo explicar con esta palabra la abigarradarelación entre hombres y mujeres que se caracteriza por ser opuesta en algunoscasos, complementaria en otros y también desigual y subordinada?» (1985: 7).

Como señala La Piedra: «es fácil, en una primera aproximación, percibir elmundo de la mujer [andina] como oculto y relegado» (1985: 43). Sin embargo, otrasautoras sostienen que la mujer es crucial en las decisiones económicas de la familia:en la actividad agrícola, la organización y la distribución de los recursos familiares,y la defensa de la vida. Pero la discusión se profundiza cuando se analiza la partici-pación de la mujer en los espacios públicos, pues la «representación familiar» escasi exclusivamente reservada para el hombre. Se puede afirmar que la mujer esvital en la complementariedad productiva agrícola pero queda subordinada en la«representación familiar».

En el caso del Perú resulta notable que la legislación sobre comunidades cam-pesinas asociada al proceso de reforma agraria promulgada durante el gobiernomilitar de Juan Velasco Alvarado impuso con relativa rapidez un orden institucio-nal en las comunidades adaptando de alguna manera el modelo cooperativo im-puesto a las tierras expropiadas. No solo fue modificado el nombre de «comunida-des indígenas» por el de «comunidades campesinas», sino que se extinguió la figuradel personero legal de las comunidades y fueron perdiendo vigencia en la mayorparte del espacio indígena los varayoc tradicionales.1

Deere (1992) sostiene que la Ley de Comunidades Campesinas es claramenteincluyente con respecto del género pues reconoce derechos similares a hombresy mujeres. Sin embargo, afirma que es preciso aclarar que esta norma no se condi-ce con la realidad pues, si bien teóricamente un comunero calificado puede serhombre o mujer, la práctica consuetudinaria conduce a que solo exista un comune-ro representante por familia y sea el varón el designado como cabeza del hogar yquien lo representa. Solo cuando la mujer es viuda o, en algunos casos, madre sol-tera puede acceder al estatus de comunera.

Únicamente los varones pueden ejercer cargos públicos de autoridad en lasdistintas instancias jerárquicas y la mujer no participa de la vida política comunal

1. Este tema se analiza en el trabajo de Pedro Castillo en este volumen. [N. E.]

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directamente, salvo como grupo de presión. La realidad es contundente pues mues-tra que los puestos políticos locales, salvo muy contadas excepciones, son ocupa-dos por varones, incluyendo por supuesto el cargo de presidente de la comunidad.En el contexto cultural comunero, prácticamente ninguna mujer tiene la expectati-va de ejercer esos puestos.

Deere (1992) cita a autores que argumentan la «complementariedad igualita-ria» en contraposición a la jerarquía sexual desigual de la estructura patriarcal y elpoder masculino. Así, Harvey está cerca de la primera posición pues señala que las«diferencias de género pueden ser, pero no son necesariamente, constitutivas de je-rarquías entre hombres y mujeres» (1988: 6). Para Harvey, mientras que los varonesparticipan activamente en las asambleas comunales, las mujeres desempeñan unpapel central en las redes de comunicación donde se toman, en realidad, las decisio-nes; así sostiene: «tal complementariedad es presentada por lo general como unrasgo distintivo de las comunidades indígenas andinas» (1988: 7). Harvey afirma:

En la historia del distrito de Ocongate, jamás una mujer ha sido candidata para laalcaldía, ni ha sido nombrada gobernador o teniente-gobernador, ni elegida comojuez de paz, ni presidenta de una comunidad. Ninguna mujer tendría tampoco talesexpectativas. Los puestos políticos locales son ocupados por varones. Esta claramarca de género puede observarse también en las asambleas comunales locales. Seha señalado muchas veces que en la región andina las mujeres o bien no asisten atales asambleas, o si lo hacen, su participación es muy limitada. (Harvey 1988: 5)

En el segundo trabajo de este volumen Diez señala:

Sin embargo, hay pocas descripciones y menos aún análisis sobre el desarrollo, laestructura o los mecanismos por los cuales se forman consensos y se toman deci-siones en las asambleas. Los pocos que lo hacen, las muestran como un espaciocomplejo de confrontación de intereses y facciones y, eventualmente, de coerción,por lo que consideran a las asambleas más como espacios de definición y exhibi-ción de la correlación de fuerzas que como instituciones democráticas (Seligman1992; Diez 1999a). Algunos trabajos las señalan, además, como espacios de exclu-sión en términos lingüísticos y de género (Harvey 1989). (117)

Este desconocimiento de los mecanismos mediante los cuales se adoptan lasdecisiones comunales no oculta que las mujeres en las comunidades son más durasen sus críticas hacia los varones que ejercen algún cargo respecto de sus responsa-bilidades.

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5. EL ACCESO A LA TIERRA

Para hacer un balance sobre los estudios realizados acerca de las relaciones degénero en las comunidades campesinas resulta fundamental conocer las opinionesrespecto del acceso a la tierra y los mecanismos que lo condicionan. Según la clasi-ficación legal clásica retomada por la FAO en su publicación Las cuestiones de géneroy el acceso a la tierra (2003: 2), el derecho a la tierra se puede subdividir en:

• derechos de uso• derechos de control• derechos de transferencia

Kervin, citado por Burneo en el tercer trabajo de este volumen, afirma:

…el sistema de tenencia comunal es heterogéneo y flexible, ya que puede combi-nar distintos tipos de tenencia de la tierra en su interior según las necesidades delcaso. Así, es posible conservar el usufructo y los derechos individuales sobre latierra, a la vez que se mantienen espacios de uso colectivo. (207)

Pero se debe recordar que la FAO señala que en el mundo «las mujeres, losancianos, las minorías y otros grupos marginados pueden encontrarse en situa-ción de riesgo en los proyectos de reforma agraria y administración de la tierra»(2003: 1).

En el Perú, la segunda mitad del siglo pasado fue escenario de cambios radica-les en la estructura agraria producto sobre todo de la reforma agraria impulsadapor el gobierno militar en la década de 1970 en paralelo con la modificación de lasnormas acerca de la institución comunal. Igualmente tuvo gran importancia en eseperiodo la migración masiva del campo a las ciudades. El resultado de estos proce-sos fue la ampliación de la economía campesina de subsistencia basada en el mane-jo de diferentes parcelas y, en contrapartida, la extinción del tradicional régimen dehaciendas.

Queda fuera de duda la importancia que reviste para la mujer el acceso a lapropiedad de la tierra pues, como indican Deere y León, le permite afirmar su segu-ridad futura e «incluso en los casos en que las mujeres no son las principales agri-cultoras, la propiedad de la tierra reviste gran importancia en términos de su esta-tus y bienestar. Este es el argumento del empoderamiento.» (2000: 29).

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Sin embargo, el empoderamiento efectivo de la mujer por la vía de su acceso ala propiedad de la tierra queda en la práctica limitada por los usos y las costum-bres y se puede afirmar, junto con Bonilla (1997), que en las comunidades de lasierra existe una discriminación generalizada en el usufructo de la tierra en razóndel sexo, la edad y el estado civil.

Las cifras del último Censo Agropecuario de 1994 (Cenagro) son contunden-tes en este aspecto pues muestran las notorias diferencias entre la extensión de latierra poseída por los hombres y aquella en poder de las mujeres, la mayoría jefasde hogar. Según Vattuone y Solorio (1997: 68), al revisar las cifras del censo seconstata que mientras el productor varón conduce en promedio 9,4 hectáreas, laproductora promedio solo conduce 6,6 hectáreas. Si bien estas cifras remiten aluniverso de «las mujeres campesinas jefas de hogar», que es más amplio, es perti-nente afirmar que las diferencias señaladas se repiten al interior de las comunida-des campesinas, tal como señala Alvarado: «aunque la igualdad formal en los dere-chos de propiedad ha sido parcialmente conseguida, ésta no ha redundado en unaigualdad real en la distribución de los bienes económicos entre hombres y muje-res» (Alvarado 2003: 2).

En la práctica existe una brecha entre los derechos formales obtenidos y ladistribución real de los bienes económicos por sexo, es decir, los derechos formalesestán alejados de las «costumbres» de acceso a la propiedad. En el balance hecho alinicio de este estudio sobre las fases que han atravesado los estudios de género sepudo constatar que desde la década de 1980 uno de los objetivos principales de laspropuestas de trabajo con mujeres rurales ha sido el fortalecimiento de su derechoa la propiedad de la tierra.

Entre las escasas investigaciones sobre este tema destacan las de Deere y León(1998; 2000) quienes plantean cuatro argumentos centrales en relación con el acce-so de las mujeres a la propiedad de la tierra:

1) Las discrepancias existentes entre los avances formales y la igualdad real dela distribución de la tierra.

2) La construcción social e histórica de los derechos de propiedad.3) Además de los derechos formales, la existencia informal de otros mecanis-

mos que limitan el acceso de las mujeres a la tierra.4) El acceso a la tierra de las mujeres rurales tiene una importancia crítica

para su supervivencia. (Deere y León 2000: 128)

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Si bien estos argumentos se refieren a la mujer rural en general, son perfecta-mente aplicables a las mujeres comuneras. También se podría retomar estos argu-mentos para aplicarlos a los derechos de uso del agua en las comunidades campe-sinas. Como se ha señalado, diversos estudios muestran que la aparente neutrali-dad de la legislación no siempre es tal sino que enmascara un tratamiento inequi-tativo hacia las mujeres en el acceso al agua, derivado como es obvio del desigualacceso a la tierra, pues quienes figuran en los padrones de uso de agua, o Padrón deRegantes, son los varones, ya que la propiedad o el uso de la parcela es reconocidaal «jefe de familia» (Kome 2001).

Como sostienen Deere y León (2000), la mujer rural no se benefició con lareforma agraria pues esta consideró casi solo a los varones como «jefes de hogar».En las cooperativas agrarias surgidas de la expropiación de las grandes haciendasla situación fue aún más crítica pues los derechos de las mujeres eran inferiores alos de los varones. En general, el «jefe de familia» que recibió e inscribió prediosmediante la reestructuración de la propiedad impulsada por la reforma agraria fueel hombre, «representante» de la familia rural en la esfera pública, tal como se havisto.

Esta situación quedó modificada formalmente a partir de 1984 con la promul-gación del nuevo Código Civil que reconoce iguales derechos para representar a lafamilia a hombres y mujeres y, por lo tanto, obliga a inscribir la propiedad de lasparcelas a nombre de ambos no solo del varón.

En la revisión efectuada se ha encontrado que los autores coinciden en señalarque si bien las mujeres tienen en las comunidades campesinas legalmente los mis-mos derechos que los hombres en cuanto a su estatus de comuneras, en la prácticatradicional ellas no gozan de derechos similares pues solo existe un comunerocalificado por familia y ese es el varón, y únicamente las viudas pueden participaren las decisiones comunales. Bonilla (1997) analiza la discriminación en el usufruc-to de la tierra tanto por razón del sexo y la edad como por el estado civil (mujeres,hijos menores, huérfanos, viudas y ancianos).

Aunque los procesos socioeconómicos recientes han modificado en algunasregiones esta desigualdad en los derechos reconocidos para comuneros hombres ymujeres en relación con el uso o la propiedad de la tierra, el «empoderamiento» delas mujeres se enfrenta a las formas tradicionales («patriarcales») de traslado de lapropiedad. Si, como establece la Ley General de Comunidades Campesinas, se

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deben «respetar los usos y costumbres», esto implica reforzar la discriminación dela mujer en el acceso a las decisiones sobre la tierra en la comunidad.

De acuerdo con los resultados del Censo Agropecuario de 1994, las mujeresconstituían el 20,3% de los productores agrícolas y poseían más de dos millones dehectáreas. El porcentaje era más alto en la sierra (22,8% con 1.658.000 hectáreas),pero sus parcelas eran, en promedio, menores que las de los varones (Deere y León1998).

El acceso a tierras y pastos al interior de las comunidades campesinas se pro-duce a través de dos mecanismos principales: herencia y matrimonio. De hecho, elacceso a las parcelas familiares al interior de las comunidades está regido princi-palmente por los mecanismos de herencia existentes en cada una de ellas. Aunqueen términos legales oficiales los comuneros solo usufructúan sus parcelas y es lacomunidad la propietaria única del territorio comunal, en realidad, la concepciónde propiedad está arraigada desde hace mucho tiempo entre las familias comune-ras (ver al respecto Urrutia 2003).

La herencia en las comunidades tiende a ser bilateral, asignándose tierras opastos a hijos e hijas, quienes heredan de ambos padres. Esta situación «abierta» esreafirmada por las normas oficiales aunque, según Del Castillo: «las mujeres sue-len acceder de manera disminuida a la herencia, respecto de los herederos varo-nes» (1998: 137). Añade que existen «mecanismos legales imperfectos que, aunadosa ciertas prácticas de tradición patriarcal, no permiten que éstos sean derechosefectivos para todas las mujeres» (1998: 138).

Esta apreciación general debe ser matizada con nuevas evidencias empíricaspues las transformaciones vividas por la sociedad rural en general y por la institu-ción comunal, en particular, han modificado parcialmente esta realidad de la de-sigualdad de género en el acceso a la tierra a través de la herencia.

El importante trabajo de De la Cadena ya citado tiene precisamente como ejede análisis central «[los] cambios en los patrones de herencia y transformación delsistema patriarcal campesino» (De la Cadena 1991: 8). Resume en un cuadro laevolución de la herencia en relación con el género en la comunidad de Chitapampa.Así, entre 1900 y 1920 el porcentaje de herederos varones en esa comunidad repre-sentaba el 78%, mientras que desde 1970 ese porcentaje se redujo a 60% con 94 casosde mujeres herederas ocupando el restante 40%. Si bien la extensión promedio delas propiedades heredadas por ambos sexos descendió de 1,14 hectáreas a inicios

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del siglo XX a 0,68 hectáreas en las décadas recientes, es decir, disminuyó a casi lamitad. Según De la Cadena, esta «feminización» de la propiedad se corresponde conla pérdida de importancia de la tierra como fuente de ingreso y poder en la comuni-dad objeto de su estudio. Estas cifras son similares a las que ofrece Burneo en eltercer trabajo de este libro. Burneo señala que, según datos presentados por Valera(1997), de los 23 departamentos que albergan comunidades campesinas en el país,17 registran superficies agrícolas promedio de entre 1 y menos de 3 hectáreas porfamilia.

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6. PREGUNTAS PENDIENTES

A partir de este balance se puede establecer la existencia de algunos vacíos signifi-cativos que deberían ser abordados por investigaciones específicas. Al inicio seseñaló que los trabajos sobre relaciones de género en las comunidades campesinasson aún escasos pues la mayoría de investigaciones remite a la problemática de «lamujer rural» o «la mujer campesina», sin considerar las particularidades que otor-ga a ambas categorías el hecho de ser «mujer comunera».

En primer lugar, es preciso distinguir las investigaciones propiamente dichasde las propuestas de promoción de la mujer campesina preparadas sobre todo porONG y reconocer que estas son más numerosas que aquellas. Los programas y losproyectos de empoderamiento de la mujer comunera remiten a la pregunta centralya enunciada: ¿Cómo se puede lograr el equilibrio entre el respeto a la tradicióny los usos del derecho consuetudinario y, a la vez, buscar empoderar a las mujeres?¿Cómo se podrá respetar las costumbres y superar la subordinación que sustentalas relaciones de género en las familias comuneras? Queda de esta forma planteadoel tema de la heterogeneidad cultural tal como algunas autoras lo proponen, sincomprenderla será muy difícil esbozar propuestas viables que beneficien a la mujercomunera.

En segundo lugar, la revisión bibliográfica evidencia la multiplicación de estu-dios de género en todos los espacios sociales: género y riego, género y recursosnaturales, género y salud, etc., así como la escasez de trabajos que presenten visio-nes generalizadoras. Además, como ya se indicó, la mayoría de las investigaciones ylos balances existentes nos remiten al universo de «la mujer rural» o «la mujercampesina», mientras que son escasos los trabajos sobre «la mujer comunera».

La migración, la educación formal, la inserción al mercado y los medios decomunicación han generado en las últimas décadas importantes cambios en lasociedad rural y, por ende, en las familias comuneras. Sin embargo, se ha visto eneste balance las limitaciones de las mujeres para participar en los espacios públicosque las hacen circunscribirse sobre todo a organizaciones de subsistencia como losclubes de madres o el Vaso de Leche. Futuros estudios podrán ofrecer mayor infor-mación sobre la participación de la mujer comunera no solo en los espacios públi-cos propiamente comunales sino también en los gobiernos locales de centros po-blados menores o distritos, que tienen cada vez mayor importancia en la vida polí-tica local.

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Al mencionar los mecanismos de participación en los gobiernos locales espreciso reconocer la importancia actual de los presupuestos participativos, talcomo se indica en el portal de Presupuesto Participativo del Ministerio de Econo-mía y Finanzas, en el cual se remarca que es fundamental «considerar intereses ynecesidades de las mujeres desde la planificación económica y la asignación derecursos locales y nacionales» (2007). El objetivo es buscar «la equidad de génerodesde los presupuestos nacionales y locales». ¿Cuál es la presencia real de las muje-res comuneras en ellos? Se podría pensar que es casi inexistente, pero solo investi-gaciones específicas podrán aclararlo.

En suma, según las diversas propuestas de los organismos de promoción quese ha consultado, la mujer comunera necesita aumentar su capacidad de negocia-ción y representación en los espacios públicos. Una vía sugerida para conseguireste propósito es el mejoramiento de sus condiciones de acceso a la tierra pero,aunque se carece de datos suficientes, es posible pensar también en el aumentosostenido del número de mujeres comuneras elegidas en los espacios locales comootro medio promotor.

Esta intención de empoderamiento de la mujer comunera que impulsan diver-sas instituciones públicas y privadas de promoción no oculta, sin embargo, que lamayoría de investigaciones revisadas recuerda que existe desigualdad de acceso apesar de los derechos que incluso las normas oficiales han reconocido en los añosrecientes.

No se ha tratado acerca de las mujeres comuneras afectadas por el conflictoarmado interno, sobre el cual existen algunos trabajos específicos. Además de re-cordar la necesidad de contar con mayores estudios, vale la pena señalar que elInforme Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR 2004) señala que laviolencia y el conflicto armado se instalan en un contexto de autoritarismo, violen-cia familiar y ausencia de ejercicio de los derechos ciudadanos que lleva a profundi-zar las brechas de género preexistentes. Los datos reunidos por la CVR indican quela mayoría de las mujeres afectadas (80%) vivía en la zona rural, específicamente encomunidades campesinas. Eran en su mayor parte (73%) quechuahablantes, prin-cipalmente de Ayacucho (51%), una buena proporción era analfabeta (34%) y en sumayoría jóvenes, pues el 48% de las mujeres víctimas tenía entre 10 y 30 años y el8% eran niñas menores de 10 años, el porcentaje de mujeres solteras era 32% (2003).A la situación de desigualdad de género se agrega de manera particular que muchasmujeres de las comunidades campesinas fueron víctimas de violencia sexual por

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integrantes de las Fuerzas Armadas, lo que constituye una violación de sus dere-chos humanos.

En la bibliografía revisada destacan, como se indicó, las propuestas de inter-vención sobre los análisis. En estas propuestas, las críticas a los programas y lasinstituciones oficiales son comunes y explicables pues estos no se alejan de concep-ciones asistencialistas que priman sobre las concepciones de empoderamiento sos-tenidas como alternativa sobre todo por las ONG. Se debe recordar que en 1988existían el Programa de Asistencia Directa (PAD), el Instituto Nacional de Planifica-ción (INP), Cooperación Popular (Coopop), el Programa de Apoyo al Ingreso Tem-poral (PAIT) y el Proyecto de Atención Integral a Comunidades Rurales y UrbanoMarginales (Paicrum) entre otras instituciones oficiales, ninguna de las cuales exis-te hoy, si bien se ha creado nuevos programas con iguales características asisten-ciales.

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363IDENTIDAD Y COMUNIDADES CAMPESINAS: UN ENSAYO DE BALANCE

Sobre los autores

ZULEMA BURNEO DE LA ROCHA

Antropóloga, máster internacional en Desarrollo por el Institut Universitaired’Études du Développement de Ginebra. Investigadora del Centro Peruano de Es-tudios Sociales, con experiencia en monitoreo y evaluación de proyectos de desa-rrollo rural, se especializa en temas relacionados con la propiedad y la tenencia dela tierra y procesos de cambio en las comunidades campesinas del Perú.<[email protected]>

PEDRO JOSÉ CASTILLO CASTAÑEDA

Egresado de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú,con experiencia en asesoría legal y desarrollo normativo en instituciones públicasy privadas. Ha participado en investigaciones aplicadas en los campos del Derechoy el desarrollo agrario.<[email protected]>

PABLO DEL VALLE CÁRDENAS

Egresado de la especialidad de Antropología de la Pontificia Universidad Católicadel Perú, ha trabajado en temas de derechos humanos y desarrollo rural. Ha publi-cado el libro Aprendiendo los derechos. Sistematización de la experiencia en derechoshumanos en Chumbivilcas y Cotabambas (Cuzco, Apurímac) (2005), en colabora-ción con la ONG Adeas Qullana.<[email protected]>

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364 PABLO DEL VALLE CÁRDENAS

ALEJANDRO DIEZ HURTADO

Antropólogo, investigador en temas sociales y rurales con especial interés en laorganización y las relaciones políticas y económicas de poblaciones costeñas yandinas del Perú. Es licenciado por la Pontificia Universidad Católica del Perú(PUCP) y doctor por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París.Actualmente se desempeña como profesor de Antropología en la PUCP. Ha realiza-do investigaciones en el área de organización social y provisión de servicios socia-les (educación y salud) en diversas regiones del país.<[email protected]>

JAIME URRUTIA CERUTI

Bachiller en Ciencias Sociales y licenciado en Historia por la Universidad Nacionalde San Cristóbal de Huamanga de Ayacucho, Perú, y máster en Historia por laUniversidad de París I, Pantheon Sorbonne, Francia. Actualmente es director gene-ral del Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterialde América Latina (Crespial), con sede en Cusco.<[email protected]>

SOBRE LOS AUTORES