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67 Año LXXXVII Nueva época Diciembre-2020 Conmemorativa Ubijus Editorial, S.A. de C.V. Criminalia.com.mx Los orígenes de la Academia Mexicana de Ciencias Penales Elisa Speckman Guerra SUMARIO: I. Introducción. II. El relevo generacional. III. Criminalia. IV. La Aca- demia Mexicana de Ciencias Penales. V. Consideración final. VI. Referencias. I. Introducción La Academia Mexicana de Ciencias Penales se instituyó en 1940, siete años antes sus fundadores habían creado Criminalia. La revista es un antecedente fundamental en el origen de la agrupación y se convirtió en su órgano de difusión. Ambas, academia y revista, fueron fundadas por el grupo que relevó a la ge- neración de penalistas porfirianos. Se trata de la primera generación de penalistas del México posrevolucionario, representada por José Ángel Ceniceros, Luis Garrido, Alfonso Teja Zabre, Raúl Carrancá y Trujillo, Carlos Franco Sodi, Francisco González de la Vega, José María Ortiz Tirado, Javier Piña y Palacios, Francisco Argüelles, Juan José González Bustamante y Emilio Pardo Aspe, entre otros. Algunos de ellos comenzaron a publicar a mediados de la década de 1920, des- tacaron entre los críticos de los códigos promulgados en 1929 y participaron en la redacción de los ordenamientos de 1931. Dos años después un grupo más nutrido impulsó la publicación de Criminalia, conformó el consejo de redacción y colaboró de forma asidua. La revista los cohesionó y en 1940 fundaron la Academia Mexicana de Ciencias Penales, que pronto recibió a nuevos integrantes, tanto mexicanos como españoles exiliados en el país. En palabras de Sergio García Ramírez, se había conformado “la primera y más compacta, significativa y duradera generación, sucesora de trabajos previos e impul- sora, por acción o por reacción, del penalismo en el siglo XX”. 1 Sus miembros ocuparon un papel fundamental en la dirección de instituciones y en la formulación de leyes penales. Como afirma Francisco Alejandro González Franco, “tanto la revista Crimi- * Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Academia Mexicana de Ciencias Penales. Academia Mexicana de la Historia. 1 García Ramírez, “La Academia Mexicana de Ciencias Penales y Criminalia. Medio siglo en el desarrollo del derecho penal mexicano (una aproximación)”, p. 769.

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67Año LXXXVII • Nueva época • Diciembre-2020Conmemorativa

Ubijus Editorial, S.A. de C.V.Criminalia.com.mx

Los orígenes de la Academia Mexicana de Ciencias Penales

Elisa Speckman Guerra

Sumario: I. Introducción. II. El relevo generacional. III. Criminalia. IV. La Aca-demia Mexicana de Ciencias Penales. V. Consideración final. VI. Referencias.

I. Introducción

La Academia Mexicana de Ciencias Penales se instituyó en 1940, siete años antes sus fundadores habían creado Criminalia. La revista es un antecedente fundamental en el origen de la agrupación y se convirtió en su órgano de difusión.

Ambas, academia y revista, fueron fundadas por el grupo que relevó a la ge-neración de penalistas porfirianos. Se trata de la primera generación de penalistas del México posrevolucionario, representada por José Ángel Ceniceros, Luis Garrido, Alfonso Teja Zabre, Raúl Carrancá y Trujillo, Carlos Franco Sodi, Francisco González de la Vega, José María Ortiz Tirado, Javier Piña y Palacios, Francisco Argüelles, Juan José González Bustamante y Emilio Pardo Aspe, entre otros.

Algunos de ellos comenzaron a publicar a mediados de la década de 1920, des-tacaron entre los críticos de los códigos promulgados en 1929 y participaron en la redacción de los ordenamientos de 1931. Dos años después un grupo más nutrido impulsó la publicación de Criminalia, conformó el consejo de redacción y colaboró de forma asidua. La revista los cohesionó y en 1940 fundaron la Academia Mexicana de Ciencias Penales, que pronto recibió a nuevos integrantes, tanto mexicanos como españoles exiliados en el país.

En palabras de Sergio García Ramírez, se había conformado “la primera y más compacta, significativa y duradera generación, sucesora de trabajos previos e impul-sora, por acción o por reacción, del penalismo en el siglo xx”.1 Sus miembros ocuparon un papel fundamental en la dirección de instituciones y en la formulación de leyes penales. Como afirma Francisco Alejandro González Franco, “tanto la revista Crimi-

* Instituto de Investigaciones Históricas de la unam. Academia Mexicana de Ciencias Penales. Academia Mexicana de la Historia.

1 García Ramírez, “La Academia Mexicana de Ciencias Penales y Criminalia. Medio siglo en el desarrollo del derecho penal mexicano (una aproximación)”, p. 769.

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nalia como la Academia Mexicana de Ciencias Penales desempeñaron la difícil labor, por casi cuatro décadas, de desarrollar y encauzar la política criminal mexicana”.2 Asimismo, sus obras y colaboraciones en Criminalia, en general, los trabajos incluidos en la revista, no sólo reflejaron las preocupaciones y las tendencias imperantes sino que orientaron el rumbo de las ciencias penales.

En la conmemoración del cuarenta aniversario de la Academia Mexicana de Cien-cias Penales creo relevante revisar los momentos principales en la conformación del grupo, el perfil de sus miembros y sus aportaciones iniciales a las instituciones y al estudio de los temas penales. Concedo especial atención a Criminalia y examino sus diez primeros años, es decir, los previos y los primeros que siguieron al nacimiento de la agrupación.3

II. EL RELEVO GENERACIONAL

Una vez que Porfirio Díaz salió de México, sobre todo, tras la derrota de Victoria-no Huerta, la gran mayoría de los legisladores, juzgadores, agentes del Ministerio Pú-blico, defensores de oficio o funcionarios de establecimientos penales abandonaron el país o renunciaron a sus cargos. Lo mismo ocurrió con los intelectuales cercanos al régimen. Se impuso un relevo generacional.

Entre los penalistas, procesalistas e incipientes criminólogos y criminalistas porfirianos destacan: Miguel Macedo, Ricardo Rodríguez, Demetrio Sodi Guergue, An-tonio Martínez Baca, Julio Guerrero, Carlos Roumagnac, Antonio Ramos Pedrueza y Rafael de Zayas Enríquez. Consumada la Revolución algunos siguieron impartiendo cursos de derecho penal ya sea en la Escuela Nacional de Jurisprudencia (como Sodi y Guerrero) o en la Escuela Libre de Derecho (como Macedo, Sodi y Pardo Aspe), otros continuaron publicando (Macedo, Ramos Pedrueza y en menor medida Guerrero), mientras que otros se concentraron en el litigio y destacaron en los juicios por jurado (Lozano y Moheno). Roumagnac prosiguió con su carrera y fue director de la Escuela Técnica de Policía.4

El más presente en el ramo académico y teórico fue Miguel Macedo, maestro de la nueva generación de penalistas. Como sostiene Sergio García Ramírez, “fue ampliamente celebrado por sus contemporáneos y por sus numerosos alumnos hasta

2 González Franco, “Criminalia y su aportación a la legislación penal mexicana”, p. 87.3 Para la historia de la Academia Mexicana de Ciencias Penales y de la revista Criminalia resultan

importantes cuatro trabajos: Correa García, Historia de la Academia Mexicana de Ciencias Penales; García Ramírez, “La Academia Mexicana de Ciencias Penales y Criminalia. Medio siglo en el desarrollo del derecho penal mexicano (Una aproximación)”; González Franco, “Criminalia y su aportación a la legislación penal mexicana”; y Santa Ana Solano, “El Derecho Penal mexicano y Criminalia”. Puede verse también Speckman Guerra, “Los fundadores de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, la legislación penal y los debates sobre la justicia”.

4 Zamudio Nakagawa, “Carlos Roumagnac, entre policías y criminales”, pp. 35-39.

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bien entrado el siglo xx”.5 Siguió difundiendo sus trabajos, sobre todo estudios de corte histórico, entre ellos destaca la obra Apuntes para la Historia del Derecho Penal Mexicano. En 1945 su retrato se colocó en el salón de actos de la Academia Mexicana de Ciencias Penales. Sin duda, representa un eslabón entre la generación porfiriana y la posrevolucionaria. Algo similar se puede decir de otros profesores que se incorpo-raron a la Escuela Libre de Derecho, como Demetrio Sodi, “maestro de varias genera-ciones” en palabras de los redactores de Criminalia.6 También resulta interesante el caso de Antonio Ramos Pedrueza, por mucho tiempo maestro de la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Había sido defensor de oficio, agente del Ministerio Público, juez y en las postrimerías del Porfiriato diputado por once años. Después de la Revolución ganó importancia en el ámbito académico y formó parte de comisiones encargadas de reformar o redactar códigos (en 1921 participó de la encargada de proponer reformas al código de comercio y en 1929 de la redactora del código penal).

Sin embargo, la representación de los juristas porfirianos en la tarea legislativa, la conducción de instituciones penales, la dirección de revistas o la publicación de obras fue excepcional en la posrevolución.

Las principales revistas jurídicas del Porfiriato también habían dejado de publi-carse. Algunas —como El Foro, La Ciencia Jurídica, El Derecho o la Revista de Legis-lación y Jurisprudencia— aún antes del estallido de la Revolución, mientras que el Diario de Jurisprudencia desapareció en el curso de la lucha armada.

Las revistas que perduraron durante el siglo xx se publicaron pronto. En 1914 la Revista de la Escuela Libre de Derecho, en 1918 El Foro (órgano de la Orden Mexicana de Abogados y después de la Barra Mexicana de Abogados), en 1921 la Revista de Ciencias Sociales (Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional de México) y en 1923 Los Tribunales (fundada por un grupo de abogados). Concedieron poco es-pacio a los temas penales, pero incluyeron trabajos importantes, de viejos y nuevos autores. Entre los primeros se cuentan Macedo (quien en El Foro publicó en 1925 un trabajo sobre el código de 1871 y en 1926 un artículo en el cual aconsejaba la re-forma de los códigos decimonónicos) o Ramos Pedrueza (en 1918 difundió en El Foro un trabajo sobre la crisis del sistema penitenciario). Entre los autores nuevos puede mencionarse a un joven y reciente profesor de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, Luis Chico Goerne, quien en la revista de la institución publicó “El concepto socioló-gico de la pena” (1925) y “El concepto legislativo del delito” (1926).

Por tanto, no se perfilaba todavía una nueva generación de penalistas, que difundiera una visión de la criminalidad diversa a la prevaleciente en el Porfiriato y que participara en la redacción de nuevos códigos. No obstante, dicha generación ya se anunciaba. En la segunda mitad de la década de 1920, José Ángel Ceniceros

5 “La Academia Mexicana de Ciencias Penales y Criminalia”, p. 768.6 “Demetrio Sodi”, p. 46.

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y Luis Garrido publicaron sus primeras obras: Ceniceros su tesis de licenciatura (El derecho penal en la Rusia bolchevique) y conjuntamente la obra titulada La ley penal mexicana. Como Garrido lo señalaría años después, eran “amigos de juventud”.7 Para entonces ambos tenían entre 25 y 30 años, se habían titulado poco antes, Ceniceros en la Escuela Libre de Derecho y Garrido en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, el segundo había sido fiscal en el Estado de Michoacán.

Tres años después, tanto Garrido como Ceniceros asumieron una postura crí-tica respecto a los códigos de 1929. Los ordenamientos reflejaban las premisas de la escuela positivista de derecho penal. En palabras del presidente de la comisión redactora, José Almaraz, sus miembros estimaron que la escuela clásica estaba en “completa bancarrota” y no ofrecía soluciones acordes a la realidad. Optaron por “aplicar el método de la experimentación y la observación con el fin de investigar las causas o condiciones que tenían como resultante al delito y, con ello, imprimir al derecho un carácter antropo-sociológico”. Creyeron que las acciones delictivas eran resultado de la personalidad física (temperamento) y psíquica (carácter), ambas determinadas por la herencia psicofisiológica, pero pensaban que la personalidad se modificaba por el ambiente. De acuerdo con esta idea desecharon el principio de responsabilidad moral como sustento del castigo, hablaron de la necesidad que tiene la sociedad para defenderse y la importancia de individualizar la pena en razón a la personalidad del procesado.8 No terminaron con el sistema que regía la aplicación de la sanción en el código de 1871, pero incluyeron circunstancias indicativas de la temibilidad y posibilidad de enmienda del enjuiciado y abrieron la posibilidad de que los jueces tomaran en cuenta circunstancias agravantes o atenuantes no incluidas en el código, aumentaron la sanción de los reincidentes e introdujeron el concepto de delincuente habitual. Por otra parte, al pensar que la especialización de los jueces era fundamental, suprimieron el juicio por jurado y en su lugar crearon Cortes Penales (tribunales colegiados integrados por tres jueces).

Los primeros textos fueron autoría de Ceniceros y de Teja Zabre, años después expresarían ideas similares otros fundadores de la Academia Mexicana de Ciencias Penales. En general, aseguraron que no se trataba de un código del delincuente (pues no se basaba en la personalidad ni contemplaba penas indeterminadas) y seguía siendo un código del delito (basaba la penalidad en el delito y las condenas tenían duración predeterminada), además de señalar deficiencias en la redacción y estructu-ra, duplicidades y contradicciones, y considerarlo de difícil aplicación.9 Sostuvo Teja

7 “Palabras que el señor licenciado Luis Garrido dirigió a los miembros de la Academia de Ciencias Penales durante el homenaje que le ofrecieron el día 9 de febrero de 1950”, p. 101.

8 Almaraz, Exposición de motivos del código penal promulgado en diciembre de 1929.9 Ceniceros, “El nuevo código penal”, p. 13. En los siguientes años se sumaron a estas críticas otros

miembros de la generación, menciono sus textos más próximos a la expedición del código: Carrancá y Trujillo (Derecho penal mexicano, p. 77), Garrido (“La doctrina mexicana de nuestro derecho penal”, p. 240) y González de la Vega (“Fue necesario derogar la legislación penal de 1929”, p. 92).

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Zabre que la doctrina positivista había perdido fuerza y lamentó que no se hubieran tomado en cuenta teorías como el materialismo histórico.10 Ante la crítica imperante, escribió Ceniceros:

El ambiente para la legislación es desfavorable y aún hostil, lo mismo entre los fun-cionarios judiciales encargados de aplicarla, que entre los litigantes y asociaciones profesionales. (…) Ha llegado un momento de crisis para la legislación penal, en el que la crítica académica y pública de sus preceptos, por medio de la prensa, es innecesaria, pues ya todo mundo está convencido del fracaso de los códigos, a los cuales se les atribuyen con exageración errores y lacras, aun olvidando las bondades que en algunos puntos tienen.11

En 1931 se conformó la comisión encargada de redactar nuevos ordenamientos. Estuvo integrada por José Ángel Ceniceros (para ese momento ya había sido procura-dor de justicia militar) y Luis Garrido (quien ya había presidido el Tribunal Superior de Justicia de Michoacán y en el Distrito Federal había sido agente del Ministerio Público y juez penal). Los acompañaron Alfonso Teja Zabre, Ernesto G. Garza Ochoa, José López Lira, Carlos L. Ángeles y más tarde Francisco González de la Vega. Además los apoyaron Emilio Pardo Aspe y José María Ortiz Tirado.

Resultan de interés para este trabajo Teja Zabre y González de la Vega (fun-dadores de la Academia Mexicana de Ciencias Penales), así como Ángeles (asiduo colaborador de Criminalia).12 Teja Zabre tenía aproximadamente diez años más que Ceniceros y Garrido, para 1931 había sido juez, defensor de oficio, diputado al con-greso constituyente, agente del Ministerio Público y magistrado del Tribunal Supe-rior de Justicia. Por su parte, Francisco González de la Vega tenía 30 años, había sido juez correccional y subprocurador en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Por último, Ángeles, de edad similar a la de Teja Zabre, tenía trayectoria en el plano político, pero también había sido agente del Ministerio Público, juez y magistrado.

Los miembros de la comisión redactora del código de 1931 consideraron que la escuela clásica había fracasado, pero no creyeron que “el remedio” lo proporcionara la positivista. No se ciñeron a una corriente y cuando “por fines explicativos” de-bieron aclarar su filiación, se declararon partidarios de la “tercera escuela” o escue-la crítica.13 Tomaron elementos de ambas escuelas, pero siguiendo a la positivista

10 Teja Zabre, “Las nuevas orientaciones del derecho penal”, pp. 54–55.11 Ceniceros, El nuevo código penal de 13 de agosto de 1931 en relación con los de 7 de diciembre de 1871

y 15 de diciembre de 1929, p. 79.12 Después mencionaré a Pardo Aspe y Ortiz Tirado, pues no formaron parte de la comisión.13 Teja Zabre, “Exposición de motivos del código de 1931”, pp. 8 y 13. También Ceniceros, El nuevo

código penal de 13 de agosto de 1931 en relación con los de 7 de diciembre de 1871 y 15 de diciembre de 1929, pp. 25 y 35–36.

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adoptaron el principio de “responsabilidad social y superación del concepto aflictivo de la pena”.14 Pensaron que todo código debía combinar consideraciones en torno al acto y al sujeto. En palabras de Ceniceros, la justicia exigía “para el juez facultad más amplia de arbitrio en razón de la particularidad objetiva y subjetiva de cada caso que debe juzgarse, como un medio de que la represión se adapte a la naturaleza del delincuente”.15 Optaron por un “arbitrio racional”, que remediara “la rigidez excesiva, ciega, brutal y absurda de la métrica penal” y le concediera al juez un margen de decisión para considerar las circunstancias del crimen y su autor.16 Años más tarde expresarían su acuerdo con la orientación y las soluciones de la comisión otros fundadores de la Academia, entre ellos, Raúl Carrancá y Trujillo y Francisco González de la Vega, quienes remarcaron la intención de conjugar los principios teóricos y filosóficos con la realidad, y de ofrecer un código práctico que partía de conceptos generales y contenía definiciones claras.17

El núcleo de una nueva generación se había conformado.

III. CRIMINALIA

Dos años después se fundó la revista Criminalia.

Hasta la década de 1930 no existía una revista especializada en temas penales, no la había tampoco en las décadas anteriores. En julio de 1930 se publicó el primer número de la Revista Mexicana de Derecho Penal, órgano del Consejo Supremo de Defensa y Prevención Social. “México ha carecido hasta la fecha de un órgano perio-dístico dedicado exclusivamente a estudios de criminología y de todas las ciencias que tienen conexión con la materia penal”, afirmaron sus redactores.18 Sin embargo dejó de publicarse meses después.

Criminalia fue la primera en su género que se mantuvo. Pretendía ser “un espejo, un altavoz, una antena, un instrumento tan perfecto como sea posible ambicionar, que recoge fielmente el pensamiento y el sentimiento mundiales (…) en cuanto al conocimiento exhaustivo del delito en sus causas, en sus formas y en sus efectos, y en cuanto a la estimación y tratamiento del mismo mediante la pena”.19 Abarcaba un

14 Ceniceros, “La escuela positiva y su influencia en la legislación penal mexicana”, pp. 204 y 210; y “El código penal mexicano”, pp. 256 y 257.

15 Ceniceros, El nuevo código penal de 13 de agosto de 1931 en relación con los de 7 de diciembre de 1871 y 15 de diciembre de 1929, p. 91.

16 Ibidem, p. 98.17 Carrancá y Trujillo, “La legislación penal vigente en la República Mexicana”, pp. 39 y 40; y González

de la Vega, “La evolución del derecho penal en México”, pp. 10228 y 10229.18 “El por qué de esta revista”, p. 3.19 “Lo que Criminalia aspira a ser”, p. 443.

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amplio abanico de temas. Además, sus editores buscaron que fuera plural en cuanto a corrientes y que retomara las imperantes en otros países, manifestaron su apertura a todos los estudiosos, “experiencias extranjeras” y “aportaciones simplemente lite-rarias o filosóficas en torno al crimen”.20

Refiriéndose al primer recuento de los artículos publicados en la revista, que se publicó en 1943, sostuvo Javier Piña y Palacios: “quien repase los índices de los nueve años de su existir, hallará en ellos la voz de selectos criminalistas y penalistas de ambos hemisferios, de Europa y América”; consideró que permitirían formar un “digesto del nuevo Derecho Penal”.21 En el mismo sentido, los redactores de Criminalia calificaron a ese primer índice y al segundo, publicado en 1958, “como verdaderas bibliografías de ciencias penales”, para concluir que Criminalia había permitido a sus lectores estar al “corriente del movimiento jurídico y científico en la materia penal y sus ciencias auxiliares”.22

Al inicio los responsables de Criminalia fueron José Ángel Ceniceros, Luis Ga-rrido y Raúl Carrancá y Trujillo, pero muy pronto únicamente Ceniceros se encargó de la dirección. Por otra parte, durante los primeros diez años de la revista par-ticiparon en el consejo de redacción Francisco Argüelles, Raúl Carrancá y Trujillo, Carlos Franco Sodi, Luis Garrido, Francisco González de la Vega, José María Ortiz Tirado, Emilio Pardo Aspe, Javier Piña y Palacios, Alfonso Teja Zabre y Alberto R. Vela.

Por ende, a los personajes que ya hemos mencionado se sumaron Argüelles (te-nía 28 años, desempeñó varios cargos, pero no conozco los que había ocupado antes de 1933), Franco Sodi (tenía 29 años, había sido juez penal y agente del Ministerio Público), Ortiz Tirado (tenía 39 años, había sido defensor de oficio, abogado con-sultor del Ayuntamiento de la Ciudad de México, agente del Ministerio Público y ma-gistrado del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal), Pardo Aspe (tenía 48 años, había sido agente del Ministerio Público y defensor de oficio), Piña y Palacios (tenía 36 años, había sido secretario de juzgado correccional, posteriormente fue secretario auxiliar del Tribunal Superior de Justicia y juez penal pero ignoro la fecha) y Vela (tenía 32 años, había sido agente del Ministerio Público en San Luis Potosí y en la capital juez correccional y penal).

Originalmente la revista se imprimía en los Talleres de Artes Gráficas, pero debi-do al estallido de una huelga a partir de 1936 la publicó Ediciones Botas.23 Además, la Editorial Criminalia publicaba libros, para 1944 habían salido a la luz más de una

20 Tomado de Garrido, “La revista de la Academia de Ciencias Penales”, p. 13.21 Piña y Palacios, “Nota preliminar”, p. 6.22 “Vigésimo quinto aniversario de Criminalia”, p. 1.23 Correa, Historia de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, p. 18; y González Franco, “Criminalia y

su aportación a la legislación penal mexicana”, p. 31.

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decena, autoría de Ceniceros, Garrido, Teja Zabre, Franco Sodi y González de la Vega, así como de dos mujeres, Gina Lombroso y Carmen Madrigal.

El primer índice de Criminalia, que como dije se publicó en 1943, registra un to-tal de 927 artículos (publicados hasta 1942).24 Los textos abordan un amplio abanico de temas. Como muestra de la amplitud los tópicos tratados en los primeros diez años de la revista, hasta 1944 (ver tabla I).

Tabla I: Artículos publicados durante los diez primeros años de la revista (años I- X, 1933-1944)

Temas (Utilizo la división temática del índice de 1958, aunque sólo tomo en cuenta los

textos publicados hasta el año X, mediados de 1944)

Núm. de textos:

Derecho penal

Doctrina, dogmática y crítica (130)

298Parte general (78)

Delitos en particular (82)

Derecho penal y otras ciencias (8)

Derecho procesal penal 100

Medicina legal 8

Estadística criminal 4

Política criminal (lucha contra la delincuencia) 131

Criminalística y policía científica 18

Criminología

Generalidades – Causas de la criminalidad (67)

129Personalidad del delincuente (12)

Clasificación de los delincuentes: tipos, formas y tendencias de la criminalidad (50)

Delincuencia infantil y juvenil (factores) 88

Toxicomanías 8

Psicología y psicopatología criminales (psicología forense) y psiquiatría forense

33

Temas penitenciarios

Cuestiones y problemas penitenciarios (40)

71Instituciones y sistemas penitenciarios (24)

Clasificación y tratamiento de los reclusos (6)

Instituciones y tratamiento post-penitenciario (1)

Fuente: Bibliografía de Ciencias Penales, 1958.

24 Santa Ana Solano, “El Derecho Penal mexicano y Criminalia”, p. 180.

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Por su número destacan los trabajos dedicados al derecho penal (298), pero los superan los estudios sobre la delincuencia si consideramos, en conjunto, los dedicados a la delincuencia de mayores, la infantil y la juvenil, a la lucha contra la criminalidad y a su explicación (348 en total).

Los temas responden a las preocupaciones de la época. Los ordenamientos pena-les acababan de promulgarse, poco tiempo atrás se habían reformado los tribunales y se había suprimido la pena de muerte. Además, en la década de 1930 se construyeron las instituciones del México de la posrevolución.

Por otra parte, a principios de dicha década estaba muy presente la inquietud por la criminalidad, que no se reflejaba en las estadísticas, pero sí en escritos de especialistas y de no especialistas, entre ellos los periodistas. Preocupaban la proliferación de las armas de fuego (producto de la lucha armada) y el incremento de la violencia. Como sostuvo el titular de la Procuraduría de Justicia, si bien el número de homicidios se mantenía estable, día a día aumentaba la crueldad que se empleaba al cometerlos.25 Poco después escribió Alberto R. Vela: “con frecuencia advertimos que la sociedad se alarma, se escandaliza o se llena de horror, a causa de algunos delitos que en su seno se cometen y contra quienes los ejecutan”, pero concluye que “más que el delito o los delincuentes” producían esos efectos “los medios empleados”.26 Homicidios resultados de robos, como los cometidos por Luis Romero Carrasco, Alberto Gallegos o Gonzalo Ortiz Ordaz y María Elena Blanco, se volvieron célebres, horrorizaron a los capitalinos y reavivaron el debate sobre la pena de muerte.27

Criminalia se convirtió, entonces, en reflejo de preocupaciones y tendencias, así como en impulsora de las novedades en el ámbito de las ciencias penales. Esos son los principales factores a tomar en cuenta para valorar su relevancia. Para el tema que nos ocupa hay otro: cohesionó a la generación de penalistas y propició su ampliación. En palabras de Luis Garrido, a la revista “se debe, entre otras co-sas, la formación de un cuerpo distinguido y selecto de profesionales en materia penal”.28

Me referí arriba al grupo de redactores, hay que considerar también a los cola-boradores asiduos. El primer índice registra la participación de 343 autores.29 La cifra es mayor si consideramos también los dos años siguientes, llegando hasta 1944. Algunos escribieron un artículo y otros numerosas notas (tabla II).

25 “El Señor Procurador y el aumento de la criminalidad”, Excélsior, 6 de marzo de 1932, p. 10.26 Vela, “Reflexiones”, p. 90.27 Ver Speckman Guerra, Homicidio, justicia y nota roja en la Ciudad de México, década de 1930.28 Garrido, “La Revista de la Academia de Ciencias Penales”, p. 14.29 Santa Ana Solano, “El Derecho Penal mexicano y Criminalia”, p. 180

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Tabla II: Autores con más de cinco colaboraciones durante los diez primeros años de la revista (años I- X, 1933-1944)

Mexicanos

Años y número de artículos por año Total

José Almaraz Año I:1, Año II:1, Año IV:2, Año V:1, Año VI:1, Año VII:1, Año VIII:2, Año IX:2

11

Francisco Argüelles Año I:3, Año III:2, Año IV:7, Año V:9, Año VI:12, Año VII:5, Año VIII:12, Año IX:11, Año X:2

63

Raúl Carrancá y Trujillo Año I:17, Año II:16, Año III:4, Año IV:4, Año VI:3, Año VII:2, Año IX:3

49

Israel Castellanos Año IV:1, Año V:2, Año VII: 2 5 y 2 con Sansores y Díaz Padrón

José Ángel Ceniceros Año I:10, Año II:3, Año III:2, Año IV:4, Año V:14, Año VI:6, Año VII:16, Año VIII:13, Año

IX:24, Año X:19

111 y 3 con Garrido

Carlos Franco Sodi Año I:8, Año II:4, Año III:5, Año V:3, Año VI:3, Año VII:2, Año VIII:2, Año IX:3, Año X:4

34

Luis Garrido Año I:11, Año II:7, Año III:1, Año V:4, Año VII:1, Año IX:3, Año X:2

29 y 4 con Ceniceros y Tena Ruiz

Juan José González Bustamante

Año III:3, Año V:2, Año VII:1, Año VIII:1, Año IX:3, Año X:1

11

Francisco González de la Vega

Año I:14, Año II:4, Año III:5, Año IV:3, Año VII:2

28

José Agustín Martínez Año V:1, Año VI:2, Año VII:1, Año VIII:1, Año X:1

6

Rafael Matos Escobedo Año I:3, Año II:1, Año V:2, Año VIII:1, Año IX:1, Año X:1

9

José María Ortiz Tirado Año I:1, Año V:1, Año VII:4, Año X: 1 7

Emilio Pardo Aspe Año II:3, Año III:1, Año IV:3, Año V:1 8

Javier Piña y Palacios Año IV:5, Año V:5, Año VI:1, Año VII:1, Año IX:3 15

Ramón Prida Año I:2, Año II:2, Año III:2 6

Alfonso Quiroz Cuarón Año I:1, Año II:4, Año III:1, Año IV:1, Año VI:1, Año VII:2, Año IX:1

11

Manuel Rivera Silva Año I:3, Año IV:2, Año VII:1, Año IX:1 7

Rafael Santamarino Año III:1, Año IV:3, Año V:1, Año IX:1 6

Roberto Solís Quiroga Año I:1, Año III:2, Año IV:1, Año VI:1, Año VII:2 7

Alfonso Teja Zabre Año I:4, Año II:2, Año III:2, Año V:8, Año VI:2, Año VII:3, Año VIII:1

22

Alberto Rómulo Vela Año I:5, Año II:1, Año VIII:1, Año IX:1 8

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Juristas españoles exiliados en América

Luis Jiménez de Asúa (Buenos Aires)

Año III:1, Año VI:1, Año VII:2, Año IX:2, Año X:3

9

Mariano Jiménez Huerta (México)

Año VI:1, Año VII:2, Año VIII:2, Año IX:5, Año X: 2

12

Mariano Ruiz-Funes (La Habana y México)

Año II:1, Año VII:4, Año VIII:3, Año IX:4, Año X:4

16

Extranjeros

Giulio Andrea Belloni Año II:2, Año III:4, Año V:3, Año VI:3, Año VII:2 14

Francisco Cosentini(trad. de Teja Zabre)

Año IV:6 6

Juan Laceiras de Avellaneda Año VII:2, Año VIII:2, Año IX:1, Año X:1 6

Hermann Mannheim(trad. de Teja Zabre)

Año VII:4, Año IX:2 6

añoS: año i (1933-1934), año ii (1934-1935), año iii (1936-1937), año iV (1937-1938), año V (1938-1939), año Vi (1939-1940), año Vii (1940-1941), año Viii (1941-1942), año ix (1942-1943), año x (1943-1944). Fuente: BiBliografía de CienCias Penales.

Así, en los primeros diez años 21 autores mexicanos escribieron 459 trabajos. Sobresale Ceniceros con 111, lo siguen miembros del consejo de redactores, Argüelles con 63, Carrancá y Trujillo con 49, Franco Sodi con 34, Garrido con 29, González de la Vega con 28, Teja Zabre con 22 y Piña y Palacios con 15. Es decir, predominan entre los asiduos colaboradores miembros de la primera generación de penalistas del México de la posrevolución.

Un examen de los colaboradores nos permite anotar algunos otros puntos. En primer lugar la presencia de otras generaciones. Para la porfiriana el mejor ejemplo es Miguel Macedo (se incluyeron dos textos de su autoría),30 aunque también se publicó una serie de trabajos de Demetrio Sodi.31 Para la siguiente generación de penalistas del siglo xx el mejor ejemplo es Alfonso Quiroz Cuarón (quien en los primeros diez años de la revista publicó once artículos).

En segundo lugar la pluralidad de posturas, de lo cual da cuenta la participación de José Almaraz, quien dialogó con los críticos de los códigos de 1929 (se incluyeron en estos años un total de once trabajos del jurista).32

30 “Evolución de los establecimientos penales” (año V) y “Prevención de los delitos” (año XII), otros cinco textos se publicarían en los siguientes años, lo cual da cuenta de la vigencia de su trabajo y del respeto que le tenían los editores.

31 En el año IX se incluyeron varios textos sobre las circunstancias que excluyen la responsabilidad criminal: “Defensa legítima”, “Defensa legítima del honor” y “Defensa legítima de los bienes”.

32 El primero en el año I, “La especialización en lo penal” y el último en el año IX, “¿Medicina legal? ¿Derecho Penal?”, otros trabajos fueron publicados en los años IV, V, VI, VII y VIII.

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En tercer término la colaboración de autores extranjeros. Cabe señalar que la re-vista atrajo el interés de autores y lectores fuera del país. Según Alejandro González Franco desde mediados de la década de 1930 se distribuía en países europeos, como Alemania, España, Francia e Italia.33 La fundación en Roma, en 1935, de la revista Criminalia, es un buen ejemplo de su impacto. Sus impulsores, Giulio Andrea Belloni y Anselmo Crisafulli, escribieron a los redactores de la publicación mexicana: “nuestra revista no sólo será gemela sino hasta homónima de la vuestra”. 34

Antes de concluir creo interesante aludir a un cuarto y último punto, a saber, la presencia de mujeres en la revista y su ausencia como miembros activos de esta ge-neración de penalistas. Varias autoras publicaron trabajos en los primeros diez años de vida de la revista (tabla III).

Tabla III. Colaboradoras en los diez primeros años de la revista (años I- X, 1933-1944)

Autoras Año y núm. de textos

Título de las colaboraciones

Dolores Bedolla Rivera(tesis profesional en 1939 y

dos artículos)

Año VI:1, Año VIII:1, Año IX:1

Proyecto de código para menores. Prevención de la delincuencia juvenil. El procedimiento vigente ante los tribunales de menores en el

Distrito Federal.

Amalia Castillo Ledón (conferencia en el Ateneo de

La Habana, la menciono abajo)

Año VI:1 Los tribunales para menores en México.

Luz María Cedillo (alumna de Ceniceros)

Año VI:1 La deficiencia mental en la delincuencia infantil.

Mercedes Gallagher de Parks (Perú) Año III:1 Tribunal infantil y reformatorios en el Perú.

Lucila de Gregoire Lavie (Argentina) Año IX:1 Patronatos de liberados.

Gina Lombroso de Ferrero (Italia)

Año V:1, Año VI:1

La vida de mi padre. A los lectores mexicanos.

Silvia Lombroso (Italia) Año VII:1 Apuntes sobre la marcha de las doctrinas lombrosianas después de la muerte de César

Lombroso.

Margarita Lozano Garza (resumen de una encuesta)

Año IV:2 Tribunales para menores. La profilaxis de la delincuencia infantil y juvenil.

Judith Mangino Año II:1 Estudio social de un caso de prostitución.

Carmen Martínez (alumna de Ceniceros)

Año IV:1 El hogar defectuoso como factor en la delincuencia infantil y juvenil.

33 González Franco, “Criminalia y su aportación a la legislación penal mexicana”, p. 30.34 “Criminalia en Roma”, p. 194.

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Autoras Año y núm. de textos

Título de las colaboraciones

Judith Martínez Ortega (secretaria de Mújica en las

Islas Marías)

Año IV:1 Visión de las Islas Marías.

Lucía Navarro de Pérez (profesora)

Año III:1 Legislación complementaria de la prevención social de la delincuencia infantil.

María Teresa Prieto (alumna de Ceniceros)

Año V:1 El alcoholismo, una de las causas de la delincuencia infantil.

Piedad Robledo (alumna de Ceniceros)

Año V:1 Ventajas de a libertad vigilada como medida de readaptación para menores.

Matilde Rodríguez Cabo (la menciono abajo)

Año II:1, Año VI:1, Año VII:1

La eutanasia de los anormales. El problema sexual de las menores mujeres y su repercusión en la delincuencia femenil juvenil. Actitud de

la educadora frente al complejo de inferioridad.

Guadalupe V. Rodríguez (alumna de Ceniceros)

Año IV: 1 Estudio comparativo del procedimiento seguido con adultos y menores infractores.

Consuelo G. Rubio (profesora, ponencia del Primer Congreso Nacional de Prevención Social)

Año VII:1 Prevención de la delincuencia infantil. Casas de tratamiento para menores, su organización y

funcionamiento.

María Elena Sodi de Pallares Año IX:1 Datos biográficos del señor licenciado Demetrio Sodi.

Many Sokolina Año II:1 La protección de la maternidad en la U.R.S.S.

Celia Solana Año VII:1 Historia, organización y actuación de los tribunales para menores.

Susana Solano (Perú) Año II:1, Año III:2, Año VII:1

El homosexualismo y el estado peligroso. Algunas formas crónicas del estado peligroso.Clínica del estado peligroso. La constitución

perversa y la responsabilidad.

Dolores de la Torriente (Cuba) Año III:1, Año IV:3,Año V:1

Un libro de mujer. México y los tribunales para menores. Colombia y la reforma penitenciaria.A propósito de un libro sobre la criminalidad juvenil. Sistema educacional en las prisiones

de Estados Unidos.

Ofelia Vázquez Santaella Año VII:1 Regímenes de prisiones.

Fuente: BiBliografía de CienCias Penales, 1958.

En total 23 autoras (no incluyo coautorías) y un total de 38 trabajos, cifra poco representativa si recordamos que sólo en los primeros nueve años (un año menos), 343 autores publicaron 927 textos. Es decir, las autoras representan menos del 7% de los colaboradores y sus trabajos menos del 2% de los artículos.

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Lo anterior no resulta en lo absoluto extraño a la época. Las mujeres se abrían camino en el ámbito político (habían adquirido el derecho al voto municipal en algunas entidades federativas, pero hasta 1947 lograron la posibilidad de votar en elecciones municipales a nivel nacional y en 1953 el voto en comicios federales) o bien, pugnaban por mejores oportunidades en el plano laboral y se incorporaban de forma creciente en el educativo (pero por ejemplo, en la unam, entre 1928 y 1954, sólo 20% de los titulados de licenciatura eran mujeres y sólo 15 obtuvieron títulos de posgrado).35 En este panorama, su colaboración en la revista, cuantitativamente reducida, resulta cualitativamente importante.

Cabe señalar que en los diez primeros años de Criminalia la mayoría las autoras escribieron sobre delincuencia infantil o juvenil o sobre instituciones para menores.36 Varias eran extranjeras las cuales, en conjunto, parecen tener más trayectoria aca-démica que el grupo de mexicanas. Entre las segundas, varias, cinco, eran alumnas de José Ángel Ceniceros en cursos universitarios, otra acababa de titularse. Destacan por su perfil y sus trabajos dos de ellas: Matilde Rodríguez Cabo, médico, psiquiatra, escritora, fue defensora de los derechos de las mujeres; y Amalia Castillo Ledón, im-pulsora de la reforma constitucional que permitió el voto femenino (encabezó el Ate-neo de Mujeres y la Alianza de Mujeres de México), fue la primera mujer subsecretaria (en 1953 lo fue en la Secretaría de Educación), además de haber sido representante diplomática del gobierno mexicano.37

Como mencioné, ninguna mujer perteneció al consejo de redactores ni, estricta-mente, a la primera generación de penalistas del siglo xx.

Para concluir, cabe señalar que en 1941 la revista Criminalia se convirtió en el órgano de difusión de la Academia Mexicana de Ciencias Penales.

IV. LA ACADEMIA MEXICANA DE CIENCIAS PENALES

En 1940 se fundó la Academia Mexicana de Ciencias Penales. Su primer presiden-te fue José Ángel Ceniceros. La Mesa Directiva estuvo conformada por los vicepresi-dentes Francisco González de la Vega y Alfonso Teja Zabre, el secretario Raúl Carrancá y Trujillo y el tesorero Javier Piña y Palacios. Entre los fundadores se cuentan tam-bién Emilio Pardo Aspe, José Torres Torrija, José Gómez Robleda, Francisco Argüelles, José Ortiz Tirado y Carlos Franco Sodi. Es decir, a los redactores de Criminalia se sumaron dos médicos, Gómez Robleda y Torres Torrija, con ello se acentuó el carácter

35 Infante Vargas, “Por nuestro género hablará el espíritu: las mujeres en la UNAM”, p. 80; y Santillán Es-queda, “Posrevolución y participación política. Un ambiente conservador (1924-1953)”, pp. 178-182.

36 La incursión de las mujeres también fue más temprana en tribunales de menores que en otros, en 1926 Guadalupe Zúñiga de Mendoza fue nombrada juez.

37 Cano, “Estudio introductorio”.

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multidisciplinario del grupo.38 Cabe también señalar que el primer miembro de núme-ro en ingresar a la corporación fue Mariano Ruiz-Funes, republicano español exiliado en el país, quien presentó su discurso de ingreso en la Escuela Nacional Preparatoria durante la primera sesión de trabajo de la institución.39

Al fundarse la Academia Mexicana de Ciencias Penales anunciaron los impulsores:

Los redactores de Criminalia que desde hace más de cinco años han venido sosteniendo esta publicación con su esfuerzo científico, el cual se ha prolongado a la cátedra, a la conferencia y al libro, han organizado un centro de estudios, con el nombre de “Academia Mexicana de Ciencias Penales” y que tiene por objeto: a) Cultivar el estudio del derecho punitivo y de las ciencias penales que se relacionen con el mismo en la investigación del delincuente y del problema de la criminalidad; b) Colaborar con el Departamento de Prevención Social, el Ministerio Público y con los órganos judiciales interesados, para adaptar la ley penal a las necesidades de la prevención de la delincuencia y a la reducción del delincuente; y c) El fomento de la política de Estado para disminuir la criminalidad de los menores y proteger a los moralmente abandonados.40

Aseveraron que la fundación había sido muy bien recibida en “los círculos de estudio”, pues “su falta se hacía sentir en México, ya que hoy día la lucha en contra de la delincuencia requiere una mayor preparación técnica”.41

Las aportaciones de la institución son varias. Entre otras, como lo señaló Javier Piña y Palacios al conmemorarse el vigésimo quinto aniversario, tuvo nexos con otras asociaciones del extranjero, siendo “el medio por el cual nuestro país se ha dado a conocer”; y contribuyó a la organización y realización de congresos y reuniones nacionales e internacionales.42 Además, la revista siguió impulsando el estudio de las ciencias penales, al igual que lo hicieron sus miembros.

Sería imposible, en este espacio, dar seguimiento a las posturas y propuestas de los académicos. Me limitaré a mencionar algunas ideas referentes al sistema de justicia y su impartición, expresadas en los años que siguieron a la fundación de Criminalia y de la Academia Mexicana de Ciencias Penales.43

Los fundadores defendieron la permanencia de una justicia de primera instancia profesional y colegiada. En 1936 cuando la Secretaría de Gobernación consideró la

38 Ver notas como “XXV aniversario de la fundación de la Academia Mexicana de Ciencias Penales”, p. 1.39 “La Academia Mexicana de Derecho Penal”, p. 326.40 Ibidem. Son los objetivos que se mencionan en los estatutos (“Escritura constitutiva y estatutos de

la Academia Mexicana de Ciencias Penales”).41 “La Academia Mexicana de Derecho Penal”, p. 326.42 Piña y Palacios, “Veinticinco años de la labor cultural de la Academia Mexicana de Ciencias Penales”.43 Para sus opiniones y las de otros juristas, Speckman Guerra, En tela de juicio. Justicia penal, homici-

dios célebres y opinión pública (México, siglo XX).

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posibilidad de suprimir las Cortes Penales, González de la Vega afirmó que resultaba peligroso “confiar la solución de los procesos a una voluntad judicial única, en oca-siones arbitraria y poco controlable”, siendo preferible confiarla al “consorcio de las voluntades de diversos jueces”; también argumentó que la colegiación enriquecía los proyectos de sentencia y permitía “unificar los usos jurisprudenciales”.44 Un año más tarde, varios académicos se opusieron a la recuperación del juicio por jurado: Franco Sodi aludió a la “ignorancia del derecho e impreparación científica” de los jurados; Ceniceros al protagonismo de los litigantes y su influencia sobre los veredictos; y Pardo Aspe, sin definirse como antijuradista, advirtió que en los tribunales populares todo era “contingente, adventicio, incierto” y que la institución minaba la seguridad jurídica.45

Insistieron, no obstante, en la necesidad de introducir reformas. Entre ellas, aumentar el margen de discrecionalidad de los jueces. Carrancá y Trujillo sostuvo que imperando en el país una profunda desigualdad económica, social y cultural, “esta-blecer leyes de uniforme aplicación es sólo una imposición de la mentira democrática que nos organiza y en que nos cimentamos como nación; mentira cruel para los de inferior cultura mientras beneficia desorbitadamente a los más cultos” y creyó que “sólo un amplio, amplísimo arbitrio judicial puede atemperar la injusticia tremenda que es tratar como iguales a los desiguales”.46 Por su parte, Carrancá y Trujillo, Ceni-ceros y Franco Sodi, consideraron que al impartir justicia los jueces debían considerar las circunstancias específicas de los grupos indígenas.47

También pugnaron por incrementar el número de Cortes Penales, rezagadas res-pecto al número de habitantes de la Ciudad de México: si en 1929 existían 8 para un millón de capitalinos, en 1956 existían 7 para alrededor de cuatro millones. En 1943 Franco Sodi lamentó que, “sin tomar en cuenta el crecimiento de la población y el aumento de la criminalidad”, se hubieran suprimido seis juzgados y reducido su personal a la mitad.48

También señalaron problemas relativos a la impartición de justicia. Franco Sodi, Ceniceros y Garrido sostuvieron que en algunos tribunales pesaban las influencias o existía corrupción.49 Por ejemplo, refiriéndose al Poder Judicial, Ceniceros sostuvo que

44 González de la Vega, “Las Cortes Penales”.45 Franco Sodi, “Funcionarios y jurado popular”, El Universal, 12 de abril de 1940, Primera Sección, pp.

3 y 4; “¿Qué opina usted sobre la reimplantación del jurado popular?”, p. 19; y Pardo Aspe, “Maria-chis y juzgadores”, pp. 453-458.

46 Carrancá y Trujillo, “La injusta igualdad”, p. 100.47 Ceniceros, Carrancá y Trujillo, Franco Sodi y Piña y Palacios, “Las razas indígenas y la defensa social”.48 Franco Sodi, “Esa justicia señor regente”, Excélsior, 13 de diciembre de 1943, Primera sección, pp. 3

y 4.49 Franco Sodi (“Se vende la justicia”, El Universal, junio 8 de 1940, Primera Sección, p. 3), Ceniceros

(“Corruptores y sobornados”, p. 74; “El problema de la justicia en México, El Universal, 2 de mayo de

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“infinidad de fuerzas políticas, económicas y sociales influían en sus decisiones”.50 Otro ejemplo es la carta hipotética escrita por Franco Sodi a un juez relevado de su cargo (fragmentos):

Señor vengo a despedirlo. Es usted justo y bondadoso, pero nosotros necesitábamos algo distinto, un hombre dispuesto a doblegarse frente a los poderosos … ¿Corrupción, vena-lidad, fraude, codicia? Esto es cuento muy particular que si bien puede afectar al pueblo, arruinar a la sociedad, derruir el edificio del Estado, no afecta al muy natural deseo de quienes estando cerca del Poder quieren utilizarlo para satisfacer sus ambiciones. No entendió lo que queríamos, no podemos conservarlo... 51

Académicos aseveraron que la responsabilidad también recaía en algunos li-tigantes. Garrido sostuvo que “con sus dadivas y recomendaciones” mantenían las corruptelas, mientras que Ceniceros escribió: “el delito de cohecho tiene un carácter bilateral: y presupone el concurso de dos voluntades, la del corruptor o sobornante y la del funcionario sobornado”. 52

Propusieron diversos caminos. Por ejemplo, Carrancá y Trujillo y Franco Sodi pugnaron por la inamovilidad de los jueces;53 Garrido, Franco Sodi y Ortiz Tirado aconsejaron afinar los criterios de selección, mejorar la formación de los juzgado-res y establecer un sistema de ascenso escalonado a partir de concursos (Garrido aconsejó que los magistrados del Tribunal Superior de Justicia en pleno eligieran a los candidatos, ello atendiendo propuestas de asociaciones de abogados y escuelas de derecho; mientras que Franco Sodi y Ortiz Tirado pusieron énfasis en la atención que debía ponerse a la formación y trayectoria al momento de la designación);54 por

1965, Primera Sección, pp. 1 y 16; y “Programa para mejorar la administración de Justicia”, El Uni-versal, 19 de febrero de 1968, Primera Sección, pp. 3 y 15) y Garrido (La administración de justicia, p. 8; y “La venda en los ojos y los pesos de la ley”, Excélsior, 14 de enero de 1966, Primera Sección A, pp. 6 y 10).

50 Ceniceros, “Lacras administrativas y corrupción judicial”, El Universal, 5 de septiembre de 1966, Primera Sección, p. 3 y Segunda Sección B, p. 19.

51 “Al buen juez”, El Universal, 11 de diciembre de 1940, Primera Sección, p. 3.52 Garrido (“El problema de la justicia”, El Universal, 4 de junio de 1965, Primera Sección, p. 3 y Segun-

da Sección, pp. 20 y 23) y Ceniceros (“Lacras administrativas y corrupción judicial”, El Universal, 5 de septiembre de 1966, Primera Sección, p. 3 y Segunda Sección B, p. 19; y “Corruptores y sobornados”, p. 74).

53 Carrancá y Trujillo, Informe que en su calidad de presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal rindió al Tribunal Pleno, p. 5; y Franco Sodi, “Una justicia mejor”, El Universal, 15 de abril de 1942, p. 9.

54 Garrido (La administración de justicia, pp. 8, 10 y 13; “El problema de la justicia”, Excélsior, 13 de diciembre de 1963; “El problema de la justicia en México”, El Universal, 2 de mayo de 1965, Primera Sección, pp. 1 y 16; y “La justicia en la balanza de la justicia”, Novedades, 2 de enero de 1965), Fran-co Sodi (“Nueva justicia”, El Universal, 9 de octubre de 1940, Primera Sección, pp. 3 y 7) y González de la Vega ( “J. M. Ortiz Tirado”, p. 114).

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último, Garrido subrayó la necesidad de hacer efectiva la ley de responsabilidad a los jueces que cometieran infracciones en su ejercicio profesional.55

Para finalizar, es preciso hacer notar que miembros de la Academia Mexicana de Ciencias Penales destacaron en la conducción de instituciones penales y la formula-ción de leyes. En cuanto a lo segundo y para los primeros años, cabe mencionar la participación de Francisco Argüelles, Celestino Porte Petit, Raúl Carrancá y Trujillo y Luis Garrido en el proyecto de código penal de 1949.56

V. CONSIDERACIÓN FINAL

Existieron en el Porfiriato asociaciones de juristas y revistas especializadas, nin-guna de ellas enfocada en el ámbito penal. La Academia Mexicana de Ciencias Penales y Criminalia son en ese sentido originales. Reflejan por una parte momentos impor-tantes en la cohesión de una nueva generación de penalistas. José Ángel Ceniceros habló de un grupo ligado por la amistad, por afinidades y trabajos comunes.57 Luis Garrido se refirió a la imposibilidad del trabajo aislado en un periodo tan complejo y de un vínculo derivado de “la solidaridad más elevada: la solidaridad intelectual”. 58 Escribió Sergio García Ramírez:

Ya no había, pues, figuras solitarias, sino figuras solidarias: algunas muy vigorosas e imperiosas, articuladas como generación combatiente y exitosa; activistas de la reforma penal y del sitio que ésta conseguiría en la historia. Los hombres de la legislación penal de 1931, de la Academia y de Criminalia eran juristas y, dentro de esta dimensión voca-cional y profesional, penalistas. Pero no sólo eso: también eran hombres de Estado y de cultura.59

En suma, Criminalia y la Academia Mexicana de Ciencias Penales constituyen mo-mentos o eventos importantes en la consolidación del grupo que determinó el rumbo de ideas e instituciones penales del siglo xx.

55 Garrido, “El problema de la justicia”, El Universal, 4 de junio de 1965, Primera Sección, p. 3 y Segun-da Sección, pp. 20 y 23; y opinión en la nota de Armando Arévalo García, “La justicia en la balanza de la justicia”, Novedades, 2 de enero de 1966, Primera Sección, p. 20.

56 Román Lugo, “Contribución de la Academia Mexicana de Ciencias Penales a la legislación Mexicana”, p. 8; y “Palabras que el señor licenciado Luis Garrido dirigió a los miembros de la Academia de Cien-cias Penales durante el homenaje que le ofrecieron el día 9 de febrero de 1950”, p. 102.

57 Carrancá y Trujillo, “Resumen de las palabras de contestación del Lic. José Ángel Ceniceros al home-naje de la Academia Mexicana de Ciencias Penales”, p. 101.

58 “Palabras que el señor licenciado Luis Garrido dirigió a los miembros de la Academia de Ciencias Penales durante el homenaje que le ofrecieron el día 9 de febrero de 1950”, p. 101

59 García Ramírez, “La Academia Mexicana de Ciencias Penales y Criminalia”, p. 769.

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Por otra parte, afirma Sergio Correa:

La fundación primero de la revista Criminalia en 1933 y después de la Academia Mexi-cana de Ciencias Penales en 1940 no fueron hechos fortuitos o aislados, sino resultado de la necesidad de edificar un espacio profesional, técnico-científico, crítico, apolítico y pragmático que se tradujese en un saber profundo e independiente relativo al sistema penal y a la política criminal nacientes en nuestro medio.60

Efectivamente, su fundación responde a la importancia otorgada a la profesio-nalización (que no era nueva, data de las últimas décadas del xix), la importancia otorgada a los estudios sistemáticos y con apoyo metodológico (lo cual tampoco era nuevo, hay antecedes en las últimas décadas del xix), la institucionalización (propia del México de las décadas de 1920 y 1930), y la importancia del trabajo interdis-ciplinario para el estudio de los temas penales, para el trabajo de los juzgadores y para el tratamiento de los sentenciados (propuesta de la escuela positivista que sin duda cobró fuerza a partir del código de 1929 y se reforzó tras la promulgación del código de 1931).

VI. REFERENCIAS

Almaraz, José, Exposición de motivos del código penal promulgado en diciembre de 1929, México, (s.e.), 1931.

Bibliografía de Ciencias Penales. Formada con los trabajos publicados en la revista Cri-minalia de los años I al XXIII de septiembre de 1933 a diciembre de 1957, México, 1958 (Cuadernos Criminalia 20).

Cano, Gabriela, “Estudio introductorio”, en Gabriela Cano (selección y estudio intro-ductorio), Amalia de Castillo Ledón. Mujer de letras, mujer de poder. Antología, México, conaculta, 2011 (Lecturas Mexicanas).

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