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Los grupos raciales en las ordenanzas municipales del Cuzco indiano Mauricio Valiente Ots l. Premisas La condición jurídica de las categorías de sujetos que fueron destinatarios del Dere- cho indiano ha sido estudiada desde diferentes puntos de vista, por lo que hoy podemos contar con una idea bastante definida del estatuto legal de los grupos raciales; otra cosa distinta es la valoración de la eficacia de estas disposiciones; con este artículo pretendemos iniciar un acercamiento a esta realidad desde la perspectiva de las ordenanzas municipales del Cuzco india no. La alusión a este tipo de fuentes locales, más apegadas a la práctica social del Dere- cho que a las grandes declaraciones de principios, puede abrir una perspectiva enriquecedo- ra; la ausencia de una investigación que sirva de modelo a la que aquí se esboza, hace necesario un primer acercamiento al tema que delimite los problemas conceptuales con los que se tiene que enfrentar y haga referencia a la documentación disponible para poderla llevar a cabo. La elección del Cuzco no es casual, cuna del imperio inca, desde su segunda funda- ción por los españoles contó con una población aborigen mayoritaria y no fue ajena ni a la implantación forzada de la esclavitud africana (Tardieu, 1993: 403-404) ni al acelerado proceso de mestizaje; asimismo, el conjunto de ordenanzas que elaboró para la ciudad el virrey Francisco de Toledo tuvieron un papel fundamental en la consolidación de un Dere- cho municipal para el conjunto del Perú. Como paso previo para abordar satisfactoriamente el tema que nos hemos planteado debemos partir de una idea clara de a lo que nos referimos cuando hablamos de ordenanzas 2, diciembre de 1998 363

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Los grupos raciales en las ordenanzas municipales del Cuzco indiano

Mauricio Valiente Ots

l. Premisas

La condición jurídica de las categorías de sujetos que fueron destinatarios del Dere­cho indiano ha sido estudiada desde diferentes puntos de vista, por lo que hoy podemos contar con una idea bastante definida del estatuto legal de los grupos raciales; otra cosa distinta es la valoración de la eficacia de estas disposiciones; con este artículo pretendemos iniciar un acercamiento a esta realidad desde la perspectiva de las ordenanzas municipales del Cuzco indiano.

La alusión a este tipo de fuentes locales, más apegadas a la práctica social del Dere­cho que a las grandes declaraciones de principios, puede abrir una perspectiva enriquecedo­ra; la ausencia de una investigación que sirva de modelo a la que aquí se esboza, hace necesario un primer acercamiento al tema que delimite los problemas conceptuales con los que se tiene que enfrentar y haga referencia a la documentación disponible para poderla llevar a cabo.

La elección del Cuzco no es casual, cuna del imperio inca, desde su segunda funda­ción por los españoles contó con una población aborigen mayoritaria y no fue ajena ni a la implantación forzada de la esclavitud africana (Tardieu, 1993: 403-404) ni al acelerado proceso de mestizaje; asimismo, el conjunto de ordenanzas que elaboró para la ciudad el virrey Francisco de Toledo tuvieron un papel fundamental en la consolidación de un Dere­cho municipal para el conjunto del Perú.

Como paso previo para abordar satisfactoriamente el tema que nos hemos planteado debemos partir de una idea clara de a lo que nos referimos cuando hablamos de ordenanzas

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municipales, a esta tarea dedicaremos íntegramente el segundo apartado; adelantemos desde ahora que, para nosotros, la especificación de un Derecho municipal no se basa en las autori­dades que elaboran y dan vigencia a las diferentes normas (criterio que en el sistema jurídico de recepción del Derecho Común nos llevaría siempre, en última instancia, al soberano), sino en el organismo destinatario de las mismas: las ordenanzas constituyen uno de los elementos que configuran el Derecho municipal de cada una de las ciudades americanas; esta toma de partido conceptual nos permitirá comprender la compleja unidad de la estructura del Derecho indiano y abordar el problema de su práctica social.

El sometimiento de diferentes minorías religiosas, nacionales o raciales, que forma­ban barrios separados en las ciudades medievales, y la esclavitud de musulmanes cautivos, africanos o canarios, fueron una constante en la Baja Edad Media castellana (así como en el resto de los reinos peninsulares y europeos); lo novedoso del caso americano es el marco ideológico que generó a raíz de la conquista un cuestionamiento del colonialismo, influyen­do decisivamente en todos los sectores sociales y especialmente en la legislación de la Corona.

Significativamente Bartolomé de Las Casas (considerado por muchos como el padre de los derechos humanos), cuestionó la esclavitud de los africanos y la conquista de las Islas Canarias después de haber denunciado con fuerza el sometimiento de los indios americanos, al caer en la contradicción que suponía defender la dignidad de seres humanos racionales y libres a éstos y negársela a los primeros. La conquista de América contribuye al cambio de mentalidad que venía gestándose en la cultura europea del Renacimiento.

La contradicción entre esta nueva mentalidad y una realidad que, pese a todas las declaraciones de intenciones oficiales, no podía obviar la rígida estructura social estamental, la dominación colonial sobre unos pueblos conquistados, la esclavitud ni la discriminación racial resultante de estas realidades, nos ofrece un amplio campo para la reflexión y la investigación.

* * * Tres grandes historiadores han prestado un interés destacado al tema que es objeto

de nuestro trabajo: el mexicano Silvio Zavala, el alemán Richard Konetzke y el sueco Magnus Morner.

Zavala, después de analizar minuciosamente instituciones como la encomienda in­diana, la primera esclavitud de los indígenas o la filosofía política de la conquista de Amé­rica, dentro de una amplia investigación sobre la historia del trabajo, centró su atención en la regulación del servicio personal de los indios en el virreinato del Perú, extrayendo las fuentes referentes al mismo; en el primer tomo de su obra, Zavala analiza globalmente la legislación indiana, resumiendo y ordenando el conjunto de las ordenanzas municipales para el Cuzco sobre la coca y el régimen de los tambos en el siglo XVI (Zavala, 1978).

Konetzke dedicó buena parte de su producción historiográfica al estudio de la regu­lación jurídica de los grupos raciales y el mestizaje, como quedó reflejado en su colección de documentos para la historia social americana; para el objeto de nuestro trabajo tiene especial importancia su interés por las ordenanzas gremiales (Konetzke, 1949).

Momer reúne la doble condición de haber diseccionado exhaustivamente la política oficial que propugnaba la separación de los indios de los demás grupos raciales y de dedicar una atención privilegiada a la región del Cuzco (1970 y 1980); de su objeto de estudio nos

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separa el haberse centrado en sus investigaciones concretas en el ámbito rural, excluyendo expresamente lo urbano ( 1970: 53 y 1980: l ), aunque como es lógico la mayor parte de la legislación que analiza no repara en esta distinción.

El punto de partida sobre la condición jurídica del indio nos lo ofrece Paulino Castañeda (1971), al enumerar los privilegios que conllevaba la utilización de la califica­ción romana y bíblica de personas miserables; para el Cuzco, Ann Wightman (1990) nos aporta una investigación reciente sobre los indios forasteros y su incidencia en la transfor­mación social, basada en los fondos notariales conservados de esta época. Además de los estudios de Konetzke y Mi:irner que acabamos de citar, Esteva Fabregat ( 1988) lleva a cabo un análisis del mestizaje desde una perspectiva antropológica; Pérez Prendes resume la condición jurídica de los diferentes grupos raciales al analizar el modelo político indiano (1996).

La condición jurídica de los negros, mulatos y zambos merece un apartado aparte; la obra básica para conocer la implantación y desarrollo de la esclavitud en el Perú colonial es la del norteamericano Frederick Bowser (1977), que realiza continuas referencias a las ordenanzas municipales y a la intervención de los cabildos (fundamentalmente el de Lima) en esta materia; un estudio más reciente, con especial atención al Cuzco, es el de Jean­Pierre Tardieu ( 1990 y 1993); la reciente edición completa de los códigos negros america­nos, realizada por Manuel Lucena Salmoral ( 1996), nos permite contar con una visión global del fenómeno, en la que destaca la importancia de las ordenanzas municipales en la fijación del contenido de esta legislación.

Para el estudio de las ordenanzas municipales el punto de partida desde la Historia del Derecho, como en tantas otras materias del americanismo, es Rafael Altamira (1944/ 1945); aunque no compartamos las conclusiones a las que llega, el enfoque y delimitación de los problemas a abordar hacen de su trabajo sobre la autonomía y descentralización en el Derecho indiano un primer paso obligado. Es necesario mencionar también aquí las aporta­ciones del conjunto de investigadores agrupados en torno al Instituto Internacional de His­toria del Derecho Indiano, en el que la atención a lo que denominan Derecho indiano crio­llo está centrando en gran medida sus últimas elaboraciones (Lohmann: 1973; Bertelsen: 1983; Tau: 1992a; Galán: 1992; Reig: 1992 y 1995).

Para superar el nivel actual de la investigación sobre este tema (desde la perspectiva de la vida urbana), es imprescindible abordar el debate teórico y conceptual sobre el Dere­cho indiano y las ordenanzas municipales; una clarificación sobre estos aspectos puede abrir el camino para que distintas monografías sobre ciudades concretas den nueva luz a los problemas no resueltos ; en este sentido no es metodológicamente correcto estudiar, como hace Domínguez Compañy ( 1981 y 1982), un conjunto de ordenanzas procedentes de espa­cios y tiempos muy diferentes, ya que introduce confusión y no aclara nada sobre el proce­so de elaboración de los diferentes conjuntos normativos y su práctica social.

* * * Si no se hubieran perdido los libros de ordenanzas del Cabildo del Cuzco nuestra

labor resultaría mucho más fácil; de su existencia hasta el final de la etapa colonial no cabe la menor duda: aparte de las referencias contenidas en las actas capitulares, un inventario del archivo de la ciudad realizado en 1817 los menciona expresamente (Villanueva ed., 1986: 11-12). Dos bibliotecas madrileñas contienen el material indispensable para supe-

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rar las contradicciones y omisiones de las ordenanzas municipales del Cuzco tal y como las conocemos editadas hoy'.

En Madrid un tomo manuscrito de la Biblioteca Nacional (3043 : 79-161) contiene varios traslados bajo el engañoso título de Ordenanzas antiguas de la ciudad del Cuzco hechas en tiempos del Marqués de Cañete el viejo; el título es engañoso porque las Orde­nanzas antiguas son anteriores al virrey aludido, reproduciéndose, además, conjuntamente con normas posteriores. Este tomo reúne las Ordenanzas antiguas de la ciudad del Cuzco, confirmadas por la Audiencia de Lima en 1553 ([bid: 79-107), las ordenanzas de la coca, ahora sí, del Marqués de Cañete el viejo de 1558 (/bid: 107-117) y un traslado incompleto de las ordenanzas generales de Francisco de Toledo de 1572, mandado realizar por el mis­mo virrey y firmado por su secretario ([bid: 118-157)2•

En la colección de la Real Academia de la Historia (Madrid) del que fuera primer intendente del Cuzco y juez de Tupac Amaru 11, Benito de la Mata Linares, se encuentran numerosas copias de las ordenanzas necesarias para este estudio: las de minas de oro y plata aprobadas por el gobernador Vaca de Castro en 1543 (RAH-CML: 23, 90-128 y 129-134 ), las generales de 1572 (/bid: 22, 1-81) y las generales de 1599 (/bid: 23, 229-230). Es necesario subrayar la tardía realización de estas copias, aunque utilizaran los documentos originales para su transcripción, y la función puramente instrumental para la que se realiza­ron; esta última consideración es imprescindible tenerla presente para la crítica del único texto íntegro conocido de las ordenanzas generales de 1572 del virrey Toledo3.

En el Archivo Departamental del Cuzco se conservan la mayor parte de los libros de actas capitulares; éstos ofrecen la posibilidad de conocer el ritmo de aprobación de las ordenanzas municipales, su vigencia y aplicación a través de la resolución de los asuntos planteados por sus componentes (especialmente por el corregidor que desempeña el papel de principal impulsor de las reuniones), las peticiones de los particulares, los nombramien­tos de las autoridades municipales, la recepción de los nombrados por el Superior Gobierno o la Corona, la correspondencia oficial y los escasos pero significativos pleitos que recoge

Las ordenanzas municipales se citarán por la fecha de su aprobación, seguida, en su caso, por el número de la ley aludida; en los años con más de una ordenanza se añadirá a la fecha una letra para identificarlas; en el único caso de las generales de 1572, el primer número hará referencia al título. En el anexo se señala la ubicación tanto de las inéditas corno de las publicadas. Siglas utilizadas: ADC-LC (Archivo Departamental del Cuzco, serie Libros del Cabildo; se citará por el número del libro y el folio); BNM (Biblioteca Nacional, Madrid; se citará por la signatura del manuscrito y el folio); RAH-CML (Real Academia de la Historia, Colección Benito de la Mata Linares, Madrid; se citará por el número del torno y el folio); RI (Recopilación de Leyes de los Reynos de Indias, 1680-1681; se citará por libro, título y ley).

2 Una muestra de la confusión, originada por el título y la ausencia de las primeras hojas en el traslado de las ordenanzas de Toledo, es la falta de este documento en una reciente guía de fuentes del famoso virrey (Gómez, 1992); aún cuando el autor cita este tomo para otros manuscritos que reseña. Nos hemos detenido en describir el contenido de estas copias y traslados (en plural, porque fueron reunidas poste­riormente) por su importancia para averiguar el contenido exacto de las ordenanzas generales de 1572.

3 Para las citas seguiremos la numeración originaria de las ordenanzas, que no coincide con la que aparece en las distintas ediciones de este texto; para su reconstrucción hemos utilizado la copia de la Real Academia de la Historia, el traslado de la Biblioteca Nacional y las referencias expresas conte­nidas en las actas capitulares del Cuzco indiano.

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el escribano del Cabildo. Por no estar recogidas en ningún otro documento, nos remitimos a las actas para las ordenanzas de la carnicería, coca y negros (ADC-LC, 5: 74r; 80r y 107r) aprobadas entre 1566 y 15674

.

De las ordenanzas publicadas por separado contamos con las de Francisco Pizarra de 1535 (Lohmann ed., 1986: 152-155), las de la coca del virrey Conde de Nieva de 1563 (Lohmann, 1967), el conjunto sobre la coca de Francisco de Toledo de 1572, 1575 y 1577 (Lohmann/ Saravia, 1986/1989: 1, 231-244; 2, 175-201 y 303-308), las de obrajes del mismo virrey de 1576 (/bid: 2, 269-274) y las de aguas del Cabildo de 1600 (Villanueva/Sherbondy, 1982: 55-59).

Las crónicas y relaciones sobre el Cuzco nos ofrecen informaciones valiosas para completar nuestra visión de los grupos raciales; aquí sólo mencionaremos la crónica de Diego Esquive) y Navia (1980), que, pese a escribir a mediados del siglo XVIII, es especial­mente rica porque utilizó sistemáticamente los libros de cabildos, ordenanzas y provisio­nes; gracias a su labor conocemos un resumen de las ordenanzas elaboradas en 1560 para la elección de los alcaldes indios de las parroquias (1, 203-204).

2. Las ordenanzas municipales en el derecho indiano

El Derecho indiano forma parte del sistema jurídico de recepción del Derecho Co­mún o renacentista (Pérez Prendes, 1989: 31-33); la característica fundamental que diferen­cia este sistema de su antecesor medieval es la superación de la pluralidad de ordenamientos jurídicos, imponiéndose la autoridad del monarca como la instancia decisiva en la creación, interpretación y aplicación del Derecho; se le califica como de recepción del Derecho Co­mún o renacentista porque esta transformación jurídica y política, que tuvo que enfrentarse en un primer momento a la oposición señorial, está enmarcada en el gran cambio cultural generado en el norte de Italia, que en nuestra materia se plasmó en la recuperación de la recopilación justinianea por los grandes juristas de la Universidad de Bolonia.

La contradicción entre la afirmación de la monarquía como única fuente del Dere­cho y la existencia de una potestad normativa de las ciudades no pasó inadvertida a los propios glosadores y comentaristas (Calasso, 1954: 494-501); en todo caso, una cosa son las teorías doctrinales y otra la realidad política y jurídica: las ciudades, no sólo en las pujantes comunidades del norte de Italia sino también en las del absolutista Reino de Sicilia, ejercieron profusamente esta potestad (!bid: 419-431 ); y no exclusivamente las ciudades, la teoría de los estatutos englobaba la posible existencia de una jurisdicción delegada en los representantes territoriales de la Corona y la específica de ciertas comunidades como Uni­versidades y consulados de mercaderes.

4 Pese a conservarse gran parte de los libros de actas del Cuzco, no han sido objeto de una edición sistemática. Lo que queda del libro primero fue publicado correctamente por Raúl Rivera Serna ( 1965); las del período 1545-1549 aparecieron en la Revista del Archivo Histórico del Cuzco (Pacheco ed., 1958 y 1959); gracias a la edición de Laura González Pujana (1980) contamos con la transcrip­ción de las actas de los años 1559-1560, en los que fue corregidor de la ciudad el licenciado Polo de Ondegardo. Las ordenanzas del cabildo hasta 1550, en vez de utilizar los textos incluidos en las actas (muchas veces incompletos), las hemos citado tal como aparecen en las Ordenanzas antiguas de 1553; para las de 1559-1660 utilizamos la edición de Pujana.

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Las ciudades castellanas también ejercieron esa potestad y en la legislación indiana quedó recogida explícitamente (RI: 2, 1, 32 y 33); es significativo que tanto los miembros de las distintas administraciones, la doctrina y la legislación se refieran a estas leyes como estatutos; Rodríguez de León Pinelo ( 1979: 377), en su Tratado de las confirmaciones reales de 1630, nos ofrece un ejemplo de cómo se plasmó esta teoría en las mentalidad de los juristas prácticos, formados en los debates escolásticos como el que acabamos de mencionar, y a través de ellos en las legislaciones estatales, en este caso la referida a las Indias (como fuente de sus afirmaciones cita cuatro cédulas reales y las ordenanzas de las Audiencias) :

Requiérese también confirmación Real en todas las ordenancas i estatutos, que en las Indias hizieren los Virreyes, Audiencias, Governadores, Universidades, Comuni­dades Ciudades, i Villas, Hospitales y Colegios; pero con esta distinción, que las ordenancas, que los Virreyes hazen, se executa luego; i aunque de algunas se embía a pedir confirmación, las más passan i se guardan sin ella, aun pendiente la apelación dellas. Lo mismo es de las que hazen las Audiencias, si bien estas son pocas; porque como no tienen el goviemo, no les toca esta parte del. Las que hazen los Governadores, Ciudades o Villas, i las demás comunidades, no se pueden executar, sin que estén aprovadas por el Virrey, ó Audiencia del distrito, que las manda guardar, con que dentro de año i medio las presente ante el Rey, i saquen confirmación, término que no tiene pena; i parece lo será, que passados quatro, ó cinco años, como para los oficios están senalados, si no se presentase la confirmación, i hubiere quién lo opon­ga, se suspenderán las tales ordenancas. Por lo qua) se han confirmado muchas de Ciudades, de Universidades, Colegios, Hospitales, Hermandades y Consulados.

* * * Desde un primer momento el régimen municipal que se desarrolla en América no es

el de los fueros medievales sino el del sistema de recepción del Derecho Común o absolu­tista, con una intervención creciente y decisiva de los representantes de la Corona; los últi­mos fueros castellanos y las ordenanzas municipales indianas, aunque coincidan en las materias abordadas y en el proceso histórico de consolidación del Estado moderno, no pueden ser abordadas conjuntamente por las características específicas de la colonización americana que dio a estas últimas su sello distintivo5.

Aunque las condiciones excepcionales del proceso de conquista favorecieron una primera etapa, en la que los caudillos de las huestes y los vecinos feudatarios jugaron un papel determinante en la vida de las primeras ciudades americanas, su actuación fue estre­chamente fiscalizada desde la metrópoli; una vez cumplidas las estipulaciones recogidas en

5 Antonio Muro Orejón (I 960) presentó al ayuntamiento de Sevilla como modelo de los municipios americanos y, más recientemente, Ana María Barrero (1985) ha propuesto una vía para el estudio de la transición de los fueros castellanos a las ordenanzas indianas a través del de Baza y su aplicación en Canarias; dejando de lado los aspectos formales (las referencias a normas y costumbres castella­nas no se limitan a las de Sevilla) y las coincidencias de contenido, esta investigación debe abordar el marco social que constituye el transfondo de estas transformaciones para poder avanzar sobre bases seguras.

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las capitulaciones, la Corona se apresuró a retomar el control de las ciudades por medio de sus representantes.

Los tres principios de organización y actividad del Estado moderno, elaborados por José Manuel Pérez Prendes (1989: 23-30 y 1996: 51-54), nos permiten comprender y en­marcar la evolución del municipio indiano. a) Interrelación de poderes. Todos los órganos de la administración tenían la posibili­

dad de intervenir en las causas de gobierno, justicia, ejército y hacienda de su ámbito territorial respectivo; cada autoridad contaba con un núcleo competencial centrado en una materia determinada (gubernativa, judicial, militar o hacendística) y un cam­po más amplio de interferencia en las restantes. Esta ausencia de separación en las funciones no sólo se reproduce horizontalmente (competencias que comparten las diferentes autoridades sobre unas mismas mate­rias), sino también verticalmente hay una concurrencia entre todos los niveles de la administración indiana (se entiende por su estructura jerárquica: la de los órganos superiores sobre los inferiores); de esta forma veremos cómo los cabildos, los corre­gidores, las Audiencias, los visitadores y los virreyes dictaron ordenanzas municipa­les sobre idénticas materias, reservándose siempre la Corona la última palabra en caso de conflicto.

b) Flexibilidad institucional y legal . La interrelación de poderes conllevó una falta de rigidez en la definición de los perfiles de cada administración; en el ámbito america­no la flexibilidad tuvo una clara plasmación en el casuismo de sus normas específi­cas, debido a que el ordenamiento jurídico castellano estaba vigente en las Indias desde su incorporación (García Gallo, 1972: 170) y sólo se legisló ante los proble­mas nuevos que se plantearon o en los terrenos donde la Corona quería dejar las cosas especialmente claras. No debe confundirse la plasticidad de leyes e instituciones con una improvisación u oportunismo anárquico; el casuismo no constituyó el espíritu del Derecho indiano, como afirma Tau Anzoátegui (1992b: 83-138), sino la forma concreta en la que se manifestó un proyecto de gobernación y justicia; un simple repaso de las ordenanzas municipales indianas más conocidas nos dará una idea de la homogeneidad de las soluciones adoptadas, pese a la ausencia de una normativa general sistemática, Jo que se explica por la eficacia de este modelo histórico de Estado moderno.

c) Doble comunicación entre los súbditos y la Corona. El vértice del sistema, sin el que no se pueden comprender la operatividad de estos principios, no se desentendía de sus potestades delegadas; para un buen funcionamiento del sistema era necesaria una información rápida y plural de todos los implicados en el funcionamiento de las diferentes administraciones. Además de una vía jerárquica de relación (puesta de manifiesto en el sistema de visitas, pesquisas y juicios de residencia), asegurada en los cabildos con la participación de representantes de las autoridades superiores en sus reuniones (los corregidores y sus tenientes hasta la segunda mitad del siglo XVIII, en la que son sustituidos por los intendentes y los subdelegados), se mantie­ne una vía ejercida directamente tanto por cada uno de los súbditos como por los cabildos.

* * *

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Mientras Altamira ( 1944/1945: 2, 421-423) y Ots Capdequí ( 1993: 9-15) incluyeron las ordenanzas municipales en lo que denominaron el Derecho propiamente indiano, García Gallo (1972: 171-172) y Sánchez Bella (1995: 65) han optado por considerarlas como parte de lo que llaman el Derecho indiano criollo; este debate no es meramente terminológico, la opción que adoptemos determinará el valor de estas fuentes en el conjunto del ordenamien­to jurídico indiano.

Altamira y Ots consideraron el Derecho propiamente indiano como un ordenamien­to independiente del conjunto de la legislación castellana y las costumbres de las poblacio­nes indígenas; estos dos últimos grupos de fuentes legislativas fueron , según su posición, meramente supletorias del Derecho dictado específicamente para los territorios americanos (Altamira: 1944/1945: 1, 7); esta opinión es difícilmente compartible ya que desde el mo­mento de la incorporación a Castilla sus leyes tuvieron vigencia en las Indias y la Corona se limitó a completarlas en los problemas específicos que surgieron ante las nuevas realidades (García Gallo, 1972: 172-179). Altamira al analizar la facultad de dar leyes nuevas en las colonias, realiza una enumeración de las autoridades que contaban con ella, abarcando desde los cabildos a la Iglesia; por lo tanto, utilizó el criterio del origen de las normas para su clasificación (Altamira: 1944/1945: 1, 376-389 y 2, 1-29).

Hablar de un Derecho indiano criollo conlleva considerar la existencia de un grupo de normas elaboradas por los españoles asentados en América, diferenciadas de las aproba­das en la metrópoli; como vamos a comprobar en el caso del Cuzco, las ordenanzas muni­cipales no fueron competencia exclusiva de los cabildos, al contrario, visitadores, corregi­dores y virreyes ( en su mayoría funcionarios peninsulares destinados en América sólo tem­poralmente) hicieron un uso bastante regular de esta facultad (Bertelsen, 1983: 197); aislar el componente criollo de estas normas es una tarea irrealizable.

Altamira (1944/1945: 2, 36-54 y 409-423) delimitó claramente el problema cuando se preguntó sobre la existencia de autonomía y descentralización en la legislación indiana; la respuesta a esta interrogante determinará la posición de cada investigador. Partiendo de los conceptos elaborados por el propio Altamira ( existe autonomía cuando un órgano admi­nistrativo tiene un ámbito propio de autonormación y descentralización cuando se limita a ejecutar, o en su caso desarrollar las directrices recibidas, lo dispuesto por su superior jerár­quico) es posible analizar la experiencia indiana.

No podemos considerar la existencia en el Derecho indiano de ninguna de las dos categorías utilizadas por Altamira, ya que entran en contradicción con los principios del Estado moderno que acabamos de exponer; no sólo por la necesidad de confirmación por la Corona de estas normas sino también porque cualquier órgano superior de la administra­ción (interrelación de poderes) tenía la autoridad necesaria para aprobarlas basándose en la potestad suprema delegada del monarca; el reconocimiento de un conjunto de materias competencia exclusiva de un ente administrativo, garantizadas incluso jurisdiccional mente, se desarrollará posteriormente con el sistema jurídico constitucional.

El único criterio que a nuestro juicio, puede delimitar la especificidad de esta legis­lación y clasificar las normas que lo componen es el de la individualización del organismo destinatario de las mismas; en nuestro caso de estudio el municipio indiano, pero siempre teniendo presente la unidad del ordenamiento jurídico. El conjunto de normas que dictan los conquistadores, gobernadores, visitadores, cabildos o directamente la Corona, conformó un

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Derecho municipal conservando en los libros de ordenanzas y provisiones de los archivos de las ciudades6

; del mismo modo que otros organismos como las Universidades, los gre­mios o los obispados contaron con un Derecho propio (pero no autónomo).

Los elementos que componen el Derecho municipal de cada una de las ciudades americanas son las siguientes: a) Disposiciones y privilegios concedidos privativamente por la Corona. Componen

un conjunto heterogéneo de disposiciones que van desde la concesión del título de la ciudad o villa hasta exenciones de normas de ámbito general; en el caso del Cuzco pueden ponerse como ejemplos las que le otorgan el privilegio de considerarla la ciudad cabecera del Perú y primer voto en las Cortes, de la misma forma que Burgos en Castilla (recogida en RI: 4, 8, 4), la que amplía su jurisdicción a diez leguas alrededor de la ciudad o el nombramiento de los fieles ejecutores por tumo entre los regidores.

b) Ordenanzas municipales. Son el objeto de nuestro estudio en el Cuzco; aprobadas por las más diferentes autoridades, en un primer periodo desordenadamente suelen contar con un proceso de progresiva sistematización, manteniendo su vigencia hasta el final del período colonial.

c) Bandos de buen gobierno. En su contenido no se diferencian de las ordenanzas muni­cipales, se caracterizan por provenir siempre de las autoridades superiores al cabildo; aunque su utilización se extendió con la implantación de las intendencias, son utiliza­das con anterioridad; el rasgo formal que le da su nombre consiste en su publicación escrita por bando que sustituye al pregón (Tau, 1992a: 347-405; Escobedo, 1995).

d) Costumbres locales. Gran parte de la actividad de los cabildos y la vida de las ciuda­des americanas se regía por prácticas consuetudinarias (Tau, 1973); Altamira (1944/ 1945: 1, 356-361) nos aporta abundantes ejemplos de normas de la Recopilación de Indias que mandan guardar costumbres locales. Con el concepto de Derecho municipal que adoptamos la distinción entre el general

para un virreinato o el conjunto americano y el privativo de cada ciudad se basa en el ámbito de aplicación de las normas; aunque hay que tener presente que algunas normas de Derecho municipal se podían convertir en generales por decisión de la Corona, como ocurre en el caso del Cuzco con el conjunto normativo de Francisco de Toledo.

Las ordenanzas de las ciudades y las de los gremios (Konetzke, 1949), se diferen­cian en que están dirigidas a dos corporaciones de ámbitos y materias diferentes, aunque están relacionadas por su cercanía a la realidad local; en algunas ocasiones los cabildos confirmaban las normativas de los gremios (Lohmann, 1973: 655). La diversidad de formas legislativas no debe conducir a perder de vista la unidad del conjunto del Derecho indiano; la misma categoría de las diferentes normas queda demostrada en la Recopilación de In­dias, donde se recogen numerosas ordenanzas municipales, gremiales, de hospitales ... (Altamira 1944/1945: 2, 42-44).

6 La Recopilación de Indias (2, 1, 31) obligaba a todos los cabildos y regimientos que contaran con un archivo propio para guardar las escrituras, provisiones, cédulas, ordenanzas e instrucciones a ellos dirigidas.

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La diplomática, como disciplina formal, puede hoy reconstruir un tipo de ordenan­za municipal a partir de sus características exteriores, pero en la realidad la práctica de los organismos que aprueban las normas nunca se ciñó a reglas fijas e incluso los errores y negligencias no son descartables en su actuación; esto último hace especialmente difícil la diferenciación entre las ordenanzas y las simples provisiones que resuelven asuntos concre­tos (pero que establecen una norma a seguir en adelante por los habitantes de la ciudad, penas para los futuros infractores y son pregonadas públicamente) o tasan unos aranceles (Bertelsen 1983: 198-199); en este trabajo sólo consideramos como tales las que así son consideradas formalmente por el propio cabildo. Domínguez Compañy ( 1981 : 53-54) aprecia un contenido distinto entre las ordenanzas emanadas de los cabildos de las del resto de las autoridades, lo que no se constata en el caso del Cuzco.

3. Las ordenanzas municipales del Cuzco indiano

Los primeros conquistadores de las Indias no tardaron en elaborar ordenanzas para las poblaciones creadas por ellos; Francisco Pizarro, poco después de la fundación española de la ciudad del Cuzco, aprobó las primeras disposiciones destinadas a la protección de los naturales; su preocupación prioritaria era que, ante el pillaje y descontrol de sus huestes, no se descuidase la seguridad de los primeros vecinos españoles ante la abrumadora superiori­dad numérica de la población india (1534a).

Esta confianza en su capacidad para elaborar ordenanzas no estaba respaldada por una autorización explícita, incluida en las capitulaciones negociadas con la Corona (Vas Mingo, 1986: 259-265) o en sus sucesivos nombramientos como gobernador, capitán gene­ral y adelantado (Rivera ed., 1965: 450-455); la explicación de su seguridad a la hora de legislar, que, por otra parte, tampoco fue cuestionada por la propia Corona, puede encon­trarse en la consideración que Francisco Pizarro tenía de esa facultad como una de las funciones de gobernación que tenía transferidas 7.

Después de estas primeras ordenanzas, Pizarro fue dictando distintas normas para la protección de los indios que fueron confirmadas con ligeros retoques por la Corona (1535); este conjunto normativo reúne ordenanzas dirigidas a diferentes autoridades de su goberna­ción, aunque por su contenido se desprende que fueron destinadas mayoritariamente a la ciu­dad del Cuzco; por primera vez encontramos referencias a la población negra (1535: 16 y 17).

A su vez, los tenientes de gobernador, que cumplían una función equivalente a la que desarrollarán los futuros corregidores en las ciudades españolas (entre otras cosas pre­sidiendo el cabildo), ejercieron esta facultad normativa; en el único caso conservado para el Cuzco (1534b), el teniente de acuerdo con el Cabildo, completó las primeras disposiciones

7 En las ordenanzas de nuevo descubrimiento y población, elaboradas en 1573 (cuando ya la Corona tenía una posición mucho más segura en su relación con los conquistadores), sí se reconoce expresa­mente la facultad de elaborar ordenanzas a todos los descubridores (Solano, 1996: 1, 204; RI: 4, 3, 17). Altamira (1944/1945: 1, 363) asegura que la consustancialidad entre la capacidad legislativa y el ejercicio de funciones de gobierno es tan evidente en la experiencia política castellana moderna que no es preciso demostrarla.

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de Pizarro. También, en esta primera etapa, existen referencias (Esquive), 1980: 1, 11 O) de unas ordenanzas sobre minas hechas por el Cabildo (1538), aunque lamentablemente no han llegado hasta nosotros.

Los cabildos tampoco parece que esperaran a la expresa autorización de la Corona (Real Cédula de 1553, recogida en RI: 2, 1, 32 y 33) para elaborar ordenanzas; las actas conservadas de este período para el Cuzco (Rivera ed., 1965) nos ofrecen numerosas deci­siones, que sin llegar a ser consideradas formalmente como ordenanzas, regulan materias que posteriormente veremos recogidas en otras normas de la ciudad8; en este sentido debe considerarse como una regla general en la formación del Derecho municipal en las ciuda­des indianas, la existencia de una práctica administrativa previa a su posterior consolida­ción legislativa.

El excesivo poder acumulado por los conquistadores, los desórdenes provocados por las guerras civiles entre pizarristas y almagristas, la presión moral de la conciencia crítica frente a la conquista, que en la década de los treinta toma un nuevo impulso9, y las evidentes consecuencias de la inestabilidad social y política sobre la población india, atra­jeron la atención de la Corona, iniciando una segunda etapa caracterizada por un mayor intervencionismo estatal ; aún así, no se incumplieron las capitulaciones acordadas con Fran­cisco Pizarro y hubo que esperar a su asesinato para que el primer asalto regalista diera comienzo; Vaca de Castro, el gobernador nombrado por la Corona para sustituir al Mar­qués, ya se encontraba en el Perú (la provisión con su nombramiento había sido enviada unos años antes) con unas instrucciones detalladas para revertir esta situación (Esquive) , 1980: 1, 121).

Vaca de Castro, conjuntamente con el Cabildo del Cuzco, elaboraría para la ciudad y sus términos las ordenanzas para las minas de oro y plata (1543a y 1543b), y poco más tarde las de los tambos ( 1543c ), en concordancia con las instrucciones recibidas de la Coro­na; es una legislación todavía con un tono excesivamente duro con la población india, que se basa en el servicio personal gratuito para los encomenderos, pero que por primera vez regula minuciosamente la forma en que debían prestar su trabajo (peso de las cargas, des­cansos, horarios ... ). El primer virrey del Perú, Blasco Nuñez de Vela, llegaría poco después con el encargo de hacer cumplir las Leyes Nuevas, aprobadas por el impulso de la presión crítica de Bartolomé de Las Casas, lo que provocó el primer gran levantamiento encomendero que convertiría al Cuzco en un campo de batalla en los años siguientes y paralizaría las reformas planteadas.

La llegada al Perú de Pedro La Gasea como gobernador y pacificador, y la posterior derrota de Gonzalo Pizarra, dio inicio en el Cabildo del Cuzco a una etapa de mayor estabi­lidad, en la que se aprueban numerosas ordenanzas que constituirían el núcleo de su primer

8 Por ejemplo, los acuerdos aprobados sobre urbanismo una vez hecha la repartición de solares; están divididos en capítulos, con las penas y sanciones establecidas al final del texto y mandados pregonar de la misma forma que las ordenanzas (Rivera ed., 1965: 472-473).

9 Son los años en los que Francisco de Vitoria elabora su teoría de los justos títulos, criticando la donación papal como único criterio para legitimar la presencia española en las Indias; los sucesos del Perú jugaron un papel destacado en la transformación de sus posiciones filosóficas.

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Derecho municipal; pero la derrota de los pizarristas no conllevó la paz definitiva, las suble­vaciones de Sebastián Castilla y Hernández Girón se sucedieron, dando el tono que carac­teriza a esta etapa de consolidación de las regalías de la Corona con una importante contes­tación del grupo de los encomenderos. La confirmación en 1553 de este conjunto de orde­nanzas, con el visto bueno de la Audiencia de Lima (que introduce ligeros retoques) y la aprobación definitiva por el monarca, conformaría el primer gran conjunto normativo de la ciudad del Cuzco; sin una sistemática todavía muy definida, se aborda la regulación del comercio y abasto (perfilando la figura del diputado que posteriormente se transformaría en el fiel ejecutor), el urbanismo, el control de la población negra ... , dando origen a lo que se denominarán posteriormente como las Ordenanzas antiguas del Cuzco.

La aprobación de este conjunto normativo no paralizó la actividad legislativa del Cabildo; hasta la entrada en el Perú de Francisco de Toledo los problemas nuevos o no resueltos se siguieron abordando con sucesivas ordenanzas municipales (1558b, 1559a, 1559b, 1559c, 1560a, 1566a, 1566b, y 1567). Mención especial merecen las aprobadas para regular la vida de las parroquias (1560b), eligiéndose a partir de entonces alcaldes indios en todas ellas, norma que contó con la participación destacada y el impulso de Polo de Ondegardo, que se distinguió posteriormente por sus aportaciones teóricas en defensa del respeto a las propias tradiciones indígenas, dentro del marco colonial español, como la mejor manera de mejorar la eficacia del sistema (Ondegardo, 1990); por propia iniciativa del Cabildo y con la posterior intervención del virrey, se elaboraron las ordenanzas del Juez de Naturales ( 1563a), órgano que debía ser dempeñado por un capitular que expresamente no podía ser letrado.

Los virreyes prestaron una atención prioritaria a la regulación de lo que, con el descubrimiento de las minas de Potosí, se convirtió en la mayor riqueza del Cuzco (en la región de los Andes o Paucartambo): la coca; tal es el caso de las ordenanzas del Marqués de Cañete (1558a) y del Conde de Nieva (1563b), con una preocupación muy centrada en las condiciones laborales de los indios y su separación de los negros.

Nada más llegar el virrey Francisco de Toledo al Perú, inició la visita del territorio como lo tenía encargado por la Corona, desarrollando una intensa actividad legislativa; en el Cuzco entró en 1571, creando rápidamente distintas comisiones para estudiar la forma de llevar a cabo sus proyectos; el resultado no se circunscribió solamente a las conocidas orde­nanzas generales (1572a), sino también incluyó la serie de normas sobre la coca (1572b, 1575 y 1577a) y la regulación de los obrajes (1576).

Las ordenanzas generales fueron las más importantes, otorgándose a otras ciudades o sirviendo como modelo a otras posteriores (Galán, 1992: 268-270); su contenido aborda los principales problemas sistemáticamente, incluyendo disposiciones concretas sobre ta­reas urgentes, que, como las destinadas para la construcción de la iglesia catedral, perderían su sentido con el paso del tiempo; los primeros títulos regulan las funciones del corregidor (1-3), a continuación establece las pautas para la actividad del cabildo y sus oficiales más importantes (4-14), reúne las normas sobre la actividad económica de la ciudad (15-20) y diseña minuciosamente el estatuto jurídico de los indios, incluyendo un título específico sobre las medidas para el control de la población negra (20-30).

Este contenido no fue improvisado, recogió las ordenanzas antiguas y los resultados de los debates y consultas que habían provocado la visita (Galán, 1992: 260-268); la nueva

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nonnativa no derogó la anterior, aunque como la reprodujo en su mayor parte no tenía sentido alegarla en adelante, salvo en los casos que así lo declara expresamente, como en la ordenanza establecida por el Cabildo que marcaba un plazo de veinte días a los comercian­tes antes de poder vender sus productos libremente (1572a: 14, 2); el inventario del archivo de la ciudad de 1817 demuestra su vigencia hasta el final de la etapa colonial, al señalar su autor que son las que rigen actualmente en el Cuzco (Villanueva ed., 1986: 11-12).

Las ordenanzas de la coca forman un conjunto bastante definido y nos permiten apreciar la forma de actuar del virrey, ya que pese a su autoritarismo no dudó en ir modifi­cando sus posiciones iniciales al intentar aplicarlas a la realidad cuzqueña; del primer recha­zo hacia el mantenimiento de un vicio que consideraba un recuerdo de la gentilidad de los indios, pasó a regular minuciosamente su régimen de trabajo, producción y comercialización tomando en cuenta las ordenanzas de los anteriores virreyes (1572b; 1575 y 1577a).

Es significativo que pese a esta completa normativa de la vida ciudadana no dejara el cabildo de aprobar nuevas ordenanzas, como la de la venta de aceite (1577b), posterior­mente confirmada por el propio Francisco de Toledo (Esquive!, 1980: 1, 238).

Aunque acabamos de comprobar cómo la labor de Toledo no significaba que el Cabildo quedara privado de su potestad de elaborar ordenanzas, el ritmo de su aprobación decrece hasta desaparecer en el siglo XVII; sólo hemos podido localizar las elaboradas sobre diferentes temas relativos al comercio de la ciudad (1599) y las que regulan el reparto del agua (1600); esto no significa que el Cabildo decayera en su actividad, a través de las actas capitulares se puede comprobar que junto a períodos de escasa vida se suceden otros con reuniones regulares y abundantes debates, lo que en épocas anteriores hubiera desem­bocado en numerosas ordenanzas.

Que la potestad no había desaparecido lo demuestra que, a finales del siglo XVIII, un regidor recordara a sus compañeros su existencia al proponer la elaboración de unas ordenanzas sobre votaciones secretas en el cabildo, que finalmente el virrey anuló por con­tradecir disposiciones generales (ADC-LC, 23: 82v); tampoco, como lo hemos menciona­do anteriormente en el caso de la Recopilación de Indias, que recoge disposiciones del siglo XVI, en la legislación metropolitana se privó de esta potestad a los cabildos, y otras ciuda­des no dudaron en elaborar nuevos cuerpos legislativos; la explicación de esta ausencia nonnadora en el Cuzco puede deberse al gran prestigio de las ordenanzas de Francisco de Toledo y a la desconfianza de las autoridades superiores, que desanimara a los cabildantes a acometer nuevas regulaciones.

4. El tratamiento de los grupos raciales

4.1. Los grupos raciales en el Derecho indiano

La división de la gobernación americana en una república de españoles y una repú­blica de indios es de sobra conocida, tanto en la doctrina política y jurídica de la época como en la legislación se refleja constantemente esta dualidad; la idea de un desarrollo independiente de dos grupos de súbditos bajo una misma Corona, que no tenía nada que ver con una dominación sobre unos pueblos colonizados, estaba más en consonancia con los justos títulos de la presencia española en América elaborados por los teólogos y los juristas

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a Jo largo del siglo XVI; recurrir, para explicar esta forma de pensar y legislar, a una preten­dida hipocresía generalizada o a la socorrida inobservancia del Derecho indiano supone pasar por alto la complejidad del fenómeno ideológico que lleva a toda colonización a presentarse como civilizadora o a toda clase dominante a considerar como el orden natural de las cosas su situación de privilegio.

De esta separación teórica se deducen dos grupos raciales claramente diferenciados como destinatarios del Derecho indiano: indios y españoles; la temprana presencia de es­clavos negros en América y el acelerado proceso de mestizaje complicó este esquema ini­cial, con mayor rapidez y profundidad en el ámbito urbano (Esteva, 1988: 280-281).

La consideración como españoles de los criollos no ofrece ninguna duda al analizar la legislación y la doctrina jurídica colonial; Solórzano Pereira en 1647, con la claridad que Je caracteriza, zanja la cuestión en su Política indiana con unas pocas líneas, poniendo como ejemplo la situación de los ciudadanos romanos en las colonias de su imperio ( 1972: 1, 442); en todo caso ninguna ordenanza municipal del Cuzco hace distinciones entre pe­ninsulares y americanos, aunque otra cosa fueron los enfrentamientos producidos poste­riormente en el desarrollo social.

El concepto romano y bíblico de personas miserables sirvió a los juristas de la época para definir el estatuto jurídico de los indios, considerándolos como un grupo necesitado de una tutela especial, canalizada institucionalmente a través del conjunto de las autoridades públicas y específicamente por la figura del Protector de los Naturales (Castañeda, 1971: 273-282); se les otorgó una amplia gama de privilegios, en una especie de minoría de edad legal necesitada del amparo público, resumidos por Escalona y Agüero en su proyecto de código peruano (Castañeda, 1971 : 323-335); el contenido de las ordenanzas municipales del Cuzco está en consonancia con la consideración de los indios como personas misera­bles, excepto en los trabajos forzados y en el rigor de unas penas desiguales, que contradi­cen el privilegio de ser tratados con mayor benignidad.

Además del reconocimiento legal de la autoridad de la aristocracia indígena, deno­minados caciques o curacas y principales, que estudiaremos al abordar los órganos de go­bierno y justicia, nos encontramos en las ordenanzas con la distinción entre indios tributa­rios, yanaconas y forasteros; los primeros estaban encuadrados en su estructura comunita­ria bajo el control de sus curacas, sometidos al pago del tributo y a las prestaciones de trabajo obligatorio. Los yanaconas son los indios de servicio, vinculados en un régimen cercano a la servidumbre, a sus amos; aunque después de la intervención de Francisco de Toledo, se redujeron a ayllus en las diferentes parroquias de la ciudad y se les asimiló a los tributarios (el nombre de yanacona se utilizó con diferentes sentidos: indios no nobles o trabajadores en las haciendas y estancias de los españoles, pero en su consideración jurídica la acepción dominante es la que hemos reseñado al principio).

Los forasteros son los emigrantes de sus propias comunidades para la realiza­ción de un trabajo remunerado por su cuenta y riesgo; debían entregar el tributo a sus curacas de origen o entregarlo a sus representantes (Wightman, 1990: 52-57) . Hubo una tendencia a mantener y reconstruir el tejido de las comunidades tradicionales creando nuevos ayllus o incorporando a los forasteros en los ya existentes, pero el mestizaje, junto a la presión del tributo y las mitas , favoreció el progresivo debilitamiento de estas estructuras.

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Los grupos más difíciles de perfilar son los de los mestizos y los zambos 10; pese a que los primeros en muchos casos fueron considerados conjuntamente con los mulatos (Solórzano, 1972: l, 445-446), del conjunto de ordenanzas que estudiamos se desprende un mayor acercamiento al grupo de los españoles, sin llegar a ser considerados plenamente como tales. El tratamiento legal de los mulatos y los zambos nos lleva a incluirlos dentro del grupo de los negros; un ejemplo de lo anterior nos lo ofrece la ley general que impide a los zambos llevar las armas permitidas a los mestizos y españoles, y les obliga a vivir con amos, prohibiéndoles las mismas cosas que a los negros y mulatos (RI: 7, 5, 4) 11

• Las condiciones sociales determinaron que el mestizaje se produjera fundamentalmente entre varones espa­ñoles y mujeres indias, negras o mulatas, lo que provocó una paulatina transformación social (Esteva, 1988: 330); aunque la condición jurídica de las madres era la transmitida a los hijos no cabe duda que el color de la piel constituyó un factor discriminador para los zambos, mulatos y negros (Morner, 1970: 100; Konetzke, 1949: 515-518).

Los esclavos negros y mulatos (las ordenanzas hacen también referencia a berberiscos, pero socialmente éstos no llegaron a constituir un grupo racial diferenciado en América y menos en el Cuzco), al ser sujetos sin capacidad jurídica, en teoría no deberían contar para el Derecho; la conocida clasificación romana que los caracterizaba como instrumentum vocale los reducía a ser considerados como un simple objeto propiedad absoluta de sus dueños. No fue así en el caso del Derecho indiano; dejando al margen la defensa de los mismos por algunos teólogos de la Escuela de Salamanca que se restringe al ámbito de la moralidad, tanto la legislación indiana general como las ordenanzas municipales desarro­llaron un amplio conjunto normativo sobre este grupo (Lucena: 1996). El contenido emi­nentemente represivo de estas leyes no debe ocultar la consideración de negros, mulatos y zambos, más allá de su eventual situación de esclavitud 12, como un grupo con caracteres propios; la consolidación de esta población y la dinámica de la política indiana llegó inclu­so a favorecer la formación de pueblos de negros libres con una estructura similar a la elaborada para los indios (Bowser, 1977: 39; Solano, 1996: 2, 236-249); no cabe duda que, pese a las concepciones jurídicas dominantes, los esclavos accedieron a una efectiva pro­piedad y fueron reconocidos de una legitimación procesal activa y pasiva13

No se puede establecer, como hacen algunos autores (Morner, 1970: 177; Bowser, 1977: 27; Tardieu, 1990: 60), una jerarquía legal que sitúe los diferentes grupos raciales en una escala rígida (por los menos no se documenta en el Derecho Indiano); socialmente los españoles (blancos) disfrutaron una situación privilegiada como pueblo políticamente con-

1 O En este trabajo al referirnos a los mestizos nos restringimos a los descendientes de indios y españo­les; los zambos fueron los hijos, en la mayoría de los casos, de mujeres indias y negros.

11 Mé:irner (1970: 94-104) también considera la existencia como grupo diferenciado de negros, mulatos y zambos. La Recopilación de Indias reúne las normas referidas a éstos en unos mismos títulos.

12 Numerosas ordenanzas municipales están dirigidas a negros, mulatos y zambos sin matizar si son esclavos o no; de la misma forma que por cimarrones fueron considerados todos aquellos huidos al monte. libres o esclavos (RI : 7, 5, 20).

13 Bowser estudia detalladamente el procedimiento para la compra de la libertad por los propios escla­vos y las numerosas demandas dirigidas a los tribunales contra el mal tratamiento de sus amos o las trabas interpuestas a su derecho a casarse y hacer vida maridable (1977: 325-297).

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quistador y culturalmente dominante, pero la diferenciación en su seno y el progresivo mestizaje llegó a difuminar sus diferencias de sus componentes más desfavorecidos con el resto de los grupos libres (Esteva, 1988:337); de la misma manera que la legislación para los negros, mulatos y zambos (esclavos o no), pese a ser esencialmente represiva, no ex­cluía su desempeño como ciudadanos, claro está dentro de las coordenadas de un Estado colonial y una sociedad rígidamente estamental.

4.2. Españoles

Las ordenanzas del Cuzco regulan el funcionamiento del Cabildo y los distintos oficiales que lo componen, la producción y el comercio de mercancías, la celebración de las fiestas y un conjunto muy variado de materias; abordar todos estos temas desborda el objeto de este artículo, nos limitaremos a estudiar el reflejo en el Derecho municipal de la división estamental de la sociedad y las medidas directamente relacionadas con el resto de los gru­pos raciales.

a) División estamental

Desde un primer momento la tradicional distinción entre vecinos, moradores (tam­bién llamados habitantes y en un primer momento soldados) y estantes se refleja en las ordenanzas del Cuzco (1534a, 2; 1534b, 1; 1535, 5).

Los vecinos, anacrónicamente autocalificados como feudatarios, constituyen el gru­po relacionado con los primeros conquistadores, poseedores de encomiendas y demás pri­vilegios concedidos por la Corona (como tener preeminencia en el acceso a los puestos administrativos); aunque la utilización de esta palabra en su acepción actual (todos los empadronados en un municipio) aparece en numerosas ocasiones es indudable su significa­ción jurídica cuando aparece en las ordenanzas14

; la consecuencia más importante de esta división entre los españoles fue la prohibición que los dos alcaldes elegidos anualmente fueran vecinos encomenderos de indios ( 1572a, 4, 1 ), norma que se intentó burlar con el nombramiento de hijos o parientes lo que provocó la intervención de las autoridades supe­riores cortando este abuso (ADC-LC: 16: 17-19r; 19: 92).

Los habitantes, moradores o soldados fueron los pobladores españoles que por no participar en la conquista o desempeñar en la misma un papel subordinado no obtuvieron

14 Juan de Matienzo en su Gobierno del Perú de 1567 refleja con claridad esta concepción: "Ciudadano o vecino se dice verdaderamente (según Homero referido por Aristótiles) el que es hábil para poder ser proveido a las honras y oficios públicos de justicia y de gobierno. De aquí que no todos los que moran en una ciudad se deben llamar vecinos, aunque la ciudad no pueda permanecer sin ellos. Esto, por ventura, movió a los primeros gobernadores a permitir a que no se llamasen todos vecinos, sino solo aquellos que tenían indios en encomienda, porque en aquel tiempo daban las encomiendas a todos los principales, y los que quedaron sin suerte, fué o por haber venido tarde, o porque eran oficiales y hombres baxos, los cuales en nenguna buena república pueden ser vecinos, como dixo Aristótiles, el cual refiere que los tebanos tovieron una ley que nenguno fuese hábil para las honras y oficios de la república, sino hubiese diez años que no usaba la mercadería ... " ( 1967: 270).

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ningún repartimiento de indios; este grupo desfavorecido jugó un significativo papel agita­dor durante las guerras civiles y fue acusado en numerosas ocasiones de ser el principal foco del maltrato a la población india; la carta del virrey Marqués de Cañete a la Corona, de quince de septiembre de 1556, refleja claramente la mentalidad de las autoridades respecto a este grupo, cuando recomienda fundar poblaciones para que se asienten españoles que no tienen encomiendas quitando este nombre de soldados y lo volveremos a nombre de labra­dores (Zavala, 1978: 24). La superación de la inestabilidad política de los primeros años y la formación de nuevas riquezas al margen de las encomiendas conllevó el aumento de la importancia de un sector de este grupo, superándose su calificativo de soldados; se acabó formando una nueva obligarquía que se refleja en las actas capitulares del siglo XVIII, cuando va perdiendo paulatinamente el sentido de la distinción formal entre un alcalde de vecinos y otro de soldados sustituyéndose por la de primer y segundo voto.

Estantes son los españoles de paso en la ciudad que se acaban mudando o convir­tiendo en meros habitantes; esta consideración no les eximía del cumplimiento de las orde­nanzas municipales.

La división estamental se refleja con claridad en las normas que regulan las celebracio­nes públicas, que provocaron continuas escaramuzas tanto en el seno del cabildo secular como en sus relaciones con el eclesiástico, y en las ordenanzas sobre la cárcel (1572a: 2, 3) 15

b) Separación de los indios

El conjunto de ordenanzas municipales protectoras de los indios las expondremos en el apartado referido a los mismos, por su significación sólo haremos mención ahora a las que imponen a los españoles una limitación a su libertad de movimiento y asentamiento.

Francisco Pizarro comenzó por prohibir a los caminantes españoles detenerse más de tres días en los pueblos de indios (1535: 5), pretendiendo de esta manera evitar que parasitasen eternamente a su costa; las ordenanzas posteriores guardan silencio sobre un tema que fue legislado profusamente por la Corona (Morner, 1970: 113-124); evidente­mente en las ocho parroquias de la ciudad del Cuzco esta separación era claramente invia­ble, como lo demuestra la documentación referente a las mismas, que contiene numerosos ejemplos de la convivencia y las relaciones fluidas entre los distintos grupos raciales .

c) Restricciones en la contratación

La prohibición de vender vino a indios y negros se reitera en numerosas ocasiones ( 1553: 21 ); asimismo a los españoles no se les permitía mantener abiertas tabernas donde se consumiera alcohol por los indios y negros o la simple la fabricación de chicha y otras

15 ltem. "porque es justo que los caballeros e hijosdalgo que por delitos que hubieren cometido o por causas civiles estuvieren presos, tengan cárcel distinta y apartada de la otra gente común, ordeno y mando que el que tuviere las calidades sobre dichas o a lo menos que comúnmente sea tenido por tal, y que no sea oficial, ni tenga tienda de mercaderías de presente o fuere persona que tenga con qué sustentarse, y se sustente con autoridad en la República, le sea dada por cárcel las dos piezas que están a mano derecha como entrando por el corredor. .. "

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bebidas, que se consideraban especialmente peligrosas para el orden público ( 1553: 55 ; 1572a: 21 , 1 ); en las visitas de las tiendas y las pulperias , los fieles ejecutores debían exami­nar minuciosamente el cumplimiento de esta ordenanza.

No se le permitía a ningún vecino, morador o estante comprar o vender ninguna cosa a los esclavos, bajo pena de perderla, presumiendo que eran producto de robos (1572a: 22, 3); tampoco, por el mismo argumento, con los negros , libres o esclavos, se podían constituir prendas (1572a: 14, 8) ; la prohibición de vender a fiado se refería tanto a los negros como a los indios, aunque con una orientación más protectora que restrictiva (1572a: 14, 9).

Asimismo, con la regulación del trabajo indígena esta materia sale del arrendamien­to de servicios o la simple compulsión violenta, para introducir la heteronomía en las rela­ciones laborales; el inicio de este primer esbozo de un Derecho laboral es una de las contri­buciones más destacadas del Derecho indiano en la construcción del Estado moderno (Pérez­Prendes, 1996: 63).

d) Privilegios

Como normas claramente discriminatorias, que muestran una situación privilegiada del grupo de los españoles son el distinto valor en las declaraciones testificales ( 1553: 28 y 31), la ordenanza de Francisco de Toledo que establece una diferente tasación en los pro­ductos elaborados por los gremios (1572a: 20, 1) y la exención del castigo físico como regla general en las penas.

4.3. Indios

a) Organos de gobierno y justicia

La Corona, de acuerdo con los justos títulos legitimadores de la presencia española en América, respetó la organización tradicional de los indios (RI: 2, 1, 4), aunque como cabía esperar ésta quedó profundamente transformada con su inclusión en el entramado del Estado colonial; los caciques, término antillano para dominar a las autoridades de los ayllus o comunidades que en Perú se llamaban curacas, mantuvieron su autoridad gubernativa y judicial siempre que la sucesión hereditaria fuera reconocida por las autoridades españolas (Díaz Rementería, 1977: 59-65).

Los curas de las doctrinas y los corregidores de indios controlaban su actuación; en la ciudad del Cuzco, al no existir estos últimos era el Corregidor de la ciudad y el Juez de los Naturales el que ejercía esa función. Es harto significativo que desde un primer momento en las ordenanzas de Francisco Pizarro se insistiera en el respeto a la autoridad y privilegios de los curacas (estar exentos del pago de tributos, servicios laborales y castigos corporales); en todo caso, el concurso de estas autoridades autóctonas era imprescindible para el pago del tributo, la organización de las distintas mitas (turno obligatorio de trabajo pagado en las haciendas o en obras públicas) y el control religioso; la preocupación del paulatino socavamiento de su autoridad, por la existencia de numerosos yanaconas y forasteros fuera de sus comunidades tradicionales, fue el origen de sucesivas visitas a las ocho parroquias del Cuzco (Wightman, 1990: 88-92).

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La estructura administrativa de la república de los indios no se detuvo en el recono­cimiento de sus comunidades tradicionales, dentro de lo que se entendió la labor de instruir a los indios a vivir en policía se emprendió su municipalización (Solano, 1983); la presen­cia en el Cuzco del destacado jurista Polo de Ondegardo como corregidor de la ciudad, la convirtió en pionera de esta política con las ordenanzas que se elaboraron para la elección de alcaldes indios ( 1560b ). Los libros que se conservan de elección de estos alcaldes nos muestran cómo se elegían dos, uno entre los principales incas y otro entre los yanaconas (plebeyos no incas), sin duda por la influencia de la legislación general de Francisco de Toledo y para evitar el control excluyente de la aristocracia indígena.

Por iniciativa del Cabildo del Cuzco se creó la figura de un Juez de los Naturales, que según sus ordenanzas (1563a) debía ser uno de los regidores españoles que conociera de sus causas sumariamente, así como la de éstos contra los españoles y las de los negros y mulatos; este juez no podía ser abogado, pero el cabildo en 1695 consideró la combenienzia que el Juez de Naturales sea letrado sin embargo de la Ordenanza del señor Francisco de Toledo respecto a haberse mudado los tiempos y ser arduos los litigios que tienen los indios (ADC-LC: 19; IOv-11 r); un vecino feudatario al cargo de los pleitos de indios, era como poner al lobo cuidando las ovejas y, por su lógica interna, esta institución derivó en una figura represiva, solicitándose su supresión en numerosas ocasiones.

El Corregidor español de la ciudad tenía prohibido enviar visitadores o comisarios para evitar agravios a los indios, bajo la elevada pena de mil pesos en su juicio de residencia ( 1572a: 1, 3); la visita a las parroquias de la ciudad debía realizarla él personalmente, una vez cada mes, acompañado de las autoridades de los propios cabildos indios y los regidores españoles encargados de cada una de ellas (1572a: 1, 7).

b) Limitaciones al consumo de alcohol

Es insistente el afán de las autoridades españolas por moderar el consumo inmoderado del alcohol entre los indios, que era el culpable, según las mismas fuentes, de numerosas muertes y altercados, así como una oportunidad para la realización de prácticas religiosas prehispánicas; los alcaldes y regidores de los cabildos indios tenían, como una de sus funcio­nes prioritarias, perseguir las borracheras y evitar el descontrol en las celebraciones públicas.

Se ordena a los regidores del Cabildo español que visiten periódicamente las parro­quias de los naturales para erradicar las borracheras, mandando azotar a los que averigüe que han participado en ellas y si fueran caciques les envíe al corregidor, para que les conde­ne privándoles de su señorío, la primera vez durante un año y la segunda perpetuamente (1572a: 26, 9).

c) Obligaciones laborales

Los indios residentes en la jurisdicción de la ciudad del Cuzco estaban exentos de concurrir a la mita minera de Potosí o Huancavelica, no así los de algunas provincias de la región; se estableció un repartimiento de 450 indios para el servicio común de la ciudad, prohibiendo expresamente que fueran adjudicados a los vecinos encomenderos (1572a: 25, 4); se determinó que su utilización prioritaria fuera en obras públicas y el servicio de monasterios

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y hospitales, tasando su salario expresamente y haciendo a los caciques responsables de su buen funcionamiento (1572a: 25, 2, 3 y 5); por las referencias continuas de las actas capitu­lares sabemos de su existencia irregular (ADC-LC, 17: 230; 25: 200-201).

Nada se dice en las ordenanzas municipales de la provisión de indios de mita ordina­ria para el trabajo en las haciendas y estancias de los españoles, ya que, por disposición de la Corona, su concesión y supervisión estaba a cargo de virrey y la Audiencia.

El servicio de cañares y chachapoyas, radicados en la parroquia de santa Ana, por su puesta al servicio de los españoles durante la conquista del Perú, estaba limitado a propor­cionar servidores auxiliares de las justicias de la ciudad ( 1572a: 23, 1-7); ante la petición de sus caciques para que no les utilizaran como verdugos el Cabildo del Cuzco respondió recordando las ordenanzas (ADC-LC, 20: 210-v-214r).

Los indios estaban obligados a participar en distintas obras públicas, como la repara­ción de los canales para el aprovisionamiento de agua a la ciudad (1572a: 10, 3; ADC-LC, 24: 53v-54r y 153-155); la justicia y regimiento estaban autorizados para tasar la cantidad de indios que fueran necesarios, quedando los caciques encargados de su puntual presencia, no librándose ni libres ni tributarios (a estos últimos sus caciques les debían proveer del alimen­to necesario). Asimismo debieron contribuir con su trabajo en la construcción de la iglesia catedral ( 1572a: 11, 3) y en la reparación de la ribera del río de la ciudad ( 1572a: 24, 1 ).

Se establecieron numerosos servicios gratuitos para la ciudad, considerando que la forma más efectiva que tenían los indios de contribuir en las celebraciones comunes era con su trabajo; así en la procesión del Corpus, mientras los españoles debían tener entapizadas las fachadas, los indios se encargaban de mantenerlas limpias y enramadas las calles ( 1572a: 8, 1).

Los tambos, que por disposición de Francisco de Toledo estaban adjudicados a los propios de la ciudad (o sea, para la hacienda municipal), debían estar mantenidos y bien provistos por los pueblos de indios más cercanos con mantenimientos y mano de obra dis­ponible para los trajines (Ordenanzas, 1909; 1572a: 30). Los artesanos plateros debían rea­lizar sus trabajos en un local especialmente destinado para ellos y estaban sometidos a un estrecho control de las autoridades municipales para evitar hurtos del mineral (1572a: 27).

d) Desigualdad en las penas Con menor rigor que a los negros y mulatos, los indios fueron sometidos al castigo

físico, considerado infamante para los españoles, de ahí su sorpresa cuando lo vieron por pri­mera vez aplicado a españoles durante la represión de la rebelión de Gonzalo Pizarro (Esquive!, 1980: l, 149); las penas incluían a menudo el castigo de azotes y la humillación pública del rapamiento de sus cabezas, de los que teóricamente estaban excluidos los curacas y principales.

e) Protección Son las normas más numerosas, dirigidas tanto a evitar los abusos de los españoles

como los de los negros y mestizos; se pretendía que no fueran obligados a realizar ningún tipo de servicio sin remunerar o a la fuerza (fuera de los tasados por las autoridades) ; res­pecto a las prestaciones laborales, se reguló minuciosamente la forma de realizarlas, las medidas de seguridad y la paga, que debía entregarse en sus propias manos y era fijada periódicamente por las autoridades (1572a: 29). La realización de actividades que se consi­deraban insalubres fue prohibida para los indios, debiéndose contratar a trabajores del resto

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de los grupos raciales o utilizar esclavos; no estaba autorizado su traslado a regiones de diferente temple del suyo natural (hay que tener presente la orografía de la región andina), como sucedió en el caso emblemático de la construcción del puente sobre el río Apurímac.

El Protector de los Naturales debía estar presente tanto en las transacciones mercan­tiles, para evitar engaños y fraudes , como en los procesos judiciales para conseguir una respuesta efectiva a sus pretensiones; no es extraña su intervención de oficio cuando llegaba a su conocimiento algún abuso. La asistencia sanitaria estaba asegurada por una contribu­ción obligatoria de los encomenderos y en los Andes por los propietarios de chácaras de coca, que debían entregar un uno por ciento de su producción para el mantenimiento de su hospital respectivo; fue célebre el funcionamiento del Hospital de los Naturales del Cuzco (cuyo patronazgo asumió el cabildo), considerándose en numerosas fuentes de mejor cali­dad que el de los españoles (Escobedo, 1997: 92).

4.4. Mestizos

a) Restricciones a su libre establecimiento

El Cabildo se vio obligado a prohibir específicamente a los mestizos que entraran en las provincias donde están las chacras de la coca por los daños que causaban a los indios, el abuso infringido a sus mujeres y por venderles productos a excesivos precios (1559b); años más tarde el Conde de Nieva y Francisco de Toledo, en sus respectivas ordenanzas sobre la coca, reiteraron estas medidas, estableciendo un plazo de veinte días para su ejecución, a no ser que los mestizos fueran propietarios de terrenos cultivados o estuviesen asentados con amo (1563b: 27; 1575: 13); no se permitía que los mestizos fueran enviados a los pueblos de indios, para reclamar la presencia de los que estaban obligados a trabajar en las chácaras de la coca (1563b: 4).

Los mestizos estuvieron comprendidos en la interdicción general de residir en los pueblos de los indios, aun en el supuesto de ser reconocidos como caciques; pero la aplica­ción de la ley permitió una interpretación más equitativa a los que se integraron definitiva­mente en las comunidades (Morner, 1970: 105-112).

b) Regulaciones laborales

Como medida destinada a asegurar una mano de obra barata y evitar reclamaciones judiciales, el cabildo aprueba una ordenanza que impide a los mestizos reclamar ningún salario a los vecinos o moradores españoles que les hubieran acogido en sus casas sino se demostrase por testigos y escrituras que así estaba establecido en un concierto o asiento anterior ( 1559a); aunque es una medida que se extiende a los moriscos, mulatos y negros libres estaba especialmente dirigida a los mestizos.

c) Desigualdad en las penas

La primera ordenanza que conocemos dirigida específicamente a los mestizos los condena a destierro y multa, penas habituales para los españoles (1559b); sin embargo,

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unos años más tarde se reitera la misma ordenanza dentro de un texto más amplio elaborado por el Virrey Conde de Nieva sobre la coca pero se amplía a mulatos y negros libres, trans­formando la pena en destierro y 200 azotes ( 1563: 27; 1575: 13). Los prejuicios y la repre­sión contra los mestizos fue general: se les consideraba como los principales responsables de la delincuencia y los desórdenes públicos; aunque hay que tener en cuenta que la consi­deración legal como mestizos de las diferentes personas fue arbitraria, ya que estaba a menudo relacionada estrechamente con su nivel económico.

4.5. Negros, mulatos y zambos

a) Restricciones a su libre establecimiento

En consonancia con su falta de capacidad jurídica, los sometidos a esclavitud tenían prohibido ausentarse de las propiedades de sus amos sin su expreso consentimiento; las autoridades municipales no dejaron a la única responsabilidad de los dueños el castigo de las fugas, ya que colisionaba el interés económico inmediato del propietario y la defensa del orden público; Francisco Pizarro sancionó con la pena de muerte al esclavo que se escapara más de quince días de su amo ( 1535: 17).

Pero el control a este grupo racial y la restricción a su libertad de movimiento no se limitaba a los sometidos a servidumbre; se prohibió especialmente a los negros horros (li­bres) acoger en sus casas a los esclavos fugados (lo que demuestra la existencia de una solidaridad racial), ya que se presumía que esa unión provocaba atentados al orden público, robos y maltratos a los indios (1553: 50). Si cuando las justicias de la ciudad fueran a hacer una inspección a sus casas o haciendas no se encontrara a los fugados, esto no les eximía de responsabilidad, estableciendo una auténtica presunción de culpabilidad, debiendo pagar al dueño como indemnización los jornales de los días en que los hubiese tenido acogido y en caso de muerte la estimación del esclavo ( 1572a: 22, 2).

Francisco de Toledo extremó esta medida prohibiendo que ningún negro ni mulato libre pudiera tener casa propia a no ser que fuera oficial y tuviera tienda abierta al público, ya que ocultaban a los cautivos fugitivos o a los negros libres vagabundos encubriendo hurtos y otras cosas perjudiciales a la república; los que no fueran oficiales de algún gre­mio debían obligatoriamente asentarse con un amo, acordando un concierto de un mes o un año con el mismo siempre por escrito y ante escribano; cuando constara que alguno había estado más de treinta días sin trabajar con un amo sería considerado vagabundo y castigado como tal (1572a: 22, 1).

b) Separación de los indios

Tanto a los libres como a los esclavos les estaba vedado ir a las poblaciones de los indios ni donde éstos realizaran sus labores productivas (rancherías); castigándose la in­fracción de esta norma con tres pesos de multa y cuatro días en el cepo la primera vez, la segunda con doscientos azotes y la tercera con ser desgovemado (1553 : 69).

Francisco de Toledo estableció un plazo de sesenta días, a partir de la publicación de las ordenanzas, para que todos los negros y mulatos (ya fuesen libres o cautivos) abandonaran

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las casas propias o los sitios donde vivieran entre los indios, con la amenaza de perderlas si no lo hicieran así; entre las razones aludidas para llevar a cabo la separación están el mal tratamiento a los naturales, el mal ejemplo con sus vicios y borracheras, así como por la posible extensión de la idolatría (1572a: 22, 6). Como con el resto de los grupos raciales, esta medida no se pudo llevar a cabo con todo rigor, especialmente en el caso de los zambos, porque su aplicación hubiera supuesto separar a los hijos de sus madres (Momer, 1970: 94-104).

Expresamente el Conde de Nieva en sus ordenanzas de la coca y el Cabildo del Cuzco cuatro años más tarde les prohíben entrar en la provincia de los Andes, ya sean enviados por sus amos españoles o los negros horros por su cuenta (1563b: y 37; 1567).

c) Restricciones en la contratación

Se prohíbe a los esclavos negros, pardos y berberiscos entrar a contratar en el mercado de los indios (tiánguez) para evitar robos y malos tratamientos; la pena consiste en dos pesos aplicados al alguacil que los detenga y en caso de no poder pagar la multa cien azotes (1553: 19); la medida se extiende por Francisco de Toledo a todos los negros y negras (1572a: 22, 3).

Es conocido el papel que jugaron los componentes de este grupo racial en el pe­queño comercio informal , especialmente las negras y mulatas (Bowser, 1977: 150-154), por lo que la prohibición general a producir chicha para vender o tener taberna en sus casas estaba especialmente dirigida a ellos (1572a: 21, 1).

Se pretendió evitar que negros e indios se mezclaran en las tabernas, castigando a los primeros porque se presume que en lo altercados siempre llevaban las de perder (1553: 69); por las mismas razones, se prohíbe a los negros jugar a los naipes (1572a: 22, 3).

d) Desigualdad en las penas

Por regla general , los negros esclavos son castigados por la infracción de las orde­nanzas municipales con penas de azotes, a las que en algunos casos se añade una pequeña multa. A los libres se les eximió, como regla general, del castigo físico, aumentando la cuantía de las multas y se les condenaba a un período de destierro (1572a: 22, 4); aunque también en numerosas ocasiones la pena de azotes se aplica a todos los negros y mulatos, independientemente de su condición de esclavos o libres (1572a: 22, 5).

Los amos de los esclavos podían pagar una indemnización que sustituyera el casti­go físico, además de ser responsables civiles de los actos de los mismos, pero a veces ni siquiera se admitía esa posibilidad para evitar los azotes (1535: 17). Francisco de Toledo determinó que las causas criminales de los negros y mulatos esclavos fueran rápidas y sumarias, ya que muchos dueños se desentendían de ellos cuando se quedaban en la cárcel, gastándose mucho en darles de comer; obligando a sus amos a constituir una prenda como garantía de las responsabilidades pecuniarias que pudieran recaer sobre ellos.

Desde las ordenanzas de Francisco Pizarra a las generales de 1572, se puede apreciar una moderación en el rigor de las penas más inhumanas, acorde con las directrices que fue imponiendo la Corona, como la condena a muerte de los esclavos fugitivos por más de quince días (1535: 16) o el desgoviemo para los negros que entren en las poblaciones de los indios (1553 : 69).

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5. Conclusiones

En el Derecho municipal de cada una de las ciudades americanas se pueden distin­guir cuatro componentes: a) Ordenanzas municipales b) Disposiciones y privilegios de la Corona c) Costumbres locales d) Los bandos de buen gobierno; en este trabajo sólo hemos analizado el primero, que constituye el núcleo del mismo. En el sistema jurídico de recep­ción del Derecho Común estas normas no constituyen una legislación autónoma (a diferen­cia de los fueros medievales), emanada de una potestad excluyente de las ciudades, sino que forman parte de un único ordenamiento jurídico, basado en última instancia en la soberanía absoluta de la Corona; mediante los principios característicos de actuación del Estado mo­derno de flexibilidad administrativa y legal e interrelación de poderes, sobre estos ámbitos urbanos confluyen la actuación de múltiples jurisdicciones que van perfilando el Derecho propio de cada una de las ciudades.

Las ordenanzas municipales del Cuzco se elaboraron en su totalidad durante el siglo XVI y pueden agruparse en cuatro períodos: gobernación de Francisco Pizarra, primer asalto regalista, intervención de Francisco de Toledo y el resto de la etapa colonial. Para la comprensión de este conjunto de normas es necesario contar con una idea clara de su pro­ceso formativo; existe una gran continuidad en las soluciones legales contenidas en las ordenanzas y si bien las generales de 1572, aprobadas por Francisco de Toledo, son destacables por su estructura sistemática, en muchos de sus títulos no se hace más que reproducir la normativa elaborada desde Francisco Pizarra.

Del contenido de las ordenanzas municipales estudiadas (que están en consonancia con el conjunto del Derecho indiano), es posible delimitar un estatuto jurídico diferenciado de los diferentes grupos raciales; este conjunto normativo específico de cada grupo no ex­cluye la consideración legal de todos los pobladores de las Indias, sin excepción de esta­mento o raza, como súbditos de la Corona.

Entre los españoles la distinción estamental es la única operativa, ignorando la que existía en la sociedad colonial entre criollos y peninsulares; constituyen un sector privile­giado pero sometido a controles en sus relaciones con los demás grupos raciales para evitar una superioridad abusiva.

Los indios fueron sometidos a una minoría de edad legal utilizando el concepto roma­no y bíblico de personas miserables, respetando sus instituciones propias, aunque evidente­mente deformadas por su inserción en el medio colonial español y la presencia de la Iglesia católica con un afán evangelizador; las ordenanzas municipales del Cuzco reflejan tanto su discriminación y utilización como mano de obra forzada (aunque asalariada a partir de Fran­cisco de Toledo) y el reconocimiento de un conjunto de derechos tanto civiles como laborales.

Los mestizos constituyeron un grupo intermedio entre los dos anteriores, privilegia­do con relación a los indios (porque lograron esquivar el pago del tributo indígena y los turnos obligatorios de trabajo) pero destinatario a su vez de un conjunto de normas discriminatorias que les condenaban a una posición social subordinada.

El contenido eminentemente represivo de la normativa sobre los negros, mulatos y zambos, no puede ocultar su consideración como un grupo con la posibilidad de desarro­llarse autónomamente como el resto en las Indias; es significativo que la condición de es­clavitud de estos súbditos no afectara a las distintas disposiciones.

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En este artículo hemos ofrecido una visión formal del contenido de las ordenanzas municipales, lo que ha mostrado el lado menos oscuro de la colonización indiana; la valoración de la práctica social de estas regulaciones y su evolución en el Cuzco indiano, hace necesaria una investigación en profundidad que se aproveche de los fondos notaria­les y judiciales conservados en los archivos de la ciudad.

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Mauricio Valiente Instituto de Derechos Humanos "Bartolomé de Las Casas"

Universidad Carlos III de Madrid - España

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ANEXO

LAS ORDENANZAS MUNICIPALES DEL CUZCO INDIANO

Fecha Materia Autoridad Confir- Ubicación mación

1534a Generales Gobernador - Rivera, 1965: 461-463 1534b Generales Teniente de Gobernador - Rivera, 1965: 463 1535 Protección de los indios Gobernador Corona Lohman ed., 1986:_ 152-155 1538 Minas Teniente de Gob. y - -

Cabildo 1543a Minas de Oro Gobernador y Cabildo - RAH-CML: 23, 90-128 1543b Minas de plata Gobernador y Cabildo - RAH-CML: 23, 129-134 1543c Tambos Gobernador y Cabildo - Ordenanzas, 1909 1553 Generales Cabildo y Audiencia Corona BNM: 3043, 79-107 1558a Coca Virrey - BNM: 3043, 107-117 1558b Molinos Cabildo - Pujana, 1982: 12 1559a Servicio doméstico Cabildo - Pujana, 1982: 24-25 1559b Mulatos y mestizos Cabildo - Pujana, 1982: 26-27 1559c Indios camayos Cabildo - Pujana, 1982: 31 1560a Comercio Cabildo - Pujana, 1982: 126 1560b Alcaldes de indios Virrey - Esquive!, 1980: 1, 203-204 1563a Juez de naturales Cabildo y Virrey - Lohmann/Saravia, 1986/ 1989:

1, 203-204; ADC-LC:4,93v 1563b Coca Virrey - Lohmann, 1967 1566a Carnicería Cabildo - ADC-LC: 5, 74r 1566b Coca Cabildo - ADC-LC: 5, 80r 1566c Negros en los Andes Cabildo - ADC-LC: 5, 107r 1572a Generales Virrey Corona RAH-CML: 22, 1-81 1572b Coca Virrey Corona Lohmann/Saravia, 1986/ 1989:

1, 231-244 1575 Coca Virrey Corona Lohmann/Saravia, 1986/ 1989:

2, 275-201 1576 Obrajes Virrey Corona Lohmann/Saravia, 1986/ 1989:

2, 269-274 1577a Coca Virrey Corona Lohmnann/Saravia, 1986/1989:

2, 303-308 1577b Aceite Cabildo Virrey -

1599 Generales Cabildo - RAH-CML: 23, 229-230 1600 Reparto de aguas Cabildo - Villanueva/Sherbondy, 1982:

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Nº 2, diciembre de 1998 393