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Camargo 1 LOS NIÑOS TAMBIÉN LEEN HISTORIAS DE MIEDO: SOBRE LAS REPRESENTACIONES DE LA VIOLENCIA EN EL APRENDIZ DE MAGO Y OTROS CUENTOS DE MIEDO DE EVELIO ROSERO TRABAJO DE GRADO MAESTRÍA EN LITERATURA PRESENTADO POR: YULY ANDREA CAMARGO MOLANO DIRIGIDO POR: HUGO HERNÁN RAMIREZ UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE ARTES Y HUMANIDADES DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES Y LITERATURA 2017

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LOS NIÑOS TAMBIÉN LEEN HISTORIAS DE MIEDO: SOBRE LAS

REPRESENTACIONES DE LA VIOLENCIA EN EL APRENDIZ DE MAGO Y

OTROS CUENTOS DE MIEDO DE EVELIO ROSERO

TRABAJO DE GRADO

MAESTRÍA EN LITERATURA

PRESENTADO POR: YULY ANDREA CAMARGO MOLANO

DIRIGIDO POR: HUGO HERNÁN RAMIREZ

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE ARTES Y HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES Y LITERATURA

2017

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Agradecimientos

A Jacobo por su luz

A mis padres por su inquebrantable confianza en mí.

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Contenido

Introducción .......................................................................................................................... 5

Capítulo 1: Una literatura transparente para lectores transparentes ........................... 23 1.1. Aproximación a la Literatura infantil: ............................................................. 26 1.2. Sobre la tradición infantil colombiana .............................................................. 34 1.3. Evelio Rosero: solo la literatura transparente comprende la grandeza de ser un niño. ........................................................................................................................... 40

Capítulo 2: Dime cómo me llamo y te diré cómo me lees: sobre El aprendiz de Mago y otros cuentos de miedo ........................................................................................................ 46

2.1 Hubo una vez: transposiciones de las situaciones iniciales ............................. 47 2.2 Aproximación a las narraciones ........................................................................ 50

2.2.1 El esqueleto de visita ........................................................................................ 50 2.2.2 El monstruo mentiroso ...................................................................................... 55 2.2.3 Una bicicleta encantada .................................................................................... 58 2.2.4 Lucía o las palomas desaparecidas ................................................................... 63 2.2.5 El diablo al cuello ............................................................................................. 67 2.2.6 El contador de recuerdos ................................................................................... 70 2.2.7 Pobre Vampiro .................................................................................................. 71 2.2.8 El aprendiz de mago .......................................................................................... 74

Conclusiones ........................................................................................................................ 78

Obras citadas ....................................................................................................................... 83 Obras consultadas ............................................................................................................... 84

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Introducción

El presente texto tiene como finalidad analizar el volumen de cuentos El aprendiz de mago

y otros cuentos de miedo (1992) del escritor colombiano Evelio José Rosero Diago (1958),

teniendo en cuenta la forma como se consolidan los diversos matices de la violenta y

transgresora vida cotidiana, en una narración que es pensada y creada para un público

infantil. La soledad, el desarraigo, la incomprensión de los otros, la supremacía del valor de

los objetos frente al valor de quienes rodean al personaje, el olvido y la tristeza de saberse

solitario, son algunos de los componentes de esta obra que irrumpe con la idea de que a los

niños solo debe presentárseles un universo literario en el que predominan las hadas y los

seres con aptitudes ilusorias e inalcanzables.

Con este libro, Rosero ganó en 1992 el premio nacional de literatura en la categoría:

cuento para niños, otorgado por Colcultura. Junto con dicho reconocimiento, el autor ha

obtenido varias distinciones por su producción literaria infantil. Fue ganador del premio

latinoamericano de literatura infantil y juvenil Norma Fundalectura en el 2000 por su

novela Cuchilla, del XI concurso Enka de literatura infantil en 2001 por el cuento La

duenda, ese mismo año fue ganador del 9º concurso de cuento infantil de Comfamiliar del

Atlántico con Teresita Cantaba y en 2006, por el cuento Los escapados, obtendría

nuevamente el premio nacional de literatura, otorgado por el Ministerio de Cultura, en la

categoría: cuento para público infantil.

A pesar del reconocimiento adquirido por este tipo de narraciones, muchos de sus

relatos infantiles se han editado tan solo una vez o se encuentran, con dificultad, en el

empolvado mundo de las librerías de segunda en el conocido Pasaje galería de libros del

centro de la capital colombiana. Si bien, dichas distinciones permitieron que los ojos de la

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crítica literaria colombiana se posaran sobre Rosero, fue su obra Los Ejércitos (2006) la

que, tras obtener el premio Tusquets (2006) y el Foreign Fiction Prize (2009) otorgado por

The Independent, catapultaría al escritor, tanto en el contexto nacional como fuera de él. Es

interesante observar que muchas de las producciones infantiles de Rosero fueron escritas

después de la publicación de su trilogía Primera Vez, conformada por las novelas: Mateo

solo (1984), Juliana los mira (1987) y El incendiado (1988), y antes de la novela Los

Ejércitos (2006), obras en las que predominan la mirada como forma de construcción de la

realidad y las imágenes violentas.

En 1990 se publicó su primer libro de cuentos infantiles titulado El trompetista sin

zapatos y otros cuentos para poco antes de dormir. Rosero afirma que este libro, y de por sí

el interés por acceder al mundo de la literatura transparente (como denominó a las

narraciones para niños), fue el resultado de una experiencia personal con estos agudos

lectores. En un artículo titulado, “Sobre el arte de escribir para niños” (1998) el autor

menciona que tras encontrarse escribiendo lo que sería su primera novela, recibe la

inesperada visita de sus sobrinos, quienes le preguntaron a quién le escribía cartas tan

extensas, después de explicar las razones de su proceso, y lo que en realidad eran dichas

cartas, los sobrinos se dispusieron a leer la primera. Ese primer enfrentamiento con los

lectores, con la crítica más humana, y la mirada somnolienta que invadió los rostros de los

niños después de repasar las primeras líneas, fueron, según el autor, la bofetada que lo

impulsó a escribir para ellos, y la razón que necesitaba para dejar que su primera novela se

consumiera entre las llamas “como la carta a la amada que nos traicionó” (24). Por ello,

este tipo de literatura representa para Rosero la pureza misma del arte literario “sin

demandas de tipo filosófico, o estilístico, o planteamientos ideológicos” (24).

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Aunque el autor ha deslizado su obra por los diversos géneros literarios, los cuentos

y las novelas conciben a un lector que percibe “que el mundo representado está relacionado

con la conciencia de un personaje que actúa y piensa en él, pero, sobre todo, que

experimenta aquello que verbaliza” (Padilla párr. 6). Si bien la visión que prevalece en la

trilogía es la de los niños: Juliana, Mateo y Sergio, estos no están exentos del hostil y

despiadado universo con el que se enfrenta Ismael Pasos, personaje de Los Ejércitos. Allí,

se configura un escenario crudo y visceral en el que se representa a la infancia como un

momento de la vida próximo a las atrocidades del mundo. Pues, en esta etapa, la realidad se

percibe aún más diáfana que en la adultez, cuando es mediada, generalmente, por el deseo.

Si bien en novelas como Los ejércitos (2006) y En el lejero (2003) se abordan ejes

fundamentales como la representación de una realidad nacional que ha estado enmarcada

por la violencia, la lucha entre grupos armados, la desaparición y la desesperanza, así como

la deconstrucción de la realidad psicológica del sujeto como resultado de dichas

confrontaciones. En sus cuentos no existe esa descomposición del personaje como resultado

de un acto violento, aquí no priman las acciones de agresión física contra el otro, por la

necesidad de posesión de un territorio o como mecanismo para infundir terror. Pues, lo que

aterra, lo que da miedo, es la condición misma del ser humano, su incapacidad para crear

vínculos afectivos con los otros, su imposibilidad de entender las necesidades del prójimo,

así como la capacidad que tiene de señalar y juzgar a todo aquel que le parece distinto.

Si en la producción mencionada los ejes de análisis son explícitos, ¿qué sucede

entonces con las narraciones infantiles y, en general, los cuentos que han sido denominados

por el autor como un esbozo subterráneo o sinopsis involuntaria de novela? ¿Es posible que

en ellos haya intención de reflejar, como en sus otras obras, la realidad desgarradora y

transgresora del ser humano? O, ¿al estar orientadas para otro tipo de público, se

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encuentran desligadas de esta temática? La posibilidad de resolver estos interrogantes nos

ha conducido a considerar el análisis de la producción infantil de Rosero y comprender

cómo se configura su complejo universo literario.

Para ello, se tendrán en cuenta algunos presupuestos teóricos respecto a la

conceptualización de literatura infantil, tanto en el contexto universal como colombiano, así

como la forma en que se concibe la violencia más allá de un acto observable de agresión

física e irrupción de la tranquilidad del sujeto agredido, pues podría considerarse una

manifestación propia del individuo y la cultura, determinada por la necesidad de suplir

intereses particulares.

El proceso de teorización sobre la literatura infantil lleva consigo la afirmación de

que “bajo el nombre de literatura infantil deben acogerse todas las producciones que tienen

como vehículo la palabra con un toque artístico o creativo y como receptor al niño”

(Cervera 1989). Aunque esto no necesariamente signifique que el texto tenga como

finalidad la consolidación de un juicio estético por parte del “pequeño” público lector. A

este respecto, algunos teóricos, preocupados por abordar, comprender y formular las

funciones y características de dicho tipo de literatura, consideran necesario esgrimir la

forma en que esta se ha consolidado como una vertiente independiente de los textos

literarios dirigidos a un público adulto. Juan Cervera, en Teoría de la literatura infantil

(2004) afirma que la conceptualización de la literatura infantil, como una realidad

independiente de otras formas literarias, se ha llevado a cabo a partir de tres procesos

fundamentales: la literatura ganada, la literatura creada para los niños y la literatura

instrumentalizada. Estos tres modelos dan cuenta de los procedimientos bajo los cuales se

ha inscrito un tipo de literatura que debe reconocer, sobre todo, el público potencial hacia el

cual está dirigida.

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Las finalidades de cada una de estos modelos propuestos por Cervera están

determinadas por la manera en que se concibe al niño lector y la trascendencia que este

adquiere en el proceso de producción de la obra. La literatura ganada se refiere a aquellas

producciones creadas sin pensar en el niño como un posible lector, sino que, a través del

tiempo, adquirieron, a partir de adaptaciones, dicha intencionalidad. Entre este tipo de

literatura pueden incluirse “todos los cuentos tradicionales, el sector folclórico de la

literatura infantil, muchos de los romances y canciones, una porción nada despreciable de la

novelística juvenil, etc. Tal es el caso de los Cuentos, de Perrault, o las adaptaciones de Las

mil y una noches” (Cervera, En torno a 159).

Por otro lado, se encuentra la literatura creada para los niños que concibe a estos

últimos como el destinatario de dicha producción y, por tanto, es presentada a partir de un

lenguaje propio que refleje sus intereses. “De una forma o de otra esta literatura infantil

tiene en cuenta, según los cánones del momento, la condición del niño. Evidentemente en

ella se reflejan muchas tendencias y concepciones de la literatura infantil que la hacen

particularmente viva e interesante” (159). Finalmente, se encuentra la literatura

instrumentalizada, bajo la cual se inscriben libros, folletos y textos que cumplen un

propósito netamente pedagógico. Pues, su intención didáctica es superior a la intención

literaria. Allí, “la creatividad es mínima, por no decir nula. Toman el esquema de la

literatura y lo aplican a varios temas monográficos que convierten así en centros de interés”

(159).

Por ello, para Cervera es importante comprender la producción literaria infantil

fuera de las intencionalidades que atañen a la producción instrumentalizada con fines

didácticos, pues esta desplazaría el oficio de escritura de los autores por textos que pueden

ser el resultado de equipos o grupos técnicos, abocados por cumplir un fin netamente

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pedagógico. De esta manera, afirma el autor, debe pensarse la literatura infantil ganada y

creada, pues estas formas llenarían educativamente, no escolarmente, el tiempo de ocio de

los niños y responderían a sus necesidades, en la medida en que, a partir de ellas, se puede

configurar la relación entre el niño y el mundo, fuera de una relación netamente

aleccionadora.

Sin embargo, para Rosero (1998) la literatura infantil cumple una función vital, más

allá de ser catalogada y caracterizada por su intencionalidad, intereses o la forma en que ha

sido adaptada para el lector- niño, pues la literatura infantil pudo haber sido creada para

niños o ganada por ellos y aun así no tener nada de literatura transparente. Entonces,

¿cómo hace alguien para creer que escribe para niños? Eso no se puede creer, se escribe, sin duda. Se es un niño que quiere contarse los cuentos que hubiese querido escuchar, cuando niño. El escritor para niños escribe para un único niño, para sí mismo, por primera vez, sin pensar en nadie y en nada, quiere regresar a esos días sin cadenas, las cadenas que impone el mundo cuando dejamos de ser niños.

Pero sucede que algunos escritores “para niños” se arman de cadenas, en lugar de desaparecerlas. Eso creo, y voy a decir por qué. Porque son, por el contrario, y nefastamente, engaños de viejos; porque son la senilidad de mente y espíritu: porque creen que un cuento para niños es una babosada de ángeles sin pipí (23).

Por ello, para Rosero, la escritura o literatura para niños, no debe ser catalogada como tal

solo porque cumple con unos parámetros de construcción o creación, o porque representa

un universo completamente alejado de las situaciones particulares que se viven durante la

infancia, del universo de los adultos y, en sí, de la vida misma. Porque “no se necesita ser

adulto para vivir. La vida empieza desde la vida” (25). Debe ser lúdico el acto de escribirla,

y solo así se lograría que también cumpliera con dicha intencionalidad, y tener en cuenta

que “nunca es “fácil” y “simple” escribir un cuento para niños, o para sí mismo, que es

igual. Hay que transparentizarse, con lenguaje y espíritu, quitarse las amarras, y, en fin,

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volar” (23). Así pues, para Rosero, a diferencia de Cervera, la literatura infantil no solo

pierde su valor en el momento en que es instrumentalizada o creada con fines pedagógicos,

pues independiente de que una obra sea creada para niños, o haya nacido bajo ese

presupuesto, esto no garantiza que sea una literatura transparente, sin imposiciones, sin

cadenas y sin la constante imagen de seres como las hadas que han sido metamorfoseadas,

según los intereses del autor, en perro, en gato, en ave pero que resultan siendo la misma

imagen de ese inverosímil imaginario de vida y realidad que quiere disfrazarse ante los ojos

del niño.

Por otro lado, Román López Tamés en su texto Introducción a la literatura infantil

(1990) afirma que la discusión suscitada por el estudio y caracterización de la literatura

infantil deviene de la controversia de considerarla como una realidad autónoma y no de

tránsito. Sin embargo, para el autor, adentrarse en el mundo de la literatura infantil, implica

primordialmente entender el protagonismo y trascendencia que esta ejerce en la vida del

niño y del adolescente.

En este sentido, debe replantearse la idea de que la literatura infantil es el simple

resultado de la capacidad de representar un mundo imaginario y fantástico, que requiere de

la creación constante de imágenes y movimientos en el desarrollo del relato, la presencia de

seres ficcionales y maravillosos como personajes fundamentales y la consideración de que

el texto está dirigido a un público particular: los niños. Si bien estas narraciones suelen

construirse sobre dos bases específicas como la representación de temas y formas

estilísticas que interesen a este “pequeño” público lector, así como una finalidad lúdica, no

pueden limitarse a una definición que reduzca sus características y no vislumbre la

complejidad o rigurosidad de la forma, contenido y recursos que la constituyen. Así como

la posibilidad de estar orientada a todo tipo de público.

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En este sentido, la literatura infantil ha abordado, desde sus inicios, temáticas que

dan cuenta de la relación entre el niño y el mundo. Relación que tendría lugar y valor

individual a partir del siglo XIX “ya que la historia de la infancia nos dice que el niño oyó y

leyó siempre lo que el mundo adulto oía y leía. Adaptada a su necesidad héroes y

situaciones” (López 14). Si en un primer momento la orientación de la literatura infantil

estaba dada por una finalidad moralizante a través de la fábula, la representación de un

universo fantástico cuya materia prima son las leyendas, los mitos y cuentos propios de la

cultura popular y la presencia de aventuras y mundos imaginados. Posteriormente, buscó

representar a un niño que irrumpe con los valores impuestos por el “mundo adulto”, que

tiene una capacidad imaginativa extraordinaria y que busca superar sus temores gracias a la

libertad y gallardía infundida, como valor fundamental, a través de los personajes. Esto no

significa que la obra aquí analizada no cumpla también una función similar a la de orientar

las acciones de los niños que se aproximan al texto, aunque sea una moralización indirecta.

Esta consideración es propuesta por López (1990) como una característica

fundamental que atañe a la consolidación de la literatura infantil desde un cariz distinto a

otras formas literarias. Pues, si bien el cuento floklórico, entre los cuales se encuentra el

cuento maravilloso y de hadas, debe su naturaleza a recursos propios del mito y la leyenda,

es preciso comprender que dichas narraciones,

bajo la apariencia de relatos ingenuos, fácilmente captados en un primer relato oral, luego escrito, se proporciona al niño soluciones a sus problemas urgentes. No con la abstracción y decálogos elaborados del mundo adulto sino por la identificación emocional que el niño en sus diferentes etapas lleva a cabo con los modelos de conducta de héroes y antagonistas de estos relatos elementales (47).

Esta identificación emocional, mencionada por López (1990), es quizá uno de los

elementos fundamentales de la propuesta presente en El aprendiz de mago y otros cuentos

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de miedo (1992) y, en sí, de la literatura trasparente que defiende Rosero, aunque dicho

proceso de identificación no signifique, precisamente, seguir los parámetros de la imagen

modélica e incorruptible que suele presentarse en los relatos para niños.

Por eso, en el conjunto de cuentos que componen este libro no existen los héroes

con aptitudes excepcionales, no hay princesas esperando con impaciencia a un príncipe azul

que las libre de la sensación de no ser amadas, no hay hadas con ostentosos o minúsculos

vestidos que resguarden del mal a todo aquel que las invoca y, finalmente, no hay reinos

muy, muy lejanos ni finales felices. Por el contrario, hay esqueletos que durante siglos solo

han deseado tomar una taza de chocolate y gente que quiere cumplirles su deseo, pero a

quienes la pobreza les impidió realizarlo, hay monstruos tristes y solitarios, pero con un

gran corazón, que se equivocaron al creer que los humanos apaciguarían el dolor, hay

vampiros que no soportan la sangre humana sino el dulce néctar de los lirios, hay palomas,

guitarras y música que desparecen solo porque la gente ha naturalizado el olvido. Por ello,

el valor de la literatura transparente que Rosero nos ofrece en este texto, está dado por la

capacidad de integrar dos elementos que constituyen la mente del niño y que para muchos

adultos son irreconciliables: la imaginación y la realidad, pues “aparte de la imaginación,

que es lo más grandioso, el niño tiene además su realidad, que es aún más grandioso” (26).

Si bien los cuentos infantiles de Evelio Rosero conciben, en primera instancia, a un

lector que se encuentra con seres y personajes ficticios, no necesariamente se estancan en la

presunción de representar hechos y situaciones completamente alejadas de su realidad. Por

el contrario, distinguen a un lector potencial capaz de comprender que lo literal, como los

implícitos del texto están orientados hacia la representación de situaciones propias de los

contextos en los que se desenvuelve. Así, el lector adquiere una dimensión significativa, no

solo como oyente silente de un conglomerado de narraciones alejadas de su realidad sino

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como la base de la constitución y construcción individual del adulto. Es decir, los relatos

proporcionan al niño una visión más completa de su entorno que subyace del vínculo entre

lo ficcional y lo real.

La configuración de un lector-niño activo, como lo denomina Rosero, es la única

forma en que se podrá concebir ese vínculo comunicacional entre ficción y realidad que

cohesionan sus relatos infantiles. Solo este tipo de lector será capaz de esgrimir los

elementos que consolidan su contexto e identificar las relaciones que sus personajes poseen

con él, así como la manera en que la violencia se presenta desde múltiples formas de acción

y no solo como aquella que ha sido ejercida bajo el poder de las armas. Pues, en estos

textos no hay una oposición entre ficción y realidad, por el contrario, “la ficción comunica

algo sobre la realidad” (Iser 92). El niño sabe que esa realidad, la violencia, es ese “alguien

que lo pellizca a veces, porque es niño, porque está callado, y porque “todo niño callado es

sospechoso” [término que escuchó de una pedagoga]. De modo que un niño no puede

abstraerse y soñar. ¿Quién lo pellizca? La tía realidad, la maestra. Pedagogos policías que

cuidan que no vuele el niño, que no se les vaya a escapar con todo y su imaginación”

(Rosero 1998). Por ello, vemos en Rosero a un autor que ha hecho de la literatura infantil

un mundo que vive gracias a la realidad misma del niño y que no podría ser sin tomar de

ella lo que necesita. Por el contrario, Cervera (2004) afirma que la literatura “se transforma

para el niño en la ocasión de ponerse en contacto con infinidad de experiencias-literarias

naturalmente- que enriquecen su limitada experiencia vital, experiencias sugeridas y

soñadas, pero no vividas” (56).

En este sentido, el análisis de El aprendiz de mago y otros cuentos de miedo (1998)

busca mostrar cómo, en el conjunto de cuentos, el autor representa los diversos matices de

la violencia presentes en el mundo infantil, que suele considerarse completamente ajeno a

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ella, razón por la cual Rosero subvierte los modelos arquetípicos de la tradición literaria

infantil colombiana. De allí que se considere relevante identificar cómo el lenguaje, los

personajes y las relaciones que estos últimos establecen, poseen una función que va más

allá de ocupar los momentos de ocio del lector, pues adquieren una dimensión social en la

que se propone una nueva concepción de este sujeto y, por tanto, del niño que se aproxima

a dichas narraciones.

En la medida en que la obra creada reconoce que está dirigida a un lector en quien

busca generar una experiencia estética, se desprende de un marco de intencionalidad

netamente pedagógico y entiende que su significación estará dada a partir del proceso

dialógico entre el texto y el receptor del mismo. Por ello, adquiere relevancia el efecto que

el texto puede producir y no el seguimiento riguroso de unas características constitutivas

tradicionales que lo condicionen a relacionarse siempre con una técnica particular de

escritura.

A este respecto, Wolfgang Iser en El acto de leer: teoría del efecto estético (1987)

considera que el proceso analítico de un texto literario debe reconocer que este posee dos

polos: “el polo artístico y el polo estético; el artístico describe el texto creado por el autor, y

el estético la concreción realizada por el lector” (44). El acto de concreción que deviene del

proceso de interpretación realizada por este último es el punto fundamental en el que

convergen y dialogan, en relación con una realidad, el texto y el lector. Allí es donde la

obra adquiere su carácter virtual “que no puede ser reducido ni a la realidad del texto ni a

las aptitudes del lector” (44)

Por lo tanto, consideramos que el conjunto de cuentos de El aprendiz de mago y

otros cuentos de miedo (1998) no desconocen la agudeza y capacidad de los niños para

consolidar una idea real del contexto y comprender sus vicisitudes. Así, la posibilidad de

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representar, a través de simbólicos personajes ficcionales, una realidad transgresora,

creemos, es el objetivo fundamental de las narraciones infantiles de Rosero y la apuesta de

una buena parte de su propuesta estética. En este sentido, no es solo transgresión entendida

como temática abordada sino la transgresión misma de los íncipits de su propuesta narrativa

y, a su vez, de la configuración y características de personajes y acontecimientos. Por ello,

pensamos en la fundamentación de un análisis de las particularidades del lenguaje presentes

en algunos de los personajes y la forma en que, a través de ellos, se construye el universo

narrativo del autor, comprendiendo así “la esencia de su prosa artística” 1.

Al tener en cuenta que la obra seleccionada El aprendiz de mago y otros cuentos de

miedo (1998) es una unidad estilística que posee unidades particulares, cuya presentación y

disposición se encargan de configurar el todo narrativo, se considerará que estas formas

heterogéneas consolidan el estilo de la propuesta estética, pues no debe eludirse el hecho de

que la obra es “la diversidad social, organizada artísticamente, del lenguaje; y a veces, de

lenguas y voces individuales” (Bajtín 81). Por tanto, el texto debe analizarse en tanto forma

artística. Es decir, comprendiendo que “cada una de las partes del conjunto tienen

finalidad, realizan algo y sirven para algo” (25), situación que define la intencionalidad del

todo narrativo.

Como se mencionó previamente, la aproximación a la propuesta literaria infantil del

autor estará determinada, principalmente, por el análisis de los ocho cuentos que conforman

el libro El aprendiz de mago y otros cuentos de miedo, publicado por Editorial

Panamericana en 1998. Aquí se abordarán algunos elementos generales de dichas

1 ConcepciónqueBajtín asume comoeje fundamental del análisis estilísticonarrativo yquelaestilísticatradicionalnolograabordardebidoalaslimitantesdelanálisisabstracto-ideológicoyvaloraciónperiodísticaquelalimitannetamenteaunanálisistemáticodelamisma.

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narraciones, así como la forma en que estas consolidan una propuesta estética de la

violencia. De ahí que reconocer a qué lector se dirige el texto resulte un punto fundamental

para entender la forma como este se encuentra constituido.

Aunque los textos presentan títulos que enmarcarían, de alguna manera, su

contenido, es notoria la transposición del tema trabajado frente a lo que previamente el

título indica, pues, se pone en evidencia la ruptura de la barrera entre lo infantil y lo adulto.

Esto responde al fenómeno de estratificación interna de la lengua en el marco de la obra,

determinando su intención, estructura, espacio semántico y modo de representación. De ahí

que nos enfoquemos en el estilo mismo del texto, en la subjetividad de los personajes y la

forma en que el relato es presentado desde la visión del narrador que, generalmente, es un

niño.

En primer lugar, los títulos de los cuentos advierten el carácter o labor que

desempeñan los personajes principales, al estar constituidos por una oración que los

menciona junto con una característica. “El monstruo mentiroso”, “Una bicicleta

encantada”, “El contador de recuerdos”, “Pobre vampiro” o “El aprendiz de mago” son solo

algunos de ellos, donde se le insinúa al lector de quién se hablará, solo le queda a él

descubrir qué tan mentiroso es el monstruo o por qué ha sido señalado como tal, si la

bicicleta es encantada o eso es solo un objeto común, quién es el contador de recuerdos, qué

tendría de pobre un vampiro si es inmortal y si realmente el aprendiz de mago logró captar

alguna de las enseñanzas de su maestro. Dicha situación se ratifica en los íncipits de cada

relato, donde se ubica al personaje, previamente mencionado, en una situación y contexto

determinado. Este hecho da cuenta del carácter dialógico del enunciado y, por tanto, de su

participación dentro de un marco social creado por la obra misma.

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Esta construcción oracional es una marca que determina el sentido e intención del

texto, y, por tanto, un medio pertinente para identificar el tono estilístico de la narrativa

infantil del autor. Que para Rosero sea relevante construir sus personajes fantásticos como

seres que sienten al igual que los sujetos que los rodean y leen, implica pensarlos como una

representación misma de la condición del ser humano. Pues, el personaje se construye a

partir de la relación que establece con el tema tratado en cada texto, mas no es el tema la

base sobre la cual se construye el personaje, o el personaje la fuente y mecanismo de

aproximación al tema. Estos elementos permiten el diálogo del texto, tanto con un público

infantil como con todo tipo de público, al ser enunciados vivos que disponen al lector frente

al personaje.

Esta idea de comunicabilidad entre texto y lector da cuenta, no solo del proceso de

interpretación sino que estructura la forma en que se construye el universo fantástico en el

marco de la obra. Para Iser (1987) es claro que el texto posee estructuras tanto verbales

como afectivas, y las primeras pueden cumplir su función solo en la medida en que afectan

al lector y lo movilizan emocionalmente. De ahí que el texto esté orientado,

fundamentalmente, a consolidar su valor interpretativo, en la medida en que asume la

existencia de un lector implícito que se encuentra fundado en la estructura misma del texto.

Ya que puede encarnar las emociones propias de los personajes y así proporcionar sentido

al texto a través de la incorporación de los elementos del mismo en su conciencia de

recepción (64).

Este tipo de lector implícito, que admiten y pretenden los cuentos de Rosero, es el

mismo que se preguntará ¿por qué la preocupación de un esqueleto, que visita el mundo de

los vivos, es precisamente tomar una taza de chocolate?, ¿por qué cuando por fin encuentra

a alguien que quiere concederle su deseo la pobreza le impide complacerlo?, y si ha podido,

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durante siglos, viajar por el mundo conociendo poetas, filósofos y oradores, ¿qué le impide

conseguir dos pastillas del manjar por el que lo ha recorrido? ¿qué pasó con el esqueleto

después de salir de la casa del cartero?, ¿por qué un vampiro resultó condenado a muerte

solo por el hecho de ser vampiro?, ¿qué había en el fondo del lago para que el monstruo

decidiera abandonarlo y pensar que una vida rodeada de humanos sería mejor?, ¿a qué se

debe que el mago sea un borracho solitario y su frase más aleccionadora sea mostrarle a su

aprendiz que el convencimiento es lo único que puede lograr que las cosas sucedan? Estos

elementos confirman la idea, planteada previamente, de que la estructura del texto y el rol

del lector dependen estrechamente, en la medida en que

Todo texto literario presenta una relación dotada de perspectiva sobre el mundo, que ha sido proyectada por su autor. El texto no copia el mundo dado como tal, sino que constituye un mundo con el material de aquello que se encuentra ante él. En la manera de realizar esta constitución se manifiesta la perspectiva del autor (65).

Y el placer estético solo se logrará a partir de la movilización de las emociones que genera

el encuentro con la obra. Por ello, consideramos que el rol del lector ha sido pensado

previamente en el proceso de elaboración del producto artístico aquí analizado, pues, el

autor reconoce su capacidad por comprender los implícitos del mismo y la perspectiva del

mundo que este defiende a partir de la estructura de personajes, espacios y acciones.

En cuanto a la consolidación del universo fantástico en este tipo de obras Tzvetan

Todorov, en Introducción a la literatura fantástica (1981), considera que el lector es el

factor determinante en la creación de dicho mundo. Pues su validación es el punto de

partida en la construcción de lo fantástico. Ya que,

Lo fantástico implica pues una integración del lector con el mundo de los personajes; se define por la percepción ambigua que el propio lector tiene de los acontecimientos relatados. Hay que advertir de inmediato que, con ello, tenemos presente no tal o cual lector particular, real, sino una “función” de

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lector, implícita al texto (así como también está implícita la función del narrador). La percepción de ese lector implícito se inscribe en el texto con la misma precisión con que lo están los movimientos de los personajes (23).

En este sentido, lo fantástico, además de referirse a un acontecimiento extraño presente en

el texto, implica un efecto provocado en el lector, el efecto de la vacilación. Dicho objetivo

subyace al hecho de que, así como el acontecimiento resulta extraño e inexplicable para el

héroe, el lector se encuentra ante una situación que resulta compleja de definir a partir de

leyes naturales. Por tanto, Todorov (1981) considera que para que se cumpla con el carácter

de fantástico es necesario que el texto cumpla tres condiciones:

En primer lugar, es necesario que el texto obligue al lector a considerar el mundo de los personajes como un mundo de personas reales, y a vacilar entre una explicación natural y una explicación sobrenatural de los acontecimientos evocados. Luego, esta vacilación puede ser también sentida por un personaje de tal modo, el papel del lector está, por así decirlo, confiado a un personaje y, al mismo tiempo la vacilación está representada, se convierte en uno de los temas de la obra; en el caso de una lectura ingenua, el lector real se identifica con el personaje. Finalmente, es importante que el lector adopte una determinada actitud frente al texto: deberá rechazar tanto la interpretación alegórica como la interpretación “poética”. Estas tres exigencias no tienen el mismo valor. La primera y la tercera constituyen verdaderamente el género; la segunda puede no cumplirse. Sin embargo, la mayoría de los ejemplos cumplen con las tres (24).

Esto sugiere que el sentido que se revela en el texto fantástico no debe ser considerado

como una representación alegórica de la realidad, sino que su sentido puede identificarse en

la misma literalidad del relato. Es decir, “no toda ficción ni todo sentido literal están

ligados a lo fantástico; pero todo lo fantástico está ligado a la ficción y al sentido literal.

Ambos son, pues, condiciones necesarias para la existencia de lo fantástico” (55).

Condiciones que, consideramos, cumplen los cuentos de El aprendiz de mago y otros

cuentos de miedo.

Como se mencionó previamente, los personajes de los cuentos poseen

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características humanas que se expresan, principalmente, a través de los sentimientos y

emociones que experimentan, y que son transgredidas por aquellos seres humanos con

quienes se relacionan. Situación que es anticipada a través de los títulos. Asimismo, los

cuentos estudiados subvierten la tradición de las narraciones infantiles al mostrar en los

íncipits la supremacía y el valor que estas emociones tendrán en el transcurso del relato.

Dicha particularidad determina la tendencia del autor por representar al personaje

del que se ocupa a partir de la descripción de sus emociones algo inusuales, si tenemos en

cuenta que estos pueden ser: un esqueleto, un monstruo o un vampiro. En ninguno de los

cuentos está presente la fórmula Erase una vez y Había una vez que, según López es el

mecanismo que refiere directamente a “un pasado primordial, al tiempo no medido de

siglos ni reloj. Porque cuando comienza el relato, al irnos de nuestra cotidianidad, el tiempo

se detiene y nos permite la ausencia. Un respiro para salir de lo urgido, del tiempo

contradictorio” (124). Pues en ellos, están presentes otras fórmulas que orientan la

comprensión como “un día…”, “cada tarde…” o “una mañana…” que son modelos que

buscan discernir “el sentido profundo de nuestras vidas, que se nos escapa en pobreza

monótona” (124). Es decir, sugieren un nuevo encuentro con los acontecimientos, una

manera de entender que el lector también puede estar presente en “ese día”, “esa mañana” o

en “ese pueblo”. Por ello, reconocer la arquitectura del texto (entendida aquí, desde el

sentido bajtiano, como la forma a través de la cual se construyen y revelan las voces en el

relato y que adquieren una individualidad estética) sugiere comprender la función de la

palabra a partir de su orientación dialógica y no como un mero recurso de construcción

discursiva o de expresión.

Este trabajo presentará, en primer en el primer capítulo, denominado “una literatura

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transparente para lectores transparentes”, una aproximación general al concepto de

literatura infantil, entendiendo las dificultades que ha suscitado la construcción de dicha

definición. En segundo lugar, se realizará un acercamiento a la tradición literaria infantil

colombiana, así como la conceptualización de la denominada “literatura transparente”,

propuesta por Evelio Rosero, y, finalmente, la forma como este tipo de literatura abordan

diversos matices y representaciones de la violencia como eje fundacional del relato. En el

segundo capítulo se trabajarán y analizarán cada uno de los relatos presentes en el texto El

aprendiz de mago y otros cuentos de miedo, a la luz de la conceptualización previamente

realizada.

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Capítulo 1: Una literatura transparente para lectores transparentes

Todos llevamos por dentro los ojos de un lector-niño, dispuesto solamente a reconocer como propios y reales los países de la imaginación.

Evelio Rosero

Si bien el proceso de caracterización y tipificación de la literatura infantil ha sido una tarea

difícil, resulta aún más complejo identificar cómo esta se relaciona con el contexto en el

que emerge, qué tipo de diálogo establece con él y si, en efecto, está dirigida para el público

por el que ha sido nombrada. Para ello, es preciso tener en cuenta las particularidades de los

relatos estudiados y la forma en que el autor crea una propuesta estética, a partir de cada

una de las historias que entrega a sus lectores.

Al referirnos a literatura infantil tendemos a pensar que posee el objetivo claro de

ser un medio de distracción y entretenimiento, así como cumplir una función moralizante.

Sin embargo, es preciso comprender que la literatura infantil deviene de la tradición oral y

su principal materia prima son los esquemas o seres propuestos en mitos y leyendas, sobre

todo de origen medieval. Sin embargo, la discusión no radica, principalmente, en definir e

identificar las temáticas abordadas en las obras infantiles o los motivos desarrollados por

esta, sino en la comprensión de que dicha producción está dirigida a un público específico y

“diferente”. Cuando se piensa en el público infantil, pueden asumirse dos posiciones; en

primer lugar, aquella que alude a la ignorancia del mismo, al considerar que los niños se

aproximan al texto sin poseer un bagaje o un desarrollo pertinente del proceso lector, razón

por la cual no consiguen un pensamiento crítico consolidado y, por otro lado, la idea de

considerarlo un público inocente y puro que cree todo lo que se les muestra.

Sin embargo, esta idea no podría estar más alejada de la función que puede adquirir

un texto literario infantil, pues no es válido asumir que el “pequeño” público lector no logra

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percibir con agudeza la crueldad, la violencia o, en definitiva, aquellas temáticas a las que

los adultos ya estamos acostumbrados y, por tanto, naturalizamos. Que algunas obras

posean la condición de ser infantiles, implica analizarlas, no solo a partir de una taxonomía

que nos brinde la posibilidad de clasificarlas según su temática o el tipo de personajes

presentes en ella, sino reconocer que son una forma de configurar, describir, y descubrir la

realidad, de la misma manera que lo haría una obra de otras características, una obra para

adultos.

Es complejo asumir, entonces, que podría entenderse a cabalidad la intención del

autor en un texto literario o que este ejercicio no caiga en sobre-interpretaciones, sin

embargo, desglosar una de las principales obras infantiles de Evelio Rosero nos permitirá

adentrarnos en su propuesta narrativa e identificar los puntos de conexión entre su

producción infantil y sus novelas. Es decir, vislumbrar que, aunque parezcan distantes, las

dos formas de narración presentan puntos en común como: abordar el tema de la violencia,

y sus diferentes matices, y entender que la aproximación al mundo de la literatura, tanto

para el niño como para el adulto, debe ser una experiencia transformativa y de comprensión

del mundo real, aunque se valga de seres imaginarios. No es llevar el pensamiento del niño

a un universo imaginario en el que son posibles todas las cosas, pero imposible lo real, sino

traer al mundo real a un grupo de seres imaginarios que tendrán la capacidad de mostrarle

que el cambio puede lograrse a partir del ejercicio lector.

En una entrevista realizada en el 2009 por Emirio Santos y Chavelly Jiménez en la

Universidad de Cartagena, Evelio Rosero afirmó que, al reconocerse como un testigo de su

tiempo y realidad, es innegable que en sus novelas y relatos se plasma lo que siente y lo que

le ha remecido. Y, es ente sentido, como

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La literatura puede cambiar la manera de mirar el mundo a través de las palabras, y yo me siento modificado, cuando soy lector, por los libros que leo. Siento que el escritor informa, da a conocer su mundo. Si leo a un escritor ruso, francés o irlandés, estoy conociendo esas realidades distantes y estoy, al mismo tiempo, comparándolas con las mías, aprendiendo de ellas. La literatura, por lo mismo, no puede desaparecer. No podrá ser reemplazada por los cambios tecnológicos, antes bien, se enriquecerá de ellos. Otro problema es la educación y la falta de lectura. Eso ya es otro problema gravísimo de un pueblo cuando no presta atención a la educación, como ocurre con nosotros (223).

El proceso de aproximación a estos textos requiere, entonces, identificar de qué manera la

estructura, los personajes y las acciones se configuran a partir de una intencionalidad; la de

conocer el mundo y el contexto en el que el texto ha surgido, así como la función del lector

como constructor de transformación.

En este sentido, se analizará cómo los cuentos de El aprendiz de Mago y otros

cuentos de miedo son una nueva propuesta literaria infantil, en la medida en que irrumpen

con la construcción convencional de este tipo de relatos y abordan temáticas como la

soledad, el desarraigo, la incomprensión y el apego por objetos que carecen de valor. Si

bien, estos matices de la violencia se presentan en cada uno de los cuentos, dichos

elementos no poseen, explícitamente, una relación directa con hechos o situaciones propias

del conflicto colombiano, pero sí dejan abierta la posibilidad de asumir que son estos

comportamientos generalizados los que, posteriormente, desencadenarán actos de agresión,

así como manifestaciones propias de la violencia que durante siglos ha experimentado el

territorio nacional.

Para ello, es preciso entender que al abordarse dicho concepto se trabajará,

principalmente, sobre la idea de que la violencia no puede asumirse únicamente como un

acto de agresión física, dirigido a una víctima concreta, sino como una movilización interna

del sujeto y que se proyecta al exterior a partir de la transgresión de lo establecido o

irrupción de la armonía de las relaciones sociales. A las manifestaciones de la violencia

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presente en algunos de los cuentos se le agrega un componente determinante, un objeto que

se convierte en la razón de la disputa o el motivo por el que se pretende pasar sobre la

existencia misma del otro individuo. Así, la violencia surge en el momento en que se busca

obtener el objeto; aquel que se aprecia más que el vínculo con quienes rodean al personaje

y que quebranta todo tipo de relación afectiva y de comprensión de las necesidades del otro.

Por ello, este tipo de narraciones requieren de ese lector agudo y contundente, que Rosero

exalta por tener la capacidad de reflexionar sobre dichos comportamientos y lograr un

proceso de transformación de sus propias acciones.

1.1. Aproximación a la literatura infantil: La caracterización del relato infantil ha arrojado diversas consideraciones. Vladimir

Propp en Morfología del Cuento (1985) consideró la idea de analizar este tipo de textos, así

como los cuentos populares, a partir de 31 funciones desarrolladas en siete esferas que

permitían generar un proceso de clasificación. Si bien el análisis propuesto por el teórico

ruso permitió la comprensión de esta estructura narrativa, determinada, principalmente, por

un modelo que caracterizaba a los personajes y, a partir de sus funciones, se identifican

elementos constantes en diversos cuentos de diferentes tradiciones. Inscribir los relatos de

Rosero en esta estructura, implicaría asumir que, en efecto, estos cumplen con un modelo

arquetípico en tanto la función ejercida por cada uno de sus personajes, así como los

motivos presentes en el texto. Las funciones propuestas por el autor están enfocadas,

precisamente, en analizar el papel que ejercen, en el desarrollo de los acontecimientos, cada

uno de los personajes que intervienen y, por tanto, la forma en que sus intervenciones

determinan la secuencia narrativa.

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Aunque es claro que los cuentos presentes en El Aprendiz de Mago y otros cuentos

de miedo cumplen con algunos elementos propios del análisis morfológico propuesto por

Propp, también es claro que, al igual que la gran mayoría de autores y narradores de

literatura infantil y maravillosa, Rosero subvierte esta tradición e irrumpe con la

caracterización arquetípica de este tipo de historias, situación que permite inscribir al texto

más allá de una definición específica de relato maravilloso o popular. La irrupción de estos

modelos resulta apenas lógica, pues crear una narración que cumpla con dichas

caracterizaciones implicaría someter el ejercicio creativo a un molde del que siempre saldrá

la misma figura.

Sin embargo, lo que interesa observar en el conjunto de cuentos de El aprendiz de

mago y otros cuentos de miedo es que, aunque no se cumplan cabalmente las funciones

propuestas por Propp, Rosero sí estructura las narraciones a partir de un personaje

fantástico pero que no tiene las características comunes de este tipo de seres y que, por el

contrario, resulta ser más humano que los mismos humanos que le rodean.

Para Propp “las funciones de los personajes representan, pues, las partes

fundamentales del cuento” (31), así como las situaciones iniciales y la forma en que se

articula la secuencia de las acciones. Este afirma que los cuentos suelen comenzar por la

exposición de una situación inicial en la que

se enumeran los miembros de la familia, y al futuro héroe (por ejemplo, un soldado) se le presenta simplemente por la mención de su nombre o la descripción de su estado. Aunque esta situación no sea una función, no por ello deja de representar un elemento morfológico importante. (p.38)

Esta caracterización permite una primera aproximación a la estructura de las

narraciones infantiles.

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De la misma manera, los relatos de El Aprendiz de mago y otros cuentos de

miedo presentan una situación inicial a partir de la caracterización del personaje,

junto con la relación que este establece con el narrador, quien, usualmente, es un

niño. En este sentido, Propp afirma que, así como las funciones del cuento se

desarrollan en razón de los personajes, sucede con las formas en que se manifiestan

las situaciones iniciales. Estas pueden presentarse desde dos ámbitos fundamentales;

la que comprende al buscador y su familia y la que comprende a la víctima del

agresor y su familia. En este sentido, el buscador tiene la finalidad de hallar aquella

carencia que ha sido presentada previamente en el texto (rapto de la princesa, pérdida

del objeto valioso), y su nacimiento suele atribuirse a circunstancias maravillosas

trazando uno de los principales atributos de dichas situaciones iniciales.

Por otro lado, las situaciones iniciales presentan “frecuentemente la imagen

de una felicidad particular, felicidad que a veces se subraya; sucede que en ocasiones

esta imagen sea muy pintoresca y coloreada. Sirve de contraste a la desgracia que va

a suceder” (113). Sin embargo, este contraste no se percibe en los íncipits o

situaciones iniciales de El aprendiz de mago y otros cuentos de miedo, pues allí se

estructura una manera particular de presentar a los personajes que tradicionalmente se

concebirían como agresores o malvados en los arquetipos propuestos por Propp. Ya

que, allí se difumina la línea divisoria entre el bien y el mal, representado a partir de

las características y atributos que atañen a cada uno de ellos.

Respecto a la caracterización de los personajes se afirma que estos están

constituidos en siete esferas de acción fundamentales; la del agresor, el donante, el

auxiliar, la princesa (o su padre que comprende la idea del personaje buscado, el

mandatario, el héroe y, finalmente, el falso héroe. Aunque esto no implica que

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solamente el personaje deba enmarcarse directamente con una esfera de acción

específica o aquella a la que pertenece, sino que este tiene la posibilidad, ya sea de

ocupar varias esferas de acción o que una sola esfera de acción esté distribuida en

varios personajes (Propp 108)

En este sentido, las narraciones presentes en El Aprendiz de mago y otros cuentos de

Miedo se distancian de dicha caracterización, pues las funciones de los personajes no

cumplen, a cabalidad, con las esferas propuestas. Hay un proceso de transformación

consciente, tanto de las situaciones iniciales como de la forma en que se estructuran y

relacionan los personajes en el desarrollo del relato. Aunque no podrían enmarcarse las

funciones de los mismos dentro de una de las esferas de acción previamente mencionadas,

sí es claro que estos textos presentan personajes tradicionales de la literatura infantil;

monstruos, vampiros, magos, entre otros, que subvierten las funciones propuestas por

Propp, ya que no se relacionan directamente con la búsqueda o necesidad de adquirir un

objeto mágico que actuará a su disposición, sino que los objetos se conciben como medios

de representación de un vínculo emotivo entre el personaje y lo que el objeto mismo

significa.

Para el esqueleto que visita la tierra una taza de chocolate es el medio por el cual

establece una relación con el cartero, la razón que le ha permitido vincularse con los

humanos; para el monstruo son más importantes una carta de amor, un ramillete de nardos

y una brújula, que el gran tesoro que reposa en el fondo del lago, es mejor el calor del sol

que el brillo deslumbrante de los lingotes de oro; para Tatiana es más importante la

compañía y el amor que ofrece una mascota antes que la posesión de más de una docena de

bicicletas que reposan en su casa pero que no le han garantizado la felicidad.

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Es decir, el objeto aquí no es apreciado o deseado por su utilidad práctica o porque

le permite al héroe cumplir con una meta, sino por el valor “emocional” que posee, así

como la capacidad que tiene de romper con los lazos afectivos sociales. De ahí que los

atributos que debe tener, según Propp, el objeto mágico como el personaje (héroe) se

transgredan en los cuentos de Rosero, para dar paso a una nueva significación, no solo del

esquema mismo del relato sino de las funciones que este cumple en relación con su público

lector. Por tanto, no consiste en un proceso de re-elaboración de los arquetipos de la

tradición literaria infantil sino en una propuesta narrativa que revelará una nueva estética de

los relatos infantiles en la que el lector logre aproximarse a la realidad sin que esta sea

velada y artificiosa. Es decir, ser libre y romper con las cadenas, como lo ha defendido

Rosero.

Es clara la preocupación de Rosero por pensar teóricamente la literatura

transparente, pues escribir este tipo de relatos es un acto de responsabilidad con el niño-

lector, es asumir que el autor debe tener clara una lógica de producción del texto literario y

comprender que este no puede desligarse del mundo en el que habitan sus futuros lectores.

La literatura infantil no puede seguir enmarcada bajo la presunción de que el niño es

incapaz de comprender su contexto o que debe mostrársele un mundo en el que triunfan las

hadas, los hechizos y los personajes que celebran cada cosa con un banquete de perdices.

Resulta perfectamente posible enaltecer los pasajes intensos que sólo los niños tienen (que todos tuvimos, disfrutamos y padecimos), en la Primera Vez, esos instantes que van desde la muerte hasta la vida, pasando por el amor, cuando se descubre al otro y se crean las caricias de la nada, con el solo instinto y la alegría. No se necesita ser adulto para vivir, la vida empieza desde la vida. Cuando Sandra a los seis años nos mostraba la herida cerca de su ombligo, ¿nosotros a dónde mirábamos? Su sexo desnudo, su revelación; bien, pensarán los pedagogos escandalizados que estoy ahora proponiendo una literatura erótica para niños. No, simplemente hablo –escribo- de literatura transparente, como todo lo que ocurre en vida de los niños. ¿Por qué ignorar el descubrimiento de la piel? Me parece que en la

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obra general de los escritores para niños hay un preconcebimiento funesto, estructurado con base en la mentalidad del adulto y su sociedad y su ideario y su responsabilidad (Rosero 25).

Por otra parte, En Introducción a la literatura infantil (1990), Román López Tamés afirma

que la forma en que se percibe al niño como eje fundamental de estas narraciones se ha

reconfigurado desde los cuentos populares propios de la Edad Media, e incluso los cuentos

de los hermanos Grimm, donde primaba la necesidad fundamental de transmitir, a través de

la palabra, la prevalencia del pasado, la tradición y la identidad de un territorio, a

convertirse en un constructo en el que, actualmente, se le da mayor relevancia al papel del

niño y su función como lector. Esto implica reconocer que la literatura infantil, así como

los mundos imaginarios, personajes y elementos que en ella se presentan, puede responder

a las exigencias de maduración infantil pues, actúan como canal para “encauzar la

afectividad, aprendizaje, aceptación, y rechazo de roles, asunción de valores del grupo

social al que se pertenece” (13).

De ahí que la palabra, hablada o escrita, haya trasmutado con el fin de aproximarse

al universo infantil, al reconocer al niño como consumidor de narraciones, de historias e

ideas del mundo. Y, aunque se asuma que el público al que está dirigido limita, de alguna

manera, el desarrollo y valor de la narración, debe entenderse que no puede ser este un

criterio de diferenciación en relación con la función que ejerce la literatura para adultos,

pues dicho aspecto estaría negando su trascendencia. Ya que,

desde el balbuceo infantil hasta una sinfonía todo pretende la construcción de lo humano. El niño ejercita sus posibilidades en el parloteo inicial y, como el adulto, ensaya en el cuento y en el juego dramático virtualidades físicas y psíquicas. El arte es útil. El arte, la literatura cualquiera que sea su adjetivo, cumple una función antropológica, proporciona conocimiento (López 16).

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En este sentido, El aprendiz de mago y otros cuentos de miedo es un medio de

aproximación a un tema que ha trazado, en buena medida, la producción literaria de

Rosero: el tema de la violencia. Esto no implica que los cuentos aborden explícitamente la

situación del contexto colombiano y el conflicto que durante años ha marcado al territorio

nacional, por el contrario, los relatos se preocupan por mostrar y representar esos matices

de la violencia que se manifiestan en situaciones de la vida cotidiana, en las relaciones con

los compañeros del colegio, en el temor de decir algo frente al impasible rostro de una

maestra y en el miedo que genera saber que la experiencia escolar no solo puede ser una

maravillosa etapa de la vida sino la razón de muchas tristezas futuras. Rosero aborda la raíz

de esta discusión, entiende que no se puede concebir la idea de armonía, de vivir en paz si

no sabemos los motivos y las consecuencias del egoísmo, si no comprendemos que en la

niñez y en la escuela se trazan las marcas imborrables de nuestras futuras acciones.

Esta compleja labor de abordar un tópico que suele limitarse al mundo de los

adultos y no confiarse a la visión “ingenua” de un niño es la ruptura fundamental en la

propuesta estética del autor, quien no busca representar un mundo imaginario fuera de toda

proporción de lo real, sino que establece un diálogo entre estos dos universos que parecían

completamente irreconciliables.

Asimismo, Cervera (2004), tras realizar un recorrido histórico respecto a la manera

como se ha consolidado la literatura infantil en relación con la función asignada al niño-

lector. Afirma que,

En la actualidad, la literatura infantil se afianza cada vez más en su objetivo bien definido: responder a las necesidades del niño. Este es el papel que se le ha descubierto en el conjunto de la literatura. Esta singularidad dentro del ámbito de la literatura determina su importancia, porque dar respuesta a necesidades íntimas que se le plantean al niño, pero que éste es incapaz de formular, pese a la urgencia de encontrarles solución integrada, supone actuar sobre su inconsciente. Las actuaciones de la literatura infantil sobre el

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niño no son evaluables, y sus resultados, difíciles de precisar en cuanto al momento de su aparición, en cuanto a su sentido. Los objetivos del estudio de la literatura infantil no pueden limitarse, por tanto, a los ámbitos lingüístico y literario. Los aspectos vitales y psicosociales adquieren extraordinario relieve. La autonomía de la literatura infantil debe ser reconocida necesariamente.

Por ello, entendemos la violencia como un tema que se configura en el texto a través de los

personajes, sus atributos, la forma en que se relacionan desde las situaciones iniciales y sus

intervenciones (diálogos) en el desarrollo de la secuencia narrativa, así como la presunción

de que los niños deben orientarse por el rutinario cumplimiento de unas normas y leyes

establecidos por el adulto. Son violentas las situaciones que se desarrollan en cada uno de

los cuentos y es violento creer que a un niño se le puede velar la realidad, sobre todo

cuando en su corta vida ha experimentado ya, la envidia del compañero que no quiere

prestarle su juguete, el señalamiento de la maestra por hablar más de la cuenta o

permanecer en silencio, la imposición de los padres porque no cumple con algunas tareas

que quizá a ellos les produce igual o mayor tedio y, en fin, la vida misma.

Reconocer estos elementos implica comprender los aspectos vitales que atañen a la

producción literaria infantil de Evelio Rosero. Pues, resulta complejo caracterizar cada uno

de los elementos que componen las narraciones infantiles en general, así como considerar

que estas atienden a unos elementos constitutivos particulares que determinan su

homogenización. De este modo, no se pretende restringir las narraciones estudiadas a una

definición concreta o determinar la clasificación de las mismas bajo un modelo específico,

sino posibilitar la construcción de una definición de literatura infantil a partir del análisis

mismo de los textos.

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1.2. Sobre la tradición infantil colombiana

En el proceso de indagación sobre la tradición literaria infantil colombiana, resulta

complejo hallar una caracterización de la misma. Así como una propuesta que defienda la

existencia de dicho género en un país en el que, al parecer, la escritura de este tipo de

narraciones ha estado enfocada por la necesidad de responder a un público a través del cual

se pueden obtener grandes beneficios económicos. Esto se debe a que la transmisión de

dichos textos suele mediarse por espacios educativos o estar orientados a cumplir con

objetivos de aprendizaje concretos, a través de libros de texto o plan lector en ciertas

instituciones educativas. De allí que no suela asumirse el rol fundamental del niño como un

lector significativo, sino que se entienda a la literatura infantil desde una función netamente

pedagógica.

La pregunta por esta tradición ha sido formulada por diversos estudiosos y críticos

de la literatura colombiana que consideran que a este tipo de narraciones se les ha restado

valor, ya sea por la finalidad práctica otorgada, o porque las temáticas abordadas suelen ser

un préstamo directo de la tradición oral, así como las imágenes propias de mitos y leyendas

colombianas. A continuación, se presentarán algunas de estas formulaciones y se revisará

cuál es el papel de las narraciones de Evelio Rosero en la construcción de una tradición

literaria infantil colombiana.

Para la escritora y profesora Beatriz Helena Robledo, no es problemático concebir el

origen de la literatura infantil colombiana desde una tradición que ha estado determinada

por la creación de mitos, leyendas, retahílas, coplas, trabalenguas y otras manifestaciones

propias de la tradición popular del país. Sin embargo, para ella resulta preciso analizar la

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forma en que se ha desarrollado la literatura infantil y cómo se abordan temas propios del

contexto colombiano, teniendo en cuenta la función que este tipo de narraciones cumplen

con su “pequeño” público lector. En el recorrido realizado por la autora en su obra

Antología: los mejores relatos infantiles (1997) se presentan diversas narraciones

consideradas como hitos de la cuentística infantil en Colombia, la clasificación aborda

textos escritos desde el siglo XIX hasta la actualidad y busca trazar un marco de referencia

que permita estudiar la literatura infantil producida en este contexto, así como establecer la

forma en que su intenciones y temática han ido transformándose a través de la historia y

concediendo al “pequeño” lector un papel cada vez más relevante.

En dicha Antología reposan desde narraciones en verso de Rafael Pombo (1933),

hasta la prosa de Ivar Da Coll (1962), quien conjuga, en su trabajo, la ilustración y

narración como pilares de su creación literaria infantil. Entre los escritos seleccionados por

Robledo se encuentran: “El portón de casa” de Ricardo Silva (1836-1887), un relato

costumbrista escrito para su hijo José Asunción Silva; “Simón el mago” de Tomás

Carrasquilla (1858-1940) quien, a pesar de no escribir para niños, sí los incluye como

personajes inmersos en la cotidianidad del texto; “Un drama en un corral” de Víctor

Eduardo Caro (1877-1944), fundador de la revista literaria para niños Chanchito, pero

quien fuese reconocido, principalmente, por su producción poética; “Los grandes muebles

de sala” y “Las almohadas” de Celso Román (1947) quien ha dedicado gran parte de su

trabajo a escribir para niños y por esta razón fue ganador del permio latinoamericano de

Literatura Infantil y Juvenil Norma-Fundalectura en 1998 por su obra “El imperio de las

cinco lunas”, entre otras distinciones que han tenido que ver con su producción literaria

para infantil y, por supuesto, “El esqueleto de visita” de Evelio Rosero, perteneciente al

libro aquí analizado. Estos son solo algunos de los nombres que reposan en esta colección y

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que, independiente de ser relatos creados para ser leídos por niños, han marcado el canon

de la tradición literaria infantil.

La intencionalidad de estas obras, según Robledo, cambió profundamente durante la

segunda mitad del siglo XX pues,

Es precisamente en estos años que podemos ubicar los momentos inaugurales de nuestra literatura infantil. Se escriben obras que dan inicio a diferentes corrientes literarias: por primera vez se recrea la tradición oral para ser devuelta a los niños, se escriben por primera vez obras de teatro sin doctrina ni preceptos religiosos. Algunos autores retoman la historia para recrearla literariamente. Por primera vez se escribe para los niños desde un ámbito cultural, sin que sus autores se preocupen expresamente por asegurarse de la transmisión pedagógica de lo que escriben (2).

En este sentido, la autora defiende la idea de que es necesario construir una historia de la

literatura infantil a partir de narraciones significativas que permitan entrever la forma en

que esta se configura en relación con el contexto y momento histórico en que emerge. Por

ello, afirma que, si bien el origen de la literatura infantil se ha trazado, principalmente, por

la tradición oral y por aquellas narraciones que germinaban en el seno de grupos culturales

o familiares, la escritura ha sido también una fuente de transmisión, aunque limitada, de

textos que cumplían intenciones didácticas, religiosas o pedagógicas, razón por la cual, los

textos no necesariamente estaban escritos para un público infantil y, sin embargo, eran ellos

sus principales receptores.

Lo seres y personajes fantásticos propios de la tradición oral van transformándose,

paulatinamente, de ser productos propios de la naturaleza, creaciones del universo mismo a

convertirse en la representación de la dualidad del universo, traducido en el bien y el mal,

luz y oscuridad, Dios y el diablo. Asimismo, y como producto de los procesos de

colonización, la literatura sufre cambios que enfocan su funcionalidad a una labor

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netamente dogmática, las instituciones educativas se apoderan de estos productos

culturales, limitando su contenido e intencionalidad.

A mediados del siglo XIX la producción infantil es una rama o vertiente de la

literatura costumbrista, aquí aún no se reconoce a este tipo de público, pero la viveza de sus

descripciones y las imágenes allí presentadas permitieron considerar algunas de las

narraciones de este movimiento como relatos infantiles. En este sentido, los textos cuya

finalidad consistía en generar en el lector respeto y afecto por las costumbres y el territorio,

fueron considerados como modelos de enseñanza e incluidos en textos escolares, gracias a

su intencionalidad didáctica. Pero, independiente de que el trabajo con estos textos

estuviera enfocado en la transmisión de valores a los niños, seguía siendo una literatura que

no pensaba en ellos en el momento de su creación.

Unas décadas después de la culminación del costumbrismo, Rafael Pombo (1833-

1912) incluiría en sus escritos la visión, perspectiva y, sobre todo, la posibilidad de

considerar, en el marco de la tradición literaria, al lector infantil como un individuo que

requiere aproximarse al texto desde una finalidad distinta a la de responder a intenciones

pedagógicas. Sus principales producciones infantiles; Cuentos pintados para niños (1867),

a la que pertenecen los poemas más recordados del autor como; “El renacuajo

paseador”, “El gato bandido”, “La pobre viejecita” y “Simón el Bobito”, y Cuentos morales

para niños formales (1869) donde se encuentran “Mirringa y Mirronga” y “Fuño y

Furaño”, se convirtieron en la base y representación fundamental de la literatura infantil

colombiana, estructurada, principalmente, en verso, elemento que permitía su

memorización.

Paulatinamente, y tras estas pocas, pero importantes influencias, la literatura infantil

va construyéndose, de manera dispersa, en otros marcos de transmisión donde se identifica

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a un lector potencial y se abordan temas próximos a su contexto y a sus necesidades. Así

pues, en estas narraciones se conjugan diferentes elementos que responden a la

construcción de nuevos modelos de comprensión de nuestra situación histórica y del

compromiso del escritor frente a su contexto. Pues,

La evidente actualización del cuento se debe quizá a la percepción sintética que logra de la realidad, la cual captura casi siempre la atención del lector, o quizá a que el relato que necesariamente lo conforma estimula la relación existente entre la razón y la imaginación. Por ese carácter de síntesis y de relación con lo racional y lo imaginario, el cuento mantiene vínculos secretos con la poesía; una particular hermandad los hace sugestivos y permanentemente próximos a la meditación reflexiva y a las sensaciones emotivas. Podemos decir que el cuento constituye un fragmento de la totalidad, algo que está aludido y no puede ser expresado como una conclusión (Giraldo 20).

Bajo este supuesto, pueden considerarse las narraciones infantiles de Rosero como una

propuesta estética, cuya finalidad es la de representar la realidad del universo infantil, aquel

en el que se experimentan el desarraigo, la soledad y la incomprensión, elementos que

resultan siendo la raíz de las problemáticas abordadas en la literatura para adultos. Por ello,

sus cuentos están enfocados en visibilizar los orígenes de las acciones que atañen al

conflicto colombiano: la situación de los desaparecidos por la violencia, la fluctuación de

los valores y la transición de los mismos dentro de las particularidades del mundo rural y

urbano. Este “entender lo que pasó” es la base de una propuesta que comprende la

trascendencia de un niño en la construcción de un futuro menos hostil e inhumano.

El proceso evolutivo de la literatura infantil ha trazado un nuevo horizonte

dentro del ejercicio creativo, pues es

cada vez más evidente que el cuento no se agota en episodios o anécdotas, o en el alargamiento del relato, sino que, partiendo de un lenguaje denso y analógico, imaginario y simbólico, realista y metaficticio, supera lo anecdótico y pretende escudriñar, transformar o reinventar la realidad. (Giraldo 11)

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Estas nuevas formas de narrar (cuento) y la manera en que lo narrado (relato) se aproxima a

las problemáticas del contexto no es, necesariamente, un mecanismo exclusivo del autor

analizado sino, se ha constituido como la herramienta propia de la literatura colombiana

durante las últimas décadas. Por ello, los textos infantiles no pueden estar exentos de dichas

configuraciones, pues los niños, aunque comúnmente sean considerados un público

fluctuante y poco crítico, constituyen una parte importante de la sociedad, tan relevante que

en esta etapa de la vida es donde se construyen las bases de nuestra futura relación con el

mundo. Pues, “la tradición literaria infantil en nuestro país es tan joven como lo puede ser

el reconocimiento del niño como un ser con un universo cultural, afectivo e imaginario

propio, independiente del mundo de los adultos” (Robledo XIII). Este reconocimiento

radica en el hecho de que se separe a la literatura infantil de una intención netamente

pedagógica y se vuelque en generar placer estético.

Así, la literatura infantil comenzó, durante las primeras décadas del siglo XX, a

abrirse caminos importantes en el marco de la tradición literaria colombiana, a reconocer la

necesidad de vincular la visión de los niños y jóvenes a través una propuesta estética que no

los aleje por completo de su propia realidad. De ahí, que el texto El aprendiz de mago y

otros cuentos de miedo no solo esté creado para un público infantil, sino que representa, a

través del narrador que es generalmente un niño, la forma en que este se relaciona y

concibe el mundo. Este aspecto otorga a dichos cuentos un cariz de realismo, ya que es el

niño quien nos entrega su percepción del mundo de los adultos y permite que nos

involucremos con su realidad interior. El conjunto de cuentos que conforman este libro,

demuestran de Evelio Rosero “no sólo su oficio como escritor, sino que exploran un tema

poco abordado en nuestra literatura para niños: el misterio y el terror. Son historias escritas

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con humor negro, con ironía, las que, aun cuando han sido concebidas para los niños, no

hacen concesiones ni en los temas ni en el estilo” (Robledo XXXIII).

1.3. Evelio Rosero: solo la literatura transparente comprende la grandeza de ser un niño.

Si bien el tema de la violencia ha sido la materia prima de gran parte de la narrativa

colombiana, ya sea desde la novela de la violencia o novela en la violencia, caracterizada

por Cristo Rafael Figueroa, y el análisis de esta categoría ha permeado, considerablemente,

el estudio de las obras de Evelio Rosero, pocas veces la crítica se ha preocupado por

analizar aquellos textos que marcaron sus primeros pasos en la creación literaria y su

reconocimiento dentro del canon literario colombiano.

La producción del autor ha traído a la luz, explícitamente, la problemática del

conflicto colombiano, el desplazamiento forzado, las masacres y todas aquellas atrocidades

que han marcado o desgarrado la historia del país. Sin embargo, Rosero trabaja y aborda la

temática de la violencia desde múltiples perspectivas que no responden, precisamente, a un

público lector específico: el adulto.

Descubrir cuáles son esos matices de la violencia que se configuran dentro de su

producción anterior a obras como; En el Lejero (2003), Los ejércitos (2006) o La carroza

de Bolívar (2012) implica retomar aquellas narraciones en las que prima la mirada del niño,

la construcción de una imagen de la infancia que nos resulta compleja de digerir y la forma

en que se construye el mundo dentro de esta etapa. La necesidad de volver al pasado

conforma el corpus de dichas obras, refleja una perspectiva distinta de la realidad y

determina una estética de la violencia que profundiza en otras problemáticas que no

necesariamente están en relación directa con el conflicto. Pues, hay otra suerte de violencia

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que pocas veces se analiza y que resulta ser la matriz de las acciones que se ejercen

posteriormente.

Rosero reconoce, en su ensayo La creación literaria (1993), que dentro del marco

de la literatura “los temas siempre han sido los mismos, y hay regiones culturales que son

cantera de idénticas posibilidades de ficción. Pero sólo García Márquez pudo escribir Cien

años de soledad, y sólo Cervantes el Quijote, a pesar de Borges y su Pierre Ménard” (113).

Esta afirmación, en boca del autor, nos ilustra aún más el panorama bajo el cual son

analizadas la mayoría de sus novelas. Si bien es importante reconocer estos marcos

conceptuales también es indispensable identificar de qué manera se consolida en Rosero esa

narrativa infantil que irrumpe por completo en el imaginario de este tipo de literatura y

redescubre la realidad a partir de la mirada, ya no tan inocente, de un niño.

Sus palabras nos permiten determinar que el autor consolida una estética narrativa

sobre la violencia, que no debe ser juzgada, únicamente, a partir de la relación entre su obra

y la de aquellos autores que han marcado un hito dentro del campo literario colombiano.

Pues, cada autor es una obra, un universo de significación que puede ser estudiado de

manera independiente. Este sentido de individualidad ha sido defendido por Rosero en

múltiples ocasiones y es, precisamente, el fundamento de su análisis sobre la creación

literaria. Pues, aunque la obra se enmarque dentro de un contexto determinado y se

involucre en esas “canteras de ficción”, el escritor tiene la posibilidad de imprimir

variaciones que están definidas por la obra misma y el género al que pertenece. Pero, es

sobretodo el Tono, marca propia de la individualidad y de su propuesta creativa, la

característica que organiza las variaciones mencionadas previamente y estructuran el

lenguaje de la obra.

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Evelio Rosero ha desplazado su escritura por los diversos géneros literarios. La

novela, la poesía, el teatro y el cuento son sus principales fuentes de construcción narrativa

y evidencian la “flexibilidad” de la propuesta estética del autor. En 1993 reconoció que la

generalidad de su obra tenía que ver, en primer lugar, con la infancia y, posteriormente, con

la adolescencia. Incluso los esbozos que hasta el momento había realizado de crear novela

histórica fueron atravesados por esa necesidad de volver a la infancia y re-descubrir, a

través de ella, una perspectiva del mundo que paulatinamente será desdibujada por la

imperiosa adultez.

Por ello, la presencia de los niños es un eje importante en su novelística, si

pensamos específicamente en la trilogía Primera Vez. De esta manera, sus cuentos para

niños se encargan de mostrar una especie de irrupción con la consideración tradicional de

que la infancia es una etapa diáfana en la vida del ser humano, para ser constituida como un

periodo en el que también se comprende lo cruel, doloroso y desgarrador de las relaciones

humanas. Rosero confirma, precisamente, la relación entre Primera Vez y sus narraciones

infantiles, cuyo vínculo obedece a la existencia de un personaje infantil que narra sus

experiencias y la forma como ve y comprende el mundo de los adultos, así como su papel

en un universo en el que pareciera no tener lugar. Estas narraciones evidencian una suerte

de violencia que no discurre en presentar, explícitamente, aquellos eventos que han

desangrado durante años al territorio colombiano, y que no solo los medios de

comunicación sino la literatura misma ha convertido en un lugar común.

Rosero afirma que detrás de cada tragedia hay carcajadas y esta afirmación no

debemos dejarla en saco roto. Pues, dentro de su propuesta es imprescindible la

representación dialógica entre lo trágico y el humor, entre la “persistente desolación de sus

personajes” y lo caricaturesco de los mismos y, por tanto, la maravillosa infancia y la triste

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constatación de que incluso en este periodo de la existencia la vida sigue siendo compleja,

mordaz y desgarradora. Asumir que El aprendiz de mago y otros cuentos de miedo es una

obra orientada a un público diferente al que leería sin estupor Los ejércitos, no implica que

el texto no sea sensato, tanto como la capacidad que tiene un niño de imaginar y concebir

como real ese mundo que al adulto le resulta incomprensible.

Sin embargo, este tipo de narrativa ha pasado sin mucho reparo dentro del análisis

crítico de su obra. Aunque su producción de cuentos infantiles es innumerable y aborda

temas de diversa índole que vislumbran una panorámica de la infancia que transita en la

frontera entre lo real y lo imaginario.

La consolidación de su propuesta estética se encuentra determinada por aquello que

el mismo Rosero enuncia en La creación literaria (1993). Pues, son los cuentos, un esbozo

de una obra inacabada, los que lo lanzan al universo vertiginoso de la escritura y que

resultan convirtiendo su actividad literaria en “la desesperación de acabar y poner punto

final a los fantasmas invocados” (120). Esta correspondencia representa un corpus narrativo

en el que se vislumbran multiplicidad de figuraciones sobre la violencia, aquella que se

queda establecida en nuestra memoria y que dispone, de alguna manera, lo que seremos.

Así, se construye un universo simbólico que exige un lector infantil, aquel que tenga la

capacidad de darle carta abierta a su imaginación y no detenerse en el análisis “tradicional”

de una violencia en la que intervienen todos los Ejércitos sino en la configuración aún más

amplia de la realidad colombiana, y por qué no de la realidad humana.

William Ospina afirmaba, en un artículo titulado “La educación” publicado en 2009,

que “hay maderos que contienen canoas y maderos que contienen guitarras” (párr.3),

refiriéndose a la vocación de los niños, que debe ser tenida en cuenta dentro del sistema

escolar. Por ello, estableció una comparación entre el maestro que, como el buen escultor,

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debe identificar qué potro se encuentra encerrado en el bloque de mármol. Esta exploración

respecto a las posibilidades transformativas de la niñez es uno de los caminos que enmarca

la obra infantil de Evelio Rosero, sus cuentos son sensatos y comprenden la capacidad del

niño para observar su realidad, configurarla y aprehender de ella. Pues, el autor no olvida

que este “pequeño” grupo de lectores es dueño de una imaginación fecunda, fuera de la

subordinación que puede ejercer el entorno del adulto, aunque, no por ello su realidad es

menos dolorosa y desgarradora.

Asimismo, Rosero (1998) consolidó la idea de Literatura transparente como ese

tipo de narraciones que se encuentran orientadas a un lector- niño. Es decir, las obras que,

para el autor, representan “puridad, el arte literario, sin demandas de tipo filosófico, o

estilístico, o planteamientos ideológicos” (24). A este respecto, afirma que el acto de

escribir para niños le ha generado diversos señalamientos por parte de múltiples pedagogos

y escritores de este tipo de literatura, ya que consideran que sus escritos son demasiado

violentos y, desde ningún punto, podrían asumirse como textos para dicho tipo de público.

Sin embargo, Rosero justifica la existencia de estas narraciones y el tratamiento que

en ellas se hace sobre la violencia, en la medida en que su obra “se propone un

cuestionamiento de la misma violencia que ofrece, un rechazo a la misma violencia-

mediante su propia interna descripción-, un no estar de acuerdo con la violencia que

acontece, la violencia absurda, animal” (25). Cosa que difiere por completo del tratamiento

que se hace de esta manifestación a través de los medios de comunicación, pues en ellos no

se reflexiona sobre el acontecimiento sino se exaltan y enaltecen las acciones perpetuadas

por quienes efectúan y ejercen la violencia.

Por otro lado, critica con vehemencia aquella literatura “infantil” ampliamente

distribuida en espacios pedagógicos e incluso en el seno familiar, pues la considera “una

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suerte de Disneycitos, una patética mentira de la que el primero en caer en cuenta es el

niño, y el último el sensibilísimo escritor que escribe para el niño sus historias de Peter Pan

latinoamericano, o su revuelto de indigenismo y ciencia ficción” (25). Esta idea implica que

el autor debe desligar de la construcción literaria infantil, aquellos rezagos que le ha dejado

la adultez o el ejercicio “hiperimaginativo” en el que se disfraza y vela una realidad, a

través de la supremacía de seres imaginarios completamente distanciados de la condición

misma de ser un niño y de las dinámicas que en la escuela se establecen.

Por ello, Rosero se reafirma como un autor que discrepa por completo de la

configuración tradicional de este tipo de seres a quienes se les otorgan características y

atributos superiores, pues no son más que cadenas y barreras impuestas por otras formas de

construcción literaria. De ahí, que considere que “acceder al territorio sin límites de esta

forma de creación es un pleno acto lúdico” donde el autor escribe aquello que quiso leer

cuando niño. Razón por la cual su obra habla “de princesas calvas y reyes histéricos y

príncipes y magos borrachos. Y de pedradas en el parque, con la muerte a quien le toque”

(25).

La defensa que hace el autor de su obra infantil es precisamente la razón que nos

conduce al análisis de uno de sus textos. A la idea de que el proceso de aproximación del

niño a la realidad es la forma más diáfana de entenderla y no una subyugación de los

modelos ejercidos por el adulto con el que se relaciona o al que obedece.

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Capítulo 2: Dime cómo me llamo y te diré cómo me lees: sobre El aprendiz de Mago y otros cuentos de miedo

Cuando a uno lo van a guillotinar suceden dos cosas: uno mira las cosas como si nunca las hubiese

visto, es decir por primera vez. Por ejemplo, por primera vez miré el cielo. Y, la segunda cosa, que uno mira las cosas como si las mirara por última vez. Por ejemplo, por última vez miré el cielo.

Pobre Vampiro, Evelio Rosero

En El aprendiz de mago y otros cuentos de miedo (1992) es clara la necesidad de

crear en el lector expectativa respecto a la temática que se trabajará en cada uno de los

relatos. Que se mencione de antemano el hecho de que en uno de los textos habrá un Mago

y que esta narración, junto con las que le acompañan, posee como matiz fundamental; el

Miedo nos invita a pensar en relatos donde quedaremos absortos por el temor que infunden

sus personajes y la capacidad que tendrán los escenarios presentados de generar una

atmósfera turbia y aterradora. Sin embargo, cuando accedemos a cada uno de los universos

representados, comprendemos que no hay nada más irónico que el título mismo, ni El

aprendiz de mago es una representación veraz de tal actividad, ni los otros cuentos son de

miedo, o al menos no es esa la sensación que infunden en el lector. Hay miedo, sí, pero

encarnado en el temor que sienten los personajes de cada uno de sus cuentos por ser

olvidados, ignorados e incluso, irónicamente, temidos.

El temor como una categoría que representa, primordialmente, el efecto producido

por un texto fantástico fue criticada por Todorov (1981) al considerar que no puede

atribuirse dicho efecto como una condición necesaria del género, así como la constante

necesidad de mostrar y ejercer en sus personajes la misma sensación. Por ello, aunque el

miedo puede presentarse en los cuentos fantásticos, no es una condición para que el texto

posea dicha caracterización. Por su parte, en El aprendiz de mago y otros cuentos de

miedo, Rosero no construye espantosos y aterradores personajes, pues lo aterrador y

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espantoso es la realidad misma; la finitud de la existencia y la desgarradora experiencia de

querer crear lazos afectivos con aquellos a quienes les somos completamente indiferentes.

El miedo aquí “parece brotar de la condición más humana del humano ser: su condición

frágil” (Bravo 2005). En este sentido, el miedo que aparece explícito en el título responde,

no a la temática de los relatos presentes en la obra, sino a la conciencia que el lector

adquiere de su condición de ser finito, a través del desamparo y soledad que experimentan

los personajes. Esta construcción ambigua del título resulta ser un elemento fundamental

para identificar y comprender la significación funcional de la propuesta narrativa del autor.

El texto está compuesto por ocho relatos presentados en el siguiente orden: “El

esqueleto de visita”, “El monstruo mentiroso”, “Una bicicleta encantada”, “Lucía o las

palomas desaparecidas”, “El diablo al cuello”, “El contador de recuerdos”, “Pobre

vampiro” y “El Aprendiz de Mago”. Las historias están narradas desde dos miradas: la

primera persona del singular y la primera del plural, que se encuentran intercaladas, y

estructuran el corpus de la obra. Tan solo el último cuento, que es precisamente el que la da

el título al libro, presenta una narración que se desplaza entre el narrador testigo y el

narrador protagonista. Dichas características, trazan la ruptura entre ese narrador tradicional

de la literatura infantil, que parece habitar “muchos años después de los acontecimientos” y

el que se encuentra próximo a ellos, los vive, los sufre y busca transformarlos o, en este

caso, transformarse. Por ello, el autor representa, a través de personajes ficcionales, algunos

problemas que atañen a la dimensión axiológica del ser humano.

2.1 Hubo una vez: transposiciones de las situaciones iniciales Al considerar la situación inicial de un cuento para niños identificamos que allí

suele construirse un lugar y tiempo del que no se realizan descripciones concretas, pero sí la

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descripción prosopográfica y etopéyica del personaje, características que definen su

carácter y serán relevantes en el desarrollo de las acciones. Ya que “todos los cuentos

tienen la misma construcción. Cumplen con un principio y un final estereotipados. Los

protagonistas tienen cualidades simples, bien notorias. La acción se repite tres veces. Las

acciones se encadenan siempre de la misma manera y se narran con los mismos términos”

(López 35). Hecho que se traduce en la experiencia de los personajes que se han alejado de

su lugar de origen y vuelven a él después de vivir situaciones difíciles durante su encuentro

con el mundo exterior, pero con la satisfacción de la experiencia adquirida. Sin embargo,

Rosero desacraliza este esquema y reconfigura la imagen del personaje que se construye a

través de la relación con las situaciones presentes en el texto y que, por tanto, no está

definido por su carácter. Pues, el monstruo no siente menos por el hecho de ser monstruo,

así como tampoco cumple la función típica de asustar por su condición.

Por otro lado, los personajes de los cuentos infantiles suelen ser; la representación

de un sistema de valores a través de la figura del héroe, o de antivalores encarnados por la

figura del villano. Situación que se quebranta en El aprendiz de mago y otros cuentos de

miedo, allí se rompe la línea divisoria entre el bien y el mal, al representar dicha dualidad

como característica propia de cada uno de los personajes. Ubicando al lector en un contexto

donde no prevalece el arquetipo del personaje modélico sino la personificación del

resultado de las más deplorables actitudes humanas.

Las figuras que solían trazar las actitudes y comportamientos de sus aprendices son

sustituidas por seres defectuosos que disfrutan de los placeres terrenales, la vida de las

princesas no es tan placentera y admirable, como sucede en su cuento “La princesa calva”

(1992), y los monstruos ya no tienen la capacidad de atemorizar a los humanos, por el

contrario, huyen horrorizados de su inexplicable comportamiento. Por ello, nuestra mirada

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y el ejercicio de aproximación a las primeras líneas de los cuentos es perturbada, nuestro

posible maniqueísmo es trastocado por situaciones inverosímiles que no corresponden,

precisamente, a un universo fantástico, ilusorio y perfecto sino a un conglomerado de

características psicológicas que nos aproximan a la realidad antes que abstraernos de ella.

Si pensamos en la posibilidad de encontrar, sentada en un parque, una espantosa

figura esquelética, la reacción más común sería huir invadidos por el temor, difícilmente,

consideraríamos entablar una conversación con ese ser que se nos ha mostrado siempre

como la representación misma de la muerte. Sin embargo, la discusión no radica en lo

inexplicable de este hecho, pues es claro que cuando el lector penetra el universo del libro

establece con él un pacto ficcional en el que sabe que cualquier cosa puede suceder. Lo

curioso son las razones que han llevado a este personaje a recorrer el mundo, su reacción

frente a los humanos y la sensibilidad que nadie ha sabido valorar por el simple hecho de

ser un costal de huesos.

Esto se debe a que el objeto (personaje) sobre el que se enuncia en cada uno de los

cuentos está “condicionado ya, contestado, evaluado, envuelto en una bruma que lo

enmascara; o, por el contrario, inmerso en la luz de las palabras ajenas que se han dicho

acerca de él. El objeto está rodeado e impregnado de ideas generales, de puntos de vista, de

valoraciones y acentos ajenos” (Bajtín 94). Aun así, Rosero trastoca esta perspectiva, pues

no son los humanos quienes buscan escapar del encuentro, es el ser sobrenatural quien se

esconde de la perversidad de los hombres.

Temas como la humillación, la soledad, el encierro, el castigo, la avaricia, la tristeza

y el desamor son solo algunos de los matices de emociones que pueden encontrarse en El

aprendiz de mago y otros cuentos de miedo que, fácilmente, cambiarán en el lector la idea

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de considerar envidiable la vida lujosa de una princesa, como la inmortalidad de un

vampiro.

De esta manera, la palabra, los enunciados y la forma en que los textos son

presentados van “tallando sus propios contornos semánticos y estilísticos” (Bajtín 94)

siendo la obra el medio que se hace finalidad, al establecer un proceso dialógico en el que

se quebranta la idea de que los personajes, de este tipo de narraciones, deben estar

completamente alejados de la realidad del individuo, pues el autor se encarga de

presentarlos tristes, absortos, en definitiva, humanos.

2.2 Aproximación a las narraciones

2.2.1 El esqueleto de visita

En “El esqueleto de visita”, como en los otros cuentos, nos encontramos de

inmediato con la presencia de un personaje ficcional presentado desde la situación inicial.

Aunque en dicha situación no hay tiempo, no hay fecha, no hay hora, solo “un día”. Si bien

aquí la imagen del personaje, un esqueleto sentado en un parque, da cuenta de esta creación

ficcional, resulta inverosímil que su presencia no genere temor en el narrador (el cartero),

sino que su extrañeza radique en el hecho de encontrarlo sentado en dicho lugar. Este

segundo personaje que observa al esqueleto y advierte que está pensativo, tranquilo y

sonriente, independiente de que sea imposible identificar dichas emociones en una figura

que no posee la posibilidad de expresarlas gestualmente, no se sorprende por la imagen que

se le presenta, al contrario, interactúa con él como si se tratase de un amigo o un ser

humano cualquiera.

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Que el cartero describa características que desde su realidad objetiva resultarían

imperceptibles, teniendo en cuenta la taxonomía del sujeto observado, es una forma de

consolidar la jerarquía de aquellos elementos que resultan imprescindibles para el autor.

No es relevante mostrar lo ilógico del hecho de que un día, en una ciudad cualquiera,

aparezca un personaje de tales características, lo importante es mostrar que: al cúmulo de

huesos, a pesar de carecer de rostro, se le ve sonriente; aunque no repose en su cabeza

ningún cerebro, está pensativo; y, aunque no tenga piel alguna, se lamente del frío. Dichas

particularidades permiten pensar en la comprensión de este tipo de narraciones desde el

aspecto objetual semántico y expresivo, donde se reconocen, en el constructo mismo de la

palabra, los marcos intencionales que configuran la narración y determinan la relación

dialógica entre el texto y el lector.

Por otro lado, el personaje-narrador (el cartero) es representado en disonancia con la

posible imagen que el lector puede formarse de él, pues, la forma en que se expresa,

describe a su nuevo amigo y al entorno, resulta inusual. Su lenguaje es sofisticado, sereno y

armónico, una característica que parece no encajar con su profesión, mientras el esqueleto

quien,

Era en realidad un hombre de mundo, o, mejor, un esqueleto de mundo. Había participado en todas las guerras, discutió con Platón, cenó en compañía de Shakespeare, danzó con la reina Cleopatra, se emborrachó con Alejandro Magno, incluso viajó a la luna, de incógnito, en 1968, y además presenció el diluvio (…) (Rosero, El aprendiz 14).

No presenta, en el corpus del texto, mayores intervenciones dialógicas, y las que allí se

encuentran son introducidas a través de la voz del cartero en el estilo directo. Independiente

de estas visibles diferencias, el relato parece mostrarnos un aspecto unificador entre los

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personajes, hay algo que los vincula más allá de sus características físicas, de sus

condiciones y del conocimiento que cada uno ha tenido del mundo.

Los dos padecen el profundo estremecimiento de sentirse solos y la nostalgia de

saber que, independiente de sus experiencias, son intrascendentes para el mundo. Es en este

punto de inflexión donde se derriba el supuesto de que seres temibles, como el esqueleto,

están completamente alejados de las eventualidades propias de la existencia humana. Por el

contrario, el lector puede reconocerse, quizá con mayor empatía, en este personaje más que

en aquellos con quienes comparte la misma condición.

Aunque en los cuentos la construcción de los personajes suele estar distribuida en

dos órdenes inquebrantables, como la representación radical del bien y el mal; pues el

personaje carece de ambigüedad, la caracterización de la belleza y la fealdad y una

organización jerárquica determinada por su condición social, es claro que en las narraciones

infantiles el mundo de los muertos y los vivos se conjuga a partir de leyes caprichosas y no

desde principios físicos ordinarios (López 36). Esto implica que el cuento no es

radicalmente un medio de representación a estas contradicciones sino un organismo vivo de

profunda significación donde también se pretende la construcción de lo humano. Pues, por

un lado, está el esqueleto que durante mil años no ha logrado que alguien le ofrezca una

sola taza de chocolate, siendo la indiferencia de los humanos la razón de su desventura y

por otro, está el cartero que nunca ha tenido la alegría de recibir una carta o una llamada y

cuyo único amigo es su esposa.

Este principio unificador de los personajes es el eje sobre el que transita la

narración. Invita al lector a comprender que es esta la razón que los hace iguales y el

motivo por el cual el cartero decidió sentarse junto a él. Pues, “parece que lo humano se

analiza mejor en los seres rotos que ponen de manifiesto en su quiebra nuestra estructura

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mental como las fallas denuncian mejor la naturaleza de un suelo” (López 53). Así, Rosero

va configurando, en su propuesta narrativa, un modelo estilístico particular que tendrá

relevancia en el marco de las manifestaciones de la violencia como categoría fundamental

de este proceso.

La coexistencia de estos dos elementos, reflejados a partir de la perspectiva del

personaje-narrador y su relación con el contexto, y los demás personajes, permiten entrever

la funcionalidad del lenguaje utilizado y determinar la relación entre el texto y el contexto

real del lector. Este hecho se manifiesta a partir del libre juego de la estratificación del

lenguaje que busca establecer relaciones dialogísticas orientadas hacia la significación

colectiva y social (Bajtín 110). Es decir, el texto no pretende abarcar objetivamente una

problemática social como el tema de la violencia, los desaparecidos y la indiferencia de los

colombianos hacia el dolor que los otros padecen sino considerar los efectos de dichas

manifestaciones violentas en la conciencia humana. Por esta razón, es imprescindible la voz

del narrador homodiegético, pues es él quien construye, desde su perspectiva, la relación

con el mundo simbólico y real, tanto propia como de los otros personajes. De esta manera,

el tiempo, el espacio y los personajes son demarcados por el tránsito de la conciencia del

narrador, quien erige el mundo desde el interior y lo proyecta al lector a partir del diálogo

entre su conciencia y las circunstancias que se le presentan.

Asimismo, en El esqueleto de visita se observan algunas marcas estilísticas en las

que emerge la voz del autor a través de algunas apreciaciones sobre los personajes

fantásticos, aunque esto no implica que desaparezca la voz del narrador. Dichas formas de

organización plurilingüe permiten identificar la ironía y el humor como rasgos

característicos de la producción literaria infantil de Rosero, pues, bajo el velo de la voz del

narrador se entrevén sus insinuaciones.

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A través del lenguaje ajeno disperso, recurso propio de las formas de organización

plurilingüe de la novela humorística, el autor estructura paródicamente el discurso, al

incluir afirmaciones o epítetos que caracterizan al personaje pero que son el resultado de

una atribución colectiva; “No demoramos en conversar. Me dijo que no tenía nombre.

“Ningún esqueleto lo tiene”, dijo, y cuando el sol desapareció detrás de las nubes rojizas se

lamentó del frío” (Rosero, El aprendiz 4. énfasis). Asimismo, se presentan construcciones

híbridas donde se despliegan elogios ubicados en el marco de la opinión general que podría

recibir un personaje con el don de la palabra. A ellas les acompaña una afirmación

subordinada, complemento del adjetivo, que resulta ser la inclusión refractada de la voz del

autor en un relato que no le pertenece: “Nuestro amigo resultó un gran conversador:

desplegó un ingenio absolutamente encantador; su voz era un eco acogedor; debía ser el

esqueleto de un poeta, o algo así; mi mujer olvidó la desconfianza y se divirtió de lo lindo”

(13)2. De esta manera,

parece como si el autor no tuviera un lenguaje propio; pero tiene su estilo, su regla única, orgánica, de juego con los lenguajes, y de refracción en ellos de sus auténticas intenciones semánticas y expresivas. Este juego con los lenguajes y, frecuentemente, la ausencia total de la palabra directa, completamente personal, no disminuye, como es lógico, la intencionalidad profunda general, es decir, la significación ideológica de la obra entera (Bajtín 129).

Este tipo de afirmaciones se evidencian en varios de los cuentos, la consideración de que

son los poetas los seres humanos que aún poseen una sensibilidad que pareciera que los

demás ya han perdido, es una característica del estilo narrativo del autor y de su necesidad

2Losejemplosdellenguajeajenodispersoydelasconstruccioneshíbridaspresentesenlascitasutilizadashansidoescritosencursiva.

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de mostrarle al lector que esta no debe ser siempre una particularidad de aquellos que se

dedican al mundo de la poesía.

2.2.2 El monstruo mentiroso

En este texto se presenta, a través de la voz de un narrador en primera persona del

plural (un niño), un personaje propio de la tradición literaria infantil e incluso de las

narraciones épicas clásicas: el monstruo. Aquí, el narrador participa activamente en el

desarrollo de los hechos, e incide en el comportamiento del personaje sobre el cual versa el

relato; un monstruo de laguna con siete cabezas, tres colas y un corazón grande. Este ha

decidido, después de años de soledad, acercarse a un pueblo para pedir a sus habitantes le

sea posible vivir con ellos, pues le agobiaban la vejez y la tristeza de estar completamente

solo. La imagen de un ser que podría perfectamente atemorizar a los habitantes del pueblo

es trastocada por la de un monstruo que requiere de ellos para desterrar sus emociones. Es

un proceso de humanización de seres sobrenaturales que buscan el resguardo de su soledad,

ya que durante años solo ha estado acompañado de un ramillete de nardos, una brújula y

una carta de amor encontrada en el interior de una botella.

La caracterización del personaje “monstruoso” que se ha cansado de asustar y que

busca la compañía de los humanos se va reconfigurando a partir de la relación que

establece con ellos. Pues, los humanos le reclaman por un tesoro que el monstruo asegura

se encuentra en las profundidades del lago del que pareciera haber huido despavorido, le

solicitan traer el tesoro a tierra y, tras la negativa del monstruo, optan por señalarlo de

mentiroso. Este hecho trastoca la imagen tradicional de un ser de gran tamaño que,

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usualmente, generaría temor en aquellos que se le aproximan, pues es él quien está siendo

transgredido por los humanos.

Así, el abrigo y fraternidad que el monstruo buscó en el pueblo, se convirtió,

paulatinamente, en la razón de su tragedia. Allí se manifiesta claramente la idea del valor

que pueden tener los objetos y que, en este caso, son representados por oposición. Pues, si

para el monstruo hay un valor sentimental contenido en elementos que parecieran carecer

de trascendencia, para los humanos el valor está en la posibilidad de adquirir poder a través

del tesoro. Situación en la que se manifiesta la violencia contenida a partir de la muerte

metafórica del alma y la pérdida de los sueños e ilusiones con los que el monstruo piso

tierra. (Golovátina y López 220). Y por eso, ahora sus

siete cabezas se menean tristemente, sin enojo. Pero su corazón ya no es un tambor alegre. Encoge sus catorce hombros y va a buscar su sitio predilecto, un gran patio en el mercado, hirviente y acogedor, rico en libélulas, donde se tiende a disfrutar del sol del mediodía: mucho tiempo viviendo en las profundidades lo hizo padecer para siempre de falta de luz. Fuma incansablemente sus cigarros y parece ignorarnos. (Aprendiz 25)

Esta caracterización rompe la brecha entre los humanos y los seres extraordinarios como

entre el personaje monstruoso y el lector. Pues, el personaje fantástico se le presenta como

un ser que siente y percibe el mundo, quizá de la misma manera en que este último lo hace.

Dicha aproximación crea un vínculo que le permite al lector sentir compasión por un ser

que pareciera estar creado con el único fin de infundir temor y, por otro lado, despreciar el

comportamiento de los humanos que, en este caso, hostigan al monstruo, dominados por la

avaricia y el interés de obtener un tesoro que, les dijeron, apagaría por siempre la luz del

sol.

En este sentido, el monstruo afirma que “la luz de ese tesoro es fría, y es tan intensa

que puede ocultar la luz del sol; y yo prefiero el sol, que tiene luz, pero es caliente; lo

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prefiero a cualquier tesoro” (Rosero, El aprendiz 24). Este hecho, distingue tajantemente el

carácter de los personajes presentes en el texto, da cuenta de sus intereses y de la forma

como se relacionan con el mundo, un mundo cercano y próximo al nuestro. Así, el

apelativo que recibe el monstruo, y que da título al relato, es el resultado del señalamiento

realizado por aquellos en quienes, en un primer momento, buscó refugio.

Después de tanta insistencia, el monstruo cede a las exigencias de los humanos y

camina rumbo al lago para lanzarse a sus frías aguas y rescatar un tesoro que para él no

tiene trascendencia. Mientras se desarrolla la acción, el narrador describe el paisaje y la

presencia del sol como un espacio calmo y maravilloso, situación que se interrumpe

abruptamente por la necesidad de adquirir poder a través del tesoro:

Atardecía cuando llegamos. El sol era una gran mancha rojiza cayendo detrás de los montes que rodeaban la laguna. Su resplandor acariciaba las aguas, y todo brillaba de llamas como un arco iris. Nosotros pensamos en el tesoro. Si el tesoro era capaz de ocultar la luz del sol, debía ser con seguridad un espléndido tesoro (Rosero, El aprendiz 27).

De esta forma se superpone el deseo humano como marca de la violencia, ante el deseo de

un monstruo que no busca nada más allá de la amistad, la calma y la libertad. Es “el

reemplazo de un ser vivo por un objeto que ayuda a resaltar lo absurdo de la violencia”

(Golovátina y López 220) y la configura no solo como un acto de agresión física sino como

la deshumanización del hombre, quien siente mayor interés por los objetos que por los seres

vivos que le rodean. A medida que el monstruo se aproxima al tesoro desaparece el sol, y

los intereses de cada uno de los hombres, expectantes por recibir la gran fortuna, empiezan

a dividirse, a fragmentarse, al igual que la unión que en algún momento atrajo al monstruo

para vivir en sus tierras, y la esperanza de aguardar por un tesoro prometido se diluye,

como la presencia del monstruo, mientras en el pueblo crece la tristeza de estar sin él.

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Rosero configura la idea de un ser imaginario que se ha humanizado a través de las

emociones y sentimientos que representa. Ya no prevalece el temor de su presencia en el

pueblo ni la posibilidad de que su existencia sea un signo inmediato de perversidad y

maldad. Al contrario, es él quien resulta temiendo del comportamiento de aquellos que

creía serían la salida de su tristeza y soledad.

Junto con los elementos mencionados, nos encontramos con la transformación

contundente del tipo de narrador. Entendemos que la historia está siendo narrada por un

niño, sin embargo, las descripciones, el lenguaje y los términos utilizados no corresponden

con su edad. En este sentido, el lenguaje del texto no es necesariamente un lenguaje

construido para ser comprendido y leído por un público infantil, sino que a través de él se

consolida un proceso dialógico con todo tipo de lector. Pues,

si bien la categoría de literatura infantil y juvenil significa literatura sobre niños o literatura dirigida al público infantil y juvenil, no se debe olvidar que, mientras sus autores no sean los mismos niños y jóvenes, es una producción de un mundo de experiencias, percepciones y objetivos adultos. (Golovátina y López 226)

2.2.3 Una bicicleta encantada

Aunque este texto no aborda una imagen o personaje arquetípico de la literatura

infantil, sí construye un sentido de ficcionalidad a partir de la presencia de un objeto

encantado, la bicicleta. La realidad es creada, nuevamente, desde la mirada del niño, quien

no se ubica, en un primer momento, dentro de un contexto imaginario, irreal o fantástico.

Por el contrario, crea la visión y perspectiva del mundo a partir de su propia imaginación,

pues, su percepción respecto a los objetos es el elemento fundamental en la relación que

este establece con el mundo.

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En este espacio real se presentan eventos y situaciones que percibimos como tal

gracias al uso coloquial del lenguaje y las expresiones utilizadas por los personajes que

intervienen en el texto. Vemos la realidad a través de los ojos de Saél Montes, un niño que

vive con sus dos abuelos y siente una infinita curiosidad por una niña que ve cada tarde

pasar en una bicicleta, que asegura, está encantada. El imaginario de Saél es irrumpido en el

momento en que pregunta a sus abuelos por la niña de la bicicleta encantada, recibe de su

abuela una respuesta seca, fría y desconcertante: “Mi abuela me señala el plato de sopa: -

Más encantado quedarás tú, si no te acabas la sopa” (38). Mientras el abuelo expresa sin

exaltarse “Una bicicleta es costosa-dice-. Tal vez cuando seas mayor puedas comprarte una

bien grande, que te sirva hasta cuando viejo. Yo tuve una, casi veinte años, pero me la

robaron” (38).

Aquí se identifican dos elementos propios de la propuesta estética de Rosero, en

primer lugar, hay una clara estratificación a partir del lenguaje y de las expresiones usadas

por los abuelos, pues en ellas resulta inevitable que el lector identifique el contexto e

incluso reconozca las condiciones económicas de la familia Montes. Allí, el proceso de

enunciación da cuenta de la estratificación social al reconocer que el lenguaje no es solo

un sistema de categorías gramaticales abstractas, sino como un lenguaje saturado ideológicamente, como una concepción del mundo, e, incluso, como una opinión concreta que asegura un máximum de comprensión recíproca en todas las esferas de la vida ideológica (Bajtín, 88-89).

Es decir, los límites impuestos por los personajes adultos conceden al lector un panorama

claro de las condiciones en las que vive la familia Montes. La sentencia de la abuela parece

tener como finalidad irrumpir en el universo imaginativo de Saél y devolverlo a la realidad,

pues lo importante es tomarse el plato de sopa y no pensar en cosas que carecen de lógica y

relevancia. Mientras el abuelo, un poco más calmo, pero no menos contundente, muestra un

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panorama que trastoca aún más el incorruptible mundo imaginario del niño, la relación con

el objeto está determinada por su valor económico, un costo que “tal vez” Saél algún día

podrá pagar. Si bien Saél es consciente de que la situación económica de su familia le

impide tener en sus manos una bicicleta, reconoce que su mecanismo de escape es la

capacidad de imaginar mundos posibles, aunque sus abuelos opinen lo contrario.

Asimismo, el texto presenta características que distinguen la relación establecida

con el contexto del lector. En primer lugar, el narrador apela a la opinión de este último al

describir la sensación que le provoca ver a la niña con su bicicleta encantada

Y por fin los veo venir, lentas, plateadas, como si flotaran desde los más alto de la colina. No tardarán en pasar. El corazón me palpita rápido, como si tú subieras corriendo una montaña, o como si ayudaras al abuelo a cortar leña (Rosero, El Aprendiz 39. énfasis).

El lector es transportado a la emoción que puede producirle de niño la experiencia de correr

por una montaña y de los lazos afectivos creados al compartir la labor de cortar leña con el

abuelo. Así como la referencia al imaginario colectivo sobre la existencia de Dios, y la

posibilidad de que, independiente de las dificultades económicas, el niño puede establecer

una relación con el mundo distinta a la forma en que lo hace el adulto. Poco importa si no

se tiene el dinero para adquirir un bien que le proporcione felicidad, pues esta puede

encontrarse incluso en elementos que para el adulto resultan intrascendentes, como una

mascota o la admiración del paisaje.

Cuando Saél logra, finalmente, hablar con Tatiana, la dueña de la bicicleta, se da

cuenta que mientras él admiraba la posesión de Tatiana, ella siente aún más admiración por

la pulgosa mascota que lo acompaña. Y mientras Tatiana acaricia el lomo del animal, Saél

le cuenta cómo y gracias a quién logró tenerla:

Es una perrita. La encontré hace tres meses, sola, dando vueltas dentro de la iglesia, y como no tenía dueño el padre Franco me dijo que yo

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era el dueño, porque la había encontrado; que Dios puso a la perrita en mi camino para que yo la cuidara, y que me la llevara cuanto antes de la iglesia, porque no era bueno que los perros andarán tan tranquilos dentro de la casa de Dios (40).

La concepción de la existencia de una bicicleta encantada se mezcla con las expresiones

contundentes de los abuelos, pues, “los adultos (representantes aquí del orden social) solo

ponen límites ilógicos que sorprenden el pensamiento del niño” (Golovátin y López 228).

Los primeros han dejado en el camino la posibilidad de soñar, de creer que el mundo es

algo más allá de las cadenas impuestas por ellos mismos, pero los niños están aquí para

recordarles que estos límites pueden sobrepasarse y que no hay más salida que re-establecer

el orden de las cosas.

De esta manera, se configura un segundo elemento de la narración, lo violento no es

precisamente el austero contexto en el que vive el niño, finalmente su capacidad de

imaginar, a pesar de las condiciones, está intacta, sino la falta de comunicación entre él y

sus abuelos. El temor a que el niño crea que puede trastocar su realidad y construir una

nueva percepción del mundo es una forma de infundir violencia, de resignarse a la idea de

que no es posible el cambio gracias a la comprensión de las necesidades del otro y la

superación de sus propias necesidades.

En este sentido, se consolida un marco de lectura a través de la aproximación entre

el lector y el universo subjetivo-psicológico del personaje principal. Pues,

En la vida real del lenguaje, toda comprensión concreta es activa: abarca lo que debe ser comprendido en el propio horizonte objetual-expresivo y está indisolublemente ligada a una respuesta, a una objeción y a un consentimiento motivado. En cierto sentido, la supremacía pertenece a la respuesta como principio activo: crea un terreno propicio al entendimiento, lo dispone activo e interesante. La comprensión solo madura en una respuesta. La comprensión y la respuesta están dialécticamente fundidas entre sí, y se condicionan recíprocamente; no puede existir la una sin la otra. (Bajtín 99)

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El contraste entre el mundo real (externo) y el imaginario (interno) creado desde la

perspectiva del niño, traducen su relación con el mundo a partir de la necesidad de crear un

diálogo entre estas dos dimensiones, en apariencia, completamente discordantes;

Con la bicicleta a mi lado voy hasta el centro de la carretera. Es como si me dispusiera a volar. Pero una vez en la mitad del camino recuerdo, con desesperación, que no sé montar bicicleta. Como si antes de volar tú recordaras que no tienes alas (Rosero, El aprendiz 50).

Solo el diálogo entre estos mundos permitirá al lector comprender que la imposibilidad de

soñar, y de obtener bienes, no es una limitante para establecer vínculos con los objetos, más

allá de su valor utilitario, y con las personas, más allá de intereses netamente particulares.

Posteriormente, el cuento muestra un evidente contraste social entre la familia de

Tatiana y la de Saél, pero un vínculo entre los dos niños, indiferente a la capacidad

económica o de posesión que cada uno de ellos tiene. Ya sea por la naturaleza del lenguaje

o por la carga contextual-semántica de las expresiones usadas por cada uno de los

personajes, el texto manifiesta, expresamente, el distanciamiento entre el universo del

adulto y el niño. Estos parecieran dividirse por la forma en que para cada uno las cosas

adquieren valor o trascendencia. Trazando la distinción entre el mundo fantástico creado

por la imaginación de Saél y el mundo real de los adultos que connota tristeza, pobreza y

ausencia de.

En un contrato verbal que para los adultos es irrisorio, Saél y Tatiana decidieron

intercambiar la mascota y la bicicleta. Para ellos el valor de las cosas no está determinado

por el costo de las mismas sino por los momentos de felicidad que estas proporcionan,

situación que para los abuelos de Saél y la madre de Tatiana es completamente

incomprensible por ser negocios de niños, pues finalmente algún día aprenderán el

verdadero costo de las cosas (Rosero, El aprendiz 62). Aquí lo relevante no resulta ser,

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entonces, la construcción del espacio fantástico, producto de la imaginación del niño, sino

la forma en que se construye su perspectiva del mundo a través de las palabras. En ellas es

clara la carga violenta ejercida por los adultos, gracias a la necesidad de distinguir entre

clases sociales, a la falta de interés por las necesidades del otro y a la incomunicabilidad de

dos contextos que parecieran ser irreconciliables.

2.2.4 Lucía o las palomas desaparecidas

Para la selección de cuentos del libro Mil bosques en una bellota (2012) se le

solicitó al escritor Evelio Rosero elegir un texto que consideraba relevante dentro de su

creación literaria y las mejores páginas de la misma. Decidió pensar en “Lucía o las

palomas desaparecidas” como el texto que aborda y esboza su propuesta narrativa posterior.

La selección atendió a un hecho anecdótico sucedido en un evento de lectura realizado en

un colegio de la ciudad de Cali, un niño le entregó al autor el libro El aprendiz de mago y

otros cuentos de miedo y le solicitó leer, en voz alta, el cuento que quisiera. Mientras el

autor se debatía por realizar una selección que pudiera entretener al complejo público con el

que se encontraba, sus dedos se deslizaron por azar en una de las páginas del libro, al

abrirlo se encontró con las primeras líneas del cuento mencionado y se dispuso a leerlo.

Esta experiencia significó, para Rosero, leer un texto que se le ha prefigurado como todo

aquello que ha buscado bosquejar en sus novelas para adultos, sobre todo en El Lejero y en

Los Ejércitos. La experiencia lo llevó a “entender que definitivamente el cuento para niños

concluía de más viva manera todo lo que durante [su] vida [le] ha rodeado y aterrado en el

alma: los desaparecidos, los desaparecimientos en [el] país” (Mil bosques 64).

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Esta suerte de revelación para el autor puede trazarse también en la experiencia del

lector al aproximarse a un relato que resulta “discordante”, si se tienen en cuenta los otros

textos que le acompañan. Como se ha mencionado previamente, en la colección de El

aprendiz de mago hay un interés generalizado por mostrar, desde otro enfoque, a esos seres

extraordinarios propios de la literatura infantil. Sin embargo, en este texto no hay una

necesidad explícita por humanizar a aquellos que parecieran estar completamente alejados

de este crudo y desgarrador mundo real. Por el contrario, son los humanos quienes desean

huir de su condición y anhelan poseer las características de otros seres, en este caso la

capacidad de volar de las palomas.

Este cuento manifiesta, de entrada, una disyuntiva entre la idea de considerar si el

punto relevante de la narración es la desaparición de las palomas o el temor del narrador

por la latente posibilidad de que Lucía desaparezca también. Aquí se narran los eventos a

partir de un acontecimiento que ha trastocado la cotidianidad de los personajes que una

mañana, al despertar, vieron

que las palomas habían desaparecido. Cuentan los últimos que las vieron que las palomas volaban desesperadas, trazando con gran violencia extraños jeroglíficos en el cielo, letras y palabras y después versos enteros, igual que si se tratara de un poema infinito que ninguno lograba entender, pues estaba pensado en un alfabeto desconocido. Aquello había sido un revuelo de plumas, una blanca llovizna de hielo (74).

Junto con la impresión generada por el incomprensible suceso, surge la pregunta de si estas

han desaparecido por voluntad propia o han sido raptadas. El hecho de que estas ya no sean

parte del paisaje resulta nostálgico para los habitantes del pueblo, pues en ellas solía

refractarse el deseo de los habitantes por volar y olvidar los límites que el cuerpo les

impone. La estructura del relato y el tono en el que este está creado imprime a la narración

una suerte de nostalgia que va más allá de la idea de haber perdido un elemento que

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pareciera no poseer trascendencia. No se trata, entonces, de que las palomas solo hayan

desaparecido, se trata de la necesidad de recordarlas para asumir que todavía existen.

En el relato las palomas no son únicamente parte del paisaje, su existencia es

significativa y la sensación que deja su desaparición es difícilmente asimilable para los

personajes. Para ellos, especialmente para Lucía, las palomas cumplen la función de llevar

y traer mensajes, son el canal de comunicación entre ella y personas de otras partes del

mundo, y su función de mensajeras es la constatación de la existencia de otros seres ávidos

de comunicación como Lucía. Con la descripción de la desaparición de las palomas se

entrecruzan algunas reflexiones realizadas por el narrador en las que se presenta una

descripción idealizada de Lucía y, a su vez, una suerte de vaticinio sobre el futuro que le

espera

De improviso me pongo a imaginar una paloma con cara de Lucía, echándose a volar al igual que una sonrisa por los cielos, largos los cabellos como alas. Pero no se lo cuento a Lucía. Sólo sé que yo he pensado en Lucía como si fuera una paloma. La última paloma (…) ¿por qué no le dije que ella era la última paloma? No lo sé (Rosero, El aprendiz 74-75).

Esta última afirmación resulta contundente para entender las emociones que experimenta el

narrador, quien se adolece por la desaparición de las palomas y, a su vez, siente temor al

pensar que, probablemente, Lucía tendrá el mismo destino. O más aún que ya lo tuvo, pues

los movimientos temporales presentes en el texto dan cuenta de que los hechos han

sucedido previamente y que el relato está estructurado anacrónicamente.

Junto con la desaparición de las palomas, la noche reveló que también las estrellas y

la luna habían desaparecido, dejando al pueblo “deshabitado de luz” (76). La luz es la

representación de la esperanza, que se difumina como si los personajes mismos lo hicieran.

Paulatinamente, los objetos también van desapareciendo; las guitarras, los espejos, aunque

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los últimos no sean para el narrador de gran valor, y del mismo modo sucede con las otras

aves del pueblo y los animales domésticos, todos los elementos que constituían el espacio

se han difuminado, ya no queda más que la angustia de que esto mismo suceda con los

humanos.

Si bien la relación que se establece entre los personajes y los objetos está basada en

el afecto, en el amor de reconocer su vitalidad. El texto presenta un contraste entre aquellos

elementos que carecen de valor para el narrador y los que le resultan imprescindibles, por

ser el mecanismo de contacto con el mundo y con los otros. Pues también “han

desaparecido los paseos a la montaña, los besos a escindidas, los árboles, las flores. A otros

se les han desaparecido los relojes, las billeteras, y otros dicen que también desaparecieron

los sombreros” (Rosero, El aprendiz 78). Esos otros marca la brecha entre quienes

adjudican un valor utilitario al objeto y quienes, por el contrario, lo aprecian por su valor

simbólico. Con su pérdida se ha truncado la armonía del mundo, ha desaparecido el vínculo

entre el hombre y la tierra y es clara la nostalgia que ahora se encarna por la desaparición

de Lucía. Pues, aunque Lucía no haya desaparecido corporalmente, sí se ha difuminado su

alegría y esperanza “estaba cada vez más pensativa, más sola, parecía enferma, parecía

ajena, o ida, o dormida, o sencillamente no parecía. No le era posible una vida sin luna, sin

aves” (Rosero, El aprendiz 79).

Tras la desaparición de Lucía, el narrador emprende un viaje arduo en su búsqueda,

y la premura de encontrarla le hace olvidar por completo ponerse los zapatos. En el camino,

su esperanza le hace imaginar verla de múltiples maneras, encontrarla rodeada de los

objetos también desaparecidos. Sin embargo, siempre hay algo que permanece allí para

recordarle que la imagen no ha sido más que un producto de su imaginación. Así, mientras

el camino parecía ponerse aún más escabroso, el sol también desaparece y el narrador se

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pregunta si ahora será posible encontrar a Lucía en la oscuridad “nos hará más frío- dijo

una voz a mi lado” (81). Era la voz de Lucía que también había estado buscándolo. Y así,

tras encontrarse los dos, son conscientes de que todo a su alrededor ha desaparecido, como

desparece el recuerdo de los objetos que antes se extrañaban. Por ello, es indispensable que

la memoria, la capacidad de recordar a quienes ya no están, permanezca intacta para pensar

en un “nosotros”, en la posibilidad de que el otro exista en la medida en que es recordado

por alguien.

En este cuento es interesante la forma en que se abordan algunas de las principales

problemáticas de la realidad colombiana comprendidas como: la situación de los

desaparecidos, la fluctuación de los valores y la transición de los mismos dentro de las

particularidades del mundo interno y externo del individuo. El énfasis que, en este relato, se

ejerce sobre el mundo interno de los personajes y “su única realidad … forma la propuesta

de los cambios, no por la certeza de esta realidad, sino porque este énfasis traslada la

violencia de algo abstracto, externo e independiente al sujeto, hacia la responsabilidad que

este debe asumir” (Golovátina y López 224), en este caso, la de no olvidar, la de mantener

intacta la memoria para que Lucía no desaparezca como los objetos que la rodeaban y, en

fin, como el mundo mismo. En este sentido, “podemos decir que la violencia no tiene

nacionalidad o ciudadanía, sino que es humana. Esto no necesariamente significa que la

violencia sea inherente a la condición humana, sino que resulta de la ausencia del interés y

cuidado sobre el otro, que a fin de cuentas es la ausencia del interés en sí mismo” (224).

2.2.5 El diablo al cuello

Pocas veces se ha configurado la idea de que el encuentro con el diablo sea un

hecho natural o, por lo menos, que la actitud de quien tiene el infortunio de hallarlo en su

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camino sea otra distinta a la de perder el aliento o huir despavorido por el terror. En este

cuento el diablo, además de ayudar al personaje a encontrar el camino a la ciudad, le

solicita que este pueda llevarlo a sus espaldas.

El diablo le explica al personaje que le gusta posarse en el cuello de los hombres

enamorados y que solo de esta manera lo llevará directamente a la ciudad. Después de un

largo camino el diablo entra a la ciudad subido en el cuello del hombre enamorado y, al

llegar, la gente se horroriza al ver que esta horrible criatura ha engañado a un enamorado y

ha logrado ingresar a la ciudad para hacer sus pilatunas. Aun así, el horror no impidió que

la gente encerrara al hombre y lo señalara como “el servidor de todos los diablos”.

Mientras es conducido al calabozo este le reclama al diablo por el engaño de haberle

permitido entrar en su cuello a la ciudad valiéndose del hecho de ser un hombre enamorado,

pues solo de esta manera el diablo pudo cumplir su cometido. Sin embargo, el horrible ser

incita al hombre a reconocer que podrá encontrar la libertad si se vale de la misma fuerza

que utilizó para cargarlo hasta la ciudad, la fuerza del amor.

La fuerza de tu amor te permitió cargar con las doscientas treinta y dos toneladas que yo peso. Emplea la misma fuerza para escapar de esos mentecatos. Huye de sus cárceles, o rómpelas. Tú eres un enamorado, y puedes con todo. No me odies. Recuérdame con cariño. Recuerda que los diablos también fuimos ángeles, y que somos malos porque nunca nos imaginaron buenos (Rosero, El aprendiz 92).

Esta fuerza es la que emplea el personaje para liberarse, pues ya en la cárcel, y tras

justificarse una y otra vez en el hecho de ser un enamorado, establece con el carcelero una

relación cercana que, posteriormente, le permitirá la libertad. El carcelero le pide al

hombre enamorado que lo escuche cantar, este acepta con beneplácito, y mientras el gordo

verdugo lanza sus cánticos al aire, abre, sin mediarlo, la puerta de la jaula y lo deja

completamente libre. La libertad y la alegría de saberse comprendido no solo la

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experimenta el hombre que ha salido de la cárcel sino el carcelero que durante años ha

pedido ser escuchado.

En este relato se difumina la barrera entre el bien y el mal, el diablo que, en

definitiva, no representaría más que la perversidad, es un ser considerado que no busca

nada más allá de la libertad de los humanos y reconoce que el amor puede romper cualquier

barrera. Si llevaba años esperando entrar a la ciudad, y no lo había logrado, era

precisamente porque no había encontrado un personaje que estuviese enamorado, esta razón

distingue al personaje principal de los demás humanos y lo muestra como un ser

excepcional, de los pocos que quedan y, por tanto, odiado por los demás.

Los sentimientos del personaje, que lo hacen único, contrastan con la presentación

de la ciudad como un espacio homogéneo en el que no hay flores ni jardines, donde las

casas parecen cajones dispuestos uno sobre otro, donde los colores que predominan son el

gris y el negro y pocos saben lo que piensan y sienten los demás. Aquí hay una nueva

apuesta del autor por estructurar la idea de que la única herramienta que permitirá el

desvanecimiento de la violencia es el amor y la compasión por el otro. La falta de amor y

comprensión es la limitante en la creación de lazos sociales, impide que se escuche, que se

entiendan las razones por las que se realizan las acciones, evita que sepamos quiénes tienen

encerrado en el pecho el poder de una dulce melodía, tan dulce que puede conducirnos a la

libertad.

Por eso, es el diablo, el objeto del desprecio humano, quien se pregunta lo que los

hombres no. No entiende por qué la gente odia a los enamorados. Y sabe que, si todo el

mundo los amara, incluso los diablos serían tratados con consideración (El Aprendiz 97).

Así pues, es violento el acto de no escuchar, de juzgar y asumir lo que el otro es solo

porque no comparte lo que los demás piensan.

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2.2.6 El contador de recuerdos

Este cuento, narrado en primera persona del singular, relata la historia de un viejo,

muy viejo, que afirma haber sido cocinero de un barco, náufrago, expedicionario y haber

recorrido los valles más desolados de la tierra, pero que ahora vive a la orilla de un río y

pasa sus días hablando solo, como queriendo contar un gran secreto. El viejo es un contador

de historias para los niños del pueblo, sin importar que en ocasiones deba inventar los

finales. Sin embargo, un día el viejo confiesa que ha perdido todos sus recuerdos, que se

desvanecieron por completo y requiere ir a buscarlos. Así, emprende un viaje que tarda seis

años, y vuelve al pueblo a contar cómo logró recuperar aquello que había desaparecido sin

razón alguna.

Para recuperarlos debió emprender un largo viaje y llegar a un campo de metal, gris

y sin vida. Allí, en la cima de un árbol, y dentro de una jaula, se encontraba un enano

violinista, la representación de sus recuerdos, que era vigilado por un guardián de metal. Al

ver quién era el guardián el anciano decide ocultarse sin buenos resultados, pues es

descubierto por este y se convierte rápidamente en objeto de su ira. Contra todo pronóstico,

cuando el guardián estaba próximo a arrancar de un tajo la cabeza del anciano, él y el

caballo desaparecen inexplicablemente ante los aterrados ojos del viejo.

Los niños que escuchaban el relato estaban expectantes por saber la razón por la

cual el guardián había desaparecido sin explicación alguna, con una risotada e inhalando su

cigarrillo el anciano responde “porque yo acababa de olvidarlos” (El aprendiz 108). Así,

todos mis recuerdos aparecieron frotándose los párpados, como después de un gran sueño, y me saludaron cantando y hasta brindaron por mi salud. Nos acercamos a los escombros del guardián (que yo desaparecí olvidándolo) y descubrimos algo que brillaba. Se trataba del corazón de campana que el guardián llevaba entre su pecho. Brillaba desfalleciente, a manera de una lágrima de gua, la única y última lágrima del guardián. De ella emergía,

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suavemente, una mariposa que aleteaba dibujando piruetas y se alejaba después entre los bosques, que ya no eran de metal (108).

En este relato se construyen los hechos a partir de la perspectiva de un niño, el adulto se

representa por un abuelo o anciano, asunto recurrente en los cuentos del autor. Este abuelo

es una manifestación de la memoria, de la capacidad de construir realidad a partir de sus

narraciones y una manifestación clara de que aquello que no pertenece a la memoria de un

colectivo, no existe.

La idea de que aún la situación más compleja y dolorosa puede transformarse si

somos conscientes de la existencia de quienes la padecen, es una propuesta que revela la

necesidad de entender cuáles son las necesidades de quienes nos rodean, qué hace que un

hecho se transforme y que la pérdida de las cosas, de los recuerdos, no sean situaciones

naturalizadas y, por tanto, pierdan su trascendencia. Esta es la diferencia esencial entre la

violencia que es representada en este tipo de escritos y la que sucede en otros contextos o a

través de otros medios como “la pantalla chica, porque es inmensa la violencia que esta

regala todo los domingos por la tarde y que, todavía peor, enaltece, haciendo de la guerra y

sus asesinos una gesta digna de unos héroes” (Rosero, Sobre el arte 25).

2.2.7 Pobre Vampiro

En este cuento reaparece una figura mítica cuyas narraciones han estado permeadas

por la representación del mal, por su constante necesidad de apoderarse de la fuerza vital de

otros seres que no comparten su inmortalidad ni la atávica condición de ser un cadáver

sediento de sangre. Si bien la imagen y creencia sobre la existencia de este ser ha permeado

las concepciones mitológicas y supersticiosas de pueblos europeos, orientales e incluso

americanos. La concepción que ha prevalecido y caracterizado la imagen de este ser mítico

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es producto de la obra Drácula (1897) de Bram Stoker, la idea de un ser poco compasivo,

solitario y atemorizante, se configura en “Pobre vampiro” desde una perspectiva

completamente distinta.

El relato cuenta la historia de un vampiro atrapado por una comunidad que lo

condena a la guillotina, sin una aparente razón más allá de considerar que su condición de

vampiro era suficiente para ocasionarle la muerte. Mientras el vampiro se preguntaba por

qué no se le concedía realizar una llamada telefónica, aunque fuese la última, el pueblo se

preparaba para disfrutar el espectáculo. Cuando olvida la preocupación de realizar la última

llamada, el vampiro se percata de que entre los asistentes se encuentra una anciana que la

gente golpea, empuja y lastima solo por obtener un mejor lugar en el espectáculo. En ese

momento, su preocupación ya no radica en el hecho de saber que en unos minutos su

cabeza será cortada de un tajo, sino en la inexplicable actitud de los asistentes por retirar de

la primera fila a la anciana que, según cree el vampiro, debió madrugar para asistir a su

ejecución.

Contra las súplicas del vampiro, porque le sea concedido el deseo de darle un lugar

privilegiado a la anciana, el general decide crear un decreto que impide al vampiro tener

invitados especiales el día de su muerte. Sin embargo, y antes de que el vampiro chistara la

decisión del general, el verdugo interrumpe su labor y pide tras varias súplicas que le sea

concedido el último deseo del vampiro. El verdugo le pide al pueblo entender al condenado

y les solicita

ser comprensivo con un reo- dijo entonces el verdugo-. Ponerse en su lugar. Dijo eso como un verso y el mundo entero enmudeció. -Soy comprensivo con este vampiro- siguió luciéndose el verdugo-.

Me pongo en su lugar, me lo enseñó mi abuelo, a quien se lo enseñó mi bisabuelo, a quien se lo enseñó mi tatarabuelo, que parece que fue poeta, y repito esta tragedia para que admiren mi honestidad. Yo, señores, soy

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comprensivo con este vampiro y me pongo en su lugar. Perdónenme todos (El aprendiz 119).

Aunque el discurso del verdugo no buscaba más que la compasión de los asistentes, la

respuesta a sus súplicas fueron un par de zapatos lanzados directamente a la cabeza, los

asistentes no toleran que aquel que ha dedicado su vida a aniquilar a los condenados, esté

ahora abogando por despertar un sentimiento de conmiseración hacia uno de ellos.

Es interesante observar que en este cuento aparece nuevamente la referencia a los

poetas como esos seres que, a diferencia de “El esqueleto de visita” que eran admirados por

su sensibilidad y sus emociones, son presentados aquí irónicamente y como la muestra de

un sentimiento que ya pocos experimentan. La negativa de los asistentes frente a la

solicitud del verdugo no impidió que la anciana tomara un lugar privilegiado para

presenciar la ejecución. En ese momento, la anciana se acerca al vampiro y, como si fuese

una revelación, le recuerda que puede convertirse en murciélago para salvarse. El vampiro

sorprendido responde “Oh, sí-…-me había olvidado de mí” (Rosero, El aprendiz 137).

Esta narración confronta al lector con dos situaciones particulares. La del vampiro

que desconoce las razones por las cuales está siendo condenado y que, independiente de la

situación en la que se encuentra, enfoca sus pensamientos hacia la anciana que tiene

problemas para ubicarse en el lugar adecuado, y, por otro lado, la del verdugo quien

contraría su rol de asesino y busca generar compasión por su próxima víctima. Estas dos

situaciones reciben la misma respuesta de los asistentes que no pueden asumir que el

vampiro no sea perverso, ¿acaso qué más puede ser un vampiro sino un posible asesino?,

un ser despreciable que nació condenado a ser ignorado o detestado por su condición. Así

como tampoco comprenden por qué el verdugo cambia de rol y se convierte, de un

momento a otro, en un ser compasivo.

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En este cuento, como en los demás relatos que componen el libro, se apela a lo

monstruoso como representación estética que responde a la nombrada des/a-personificación

del ser humano producto de la modernidad (Golovátina y López 220). Por ello, Rosero

“responde al fenómeno creando una oposición individuo-objeto en sus cuentos, mediante la

cual los lazos afectivos con los objetos toman formas diferentes. Un ejemplo de ello son…

las bicicletas y los perros como objetos de lujo y de estatus en “Una bicicleta encantada” …

un tesoro en “El monstruo mentiroso”; seis gramos de peso que definen la suerte del

acusado en “Pobre vampiro”, así como las costumbres inertes, la opinión pública, los

oficios, los comportamientos aceptados socialmente y el dinero en “El aprendiz de mago”

(220).

Nadie comprende la elección del vampiro, así como no entienden la razón por la

cual lo defiende el verdugo. Este misterio se aclara al final del texto cuando se le revela al

lector quién es la anciana. La mujer es el único lazo afectivo del verdugo, la única razón

que lo hace transformar su rol de asesino.

El vampiro eligió a esta persona porque para él la gente, la luna, la noche, la naturaleza es algo vivo y amado por todos, en cambio la viejita es rechazada por los otros porque para ellos no es una persona sino un objeto de estatus. La última frase del cuento revela quiñen es la invitada, la mamá del verdugo, que es quien personifica la violencia. Ella salva al vampiro y es “la única que parecía disfrutar” de su salvación (221).

2.2.8 El aprendiz de mago

Este cuento que da título al libro aquí analizado, es quizá uno de los relatos más

reconocidos del autor. En él se configura la imagen de un mago borracho que, aunque ha

logrado dar grandes espectáculos y sonríe constantemente frente a los sorprendidos ojos de

su público, horas después reposa solitario y absorto frente a un plato de comida. El

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narrador, un joven aprendiz de panadero, se interesa por la figura de este triste personaje,

sabe que, aunque el público sueña con él, él no desea más que escapar de su condición. El

joven afirma que, a diferencia de los demás, sólo él ha “visto al mago comiendo a media

noche, en el hotel más pobre de [su], siempre solo, siempre preocupado, o melancólico

(según la noche), y lo he visto pedir una y otra copa de vino hasta caer borracho en la mitad

de otra extraña magia” (El aprendiz 144).

El joven que suele ayudarle al mago a subir al cuarto cuando los tragos le han

obnubilado el pensamiento, desea ya no ser un aprendiz de panadero sino convertirse en un

aprendiz de mago. Le parece que el mago, a pesar de sus borracheras, es un ser

excepcional, admira su capacidad de transformar los objetos, de cruzar paredes y puertas o

de desaparecer cuando lo considera necesario. Por ello, el joven decide pedirle consejo al

mago y persuadirlo para que este le comparta sus conocimientos. El mago acepta y le

cuenta cómo adquirió dichas capacidades, le dijo que

aprendió magia desde muy niño, una tarde, en el patio de la casa de sus abuelos. Hacía sol y lluvia. Un arcoíris cruzaba los techos y jardines de la ciudad. Él se encontraba sentado a la orilla de un estanque, mirando volar los pájaros en el reflejo azul de las aguas, y fue entonces cuando le pareció que para poder volar solo le hacía falta echarse a volar, y de inmediato se echó a volar (El aprendiz 148).

A pesar de que el joven intentó, por todos los medios, convencerse de que podría hacer lo

mismo que el mago, le fue imposible lograrlo. No hizo más que crearse golpes y

abolladuras sin aprender una sola de las lecciones del mago. Unos días después la tristeza y

borrachera del mago ya no solo eran parte de sus noches solitarias, sino que llegaron al

escenario, allí la magia incontrolable del deplorable narizón no fue más que el motivo de

burla de algunos asistentes y de furia para otros que consideraban una ofensa la pérdida del

dinero del boleto de entrada.

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Este cuento muestra que las posibilidades de creer, de reconfigurar el mundo están

dadas por la capacidad que tiene el niño de imaginar y considerar que todo, desde su

mirada, es posible. El mago audaz (el niño) se confronta con el mago borracho (el adulto)

que no sabe utilizar las herramientas adecuadas para lograr que los trucos prosperen. Por

ello, podemos hablar de dos niños presentes en cada uno de los relatos, “el de la realidad

(literaria) y el que se presenta como un “ideal”, que es la base de la propuesta de la

literatura transparente (Golovátina y López 227). Esto implica que el mago es un

personaje dual en el que se encuentran dos características, la de creer que todo puede

hacerse si nos dejamos convencer por la idea de que así será y la del hombre que ya no

encuentra salida alguna a la condición de saberse solitario, abandonado, desarraigado de la

vida y, que vio en el alcohol la opción más factible para salir de su tristeza.

Por ello, el mago afirma que “el único requisito para volar y atravesar paredes y ser

invisible [es] solamente convencerse de volar y atravesar paredes y ser invisible y nada

más” (El aprendiz 148). Lo afirma como si fuese una invitación para sí mismo, como si

necesitara convencerse, al igual que un niño, que la salida no necesariamente debe ser

buscar perder la conciencia. El respeto o temor que suele infundir este tipo de personaje se

trastoca en esta narración y, por el contrario, genera en el joven panadero un sentimiento de

compasión por quien pareciera ya no tener remedio.

La magia del mago se cohesiona con la cotidianidad de los espacios representados y

con los oficios a los que se dedica su joven admirador. Aquí se consolida una idea que nos

resulta relevante, la idea de que el verdadero poder del mago no radica en la capacidad que

ha tenido de realizar diferentes trucos, sino en las enseñanzas que deja en su incauto

aprendiz. El mago quiere demostrarle que a pesar del olvido al que el joven lo sometió

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durante años, en el siguen intactas la capacidad de pensar y ayudar al otro, de entender sus

necesidades y saber, que, a pesar de la resaca, puede facilitarle la vida a su amigo.

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Conclusiones

El Aprendiz de mago y otros cuentos de miedo no es solo un texto para niños, es el

trabajo de un autor que piensa la literatura y asume el ejercicio creativo como un acto

transparente. Una labor que requiere pensar en las vicisitudes de la vida misma y entender

que los niños son lectores audaces y contundentes, capaces de discernir de cada relato la

porción de la realidad con la que ellos se han enfrentado, a la que le temen y saben, de

alguna manera, que los adultos se equivocan al naturalizarla.

La trascendencia de la propuesta estética de Evelio Rosero, en el marco de la

tradición literaria infantil colombiana, está dada por el interés de mostrar las vicisitudes que

enfrentan los niños en un contexto que pretende moldearlos a su antojo e impedirles que

reconozcan, de antemano, que las situaciones violentas con las que se enfrentan pueden

llegar a modificarse. No se necesita ser adulto para entender y sentir la tristeza, no es

necesario que el corazón haya sido traicionado por un amor para saber que la soledad y la

mentira son sensaciones aterradores, no solo han experimentado de cerca la violencia

aquellos que durante años han sido víctimas del conflicto, los niños también pueden

experimentar la soledad de saberse ignorados, relegados por lo que son, por lo que tienen o

no tienen en el contexto en que se desenvuelven.

Si se comprende que este tipo de situaciones hacen parte de la construcción misma

del sujeto en una etapa, que se supone es asombrosa y tranquila, así se podrán también

transformar los lazos sociales que establecen los adultos. Hay que pensar en el origen de las

situaciones, en la raíz misma de la indiferencia. Posiblemente, los adultos han naturalizado

la violencia, han olvidado la trascendencia de los otros y han preferido a los objetos antes

que a los sujetos, porque cuando eran niños los padres naturalizaron su llanto y la falta de

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deseo por asistir a la escuela, dejaron de lado la trascendencia de los problemas que les

aquejaban, precisamente porque los niños se quejan de todo, y les enseñaron que los

juguetes cuestan, que son el premio por no lastimar a nadie en el colegio, “por portarse

bien” o son los elementos que los entretienen mientras los padres hacen cosas más

importantes.

La mezcla de la crudeza de algunas de las decisiones humanas, lo absurdo de ciertas

situaciones y la ternura que despiertan muchos de los personajes monstruosos, son

elementos que consolidan la propuesta literaria infantil del autor y que demuestran que la

literatura de este tipo no tiene que estar fuera de toda proporción de lo real para ser leída,

comprendida y valorada estéticamente. La experiencia de encontrarse con múltiples

personajes que reflejan la dualidad con la que puede coexistir el niño en su vida cotidiana,

es el elemento que consolida la literatura transparente de Rosero y muestra que cualquier

niño puede debatirse entre la acción que realiza y la reflexión de saber que dicha acción

puede ser inadecuada. Esta reflexión es representada en la mayoría de los personajes que

conforman cada uno de los relatos, allí se demuestra que no por ser niño, se desconoce de

qué va el mundo y cuáles son sus contradicciones.

Esta constante transmutación del niño de la realidad literaria, entendido como el

personaje que es cruel o cuya condición ha sido rotulada por su profesión, acciones o por la

consideración que los demás tienen de él, resulta, paulatinamente, transformándose en ese

niño ideal en el que aparece “el símbolo de la conciencia” (Galavátina y López 226).

Entendemos dicha conciencia como la capacidad de irrumpir con las barreras que la

violencia, desde sus diversas manifestaciones, ha impuesto sobre el comportamiento del ser

humano y que le impiden comprender el vínculo que debe tener con los otros para

quebrantar toda tristeza y sentimiento doloroso.

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La realidad literaria que se construye en cada uno de los relatos, es resquebrajada,

paulatinamente, a partir de la imposición de ese elemento simbólico de la conciencia. Es

decir, al autor pretende que llegue el momento en que el lector olvide lo improbable que

puede ser que un esqueleto camine por las calles de una ciudad, que ignore el miedo que

este ser puede generar en dicho espacio y entienda, por el contrario, que lo único que busca

el espantoso personaje es tomarse una taza de chocolate, no por el sabor de dicho manjar

sino porque sabe lo que este representa. La gente toma chocolate en la mañana, en la tarde,

sentada a la mesa y en compañía de la familia, nunca solo, como él. El verdugo sabe que su

labor ha sido apagar la vida de cientos de seres sin importar su condición o las razones de la

condena, pero esta vez, en su actuar aparece la imagen calma y tierna de una madre que

entiende el rol de su hijo pero que comprende también las emociones de la víctima. Una

mujer que resulta ser la razón de la disputa solo porque quiere darle una oportunidad a

alguien condenado solo por su condición de ser diferente.

En este sentido, consideramos que la propuesta infantil de Rosero da cuenta de su

preocupación por analizar los diferentes matices de la violencia y mostrarle al lector que la

buena literatura no es solo aquella que está pensada y creada para los adultos. Que el hecho

de que en una obra no se cuenten explícitamente las condiciones violentas y el conflicto

que ha experimentado el contexto colombiano durante las últimas décadas, no significa que

el texto no posea trascendencia o no genere una experiencia estética. Este encuentro con la

obra, la sensación que se puede experimentar solo cuando el lector establece un diálogo con

ella, es la razón de que los cuentos no sean la reiteración de figuras y personajes modélicos

que constantemente se le han mostrado al niño-lector.

Pues, este podrá comprender al monstruo que ha sido obligado a lanzarse a un lugar

que no quería solo por la avaricia de los humanos, entenderá al vampiro que piensa en la

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anciana antes que en salvar su propia vida y comprenderá el contrato verbal que hicieron

Saél y Tatiana, porque los objetos valen por lo que significan, no por lo que cuestan. Por

ello, es importante tener en cuenta que un cuento para niños es

otro juego, y puede resultar, o puede no resultar. Y para un escritor que escriba para niños su obra tiene que significar lo mismo, un juego que puede resultar o ser un perfecto juego aburrido, para nunca repetir. Que sea sincero en cambiar de juego, entonces. Que sea libre y empiece por despojarse de las cadenas (Rosero, Sobre el arte 26).

Esta libertad por la que aboga Rosero, es la misma libertad que tiene el niño-lector, que sin

ataduras se acerca al texto y esgrime en él, cosas que la mirada de un adulto ignoraría o

descartaría tajantemente. Quizá porque no le dice nada de su vida, de esa realidad atroz que

se repite en una noticia tras otra, quizá porque ¿qué podría decirle a uno un cuento para

niños? Si finalmente ya estamos lejos de esa etapa de nuestra existencia.

Por ello, la responsabilidad de escribir para niños debe ser la misma, o aún más

fuerte, que la responsabilidad de escribir para adultos. Aunque en sus relatos no repose

explícitamente la anécdota o la fábula, sí hay una clara conciencia de la función que

desempeña este tipo de literatura en el público lector. Hay que entender el mundo para

transformarlo, para trastocar aquellas acciones que, independiente de su inclemencia y

crueldad, se han impuesto como principios. Cotidianas, naturalizadas, pero, finalmente,

desgarradoras.

La diferencia sustancial entre la producción de la novelística (para adultos) de

Rosero y su producción infantil, radica, precisamente, en el efecto que cada una de ellas

puede generar en el lector. En Los Ejércitos, por ejemplo, la esperanza de que Ismael

encuentre a Otilia jamás logra consolidarse, el lector ve con tristeza y resignación que lo

único que le espera al anciano es la muerte, al igual que a los demás habitantes de San José,

porque allí ninguna muerte es más aterradora que la otra, el caso es que todos

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experimentarán el mismo destino. Pero en sus cuentos infantiles, aún se dibuja una suerte

de esperanza, de posibilidad de mostrar que la transformación de los descompuestos

constructos sociales es posible en la medida en que entienda la raíz de dicha desintegración,

y que se asuma que la violencia y el conflicto colombiano es el resultado de la

incomprensión de las situaciones que representa el acto mismo de vivir una etapa que a

pocos les importa entender cómo sucede, solo porque asumen que un niño no es consciente

de su contexto y no entiende qué tan compleja puede ser la vida.

Por ello, sería interesante abordar los otros textos que conforman su producción

literaria infantil y analizar cómo se concibe en ellos la imagen del niño-lector, así como

identificar si estos relatos comparten la configuración de la dualidad entre el niño del

corpus literario y el niño ideal, como hemos visto que sucede con los cuentos aquí

analizados. O si dicha condición responde solamente a esta producción.

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